Entre la pluma y el fusil Claudia Gilman

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Entre la pluma y el fusil Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina Claudia Gilman Siglo XXI Editores 1ª edición Buenos Aires, 2003 Colección: Metamorfosis ISBN 984-1105-34-7 Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos

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Historia

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  • Entre la pluma y el fusil Debates y dilemas del escritor

    revolucionario en Amrica Latina

    Claudia Gilman

    Siglo XXI Editores

    1 edicin Buenos Aires, 2003

    Coleccin: Metamorfosis

    ISBN 984-1105-34-7

    Este material se utiliza con fines exclusivamente didcticos

  • NDICE

    Agradecimientos 9 Introduccin 13

    Los intelectuales 15 La literatura 19 Las revistas 22

    2. Amrica Latina: intelectuales, literatura y poltica 26 1. Los sesenta/setenta considerados como poca 35

    1. poca: la apuesta por una nomenclatura sustantiva 35 2. Singularidad: inminencia de transformaciones revolucionarias. 39 3. Tercer Mundo y revolucin 44 4. Clausura e interrogantes 52

    2. El protagonismo de los intelectuales y la agenda cultural 57 1. Izquierda y legitimidad: funcin del intelectual 57 2. Modernizacin artstica y guerra fra 66 3. Escritores/intelectuales. Un campo de accin y un fuerte ideal asociativo 69 4. La bsqueda (y el encuentro) de un pblico 85

    3. Historias de familia 97

    1. La constitucin de un campo o un partido intelectual: el toque de reunin 97 2. Primeras disrupciones: el caso Mundo Nuevo 120 3. La Comunidad Latinoamericana de Escritores y Cuba 130

    4. El intelectual como problema 143

    1. Los dilemas del compromiso 143 2. El mito de la transicin 150 3. En busca de una nueva definicin 158 4. Alcances mundiales del antiintelectualismo 183

    5. Cuba, patria del antiintelectual latinoamericano 189

    1. El trauma de los debates 189 2. Mil novecientos sesenta y ocho: un ao partido en dos 204 3. Formulacin explcita del antiintelectualismo como subordinacin a la

    directiva revolucionaria 219 6. Alternativas frente al caso Padilla 233

    2. Minerva y el caballo volador: pragmtica del discurso 251 7. La ruptura de los lazos de familia 265

    1. El mercado y la vanidad del escritor 265 2. Libres o revolucionarios? 278

    8. Poticas y polticas de los gneros 307

    1. Novela: realismo?, vanguardia? 307 2. Cuba y la cuestin de la vanguardia 327 3. Comunicacin, verdad, revolucin: los nuevos formatos de un arte revolucionario 339 4. Las literaturas de la poltica en Cuba 354 5. Los nuevos saberes y la crtica de la cultura 364

    Palabras finales: un proyecto incumplido? 369 Notas 381

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  • Bibliografa 391 1. Fuentes documentales (revistas poltico-culturales) 391 2. Obras citadas 392

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  • 1. LOS SESENTA/SETENTA CONSIDERADOS COMO POCA

    ... tra coloro/ che questo tempo chiameranno antico

    Dante, Divina Comedia (Par. XVII: 119-120)

    1. poca: la apuesta por una nomenclatura sustantiva

    Entre la entrada en La Habana de los guerrilleros vencedores de la Sierra Maestra y el derrocamiento de Salvador Allende y la cascada de regmenes dictatoriales en Amrica Latina hay catorce aos prodigiosos. Un perodo en el que todo pareci a punto de cambiar. Hay quienes hablan de esos aos como de los sesenta y los setenta, intentando trazar diferencias irreductibles en ese corto lapso.

    Sin embargo, deseo desnaturalizar esas nomenclaturas y rehusarme a conferir sin ms el sentido que se atribuye a los ciclos calendarios como si lo tuvieran de por s. Cmo entender un principio o un final que se sustraiga al orden csmico puesto que en la historia, a diferencia del cosmos, hay das que no amanecen (de Certeau, 1995b: 59), evitar promocionar el suicidio en masa por la aparicin del cometa Halley, resistir las tentaciones de pensar el presente bajo la categora en principio vaca de fin de siglo, o los noventa, del mismo modo que el pasado inmediato como los sesenta o los setenta sin dar a esta economa del lenguaje un peso categorial tan inmerecido?

    La apuesta implica problematizar el problema del recorte y el lmite. En torno a esta cuestin, central para la historia (tanto la que se ocupa de ciclos cortos como de ciclos largos), qu hace posible pensar la discontinuidad, los umbrales, las rupturas, los cortes y las mutaciones? Michel Foucault se preguntaba en La arqueologa del saber Qu es una ciencia? Qu es una obra? Qu es una teora? Qu es un texto? Podramos agregar a esa lista: qu es una poca?

    Sin duda, la nocin de poca participa de los rasgos de una cesura y puede pensarse como las condiciones para que surja un objeto de discurso; es decir, las condiciones histricas que implican que no se puede hablar en cualquier poca de cualquier cosa. Cmo es que ha aparecido tal enunciado y no otro en su lugar? Podra decirse que, en trminos de una historia de las ideas, una poca se define como un campo de lo que es pblicamente decible y aceptable y goza de la ms amplia legitimidad y escucha en cierto momento de la historia, ms que como un lapso temporal fechado por puros acontecimientos, determinado como un mero recurso ad eventa.

    El bloque de los sesenta/setenta, as, sin comillas, constituye una poca con un espesor histrico propio y lmites ms o menos precisos, que la separan de la constelacin inmediatamente anterior y de la inmediatamente posterior, rodeada a su vez por umbrales que permiten identificarla como una entidad temporal y conceptual por derecho propio.

    Se trata de un lapso relativamente breve, de un enfoque en la cortsima duracin, que determina, por eso, la necesidad de una lupa potente para elaborar una periodizacin sustantiva de ese bloque temporal en el que la convergencia de coyunturas polticas, mandatos intelectuales, programas estticos y expectativas sociales modific los parmetros institucionales y los modos de leer y de producir literatura y discursos sobre la literatura.

    La Revolucin Cubana, la descolonizacin africana, la guerra de Vietnam, la rebelin antirracista en los Estados Unidos y los diversos brotes de rebelda juvenil permiten aludir al haz de relaciones institucionales, polticas, sociales y econmicas fuera de las cuales es difcil pensar cmo podra haber surgido la percepcin de que el mundo estaba al borde de cambiar y de que los intelectuales tenan un papel en esa transformacin, ya fuera como sus voceros o como parte inseparable de la propia energa revolucionaria.

    Al hablar de poca para sugerir el bloque de los sesenta/setenta, quiero referirme al surgimiento y eclipse de estas nociones. En esa poca, segn manifiestos y declaraciones que proliferaron entonces, la lgica de la historia pareca ineluctable, y su modo de temporalidad se expresaba por la emergencia de tiempos rpidos, cuya mejor metfora es la del carro furioso de la historia, que atropellaba a los tibios en su inevitable paso.

    La nocin de poca parece un concepto heurstico adecuado para conceptualizar los aos que van desde el fin de la dcada del cincuenta hasta mediados de la dcada del setenta, dado que los modos actuales de denominarlos, cristalizados segn la periodicidad de los aos terminados en cero, no constituyen marcos explicativos satisfactorios ni permiten entender la continuidad interna del bloque de los sesenta/setenta. Ese perodo (1959 hasta circa 1973 o 1976) es aquel que los norteamericanos y europeos denominan

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  • habitualmente los sesenta; las diferencias de nomenclatura tienen que ver con el hecho de que los aos iniciales de la dcada del setenta fueron cruciales en el proceso de politizacin revolucionaria de Amrica Latina y de repliegue de dicho proceso en el resto del mundo. Probablemente, en Europa y Estados Unidos la llamada crisis del petrleo influy de manera decisiva para que los pases involucrados en ella se dieran a la bsqueda de soluciones no slo a su dilema econmico sino al nuevo frente de conflicto que se les abra respecto de los pases rabes de la Organizacin de Pases Productores de Petrleo (OPEP).

    Lo cierto es que la distincin entre los sesenta y los setenta carece de sentido si pensamos en que todo el perodo es atravesado por una misma problemtica: la valorizacin de la poltica y la expectativa revolucionaria. Naturalmente, ese proceso de radicalizacin es mvil, tanto temporal como geogrficamente, a lo largo del perodo, pero la diferencia es de intensidad. Visualizado sobre un mapa en permanente diacrona, se lo observa concentrado aqu, debilitado all, pero siempre activado en algn lugar del mundo.

    Es inevitable que para muchos especialistas europeos y norteamericanos, el ao 68 parezca la condensacin del perodo, signado por la rebelin. Un ejemplo de este punto de vista lo proporciona Aronowitz cuando dice: En 1968, los estudiantes y otros intelectuales se presentaron a s mismos como nuevos agentes sociales no slo en Pars, Berln y otras capitales occidentales sino tambin en Mxico, Buenos Aires y Praga (10). Uno estara tentado de preguntar: por qu sino tambin?

    Muchos anlisis esbozados por estudiosos desde la perspectiva europea o norteamericana no todos pierden a menudo de vista que los orgenes de la marea revolucionaria provenan del Tercer Mundo, de la Revolucin Cubana y la vietnamita y, anteriormente, de los procesos de descolonizacin en frica, y generalmente atrasan los sesenta para fechar su origen en 1968. Y algunas veces lo hacen hasta los mismos tercermundistas que ofrendaron a las protestas estudiantiles del 68 la iconografa de su descontento: sus afiches del Che, Ho Chi Min, Mao y otros lderes de la rebelin.

    Sin embargo, no es necesario realmente atrasar tanto la hora revolucionaria. Al menos, no en Amrica Latina, Asia o frica. Y tal vez tampoco en otros sitios. Como admite Serge July, director del diario Libration: La caracterstica de mi generacin es Argelia. El izquierdismo no surgi del 68, surgi de la generacin de los aos 60 (en Cohn-Bendit: 111).

    Pese a los nfasis sobre coyunturas concretas, afectadas por la perspectiva del punto de vista del analista y las diferencias de denominacin, la caracterizacin del perodo es la misma: el intenso inters por la poltica y la conviccin de que una transformacin radical, en todos los rdenes, era inminente. Para zanjar finalmente esa discusin, se podra proponer como denominacin los largos sesenta, si no fuera que la categora de poca es conceptualmente ms descriptiva para ese perodo.

    Si bien el bloque temporal sesenta/setenta constituye una poca, eso no implica descartar, dentro de la coherencia interna que esa denominacin sugiere virajes, contrastes y momentos de ruptura, que, aun encontrando su lugar dentro de la formacin discursiva dominante, marcan periodizaciones internas que es necesario revelar tomando en cuenta algunos criterios conceptuales clave. 2. Singularidad: inminencia de transformaciones revolucionarias

    Prcticamente todos los abordajes disciplinarios que se han ocupado de interrogarlo sugieren ms o menos implcitamente que las ideas, conceptos, acontecimientos, prcticas, discursos, etc., configuraron el perfil histrico particular del perodo en torno a la nocin de cambio radical (costumbres, mentalidades, sexualidad, experiencias, regmenes polticos). Es preciso destacar hasta qu punto las abrumadoras coincidencias de los estudiosos sobre este perodo (con independencia de la valoracin positiva o negativa que hagan de l) provienen de las voces, campos, disciplinas y perspectivas ms diversos.

    Ese consenso descriptivo y ese nfasis en adjudicar a los aos sesenta y setenta un carcter histrico llamativamente singular son comunes tanto en los trabajos acadmicos como en textos de difusin, testimonios de experiencias, trabajos periodsticos y en la memoria social, que no vacila en considerar a los sesenta (como los ha bautizado el uso comn) como un momento que se caracteriza por una densidad singular de experiencia del mundo, de la temporalidad, de la subjetividad y de la vida institucional, que se recorta de la continuidad histrica con un peso propio. Volmenes colectivos, dossiers de revistas universitarias, temas de ctedras, tesis doctorales, libros de divulgacin: los aos sesenta parecen una cantera inagotable de interrogantes y problemas. Sin duda porque en ese pasado al mismo tiempo tan prximo y distante (la distancia con la que un presente observa una poca ya pasada) subsiste la pregunta por comprender cmo lo que ha ocurrido hace slo treinta aos puede estar tan separado del presente. Un pasado inmediato que despierta nuestro inters y no cesa de interrogarnos, especialmente a quienes, en el curso de una vida, hemos vivido por lo menos dos pocas.

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  • Oscar Tern resume en una frase la marca de esos aos como la de una conviccin creciente pero problemtica del perodo: que la poltica se tornaba en la regin dadora de sentido de las diversas prcticas, incluida por cierto la terica (15). Todos los estudiosos de la poca coinciden en caracterizarla por la percepcin generalizada de una transformacin inevitable y deseada del universo de las instituciones, de la subjetividad, del arte y la cultura, percepcin bajo la que se interpretaron acontecimientos verdaderamente inaugurales, como la Revolucin Cubana. Siguiendo el modelo propuesto por Albert Hirschman en Inters privado y accin pblica, la poca podra incluirse en una teora de ciclos de comportamiento colectivo, como un ejemplo particularmente notable de la clase de ciclo definida por el inters repentino e intenso por los asuntos pblicos.

    El carcter heurstico de la nocin de poca resulta subrayado por el modo en que, desde culturas de la opulencia y culturas de la pobreza, y desde contextos poltico-econmicos sumamente diversos (en la Europa de los Estados de Bienestar, en los Estados Unidos de la prosperidad posblica, en el continente africano en ebullicin y en la Amrica Latina que despertaba a los ideales revolucionarios) se pudo formular un discurso dominantemente progresista del campo intelectual internacional.

    El socilogo conservador Daniel Bell tambin subraya estos aspectos, al describir el perodo como de radicalismo poltico (de carcter decididamente revolucionario) y cultural (ste, meramente rebelde), de sensibilidad turbulenta y disyunciones tajantes. Es interesante que Bell se refiera a la produccin cultural de los sesenta en estrecha coincidencia con los parmetros con los que Peter Brger caracteriza los rasgos principales de las vanguardias histricas: Un esfuerzo por borrar de una vez por todas las fronteras entre el arte y la vida y por fusionar el arte y la poltica (Bell: 122).

    Una coincidencia notable define esa poca como un momento histrico que imanta, de manera harto significativa, un comn denominador de los discursos, en el que se constituye un nudo (la poltica) en torno al cual todos los actores se colocan, tanto para rechazar la firmeza de esa atadura (Raymond Aron en Europa, Emir Rodrguez Monegal en Amrica Latina, para poner dos ejemplos emblemticos) cuanto para apretar ese lazo, como dos posiciones tambin emblemticas, que pueden ser representadas por Mario Benedetti y Jean-Paul Sartre. Fue una estructura de sentimientos que atraves el mundo. Como deca entonces la intelectualidad francesa, era mejor estar equivocado con Sartre que tener razn con Aron (avoir tort avec Sartre qu'avoir raison avec Aron), lo cual es ya una condensacin conceptual suficientemente probatoria de que la relacin con la Poltica fue considerada ms importante que la relacin con la Verdad, sin que esto signifique asumir que Poltica y Verdad sean necesariamente antagnicas, sino simplemente que pueden serlo y que, en parte, lo fueron en algn momento del perodo.

    La pertenencia a la izquierda se convirti en elemento crucial de legitimidad de la prctica intelectual, tanto que, como lleg a sostener, con razn, el cubano Ambrosio Fornet:

    hasta los reformistas y las derechas exigen dramticamente una reforma agraria y si la revolucin social les pone los pelos de punta, la revolucin semntica los embriaga: todos hablan, o tratan de hablar, el lenguaje de las izquierdas (1967:106).

    En el mismo sentido se expresaba Raymond Aron cuando constataba que la superioridad apabullante

    de prestigio de la izquierda obligaba a los partidos moderados o conservadores a tomar prestado el vocabulario de sus adversarios, o el dirigente juvenil norteamericano Jerry Rubin al evocar:

    En los 60, la izquierda tena todas las ideas. El debate se centraba en el interior de la izquierda. Se debatan todos los temas importantes: la familia, el matrimonio, el sexo, la creatividad, la poltica. La derecha no tena ninguna idea. Slo mascullaba unos cuantos tpicos sobre Dios, la Madre, la Patria y el Militarismo (en Cohn Bendit: 47).

    La creencia en la ineluctabilidad del socialismo fue de la mano con la idea de que ste (y no el

    capitalismo) encarnaba la verdadera racionalidad histrica: la dominacin de las mayoras por parte de las minoras resultaba, para buena parte de la intelectualidad, una realidad que repugnaba no solamente a la tica sino fundamentalmente a la inteligencia.

    Como rememora en un reportaje de 1996 Rgis Debray, un protagonista indiscutido de la poca, a comienzos de los aos sesenta atravesaba el mundo el sentimiento de la inminencia de una victoria mundial que iba a cambiar el rostro del mundo y del Hombre (Un contrapunto entre Rgis Debray y Daniel Bensaid: 10). Despus de todo, la conviccin del cambio inminente lleg a expresarse en hiprboles tales como las que presagiaban el mesianismo y el profetismo y que podran expresarse en la idea, comentada en el primer editorial de la revista peruana Amaru, de que poda llegar a estar producindose una posible mutacin de la especie (Una revista de artes y ciencias: 1)

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  • Incluso en los Estados Unidos, el 12 de mayo de 1966, en un discurso televisado, el senador Robert Kennedy reconoci pblicamente lo que pareca evidente al campo de las izquierdas: Se aproxima una revolucin en Amrica Latina (...) Se trata de una revolucin que vendr quermoslo o no. Podemos afectar su carcter pero no podemos alterar su condicin de inevitable. Despus de esa resignada prediccin, cmo no habra de generalizarse en Amrica Latina la conviccin de que su tormentosa historia haba entrado en una etapa resolutiva? (Halperin Donghi, 1984:153).

    En diciembre de 1962, la revista chilena (y catlica) Mensaje se haca eco de esa inminencia inevitable de la revolucin:

    frente a la revolucin en marcha, es imposible permanecer neutral. O se toma una decisin contra ella y se la combate abierta o encubiertamente, o se toma una decisin favorable; no cabe simplemente otra alternativa (Revolucin en Amrica Latina).

    En resumen, fueron aos de calentura histrica, como los defini David Vias, una poca cuyo

    rasgo fundamental era la aparicin en la historia de una nueva voluntad revolucionaria que mova a los hombres hacia el socialismo (Castillo: 9).

    Si hasta la Iglesia Catlica transform su discurso pastoral, influida por ese clima de poca. A partir del papado de Juan XXIII, en el que se proclamaron las encclicas Mater et Magistra (15 de mayo de 1961) y Pacem in terris (11 de abril de 1963), la Iglesia introdujo lo que se dio en llamar el aggiornamento. Como resultado, los discursos eclesisticos oficiales fueron penetrados por reinterpretaciones del mandato de la caridad. En esa puesta al da, cada vez ms aguda desde el Concilio Vaticano, Pablo VI defina el momento como una nueva era de la historia, caracterizada por la gradual expansin, a nivel mundial, de cambios rpidos y profundos. Naturalmente, no toda la jerarqua eclesistica hubiera admitido el sermn del cura colombiano guerrillero Camilo Torres (muerto en combate), cuando predicaba que quien no era revolucionario se hallaba en pecado mortal. Sin embargo, para la milenaria institucin la llamada cuestin social resurgi con gran mpetu en documentos pastorales.

    La Iglesia estrech sus contactos con los continentes africano y latinoamericano: el punto culminante de esta estrategia fue la conferencia general del episcopado latinoamericano en Medelln, 1968, donde el Papa fue recibido por el arzobispo de Lima y primado del Per con un discurso que afirmaba:

    Saber estar significa identificarse con los pobres de este continente, liberarse de las equvocas ataduras temporales, del peso de un prestigio ambiguo (...) denunciar aquello que oprime al hombre; vivir de aquella caridad que exige una actitud definida: la revolucin en Amrica Latina ser cristiana si amamos lo suficiente (Landzuri Ricketts: 48-49).

    Esa conviccin de la necesidad de un nuevo orden dentro de amplios sectores de la dirigencia y la

    intelectualidad catlicas constituye uno de los fenmenos significativos de la poca, y si los recuerdos y estudios sobre el perodo no bastaran para convencernos de su carcter vertiginoso y orientado hacia un cambio radical, el hecho de que una institucin tradicionalmente conservadora acompaara esa radicalizacin servira, l solo, de prueba irrefutable.

    3. Tercer Mundo y revolucin

    Pocos diagnsticos tan prematuros y apresurados, o mera expresin de deseos, como el del encuentro sobre el futuro de la libertad organizado por el Congreso por la Libertad de la Cultura en Miln, en 1955, en el que se difundi la tesis de la decadencia de las ideologas extremistas. Las apacibles promesas de la coexistencia pacfica, avaladas por el encuentro en Camp David de Kennedy y Jruschov, no consideraban la amplitud geogrfica del mapa mundial: frica, Amrica Latina y Asia eran el escenario de una oleada revolucionaria que barra buena parte del mundo.

    En lugar del fin de las ideologas prevaleci otro diagnstico, totalmente contrario, segn el cual no slo la revolucin mundial estaba en marcha sino que una amplia porcin del mundo se encontraba dispuesta a apoyarla, all donde se iniciara. En 1959 Fanon pudo escribir:

    Las dos terceras partes de la poblacin del mundo estn dispuestas a dar a la revolucin tantas ametralladoras como sean necesarias. (...) la otra tercera parte le hace saber constantemente que cuenta con su apoyo moral (1969:10).

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  • Los finales de la dcada del cincuenta fueron aos de descolonizacin mundial en que los condenados de la tierra alcanzaron plena condicin de sujetos, en que el Tercer Mundo se descubre y se expresa a travs de su propia voz, como postulaba Sartre en su prlogo a Los condenados de la tierra.

    En los aos 60 surgi un gran inters y simpata por las figuras de Amlcar Cabral, Frantz Fanon y Kwame Nkrumah, Houari Boumediene, Antonio Agostinho Neto, Marien Ngouabi, Patrice Lumumba, y por los barbudos de la Sierra Maestra, que haban hecho la revolucin en Cuba. En junio de 1961 tuvo lugar en El Cairo la primera reunin consagrada al no alineamiento, fundacional de la idea tercermundista. En septiembre de ese ao, en Belgrado, se realiz la primera conferencia de pases neutrales. En 1963 se realiz la tercera conferencia de solidaridad afroasitica de Moshi, Tanganika. En esa oportunidad, un grupo de intelectuales de todo el mundo decidi dedicar el da del 17 de abril de 1963 a la solidaridad internacional con todos los pueblos de Amrica Latina. Sin dudas, la descolonizacin africana, la Revolucin Cubana y la resistencia vietnamita fueron una desmentida radical de las previsiones de quienes muy poco tiempo antes haban presagiado el fin de las ideologas revolucionarias.

    La agenda poltica e intelectual resultante propona el repudio de toda potencia colonial y postul un antiimperialismo que, sin renunciar a la idea de soberana y liberacin nacionales, convivi con la expectativa de que la revolucin mundial se haba puesto en marcha. Se consolid adems la conviccin de que la Historia cambiaba de escenario y que habra de transcurrir, de all en ms, en el Tercer Mundo. Estas expectativas sobre las posibilidades revolucionarias del Tercer Mundo se renovaron peridicamente en discursos que eran casi arengas: no r por azar Fredric Jameson sita los comienzos de lo que l llama los sixties precisamente en el Tercer Mundo, ms precisamente aun en la Revolucin Cubana, y Herbert Marcuse, considerado el idelogo de la revuelta francesa de mayo del 68, haba subrayado que era poco lo que poda esperarse del proletariado europeo y norteamericano para el horizonte de la revolucin.?

    Puede afirmarse que en la poca se pas de una perspectiva eurocntrica, occidentalista o noratlntica a una perspectiva policntrica, si bien en el caso de las tesis de Marcuse se trata ante todo de una reflexin sobre el capitalismo antes que del abandono de la perspectiva eurocntrica propiamente dicha.

    Frantz Fanon y Albert Memmi elaboraron por entonces nuevas hiptesis de conflicto social, como la de colonizador versus colonizado, que excedan la nocin de lucha de clases e identificaban otros actores, como nacin proletaria y Tercer Mundo. Los lderes tercermundistas estaban trazando una nueva teora revolucionaria para nuevos actores y nuevas escenas de batalla. As, segn Sartre, no era cierto que hubiera llegado la hora de que el Tercer Mundo escogiera entre capitalismo y socialismo. Los pases subdesarrollados deban negarse a participar en esa competencia ya que el Tercer Mundo no poda contentarse con definirse en relacin con valores previos.

    La percepcin de nuevos antagonismos, si bien no eliminaba la lucha de clases, subrayaba otros elementos en conflicto. Las oposiciones expresadas en trminos de naciones opresoras y naciones oprimidas o naciones subdesarrolladas versus naciones subdesarrollantes suponan nuevas u otras miradas en torno a la dominacin y explotacin y postulaban que la rebelin del sustrato de los proscritos y los extraos, los explotados y los perseguidos de otras razas y otros colores, los desempleados y los que no pueden ser empleados era revolucionaria, incluso si su conciencia no lo era (Marcuse, 1968a:271). El Che Guevara, en su teora del foco, afirmaba algo parecido: la vanguardia militar poda desencadenar las condiciones para una revolucin aunque las condiciones subjetivas no estuvieran maduras.

    Algunos intelectuales de las sociedades del capitalismo avanzado diagnosticaron que en sus pases se viva una suerte de edad de hierro de la era planetaria, por oposicin al fermento revolucionario que vean avanzar en otros sitios (Morin, 1969:140). De ese diagnstico deriv la urgencia de renovacin del programa poltico en favor de un izquierdismo revolucionario independiente del liderazgo de los partidos comunistas tradicionales que el tercermundismo pareca inaugurar. En el mundo desarrollado y prspero, quienes haban transitado por las hiptesis del marxismo contemplaban perplejos su propia realidad: la socialdemocracia, el economicismo del proletariado que se mostraba no slo incapaz sino tambin poco dispuesto a transformar radicalmente la sociedad.

    La categora explicativa de imperialismo formulada por Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo fue invocada con nueva fuerza para dar cuenta de las razones por las que la revolucin no se haba iniciado en las sociedades del capitalismo avanzado como haba previsto Marx. Segn esa explicacin, la ausencia de revoluciones proletarias en los pases desarrollados se debi al bienestar material del que, gracias a la explotacin de las colonias y las neocolonias, gozaban incluso las clases menos favorecidas. Dicho en palabras del mexicano, Enrique Gonzlez Pedrero, los pases capitalistas haban atenuado la revolucin y el conflicto social en el seno de sus sociedades porque haban elevado el nivel de vida de sus proletarios a costa de la explotacin de las masas pauperizadas de frica, Asia y Amrica Latina. Pero tambin afirmaba en El gran viraje que esa situacin estaba a punto de llegar a su fin. Los pases

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  • esclavizados haban cobrado conciencia de la lucha que deban llevar a cabo para liberarse a s mismos y, como consecuencia, producir otra vez en los pases explotadores las condiciones que hicieran inevitable la revolucin proletaria; recin entonces:

    la colonizacin volver a su lugar de origen: los niveles de vida volvern a reducirse en los pases capitalistas; el conflicto social paralizado cobrar su natural dinamismo y los presupuestos marxistas entrarn nuevamente en vigor. El parntesis que ha sostenido al mundo capitalista desaparecer gracias a esta Revolucin, humana, nacional y democrtica que es la Revolucin de los pases subdesarrollados, la Revolucin de los esclavos de que hablaba Hegel.

    En el plano de la elaboracin conceptual result de una importancia crucial la elaboracin, por parte

    de socilogos y economistas latinoamericanos, de lo que luego se conoci como teora de la dependencia. Estos anlisis surgieron a partir de una doble matriz; estaban anclados en la interpretacin de la CEPAL inspirada por Ral Prebisch acerca del creciente deterioro de los trminos del intercambio entre pases subdesarrollados, productores de materias primas con escaso valor agregado y los pases industrializados.

    En este sentido, los tericos de la teora de la dependencia (entre los cuales el libro de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto resulta emblemtico) consideraban que un punto de partida fundamental era refutar la hiptesis segn la cual para lograr el desarrollo en los pases de la periferia es necesario repetir la fase evolutiva de las economas de los pases centrales. Frente a ello, se propusieron elaborar un modelo integrado de desarrollo, en el cual desarrollo y subdesarrollo eran vistos como las dos caras de una misma moneda (mutuamente necesarias), y no como etapas sucesivas en un modelo universal de desarrollo. La teora de la dependencia se asentaba adems sobre una matriz marxista, en una relectura de Lenin, y de su concepto de imperialismo. En este sentido, resulta crucial la recuperacin de las categoras polticas sugerida por esta teora, que sostena la inexistencia de una relacin metafsica entre Estados y postulaba que esas relaciones son posibles a travs de una red de intereses y de coacciones que ligan unos grupos sociales a otros, unas clases a otras, todo lo cual haca necesario mostrar en cada caso cmo se relacionaban Estado, clase y produccin (31 y 162).

    La crisis de un modo de concebir lo poltico afectaba tambin la confianza en el papel revolucionario de la Unin Sovitica, lder del campo socialista, aunque en ese momento disputaba ese liderazgo con China. En realidad, los anticomunistas que crean que el debilitamiento de la guerra fra pondra fin a una larga disputa por la hegemona entre las dos principales potencias mundiales, gracias a lo que se haba dado en llamar coexistencia pacfica, no haban percibido que existan nuevas energas revolucionarias y que stas ya no procedan de los partidos comunistas.

    Ninguno de los partidos o Estados comunistas existentes parecan los espacios ms adecuados para impulsar la revolucin en el Tercer Mundo. Pese a que ms de la mitad del mundo haba sido ganada para el socialismo, como afirmaba a comienzos de 1963 la publicacin comunista francesa La nouvelle critique (Haroche: 50), paradjicamente, el partido de revolucionarios profesionales creado por Lenin se encontraba abocado a la defensa de la tesis del socialismo en un solo pas.

    Si bien se refiere al caso especfico de la Argentina y a las particulares dificultades que signific el peronismo para el pensamiento izquierdista de su pas, el diagnstico de Jos Aric posee validez latinoamericana en lo que respecta a las relaciones de los intelectuales con los Partidos Comunistas. Comparando los logros del comunismo europeo con los del latinoamericano, Aric afirma que la mediacin comunista haba logrado realizar en Europa la soldadura entre los intelectuales y la clase obrera, mientras que en otros sitios, especialmente en Amrica Latina, la adhesin al partido no resolva ese problema (1988:47).

    El componente nacionalista de la nueva izquierda latinoamericana, sumado a las caractersticas de los Partidos Comunistas del continente, siempre serviles respecto de la lnea emanada del PCUS (Partido Comunista de la Unin Sovitica), revel la necesidad de una nueva va progresista (Aric, 1964:241-265). Si los mismos militantes del partido partan de la base de que era imprescindible luchar contra el dogma partidario, para quienes no se encuadraron nunca dentro de las directivas del partido esta lucha terica result an menos traumtica. El mexicano Vctor Flores Olea, por ejemplo, opinaba que su generacin no vivi el stalinismo como conflicto de conciencia y que, si bien el XXII Congreso del PCUS haba sido recibido como una suerte de liberacin, no se sintieron traumatizados con la revelacin de los crmenes, las torturas ni los trabajos forzados (1962:80).

    La imputacin de neoizquierdismo por parte de dirigentes del Partido Comunista fue enfticamente rechazada por una intelectualidad crtica que ya no aceptaba criterios de autoridad indiscutible ni senta menguada su importancia social.

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  • Para los militantes de las nuevas causas revolucionarias de Asia, frica y Amrica Latina, y tambin para sus compaeros de ruta intelectuales, el descrdito generalizado de los sistemas polticos democrtico-burgueses y de los Partidos Comunistas tradicionales desemboc en la conviccin de que slo una revolucin violenta poda conducir a un socialismo autntico.

    La violencia adquiri un estatuto central en la vida poltica de la militancia y la intelectualidad de izquierda. En el prlogo a Los condenados de la tierra, Sartre aluda nuevamente a la violencia como partera de la historia. La percepcin y tematizacin de que el orden social estaba fundado en la violencia permiti contraponer a la violencia de los opresores la contraviolencia revolucionaria. El tpico de la violencia penetr, incluso, los discursos de la Iglesia. Durante el papado de Pablo VI la encclica Populorum Progressio (promulgada el 26 de marzo de 1967) lleg a justificar la violencia en casos de tirana evidente y prolongada. Para la izquierda, a medida que avanzaban los aos, la nocin de revolucin iba a llenar toda la capacidad semntica de la palabra poltica; revolucin iba a ser sinnimo de lucha armada y violencia revolucionaria.

    No se trataba slo de que la resolucin general del Congreso Cultural de La Habana estipulara que la manifestacin ms alta de la cultura era la guerra popular en defensa del futuro de la humanidad. Si confiamos en una masa importante de testimonios, la violencia armada contaba con un consenso social relativamente vasto. Naturalmente, buena parte de la intelectualidad y militancia de izquierda estaba en su mayora de acuerdo con la va armada, con la contraviolencia revolucionaria, pero tambin la apoyaban grandes sectores de la poblacin. En una ocasin, un grupo de periodistas que cubra la Conferencia Tricontinental que tuvo lugar en La Habana, en 1966, tuvo ocasin de conversar con Fidel Castro y lo interrogaron respecto del informe de la delegacin cubana que deca que hablar de lucha guerrillera en Chile o Uruguay era tan disparatado o absurdo como negar esta posibilidad en Venezuela, Colombia, Brasil, Guatemala o Per. El periodista Carlos Mara Gutirrez coment en el artculo Conversacin con Fidel (Marcha N 1366, 18 de agosto de 1966) que tanto los chilenos como los uruguayos all presentes estaban intrigados por una frase impresa en el informe de la delegacin cubana a la OLAS que deca que hablar de lucha armada en Chile o Uruguay era tan disparatado como negar esta posibilidad en Venezuela, Colombia, Brasil, Guatemala o Per, y que por lo tanto chilenos y uruguayos nos sentamos vejados por una afirmacin tan tajante.

    Por su parte, el politlogo Guillermo O'Donnell midi, en la Argentina, un alto grado de simpatas por los guerrilleros en una parte importante de la poblacin. Y, lo que resulta ms impactante, algunos secuestrados por los Tupamaros, entrevistados por Mara Esther Gilio y Guillermo Chifflet para Marcha, confesaban curiosas conversiones ocurridas durante sus cautiverios: reconocan su carcter de explotadores, afirmaban que se haban concientizado o sostenan que haba que pensar en las causas reales de la violencia y no en sus efectos. Y hasta un gobierno militar argentino puso en un discurso que poda reconocerse la existencia de causas sociales y polticas en el surgimiento de la guerrilla, cuyas filas, segn dicho documento, estaban integradas por jvenes bienintencionados (citado en Ollier). 4. Clausura e interrogantes

    As como determinar el comienzo del bloque sesenta/setenta puede resultar relativamente sencillo, no lo es, en cambio, definir el momento en que esa poca se eclips.

    Al revisar (una vez ms) su propia vida y trayectoria polticas, Debray llam comunidad espectral a la militancia de izquierda, como dando a entender que se haba nucleado en torno a una visin del mundo completamente equivocada, ideolgica o ciega. Para Debray el perodo que aborda este estudio constituye el ltimo avatar del marxismo, que, reformulado u ortodoxo, haba sido la principal gua terica de la poca (1996:40-42, 120-125).

    Esta poca constituye la gran expectativa frustrada, el canto de cisne de la cultura letrada en Amrica Latina y en el mundo. Conocemos los hechos: la revolucin mundial no tuvo lugar. Esa comunidad de izquierda, tan potente en su produccin de discursos y tan convincente respecto de los cambios que anunciaba; y ese perodo, en el cual grandes masas se movilizaron como pocas veces antes, fue resultado de una ilusin sin fundamento?

    Si, para Debray, la izquierda estaba equivocada, no es posible pensar, por el contrario, que la sucesin de golpes militares y represiones brutales fue una respuesta imbuida de la misma conviccin de que la revolucin estaba por llegar (y que por lo tanto era necesario combatirla)? Estaban errados los diagnsticos o las relaciones de fuerza se modificaron con el propsito de sofocar pulsiones revolucionarias existentes?

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  • No podemos responder esas preguntas, aunque nos parece obligatorio formularlas. Muchos protagonistas y testigos de esos aos se encuentran aun hoy en proceso de revisar sus creencias y convicciones de entonces. Lo prueba una masa creciente de libros e investigaciones sobre el perodo, que evidencian ms o menos simpata por la revolucin que no fue y que indican que la interpretacin de esos aos no ha concluido.

    Pero si una poca se define por el campo de los objetos que pueden ser dichos en un momento dado, la clausura de ese perodo est vinculada a una fuerte redistribucin de los discursos y a una transformacin del campo de los objetos de los que se puede o no se puede hablar. En 1971, el general boliviano Hugo Banzer derroc a su colega Juan Jos Torres, cuyo gobierno nacional populista fue apoyado por buena parte de la izquierda. Entre 1971 y 1974 Banzer fue consolidando un rgimen represivo de corte singularmente parecido al de otros dictadores latinoamericanos. En 1973, un verdadero ao negro para Amrica Latina, se clausur una de las experiencias que dieron sentido a las expectativas de transformacin (me refiero al derrocamiento del gobierno socialista de Salvador Allende, en Chile). En Uruguay, el presidente electo Juan Mara Bordaberry, que haba llegado al poder en 1971, derrotando en las elecciones al Frente Amplio de izquierdas, haba limitado los derechos civiles en un proceso que se profundiz cuando en 1976 fue impuesto Aparicio Mndez como gobernante de facto. En agosto de 1975, el general peruano Francisco Morales Bermdez derroc al tambin general Juan Velasco Alvarado, que haba sido apoyado por importantes intelectuales de izquierda y aun por ex militantes guerrilleros y bajo cuyo gobierno se haba realizado una reforma agraria en perjuicio de los latifundistas. En marzo de 1976, un nuevo rgimen militar se impona en la Argentina, inaugurando una represin que alcanz niveles nunca conocidos anteriormente en ese pas. La coercin de los dictadores impuso por la fuerza los objetos de discurso y llev a extremos los objetos de silencio, acallndolos por medio de la censura y mtodos aun peores de silenciamiento.

    Para volver a tomar el pulso de la Iglesia, es til tener en cuenta que ella tambin cedi al efecto de clausura de la poca. Muchas de las palabras que haban tenido un sentido particularmente importante fueron reinterpretadas. La encclica Evangelii nuntiandi, promulgada por Pablo VI, el papa de Medelln, redefini en trminos mucho menos polticos las incmodas connotaciones de la palabra liberacin, que haba sido emblemtica de aquella conferencia colombiana.

    En varios sentidos, podra pensarse la poca como una crisis de hegemona en sentido gramsciano; Antonio Gramsci define la crisis de hegemona (crisis de los modos habituales del pacto entre dominantes y dominados, empate de fuerzas antagnicas) con una metfora emblemtica: muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo. Se trata de una crisis de confianza que afecta a los partidos, se extiende a todos los rganos de la opinin pblica especialmente la prensa y se difunde en toda la sociedad civil, que implica que la clase dirigente deja de cumplir su funcin econmica, poltica y cultural; eso es, deja de empujar la sociedad entera hacia adelante. Como resultado, el bloque ideolgico que le da cohesin y hegemona tiende a resquebrajare Hay que recordar que la construccin de hegemona es, para Gramsci, la condicin para que una clase dominante se transforme en clase dirigente, lo cual tiene como resultado que tiende a disgregarse el bloque ideolgico que le daba cohesin y hegemona. La posibilidad de esta hiptesis parece refrendada el diagnstico de que en la poca se dio la paradoja de que l gobiernos de turno y los sectores ideolgicamente vinculad con ellos tenan el poder poltico, el militar, el religioso y el econmico, pero no ejercan ningn dominio, ni siquiera una influencia medianamente poderosa, sobre la actividad intelectual, especialmente en el mbito de los escritores y de los artistas.

    Gramsci aclara que la crisis no es necesariamente un prlogo para la revolucin, como lo demuestran la historia del capitalismo y sus capacidades de renacimiento, que no toda crisis deriva en una revolucin y la conformacin de un nuevo bloque histrico. Es ms, Gramsci adverta que la toma de conciencia colectiva de las clases subalternas no necesariamente deba convertirse en conciencia revolucionaria, y adverta que la politizacin de las clases subalternas y sus intelectuales tena menos posibilidades de xito, dado que esas clases no posean la misma capacidad de orientarse rpidamente y reorganizarse con el mismo ritmo que las clases dirigentes. Gramsci reconoca que en el mundo moderno los ejemplos ms frecuentes de resolucin de crisis de esa ndole eran regresivos, es decir, que terminaban con la recomposicin del antiguo bloque histrico. La clase dominante siempre contaba con mayores alternativas: la recomposicin de la sociedad civil, la utilizacin de la sociedad poltica mediante el uso del aparato de Estado para aplastar la reaccin de las clases subalternas y separarlas de sus intelectuales por la fuerza o la atraccin poltica, o soluciones de; tipo cesarista en las que aparecen hombres providenciales o carismticos, cuando los dos campos estn en paridad de fuerzas y ninguno tiene absolutas posibilidades de vencer.

    Ms all de saber si efectivamente en la poca se produjo una crisis de hegemona, lo que resulta indudable es que de un nodo u otro la izquierda internacional ley el proceso generalizado de politizacin, junto a otros indicios, como si se enfrentaran realmente a una crisis de ese tipo, especialmente en Amrica

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  • Latina. De hecho, la intelectualidad crtica y la militancia anunciaron desde sus rganos de prensa el inminente fin del capitalismo, cuya agona fue leda tanto en los acontecimientos de Vietnam como en el reemplazo del patrn dlar, en el rechazo a las polticas norteamericanas por parte de importantes grupos de intelectuales liberales de los Estados Unidos o en la emergencia del black power y otros movimientos, considerados como pruebas de la podredumbre que corrompa desde las mismas entraas del monstruo, para decirlo a la manera del citadsimo Mart.

    Una escena que conmovi al mundo ocurri en julio de 1968, por la elocuencia de la imagen. Durante los juegos olmpicos de Mxico, dos atletas norteamericanos ganaron los dos primeros lugares en la prueba de los doscientos metros llanos. John Carlos y Tommy Smith subieron al podio. Eran norteamericanos, pero, ante todo, eran negros, y en lugar de mirar la bandera de su pas en el momento en que se alzaba y sonaba el himno nacional de los vencedores, levantaron al cielo sus puos cerrados, enguantados de negro.

    Para los militantes y la intelectualidad de izquierdas, no fue un hecho menor que el ejrcito norteamericano, con toda su parafernalia y formacin profesional, perdiera una guerra, en la que todo su prestigio como potencia estaba en juego, contra un pueblo mal armado de combatientes aficionados.

    Por eso, si la poca permite que se la considere en los trminos gramscianos de crisis de hegemona, su clausura coincidira con la recomposicin del viejo modo de dominacin hegemnica, que dio por tierra con las expectativas revolucionarias que haban caracterizado su inicio. Esta hiptesis permitira avanzar otra: la de clausura como el momento en que la crisis se dio por terminada.

    El proceso de la muerte de lo viejo sin que lo nuevo pueda nacer implica as la clausura de un futuro que poda ser posible, ese futuro que haba sido puntillosamente delineado por las capas progresistas de la sociedad. En ese sentido, la poca lleg a su fin cuando ese futuro fue llamado utopa, cuando en palabras de Dante, del futuro fia chiusa la porta (Inf. X: 108).

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