ENTRE LA ESPADA Y LA PALABRA. Cómo propiciar un cultura del diálogo

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    ENTRE LA ESPADA

    Y LA PALABRA

    L a i m p o r t a n ci a d e p r o p i ci a r u n a

    cu l t u r a d el d i ál o g o

    Rodrigo Argüello G.

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    ENTRE LA ESPADA Y LA PALABRA

    L a i m p o r t a n c i a d e p r o p i c i a r u n a c u l t u r a d el d i ál o g o

    ISBN 978-958-97097-5-3

    © Rodrigo Argüello G.

    Primera edición, 2005 Segunda edición, 2015 Diseño y Diagramación: NET Educativa [email protected]

    Todos los derechos reservados.

    Prohibida su reproducción total o parcial por cualquiermedio, sin permiso del editor.

    Impreso en Colombia

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    No se trata tan sólo de que una sociedad que permiteel diálogo sea por ello “civilizada”. Se trata de que seconvierte precisamente en civilizada por el diálogo

    mismo.Carlos Castilla del Pino, La condición del diálogo

    Poesía, mi guía, ilumina las certezas de los hombresy los tonos de mis palabras. Y es que me arriesgoa la prosa incluso aunque las balas atraviesenlos fonemas. El verbo, aquel que es mayor que sutamaño, es el que dice, hace y sucede. Y aquí el verbose tambalea bajo las balas. Ese verbo lo pronuncianbocas desdentadas en el entramado del callejón,se dice en las decisiones de muerte. La arena semueve en el fondo de los mares. La ausencia de soloscurece incluso los bosques. El líquido de color fresa del helado embadurna las manos. La palabra

    nace en el pensamiento, se desprende de los labiosy adquiere alma en los oídos, y a veces esa magiano salta a la boca porque hay que tragársela a paloseco. Triturarla en el estómago con alubia y arroz. La casi palabra es vomitada en lugar de hablada.

    Falla el habla. Habla la bala.

    Paulo Lins,Ciudad de Dios

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    Morder y escupir a un lado las palabras,antes que morder y escupir al otro.

    El sable habla con su a lado brillo.

    La palabra a la el brillo de tu existencia.

    Palabras como venablos, lanzas, espadas.

    Palabras como puñales clavados por la espalda.

    Sacar la palabra antes que la espada.

    Fin del duelo

    Tomado de Esculpir una idea, de R.A.

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    COLOMBIA: U N PA ÍS M ÁS PL A STI FÓN I COQ U E D I A L ÓG I CO 1

    A LGUNOS APUNTES SOBRE LA CULTURA DEL DIÁLOGOEN EL COLOMBIANO

    Hay un lugar común que a ora , con orgullo, encasi todo colombiano cuando trata de hablar bien deColombia: “Este es un país donde se encuentra detodo: diferentes razas, ritmos, idiomas y dialectos.Un país con todos los climas; rico en ora y fauna;con dos mares y una gran cantidad de ríos, entreotras maravillas naturales”. Incluso se ha llegado adecir, muchas veces, que Colombia no solamente esun país rico en recursosnaturales, sino que el colom- biano por naturaleza es “recursivo” (una recursividadque, en parte, hace que el país no se hunda totalmen-te, pero que en muchos casos raya en la picaresca y lacriminalidad. Habría que volver a leer el cuentoQue pase el aserrador , de Jesús del Corral, y la novela Los pecados de Inés de Hinojosa, de Próspero Morales

    1 El embrión de este escrito fue publicado en el Magazine Dominicalde El Espectador (Nº. 747, 1997), sin el subtítulo. Desde luego, en este libro, hasido ampliado y contextualizado con las circunstancias actuales.

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    Pradilla. O volver a ver El embajador de la India, de

    Mario Rivero)2

    .Sin duda, según estas creencias, este es un país de

    una diversidad poco común sobre la tierra.

    Sin embargo, en esta diversidad, traducida en poli-fonías, en multi-etnias, multilingüismos y abundanciasnaturales —que, usando un término del barroco, po-dríamos llamar “plastifonías”— no aparece la sustan-cia básica para una convivencia más humana, nos re-ferimos a la cultura del diálogo en el carácter nacional.Por eso nos atrevemos a decir que Colombia ha sido unpaís más “ plastifónico” que dialógico . Veamos algunosindicadores que nos llevan a conjeturar esta idea que,como conjetura, puede ser probada o refutada.

    2 Recordemos también que ya en 1994 Gabriel García Márquez, en sufamoso informe-mani esto Por un país al alcance de los niños,describía unaserie de paradojas que ayudan a apuntalar estas ideas: “Tal vez de esos talentos precolombinos nos viene también una plasticidad extraordinaria para asimilar-nos con rapidez a cualquier medio y aprender sin dolor los o cios más disímiles: fakires en la India, camelleros en el Sahara o maestros de inglés en Nueva York”.

    Luego dice de manera lapidaria: “ Somos capaces de los actos más nobles y de losmás abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos seamos buenos y otros malos, sino porquetodos participamos de ambos extremos llegado el caso —y Dios nos libre— deque todos somos capaces de todo”.

    En n, nos enorgullecemos de todo pero somos demasiado (auto)destruc-tivos. Destruimos tan rápido como construimos, hasta en la celebración de untriunfo somos capaces de matarnos. Gabo sostenía, en este sentido, que lo quenos identi ca es la desmesura: “ En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y

    en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota. Destruimosa los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, auto-didactas y rápidos, así como trabajadores encarnizados, pero nos enloquece lasola idea del dinero fácil”. (Hay muchas fuentes: El Tiempo, julio 23,1994; elespectador.com, etc.).

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    –En una simple conversación entre dos colombia-

    nos, por ejemplo, nunca se sabe cuándo dicha interac-ción verbal es un diálogo o dos monólogos, donde lonormal es que lo que el Otro dice está encaminado aimpresionar al Uno, y este último, de igual manera,está siempre preparándose para impresionar al Otro,como si hubiera un Uno (autista) y un Otro (blindado).

    Por tanto, jamás hay un verdadero y auténtico diálogo.Es un fenómeno que se da en los Medios, sobre todo enla televisión, en donde cada vez es más escasa laver-dadera polémica, algo supremamente grave para cual-quier cultura.

    –La Crítica en Colombia, ya sea en la política, oen el círculo intelectual, es cada vez máscrítica , es-pecialmente en esta última actividad, donde, al pare-cer, no hay madurez de quien la hace y mucho menosde quien la recibe. El primero se va, lanza en ristre,cargado de intenciones personales (generalmente pa-sionales: no olvidemos que ser apasionado signi catambién padecer de algo)3, cali cando o descali can-

    3 También hay que decir que para el ejercicio de la crítica deberíamos preparar y abonar mejor el terreno para cultivar un sujeto de la argumentaciónmás que de la pasión, más de la réplica y la respuesta argumentada que de la re-acción apasionada: un sujeto razonable y sensible que permita construir, a mane-ra de intersección, un lugar y unas condiciones mínimas donde se pueda discutircon sobriedad y no bajo los efectos de la ebriedad que produce el líquido en el

    que se dibuja y se desdibujaba el rostro de Narciso. Ese lugar no es otro que elauténtico diálogo. Carlos Castilla del Pino, en su valioso escrito La condición deldiálogo(del cual en este libro aparecerán algunos fragmentos) , dice que debe ha-

    ber en “el diálogo auténtico un olvido de la persona, una continuada superaciónde impulsos narcisistas o de agresión, en pro de la comprensión del tema mismo

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    do con adjetivos nada pertinentes (comentarios fuera

    de lugar); y si el que critica es profesional y sincero ensus comentarios, entonces el criticado le quita la pala- bra, dándole un portazo al diálogo y, es lo más seguro, fermentando 4 para siempre un rencor degangster si-ciliano.

    Porque claro, este es un país dondeel-cara-a-cara es un problema, pues en Colombia ser demasiado sin-cero y frontal es sinónimo de antipatía y Un gesto políti-camente incorrecto . Un país donde ser religiosamentediplomático y genu exo es un requisito fundamentalpara la supervivencia. Donde los verbosreptar y vibo-rear son los menos conjugados, pero en los hechos, enla realidad, es lo que se hace todo el tiempo.

    –También se ha dicho muchas veces que este esun país cuyos dirigentes y dirigidos (especialmente losprimeros) no saben conjugar el verboasumir y/o reco-nocer en primera persona (ni la del singular:yo asu-mo o reconozco … ni la del plural:nosotros asumimos

    sobre el cual se dialoga”. Este es el espacio (utópico) al que debemos aspirar y propiciar. Así los sujetos que lo propicien estén en la casa, en el bar, en la calle,en el barrio, en el aula…en la asamblea, en el foro, en los Medios, en las RedesSociales…

    4 Se usa este verbo para acompañar a la palabra rencor, porque jus-tamente este término viene del latín tardío rancor – oris: rancidez, rancio. Por

    tanto, para muchos autores, el rencor es un sentimiento que se ha descompuesto,está en mal estado y, por consiguiente, huele mal. Un mal sentimiento que seguarda por mucho tiempo (por eso en español al sustantivo rencor se le anteponeel verbo guardar). En n, digamos que hay rencor cuando algo rancio se está

    pudriendo en un rincón del corazón.

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    o reconocemos… )5. En el primer caso, el Uno le echa

    la culpa al Otro aludiendo que todo es un montaje ylo peor es que este Otro alude lo mismo. Aquí podría-mos decir que El cinismo es la única vanguardia queha prosperado en el siglo XX y lo que llevamos de éste.Recordemos la anécdota (casi un mini-cuento) conta-da por Monsivais: “ Había un niño de nueve años que

    mató a sus padres y le pidió al juez clemencia porqueél había quedado huérfano ”.

    En el segundo, es necesario que un grupo, un colec-tivo, una sociedad, una corporación, institución, estadoo país aprendan a conjugar estos verbos en la primerapersona del plural, vale decir:“Reconocemos”, “Asumi-mos o Aceptamos”. Más que un ejercicio gramatical olingüístico, este es un acto que ayudaría a resolver mu-chas cosas.

    –También en nuestra tradición literaria el diálogono ha tenido una presencia uida, constante y con ca-rácter. Apenas se está aprendiendo a dialogar, a ma-nejar la conversación como elemento de lo dialógico,pues lo que siempre se había dado en ella era más unmonólogo y no una fuente verdaderamente respirable,polifónica. En este sentido nuestra narrativa ha sido

    5 Este aspecto es fundamental, puesto que sin el ejercicio de la asunción

    (que signi ca: el efecto de asumir y reconocer ) es imposible cualquier diálogo.Así como para el diálogo es importante debatir, replicar, argumentar y defenderuna posición, también es importante saber asumir y/o reconocero aceptar, por-que asumir es un acto consustancial a lo razonable, propio de las mentes auto-críticas, francas y tolerantes.

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    asmática, autista, ensimismada… un eterno soliloquio.

    Más monologante que dialógica, más solipsista quecoral. En este estilo rescatemos La vorágine, de JoséEustasio Rivera; La tejedora de coronas , de GermánEspinosa; El patio de los vientos perdidos, de Rober-to Burgos Cantor; En diciembre llegan las brisas, deMárvel Moreno; y la obra de Héctor Rojas Herazo que

    siempre nos ha hecho respirar las cosas buenas y ma-las de nuestro país, empezando por el clima y todos losaromas de nuestra memoria. Rescatemos, con justicia(poética), a Álvaro Cepeda Samudio, uno de los escri-tores que mejor y más usó el diálogo y, tal vez, el me-nos leído. Y, claro, rescatemos a García Márquez quien

    en Crónica de una muerte anunciada nos muestra, demanera dialógica y polifónica, que cuando en Colombiano somos actores de la tragedia somos simples espec-tadores, pero jamás interventores para evitarla. Peroquizá el escritor colombiano, al usar muy poco la téc-nica del diálogo, esté justamente re ejando el hecho de

    que en la cultura del colombiano esta práctica es muyescasa. Por tanto, en este sentido, nuestros escritoreshan sido eles a la realidad.

    Incluso, si de géneros se trata, se desprecia el cuen-to, el aforismo, el ensayo, el pensamiento (o fragmen-to) intempestivo… Se desprecia el teatro que por untiempo tuvo su esplendor, me re ero a las décadas del60 y el 70, pero se vino a menos en lo que tiene que vercon su escritura, puesta en escena… quizás debido al

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    hecho de que en el público se perdió la tradición por un

    género que de todos es el más epidérmico, catártico ydirecto en lo que tiene que ver con la formación de unacultura dialógica. Un país en donde en la actualidad losnarradores, en buena parte, odian la poesía (algo nadasaludable para el arte literario de una nación). Y no setrata de que los narradores se vuelvan poetas o de creer

    que a todo buen poeta le está garantizado escribir una buena novela, sino de reconocer que la poesía siguesiendo el aliento, el nervio y la sangre de toda formaliteraria. Por eso es bueno dar el ejemplo deCiudad de Dios, una novela que narra hechos demasiado crueles, violentos y, sin embargo, su tono, ritmo y sensibilidad

    son los de un poeta, los de un escritor que creció con lapoesía concreta ( Poesía, mi guía, ilumina las certezasde los hombres y los tonos de mis palabras), como ensu momento J.E. Rivera, quien era un gran poeta, na-rró La vorágine y nunca dejó de ser una novela realista yconcreta sobre la violencia.

    Según todo lo anterior, este es un país con un pai-saje y un marco exuberantes para vivir, pero donde susactores, ya sean en la acción o en la comunicación (omás bien en lacolisión cotidiana ), viven todo el tiempotratando de ponerse obstáculos, cuando no, tratando deeliminarse para siempre (pues es sabido que si en Co-

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    lombia no te eliminan físicamente, de lo que no te sal-

    vas es de que te eliminen simbólicamente:también enColombia han hecho carrera – sin moto– los sicariosdel prestigio )… No es exagerado decir también que ennuestro país se han librado otro tipo de guerras (o ba-tallas) civiles: las que se dan entre escuelas, enfoques,disciplinas… entre intelectuales, académicos, artistas,

    cientí cos sociales,humanistas: grupos que, se supone,son los más dialógicos, por no decir, civilizados. Al n y al cabo, en toda guerra civil se dan también pequeñas batallas civiles, que al sumarlas dan paralelamente otragran guerra civil.

    Por todo esto pienso que, justamente, sociólogos,psicólogos, antropólogos, educadores, comunicado-res, historiadores, investigadores del lenguaje, analis-tas simbólicos… deberían detenerse por un momento y mirar con circunspección el enfoque de sus investi-gaciones y observaciones para desentrañar nuestrossistemas de pensamiento, nuestra sensibilidad y almacolectiva. El cientí co social y humanista en Colombiadebe averiguar y contarnos –ya que este no es un pro- blema solamente del cientí co, sino de la sociedad ci- vil– por qué este es un país de tanto arribismo, tantaendogamia regional, por qué está tan marcada la ex-clusión (en lo económico, lo social y lo racial)… Por quéColombia se resiste a salir de una mentalidad rural, enel sentido negativo y simbólico del término, pues in-dudablemente Colombia sigue siendo, administrativa y

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    políticamente, un país rural, de rituales ampulosos y de

    mañas convenientes: prácticas propias del “cabildeo”,del nepotismo y la endogamia clientelista, del lameo –del verbolamer – constante y rayano en la obscenidad, y donde muchas veces se resuelve hasta el más míni-mo con icto detrás del matorral o de la trinchera bu-rocrática con un cálculo frío y despiadado. En muchos

    casos con una resolución irracional, con rmando y re-frendando de esta manera ciertas manías y patologíasa las que puede llegar toda clase de poder, tanto lospoderes individuales ejercidos en la vida cotidiana, losde las pequeñas y medianas sociedades, como el de lasgrandes organizaciones. Un país tan rural que el último

    siglo ha sido más de la barbarie que de la civilización.En n, tan rural que la res pública (origen de la pa-

    labra República ) es cada vez más privada .6

    De este modo deberíamos seguir preguntándonospor qué nuestro país es un terreno propicio para la po-larización. ¡Qué gran contraste!, si se supone, como lo venimos diciendo, que Colombia es un país de in nitosmatices, tonos y colores(plastifónico) … sin embargo,es un país donde a la hora de cualquier discusión, su-frimos de una especie de acromatopsia crónica –comolos habitantes de la isla de los ciegos al color, descritos

    6 Así como, en un sentido literal, deberíamos recuperar las cosas posi-tivas que hay en lo rural, que son demasiadas: como los auténticos rituales, losconvites, las mingas… todos los gestos de solidaridad propios de la transparenciadel habitante del campo. Del mismo modo que las labores del campesino, delagricultor, sin las cuales sería imposible subsistir.

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    por Oliver Sack–, ya que, al parecer, solo podemosver

    las cosas en blanco y/o en negro.Incluso: se ha llegado a pensar, en relación con

    nuestra identidad, que este es un país que no tiene me-moria (¡qué desmemoriados son los que dicen esto!). Sino tuviéramos memoria no tendríamos tanto rencor7,no habría tanto fetichismo peligroso, no se manten-drían (para que todo esto no suene pesimista) ciertostejidos sociales que hacen que de nitivamente el paísno se destruya totalmente. Lo que debemos averiguar,mejor, es qué clase de memoria tenemos, ya que conrespecto a un tema tan importante como la relación me-moria-y-olvido, deberíamos aprender a saber: qué me-moria no debemos perder, cuál recuperar y para qué; y,del mismo modo, qué deberíamos olvidar y por qué, y,sobre todo, cómo. Todo esto para tener meridianamen-te claro: qué tanto le aporta la memoria a la justicia, ala preservación de una tradición e identidad y de quéle sirve el ejercicio de la memoria y el olvido a la saludmental, afectiva y sentimental de una nación. Es tam- bién ya un lugar común decir que en Colombia no tene-mos colectividad. Creo que lo que debemos averiguar escómo y en qué circunstancias somos colectivos. Qué nosmueve y cómo nos movemos, pues es verdad que somosuna sociedad con una gran capacidad de movilizaciónpara el espectáculo, o somos una gran masa de públicos

    7 “Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político yde olvido histórico” –dice también Gabo en el documento anteriormente citado.

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    invisibles frente a lo“in” -mediático (“instinto de reba-

    ño ”, es decir, nos reunimos alrededor y a través de todotipo de Medios, con una obediencia y un fetichismo defanáticos), pero somos incapaces de movilizarnos colec-tivamente en comunidad, con intención solidaria (salvoen ciertas emergencias o en algunos gestos solidarios deciertas comunidades minoritarias).

    Lo que quiero decir es que deberíamos aprovecharesta nueva coyuntura –me re ero al nuevo intento dediálogo que tiene como propósito el n del con icto ar-mado interno– para hacer una re exión más abierta ygeneral, y pensar –desde una perspectiva genealógica,cultural, social y simbólica– sobre cuál es nuestra iden-tidad y autenticidad en materia de diálogo. Dicho deotro modo, debemos aprovechar esta coyuntura, perotambién desmarcarnos de ella: para, ante todo y en estecaso, no politizar esta re exión y pensar en un sistemade educación donde la (trans) formación del Sujeto seael eje fundamental. Donde ya no se considere al Sujetocomo un individuo solipsista, ególatra, ideal, descon-textualizado…, sino un Sujeto que piense, sienta y actúecon, desde y para el Otro. Es decir, un Sujeto social, po-lítico y dialógico. Crear escuelas del sujeto, como pensa- ba Alain Touraine, en ¿ Podremos vivir juntos? Igualesy diferentes. Lo que signi ca que debemos pensar enun proyecto educativo –o (trans) formativo – más pro-fundo, para trabajar con las nuevas generaciones sobrecómo incorporar en nuestra subjetividad (individual y

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    colectiva) una cultura civilizada del diálogo: acostum-

    brarnos a que debatir, discutir, conversar y dialogar… son actividades fundamentales para la salud social, po-lítica y mental de una nación8.

    También para pensar o indagar de manera másprofunda de qué están hechas en realidad nuestra cul-tura dialógica y nuestras formas de interacción sim- bólica, en este caso, las genealogías ygeologías denuestra violencia simbólica, por ejemplo: un terreno–o un iceberg– aún por explorar. En este aspecto, sinduda, Colombia es un país donde hay mucho por pro- yectar e investigar –en más de un sentido–. Un paísque debe dejar de ser tomado como laboratorio paralos demás. Que debe dejar de seraprovechado comoescenario para producir algunos formatos como (tele)novelas, crónicas y películas –enalgunos casos peorque mediocres– sobre nuestra violencia, sin el misterio y la verdadera conmoción que debe producir un relatoprofundo sobre nuestra realidad. Así las cosas, es horade que conozcamos nuestro país, pero no solamenteenrostrándonos todos los días, de manera fetichista, elpaisaje, los símbolos patrios, nuestra fauna (variopin-

    8 De otra manera no creo que ni en Colombia, o en cualquier otro te-rritorio, se dé una paz sostenible, que sabemos depende de muchas variables. Yuna de ellas –además de las que desbordan y exceden una voluntad de diálogo:como el mejoramiento de la justicia, la economía, la salud y la educación– es

    precisamente educar en la cultura del diálogo.

    En este sentido sugiero el controvertido capítulo Los límites del diálogo,de Claudio Magris, contenido en su libro La historia no ha terminado. Ética, política, laicidad (Editorial Anagrama, Barcelona, 2008).

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    ta), nuestros ríos y nuestros mares, sino la esencia ver-

    dadera a la hora de actuar con los demás. Sin esto úl-timo, nuestro paisaje y nuestros exuberantes recursosnaturales, solo sirven de bello escenario9 para los cons-tantes combates, tanto en el campo de batalla como enel mismo campo donde se da nuestra vida cotidiana, ladoméstica y aun la académica, que cada vez se va con-

    virtiendo en una réplica o metáfora de lo que ocurreen el país. De otra manera, este seguirá siendo un paíscon diferentes razas, lenguas, dialectos, con exuberan-cias naturales, productores y exportadores de melodra-mas, entre otras maravillas – que hemos llamado aquí“ plastifonías”–, pero donde lo dialógico no aparece por

    ningún lado en nuestro pintoresco paisaje nacional.

    9 Incluso si seguimos así, ya no se combatirá sobre un bello escenario, pues ni siquiera tenemos una relación dialógica con la naturaleza. Lo que tene-mos es una actitud hipócritamente elogiosa e idílica, porque lo que hacemos essaquearla, expoliarla y ejercer sobre ella también todo tipo de violencia.