Epistemologia sistemica
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LO INDIVIDUAL Y LO SISTÉMICO: DOS ENFOQUES RIVALES
María L. Christiansen
En el terreno de la psicología contemporánea dos claras perspectivas han
polarizado las formas de enfocar los temas que competen a dicha disciplina, a saber:
1) la intrapsíquica-individual; 2) la interpersonal-sistémica-relacional.
En este trabajo propongo una comparación entre ambas, y analizo transversalmente
ciertos aspectos del impacto terapéutico de tal viraje. El objetivo no es el de tomar
una posición al respecto sino el de hacer inteligible algunos de los compromisos
epistémicos implicados en sendas formas de concebir el estudio del mundo mental.
El primer apartado delinea las bases programáticas compartidas por las diversas
corrientes individualistas, mientras que el segundo apartado hace lo propio con las
tendencias sistémicas. Sólo a modo de exploración se mencionan determinadas
consecuencias en el nivel de la práctica clínica. En la sección final se extraen algunas
conclusiones generales. 1
1- La psicología desde un abordaje individualizante
El rasgo definitorio de la concepción individualizante es la idea de que los
fenómenos de la conducta humana pueden ser explicados fundamentalmente en
función de los procesos mentales interiores, es decir, de los actos psíquicos de cada
individuo, independientemente del contexto.
Veamos dos ejemplos que sobresalen en la psicología actual:
1 Es preciso advertir que esta presentación es esquemática y expositiva. La autora es sensible al hecho de que entre ambos extremos (el intrapsíquico y el sistémico) hay una gama variopinta de posiciones intermedias, e incluso de puntos de vista que niegan la pertinencia de tal dicotomía. Sin embargo, el recorrido por esas zonas intermedias escapa al propósito de este sucinto trabajo.
a) el modelo médico/psicofarmacológico de la psiquiatría (con su premisa
central de que la conducta anormal debe ser eminentemente investigada como
una enfermedad de la mente);
b) el modelo psicodinámico (que parte del hecho de que la conducta anormal
es la resultante de un desajuste intrapsíquico causante de un trauma reprimido).
Cada una de estas conceptualizaciones se enquistan en distintas formas de
tratamiento. Mientras que el modelo médico proporciona explicaciones
históricas/causales-etiológicas seguidas de tratamiento medicamentoso e incluso
hospitalización, el modelo psicodinámico ofrece interpretaciones ancladas en la noción
de procesos inconscientes donde el tratamiento depende de la recuperación del
recuerdo/fantasía/deseo, esto es, con la reexperimentación de emociones enterradas
con él y la consecuente desaparición del síntoma (L. Hoffman, 1987).
Si nos remontamos a la historia, encontraremos muchas otras versiones de esta
misma psicología individual. Es el caso de: a) la anticuadísima psicología
temperamental (hipocrático-galénica), que daba cuenta de la conducta humana en
términos de una constitución humoral que podía desequilibrarse; b) la teoría
frenológica de la mente y la conducta (S. XVIII), que pugnaba por explicaciones de
corte anatómico-cerebral para explicar y predecir el comportamiento y destino
humanos; c) la caracterología o etología humana (S. XIX), que proponía al carácter
como una plataforma de pensamiento y decisión que reinaba detrás de cada acción; d)
el hereditarismo mental de tipo galtoniano (S. XIX), el cual –basado en el
evolucionismo darwiniano- abogaba por la idea de que las aptitudes y rasgos
intelectuales y morales tienen que ver más con la herencia que con la educación, la
crianza y el ambiente en el cual el individuo crece.
Entre estos últimos ejemplos, es importante retomar el (c), el de la
caracterología, porque sus bases estaban afincadas en una visión filosófica netamente
individualista: el ASOCIACIONISMO MENTAL, una réplica del newtonianismo
traslada a la filosofía mental. En efecto, los asociacionistas (James y John S. Mill, A.
Bain y otros adeptos de la abigarrada tradición empirista inglesa) identificaban
simbólicamente la organización mental con la de los cuerpos físicos, y las ‘leyes de
asociación’ (contigüidad/ semejanza) con las ‘leyes naturales’. Se asumía que los
estados mentales ejercían entre sí una especie de atracción similar a la que la fuerza de
gravedad ejercía entre los objetos materiales. El mundo mental era pensado
metafóricamente como divisible en elementos simples –impresiones- análogos a los
componentes últimos del universo newtoniano (y que, cohesionados, formaban los
elementos compuestos).2
¿Por qué resaltar esta corriente, y no otra, de las antes mencionadas?
La razón del interés particular que ella suscita es el de ser una emblemática
encarnación de lo que, de manera general, se ha denominado “paradigma
simplificante”, esto es, un derivado de la regla de evidencia ("claridad y distinción"),
esbozada por René Descartes en el siglo XVII, en su afamado libro El discurso del
Método:
«No admitir jamás como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que
lo era: es decir, evitar con todo cuidado la precipitación, y no comprender en mis
juicios nada más que lo que se presentara tan clara [no-oscura] y distintamente
[diferenciado] a mi espíritu que no tuviese ocasión alguna para ponerlo en duda»
(Descartes, 1637).
El pensamiento cartesiano es radicalmente disyuntor, ya que se basa en los dos
siguientes principios: 1) separación; 2) reducción: a) del conocimiento del todo al
conocimiento de la suma de las partes; b) la limitación de lo cognoscible a lo
mensurable (extensión, sustancia, pensamiento, etc.). Desde esta perspectiva, “lo
complejo se reduce a lo simple y a la hiperespecialización, fragmentando
profundamente el entramado complejo de la realidad hasta llegar a la ilusión de
admitir que una mirada reducida sobre lo real puede llegar a tomarse por la realidad
misma” (E. Morin).
La hegemonía de esta visión simplificadora supuso el ascenso simultáneo de
muchas otras ideas que impreganarían contundentemente la psicología posterior. Una
de ellas tiene que ver con el DUALISMO cartesiano (la idea de que existen dos
sustancias básicas: el cuerpo y la mente), la OBJETIVIDAD (esto es, la tajante 2 Para una reconstrucción detallada de estas teorías acerca de las diferencias individuales, ver Christiansen, M. L. (2009).
distinción entre el sujeto que conoce y el objeto conocido), el DETERMINISMO (el
conocimiento científico es conocimiento de causas) y el MECANICISMO (según el
cual la única causalidad relevante para la ciencia es la eficiente). En pocas palabras, la
mirada del universo como un mecanismo de relojería eterno e increado emergió con
toda su fuerza de la ciencia matemático-experimental del Siglo XVII (Galileo, Kepler,
Newton) para atravesar victoriosa el siglo XVIII y llegar a su cúspide con Laplace, en
el XIX (la visión más acabada de un “universo domesticado”, donde el azar es
inconcebible).
Entre las consecuencias que esta perspectiva acarreó para la investigación de
los fenómenos de la conducta humana hay que mencionar con especial énfasis:
• el hecho de la OBJETIVIZACIÓN (es decir, la convicción de que lo que en
definitiva conocemos son los “objetos”, los ladrillos con los que se ha
construido el edificio mental) y su concomitante ESENCIALIZACIÓN (la
premisa de que son las “esencias” –fijas, inmutables- las que explican las
diferencias individuales).
• El tipo de EXPLICACIONES CAUSALES aceptadas como científicas, a
saber: MONOCAUSALES, UNIDIMENSIONALES, LINEALES.
Si nos detuviéramos a analizar los ejemplos anteriores (enfermedad mental, aparato
psíquico, temperamentos, facultades frenológicas, carácter, herencia), además de otras
que podríamos añadir (Personalidad, Cociente Intelectual, etc.), podríamos ver que su
común denominador es precisamente el de esencializar y facilitar las explicaciones
lineales (lo cual abona en la directriz cartesiana de la
separación/disyunción/reducción, considerados como indicadores de evidencia).
Veamos un ejemplo de la manera en la cual se configuran, en la intervención
terapéutica, este conglomerado de supuestos epistemológicos.
CASO (tomado de “Carácter, contexto y cambio”):
“Becky, de 7 años, fue derivada a terapia por su maestra a causa de su escaso
ajuste en el aula. Se la veía llorosa, se quejaba de extrañar el hogar y daba una
impresión de inmadurez en su conducta social. En lo demás era inteligente y
tratable. A la sesión concurrió Becky acompañada de sus padres (de
aproximadamente 35 años) y su hermanito menor, de 4 años. La señora N
(madre) había recibido psicoterapia individual para tratar problemas
relacionados con su familia de origen: se quejaba de haber “heredado” de su
familia maternal una “ineptitud social” que había sido legada, en cada
generación, a la hija mayor (tal había sido su propio caso y, ahora, el de
Becky). Durante la entrevista la señora N. habló extensamente sobre este
“castigo intergeneracional”, al que se refería como “transferencia simbiótica”;
más aún, completó su exposición dibujando en una pizarra su genograma
familiar enfatizando dicho fenómeno”.
Es claro que la manera en la cual la señora N. estaba describiendo su situación
era no solo esencializadora (hay un “algo” heredado: gen, rasgo, patología u
otra “sustancia”) sino también lineal (de la bisabuela a la abuela, de la abuela a
la madre, de la madre a Becky) y simple (porque no hablaba de múltiples
causas, sino de una sola, la determinante).
¿Cómo intervendría el terapeuta si reafirmara este encuadramiento lineal y reificador
que la clienta (y en verdad toda la familia) había traído a la sesión?
Podríamos pensar que el terapeuta dijera algo como lo siguiente: “Señora
N., la niña está identificada con usted, y actúa como usted lo hace, aferrándose
a su ineptitud”. Si el terapeuta trabajara bajo constructos psicológicos de este
tipo (cuestiones de identificación, proyección, aprendizaje de roles, entre otros)
se atacaría el síntoma, mientras que la organización familiar permanecería
intacta. Desde esta óptica, sería plausible decir (como de hecho dicen las
familias con muchísima frecuencia) que “el” problema está en UNO de sus
miembros (Becky), y por lo tanto la praxis terapéutica debería girar en torno a
dicha persona. Lo demás se tornaría secundario.
Sin embargo, esta forma de encarar la intervención no lograría explicar por
qué, por ejemplo, muchos informes clínicos derivados de terapia de niños han
mostrado que una persona (el niño/a) puede conducirse bien en un escenario
(como el consultorio del terapeuta) y mal en otro (el hogar, o la escuela). El
enfoque intrapsíquico, lineal, unidimensional, tampoco lograría responder por
qué los progresos alcanzados en la terapia individual del niño recurrentemente
se hacen más lentos e incluso revierten cuando dicho niño se reintegra a su
familia. Observaciones similares podrían ser hechas en lo que concierne a
muchas pacientes anoréxicas (mejoran en el hospital, pero empeoran cuando
vuelven al seno familiar). Por otra parte, este paradigma analítico no se
concilia con la aparición secuencial de varios niños sintomáticos en una
familia. No es raro ver que, si un niño mejora, muy pronto un segundo niño (un
hermano) empieza a manifestar síntomas (por más diferentes que puedan ser),
un fenómeno también observado en las parejas.
Esta clase tan curiosa de datos fue tratada en los estudios realizados por
Gregory Bateson, Don Jackson, John Haley y John Weakland en sus
estudios sobre adultos esquizofrénicos. El “paciente” se comportaba de
manera muy diferente cuando era entrevistado individualmente que
cuando la entrevista transcurría con su familia presente. Diversas
perturbaciones y alteraciones del lenguaje solo aparecían en esta última
situación.
La pregunta por las consecuencias de la “esencia” fue reemplazada por la pregunta:
“¿existe realmente una “esencia”? 3
2- La psicología sistémica: el Todo y las partes
Estas preguntas, que parecían no hallar respuestas en la psicología analítica
individualizante y simplificante, encontraron posibles respuestas en aquellos ámbitos
donde el todo y la parte están intrínsecamente conectados, inter-causados.
A muy grandes rasgos ésa forma de pensamiento se ha propuesto con el nombre de
“enfoque sistémico”, y hunde sus raíces en un gran mosaico de posturas procedentes
de ciencias distintas:
3 Esta sección denominada “Caso” cita en gran parte de su desarrollo el capítulo “Carácter, contexto y cambio”. (sin datos editoriales).
Básicamente la mayor parte de los principios epistemológicos fundantes de la visión
simplificante son abandonados o drásticamente reformulados desde la concepción
sistémica; pues ésta se podría incluso definir en oposición a las características
definicionales de aquella: ANTI-ESENCIALISTA, MULTI-CAUSAL, DES-
OBJETIVIZADORA, ANTI-DETERMINISTA, ANTI-INDIVIDUALIZANTE,
ANTI-REDUCCIONISTA. A la pregunta de “¿qué conocemos?” la respuesta ya no
es “Conocemos objetos”, sino “Conocemos sistemas”; más aún, “Conocemos sistemas
de los que somos una parte insoslayable”.
Es preciso advertir que la “complejización” introducida por la mirada sistémica no
significa ni eliminación de la simplicidad (ya que el pensamiento complejo integra en
sí mismo aquello que ordena, clarifica, distingue) ni completitud (pues reconoce el
principio de incertidumbre y ambigüedad como constitutivos de la naturaleza. Dice E.
Morin, citando a T. Adorno: “La Totalidad [omniciencia] es la No-Verdad”).
En su Introducción al Pensamiento Complejo, Morin señala:
“¿Qué es la complejidad? A primera vista la complejidad es un tejido
(complexus: lo que está tejido en conjunto) de constituyentes
heterogéneos inseparablemente asociados: presenta la paradoja de lo
uno y lo múltiple. Al mirar con más atención, la complejidad es,
efectivamente, el tejido de eventos, acciones, interacciones,
retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo
fenoménico. Así es que la complejidad se presenta con los rasgos
inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, la
ambigüedad, la incertidumbre... De allí la necesidad, para el
conocimiento, de poner orden en los fenómenos rechazando el desorden,
de descartar lo incierto, es decir, de seleccionar los elementos de orden y
de certidumbre, de quitar ambigüedad, clarificar, distinguir,
jerarquizar... Pero tales operaciones, necesarias para la inteligibilidad,
corren el riesgo de producir ceguera si eliminan los otros caracteres de
lo complejo; y, efectivamente, (..) nos han vuelto ciegos”.
Frente a semejante panorama, Morin subraya el advenimiento de la complejidad
como un suceso capaz de sacar a la especie humana de la “barbarie prehistórica” en la
cual la fragmentación del conocimiento nos ha hundido. Las ciencias humanas –y la
psicología no es la excepción- forman parte de dicha transformación. Dice Morin al
respecto:
“Pero la complejidad ha vuelto a las ciencias por la misma vía por la
que se había ido. El desarrollo mismo de la ciencia física, que se
ocupaba de revelar el Orden impecable del mundo, su determinismo
absoluto y perfecto, su obediencia a una Ley única y su constitución de
una materia simple primigenia (el átomo), se ha abierto finalmente a la
complejidad de lo real. Se ha descubierto en el universo físico un
principio hemorrágico de degradación y de desorden (segundo principio
de la Termodinámica); luego, en el supuesto lugar de la simplicidad
física y lógica, se ha descubierto la extrema complejidad microfísica; la
partícula no es un ladrillo primario, sino una frontera sobre la
complejidad tal vez inconcebible; el cosmos no es una máquina perfecta,
sino un proceso en vías de desintegración y, al mismo tiempo, de
organización. Finalmente, se hizo evidente que la vida no es una
sustancia, sino un fenómeno de auto- eco-organización
extraordinariamente complejo que produce la autonomía. Desde
entonces es evidente que los fenómenos antropo-sociales no podrían
obedecer a principios de inteligibilidad menos complejos que aquellos
requeridos para los fenómenos naturales. Nos hizo falta afrontar la
complejidad antropo-social en vez de disolverla u ocultarla”.
Todo sistema (una célula, un órgano, un cuerpo, una sociedad, o una familia) es un
sistema vivo: existe en un estado de continuo intercambio con el ambiente, que es
donde transita su ciclo vital; pero, a su vez, las partes que componen a dicho sistema
son también sistemas. Dicho de otra forma, todo sistema está formado por subsistemas
(al mismo tiempo formados por sub-subsistemas, constituidos por sub-sub-
subsistemas, y así indefinidamente). Lo interesante además es que no solo no existen
los “objetos” como tales, ni las esencias, ni el Todo como suma de partes, sino que las
interacciones que se dan entre éstas no pueden ser comprendidas de manera lineal,
sino RECURSIVA, CIRCULAR, RETROALIMENTANTE. La “realidad” adquiere,
en este marco, connotaciones que violan las características más básicas que la
ontología tradicional (transcendental) asumía como últimas e inviolables. El Nuevo
“Universo desbocado” (recordando la expresión de Ilya Prigogine) nos invita a pensar
la realidad en términos complejos: borrosa (difusa), catástrófica, fractal, caótica,
paradójica. una realidad que no es nítida pero tampoco es dual, que no es continua ni
discontínua, ni es estable ni inestable, ni reiterativa ni innovadora, ni ordenada ni
desordenada.
A la luz de lo que es un sistema (un conjunto organizado e interdependiente de
unidades interactuantes), múltiples conceptos adquieren una relevancia fundamental
para embarcarse en el estudio de los fenómenos humanos. Desde este enfoque, la
psicología ya no puede desentenderse de lo que trasciende la esfera individual, por el
simple hecho de que la distinción entre individuo/sistema ya no es rígida, ni tajante, ni
fértil. La sociedad es el Todo formado por las familias, y a su vez la familia es el Todo
formado por sus miembros. En consecuencia (y, no pudiendo abarcar a la sociedad en
su conjunto), es imperioso asumir la necesidad de abordar el sistema familiar dentro
del cual el individuo –como parte- se desarrolla.
Esto trae como corolario el despliegue de nociones que previamente no hubieran
tenido cabida en las psicologías individualizantes. A continuación mencionaré
algunos de ellos (siguiendo las definiciones expuestas en “Carácter, contexto y
cambio”):
• FRONTERA (interacciones gobernadas por reglas que definen la separación entre las subunidades del sistema. Se reflejan principalmente en las conductas verbales y no verbales que permiten/prohíben la transferencia de información sobre asuntos vitales. Son fundamentales para complejizar un sistema –al diferenciar funciones- y fortalecer su adaptación).
• REALIMENTACIÓN Y DISEÑO SISTÉMICO (La familia, como sistema, diseña un adaptativo vivir-en-contexto (y estipula una línea de base del diseño global de vida del sistema), y tal información se vehiculiza mediante entradas y salida de información y energía a través de dos vías: 1) lazos de realimentación comunicacional que promueven la estabilidad/homeostasis/equilibrio sistémico/meseta de invariabilidad homeostática –lazos de constancia o reductores de desviación- y 2) lazos que promueven el crecimiento/cambio dentro del sistema –lazos de variedad o amplificadores de desviación). Ambos procesos (morfogénesis y morfoestasis) son necesarios porque la unidad viva (en este caso la familia) tiene que crecer para adaptarse pero en cierto sentido conservar su mismidad. Tal alternancia constituye la tensión dinámica de la vida.
• ESTRUCTURA (pautas de interacción relativamente duraderas (alianzas, coaliciones) que ordenan u organizan subunidades componentes de una familia, en relaciones más o menos constantes. Son demandas funcionales invisibles que organizan la conducta dinámicamente en rutinas predecibles). Un proceso deviene estructura cuando se repite en el tiempo y pasará a regular el cotidiano flujo de información y energía. “Visualizar” la estructura exige atender a los aspectos más elementales de los intercambios conductuales, y no a las complejidades de sentido (en contraposición al enfoque analítico, el contenido tiene sólo interés secundario y en la medida en que constituye una secuencia de intercambio conductual a través de fronteras entre unidades).
• El supuesto básico de toda terapia basada en el enfoque sistémico es que, si el contexto estructural se altera, el carácter individual se modifica. En contra de la individualización, se enfatiza el hechod e que el carácter individual (o la constitución genómica, o la personalidad, o la inteligencia psicométrica, etcétera) no es el lugar del cambio terapéutico. ES EL CONTEXTO EL QUE TIENE QUE MODIFICARSE PARA LOGRAR DIFERENCIAS EN LA CONDUCTA INDIVIDUAL.
Ahora retornemos al caso que nos ocupaba anteriormente, el de Becky (la “paciente
identificada”) y su familia en la sesión. Un terapeuta de orientación sistémica no
hubiera dejado pasar aspectos muy importantes de la interacción familiar observados
en el transcurso de la entrevista. Sin embargo, tales “curiosidades” solo pueden
hacerse visibles cuando la lupa del terapeuta se usa para observar algo más que un
“problema individual”. Veamos qué percibe la terapeuta en el comportamiento de la
familia (el sistema).
CASO
“Mientras la señora N. se esforzaba por narrar su historia, la terapeuta, una
mujer joven, advirtió que Becky con frecuencia interrumpía a su madre:
casi siempre con suspiros o desplomándose con ruido sobre la silla. Y una
observación más importante: las interrupciones parecían formar parte de
una secuencia simple de conductas. Un episodio lo mostrará bien: en cierto
momento la madre solicitó de la terapeuta utilizar la pizarra para dibujar su
genograma familiar, y entonces sobrevino este intercambio:
Madre: Todo este problema viene de lejos…bueno, por lo menos comienza
con la madre de mi madre. ¿Puedo (al tiempo que señala la pizarra y se
incorpora)? Vea usted, este es el cuadro (empieza a dibujar un diagrama
en que aparecen varias generaciones de hombres y mujeres de su familia
extensa). Es muy conmocionante…y entonces…
Padre: Tu madre era…bueno, creo que en realidad no esperaba mucho de
su propia madre. (ha interrumpido a su esposa, parece que con la
intención de ayudarla en la descripción de su familia). ¡Ella era una
persona diferente! (se inclina ligeramente hacia su hija, que la tiene
sentada enfrente, y suspira). ¿Estás bien?
Madre: Es realmente conmocionante ver todo eso puesto ahí. Conozco
bien a estas mujeres…
Hija: (Becky deja su silla y acude a su madre junto a la pizarra, toma una
tiza y hace garabatos). Es estúpido. No lo puedo hacer (señalando sus
garabatos). Hazlo tu (se cuelga de la madre).
Madre: Becky, no interrumpas. Este tiempo es de mamá, será tu turno
después. (Conduce a Becky con firmeza hasta su asiento). Déjame
terminar esto (lo dice con convicción).
Padre: (se respalda en su silla, después hace señas al hijito menor para
que venga a sentarse con él. La esposa retoma su narración.
¿Qué es lo que cautiva el interés en la terapeuta? Si se analizan estas pequeñas
interacciones aisladamente (es decir, como desconectadas) probablemente no reúnan
ningún interés especial. Sin embargo, la terapeuta observa su recurrencia periódica y
detecta en ellas una “pauta”:
“ 1) La señora N. buceaba en su pasado, en la porfía de descubrir un sentido
psicológico [“ineptitud social heredada”], al tiempo que mostraba cierta
aflicción; 2) su marido, con tono más bien neutro, intervenía agregando
alguna información pero después invariablemente interactuaba con su hija,
parecía que en el afán de verificar si ella “estaba bien”; 3) Becky, después
de este contacto, pasaba por lo general a interrumpir a su madre, quien 4)
respondía con entera competencia y la devolvía a su asiento, 5) punto en el
cual el marido aflojaba su vigilancia. La terapeuta decidió intervenir en el
momento en que esta secuencia recomenzaba”.
¿Cómo lo hizo?
“Dado que el problema era cómo lograr que la hija dejara de interrumpir a su madre y
de aferrarsele, la terapeuta dijo: “Señora N., ¿puede usted pedirle a su marido que le
explique a Becky que usted se siente cómoda, que esta es una vieja historia suya y no
necesita ayuda, y que usted sabe muy bien lo que tiene que hacer? Pídale a su esposo
que haga esto por usted”.
Ahora bien, ¿por qué esta intervención es “estructural”? Lo es porque no excluye, sino
que subraya, el rol del padre en el intercambio de conductas; indirectamente va
dirigida a su manera de enviar señales a su hija: habría que preocuparse por el hecho
de que alguien (su esposa probablemente) pudiera no “estar bien”. Recurriendo a la
comunicación indirecta, la terapeuta no le pide a la señora N. tranquilizar a su marido,
sino que lo intenta por intermedio de su hija, haciéndolo partícipe como progenitor
competente, por sí mismo capaz de transmitir a su hija la seguridad de que la madre
“está bien”. Si se estuviera en un momento posterior, se podría tratar de promover un
intercambio más directo entre los padres, que no pasara por la hija”.
¿Qué ventajas representa esta forma de intervención sistémica (en comparación con la
propuesta anteriormente, de corte individual)?
La ventaja reside en el hecho de que interrumpe la secuencia de conductas que hace
entrar en coparticipación a madre e hija en torno de preocupaciones de insuficiencia,
altera la posición periférica del padre, modifica la organización del sistema familiar, lo
reordena, coliga a los padres en una unión jerárquica que cuestiona el enmarañamiento
entre la señora N. y su hija (teniendo en cuenta que el objetivo de esta intervención
estructural consistía en librar a la señora N. De los enredos de su genograma
psicológico).
CONCLUSIONES
Las prácticas basadas en una epistemología sistémica desplazan el interés desde:
¿Significa esto que los ejes explicativos que eran tan importantes en la psicología
intrapsíquica han perecido? De ninguna manera. La herencia genética, las aptitudes
físicas y mentales, la historia de vida, incluso la personalidad, son condiciones que
conforman el contexto, pero resulta que ahora LO CONTEXTUAL ES
CONSTITUTIVO. El filósofo español José Ortega y Gasset sostenía: “Yo soy yo y mi
circunstancia”. Correctamente entendida, su postura sintetiza la idea sistémica de que
el contexto no es un mero añadido de la conducta individual. “Devenimos” en el
contexto. Por ello las explicaciones lineales, unicausales y mecanicistas serían
absolutamente insuficientes para tener un rendimiento importante en el campo de la
psicología. La relativamente novedosa corriente de la Terapia Familiar rema en
dirección a la generación de escenarios alternativos y ha hecho de la reflexión
epistemológica un objeto de investigación altamente propositivo en vías de ponerse al
día con los desarrollos en otros campos del pensamiento.
BIBLIOGRAFIA
Descartes, René (1687), Discurso del método; estudio preliminar, traducción y notas
de B. Reguera, Ed. TECNOS, Madrid, 2003.
Christiansen M.L. (2009), La arquitectura del destino. Historia de la psicologíaa del
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Guanajuato.
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el cambio de sistemas, FCE.
Morin, E. (1990), Introducción al pensamiento complejo, Gedisa.
“Carácter, contexto y cambio” , sin datos editoriales.