Entrevista a Juan Forn

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Entrevista al escritor argentino Juan Forn (Buenos Aires, 1959) para el sitio web Ojoseco.cl. Por Matías Claro y Francisco Gallegos.

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POR MATÍAS CLARO Y FRANCISCO GALLEGOS

L a lluvia ha caído de forma inter-mitente durante el día. El frío se hace sentir con más fuerza a me-dida que se esconde el sol. En ju-

lio el invierno es inclemente en Santiago. El aire helado baja de la cordillera, pasa por el valle y entra a nuestros pulmones. Lo único que queremos es que alguien, de buen corazón, nos facilite un cigarrillo pa-ra calentarnos.

Juan Forn (Buenos Aires, 1959) fuma afuera de la librería Qué Leo, en Provi-dencia. Ha llegado ahí para firmar algu-nos ejemplares de El hombre que fue vier-nes a algunos de sus lectores. Una vez que se le acaba el cigarro, y con las pocas gotas que caen y le hacen pensar que la lluvia va a volver, se decide a ingresar a la librería. Saluda a algunos amigos, que lo esperan ahí adentro y luego sube al entrepiso, donde está dispuesto un micrófono para que lea una de sus famosas contratapas que fueron publicadas algún viernes en Página 12, muchas de las que componen el libro.

Las contratapas de Forn son, como él ha señalado en más de alguna ocasión, un registro que tiene como excusa contar te-mas que a él le gustan, para que la gente pueda disfrutar desde adentro la literatu-

ra. Generalmente, se da tiempo para hablar sobre escritores. Pero a veces tam-bién es un espacio para hablar sobre fotó-grafos, artistas y músicos. En este último tópico, no oculta su debilidad por John Lennon y Yoko Ono. Por eso, en los mi-nutos previos a ser presentado, coge un libro de fotografías inéditas de John y Oko y, con una hojeada, se lo devora. La ima-gen no da para interpretaciones. Es como ver a un animal que se alimenta. Es ver cómo destroza a la presa y prepara las ra-ciones para sus cachorros.

Eso parece ser la literatura para Forn. Es capturar lo mejor de lo que ha leído y, todos los viernes, compartirlo.

Y en esta entrevista -aunque con varios cigarros encima para entrar en calor- no deja de hacerlo.

FORN, EL LECTOR

- Juan, en tu casa, ¿se leía?

- Sí, en casa leían, pero eran lectores ocasionales. Convivían los best sellers con, que sé yo; estaba Papillón (Henri

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Charrière) al lado de Exiliados de (James) Joyce, y Exiliados había llegado allí, creo yo, por una equivocación.

Yo vengo de una clase social en Argenti-na a la que ser demasiado intelectual –o todo lo que se hace en exceso- le parece de mal gusto. Entonces me decían “salí un poco al aire libre, te quedás todo el día le-yendo en el cuarto”. Nada había que hacer-lo con intensidad, razón por la cual, como soy de temperamento reactivo, abracé la literatura con ese nivel de intensidad, por-que la verdad es que me gusta con locura.

- ¿Recuerdas cómo empezaste a leer?

- Cuando era joven tenía un discurso para las charlas, justamente para reivindi-car la literatura joven: éramos la primera generación que había nacido con la televi-sión prendida en el living de su casa. Eso quiere decir que aprendimos el lenguaje audiovisual antes que aprender a leer. Aprendimos a que nos contaran historias con lenguaje audiovisual. Mi paso siguien-te fue, obviamente, caer en las historietas. Descubrí las historietas y me quería que-dar a vivir ahí porque me gustaban más los globitos, porque podía inventarme la voz de los personajes y podía darles el movi-miento que yo quería. Y un día descubrí que había un artefacto que era todavía más sofisticado, porque le daba mucho más es-pacio a mi imaginación, que eran los globi-tos solos, sin el dibujo, es decir, aquello que todos llamamos libro. Y ahí empecé a leer y no paré.

Y muy rápidamente descubrí que lo que más me gustaba de la literatura era un rito ancestral: hay una caravana en medio del desierto, llega la noche, hacen fuego y se acomodan. Para el viajero que va solo por el desierto y ve un fuego en la noche y se acerca, la manera que tiene de ganarse el derecho al cobijo, el derecho al calor, a un poco de pan y un poco de agua, es contan-do su historia. El tipo que llega a una cara-

vana en el desierto, en medio de la noche, tiene que contar su historia. Y si le aceptan la historia le van a dar de comer y cobijo. Básicamente me imagino así a la literatu-ra. Yo creo que los libros son eso para mí y trato que mis libros sean eso para todos.

- ¿Cuáles fueron tus primeras lec-turas?

- Me acuerdo de los primeros libros que leí, pero que no eran tan atractivos, como el Llamado de la selva, de Jack London. Me acuerdo cuando leí Siddhartha, de Hermann Hesse, que mi cabeza hizo “clac” y dije “esto es”. Por supuesto des-pués consumí un montón de basura pare-cida a Siddhartha, como El profeta, de

Kahlil Gibrán, pero la experiencia de Siddhartha me quedó para siempre. Además, es el primer libro que compré de mi bolsillo y lo tengo guardado todavía, destruido y subrayado, con subrayado patético. Pero es el libro que leí a los 13 años, con el que me acerqué. Seguí bastan-te con Hermann Hesse y después entré en la poesía. Lo primero que me impre-sionó en poesía fue Alejandra Pizarnik porque eran poemas muy sencillos y, al mismo tiempo, decían un montón de co-sas. Para ese entonces yo ya tenía catorce o

“M e decían ‘salí un poco al ai-re libre, te

quedas todo el día leyendo en el cuarto’. Nada había que hacerlo con intensi-dad, razón por la cual, co-mo soy de temperamento reactivo, abracé la litera-tura con ese nivel de inten-sidad, porque la verdad es que me gusta con locura”.

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quince años y me encantaba la cosa dark. Descubrí rápidamente que ser torturado atraía a las chicas, entonces entendí el me-canismo Pizarnik instantáneamente. Ahí empecé con la poesía. Después fue podero-so descubrir Rayuela de (Julio) Cortá-zar. Cuando leí Rayuela descubrí que lo que yo quería era contar historias, no es-cribir poemas. Yo no era poeta. A lo mejor podía hacer un poco de poesía en mi pro-sa, que lo descubrí con el tiempo, pero que yo básicamente lo que quería hacer era contar historias, y el detonador fue Rayue-la. Después vienen todas las experiencias que califican de “literarias”, o sea leer a (Jorge Luis) Borges, leer a (Fiódor) Dostoyevski; todas esas cosas las leí de grande, pero de los quince a los veinte años sólo leí poesía y quería ser un poeta maldito, y no me permitía leer novelas. Así que cuando empecé a leer novelas tenía un montón de asignaturas pendientes que otras gentes leyeron a los catorce o quince años, como por ejemplo Dostoyevski o

Víctor Hugo. Todas esas cosas yo las leí después de los veinte y curiosamente pri-mero leí un libro moderno, como era Ra-yuela -que seguía siendo moderno en aquel entonces, lo habré leído en 1977 o 1978- . Yo creo que hasta ahí leí prelitera-riamente y, después, ya quería escribir: yo lo que quería era repetir el mismo meca-nismo. Cuando veía lo que me hacía un libro a mí, quería producirle eso al lector. Lo único que se trataba era encontrar la historia que quería contar yo, cómo con-tarla.

- ¿Qué te marcó de Rayuela?

- Primero, y lo principal, la Maga. Te enamorás de un personaje que se come el libro. Toda la escena de la discada. Lo leí este verano de vuelta, hace como veinte años que no lo leía y pensé que no me iba a ser efecto, que me iba a parecer peor, y la verdad que me encantó leerlo. Volví a des-cubrir la última escena, cuando todos sa-ben que el bebe Rocamadour ha muerto, menos la Maga, y todos prolongan ese mo-mento hasta que la Maga se levanta a darle el remedio al bebé y descubra que el bebé está muerto, que me parece una escena monumental de la literatura argentina. O sea, entiendo perfectamente por qué quise escribir después de ese libro.

- ¿Qué escritores son imprescindi-bles en cualquier biblioteca?

- Creo que (Franz) Kafka es impres-cindible. Y no las novelas o, ni siquiera, La metamorfosis. Yo creo que de Kafka hay que leer los textos breves y los diarios. Los diarios, en realidad, son libros que hay que tener sobre la mesa de luz y abrirlos todo lo posible, y leer diez o quince reglones. Para mí, Kafka es el autor del siglo veinte. En Kafka está todo. La gente cree que leer a Kafka es sobrecogedor, estremecedor, y la verdad es que hay veces que leer a Kaf-ka te da una alegría, te da una liviandad. Si me voy a una isla desierta, me llevo los poemas de (Wystan Hugh) Auden y los diarios de Kafka, y creo que sobrevivo un rato largo. Hasta podría estar escribiendo casi todos los días. Después, buscar todas las variantes posibles de ese combo: el lu-minoso y el oscuro elegíaco. Para mí, es el mejor combo. Además Kafka tiene una prosa muy astringente y Auden tiene una prosa muy simple y voluptuosa a la vez, entonces es un combinación muy intere-sante.

“C uando leí Ra-yuela descubrí que lo que yo

quería era contar histo-rias, no escribir poemas. Yo no era poeta”.

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FORN, EL ESCRITOR

- ¿Qué consejo le darías a un aspi-rante a escritor en su proceso de for-mación?

- Entré a trabajar a los veinte años en una editorial, lo que te permite tener mu-chos libros diversos gratis, especialmente si no hay una buena biblioteca en tu casa, y los argentinos no tenemos la costumbre de ir a las bibliotecas públicas. Mi bibliote-ca fue la biblioteca de la editorial. Emecé había tenido una época de gloria con libros extraordinarios, entonces me trataba de robar todos esos libros, aunque algunos me parecieron demasiado difíciles para leer. Me robé todas las novelas que pude de (William) Faulkner, y la mitad de esas novelas no las pude terminar hasta muchos años después. Pero lo que des-cubrí muy rápido es que la mejor manera de leer es leyendo, a la vez, libros muy di-símiles -que es lo que hacen los chef entre plato y plato para cuando hacen degusta-ción de comidas, que prueban el famoso helado de limón para limpiar el paladar-. Para mí, la mejor manera de limpiar el pa-ladar para el aspirante a escritor es cruzar un libro de poesía con un libro de ensayo, con una novela; leer, a la par, varias cosas lo más disímiles posibles. En mi juventud plagiaba a la vez, o yo creía estar plagian-do, a Henry Miller con Milan Kunde-ra, con cosas de Borges, con el poeta que estuviera leyendo en ese momento, (César) Vallejo por ejemplo. Entonces solamente yo sabía cuál era el combo. Y encima eran textos bastante malos: con el tiempo uno va descubriendo que tiene que simplificar, para escribir bien hay que em-pezar escribiendo simple y después empie-zas a dibujar, a dibujar encima.

- ¿A qué se refieren los escritores cuando hablan de encontrar una “voz propia”?

- Encontrar tu propia voz es una especie

de efecto maníaco de imitación, mezclado con una dosis de azar que, de pronto, hay algo en donde te reconocés, encuentras una voz donde te reconocés más que en otras y dices “este soy yo. Si hablo desde acá, yo me creo, y si yo me creo le puedo hacer creer al lector algo”, y ahí es donde empieza de verdad la literatura. Lleva tiempo encontrar la propia voz, pero hay gente que la encuentra muy rápido. Es un azar, la verdad que es un azar.

- ¿Por qué el mar es una de tus fuentes de inspiración más significa-tivas?

- Para mí, el mar me baja y me acomo-da. El mar te baja el ego, por ejemplo. Cuando caminas al lado del mar encuen-tras la justa proporción de las cosas. De pronto hay algo que te preocupa excesiva-mente y caminando por el mar como que encuentras su proporción, y es más fácil

ver el problema cuando lo ves en su justa proporción. A mí lo que me pasa con las caminatas por el mar es que yo estoy le-yendo, leyendo, leyendo y llega un punto donde decido qué escribir esa semana. Ahí es donde me pregunto cómo es que cuento esa historia, y bajo a caminar por el mar hasta que encuentro la vuelta a cómo con-tarla. De pronto es el principio, de pronto por el final, de pronto es, simplemente, una vuelta de tuerca que hay que dar en determinado momento del texto y ya está. Después lo único que hay que hacer es es-cribir: sentarse en una silla y hasta que no

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“P ara mí, el mar me baja y me acomoda. El

mar te baja el ego, por ejemplo. Cuando caminás al lado del mar, encuen-tras la justa proporción de las cosas”.

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lo terminás no te levantás.

- ¿Por qué es importante para ti seguir escribiendo?

- Para mí es importante, casi indispen-sable, leer. Escribir es como la contrapar-te, o la cara complementaria de esa tarea, que es compartir. La gran putada que tiene

la literatura, para uno como lector, es que uno siempre lee solo, entonces es difícil encontrarte con alguien que haya termina-do de leer el mismo libro que tú en el mo-mento que estás más entusiasmado. Y lo que tiene de fantástico la escritura -por lo menos la escritura tal como la encaro yo- es que soy muy poroso y dejo que mis lec-turas se noten todo lo posible, y de esa ma-nera el circuito se completa, porque yo me nutro de literatura y genero una literatura que a otras personas le dan ganas de leer literatura. Yo creo que con mis contratapas te dan ganas de leer los libros de los que hablo. Y, en ese sentido, creo que soy un plan de alfabetización en una sola persona. Yo creo que hago bien. Hay más gente que lee, a lo mejor hay cuatro, pero hay más gente que lee gracias a mí.

“Y o me nutro de literatura y genero una li-

teratura que a otras per-sonas le dan ganas de leer literatura. Yo creo que con mis contratapas te dan ganas de leer los li-bros de los que hablo”.

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