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1909 2009 José Antonio Muñoz Rojas CIEN AÑOS ENTRE OTROS RECUERDOS ANTEQUERA CENTRO CULTURAL SANTA CLARA del 7 de octubre al 30 de diciembre de 2009 Patrocinio: • Excmo. Ayuntamiento de Antequera • Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía • Fundación Unicaja • Excma. Diputación Provincial de Málaga Organiza: • Comisión “José Antonio Muñoz Rojas” del Cabildo del Archivo Histórico Municipal Comisario / Coordinador: • Antonio Parejo Barranco Colaboraciones: • Juan Alcaide de la Vega • Juan Benítez Sánchez • José Escalante Jiménez • Laura Frías Torres • Antonio Gómez Mendoza • Víctor Heredia Flores • Carlos Jiménez García-Hirschfeld • Dolores Lebrón Castellano • Jesús Romero Benítez • Ignacio Sánchez Corbacho Documentación / Material gráfico: • Archivo Histórico Municipal • Fernando González • Foto Moreno • El Sol de Antequera • Taller de empleo “Pósito de Memoria” • Archivo del I.E.S. “Ntra. Sra. de la Victoria” (Martiricos). Málaga • Archivo del I.E.S. “Vicente Espinel” (Gaona). Málaga • Archivo del Colegio de San Estanislao de Kostka. Málaga Diseño / Montaje: • Comercial del Bricolage • Antonio de la Linde Ruiz • Papelería Las Descalzas • Juan Segura Álvarez Lo que importa únicamente, caminante, es caminar. Caminar siempre de frente, sin mirar lo que tuvimos delante o lo que está por andar. (De Poemas de juventud, Coplas) S é algo de la tierra y sus gentes. Conozco aqué- lla en su ternura y en su dureza, he andado sus caminos, he descansado mis ojos en su hermo- sura. Los cierro y la tengo ante mí. Tierras duras, alberos y polvillares, breves bugeos, largos cubriales; aquí se riza una loma, allá se quiebra una cañada, se extiende una albina, tiembla un sisón de vuelo lento. Todo el campo vuela pau- sadamente. Las herrizas se coronan de coscojas, aquí una encina huérfana canta una historia. Las encinas solitarias son los dientes que le quedan al campo para mascullar una historia de montes sonoros con grandes encinas y muchas jaras, con sombras apartadas y rincones que nadie había hollado, cuando reinaba la alimaña y tenía libertad la pri- mavera. (Presentación a Las Cosas del Campo, 1946) L a exposición ofrece un recorrido por la trayectoria vi- tal y literaria del poeta antequerano. Remedando, con un antónimo, el título de uno de sus últimos libros de poemas (Entre otros olvidos, Valencia, Pretextos, 2005), se propone un acercamiento a aquellos lugares y personas que han marcado su vida y su obra. No se trata de ofrecer una aproximación biográfica al uso sino simplemente de destacar los espacios, las personas y los mo- mentos que más han significado en una vida centenaria —casi todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI— y en una labor creativa que se extiende a lo largo de ocho décadas.

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1909200919092009

José Antonio

Muñoz Rojas

CIEN AÑOS

ENTRE OTROS RECUERDOS

ANTEQUERA

CENTRO CULTURAL SANTA CLARA

del 7 de octubre al 30 de diciembrede 2009

Patrocinio:• Excmo. Ayuntamiento de Antequera• Consejería de Cultura de la Junta de

Andalucía• Fundación Unicaja• Excma. Diputación Provincial de Málaga

Organiza:• Comisión “José Antonio Muñoz Rojas” del

Cabildo del Archivo Histórico Municipal

Comisario / Coordinador:• Antonio Parejo Barranco

Colaboraciones:• Juan Alcaide de la Vega• Juan Benítez Sánchez• José Escalante Jiménez• Laura Frías Torres• Antonio Gómez Mendoza• Víctor Heredia Flores• Carlos Jiménez García-Hirschfeld• Dolores Lebrón Castellano

• Jesús Romero Benítez• Ignacio Sánchez Corbacho

Documentación / Material gráfi co:• Archivo Histórico Municipal• Fernando González• Foto Moreno• El Sol de Antequera

• Taller de empleo “Pósito de Memoria”• Archivo del I.E.S. “Ntra. Sra. de la Victoria”

(Martiricos). Málaga• Archivo del I.E.S. “Vicente Espinel”

(Gaona). Málaga• Archivo del Colegio de San Estanislao de

Kostka. Málaga

Diseño / Montaje:• Comercial del Bricolage• Antonio de la Linde Ruiz• Papelería Las Descalzas• Juan Segura Álvarez

Lo que importa únicamente,

caminante,

es caminar.

Caminar siempre de frente,

sin mirar

lo que tuvimos delante

o lo que está por andar.

(De Poemas de juventud, Coplas)

Sé algo de la tierra y sus gentes. Conozco aqué-

lla en su ternura y en su dureza, he andado sus

caminos, he descansado mis ojos en su hermo-

sura. Los cierro y la tengo ante mí. Tierras duras, alberos y

polvillares, breves bugeos, largos cubriales; aquí se riza una

loma, allá se quiebra una cañada, se extiende una albina,

tiembla un sisón de vuelo lento. Todo el campo vuela pau-

sadamente. Las herrizas se coronan de coscojas, aquí una

encina huérfana canta una historia. Las encinas solitarias

son los dientes que le quedan al campo para mascullar una

historia de montes sonoros con grandes encinas y muchas

jaras, con sombras apartadas y rincones que nadie había

hollado, cuando reinaba la alimaña y tenía libertad la pri-

mavera.

(Presentación a Las Cosas del Campo, 1946)

La exposición ofrece un recorrido por la trayectoria vi-

tal y literaria del poeta antequerano. Remedando, con

un antónimo, el título de uno de sus últimos libros de

poemas (Entre otros olvidos, Valencia, Pretextos, 2005), se propone

un acercamiento a aquellos lugares y personas que han marcado su

vida y su obra. No se trata de ofrecer una aproximación biográfi ca al

uso sino simplemente de destacar los espacios, las personas y los mo-

mentos que más han signifi cado en una vida centenaria —casi todo

el siglo XX y lo que llevamos del XXI— y en una labor creativa que se

extiende a lo largo de ocho décadas.

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José Antonio Muñoz Rojas nació en una casa de la calle Carrera de Antequera, frente a la plaza de las Descalzas, el 9 de octubre 2009. Fue el penúltimo hijo del matrimonio formado por Juan Muñoz Gozálvez y Carmen Rojas Arrese-Rojas. Huérfano desde temprana edad —su madre falleció cuando aún no había cumplidos dos años—, el hueco dejado por la ausencia materna sería ocupado por su abuela Teresa. Desde ese momento ella y su abuelo Ignacio se encargarían de educar al niño. A éste le bastó con cruzar la calle Carrera: desde la casa de los Muñoz a la de los Rojas; allí transcurriría toda su infancia.

Aquella Antequera era una ciudad que entonces estaba superando por primera vez en su historia los 30.000 habitantes. Muchos de ellos con escasos recursos, dependientes de un tra-bajo mal remunerado (en la agricultura o en las fábricas de mantas) y en su mayoría analfabetos (más de un 75% de los antequeranos censados en 1920 no sabían leer ni escribir; muchos de los

niños que entonces llenaban a diario las calles estaban sin escolarizar).

El resultado, una sociedad mucho más des-equilibrada e injusta que la actual, con numerosas fa-milias viviendo en límites cercanos a la subsistencia y con unos servicios públicos deficitarios, a menudo incapaces de satisfacer las necesidades básicas de la población. Por las anteriores razones, la imagen urba-na de la ciudad no era precisamente la que cabía espe-rar de una población de sus dimensiones ni de su peso económico. Con calles en las no existía otra distinción entre el tráfico humano y el movido por bestias y los pocos automóviles todavía matriculados que la que dictaba el sentido común, aterradas —sólo las arterias principales se encontraban entonces adoquinadas y con aceras compuestas

por grandes losas de piedra—, inundadas cuando llegaba la lluvia y a oscuras cuando se hacía la noche, ya que la iluminación eléc-trica en ningún caso alcanzaba todavía los barrios, huérfanos no sólo de cualquier tipo de iluminación sino también de muchos de los servicios municipales que hoy se considerarían básicos, inclui-do el abastecimiento de agua potable, que continuaba realizándo-se a través de las fuentes públicas salpicadas por toda la ciudad.

En esa Antequera cuya imagen acaba de resumirse viviría casi ininterrumpidamente Muñoz Rojas durante los primeros años de su vida. Una infancia feliz, con largos veranos transcurri-dos en el campo (en Cauche, en La Alhajuela) e inviernos en los que comenzó a recibir una instrucción primaria preparatoria al in-greso en el bachillerato, que iniciaría con once años, ya en Málaga, en el Colegio de los Jesuitas de El Palo, y culminaría en Madrid, en el curso 1925-26, en el de Ntra. Sra. del Recuerdo.

I. HISTORIAS DEL TIEMPO QUE LO VIO NACER (1909-1925)

Como si cada comienzo de década impulsara en nuestro au-tor un cambio de registro, la de los cincuenta volvería a marcar un nuevo desarraigo en la vida de Muñoz Rojas. Mucho menos dra-mático que el primero, pero tan importante como aquel para en-tender el resto de su obra y de su trayectoria vital: en 1952 Muñoz Rojas dejó otra vez el campo, ahora para instalarse en Madrid.

De Antequera José Antonio lleva a la capital Las Cosas del Campo, un libro en prosa que impresiona al propio Aleixandre, a José Luis Cano o a Dámaso Alonso, quienes compartieron la más elogiosa de las opiniones sobre la obra: “Has escrito —escribió el último de los autores citados— sencillamente, el libro de prosa más bello y emocionado que yo he leído desde que soy hombre (es decir, desde que leí Platero y yo)”.

Pero Muñoz Rojas no va a Madrid sólo ni preferentemente con la pretensión de escribir prosa o poesía. Abandona su tierra para —paradojas de la vida— trabajar en una entidad financiera, el Banco Urquijo, del que sería Secretario General hasta su jubi-lación, en 1983, y donde asumiría la responsabilidad de la Socie-dad de Estudios y Publicaciones, una institución impulsada bajo su patronazgo desde la que el “poeta banquero” —como era conocido en los medios financieros madrileños— desarrollaría una ingente labor de promoción cultural.

Su vuelta a Antequera, tras la jubilación laboral, no significó su retirada de la literatura. Al contrario, coincidió con la primera recuperación de su obra, reeditada y sobre todo comenzada a conocer entonces por las generaciones más jóvenes. De tal manera, la década de los noventa —cuando ya se dirigía a cumplir los ochenta años— sería extraordinariamente fecunda para su

producción literaria: cuatro libros en prosa (La Gran Musaraña, Amigos y Maestros, Ensayos Anglo-andaluces y Dejado Ir) y uno de poemas (Objetos perdidos), son un bagaje que ya querría para sí cualquier escritor en la madurez de su la-bor creativa.

En el nuevo siglo, cercano él mismo a cru-zar esa barrera, ha seguido publicando libros de prosa y poesía, todos ellos en la editorial Pre-tex-tos: Entre otros olvidos, La Voz que me llama o El Comendador, y ha continuado recibiendo honores como la concesión del Premio Nacional de Poesía y del Premio Reina Sofía de Poesía Ibe-roamericana.

Muy pocos autores españoles del siglo XX pueden presumir de una trayectoria literaria tan dilatada; son escasos también los que nos han regalado una obra tan sólida y coherente como la de Muñoz Rojas. Su poesía, su prosa, deben entenderse como la expresión acabada de una

manera de entender la vida y la relación con sus semejantes, Dios y la naturaleza. De ahí que su obra sea difícil de enmarcar en alguno de los numerosos movimientos que han cruzado la pasada centuria y que el poeta, con ella, resulte asimismo inclasificable. A Muñoz Rojas no le sirven ninguna de las etiquetas generacionales. Poeta de la mesura y del equilibrio como lo han definido sus más recientes antólogos, de vitalidad serena como escribió de él Dámaso Alonso, su obra apela a lo más cercano (la apariencia de la contemplación), pero también a lo más profundo (la naturaleza como expresión acabada del sentido de la existencia), aparcando, de paso, todo lo que de superfluo acompaña al hombre contemporáneo.

Al margen de modas y escuelas, sus poemas han mantenido, desde que fueron escritos hasta ahora, idéntica vigencia y despertando las mismas sensaciones en quien los lee: posible-mente porque —como los clásicos— alcanzan aquello que nos toca en lo más hondo, lo que nos permite seguir vivos y creer que todavía hay esperanza.

IV. DEL CORTIjO A LA CORTE y DE LA CORTE AL CORTIjO (1952-2009)

El estallido de la Guerra Civil sorprendería a nuestro autor en la casa familiar del barrio malagueño de La Caleta, recién llegado tras la finalización del curso universitario en Cambridge. Allí fue apresado, aunque varias semanas más tar-de conseguiría la libertad gracias a la mediación de dos profe-sores británicos, desplazados expresamente para tal fin. Con ellos regresó posteriormente a Gran Bretaña, donde perma-necería —como lector de español e investigando para su Te-sis— durante los tres años que duró el conflicto nacional.

El retorno a la España de Franco se produjo, así, con el fin de la Guerra Civil, cuando el drama de la Segunda Guerra Mundial estaba llamando a las puertas de Londres. Su vida daría entonces un nuevo giro. El cambio no pudo ser más brusco, aunque sustituir el clima universitario de Cambrid-ge por el desierto cultural y social antequerano y malagueño de los años cuarenta no le restaría vitalidad ni ganas de es-cribir; al contrario, en este ambiente cerrado Muñoz Rojas siguió cultivando las amistades de su juventud, ampliando su círculo de amistades malagueñas (también antequeranas: la más enriquecedora de todas ellas la del pintor José María

Fernández) e incorporan-do nuevos hallazgos a su actividad creadora, que en esos años recibiría un impulso decisivo con la publicación de varios libros de prosa y poesía.

Se trataba ya de un Muñoz Rojas intelectualmente ma-duro y sentimentalmente asentado. La década de los años cua-renta, que para España fue la del racionamiento, el hambre, la autarquía y el aislamiento exterior de un país gobernado por una férrea dictadura militar, fue, no obstante, para nuestro autor, la de su eclosión literaria: entre 1941 y 1950 publicó li-bros de poesía como Sonetos de Amor por un poeta indiferen-te, Cancionero de la Casería o Abril del Alma y de prosa como las “Historias de Familia”, pero además escribió el grueso de lo que sería su obra capital en prosa (Las Cosas del Campo) y parcialmente otro de los hitos de su poesía (Cantos a Rosa).

También fueron aquellos años los de la formación de una familia. Su boda en 1944 con María Lourdes Bayo, el nacimiento de sus primeros hijos (Teresa y Rafael) y la recuperación de una finca familiar (la Casería del Conde, en la que residiría desde en-tonces), marcaron la trayectoria personal de ese periodo: es el Mu-ñoz Rojas atento al campo, a la naturaleza sometida por la mano del hombre

que periódicamente retorna así a sus orígenes. Aquellos elementos esenciales que, en última instancia, y tal como refleja en su producción li-teraria de esa época, lo atan al suelo y al cielo.

Su relativo distanciamiento de los cír-culos literarios madrileños no impidió, sin embargo, que se obra comenzara a ser consi-derada entre las principales de la España de los años treinta y cuarenta. Proclives a establecer artificiales encajonamientos generacionales, la historiografía literaria española terminaría in-cluyéndolo dentro de “la generación de 1936”, junto a Miguel Hernández, Luis Rosales, Leo-poldo Panero o Luis Felipe Vivanco.

III. DE LA TRAgEDIA DE LA gUERRA A LA QUIETUD DE LA POSgUERRA (1936-1950)

En aquel verano de 1926, cuando José Antonio dejaba atrás la adolescencia y se adentraba en la madurez, se produjeron sus pri-meros contactos con el mundo de la poesía. Antonio Machado fue el autor que le causó entonces una impresión más profunda, una influencia temprana —lírica, pero también ética— que mantendría viva durante toda su vida. Casi inmediatamente, la obra de Juan Ra-món Jiménez le descubrió un universo lírico distinto pero comple-mentario al anterior. La huella que ambos le dejaron fue tan intensa como dilatada en el tiempo. Cada uno, además, alumbraría los con-tornos más intensos de la poesía de Muñoz Rojas, las constantes de su obra durante el resto de su vida: la profundidad, la religiosidad, la belleza, el amor por la palabra, la nostalgia de la naturaleza y la infancia perdida.

Por supuesto, los dos poetas andaluces supusieron la influen-cia más reconocible de su primer libro de poesía: Versos de Retorno (1929), su tarjeta de visita ante los poetas de la Generación del 27 y también ante los de su generación, Emilio Prados, Manuel Altola-guirre, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas o Dámaso Alonso.

En 1930 Muñoz Rojas terminó la carrera de Derecho, aunque no llegaría a ejercer la profe-sión de abogado. A cambio, continuó ampliando su formación como poeta y como persona: leyó

sin descanso (de los clásicos latinos a los ro-mánticos, pasando por la literatura española del siglo de Oro), asimiló influencias, amplió sus contactos literarios, viajó al extranjero y comenzó a preparar su tesis doctoral en la Universidad de Cambridge. Con todo ese bagaje fue conformando un estilo propio, en el que a sus dos autores de cabecera —los ya citados Juan Ramón y Machado— se unirían pronto los surrealistas franceses —Guide, Breton— así como los metafísicos ingleses —Donne o Crashaw— y los místicos españoles del siglo XVII —San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús—.

Aquella transición de la juventud a la primera madurez estuvo cargada, en el caso de Muñoz Rojas, de intensidad y a menudo

también de drama. En realidad, la década de los treinta fue tan decisiva para el poeta antequerano como para su propio país. Ambos atravesaron un periodo de crisis tan profunda que a punto esta-ría de acabar con la existencia del primero y la esencia del segundo. Desaparecieron sus abuelos Teresa e Ignacio, su padre, y de manera violenta e inexplicable su hermano Javier, asesinado en el trágico verano del 36. Tales acontecimientos marcarían el drama personal de aquellos años, que también lo fueron de intensa actividad creado-ra, culminada en 1934 cuando publicó Ardiente Jinete.

En suma, Muñoz Rojas tuvo la suerte de vivir y convivir en la primera mitad de la década del novecientos treinta con una de las genera-ciones más brillantes de la historia literaria es-pañola contemporánea: todavía vivos muchos de los representantes de la generación del no-venta y ocho; en plena actividad los del veinti-siete. A muchos de ellos trató, con algunos llegó a compartir proyectos literarios, especialmente la edición de revistas de poesía (como “Nueva Revista”), en las que comenzó a publicar sus pri-meros poemas.

II. DE CóMO LA POESíA fUE PENETRANDO y LLENáNDOLO TODO (1926-1935)

La Reina doña Sofía entregando al autor el XI Pre-mio de Poesía Iberoamericana en 2002.

Portada de la primera edición madrileña de Las cosas del campo

Muñoz Rojas junto a Vicente Aleixandre, Leopoldo Pane-ro, Dámaso Alonso, Carlos Bousoño y José Luis Cano.

Muñoz Rojas y José María Fernández mantuvieron una estrecha relación entre 1940 y 1947, año de la muerte

del pintor.

Vista parcial de Antequera en los años infantiles y juveniles de Muñoz Rojas

La Plaza de las Descalzas, testigo de la niñez de José Antonio.

José Antonio a los siete años

José Antonio en 1926

El poeta leyendo en su habitación de Cambridge a comienzos de 1936.

Con Joaquín Romero Murube y Vicente Aleixandre

José Antonio y Marilu contrajeron matrimonio en 1944