Erhard. Hacia Una Economía Política Humanista

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HACIA UNA ECONOMÍA POLÍTICA HUMANISTA LUDWIG ERHARDT C U A D E R N O S EMPRESA Y HUMANISMO I N S T I T U T O 38

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Erhard, L., “Hacia una economía política humanista". En Cuadernos empresa y humanismo Nº 38, Universidad de Navarra, Instituto Empresa y Humanismo, 2011.

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HACIA UNAECONOMÍA POLÍTICA HUMANISTA

LUDWIGERHARDT

C U A D E R N O S

EMPRESA Y HUMANISMOI N S T I T U T O

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INDICE

PRESENTACION1. EL ORDEN POLITICO-ECONOMICOCOMO GARANTIA DE LA LIBERTAD EINICIATIVA EMPRESARIAL

2. UNA POLITICA ECONOMICAORIENTADA A LA “INTEGRACIONINTERNA” DE LA SOCIEDADNOTA BIOGRAFICA

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PRESENTACION

Presentamos aquí dos textos de Erhard. Elprimero corresponde a un artículo escrito paracontribuir en la publicación en homenaje(Festschrift) al gran economista y sociólogoLudwig von Mises, con ocasión de su 90 aniver-sario, en 1971. El segundo corresponde a undiscurso pronunciado en el IX. CongresoFederal de la C.D.U., en Karlsruhe, el 28 deabril de 1960. La traducción que aquí presen-tamos ha sido posible gracias a la estrechacolaboración entre el Seminario Permanente“Empresa y Humanismo” y la FundaciónLudwig Erhard. Esta última nos ha ofrecidogenerosamente toda clase de facilidades parallevar a cabo el proyecto conjunto de unaedición castellana de textos de Erhard, de laque esto es sólo una pequeña muestra, y quepronto será una realidad. Aprovechamos,pues, la ocasión para mostrar nuestro agrade-cimiento a la Fundación Ludwig Erhard, espe-cialmente a su Director Gerente, el Dr.Wünsche. Hemos utilizado como fuente laedición reciente de Karl Hohmann, tituladaGedanken aus fünf Jarhzehnten , Reden undSchriften, ECON Verlag, Düseldorf. Viena,Nueva York, 1988. Esta edición ofrece lostextos íntegros y en su versión original, cuyatraducción ofrecemos, con los mínimos

recortes introducidas por el Dr. Wünsche enorden a su orientación a un público no alemán.

El interés actual de los discursos y escritos deErhard se debe a muchos motivos. En primerlugar, porque se caracterizó siempre por unavisión proyectiva y de futuro, que le ganóalgunas veces el calificativo de “visionario”, yque es lo que hace que estos escritos de losaños 60 y 70 sean tan actuales. Su pensamientose dirigió por a problemas y situaciones de hoy.La figura de Erhard es recordada en estos díascon frecuencia en la prensa y en los mediosalemanes; porque resultan sorprendentes, porejemplo, los anuncios y recomendaciones quehizo por adelantado acerca de la reunificaciónalemana, o el empeño incansable con queimpulsó los primeros pasos de la ComunidadEconómica Europea, ya desde pocos añosdespués de la II Guerra Mundial. Por otraparte, teniendo en cuenta el desfase del desa-rrollo económico español respecto del alemán,cabría decir que si estos escritos de Erhard seconsideran de gran actualidad en Alemania,con mayor razón pueden serlo también ennuestro país, incluso aunque sólo sea por lanovedad que tienen para el público español.

Pero la actualidad de Erhard, lo que haceque sus ideas puedan servir hoy de inspiracióny puedan ser útiles más allá de las fronteras

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alemanas, no es sólo su visión de futuro, sinotambién, y sobre todo, los principios teórico-prácticos y la coherencia concepcional que lecaracterizaron. Es cierto que Erhard se sintiósiempre vinculado a toda una serie de econo-mistas de su misma generación, que coincidíancon él en intentar aprender las lecciones histó-ricas de las sociedades industrial izadas; y quepromovieron, en los años de la postguerra, deuno u otro modo un nuevo espíritu de libertadeconómica, de apertura comercial interna-cional, y de búsqueda de un equilibrio en lainterdependencia de los órdenes sociales.Hubo un resurgir del impulso liberal tras elfracaso de la “era de los experimentos inter-vencionistas”; pero un impulso liberal nuevo,distinto, auto-crítico respecto al liberalismoclásico, que había conducido inevitablementeal convulsivo “problema social”. Es lo que sellamó luego “neoliberalismo” y que en elámbito centro-europeo adoptó la forma delllamado ordo-liberalismo de la Escuela de Fri-burgo, fundada por Eucken y que cuenta entresus filas a Wilhelm Röpke, Alexander Rüstow,Frederick von Hayek y Franz Böhm, pornombrar sólo a algunos.

En el seno de esta corriente de pensamientoordo-liberal tuvo origen un modelo prácticode acción político-económica, que Erhard con-

cibió en estrecho diá-logo con los intelectualesanteriormente citados y otros, como AlfredMüller-Armack y Friedrich Lutz. A esta con-cepción de la acción político-económica ladenominaron “Economía Social de Mercado”,Según ella sólo la economía de mercado puedealcanzar objetivos sociales de “bienestar paratodos” gracias a una política monetaria, finan-ciera y crediticia -bajo el régimen de indepen-dencia plena del Banco emisor-que tengacomo objetivos el equilibrio de la balanza depagos, el mantenimiento de la estabilidadmonetaria, el crecimiento económico con-tinuo, y el pleno empleo (el así llamado “cua-drado mágico”).

Junto a esta forma peculiar de considerar lastareas y los métodos de la política económica,la Economía Social de Mercado de Erhard secaracteriza también por un rasgo que va másallá de las puras técnicas político-económicas.Erhard consideró la economía como un ámbitoo aspecto central de la vida humana, que debeser adecuadamente ordenado, para que lascondiciones sociales se desarrollen hasta unasituación satisfactoria; y para que la cultura yla calidad humana alcancen una firme rai-gambre. Y es precisamente esta preocupaciónpor el hombre -el hombre concreto y sulibertad “infragmentable”- lo que otorga a

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estos escritos de Erhard una marcada interdis-ciplinariedad. En primer lugar entre el puntode vista económico y el político. Erhardpractica una suerte de visión sintética deambos, sin confundirlos nunca, lo cual es parteesencial de su modelo concepcional (principiode la interdependencia de los órdenes). Peroesta interdisciplinariedad no se limita sólo a lainterdependencia entre política y economía,sino que ensancha la perspectiva todavía más,y las articula con otras perspectivas como lasociológica, la histórica, la ética, la psicológica,la antropológica, etc. En una palabra, entranen juego todas las ciencias humanas, como no

podía ser de otro modo tratándose de unhumanista.

Naturalmente, este es un aspecto que deseorecalcar: que en Erhard hay humanismo; unhumanismo que tiene mucho en común con elreciente “humanismo empresarial”, con ladiferencia de que en Erhard está visto desdeun observatorio distinto; desde la perspectivapolítico-económica, que brinda un comple-mento imprescindible a la perspectiva empre-sarial. Este humanismo de fondo, connatural asus principios concepcionales, desvela enbuena medida el secreto de su éxito, y el de sugrandeza de espíritu.

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1. EL ORDEN POLITICO-ECONOMICOCOMO GARANTIA DE LA LIBERTAD EINICIATIVA EMPRESARIAL

El planteamiento según el cual la economíade mercado sería equivalente a un ordenliberal de la economía y de la vida, en general,carece de validez absoluta. No cabe duda deque el liberalismo ha acuñado de modo muynítido el concepto de economía de mercadocomo forma muy sofisticada de intercambioanónimo de bienes y servicios, pero aquíhemos de hablar de «economía de mercado»,y resulta obligado, por desgracia, definir conmás precisión de «qué» economía de mercadovamos a hablar. De igual modo que a lo largode más de 200 años, el “liberalismo” de AdamSmith ha experimentado innumerables trans-mutaciones, distorsiones y aberraciones, es detemer que la “economía de mercado” sufra enel futuro un destino semejante. No obstante,podemos partir del hecho de que en la con-ciencia pública la economía de mercado sepercibe como un «principio de orden» liberal,y esto es correcto en cuanto la libertadhumana es difícilmente compatible conmodelos de pensamiento de tipo socialista ocolectivista.

Una economía de mercado sólo comienza aexistir ahí donde las relaciones entre produc-tores, comerciantes y consumidores dejan deestar configuradas por vínculos personales, yadquieren un carácter predominantementeanónimo. Este proceso comenzó a despuntar alo largo del medievo donde el imperio de laproducción al pedido del cliente, y el consumodeterminado por el orden estamental, ibaparalelo a una visión de conjunto ampliaacerca de las actitudes vigentes en la sociedad.Por tanto la economía de mercado estabatodavía circunscrita a un orden sentido comoquerido por Dios que permitió una influenciaenérgica por parte de la autoridad, por lomenos de modo indirecto

A partir de estas formas de vida medievales,con sus vínculos jerárquicos y con unas ideasfuertes acerca del orden político, se llevó acabo el tránsito a la era del mercantilismo, elcual por su doctrina rígida tampoco ofreció ungran margen de maniobra al despliegue indi-vidual. El orden estamental fue relevado porun sistema que, sostenido por una concienciaestatal y nacional más vigorosa, condujo haciauna alienación de las fuerzas económicas ypermitió que, por primera vez, mediante doc-trinas que aquí no viene al caso exponer, se

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plasmara el poder estatal como generador deorden también para la economía.

Si aceptamos que sólo considerando losacontecimientos históricos a la luz de suintrínseco sentido se está en condiciones deformular un juicio adecuado a cada época ymomento, entonces se concluye necesaria-mente que de aquella época mercantilista, queconsideramos ya superada, nos han quedado,no obstante, unas reminiscencias que con fre-cuencia encuentran su expresión en el pensa-miento exageradamente nacionalista y estata-lista. La experiencia de aquellos tiempos debeser para nosotros una advertencia, perotambién nuestras experiencias contempo-ráneas nos enseñan que una cooperacióninternacional fructífera se basa principalmenteen la garantía de un orden interior equili-brado.

El advenimiento de la economía demercado, tal como hoy la entendemos, cierta-mente tiene lugar con el liberalismo nacientebajo la forma de una nueva visión de lasociedad y de la economía, de tipo liberal-burgués. Esta nueva visión condujo al estable-cimiento de normas enteramente nuevas. Losderechos civiles reemplazaron al Estado omni-potente, el libre arbitrio del ciudadano alpoder coercitivo de la autoridad. Las doctrinas

de un Adam Smith, un David Ricardo o un JeanBaptist Say iniciaron una revolución intelectualque, bajo la denominación de “liberalismo”,no sólo conmovió al mundo, sino que llegó atransformarlo por entero. Evidentemente, loque hizo surgir la Modernidad fue algo másque una mera reacción frente a un aumentoexcesivo de¡ pensamiento económico estata-lista. De todas formas, resulta digno derecordar que los pioneros intelectuales de latemprana concepción económica liberalhablaron mucho del «mercado», pero poco de«economía de mercado» en su sentido propio.Desde una consideración histórica, estotampoco parecía necesario, puesto que quienvaloraba la libertad que era propia de unorden liberal, no podía menos que defenderlo,aunque todavía no lo concibiese como unadeterminada concepción de ordenamientosocio-económico.

En cualquier caso, se puede partir sinreservas de la base de que cuando hoy se hablade economía de mercado, nadie piensa ya enlas formas ultra-liberales del siglo pasado,salvo cuando se pretende utilizar intenciona-damente para una crítica o polémica político-social. Los fundadores de la economía políticaclásica desvelaron las leyes internas de unorden liberal mediante un modelo teórico níti-

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damente elaborado; dieron a conocer rela-ciones económicas que, desde el punto de vistade la economía pura, podían reivindicar unrango de validez absoluta. No obstante, suscontemporáneos y sucesores quizás conside-raron demasiado poco el hecho de que el que-hacer económico está situado siempre en elmarco de la economía “política” que introducedatos distintos, es decir, datos políticos queinfluyen desde fuera. Para poder valorar estosdatos en cuanto a la extensión e intensidad delas desviaciones que producen, se hace nece-sario proyectarlos sobre el modelo teóricopuro de la doctrina clásica, en cuanto sistemacoherente en sí. Las alteraciones que hantenido lugar desde el liberalismo original hastala concepción de la economía de mercado enun sentido moderno, han de ser entendidastambién, como es natural, a la luz de las muta-ciones sociológicas. Dichas alteracionestuvieron lugar principalmente en la época delmás intenso desarrollo industrial, y fueron con-secuencia de las calamidades y situaciones pre-carias que este proceso de industrializacióngene-ró. Ahí se halla, en último término, lacausa de que hayan cambiado radicalmente lasconcepciones acerca de la libertad económicay de la justicia social.

El haber puesto de manifiesto el núcleo deeste mal, es decir, el error intelectual funda-mental de la época liberal, hemos de agrade-cérselo -en Alemania- en primera línea a la«Escuela de Friburgo», que cada vez adquieremás prestigio y que está ligada ante todo alnombre de Walter Eucken. El orden liberal nose vió condenado al fracaso debido al principiode laissez-faire, -como ha creído durantemucho tiempo el socialismo-; no fracasó porpadecer de un exceso de libertad, que hubieseinducido al patrono a arrogarse el derecho depoder restringir la libertad de terceros casiarbitrariamente, por razón de su posiciónsocial y su función económica -aunque proba-blemente sea cierto que los patronos llegasena creerse con derecho a esto-. Los defectos delliberalismo no fueron propiamente errores detipo teórico, sino más bien una insuficienteconsideración crítica de algunas ideas socio- yjurídico-políticas que en su tiempo, al parecer,tuvieron su validez, pero que a la larga se mos-traron cada vez más insostenibles. Si bien enun principio, la desigualdad del poder eco-nómico de los agentes del mercado posibilitóuna explotación desconsiderada de las fuerzaslaborales humanas, no obstante, en tiemposposteriores se ha puesto de manifiesto una cre-ciente conciencia de los daños sociales de este

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tipo, que ha permitido a la sociedad enfren-tarse con ellos.

En una fase posterior se ha intentado y se hapracticado masivamente la consolidación denuevas posiciones fuertes de poder y dedominio del mercado, por medio de acuerdosciviles -acuerdos de cárteles u otras formas derestricciones de la competencia-, ante lapérdida de influencia y poder en el terrenosocial. De manera que el sistema liberal, apesar de su fundamentación teórica subya-cente, no ha sido considerado por parte de lapraxis económica como un orden de compe-tencia, ni tampoco se ha aplicado a la praxis eneste sentido. No se consideró así, aunque ladinámica del desarrollo industrial y el aumentode la densidad del comercio internacional,otorgaron una vigencia cada vez mayor a laconcepción económica liberal como elementodinamizador.

Con mirada retrospectiva, se podría afirmarque la tensión dual entre una competencia yano susceptible de ser forzada o controlada ylos intentos de dominarla a pesar de todo,encierra una buena parte de la historia eco-nómica moderna hasta nuestros días. No cabeduda de que el pensamiento en órdenes de laEscuela de Friburgo -de los llamados «Ordoli-berales» -ha hecho tomar conciencia de la

importancia de la competencia; pero con ellotambién la ha convertido en objeto de discu-siones. De todas formas, la competencia comoelemento ordenador, ha alcanzado, gracias alos conocimientos aportados por la Escuela deFriburgo, un lugar óptimo en el seno de la eco-nomía de mercado. En efecto, después delderrumbamiento político y económico de Ale-mania en la segunda Guerra Mundial, la com-petencia o, mejor dicho, las repercusionessociales de una competencia ya no arbitraria-mente manipulable, ha configurado tambiénuna realidad práctica política correspondienteal “pensamiento en órdenes”, que es elsistema de la Economía Social de Mercado.

A pesar del parentesco intelectual existe unelemento adicional que diferencia a estenuevo espíritu de economía de mercado -enespecial a la Economía Social de Mercado-frente a ese pensamiento liberal. Tal elementodefinidor consiste en que para aquella, no sóloes determinante el automatismo técnico delequilibrio de la oferta y la demanda en elmercado, sino también y en primer lugar, unosprincipios intelectuales y morales. Si tal ordensólo consistiera en el equilibrio entre oferta ydemanda producido mediante una libre for-mación de precios en el mercado, entoncesesto no sería suficiente para fundamentar con

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validez conceptual un orden social. Las direc-trices son de orden moral y nos remiten a lapregunta de si y hasta qué punto una auto-ridad o un colectivo privilegiado por el Estadopuede arrogarse el derecho a restringir oincluso abolir arbitrariamente la libertad indi-vidual, por mucho que se invoque la urgenciade tareas comunitarias de orden superior.

Iniciativa privada en economía, natural-mente, no significa que siempre sea la decisiónindividual de una persona física, la quedetermina el curso del quehacer económico.En el caso de las sociedades de capitales, porejemplo, los gremios decisorios como elconsejo de administración y la junta directivadeberán ponerse de acuerdo sobre lasmáximas de su actuación. Sin embargo, sí escierto que las ideas realmente creativas, queabren nuevos caminos no nacen en colectivos,sino que siempre llevan un sello personal. Quetales ideas han de ser repensadas y puestas aprueba por muchas cabezas hasta llegar a lamadurez de su aplicación, no altera en nada elhecho de que no existen cerebros colectivos.

Sin embargo, para mantenernos dentro delas proporciones de la vida real, hemos deadmitir que ni siquiera el empresario más hábily exitoso ingenia una innovación cada día. Loque sí es posible y debido es que esté cada día

suficientemente vigilante, como para soste-nerse en un mundo en cambio continuo. Estoexige también, la valentía de tomar decisionesrápidas cargadas de consecuencias graves, quepueden ser de vida o muerte para el empre-sario. Es un engaño la opinión de que estoquizá hubiera tenido validez en algún tiempopasado, pero que hoy en día el empresarioestaría libre de esta preocupación, gracias a lasupuesta calculabilidad y control del quehacereconómico; no, esto es un engaño, es una falsaapariencia que ni siquiera es una mentirapiadosa. En Alemania, en los últimos años,hemos experimentado suficientemente quecasi todos los pronósticos que deberían haberservido de orientación se han mostrado inco-rrectos, y que cada empresario, para bien opara mal, tenía que orientarse, en últimotérmino, por su propia experiencia.

Se puede comprobar mediante el ejemplode las economías comunistas, cuáles son losresultados materiales y cuáles son, sobre todo,las consecuencias sociales, -en su mayor parteperjudiciales-, que sufre una economía políticasin iniciativa empresarial. No cabe duda de queen éstas hay técnicos y directivos tan hábilescomo los que hay en el mundo libre. Pero nohay empresarios, porque no hay espacio paraesta tarea o cualidad específica si no hay mer-

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cados abiertos, ni libre competencia o cuandola libertad de consumo es muy limitada. Talespaíses pueden acometer objetivos técnicoseximios, pero no pueden satisfacer ni siquieranecesidades que son relativamente primitivas,según criterios occidentales.

A partir de lo dicho debería ser patente quesólo puede haber un empresariado libre sobrela base de un orden político liberal y, portanto, en el marco de un sistema de economíade mercado. Cualquier restricción de estaslibertades trae la consecuencia de que elempresario se vuelve incapaz de prestar ser-vicios fructíferos, incluso en beneficio delpropio país. La experiencia nos dice que elabandono de este principio liberal no puededarnos las menores esperanzas de solucionesmejores, ni una alternativa satisfactoria. ¿Quées lo que tiene que ocurrir todavía para cons-tatar la tesis de que la economía de mercadoes también el fundamento más eficiente delorden social? Sin embargo, dado que la eco-nomía de mercado -sobre todo en su versiónmoral, es decir, la Economía Social de Mercado-tiene el presupuesto de la iniciativa empre-sarial libre, no se puede negar -entre gentehonrada- la conexión inmediata entre acti-vidad empresarial, bienestar y seguridadsocial, Es también bastante significativo que en

la República Federal de Alemania ningúnpartido, salvo algunas agrupaciones extremis-tas como por ejemplo las «juventudes socia-listas», se atreve a atacar en público el prin-cipio de una economía de libre empresa. Estoes un hecho, aunque existan algunos quequizá esperen poder iniciar por la puertatrasera una reestructuración de nuestro ordensocial, mediante el aumento de impuestossobre el terreno, sobre el patrimonio y sobre laherencia. Habrá que vigilar cuidadosamenteesto, para no desembocar un buen día en unasociedad socialista, a través de una multitud depequeños pasos en esa dirección.

Frente a una evolución económica que secaracteriza de modo creciente por concentra-ciones, fusiones y conglomeraciones cada vezmás poderosas, tanto en el sector industrialcomo también en el comercial, es frecuente oirque cada vez queda menos espacio demaniobra para el despliegue de la iniciativaprivada, según los principios de una economíaregulada por la competencia. Algunos fenó-menos parecen apoyar esta idea, aunque seríaun error grave sostener que el crecimiento deltamaño de las empresas haga menguar la com-petencia, o que la llegue a extinguir por com-pleto. Si se perciben tales tendencias amenguar o restringir la competencia, o se com-

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prueban actuaciones que tienden a este fin,hoy día es, sin duda, asunto del poder legis-lativo impedir y sancionar abusos evidentes deeste tipo. De hecho también ha de contarsecon nuevas regulaciones legales en cuestionesde control de abusos y de fusiones. No obs-tante, no estoy dispuesto -como es biensabido- a tolerar una iniciativa privada que seoriente a impedir la competencia, ni deninguna manera a admitir tal cosa como «ini-ciativa». Me consta que hoy todavía hayempresarios de vieja crianza que se lamentanpor la pérdida de su pasada gloria «cartelaria»,pero el tiempo ya los ha dejado atrás. Para nofaltar a la justicia y no omitir nada no quisieranegar que algunas de estas fusiones empresa-riales no hayan emergido de un cálculo pura-mente racional, sino por el afán de afianzar lapropia posición en el mercado, y posiblementetambién para conquistar más poder comercial.Sin embargo, en el marco de una economía demercado es difícil alcanzar y más difícil todavíadefender posiciones de monopolio -o siquierade oligopolio- puesto que la apertura mun-dialde los mercados entraña que se hunda hasta elmás esforzado empeño en esa dirección. Hoyen día el punto crítico al que debe dirigirse laatención son más bien los intentos de una res-tricción supranacional de la competencia.

Si la iniciativa privada debe ser puesta aprueba en la competencia, entonces no debeser ésta impedida desde la política o, peortodavía, por motivos de política de partidos.De todas maneras debería ser indiscutible queen el marco de nuestro orden jurídicamentegarantizado, el ámbito privado ha de estarlibre de la tutela estatal. No debería ser posibleobligar a nadie a sujetarse a cualquier organi-zación o institución, sino que más bien ha deasegurarse el libre albedrío del ciudadano eneste sentido. También pertenece al conceptode la iniciativa privada que el hombre no sóloes un ser social (de grupo), sino que ante todoes y debe seguir siendo una persona individual.En una democracia madura deberíamos faci-litar un reconocimiento mayor a la dignidaddel individuo. Esta dignidad del individuo,lejos de ser una ilusión que el pensamientosocial o grupal podría superar o arrasar, es algoque cuando se pierde por completo constituyeuna maldición de nuestra sociedad, a saber,que el individuo deja de estar capacitado paradesarrollar sus virtualidades y para ponerse aprueba. Como ya he señalado, la custodia delespacio vital privado no se refiere sólo a la acti-vidad económica industrial en el ámbito de laempresa. Más bien se refiere a la actividad eco-nómica de cada uno de los ciudadanos, quequieren reservarse el derecho y la libertad de

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configurar su vida personal e individual segúnsus propias ideas.

Además, estas reflexiones no sólo tienenvalidez en el ámbito nacional sino también enel internacional. No existe ningún ordena-miento económico orientado a la convivenciapacífica entre los pueblos fuera de la economíade mercado. Ella se sustrae -según la medidade una competencia fundamentada en el ren-dimiento- a cualquier aspiración de un Estadoa abusar del poder económico, utilizándolocomo instrumento de poder político. Mientrasel intercambio aduanero de los bienes siga exi-giendo iniciativa privada, no quedará ningúnespacio para un dominio estatal de esta convi-vencia pacífica, que tan beneficiosa es paratodos los pueblos.

Por estos motivos, en Alemania, después delderrumbamiento, hemos construido esteorden económico, que nos ha ganado un reco-nocimiento mun-dial. Y sin embargo, quienhoy sigue pensando en estas categorías, fácil-mente es tachado de anticuado y retrógrado.Progresista, en cambio, es aquel que ya nopiensa en términos de órdenes sino tan sólo entérminos de acción. También en el mundolibre, un pragmatismo superficial o un confor-mismo pernicioso impregnan cada vez más laconciencia política. Y natural mente quien no

advierte ni aprecia el valor del orden comomarco para la vida, tampoco es capaz dedefenderlo y apoyarlo.

En lo que llevo dicho, ha aparecido con fre-cuencia la palabra «orden», sin definirla conmás precisión. A continuación debemos poneren claro este oscuro punto. Fue mérito de laEscuela de Friburgo -es decir, de Walter Euckeny sus colaboradores- el haber reconducido laeconomía política a un riguroso «pensamientoen órdenes»; no sólo para conjurar el fantasmade la economía de planificación estatal o paracolocar la naciente «econometría» en su lugaradecuado, sino más todavía para enfrentarseal aburrido e insípido pragmatismo con la dis-ciplina de un orden concepcional. Por mi parte,no tengo reparos en tachar al comportamientopragmatista -hoy tan alabado- de capitulaciónante la verdad, y de cobardía ante la realidad.Muchas veces es hoy día considerado pru-dente, quien ya no sabe por dónde va elcamino, el que rehuye tomar decisiones, y paracolmo, es considerado político “hábil” quienactúa «pragmáticamente», es decir, subordi-nando sus proyectos a los azares del momento.Los pragmáticos son relevados por los oportu-nistas y, al final, éstos son a su vez relevadospor los conformistas sin escrúpulos.

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Parece ser un signo de nuestros tiempospensar no tanto en «órdenes» como en «regla-mentos». Esto se pone de manifiesto ostensi-blemente en la continua creación de nuevasinstituciones, tanto en el plano nacional comoen el internacional, con el fin de perfeccionarla vida socio-económica y social hasta la com-pensación de las más mínimas «injusticias»,mediante un intervencionismo cada vez mayordel Estado o de algún organismo colectivo. Yesto nos aleja con demasiada facilidad delorden natural. No cabe duda de que encierramucha verdad aquella sentencia de quequienes pretendieron hacer de este mundo sucielo, lo convirtieron en un infierno. ¿A quiénle es lícito presumir de que sabe lo que es«justo» o lo que es «social»?. Nuestra sociedadactual que tanto gusta de la gestión moderna,se empeña constantemente en corregir a Dios-o si se prefiere- a la creación.

Ciertamente yo también estoy convencidode que la competencia verdadera, no mani-pulada, representa en la vida económica elmejor principio de selección y el más benefi-cioso, mientras que otros opinan que las posi-bilidades vitales de los individuos deben serdirigidas autoritaria mente con el fin dealcanzar la igualdad. La tendencia hacia unigualitarismo cada vez mayor se pone siempre

más en primer plano como fin social, a pesarde la innegable diferenciación humana. Noobstante, como no somos ángeles, ni tampoconos movemos exclusivamente por ideales,resulta que ese camino habría de conducirnosa la larga al debilita~ miento del rendimientoeconómico, y a la disminución de nuestra capa-cidad de dar satisfacción a las notorias exi-gencias de nuestro tiempo ~pensemos tan sóloen la multitud de tareas sociales que de hechose hacen cada vez más urgentes-. Pero pormucho que haya que alabar la solidaridad desaber que cada hombre está protegido de lacalamidad y de la miseria, no por ello deja deser necesario conjugar este principio de solida-ridad con el principio de subsidiariedad. Enuna sociedad humana los ciudadanos dotadosde espíritu, alma y conciencia no siguen a unasleyes físico-biológicas, como lo hacen las hor-migas en el hormiguero. Precisamente por eso,los órdenes humanos han de conceder unespacio lo más amplio posible a la libertad y laindividualidad.

Se me puede tachar de subjetivismo, porhaber intentado -con la puesta en práctica dela Economía Social de Mercado- unir el orden ala libertad para que reine más justicia.«Orden» no ha de entenderse aquí ni exclusivani predominantemente como orden jurídico

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en un sentido esquemático, sino como ordenvital de una comunidad en su más honda signi-ficación. Tal orden puede ser tomado ensentido estricto pero también en sentidoamplio; de modo que su alcance se extiendedesde la familia hasta el Estado y aunquecambian sus formas según los casos, sinembargo, no cambia su esencia y su contenidobásico. Esto significa que cualquier forma deasociación humana requiere el reconocimientode reglas de juego vinculantes para todos.Aquel dicho de que «ni siquiera el hombre máspiadoso puede vivir en paz, si no quiere sumalvado vecino» se basa en la comprensión deque aún en un ámbito reducido, la renuncia alorden conduce necesariamente a la discordia oal caos. Ahora bien, alguien podría pregun-tarse aquí ¿cómo se logra esta conciliaciónentre libertad y orden?. Permítanme que res-ponda citándome a mí mismo, cuando hedeclarado reiteradamente que, si bien el ordensin libertad engendra con demasiada fre-cuencia la coacción, la libertad sin orden, porsu parte, muy fácilmente acaba amenazandocon desvirtuarse hacia el caos. La historia nosofrece ejemplos suficientes para ambas tesis.

Mientras los regímenes totalitarios afirmanque en sus territorios reina el “orden”, en lasdemocracias maduras se señala que en su terri-

torio el orden ha de entenderse como inte-gración y subordinación espontánea dehombres libres en la sociedad y en el estado; yasí se pone de manifiesto que los órdenes coac-tivos necesariamente destruyen cualquierdemocracia mien-tras que la libre voluntad deorden, positiva y constructiva, representa elvigor de una democracia realmente res-paldada por el pueblo. La idea trágico-cómicade someter un orden social a la supervisiónpolicial, siempre será, al menos eso espero,algo absurdo. En este contexto parece quevuelve a hacerse necesario comprender elorden, no como una situación dirigida pormandatos, sino como armonía basada en unequilibrio interno. Armonía aquí no significafelicidad petrificada, sino que indica un acon-tecer dinámico en el marco de un orden devida libremente elegido.

La conclusión que se saca de esto para lapolítica de ordenación, es que no basta unainterpretación meramente material de laesencia interna de la economía de mercado,para que ésta ya llegue a ser una forma social.En una fase evolutiva que pretende configurarla vida cada vez más en función de cálculos yprevisiones, no se puede pasar por alto elpeligro de que la política económica activa nobusque ya orientar la economía de mercado

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según unos principios de orden, sino más bienmanipularla según planes políticos preestable-cidos. No existe una economía de mercado ver-dadera que permita al Estado alterar arbitra-riamente y a Corto plazo los datos económicos,según concepciones ideológicas o conforme aunos intereses de partido. Esto sólo puede con-ducir a desencadenar procesos que, aunqueaparentemente o de manera inmediata nomermen el mecanismo de la economía demercado, sin embargo ya no concuerden conel espíritu de una sociedad libre. Piénsese, porejemplo, en la política fiscal de impuestos encuyo desarrollo avanzan también en Alemaniaideas colectivistas: un progresivo aumento delimpuesto sobre la renta a cargo de los ingresosmayores, y un aumento drástico de la contri-bución territorial, sobre el patrimonio y sobrela herencia, se presentan como un progresosocial, a pesar de que está calculado y com-probado a través de una larga experienciainternacional, que el supuesto beneficio fiscalque estas medidas comportan, está muy lejosde compensar la pérdida de energía econó-mica que dichas medidas provocan.

En conclusión, si un orden social liberalparece que sólo es concebible sobre la base deun fundamento intelectual y moral, entonceslas normas que rigen la política económica

adecuada a una sociedad libre no pueden esta-blecerse o alterarse de manera arbitraria. Conotras palabras: una economía de mercado hade llevar ya en sí misma los rasgos de unasociedad libre para poder ser valorada comoconcepto de orden. Esto significa -una vezmás- que no existe un mercado libre al margende una sociedad libre.

En algunos países se pueden ya reconocersignos de una desilusión acerca de la posibi-lidad de escapar de la maldición de unainflación progresiva. Por tanto, es necesariodespertar a todos los espíritus y mostrar queperderemos la libertad y caeremos en los lazosdel colectivismo si no nos oponemos al mal dela inflación. No es innato a los hombres conespíritu liberal la inclinación y el afán de pro-tección mediante una seguridad colectiva, unfenómeno que cada vez se deja observar enestratos de la población más amplios; sino queesto es, en lo esencial, la consecuencia de unaevolución, que lleva a que especialmente laspequeñas y medianas empresas y los profesio-nales liberales se pregunten y duden de si eltrabajo y el rendimiento de toda su vida, sonsuficientes para costear los años de jubilacióna la vista de la disminución del valor deldinero. El retroceso relativo de la actividadahorrativa supone una amonestación adi-

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cional. Si se toma en cuenta la imposiciónsobre la renta y sobre los bienes y se une a estola depreciación de la moneda en 4 ó 5 puntos,a la cual no sólo están sujetos los intereses sinotambién el capital mismo, es inevitable quesufra menoscabo la voluntad de ahorrar y derentabilizar. Ahora bien, por este caminosomos llevados a la disolución de un ordensocial liberal.

Cuando el ciudadano deja de tener la con-vicción -que necesariamente se va perdiendoen un proceso inflacionario- de que puedeconfigurar su destino con sus propias fuerzas,entonces decae también su valor paradefender la libertad. Cuando sobreabunda elsentimiento de dependencia del Estado y de subeneplácito, o del de determinados orga-nismos públicos, tampoco se puede esperar delciudadano ningún coraje civil. Pero de estemodo los ciudadanos libres son degradados ala condición de súbditos. La comparación entreel orden vital en Estados totalitarios y en

.países libres confirma también la validez deesta afirmación. Por ello tampoco son bienin-tencionados aquellos que nos ofrecen solu-ciones intermediarias, a la manera del sistemaeconómico yugoslavo, y nos dicen que las ten-siones entre estas dos formas diferentes devida se reducen a un conjunto de malenten-

didos interpretativos. Los que afirman esto soncolectivistas puros, que pretenden adormecernuestra conciencia.

Economías colectivistas que disponen sobreel capital productivo, de monopolios comer-ciales, y del derecho a la fijación de los precios,y que tienen, por tanto, multitud de posibili-dades de intervención no precisan ningúnmercado de capitales. Desvían fondos de modoautocrático antes de que el consumidor recibasu parte, mientras que en los países demó-crata1 ibera les el estado está sujeto y dependede la actividad impositiva sobre sus ciuda-danos, de que éstos pongan tanto a su dispo-sición como a la de la economía privada,medios suficientes por vía de la formación decapital por medio del ahorro. No obstante, enel marco de nuestro orden no puede funcionarni alimentarse suficientemente un mercado decapitales si perdura la tendencia inflacionista.Puesto que ninguna economía nacional encompetencia puede renunciar a la racionali-zación, y al aumento de productividad; ypuesto que las administraciones públicas estánobligadas a cumplir con las tareas comuni-tarias, la economía privada va a intentar des-viarse a precios más altos, pero por supuestotambién en sueldos más altos; el Estado, por suparte, tendrá que subir los impuestos para dar

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comienzo al siguiente ciclo de inflación, unavez terminado el anterior. De esta mane-ra lainflación de hoy engendra la de mañana y, porasí decirlo, se nutre de sí misma. ¿Es posibleque esto responda a leyes inalterables?

Aunque aquí y allá prevalezca aún la cre-encia de que existen salidas viables, la realidaddebería ya habernos instruido a todos de locontrario. Y aunque fuera verdad que pormedio de la inflación se pudiese acelerar elprogreso técnico -lo cual en realidad es unaconclusión engañosa y errónea-, aún así, estepresunto beneficio habría supuesto un preciodemasiado alto: la destrucción de la sociedadlibre. La equivocada creencia en que el acon-tecer social es susceptible de ser calculado y enque la evolución de las reacciones humanas espredecible y abarcable, ha contribuído muchoa la orientación errónea de la política conyun-tural. Muchos Estados desearon -por supuesto,sin asumir ninguna responsabilidad- empujar ala economía en una dirección predeterminadapor medio de objetivos, o por medio de las lla-madas “ayudas orientativas”. Y curiosamente,cuando este «planificar» se sitúa al margen dela vida real, entonces no se ha equivocado elEstado, no... ha fallado el ciudadano. Es éste elculpable si el Estado, para cubrir sus propiasfaltas, recurre a medidas coactivas tal como se

manifiestan en la congelación o el control delos alquileres, en la congelación de los precioso salarios. El punto de llegada de este caminodel desorden es necesariamente la pérdida dela libertad democrática. Cuando, como conse-cuencia de la inflación, se propague en estepaís tanto la ocultación de la riqueza impo-nible, como la huida de cap¡~ tales, y cuando,para colmo, se vuelva al control de las divisascomo tabla de salvación, entonces habremosdespilfarrado en brevísimo tiempo todoaquello que después del hundimiento, harepresentado esperanza y salvación. El des-mantelamiento del comercio mundial y la rein-cidencia en un proteccionismo nacional no sonsaludables para la economía mundial, sino quepor el contrario la conducen a su disolución.

Si en otros tiempos la economía de libremercado -como expusimos arriba- fue objetode múltiples intentos de manipulación porparte del mundo empresarial, mediante unaadulteración del concepto de libertad; hoy endía la Economía Social de Mercado está ame-nazada por otros peligros, a saber, por unainterpretación equivocada del concepto de «losocial», por el peligro de la manipulaciónestatal mediante un dirigismo progresivo, o uncolectivismo cada vez más poderoso. La dispo-sición de cada vez más grupos y estratos

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sociales a garantizar su subsistencia, su segu-ridad y su futuro en el colectivo, no nace de unverdadero deseo sino de una preocupaciónfrecuentemente muy fundada -aunque acom-pañada de un rechazo interior-a que el indi-viduo -dejado a sus propios cuidados- ya noesté capacitado ni siquiera a enfrentarse demodo eficaz a las adversidades, eventuali-dades y vicisitudes de las decisiones políticas, oa las evoluciones conyunturales. Cuando soncada vez más los establecimientos y empresasque están sobrecogidos de temor, y sientenamenazada su existencia si no tienen el apoyodirecto o indirecto del Estado, entonces se con-vierten en súbditos o esclavos; se hacen pro-pensos a la huída hacia lo colectivo. El hechode que tal proceso conduzca a la desinte-gración de la economía de mercado, ten-dríamos que colocarlo de modo todavía másdecidido en las conciencias de todos loshombres de reflexión y de ciencia, los cualesamenazan con desfallecer en su resistenciainterior frente a tales sofocaciones, muchasveces tan sólo por comodidad o por la ventajabarata de un momento.

La polarización político-social encuentra suexpresión contemporánea no tanto en el dua-lismo «socialismo-capitalismo», como en ladecisión por el colectivismo o por la libertad.

No cabe duda, de que teniendo en cuenta losrápidos avances de la técnica, la aplicación denuevos conocimientos científicos, y el aumentodel bienestar material han alterado radical-mente tanto las formas de vida como sus posi-bilidades. Lo que hoy entendemos en Ale-mania por «tareas comunitarias» no surge deuna actitud mental colectivista ni se corres-ponde con ella, sino, al revés, se pone al ser-vicio de la utililidad del individuo, en aquellosámbitos -menciono a modo de ejemplo los dela ciencia, la sanidad, la construcción de carre-teras y la circulación- que el ser humano indi-vidual ya no puede desarrollar u organizar conéxito, contando sólo con sus propias fuerzas.De ahí resulta de modo inevitable la necesidadde una participación más intensa del Estado enel producto social, y proporcionalmentetambién en la renta nacional, y la sociedaddebería estar dispuesta a aceptar esto.

En este mismo punto, no obstante, surgenlas dudas y comienza la problemática político-social. ¿Sirve al bien del hombre, al fortaleci-miento interno de la sociedad y del idealdemocrático, el hecho de que se haya con-vertido en una especie de droga -en algo queresulta «moderno»- el conceder al Estado cadavez más derechos de intervención en la esferaprivada del ciudadano? ¿Está dispuesto éste a

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reconocer que esos supuestos servicios delEstado deben ser pagados con una depen-dencia y esclavitud creciente de cada uno antela «colectividad»? Es más, el ciudadano pagaeso en líquido -sea en libras, USA$ o DM-porque ningún Estado está en condiciones dedevolver a sus ciudadanos más de lo que pre-viamente les ha extraído -ya sea por medio deuna elevación de impuestos, ya sea por mediode la inflación-. Por eso me parece incompren-sible la constatación del hecho de que una Ale-mania Federal que se salvó del más profundohundimiento por medio de un orden liberal,parece hoy por hoy estar cada vez más dis-puesta a reconocer el igualitarismo comoforma social adecuada.

En consecuencia, hemos de encontrar laregla de oro que determine la relación ade-cuada entre la actividad económica del Estadoy la de los individuos privados. ¿Quién ha deasumir en el futuro la responsabilidad para lapolítica económica? o planteado con más pre-cisión: ¿dónde están para un gobierno loslímites que todavía hacen justicia al espíritu deuna economía de mercado? ¿Hemos de mante-nernos dentro de esos límites o hemos dellegar hasta el punto de que las decisioneslibres de los ciudadanos ya no configuren eldesarrollo económico, dentro de sus propios

ámbitos -ya sea como productores o como con-sumidores, patronos o empleados-. Llegados atal punto, tan sólo quedará la alternativa deque el Estado someta a su reglamento la vidade los ciudadanos. Esto constituye, por tanto,una nueva especie de economía de planifi-cación central o estatalizada, en la que loshombres, bajo las apariencias externas de unaeconomía de mercado y de sus leyes mecá-nicas, pierden de nuevo su libertad.

Debe ser, pues, subrayado siempre de nuevoque la tarea más propia y noble del Estadoconsiste en crear un marco ordenador, dentrodel cual el ciudadano ha de poder moverselibremente. Y esto, por su parte, requiere elmanejo de una política económica en la cuallos hombres económicamente activos de todoslos estratos, puedan estar seguros de que noestán continuamente a merced de unas deci-siones políticas imprevisibles. Se trata aquí deno entregar los cimientos económicos ysociales de nuestro orden de vida a un instru-mental político que puede ser alterado o susti-tuído diariamente.

Ciertamente, el legislador puede decretardeterminadas formas de conducta, pero, enúltimo término, no puede suprimir las convic-ciones del hombre. Vista desde esta pers-pectiva, la economía de mercado no es tan sólo

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un principio mecánico, sino que es más bien laexpresión de un orden de vida fundamentadaen convicciones, en la moralidad, en la libertady en el derecho. Precisamente esto constituyesu debilidad en la vida política, pero al mismotiempo -al menos eso espero- es aquello queconstituye su fuerza.

2. UNA POLITICA ECONOMICAORIENTADA A LA “INTEGRACIONINTERNA” DE LA SOCIEDAD

Todo programa político-económico quedeba servir al desarrollo dinámico de nuestravida social, aunque a veces resulte la alter-nativa más obvia y se imponga por su propiopeso, precisa siempre de una continua revisióncrítica, que permita combinar armónicamenteel pasado, el presente y el futuro, sin producirfisuras bruscas ni conmociones. Dicho con otraspalabras, los modelos político-económicos nosólo dejan su impronta en el entorno social,sino que también son formados y transfor-mados por él. La política económica tendrátanto más eco en el sentimiento de un pueblo,cuanto mejor consiga dar una respuesta com-prometida con los asuntos intelectuales o cul-turales de una época, trascendiendo así el purocumplimiento de su función propia. Por

supuesto, esto no quiere decir que tenga queadaptarse, a corto plazo, a todas las ideas delmomento, a los sentimentalismos románticos ya las exigencias utópicas de los diferentesgrupos. La verdad no es tan cambiante paraque, como ocurre con la moda, tenga queadaptarse a todo capricho, del mismo modoque las leyes de la lógica tampoco puedenescapar a su necesidad inherente.

La política de la Economía Social deMercado viene inspirándose, desde la reformamonetaria del año 48, en la idea de armonizar,sobre la base de una economía de libre compe-tencia, la libertad personal con un crecientebienestar y seguridad social, reconciliando alos pueblos mediante una política de apertu-rismo mundial.

¿Quién recuerda hoy el estado desolador enque se hallaba toda Alemania, del cual yapodemos decir que nos hemos liberado?Abordar problemas elementales de abasteci-miento y producción, superar el paro agravadopor el flujo de refugiados, reconstruir unmercado de bienes y capitales que funcione,crear una nueva confianza en nuestra jovenmoneda, e integrar la República Federal enuna economía mundial que estaba repo-niéndose, eran algunas de las tareas que habíaque cumplir, si no queríamos caer en la

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escasez, en la penuria y en la miseria. Hoy, nisiquiera los enemigos de la Economía Social deMercado discuten ya que ésta, de modo casisorprendente, consiguió sentar bases sólidaspara la subsistencia económica de nuestropueblo.

Del mismo modo que nos apartamos de lasideas degeneradas de aquellos que rompentodas las medidas sociales con su frío egoísmo,también nos oponemos con decisión contratodos aquellos elementos destructivos que,gozando alegremente del bienestar material,se creen en condiciones de poder mofarse, porsnobismo o por simple estupidez, del llamado“milagro económico” o de los “hijos delmilagro económico”. Dan al pueblo piedras enlugar de pan. Pero nosotros tendemos la manoa todos aquellos que, guiados por la seriedadética, aunque quizás sean duramente críticoscon algunos fenómenos de nuestro tiempo,intentan conseguir algo mejor, quieren ana-lizar y ayudar.

Espero que no me tomen a mal que pongade manifiesto aquí algunas observaciones yjuicios extraordinariamente contradictorios.Mientras en los períodos de la peor penuria yde la indigencia más dura, las únicas opinionesque se oían eran que una economía de libremercado no estaba en condiciones de superar

los problemas que se planteaban en esasituación, y si me oponía a ello sólo cosechabaodio y desprecio, ahora quiere hacerse creerque la concepción económica liberal es ade-cuada sólo a las situaciones de déficit, mientrasque el bienestar y la abundancia necesitanotras concepciones del ordenamiento. “Larazón se vuelve sinrazón, la benevolencia, tor-mento.”

No, lo que necesitamos es ser consecuentescon nuestra actitud interior y fieles al ideal. Sien los últimos doce años se hallaban en primerplano las cuestiones del abastecimiento y delempleo de un país industrializado en unámbito estrecho, ahora se puede apreciar pornumerosos síntomas -por ejemplo, por elaumento del ahorro- que los posteriores desa-rrollos de la Economía Social de Mercado síconseguirán superar, de modo cada vez mássatisfactorio, los problemas que van unidos ala formación de ingreso y de patrimonio.

Quien sea sincero consigo mismo no podránegar, después de las experiencias de losúltimos doce años, que lo que hoy aún no seha podido alcanzar, madurará en el futuro yque todo progreso técnico-científicoredundará precisamente en beneficio de lasmás amplias capas sociales de nuestro pueblo.Así, por ejemplo, los ingresos disponibles para

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el consumo y el ahorro de las economíasdomésticas privadas aumentaron, en elperíodo de 1950 a 1958, en un 122 %. En losde los agentes económicos independientes seregistra un incremento del 71 % y en la medianacional de ingresos, un incremento del 142%. Ahora bien, en esta comparación debetenerse en cuenta la formación de capital pro-cedente de beneficios reinvertidos, así como lacircunstancia de que el número de trabaja-dores por cuenta ajena creció, de 1949 a 1959,de 13,6 millones a 20,1 millones de empleados.Pero para mí es igualmente importante otroéxito de la política económica alemana que esdigno de mención, a saber, que este orden eco-nómico y social libre ha llevado a que cada vezmás países del mundo libre mostraran un seriointerés por los métodos de la economía demercado. Se puede decir incluso que estemodelo, cuya elaboración se debe en granmedida a Alfred Müller Armack y a WilhelmRöpke, se ha impuesto también intelectual-mente, y que hoy tiene vigencia el principio,universalmente aceptado, de un comercio libreen todo el mundo.

¿Qué es, pues, lo que falla para que, pese atodos los éxitos y a esa grandiosa marchatriunfal de la Economía Social de Mercado, eléxito parezca no ser suficiente para tranqui-

lizar a las personas, para satisfacer a lasociedad? ¿A qué se debe que el asegura-miento de los puestos de trabajo, bajo el signodel pleno empleo y del crecimiento de la pro-ducción en una coyuntura continuamenteascendente, con una renta nacional incesante-mente creciente, no tranquilice ni satisfaga alas personas? La intranquilidad que se apreciapor doquier en nuestra sociedad democráticaes un hecho abrumador. Apenas perceptible entiempos de indigencia, ahora aparece dediversas maneras, pareciendo ser -como puntodébil de la sociedad libre- muy difícil de vencer.Cuando surgen comprensibles diferencias deopinión, chocan unas con otras en unambiente de hiperexcitación; sin que nosotros,en la vida diaria, dispongamos siempre de lareceta adecuada para mitigarlo. Si el exceso yla falta de dominio producen conmociones,está ciertamente justificado recordar lo conse-guido y no renunciar a una apelación ética. Yosoy plenamente consciente de los límites de laefectividad de dichos llamamientos, peroconfío en que la conciencia humana sea sen-sible a una reflexión acerca de los verdaderosvalores de la vida.

Así pues, queremos y podemos pregun-tarnos ahora si esa intranquilidad y excitaciónde la opinión pública no radican quizás en

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capas más profundas de la conciencia, es decir,en cuestiones que todavía no se han solu-cionado satisfactoriamente en una sociedadlibre. No creo que se ignore consciente y malin-tencionadamente lo conseguido. La mejora delas condiciones materiales es demasiado obviapara que se pueda cuestionar.

Una reflexión más profunda nos puedeenseñar que la sociedad democrática, puestaen movimiento y conmovida profundamentepor una expansión industrial sin precedentes,exige esfuerzos sociopolíticos especiales, paradespertar un nuevo sentido de la vida ade-cuado a nuestro tiempo. Probablemente, enmuchos casos sólo es preciso recordar los vín-culos del individuo con su entorno, con su“mundo”, que no se han perdido definitiva-mente. Pero reconozcamos que, como conse-cuencia de la industrialización, del desarrollodel tráfico, de la mitigación de los vínculos tra-dicionales con el terruño o con la profesiónaprendida, y de la pérdida de autonomía, se haproducido un daño que debe tomarse socioló-gicamente en serio. Se ha caracterizadonuestra forma de sociedad, en sentidofigurado, como “sociedad,sin clases”. Este con-cepto, que ha sufrido transformaciones en lahistoria, debe considerarse no sólo comosíntoma de que el ascenso del nivel de vida de

los trabajadores haya conducido a un procesode des-proletarización, que sigue desarro-llándose, sino también de que, de hecho, handesaparecido las divisiones por capitales y pro-fesiones y se han extendido a amplias capassociales las posibilidades de consumo demodernos bienes como el automóvil, el tele-visor y todos los aparatos que facilitan eltrabajo doméstico; todo lo cual, desde elpunto de vista de la política familiar es muydeseable, y gracias a ello se han reducido losviejos privilegios de tipo estamental sobre elconsumo, y es de esperar que se reducirán aúnmás en el futuro. En esta “sociedad sin clases”,el pro-blema ya no son el estamento y la clase,sino el individuo; es el hombre el que se sienteinferior e inseguro frente al todo. El problemade cómo y dónde encuentra éste, en la vidaprofesional y social, el lugar adecuado a suforma de ser, es -sin duda- más difícil de solu-cionar aquí que en los regímenes de planifi-cación central o dirigistas. A ello hay queañadir que las coyunturas, los movimientos enel mercado, las transformaciones de las formasde explotación, parecen sujetar a la persona amecanismos anónimos, y le quitan la satis-facción, porque no consigue comprender esasfuerzas. Cuanto más miedo vital indefinidoproduzca esa inseguridad, menos habrá de sor-prender que los hombres, para salir de ese sen-

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timiento de aislamiento, se refugien en gruposy asociaciones, que manifiestan ante laopinión pública, de modo ampliado, esaintranquilidad interna de cada individuo.

Un proceso como el que acabo de describirno sólo tiene consecuencias que conllevantanto el peligro de la atomización como el dela colectivización de la vida social, sino quetambién refuerza el deseo del hombre por unaintegración armónica en vínculos abarcables,en los que busca y puede encontrar confianzay seguridad. Las comunidades más profundas,como son la familia y la iglesia son comple-mentadas por ese otro tipo de formacionessociales que surgen entre personas que com-parten las mismas ideas, fines o aficiones,como son los clubs, tertulias o asociaciones devecinos. Casi me gustaría decir que la natu-raleza humana necesita ese equilibrio interior,el equilibrio psíquico, la reconciliación de lasformas de la vida profesional en la sociedad demasas con la exigencia de tranquilidad y segu-ridad en agrupaciones culturales-espirituales.Se exigiría demasiado de la Economía Social deMercado si se le impusiera la responsabilidadde superar las formas de vida de nuestro pre-sente, conformándolas según un modelo.Ahora bien, sí que está obligada a adecuarse alos imperativos de una política social cristiana

y a entrar en armonía con ella formando conella una unidad.

Desde el punto de vista de la política eco-nómica, el problema debería plantearse demodo que se trate de conseguir una humani-zación del entorno en todos los ámbitos vitalesy especialmente dentro de la vida económica.Si se quiere que esto sea más que un tópico,hay que traducir esta idea en principios deactuación político-económica y político-social.Me refiero a ideas que ha desarrolladoconmigo Alfred Müller-Armack, de las que acontinuación se hablará con más detalle. Sinembargo, no me entendería quien quisierapartir de la base de que ahora tendríamos queabjurar de los principios de la Economía Socialde Mercado. La vida no evoluciona a saltos, nitampoco los desarrollos político-económicos ypolítico-sociales, que no deben entendersecomo acciones, sino siempre como procesos. LaEconomía Social de Mercado ha sidoentendida por sus fundadores como unapolítica económica integral. Pero, teniendo encuenta la capacidad de rendimiento que haalcanzado nuestra economía, las mejoras con-tinuas de los ingresos de nuestro pueblo, y losesperanzadores indicios de una formación decapitales más amplia, en el futuro podrán

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suceder cosas mejores, que expresarán esaintegridad en formas sociopolíticas concretas.

Ciertamente no podemos responder a lacuestión económica anteriormente planteada,haciendo referencia únicamente a unosvalores éticos, pero tampoco se puede menos-preciar la dignidad y el peso de dichos valoresen la vida económica. La tarea ética de la con-formación de nuestro orden vital sería fallida,si no pudieran encontrarse vías y formas con-cretas para configurar la política de unasociedad de hombres libres. Así es como la Eco-nomía Social de Mercado ha acabado porimponerse, no sólo gracias al ideal que laanima, sino también gracias a una concepciónque supo armonizar, en un ámbito de libertadeconómica, los métodos de la política eco-nómica práctica con los objetivos de arraigosocial.

En esta situación, intelectualmente ines-table, de la “sociedad sin clases” que heesbozado, se precisará la integración deagentes sociales estabilizadores, que puedandar al hombre de nuestro tiempo, que tiendeal individualismo, la conciencia e incluso laseguridad objetiva de su existencial perte-nencia a un orden social integrado. Cierta-mente esto puede resultar más difícil de com-prender para el individuo que una simple con-

cepción dirigista. Pero no me parece que éstesea un criterio adecuado de valoración. Desdeel punto de vista político se trata de superar lasreacciones de desconfianza frente a una eco-nomía de libre mercado, y de comprender queuna terapia meramente pedagógico-inte-lectual ya no es suficiente para solucionar fruc-tíferamente los problemas de nuestra sociedadactual. La corriente de su expansión, de su tec-nología, de sus cambios sociológicos es tanfuerte, y nos arrastra con tal rapidez, que nosocurre como al navegante, que al ir perdiendode vista las orillas, le resulta muy difícil orien-tarse si no sabe hacerse cargo conscientementede las condiciones de las corrientes.

Por supuesto que seguiremos con la políticade la Economía Social de Mercado. Y me gus-taría incluso subrayar que nosotros, y elmundo occidental en su totalidad, tenemosmotivos para reivindicar el derecho de primo-genitura, en lo que se refiere a una políticaeconómica mejor y más consecuente con laidea de que la economía debe servir primera-mente al hombre, prestigio probado al que nopodemos renunciar, justamente ante el endu-recimiento de la lucha con el mundo colecti-vista. Si bien un orden económico colectivista-totalitario que, en último término, sólo sirvepara la glorificación y para el acrecentamiento

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del poder estatal, puede tener grandes éxitosdentro de los sectores de la industria dematerias básicas, puesto que son sectores fácil-mente regulables; en cambio, seguirá siendoincapaz de servir al hombre; es decir, de ponera su disposición toda una serie de bienes que,mediante el libre consumo como medio deselección, enriquecen y embellecen la vidaindividual de los ciudadanos. Estaríamos adop-tando la peor solución socioeconómica, si estu-viéramos dispuestos a apoyar a las tendenciasprimitivas, y a las ideas trasnochadas de unapolítica que tiene como fin el igualitarismo,tanto si éstas tienen su origen en el puro des-conocimiento de las relaciones socioeconó-micas, como si surgen de una pretensión cons-ciente de colectivización. Y más cuando resultaque en el mundo dominado por los soviéticoscomienza a perfilarse la posibilidad de queganen fuerza ciertas corrientes que, aunquesólo de modo titubeante, conducirían a unmayor respeto y consciencia de los derechoshumanos, cuyo origen es el mismo Dios y quehan sido por él queridos.

Esto último sería un acontecimiento muyafortunado, pero una reconciliación a medias,es decir, en la forma de un camino intermedio,supondría una profunda tragedia.

De todo esto se desprende que, en el desa-rrollo futuro de la Economía Social deMercado, los problemas socio-políticostendrán la misma importancia que los econó-micos. Ya desde hace años se ha reconocido,entre las personas que se preocupan por estacuestión, la necesidad de un desarrollo denuestro orden económico en esta dirección.Pero la cuestión debe plantearse en su inte-gridad. Sin duda, los esfuerzos por crearnuevas formas de propiedad deben ser promo-cionados, pero siguen siendo limitados en lamedida en que, en la búsqueda de unasolución satisfactoria de la estratificación deingresos y de capitales, dentro de la proble-mática socio-política general, sólo abordan unplano, es decir, sólo tienen en cuenta elaspecto del abastecimiento material. En lamisma dirección se mueve el intento de influirsobre los problemas socio-políticos, exclusiva-mente en el sentido de los fines de la pequeñay mediana empresa. Por muy importante quesea mantener un equilibrio de las diferentesformas de explotación, la finalidad de lapolítica social debe ser asegurar el máximo deautónomos existentes, o más aún, el hacerposible nuevas formas de autonomía eco-nómica, si no se quiere caer en una ideologíaanticuada. Desde el punto de vista sociopo-lítico, el ganar autonomía, en cualquiera de

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sus formas es un objetivo preferible al de lamera conservación de las ya existentes. Esto nosignifica que no deba ser abordada la cuestiónde si las disposiciones legales actuales, porejemplo, las del derecho fiscal o del derecho desociedades, no ofrecen involuntariamente ven-tajas a determinadas formas o magnitudes deempresas, desfavoreciendo así las oportuni-dades de otras.

Una política social que quiera desarrollarseconscientemente más allá de una mera ideo-logía a partir de la situación actual, tiene quepartir de la base de las condiciones reales denuestro entorno económico, y esto significadesarrollar objetivos que también deberántener en cuenta las grandes organizaciones delsistema económico, apropiadas a las modernastecnologías. Malgastaríamos nuestras fuerzas,a pesar de nuestra buena voluntad, si empren-diéramos una lucha meramente programáticacontra la concentración de poder, si no estuvié-ramos dispuestos a aceptar que los logros inne-gables de las grandes formas organizativas denuestra economía han tenido también parteesencial en el aumento de bienestar. No es lagran empresa en sí, sino el hambre incon-trolado de poder el que despierta nuestraresistencia ante una concentración macroeco-nómica mente nociva e indeseada desde el

punto de vista político-social. Por ello, nuestroobjetivo es obstaculizar e incluso impedir tododominio restrictivo-monopolista de los mer-cados, mediante un perfeccionamiento de lalegislación sobre la libre competencia y de lapolítica fiscal. Pero, cuando una acción guber-namental influye en el mercado a través de lareducción de precios y consigue un efectosocial benefactor, debería reconocerse su indis-pensabilidad y su neutralidad socio-política.Por supuesto que también las grandesempresas tienen que asumir responsabilidadessocio-políticas, tanto más cuanto que puedencontribuir considerablemente a ampliar elámbito de los agentes económicos autónomos;como ocurre, por ejemplo, cuando se renunciaa la integración de funciones y actividades quepueden ser desempeñadas por empresas inde-pendientes. Ciertamente cuanto más se amplíeel ámbito económico en un orden libre, tantomás importancia alcanzarán las grandes uni-dades empresariales, pero eso no significa quelas medianas y pequeñas empresas debanextinguirse. No olvidemos nunca, especial-mente al referirnos al perfeccionamientofuturo de nuestra política social, que noestamos solos en el mundo, que la compe-tencia se agudizará aún más, lo cual implicaque tendremos que armonizar mejor nuestrosdeseos con las posibilidades reales. Ahora bien,

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tanto en la vida civil como en la estatal sólo sepuede dar lo que se tiene; de manera que siexigiéramos de la economía nacional más delo que está en condiciones de dar para con-servar su capacidad a nivel mundial, esta-ríamos jugando peligrosamente no sólo connuestro futuro nacional, sino también connuestra seguridad social.

Precisamente en los últimos años se haintentado en repetidas ocasiones conseguirefectos socio-políticos mediante correccionesparciales de disposiciones fiscales, en favor dedeterminados grupos. Pero a mí me pareceque una política social que se agota en detallestécnicos, no puede adecuarse plenamente a lasituación psicológica con la que nos enfren-tamos. El modelo socio-político que debe desa-rrollarse tiene que ir mucho más allá de unaaplicación racionalizada de medidas particu-lares, y conducir a una visión de conjuntoacerca de los objetivos sociales que las per-sonas de la actual sociedad de masas consi-deran prioritarios. Para apreciar lo que estosignifica basta pensar en la triste situación enel Este de Alemania, donde se esclaviza a agri-cultores libres y se sustrae a los oficios técnicosindependientes la base de su sustento.

Nadie negará que la Economía Social deMercado, sobre todo en la fase del cambio

político-económico, ha sido un modelo inte-grador de este tipo. Pero hoy se considera yacomo una nueva tarea, el definir las nuevaslíneas de una política social futura, que com-plemente y desarrolle las virtualidades de laEconomía Social de Mercado. Como tantasveces he reiterado, el hombre ocupa el centrode la economía. Pero por muy acertada quesea esta afirmación, es preciso dar a este pos-tulado general una concreción precisa. Puesbien, es justamente la infraestructura eco-nómica creada por la Economía Social deMercado, la que contiene los fundamentospara un desarrollo acorde con dicho principio,que además tiene una eficacia probada.Aunque ciertamente la política social y lapolítica económica no deben entenderse comodos caminos paralelos, sino más bien comoaspectos de un conjunto complejo pero uni-tario, se impondrá un cierto traslado de lascargas financieras, de modo que la políticasocial se extenderá a un marco más amplio,que no sólo involucrará los organismos de laFederación, de los Estados Federales y de lascorporaciones municipales, sino que tambiénllame a participar a todas las fuerzas privadas,asociaciones, organizaciones y empresas.

Esto no significa que haya que apartarsetotalmente, por principio y con violencia, de

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los conocimientos adquiridos y buscar “nove-dades” a cualquier precio. En muchos casossólo se tratará de reforzar desarrollos ya ini-ciados integrar lo ya sabido dentro de una eva-luación integral y, sobre todo, más allá de lasrealizaciones concretas, tomar conciencia deque el hombre es el sentido y el fin de todoprograma socio-político.

Así, por ejemplo, no se puede negar que eldesarrollo económico moderno exige un ren-dimiento cada vez más cualificado del trabajoen todos los ámbitos: en el campo de latécnica, de la administración, de la educación,de la instrucción empresarial y de la formaciónen las profesiones liberales. Este proceso deampliación de la educación, que casi es estruc-tural, nos obliga a invertir cada vez más encapital intelectual, para facilitar la entrada enla vida profesional a quienes la requieran, yposibilitar el acceso a todos los jóvenes quequieren encontrar su puesto en esta sociedad.Lo que cuenta ahora, desde un punto de vistasocio-político, junto a los buenos resultadosmateriales, es sobre todo hacer patente estapolítica de fomento de la cualificación, respon-diendo así a la preocupación que pueda tenerel individuo, de no encontrar su camino profe-sional y humano en esta sociedad de masas.

No menos importancia debe atribuirse alobjetivo de conseguir que haya más profesio-nales independientes.

No es suficiente pensar en una política depequeña y mediana empresa, que siempredefenderemos. La tarea de fomentar el trabajoautónomo en el más amplio sentido de lapalabra no se puede limitar, en una sociedadlibre, a determinados grupos; tampoco sirve elprincipio de querer asegurar las posicionesexistentes mediante intervencionismo estatal,que sólo es apto para falsificar o incluso obsta-culizar un orden de auténtica competencia. Elproceso mediante el cual personas de dife-rentes profesiones llegan a establecerse porcuenta propia, no puede institucionalizarse,del mismo modo que tampoco nos parece ade-cuado el intento de garantizar una absolutaigualdad inicial de oportunidades. Teniendoen cuenta las numerosas ayudas que se con-ceden para mantener los puestos de trabajo yaexistentes -limitando, en parte, la compe-tencia-, así como también las pruebas decarácter público que deben superarse para elacceso a la vida profesional -tales como exá-menes, oposiciones y cosas similares-, en elfuturo deberíamos intentar proporcionarayudas e incentivos a quienes se empeñen enabrirse paso en alguna actividad indepen-

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diente; incentivos que le animen a emprenderdicha aventura. Una política adecuada a estoaumentaría la competencia, y no se opone anuestra forma básica de economía demercado. Siempre y cuando las oportunidadespara esos profesionales independientes sebasen realmente en la competencia profe-sional y en el rendimiento, la autonomía es unvalor socio-político que debe conservarse ydifundirse. En este contexto debería analizarsesi las disposiciones legales vigentes lo favo-recen, o quizá lo perjudican involuntaria-mente.

En general, el problema de las actividadesautónomas se extenderá al sector de lapequeña y mediana empresa, así como a lasprofesiones liberales. Pero creo que es urgentedar a los empleados y trabajadores que formal-mente desempeñan un trabajo por cuentaajena, una capacidad de actuación en lasgrandes empresas, que les permita participarde cierta autonomía en la sociedad libre. Esteproceso debe desarrollarse sobre una ampliabase a partir de planteamientos ya existentes,agotando para el futuro todas las posibili-dades dentro de las mismas empresas, creando-mediante una subdivisión u organización deltrabajo racional para empleados, y tambiénpara trabajadoresgrupos y responsabilidades a

través de los cuales el individuo pueda accedera un sentido de autonomía, relativa pero cre-ciente. Así se daría la gran oportunidad decrear, en un sentido moderno de la palabra,una nueva y auténtica clase media. El Estadodará impulsos intelectuales y también ayudarásubsidiaria mente. Lo que hasta ahora, en estecampo, se debía a la iniciativa privada, deberíaintegrarse, después de una fase de prueba, enel modelo de nuestra política social. Téngaseen cuenta que el pleno empleo crea una basematerial especialmente favorable para la reali-zación de tales ideas.

De manera que si para reconciliar al indi-viduo con la sociedad hay que dar a la personaindividual la posibilidad de encontrar su lugaren la sociedad, mediante una formación ade-cuada para él, y por medio de las correspon-dientes posibilidades de actuación; unapolítica de dichas características debe comple-mentarse con el esfuerzo de liberar al hombrede su temor, justificado o injustificado, anteaquellos mecanismos de una economía librefrente a los que se siente más o menos desam-parado. Esto implica, sobre todo, el asegura-miento de la estabilidad monetaria, que tieneuna importancia cada vez mayor desde elpunto de vista socio-político. Al ciudadano queha conseguido acumular capital gracias a sus

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mayores ingresos, hay que quitarle el temor aperder lo ganado. Aun cuando ni siquiera lospaíses con moneda dura pueden sustraersecompletamente a la tendencia inflacionaria -pues, aunque pueda ser reducida, siempre sedeja notar-, la política económica tiene la obli-gación de oponerse más enérgicamente, y conmayor decisión a este proceso de debilita-miento. Pero sólo si el pueblo, en todos susgrupos y capas sociales, llega al convenci-miento sincero de que el Banco emisor y elGobierno no están en condiciones de llevar acabo esta tarea por sí solos, sino que tambiénes importante su comportamiento disci-plinado, podemos estar seguros del éxito.

La proporción óptima que debe existir entrelas inversiones macroeconómicas y el consumoprivado, entre los gastos del Estado (–)-teniendo en cuenta las exportaciones netas- yla actividad ahorradora, es más que una meraecuación matemática. Lo cual significa que enesta cuestión no puede existir ninguna afir-mación absolutamente válida para largosperíodos de tiempo, sino sólo una acción con-junta y responsable de todas las fuerzas quesoportan el orden social, de acuerdo con lasmetas que determinan las posibilidades devida y desarrollo de un pueblo. Hay que decircon toda claridad que una política monetaria y

econó-mica que se limite a reparar los dañoscausados por unos comportamientos erróneos,será insatisfactoria. La consecuencia de ésto noes que el Estado deba ocuparse por sí mismode dirigir las inversiones o de concertar lossalarios, sino que -despertando la concienciade la sociedad sobre estos asuntos- debeinducir a ésta a comportamientos adecuados.Quien califique como “irresolubles” las ten-siones que se producen, lo hace porque partede una interpretación errónea del concepto delibertad, y porque ha capitulado ante estacuestión decisiva, de la que dependerá enbuena medida nuestro futuro.

Indirectamente nos referimos así también alproblema de la coyuntura o del miedo de laspersonas activas ante la crisis. La circunstanciade que una expansión general de la economía,que viene durando ya doce años, haya idounida a algunos fenómenos de moderación enalgunos sectores, puede considerarse comoexpresión de un orden libre; en definitiva, delas elecciones libres en el consumo. El empre-sario libre tiene que estar dispuesto a aceptardichos procesos de cambio y de adaptación,como algo que forma parte de su función, aligual que el asalariado de cualquier categoríatiene que estar persuadido de que eso no sig-nifica estar indefenso ante un proceso

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anónimo de mercado. Esto es tanto menoscorrecto cuanto que dichas transformacionesdel mercado van unidas a un aumento de laproductividad, y una política económica conlas características mencionadas, consciente-mente dirigida a la expansión, reforzará yafianzará aún más la situación social y humanade los asalariados. Por lo demás, dichos pro-cesos de cambio serán necesarios, como conse-cuencia de la división internacional del trabajoque pretendemos, y además serán racionales ytendrán consecuencias benéficas.

Desde este punto de vista, la iniciativaalemana, dirigida a una política coyuntural decarácter supranacional ha despertado el asen-timiento general. Así como hemos elevado elorden de competencia, en el sentido de FranzBöhm, a una tarea casi pública, también lapolítica coyuntural debería convertirse en unelemento legítimo de nuestra política social.

Lo que se busca con todo esto es una políticasocial animada por la voluntad de encontraruna conciencia clara de ordenamiento y confi-guración del entorno, en el que el individuolleve una vida libre y segura. Esta tarearequiere una mejor apreciación de todos losámbitos vitales. Mientras en la fase de creci-miento de nuestra economía, la necesidadimperiosa de las cuestiones materiales se

imponía como prioritaria, en el futuro -sin des-cuidar esos aspectos- se habrá de valorar másla configuración humana del entorno.

Importancia decisiva cobra en esto la vida delos profesionales en las empresas, y hasta talpunto que debemos dedicar nuestros mejoresesfuerzos al proceso de remodelación de lasrelaciones dentro de este concreto ámbitovital-profesional. Hasta ahora se concedía unaimportancia primordial a las cuestiones legalesde la constitución empresarial. Aquí sólopodemos hacer una somera referencia a la cre-ciente importancia que adquieren cuestionescomo, por ejemplo, la prevención de acci-dentes, el servicio sanitario, la aireación, losservicios de limpieza y otras. Estas exigenciascorresponden al deseo de una política vital yambiental como la que propugnaba AlexanderRüstow, una política que va más allá de lo eco-nómico, y se dirige a la unidad vital delhombre. Y no podemos considerar garan-tizada esa unidad del entorno humano sólomediante la vida en la familia, por muchaimportancia que se conceda a ésta. El hombrede nuestro tiempo vive necesariamente en unentorno mucho más amplio, que sería impen-sable sin su actividad profesional en el puestode trabajo. La legislación del futuro tendráque progresar en la idea de que hay que

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imponer normas en este sentido humanizador,más severas que las que ha habido en épocasanteriores en las que se veía la empresa comoun lugar de procesos mecánicos de producción.Se confirmará así una vez más lo acertado dela Economía Social de Mercado: al igual que enmuchos de sus principios, también respecto ala forma interna de la empresa se da unaarmonía entre los objetivos de producción y lasnormas socio-políticas.

Estoy cada vez más convencido de que elproblema actual del entorno social, debe abor-darse en un sentido lo más concreto posible yhaciendo referencia a la persona. En el últimodecenio, en el curso de un desarrollo extraor-dinario de la industria y de los medios de trans-porte, hemos desencadenado estas dos líneasde desarrollo guiados únicamente por la lógicade su propio incremento, lo cual ha perju-dicado de modo persistente las formas natu-rales de vida. Pese a los largos esfuerzos cientí-ficos y prácticos, la cuestión de la ordenación yla planificación del espacio no ha alcanzado -salvo honrosas excepciones ni siquiera esbozarlos contornos de una solución que tengasentido. Ideales románticos como la desaglo-meración de los espacios industriales han con-tribuido al descrédito de los verdaderos finesdel ordenamiento espacial.

Precisamente los científicos que apoyan y seinteresan por estos principios consideran quecuanto menos indispensable sea el Estado enla actuación económica activa, tanto más secentrará en su tarea específica de configurarun orden concreto en el entorno. El mejorejemplo de la verdad de esta opinión lo ofreceprecisamente el orden económico de compe-tencia, en cuanto es un marco reglamentadopor el Estado justamente para garantizar laactividad y la iniciativa económica de unasociedad de hombres libres. En un interesanteanálisis sociológico de nuestros centrosurbanos se ha declarado recientemente que, sibien las personas que viven en ciudadesaprueban las formas de vida de la ciudad, sinembargo, prefieren mantenerse alejados delos centros de las urbes, porque éstos noofrecen las condiciones para una vida públicaordenada. Así, la emigración a los barrios peri-féricos y al campo no se debe a que las per-sonas busquen las ventajas de la vida rural ycampestre, sino a que, siendo amantes de laciudad, la población urbana no encuentra enella la forma de vida a la que aspiran. Y estefenómeno produce un exceso de circulaciónque es irracional, que crispa los nervios,aumenta las prisas y crea una irritabilidad, quedesdice del aumento general de bienestar.

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Aquí se plantean tareas que no se deberíandejar al azar. Hay que conseguir distribuir conamplitud los espacios de nuestras ciudades yde nuestros paisajes, de acuerdo con sus fun-ciones básicas. La distribución espacial de lasciudades en centros comerciales y administra-tivos, en centros de formación y de cultura, enzonas residenciales y líneas de tráfico, nopuede dejarse únicamente en manos de las ins-tancias políticas locales, sino que precisa de unesfuerzo común en el que no se podrá pres-cindir de medios financieros estatales. Porsupuesto que, teniendo en cuenta las virtuali-dades dinámicas de nuestra tecnología actual,no se puede considerar la creación de un ordenracional del espacio humano como algoestático, en el sentido de una planificaciónespacial meramente restauradora o conser-vadora de viejos modelos distributivos. Pero laplanificación urbana debería conceder lamisma importancia al movimiento natural delhombre como peatón, que al tráfico de vehí-culos motorizados; cuestión que me parece deno poca monta para el equilibrio vital de lasciudades.

Quien evalúe correctamente todos losaspectos de una sociedad libre como la que heesbozado, se convencerá de que la políticaeconómica del futuro no sólo conservará las

funciones que hoy le competen, sino quetendrá incluso algunas más. Si no me engañanlos síntomas, el ímpetu de nuestra producciónaumentará aún más, produciendo así unapugna más dura entre las ideas tradicionales ylas nuevas sobre una configuración armónicadel entorno. El rápido progreso tecnológico dela producción industrial reforzará aún más estanecesidad. También la política social conti-nuará teniendo su función actual, pero adap-tándose a esa transformación general, puescon la creciente expansión económica, cadavez son más las personas y las capas socialesque obtienen una base material de vida en laque se les puede exigir que se responsabilicenellos mismos de su seguridad social. Con taldesarrollo se pueden afrontar los casos deauténtica necesidad con más generosidad ydignidad humana.

La política social moderna del mundo libre,con todo, no puede mirar sólo hacia el interior.Nuestra realidad económica y social se basaconsiderablemente en la interdependenciamundial de las economías y, como conse-cuencia de ello, la configuración y la eva-luación de nuestra infraestructura nacionalinterna, debe ser siempre consciente de lasconsecuencias que en ella tienen las relacionesde comercio exterior. Bajo este punto de vista,

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tiene una importancia decisiva la integracióneuropea en todos sus niveles y en todas susformas. Como se sabe, actualmente estamosbuscando soluciones que aseguren un trata-miento uniforme de los países europeos, queno discrimine a nadie, que cuide nuevas amis-tades sin ir en detrimento de otras. Como yahe señalado anteriormente, se trata de dar anuestro país esa forma segura de entorno eco-nómico necesaria para excluir daños sociales,dentro del marco de unas relaciones con elmundo libre, lo más amplias que sea posible.

La cuestión de la ayuda a los países en desa-rrollo tiene también una gran trascendencia,pero en este contexto sólo puedo abordarlasomeramente. En los países y espacios en víasde desarrollo, el problema principal siguesiendo el del abastecimiento. El deseo y lavoluntad de ayudar dominan cada vez más laopinión pública mundial. Se trata de desa-rrollar formas y métodos aptos para elevar lacapacidad económica de esos pueblos, de unmodo adecuado a sus condiciones. En parti-cular me parece fundamental la coordinaciónde las aportaciones de los países que prestanayuda, de modo que no vuelva a producirseuna división del mundo en espacios cerradosde interés y de influencia.

Con lo dicho he querido hacer notar que elcometido afrontado por la Economía Social deMercado de configurar un estilo de sociedadlibre, de ninguna manera se agota en lo conse-guido hasta ahora. En la medida en que,teniendo en cuenta un ahorro amplio y cre-ciente, las necesidades de producción einversión de nuestra economía puedan sercubiertas por él, debería liberarse al Estado denumerosas ayudas a la economía privada quetodavía suponen una carga financiera conside-rable para aquél. En la medida en que se pro-duzca esta descarga, tendría que transfor-marse y ampliarse tanto cualitativa como cuan-titativa mente el sector de los serviciospúblicos, de acuerdo con el modelo que hemosseñalado. Este sector determina decisivamentela forma del entorno en el que vivimos, másallá de nuestro mundo privado y profesional.

Resumiendo, puede decirse que, hoy en día,en nuestro país, las prestaciones de los ser-vicios públicos no han conseguido seguir elritmo de productividad alcanzado por la eco-nomía privada. Naturalmente, no se trata sólode un aumento cuantitativo de los fondos pre-vistos para servicios públicos, sino que másbien es necesario un aumento cualitativo en elsentido de la reorientación cualitativa aquíexpuesta, que imponga -de acuerdo con unos

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principios directivos concretamente definidos-nuevas prioridades según nuevos criterios parauna estructura social equilibrada.

La tarea que ahora habrá que acometer esla de hacer comprender estos principios direc-tivos a las per-sonas de modo claro y gráfico,de tal manera que no sólo los comprendan conla cabeza, sino que también los perciban con elcorazón, y los aprueben interior-mente comofin digno de alcanzar. Llenar el vacío que sen-timos es la verdadera tarea de la integracióninter-na de nuestra sociedad. Al igual que laEconomía Social de Mercado sólo ha sidoposible desde una base fundamental devalores y convicciones comunes, así tambiénnuestro presente precisa nuevamente de unrealismo idealista, que permita hacer pro-puestas bien definidas sobre las posibilidadesconcretas de acción, y que integre a todos losgrupos de la sociedad en un querer común.

Todo orden libre tiene que partir de la basede que la libertad es una unidad indivisible; ala libertad política, religiosa, económica e inte-lectual debe ir unida la libertad humana origi-naria, en todos los ámbitos de la vida. La estra-tegia del pensamiento colectivista consistesiempre en dividir este valor fundamental uni-versal, para conseguir así irrumpir en el ordenlibre. Por ello, asegurarlo exige que hagamos

comprender al pueblo alemán la vida socio-económica en todas sus repercusiones y en susamplias dimensiones, es decir, como expresiónde una voluntad espiritual determinada. Unapolítica económica y social así entendida,prestará una contribución importante a unverdadero orden de paz, pudiendo corres-ponder así al anhelo de los hombres por unaintegración armónica en su entorno vital.

NOTA BIOGRAFICA

Ludwig Erhard (1897-1977) ha pasado a lahistoria como el ministro de economía alemándel gabinete de Adenauer, que con su sólidaconcepción del ordenamiento político-eco-nómico, puso las bases para la espectacularrecuperación de la economía alemana despuésde la II Guerra Mundial, lo que se denominó“milagro económico alemán”. Sin embargo,Erhard rechazaba dicha expresión porque con-sideraba que la reconstrucción económica deAlemania no era fruto de un milagro, sino deltrabajo común y de un ordenamiento político-económico adecuado.

Erhard era licenciado en Ciencias Econó-micas y en Sociología. En 1925, obtuvo elgrado de Doctor en Ciencias Económicas.Durante la II Guerra Mundial, Erhard no par-

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ticipó ni en el servicio militar activo, ni en lasmisiones de producción industrial para laguerra, debido a su incapacidad física. Esto lepermitió dedicarse a lo que consideró su tarea:preparar intelectualmente las bases para lareconstrucción de un orden económico de paz.En 1944 ultimó -entre otros- un escrito titulado“Financiación de la guerra y consolidación dela deuda”, que en los círculos de la resistenciafrente al nacional-socialismo, fue consideradocomo una base fundamental para la futurareconstrucción.

Inmediatamente después del final de laguerra, se le confiaron cargos públicos;primero, en octubre de 1945 fue nombradoministro de economía en el Land de Baviera.En marzo de 1948, fue designado “Directorpara la administración de la Economía de laregión económica unificada”. El 20 de junio de1948, llevó a cabo una reforma monetaria, a laque unió una amplia reforma económica, queconstituyó un paso extraordinariamentevaliente y difícil, y que pronto demostró ser un

gran éxito. Erhard ocupó el cargo de ministrode economía en el primer Gabinete Federalbajo la cancillería de Konrad Adenauer desde1949 hasta 1963. Cuando Adenauer abandonóla política, Erhard le sucedió como candidatode la CDU a la cancillería federal, y ganadas laselecciones, ocupó ese cargo hasta 1966. A lolargo de su carrera política Erhard expuso confrecuencia su concepción de la economíapolítica y sus opiniones acerca de muy variadostemas relacionados con sus tareas públicas, através de numerosos escritos, artículos, dis-cursos y conferencias, de las que hemos selec-cionado dos para este cuaderno, que es unabreve muestra de un conjunto más amplio detextos suyos, cuya traducción y edición caste-llana estamos preparando en colaboración conla Ludwig Erhard-Stiftung, y que presenta-remos próximamente como libro de lacolección “Empresa y Humanismo”.

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