Érase Una Vez Gea

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Érase una vez Gea Pasos de nadie, huellas de muchos, marcaban aquel camino extendido en eternas ruinas. Camino cuyo término no se precisaba con exactitud, y en el cual Gea nunca logró recordar como termino allí, pues sí, su memoria era frágil, quién sabe desde cuándo. Había olvidado gran parte de sus recuerdos. Meditabunda, ensimismada y con su guitarra al hombro erraba incansables horas. Llegado el momento en el que el sol se decidía ocultar, recuerdos fugaces golpeaban su cabeza, mientras miraba en el firmamento una constelación danzante que le recordaba la armonía inestable de aquella sinfonía que nunca pudo completar y que, probablemente era la causa de su delirio. Días y noches esos recuerdos la torturaban y, mientras ello sucedía, Gea internamente guardaba una gran frustración. El camino seguía y seguía: sinuoso, lineal, empinado, cuesta abajo, hasta tal punto que ya no importaba sino avanzar y seguir avanzando torpemente. El silencio arremetía con fuerza la trastornada mente de Gea. Sus ojos no alcanzaban a divisar un punto fijo sobre el cual

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Érase una vez Gea

Pasos de nadie, huellas de muchos, marcaban aquel camino extendido en eternas ruinas.

Camino cuyo término no se precisaba con exactitud, y en el cual Gea nunca logró

recordar como termino allí, pues sí, su memoria era frágil, quién sabe desde cuándo.

Había olvidado gran parte de sus recuerdos.

Meditabunda, ensimismada y con su guitarra al hombro erraba incansables horas.

Llegado el momento en el que el sol se decidía ocultar, recuerdos fugaces golpeaban su

cabeza, mientras miraba en el firmamento una constelación danzante que le recordaba la

armonía inestable de aquella sinfonía que nunca pudo completar y que, probablemente

era la causa de su delirio. Días y noches esos recuerdos la torturaban y, mientras ello

sucedía, Gea internamente guardaba una gran frustración.

El camino seguía y seguía: sinuoso, lineal, empinado, cuesta abajo, hasta tal punto que

ya no importaba sino avanzar y seguir avanzando torpemente. El silencio arremetía con

fuerza la trastornada mente de Gea. Sus ojos no alcanzaban a divisar un punto fijo sobre

el cual apoyarse y quizá, solo quizá, buscar por un momento un consuelo fugaz a la

torva duda que en su mente iba germinando de a poco.

Qué es esto – gritó con todas sus fuerzas. El tiempo pasa, sin embargo, para mí, parece

haberse congelado, en su egoísmo y a su antojo hace que los días sean interminables y

las noches fugaces. Juega conmigo, me engaña, me confunde, ya no distingo entre la

oscuridad y la luz. Sombras y lluvia es lo único que veo, nunca antes como hasta ahora

me ha producido tanto asco esta lluvia, como si tratase del llanto de los mismos dioses o

de los demonios, quien sabe de cuáles, da igual.

¿Dioses y demonios? Pensó por un momento creyendo ingenuamente haber hallado la

respuesta.

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Sí, eso debe ser, afirmó, tratando de engañarse. Son ellos los que juegan conmigo.

¡Miserables!- grito, no soy su marioneta. En ese momento un violento dolor de cabeza

la sacudió hasta tal punto que se desplomo súbitamente en el suelo. Inconsciente,

nuevamente, los recuerdos de aquella sinfonía inconclusa comenzaron a recorrer su

cabeza.

Poco tiempo después despertó bruscamente y se puso de pie. Frenética y ansiosa, bajó la

guitarra de su hombro y la tomó entre sus manos. Pequeñas lágrimas cristalinas

comenzaron a deslizarse en fila por su rostro. No, no eran lágrimas de tristeza.

Qué debo hacer - le dijo, esperando encontrar una respuesta como si la guitarra

poseyese vida propia. Tú más que nadie debe saber porque todo a mí alrededor se ha

tornado tan absurdo y tan invariable. Que no ves que me estoy extinguiendo con esta

duda que parece volverse cada vez más atosigante.

Las lágrimas no paraban, no encontró otra respuesta que el eco de sus propias palabras.

Un penetrante silencio, le devolvió por momentos la cordura, tan deteriorada a esas

alturas.

Pero que estoy haciendo, se preguntó a sí misma. Aquí, de pie, en medio de la nada, y

con estos lóbregos recuerdos, le hablo a mi guitarra como si esta tuviese la libertad de

cobrar vida y dar una respuesta que apacigüe mi alma, abandonada desde hace tiempo

por la razón.

La noche, el día, el viento, la lluvia, las sombras, todo parecía hablarle. Sin embargo

ella no entendía lo que trataban de decirle, se sentía burlada hasta por su propia

conciencia. Sin más opción se hecho la guitarra al hombro y se dispuso a seguir

caminando, aquella noche curiosamente se había extendido más de lo común.

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Las sombras que frecuentemente la acompañaban, ésta vez parecían haber adquirido un

mayor tamaño, y comenzaban a tomar formas muy particulares. Gea observó con

especial atención a dos sombras que parecían señalarle una dirección. Apuntaban, cada

una, en dirección contraria.

Escéptica, se frotó los ojos y con una burlona sonrisa en su rostro dijo: oh, que se halla

en frente de mí, dos grandes sombras de quien sabe qué cosa, las cuales me señalan

caminos distintos. ¡Perversas alucinaciones! déjenme en paz.

El camino no había variado en lo más mínimo. Pero Gea empezó a notar a lo lejos

pequeñas ciénagas, y mientras se acercaba a éstas quedo impactada, en una de ellas

pudo ver su reflejo. Sí, su reflejo. Nunca, desde que apareció en aquel camino se había

visto a sí misma.

Sus cabellos largos e intensamente oscuros, sus ojos grandes y luminosos por la luz de

la luna y su boca con labios sutilmente delgados. Se observó por unos cuantos minutos.

Sentía una especie de euforia al haberse observado. Ya que, si bien todo hasta ese

momento era tan absurdo por lo menos ahora tenía la certeza de poseer un rostro propio

y de saber que no era una simple marioneta o algo parecido.

- No sé cuánto tiempo ha pasado, se dijo. Errante y con muy pocas certezas me dirijo a

no sé dónde, tal vez a mi final.

- Días absurdamente eternos, noches desapercibidas. Una a una intente descubrir sus

secretos. Sombras y figuras bailaban ante mí, sucesos en los que jamás creí se me

presentaron con toda naturalidad. Mi mente como un débil cristal me engañaba sin

piedad alguna.

- Todo aquello jugó con mi mente, en cierto punto creí haber encontrado la respuesta.

Creí no ser otra cosa que una marioneta manejada al total antojo de dioses y demonios.

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- La soledad de hierro que en todo momento estuvo a mi lado, me recordaba a cada

instante lo insignificante que era en comparación con todo lo que me rodeaba.

- Vi la luna, el sol, las estrellas. Todos ellos parecían mirarme fijamente desde la

eternidad. Seguramente se burlaban.

- La sinfonía que nunca pude plasmar se quedó en el olvido. Mi guitarra guardó un

profundo silencio y se negó a revelarme la armonía que siempre estuvo en mi mente,

cuando cerraba los ojos, cuando me imaginaba volando por el cosmos, cuando sus

recuerdos me torturaban.

- Tantos minutos desplomados. Los encuentros semejantes a la soledad.

- Y aquí estoy, nuevamente como en el principio, completamente desquiciada pero, tal

vez, pensando más cuerdamente que cuando creía estar guiada por la razón. ¿O no?

Ges sentía que, lentamente, su espíritu se iba apagando de a poco. Decidió salir a un

lado del camino. Se sentó sobre unas rocas y tomando su guitarra en las manos dijo:

nada hay ya que pueda perturbarme, todo se convirtió en un eterno retorno de lo mismo,

nada tiene sentido alguno. ¿Será que alguna vez lo tuvo?

- El camino jamás término…