Entrevista a Andrés Neuman

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1 POR MATÍAS CLARO Y FRANCISCO GALLEGOS ¿Q ué le regalamos? ¿Una lapicera? ¿Una libreta de notas? Muy común. En Navidad le deben llegar decenas de libretitas y unos cuantos lápi- ces de tinta. ¿Qué le regalamos, entonces? Ni idea. Más bien, ¿por qué le regalamos algo? Por la buena onda, ¿por qué más? Es cierto, pero hay que tener en cuenta que a los otros no les hemos regalado na- da. De acuerdo. Muy de acuerdo. Pero hay algo importante que no hay que olvidar: él es argentino. Desde niño vivió en España, eso lo sabemos. Pero es argentino al fin y al cabo. Y si le hacemos caso a los prejui- cios contra los argentinos, siempre hay que regalarles algo. Un héroe, un pedacito de tierra, un gol con la mano. Siempre hay que mantener a los argentinos contentos. Ya resuelto el primer dilema, ¿qué le regalamos? Porque no vaya a ser que no le guste y que se enfade. Ya sabemos cómo son los argentinos enojados. Ahí tienes al Tano Pasman (¡Isabel! ¡Isabel!). ¿Una la- picera? Común. ¿Qué se le regala a un es- critor? ¿Una libreta de notas? Muy común. ¿Qué se le regala a un escritor ar- gentino? No nos compliquemos. Regalémosle algo que nos identifique. Que se lleve a casa algo nuestro, y encima que se vaya contento. ¿Un libro de un poeta chileno? Puede ser, pero como además de narrador es poeta, seguro que se los leyó a todos. ¿Y un vino? No está mal. Un vino chileno. Sin embargo, no convence del todo. Su- pongamos que el tipo es abstemio. Aun- que no hay que olvidar que el tipo es es- critor. Un vino chileno estaría bien. Muy bien. Y si es abstemio, que lo comparta. No hay nada como un vino chileno para compartir. - Andrés, antes de comenzar, te queríamos agradecer la entrevista con un regalo. - ¿Qué sería, chicos? - Un vino chileno, esperamos que te guste. - ¡Pero para qué se molestan! ¡Y con lo que me gusta el vino! - Si quieres, incluso puedes com- partirlo. - No, eso sí que no. El vino chileno jamás se comparte. Se bebe con egoísmo. 1

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Entrevista al escritor hispano-argentino Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) en el sitio web OjoSeco.cl. Por Matías Claro Valenzuela y Francisco Gallegos Celis.

Transcript of Entrevista a Andrés Neuman

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POR MATÍAS CLARO Y FRANCISCO GALLEGOS

¿Q ué le regalamos? ¿Una lapicera? ¿Una libreta de notas? Muy común. En Navidad le deben llegar

decenas de libretitas y unos cuantos lápi-ces de tinta. ¿Qué le regalamos, entonces? Ni idea. Más bien, ¿por qué le regalamos algo? Por la buena onda, ¿por qué más? Es cierto, pero hay que tener en cuenta que a los otros no les hemos regalado na-da. De acuerdo. Muy de acuerdo. Pero hay algo importante que no hay que olvidar: él es argentino. Desde niño vivió en España, eso lo sabemos. Pero es argentino al fin y al cabo. Y si le hacemos caso a los prejui-cios contra los argentinos, siempre hay que regalarles algo. Un héroe, un pedacito de tierra, un gol con la mano. Siempre hay que mantener a los argentinos contentos.

Ya resuelto el primer dilema, ¿qué le regalamos? Porque no vaya a ser que no le guste y que se enfade. Ya sabemos cómo son los argentinos enojados. Ahí tienes al Tano Pasman (¡Isabel! ¡Isabel!). ¿Una la-picera? Común. ¿Qué se le regala a un es-critor? ¿Una libreta de notas? Muy común. ¿Qué se le regala a un escritor ar-gentino?

No nos compliquemos. Regalémosle algo que nos identifique. Que se lleve a

casa algo nuestro, y encima que se vaya contento. ¿Un libro de un poeta chileno? Puede ser, pero como además de narrador es poeta, seguro que se los leyó a todos. ¿Y un vino? No está mal. Un vino chileno. Sin embargo, no convence del todo. Su-pongamos que el tipo es abstemio. Aun-que no hay que olvidar que el tipo es es-critor. Un vino chileno estaría bien. Muy bien. Y si es abstemio, que lo comparta. No hay nada como un vino chileno para compartir.

- Andrés, antes de comenzar, te queríamos agradecer la entrevista con un regalo.

- ¿Qué sería, chicos?

- Un vino chileno, esperamos que te guste.

- ¡Pero para qué se molestan! ¡Y con lo que me gusta el vino!

- Si quieres, incluso puedes com-partirlo.

- No, eso sí que no. El vino chileno jamás se comparte. Se bebe con egoísmo.

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NEUMAN, EL LECTOR

- Andrés, ¿cómo fue tu acerca-miento a la literatura?

- Mi infancia está llena de recuerdos asociados a la literatura, pero siempre des-de un punto de vista muy doméstico y muy oral. Me acuerdo de varias cosas. De mi padre contándome cuentos, no necesaria-mente leídos, sino algo que yo considero más bonito incluso: eran inventados. Mi padre era esa clase de padres narrativos que le gustaba inventar historias dispara-tadas, muchas veces carentes de lógica. Y yo le exigía que cada historia fuese cada vez más absurda, con lo cual introduje a mi padre en el barroquismo sin darme cuenta, pues las últimas historias eran ver-daderamente insostenibles y yo las disfru-taba muchísimo. Ese sería un formato oral de la literatura. Un segundo formato que me acuerdo es de unos discolibros -y esto me hace sentir un dinosaurio- en la época en que existían vinilos, ni siquiera casset-tes (no puedo creer que yo venga de una época que existían vinilos, súbitamente me he deprimido en esta entrevista). Eran cuentos tradicionales: “El Gato con Botas”, “Alí Babá y los Cuarenta Ladrones”, “Caperucita”. Eran unos libros verdes pre-ciosos y grandes. No me acuerdo de la edi-torial, pero si los viera hoy (estoy hablando de Buenos Aires, todavía yo tenía siete, ocho o nueve años) los reconocería. Lo fas-cinante era leer los libros, mientras en un (tocadiscos) Winco que me había regalado mi madre, reproducía estos discos chiqui-tos. El acto de escuchar simultáneamente a leer, el hecho de que las palabras que me entraban por los ojos se materializasen au-ditivamente, con el paso del tiempo, me ha terminado pareciendo decisivo para mi vocación literaria y para la manera que tengo de entender la literatura, que siem-pre es muy musical, muy de oído. Hasta el día de hoy, cuando escribo y también cuando leo, me gusta sentir que el perso-

naje me está hablando al oído, que sea ha subido al hombro como una especie de pe-riquito, de cotorrita, y que me está contan-do la historia. No es el narrador el que me está hablando, es el personaje el que me está susurrando. Y, probablemente, esa disposición oral de entender la literatura tenga que ver con esa experiencia infantil de escuchar en un disco lo mismo que es-taba leyendo. Había una cierta teoría de fondo, en ese modo de publicar libros, y era de que el lector participa del destino y sentido del texto.

- ¿Cuáles son tus autores favori-tos?

- Esa es una pregunta cruel, porque uno siente que, al elegir, se está descartando a otros. No es como elegir entre postres (para los que somos golosos por lo me-nos). Más que autores favoritos, tengo épocas de leer más poesía, temporadas de leer más narrativa, temporadas más lati-noamericanas y temporadas más traduci-das. Muy pocos autores me han acompa-

“M uy pocos au-tores me han acompañado

durante todas las edades. Y uno de esos autores que nunca me ha defraudado o, mejor dicho, que me ha revelado cosas distintas según la edad que yo tuvie-se al leerlos es el poeta César Vallejo, el peruano, capaz de la más sofistica-da de las experimentacio-nes y de la más directa y franca de las emociones”.

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ñado durante todas las edades, porque en general vamos cambiando de autores o de películas de cabecera. Y uno de esos auto-res que nunca me ha defraudado o, mejor dicho, que me ha revelado cosas distintas según la edad que yo tuviese al leerlos es, sin duda, el poeta César Vallejo; el pe-ruano, capaz de la más sofisticada de las experimentaciones, y de la más directa y franca de las emociones. Es increíble cómo juntaba vanguardia y emoción Vallejo y eso, para mí, lo hace imbatible desde todo punto de vista.

- ¿Qué escritores chilenos te gus-tan?

- Esta mañana leí un poema largo de Raúl Zurita, por mencionar a un poeta chileno. Se llama “El sermón de la monta-ña”, que lo acaban de rescatar. Es un poe-ma de juventud de él; es muy visionario, mezcla de imagen delirante y discurso político, combinación interesante.

Me gustaría decir que, en general, la poesía chilena ha sido una de mis referen-cias como lector desde siempre. Óscar Hahn y su manera de reescribir las for-mas tradicionales siempre me ha deslum-brado mucho. (Nicanor) Parra, como precisamente partiendo de ese acervo tan clásico, terminó derivando en una especie de destrucción iconoclasta de todo lo que podíamos entender por tradición, pero a la cual, a la vez, se nota toda esa cultura

clásica que es lo interesante en (Nicanor) Parra, esa coloquialidad por un lado y esa formación barroca por otro, que hace que Parra suene de forma tan inconfundible. Los poemas de amor de Gonzalo Rojas, que todos hemos tratado de imitar en algún momento de nuestra vida, con ma-yor o menor fracaso. Enrique Lihn. El mismo (Roberto) Bolaño cuya poesía sirve para entender su narrativa. Lo cierto es que desde la dicotomía Huidobro- Neruda en adelante, siempre he estado muy atento a la literatura chilena, que me parece extrañamente convulsa y vital para un país tan angostito, pero quizás por eso mismo tan largo. Eso define un poco a la literatura chilena: uno empieza por abajo y no termina nunca de subir.

- ¿Cuál crees tú es el papel del lec-tor en la escritura de un libro?

- Yo creo en la participación del lector, pero no como un ejercicio demagógica-mente didáctico, en el sentido de decir “muchachos les dejo esta parte para que hagan ustedes”. No en ese sentido pater-nalista, con que un autor podría dejar par-te de los deberes sin hacer, sino que mu-chas veces el autor desconoce el sentido final del texto. Honestamente, hay un final abierto, cuya resolución no tiene muy clara quien lo ha descrito, o hay una serie de in-terrogantes acerca del personaje, acerca del argumento, cuya mejor solución pro-bablemente la tenga el lector y no el autor.

Todos los escritores hemos tenido la ex-periencia milagrosa de conversar con algún lector que, al hacerte preguntas o comentarios sobre tu texto, te está reve-lando un contenido que tú desconocías de verdad. Esa es, para mí, la verdadera labor del lector: no desandar el camino que el autor ya ha andado, sino completar un sentido que está realmente incompleto desde su propia génesis. Digamos que la sintaxis de un texto tiene siempre un hue-co que permanecerá como tal si nadie lo lee.

“E sa es, para mí, la verdadera la-bor del lector:

no desandar el camino que el autor ya andado, sino completar un sentido que está realmente incom-pleto desde su propia génesis”.

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NEUMAN, EL ESCRITOR

- ¿Cuándo empezaste a escribir?

- No me acuerdo cómo empecé a escri-bir, porque fue algo muy temprano y muy placentero de entrada, y no podría decir el momento exacto. Sí recuerdo que hubo un momento de mi infancia en que empecé a notar que inventaba mi día. Narraba lo que no me había sucedido, le respondía a mi madre con una serie de acontecimien-tos que no habían tenido lugar, pero que a mí me divertía contar. Me mejoraba la rea-lidad del día. No era mentir; era reescribir los sucesos cotidianos, que no es lo mismo que mentir. La diferencia entre la mentira y la ficción podría decirse que tiene que ver con eso. La mentira es interesada, se cuenta para obtener algo, y la ficción es una mentira desinteresada que trata de conseguir otro tipo de verdad.

En términos más estrictamente textua-les, a los diez, once o doce años -no me acuerdo muy bien- empecé a reescribir, como si fuera una especie de taller de au-toencargo, los textos que me gustaban, los libros que más me emocionaban. Era una especie de Pierre Menard enano. Entonces leía un cuento de Edgar Allan Poe, por ejemplo, “El Gato Negro”, y entonces de-cidía que iba a escribir “El Perro Blanco”. Leía “Instrucciones para subir una escale-ra” de (Julio) Cortázar y entonces yo decía, bueno qué tal “Instrucciones para saltar por la ventana”. Eran plagios jugue-tones que me permitían meterme dentro de un texto y jugar con las herramientas que me había dado otra persona, que era el autor. Y, poco a poco, esas especies de des-viaciones de los textos que leía se fueron convirtiendo en argumentos propios, en historias que se me habían ocurrido a mí, o eso creía. En realidad, nunca sabemos a quién le pertenecen las ideas que terminan en nuestra cabeza.

- ¿Son importantes los talleres li-

terarios en la formación del escri-tor?

- Los talleres literarios no son ni una manera obligatoria ni única de iniciarse en la escritura. Creo que tienen una ventaja importante, que no es precisamente la del profesor, sino la convivencia entre pares, que le permite rápidamente a cada alumno tener la experiencia de público. Hay un simulacro de publicación en los talleres. Es el descubrimiento repentino que hay vein-te o treinta personas opinando sobre tu texto, asintiendo o criticándolo, inter-pretándolo de un modo que tú no habías sospechado y teniendo, por tanto, por pri-mera vez en muchos casos, la experiencia de cómo el texto deja de pertenecerle a su autor y pasa a pertenecer a sus lectores que, para bien o para mal, se lo apropian.

Es muy habitual, en un taller, ver cómo el autor de un texto se desespera escu-chando comentarios, diciendo “no quise decir eso”. Es fantástica esa sensación; es inútil lo que hayas querido decir: ahora el texto es de los demás. En esa dinámica, el profesor no es más que una especie de guardia de tráfico, que trata de ser mode-rador entre los descubrimientos que hacen los alumnos. No creo que vaya mucho más allá la labor del profesor y, en cualquier caso, no me parece para nada obligatorio hacer un taller, pero sí quizás interesante.

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“L a diferencia en-tre la mentira y la ficción: la

mentira es interesada, se cuenta para obtener algo; la ficción es una mentira desinteresada que trata de conseguir otro tipo de ver-dad”.

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El taller irrenunciable de un escritor, sin duda, es leer. Pero la lectura tiene la nor-ma y la virtud de defenderse sola.

- ¿A qué hora del día sueles escri-bir?

- No me levanto por la mañana a escri-bir, porque soy pésimo madrugando. Soy más bien vespertino y noctámbulo. Traba-jo mucho. De hecho, trabajo más de ocho horas al día, pero esas ocho horas no tie-nen lugar, me temo, durante la mañana. Prefiero levantarme a una hora más o me-nos indecente y tomar un brunch o al-muerzo, que es como la primera comida del día para mí; tomo más de un café y me pongo a trabajar, paso toda la tarde traba-jando leyendo y escribiendo y de ahí paro para cenar, y dependiendo de cuál es el grado de ansias festivas que haya después de la cena, se acaba la jornada de trabajo y empieza la jornada de ocio y juerga noc-turna, o bien, muchas veces decepcionan-temente, lo que ocurre después de la cena es que vuelvo a trabajar. Como verás, no es una vida particularmente aventurera.

- ¿Qué estás escribiendo ahora?

- Estoy haciendo unos poemas y traba-jando en una novela nueva que es casi el antídoto de la anterior, que es “El viajero del siglo”. Ésa era una novela extensa, de desarrollo complejo con bastantes perso-najes. Tenía una estructura que se iba des-plegando poco a poco y que transcurría en el pasado. Ahora estoy haciendo una nove-la breve que transcurre en el presente, que tiene pocos personajes. Me gusta la sensa-ción de tratar de irme a otro extremo, pa-ra, precisamente, tratar de recuperar esa sensación de incertidumbre que es tan im-portante, insisto, para la escritura. No la escritura como mecanismo de alcanzar certezas, sino de explotar, aprovechar el asombro y la incertidumbre.

- El último libro, ¿es el más impor-tante?

- Creo que es habitual en los escritores

la sensación de que el libro que estamos haciendo ahora, o tratando de hacer, borra de algún modo todos los anteriores, aún cuando el libro que uno esté haciendo, en realidad, enlace con las obras precedentes y establezca un diálogo con ellas. La sensa-ción es similar a la que uno tiene con el amor. El último amor tiene algo de despó-tico, tiene algo que tiende a la amnesia o a la fantasía de la amnesia de empezar de nuevo. Hay algo de borrón y cuenta nueva que, por supuesto, no es real. Pero sí que es una sensación muy intensa y por eso, en el fondo, no solamente el último libro

siempre es el más importante para el escri-tor, lo cual no quiere decir que sea el más interesante para el lector, sino que es el libro que nos permite recuperar una sen-sación que yo valoro mucho, que es apren-der a escribir de nuevo. Para mí, cada libro es un primer libro y es una oportunidad de dudar de las certezas a las que uno pudo haber llegado a través de las escrituras precedentes. Me gusta pensar que todos los libros son una ocasión magnífica de cambiar de opinión.

“P ara mí, cada li-bro es un pri-mer libro y es

una oportunidad de du-dar de las certezas a las que uno pudo haber llega-do a través de las escritu-ras precedentes. Me gusta pensar que todos los li-bros son una ocasión magnífica de cambiar de opinión”.

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