Entre el espanto y la ternura: rostros niños en...

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1 Entre el espanto y la ternura: rostros niños en territorios de esclavitud. Estudio de caso en el agro de Mendoza (Argentina) Laura María Torres Entre el espanto y la ternura Entre le espanto y la ternura transcurre todo, lo inapresable con la moldura, la mano, el codo. Entre el espanto y la ternura crece la hiedra, el sano juicio con la locura, la flor, la piedra. Entre el espanto y la ternura la vida canta, una tonada clara y oscura, profana y santa. Entre el espanto y la ternura corre la suerte con el abajo y con la altura, con vida y muerte. Entre el espanto y la ternura ayer y hoy día pasan las verdes y las maduras, ay, todavía. Entre el espanto y la ternura a hora temprana trabaja el hombre pintando cura para mañana. (Silvio Rodríguez - Beatriz Corona, 1986)

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Entre el espanto y la ternura: rostros niños en territorios de esclavitud. Estudio de

caso en el agro de Mendoza (Argentina)

Laura María Torres

Entre el espanto y la

ternura

Entre le espanto y la

ternura transcurre todo,

lo inapresable con la moldura,

la mano, el codo.

Entre el espanto y la ternura

crece la hiedra, el sano juicio con la locura,

la flor, la piedra.

Entre el espanto y la ternura

la vida canta, una tonada clara y oscura,

profana y santa.

Entre el espanto y la ternura

corre la suerte con el abajo y con la altura,

con vida y muerte.

Entre el espanto y la ternura

ayer y hoy día pasan las verdes y las

maduras, ay, todavía.

Entre el espanto y la

ternura a hora temprana

trabaja el hombre pintando cura para mañana.

(Silvio Rodríguez - Beatriz Corona, 1986)

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Introducción

El presente trabajo expone los resultados alcanzados con el desarrollo del proyecto “Entre

el espanto y la ternura: rostros niños en territorios de esclavitud, Mendoza, Argentina”

(Torres, INADI, 2008/2009) cuyo principal objetivo ha consistido en analizar las relaciones

existentes entre “nueva ruralidad”, mercados de trabajo y discriminación en los espacios

rurales de la provincia de Mendoza a partir del estudio de las situaciones de encuentro entre

trabajadores y empleadores.

La importancia de proceder en esta dirección analítica está dada porque en los últimos años

la provincia de Mendoza se ha posicionado de un modo decidido en los mercados

ampliados a través de una variada gama de productos, dentro de los que destacan los de

origen agrícola. Sin embargo, los esperanzadores escenarios que para algunos actores abren

estos nuevos horizontes esconden una brutal paradoja: lejos de los presagios de algunos

teóricos, la “Teoría del Derrame” no parecen aplicarse al caso mendocino, en la medida en

que se mantienen constantes e incluso aumentan las situaciones de pobreza rural. Al menos

en principio, los beneficios del desarrollo que experimenta la región, no parecen orientados

a reparar sus históricos desequilibrios territoriales o a remontar las situaciones de pobreza

rural y, en su lugar, se asocian a condiciones de vida y trabajo que bordean los contornos de

lo inhumano.

El proceso de investigación llevado a cabo entre agosto de 2008 y Mayo de 2009 de la

mano del INADI, se desplegó a partir de un estudio de caso (Valles 2000) para el que se

seleccionaron los espacios rurales de Mendoza. Al interior del vasto territorio mendocino,

enteramente emplazado en las tierras secas argentinas, Mendoza cuenta con tres oasis

irrigados donde se concentran las principales actividades agrícolas de la provincia. Dentro

del estudio de caso se trabajó en base a la metodología cualitativa (Valles 2000, Yuni y

Urbano 1999). Para ello, se delimitó la zona de estudio y, en colaboración con diferentes y

múltiples actores sociales del medio local, se elaboró un complejo mapa de actores en el

que se identificaron las actividades agrícolas más importantes de los oasis mendocinos,

grupos de productores y empresarios que desarrollaban esas actividades productivas y

conjuntos de trabajadores rurales asociados a esas empresas. Los actores que colaboraron

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en la elaboración de este instrumento se hallan adscriptos a diferentes instituciones y

organizaciones, entre las que cabe destacar la Subsecretaría de Trabajo y Seguridad Social

de la Provincia de Mendoza, la Comisión Provincial para la Erradicación del Trabajo

Infantil (COPRETI), la Obra Social del Personal Rural y Estibadores de la República

Argentina (OSPRERA), Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE),

Sindicato de Frutas y Hortalizas, Unión Obrera Ladrilleros de la Republica Argentina,

Sindicato Obrero Industria de la Madera, Instituto Nacional contra la Discriminación, la

Xenofobia y el Racismo, integrantes de la Comunidad Boliviana en Mendoza y

trabajadores rurales que se desempeñan en el agro de Mendoza. Dentro de estos últimos se

trabajó tanto con aquellos que se desempeñaban en las explotaciones rurales como personal

permanente como con quienes lo hacían en carácter temporario. Por su parte, dentro de los

trabajadores temporarios se trabajó con aquellos que residían en las zonas urbanas y rurales

de Mendoza como con otros que participaban de circuitos de trabajo agrario estacional

migrante.

Una vez elaborado este mapa y tomando en consideración las condiciones de accesibilidad

imperantes, se seleccionaron informantes clave con quienes se aplicaron las técnicas de

entrevista en profundidad y observación participante (Valles 2000). Los datos construidos

fueron luego analizados con la técnica de análisis de contenido (Oxman 1998)

Si bien el proyecto del que resulta este trabajo ha finalizado, el proceso de investigación

sigue adelante, en la medida en que a lo largo de las fases de recolección y análisis de datos

se han ajustado los supuestos iniciales, han surgido nuevas hipótesis y se han renovado las

preguntas de investigación. Por ello, mas allá de los plazos que supone toda instancia de

entrega de reportes de investigación, se buscará dar continuidad al proceso, profundizando

el estudio de una serie de ejes de análisis cuya relevancia ponen de manifiesto los

resultados alcanzados hasta el momento.

Aun cuando este trabajo es fruto de los esfuerzos llevados a cabo con el apoyo del INADI,

en buena medida los proyectos de investigación son posibles porque se insertan en

trayectorias de investigación más amplias, protagonizadas por los mismos investigadores.

No es del todo posible identificar con facilidad y claridad qué datos resultan de qué

proyectos o en qué preciso momento se responde una pregunta de investigación. La

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posibilidad presente de abordar este problema de investigación es deudora de esfuerzos

previos, enlazados a proyectos de investigación que han supuesto esfuerzos compartidos

con otros investigadores o que se hallan vinculados a recorridos investigativos individuales

que se convirtieron en insumos que alimentaron diferentes instancias de formación de

postgrado.

De este modo, con anterioridad o de manera simultáneas a estos esfuerzos, cuando menos

cuatro proyectos de investigación y dos procesos de investigación de postgrado brindaron

insumos, ya sea porque ayudaron a identificar vacíos en el conocimiento, porque

permitieron definir y ajustar el problema de investigación, porque facilitaron las instancias

de selección de informantes o porque, incluso, permitieron acceder a datos de validez

compartida desplegados en un horizonte de mayor prolongación temporal. A medida que se

avance en la presentación de resultados se advertirá entonces, que en muchas oportunidades

se citan y analizan con nuevas herramientas, datos construidos en años anteriores, en

muchos casos junto a otros investigadores, con quienes se compartieron espacios de trabajo.

Los principales proyectos de investigación con los que este trabajo dialoga en forma

permanente son:

- “Ambiente, economía y cultura: los procesos de desertificación en las tierras secas de

Mendoza vistos desde la ecología política”. Proyecto financiado por la Agencia Nacional

de Promoción Científica y Tecnológica (2008/2010) Director Dra. Laura Torres.

- “Knowledge Assessment on Sustainable Water Resources Management for Irrigation”

(KASWARMI). Proyecto financiado por la Unión Europea que integra equipos de

investigación de Alemania, España, Hungría, Brasil, Bolivia, Argentina y Chile (2007-

2008) Director: Prof. Dr. Ing. Max Billib

- “Ordenamiento Territorial y Lucha contra la Desertificación: estrategia integrada para

mitigar condiciones de inequidad territorial y pobreza en tierras secas. El caso de

Mendoza”. Proyecto financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y

Tecnológica (2005-2008) Director Prof. Elena María Abraham.

- “A comparative Study of Modern Irrigation Water Systems and Rural Poverty in Limari

Basin, Chile, and the Tunuyán Basin, Argentina: Institutional and Socio-Economic

Aspects”. Proyecto financiado por el International Water Management Institute (IWMI) y

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realizado junto a investigadores de la Universidad de Chile (2004) Director Dr. Alejandro

León.

Sumado a estos proyectos, los trayectos formativos recorridos en diferentes instancias de

postgrado dieron nacimiento a dos trabajos de tesis, que también aportan insumos al

proceso del presente.

“Violencias Minúsculas con Mayúsculas”, tesis doctoral, Universidad de Sevilla, España

para optar por el título de Dr. en Antropología Social. Trabajo dirigido por el Dr. Pablo

Palenzuela, co-dirigido por la Dra. Norma Fóscolo y defendido en 2005.

“Las Racionalidades de Unos y Otros en el proceso de lucha contra la desertificación: el

caso de los productores caprinos del noreste de Mendoza”, tesis de maestría, Facultad de

Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba para optar por el título de

Master of Science en Antropología. Trabajo dirigido por el Dr. Alejandro Balazote, co-

dirigido por la Prof. Elena María Abraham y defendido en 2008.

Más allá de las breves descripciones de corte metodológico que se mencionan antes, los

datos de campo rápidamente mostraron que analizar el mundo del trabajo, cuando se

prescinde de la seguridad de los números y se penetra con técnicas que suponen procesos

de encuentro dialógico, moviliza profundas sensaciones de temor en los informantes.

Hablar del trabajo da miedo, hablar de ilegalidad da miedo y ese miedo se vincula, en la

gran mayoría de los casos, a represalias que pueden tomar la forma de pérdida de la fuente

de trabajo.

Esta situación colaboró para que el proceso de relevamiento de datos no pudiera ajustarse a

los calendarios previamente establecidos. Por momentos, las tareas de relevamiento fueron

verdaderamente caóticas y se mantuvo casi constante la sensación de que todo podía ser,

finalmente, en vano. Los temores que se papaban a medida que se avanzaba, el estado de

mudez que asaltaba a los informantes o la idea de otros de que “silencio y protección” eran

sinónimos, impregnaron el proceso de investigación de tal modo que los mayores esfuerzos,

al menos de las etapas iniciales, estuvieron orientados a generar porosidades en un mundo

en apariencia impermeable.

A diferencia de otros procesos de investigación, no orientados a mirar de cara a la

ilegalidad, la etapa inicial de acceso al campo se extendió por varios meses y el proceso de

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relevamiento supuso un permanente ir y venir a terreno, un proceso constante de dar con y

entrevistar informantes y de revisar los datos en laboratorio. La llegada misma a los

posibles informantes fue un proceso plagado de complicaciones y de permanentes

negociaciones y renegociaciones, que en muchas oportunidades planteaba caminos

circulares que implicaban un eterno retorno al principio.

Aún cuando se trata de dificultades que han atravesado el proceso de investigación y que

también hoy se mantienen relativamente activas, el intenso trabajo de campo que se ha

desarrollado permite exponer un amplio caudal de datos construidos de la mano de

funcionarios de gobierno, representantes sindicales, grandes, medianos y pequeños

productores del agro de Mendoza, personal que se desempeña en agencias de selección de

personal, encargados / presidentes de cooperativas de trabajo del agro, hombres, mujeres y

niños trabajadores muchos de quienes además entraban en contacto con instituciones

sanitarias, educativas o de control social del medio local. De todos modos, estos resultados

no dejan de transmitir la sensación de que el trabajo recién comienza y que se deberán

profundizar y redoblar los esfuerzos realizados si se desea penetrar la comprensión de las

tramas más minúsculas y quizá violentas del día a día en el agro mendocino.

Desde el punto de vista formal el trabajo se organiza en cuatro apartados. En el primero se

realiza una breve descripción de la provincia de Mendoza al sólo efecto de ayudar a los

lectores a situarse en el contexto regional. También en este apartado y de la mano de las

diferentes actividades productivas que han ido ganando escena a través del tiempo, se

analizan las fracturas centro / periferias que resultan del proceso de construcción del

territorio provincial y, en su contra-cara, se presentan los principales mecanismos y

dispositivos que han servido al disciplinamiento de la mano de obra. Habiendo recorrido

diferentes momentos y llegando ya al presente, el apartado siguiente describe el agro

mendocino en la actualidad. Con un fuerte apoyo de datos cuantitativos, pero entrelazados

con otros cualitativos que fueron recolectados a lo largo del proceso, se caracteriza el agro

provincial en base a las principales actividades productivas que en él tienen lugar. El

apartado siguiente revisa las principales transformaciones que se constatan en el agro de

Mendoza de la mano de los procesos de reconversión que tienen lugar con el curso de los

años 90 para finalmente, en el apartado siguiente, presentar las principales formas de

contratación del personal rural que se han observado. Este apartado se divide, por su parte,

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en tres subapartados donde se exponen los resultados alcanzados en torno a tres ejes de

análisis, cuya centralidad y oportunidad ha quedado de manifiesto a lo largo del proceso de

investigación. En el primero, se analizan los mecanismos de tercerización de la mano de

obra que cobran fuerza en los años 90 y se examina con particular detalle el caso que

exponen las cooperativas de trabajo. En el segundo subapartado, se presentan y analizan

los resultados alcanzados en torno a la problemática del trabajo infantil y adolescente en el

agro de Mendoza y, en el tercero, se aborda el estudio de las particulares condiciones de

vulneración de derechos que se ponen en evidencia frente a los trabajadores agrícolas

estacionales inmigrantes.

Tanto en el cierre de cada subapartado como en las consideraciones finales del trabajo se

proponen algunas suturas parciales y se dejan planteadas preguntas que no han podido aún

responderse.

Para terminar resta agradecer a aquellas instituciones y personas que han colaborado para

que este trabajo sea posible. El apoyo del INADI a lo largo del proceso, particularmente a

través del Dr. Jorge Makarz y de Daniel Radduso, ha sido invalorable. La sede INAD

Mendoza por su parte, ha abierto permanentes canales de diálogo, ayudando incluso a

construir el mapa de actores en torno al cual se desplegó el trabajo de campo. Cynthia

Pizarro y Micaela Libson, compañeras de estos recorridos y también ganadoras del premio

INADI 2008, han sido las primeras en estar atentas a las diferentes dificultades que se

fueron presentando.

El Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas y más allá el Consejo

Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas han dado insumos permanentes,

que no sólo se materializan en que han brindado un adecuado marco institucional a la tarea

investigativa, sino también en haber puesto a disposición del proyecto herramientas de

trabajo que facilitaron su desarrollo. Los proyectos de investigación arriba indicados y

muchos de los investigadores a ellos adscriptos, han participado de enriquecedoras

discusiones de trabajo que facilitaron el proceso de interpretación de datos. En especial

Elena María Abraham, Elsa Laurelli y Gabriela Pastor han aportado horas de escucha de

incalculable riqueza. En la misma línea, Silvia Urbina ha colaborado activamente en el

proceso de selección de informantes y en las instancias de recolección y análisis de los

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datos. La Facultad de Educación Elemental y Especial, muy especialmente a través de su

Secretaria de Postgrado Lic. Marta Abate, dieron valiosos sostenes a lo largo del proceso.

En el mismo orden, la Subsecretaría de Trabajo y Seguridad Social de Mendoza, a través

del Dr. Mario Adaro primero y Dr. Jorge Gabutti después, abrieron las puertas de la

institución para construir caminos compartidos. También dentro de la Subsecretaría de

Trabajo y Seguridad Social, la constante colaboración de la Dirección de Empleo

Provincial a través de su directora, Lic. Dora Balada y de quienes se desempeñan en la

Oficina de Trabajo Infantil, Lic. Bárbara Simón y Lino Ugarte han brindado insumos cuyo

valor difícilmente pueda traducirse en palabras. Han permitido construir proyectos de

trabajo, han colaborado en el proceso de revisión y análisis de los datos y han indicado

direcciones investigativas que de lo contrario hubieran sido más difíciles de identificar. Del

mismo modo, Ángeles Angulo (coordinadora de COPRETI Mendoza) y Carmen Elizalde

(CONAETI) pusieron a generosa disposición material bibliográfico, al mismo tiempo que

brindaron oportunidades de participación en espacios de intercambio académico que

permitieron realizar síntesis parciales a mitad de camino.

Varios sindicatos han aportado al desarrollo de este proyecto. El Sindicato Obrero Industria

de la Madera a través del Sr. Julio Montenegro, la Unión Obrera Ladrilleros de la

República Argentina a través de Sergio Valls, el Sindicato de Frutas y Hortalizas a través

de su presidente Sr. Lucio Quilpatay y de Rolando Valdez y Juan Villegas, UATRE a

través del Sr. José Luis Zárate y Trabajadores Ajeros de Mendoza, a través de los Sres. José

Soto y Fabián Bravo.

De manera absolutamente solidaria Aida Comte se sumó al trabajo de investigación,

brindando constantes ayudas a lo largo del proceso que fueron particularmente centrales en

los momentos de mayores dificultades. Algunos representantes de la comunidad boliviana

en Mendoza, especialmente Azul Méndez y Juan Carlos Gutiérrez, brindaron invalorables

oportunidades de intercambio que permitieron abrir caminos, explorar preguntas y construir

respuestas.

Finalmente, la cantidad de informantes anónimos que se desempeñaban en hornos de

ladrillo, en la cosecha de la vid, los frutales y el ajo, los trabajadores de los empaques y

bodegas, de aserraderos, los productores y empresarios del agro de Mendoza que accedían

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al proceso de entrevistas y la cantidad de niños y adolescentes que abrieron espacios de

diálogo son definitivamente invaluables dado que sin ellos todos los esfuerzos hubieran

sido en vano.

1- Mendoza, un territorio construido en base a muchos territorios y actores

La provincia de Mendoza se ubica entre los 31º 59' y los 37º 33' de latitud sur y entre los

66º 30' y los 70º 35' de longitud oeste. Al norte limita con la provincia de San Juan, al este

con San Luis y La Pampa, al sur con Neuquén y La Pampa y, al oeste, con la República de

Chile. Su superficie alcanza los 150.839 km2, es decir, cerca de la mitad de la provincia de

Buenos Aires. Según su tamaño, se trata de la cuarta provincia en el orden nacional,

ubicación que gana luego de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.

Sin lugar a dudas, una de las imágenes más emblemáticas de Mendoza es el Aconcagua y la

serie de cerros que lo rodean. Además de la importancia que este ícono tiene para los

mendocinos, la cordillera de los Andes es un hecho físico verdaderamente significativo

para su vida productiva, dada la poderosa influencia que estas cadenas de cerros tienen

sobre las llanuras aluvionales del este, donde se ubican las principales actividades agrícolas

de la provincia. La cordillera condiciona la afluencia de vientos, humedad y lluvia a las

llanuras, impone la presencia de vientos cálidos y secos, precipitaciones irregulares (en

forma de nieve y relativamente abundantes en la cordillera y en forma de lluvias y

verdaderamente mínimas en las llanuras) y de ríos que, originados en las montañas, riegan

las llanuras entre primavera y verano, sólo cuando los deshielos cordilleranos lo permiten.

Estas condiciones, sumadas a la lejanía del océano Atlántico y al sitio que las sierras

pampeanas le imponen por el este, determinan que Mendoza posea clima árido. De acuerdo

con Roig et al (1991) la mayor parte del territorio mendocino es semiárido (61%), árido en

los extremos norte y sur (15%) y sub-húmedo seco en la porción más oriental del territorio

(12%) (Roig et al 1991).

Una de las características más llamativas que expone esta provincia argentina radica en que

presenta un patrón de estructuración del territorio claramente polarizado y fragmentado,

que contrapone las zonas irrigadas a las no irrigadas. Con un régimen de precipitaciones

altamente variable (que disminuye de norte a sur y de oeste a este) estacional (lluvias

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concentradas en verano) con promedios verdaderamente exiguos (250 mm/anuales) y ríos

de régimen nival de pequeños caudales, el balance hídrico de Mendoza es definitivamente

deficitario. Dentro de este contexto general de restricción hídrica, los ríos, diques, canales y

acequias proveen de agua a los cultivos y dan origen a zonas de regadío intensivo

conocidas como “oasis” que representan el 2% del territorio. El restante 98% se compone

de montañas y desiertos que se mantienen alejados de los beneficios del riego (DGI

2000:13). Carta 1

Oasis de Mendoza SIG DESER / LaDyOT / IADIZA

Este patrón de estructuración del territorio es

similar al que exponen otras tierras secas

argentinas que se recuestan a la sombra de la

Cordillera de los Andes. Se encuentra

altamente concentrado allí donde la

disponibilidad de agua y suelo irrigado

facilitan el asentamiento humano y

escasamente poblado donde la

disponibilidad de agua presenta las máximas

restricciones (Abraham 2000). Como modo

de visibilizar estas polaridades, la densidad

poblacional de los oasis mendocinos se

acerca a los 460 hab/Km2, mientras en las

zonas no irrigadas los valores sólo alcanzan

los 3hab/km2 (Torres et al 2003).

Al interior de un territorio con severas restricciones hídricas, la presencia / ausencia de

agua asociada al riesgo cumple un rol decisorio como modelador del paisaje y

condicionante de la producción, imponiendo la coexistencia de territorios, paisajes y

actores altamente diferenciados. En sus zonas de oasis, el paisaje típico de Mendoza lo

constituyen las viñas y bodegas, los campos de hortalizas, frutales y olivos y los testigos de

la floreciente industria vitivinícola. De manera contrastiva, en el extremo no irrigado de la

provincia emergen bosques abiertos de algarrobo, bajos salitrosos, extensos medanales y

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cursos de agua agónicos, cuando no extintos. De igual modo, si la imagen de los pobladores

rurales de los oasis se asocia a la industria madre de la provincia y se puebla de bodegueros,

viñateros, tomeros y vendimiadoras, las imágenes de los pobladores del árido se ligan a la

de pequeños productores caprinos sumidos en la pobreza, a veces habitantes de

etnoterritorios degradados (Pastor 2005). Finalmente, mientras las zonas irrigadas hacen

gala de la industria del vino y se vinculan al mercado internacional a partir de vinos de alta

calidad, los territorios de desierto parecen alejarse de las modalidades de desarrollo

impulsadas a nivel regional, parecen obstinarse en el desarrollo de prácticas ganaderas de

dudosa eficacia y reproducir de un modo incansable los indicadores que les valen el título

de “atrasadas”.

Aún cuando este polarizado patrón de estructuración del territorio se halla íntimamente

asociado a las condiciones físicas de Mendoza, algunos autores han demostrado que no se

trata de un proceso que se extinga en lo físico y que, contrariamente, puede ser mejor

comprendido con la intermediación del concepto de territorio.

Bajo la perspectiva de autores adscriptos a la geografía crítica (Raffestin 1980; Di Méo

1991, 1993) el territorio se entiende como la manifestación espacial del poder y no como

mero dato físico sobre el que se despliega la vida social. Se trata, en definitiva, de espacio

apropiado y transformado por el trabajo de los grupos sociales para dar satisfacción a sus

necesidades.

Al interior de esta perspectiva, la noción de apropiación no puede deslindarse del concepto

de territorio, en la medida en que éste es producido, regulado y protegido en interés de los

grupos y en base a relaciones de poder. El territorio es entonces, un recurso finito objeto de

disputas que se encarnan en actores sociales concretos, diferencialmente situados en la

estructura social. Es, finalmente, espacio tatuado por el trabajo, por el poder y por las

huellas de la historia (Giménez 2001, Giménez y Héau Lambert 2007)

Aplicadas al caso de Mendoza, estas nociones habilitan a algunos autores a señalar que las

máximas restricciones de agua y suelo irrigado hacen que el agua se comporte como el

recurso madre en torno al cual se ha sucedido –y pueden comprenderse- las principales

luchas de los actores (Montaña 2003, et al 2005). El despliegue histórico de estas luchas,

visibles en las sucesiones de territorializaciones, desterritorializaciones y

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reterritorializaciones (Raffestin 1980) modelaron el territorio a favor de ciertas actividades

productivas, de ciertos actores sociales y, fundamentalmente, a favor de un proyecto de

desarrollo regional que ha buscado integrarse y diferenciarse dentro del escenario nacional.

En este contexto, los oasis mendocinos, que en la actualidad concentran los mayores

recursos económicos, poblaciones y poder se erigen como tales no por sus condiciones

naturales sino por los sostenidos esfuerzos de los grupos sociales dominantes de llevar a

cabo un determinado proyecto de desarrollo regional que, sin embargo, logró instalarse

como el proyecto de Mendoza. Adosado a ello, los movimientos orientados a territorializar

el espacio a favor del conjunto de actividades productivas que el proyecto favorecía, se

corresponden con movimientos orientados a dirigir, regular o administrar la mano de obra

necesaria para ponerlo en marcha.

En una mirada del territorio en clave histórica se observa que ya con la llegada de los

conquistadores europeos hacia el año 1575, los grupos Huarpes que habitaban en las zonas

cercanas al río Mendoza, donde habían desarrollado canales de conducción del agua para el

desarrollo de algunos cultivos, son rápidamente desplazados hacia las tierras del norte

provincial, que presentaban menores facilidades para el riego (Prieto y Abraham: 1993-

1994: 229, Prieto et al 2004). El ingreso de los colonizadores impone un movimiento de

desterritorialización y reterritorialización, en definitiva, de construcción de un nuevo

territorio que aprovecha las obras indígenas bajo nuevos objetivos, desplazando a las

antiguas poblaciones (Montaña 2003).

Desalojados de las tierras irrigadas del valle, los grupos indígenas se repliegan al Sistema

de Lagunas y Bañados de Guanacache, situado en la cola de la cuenca del Río Mendoza1,

donde se desarrollaban cultivos agronómicos vinculados al desborde temporario de los ríos

y actividades de pesca. En el área cercana al río, que ya empieza a insinuarse como un

oasis, la colonia favorecerá la organización de la actividad ganadera en vínculo con el

cultivo de alfalfa y trigo. El proceso de territorialización iniciado con la concentración de

población alrededor de las tierras irrigadas se perfecciona rápidamente con la organización

de la mano de obra indígena que, bajo diferentes formas legales, aporta los brazos que

requerían las nuevas actividades económicas.

1 Zona noreste de Mendoza, en el límite con las provincias de San Juan y San Luis.

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A lo largo del período colonial y ya iniciado el independiente, este proceso de

territorialización dará sostén espacial al perfil económico productivo que irá asumiendo la

región y que resultará de la integración de cuatro actividades: la producción de vinos, el

engorde de ganado y el transporte y comercio de ambos (Lacoste 2004).

De la mano de las primeras cepas que introducen los asentamientos de españoles en la

región (mediados del s. XVI) y gracias a la temprana instalación de bodegas y viñedos

(fines del s. XVI y principios del XVII), la producción de vinos, alcoholes y aguardientes

alcanzan en Mendoza dimensiones que ya en el siglo XVII le permiten lograr excedentes

para explorar los mercados consumidores de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires (Lacoste

2004). Mientras los vinos se comercializaban en el mercado interno, los campos de

Mendoza se utilizaban para el engorde de ganado que se conducía a Chile. A propósito de

esta actividad, Mendoza aprovechó la estrecha relación que la unía al país trasandino y su

ubicación estratégica como zona de frontera, para proveer a estos mercados de productos

ganaderos. En el marco de una estrategia productiva de invernada, disponía de campos de

pastoreo en sus llanuras y piedemontes que aseguraban el engorde del ganado antes de

enfrentar el cruce de la cordillera de los Andes2. Esta modalidad se perfeccionaba con las

características que asumía la producción agrícola de los oasis, integrada de alfalfa (80%),

cereales y viñas (Richard Jorba 1994). Finalmente, el círculo productivo se completaba con

una destacada actividad molinera, que no sólo proveía de harina de trigo para el consumo

de la población, sino que permitía que de su comercio con el interior del país, Mendoza se

proveyera del ganado necesario para responder a las demandas chilenas (Richard Jorba

2003).

Ya a fines del siglo XVII confluían en Mendoza dos circuitos comerciales. Uno

interregional, por el que se vendían a Chile vino, algunos productos agrícolas y ganado y se

importaban artículos no producidos en Mendoza. Y otro circuito local que se realizaba en

carretas, en el que se vendían productos de la tierra y la importación en Buenos Aires, Santa

Fe y Córdoba (vino, trigo, pasas y otras frutas secas); “…Mendoza se convirtió en el centro

2 Antes de la llegada del ferrocarril (1885) el comercio de ganado se realizada en pie, única modalidad que por ser autotransportada, aseguraba que los productos llegasen a destino en buen estado (Montaña 2003).

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de una inmensa red de relaciones que no se limitaba sólo al tráfico del Atlántico a la

cordillera, sino que se extendía a Santiago y Valparaíso” (Prieto et al 2004: 75).

De la mano de un activo proceso de construcción del territorio que favorece la

concentración de recursos naturales en torno a la ganadería, esta actividad permite el

ascenso y consolidación de una primera elite local que resulta nombrada como los “señores

del ganado” (Prieto et al 2004; Gago 1999)3. En la medida en que el crecimiento de la

actividad requería aportes constantes de mano de obra que asumiera el ritmo de crecimiento

de los paños de alfalfa, la atención de los campos de pastoreo de altura y el posterior cruce

de la cordillera, el Estado provincial acompañó el proceso de territorialización con claras

políticas de disciplinamiento de la mano de obra; “… el accionar del gobierno provincial,

ejercido por comerciantes y hacendados, pondría al servicio de estos actores las

herramientas del Estado, policiales y judiciales, para sujetar a los trabajadores a la tierra,

impedir su movilidad geográfica, reducir las posibilidades de fuga y mantener los salarios

en niveles de mera subsistencia” (Richard Jorba 2004b: 100).

De acuerdo con Richard Jorba (2004b) entre 1845 y 1880 se suceden decretos y leyes que

atestiguan hasta qué punto la mano de obra existente resultaba exigua y hasta dónde estaba

dispuesto a avanzar el Estado con medidas de espíritu coactivo que ponían a disposición de

hacendados y comerciantes los brazos que necesitan para dar sostén a sus emprendimientos.

Se trataba, básicamente, de medidas que buscaban registrar y controlar a los trabajadores,

asegurar que estuviesen afectados a un empleador (mediante la correspondiente papeleta de

conchabo) o que, en su defecto, los disciplinaban mediante multas, trabajo forzado en obras

públicas o con el ejemplificador envío a las zonas de frontera (Richard Jorba 2004b).

Enlazado a estas disposiciones, se presentaba un discurso descalificante y moralizador

sobre los trabajadores, “… en la prensa escrita y en los documentos oficiales de la época se

remarcaba, invariablemente, la inmoralidad, holgazanería o el vicio de los trabajadores.

Se conservaba, así, una imagen de larga tradición, construida por las clases propietarias y 3 Entre otros factores, la centralidad que en la época muestra la actividad ganadera se explica por el peso que en la región tuvieron las leyes borbónicas que se suceden con el reinado de Carlos III. Si de un lado, con ellas Mendoza pasa a depender del Virreinato del Río de la Plata (1776), de otro lado tienen un fuerte impacto a nivel económico dado que sus disposiciones de libre comercio (1778) protegían la industria española, limitando los productos coloniales que pudiesen competir con aquellos. La vitivinicultura y la fruticultura entran en ese marco de restricciones, dando por resultado un vuelco de la oligarquía, a la actividad ganadera y al cultivo de trigo (Satlari 2004).

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sus elites dirigentes para justificar, mediante un discurso descalificador pero moralizante,

el paternalismo, la coacción extraeconómica y la represión sobre las indefenzas

peonadas” (Richard Jorba 2004b: 100).

De acuerdo con Campi y Richard Jorba “… los fundamentos de estas ordenanzas eran

siempre disciplinadores y moralizantes, apuntando a erradicar los vicios, la holgazanería y

la inmoralidad, con la pretensión de modificar hábitos, conductas y sistemas de valores de

los sectores populares” (2001: 99). Indudablemente, la doble retórica en uso, que integraba

la moralidad inherente al trabajo y la penalización de la vagancia, entronizaba con el

discurso civilizatorio que prendió en toda América Latina y que se sabe, estaba orientado a

mejorar las razas nativas mediante su exterminio y reemplazo o por la vía de su

blanqueamiento progresivo (INADI 2005)

Aún auxiliada por estas disposiciones, la actividad ganadera entra en una lenta pero

definitiva crisis, que se hace evidente al promediar el año 1870. Las estrechas relaciones

con Chile y la idea según la cual la integración Mendoza-Santiago-Valparaíso era

independiente de los límites políticos (Richard Jorba 2003) se resquebraja por la acción

concurrente de una serie de factores.

En el plano interno, la organización del Estado Nación (iniciada con la sanción de la

Constitución Nacional en 1853) define un proyecto de país que suelda la idea de desarrollo

a la pampa húmeda y consolida un entramado de estrategias económicas centradas en la

exportación de productos ganaderos (en especial carnes y cueros) a los centros de consumo

europeo. La pampa húmeda, Buenos Aires y su puerto son los ejes sobre los que comienza

a pivotear el modelo, mientras las restantes zonas de país empiezan a funcionar, en el mejor

de los casos, como satélites de ese centro. El avance del ferrocarril hacia el este y norte del

país, la consiguiente unificación del mercado interno (Richard Jorba 2003) y las mejoras

que implicaba para el traslado de los productos, hacen que pierdan sentido los campos de

pastoreo de altura, pretéritos bastiones de la ganadería mendocina. Por su parte, el

desarrollo cerealero pampeano impone nuevas dificultades para vender la harina mendocina

en los mercados del este y crea obstáculos a la provisión de ganado que sostenía el

comercio con Chile. Finalmente, la opción de Buenos Aires por el mercado internacional

16

profundiza la mengua en las disponibilidades ganaderas para sostener los requerimientos

que Chile planteaba a Mendoza.

En el plano externo la región se vio impactada por la crisis internacional de 1873; “la crisis

internacional de 1873 comenzó a impactar en la región y en Chile a mediados de la

década, aunque las exportaciones de ganado registraban menor rentabilidad desde 1872,

por la desvalorización del peso chileno. La posterior inconvertibilidad de esa moneda,

decretada en 1878, redujo las ventas al país vecino y la moneda fuerte, imprescindible

para las compras en el litoral, se hacía cada vez más escasa” (Richard Jorba 2003:290). Se

suma una creciente tensión en las relaciones internacionales entre ambos países, dados los

conflictos que se registran por problemas limítrofes (Campi y Richard Jorba 1999) y,

terminando de agravar el panorama, en Argentina se crea la moneda nacional (1881) que

implicó la definitiva devaluación del peso chileno (Richard Jorba 2003).

Sitiada la actividad ganadera, se revitalizan las pretéritas opciones mendocinas por la

vitivinicultura que, a diferencia de aquella, no entraba en competencia con el área

rioplatense que se insinuaba como un competidor infranqueable gracias a sus excepcionales

condiciones naturales y a su vocación portuaria. La vitivinicultura se presentaba entonces

como una actividad con un triple atractivo. Existían, de un lado, algunas experiencias

previas y algo de infraestructura, era además una actividad que ponía a favor de Mendoza

sus áridas condiciones naturales y, finalmente, evitaba competidores en el plano nacional

(Campi y Richard Jorba 1999)4.

Adosados a los nuevos rumbos económicos que toma el país hacia fines del s. XIX y

principios del XX, se vigoriza la idea de que el progreso era inalcanzable con la

disponibilidad de razas existentes. La necesidad de proveer de mano de obra a la oligarquía,

la importancia de hacerlo a costos mínimos y la ilusión de mejorar por acción de la mezcla

la calidad de las razas originarias, actúan a favor del ingreso de inmigrantes europeos. El

proyecto de país imaginado por la Generación del Ochenta5 confiaba en que los inmigrantes

serían capaces de sostener las crecientes demandas de mano de obra y de poblar y poner en 4 De acuerdo con Campi y Richard Jorba (2001) en esta época surgen las primeras economías regionales de la Argentina moderna (Campi y Richard Jorba 2001). 5 “La Generación del 80 profesaba una ferviente creencia en el orden y el progreso y unía a su liberalismo económico un acendrado conservadurismo político para defender y mantener el poder que tradicionalmente había retenido en sus manos” (Mateu 2004:248)

17

producción –asegurando al mismo tiempo soberanía- vastos territorios que habían quedado

diezmados con la Campaña al Desierto. Al compás de esos procesos, la inmigración resultaba

acorde con las máximas de progreso que se levantaban de la mano de Alberdi y Sarmiento que,

fuera que se tratara de un problema de calidad (Sarmiento) o de escasez (Alberdi) (Juliano

1987) acordaban en que la incorporación de habitantes de otras geografías ayudaría a

poblar y a extender los confines de la Nación, sumando civilización donde antes había

barbarie6. Como resultado de la acción encarada por el Estado “…entre 1880 y 1890

desembarcaron en Argentina más de 1.000.000 de inmigrantes de ultramar y desde 1903 y

hasta 1914, 3.200.000. En 1902 el 38% de la población total de país era extranjero, en

1906 el 42%, en 1908 el 45%” (Cozzani de Palmada 2000: 17)

Tanto el razonamiento como los procedimientos conexos se replican en Mendoza. también

aquí se apuesta por la introducción de inmigrantes europeos que hicieran posible el

progreso, en el convencimiento de que significarían aportes de “ciencia, capital y brazos”

(Richard Jorba 2004a:117). Grandes contingentes de inmigrantes, principalmente de Italia y

España (Martín 1992) ingresan a Mendoza cuando la provincia surca la bisagra entre la

ganadería y la vitivinicultura, de manera que, además de brazos, los recién llegados aportan

conocimientos para una actividad que no les resultaba extraña (Montaña 2003)

El pasaje definitivo del modelo ganadero con agricultura subordinada al agroindustrial

vitivinícola (Richard Jorba 2003) se completa a fines del siglo XIX. Es evidente que los

oasis mendocinos ofrecían condiciones naturales en las que respaldarse. La posibilidad de

contar con aguas puras que aumentaban su caudal en épocas clave del año, los sostenidos y

exitosos esfuerzos por ordenar esas aguas conduciéndolas al pie de las hileras mediante

6 “… ¿cómo, en qué forma vendrá en lo futuro el espíritu vivificante de la civilización europea a nuestro suelo? Como vino en todas las épocas: Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe. Cada europeo que viene a nuestras playas nos trae más civilización en sus hábitos que luego comunica a nuestros habitantes, que muchos libros de filosofía. Se comprende mal la perfección que no se ve, toca ni palpa. Un hombre laborioso es el catecismo más edificante. ¿Queremos plantar y aclimatar en América la libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad del hombre de Europa y de Estados Unidos? Traigamos pedazos vivos de ellas en las costumbres de sus habitantes y radiquémoslas aquí. ¿Queremos que los hábitos de orden, de disciplina y de industria prevalezcan en nuestra América? Llenémosla de gente que posea hondamente esos hábitos. Ellos son comunicativos, al lado del industrial europeo pronto se forma el industrial americano. La planta de la civilización no se propaga de semilla. Es como la viña, prende de gajo” (Alberdi 1952 en Alberdi 1984: 89).

18

redes de canales y acequias, la ausencia de episodios de humedad que pudieran malograr

los frutos y la alta heliofanía de los suelos mendocinos, crearon óptimas condiciones

iniciales para el afianzamiento de la vitivinicultura, para la consolidación de los oasis como

centros de importancia neurálgica y para la instauración del llamado “modelo vitivinícola

tradicional”, característico de Mendoza hasta fines del siglo XX.

A lo largo de este período, se expanden los viñedos en Mendoza a un ritmo acelerado;

“...después de la llegada del ferrocarril, la velocidad de expansión del viñedo,

acompañada por el arribo de inmigrantes mediterráneos, incide notablemente en los

cambios espaciales y económicos de Mendoza. La sustitución progresiva de la economía

mixta (alfalfa para engorde mezclada con viña, cereales, servicios) significa la adopción

de un modelo que, se sabe, esencialmente asocia la transformación de la vid con la venta

del vino común en el mercado nacional” (Romagnoli 1997:54). Sumado a ello, la

ampliación de la red de riego, la regulación de las aguas y la conquista de tierras desérticas

que fueron integradas al oasis, se acompañaron con entregas discrecionales de derechos de

agua a favor de los grupos que detentaban el poder político (Mateu 2004). En base al

análisis de los préstamos hipotecarios que entre 1880 y 1910 entregó el Banco de Mendoza,

creado por su parte en 1888, Mateu (2004) observa que “… fueron utilizados en su mayoría

por los sectores dominantes para pasar exitosamente la transición de un modelo

económico a otro” (255)

Pero no todas las transformaciones tuvieron repercusiones en el plano espacial o en la

banca y, del mismo modo que antes había ocurrido con las políticas de disciplinamiento de

la mano de obra indígena y criolla, el proceso de territorialización que supuso el

afianzamiento de la vitivinicultura dejó ver sus efectos en las relaciones de trabajo. De

acuerdo con Salvatore (1986) las transformaciones que tienen lugar en el país y en

Mendoza entre 1880 y 1920 se acompañan de un complejo de relaciones laborales entre los

sectores terratenientes y los trabajadores (inmigrantes y criollos) fuertemente influido por la

acción paralela de dos procesos: la importancia que tuvo en la región la inmigración de

ultramar y la emergencia del sistema de contratistas.

Los ingresos de población de ultramar comienzan a registrarse en la región hacia el año

1890 y se acentúan en 1905. Sin embargo, en términos generales se trató de un proceso

19

lento que sólo alcanza proporciones considerables hacia 1905, fecha a partir de la cual se

puede hablar en Mendoza de migraciones masivas. En 1914, los inmigrantes europeos

constituían casi el 30% de la población mendocina. Aquellos inmigrantes que ingresaron a

la región primero y que lograron ubicarse como contratistas, dos décadas más tarde habían

logrado acceder a la propiedad de la tierra, acceso que se veía facilitado por el sistema de

contratistas.

Hacia fines del siglo XIX existían en Mendoza dos tipos de contrato: los contratos de

plantación y los de cultivo (Salvatore 1986). Mediante los primeros, el terrateniente daba su

terreno a un contratista y su familia, proveyéndolo además de las herramientas de trabajo.

El contratista plantaba y cuidaba las cepas por tres años y recibía una determinada cantidad

de dinero por planta, al término del contrato. El contrato de cultivo era una continuación del

anterior, mediante el cual el contratista tomaba a su cargo las tareas agrícolas y recibía

determinada suma de dinero por hectárea, al año.

Si para los contratistas el sistema significaba la posibilidad de ocupar una posición

intermedia entre el terrateniente y el resto de los trabajadores que les otorgaba el poder de

contratar, para los terratenientes suponía la posibilidad de evitar el trabajo directo, recibir

ganancias, atender otras actividades y tener control sobre la explotación, el proceso de

trabajo y los trabajadores (Mateu 2004); “… la elite mendocina recibió a estos inmigrantes

con los brazos abiertos, brindándoles contratos, tierra, irrigación y crédito” (Salvatore

1986:233).

En las tierras de reciente colonización y que habían funcionado como fronteras, los

contratos suponían mayores ventajas para los contratistas e incluían la entrega de tierras al

cabo de algunos años (Salvatore 1986), hecho que facilitaba en algunos el pasaje de

contratista a propietarios.

Sin embargo, luego de algunos años en que parecían no haber límites al crecimiento, la

inmigración masiva (1905-1914) generó un cambio radical en las condiciones iniciales.

Comenzaron a ingresar trabajadores que no poseían los niveles de capacitación de los

primeros y en magnitudes tales que pronto proveyeron más de lo necesario. Además de las

medidas represivas que se adoptaron para controlar a los inmigrantes el proceso tuvo

importantes efectos para las poblaciones locales, particularmente visibles en que se propició

20

la división étnica del trabajo. Los puestos que suponían capacitación y tecnificación

quedaron reservados a los inmigrantes, mientras los criollos quedaron relegados a las

actividades y ocupaciones de menor jerarquía. Del mismo modo, se favoreció que mientras

los inmigrantes lograban acceder a la tierra luego de algunos años de contrato, los criollos

quedaban al margen de estas posibilidades (Salvatore 1986); “… la división del trabajo

según la etnicidad… se basó en un sistema de valores y prejuicios que existía ya antes de la

llegada de los inmigrantes y que operó en diferentes sectores de la economía mendocina”

(1986:236)

El mismo proceso que se describe en el acceso a la tierra, se reitera en la construcción de

bodegas7. Mientras las fincas y bodegas que nacían comenzaban a tener por protagonistas a

los inmigrantes y terratenientes, los criollos cumplían en ambas las actividades menos

jerarquizadas y peor remuneradas y, tomaban a su entero cargo las actividades temporarias

propias de los cultivos de vid y del trabajo en las bodegas.

Es evidente que la incorporación de los inmigrantes al trabajo agrícola obedeció, en primer

lugar, a la escasez de mano de obra que ocasionó la rápida expansión de esta industria en la

región8. Pero, al mismo tiempo, este proceso favoreció que los trabajadores criollos fueran

paulatinamente sustituidos por los extranjeros.

Con el paso del tiempo, la significación de las migraciones de ultramar dejará ver sus

efectos mucho más allá de los números y aportará sólidos fundamentos a la idea según la

cual el crecimiento de los oasis y de la agricultura mendocina, es deudora de los esfuerzos

de los inmigrantes y de sus hijos, poseedores y herederos exclusivos de la cultura del

trabajo y el esfuerzo personal.

Mientras los oasis mendocinos extendían sus campos de cultivo, la suerte de los territorios

no irrigados era diametralmente opuesta, al punto que es claramente a partir de esta época

7 Sólo a título de ejemplo, mientras que en 1895 eran dueños del 28% de las bodegas, estos valores se incrementan hasta el 69% diecinueve años más tarde (Salvatore 1986:238) 8 Si bien de acuerdo con Salvatore (1986) no existen datos precisos que expliquen estos aumentos en las necesidades de mano de obra en la región, el crecimiento exponencial que se registra en la superficie destinada a usos vitícolas y la cantidad de bodegas construidas, resultan datos útiles para alumbrar el caso. Mientras en 1873 el 10% de la superficie provincial se hallaba destinada al cultivo de la vid, esa cifra aumenta al 34,6% diecisiete años más tarde. La cantidad de bodegas construidas sigue una tendencia análoga, pasando de 334 bodegas en 1884, a 1.398 en 1914 (Mateu 2004)

21

cuando comienzan a construirse como franca periferia. La expansión urbana9 y agrícola que

se registraba en los oasis, revirtió en un significativo aumento de las demandas de agua,

situación que –como no podía ser de otra manera en territorios de bajas disponibilidades-

abrió feroces competencias por los cursos de agua superficial. De manera progresiva, el

caudal del río Mendoza se fue restringiendo, hasta que en el año 1950 se muestra

definitivamente incapaz de dotar de agua a los territorios de la parte baja de la cuenca, es

decir aquellos donde se localizaban los grupos Huarpes.

Con cursos de agua cada vez más disminuidos10

pero negociando su integración a un proyecto

que centraba su mirada en la vitivinicultura, el

áreas no irrigadas del norte provincial fueron

abandonando las actividades de pesca y los

cultivos agronómicos, para concentrar su

producción en torno a la cría de ganado caprino;

“…todavía en 1945 –época en que se secó

totalmente la gran laguna de Guanacache- los pobladores surtían de pescado fresco a San

Juan. En Mendoza, la calle Los Pescadores que desemboca al actual acceso norte a la

capital, recuerda a quienes, dedicados a esa actividad, se concentraban allí para vender

sus productos” (Abraham et al 1979: 25). Paralelamente, en un intento desesperado por

contrarrestar las pérdidas y alentados por los crecientes requerimientos de madera y leña

que planteaban los oasis y la ciudad de Mendoza, los pobladores de la zona no irrigada,

muchas veces bajo condiciones de contrato desigual con actores sociales externos al área,

se concentraron en la extracción de bosque nativo11.

9 Respecto de las demandas urbanas de agua potable cabe mencionar que hacia el año 1886 sólo el 5% de las viviendas contaban con este servicio, situación que motivó el primer brote de cólera que se registra en Mendoza, en ese año. El brote de cólera costo 4.000 vidas en tres meses y se debió, principalmente, a que la ausencia de conexiones de agua en las viviendas y la escasa cantidad de surtidores públicos, imponía que la población se surtiera de agua de las acequias, lugar al que también tenía destino el sistema de cloacas (Mateu 2004). 10 En la imagen, vista de la Capilla del Rosario, Lagunas del Rosario, extremo noroeste de Lavalle, Mendoza, 2006. 11 El punto más crítico del proceso de tala de los bosques de algarrobo que se disponían en las tierras no irrigadas se registra hacia el año 1910. Un proceso de similares características se observa en la zona noroeste de Córdoba (centro de Argentina) y se explica en que, luego de estallar la

22

“Yo le voy a contar cómo ha venido de antes esto... de los antepasados

nuestros… cómo han sabido contar ellos y después cuando ya hemos tenido

conocimiento… Yo les voy a contar cómo quedaron los campos pelados…

Antes de estos árboles, usted no veía ninguno, son todos árboles nuevos…

sacaron con el ferrocarril… carbón… leña…

A nosotros nos contaban los abuelos, mi madre también... solían contar cómo

han trabajado… después del 36 que fue cuando ha sabido ser que he nacido

yo… empecé a conocer todo y empecé a trabajar con ellos… también me he

criado en eso yo, que nos contrataban los que explotaban los campos… A los 8

años he hachado la primer carga de leña y de ahí seguimos trabajando en

eso… y después le han quitado todo a la gente. La gente que explotó los

algarrobales… ahí empezó a perder todo la gente de acá porque de ahí

sacaban el patay, todo… había mucha gente que explotaba la semilla, la ñapa

que se le llama, todas las semillitas, la compraban también mucha gente… Se

hacía harina y esa… la revolvían con el mismo trigo que molíamos, porque acá

se molía en piedra… yo todavía conservo la piedra que tenía mi madre…”

(Torres, trabajo de campo, entrevista con poblador de San José, Lavalle,

Mendoza, 2003)

Las crecientes menguas en los aportes superficiales del río Mendoza, el proceso de tala

sostenido y la acción de un ciclo seco en cordillera (1905 y 1915) hacen que hacia mediados

del siglo XX el Sistema de Lagunas y Bañados de Guanacache se seque definitivamente

(Abraham y Prieto 1981) y que la zona ingrese a un proceso sostenido de degradación de sus

recursos naturales que condicionará severamente la calidad de vida de las poblaciones locales

(Abraham y Pastor 2005, Torres 2008)

Si bien los territorios de oasis se hallaban lejos de esta sombría suerte, los recorridos del

primera guerra mundial, se interrumpen las importaciones de carbón de piedra provenientes de Inglaterra, de modo tal que los requerimientos de carbón para combustible doméstico y fabril se vuelcan a los recursos locales (Silvetti 1998-2000). Por otra parte, la pérdida de dinamismo económico y el auge de las actividades extractivas son, en realidad, procesos interdependientes. La población empobrecida se vuelca a la extracción de recursos naturales –en espacial de los valorados y requeridos en los espacios hegemónicos- con vistas a obtener niveles mínimos de integración aún a costa de poner en peligro sus riquezas regionales.

23

modelo vitivinícola tradicional no estuvieron libres de conflictos. A lo largo del siglo XX

sucesivas crisis sacudieron a este sector y convocaron cambios de rumbo a mitad de camino

que no tuvieron la efectividad esperada. Aunque aún no definitiva, hacia 1930 la Gran

Depresión económica mundial tradujo en una drástica caída en los niveles de consumo de

vino, en la caída general de las exportaciones y en el cierre de un importante número de

fuentes de trabajo (Lacoste 2004). Si bien los productores locales lograron defenderse

transitoriamente por la intermediación de una serie de políticas estatales de corte

intervencionista levemente orientadas a mejorar la calidad de los productos locales, la

problemática se reitera pero agravada hacia la década del 70. Las modificaciones en los

hábitos de consumo de la población imponían demandas que los vinos comunes no podían

satisfacer, mientras la baja calidad de los caldos locales cercenaba las posibilidades de

proyectarse hacia el mercado internacional. La necesidad de transformar la economía

provincial introduciendo cambios en la vitivinicultura tanto como diversificando la

producción por fuera de esta actividad (Montaña 2003) se hacen evidentes hacia los años 80

y 90, momento a partir del cual se constatan decididos esfuerzos del agro mendocino por

hallar espacio en el mercado internacional a partir de productos de alta calidad. A partir de

ese entonces comienza a hablarse en Mendoza de una “Nueva Vitivinicultura” para señalar

la creciente tendencia a favor de la generación de materias primas y productos finales

competitivos en los mercados ampliados.

Aún cuando con este concepto se alude a la serie de cambios que se introducen en esta

actividad productiva, se trata de una dinámica de transformación íntimamente asociada a

cambios de mayor alcance, vinculados a las condiciones de avance del capitalismo que se

constatan a nivel mundial al quiebre del siglo XXI. Un poco más allá, en Mendoza las

transformaciones no se agotan en la producción de vinos y, con diferentes ritmos,

impregnan también la producción de hortalizas y frutales para desde allí mostrar sus efectos

en un amplio abanico de productos, territorios, mercados y grupos sociales.

24

2- El agro de Mendoza en el presente… una aproximación provisoria “desde los

números”

Si el apartado anterior permite comprender cómo, a lo largo del tiempo, vastos espacios

provinciales se han construido en territorio al compás de las actividades agrícolas y cómo

una nutrida multiplicidad de actores sociales ha tejido su suerte o su desgracia con el telón

de fondo de la ruralidad, una mirada de detalle sobre el presente señala que también en la

actualidad las actividades agrícolas son de crucial importancia para la vida económica de

Mendoza y que, adosado a ello, la población que puede ser calificada como rural es

significativa dentro del panorama socio-demográfico de la provincia.

Los datos del Censo Nacional de Población y Vivienda (2001) indican que en ese año la

provincia sobrepasaba levemente el millón y medio de habitantes, de los cuales algo más

del 20% podía ser considerada población rural. A diferencia de la tendencia nacional que en

el período indica una disminución de la población rural, Mendoza muestra una tendencia de

aumento tanto frente a la población rural concentrada en centros de menos de 2000

habitantes como frente a la población rural dispersa.

Tabla 1 Población Urbana y Rural 1991 - 2001

1991 2001 Población Urbana Población Rural Población Urbana Población Rural

1.099.526 312.955 1.252.687 326.964

Fuente: INDEC (2001) Censo Nacional de Población y Vivienda.

Por sobre estas diferencias, Mendoza muestra una tendencia análoga a la que se registra en

el orden nacional en cuanto a la gravedad que en el presente exponen las situaciones de

pobreza rural. En este sentido, datos oficiales indican que hacia 2006 más del 32% de los

hogares rurales de Mendoza se hallaban por debajo de la línea de pobreza y que el 9,45% se

ubicaban por debajo de la línea de indigencia (DEIE 2006).

Esta situación se produce aún en una provincia para la cual los aportes del sector

agropecuario son en verdad significativos. Los datos disponibles indican que entre 1993 y

2003 la participación relativa promedio del sector agropecuario en el Producto Geográfico

Bruto (PGB) de Mendoza creció del 6,50% hasta sobrepasar el 11% (IEES 2004).

25

Participación de los diferentes sectores de la economía en la conforamción del PGB. Mendoza (2003)

En porcentajesFuente IEES 2003

sector agropecuario11%

sector minas y canteras15%

industria manufacturera17%

comercios, restaurantes, hoteles17%

transportes, almacenamiento y comunicaciones

6%

establecimientos financieros

14%

servicios comunales, sociales y personales

15%

construcciones3%

electricidad, gas y agua2%

Si bien es relativamente común que los trabajos que analizan el agro de Mendoza se

concentren en el estudio de la vitivinicultura, en él se integran una gama más amplia de

cultivos, entre los que destacan, además de las vides, las hortalizas y frutales. Hacia 1996

Gutiérrez de Manchón observa que entre 1971 y 1988 en Mendoza retrocede el viñedo, se

estacan los frutales y se incrementan las hortalizas, donde dominaba el tomate, el ajo había

triplicado su participación y la papa y cebolla habían duplicado la superficie cultivada.

Aunque da cuentas de un agro en proceso de cambio, esta situación no implica que la

vitivinicultura haya dejado de ser el eje económico que vertebra la vida productiva de

Mendoza (Gutiérrez de Manchón 1996, Pedone 2000).

Hacia 2002, el Censo Nacional Agropecuario indica que la vitivinicultura alcanzaba una

participación relativa del 38,2% dentro del sector agropecuario, que el subsector de

hortalizas representaba el 28,3%, la fruticultura trepaba hasta casi alcanzar el 17%,

mientras la olivicultura tenía una participación relativa del orden del 4% (IEES 2004). En

suma, vitivinicultura, hortalizas y fruticultura totalizaban más del 80% de la producción

agropecuaria mendocina.

26

Tabla 2 Participación relativa. Subsectores del sector agropecuario

Mendoza (2003). IEES 2004

Total Sector agrario 91,24%

Cultivos de cereales y otros cultivos 0,06% Cultivos de hortalizas y otras legumbres 28,30% Cultivos de frutales y plantas industrializables Fruticultura 16,98% Olivicultura 4,08% Vitivinicultura 38,25% Aromáticas y otros cultivos 3,34% Silvicultura, extracción de madera 0,22%

Total sector pecuario 8,38%

Cría de ganado vacuno, caprinos 5,15% Crías de otros animales 2,07% Productos de origen animal 1,16%

Fuente: IEES 2004

En el presente, la vitivinicultura concentra la mayor cantidad de hectáreas cultivadas. Los

datos que arroja el Censo Nacional Agropecuario (CNA 2002) indican que el 91,4% de la

superficie implantada con vid en la Argentina se encuentra en las provincias de Mendoza y

San Juan, con el 69,6% y el 21,8% respectivamente. Hacia 2002, Mendoza contaba con

133.889,9 ha destinadas a este tipo de cultivo, de las cuales cerca del 54% se organizaban

en pequeñas y medianas propiedades12 (CNA 2002). Por su parte, Argentina se ubica en

quinto lugar como productor de vinos –luego de Italia, Francia, España y Estados Unidos-

y en el decimoprimero como exportador. En ambos casos, la participación de Mendoza es

central dado que es la principal productora y exportadora a nivel nacional (INV 2009).

Como modo de sobreponerse a las crisis que sacudieron al sector hacia los años 70, los 90

encuentran a Mendoza haciendo serias apuestas por sumar calidad en los vinos producidos

y por hallar espacio en los mercados internacionales. Los efectos de este proceso se hacen

visibles si se considera, por ejemplo, que hacia el año 1993 casi la totalidad de los vinos

producidos en Mendoza eran comunes (95,4%) mientras once años más tarde los vinos

finos representaban el 44,2% del total (DEIE 2004 en Barsky y Fernández 2005: 49). De la

12 Explotaciones agropecuarias de 50 has. y menos.

27

misma manera, si entre 1990 y 2004 el volumen producido se triplica pasando de 445.536

hl. a 1.553.391 hl., el valor monetario que ese volumen alcanza en el mercado se

incrementa 15 veces, pasando de U$S 15.234.000 a U$S 231.481.000 (Barsky y Fernández 2005) hecho que indica la mayor presencia que alcanzan los vinos finos.

Dentro de la producción de hortalizas (29% del sector agropecuario) destacan la producción

de ajos, tomates para la industria, papa y cebolla. En 2002 estos cultivos representaban el

25,5%, 14%, 12% y 9,2% de la superficie provincial implantada con hortalizas,

respectivamente (CNA 2002).

La Argentina se constituye en una de las principales regiones productoras de ajo a nivel

mundial. Aún cuando los mayores volúmenes se producen dentro del bloque asiático

(China, India y República de Corea) la situación de Argentina no es despreciable. Luego de

estos países que concentran el 80% de la producción mundial, el bloque que Argentina

integra con Brasil y Chile (América del Sur) aporta el 4% de la producción mundial de ajos.

Por su parte, si bien los países del bloque asiático son grandes productores son también

grandes consumidores, situación que explica que Argentina se ubique como segunda

exportadora a nivel mundial, posición que mantiene tanto en atención a los volúmenes

exportados como a las divisas que esas exportaciones reportaron al país. Nuevamente, a

diferencia de otros países productores, Argentina asume un perfil claramente exportador,

habiendo comercializado el 66% de su producción en el mercado externo en 2002 (IDR

2003-2004).

La tendencia de crecimiento en la producción de ajos sigue en aumento. En 2002 se

destinaban al cultivo de este producto 8.666,6 has, mientras en el período agrícola

2008/2009 esa superficie se había incrementado hasta superar las 12.000 ha. Finalmente, la

superficie que Mendoza destinó en el último período agrícola (2008/2009) representó el

78,75% de la superficie destinada a nivel nacional (IDR 2008a) con una producción

estimada de 161.345 toneladas. En 2002, Mendoza concentró el 97% de las exportaciones

(IDR 2003-2004) y hacia el período agrícola 2008/2009, el 79% (IDR 2008a).

En sus oasis de riego la provincia de Mendoza produce ajo morado (54% de la producción

provincial), colorado (37%) y blanco (9%). La comparación de las temporadas 2007/20008

y 2008/2009 permite advertir que si bien en el período no se producen aumentos

28

significativos en las superficies implantadas, los rendimientos obtenidos aumentan en un

17% (IDR 2008a).

También dentro de las hortalizas destacan la producción de tomates para industrialización,

papa y cebollas. Del total de hectáreas destinadas a hortalizas, en el año 2002 el tomate

representó el 14% de la superficie implantada, la papa el 12% y la cebolla el 9,2%. En el

caso del tomate para la industria, Mendoza concentra entre el 55% y el 70% de la

producción nacional y aporta entre el 30% y el 40% al mercado exportador (IDR 2008b).

Por su parte, como productora de cebollas Mendoza se ubica en tercer lugar en el orden

nacional, luego de Buenos Aires (61%) y de San Juan (13,8%) y participa con el 5% de las

exportaciones. El principal destino de las cebollas de Mendoza es la Unión Europea (70%),

contrariamente a lo que ocurre con la producción de Buenos Aires que se destina en su

mayoría al comercio con Brasil (70%) (IDR 2007). Finalmente, en 2002 la provincia

reservó 4078,8 ha al cultivo de papa, tanto destinada a consumo en fresco como a la

producción de semillas. Si bien la provincia de Mendoza no se halla entre las principales

regiones productoras a nivel nacional, cuenta con zonas de inmejorables aptitudes

ecológicas para el cultivo de semilla fiscalizada y semilla común.

La fruticultura ocupa en Mendoza algo menos del 30% de la superficie cultivada de la

provincia (cerca de 84.000 has.). De acuerdo con el IDR, los frutales de carozo (duraznos,

ciruelas, cerezas, damascos y almendras) ocupan el 55% de la superficie cultivada, mientras

los frutos de pepita (manzanas, peras y membrillos) el 25%. Por último, los nogales y

olivares ocupan el 3% y el 14% respectivamente. Las explotaciones en que se desarrollan

estos cultivos son pequeñas y no superan las 5 ha en el 85% de los casos. Las pequeñas

extensiones que predominan en las plantaciones de olivo de Mendoza, diferencian a esta

provincia de otras que registran verdaderos procesos de concentración de la tierra en

explotaciones enteramente vinculadas con los mercados internacionales. En Mendoza no

sólo predominan las plantaciones de mayor antigüedad, sino que además muchas de ellas

aún permanecen bajo el control de pequeños y medianos productores.

29

3- El agro de Mendoza, territorios en transformación… un poco más allá de los

números

La sucesión de transformaciones que experimentan los espacios agrícolas de Mendoza

hacia la década del 90 no permanecen ajenas a los cambios que en esos años afectaron al

país, a América Latina y al sistema mundo. Como se verá, estas transformaciones no se

extinguen en los productos, volúmenes y mercados de destino y, contrariamente, producen

una profunda re-configuración de los espacios agrarios a partir del contradictorio juego de

fuerzas que impone el proceso de globalización.

La generalizada tendencia que bajo el influjo de estas fuerzas se registra a favor de la

apertura de la economía, la tremenda ampliación de las posibilidades de comunicación e

intercambio y la creciente propensión a favorecer la retirada del Estado del ámbito de las

políticas sociales, marcan un punto de inflexión sin retorno que provoca una profunda

transfiguración de los espacios rurales de América Latina y que, a contraluz, revierte en la

agudización de las críticas condiciones de pobreza del pasado (Giarraca 2001). De acuerdo

con Teubal “…muchos de los fenómenos que se agudizaron en estas décadas reflejan la

intensificación del dominio del capital sobre el agro en el marco de un proceso capitalista

crecientemente globalizado: la difusión creciente del trabajo asalariado, la precarización

del empleo rural, la multiocupación, la expulsión de medianos y pequeños productores del

sector, las continuas migraciones campo-ciudad o a través de las fronteras, la creciente

orientación de la producción agropecuaria hacia los mercados, la articulación de los

productores agrarios a complejos agroindustriales en las que predominan las decisiones

de núcleos de poder vinculados a grandes empresas trasnacionales o transnacionalizados,

la conformación en algunos países de los denominados pool de siembra… pueden ser

relacionados con procesos de globalización y con procesos tecnológicos asociados a ellos,

incidiendo sobre la exclusión social en el medio rural y afectando así a la mayoría de los

productores y trabajadores rurales, sean éstos medianos y pequeños productores,

campesinos o trabajadores sin tierra, incluyendo a los trabajadores y medianos y pequeños

propietarios no agropecuarios del medio rural” (Teubal 2001 46-47)

Si bien las tendencias globales se ajustan y reeditan en cada contexto según las

particularidades que asumen las diferentes regiones, existe relativo consenso en señalar que

30

hacia los años 90 adquieren en América Latina una renovada presencia los

emprendimientos agrícolas asociados a la reproducción del capital, que comienzan a

coexistir con formas menos capitalizadas de agricultura familiar, en una convivencia repleta

de tensiones que producirá efectos diferentes a los del pasado. Las estrategias de multi-

inserción y pluriactividad desplegadas por las unidades domésticas para enfrentar sus

necesidades de reproducción social, las ocupaciones a tiempo parcial de pequeños y

medianos productores, la creciente movilidad territorial de los trabajadores rurales son, en

este contexto, respuestas a cambios que permanecen bajo el dominio de otros actores

(Bendini 2006). En palabras de Piñeiro (2003 en Bendini 2006) en los espacios agrarios

empieza a vivirse una agricultura a dos velocidades, una empresarial y otra en la que

predominan campesinos y productores familiares que, sin embargo, coexisten en escenarios

volubles y conflictivos.

Las fronteras del mundo rural, antes imaginado como aislado y atrasado, se difuminan para

fundirse con los espacios urbanos, pero no sólo en la medida en que se incrementan las

instancias de dependencia entre ambos o dada la creciente interconexión que supone el

continuo tránsito de trabajadores que cambian de residencia y lugar de trabajo (Murmis

1998) sino también porque la evidencia empírica indica que cada vez en menor medida, los

espacios rurales se ajustan a la tradicional función que se les había asignado como

proveedoras de materias primas y alimentos a las ciudades (Sastoque 2005). El concepto de

nueva ruralidad supone reconocer que lo urbano se instala en lo rural, que lo rural excede

lo agrícola y que los mixturados territorios resultantes contienen de manera simultánea

múltiples actores sociales entre los que se establecen relaciones profundamente

conflictivas. Desde actores asociados a empresas agrícolas transnacionales, pasando por

grandes, medianos y pequeños productores locales, emprendimientos de turismo rural,

trabajadores sin tierra, hasta trabajadores inmigrantes que asumen las actividades zafrales

que imponen los cultivos, el agro de América Latina se renueva, pero bajo un telón de

fondo que tanto en el pasado como en el presente, cuenta con extremos ampliamente

separados. Se trata, en definitiva, de una realidad en transformación que resulta del proceso

de expansión del capitalismo a nivel mundial, que abre el riesgo de que se vacíe a la

ruralidad de su contenido agrario, se incremente el empobrecimiento o se aliente la

desaparición de los tradicionales actores sociales del medio rural (Teubal 2001).

31

Los territorios argentinos y mendocinos no permanecen ajenos a la tendencia que se

constata a nivel mundial, pero tanto como aquellos otros, expresan el carácter selectivo con

que avanza el proceso de modernización asociado al avance del capitalismo (Piñeiro 2003).

Si a nivel nacional algunas regiones se dinamizan de la mano de estas transformaciones y

otras profundizan su condición de periferia, la selectividad del proceso se replica en los

espacios interiores de las regiones, afectando con distinta suerte a los diferentes territorios y

actores y generando nuevas situaciones de dinamismo y subordinación. Si en el caso de

Mendoza ya se había advertido que a medida que los oasis crecían y se dinamizaban, los

territorios no irrigados incrementaban sus condiciones de subordinación funcional, una

mirada de detalle sobre los mismos oasis informa que las tendencias modernizantes, no

alcanzan a todos los actores sociales y que, mientras unos ven crecer sus márgenes de renta,

otros ven cada vez más condicionadas sus posibilidades de reproducción social.

Las transformaciones que se sinergizan de la mano de las envolventes dinámicas de avance

del capitalismo producen tan hondas repercusiones en Mendoza que incluso la tradicional

agroindustria vitivinícola, empieza a ser calificada con nuevos epítetos, aplicándose en el

presente el concepto de Nueva Vitivinicultura para sintetizar esta nueva realidad. Con el

auxilio de este concepto se alude al vasto proceso de transformación del sector vitivinícola

tradicional que tuvo lugar entre fines de la década del 80 y a lo largo de la década del 90, a

partir del cual la provincia fue abandonando su perfil de productora de vinos comunes y de

mesa, para proyectarse a los mercados internacionales a través de vinos de alta gama.

Gentileza de Carlos Bau. Viñedos de Mendoza, 2008

En un intento por sobreponerse a mercados saturados de vinos comunes, frente a

consumidores cada vez más volcados al consumo de gaseosas y cerveza, pero al mismo

32

tiempo tentados por las inconmensurables oportunidades que parecían plantear los

compradores del extranjero, los productores locales en asociación con el Estado provincial

encararon acciones decididas hacia la “reconversión” (Bocco y Bubbini 2007; Montaña et

al 2005; Montaña 2003). En el plano nacional estas aspiraciones se veían por su parte

insufladas de esperanza por las políticas de apertura de la economía que encaraba el Estado,

fuertemente preocupado por situar al país en el concierto de los que integraban el primer

mundo.

Sin embargo, aún en un escenario favorable para intensificar la participación en los

mercados ampliados, se planteaban una serie de tareas previas que resultaban ineludibles

para los productores locales, básicamente relacionadas con la necesidad de mejorar los

estándares de calidad de los productos locales para que lograsen seducir a los selectos

públicos del primer mundo.

Como parte de las estrategias de búsqueda de nuevos horizontes de calidad (Goldfarb 2007)

los productores asociados al nuevo proyecto de producción y comercio, suplantaron las

viejas cepas de vinos comunes por otras de menor rendimiento pero de mayor calidad,

incorporaron modernas tecnologías de riego, cultivo y cosecha (riego por goteo, mallas

antigranizo, mejoramiento de las tareas culturales, cosecha mecánica, nuevos sistemas de

conducción; FAO 2007) y comenzaron a sumar a la producción los avances logrados en el

campo de la genética; “… la gestión industrial tiene como norma alcanzar las normas de

calidad impuestas internacionalmente para mantenerse en el mercado interno y encontrar

lugares en el mercado externo. Se esboza también la preocupación por encaminarse hacia

determinadas demandas, normas y demandas de calidad… se intenta establecer

reglamentaciones de marca, indicación geográfica y denominación de origen” (Furlani de

Civil et al 1999a: 140). Concomitantemente, los actores sociales del campo mendocino se

fueron nutriendo de nuevas figuras de perfil profesional, de manera tal que el tradicional

binomio propietario / contratista se nutrió de encargados, administradores e incluso de

especialistas en comercialización e imagen empresarial. Las empresas que lideraron el

proceso de transformación, prontamente impulsaron a sus proveedores independientes a

asumir una dirección análoga, demandándoles uvas de mayor calidad (FAO 2007) que

acompañaran el proceso de fidelización de clientes al que ellas se hallaban abocadas.

33

En forma paralela, los cambios que se registran a nivel internacional a favor de la apertura

de las economías nacionales transformaron a las geografías mendocinas en espacios de

oportunidad para los capitales internacionales, sembrándose de este modo un panorama

mixturado y fracturado donde comienza a constatarse la creciente presencia de capitales y

productores locales, hijos y nietos de los inmigrantes de ultramar y nuevos capitales y

actores de procedencia francesa, española, rusa, chilena o japonesa. De esta manera, si la

estructura social agraria de Cuyo y particularmente de Mendoza, ya resultaba compleja

hacia fines de los años 90 por la confluencia de una variada gama de actores sociales

(Tsakoumagkos et al 2000) el correr del siglo XXI confirmará y profundizará las

tendencias del pasado, sumando además capitales foráneos.

Es un hecho constatado que el ingreso de estos capitales tuvo para Mendoza consecuencias

mucho más allá de la suma de presencias exóticas. En general, las empresas que ingresan,

ya sea que se asocien con empresas locales o se instalen de manera autónoma, promueven

un nuevo proceso de avance de la frontera agraria hacia tierras vírgenes y profundizan las

disputas regionales por el control del agua. Recrudecen, al mismo tiempo, las dinámicas a

favor de la concentración de la tierra irrigada, en la medida en que tienden a sumar

hectáreas dentro de la zona cultivada a través de la compra de propiedades que poseían

derechos de agua pero que no pudieron afrontar las inversiones de capital que imponía el

proceso de reconversión.

“Yo acá tengo 3 ha. con derecho de agua… ¿quienes están aprovechando el

agua? Y… los de arriba13. Tipo gallinero ¿viste? La gallinita de arriba lo que

le hace a la de abajo, pobrecita la gallinita de abajo, queda toda sucia, la de

arriba la hizo trizas, igual nos están haciendo a nosotros… si vas para el lado

de La Paz vas a ver lo que es sufrir. Regamos cuando les sobra agua a los

demás. Me aburrió irrigación14… nosotros íbamos a reclamar agua y para

arriba iban a rezongar de por qué no les cortaban el agua ¿cómo? Acá nos

moríamos de sed y allá pedían que cortaran el agua ¿cómo se distribuye el

13 La expresión los de arriba refiere a los productores situados en la parte alta de la cuenca. El productor entrevistado en este caso se ubica en la cola de la cuenca, Departamento de Santa Rosa, situado en el este de la provincia de Mendoza. 14 Departamento General de Irrigación (DGI)

34

agua entonces?... Cuando nos tocamos el bolsillo se nos llena la cabeza de

tristeza. No hay nada que ande, los grandes siguen siendo grandes y el que es

europeo arma la valija… total, los dólares los sacó afuera… Enajenaron todo,

las mejores empresas las enajenaron todas y las que no las cerraron, las

fundieron. Los mejores capitales son ajenos… (Torres, trabajo de campo,

entrevista a pequeño productor de vides del departamento de Santa Rosa, 2004)

“…Están desapareciendo los chicos y los grandes cada vez más grandes”

(Torres, trabajo de campo, entrevista a contratista de viña del departamento de

Santa Rosa, 2004)

“Esa finca de al lado la administraba yo, venía bien hasta que se vino la

hecatombe económica y bueno, era imposible mantener esa finca, regada a

pozo, con los accidentes climáticos que tenés acá. Es imposible… Para las

heladas estábamos quemando un 0km por noche, en combustible. Llega un

momento que no podes bancarlo más… Claro, el grande tiene espalda para

aguantar dos, tres años. Y no sólo espalda, tiene crédito que es muy importante.

Al pequeño le va mal, no tiene ni espalda ni crédito. Si sigue, es a los

ponchazos, hasta que tiene que abandonar, ya se le vino la cuota de irrigación

y esto y aquello y se fue. Las fincas que están produciendo ahora, son fincas

grandes, las chiquitas que quedan la están peleando. Pero las que están bien

son las grandes, que tienen cómo aguantar” (Torres, entrevista a productor

pecuario de Santa Rosa, 2004)

La tendencia a favor de la concentración de la tierra se visibiliza, por ejemplo, en el

incremento que se produce entre 1998 y 2002 en el tamaño de las explotaciones

agropecuarias. Los datos censales (CNA 1998 y 2002) indican que a nivel nacional y

provincial se produce una caída del peso relativo de las unidades más pequeñas,

acompañado por el crecimiento de las unidades que se ubican en los estratos intermedios.

Si bien algunas provincias registran tendencias contrapuestas, en Mendoza se constata un

aumento en las medianas y grandes explotaciones, al tiempo que una disminución en las de

menores dimensiones.

35

Tabla 3

Cantidad y Superficie del Total de Explotaciones Agropecuarias, por escala de extensión. Comparación 1998 / 2002. Mendoza

Total Hasta 5

ha.

5,1 –

10 ha.

10,1- 25

ha.

25,1-50

ha.

50,1-

100 ha.

100,1-

200 ha.

200,1-

500 ha.

500,1-

1000 ha.

1000,1-

2500 ha.

2500,1-

5000 ha.

5000,1-

10000 ha.

10000,1-

20000 ha.

Más de

20000 ha.

EAPs 28.329 11.600 5.678 5.543 2.437 1.183 609 313 185 266 208 163 91 53 2002

Superficie 6.422.130 29.775 43.484 50.693 87.681 85.032 85.460 98.145 140.498 459.361 768.997 1.174.929 1.259.190 2.098.880

EAPs 33.249 14.147 6.849 6.721 2.755 1.271 564 286 113 155 144 135 70 39 1998

Superficie 5.278.442 35.193 51.911 109.072 98.169 90.168 78.623 86.498 85.816 279.146 546.105 995.672 946.991 1.875.072

Fuente: INDEC (2002), Censo Nacional Agropecuario.

36

En definitiva, el modo selectivo en que se manifiesta el proceso de avance del capitalismo a

nivel local se visibiliza en que, también bajo el imperio de la Nueva Vitivinicultura, se

profundizan las brechas que en el pasado habían dado por resultado una pirámide de

estratificación social muy poco abarcativa. Si de un lado, aquellos territorios que ya habían

quedado situados en condición de periferia, profundizan las tensiones y fuerzas que las

subordinan y se inauguran nuevas situaciones de explotación sobre territorios y actores

que hasta hace algún tiempo no terminaban de quedar prendidos de los márgenes, se

registran fuertes cambios en las condiciones que enfrentan los productores de los oasis.

Bajo el nuevo modelo, se atrae la instalación de capitales foráneos que renegocian el campo

de litigios por el control y monopolio de tierras y cursos de agua; se promueve el ascenso y

consolidación de aquellos actores locales que pudieron invertir para reconvertirse o que lo

hicieron asociándose a los nuevos capitales extranjeros, se induce la quiebra de aquellos que

endeudados años atrás, no lograron realizar estas inversiones y ya no pueden colocar sus

productos en las empresas que integran las fases de transformación y se alienta, para

muchos, el definitivo pasaje de la categoría de pequeño productor a trabajador rural

asalariado.

“Acá el problema es la falta de dinero. Al no haber plata no puedo hacer

nada. Prohibido acceso a los créditos. Porque eso se comió a un montón de

gente: los bancos. Es imposible pagar un crédito, es un riesgo demasiado

grande. Porque vos estás con un cierto porcentaje y cuando te

descuidaste… pedías 10 y devolvías 20 y ya debías 40, llevás los 40 y debías

80 ¿y en que terminó? Terminó el banco quedándose con todo. Nadie pudo

pagar porque nunca terminaba la cuenta. La deuda era cada vez mayor. Me

pasó… tuve un préstamo sin pedirlo, por amistad con el gerente del banco

que me puso en la cuenta un crédito de cosecha y acarreo, yo le dije ¡no lo

necesito! yo trabajo día y noche, ando con lo justito. Me verseó y ¡qué se

yo!... me enchufó el crédito en la cuenta corriente, me parece que eran algo

de 27 millones de los viejos. Eso fue en el 76 creo… bueno, cuando quise

acordar esos 27 millones fueron 400 millones en 4 meses. ¿De dónde iba a

pagar yo? Estaba por ir a Buenos Aires a hacer compras, suspendí el viaje,

pagué y se terminó. ¿Pero el que no lo pudo pagar? Tenía un vecino que

perdió todo, los dos camiones, el auto, el vino de dos o tres años y quedó

debiendo hasta no hace mucho. Arruinaron a medio mundo… Se los

37

comieron vivos. Yo pude pagar, perdí ese viaje para comprar, pero si no, no

iba a salir más. Me quedaba en la calle…” (Torres, trabajo de campo,

entrevista a pequeño productor vitivinícola de Santa Rosa, 2004)

“Para sacar un crédito a través de un banco o lo que sea, está el miedo de

no poder devolver, además siempre tenés que tener una garantía, pero es

más el miedo a no poder devolverlo. El gran empresario tiene su capital,

puede comprar su agroquímico y todo eso… Siempre se ha mantenido igual,

ha pasado lo mismo” (Torres, trabajo de campo, entrevista a pequeño

productor de hortalizas del Valle de Uco, Mendoza, 2004)

“Los grandes se arreglan. El grande siempre es grande, se le tiene miedo,

se le respeta porque es grande. Tiene otras herramientas para arreglarse,

tiene con qué. Vos si sos chico no tenés con qué. Entonces, nadie te da una

mano porque sos chiquito… Se va cerrando el círculo. Hoy cae una

empresa mediana, mañana cae otra. Cae la mediana, cae la chiquita, queda

el obrero sin trabajo…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a pequeño

productor vitivinícola de Santa Rosa, 2004)

El incremento de los requerimientos tecnológicos para alcanzar los niveles de calidad

exigidos por los actores que lideran las fases de transformación y exportación y el aumento

en las escalas mínimas rentables en la producción primaria, que en diez años pasó de 10 a

20 ha. (Gutman 2005: 27) constriñe las posibilidades de negociación de los pequeños

productores e impone que los “beneficios” del proceso de reconversión sólo alcancen a los

grupos más capitalizados.

“… las inversiones de afuera nos han copado de tal forma que en este

momento, una tierra que valía $2, vale 10 veces más. Campos que valían

$1.000 la ha., ahora se habla de U$S 5.000 o U$S 6.000 la ha. pelada. Vos

no podés tener el mismo acceso que un tipo que viene de afuera con

dólares… nosotros recién ahora estamos sacando la cabeza…” (Torres y

Pastor, trabajo de campo, entrevista a productor vitivinícola del oasis norte

de Mendoza, 2007)

“El principal problema es de costos. La empresa que no tenga

conocimientos, pero que tuviera medios para hacerlo… la información está

en Internet, en cualquier lado. Así que la cuestión está en la plata, es mucha

38

plata… El que tenga la plata para hacerlo, contrata… Nosotros hemos

hecho viajes y estamos entre las empresas de avanzada…. En temas

generales tenemos durante todo el año cursos de capacitación, se contrata a

gente. En los temas técnicos viajamos a otros países, a donde nos interesa,

no hacemos viajes que organiza el gobierno, viajes tipo políticos, así no…”

(Torres y Pastor, trabajo de campo, entrevista a productor del norte de

Mendoza, 2008)

Sumado a ello, los pequeños productores no se hallan en condiciones de realizar los

ajustes en la producción al ritmo que plantean las nuevas demandas y, a pesar de sus

esfuerzos, no pueden desembarazarse de los signos de atraso que los excluyen de los

circuitos comerciales de mayor dinamismo. Sin embargo, contrariamente a la idea

según la cual los pequeños productores se ven impedidos de acomodarse a los cambios

por las ataduras que aún los vinculan a modalidades de producción de tipo tradicional,

los datos de campo permiten advertir que su escasa capacidad de adaptación es una

consecuencia de las diferenciales fuerzas con las que deben pujar. No se trata entonces

de ataduras explicables en términos psicológicos o culturales, sino de campos de

disputa económica que definen centros y periferias tanto como dinámicas de

subordinación funcional.

“Cuando teníamos uvas tintas, había que poner de las blancas, pusimos de

las blancas y había que poner de mesa, pusimos de mesa y volvieron a las

tintas. Ponemos las tintas y el blanco de nuevo… ¿hasta cuando la joda de

los grandes? Y esto se hace a fuerza de publicidad, a base de consejos que

le cambian el paladar a la gente y eso lo sufre el pobre chiquito. Porque el

grande siempre tiene crédito, pagan cuando se les da la gana ¿y nosotros

que? Yo no arranco más nada ni planto más nada” (Torres, trabajo de

campo, entrevista a pequeños productor vitivinícola de Santa Rosa,

Mendoza, 2004)

Ahora bien, más allá de la desmesurada atención que en Mendoza se da a la

vitivinicultura, los cambios que se registran con el correr de los años 90 no se agotan en

esta actividad y, a ritmos diferenciales, dejan ver sus efectos sobre otras actividades

agrícolas. Si bien en términos comparativos la bibliografía existente es sensiblemente

menor que la referida a la industria madre, algunos autores indican –y los datos de

campo confirman- que también en la producción de frutas y hortalizas se asiste a un

39

proceso sostenido de tecnificación y búsqueda de calidad, como condición previa para

proyectarse al mercado internacional (Furlani de Civil et al 1999a).

Diversas imágenes de emprendimientos frutícolas del oasis centro de Mendoza (2008)

En el caso de la producción de ajos se observa, por ejemplo,

que aún cuando se trata de una actividad cuya historia data

por los menos de la década del 70, hacia los años 90

comienza a experimentar fuertes transformaciones asociadas

al ingreso de nuevas tecnologías y, fundamentalmente, a la

introducción de cambios en la organización de los procesos

de producción y trabajo. Además de la incorporación de

tecnologías que facilitan la selección y clasificación del

producto (tamañadoras) se constata una fuerte tendencia a

favor de la integración de sectores dentro de la actividad.

Hacia mediados de la década del 90, Furlani de Civit (et al

1999b) destacaba que la producción de ajos se caracterizaba

por vincular a una amplia red de actores, desde empresarios

Empresa del rubro ajos, Oasis Norte de Mendoza

(2008)

40

altamente capitalizados y vinculados al mercado internacional, hasta inmigrantes

golondrinas que tomaban a su cargo las actividades estacionales de cosecha y pelado del

producto. Al interior del modelo, un lugar de absoluta centralidad lo ocupaba el

empresario ligado a los empaques, dado que concentraba los canales más directos hacia

la exportación. Los resultados alcanzados en el curso de la presente investigación

constatan estas tendencias y suman datos complementarios que permiten identificar la

importancia creciente que en esta actividad ha adquirido la instalación de capitales

extranjeros.

Empresa del rubro ajos. Oasis Norte de Mendoza (2008)

A diferencia de la actividad vitivinícola, los capitales extranjeros vinculados a la

producción de ajos provienen de países importadores que mediante la compra y puesta

en producción de tierras en Mendoza y siempre reservándose el control sobre las fases

de comercialización / exportación, aumentan sus capacidades de controlar un mayor

número de eslabones dentro de la cadena de producción. Se trata, en su mayoría, de

productores brasileros que adquieren tierras ubicadas en los oasis de Mendoza, ya sea de

manera autónoma o asociándose a productores locales que ya poseían grandes

extensiones de tierra y que, en general, tenían experiencia en la actividad. De manera

complementaria, algunos productores locales que ya poseían el control sobre la siembra,

se orientan en sentido inverso, es decir, colonizando la actividad de empaque para desde

allí incrementar sus posibilidades de controlar el proceso productivo hasta las fases de

exportación. Adosado a ello, se constata la actualidad de las tendencias identificadas por

41

Furlani de Civit (et al 1999b) hacia fines de los años 90, relacionadas con la existencia

de crecientes procesos de integración en la cadena de producción y comercio que se

sustancian en la asociación de grandes, medianos y fundamentalmente, de pequeños

productores, con empacadoras (Furlani de Civil et al 1999b). En este sentido, más allá

de que los propietarios de empaques entrevistados posean extensiones variables de tierra

en producción, es común que incrementen los volúmenes disponibles mediante la

adquisición de la producción lograda por los pequeños productores del ramo,

reservándose sin embargo la capacidad de fijar los precios finales. “Esta propiedad

pertenece a mi padre… son 10 hectáreas, él se dedica a lo que es el agro, lo que es

plantación de ajo, papa, todo lo que es hortaliza. El es boliviano, cuando se vino tuvo

dos temporadas trabajando en la zafra, en Tucumán, después llegó a Mendoza y se

quedó… Era obrero de jornal, no conocía nada del tema, hasta que aprendió y de ahí

ya es contratista. Ahora tiene esto y además es contratista, desde Mayo empieza a

trabajar lo que es el contrato hasta que levanta la cosecha que es en marzo más o

menos. Lleva las dos cosas a la par…

En el cultivo del ajo necesitas una cierta cantidad de agua por semana y

acá falta muchísimo el agua, tampoco tenemos pozo, tecnificar no se puede,

es imposible. La falta de agua, las tierras que tenés que abonar… entonces,

la mercadería tampoco es la misma.

Acá se hace papa y ajo, más que todo. El ajo se exporta después a Brasil,

China, a Estados Unidos se está mandando. Pero la mayoría de la

exportación es para Brasil, tanto el ajo como la papa se vende a los grandes

acopiadores, que acá serían dos. O sea, estas dos empresas son las únicas

que te compran la mercadería y la exportan directamente. Mi viejo le vende

el ajo al mismo hace cinco años… te paga todo al contado, vos le entregas

la mercadería y a los 30 días ya te facturan todo, es la más confiable… y él

lo exporta todo. Lo trabaja, lo corta, lo empaca y lo exporta todo a Brasil.

Por ejemplo este año, el ajo en verde se pagó $0,30 el kilo. Ahora,

totalmente en seco, está en $0,80. El acopiador, una caja de 10 kilos puesta

en Brasil la tiene que estar entregando en 16, 17 dólares, que acá sería $43,

le hablo de un ajo 5… Y él tiene un costo de $6 por caja, en comprar el ajo,

trabajarlo y cargarlo. Puesto allá en Brasil debe tener un costo de $8 ó $10

por caja. O sea que ¿cuánto le queda por caja?… ¡Si nosotros pudiéramos

42

hacer eso! pero no podés, eso lo hacen los empresarios más grandes. Acá

el pequeño tiene que estar si o sí en la obligación de venderle a esta gente”

(Torres, trabajo de campo, entrevista a pequeño productor de hortalizas del

Valle de Uco, Mendoza, 2004)

También dentro de esta actividad se observa la tendencia a lograr mayores estándares de

calidad en los productos locales, como paso previo ineludible para mejorar las

condiciones de negociación en el mercado ampliado. Los datos disponibles informan

que en Mendoza se constata un aumento en los rendimientos obtenidos por hectárea y

en los calibres promedio alcanzados en el producto. Mientras los rendimientos por

hectárea se incrementaron de 12,9 t/ha a 15,03 t/ha en los últimos períodos agrícolas

(2007/2008 – 2008/2009) los calibres 6 y superiores aumentaron 23.000 tl (IDR 2008a).

A un ritmo absolutamente menor, la producción de zanahorias también intenta encontrar

espacios en el mercado internacional, aspiraciones que igual que en los otros casos,

marcan la necesidad de introducir tecnologías que hagan posible incrementar los

volúmenes de producción.

Lavadero de zanahorias, Mendoza (2009)

43

Ahora bien, si de un lado las transformaciones que están teniendo lugar en Mendoza

impusieron la necesidad de realizar esfuerzos por acercar los productos regionales a los

estándares de calidad de los mercados ampliados, en el caso de la vitivinicultura las

mejoras en las variedades implantadas y en las tecnologías aplicadas al proceso

productivo no bastaban, cuando menos ante la evidente necesidad de competir con otras

regiones del mundo, también productoras de vino, que surcaban un proceso análogo de

mejora en la calidad y, muchas de las cuales, contaban con mejores condiciones de

partida para incorporarse a los mercados ampliados.

Una lectura atenta a las tensiones externas y a las posibilidades de la producción local,

llevó a los productores locales y a los recientemente ingresados productores externos a

dotar a los productos de bondades superlativas, capaces de distinguirlos y diferenciarlos

de productos de similares características que tenían origen en países de igual o mayor

tradición vitivinícola que Argentina (Australia, Chile, EEUU o incluso Francia).

Advertidas estas necesidades, los productores de la región empiezan a recurrir a una

serie de marcas, imágenes y valores que enfatizan la autenticidad y singularidad de los

productos apelando a la puesta en valor de las riquezas naturales y humanas del terruño.

“… a través del tiempo nos dimos cuenta de que el vino tiene un valor

supremo que es la autenticidad. Cuando yo quiero un vino, quiero que tenga

que ver con un clima, un suelo, una variedad, con la gente. El vino no es un

producto industrial y, finalmente, ni siquiera es el vino mismo, es una

interacción, cuando uno bebe vino siempre hay mucho de uno, con quién,

cuándo, dónde, son muchas cosas que hacen que un vino sea memorable.

Por eso debíamos hacer cosas con el valor de la autenticidad. Si hacemos

algo es porque tiene que ver con nuestra historia, con nuestro suelo, con

nuestra gente… no bastaba con hacer cosas copiándolas de otros modelos

vitivinícolas” (Torres y Pastor, trabajo de campo, entrevista a productor

vitivinícola de San Martín, 2005)

Si bien es claro que la retórica emergente hacia los años 90 apela a la tradicional

simbología de “pureza” de Mendoza, es decir a aquella que a lo largo del tiempo ha

exaltado el valor de lo natural como sinónimo de prístino no contaminado, es también

evidente que se sirve de una serie de imágenes y de un conjunto de valores de claros

contornos humanos. Los actores sociales de la Mendoza del presente, particularmente

de aquellos productores asociados a la Nueva Vitivinicultura recuperan imágenes de

44

profundo sentido ancladas en el pasado heroico de la inmigración y re-insertan otras,

relativamente olvidadas e incluso quizá censuradas, que ahora aportan valores asociados

a lo indígena y al desierto, pretéritos actores y paisajes negados en las imágenes

mendocinas. Lo indígena como aporte al vino o lo árido como sinónimo de lucha no

pasada sino presente, empiezan a incorporarse en estas nuevas narrativas, quizá porque

suman contenido tradicional a productos de que otro modo, podían quedar presos en el

cepo de lo masivo.

“… La empresa tenía que empezar a producir vinos de calidad embotellado en

el mercado interno y quería buscar una identidad… Entonces… se decidió

hacer una marca de vino embotellado que nos identificara como productores

de vino del desierto. No mentir, no decir producimos malbec de Luján cuando

no estamos en Luján, no tenemos las noches frías de la zona alta del Valle de

Uco, no estamos en el sur, no estamos en Neuquén, no estamos en La Rioja.

Estamos en el desierto… Entonces se pensó en algo que relacionara el

proyecto con el desierto… se hizo un concurso interno anónimo con el

personal de la empresa y a uno se le ocurrió un nombre que ya venía sonando

también en la parte de marketing. Querían hacer esto del concurso para decir

“veámoslo con la gente”… y, bueno… surgió este nombre que nos relaciona

mucho con el desierto, con la historia de la zona. Un poco la historia de cómo

defendemos día a día la agricultura en el desierto, que no es fácil” (Torres y

Pastor, trabajo de campo, entrevista a profesional de emprendimiento

vitivinícola local asociado a capitales extranjeros, 2007)

En general, el análisis de los datos construidos con el curso de esta investigación y de

algunas que la antecedieron, indican que estas narrativas aportan fuertes contenidos al

marketing vitivinícola, promoviendo la integración de la industria madre de la región (la

vitivinicultura), de sus productos (el vino), sus inagotables y valiosos recursos naturales

(sus prolijos campos de vides y sus cordilleras nevadas nacientes de aguas puras), el

aporte tesonero de la inmigración y la cultura del agua y del trabajo que –según la

retórica dominante- introdujeron los inmigrantes. Alineados a estas imágenes, parte de

la historiografía mendocina ha dotado de argumentos a estas narrativas, colaborando en

construir la idea de un paisaje rural no atravesado por la lucha de clases y enteramente

volcado a la feliz producción de productos tradicionales pero modernos.

45

“Mendoza es el país del vino… La

vitivinicultura constituye el elemento en el

cual se desenvuelve la vida política, social y

cultural de Mendoza. Es como el líquido

amniótico de la provincia. Mendoza vive

como sumergida en este elemento, como el

ave en el aire y el pez en el agua. La cultura

del vino lo impregna todo en Mendoza. El

paisaje vitivinícola es la clave de la historia

de esta provincia” (Lacoste 2004:59)

En definitiva, se refuerza de continuo una ilusión de prosperidad, prolijidad y trabajo

que fue la misma que años atrás había sido funcional a la invisibilización de ciertos

territorios y actores sospechados de “portar rasgos menos blancos, progresistas y

modernos” y que fue la misma que dio bases criollas e indígenas a la pirámide de

estratificación social del agro de Mendoza.

Ahora bien, más allá de la alta capacidad que estas construcciones poseen para atraer

compradores internacionales, no puede soslayarse el hecho de que se trata de un pasado

mítico reconstruido y ajustado a las demandas de consumo, que no por eficaz se libra de

contradicciones. A medida que se ajusta el lente, los datos de la realidad se oponen a los

deseados por el discurso de la Nueva Vitivinicultura y llegan a su punto más crítico

cuando las transformaciones que acontecen en el agro se analizan a través del tamiz

analítico que brindan sus contornos más humanos.

De manera contrapuesta con la imagen de éxito que la provincia proyecta de sí en el

escenario nacional e internacional, Mendoza no parece ser fruto de la perfecta

aplicación de la Teoría del Derrame, al menos en la medida en que algunos datos

alientan la sospecha de que por un carril en imperfecta paralela, el éxito de algunos se

corresponde con el agravamiento de las condiciones de vida y trabajo de los pequeños

productores y trabajadores rurales.

46

“…Yo gracias a Dios ya estoy para jubilarme, pero yo veo todo esto ¿y sabe

lo que veo? El futuro de los pobres que vienen atrás. ¿Qué les queda a mis

hijos, a mis nietos si tienen que venir a caer acá como medio para poder

subsistir. No hay nadie que pueda decir ¡momentito!, ¡esto se termina!

Decirles a esos señores, que parece que fueran feudales, que parece que

viven un siglo para atrás en su proceder, no en su nivel de vida que ellos

disfrutan…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a empleado rural de Santa

Rosa, 2005)

Claro está que estas tendencias no son propias de esta región y que se han documentado

en otros territorios nacionales y de América Latina, donde se observan tendencias de

signo similar. De acuerdo con Kay (1997) el modo en que el avance del capitalismo

afecta a la fuerza de trabajo agraria se expresa en una serie de procesos

interrelacionados, dentro de los que destacan el crecimiento de los trabajadores

asalariados, el aumento del trabajo temporario y estacional, la feminización de la fuerza

de trabajo estacional y la urbanización de los trabajadores rurales. Por su parte, Piñeiro

(1997) indica que se registra en los últimos años un aumento de la PEA rural que

desempeña actividades no agrícolas (Acosta Reveles 2006) y otros suman que se ven

progresivamente afectadas las condiciones de ocupación y los tipos de trabajadores

involucrados, que se generan cambios en las relaciones laborales, en los procesos de

reclutamiento de los trabajadores e, incluso, en la gestión de la mano de obra (Neiman y

Quaranta 2000). En palabras de Pedone “la pregonada liberalización de los mercados

es sólo aparente en el ámbito laboral (Benencia et al 1996). Allí permanecen intactos

los mecanismos de regulación para mantener los salarios bajos, puesto que se trata de

reducir preferentemente los costos de este factor con el fin de poder competir en

segmentos más amplios de los mercados, sin afectar la alta rentabilidad. Para el

trabajador campesino o para el pequeño productor, estas nuevas condiciones de

trabajo implican formas más precarias de asalarización en la mayoría de los países del

continente” (Pedone 2000: 53)

En este contexto, los emprendimientos agroalimentarios de América Latina y Argentina,

dotados de tecnología de punta y capaces de generar productos de alta calidad, coexisten

con amplios procesos de flexibilización y precariedad laboral, que atentan contra las

posibilidades de los grupos más vulnerables de reproducirse socialmente, agravando las

ya complejas condiciones de pobreza del pasado (Giarraca 2000; Teubal 2001; Bendini

47

y Steinbreger 2005) y/o imponiendo nuevas condiciones de informalidad y pobreza

(Manzanal 1995).

A coro con las tendencias que se constatan en otras geografías, también en los espacios

agrícolas de Mendoza los actores sociales arquetípicos del pasado se reorganizan al

compás de nuevas formas de contratación del personal que combinan lo viejo y lo

nuevo, pero que conservan inmutables o incluso agravan, las brechas entre pobres y

ricos. Autores de reconocida trayectoria que vienen analizando el caso de Mendoza han

indicado que la constante búsqueda de mayores niveles de calidad y la introducción de

tecnologías en las fases de producción y transformación imponen el surgimiento de

nuevas demandas de calificación en la mano de obra que, en algunos casos, se traducen

en una disminución en las demandas de trabajadores menos calificados y estacionales

(Bocco y Dubbini 2007, FAO 2007). Comparadas con los emprendimientos de perfil

más tradicional, las explotaciones que se reconvierten hacia la producción de uvas finas

reducen en un 20% sus requerimientos de mano de obra, reducción que por su parte se

concentra en los trabajadores de menos calificación (Barsky y Fernández 2005; FAO

2007). Por su parte, los pequeños productores dedicados al cultivo de frutales tienen en

el presente mayores dificultades para colocar sus productos en los sectores de mayor

dinamismo y quedan presos de vender su producción a bajos precios a las industrias

procesadoras. La falta de financiamiento y acceso al crédito, junto a los altos niveles de

endeudamiento que estos sectores ya registraban, hacen verdaderamente difícil

sobrevivir en las nuevas condiciones (Gutman 2005: 25) situación que finalmente

termina por explicar la tendencia a profundizar los perfiles de pluri-actividad o a vender

sus propiedades y emigrar a las ciudades.

“…Yo aconsejo no poner más parrales, poner espaldero y poner una

máquina cosechadora. La máquina cosechadora me cosecha 5 o 6

hectáreas diarias y un solo empleado… con el método tradicional, calculo

que serán 40 personas dos días y, si no son tucumanos, más… En cambio,

con una máquina cosechadora con aire acondicionado, CD, un vago arriba,

hasta yo la puedo manejar y listo, como en Europa. Ponemos tecnología

chau mano de obra, sigan en la pobreza o en la indigencia. Se achica la

torta, hay gente que queda excluida. Pero tampoco esa gente se preocupa

mucho. Voy, me gasto U$S 200.000 y lo amortizo en 3 años” (Pastor,

48

Cartier y Torres, trabajo de campo, entrevista a gran productor vitícola de

Santa Rosa, 2004)

En definitiva, tanto los antecedentes consultados como los datos construidos en campo

señalan que aun cuando el agro argentino y mendocino surcan un complejo proceso de

transformación, que propicia mayores diálogos con el mercado ampliado, se trata de un

proceso que afecta de manera variable a los diferentes actores sociales. Mientras unos

ven crecer los márgenes de renta por el ingreso de divisas extranjeras, otros profundizan

las condiciones de reproducción dependiente que ya en el pasado condicionaban sus

posibilidades de permanencia.

4- Encuentros y desencuentros en el agro de Mendoza, el mundo del trabajo desde

la mirada de sus actores…

Si bien es claro que en Mendoza crecen las investigaciones interesadas en el análisis de

las transformaciones asociadas a la Nueva Vitivinicultura (Montaña 2003; Goldfarb

2007; Richard Jorba 2008) y aún valorando que se están realizando esfuerzos sostenidos

por comprender de qué manera estos procesos permean el mundo del trabajo (Neiman y

Bocco 2001; Neiman y Blanco 2005) los conocimientos disponibles hasta el momento

muestran algunas limitaciones, particularmente referidas a que en general no se ha

logrado conocer cómo y bajo qué condiciones se producen los encuentros entre

oferentes y demandantes de mano de obra en estos campos de disputa. En el marco de

qué fuerzas los trabajadores del agro de Mendoza afrontan su reproducción social, cómo

estos grupos perciben al sector patronal y de qué manera los trabajadores son percibidos

y calificados por los sectores demandantes de empleo, constituyen ejes de análisis que

probablemente deban ser revisados con mayor atención. Con el objetivo de describir

estos procesos de encuentro, el apartado que sigue da cuentas de los resultados

alcanzados en torno a tres categorías de análisis, cuya centralidad y relevancia se ha

puesto de manifiesto a lo largo del proceso de investigación.

Al respecto, los datos de campo informan que los mecanismos por medio de los cuales

se registra la contratación de personal rural en el agro de Mendoza son, cuando menos,

de tres tipos diferentes15. De un lado, las formas de contratación que suponen el

15 Una categorización de signo similar registran Giarraca et al 2000 para el caso de Tucumán. Sin embargo, a diferencia de estos autores, la alusión a cooperativas de trabajo en el caso de

49

reconocimiento de un vínculo laboral diádico entre un empleador y un empleado aún

cuando éste pueda ser un trabajador rural a tiempo completo o parcial, registrado o no

registrado; la contratación que se sirve de las figuras del contrato o de la mediería16, es

decir, que reconocen un vínculo diádico pero ya no entre un empleado y un patrón sino

entre un propietario y un mediero o contratista entre quienes se fijan porcentajes y

volúmenes de producción y, finalmente, la contratación que se realiza por

intermediación de un actor tercero, que bien puede ser una cooperativa de trabajo, una

agencia de selección de personal o incluso un cuadrillero, donde se rebasa el vínculo

diádico característico del primer grupo para dar paso a una conformación triangulada.

Aún al interior de esta tipología inicial, parecen coexistir en el agro de Mendoza

mecanismos de contratación del personal de larga prolongación temporal junto a

mecanismos más novedosos, que irrumpen y se extienden con el correr de los años 90

(Aparicio et al 2004). Si de un lado se registra la importante presencia de figuras

“típicas” para Mendoza como son los contratistas de viñas y frutales, medieros e incluso

cuadrilleros que funcionan como reclutadores de mano de obra temporaria, los procesos

de reestructuración que se suceden hacia los años 90 inducen cambios en los

mecanismos de contratación, que se hacen particularmente visibles en la creciente

importancia que han adquirido las agencias de selección y contratación de personal

temporario y de “cooperativas de trabajo” de existencia legal no real. Esta situación no

es privativa de Mendoza y ha sido documentada en otras provincias argentinas y en

torno a actividades agrícolas que sobrepasan las que aquí tienen lugar (Bendini y

Gallegos 2002).

De manera sobreimpresa a estas categorías, las actividades del agro de Mendoza pueden

también organizarse en virtud de las principales ramas en torno a las que se despliega la

producción, que por su parte se relacionan con las diferentes estrategias de contratación

de mano de obra que se mencionan más arriba. Es decir, los mecanismos de

Mendoza refiere, no a esfuerzos asociativos de pequeños y medianos productores, sino a cooperativas pensadas para eludir la legislación laboral que más bien funcionan como proveedoras de mano de obra. 16 De acuerdo con Pedone es común que se tomen por sinónimos la figura de la mediería y aparecería, para aludir a un contrato entre las partes para la utilización de los factores de producción (tierra, trabajo y capital) según un aporte proporcional de cada una de ellas y la repartición de productos o utilidades finales (2000: 49). La misma autora indica y los datos colectados ratifican que la mediería, es decir una repartición en mitades, es muy poco frecuente en los hechos. Aún haciendo esta salvedad, en el presente trabajo se reservará el uso de este concepto dado que es así como presentan esta figura los informantes.

50

contratación de mano de obra –trabajador rural, medieros y contratistas y, trabajadores

vinculados a tercerizadoras o “asociados” a cooperativas de trabajo- se re-escriben en

virtud de la rama de la actividad en la que se encarnan y, desde allí, exponen nuevas

particularidades.

En las fases de producción, las actividades vitícolas ligadas a viñas y parrales, permiten

constatar la presencia simultánea de contratos de viña y peones rurales, en particular en

lo que respecta al personal de carácter permanente. Algunos propietarios de tierras y

viñas establecen contratos de viña con uno o más contratistas que asumen las labores

culturales, mientras en paralelo el contratista y/o propietario pueden contratar personal

permanente o transitorio para diversas actividades, pero ya bajo la forma de peones

rurales. El contrato de viña supone el cobro de un salario mensual y una participación

sobre la producción que se resuelve en la época de cosecha.

“… A nosotros nos dan el 15%, los trabajos del tractor los hacen ellos.

Imaginate si nos cae una granizada a nosotros nos perjudica mucho…Y no

te creas que el sueldo del contratista es mucho, son $27 por ha. Yo con 4

hijos saco más en salario que el trabajo de todo el mes… Por mes estamos

en $248 con monedas… Tenemos obra social, pero con descuento y todo

nos queda esa plata…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a contratista de

Santa Rosa, Mendoza, 2004).

Siempre dependiendo el grado de

capitalización de la explotación y de los

mercados a los que se orienta, los períodos

de cosecha completan sus dotaciones de

personal permanente con personal

temporario que puede ser incorporado con

la intermediación de cuadrillas o agencias

de selección de personal transitorio. Los

datos de campo, plenamente respaldados en

técnicas cualitativas, se orientan a mostrar

que más asiduamente los grandes

propietarios vinculados a las fases de

exportación reclutan trabajadores

51

temporarios mediante agencias de selección del personal, antes casi exclusivamente

orientadas a la selección de personal de perfil ejecutivo.

“Nosotros ahora llegamos a las 350 ha., el proyecto general es llegar a

750 hectáreas dedicadas a viñedo, en 10 años. El resto para bodegas y

caminos… Nosotros somos 16 personas permanentes. Después están los

trabajos puntuales como cosecha, poda, son trabajos que no pueden

extenderse de ciertos plazos. De acuerdo a cómo evolucione el trabajo se

contrata gente temporaria. En vendimia estamos contratando en forma

temporaria unas 6 personas más y también tenemos en la parte temporaria

el etiquetado y para la cosecha, nosotros hacemos una selección manual

que está ocupando 45 personas en un lapso un mes, más o menos… El año

pasado y este, hemos trabajado con Manpower. Ellos se encargaron de

contratar todo” (Torres, trabajo de campo, entrevista a personal jerárquico

de una empresa vitivinícola de capitales franceses radicada en el oasis centro

de Mendoza, 2004)

Con la intermediación de estas agencias, las empresas se abastecen de la cantidad de

trabajadores que requieren, en el tiempo exacto en que deben dar inicio a las actividades

de cosecha, escapan a la puja que se produce en el mercado de trabajo local, reducen

riesgos y evitan establecer vínculos laborales directos con los trabajadores.

“Nosotros estamos en Argentina hace 40 años… en la actividad vitivinícola

abarcamos desde un obrero de viñas hasta la selección de un gerente

general…Yo veía que regularizar a la gente del agro era beneficioso no

sólo para las empresas sino también

para la gente… Como la empresa tiene

más de 50 sucursales en el país tenemos

centros de reclutamiento de personal

golondrina, se los recluta, se les

regulariza su situación de papeles, se los

pone arriba de un ómnibus, vienen,

trabajan y se vuelven… La gran ventaja

que tenemos nosotros es que a esta

persona se la puede ir rotando, se la

puede poner acá, acá, acá… mucha gente que viene a trabajar acá estuvo

52

trabajando antes en semillas… esa capacidad de rotar y de logística nos

permite más eficiencia que los cuadrilleros… yo he vivido el problema… los

cuadrilleros, que conocen a la gente, les pagan como quieren… las

empresas que han trabajado con nosotros les ha salido más barato que con

los cuadrilleros… ya hoy, las empresas saben que cuando van a tercerizar

ellos son responsables, entonces eso hace que nosotros tengamos mucho

éxito en cuanto al reparo legal, hace que los cuadrilleros pierdan poder…

nosotros hacemos lo mismo que los cuadrilleros pero más profesional y más

legal… no queremos cambiar el modelo, lo único que estamos haciendo es

regularizarlo y que estos cuadrilleros respondan a nosotros y no a si

mismos…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a personal jerárquico de

una empresa de selección de personal temporario, Mendoza, 2004)

La producción de frutales expone una situación similar. Se registra la presencia

simultánea de contratistas de frutales y de obreros o peones rurales, donde estos últimos

pueden ser contratados en forma directa por el propietario o por el contratista que ha

tomado a su cargo el despliegue de la producción. Complementariamente, en las épocas

de cosecha es común que se recurra a la contratación de cuadrillas que quedan bajo la

supervisión del productor, del encargado de la explotación o incluso a veces de los

mismos cuadrilleros. Éstos últimos organizan la mano de obra temporaria, vinculan

oferentes y demandantes de empleo y se benefician de un porcentaje de la producción

de los trabajadores que tienen a su cargo. Los datos de campo indican además que

algunas pequeñas explotaciones se ven incapacitadas de asumir los costos que impone

el uso de cuadrillas, por lo que es relativamente común que intensifiquen el uso de

mano de obra local, siempre no registrada y a veces nutrida de parientes y vecinos.

En las actividades agrícolas ligadas a la producción de hortalizas se registran situaciones

diferentes. Algunos productores, en general a través de encargados o administradores, se

reservan la conducción de la empresa y recurren a la contratación directa de

trabajadores rurales para las diversas actividades, permanentes o estacionales, que

demanda la actividad. En otros casos, los propietarios se sirven de la figura de la

mediería, es decir, de la entrega de parcelas, agua, vivienda y, a veces, herramientas de

trabajo a un mediero que, por su parte, aporta la fuerza de trabajo que permite el

despliegue de la producción. Además de comprometer el trabajo de todo el grupo

familiar y dependiendo del grado de capitalización del mediero, en las épocas de

53

cosecha puede recurrirse a la contratación de personal temporario, tanto de los que

habitan en los alrededores de las explotaciones como de inmigrantes organizados por

cuadrilleros. En ambos casos, la contratación de personal transitorio para las actividades

de cosecha depende de la extensión cultivada, de la suerte que ese año corrió la

producción y del grado de capitalización del mediero (Pedone 2000). Al mismo tiempo,

en la medida en que los arreglos con los propietarios no siempre resultan beneficiosos

para los medieros y facilitado porque la actividad combina picos de alto requerimiento

de trabajo con períodos de baja actividad, en muchos casos los medieros asumen

perfiles pluriactivos, visibles en el empleo a tiempo parcial en otras explotaciones.

“… Acá, con chacra son cuatro hectáreas y lo otro con parral. Estoy por

porcentaje… la chacra es terrible, a veces no vale y no se gana ni para el

yerbiado. El trabajo lo hago todo yo, él pone los gastos y yo trabajo… Si se

arrancan 100 surcos son 30 para uno. Algunos patrones ni eso te dan ya, te

dan el 25 o menos. Cuando me queda un ratito me voy a los vecinos,

arrancar ajo, granja, algunas cosas, de todo, trabajos al día” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a mediero del rubro hortalizas, San Martín,

Mendoza, 2004)

“…Trabajo con él (esposo) en la chacra… los niños y yo… todos juntos…

pero cuando hay trabajo, cada vez hay menos… ese es el problema…”

(Torres, trabajo de campo, entrevista a mujer de Bolivia, esposa de mediero,

1999, citado en Torres 2005)

Una actividad con seguridad insuficientemente analizada a nivel regional es la

producción de ladrillos, que también se despliega en los espacios rurales de Mendoza.

En este caso, los datos indican que la actividad también se sirve de medieros pero

nombrados ahora como horneros. Es decir, el propietario de la tierra establece contratos

de mediería con uno o más productores encargados de hornos (horneros) minimizando

riesgos, trasladando pérdidas y eludiendo los costos de la contratación directa de

fuerza de trabajo (Pedone 2000). El mediero no sólo intensifica el uso de la fuerza de

trabajo de su propia unidad sino que demanda mano de obra de peones rurales, con

quienes se establecen relaciones salariales directas. Con los trabajadores que se

incorporan, el pago se computa indefectiblemente a destajo, de manera que pesa sobre

los trabajadores la premura de obtener altos rendimientos en poco tiempo. En un alto

número de casos, esta situación explica que colaboren en las tareas varios miembros de

54

los grupos domésticos de los trabajadores, en especial niños y mujeres. Estas

observaciones ratifican las consideraciones de aquellos autores que ven en la mediería

(nunca computada en reparticiones por estrictas mitades) “el medio más adecuado para

incentivar la maximización del esfuerzo del trabajo” (Rivera 1987, Rodríguez Borray

1991, Benencia 1994, Posada 1996 en Pedone 2000). Al igual que en la producción de

hortalizas, los productores dedicados a la producción de ladrillos se presentan como un

grupo heterogéneo, pudiéndose distinguir cuando menos dos grupos en base al grado de

capitalización que han ido logrando. Grandes y pequeños horneros se diferencian

básicamente porque los primeros han logrado acceder a la compra de camiones y/o

herramientas de trabajo que luego les permiten pujar por mejores condiciones frente a

los propietarios de la tierra17.

“… Ellos necesitan gente que les hagan ladrillos

y bueno, ellos me ponen a mi y ahí depende…

hacemos el trato, depende de lo que quedemos de

acuerdo. O ellos me compran las cosas, me ponen

las herramientas o yo compro todas las cosas y

ahí saco el porcentaje… el 40% si ellos ponen

todo y yo pongo la mano de obra nada más, el

80% si yo pongo todo lo que hace falta, yo

cobraría el 80% si pongo la leña, viruta, la gente,

todo” (Torres, trabajo de campo, entrevista a

hornero de Lavalle, Mendoza 2008).

Para terminar, la actividad vinculada a la madera y

aserraderos en general se surte de obreros rurales

contratados en forma directa por el propietario,

aunque ya en las fases de transformación (cajones,

pulgadas, palets, entre otras) emerge con mayor

asiduidad, la figura de las cooperativas de trabajo.

17 Varias imágenes. Trabajador de un horno de ladrillos (Mendoza, 2008). Instalaciones de un aserradero de Mendoza (2008).

55

En la fase de transformación de los productos, aparecen en Mendoza las figuras

arquetípicas de las bodegas y de los empaques de frutas, ajos y hortalizas, cada uno de

los cuales maneja mecanismos de contratación de la mano de obra diferentes entre sí,

pero siempre dentro de alguno de los grupos que se mencionan al inicio del apartado.

En este sentido, si en el caso de las bodegas es más común constatar la presencia de

trabajadores asalariados, tanto permanentes como transitorios, algunas veces a cargo del

empleador y otras veces de agencias de selección de personal temporario, en los

empaques de frutas y hortalizas –aunque no sin excepciones- parece predominar el

personal temporario contratado en forma directa por el propietario, mientras en los

empaques de ajo adquieren cada vez mayor presencia las cooperativas de trabajo. Unos

y otros empaques, tanto como el sector bodegas, se proveen de productos de sus propias

explotaciones pero también de una amplia diversidad de medianos, pequeños

productores y medieros que no alcanzan las fases de transformación. Finalmente, los

galpones de empaque plantean demandas sostenidas de envases para sus productos que

vienen a satisfacer quienes participan del rubro de la madera.

Así las cosas, al interior de procesos de mayor envergadura y bajo la acción de campos

de fuerza que rebasan con creces a la región, los productores analizados muestran un

recorrido complejo que al mismo tiempo que adapta el perfil propio a las demandas y

constricciones externas, valora las particularidades que asumen las diferentes

actividades productivas.

El modo en que unas y otras actividades productivas se conectan entre sí y las

influencias diferenciales que introducen en ellas las tendencias hacia la reestructuración

dan cuenta de recorridos complejos, en el marco de los cuales los productores se

adaptan a las demandas y constricciones externas, se adecuan a su propio perfil y a las

particularidades que asumen los diferentes productos. En palabras de Neiman y

Quaranta “los procesos de cambio que afectan a la agricultura en general y al trabajo y

el empleo asociados a la misma en particular, están sujetos a una doble contingencia:

por un lado, la que deviene de las condiciones atribuibles a las tendencias hacia la

globalización y reestructuración; por otro, la que toma como referencia las

especificidades sectoriales. Mientras que la primera otorga transversalidad a la

ocurrencia y contenidos de fenómenos propios de esta etapa histórica, la segunda

permite la expresión de los mismos en el contexto espacial, tecnológico, productivo,

etc., particular a la actividad” (2000: 64-65).

56

4.1- Trabajadores sin patrón, la tercerización como parte de los cambios

Los datos de campo construidos a lo largo del proceso de investigación informan que

una de las tendencias que adquiere mayor fuerza en los últimos años está dada por la

irrupción de procesos de tercerización de la mano de obra.

De acuerdo con Ferrazzino (2005) la tendencia a favor de la tercerización permite

visualizar una de las caras que asume la política de flexibilización laboral, pieza

fundamental del proceso de avance del capitalismo, que equipara el trabajo humano a

cualquier otra mercancía y que lo somete a las leyes de la oferta y la demanda que rigen

para los mundos no humanos. Los derechos, garantías y condiciones laborales quedan

sujetos a los imperativos del mercado que, se sabe, impone la reducción de costos para

proyectarse con productos de exportación al mercado ampliado.

Tanto bajo la forma de agencias de selección de personal de larga tradición en el país o

con la intermediación de la figura de las cooperativas de trabajo, el proceso de

proletarización de los trabajadores rurales que se registra con el correr de la década del

90 se combina con dinámicas que sustituyen la venta de fuerza de trabajo por el alquiler

temporario de trabajadores (Stolovich s/a). De este modo, la tercerización de recursos

humanos se constituye en una estrategia de provisión de fuerza de trabajo por medio de

la cual se conectan relaciones laborales contratadas externamente que en algunos casos

facilitan se eludan las cargas laborales y desatiendan las problemáticas conexas al

mundo de los trabajadores, convirtiendo en costo variable lo que tradicionalmente

computaba como costo fijo; “…las empresas que tercerizan tienen una probabilidad de

sobrevivencia más elevada frente a las crisis económicas; y es al trabajador a quien se

obliga a pagar los efectos de esas crisis económicas y de las exigencias de

competitividad, concurriendo conjuntamente con el empresario a solventar las

vicisitudes del negocio y siendo perjudicado en sus derechos. Inversamente, no

interviene de igual manera en las ganancias de la empresa” (Ferrazzino 2005:82).

Además de la posibilidad de dotarse de la mano de obra necesaria para afrontar el

desarrollo de actividades temporarias, la tercerización trae consigo otros beneficios,

particularmente interesantes para las empresas que mantienen fluidos intercambios con

el mercado internacional. Los datos de campo indican la inconveniencia de que los

productos locales que se comercializan en el exterior, vinos y frutas en particular,

57

queden asociados a formas de trabajo ignominioso, tales como el trabajo infantil, no

registrado o forzoso, en la medida en que resultan incompatibles con las marcas que los

productores se esfuerzan por sumar a sus productos.

“Atado a la imagen vitivinícola y a las marcas… esto lo he compartido con

varios bodegueros… no puede salir una marca al mercado que esté atada a

trabajo en negro o a trabajo infantil…“ (Torres, trabajo de campo,

entrevista a cuadro directivo de empresa multinacional proveedora de

servicios de recursos humanos, 2005)

Llamativamente, los esfuerzos de los productores de Mendoza por poner a resguardo la

marca y la imagen de la empresa no se correlacionan con una tendencia a sumar

garantías en el mundo del trabajo y, más bien por el contrario, parece constatarse la

tendencia a esquivar la legislación laboral, en atención a la necesidad de reducir costos.

Dicho de otro modo, en la medida en que estas empresas dependen del mercado

internacional y no pueden quedar asociadas a formas de trabajo poco digno, pero porque

en paralelo esa misma dependencia externa les impone ejercer controles estrictos sobre

el precio final de los productos, no se asiste a una trasgresión abierta de la ley ni a su

cabal reconocimiento, sino a una forma -también tercera- que pervierte la lectura de la

ley y que deja su aplicación en suspenso.

Es interesante advertir sin embargo, que sobre un sustrato compartido caracterizado por

plagar de incertidumbre los vínculos laborales, las empresas / empleadores que recurren

a la contratación mediante agencias de selección de personal difieren de aquellas que

utilizan cooperativas de trabajo. Mientras en el primer grupo se identifican con mayor

frecuencia empresas del rubro vitivinícola fuertemente vinculadas con el mercado

internacional y, muchas veces, en manos de capitales extranjeros, en el segundo grupo

es más frecuente identificar grandes y medianas empresas dedicadas a la producción y

transformación de hortalizas y al rubro aserraderos.

“Las cooperativas de trabajo hacen lo mismo que nosotros, pero en vez de

contratar a la gente la hacen asociados… la ultima ley prohíbe que las

cooperativas puedan proveer trabajo temporario… hay mucha más gente,

son mucho más grandes que nosotros pero es todo personal que no va a

tener jubilación, no tiene obra social, no tiene seguro de ART… no tiene

nada… La diferencia es un 70% más caro venir a trabajar con nosotros que

trabajar con una cooperativa. Si acá pagas $2, a la cooperativa le pagás

58

$1,2. Estas empresas siguen captando gente, que además es gente que tiene

planes sociales…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a cuadro directivo

de empresa multinacional proveedora de servicios de recursos humanos,

2005)

Aún cuando estas estrategias adquieren mayor significación entre los grandes

productores, sus efectos no resultan inocuos para los pequeños y medianos productores,

que al depender de los precios que fijan las grandes empresas, reproducen el modelo

sumando precariedad. Ya en estos casos, empieza a convertirse en materia corriente la

trasgresión abierta de la ley, materializada en general en la presencia de trabajo no

registrado y, algunas veces, trabajo infantil y adolescente no protegido.

Dentro de un mismo gradiente de precarización de los vínculos laborales, pero subiendo

la apuesta en los márgenes de ilegalidad, las pseudo cooperativas de trabajo exponen

una serie de características particulares que demandan una mayor atención.

Se trata de una figura que adquiere fuerza hacia principios de los años 90 y que, en un

marco de aparente legalidad que encuentra respaldo en los principios del

cooperativismo, proveen personal a diversos emprendimientos agrícolas de Mendoza y

en otras regiones argentinas (Bendini y Gallegos 2002). Se trata, de acuerdo con estos

autores, de un caso extremo de flexibilización que enmascara la absoluta precarización

de la relación contractual, “… transforman al trabajador que de hecho está en relación

de dependencia, en un trabajador pseudoautónomo, asociado, que percibe bajos

salarios, carece de estabilidad, aportes previsionales, beneficios asistenciales,

protección ante accidentes, enfermedades y demás beneficios que otorga la legislación

laboral” (Bendini y Gallegos: 2002, s/p)

En algunos casos el uso de estas formas contractuales no parece estar más asociada que

a la posibilidad de evitar los costos derivados de las cargas patrones. En otros casos, los

productores entrevistados van más allá, indicando que se trata de una figura que permite

tecnificar y modernizar las empresas reteniendo los beneficios. En el caso particular de

los lavaderos de zanahoria, los entrevistados señalan que la tradicional forma de pago

que ha caracterizado a la actividad saboteaba e impedía los procesos de tecnificación,

dado que los aumentos en la producción que se lograban con la introducción de

maquinarias resultaban imposibles de retener si el pago a destajo no se sustituía por el

pago por jornal. Como modo de corregir estas “imperfecciones” de la legislación

vigente (convenio colectivo de trabajo de aplicación en el sector, en este caso) algunos

59

productores locales comenzaron a contratar personal a través de cooperativas de trabajo

que, como sabe, renegocian los campos de tensiones en el mercado de trabajo e

imponen nuevas formas contractuales que resultan más ajustadas a las necesidades de

los empresarios que buscan mejorar sus posiciones en el mercado internacional.

“Mi papá siempre me decía, yo no me voy a hacer millonario de la noche a

la mañana, pero tampoco me voy a hacer pobre de la noche a la mañana…

mi papá siempre decía eso… me decía… ningún año perdí, siempre sumé…

esto lo hicimos entre el 2004, 2005 y 2006, ahí hicimos esto… para

tecnificar, nosotros ahorramos, ahorramos, ahorramos, no pedimos

créditos, nada… los lavaderos de zanahoria trabajan al tanto, si o si, no

hay forma de cambiarlo… mandamos a paritaria, no quisieron, no hubo

forma… entonces dijimos no podemos hacer un lavadero donde las

máquinas trabajen para los empleados… ¿para que voy a invertir yo?… es

como si le pagaras a una señora para hacer bolsitas a mano y un día le

compras la máquina, pero ella te sigue cobrando por bolsitas. ¿Para qué

voy a comprar la maquina si yo no gano? El pago mensual o por día, no

quisieron. Nos obligaron a tomar una medida drástica, contratar a la

cooperativa que nos trae la gente y nos cobra por la hora que hacen,

¡tuvimos que llegar a hacer eso! La gente que hace ristras de ajo, que las

siguen haciendo a mano, siguen trabajando al tanto y ahí no tenemos

cooperativa… ahí no hay problema porque puedo competir. Nosotros se los

advertíamos, les decíamos ¡miren muchachos, si no podemos hacer nada

nos quedamos en la prehistoria! Si yo no tecnificaba no podía exportar, por

eso los otros no pueden exportar, porque siguen pagando al tanto…

Nosotros somos jóvenes, tenemos ganas… Los mayores de las otras

empresas no tienen las ganas, la gente joven si, porque lo que yo quiero

ahora es dejarle una empresa a mis hijos no un problema, mi viejo nos dejó

una empresa funcionando, no un problema. A otros les dejaron un

problema, no la modernizaron, se avejentó y llegó un momento en que se

aburguesó, se estancó y empezó a perder… a nosotros nos hubiese pasado

lo mismo si no hubiéramos tomado estas medidas… si en paritaria hubieran

aceptado trabajar por día en vez de al tanto… hoy día estaríamos… pero

nos trataron mal… A ustedes los entierro me dijeron los del sindicato…

60

bueno, yo voy a hacer una fosa al lado a ver si caes conmigo, le dije… es

que las leyes están muy viejas. En el convenio colectivo de trabajo lo tienen

así, al tanto y no lo pudimos cambiar. Estuvimos dos años tratando de

cambiar y decían que era porque los queríamos perjudicar, pero no era

para sacar a la gente, era para tener más calidad y cantidad y poder

competir, ahora ¿viste? Es un orgullo ¿no?” (Torres, trabajo de campo,

notas del cuaderno de campo, productor local de zanahorias, 2009)

Más allá de que su existencia y alto grado de difusión ha resultado empíricamente

evidente en Mendoza, no ha sido posible acceder en el ámbito provincial a datos que

permitan cuantificar la magnitud del fenómeno. Varios factores parecen ser los que

explican esta situación. De un lado, el fenómeno de las cooperativas se indica como

novedoso y relativamente confuso, como un fenómeno que se extiende pero que resulta

difícil de aprehender porque aún no se han desarrollado instrumentos que permitan

distinguir aquellas cooperativas de trabajo que traicionan el espíritu del cooperativismo

de aquellas que se mantienen fieles. Se trata, por otro lado, de cooperativas que dan

cabal cumplimiento a las exigencias formales de las instituciones de control, que se

hallan asesoradas por profesionales de las áreas contables y legales y que, por ello, se

mueven en una eterna y siempre discutible, escala de grises.

“Lo difícil de las cooperativas es que son un gris… porque si vos me decís

cuáles son de verdad y cuáles no, esto implicaría un trabajo de campo

asociado por asociado. Si a mi me cumplen con los balances, con los

requisitos que desde la fiscalización se requieren… la presentación de

balances, cumplir con los cursos de educación, cumplir con el fondo de

educación cooperativa… si vos cumplís con ciertos requisitos digamos que

por ley es una cooperativa. Lo que vemos es que hay ciertas fluctuaciones

que hacen pensar que no es una cooperativa. Una variable que nosotros

analizamos es la cantidad de asociados, si nosotros vemos que una

cooperativa pasa de tener 200 asociados a tener 1000 asociados en un año

hay algo que no es regular ¿por qué es esto?… por el devenir histórico del

sector cooperativo… El fenómeno es absolutamente reciente, ellos se

manejan en una banda de grises en donde lo complejo es que ellos

fluctúan… cumpliendo con lo que pide el sector cooperativo… Nosotros

vamos a dejar trabajar a las cooperativas de trabajo que sean cooperativas,

61

que cumplan con los principios del cooperativismo… Si vos tenés una

cooperativa de trabajo que presta el servicio de personal en 40 o 50

empresas hay algo que no está funcionando ¿Cuál es el objeto social ahí?

El tema es que se han instalado en la ruralidad… la cooperativa está

instalada… el mercado generó una herramienta ilegal para suplir

necesidades pero están incidiendo en la legislación laboral… aquellos que

contratan con la cooperativa, la protegen. Si a mi la cooperativa me

presenta que pagó el monotributo… que están pagando el seguro… ellos

siguen manejándose en estos grises… la figura de pseudo cooperativas

excede la legislación que hoy tenemos… hemos tratado de interponer

inspecciones, trabajamos firmemente… pero es un negocio de millones de

pesos que genera una estructura, tanto legal como contable, que les permite

tener la suficiente flexibilidad para ir sorteando estos obstáculos… Si vos

tenés una cooperativa que tiene 7.000 asociados es muy complejo… ellos

juegan en este gris… un poco está en nuestra cultura, si nosotros fuésemos

cabales en la toma de decisiones sociales no nos lo podríamos permitir,

pero como sociedad no nos lo podríamos permitir. Por ahí es fácil decir los

órganos de contralor, pero esta gente juega en estos grises

permanentemente porque además es un negocio de millonario… estás

hablando de empresas que facturan millones anuales… evidentemente esto

genera una estructura, tanto legal como contable, que está todo el tiempo

manejándose en este gris absurdo… El Estado hace lo imposible por

fiscalizar y promocionar el sector cooperativo… ellos se mueven en este

gris donde es difícil encontrar datos, es difícil hablar con el asociado…

siempre hay dificultades… pero siempre están en este gris donde juegan al

gato y al ratón, donde siempre están buscando el vericueto legal que les

permita seguir subsistiendo…” (Torres, trabajo de campo, entrevista con

funcionario del área cooperativas, Mendoza, 2009)

Sumado a ello, los datos de campo informan de la existencia de fuertes sospechas acerca

del diálogo que estas cooperativas tendrían con personas íntimamente vinculadas al

poder político y económico de la provincia. Es común que los informantes señalen que

los dueños de las cooperativas son personas vinculadas a distintas gestiones de

gobierno, a algunos diputados provinciales y nacionales y a empresarios de reconocida

62

relevancia en el ámbito provincial y nacional. A medida que las preguntas se ajustan,

aparece una poco extensa sucesión de nombres que se reiteran incesantemente.

“Cuando el tema de las cooperativas se planteó en la legislatura, un ex

ministro era uno de los defensores de estas cooperativas… entonces uno

dice, han sido un negocio… evidentemente en algún momento de nuestra

década del 90, de la flexibilización laboral, donde el mercado era el que

definía todo… bueno…, te decían, nosotros estamos dando trabajo”

(Torres, trabajo de campo, entrevista con funcionario del área cooperativas,

Mendoza, 2009)

Dado que uno de los objetivos de este trabajo ha radicado en analizar los procesos de

encuentro empresarios / trabajadores, en el caso particular de las cooperativas se

realizaron esfuerzos constantes por dar con y entrevistar “asociados” / trabajadores que

dieran cuenta desde dentro de estos vínculos laborales. Resultados de estos recorridos,

los datos de campo informan que los trabajadores –teóricos asociados- experimentan

una serie de situaciones compartidas que podrían sintetizarse en la sensación de vivir en

peligro y sin derechos, desconociendo al mismo tiempo cómo defenderse. Dicho de otro

modo, frente a las cooperativas de trabajo, los asociados -no participes de ganancias- no

sólo experimentan la rápida erosión de sus derechos y garantías, sino que además se

pierden por completo los rostros visibles que en el modelo diádico patrón – trabajador,

aseguraba algún canal o instancia de diálogo, reclamo y/o defensa. Las organizaciones

que en el modelo anterior podían canalizar reclamos son ahora ineficientes, se

desconocen los compañeros de trabajo que aparecen dispersos en empresas distantes, se

dificultan por consiguiente las posibilidades de organización y movilización y,

finalmente, los recorridos de la defensa se pueblan de instituciones, organizaciones y

trámites confusos que resultan del todo extraños.

“En el 2005 arrancamos con las cooperativas, ya entramos sabiendo que no

había posibilidad de que nos pusieran en blanco y al no haber trabajo tuvimos

que aceptar, nos pusieron las condiciones de las cooperativas… no nos corrían

horas extras, ni presentismo, salario, vacaciones… nada eso entra en la

cooperativa, así que tuvimos que agarrar viaje nomás porque no había otra

cosa” (Torres, trabajo de campo, trabajadores de la madera, “asociados” a una

cooperativa de trabajo. Mendoza, noviembre de 2008)

63

Un poco más allá, las formas de defensa que trata de instalar el Estado, básicamente

referidas a promover la educación del sector cooperativo para ayudar a los asociados a

profundizar el ejercicio de sus derechos, no resultan sencillas de implementar y parecen

alejarse de las esperanzas de intervención inmediata que reclaman los teóricos

asociados. Es decir, aún cuando es absolutamente probable que una estrategia de

defensa a mano de los trabajadores sea constituirse en asociados, defendiendo su

derecho a participar de modo plenario dentro de las cooperativas y redirigiéndolas a la

senda de los principios del cooperativismo, los datos de campo colectados hasta el

momento señalan la existencia de literales abismos entre las propuestas del Estado y las

capacidades de organización y movilización de los disfrazados trabajadores.

“Lo primero que tiene que saber es que él es un asociado, es dueño de la

empresa… nadie le puede decir qué tiene que hacer. Él es el verdadero dueño

de la empresa, el asociado es el mentor de su propio destino… Estas

cooperativas se basan en dos temas que las hacen todavía peores, en la

necesidad de la gente por tener trabajo y también, en muchos casos, en la

ignorancia de la gente para seguir con este tema un tanto esclavizante, porque

mientras uno menos educación le dé al asociado jamás va a liberase para ser

un asociado en vez de un empleado. Vos podés ser el duelo de la tierra, de las

maquinarias, pero nosotros nos asociamos y somos la otra fuerza que te falta,

que es la fuerza laboral… nosotros te prestamos este servicio con estas

condiciones… porque somos 20 personas que estamos de acuerdo y queremos

hacer esto, nosotros creemos que podemos prestarte el servicio… pero con

absoluto consentimiento y a sabiendas que yo soy asociado y dueño de mi

empresa y fuerza laboral… acá es donde se produce la gran distorsión porque

este asociado nunca sabe que es el dueño” (Torres, trabajo de campo,

entrevista con funcionario del área cooperativas, Mendoza, 2009)

En todos los casos que se ha tenido oportunidad de consultar, los trabajadores adscriptos

al sistema de cooperativas registran la pérdida de derechos tan básicos como la jornada

laboral de ocho horas, vacaciones, salario familiar, escolaridad y por supuesto, obra

social. Paralelamente, los empleadores reconocen en los hechos la existencia de

vínculos laborales que exceden al monotributista que vende un servicio, en la medida en

que toman a su cargo el pago de aportes jubilatorios.

64

“… Yo me quedé sin trabajo, acá me dieron trabajo por parte de mi hermano y

porque ya me conocían. Me explicaron que por el momento no podían

blanquearnos la situación a nosotros, que si queríamos trabajar pero por

cooperativa… Me explicaron de que éramos monotributistas, que lo que único

que iba a salir del bolsillo de ellos era la jubilación… que en realidad nos

descuentan a nosotros, es una tramoya entre ellos, en el bono figura arriba un

precio y abajo sale otro y usted le pregunta que por qué, si tenemos que cobrar

lo que sale arriba… pero según ellos lo ponen así por una matemática para no

tener problemas, resulta que nos vienen cuenteando de una u otra forma, por

uno o por otro lado nos van siempre cuenteando, así que con esas condiciones

entramos, que a futuro iba a ver la posibilidad que nos metieran en los libros

pero ya vamos por la cuarta temporada” (Torres, trabajo de campo, entrevista

a “asociado” de una cooperativa de Mendoza, noviembre de 2008)

“Acá no tenemos vacaciones, ni nada… si me tomo 3 días o una semana, va

por cuenta de uno nomás, así que las vacaciones nos las tomamos a cuenta de

nosotros y bueno, el tema de los médicos, porque no es una mutual, son

prestadores de servicio. Es lo mismo que si vas a un particular y pagás la

consulta, a veces sale más caro ir a los prestadores que tenemos nosotros que

a una Sala, lo único que te beneficia es que no tenés que estar haciendo cola,

porque vas, pagás la consulta y nos atiende, pero no tiene ningún beneficio, los

remedios los tenemos que pagar al 100%, tenemos que pagar lo que sale el

remedio, tenemos que aguantar” (Torres, trabajo de campo, entrevista grupal a

“asociados” de una cooperativa de trabajo del rubro aserraderos, Mendoza,

2008)

Como se dijo antes, es común observar que los trabajadores comienzan a manejarse en un

sistema regido por leyes que no conocen y en la aplicación de las cuales, fallan los

mecanismos y espacios de defensa tradicionales. La erosión de derechos se da la mano con

la completa desdibujación del vínculo laboral, es decir, se trata de “asociados ficticios”

porque no participan de las decisiones y ganancias que definen las cooperativas, de

“empleados sin patrones” que dependen de estructuras deslocalizadas donde no parecen

existir figuras que puedan funcionar como ley.

“…Estamos peleando por el tema de la jubilación, eso pasa con la

cooperativa, ahora ellos han aportado los últimos 3 meses, ahora faltan los

65

tres que vienen que no sabemos… porque eso es lo que pasa… nosotros cada

dos o tres meses pedimos los aportes… por ejemplo, nosotros lo pedimos hoy

día, ellos recién mañana van y pagan esos últimos 3 meses y te sale en la

factura la fecha y el pago, es decir, si nosotros no lo pedimos, ellos no lo

pagan. Tenemos que estar con el cuchillo ahí para que nos tengan al día con la

jubilación… Todo esto comenzó porque había un vago que había trabajado 10

meses y cuando lo echaron tenía 3 meses nomás. Ahora he traído un listado

que sale toda la cooperativa de todos los que están aportando así que hay que

agarrar un día completo para revisar y sacar el nombre de nosotros. Es la

única esperanza que tenemos… Tenemos que perdernos el día de trabajo, eso

no lo reconocen… tenemos que ir a la cooperativa, esperar a que ellos se les

antoje que nos atiendan, ahí que te derivan a un lugar, te mandan al otro y se

echan la culpa el uno al otro, que no… que ha cambiado el secretario, que

tenés que venir mañana para ver si te lo conseguimos, que hay que ir a Buenos

Aires, que si vas a la AFIP, que la AFIP nada que ver, que está por otro lado,

si vas al ANSES… no sabemos a quien quejarnos, ya con los patrones si

seguimos jodiendo lo que va a hacer es que nos van a sacar…” (Torres, trabajo

de campo, entrevista a asociados de una cooperativa de trabajo, rubro de la

madera, octubre de 2008)

En este sentido, se constatan las observaciones de Neiman y Quaranta (2000) referidas a

que, más allá del sustrato de transformaciones que se visibilizan en el agro hacia la

década del 90, se trata de cambios imbricados en procesos de larga data que no se han

modificado, tales como las bajas remuneraciones, la escasa protección social y el

limitado acceso a servicios básicos (Neiman y Quaranta 2000). Sin embargo, por sobre

el telón de fondo que supone la vulneración de estos derechos, las renovadas

necesidades de dialogar con el mercado internacional a través de productos de calidad

que resulten competitivos, crean terrenos propicios para la emergencia de dinámicas de

blanqueamiento que no necesariamente traducen en trabajo decente.

“El sindicato vendría a ser un intermediario entre el obrero y la patronal.

Tratar de que el obrero esté en condiciones, de que no lo falte absolutamente

nada, que tenga los aportes de jubilación, obra social, como corresponde. Más

allá de que hay muchas empresas que no lo tienen. Por ejemplo, tenemos tres,

cuatro empresas que están trabajando como corresponde, las demás serían

66

todas las que trabajan en negro… lo que pasa es que las otras tienen por

cooperativa. Por más que intervenga el sindicato es imposible arreglar con las

empresas” (Torres, trabajo de campo, representante sindical del Sindicato de

Frutas Frescas, hijo de pequeño productor del oasis centro, Mendoza 2004)

En todos los casos analizados, la vulnerabilidad que supone la inserción en el mercado

de trabajo con la intermediación de las cooperativas queda de manifiesto en la dirección

dominante que expresan los reclamos de sus atípicos asociados, siempre orientados a

reclamar su pasaje a la categoría de trabajador asalariado y, por ello, poseedor de los

beneficios inherentes a esa posición social.

“Acá todos estamos por la cooperativa, no hay uno en los libros. Según el

muchacho este que está acá nos iba a poner en los libros a lo más viejos,

después le pedimos que a los casados que teníamos hijos, por lo menos que nos

solucionara el salario, de la escolaridad, que todo eso que nos estamos

perdiendo… Pero él dice que no puede, que no entra plata y que si nos paga

eso quiebra la empresa… pero muy bien que tiene camioneta, que se compró

un auto…” (Torres, trabajo de campo, asociado a cooperativa de trabajo del

rubro aserraderos, Mendoza, 2008)

Si bien los datos disponibles se reducen ostensiblemente, aparentemente se registraría

en Mendoza la existencia de una estrategia que no sólo diluye la relación laboral sino

que deslocaliza y traslada al ámbito doméstico, el espacio que en otros casos ocupaba el

empaque. Se trata de emprendimientos del tramo de la transformación de productos

agrícolas que no cuentan ya con espacios para la transformación misma y que suplen

esta ausencia, trasladando el trabajo al domicilio de los trabajadores. Los escasos datos

disponibles permiten hipotetizar que estas formas tendrían una mayor presencia frente a

productos que pueden ser fácilmente trasladables y que ocupan preferentemente mano

de obra femenina y/o infantil. A diferencia de los casos anteriores, sin embargo, el

enmascaramiento del vínculo laboral se completa y perfecciona porque desaparece el

espacio físico del empaque, se tornan en extremo dificultosos los mecanismos de

fiscalización y prácticamente imposibles las instancias de organización y movilización

de los trabajadores.

“Hay gente que tiene un partidero de nueces, ellos van y entregan cierta

cantidad de kilos a domicilio y una vez que ya está trabajado, van y lo retiran.

Pero se hace de esa manera, eso se trabaja en negro” (Torres, trabajo de

67

campo, representante sindical del Sindicato de Frutas Frescas, hijo de pequeño

productor del oasis centro, Mendoza 2004)

Si para el mundo de los trabajadores, esta estrategia podría significar la posibilidad de

desarrollar una actividad económica en el ámbito doméstico (evitando traslados,

disponiendo más libremente de los horarios y eludiendo las complejidades inherentes a

la desatención de los niños y el hogar) para el sector patronal las facilidades y ventajas

podrían no tener fin. En los hechos, más allá de que se establezcan vinculaciones con un

trabajador, la realización de los trabajos podría ganar rapidez por la participación de

mano de obra familiar, se evitan los costos directos derivados de la instalación de

infraestructura y se evitan, finalmente, los procesos de fiscalización.

Para terminar, un tema que emerge de manera recurrente a lo largo del proceso de

relevamiento de datos es el referido al modo en que son tratados los asociados /

trabajadores en los espacios donde se desarrollan las jornadas laborales. Aun cuando no

constituye un fenómeno privativo de las cooperativas de trabajo y por el contrario, inunda

las relaciones laborales del agro mendocino, los datos de campo indican que también estos

trabajadores enmascarados tematizan las situaciones de maltrato de las que son objeto. Ya

sea bajo de la forma de demandas de

rendimiento excesivo, de condiciones de

trabajo verdaderamente precarias18 o incluso,

como insultos y humillaciones, los

18 En las imágenes, trabajadores del ajo en sombras improvisadas con nylon y sombrillas (Mendoza, verano de 2009).

68

informantes insisten en que los espacios de trabajo no quedan exentos de bordear los

contornos de la violencia. Un poco más allá, los relatos permiten vislumbrar que sobre un

sustrato compartido, estas condiciones se agravan frente a determinados grupos sociales,

entre los cuales se incluyen, indefectiblemente, mujeres e inmigrantes del norte del país y

de Bolivia. En este sentido, empiezan a emerger en los datos de campo una serie de

estigmas patronales claramente asociados al género y la etnicidad que disparan procesos de

discriminación agravada o múltiple (INADI 2005).

“Hay personas que llegaban a llorar… las hacia llorar a las señoras, las

trataba re mal… ellas lloraban, las dejaban sin ajo, era feo, feo lo que les

hacían… A los bolivianos los hacían llorar, porque les quitaban el ajo y

porque los criticaban. Les decían ¡estás hedionda!, ¡así son ustedes de

mugrientos en sus casas!... y salía con el desodorante, buscaba el desodorante

de ambiente y así tiraba… así, es un maldito ese hombre. Es diferente como los

tratan a los bolivianos, ellos son muy calladitos, no dicen nada, es muy

humilde la gente boliviana, es muy humilde. Mientras más te callás peor te

tratan. Había una señora, su marido falleció y ella tiene 8 hijos. A ella siempre

la maltrataba muchísimo, ella igual estaba siempre encerrada, le decía ¡vos,

vos, vos! ¡la fiera! ¡Negra! ¿Si quién te va a mirar a vos? Ella está siempre ahí

y no le contesta, no le dice nada y él la insulta siempre, yo la escucho, así

permanente que le dice, ¡gorda!, ¡negra!, ¿viste? No tenés idea de cómo tratan

a todas las mujeres… sí, te puteaba a vos, a tu mamá, a tu papá, a tus

hermanos… Te patea la caja, te tiraba todo, ¡levántalo ya!, ¡dale!, ¡tomá!,

¡ya!, o ¡te vas ya!, así… En la empresa, a las mujeres las trata mal el

encargado pero a las que le gustan a él, les ofrece casa, todo… Así, bueno… si

lo respetan, las respeta, pero hay muchas que no, entonces ¿qué pasa? Pierden

el trabajo en una cosecha. Si vos estas conmigo te doy lo mejor, si vos no

aceptás, perdiste el trabajo… o si o si te terminás yendo por la forma en que te

trata…” (Torres, trabajo de campo, fragmentos de entrevista grupal a asociados

a una pseudo-cooperativa de trabajo, Mendoza, 2009)

Aún cuando las condiciones de precariedad e incertidumbre laboral en la que se

desenvuelven los teóricos asociados a cooperativas de trabajo podrían ser entendidas como

formas de maltrato, los relatos van mucho más allá de la violencia que se presenta como

precariedad en el vínculo laboral, para tornarse violencia abierta, literal y directa. En

69

general, frente al caso de los inmigrantes bolivianos se observa que, con el auxilio del

epíteto de bolitas se pone en juego un vasto haz de significantes, mutuamente enlazados,

que los señalan como menos limpios, más sucios y menos inteligentes. En el caso de las

mujeres, como se vio, la sexualidad se constituye en arma de presión, acoso, temor y

represalias.

4.2- Trabajo infantil y adolescente… ¿inspiradores y actores de la cultura del

trabajo mendocina?

Tal como se detalla en el documento “Hacia un Plan Nacional contra la Discriminación”

(INADI 2005) los niños, niñas y adolescentes en la Argentina representan el 25% de la

población total. De los trece millones de personas menores de 18 años que habitan el

país, más del 50% es pobre (INADI 2005: 80).

Además de constatarse que las situaciones de

pobreza e indigencia inducen procesos de

discriminación en la medida en que suponen que

un alto porcentaje de niños, niñas y adolescentes

“queden excluidos del acceso a la salud, la

educación, la vivienda y de aquellos derechos

que les aseguran una vida digna y la

posibilidad de elaborar un proyecto de vida a

futuro” (INADI 2005: 79) algunos organismos

internacionales, nacionales y provinciales

completan los análisis emanados del INADI, a

través de la descripción pormenorizada que

asume la problemática del trabajo infantil. Debe

recordarse, en este sentido, que la abolición del

trabajo infantil (OIT, Nº 5 de 1919, 138 de 1973 y recomendación 146, INADI 2005:

25, OIT 2005) es vinculante para la Argentina, dado que el país es miembro de la OIT.

Entre otras cosas, la erradicación del trabajo infantil ha demandado grandes esfuerzos

tendientes a conocer la magnitud, características, causas y consecuencias que adquiere el

trabajo infantil y adolescente a nivel mundial, nacional y provincial. Entre los principales

antecedentes existentes para Argentina y Mendoza se cuenta la Encuesta Nacional de

Niño trabajador en un aserradero de Mendoza (2008)

70

Niños, Niñas y Adolescentes (EANNA) llevada a cabo de manera conjunta entre el

Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social y el INDEC en el año 2004 (MTEySS

2006).

La información que resulta de este relevamiento indica que en Argentina, cerca del 6,5%

de los niños entre 5 y 13 años del país trabajan19. La magnitud del trabajo infantil en las

subregiones consideradas (Gran Buenos Aires, Subregión NOA, Subregión NEA y

provincia de Mendoza) afecta de un modo diferencial a niños y niñas, constatándose que

el 7,6% de los varones y el 5,2% de las niñas, realizan actividades laborales (MTEySS

2006: 17)20. Complementariamente, el 4,8% de los niños y el 3,3% de las niñas realizan

actividades productivas para el autoconsumo, mientras las actividades domésticas

intensivas se registran en el 8,4% de las niñas y en el 4% de los varones (MTEySS

2006: 18).

Las principales actividades laborales que desarrollan los niños pequeños son ayuda en

un negocio, oficina, taller o finca (27,9%), recolección de papeles, cartones y otros

desechos para vender (13,8%), venta en la vía pública de diversos objetos (10,7%) y

realización de mandados o trámites (10,5%). Desde el punto de vista de la relación

laboral que predomina, los datos señalan que cerca del 60% de los niños pequeños que

trabajan lo hacen dentro de la categoría trabajo familiar, es decir, ayudando a sus padres

u otros familiares en las actividades que estos desarrollan. Cerca del 30% trabaja por

cuenta propia y algo más del 6% lo hace como trabajador asalariado dependiente de un

19 Los datos que se presentan han sido extraídos del documento “Trabajo Infantil y Adolescente en cifras: síntesis de la primera encuesta y resultados de la provincia de Mendoza” (2006) que contiene los principales resultados que arroja la encuesta de Niños, Niñas y Adolescentes (EANNA) realizada por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (MTEySS) en forma conjunta con el INDEC durante el último cuatrimestre de 2004. La encuesta se desplegó sobre cuatro regiones: Región Gran Buenos Aires (ciudad de Buenos Aires y partidos del Gran Buenos Aires), Subregión NOA (Tucumán, Salta y Jujuy), Subregión NEA (Chaco y Formosa) y Provincia de Mendoza. Con un marco muestral que considera las zonas urbanas y rurales, esta encuesta representa alrededor del 50% de la población residente en el país. 20 El instrumento de referencia ha considerado tres categorías: 1) trabajo (cuando el niño, niña o adolescente realiza una actividad que genera bienes o servicios con valor económico en el mercado, se incluye aquí a quienes trabajaron cuando menos una hora en la semana de referencia ya sea bajo la forma de trabajo pago o trabajo no pago) 2) actividad productiva dirigida al autoconsumo en el hogar, que a su vez incluye dos subgrupos (niños que desarrollaron actividades económicas no laborales para el autoconsumo del hogar -construcción y reparación de la vivienda propia, el cultivo y la cosecha de productos agrícolas, el cuidado de animales- y a aquellos niños que trabajaron menos de una hora en la semana de referencia, percibieron ingresos y que también tuvieron algún trabajo en el resto del año) y 3) tareas domésticas intensivas en el hogar (cuando los más pequeños registran 10 horas o más de tareas domésticas y cuando los adolescentes registran 15 horas o mas) (MTEySS 2006: 16).

71

patrón. En promedio, estos niños trabajan 7 horas semanales. Uno de cada cinco niños

trabaja más de 10 horas semanales y, uno de cada diez, lo hace en horario nocturno. El

63,1% de los niños que trabajan reciben dinero a cambio, cifra que en 2004 alcanzaba

los $21,6 promedio por mes21. La afectación que el trabajo produce en el ámbito

educativo es evidente. Si bien la inserción de los niños pequeños en el sistema educativo

es casi universal, quienes trabajan muestran trayectorias más complejas, particularmente

visibles en los diferenciales logros escolares que obtienen. Comparados con los niños

que no trabajan, aquellos que lo hacen muestran mayores porcentajes de llegadas tarde

(18,7%) e inasistencias frecuentes (19,8%) y repetición de grado o año (29,7%).

Los datos que aporta EANNA indican, asimismo, que casi el 20% de los adolescentes

(14 a 17 años) de las subregiones analizadas trabaja. También en este caso, se

comprueban variaciones por género. Mientras uno de cada cuatro varones y una de cada

seis mujeres trabajan, el 11% de los varones realiza actividades productivas dirigidas al

autoconsumo (contra una participación femenina del 2.3%) y un 18,9% de las

adolescentes mujeres realizan tareas domésticas en forma intensa (contra un 4% para los

varones). De igual modo que en los niños pequeños, la dependencia laboral

predominante en este grupo es la ayuda a la actividad laboral a padres u otros familiares

(cuatro de cada diez adolescentes). Tres de cada 10 adolescentes trabajan por cuenta

propia y un número similar lo hace para un patrón.

También en el caso de los adolescentes, la principal actividad laboral que realizan es la

ayuda en un negocio, oficina, taller o finca (36,8%). La cantidad de horas promedio que

trabajan los jóvenes es superior a la que registran los niños (16,7 horas, contra 7 horas).

Aproximadamente la mitad de los adolescentes trabaja 10 horas o más y el 15% supera

las 36 horas. El 20,6% de los adolescentes que trabajan realizan actividades laborales en

horario nocturno, el 76,2% gana dinero trabajando y el promedio de la remuneración en

2004 era de $96,8 mensuales (MTEySS 2006). Los datos disponibles indican que los

niveles de precariedad laboral son extremos. Un magro 10% recibe algún tipo de

beneficio laboral, que por su parte se restringe a condiciones tan básicas como

vacaciones y cobertura de ART.

21 Como valor de referencia, en julio de 2004 la canasta básica de alimentos para un adulto equivalente era de $ 94.78, para un niño de 5 años de $ 59.7, para un niño de 13 años de $ 74.8 y para una niña de esa edad de $ 90.9 (INDEC 2009)

72

Para terminar, si en el caso de los niños y niñas se indicaba que la inserción en el

sistema educativo era casi universal y que los efectos del trabajo se advertían a nivel del

rendimiento escolar, el panorama cambia radicalmente frente a los adolescentes. Es

claro que este grupo pone de manifiesto la exclusión del sistema educativo, dado que

sólo el 75% de los adolescentes que trabajan asisten a la escuela. Comparados con

quienes no trabajan, los que si lo hacen muestran mayores porcentajes de repetición de

año o grado (+43,3%), llegadas tarde (+22,2%) e inasistencias frecuentes (+25,8%)

Tanto en lo que respecta al trabajo de niñas y niños pequeños como frente a los

adolescentes, la situación de Mendoza la ubica por encima de los valores que muestran

las otras subregiones analizadas por EANNA (MTEySS 2006). El 8,8% de los niños

pequeños y el 29,7% de los adolescentes de Mendoza trabajan, contra un 6,5% y 20%

respectivamente para el resto de las subregiones. Comparada con éstas, Mendoza

expone los valores más altos de niños que realizan actividades productivas para el

autoconsumo (8% de los niños y 4,5% de las niñas) y los valores más bajos en tareas

domésticas intensas (8,1% de las niñas y 1,8% de los niños). La tendencia sigue firme

en el caso del trabajo adolescente, donde Mendoza vuelve a sobrepasar los valores

promedio que aportan las subregiones restantes.

Entre los niños pequeños, las actividades más difundidas en Mendoza son las ligadas al

autoconsumo (5,3%), seguidas de las actividades domésticas intensas en el hogar

(4,7%) y el trabajo propiamente dicho (1,9%). Los adolescentes muestran una tendencia

análoga, aunque frente a ellos las cifras se acrecientan. El 6,9% de los adolescentes

desarrolla actividades productivas vinculadas con el autoconsumo, el 6,1% realiza

actividades domésticas intensas y el 3,7% trabaja. Los adolescentes que combinan

actividades productivas de autoconsumo y trabajo llegan al 20,4%.

El trabajo infantil y adolescente se halla más extendido en las zonas rurales de Mendoza

que en las zonas urbanas. En las zonas rurales trabaja el 11,5% de las niñas y niños

pequeños y el 45,7% de los adolescentes (contra un 8,1% y un 26,3% para las zonas

urbanas, respectivamente) y realizan actividades productivas para el autoconsumo el

14,1% de los niños pequeños y del 9,5% de los adolescentes (contra un 4,5% y un 7,4%

para las zonas urbanas, respectivamente). Contrariamente, la participación de niñas,

niños y adolescentes en tareas domésticas intensas crece en los pueblos y ciudades,

afectando al 5,1% de los niños y al 6,6% de los adolescentes de las ciudades, contra 3%

y 3,9% respectivamente, en las áreas rurales.

73

El 65% de los niños pequeños de Mendoza que trabajan, lo hacen acompañando a sus

padres u otros familiares en las actividades laborales que éstos realizan, mientras el 23%

realiza actividades por cuenta propia. Por su parte, cerca del 41% de los jóvenes que

trabajan lo hacen ayudando a sus padres u otros familiares en las actividades laborales

que éstos desarrollan, el 34% trabaja para un empleador y el 22% por cuenta propia.

Mientras los niños trabajan un promedio 6,7 horas por semana, los adolescentes

registran jornadas promedio de 20 horas semanales. A su vez, uno de cada 5 niños

trabaja más de 10 horas, uno de cada tres adolescentes trabaja entre 10 y 36 horas y uno

de cada 5, más de 36 horas semanales (MTEySS 2006).

También en materia educativa Mendoza sigue la tendencia nacional. Si bien las niñas y

niños pequeños que trabajan asisten mayoritariamente a la escuela (98,8%) la temprana

inserción en el ámbito del trabajo deja ver sus efectos en el rendimiento escolar que

alcanzan. Comparados con los niños que no trabajan, lo que si lo hacen muestran

+35,3% de repitencia, +16% de llegadas tarde reiteradas y un + 12,1% de inasistencias

frecuentes. Por su parte, sólo el 40% de los adolescentes que trabajan asisten a la

escuela y el 57,1% manifiesta haber repetido algún año (MTEySS 2006).

Además del valor que estos datos poseen para dimensionar el fenómeno del trabajo

infantil y adolescente en el país y en Mendoza y para permitir avanzar en el estudio de

las tendencias diferenciales que exponen las distintas regiones, tienen la crucial

importancia de clarificar, poniendo sobre el papel, algunas cuestiones que –se verá

luego- no parecen encontrar en Mendoza mayores consensos. Entre otras cosas, estos

datos indican claramente que Mendoza no se aleja de los escenarios nacionales en lo

referido a trabajo infantil y adolescente, que por el contrario algunas tendencias

adquieren aquí mayor gravedad que en otras regiones, que los espacios rurales exponen

una alta presencia de niños, niñas y adolescentes trabajadores a pesar de la situación de

invisibilización que los caracteriza y que, estos pequeños trabajadores, tienen mayores

posibilidades de quedar fuera del sistema educativo y de encontrar mayores dificultades

para obtener logros escolares.

Por detrás de estas constataciones, los datos construidos a lo largo del proceso de

investigación muestran zonas grises, fracturas y muchos menos consensos cuando el

trabajo infantil y adolescente se explora mediante técnicas cualitativas.

74

Tal como se indicó antes, una de las imágenes que más se reiteran cuando se analizan

las narrativas que construyen los actores sociales del agro de Mendoza, está dada por la

idea de que Mendoza es fruto del trabajo de su gente. Se había visto antes que esta idea

– fuerza se materializaba en la imagen del labriego tesonero, es decir, del inmigrante de

ultramar y luego de sus hijos que labraron la tierra, abrieron surcos, disciplinaron las

aguas, domaron el desierto y crearon vergeles.

También antes se señalaba que los estándares de calidad de los productos que Mendoza

buscaba posicionar en el mercado ampliado y, muy particularmente, sus vinos

aumentaban su valor agregado asociándose a un verdadero marketing vitivinícola que

combinaba una naturaleza generosa con un pueblo trabajador para cuajar en productos

de sabor local y calidad de exportación. Es interesante destacar ahora que esta imagen

se halla relativamente consensuada, particularmente entre los medianos y grandes

productores del agro mendocino. Los datos parecen indicar que se está en presencia de

una narrativa relativamente poco fisurada, según la cual el trabajo da frutos, el trabajo se

aprende desde pequeño, el trabajo es cultura y esa cultura se hereda. Íntimamente

vinculado a ello, si trabajar da frutos que se verifican en un ascenso en la pirámide

social, la pobreza se explica en los mismos y simplificados términos, es pobre quien no

trabaja o quien no heredó la cultura del trabajo.

“Yo creo que en las zonas rurales es pobre el que quiere ser pobre… a ver si

me puedo explicar, porque tienen la posibilidad de tener una huerta. Nadie les

niega que tengan una huerta. Si quieren tener sus animalitos, nadie les niega

que tengan sus animalitos. Entonces, ¿qué quiero decir? Que es mucho más

fácil no ser pobre en la zona rural que en las zonas urbanas.

Lamentablemente el que es pobre en las zonas urbanas, es porque también ha

elegido ser pobre, porque mucha de la gente de las zonas urbanas ha salido

del campo… Yo creo que el ser pobre y el no ser pobre pasa por muchas

aristas y una de las aristas más importantes es el tema cultural. Yo veo gente

nuestra, nuestros empleados, nuestros contratistas, que tenemos contratistas

que tienen vehículos mejor que nosotros. Ustedes van a ver, yo ando en una

Peugeot, mi hermano en un Peugeot viejo y tenemos la suerte de tener

contratistas que andan en vehículos mucho más nuevos que nosotros, porque…

bueno, saben manejar su economía y tienen su casa propia y lo hacen con

mucho esfuerzo, mucho sacrificio, ellos no son pobres” (Torres, trabajo de

75

campo, entrevista a productor local orientado al mercado exportador, Valle de

Uco, Mendoza 2004)

“Yo sostengo que la persona que tenga ganas de trabajar, acá va a tener

trabajo. Yo he visto contratistas este año que a lo mejor se han comprado un

auto, una casa, un lote… Pero, como le digo, hay mucha gente que tiene

flojera a la hora de trabajar. Todo vale, nosotros venimos criados así, para

trabajar, pero hay otras personas que no, vienen con otro estilo, con una falta

de cultura de trabajo. Pero como decía mi viejo… el que no come acá es

porque no quiere… una persona estando bien ubicada en una finca, cuida

animales, conejos, pollos y una persona con animales nunca se va a morir de

hambre. Teniendo buen concepto la persona, en cualquier lado hace la pata

ancha. Porque el concepto vale mucho, pero cuando uno viene arrastrando

mal, se le hace difícil. Hay obreros que son sindicalistas, les gusta primero el

lío y después el trabajo, entonces no quieren ponerlo a trabajar” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a productor de uvas y frutales de San Martín,

2004)

Con el telón de fondo de estos relatos, las valoraciones que los actores sociales dan al

trabajo infantil no siempre son de signo negativo. En la medida en que la cultura del

trabajo se hereda por los múltiples aprendizajes que los padres entregan a sus hijos en

las jornadas de trabajo compartido, adquiere relativa fuerza la idea según la cual el

trabajo de los niños es una forma de seguir el ejemplo de los labriegos tesoneros que

territorializaron el espacio mendocino aun desde pequeños.

Más allá de que el trabajo infantil sea objeto de cuestionamientos desde el ámbito

internacional, nacional y desde algunos organismos gubernamentales y actores del

medio local, es justamente en el medio local donde los consensos sobre la necesidad de

erradicarlo, no terminan de cerrarse. Un poco más allá pero dentro de las misma línea

argumental, la erradicación del trabajo infantil podría traer consigo la erradicación de la

cultura del trabajo, de manera que esconde un riesgo latente que –según algunos actores

sociales- encierra una verdadera trampa.

“… Yo entiendo esto del trabajo infantil… de que no está bueno que los chicos

trabajen y que tienen que ir a la escuela, pero… si sacamos a los chicos de las

viñas y del trabajo del campo… ¿qué va a pasar con nuestra cultura del

trabajo?, ¿qué va a pasar con nuestra cultura como mendocinos?” (Torres,

76

observación participante, notas del cuaderno de campo, comentarios de un

investigador en oportunidad de una salida a campo compartida, 2004)

El recorrido que proponen estas construcciones no sólo se registra entre quienes

mantienen una relación lejana y probablemente romántica con la ruralidad y, aunque en

menor medida, también aparece en algunos informantes que fueron trabajadores en su

infancia.

“Mire… si usted viene acá para hablar de trabajo infantil, yo desde ya le digo

que no… yo soy hija de un contratista de viñas y desde chica, mi padre me

llevaba a mi y a mis hermanos a trabajar con el… nosotros hemos sido niños

felices, muy felices… No veo mal que los niños aprendan de sus padres la

cultura del trabajo…” (Torres y Urbina, trabajo de campo, entrevista con un

directivo de una escuela del ámbito rural, octubre de 2008)

Los fragmentos que se transcriben permiten apreciar hasta qué punto los consensos

sobre la necesidad de erradicar el trabajo infantil no terminan de cerrarse, al menos

cuando se transcienden los espacios de actuación de los organismos nacionales e

internacionales que trabajan a favor de su completa erradicación. Sin embargo, entre

unos y otros relatos, se presentan una serie de diferencias que quizá convenga valorar

con más detenimiento.

En particular frente a quienes han sido trabajadores infantiles se observa que evocar las

imágenes del pasado que los encuentran siendo niños y trabajando en tareas agrícolas,

está íntimamente ligada al recuerdo de los propios padres, de modo que, en algún punto,

evitar la condena abierta al trabajo infantil permite evitar condenar a los propios padres.

“Mi viejo no decía nada en esa época, creo que tenía mucha culpa…un día yo

venía de laburar… era un sábado al medio día y me acuerdo que llegué a mi

casa y estaban todos sentados alrededor de la mesa y no había para comer. Yo

llegué con la plata y vi la cara de alegría de mis viejos… de ir a comprar

algo… pero la sensación de mi viejo, que no traía un mango después de haber

laburado de la mañana a la noche y que yo, con 8 o 9 años… yo me acuerdo

de las sensaciones… cómo mi viejo nos trataba, de cómo era, así de tener

mucha compasión… siempre sentí en mi viejo una cosa de decir, bueno,

haciéndose cargo de que no podía generar lo que tenía que generar” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a adulto en su infancia trabajador infantil, 2009)

77

Del mismo modo, los relatos de los adultos que recuerdan su propia historia de niños

trabajadores se pueblan de recuerdos coloridos, de padres trabajadores y esforzados que

entregaban a sus hijos valiosas herencias hechas de saberes ligados a las labores

culturales del agro. Aun cuando muchos mixturan episodios de alegría con otros de

profundo dolor generalmente asociado a situaciones de pobreza extrema, se constata una

fuerte tendencia a poner a resguardo la memoria de los padres porque rápidamente se

indica que “en esos años no habían otras maneras de salir adelante”. Así las cosas, si

bien las largas horas de trabajo en las que participaron siendo niños tienden a

comprenderse y explicarse en un diálogo que enlaza un pasado difícil y una valiosa

herencia de saberes, los relatos permiten apreciar que se trató de infancias que restaban

juego y sumaban trabajo, en cuentas que daban saldos negativos que no pasaban -ni aún

hoy pasan- desapercibidos. Los relatos de los hoy adultos antes niños trabajadores

indican que si bien trabajar era parte de la realidad con la que se debía convivir, el

comprender no alcanzaba a contrarrestar los efectos adversos de la temprana

incorporación al mundo del trabajo.

“Yo tengo un muy buen recuerdo de mi infancia, de estar en el barrio, de ir a

cazar lagartijas… mi vida era eso, era ir a la escuela que era ahí en el barrio,

mis amigos de la escuela vivían en mi cuadra… teníamos una banda de amigos

¡imaginate! Éramos 12 varones en mi cuadra y la misma cantidad de chicas…

siempre había alguien con quien jugar, yo me salía por la ventana y me

escapaba a jugar, teníamos viñas al costado para jugar… pero del trabajo

tengo un recuerdo más pesado. Yo empecé a trabajar a los 8, ahora tengo 40,

tengo casi 30 años de trabajo… me tendría que estar jubilando ¿no? No quería

ir a laburar, me quería quedar jugando… esto que te cuento de un recuerdo

alucinante del barrio y los amigos, yo lo tenía que dejar para ir a laburar… Y

sabía que iba a laburar y que me retaban más que en mi casa, porque si te

quedaba una parte sin barrer te cagaban a pedo, porque era así… Llegó un

momento, cuando ya iba a séptimo grado, a los 12 años, que yo laburaba en el

galpón de ajos, que tengo la sensación de haberme acostumbrado… iba a

laburar, tenía esa sensación, me encontraba con mis compañeros de la escuela

y yo me iba a laburar, todos se iban a jugar a la pelota y yo me iba a laburar…

era más normal… antes era más pesado, mientras más chico era… me

78

parece…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a adulto antes trabajador

infantil, Mendoza 2009)

Como se indicaba, la tendencia a comprender y explicar no elimina el dramatismo en

los relatos. El diálogo que resulta del encuentro con estos informantes se plaga de

ausencias, de condiciones de pobreza muchas veces extrema, de situaciones de

emigración y de desprotección generalizada.

“Yo empecé a laburar a los 12 años, a los 11 años se fue mi vieja, me quedé

con mi papá y mis 4 hermanos, con mi abuela y de ahí nos empezamos a

dividir. Un hermano con mi tía, mi otra hermana con mi otra tía, yo con mi

padrino y así… ya después nos juntábamos de vez en cuando y la pasaba mal

también. Trabajaba de todo lo que me ponían… donde trabajaba mi viejo, el

patrón me agarró cariño y me daba comida… me decía que viniera el domingo

a trabajar pero me daba comida, la merienda toda así, trabajé mucho ahí. Ahí

me di cuenta, a los 18 años, que no tenía futuro y me vine para acá. Yo estaba

en San Juan. La otra gente que se iba se venía con auto, bien vestidos... me

vine por cambiar el clima, porque no quería que la amistad mía me viera…

porque ya no tenía zapatillas, no tenía ropa, tenía un pantalón que lo usaba

para trabajar y para salir, venía sucio, lo tenía que lavar, secarlo como

podía… me iba a ver mi novia con el pantalón mojado, llegó un momento que

ya me cansó y me vine” (Torres, trabajo de campo, entrevista a trabajador que

en su infancia se desempeñaba en el agro de San Juan, octubre de 2008)

Una situación completamente diferente se produce frente a quienes no han sido

trabajadores infantiles. Ya sea que se trate de personas que toman a la ruralidad y a las

transformaciones asociadas a la Nueva Vitivinicultura como objeto de estudio o de

productores exitosos frente a las nuevas condiciones, los argumentos que amparan la

defensa –o que, cuando menos, la abstinencia de condena - del trabajo infantil adquiere

otras formas y matices.

A diferencia de aquellos actores sociales, éstos proceden con asociaciones que priorizan

los enlaces trabajo infantil - cultura del trabajo – Mendoza orgullosa de sus tradiciones

y de su cultura. Estas narrativas se orientan a señalar que Mendoza es una provincia

progresista y moderna gracias a la cultura del trabajo que han sabido transmitir los

actores de la ruralidad, de generación en generación, de padres a hijos, muchas veces en

jornadas de trabajo compartido. Aún cuando los actores de la ruralidad del presente,

79

incluidos los trabajadores, poseen esos valores, los relatos indican que la cultura del

trabajo ha sido traída desde fuera por los inmigrantes de ultramar, abuelos o bisabuelos

de estos actores. Un poco más allá, los aportes en saberes y valores traídos por los

inmigrantes europeos se rodean de cierto misticismo, que en algún punto los coloca en

el lugar de lo no cuestionable.

“Yo me he criado en la viña, el primer Malbec en parral de (esta zona) lo

plantamos nosotros, yo era pendejo chico y el único que lo manejaba era mi

viejo y daba una locura de uva y viste que el Malbec es más jodido que la

mierda, porque si le dejás poca carga se te hace macho y lo tenés que arrancar

y se le dejás mucha carga también. Mi viejo lo podaba en cuarto menguante,

con la luna, sino no podaba. Yo digo que la luna tiene que ver con todas las

cosas. Yo voy a ver cómo están podando y te puedo decir que pedo se está

mandando el tipo, porque toda la vida he estado. Ahora te explico, los

ingenieros, hay mucha gente que es consciente, pero yo he sacado ingenieros a

las patadas de mi finca, porque no entienden… porque no lo han mamado.

Porque esto hay que mamarlo, hay que vivirlo. Vos tenés que haberlas

pasado” (Torres, trabajo de campo, entrevista a pequeño productor vitícola del

Valle de Uco, Mendoza, 2004)

Además de la puesta en valor de los conocimientos traídos por los padres y abuelos y

del valor que se otorga a las experiencias del pasado, el trabajo infantil -ahora atenuado

como trabajo o colaboración de los niños en las actividades agrícolas que realizan sus

padres o como trabajo – escuela, presenta mayores beneficios que desventajas dado que

se constituye en un camino para favorecer la preservación y transmisión de la cultura

del trabajo que ha posicionado a Mendoza como una de las provincias más modernas y

pujantes del país.

“Yo tengo un obrero que trabaja en la bodega y cobra bien, no es una locura

pero gana bien… Lo que pasa es que, yo te explico, la gente cuanto más gana

menos quiere trabajar, vos lo llevás y a los 5 minutos ¡vamos, vamos! Antes

tenías que decirle ¡por favor!, ¡se acabó!, ¡váyanse! Ahora es al revés, se

ganan unos mangos y se quieren ir, cuando tiene la oportunidad de ganar $10

más, no se los gana. Otra cosa estúpida que hay es que no dejen trabajar a los

chicos… si es el momento en que ganan plata, como hacían antes que

trabajaba toda la familia y en el año se compraban lo que les hacía falta en el

80

año, ahora no es tan así, pero ojo, una familia cuando van dos hijos se saca

$50, $60 por día y cuando están un mes trabajando son $1800 por mes. Pero

claro ¡si te pillan! Yo lo permito, a mí nunca me han caído. Como no van a

trabajar si van a perder 4, 5 días en la escuela nada más” (Torres, trabajo de

campo, entrevista a pequeño productor, Mendoza, 2004)

En muchos casos, estas narrativas encuentran vinculaciones con las estrategias de

marketing que despliegan algunos actores y, a veces, con los emprendimientos turísticos

que combinan el turismo rural y de bodegas con la producción de vinos. Ya se había

dicho antes que una de las formas a través de las cuales los productores locales daban

sabor local a sus productos internacionales, radicaba en marcarlos con las

particularidades de su origen. En este contexto, se valoran los aportes en trabajo de la

gente actora de los procesos de producción, es decir, de los trabajadores mismos, en la

medida en que vitalizan el brillo, colorido y tradición de esos productos internacionales

con sabor a Mendoza.

“Esto del turismo lo están haciendo todos, inclusive las bodegas están

pensando en el hotel, en el restaurante. Y te digo que es el negocio que más te

deja. Nosotros no fraccionamos vino… entonces se los mando a un amigo que

tiene una bodeguita artesanal, $3.800 mangos en dulces y vinitos les

vendieron, en un día. A la gente no le gusta ver la monstruosidad, le gustan las

bodegas chiquitas, viejas, la madera… ellos vienen de Europa, ya lo tienen

todo o vienen de Estados Unidos que son todos grandes. No te olvides también

que estás vendiendo la idiosincrasia de los pueblos. Hay gente que ve, por

decirte acá, la carne la olla, todas costumbres nuestras, no esas empanadas

feas, sino esas que tenés que abrir las piernas porque se te chorrean… todas

esas cosas llaman muchísimo la atención y eso genera divisas” (Torres, trabajo

productor, pequeño productor de Valle de Uco, 2004)

Además de las marcaciones vinculadas con el clima, los suelos y las aguas mendocinas,

los productores locales han empezado a dar valor a sus productos poniendo énfasis en

los aportes de trabajo y saber que suman los trabajadores.

“Una vuelta visité un Château en Francia y me llamó la atención que las cavas

tenían los nombres, no sé… de un tonelero que había trabajado ahí ¡treinta

años! Entonces a esa cavita le habían puesto el nombre de ese tonelero, en su

honor. Y nosotros tenemos tendencia a no valorizar lo nuestro… entonces acá

81

le hemos puesto un nombre particular a los vinos, estamos escribiendo la

historia del tomero que es el símbolo del riego, para poner en valor estas

cosas” (Torres y Pastor, trabajo de campo, entrevista a productor vitivinícola

de Mendoza, 2005)

Complementariamente, los contenidos que condensa la marca Mendoza, tanto como las

múltiples imágenes que el público de la provincia, del país y del extranjero, consume en

cada Fiesta Nacional de la Vendimia, sintetizan estos ramilletes de sentido. Montañas

nevadas, vinos, bodegas, prolijos campos de surcos verdes regados con aguas puras y,

fundamentalmente, trabajadores felices, orgullosos de sus tradiciones y saberes que

gustosos suman su esfuerzo y su sangre al vino que se festeja cada mes de marzo.

De izquierda a derecha: Inmigrantes cosechadores (Vendimia de 1937), Derrames de vino en las acequias (Mendoza 1938), Vino en baldes y niños pobres (Mendoza 1938). Archivo General de la Provincia de

Mendoza. Carpeta Fotos VITIVINICULTURA

Aún cuando en los últimos

años tiende a enfatizarse que

los productos que Mendoza

proyecta al mercado ampliado

no pueden quedar asociados

al trabajo infantil, es claro que

se trata de una estrategia no

necesariamente ligada a una

condena del fenómeno, sino

más bien una forma de

escapar a la condena de

aquellos “otros” que se

presentan como compradores potenciales. No debe dejarse de lado además que las

bodegas y campos de vides que se insertan en los circuitos turísticos diluyen las

Revista Jornada, viernes 5 de Marzo de 2004.

82

fronteras entre los espacios privados y los públicos, básicamente porque las divisas que

atraen los turísticas sólo son posibles poniéndose a la vista de. Por ello, es altamente

comprensible que justamente de esos espacios, entre públicos y privados, desaparezcan

las ignominiosas imágenes de niños trabajadores. Sin embargo, en la intimidad de las

entrevistas y aún más cuando los encuentros se extienden y empiezan a vincularse a

temas más alejados al trabajo infantil propiamente dicho, es común que los informantes

dejen entrever que si bien consideran condenables las formas más aberrantes de trabajo

infantil, no lo es tanto que los niños aprendan de sus padres la cultura del trabajo.

Las narrativas que construyen los grandes y medianos productores omiten sin embargo

considerar que los teóricos guardianes de la cultura del trabajo son, ni más ni menos,

que los mismos sectores sociales que se constituyen en centro de las políticas públicas

de lucha contra la pobreza y no los empresarios que suman valor agregado a sus

productos.

Si los niveles de consenso aumentan frente a los grandes y medianos productores, frente

a los pequeños productores los relatos muestran algunas fisuras que, finalmente, se

potencian cuando se avanza con el análisis de quienes encarnan las posiciones de

contratistas, medieros y asalariados. Para algunos pequeños productores y para muchos

más contratistas, la cultura del trabajo es una realidad pero tanto como lo son los bajos

salarios que cobran por su trabajo. La pobreza está asociada en parte al esfuerzo propio

y al saber administrarse, pero un poco más allá, a los procesos de extracción de

plusvalía de los que participan como objeto.

“Aquí no hay muchos pobres, porque hay mucho trabajo, a veces la pobreza la

crea uno mismo. A veces no sabe administrar la plata, gasta mal. Cuando yo

gané bien en la chacra no supe administrar la plata. Malgastada. Maneras de

salir adelante hay, pero no sé cómo se hace. Yo gano $22 pero no me hacen

aportes, ni descuentos. La verdad es que no se cómo vamos a hacer cuando

tengamos más edad, no se qué vamos a hacer… yo no tengo plan… para mí

ese tema de los planes trabajar crea vagancia. Para mí está mal, usted me va a

perdonar… La pobreza… en este momento ser pobre sería como ser yo…

cuando uno trabaja y trabaja y no tiene nada y otros progresan. Acá los que

trabajan son los pobres… Uno depende mucho de que le toque un buen patrón,

hay gente que le dice que cosechó mal y no le pagan o le pagan menos”

83

(Torres, trabajo de campo, entrevista a contratista de viñas de Valle de Uco,

2004)

Desde la mirada de los trabajadores, es decir, esos otros “otros” que antes analizaban los

empresarios, tiende a ponerse de relieve que sumar cultura del trabajo y saberes no

siempre redunda en que los beneficios del desarrollo se derramen.

“Tendrían que vivir ellos acá y se van a dar cuenta… porque de afuera se ve

bonito, pero la verdad es que hay que andar mucho para que se den cuenta lo

que es Mendoza, muchos lugares que tienen necesidades… el tema de cómo los

tratan en el trabajo… son mal pagados, a la gente, a los chacareros, todos…

Un chacarero está a $20 pesos el día y tiene que trabajar con los 2 o 3 niños

para poder ganar eso… eso no lo ven los que van a la fiesta (de la

Vendimia)… pero que se vengan entre semana y vean lo que hacen los

demás… claro, ahora está bonito, ha progresado, ahora está todo iluminado,

pero ¿a costilla de quién? De los tontos que están en las chacras, gracias a los

que están trabajando están comiendo ellos… en una palabra, Mendoza está así

gracias a nosotros… y ¿dónde va a parar?” (Torres, trabajo de campo,

entrevista a trabajador del rubro de la madera, octubre de 2008)

Adosadas a estas tensiones, los diálogos que se propician entre trabajadores y

empleadores en los espacios de encuentro que prefiguran los procesos de producción del

agro, marcan la emergencia de otras fracturas. Entre otras, es relativamente común que

los empleadores se esfuercen por promover imágenes de sí que amalgaman las

posiciones de patrones – padres, resaltando en todos los casos que “si bien se pagan los

salarios que fija el mercado de trabajo” con los trabajadores se crean vínculos que

rebasan el mercado y, en el marco de los cuales, se brindan constantes ayudas. Se

autoriza el uso de tierra patronal para cultivos domésticos, se ayuda a resolver las

urgencias de los trabajadores, se brindan adelantos en dinero, se comparten saberes en el

marco de relaciones rodeadas de afecto y, tal como se vio antes, se omite la aplicación

de la ley permitiendo que los niños trabajen.

“Cuando alguno necesita remedios nosotros los compramos, en la finca viven

como 100 personas… pagamos lo que manda el mercado pero sostenemos a la

gente porque aquí viven, si necesitan dinero lo adelantamos… Acá hay gente

que vive desde hace años, mis padres los tenían y nosotros tratamos de que

84

estén bien” (Torres, trabajo de campo, entrevista a productor local del Valle de

Uco, 2004)

“Yo pienso que la gente tiene que estar contenta. Si vos andás en un auto 0km,

el empleado no puede no tener nada o andar 20km en bicicleta para venir a

trabajar, ahí aparece la bronca. Vos tenés que salirle de garantía para que se

compre algo, una camioneta, una heladera…” (Torres y Pastor, trabajo de

campo, 2005)

“Yo acá tengo a la XX… es mi compañía… una chica exquisita que trabaja

conmigo y en otra casa de servicio doméstico… trabaja todo el día y cuando

termina se va a la facultad. Estudia dirección de empresas… yo le digo que es

como Sarmiento… no falta nunca. Mis hijos me dicen, vas a ver que va a

llegar, algún día va a llegar. Mientras tanto yo le enseño lo mucho que he

aprendido… el ritual del caviar, por ejemplo… y le digo que algún día va a

tener reuniones y cenas y va a tener que saber comportarse… esas cosas que

nadie le va a enseñar… entonces yo le enseño” (Torres y Pastor, trabajo de

campo, 2005)

El ingreso al análisis de los vínculos con el mundo de los empleadores, vistos ahora

desde el mundo de los trabajadores, no es simple. Contrariamente a lo que ocurría antes,

los relatos de los trabajadores se organizan a lo largo de un amplio gradiente plagado de

zonas grises. Si en algunos casos se destacan las situaciones de injusticia, sufrimiento y

atropello que median en la relación con los patrones, en otros casos también aparece

tematizada la idea de una deuda. Los relatos señalan que la oportunidad de tener un

trabajo no es un beneficio del que gocen muchos, de modo tal que aún cuando puedan

no ser las mejores condiciones, al patrón se le debe y agradece la oportunidad, más aún

cuando los beneficios del trabajo se hacen extensivos a los hijos. Dicho de otro modo, el

hecho de saber que sobre el trabajo infantil pesan prohibiciones legales y que permitirlo

puede generar sanciones y multas para los propietarios, hace que aquellos que lo

admiten se rodeen de una áurea de coraje, en el marco de la cual se le agradece

doblemente la oportunidad.

“No me parece bien esto… de parte del gobierno no me parece bien… A

muchos niños como él podrían estar trabajando… Él no es permanente acá

porque está estudiando, algunos días trabaja, otros no, entra más temprano o

entra más tarde… convengamos que es por una ayuda. Antes que esté en la

85

calle yo prefiero que esté acá… Me pone mal, por nosotros, por mi patrón… el

patrón nos está dando una ayuda para tenerlo acá y me molesta, me molestan

estas cosas… me ponen mal” (Torres y Ugarte, trabajo de campo, entrevista a

mamá de adolescente que trabajaba junto a ella en un aserradero de Mendoza,

octubre de 2008).

Del otro lado, un grupo relativamente más numeroso de informantes, tienen en común

con éstos la tematización de una deuda, solo que ahora se trata de la que se mantiene

con ellos.

“El trato con los patrones… depende de cada patrón… los que son más

difíciles son los criollos… vos ganás algo y ya te dicen que tenés plata, hay

años que sufre uno, no tenés qué comer, es muy sacrificado… la plata no

alcanza para nada, se va en comida, si uno pudiera juntar, pero se lo va

comiendo todo y pasan los años…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a

mediero del oasis norte de Mendoza, 2006)

“…yo veo muchos, tanto paisanos, criollos, gente que pide, hay muchos

pobres en el campo, no tienen casa, nada. Yo no tengo ni casa ni nada, si me

sacan de acá me tengo que ir a vivir a la calle, no tengo ni donde ir, hay que

trabajar para vivir tranquilos. A veces los patrones se enojan porque te ven

que te vas a changuear, no les importa que comás tierra, con tal de que estés

ahí te inventan cualquier trabajo” (Torres, trabajo de campo, entrevista a

trabajador rural boliviano radicado en Mendoza, 2007)

Por sobre las visiones mutuamente refractarias que inundan el mundo de los

trabajadores, los datos de campo indican sin embargo de la existencia de algunos

consensos particularmente referidos a que la confianza ciega en la cultura del trabajo y

del esfuerzo personal crece en excepciones ante la presencia de sistemas sociales

altamente estratificados. Aún cuando en algunos casos y en especial en otras épocas, la

suerte de los inmigrantes los encontró años más tarde transformados en propietarios

(Salvatore 1986) la actual retórica del esfuerzo no sólo oblitera que las condiciones del

presente han cambiado sino también, que los frutos del esfuerzo personal se ven

altamente condicionados por la presencia de dinámicas explotativas orientadas a la

reproducción del capital. Adosado a ello, no puede quedar fuera de consideración que

cuando los entrevistados que no se insertan como trabajadores rurales ni computan

experiencias como trabajadores infantiles, presentan argumentos a favor del trabajo de

86

niños y adolescentes, lo hacen partiendo de la tranquilidad que da el saber que

“mantener viva la cultura del trabajo de Mendoza es responsabilidad de los hijos de

otros trabajadores”. En todo caso, estos hijos de trabajadores, hoy trabajadores

infantiles, están llamados a mantener vivo un patrimonio cuyos beneficios no quedan en

sus propias manos, al mismo tiempo que mantienen activos los mecanismos de

generación de plusvalor que beneficiarán al sector empresario.

Más allá de estas consideraciones, la comprensión del fenómeno del trabajo infantil y

adolescente en Mendoza sería inacabada si se dejan de lado las explicaciones que

brindan sus protagonistas. A lo largo del proceso de investigación se ha tenido

oportunidad de entrevistar no sólo a adultos que han sido trabajadores infantiles en el

pasado, sino también a niños y adolescentes que en la actualidad se insertan en diversas

producciones del agro de Mendoza.

Aún cuando los consensos acerca de la relación directa entre pobreza y trabajo infantil

no terminan de cerrarse en el ámbito científico-académico (Waisgrais 2007), los datos

de campo colectados de la mano de estos informantes indican que las principales

fuerzas que los llevan a insertarse tempranamente en el mercado de trabajo se hallan

fuertemente vinculadas a las apretadas posibilidades de reproducción social de las

familias. En la mayoría de los relatos queda de manifiesto que los ingresos que pueden

lograr los miembros adultos, no bastan para cubrir las necesidades alimentarias básicas

de sus grupos domésticos, de manera que los niños y adolescentes colaboran

activamente en la provisión de ingresos económicos.

“…Este año nomás (dejé la escuela) tendría que estar en 8vo… estaba

trabajando en un lado y me gustó, por eso no fui a la escuela y mi papá falleció

este año… por eso. Mi mamá es ama de casa. Mi hermano es camionero, el

más grande… después el más chico, bueno que es más grande que yo, en

construcción. Cajones no hago, hago esos cuadritos nada más, (me pagan)

según lo que haga, pero no hago mucho, $30… $40 por día” (Torres, trabajo

de campo, entrevista a niño trabajador de un aserradero de Mendoza, 2008)

“Yo estoy por la cooperativa, pero lo que quiero es por lo menos me paguen lo

que debe ser… Mire… yo pago un alquiler, somos muchos en la familia, tengo

cinco hijos y son todos chiquitos, el más grande es él que tiene 17, los otros

tienen 16, 15, 14, 12… Mi esposa no puede trabajar porque tiene que cuidar a

los niños… Acá estoy en $1200 y de alquiler, que me lo han aumentado, pago

87

$800… y él cobra como $1000… El tema es ese… que está tan mala la

situación que… yo quisiera tener plata porque a mi me gustaría que él

estudiara, a él le gusta mecánica de motos… que haga un curso, que aprenda y

que el día de mañana tenga un taller… Yo no quiero que trabaje acá, quiero

que salga… Hace un tiempo mi hermana me mandaba plata de los Estados

Unidos, hasta que la deportaron… Ahí me fui a trabajar cuidando chanchos

porque me daban la casa, pero me hizo problema el juez de menores porque,

claro, los niños vivían en un chiquero… es cierto, pero qué iba a hacer.

Entonces alquilé… pagaba $300 y ahora me lo han subido a $800” (Torres y

Ugarte, trabajo de campo, entrevista a empleado de un aserradero cuyo hijo

trabajaba en la misma empresa, octubre de 2008)

En particular en torno a las actividades productivas de autoconsumo, se observa que la

participación de niños y adolescentes se incrementan en aquellas unidades donde los

montos de ingreso se establecen en base a volúmenes de producción. Particularmente en

el caso de actores que establecen relaciones de mediería, contratos de viña o frutales o

que se desempeñan como trabajadores a destajo, los aportes de mano de obra

generadora de volúmenes productivos, son centrales para alcanzar mayores ingresos y,

muchas veces incluye la participación de niñas, niños y adolescentes.

“Yo soy de Tucumán… me vine a los 17 años, cuando tenia 17 años me vine

para acá y empecé a trabajar en los hornos y de ahí no salí más y así los crié a

ellos y a todos y mi señora vende flores y ella se dedica a vender flores, pero

siempre he estado yo en los hornos desde que nació el mayor, ahí me metí en

los hornos y no salí más… Nosotros venimos de abajo, yo vengo criando a mis

hijos, trabajaba solo antes, todo el trabajo lo hacía solo, de a poquito pero lo

hacía solo, ahora se han criado, bueno, ahora me están ayudando…” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a mediero de hornos de ladrillo, Guaymallén,

2008)

Similares observaciones se han realizado en otros países de América Latina, en

particular en Brasil, Guatemala, Colombia y Chile, donde se indica “…se encontraron

formas de producción en las que la familia actúa como bloque, dándose por

sobreentendida la colaboración activa de los niños. Los padres justifican la vinculación

de los hijos al trabajo aduciendo que en él adquieren valores como la responsabilidad,

la autonomía y la tenacidad para sobrellevar las dificultades y soportar sacrificios.

88

Además se interpreta al trabajo como una protección contra los vicios y el ocio que

conduce a la delincuencia” (Salazar 1999: s/p). En base a los resultados encontrados, el

trabajo antes citado va un poco más allá, indicando que “…los niños trabajan, en

general, porque su familia es pobre, pero también por diversos factores culturales. La

concepción que subyace en el fondo parece ser la de que todos los miembros de la

familia son proveedores económicos de ella y mediante el ejercicio de esta

responsabilidad, se forma a los niños de hoy para que sean los adultos competentes del

mañana” (Salazar, 1999: s/p)

Aún cuando este y otros estudios señalan que la asociación pobreza – trabajo infantil no

es directa, mecánica y fundamentalmente simple, los datos de campo permiten

comprobar que tampoco es simple, ni va de suyo, la asociación cultura – trabajo

infantil. Por el contrario, aun cuando es relativamente común que se indique que la

realización de tareas agrícolas favorece que los niños y jóvenes rurales desarrollen

competencias y habilidades laborales, que se trata de espacios útiles a los fines de la

socialización porque permiten la transmisión de padres a hijos del valor del trabajo,

debe mencionarse que los relatos construidos con el curso de la investigación señalan

que estas alternativas no se presentan, en ningún caso, disociadas de constricciones

económicas, por su parte enlazadas a dinámicas y procesos sociales y económicos de

mayor envergadura que exceden con creces a los sujetos en tanto que sujetos aislados.

Es decir, se trata en todo caso de dinámicas económicas orientadas a la generación de

capital que imponen a las unidades domésticas, constricciones, premuras y urgencias

económicas que, ahora sí, resuelven parte de su reproducción social apoyándose de

manera variable en los aportes de los miembros más jóvenes de la familia y que, en

todo caso a posteriori, aportan explicaciones al fenómeno valiéndose de apoyaturas

explicativas que exceden, pero indefectiblemente incluyen, las dimensiones

económicas. Así las cosas, aún admitiendo que las categorías niño y niñez son

construcciones sociales y culturales (Polakoff 2007) y que seguramente sería interesante

profundizar en Argentina y Mendoza el análisis de cómo esas construcciones impactan

sobre el trabajo infantil, la atribución de una causalidad culturalista mecánica, más bien

ampara que se solidifiquen los velos que esconcen las dimensiones más económicas de

la problemática. No se trata, según los resultados emergentes, de trabajo explicable en

términos culturales; en los espacios rurales de Mendoza las diferentes formas de trabajo

que protagonizan niños, niñas y adolescentes se vincula a condiciones generalizadas de

89

vulneración de derechos que tanto expresan la retirada del Estado del ámbito de las

políticas públicas como la funcionalidad de esta mano de obra para la reproducción del

capital. Un poco más allá, la idea de una unidad doméstica que actúa en bloque, de

forma independiente a condiciones socio-históricas cambiantes y que en su interior el

trabajo infantil computa como un hecho natural, omite tomar en consideración que el

hogar no se halla exento de conflictos y negociaciones entre los miembros, tanto como

de diferenciales distribuciones de poder en torno al control de los procesos de

producción, distribución y consumo. Los aportes de Narotsky (2004) son

particularmente reveladores en este punto ya que invitan a pensar a las unidades

domésticas como espacios porosos, sin límites claros entre el adentro y el afuera, como

espacios de conflicto y confrontación entre los integrantes, donde el acceso a los medios

de producción, a los mecanismos de distribución y fundamentalmente al consumo, no

son equitativos. Esta autora indica, por ejemplo, que estudios realizados en Bangladesh

(Carloni 1981 en Narotsky 2004) muestran claramente que aún cuando niños y mujeres

participen activamente en la provisión de ingresos, no reciben los mismos beneficios de

consumo que los hombres adultos jefes de hogar, “…numerosos análisis se basan en la

presunción de que existe una bolsa común de ingresos o nivel de ingresos y que los

recursos se redistribuyen de forma homogénea y equitativa entre todos los miembros

del hogar; de hecho, es frecuente que la distribución ni siquiera se mencione como una

actividad en el interior de los hogares. Cuando nos encontramos ante una bolsa común,

ésta debería analizarse como resultado de las relaciones de poder y de negociación, en

lugar de considerarse la forma normal de gestionar los ingresos de la unidad

doméstica de consumo” (Narotsky 2004: 172-173)

“…En el campo es como en la selva, el macho alfa domina al resto… entonces

está esto de crecer rápido, de no ser niño para poder trabajar más y ganar

más… ya cuando ganás más no es como cuando el padre / jefe de familia trae

todo a la casa… cuando vos traés también te agrandás y también empezás a

decidir…” (Torres, trabajo de campo, notas del cuaderno de campo, relatos de

un adulto antes niño trabajador, 2009)

Ahora bien, el hecho de que sean en primer lugar las dimensiones económicas de la

problemática las que develan los actores cuando se penetra el tema del trabajo de niños

y adolescentes, no significa que sean las únicas. En uno de los relatos anteriores

quedaba particularmente de manifiesto que se conjugaban una amplia variedad de

90

constricciones que jaqueaban al actor. Además de dar cuenta de la situación de un

adolescente tempranamente inserido en el mundo del trabajo, la familia que lo contiene

experimenta una profunda situación de pobreza, en el marco de la cual son muchos más

de uno y afectan a muchos más que a un miembro, los derechos vulnerados. Además de

los bajos salarios que en este caso abona el empleador a padre e hijo, la forma

contractual utilizada en ambos casos es la de cooperativa de trabajo (de existencia legal

pero no real) hecho que por su parte determina que tampoco se posean los beneficios

laborales sancionados en la legislación vigente y que se derivan de la situación de

trabajadores en la que ambos se desempeñan. Un poco más allá, el caso expresa niveles

de vinculación que exceden las fronteras de la provincia, dando cuentas de vínculos con

migraciones hacia Estados Unidos que terminan en deportaciones y permite evidenciar

los desiguales diálogos que tienen lugar dentro del sistema judicial, que suma las

exigencias normativas que marcan niveles normales, óptimos, deseables o “naturales”

para las condiciones de vida y habitabilidad de los niños pero que antes no han

garantizado el acceso plenario de las familias y niños a condiciones de vida alejadas de

la pobreza.

Además de las explicaciones que indican la necesidad de sumar ingresos o fuerza de

trabajo, aparecen en segundo lugar pero con relativa fuerza alusiones a que en los

espacios rurales, la pronta incorporación de los adolescentes al mundo del trabajo es

una opción preferible frente a otras que suponen mayores riesgos. En este punto, son

usuales las referencias a opciones excluyentes tales como trabajo / calle, trabajo /

delincuencia, en el marco de las cuales el trabajo infantil y adolescente se convierte en

sinónimo de salud.

“… yo iba a laburar, desde chico, eran cosas que… estaban en el ambiente,

era como normal y estaba bien visto. Los comentarios, yo andaba bien en la

escuela, trabajaba… era como el niño modelo, pero…” (Torres, trabajo de

campo, entrevista a adulto niño trabajador, Mendoza 2009)

Frente a familias cuyos ingresos limitan los horizontes de posibilidad de esos jóvenes,

de espacios rurales que con dificultades cuentan con servicios mínimos y ante un

Estado que en los 90 se retrajo considerablemente del ámbito de la política pública,

pareciera que las únicas opciones que quedan disponibles para los jóvenes rurales son la

dedicación al trabajo, en la medida en que por esta vía se evitan situaciones de mayor

riesgo social.

91

“…Para mi es mejor que mi hijo esté acá a que esté en la calle… así lo veo

yo… es muy malo andar en la calle… ¡eso es lo que el Gobierno quiere, que

los hijos de nosotros salgan a robar! Yo tengo un hermano que tiene la misma

edad que él y está preso por robo… por la misma experiencia que yo ya tengo,

el dolor que a mi me causa de verlo así… y a él no lo permiten en ningún lado

de trabajo…” (Torres y Ugarte, trabajo de campo, entrevista a mamá de

adolescente que trabajaba junto a ella en un aserradero de Mendoza, 2008).

“…Nosotros trabajamos todos en la chacra, es del patrón y trabajamos por

porcentaje… es muy duro, olajá tuviéramos una casita aunque sea… yo a mis

hijos les voy enseñando a que trabajen… que hagan algunas cositas desde

chiquitos… para que no se dediquen a la vagancia… ellos pelan ajos… yo les

enseño a todos…” (Torres, trabajo de campo, entrevistas 2003. Fragmento de

entrevista a mujer boliviana, citado en Torres 2005)

Dando respaldo a estos relatos, los entrevistados que en su pasado fueron niños

trabajadores y que en la actualidad defienden su reproducción social a partir de relaciones

laborales profundamente erosionadas, hallan dificultades para asegurar que su

descendencia evite los contornos del riesgo.

“Yo tengo dos hijos, pero mi señora tiene 3 de antes… en total son cinco… La

más grande trabaja, el más chico está en el COSE22 y ahora la más chica está

embarazada. La más grande tiene 17 años, la otra tiene 16 años, la que está

embarazada. El que está en el COSE está por burro, por guiarse por los

amigos. El tiene muchos amigos que son delincuentes… y a lo mejor, él por

hacerse el más macho… le dicen vos sos maricón, vamos a pegarle a él y le

sacamos la plata… y para no quedar como un maricón los acompaña, no les

pega, pero fue al COSE. Estuvo 7 meses allá, después lo largaron y por no ir a

firmar, se lo llevaron. Es bueno el muchacho, es trabajador pero… las

amistades” (Torres, trabajo de campo, octubre de 2008)

Las observaciones de campo indican que en muchos casos se trata de familias amputadas

o de padres que aun enfrentando jornadas laborales que superan las 12 horas, no pueden

asegurar a sus hijos una dedicación completa al estudio y a la recreación. Es interesante

en este punto recordar que los datos cuantitativos que aporta EANNA (MTEySS 2006)

22 COSE, Centro de Reeducación Socio- Educativo.

92

permiten prever que, de no mediar acciones decididas del Estado o situaciones

coyunturales fortuitas que cambien la suerte de algunos actores, es poco probable que en

el futuro se modifiquen las opciones disponibles para los hoy, niños, niñas y

adolescentes trabajadores.

Apoyándose en los datos de EANNA (MTEySS, 2006) y en estudios realizados por

otros autores (Ray y Lancaster 2005, Psacharopoulos y Arriagada 1989) Waisgrais

(2007) indica que la educación de los padres es un factor de peso en la permanencia de

los niños en el sistema educativo, “… los coeficientes negativos (significativos en niños

y niñas) indican que las mejores señales para que los niños no trabajen vienen dadas

por niveles educativos de los padres superiores a secundario completo… a medida que

aumenta el nivel educativo de los padres con relación al nivel de referencia (primario

incompleto) se reducen las probabilidades de los niños de trabajar; en otras palabras

aumenta la permanencia en el sistema educativo” (Waisgrais 2007: 187)

“Mi viejo no quería que nosotros estudiáramos, el pensaba que teníamos que

trabajar, porque era lo que él había hecho… a mi siempre me gustaron los

libros y tampoco soy muy fuerte… siempre prefería estudiar… mi mamá sí

quería que estudiáramos… yo me acuerdo ¡mirá vos! Que vos decís… ah, este

es mi primer cuaderno de la escuela… bueno, yo me acuerdo que borré el

cuaderno de primer grado para usarlo en segundo… ¿sabés… ese recuerdo?

La pena que me daba borrar lo que había hecho... Por ejemplo, no me gustaba

que se me rompiera la punta del lápiz porque tenía que sacarle punta y se

achicaba...” (Torres, trabajo de campo, entrevista a adulto antes niño

trabajador, notas del cuaderno de campo, 2009)

Los datos de campo parecen confirmar las observaciones de Waisgrais (2007) al poner

en evidencia que la visión que los padres y niños trabajadores del presente tienen

respecto de la escuela como ámbito de aprendizaje y fundamentalmente como

mecanismo de ascenso social, no goza de perfectos consensos. En espacial quienes en

su infancia vieron recortadas sus posibilidades de insertarse en el ámbito educativo y

debieron incorporarse al ámbito laboral, no confían en que la educación sea la vía de

acceso más segura para protagonizar procesos de movilidad social ascendente. La

posibilidad de trabajar y obtener ingresos que algún día les permitan encarar

explotaciones agrícolas independientes, claramente compite con la opción por el

estudio.

93

“Yo les digo a mis hijos que más me gustaría que trabajen por cuenta de ellos,

no tener patrón, independizarse, que estudien, que trabajen conmigo así nos

compramos un pedazo de tierra y trabajamos para nosotros nomás” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a contratista de Mendoza, 2007)

Una vez más, los datos cualitativos construidos parecen dar respaldo en los de índole

cuantitativa que ha aportado EANNA, que ponen de manifiesto que los niños, niñas y

adolescentes que en el presente trabajan sólo en pocos casos se imaginan un futuro

alejado de estas actividades. El 48% de los niños y adolescentes entrevistados que

trabajaban indicaron que sus expectativas futuras eran estudiar y trabajar, el 28,2%

indicó que sus expectativas eran trabajar y el 19,2% señaló sólo la opción estudiar. Por

su parte, los niños, niñas y adolescentes que no trabajaban imaginaban su futuro sólo

estudiando en un mayor número de casos (40,7%), en menor medida estudiando y

trabajando (35,4%) y, recién en tercer lugar, sólo trabajando (17,5%) (MTEySS, 2006).

Si bien es claro que la temprana inserción en el ámbito del trabajo aporta beneficios

económicos inmediatos que ayudan a afrontar la reproducción social de los grupos y

que la escuela supone, en todo caso, una alternativa que dará frutos a mediano o largo

plazo pero que en lo inmediato suma erogaciones que plantean altos costos de

oportunidad, se hallan relativamente avanzados los consensos que señalan que la

temprana exclusión de los niños y adolescentes del sistema educativo restringirá los

horizontes de oportunidad del futuro y que dejará ver sus efectos en los ingresos que

entonces se podrán alcanzar. De acuerdo con la OIT (2006) el acceso temprano al

mercado de trabajo reduce las ganancias a lo largo de la vida entre un 13% y un 20%

aproximadamente, hecho que aumenta la probabilidad de reproducir en el futuro las

condiciones de pobreza que en el presente llevan a los niños a trabajar (Ilahi y Sedlacek

2005 en OIT 2006b). En la misma línea, la CEPAL advierte que “entre los 13 y 17 años

de edad, los varones que trabajan tienen 1 a 2 años menos de educación que los que no

trabajan, mientras que entre las niñas y adolescentes las diferencias más frecuentes se

ubican entre 0.5 y 1.5 años de estudio. Estos niños y adolescentes terminarán

acumulando un déficit educacional superior a 2 años de estudio con respecto a los que

ingresarán al mundo laboral entre los 18 y 24 años. Dos años de educación significan

un 20% menos de ingresos mensuales durante la vida activa” (CEPAL, 1995: 51)

Sumado a ello, el conjunto de pérdidas que impone la exclusión del sistema educativo

excede el ámbito acotado de los ingresos futuros, en la medida en que la escuela es un

94

espacio de socialización de enorme riqueza, “… la importancia de la escolarización

temprana no radica apenas en lo que significa en términos de conocimientos y

habilidades necesarias para una inserción efectiva en el mercado de trabajo y en la

vida social adulta; realmente su sentido en el desarrollo es mucho más profundo. Al

apropiarse del sistema de conocimientos científicos a través de la actividad escolar, el

niño trasciende el nivel de conocimiento espontáneo de la realidad y, como fue

expuesto por Vygotsky (1934/1968), tiene la posibilidad de desarrollar formas

complejas de actividad pensante y de hecho, nuevas operaciones mentales. Tiene,

también, en ese espacio social estructurado, la posibilidad de desarrollar innumerables

capacidades y a partir de los sistemas de comunicación en que participa y de las

vivencias emocionales que experimenta, desarrollar valores, motivos, formas de ver el

mundo, características funcionales y muchos otros elementos psicológicos, que se

configuran en la subjetividad” (Mitjánz Martínez, 2001: 240). A tono con estas

consideraciones, la misma autora establece que “…desde el punto de vista de la

constitución y desarrollo de la subjetividad, la gravedad del trabajo infantil radica en

que limita y prácticamente imposibilita, la participación de los pequeños trabajadores

en espacios relacionales supuestamente más favorables para el desarrollo de recursos

subjetivos deseables como el espacio familiar y espacialmente el espacio escolar,

espacios donde también lo lúdico, elemento considerado esencial en el desarrollo

infantil (Vigotsky 1960, 1979) adquiere formas privilegiadas de expresión”.

Consideraciones de índole similar son

válidas para las experiencias vinculadas

con el tiempo disponible para el juego23,

en la medida en que también éste

constituye un mediador del proceso de

construcción de andamiajes que dan

oportunidad al desarrollo de procesos

mentales de creciente complejidad. La

asociación juego – tiempo libre – tiempo desperdicio que habitualmente justifica restar

tiempo de esparcimiento y sumar horas de trabajo, deja fuera de consideración la

riqueza y complejidad de aprendizajes y experiencias que tienen lugar en ese escenario

23 En la imagen, improvisado “camioncito” construido / imaginado con los medios disponibles… un ladrillo que transporta arena en un horno de ladrillos (Mendoza, 2009)

95

y que, como se indicó, dan bases a la construcción del psiquismo infantil. Al mismo

tiempo, se trata de asociaciones que en general dejan de lado las experiencias y

sensaciones de los niños. Los recuerdos de los adultos que en sus infancias fueron niños

trabajadores, contrariamente enfatizan que la sustitución del juego por el trabajo

computa como una pérdida irreparable, que ya en la vida adulta intenta ser sobrellevada

de diferentes formas.

“En la finca teníamos animales… mi hermano estaba encargado de los

pollitos... les daba de comer, esas cosas… claro, cada tanto aparecían pollitos

muertos y era él que les apretaba el cogote… yo pienso… claro, ver a los

pollitos jugando, contentos y él que los odiaba porque él no podía jugar…

Estaba todo reglado… te levantabas a tal hora, desayunabas y antes de irte a

la escuela tenías que dejar tales cosas hechas… Entonces, mi hermano cada

tanto mataba alguno… Yo pienso, menos mal que no estaba tan mal, porque

imaginate si hubiera odiado a los compañeritos de la escuela que jugaban…

Yo después me acuerdo… viste eso de coleccionar de los chicos… bueno, yo no

podía coleccionar nada… mi mejor recuerdo es un día que mi papá nos regaló

a mi hermano y a mi una colección de autitos, de esos que vienen como 30 en

una caja… mi hermano se dejó todos los deportivos y yo, que era el mayor, los

clásicos. Había un falcón que me encantaba… ahora cuando compro en el

supermercado, por ejemplo, si salen galletas con figuritas quiero tenerlas

todas, coleccionar todas las que traen la Era del Hielo ¡que se yo!…

boludeces… pero es parte de lo mismo, como tener todo lo que no tuve, como

algo que no se puede cerrar…” (Torres, trabajo de campo, notas del cuaderno

de campo, experiencia comentada por un adulto antes niño trabajador, 2009)

La cantidad de oportunidades en que el trabajo se constituye en una opción preferible a

la asistencia a la escuela y la persistencia a imaginar el futuro alejado del espacio de las

aulas, quizá deban ser leídas también como una duda radical arrojada sobre la eficacia

de la escuela del presente. Así, si bien los datos disponibles permiten prever que la

permanencia en el sistema educativo mostrará efectos positivos en el futuro, no menos

cierto es que la escuela se halla en el presente seriamente cuestionada en su capacidad

de trasmitir saberes significativos a la población que atiende. En particular, la escuela de

América Latina no sólo asegura menos horas de dedicación diarias de las que se

propician en otros países (CEPAL 1995) sino que también ha sido puesta en duda en

96

términos de calidad. Un poco más allá y en particular en los espacios rurales, estas

dudas y cuestionamientos se conjugan con limitaciones materiales y de infraestructura

que tornan logística o económicamente difícil sostener el acceso de los niños y

adolescentes al espacio de las aulas.

“Yo veo a los niños de la zona rural de mi departamento… llegan a séptimo

grado y no pueden seguir porque en los parajes las escuelas no llegan a

octavo… para hacer el secundario tienen que viajar pero ahí está el problema

de los colectivos, porque además del gasto que es para la familia… vos tenés

que el colectivo sale en la mañana y después se viene a la tarde y capaz que

ellos salieron de la escuela al medio día… entonces, tenés las comidas y las

horas que están solos… ahí yo digo que trabajar es lo único que hay, si no

podes ir a la escuela qué vas a hacer. No son padres explotadores o cosas así,

es que de verdad no hay otras opciones…” (Torres, trabajo de campo, notas del

cuaderno de campo, observación participante en jornadas provinciales de

discusión sobre trabajo infantil, Mendoza 2009)

Finalmente, para familias que ya ven condicionadas sus posibilidades de dar respuesta a

las demandas de consumo de sus miembros, la escuela –aún pública y gratuita- supone

una serie de costos que no siempre pueden sobrellevarse. La ausencia de condiciones de

trabajo decente para los adultos, visible en la tendencia de aumento de formas

contractuales fraudulentas que restan beneficios o, de manera más directa, las limitadas

posibilidades de negociar mejores condiciones salariales, muchas veces expulsan a los

niños y adolescentes de la escuela y los constituyen en tempranos oferentes de fuerza de

trabajo. Cuando además los ingresos familiares se vinculan a volúmenes de producción,

la inserción de los adolescentes en la escuela suma gastos, resta fuerza de obra e

indirectamente ingresos, todo esto para afrontar un proyecto a largo plazo del que

además se duda en términos de eficacia.

“Acá con cada cosa negociamos el precio…estamos como temporarios y con

cada cosa vos tenés que pedir un precio… siempre es así, al tanto… Yo tengo a

mi hermana de 15 años que debería estar estudiando y trabaja. Claro que para

nosotros una ayuda es, pero ¡qué se yo!… si ellos nos pagaran el salario, por

lo menos le pagaríamos el abono a la que va a la escuela, nos sale $70 el

abono y $70 desgranando… desde ayer desgranando, no sé, no lo ganás a 30

centavos el kilo… imagínate ¡es mucho…!” (Torres, trabajo de campo,

97

entrevista a trabajadora rural, explotación dedicada al cultivo de ajo, Mendoza,

2009)

“Antes había niños, ahora no permiten, por una parte está bien porque

imagínese… mandan a un chico con esto y se cortan todos los dedos…. Pero…

eso también está mal, que dicen que el niño no debe trabajar sino que tiene

que estudiar y jugar, pero tiene que haber otra ley ahí ¿hasta qué punto es el

niño, hasta qué edad es niño, a qué edad puede trabajar? Eso no lo tienen, sí

puede un chico de 14 años, puede trabajar… Hay padres que pueden mantener

al chico hasta los 18 años, pero hay familias que no, hay familias que

trabajamos en el campo, ¿quién le va a dar estudios?, tiene que trabajar con

15 o 16 años, si o si tienen que ir, sino no alcanza, eso tiene que ver el

gobierno. Yo de 11, 12 años empecé a trabajar, de lo que pudiera” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a teórico asociado a una cooperativa de trabajo que

se desempeñaba en un empaque de ajos, Mendoza, 2009)

Claro está, sin embargo, que las dudas sobre la escuela no se extienden sin fisuras sobre

todos los informantes. Los datos de campo informan que un amplio grupo de

entrevistados que en sus infancias han sido trabajadores infantiles, ven en la escuela una

oportunidad para escapar a las realidades que ellos debieron afrontar. Se trata de un

proyecto esperanzador, que aunque supone esfuerzos de parte de los padres y aunque no

siempre excluye la inserción a tiempo parcial de los niños en el ámbito del trabajo, es

vista como una posibilidad deseable que dará renovadas herramientas a los hijos,

preparándolos mejor para construir un fututo más alejado del daño.

“Por ahí trabajamos todos… bueno yo… mi familia me ayudaba a apilar, la

esposa a cortar… ahora no, estoy solo, mi esposa está en la descarozada de la

ciruela… dependemos de la cantidad de adobe que hacemos nosotros... a veces

me ayudan los niños, a veces… como todo, no les obligamos a trabajar pero es

la curiosidad de los niños a ver qué tal es, una prueba por ahí… tampoco lo

impedimos, impedirlo a mi me trae… estoy atrancando una puerta que quiere

salir y no lo dejo salir… por ahí le doy un lugarcito, pero no sería esa la idea

de mi, siempre digo a mi hija que Dios quiera que nunca lleguen a esta altura

que estoy sufriendo… que no conozco a mi padres, me abandonó mi madre, se

casó con otro hombre… que me crié en una vida desordenada, como un

caballo suelto sin riendas… Hablo del estudio, si quieren seguir buen futuro,

98

esa es la sensación que tengo…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a

cortador de ladrillos proveniente de Bolivia y radicado en San Rafael,

Mendoza, 2009)

Además de las dificultades que muchos niños y adolescentes encuentran para asistir y

permanecer en la escuela, los datos que aportan los adultos que en sus infancias

combinaban trabajo y estudio permiten advertir la existencia de dificultades de otros

órdenes que igualmente dificultan mantener ambas actividades. Entre ellas, las

sensaciones de vergüenza asociadas a los estigmas vinculados a la pobreza dan

argumentos a la necesidad de ocultar las marcas visibles que dejaban en los cuerpos las

jornadas de trabajo.

“Cuando vivíamos en la finca teníamos animales, huerta… con 8 años yo salía

a vender huevos y zapallitos casa por casa… por ahí cerca… como no conocía

las casas de mis compañeros de la escuela, a veces tocaba una puerta y salía

un compañeritoo de la escuela y me daba una vergüenza terrible…” (Torres,

trabajo de campo, notas del cuaderno de campo, conversación con adulto antes

trabajador infantil, 2009)

“A los 13 años yo estaba laburado en el taller y me acuerdo que me costaba

sacarme la grasa de las uñas para ir a la escuela… me costaba muchísimo y

no me gustaba ir a la escuela con grasa, entonces me lavaba con jabón de

lavar y aserrín… después nos fuimos a Buenos Aires, en el 82 y cumplí 14 años

en el tren… y llegado a Buenos Aires no trabajé en todo el año, pero no

teníamos para comer… me iba desde Maswits hasta Garín caminando. Como

entraba a las 5 de la tarde y salía a las 12 de la noche, entonces a la vuelta

tenía que enganchar a alguien que me trajera porque era de noche y tenía que

salir a la autopista… y por ahí caminar tres, cuatro kilómetros hasta la

entrada y después 2 más hasta mi casa. Obviamente me llevé todas las

materias… cuando volvimos a Mendoza empecé a laburar en un galpón de

ajos y después de nuevo en el taller de mi tío… hasta los 15 que iba a una

escuela del centro… y después entré a una empresa de cadete, que ahí me

atropellaron… entre medio de esos laburos, laburaba con mi viejo… lo

acompañaba a él a laburar. De ahí me quedó esta sensación de… yo cobraba y

compraba mercadería… compraba el mejor aceite, el mejor papel higiénico y

la llevaba a mi casa, del resto del sueldo le daba la mitad a mi mamá y la

99

mitad me la quedaba yo… ahora a mi me da por comprar boludeces, esa

sensación de no tener en la casa nada… esta película de ir y comprar… yo

traía bolucedes, cajoncitos para lustrar los zapatos, queso, boludeces…”

(Torres, trabajo de campo, entrevista a adulto antes niño trabajador, Mendoza

2009)

Además de las pérdidas de años de escolaridad y días de juego y de la sumatoria de

situaciones de vergüenza y humillación, los adultos que se han incorporado al mundo

del trabajo siendo niños, enfatizan la dureza que significaba habitar un mundo de

lenguaje adulto mirado con ojos niños. Entre otras cosas, los informantes indican que se

trataba de espacios sólo parcialmente comprensibles, que abrían mundos de

experiencias y vivencias que recién pueden relatarse en la adultez.

“Había un hombre que iba al taller… que era… que hacía chistes de que era

puto, así, gay… siempre hacía los mismos chistes con los empleados. Un día,

uno de los vagos le dice… le hace un chiste… no se, la palabra era que te la

voy a poner, entonces el tipo le dijo que él no se iba a animar a ponérsela…

este que si, que no, que sí me animo… bueno, el tipo le jugó una apuesta al

vago y el vago agarró… y se fueron al baño del taller los dos. Yo tengo el

recuerdo de estar mirado por la cerradura del baño… el tipo con las manos en

la pared por encima del inodoro y el chango atrás, tratando de tener

relaciones con el tipo… que al final no pudo y tuvo que pagar la apuesta. Los

dos estaban en bolas… el tipo estaba entregado a que pasara… era todo muy

loco… yo con 8, 9 años ¡yo manejaba una información! Mis viejos no

hablaban conmigo de esas cosas, yo todo lo aprendí en la calle” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a adulto niño trabajador, Mendoza 2009)

Un poco más allá, un mundo de adultos, poblado por adultos y niños invisibles pero

fundamentalmente inundado de lenguaje adulto, no sólo resta horas de juego infantil

sino que prontamente los sustituye por otros.

“Cuando trabajaba en el taller de electricidad… tenía 9 años, 10…

limpiábamos las cajas de las baterías, se calentaba con un soplete, se sacaba

el plomo y el ácido y nosotros, con una espátula, le sacábamos la brea para

reutilizar las cajas… Lavábamos con nafta y gasoil, trabajábamos con todo

eso… tres grados bajo cero a las 9 de la mañana, lavando con eso, heladísimo,

lavabas un ratito y te tenías que ir a calentar con fuego… después las tareas

100

más domesticas, limpiar, barrer, ordenar… Había un chiste que se hacía

siempre, que después nosotros lo aprendimos… Se jugaba con electricidad, se

ponía una especie de bollero, se conectaba abajo de los mostradores a donde

se trabaja, que suelen tener agujeros… ahí se metía un tornillo que se

conectaba a un cable… y se le echaba un frasco de tornillos arriba. El primero

que tocaba eso… ¡le daba una patada de corriente! Claro, como nosotros

ordenábamos… ¡las patadas que me habré comido!... Después ya nos dimos

cuenta y cuando veíamos un frasco de tornillos, mirábamos a ver si habían

cables abajo” (Torres, trabajo de campo, entrevista a adulto antes niño

trabajador, Mendoza 2009)

Los relatos construidos indican que existe un vasto mundo de sensaciones y vivencias

que pasan relativamente desapercibidas para los adultos y que, sin embargo, adquieren

un terrible dramatismo para los niños. No poder explicar algunas cosas, no comprender

del todo otras, ser objeto de burlas y bromas de lenguaje adulto suman cuotas de

humillación que probablemente tengan un potencial de riesgo tan grande como el que

impone restar años de escolaridad. Un poco más allá, debe ser prontamente reconocido

que se trata de situaciones que exponen a la niñez a riesgos que talan los principios

reconocidos a nivel constitucional, donde se consagra el reconocimiento de que los

niños, niñas y adolescentes son personas en desarrollo y sujetos de derecho (INADI

2005: 80).

“Yo laburaba con mi tío vendiendo aceitunas y desodorantes de ambiente en

botella, tendría 11, 12 años… mi tío andaba en un colectivo viejo cargado de

aceitunas… cebollitas en escabeche y desodorante… después de eso, tenía un

feep que lo cargaba de desodorantes de ambiente y vendíamos casa por casa…

yo y un par de pibes más que andábamos golpeando casa por casa. Yo era

bastante tímido… un día, ya era tarde, tirando a la nochecita, tenía ganas de ir

al baño, entonces tenía tanta vergüenza que no pedía permiso para ir al

baño… como era verano y había mucha gente en la calle, no podía ir por ahí.

Me acuerdo que llego a una casa y toco el timbre… era una casa reluciente y

no salía nadie, hasta que toco el timbre de nuevo y abren la puerta, sale un

tipo con una bata, recién se terminaba de bañar y yo, ahí, me meo… así… ¡de

una forma!… lo único que se ocurrió decir fue ¿no quiere comprar

desodorantes? Así, todo meado… Entonces salí al jeep, con una vergüenza y

101

de lo único que me acuerdo es del tipo con la bata, limpiando el piso con un

trapito” (Torres, trabajo de campo, entrevista a adulto antes niño trabajador,

Mendoza 2009)

Tanto como frente a los adultos, los niños son objeto de mecanismos de

disciplinamiento de la mano de obra que parecen encaminarse a eliminar el tiempo de

juego en el espacio de trabajo, en la medida que constituye una distracción no paga que

lesiona la tarea. Si jugar está penalizado, esa penalización adquiere su máxima

expresión cuando jugar es causa de despido.

“Un amigo mío trabajaba en un taller de chapería… entonces, yo que quería

trabajar, me dijo que me fuera a ofrecer en el taller. En ese mismo lugar

trabajaba otro chico más que era hijo de la celadora de la escuela a la que iba.

Me fui a ofrecer, hablé con el dueño del taller y me dijo que si… así fue… esto

sería un día miércoles, era invierno y hacía frío… me acuerdo porque nos

mandaban a limpiar las partes de los vehículos con nafta o querosene y era

muy helado… un día, a los dos o tres días que yo había empezado, el patrón

nos deja a los tres que estábamos ahí… solos en el taller casi toda la mañana,

con algunos trabajos para hacer… limpiar, lijar… haciendo las cosas más

brutas. Había un pozo que tenía agua en el patio del taller. Cuando estábamos

ahí, mi compañero me llama para mostrarme lo que hacía. Estaba jugando

con una rejilla en el pozo de agua… un pozo profundo, grande… el juego era

que tiraba la rejilla al agua y veía cómo se iba hundiendo para abajo. Yo me

puse a jugar, empezamos a jugar juntos… tirábamos la rejilla y veíamos cómo

se hundía… así estuvimos un rato y nos reíamos mucho… en eso apareció el

patrón en el auto y nos preguntó qué estábamos haciendo y le dijimos que

estábamos jugando con la rejilla. Nos dijo que ahí no estábamos para jugar,

entonces que, nada… que nos fuéramos a la casa. Nos despidió. Siempre

sentías miedo, el que te vayan a echar cuando tenés 10 años… sentía miedo…

no sólo es lo que te va a decir una persona mayor que te echa, sino lo que te

van a decir en tu casa cuando llegas y les decís que te han echado del trabajo”

(Torres, trabajo de campo, entrevista a adulto niño trabajador, Mendoza 2009)

“Un día nos llevaron a cosechar tomates… éramos una banda de pendejos

chicos… no subieron a un camión y nos dejaron solos en el medio de una finca

con que al final del día nos pasaban a buscar… claro, lo que pasa es que es

102

común esto de hacerse chistes entre los que cosechan en una y otra hilera…

entonces, ya uno empezó con un tomatito, el otro se lo devolvió… hasta que

terminamos en terrible guerra de tomatazos… ¡no sabés lo que era eso!…

había quedado todo entomatado… claro, cuando llegaron a buscarnos…

¡imaginate! No echaron a todos…” (Torres, trabajo de campo, notas del

cuadernos de campo, conversación con adulto antes trabajador infantil, 2008)

Para terminar, a los mecanismos de disciplinamiento se suman una serie de sensaciones

ligadas a la injusticia. Visto desde los ojos de un niño, no parece del todo comprensible que

el trabajo que realizan no reciba retribuciones o que éstas tengan destino directo a los

padres. En este sentido, la retórica construida en Mendoza según la cual la cultura del

trabajo da frutos y se aprende desde pequeños, crece en excepciones justamente frente a

quienes antes se indicaban como los guardianes de esa cultura, en la medida en que parecen

ser sistemáticamente excluidos del derecho de gozar de los frutos de su propio trabajo.

“Me acuerdo una vez que se me había dado por comprarme una caña de

pescar… donde me tomaba el colectivo había una ferretería muy grande y mi

idea era comprarme la caña. Un día estaba por cobrar y el patrón me

pregunta qué iba a hacer con la plata y yo le cuento que me iba a comprar la

caña. Entonces me dijo que no, no me pagó y les dio la plata a mis viejos. Yo

me acuerdo la sensación de decir… ¡la concha de su madre, he trabajado toda

la semana y le dan la plata a mis viejos… y yo ni participo! Me acuerdo de

haber llegado el fin de semana y que en mi casa se comía con lo que yo traía.

No había un mango en mi casa y yo llegaba y era Dios más o menos… no tenía

ganas de trabajar, ningún niño tiene ganas de trabajar… decirle a los amigos

que no podés jugar porque me tengo que ir a trabajar… no…” (Torres, trabajo

de campo, entrevista a adulto niño trabajador, Mendoza 2009)

La idea de un patrón – padre que impide que el niño “malgaste” su dinero

transfiriéndolo a los adultos, no parece recibir de parte de los niños las mismas

interpretaciones y más bien se descifra como una intervención que los priva del fruto de

su trabajo. Quizá sería interesante profundizar en el futuro el análisis de estos

entamados de significaciones, porque si bien el trabajo infantil está siendo largamente

pensado en relación a los perjuicios tangibles que trae a escena, los datos de campo

señalarían la presencia de otros daños, quizá intangibles en lo inmediato, que tanto

como las interacciones que se restan por la privación de los espacios de la escuela, son

103

constructoras de subjetividad. Un poco más allá pero íntimamente vinculado a esto, la

posibilidad de pensar a la familia no como un hecho natural sino como un concepto

socialmente construido, probablemente ayude a profundizar el análisis de las luchas que

se libran en su interior y que remiten a procesos tanto públicos como privados,

individuales y colectivos, centrífugos y centrípetos, homogeneizadores y

diferenciadores (Narotsky 2004). Si de un lado es evidente que penetrar la comprensión

de la problemática del trabajo infantil y adolescente, no puede desoír las voces de las

familias, los procesos de conflicto y confrontación que en su interior se libran imponen

la necesidad de redoblar los esfuerzos por incorporar las voces de los niños, niñas y

adolescentes que en la actualidad y bajo diversas modalidades, motivaciones y

constricciones se hallan inseridos en el mundo del trabajo.

Llegados a este punto es claro que quedan temas y preguntas abiertas que no han podido

clarificarse en el trayecto recorrido y que entonces deben postrarse por algún tiempo

más. Sin embargo, es cuando menos posible pasar sobre el papel algunas reflexiones

que quizá sirven para seguir avanzando en el análisis de esta problemática.

En primer lugar, los datos construidos permiten vislumbrar que aun cuando es evidente

la necesidad de trabajar en la erradicación del trabajo infantil, el camino conducente a

lograrlo quizá no deba ser pensado sólo en términos de promover su sanción social. Es

decir, si bien es probable que la difusión de los riesgos que trae aparejado el trabajo de

niñas, niños y adolescentes sea necesaria, sería interesante pensar la erradicación no en

términos de penalización hacia los padres sino como acompañamiento de esos padres en

la defensa de sus propios derechos. Los datos de campo insisten en mostrar que, en

general, allí donde hay un niño que está siendo privado del ejercicio de sus derechos hay

un adulto que lo ha sido y lo está siendo. Los padres de los hoy niños trabajadores, más

allá de rodear de argumentos al trabajo que realizan sus hijos y de intentar explicarlo y

explicárselos a si mismos, reconocen que el trabajo que compite con la escuela, lesiona

el futuro. Estas lesiones, por su parte, no se presentan como sospechas futuras temidas

sino como signos evidentes del propio trayecto vital, que se rodea de dolores que desean

evitarse en la descendencia.

La posibilidad de pensar en adultos que han sido privados del ejercicio de sus derechos,

que han sido víctimas de situaciones de explotación y abuso y que están siendo víctimas

de situaciones de profunda asimetría social que alientan la reproducción de un sistema

de estratificación social altamente concentrado, quizá esté indicando la necesidad de

104

encarar acciones de lucha contra el trabajo infantil que, paradójicamente, no tomen por

población objeto a los niños.

“Año a año se hace lo mismo, cuando se hace invierno nos levantamos

tarde, pero después en verano te levantas 5, 6 de la mañana, salís, trabajás

hasta las 12, vas, comés y ahí nomás volvés… siempre acá tenés que darle,

¿viste? Apurarte, si no te apurás no ganás, todos los días es lo mismo y

descansás solamente el domingo, que no descansás porque tenés que lavar

la ropa. Eso, es todos los días lo mismo. Claro que te cansás… yo de los 8

años, hay veces que no te dan ganas de levantarte de la cama, hay veces

que sufrís. Mis hermanos, todos mis hermanos trabajamos, somos 10

hermanos, todos trabajamos acá. Yo, ella… el que está en el tractor… la

otra más chiquita que trabaja en el galpón, a la mañana va a la escuela y a

la tarde trabaja y si no trabajamos ¿viste? no tenemos y por eso trabajamos

todo el día y cada día. Es todos los días lo mismo…” (Torres, trabajo de

campo, entrevista a trabajadora del ajo, Mendoza, 2008)

En segundo lugar pero íntimamente vinculado con las constataciones anteriores, los

relatos de niños y adultos antes trabajadores parecen abrir dudas sobre la consensuada

idea de que el trabajo infantil se halla particularmente naturalizado en el ámbito rural.

Muchos relatos construidos por quienes experimentan o experimentaron estas

situaciones se alejan de las sensaciones de naturalidad y ponen en evidencia que aún en

contextos de privación generalizada, la privación misma puede ser puesta en palabras y

señalada como no natural. Aún cuando en algunos casos la situación es diferente, los

datos de campo parecen orientarse a señalar que la atribuida naturalidad no se halla todo

lo extendida que se denuncia.

En este sentido, quizá sea interesante revisar en qué medida la realidad del trabajo

infantil se halla más naturalizada en el ámbito académico y en las instituciones que

trabajan en su erradicación, que entre quienes lo padecen. Dicho en otras palabras,

frente a la constatación empírica de que muchas familias y víctimas de situaciones de

trabajo infantil tienden a reconocer que el trabajo que compite con la escuela no es

deseable ni natural y que, por el contrario, tienden comprenderlo y explicarlo asociado a

profundas asimetrías sociales y vulneración de derechos, quizá convenga revisar en el

futuro sobre qué actores pesan las mayores naturalizaciones de la naturalización del

fenómeno. A modo de hipótesis provisoria, la tendencia a pensar que los grupos más

105

alejados del horizonte de otredad piensan con fallas quizá esté actuando a favor de dar

por cerrado que algunos grupos sociales ven en el trabajo de sus hijos un hecho natural

y no fruto de condiciones socio-históricas específicas. Las nociones de sentido común

instaladas, en general materializadas en frases no discutidas, invitan a trabajar en esta

dirección. Así, cuando las indicaciones referidas a que se trata de un problema de

mentalidad, un problema cultural o una cuestión cultural son puestas sobre la mesa por

quienes antes se excluyen del grupo que padece el problema, sería interesante

interrogarse una vez más hasta qué punto se trata de nociones ancladas en formas de

etnocentrismo que aún no han podido ser cuestionadas.

Íntimamente relacionado con el punto anterior, si bien con seguridad el trabajo infantil

responde a un entramado de causas complejas, los datos de campo parecen orientarse a

señalar que aunque relacionadas a otras, las dimensiones económicas tienen un peso

relativo realmente desmesurado. El conjunto de aparentes elecciones que realizan los

actores al momento de insertarse en el mundo del trabajo, de abandonar la escuela o de

resolver la reproducción del grupo doméstico mediante el uso intensivo de toda su

fuerza de trabajo, vuelven a no poder comprenderse si se las escinde del conjunto de

condiciones bajo cuyo imperio se trazan estas trayectorias vitales. Si de un lado, las

condiciones de pobreza rural aumentan el riesgo de los niños al trabajo infantil y a la

explotación, de otro lado esas condiciones de pobreza sólo pueden explicarse en

términos estructurales, es decir, como partes de un vasto proceso de generación de

plusvalor y concentración de la riqueza en determinados grupos sociales y económicos.

El trabajo infantil evitado en las grandes empresas por las sanciones legales que podría

traer aparejado, pero también por las sanciones morales que podrían malograr la marca,

no indican que el trabajo infantil desaparezca, como tampoco significa que se atenúen

los procesos de transferencia de valor labrado con mano de obra infantil. Los pequeños

productores familiares, los trabajadores a destajo, los que se desempeñan con contratos

de mediería o de viñas y frutales, es decir, siempre allí que el volumen de la producción

fija el ingreso, el trabajo infantil no parece mostrar tendencias a disminuir, sino quizá a

ocultarse con más fuerza habida cuenta de las crecientes sanciones morales y

económicas que trae aparejado. Pero, tal como se viene indicando, en la medida en que

el trabajo de esos actores da por resultado productos que concentran las empresas que

controlan las fases de transformación y comercialización, que por su parte incrementan

sus márgenes de ganancia y duplican sus posibilidades de exportar, disminuyendo el

106

costo de la materia prima, dan lugar a procesos sostenidos de transferencia del plusvalor

generado, en parte o con el apoyo de, trabajo de rostros niños. En la misma línea, la

cantidad de pequeñas empresas de las fases de la producción o la transformación que

defienden su permanencia y supervivencia con trabajo no registrado, vuelve a los

trabajadores la variable de ajuste, pero dentro de un proceso de articulación más amplio

que transfiere las pérdidas y ganancias del ahorro patronal a las arcas de diferentes

actores.

“El problema más grande que hay acá es que hay una gran cantidad de

agricultores con fincas que como unidades productivas no son rentables,

cinco hectáreas, siete hectáreas… a no ser que plantés marihuana, otra

cosa no te da… ¿qué hace el tipo que tiene cinco hectáreas? Consigue un

vecino que tiene un camioncito, lo mete con cinco vagos más… y

cosechan… El pequeño agricultor toma en negro… todos los cosechadores

están en negro, nadie factura, si se quiebra alguno o queda incapacitado

nadie se hace cargo. En las grandes empresas no hay gente en negro…

pero el pequeño agricultor que tiene 5, 7 hectáreas no puede contratar una

cuadrilla que le cobra 3 centavos el kilo, porque las grandes se lo pagan a

10 centavos y ya le quedan 7. Si a los pequeños no los organizás y el

gobierno no los protege para defender su producto… los hijos ya no van a

ser productores, van a ser desempleados… No es rentable para los

productores tan pequeños… todos los hijos trabajan pero al pedo… acá

hubieron muchos productores que les cayó piedra y se llevó todo… y ese

hijo que laburó ¿qué hace? Se queda sin trabajo… se va a la ciudad a

trabajar de mozo, en una estación de servicio… Si los querés mantener a

los pequeños agricultores, el Estado los tiene que organizar… si no, vienen

estos monstruos y te dicen 7 centavos y vos llegás a la finca y si no la

cosechás hoy, mañana se pudre y se empieza a caer y ¿qué haces? ¿La vas

a dejar que se caiga? No, la cosechás y se la das a estos hijos de puta por 7

centavos… hoy sale 7, mañana sale 6, pasado 5… los grandes compradores

no te ponen cosecha, acarreo, nada, en el portón vale eso… por eso, sus

proveedores están todos en negro… Si vos manejás los precios y manejás

los pequeños productores ¡imaginate…!

107

Nunca paga el grande… si aumentan las retenciones, en vez de pagarte 6 te

pagan 5, siempre se traslada… ¿Y, quién caga? Y… el más croto, cuando

el patrón gana mucha plata no les da un mago a los obreros y cuando ellos

ganaron plata y se compraron un vehiculo no les dieron un plus de

ganancia a los obreros y cuando pierden plata el obrero tiene que trabajar

la mitad y aceptarlo todavía… o sea, cuando ganaron plata para ellos y

cuando pierden plata, paga el obrero…” (Torres, trabajo de campo, notas

del cuaderno de campo, conversación con empleado público de organismo

que entiende en materia de empleo, 2009)

Así las cosas, aun cuando los datos que aportan algunos países entre los que se incluye

Argentina establecen que el trabajo infantil, particularmente en sus formas más

aberrantes ha disminuido (OIT 2006a) los datos construidos permiten mantener ciertas

cuotas de escepticismo. Es probable que las grandes empresas, particularmente las

vinculadas a los tramos de exportación, no encuentren mayores atractivos para sumar

niños trabajadores y que, lejos de la brutalidad que prefiguran los rostros niños,

impulsen mecanismos de legalización no legal más sofisticados, como se constata por la

creciente importancia que adquieren las cooperativas de trabajo fraudulentas. Sin

embargo, al mismo tiempo que el proceso de globalización impone a estos actores pisos

de calidad que incluyen la eliminación del trabajo infantil, la demanda de productos a

muy bajos precios traslada las presiones a los pequeños productores y explotaciones

familiares, que entonces sí se sirven en mucha mayor medida de trabajo no registrado,

trabajo familiar y trabajo infantil, sin llegar a nutrirse de aquellas sofisticadas formas de

legalización de lo ilegal. No puede dejarse de lado sin embargo, que los trabajadores

niños que computan como mano de obra en estas explotaciones, ayudan a mantener

vivos los mecanismos de extracción de plusvalor que nutren –aunque de manera

imperceptible- los capitales que concentran las grandes empresas. De hecho, las

pequeñas y medianas explotaciones, tanto como las explotaciones familiares, venden su

producción a las grandes empresas acopiadoras que finalmente comercializan a precios

internacionales, trabajo niño condensado en vinos de alta gama y frutas finas de

invaluable pureza.

108

4.3- Inmigrantes y trabajadores… los tiempos de la cosecha en Mendoza

Diversas actividades productivas del agro argentino funcionan como estructuradoras de

mercados de trabajo transitorio a nivel regional, en la medida en que plantean cíclicas

demandas de trabajadores para afrontar los períodos de mayor actividad (Rau 2009). En

mayor medida, estos requerimientos estacionales de fuerza de trabajo se potencian en

tiempos de cosecha y son satisfechos en diálogo con procesos migratorios transitorios

que favorecen el traslado de los trabajadores allí donde se incrementan las

oportunidades de empleo.

Desde diversas perspectivas teóricas y abarcando un período temporal de considerable

extensión, diferentes autores han tomado a las migraciones estacionales de trabajadores

agrícolas como objeto de estudio. Entre otros, Reboratti (1983), Sabalain y Reborati

(1980), Whiteford y Adams (1993), Bendini y Radovich (1999), Cozzani de Palmada

(2000), Whiteford (2001), Giarraca (et al 1999, et al 2000 y et al 2001), Aparicio y

Benencia (2001), Aparicio (et al 2004).

Varios autores han establecido que sobre un eje de dirección norte sur que se recuesta

por el oeste nacional, las producciones de caña de azúcar, cítricos y tabaco en el norte

del país, las actividades vitivinícolas de Mendoza y San Juan y la fruticultura en Río

Negro (Giarraca et al 1999) no logran completar sus requerimientos de fuerza de trabajo

con los aportes locales y plantean demandas cíclicas de braceros que son parcialmente

cubiertas por trabajadores de otras provincias y de países vecinos. A estos contingentes

de trabajo flotante (Reboratti 1983) se suman trabajadores de los mismos espacios

rurales donde esas producciones se desarrollan y algunos de procedencia no campesina,

radicados en las zonas urbanas que no logran acceder allí a empleos permanentes

(Aparicio et al 2004)

Si bien las migraciones estacionales de cosecheros constituyen un fenómeno

absolutamente actual, su prolongación temporal excede con creces el presente. Algunos

autores establecen que comienzan a registrarse en la zona pampeana a mediados del

siglo XIX y que se extienden al interior del país hacia fines del siglo XIX, cuando se

consolidan las producciones de caña de azúcar y vid que marcan el surgimiento de las

primeras economías regionales de la Argentina moderna (Campi y Richard Jorba 2001).

Sabalain y Reboratti (1980) y Reboratti (1983) explican que los requerimientos que

plantean algunos cultivos o actividades agropecuarias (yerba mate y té en Misiones,

109

caña de azúcar en Tucumán, caña de azúcar y tabaco en Salta y Jujuy, algodón en Chaco

y Formosa, vid en Mendoza y San Juan y, manzanas y peras en Río Negro) se resuelven

en parte con desplazamientos rítmicos de población que se ajustan al ciclo de

producción agrícola, motivados por la existencia de una demanda extraordinaria,

estacional pero también cíclica de trabajadores, que no puede ser enteramente satisfecha

con la disponibilidad de mano de obra local. Según esta perspectiva de trabajo, ya sea

que se trate de lugares distantes o de otros muy cercanos, los espacios de emisión de los

potenciales inmigrantes son eventuales expulsores de fuerza de trabajo, fruto de

profundas situaciones de desequilibrio territorial que ofrecen salarios o condiciones más

desfavorables a los que pueden negociarse en los lugares de destino. Contrario al

predominio de pequeñas unidades de subsistencia en los lugares de origen de los

inmigrantes, los lugares de destino presentan estructuras agrarias de perfil empresarial

fuertemente volcadas al mercado de exportación que mecanizan parte del proceso

productivo pero no alcanzan a mecanizar las actividades de cosecha. Los inmigrantes

que participan de estos circuitos de trabajo flotante, se contratan en una o más

actividades agrícolas, para luego retornar a sus provincias o países de origen hasta que

recomienza un nuevo ciclo, algunos meses más tarde.

Aún cuando los años 90 introdujeron importantes transformaciones en el agro argentino

que no resultaron inocuas para el mundo del trabajo, se trató de transformaciones que

afectaron pero no eliminaron la necesidad de algunas economías regionales de recurrir a

fuerza de trabajo suplementaria en determinadas épocas del año. Entre ellas, las

producciones agrícolas que tienen lugar en Mendoza se caracterizan por combinar bajos

y altos picos de demanda de mano de obra que, en general, se resuelven con el apoyo de

fuerza de trabajo suplementaria que reconoce diversas procedencias.

Trabajadores del agro provincial que el resto del año se desempeñan como asalariados

rurales con precarias inserciones; pequeños productores, contratistas de viñas y frutales

y medieros que luego de atender las cosechas de sus explotaciones complementan sus

ingresos prestando el servicio a otras; trabajadores provenientes de las zonas no

irrigadas de Mendoza volcados a la producción pecuaria; trabajadores del norte del país,

especialmente del NOA y, finalmente, trabajadores provenientes de países vecinos que

el resto del año mantienen inserciones rurales asalariadas o se vuelcan a la atención de

pequeñas producciones de subsistencia.

110

“En Bolivia vivía en… se llama Valle Hermoso se llama… Yo vivía…

cuando falleció mi papá ya habíamos quedado huérfanos, ya trabajamos

para darle de comer a la mamá y éramos cuatro… uno se murió.

Trabajábamos… traíamos…cuidábamos ovejas, sabíamos cuidar chivas,

llamas. Mi papá sabía traer… un burro para hacer plata, mi papá…

sabíamos criar, criábamos muchos corderos y mi mamá tejía al telar…

Cuando veníamos acá a Jujuy, la Argentina, a cortar la caña, lavábamos

telas y hacíamos polleras, hacíamos faldas, pantalones, camisas, mi mamá

compró una máquina de mano, sabíamos coser nosotros” (Torres, trabajo

de campo, entrevistas 1998-2000, citado en Torres 2005).

Según indican los datos disponibles, las migraciones estacionales de fuerza de trabajo

permiten la complementación parcial de las estaciones activas y muertas que se suceden

en las diferentes actividades agropecuarias, al mismo tiempo que facilitan la articulación

entre territorios centrales y periféricos. Estas imperfectas y siempre conflictivas

relaciones de complementariedad y articulación se explican porque la fuerza de trabajo

excedentaria que dejan disponibles las estaciones muertas de los territorios periféricos

satisfacen parte de las demandas de fuerza de trabajo que plantean las estaciones de

mayor actividad en los territorios centrales. Se trata de relaciones de complementación

no libres de conflicto que expresan procesos de articulación entre sectores económicos

que permiten la transferencia de valor –tanto bajo la forma de plusvalía propiamente

dicha como de renta en trabajo (Melliassoux 1977)- de las economías de subsistencia al

sector capitalista.

En Mendoza estas dinámicas pueden ser claramente visibilizadas en las relaciones que

establecen los territorios centrales y periféricos (irrigados y no irrigados). Los tiempos

de mayor actividad en la vitivinicultura (marzo y abril) siempre radicada sobre

territorios irrigados (centrales) se satisfacen parcialmente con la mano de obra que

liberan las estaciones muertas de las economías pecuarias, situadas sobre territorios no

irrigados. Estas economías, fundamentalmente centradas en la producción de ganado

menor, enfrentan sus mayores picos de actividad entre mayo / junio y noviembre /

diciembre, tiempos de pariciones en el ganado caprino cuyas ventas reportan picos de

ingreso a las unidades domésticas. Si a lo largo del invierno los productores renuevan

sus ingresos con los aportes estacionales de varias actividades productivas (además de

venta de cabritos, venta de guano, ganado mayor y miel, por citar sólo algunos) los

111

veranos no exponen más ingresos que los obtenidos en diciembre con las ventas

propiciadas por la parición caprina estival. A medida que el tiempo pasa y se extinguen

estos magros capitales, las restricciones económicas motivan migraciones estacionales a

la vendimia que da comienzo en marzo en los territorios irrigados. Por su parte, en los

territorios no irrigados los tiempos del verano no son altamente demandantes de mano

de obra (las pariciones de diciembre pasaron y las de invierno aún no llegan) de manera

tal que las migraciones permiten que las unidades domésticas refresquen sus ingresos

con aportes extra-locales y se descarguen temporalmente de unidades de consumo, que

serán reabsorbidas luego como fuerza de trabajo cuando la vendimia llegue a su fin y

recomiencen las pariciones invernales (Torres 2008). Por otra parte, si bien estos

trabajadores se suman a las actividades estacionales de vendimia, el resto del año se

reproducen socialmente en el ámbito doméstico, hecho que facilita que el proceso de

extracción de plusvalía que se produce al momento de la compra de fuerza de trabajo, se

refuerce con las transferencias de renta en trabajo que -de manera imperceptible- las

unidades domésticas trasladan al sector capitalista (Melliassoux 1977, Trinchero

1992)24

Además de estos trabajadores y de los tiempos de vendimia propiamente dichos, los

datos indican que los oasis de riego de Mendoza ofrecen breves inserciones en otras

actividades productivas, a veces encadenadas y otras veces superpuestas, que aumentan

su atractividad como sitio de destino. Aunque de manera variable, la creciente

importancia del ajo, los frutales y olivos, tanto como las actividades del tramo de la

transformación amplían el calendario de demanda, dando oportunidades de empleo

estacional intermitente desde noviembre a abril. Entre noviembre y diciembre

comienzan las actividades de cosecha de ajos, luego se encadenan a la cosecha de frutos

de carozo, se siguen de la vendimia, se encadenan a la manzana mendocina y llegan al

fin con la cosecha del olivo. Las actividades de enristrado de ajo, por su parte,

mantienen actividad casi a lo largo de 10 meses y las de empaque de frutas y hortalizas,

dan oportunidades de empleo que se superponen a las anteriores pero que en muchos

casos se dirigen a diferentes sectores de la oferta. Claro está sin embargo, que se trata de

volúmenes de demanda y requerimientos de calificación diferenciales, que no alcanzan 24 De acuerdo con Trinchero (1992: 17-18) “existe una transferencia de valor que se puede descomponer en dos partes. Una que proviene del aporte doméstico a la reproducción del trabajador, que Melliassoux denomina renta en trabajo y otra que proviene de la plusvalía propiamente dicha, es decir, de la explotación de la fuerza de trabajo comprada por el capitalista”.

112

a poner límites a la creación de un ejército de reserva intermitente que promueve

períodos rítmicos de empleo y desocupación (Cortese y Lecaro 2003: 19). En este

sentido, aún admitiendo que la riqueza del agro mendocino excede a la vendimia, los

datos indican que la estacionalidad del ciclo agrícola suma presiones a los trabajadores,

aceitando y perfeccionando los procesos de extracción de plusvalía, al volver más

feroces las competencias por alcanzar un trabajo que rinda lo más que se pueda. A tono

con las observaciones de Aparicio, para quien “la estacionalidad en la demanda de

trabajo en el ciclo agrícola fuerza a las familias a obtener, en esos momentos, el

ingreso monetario máximo posible, incorporando a adolescentes –y a veces niños- en

las cosechas” (Aparicio 2007: 209) se observa que aquellos trabajadores que mantienen

inserciones precarias el resto del año, se ven compelidos a alcanzar los mayores

rendimientos en los tiempos de abundancia de trabajo. Cuando los inviernos no traducen

en períodos de desocupación abierta, los ingresos se obtienen mediante débiles

inserciones que toman la forma de changas y, en general, se reducen a la mitad de los

obtenidos en verano.

“Acá nosotros cortamos tablas para los cajones de lechuga… No hay

laburo por ningún lado… más en el invierno, se muere todo, no hay tanta

producción de verdura. Ahora se compone pero hasta marzo, en el invierno

no se engancha nada, si enganchás ahora cuando engancha la época hay

que aguantar ahí como sea y pasar el invierno. En el invierno se gana la

mitad, se changuea, por eso en el verano hay que aprovechar…” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a trabajador adolescente de un aserradero de

Mendoza, octubre de 2008)

Si bien varios autores han puesto de relieve que a principios del siglo XXI se modifican

los patrones de atractividad territorial para los trabajadores de países vecinos por la

pérdida de la paridad cambiaria, los inmigrantes estacionales entrevistados a lo largo del

proceso de investigación permiten advertir que aún en ese contexto, Mendoza ofrece

interesantes oportunidades de empleo estacional. En muchos casos, además, las

migraciones estacionales se ligan a proyectos de más largo alcance que no descartan la

posibilidad de emigrar para radicarse de manera definitiva en Mendoza.

“La gente viene acá por cuestiones económicas, para vivir un poco mejor y

mandar una platita a Bolivia…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a

miembro del Consulado de Bolivia en Mendoza, 2003)

113

“Yo soy de Cochabamba, vivo donde hacen gas, hay yacimientos… Yo ahí

se pelar maní. Me vine porque allá para empleada doméstica 500

bolivianos. Acá he ganado 500 pesos en dos semanas, allá son 500

bolivianos, acá he ganado en dos semanas lo que allá en un mes, 230 pesos

le mandé a mi hijito… uno de mis hijitos quedó con mi hermana, tengo otra

hermana en España… ella también nos ayuda, mi sobrino esté en Cuba

estudiando Medicina y el otro terminando el bachiller, mi hijo esté con él,

el más chiquito se quedó con mi mamá, yo vivo con Julia (Julia tiene 5 años

y ha migrado con su mamá) y otros dos hijos… Me trae una señora mala…

una señora me dice que está en Argentina y que se gana bien en finca, me

he venido con ella, su marido viene siempre, ha venido ella a trabajar en

febrero del año anterior y ella me dice que me venga, yo quiero trabajar y

ganar plata porque tengo un terreno y quiero una casita para mis hijos”

(Torres y Sorroche, trabajo de campo, entrevista a trabajadora rural, San

Rafael, 2008)

Por su parte, una amplia diversidad de informantes entrevistados acuerdan en señalar

que Mendoza depende de sumar trabajadores de otras regiones, particularmente del

norte del país y de Bolivia.

“Todas las cosechas las levantan la gente del norte, eso lo saben bien, aquí

si no viene gente no se levanta nada” (Torres, trabajo de campo, entrevista

a mediero del oasis norte de Mendoza, 2004)

“Dieciséis años tenía cuando me vine a la Argentina, primero a Jujuy,

después acá. Es que en Bolivia no hay plata, no hay trabajo y el poco

terreno que tenemos no nos alcanza. Nosotros somos cinco, cuatro varones

y una mujer y dos que se fallecieron… varones, así que vivimos cinco… Las

reparticiones de mi padre… ese terreno lo trabajamos nosotros cuando

éramos chicos, con mi padre y ya no alcanzaba… íbamos a Santa Cruz,

pero no… no es como aquí. Cultivábamos maíz y un poco de papa, todo

para la casa, para el uso no más, no para vender, para que dure un año, un

poco de tabaco, pa´ comer pa´ que alcance el año” (Torres, trabajo de

campo, entrevistas 1998-2000, citado en Torres 2005).

Si bien tradicionalmente las migraciones estacionales han sido asociadas a una

causalidad lineal entre zonas de emisión con exceso de fuerza de trabajo y zonas de

114

recepción con demandas de trabajadores, los datos de campo indicarían que no se trata

de mecanismos perfectamente complementarios. Los procesos de encuentro entre

demanda y oferta laboral lejos de resolverse en la perfección de los espejos, se fracturan

creando demandas que mejor pueden ser resueltas con unos específicos tipos de

trabajadores y ofertas que se encaminan en unas y otras direcciones.

Antes del momento de la contratación, los trabajadores realizan una serie de

consideraciones en el marco de las cuales algunos destinos y/o el desarrollo de algunas

actividades, aumentan su elegibilidad. Las experiencias previas que han transitado

quienes participan de estos circuitos de trabajo flotante, los tiempos sobre los que se

extenderá la migración, la presencia – ausencia de premura por regresar, la presencia y

solidez de redes de parientes, amigos y conocidos, las distancias origen – destino en

particular entre los locales, la cantidad de esfuerzo de la tarea, la forma cómo se regula

el pago, el grado de destreza, fuerza física y rapidez del trabajador son algunos de los

factores intervinientes en la organización de la oferta.

Del otro lado, la acción concurrente de preferencias y estigmas patronales y de

mecanismos de coerción extraeconómica sobre los trabajadores que toman la forma de

engaños y situaciones claramente ilegales, limitan el libre juego de la oferta y la

demanda y colaboran en crear un mercado de trabajo jerarquizado.

En este sentido, si de un lado las preferencias patronales, vehiculizan la adjetivación de

las valencias de los trabajadores en virtud de los niveles de calificación que se les

adjudican, al mismo tiempo dan nacimiento y mantienen activos, ramilletes de sentido

cristalizados en estigmas patronales (Trinchero 2000) que añaden nuevos criterios a la

división de los trabajadores y amparan el ejercicio y legitimidad de prácticas sociales

discriminatorias (Comas D`Argemir 1998).

Además de los niveles de calificación y de las diferenciales destrezas que se atribuyen a

los trabajadores, los oferentes de empleo mencionan una serie de características,

comúnmente nombradas bajo el difuso título de cuestiones culturales, que nutren y dan

contenido a preferencias que tornan a algunos sociales más o menos elegibles para las

diferentes oportunidades de empleo. De manera general, si las actividades que suponen

altos niveles de calificación tornan preferible a la mano de obra del agro local y las que

suponen menos calificación pero más delicadeza, dedicación y cuidado tornan

preferibles a las mujeres, es claro que las actividades que requieren menores niveles de

calificación, jornadas de trabajo más arduas y mayor rapidez en las labores actúan a

115

favor de los varones jóvenes, pero muy particularmente de los provenientes del norte del

país y de Bolivia.

Del mismo modo que unos resultan preferibles, algunos grupos locales despiertan serias

sospechas de falta de laboriosidad, de manera tal que se señalan fuertes resistencias a

incorporarlos, aún en las actividades que requieren menores niveles de calificación y

que suponen salarios más desfavorables.

“Yo que el intendente de Lavalle haría un paredón y les regalaría el desierto

a los huarpes… Yo me he criado en el campo, mis abuelos, mis viejos… La

gente del campo como que no le gusta mucho trabajar. Ellos pueden decirte

una cosa, pero después pueden hacer otra totalmente distinta. Yo he vivido

toda la vida acá, he trabajado en política, he recorrido el campo… Y la gente

del campo quisiera estar debajo de la ramada, tomando mate con unos pocos

chivos. Es muy poca la gente que sale a trabajar, a trabajar… Les envidio la

tranquilidad… capaz que ellos tienen y con muy poquito se las arreglan. Es

envidiable, nosotros vivimos a 100, ellos a 20 por hora, van tranquilos. Pero

tampoco es que ellos estén desesperados por venirse a trabajar… Hay un

muchacho que trae gente (del desierto) y los aloja acá. Él tiene otra finquita

acá con una casa desocupada, los aloja ahí en la casa y los hace cosechar.

Pero tampoco es que trae 50, trae 10…” (Torres y Pastor, trabajo de campo,

entrevista a encargado de bodega, Lavalle, 2007)

A diferencia de los sospechados huarpes25 del desierto mendocino, sobre los

trabajadores procedentes del norte del país y de Bolivia pesan estigmas patronales de

diferente contenido que, en especial en los tiempos de contratación, los tornan más

elegibles para las tareas que requieren mayor velocidad y esfuerzo. Según el contenido

inicial de la retórica que construyen los oferentes de empleo, estos inmigrantes son más

trabajadores que los de Mendoza que se conforman con planes sociales de alivio a la

25 Si bien no ha formado parte de los objetivos perseguidos en este trabajo, debe señalarse que estos grupos no se hallan al margen de las modalidades de relación que en Argentina se han tejido en torno a los pueblos originarios. En este sentido, un funcionario de gobierno del área cultura, entrevistado a lo largo del año 2005 indicaba “Los huarpes no han contribuido a la identidad de los mendocinos. Los mendocinos somos un claro producto de la inmigración… ¿Los huarpes? ¿Qué es ser huarpe? ¡Lo que quieren es la tierra! No es lo mismo que defender la identidad, la cultura” (trabajo de campo, entrevista a funcionario público del Gobierno de Mendoza, 2005 citado en Torres 2006; 2008). Por su parte, algunos investigadores señalan que estos actores pueden ser “sospechados de usurpar una identidad histórica y de falsear premeditadamente la historia local y regional” (García 2002)

116

pobreza, que presentan mañas o malos hábitos construidos en los espacios urbanos y

que, indefectiblemente, muestran rendimientos más bajos en las labores de mayor

exigencia física.

“¿Economistas buenos? La gente del campo… es muy simple la cuenta, gano

$300 del plan trabajar, con esto como, me voy a trabajar a otro lado gano

$400 o $500 y pierdo el plan trabajar ¿qué hago con eso? como, entonces

como sin trabajar o como con changas en negro… es muy difícil para las

empresas que quieren trabajar seriamente… tener gente que tenga vocación

de trabajo… nosotros estamos tratando de subsanar trayendo gente del norte,

con estos centros de reclutamiento… (otras) empresas de personal temporario

decían necesitamos buscar gente … Yo levante el teléfono, llamé a Tucumán y

dije mandame 300” (Torres, trabajo de campo, entrevista a personal

jerárquico de empresa de selección de personal temporario, Mendoza, 2005)

“Acá debemos tener 200 personas, en cosecha habrían 350 o 400. Tenemos

una Camioneta que trae la gente de Santa Rosa y Catitas y, de San Martín,

traemos a la gente más capacitada en lo que es la parte técnica. Además

traemos cuadrillas, gente que viene a podar… Traemos tucumanos, que

trabajan. Los traemos en buenos micros… Es gente que se reúne, ya viene

hace muchos años. Gente que trabaja, no como los de acá. Acá hay una parte

de la gente que trabaja y otra que no. Los tucumanos corren, que yo no lo

puedo creer. Corren, cosechan, laburan… Hacen todo el circuito, viven

migrando. Acá tenemos galpones grandes, que están divididos por boxes, con

camas, compramos colchones, baños, se desinfecta el lugar, se hace

mantenimiento. Vienen con la familia, con las cocineras también vienen. Es

todo un fenómeno. Hay dos o tres mujeres que cambian fichas y nunca

cosecharon… vienen con todo… (Con los tucumanos) yo creo que hay una

diferencia del valor del trabajo y del querer ser, del querer estar mejor.

Deben tener una formación distinta. Ellos exigen… exigen el pago del pasaje,

que todo esté en orden. Acá se les paga y nadie tiene que estar con un látigo

para que trabajen. Los de acá no usan la cabeza, no sé si es la desnutrición o

es que son tontos, pero no usan la cabeza” (Torres, trabajo de campo,

entrevista a gran productor del rubro vitícola, Santa Rosa, 2004)

117

“La gente que contrato es de la zona, pero… mejor los bolivianos porque es

como que trabajan más que los criollos. Los tomo por la cuadrilla, viene el

cuadrillero y trae la gente. Acá trabajamos parejo todos, de sol a sol, nadie le

saca la espalda al trabajo y ellos vienen y vienen…” (Torres, trabajo de

campo, entrevista a pequeño productor vitivinícola, 2004 citado en Torres

2005)

Lamentablemente, las ventajas que aporta la procedencia como estructuradora de

elegibilidades diferenciales, llegan tempranamente a su fin. La serie de presiones y

expectativas con que arriban estos trabajadores, materializadas en la necesidad de

trabajar para regresar, es leída por los oferentes de empleo como una constricción que

bien puede impulsarlos a aceptar peores condiciones de vida y de trabajo y a obtener, al

cabo de la jornada, salarios claramente inferiores a los que reciben los locales. Sumado

a ello, la lejanía de sus países, la soledad que en muchos casos caracteriza al arribo y el

desconocimiento del medio que afecta a quienes computan menos experiencias,

favorecen la aparición de engaños y el establecimiento de relaciones laborales de mayor

asimetría. De manera progresiva, la mayor elegibilidad que antes reportaban norteños y

bolivianos por las atribuciones de rendimientos diferenciales, prontamente cuaja en

procesos de discriminación con fines económicos. En este sentido, la diferenciación de

los trabajadores termina por habilitar frente a éstos una serie de prácticas sociales

claramente alejadas de las que se reservan para el trato con los menos distantes.

“En las fincas ahí si está la diferencia… Porque acá, suponete, estás

ganando $50 ahora las 8 horas ¡allá no!… la gente boliviana que viene de

Bolivia le están pagando $30… $20… Hasta 20… Les dicen que van a

cobrar $40… yo tengo mi sobrino que vive en la finca… él fue a trabajar

con una condición porque preguntó cuanto le iban a pagar, $40… cuando

fue a cobrar le pagaron $20 y no podía decir nada, $20 le pagaron el día

nada más… así que le mienten a la gente porque le dicen te pagamos $40 y

después le salen con $20…en todas las fincas, en todo lo que es el campo

mendocino… si no, dicen… necesito chacarero boliviano, porque son a los

que explotan, porque no dicen nada, no reclaman nada, quedan calladitos…

la cultura que tienen, son gente muy sumisa, entonces son manejables,

trabajan más fuertes y más dócil y más sumisos… Y callados,

principalmente porque es callada… trabajan hasta el día domingo, todo el

118

día… es que, es gente que no es de acá, vienen de allá y trabajan a lo tonto.

Por lo general, los golondrinas son los que vienen y se afincan acá… son

más sumisos, entonces de ellos se abusan… Hay patrones que traen la gente

del norte… van y los traen” (Torres, trabajo de campo, entrevista grupal a

empleados de empacadora de ajos de Mendoza, oasis norte, 2009)

“Vienen y… los traten como los traten ganan más y mandan dinero a sus

familiares. Además hacen cualquier trabajo, no es como con los argentinos.

¡No! Un paisano no le hace asco a nada, trabaja de sol a sol y en lo que

sea” (trabajo de campo, entrevista a miembro del Consulado de Bolivia en

Mendoza, 2003)

Las condiciones de mayor precarización en que revierten los procesos de discriminación

hacia los inmigrantes bolivianos, no terminan sin embargo en el campo de los arreglos

salariales. Las observaciones de campo renuevan la vitalidad de los señalamientos de

Bocco y Bubbini (2007) para quienes “…el segmento de trabajadores golondrinas… los

trabajadores temporarios que levantan la cosecha de uva, pero que provienen de otras

provincias y regiones del país son los que quedan más desprotegidos legalmente. Se

encuentran en una situación de mayor precariedad y menor calidad de empleo debido a

la temporalidad y fragilidad del vínculo laboral. Este segmento de trabajadores se

encuentra en estado de riesgo permanente y de vulnerabilidad social. Debido a sus

estrategias laborales migratorias y a los desplazamientos espaciales que realizan es

difícil su afiliación social” (Bocco y Bubbini 2007: 14). Los datos de campo indican

que las prácticas discriminatorias penetran y afectan las condiciones de traslado, de vida

en los predios e incluso, las relaciones interpersonales que cada vez en más

oportunidades adquieren matices violentos.

“Acá, hay patrones que traen la gente del norte…Claro, van y los traen…Y

los meten a la buena de Dios ahí, les dan los galpones y los dividen con

nylon y le dan digamos… ellos dicen una habitación a cada familia y se

sabe que está la gente ahí metida…” (Torres, trabajo de campo, fragmentos

de entrevista grupal a asociados a una pseudo-cooperativa de trabajo, Mendoza,

2009)

En cuanto a las condiciones de traslado, si bien algunos inmigrantes comentan haber

afrontado el pago de pasajes para trasladarse en colectivos de larga distancia, en

muchos otros casos se indican viajes en camiones y cruces de la frontera que

119

implicaron, por ejemplo, atravesar el río o distancias de considerable extensión,

caminando26.

“Yo llegué en el 80… ya hacen 24 años…

trabajaba de obrero, chacarero y llegué aquí…

Yo soy de Sucre, vivía con mis tíos, mi mamá se

murió cuando tenía 7 años y a mi papá no lo

conocí yo… como a los 14, 15 años me vine

directo para acá, yo tenía unos primos que

hacía años que venían para acá, él había ido a

visitar a su papá, yo tenía pensado irme para

Santa Cruz de la Sierra para cosechar algodón,

pero aquí estaba otro primo mío… así que me

vine. De allá nos vinimos en camión, cruzamos el Río Bermejo caminando, volvimos

por otro río como para el oeste y fuimos a Orán y nos cargaron en un camión de

madera y cuando llegamos al control dijimos que éramos obreros y listo… No era tan

difícil pasar…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a inmigrante de nacionalidad

boliviana, residente en Mendoza, jornalero en emprendimiento vitivinícola, 2007)

“Yo me fui primero a la frontera con mi papá… a los 8 años y me quedé ahí

hasta los 16. Mi viejo se volvió a los 2 años. Me quedé en una casa y

cuidaba las gallinas ahí. Después… en el año 70 llega un primo y yo estaba

muy contento porque estaba solitario y él es el que me dice de venir a la

Argentina. ¿Cómo hacíamos para pasar el río? Y bueno, en esa época la

caña se levantaba en mula, muchísima gente trabajando en eso, bolivianos,

peruanos, paraguayos, la mayoría bolivianos. En la frontera buscaban

gente para trabajar y pasamos el Río Bermejo caminando, que en julio está

bajo… Caminamos no sé cuántos kilómetros hasta que se hizo la noche y

ahí a tomar un micro y fuimos a parar a Orán y ahí nos quedamos en la

Terminal y tomamos el coche motor, que yo no había visto nunca… y ahí

caminando como 10 Km. hasta el lote… ahí nosotros volteábamos y

pelamos… estuvimos 2 meses o 3. Entonces mi hermano se enteró que

estaba por ahí y me fue a buscar en bicicleta y cuando se terminó la caña 26 La imagen que se presenta muestra la forma habitual en que se traslada el personal dentro de la provincia, de finca en finca, realizando en cada una las actividades de cosecha (Mendoza, 2008)

120

nos vinimos. Llegamos a la estación de Guaymallén, que también iban a

buscar gente para trabajar y fuimos a parar a Ugarteche, a escardillar el

ajo… Después nos vinimos a Tupungato y en el año 78 me fui a Guaymallén

a hacer chacra un año, como mediero” (Torres, trabajo de campo,

entrevista a mediero de la zona de Valle de Uco, 2007)

Es común observar además que las primeras migraciones se registran a edades muy

tempranas y en muchos casos, sin la compañía de adultos. Niños que viajan solos o en

compañía de otros sólo unos años mayores, niños que han perdido sus padres a edades

tempranas y que luego quedan al cuidado de otros familiares, son situaciones

relativamente comunes en la memoria de estos informantes.

“Yo me vine a los diez años… no había qué hacer allá y escuché que acá se

estaba mejor… no sabía nada yo… pero le pedí a mi mamá que me dejara

libre y crucé la frontera… en camión… primero paré en el norte y trabajé

en la zafra, un año hice eso… y ahí escuché de acá y me vine con un

paisano que nos encontramos en Salta… y vinimos solos… cuando llegamos

vinimos a una finca que decían que necesitaban cosecheros, no sabía nada

de acá, ni cosechar uva sabía… pero aprendí, aquí aprendí a hacer de todo,

y ya no me fui más … volví 18 años después, recién…a Bolivia” (Torres,

trabajo de campo, entrevistas 2004, citado en Torres 2005).

“… yo cuando pasé era chico… me subí a un camión y cuando llegamos al

control unas mujeres me escondieron debajo de sus polleras… así,

agachadito pasé yo…” (Torres, trabajo de campo, notas del cuaderno de

campo, 2000)

Las condiciones de vida intra-predio son tan precarias como las formas de traslado. En

la mayoría de las oportunidades, los contratos de mediería o el desarrollo de trabajos a

destajo (pelado de ajos y cortado de ladrillos, por ejemplo) suponen la posibilidad de

ocupar una vivienda de propiedad del dueño de la tierra que, sin embargo, abre deudas

permanentes que terminan confundidas con los salarios. Sumado a ello, sólo en algunos

casos las viviendas cuentan con luz que, cuando está presente, es indefectiblemente

provista de modo precario. En general disponen de agua a través de reservas comunes

que satisfacen a varias familias y, en general, no poseen baño sino letrinas de

precariedad tal que dudosamente sea ajustado nombrarlas de este modo. Simples pozos,

compartidos por varias familias, excavados a poca profundidad, con precarias paredes

121

improvisadas con bolsas de nylon y por supuesto carentes de techo, computan como las

generales de la ley27.

Cuando las hay y no son sustituidas por los

mismos galpones, las viviendas siguen el

panorama de precariedad general. Están

compuestas por una o en el mejor de los casos,

dos habitaciones de entre 6 y 9 m2 que suelen

albergar a varios trabajadores o a familias de

varios miembros, con condiciones de hacinamiento extremas. Esas únicas habitaciones

reúnen todos los usos posibles. Se constituyen en cocinas a la hora de la preparación de

los alimentos, luego se organizan en comedores y, unas horas más tarde, se transforman

en dormitorios.

“Estas casas miden 2 metros por 2,5… y de alto 2,10… esta habitación

tiene 4 por 3… todas las casitas que ves son iguales… no tienen baño

dentro de la casa, no tienen agua, no tienen absolutamente nada… cocinan

afuera con fuego, acá no hay luz… el agua la compran y la traen a una

pileta, obvio ni gas ni electricidad…usan la leña del horno y en el suelo.

Vos hablás con la gente, les preguntás si están cómodos y te dicen que están

27 Algunas imágenes de “baños” reservados al personal, Mendoza (2008, 2009)

122

mejor que en Bolivia…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a

representante sindical del sector ladrilleros, 2009)

“… acá se la trata muy mal a la gente… en la cosecha se está en piezas

chiquitas, para cinco o seis personas… o directamente en los galpones… se

duerme arriba de los cajones de fruta, se come mal, a las apuradas, por ahí

una papa o una sopa no más…” (Torres, trabajo de campo, entrevista

inmigrante boliviano radicado en Mendoza, citado en Torres 2005)

Interior de una vivienda, primero imagen de su cocina, luego ingreso al dormitorio del grupo

familiar. Abajo, vista exterior (Mendoza, 2009)

En otros casos, están ausentes incluso las

viviendas que se sustituyen por carpas

que se trasladan al ritmo de los

inmigrantes o por galpones divididos en

boxes de no más de 4 m2 cada uno. Aún

en muchos casos los boxes y camas

faltan, de modo que los trabajadores se

ven obligados a dormir en el piso o

sobre los mismos cajones que en el día contienen los productos.

“(Muchos de los que vienen)… andan en carpa o duermen en los galpones y

hay bichos ahí y duermen allá adentro, cuando yo me fui a San Martín…

123

tenía 17… había terminado la escuela hacía poquito… vinieron unos

amigos y me dijeron que fuéramos y les pregunté dónde íbamos… me han

dicho que hay casa, que hay de todo… Fuimos para allá y nos hacían

dormir en un galpón y tenías que quedarte porque los colectivos no

pasaban… iba un colectivo un día sábado y otro el día lunes y pasaba a las

9 y a las 8 de la noche nada más, así que nos llevaron para una finca re

lejos y no nos podíamos venir. Aparte, nos vinimos sin nada, así que

teníamos que trabajar y cobrar y esperar por lo menos una semana y

después venirnos… (Dormíamos) en el piso… Yo lo único que me llevé fue

una frazada y ropa para trabajar. Claro, nos dijeron que había camas,

porque hay fincas en las que hay… que tienen casas que son grandes y

adentro tienen cuchetas, tienen colchones para la gente que viene… pero si

ellos te dan esa comodidad… te pagan menos. Por eso los patrones son

patrones, por eso tienen lo que tienen… a mi me dijeron que era así pero

cuando llegamos allá, había mugre de todo tipo… así es que agarramos,

tiramos la colcha y dormíamos en el piso, diga que fue en verano y no en

invierno… los primeros días, como iba con un par de amigos, me

aguantaron la comida y después les devolví la plata” (Torres, trabajo de

campo, entrevista a adolescente que se desempeñaba temporalmente en un

aserradero, 2008)

Si las condiciones de vida y trabajo son difíciles

de sostener para los hombres adultos, duplican

su rigor frente a las mujeres y niños. En el caso de las mujeres, las mayores

complicaciones se relacionan con la imposibilidad de mantener cierto grado de

Imágenes del mobiliario que se ofrece a los trabajadores transitorios (Mendoza, 2009)

124

privacidad a salvo, con el hecho de que el género mismo dispara situaciones de

discriminación y acoso y con las complejidades inherentes al cuidado de los hijos

mientras dura la jornada laboral.

“Acá… es difícil, porque cada mujer tiene que tener su privacidad y no

puede, por ejemplo acá tenés que compartir con otros hombres y no te podes

estar cambiando, no te podés bañar, tenés que buscar maneras y… para mi

es feo” (Torres, trabajo de campo, entrevista grupal con mujeres inmigrantes

que habitaban en una carpa al momento de la entrevista, 2008).

En el caso de los niños28, se observa que

aunque no se inserten de un modo directo en

las tareas agrícolas, el sólo hecho de que

migren junto a sus padres y permanezcan en los

lugares de trabajo varias horas del día, los

coloca en situaciones de riesgo extremo,

básicamente porque queda vacante el lugar del

responsable de protegerlos todo lo que dura la

jornada laboral de sus padres. En este sentido,

ha sido verdaderamente común constatar en

campo que aunque no desarrollen actividad

laboral de ningún tipo, los niños permanecen

junto a sus padres a lo largo de la jornada

laboral, ya sea en las mismas fincas donde se

desarrollan las actividades de cosecha o en los

empaques donde se procesan y almacenan los

productos. Incluso, aunque los niños mayores no computen como trabajadores en las

listas patronales, es común que el sólo hecho de permanecer allí largas horas, haga que

se sumen a algunas actividades complementarias a las que desarrollan sus padres.

28 Diversas imágenes de niños en explotaciones agrícolas de Mendoza (2009).

125

“Ella tiene 7 y la otra 1 y medio… cuando trabajo me las llevo (al campo) y

cuando estamos acá cerquita ellas se quedan acá (en las carpas)… sino se

van conmigo” (Torres, trabajo de campo, entrevista grupal con mujeres

inmigrantes que habitaban en una carpa al momento de la entrevista, 2008).

Carpas en el agro de Mendoza, viviendas transitorias de trabajadores transitorios (2009)

126

Si las precarias condiciones de vida intra-predio y la ausencia de comodidades tan

básicas como la existencia de baños, son analizadas a la luz de los relatos que

construyen los demandantes de mano de obra, se observan diferentes situaciones. De un

lado, se registran casos de abierto ocultamiento, es decir, de empleadores que aseguran

brindar condiciones de vida dignas a sus trabajadores, aún cuando rápidamente se

constata que se alejan de las condiciones mínimas exigibles. Una situación diferente se

presenta cuando los empleadores son confrontados a las condiciones de vida y trabajo

que brindan a sus trabajadores. Frente al hecho empírico que supone evidenciar las

pésimas condiciones de las viviendas, baños y predios, algunos empleadores recurren a

argumentos, coyunturales o estructurales, que reconocen sin embargo un sustrato

compartido. En todos los casos analizados, el argumento es el mismo, las pésimas

condiciones de trabajo se explican porque los márgenes de ganancia no permiten

afrontar los costos asociados a la legislación laboral vigente.

“Ningún organismo cayó para decirnos ¿qué necesitás para poder tener la

gente en mejor estado?, ¿a ver si tu negocio es rentable? Sí he recibido

anticipos de ganancias una vez que se han pagado las ganancias, pero…

nadie viene y se te pone al lado y, en definitiva, generamos trabajo. Yo

siempre creo que la gente puede estar mejor, creo que todos nos merecemos

una vida digna pero también creo que es un país que no te permite las

condiciones como para poder llegar a ofrecer lo que realmente necesitan.

Tenemos costos muy altos en la producción, costos muy altos en el empaque y

eso si le sumamos las cargas sociales hoy tendríamos que tener cerrado… son

muy chiquitos los márgenes de ganancia. Eso tampoco tiene la culpa la

gente… hoy me ponés un pibe pelando una cabeza de ajo y ¡soy un hijo de

puta! Eso, si lo ve la gente común que no sabe que acá hacemos ajo y cómo

hacemos ajo, cuando lo sacás de contexto… si yo pudiese hacer asistencia

social lo hago… tengo programado hacerlo… yo no quiero tener a la gente

como está… tenemos para hacer los baños… vamos teniendo lo que

podemos… para nosotros ¡qué mejor que tener la gente bien! pero es

complicado… la madre te trae a la criatura, a esa no la dejás entrar y no

tenés quien te hace el trabajo ¿o te crees que a nosotros nos gusta? Hoy

nosotros… nos ha pasado… nos hemos tenido que poner medio en legalistas y

decirle que no viene con la criatura… Ese día podés porque tenés el trabajo

127

regulado… y al otro día la necesitas… y ¿qué hacés? La tenés que ir a buscar

a la casa…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a productores de ajo

propietarios de un empaque, oasis norte de Mendoza, 2009)

La narrativa que el actor construye, una de muchas pero en todo caso la que mejor

sintetiza la idea fuerza según la cual el incumplimiento de la legislación laboral se

asocia a los escasos márgenes de ganancia pero que aún así se trata de situaciones

preferibles a la falta de empleo, no hace más que confirmar la tendencia a trasformar a

los trabajadores en la variable de ajuste. Un poco más allá, pero siempre dentro del

mismo haz de sentidos, los límites entre lo humano y lo inhumano no se juegan en el

marco de la ley sancionada o de los derechos reconocidos nacional e

internacionalmente, sino en el libre juego de la oferta y la demanda que tiene lugar en el

ámbito del mercado. Es decir, si bien es deseable que los trabajadores ganen salarios

dignos, que cuenten con instalaciones sanitarias en predios donde pasan largas horas de

trabajo y si además sería deseable contar con espacios y personal que atienda a los

niños de los trabajadores, la única posibilidad de que todo eso ocurra radica en que los

costos lo permitan. Sólo si esto ocurre, se podrán construir instalaciones e incluso hacer

asistencia social, pero si por el contrario existen sorpresivas demandas del mercado que

imponen entregas de mercadería, las madres bien pueden ser aceptadas junto a sus

niños, aunque falten espacios adecuados para contenerlos. En definitiva, el poder

estructurador de la ley es absolutamente limitado o, en todo caso, dependiente de las

condiciones del mercado.

Para terminar, los procesos de discriminación que se abren en torno a los inmigrantes

bolivianos pero también las mayores condiciones de vulnerabilidad a que se hallan

expuestos, los constituyen en objeto de abusos que pueden llegar a tocar el cuerpo.

Recorriendo un gradiente poco extenso pero brutal, los insultos y golpes empiezan a

formar parte de las condiciones de trabajo de las que dan cuentas algunos informantes.

“… Yo ando un poco piradito, pero no tanto, es el patrón el que me ha

pegado. Quiero que me den la libertad, creen que me voy a escapar, pero si

no he hecho nada… ¿qué maldad he hecho para estar aquí encerrado? Y el

patrón no viene, sabiendo que estoy aquí” (Torres, trabajo de campo,

entrevistas. Fragmento de entrevista a trabajador procedente de Bolivia,

128

circunstancialmente internado en una institución de salud pública de

Mendoza, citado en Torres 200529)

“A mi no me insultó nunca pero… con algunos… los bolivianos por lo

menos no le dicen nada, por ahí se quedan callados… A esa señora la trató

mal y ella se quedó callada, no le dijo nada. Dice que le dijo… ¡vieja

estúpida!, algo así le dijo… y después fue a la casa y le dijo… ¡si no servís

para nada, no sabés hacer nada!… por ahí se le da la loca y te trata mal.

No se va a las manos, ni nada, pero… ¿viste? Verbalmente, nada más te lo

dice… Igual que se ríe de los paisanos, que no le dicen nada, que no le

cobran nada…de que los mete a trabajar por 50 centavos…” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a trabajadora de explotación dedicada al cultivo

de ajos, Mendoza 2008)

“Yo quería estar más cerca de Dios y ese patrón no me dejaba salir a misa

los domingos. Me gusta ser sometido, pero a veces me revelo. Cuando vos

querés hacer algo, que es importante y te dicen que no… tienes que

someterte, no te queda otra… cuando compré la tierra ya tuve más

libertad…” (Torres, trabajo de campo, entrevistas 1998-2000, fragmento de

entrevista a boliviano radicado en Mendoza, citado en Torres 2005)

Trabajos previos permiten indicar que los procesos de discriminación exceden

ampliamente el ámbito laboral y que, ya bajo la forma de racismo, impregnan las

prácticas sociales de instituciones que como parte de su tarea, entran en diálogo con

grupos sociales puestos en el lugar del diferente. Aún cuando no ha sido objetivo de

este trabajo, investigaciones previas permiten establecer que los encuentros que se

producen entre efectores de la salud e inmigrantes procedentes de Bolivia traen a

escena prácticas racistas y discriminatorias, que no sólo traducen en el retaceo30 o

29 Entrevista realizada en el marco de otra investigación (Torres 2005) cuya particularidad radica en que el actor se encontraba internado en un hospital público de Mendoza. 30 “La ley dice que tienen que dar salud*. Antiguamente sé que cualquier residente extranjero tenía derecho a primeros auxilios, si quería otra cosa tenía que pagar pero ahora eso ha cambiado… En la sala, en el hospital, en muchos casos han tenido familia en la casa porque no los querían atender en el hospital… si querían tenían que ir a una institución privada… acá, te digo, enfermedades comunes… que no, que no les corresponde… aún hoy…” (Torres, trabajo de campo, entrevista a representante de la comunidad boliviana en Mendoza, 2009). Ver nueva ley de migraciones Nº 25.871/2004 que establece la obligación de las escuelas y centros asistenciales a abrir sus puertas a los residentes extranjeros aunque estén indocumentados (INADI 2005: 248)

129

precarización de las atenciones sino que, al mismo tiempo, se pueblan de prácticas y

narrativas claramente reñidas con las acciones que el Estado realiza en materia de lucha

contra la discriminación, el racismo y la xenofobia. A los efectos de visibilizar mejor la

trascripción empírica de estas consideraciones, quizá resulte esclarecedor hacerlo de la

mano de actores posicionados como efectores en un hospital público de Mendoza.

“… los argentinos somos más lindos, más blancos… tenemos mejor nivel

cultural; los bolivianos… tienen bajo nivel… son medios tontos, serían

hipoculturizados. A los bolivianos les faltan unas chauchas, son medios

tontos… ¿tendrá que ver la altura en eso, la hipoxia? Vive muy alto esta

gente, dicen que cuando llegas al aeropuerto de Bolivia te da un dolor de

cabeza terrible. Es jodida la hipoxia al nacer… Eso si… son más feos que

la puta que los parió” (Torres, trabajo de campo, entrevistas. Fragmento de

entrevista a profesional médico de hospital público de Mendoza, 1998

citado en Torres 2005)

“… Me encantan (los pacientes bolivianos)… no sé por qué, es una

atracción, a pesar de la pobreza, la mugre…” (Torres, trabajo de campo,

entrevista a profesional de Trabajo Social de hospital público de Mendoza,

1998 citado en Torres 2005)

“… atendí a una sola paciente boliviana, me gustó… pero acá observé una

discriminación total, cuando ella entraba al consultorio abrían las ventanas

por el olor y echaban desodorante, como si fuera un bicho” (Torres, trabajo

de campo, entrevista a profesional de Trabajo Social de hospital público de

Mendoza, 1998 citado en Torres 2005)

“…creo que los bolivianos tienen potencial y no lo saben usar, es algo

cultural. Culturalmente no han crecido, se han mantenido en forma

primitiva… Me generan esto de querer ayudarlos, pero por ahí también de

fastidio por ser tan obstinados en actitudes tan cerradas. No les encuentro

que tengan algo mejor y no es racismo. Ahora, cuando salen de su

endogamia y lo cultural, tienen todo lo positivo. Son muy primitivos…”

(Torres, trabajo de campo, entrevista a profesional de psicología de hospital

público de Mendoza, 1998 citado en Torres 2005)

130

La asociación de la diferencia a lo primitivo en una retórica aparentemente construida

de la mano de Freud, la asociación menos cuidada que refiere desbalances en la

inteligencia por efectos de la altura o las prácticas más brutales de rociar con

desodorantes a quienes se acusa de oler de manera inconveniente, se dan en este caso y

he aquí la verdadera paradoja, en una institución de salud orgullosa de construir sus

prácticas curativas en base a la lectura sistemática de los avances logrados en el campo

de la ciencia y que incluso funciona como hospital-escuela para los futuros

profesionales. La confusa superposición que en este caso se propone entre estados de

salud y procesos de normalización de la diferencia, no puede sino ser leída como parte

de una matriz desacreditante de disciplinamiento y exterminio, que aunque omite la

brutalidad de la muerte física propone renovadas formas de muerte simbólica31 y que

aún así, se considera y presenta como no racista, sino científica; “… el racismo se

vuelve más sutil pero se instala casi inconscientemente en nuestro modo de relación

con nuestros semejantes. La condena del racismo clásico permite, sin embargo, que

este nuevo racismo no sea tildado de racista” (INADI 2005: 55)

Complementariamente, los procesos de discriminación que se alimentan en los vínculos

laborales, en las condiciones de contratación y en los salarios, generan un movimiento

que profundiza los conflictos dentro del mundo de los trabajadores, desencadenando

una serie de narrativas que, cuando menos en una primera lectura, podrían ser asociadas

a ideas xenófobas que colocan al inmigrante como chivo expiatorio de la falta de

trabajo o de la imposibilidad de negociar mejores condiciones. De acuerdo con estas

construcciones discursivas, la mano de obra ubicada en condiciones de mayor

asimetría, produce disrupciones en el mercado de trabajo que, desde la mirada de los

trabajadores locales, afecta los salarios que todos perciben.

“Hay gente que no le gusta que venga el golondrina de afuera y hay otros

que si, para el tiempo de la cosecha es necesario, porque la gente de acá no

es suficiente para levantar una cosecha, se te junta el ajo, la manzana, la

cereza… Es conveniente esta gente que venga de afuera… a veces el patrón

se aprovecha de esto. La gente que viene de Bolivia, acá la explotan y el

31 En palabras de Foucault (2000) “… la raza, el racismo, son la condición que hace aceptable dar muerte a una sociedad de normalización… cuando hablo de dar muerte no me refiero simplemente al asesinato directo, sino también a todo lo que puede ser asesinato indirecto: el hecho de exponer a la muerte, multiplicar el riesgo de muerte de algunos o, sencillamente, la muerte política, la expulsión, el rechazo” (Foucault 2000, en INADI 2005: 71-72)

131

que llegue acá, los primeros meses lo explotan. Les pagan lo que quieren,

hasta que uno se va dando cuenta más o menos como es el tema, yo te digo

porque mi viejo me ha contado… Cuando llegó lo explotaron dos o tres

meses hasta que se fue habituando al lugar. Pero si no viene el obrero

golondrina, sería un poquito complicado levantar las cosechas” (Torres,

trabajo de campo, pequeño productor del oasis centro, 2004)

“Hay tiempos que te cansas más porque en la arrancada del ajo ¿viste? los

bolivianos son tremendos, se levantan temprano, están ahí y bueno, es que

uno tiene que estar… ellos se levantan a las 4 de la mañana a arrancar y

van temprano, porque en la arrancada es donde más se gana. Ahí es donde

te lo hacés más rápido al trabajo, es más fácil si te apuras…” (Torres,

trabajo de campo, entrevista a trabajadora del ajo, oasis norte de Mendoza

2009)

“Yo tengo 17 años… trabajo acá desde los 8 y ella desde los 6… siempre en

el ajo, años atrás hice cebolla pero ahora ya no, en el ajo no más…

Nosotras trabajamos todo el año, los bolivianos se van en el invierno pero

nosotros quedamos… Vivimos acá nomás, en esta finca allá al fondo, no se

nos cobra ni la luz ni el agua. Con el agua nos llenan el pozo… es salada y

la luz tampoco nos cobran y por eso, los bolivianos vienen y ganan todo lo

que trabajan… Yo les digo a ellos, no sean tontos, pidamos más, pero ellos

no, por nada y después que ya está hecho el trabajo ya no podes reclamar,

él te dice 50 centavos te voy a pagar, y bue… el trabajo ya está hecho, que

le vas a hacer y ahí recién llegan los lamentos, por ahí me hacen enojar a

mi… Yo les digo, ustedes se lamentan pero ya está el trabajo, ya está, no

hay nada que hacer, ya cuando está, está, no vamos a reclamar por 50

centavos porque no nos va a pagar mas, el vio que ya esta hecho el trabajo

y listo… No son desubicados, la gente boliviana es buenísima, son buenos,

te ayudan, no te faltan el respeto para nada… si vos decís que te ayuden te

ayudan, son re buenos ¿viste? Pero ellos vienen y se meten por nada, ellos

(los patrones) te dicen un peso el surco… nosotros le decimos… ¡no!

¡Reclamemos! Entramos a plantar y no sabemos el precio y yo les digo

¡no!... hay algunitos que somos más bocones, nosotros les decimos ¡no,

esperá!... ¡no entremos!, ¡reclamemos el precio! y no, no, dicen… entremos,

132

porque le tienen miedo al viejo, porque el viejo ahí nomás los corre”

(Torres, trabajo de campo, entrevista a trabajadora del ajo, oasis norte de

Mendoza, 2009)

Si como se indicaba, en algún punto estas narrativas no se alejan de aquellas que ponen

límites a los competidores en el ámbito laboral valiéndose de prácticas discursivas de

tonalidad discriminatoria, es al mismo tiempo imperioso que sean leídas con el telón de

fondo de extremas y generalizadas situaciones de vulneración de derechos. Dicho en

otros términos, parece indicado pensar que aún cuando las narrativas que edifican

dominantes y dominados se valgan de construcciones similares, unas y otras no tengan

el mismo significado, dadas las diferenciales constricciones que enfrentan los

constructores de las narrativas. En este sentido, si bien es claro que algunos

trabajadores del agro provincial ven menguadas sus posibilidades de negociación y

defensa porque los foráneos afectan los salarios que todos alcanzan, es al mismo

tiempo evidente que antes, unos y otros han sido colocados en situación de

discriminación permanente, habida cuenta de la vulneración de los derechos

consagrados por la Constitución Nacional Argentina, la Declaración Universal de los

Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y

Culturales (INADI 2005)

El proceso de emigración no queda, por su parte, exento de mecanismos de coerción.

Los datos relevados informan, por ejemplo, de la existencia de formas de promover la

atracción de estos trabajadores que se alejan de los circuitos rodeados de conocidos y

cercanos y que se pueblan de engaños. Es decir, si bien se constata que en muchos

casos los trabajadores inmigrantes cuentan con información sobre Mendoza y arriban

sin mediar mayores dificultades, los datos también indican que en otros casos, algunas

grandes empresas de la provincia, ya sea en forma directa como a través de

intermediarios, se dirigen a los lugares de origen para radicar y difundir sus demandas

de empleo.

“Antes se había puesto un cartel allá (en Bolivia) que en Mendoza, que

todo boliviano que llegaba, podían llegar acá…” (Torres, trabajo de campo,

entrevista a trabajadora del deschalado de ajo, oasis norte de Mendoza,

2009)

“Yo me vine hacen 34 años… a los 16. Me vine con mi hermano mayor a

trabajar a la cosecha de arvejas… Siempre he estado con ganas de volver

133

al norte y me fui acostumbrando, no pude viajar y ya no me volví más. Me

faltaba la plata para volver, además había venido a Mendoza a juntar una

plata para llevar y se hizo difícil y me fui quedando, quedando y ahora no

me vuelvo más. En Bolivia se decía que acá en Mendoza había que

levantarla a la plata, había mucha guita en aquellos tiempos… Me vine a la

arveja, después nos fuimos a San Carlos a arrancar ajo… después nos

fuimos a arrancar la zanahoria, la uva, después la nuez y así aprendí a

manejar el tractor y aquí estoy” (Torres, trabajo de campo, entrevista a

jornalero del Valle de Uco, 2007)

Además de la difusión de las demandas de empleo en los sitios de origen, para que los

potenciales trabajadores se constituyan en mano de obra contratada comienzan una

serie de negociaciones que no excluyen entregas de dinero de parte de los posibles

trabajadores y retención de documentación de parte de empleadores o intermediarios.

Algunos informantes señalan que a los posibles trabajadores se les plantea que para

facilitar el cruce de la frontera internacional y llegar a Mendoza sorteando varios cruces

interprovinciales, es necesario que entreguen su documentación boliviana antes de

iniciar el viaje para dar comienzo al trámite que permitirá acceder a la correspondiente

documentación argentina. En algunos casos, se solicita a los inmigrantes entregas de

dinero para comenzar con estas gestiones de documentación. Los datos de campo

indican que en los últimos años estas cifras podrían haber rondado los U$S 200 a U$S

300. Aunque no parece tratarse de una práctica masiva, en algunos casos los

inmigrantes pierden su documentación antes de iniciar el viaje, situación que incluso

puede llegar al extremo de entregar sumas considerables de dinero que se obtienen por

la venta de bienes. Algunos informantes destacan que tras la entrega de su

documentación, estos trabajadores pueden ser presa de sistemas clandestinos de trata

de personas que tienen por destino final talleres de costura de Buenos Aires o fincas del

campo mendocino. En el caso de Mendoza, se presenta a la provincia como una tierra

de oportunidades, cuya magnificencia llega al punto de asegurar que en dos o tres años

de trabajo, los inmigrantes se hallarán en condiciones de regresar a Bolivia y adquirir

allí una vivienda para su familia e incluso un vehículo.

“Que se trae gente engañada… siempre caen las chicas, pero también los

chicos… dada la situación económica de Bolivia, se hace el juego… yo

estoy buscando gente para ir a Argentina, se gana muy bien, con un año vas

134

a poder mantener a toda tu familia, comprar casa y un carro… con esos

engaños, te dicen, te tenemos que cambiar tu identidad, para trabajar tenés

que tener documento argentino, si vos accedés vas a estar dos años

trabajando y la plata se le va a mandar a tu familia. En algunos casos

pidiéndoles, suponete U$S 300 allá en Bolivia, entonces venden todas las

pertenencias para poderse venir, para llegar a ser repartidos a las fincas de

acá o a los centros de costura de Buenos Aires o a la construcción en

Mendoza” (Torres, trabajo de campo, entrevista a representante de la

comunidad boliviana en Mendoza, 2009)

Ya en la finca y sin ningún tipo de documentación en su poder, los relatos construidos

indican que los trabajadores no cobran salarios de ningún tipo. En algunos casos, los

trabajadores son convencidos de que sus ingresos son girados en forma directa a sus

parientes en Bolivia, mientras la otra parte se retiene a manos del empleador para

saldar, de manera progresiva, la deuda inicialmente contraída para la tramitación de

documentos argentinos. Esta deuda, sin embargo, difícilmente queda saldada en los

plazos previstos inicialmente y se ve continuamente acrecentada por los “gastos” en los

que incurren los trabajadores (uso de viviendas patronales, agua y luz del predio).

“Porque tengo trabajadores golondrinas ¿tienen que vivir en un

campamento?, porque es boliviano ¿va a vivir tirado? ¡No!... tienen los

mismos derechos que cualquier trabajador. Por ahí el trabajador norteño

viene con necesidades de hacerse un mango y por ahí viven en condiciones

muy malas y se aguantan todo, porque tenemos establecimientos que por

ahí, a los norteños ¿qué les hacen? Les dicen, bueno venite que nosotros te

vamos a pagar el pasaje de vuelta, pero cuando llegan al establecimiento

les quitan el documento y hasta que no terminan la cosecha no se lo

devuelven” (Torres, trabajo de campo, entrevista a representante sindical,

2008)

“Con la gente que recién llega… algunas firmas hacen retención de

documentos… acá hay una finca que te sacan con armas… yo entré una

vuelta camuflado solicitando trabajo… el mismo patrón les da trabajo, el

mismo les paga, el mismo les provee mercadería… ponele que yo mismo

vaya así, de que quiero hablar con mi hermano, no podés. Te dicen, esta

finca es una propiedad privada, te dicen… gente que ha salido, que ha

135

tenido que trabajar y salirse con una mano atrás y otra adelante, porque

todo lo que ha trabajado… vos trabajaste, yo te presté la casa, te di el

agua, te di esto… normalmente eso pasa más con la gente que ha llegado…

llegás, bueno voy a trabajar pero soy recién llegado… bueno, te dicen,

dame la documentación yo voy a hacer que te den el documento argentino,

te va a costar tanto, U$S 200. Una vez que le retienen la cédula ya está, sin

documentación no podés salir a ningún lado. Eso lo pagás con trabajo,

pero esa deuda no se paga nunca… y salís sin haber tramitado el

documento… la única forma es salir, previa cuenta ¿no?... Te dicen, te puse

la casa, el agua, la luz, la mercadería… te salió tanto, no sé $1000

ponele… bueno, tu día son $10… dadas las cuentas, te quedan $600, te

quedan trabajar 6 meses y después te vas… Salís con una mano atrás y otra

adelante… Una persona mayor me dijo, que decía ¿cómo puedo hacer para

recuperar el documento?… yo tengo que dejar todo para poder salir… si yo

estuviera en tu situación, le dije, yo saco a mi familia de allí, dejá todo y

salí ahora, que ahora va a empezar la temporada alta… ¡pero nosotros

hemos trabajado mucho! me dice, cerca de $18.000 dice que habían

juntado, un año y medio dice que estaban, dice que el patrón les pagaba, les

daba cheques. Pero, como ellos seguían trabajando, les renovaba el

cheque, pero nunca cobraban. La comida… él tiene una despensa, igual si

vos salís a comprar, para ir al persa suponete, dejan salir a uno, le

adelantaban plata… podés salir vos sola… vos, tu marido, tu hijo… pero de

a uno, siempre hay uno empeñado. Si te vas, pero dejando todo… vos te vas

con la condición de que yo me quedo con todo…” (Torres, trabajo de

campo, entrevista a miembro de la comunidad boliviana, Mendoza, 2009)

Como se observa, en algunos casos se indica que a veces no existen entregas de dinero

en los arreglos intra-finca, de tal manera que los trabajadores adquieren los bienes

necesarios para su propia subsistencia en las proveedurías y despensas de los mismos

empleadores. En definitiva, se vive en la tierra de un empleador local, en viviendas

ubicadas dentro de los predios, que utilizan luz y agua provista por el empleador y se

compran alimentos en la proveeduría a precios aparentemente sobrevaluados. El

empleador, por su parte, lleva una cuenta estricta que resta al salario los gastos

ocasionados por el trabajador y su familia: documentación, vivienda, luz y agua además

136

de los alimentos adquiridos en la proveeduría. Como se pone de manifiesto en el relato

antes presentado, la diferencia a favor del trabajador puede incluso ser ficticiamente

saldada con cheques nunca cobrados, que sólo sirven a los efectos de reconocer en el

papel la cantidad de horas trabajadas.

Los relatos anteriores no sitúan a Mendoza en un escenario muy diferente al descrito por

Aparicio con respecto al modo tradicional de organización del mercado laboral en torno

a la producción primaria, “… la firma de un contrato por engaño, el adelanto de bienes

que implica luego la obligación de trabajar para saldar la deuda o la simple

adjudicación de una deuda inexistente, la retención forzosa y el incremento del

endeudamiento en el lugar de trabajo, son otros tantos elementos vinculados al

funcionamiento tradicional de los mercados laborales organizados en torno a la

producción primaria” (Aparicio et al 2004). Los mismos relatos, mirados ahora desde

las definiciones que aportan los organismos internacionales, particularmente en lo

referido a trabajo forzoso, invitan a pensar hasta qué punto este concepto es aplicable al

caso que se analiza.

La OIT entiende al trabajo forzoso como “todo trabajo o servicio exigido a un

individuo bajo la amenaza de una pena cualquiera y para el cual dicho individuo no se

ofrece voluntariamente” (Convenio sobre trabajo forzoso 1930, núm. 29, artículos 2,1,

OIT 2005). Este concepto reconoce dos elementos básicos; que el trabajo se exige bajo

la amenaza de una pena y que ésta se lleva a cabo de manera involuntaria. Respecto de

las amenazas, aún cuando la OIT entiende que la forma más extrema se relaciona con el

daño físico, el confinamiento y la muerte, establece también que se presentan formas

más sutiles, entre las que destaca la adjudicación de deudas y la retención de

documentos. Si bien la OIT recalca que el trabajo forzoso no debe confundirse con el

pago de bajos salarios o con la existencia de condiciones de trabajo precarias, es claro

que los informantes aportan pistas que indicarían la existencia de casos de trabajo

forzoso en el agro de Mendoza. La cantidad de ocasiones en que las deudas ganan la

escena o las oportunidades en que la retención de documentos se trenza con la retención

de personas, tanto en los predios como en las cuadrillas, demandan realizar mayores

esfuerzos de compresión del fenómeno, habida cuenta de la alta posibilidad de que se

trate de situaciones más extendidas que las que se pueden documentar en el presente.

Nuevamente sobre este tema, por formar parte de los Estados Miembro de la OIT el

137

convenio sobre la eliminación de todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio (Nº

29 de 1930 y 195 de 1957) es vinculante para la Argentina (INADI 2005: 25)

Los datos construidos parecen indicar además que frente a estas situaciones, los niños

inmigrantes aumentan su situación de riesgo. Algunos informantes que deciden afrontar

la crudeza de estos temas dan pistas acerca del modo como podría profundizarse el

estudio de esta temática, al indicar por ejemplo que resulta común que el tránsito de los

niños se realice de la mano de adultos, muchas veces nombrados como tíos, que sin

embargo pueden no tener ningún tipo de relación de parentesco o tenerla en grado

alejado. En estos casos, aún cuando los niños se presenten como sobrinos, son

incorporados como trabajadores dependientes de quien ejerce el teórico parentesco.

“Siempre que te dicen es mi tío… cuando te dicen es mi tío, nosotros ya

sabemos que esa persona vino en forma de contrabando para trabajar… si

yo te pregunto y vos, la primera vez me decís mi papá no está, vengo la

segunda vez, me decís no está mi papá, la tercera vez igual pero me decís

está mi tío, está mi tío… nosotros sabemos que ese tío no es tío, que ese

chico vino en un sistema de contrabando, de explotación infantil de

trabajo… la comunidad boliviana tiene el mejor ejemplo de trabajadores,

pero eso no quiere decir que tampoco no sean manejadores de personas

como cualquier sociedad… no nos dejemos engañar, hay buenos y hay

malos… cuando te dicen vine con mi tío o yo no sirvo para estudiar… te vas

a dar cuenta que te dicen ayudame. O quizás hay gente que los trata bien o

los trata mal… hay gente que los trata bien y no te sentís manejado, pero

son situaciones que… es tan complejo…” (Torres, trabajo de campo,

entrevista a miembro de la comunidad boliviana, Mendoza, 2009)

“yo soy cortador… es como todo, porque si uno no sabe trabajar en campo

tampoco puede agarrar arado, es lo mismo… depende de voluntad y

habilidad que pueda tener… yo aprendí viéndoles a mis compañeros

cortadores en el 97 entre acá… soy de Bolivia, estuve en Tucumán varios

años, de Bolivia salí de la presencia de mis abuela y tío, soy hijo natural yo,

terminé la primaria y salí a los 13 años… terminé la escuela y me vine con

una tía lejana, no es tanta pariente, tercera o cuarta generación más o

menos, me vine con ella y me crié, trabajaba con ella, mensual… después,

bueno, no me gustaba tanto, me trataba por ahí medio mal y salí de la

138

presencia de mi tía, trabajé solo… si no hacías bien exhortaba, por ahí

capaz una represión dura pero había que soportarla… como pendejo capaz

que lo que hacía lo hacía mal… yo natural, mi mamá me ha dejado como

un año, un año y medio y me crié con mi abuelita y mis tíos. En caso mío

salía y entraba del país sin documentos… ahora es más estricto pero puede

ser que haya… ahí hay una especie de pensión… ahí había un paisano, la

gente que llegaba iba al Terminal, él le preguntaba de dónde venía… y la

gente no sabía a dónde ir… vení vamos yo te doy alojamiento y vos salís a

trabajar… la cuadrilla salía a Rodeo del Medio, a Ugarteche y los

documentos se quedaban ahí… ” (Torres, trabajo de campo, entrevista a

trabajador de hornos de ladrillo, San Rafael, Mendoza, 2009)

Claro está que los relatos de este tipo no han sido abundantes a lo largo del proceso de

investigación y que muchas veces se ha accedido a ellos una vez que la justicia había

tomado intervención o una vez que cobraban estado público. Sin embargo, es probable

que su baja repitencia no esté indicando baja presencia empírica, justamente porque los

datos de campo también permiten advertir la existencia de una serie de situaciones

concurrentes que podrían opacar u ocultar las situaciones que prefiguran mayores daños

y que suponen abierta ilegalidad.

En primer lugar y tal como se ponía de manifiesto en el apartado reservado a trabajo

infantil, hablar de trabajo conecta con sensaciones de temor. A medida que se tocan

temas más comprometidos, es común que los informantes entren en largos períodos de

silencio que no logran ser traspuestos. No debe dejarse de lado, además, que resulta

poco probable que quienes encarnan las situaciones de mayor riesgo o que viven bajo

situaciones de amenaza, puedan participar “libremente” de procesos de relevamiento de

datos que los pondrían en el lugar de denunciantes, justamente por la amenaza misma de

la que penden. Sin embargo, en la medida en que se ha podido acceder a algunos casos

de ilegalidad abierta, algunas relatadas por quienes fueron víctimas en sus infancias y

otras por testigos, resulta de crucial importancia continuar y profundizar el análisis de la

temática. Sumado a ello, el relato de médicos del ámbito local que explican las

diferencias valiéndose de las nociones de hipocultura e hipoxia, los casos de maltrato

abierto que se ha tenido oportunidad de registrar, los más numerosos de violencia

psicológica que toman la forma de insultos, burlas y humillaciones indican claramente

139

que frente a determinados grupos sociales, el ejercicio de la violencia se torna más

habitual y, por supuesto, más brutal.

Para terminar, la situación de vulneración de derechos que expresan algunos grupos

sociales no llegan a su fin en el vínculo con las instituciones sanitarias o con los

demandantes de empleo y también dan cuenta de las consecuencias prácticas que

supone la retirada del Estado del ámbito de las políticas públicas. En este sentido, los

datos de campo indican que los niños son particularmente vulnerables a situaciones de

abuso claramente vinculadas a condiciones previas de desprotección absoluta. Cuando

menos cuatro casos, tres relevados en el curso del presente trabajo y uno previo, dan

cuenta de situaciones de vulneración extrema que sin embargo podrían haber sido

evitadas si las instituciones encargadas de ejercer controles o de dar sostenes, hubiesen

interceptado el daño.

“Me trae una señora mala… ha venido ella a trabajar en febrero del año

anterior y ella me dice que me venga… Cuando llegamos, vamos a la finca…

no conozco yo…vivo con Juana. Su marido y su hijo… por eso el hijo ha

intentado violarla a ella (a Julia, de 5 años)… La señora siempre se enoja por

cualquier cosita. Tengo miedo, tenía miedo de cocinar, yo cocino con sus

hijos, yo no puedo cocinar como ellos, yo le dije que su marido estaba

roncando, de eso se ha enojado no le gustaba cómo yo cocino. Ella me decía

que yo tenía que cocinar porque yo era la empleada, unos fideos nomás estás

cocinando decía… Juana tiene que estar con su marido. Salimos de Bolivia en

agosto, el 8 de agosto salimos de allá y tardamos una semana… La señora me

sacó los números de teléfono, ellas me querían pegar, yo me he quedado así

calladita, yo pensé me quedaré quietita así… y mi hijita también. Yo tenía los

documentos en el bolso, no me di cuenta pero me los han sacado. Mi hijita me

decía… no me dejés mami con el Rubén que me hace así (se moví entera)… yo

no le creía, mami el Rubén me ha sacado mi ropita, mi calzoncito, ahí he

llorado ¿por qué mi hijita? Le he avisado a Juana al otro día, me dijo

¡mentira! Que le va a hacer eso mi hijo, él lloraba y decía que no, la retaron

a mi hijita… ellos estaban enojados, tengo miedo de llegar… siempre estaban

enojados… Cuando iba a trabajar, les dejaba a mi hijita. Todos han culpado

a mi hijita… es difícil vivir para las mujeres, me he quedado callada porque

estoy solita. Mi marido se murió a los 37 años, lo pisó un camión…era malo

140

conmigo, me hacía sufrir, tomaba alcohol, cuando venía me pegaba…desde

chiquita sufrí, mi papá se murió cuando era chiquita” (Sorroche y Torres,

trabajo de campo, entrevista a trabajadora rural inmigrante que denuncia una

tentativa de violación hacia su hija de 5 años, San Rafael, Mendoza 2008)

El relato de esta mujer permite apreciar hasta qué punto los niños de los inmigrantes

quedan en situación de desamparo, si no es porque se insertan en las actividades

laborales que se desarrollan en los espacios de trabajo, porque quedan vacantes los

lugares del cuidado cuando sus padres se ausentan para trabajar. Los casos restantes,

todos ellos protagonizados por niños bolivianos que se insertaban en el agro de

Mendoza, permiten advertir que los predios donde se desarrollan las jornadas de trabajo

muchas veces funcionan como verdaderas cajas negras, es decir, como espacios

cerrados de comunicación vedada que ocultan situaciones de vulneración extrema y

que, como resultado, condenan a algunos niños a la muerte y a otros a volverse

invisibles.

“Hace un tiempo atendimos a un chico boliviano de… 14 años. Lo encontró

la policía en un callejón, golpeado, tirado en la calle… lo habían comprado

en Bolivia a los padres… lo traía un hombre boliviano. No tenía documentos

ni nada y como había salido de chiquito ni se acordaba cuál era el apellido ni

de dónde había venido. El empleador dijo que él no sabía nada, que él había

contratado al hombre que lo traía, pero que no sabía nada… ahora el hombre

que lo traía está preso y el chico en un hogar sustituto…” (Torres y Cartier,

trabajo de campo, entrevista a profesionales del ámbito judicial, Mendoza

2004)

“La otra vez hubo un caso de un chico, que los padres habían venido y se

volvieron a Bolivia, entonces se lo habían dejado a la abuela. Lo tenía atado,

la abuela… en la finca, sabiendo la gente de la zona, pero no decían nada…

la abuela había dicho que no tenía para darle de comer, que ella no lo podía

mantener y para que el chico no se fuera, porque no lo podía controlar, lo

tenía encadenado, como un perro… no era el patrón, pero estaba en la

finca…” (Torres, trabajo de campo, notas del cuaderno de campo, oasis norte

de Mendoza, 2009)

“Yo viajo a Tunuyán porque mi suegra estaba internada… y veo a una

persona que está llorando… qué te pasa, le pregunto… No, vengo con una

141

cuadrilla y con el ventarrón se cayó el árbol, estamos todos en una carpa…

habían como 25 personas… y aplastó a la chica… Ché hagamos algo, dije…

(de la empresa) habían llamado al padre de la chica diciéndole que como su

hija se quería volver se la mandaban, pero nunca le dijeron que estaba

muerta. Así, una familia se había traído a una nena, esa nena se muere…

cuando vamos a la finca había desparecido la cuadrilla. La chica estaba en la

morgue… cuando preguntamos a los que estaban internados de algún

número, algún teléfono para contactarnos a Bolivia, me dicen que de la

empresa se iban a contactar con el padre pero que el padre no sabía nada…

porque a ellos le habían dicho que no dijeran nada porque les iban a pagar

todo y les iban a dar planta encima y vamos a poder seguir trabajando en la

empresa… Cuando llamamos a Bolivia, nos responde el hombre y que le

habían dicho de la empresa que la chica no quería trabajar más, que la iban

a mandar en avión… no sabíamos cómo decirle que la chica había fallecido…

No veo cómo pueden cambiar las cosas si los diputados son los mismos que

proveen las tierras… son muchas firmas que están en contacto permanente…

se van pasando todas las cosas que hay…” (Torres, trabajo de campo,

entrevista a miembro de la comunidad boliviana, Mendoza, 2009)

En los casos que se han relatado a lo largo del trabajo y quizá con más crudeza en los

que se recuperan hacia el final, las situaciones de daño y vulneración de derechos

podían ser antes prevenidas. Sin embargo, es al mismo tiempo probable que una mayor

presencia del Estado no alcance para garantizar que los beneficios del desarrollo

regional se derramen, justamente porque el Estado que se halla sólo fragmentariamente

presente en las políticas focalizadas de protección a la niñez y adolescencia, ampara un

modelo de desarrollo que, como condición de existencia, alienta el perfeccionamiento

de dinámicas explotativas que suponen constantes transferencias de valor.

142

Consideraciones finales

La expansión del capitalismo, indica Comas D´Argemir (1998) es un fenómeno

económico que tiene efectos sobre las distintas sociedades. De alguna manera, este

trabajo ha buscado analizar cómo ese proceso se ha impreso en Mendoza, recuperando

las continuidades pero también las particularidades que “esta parte del mundo” expone.

Los datos de campo han permitido identificar una serie de transformaciones regionales

que hallan réplicas con los procesos que están teniendo lugar en otras regiones

argentinas y latinoamericanas, al mismo tiempo que permiten identificar la acción de

procesos, fuerzas y dinámicas iniciadas mucho más allá de los espacios provinciales,

regionales o nacionales y, sin embargo, se inscriben en lo local proponiendo

conjugaciones novedosas y particulares. Tampoco en este rincón del mundo pasan

desapercibidos los efectos de la hegemonía de la economía de mercado y también aquí

se ven plenamente afectadas las economías locales, la organización social y las formas

de vida de las sociedades. Pero al mismo tiempo, también aquí se asiste a un proceso de

inscripción de lo global con sabor local, es decir, no suspendido de los contenidos que

los cursos de la historia han dado a esta región.

Además de las marcaciones y situaciones de discriminación de que han sido objeto las

tonalidades más oscuras de piel a lo largo de la historia de la Mendoza, la provincia no

permanece ajena a los procesos de transformación que experimenta el sector

agropecuario y la ruralidad misma. A lo largo del proceso de investigación y a coro con

los antecedentes disponibles, se constatan sendas transformaciones en el agro provincial

que, del mismo modo que proponen diálogos más fluidos con el mercado internacional

y propician la retirada del estado del ámbito de las políticas públicas, inducen cambios

en el mundo del trabajo que incrementan las condiciones de relación desigual entre los

actores y los territorios. Si Mendoza se proyecta al mercado ampliado y para ello

impulsa la adopción de tecnologías que permitan disminuir los costos de los productos,

las relaciones sociales que tienen lugar en el mercado de trabajo siguen la misma suerte

y tanto como las cosechadoras mecánicas desplazan mano de obra estacional y reducen

costos asociados a la contratación de trabajadores, los mecanismos de tercerización de

la mano de obra legalizan que la reproducción social de los grupos que sostienen los

procesos de trabajo que aún no han podido mecanizarse, compute como costo variable.

Aún en ausencia de mecanismos de tercerización y teóricamente apoyadas en

143

indicadores de trabajo decente, las grandes empresas de Mendoza presionan a las menos

capitalizadas, favoreciendo entonces que se derramen no los beneficios del desarrollo,

pero sí las presiones adosadas a la competitividad.

Mucho más que un proceso de modernización que derrama beneficios, las

transformaciones que están teniendo lugar en el agro provincial dan cuenta de procesos

que algunas veces mantienen, otras veces transforman y otras veces acrecientan las

condiciones de subordinación económica en las que se reproducen los grupos sociales

que sólo poseen el capital que se deriva de su fuerza de trabajo. Sin que esto signifique

negar la posibilidad de que aún en el presente o en el futuro cercano se incrementen los

espacios de lucha y confrontación que induzcan cambios en los desbalances que se

denuncian en los índices de pobreza rural y trabajo infantil y adolescente, trabajo no

registrado o fraudulentamente enmascarado, los datos construidos dan cuenta de un

vasto conjunto de fuerzas que siguen talando el dominio de algunos grupos sociales

sobre su propia reproducción y sobre su futuro.

En la misma línea pero prestando particular atención a la necesidad de borrar los

rostros visibles de la explotación que podrían lesionar las marcas, los datos no sólo

indican que se mantienen constantes e incluso aumentan los niveles de precarización,

sino también informan que aparecen tendencias y procesos más novedosos donde sumar

legalidad se convierte en antónimo de sumar derechos. Se trata entonces de un cambio

que queda a mitad de camino, que moderniza tecnificando pero no proponiendo

condiciones de trabajo decente y que al mismo tiempo, ha sido capaz de eludir la

penalización que podría derivar del abierto incumplimiento de la ley. La posibilidad de

dialogar con el mercado ampliado, controlando de manera vigilante los costos y

adoptando en paralelo rostros de legalidad, parecen revertir finalmente en la aparición

de un orden tercero, que rompe la relación diádica patrón – trabajador, para dar origen a

un orden triangulado que subvierte la ley, pervierte su aplicación, crea estados de mudez

y cercena las posibilidades de defensa. En definitiva, un orden caótico, un desorden de

arenas movedizas.

Si las grandes empresas y en particular las que lavan sus nombres frente a los

compradores del mundo, impulsan cambios que van en este sentido, los productores que

comienzan a quedar subordinados a éstos, replican el modelo pero sin alcanzar a escapar

a la ilegalidad abierta. La cantidad de oportunidades en que pequeños productores

recurren a trabajo no registrado, trabajo infantil y adolescente debe entonces ser leída no

144

en base a diferenciales caracteres morales o a diferencias culturales, sino por el

contrario como parte de las constricciones económicas en las que se insertan estos

actores y como parte de los mecanismos de defensa que habilitan sus luchas por

permanecer. Dicho con extrema sencillez, aún cuando en el agro de Mendoza se

constatan situaciones de mayor irregularidad a medida que disminuyen los niveles de

capitalización de los productores, la suma o resta de legalidades a que recurren grandes

y pequeños productores no es indicativa de calidades humanas o culturales

diferenciales. El trabajo infantil mucho más que un producto cultural, es un efecto a las

presiones que introducen los grupos más capitalizados y una consecuencia de las

situaciones de pobreza y vulneración de derechos que de son víctimas grandes grupos

sociales. De la misma manera, la eliminación de los rostros niños en algunas empresas,

parece vincularse a la necesidad de mantener a salvo las marcas y los nombres, pero a

través de estrategias que permitan mantener bajo estricto control los costos fijos, es

decir, sin que ello revierta en el pago de las cargas patronales sancionadas por la

legislación vigente.

Adosado a ello, las por ahora tenues constataciones sobre la existencia de dinámicas de

trata de personas, trabajo forzoso y trabajo infantil encubierto, los más documentados de

trabajo adolescente no protegido, las vastas condiciones de precarización que se

mantienen y profundizan frente a los inmigrantes que recorren Mendoza atendiendo las

actividades zafrales, las ocupaciones a tiempo parcial que combinan contratos

desiguales con trabajo no registrado, dan cuenta de continuidades pero también de

renovadas formas de profundizar las condiciones de dominación que han caracterizado

al agro mendocino.

Un poco más allá la acción constante de mecanismos de disciplinamiento de la mano de

obra que toman argumentos de apoyaturas étnicas y que desde allí proponen

vinculaciones que suman diversas formas de violencia abierta y encubierta, siguen

dando cuenta de verdaderos procesos de animalización de la diferencia (Burgat 1996,

Torres 2005). Se trata, en definitiva, de un vasto entramado de prácticas y narrativas

asociadas que no sólo señalan al diferente en base a la tonalidad de la piel, sino que un

poco más allá parecen terminar proponiendo que ese otro no es del todo humano, al

menos no al punto de merecer lo que otros poseen.

Los marcos teóricos que hasta el momento alumbran este proceso de investigación

como así también los datos que han comenzado a emerger con el desarrollo del trabajo

145

de campo, parecen orientarse a remarcar la importancia de pensar al trabajo infantil,

forzado y esclavo no como hechos sino como procesos que se despliegan a lo largo del

tiempo y que, en su recorrido y al compás de las transformaciones que tienen lugar en

las economías regionales y nacionales, adquieren diversidad de formas.

Aún cuando sea una realidad demasiado densa como para transcribirla cabalmente en el

papel, no se trata sólo de niños y adolescentes o de mujeres, niños y hombres inscriptos

en sistemas de trata o trabajo forzoso, se trata, en definitiva, de grupos sociales

interactuando, de territorios en puja, de dotaciones de poder en desbalance y conflicto,

de familias desplegando estrategias en acotados márgenes de maniobra, de capitales

creciendo y de mano de obra cuya explotación permite la transferencia de flujos

crecientes de plusvalor. En síntesis, la problemática del trabajo infantil, forzado y

esclavo parece ser una de esas dimensiones de análisis que permiten articular lo

pequeño con lo más amplio y el pasado con el presente y futuro.

Pensar en niños y adolescentes concretos, describir las condiciones en torno a las que

construyen su cotidianidad e intentar comprender el entramado de condiciones de

vulnerabilidad previas que gatillan estrategias de trabajo infantil o facilitan el

despliegue de sistemas de trata, no puede escindirse del análisis de contexto. Por ello,

más allá del incuestionable valor que presentan los casos, estas dinámicas que

comparten el sustrato común de la vulneración y la violencia, deben ser pensadas en

términos estructurales, como parte de un vasto proceso de articulación entre sectores

económicos.

Entre las consecuencias más preocupantes que estas problemáticas exponen, sin duda se

encuentran sus permanentes vinculaciones a procesos de discriminación. Se trata, antes

que nada, de vastos sectores sociales que resultan víctimas de situaciones de esta

naturaleza, tanto por las condiciones de pobreza e indigencia que se presentan, como

por la aparición de situaciones de trabajo infantil, trabajo adolescente no protegido,

sistemas de trata de personas, trabajo forzado como así también porque la efectivización

de los derechos amparados en la constitución nacional y en las leyes sancionadas, queda

en suspenso. Cuando estas leyes no son además eludidas por los grupos sociales mejor

posicionados, la retirada del Estado del ámbito de las políticas públicas termina por

perfeccionar un círculo tenebroso de vulneración – riesgo – daño, en definitiva, muerte

física o simbólica.

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