Ernesto Pérez Vera Fernando Pérez Pacho

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En la línea de fuego: larealidad de los

enfrentamientosarmados

Segunda edición

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Índice

GlosarioIntroducciónIntroducción a la segunda ediciónPrólogoCapítulo 1. Me sentí débil y caí al sueloCapítulo 2. El sospechoso nos perdonó la vidaCapítulo 3. Pasó porque tenía que pasarCapítulo 4. Nunca vi el armaCapítulo 5. No pudimos reaccionarCapítulo 6. No sé por qué no tiréCapítulo 7. Mi vida cambióCapítulo 8. No se me quita de la cabezaCapítulo 9. La vida se me estaba escapandoCapítulo 10. Me sentí soloCapítulo 11. Hemos visto demasiadas películasCapítulo 12. Tuve que reptar varios metros

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Capítulo 13. Me adapté a lo que habíaCapítulo 14. No me dio tiempo a nadaCapítulo 15. Disponía de catorce tirosCapítulo 16. Nos llamaban asesinosCapítulo 17. Creo que tiré a «bulto»Capítulo 18. Disparos justos y necesariosCapítulo 19. Agaché la cabezaCapítulo 20. Solo pensaba en salir vivoCapítulo 21. Olor a carne quemadaCapítulo 22. Una en el cuello y otra en la frenteEstadísticasBibliografía y fuentesCréditos

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A quienes no pudieron volver con susfamilias aquel día y a los que

maltrechos de por vida, a vecestambién olvidados, sí consiguieron

regresar con los suyos.

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Un policía no muere cuando cae,muere cuando sus compañeros y jefes lo

olvidany sus conciudadanos lo ignoran.

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Lo que se necesitan son gentes de buenavoluntad, sea cual fuere su opinión

política, para, todos juntos, asegurar unasupervivencia, nuestra supervivencia.

Porque es eso de lo que se trata.

YVES MONTAND (1921-1991), actorítalo-francés

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GLOSARIO

No hay que confundir nunca el conocimiento con lasabiduría.

El primero nos sirve para ganarnos la vida;la sabiduría nos ayuda a vivir.

SORCHA CAREY (1943)Profesora de arte clásico inglés

Acción mixta: Capacidad que posee un arma defuego, generalmente corta, para disparar mediantemecanismos internos de simple o doble acción,según deseo o necesidad del tirador/usuario.

Apuntar: Utilizar adecuadamente los elementosde puntería de un arma, mientras ésta se dirige alblanco/objetivo con la intención de impactar elproyectil en un punto concreto. Los elementos depuntería se componen básicamente de punto de

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mira y alza, existiendo una amplia clasificación deambos elementos.

Briefing (anglicismo). Reunión técnica yestratégica de preparación de una acción oservicio, en la que participan quienes van a teneralgún grado de implicación en el desarrollo delevento.

Cartucho: Conjunto compuesto porproyectil/bala, vaina/casquillo, cápsula deiniciación y pólvora/carga de proyección; todo locual se aloja dentro de la recámara de un arma defuego a la espera de ser disparado.

Calibre 12: La cifra «12» es el resultado detomar una libra inglesa de plomo puro, dividirla endoce partes idénticas y con ellas hacer esferas deldiámetro de la boca de fuego del arma queempleará el cartucho. Esto explica que loscartuchos del calibre 16 o 20 sean más pequeñosque los del 12. La libra es una unidad de medida

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de masa que equivale a 0,45359237 kilogramos.

Cavidad permanente: Es el recorrido quedescribe un proyectil a lo largo de su paso por elcuerpo u órgano impactado. Es, por tanto, latrayectoria de la herida. De este concepto naceotro íntimamente ligado, la cavidad temporal:volumen creado por el desplazamiento elástico ymomentáneo de los tejidos y órganos próximos alos afectados directamente por la cavidadpermanente. El desplazamiento referido puedeproducir rotura de vasos y tejidos sanguíneos.

Customizar (anglicismo): Modificar unaherramienta u objeto para adaptarlo a laspreferencias o necesidades de su usuario. A vecessolamente se customiza buscando la distinción yexclusividad.

Doble acción: Mecanismo de disparo instaladoen armas de fuego, principalmente cortas, quepermite disparar mediante la activación directa del

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disparador/gatillo, aunque el martillo o sistema depercusión se encuentra en posición adelantada o dereposo. Como con cualquier otro sistema,previamente al disparo hay que alimentar larecámara con un cartucho. En doble acción eldisparo se produce ejerciendo una presión decierta entidad sobre el disparador —la presiónnecesaria duplica, como mínimo, a la del sistemade simple acción—, lo cual dificulta que seproduzcan descargas involuntarias en el curso desituaciones extremas de estrés.

Doble tap: Forma de disparar armas de fuegoen series rápidas de dos disparos sobre un mismoobjetivo. También se suele entrenar el triple tap:tres disparos rápidos.

Elementos de puntería: Piezas ubicadas sobreun arma para que, mediante su empleo alineadocon los ojos, los disparos puedan ser dirigidos alobjetivo o blanco seleccionado y alcanzar con

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precisión una zona determinada. Alza y punto demira son sus denominaciones y existen fijos yregulables. El punto de mira, también llamadoposte, se ubica en el extremo del arma máspróximo a la boca de fuego. El alza, por elcontrario, se suele instalar en la zona media delarma o en la más retrasada posible.

Encañonar: Dirigir preventiva oconminatoriamente un arma de fuego hacia unobjeto o persona, sin necesidad de hacer uso delos elementos de puntería.

Fuerza centrífuga: Es una fuerza ficticia queaparece cuando un cuerpo describe su movimientoen un sistema de referencia en rotación oequivalente. Es la fuerza que aparentementepercibe un observador no inercial que se encuentraen un sistema de referencia giratorio. Centrifugarsignifica fugarse del centro.

Fuerza centrípeta: Es la fuerza opuesta a la

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centrífuga, la centrípeta busca el centro. Cualquiermovimiento sobre un camino curvo representa unmovimiento acelerado y por tanto requiere unafuerza dirigida hacia el centro de la curvatura delcamino.

IPSC: Disciplina deportiva de tiro con armacorta, que nació en California (Estados Unidos) enlos años cincuenta del siglo XX. Las siglassignifican, International Practical ShootingConfederation, Confederación Internacional deTiro Práctico. El primer presidente de laConfederación fue el coronel de los Marines JeffCooper. El lema de la IPSC es Diligentia, Vis,Celeritas, Diligencia, Potencia, Celeridad,resumen de la esencia de esta modalidad. Tambiénes llamada: Tiro de Combate, Tiro Dinámico oTiro Práctico.

Mano fuerte: Mano con la que una personatiene habilidad disparando y manejando armas

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(también manipulando otras herramientas oaparatos).

Mano débil: Mano con la que una persona notiene destreza disparando y manejando armas.Algunas personas son ambidiestras, lo que lesproporciona habilidad para tirar indistintamentecon ambas manos.

Posta: Bala pequeña de plomo que sirve demunición para cargar armas de fuego. Para lasescopetas se suelen emplear cartuchos cargadoscon numerosas postas, las cuales pueden variar entamaño, peso e incluso cantidad.

Pulgada: Unidad de longitud empleada enalgunos lugares del planeta, principalmenteanglosajones o alcanzados por su influencia. Lapulgada es una de las unidades de medida delSistema Métrico Imperial, creado en Inglaterra. Alos efectos que a este trabajo interesa, una pulgadaequivale a 25,4 milímetros del Sistema Métrico

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Decimal. En España se empleó en el pasado unaunidad denominada pulgada, pero con unaequivalencia diferente.

Proyectil: Cuerpo lanzado o proyectado alespacio desde el interior de un arma y que esimpulsado por la acción de una fuerza o de uncombustible. También se le llama bala.

Proyectil blindado: Bala, normalmente con elnúcleo de plomo, recubierta por una capa, envueltao camisa metálica. La envuelta a veces recubretodo el plomo, pero en ocasiones deja en su baseuna zona desprotegida por la camisa, asomandoplomo por tal punto. También se denominaencamisada o FMJ, Full Metal Jacket (chaquetacompletamente metálica). Este proyectil espropenso a provocar rebotes y sobrepenetracionesen cuerpos humanos y en objetos domésticoscotidianos. Es ampliamente utilizado por fuerzaspoliciales y militares.

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Proyectil de plomo: Bala cuya masa total estácompuesta de plomo mezclado con antimonio. Aveces, en la base del proyectil se coloca una chapametálica, gas check, que impide o reduce laacumulación de plomo en el interior del cañón.Lejos de la creencia general, estos proyectilessobrepenetran cuerpos humanos con ciertafacilidad. Del mismo modo pueden actuar alimpactar en muebles o enseres de uso doméstico.También rebotan. El proyectil de plomo esempleado por algunas fuerzas policiales y deseguridad privada.

Proyectil semiblindado: Bala, con el núcleonormalmente de plomo, recubierta por unaenvuelta o camisa metálica que deja asomar elplomo por su parte anterior o superior. Lejos de lacreencia mayoritaria, estos proyectilessobrepenetran cuerpos humanos con ciertafacilidad. Del mismo modo suelen actuar alimpactar en muebles o enseres de uso doméstico.

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También rebotan. Es ampliamente empleado, parael servicio y los entrenamientos, por fuerzaspoliciales y de seguridad privada.

Rebote: Acción y resultado que sufre uncuerpo, en este caso un proyectil, cuando colisionacon otro, siempre que la masa de éste sea menorque la del cuerpo alcanzado. El rebote modifica lavelocidad y el sentido de la trayectoria de loscuerpos que chocan. El ángulo de incidenciadetermina la dirección en la que se proyecta elproyectil rebotado. La forma y dureza del proyectilpuede hacer que con un mismo ángulo de impactocada disparo, en caso de que se realicen varios,produzca un rebote diferente. Obviamente, paraque se produzca un rebote, también llamado efectoricochet, siempre han de existir dos cuerpos,teniendo que poseer movimiento uno de ellosforzosamente, aunque ambos pueden ser animados.Debido al choque inelástico que se manifiesta,siempre se produce perdida de energía. El rebote

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se genera en base a la Tercera Ley de Newton: elobjeto que choca realiza una fuerza sobre elobstáculo y éste le responde con otra igual. Enfísica se estudia el rebote sobre vectores.

Simple acción: Mecanismo de disparoinstalado en armas de fuego, principalmentecortas, que permite disparar mediante laactivación directa del disparador/gatillo, si elmartillo o sistema de percusión se encuentraretrasado/activado. Como en cualquier otrosistema, previamente al disparo hay que alimentarla recámara con un cartucho. En simple acción eldisparo se produce mediante una suave presión deldisparador, lo cual puede producir descargasinvoluntarias ante situaciones extremas de estrés.

Sobrepenetración: Capacidad que posee unproyectil para atravesar el cuerpo alcanzado yabandonarlo sin control alguno por parte de quienlo disparó. La sobrepenetración (exceso de

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perforación) puede producir daños y lesionesdirectas o por rebote.

Trayectoria: Recorrido descrito por unproyectil desde que abandona el arma al serdisparado. La trayectoria se puede estudiar tantodurante el recorrido que realiza en el espacio,como una vez alcanza un objetivo y lo atraviesa openetra. Si el proyectil rebota con dirección a otropunto, tal recorrido o trayectoria también estádentro del campo científico que estudia estamateria.

9 mm Parabellum: Cartucho de fuego centralempleado universalmente por armas largas ycortas. Data de 1902 y es reglamentario en laOrganización del Tratado del Atlántico Norte,OTAN (NATO), para las armas cortas de losejércitos que la integran. También es denominado:9x19 milímetros y 9 mm Luger (existen otrasdenominaciones caídas en desuso). En España es

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el reglamentario en todas las fuerzas policiales yunidades militares, siendo usado por pistolas,subfusiles y carabinas. También los escoltasprivados españoles lo emplean de modoreglamentario en sus pistolas.

.22 Long Rifle: Cartucho de fuego anular operiférico, diseñado, creado y perfeccionado en elúltimo cuarto del siglo XIX. Es universalmenteusado en prácticas deportivas cinegéticas y de tirode precisión. Se emplea en armas cortas y largas, ysus capacidades o beneficios balísticos sonconsiderados escuetos o marginales para misionesde defensa. Su diámetro es de 0,22 pulgadas, loque implica, trasladada esa medida al sistemamétrico decimal, que su calibre es de 5,6milímetros.

.38 Especial: Cartucho de fuego centraldiseñado para revólver, que fue introducido en elmercado por Smith & Wesson en 1902. Es de

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amplio uso en todo el mundo para misiones deseguridad y defensa. Deportivamente, es tambiénmuy consumido en determinadas modalidades detiro de competición. Durante gran parte del sigloXX estuvo presente en la comunidad policialinternacional, pero de un tiempo a esta parte hadecaído aquel masivo uso que se hizo de él. EnEspaña se sigue usando reglamentariamente poralgunos cuerpos policiales, pero está totalmentevigente entre los vigilantes de seguridad. Sudiámetro es de 0,357 pulgadas, lo que equivale,convertida esa medida al sistema métrico decimal,a 9,06 milímetros.

.40 S&W: Cartucho de fuego centralintroducido en el mercado en 1990, por las firmasnorteamericanas Smith & Wesson y Winchester. Esuno de los cartuchos más modernos de pistolanormalizados para tiro deportivo (IPSC, recorridode tiro) y de defensa. Por su mayor potencia frenteal 9 mm Luger y mejor control durante el tiro que

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el 10 mm Automático, el FBI norteamericano loadoptó como reglamentario. Su diámetro es de0,40 pulgadas, lo que implica, trasladado alsistema métrico decimal, que su calibre es de 10milímetros.

.45 ACP: Cartucho de fuego centraldesarrollado por el mítico J. M. Browning en1905, para la pistola Colt 1911. También esconocido como .45 Auto/Automático, además depor otras acepciones. Las siglas ACPcorresponden a Automatic Colt Pistol. En Españaes bastante utilizado deportivamente enmodalidades dinámicas de tiro con pistola, si bienes cierto que de un tiempo a esta parte ha sidosuavemente desplazado por otros calibres. Sudiámetro es de 0,45 pulgadas, lo que traducido alsistema métrico decimal equivale a 11,45milímetros. En países como EE.UU. goza demucho prestigio gracias a su gran potencia y a quefue reglamentario en sus fuerzas armadas durante

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más de setentaicinco años.

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INTRODUCCIÓN

La sabiduría consiste en saber cuál es el siguientepaso;

la virtud, en llevarlo a cabo.DAVID STARR JORDAN (1851-1931)Educador e ictiólogo estadounidense

Este trabajo nace con la idea de dar a conocer alos profesionales de las fuerzas y cuerpos deseguridad una verdad muchas veces ocultada,cuando no sustraída. Pero también otros sectoresprofesionales pueden sentirse atraídos por elasunto. Quienes me conocen saben que sobre losenfrentamientos armados he escrito y publicadonumerosos artículos, incluso se me ha tachado dereiterativo.

Sé que lo he dicho y redicho muchas veces,pero la situación no me permite obviarlo, y

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regreso al asunto con esta obra (esta vez reforzadopor un coautor y muchos colaboradores). A tenorde las noticias, parece que en nuestro país cadadía se producen más situaciones policiales querequieren del uso del arma de fuego. Aunque enlos años ochenta yo era un crío —naturalmente merefiero al siglo XX— recuerdo que la cosa estabadisparatada en cuanto a atracos y atentados, casisiempre con luctuosos resultados. Capitales deprovincia, ciudades menores y pueblos se vieron,como si de una enfermedad se tratara, contagiadospor el ¡arriba las manos, esto es un atraco! Hoy, aveces, parece que no hay tanta distancia conaquellas pretéritas fechas, a excepción de losatentados terroristas, que ahora se producen conmucha menor asiduidad.

Rara es la semana que no conocemos laperpetración de un atraco a sucursal bancaria,joyería, peletería, gasolinera, etcétera.Ciertamente, esto ha existido siempre, pero se meantoja, nuevamente a tenor de los datos que nos

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son proporcionados, y también por los queconozco de primera mano, que en la actualidad losdisparos «vuelan» en mayor número que antes (unantes reciente). Sea como fuere, en los últimosaños demasiada sangre ha sido derramada en elpavimento de nuestras ciudades. Sigue pasando.Uno de los casos más sonados de los últimostiempos fue el del asesinato de una agente de laPolicía Municipal de Madrid, cuando el 8 deagosto de 2012 trataba de detener a los dosatracadores de una oficina de Correos. Ellarecibió un disparo en el tórax y su compañeroresultó herido de bala en un brazo. Al margen delos sucesos acaecidos en los clásicos atracos, nopueden ser olvidados los ataques que sufren lospolicías durante la identificación de personas(diligencia básica policial), o en el trascurso deotras acciones policiales cotidianas. La sangrevertida es, a veces, la de los delincuentes —labuscaron y la encontraron—, otras la de lossiempre mal comprendidos policías y en ocasiones

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la de personas ajenas a cualquiera de las partes.Esto último, si se me permite, es más dolorosoaún.

Conocida esta realidad por quienes mandan ygobiernan los cuerpos de seguridad, o sea laAdministración al final del camino, nunca se hanefectuado estudios serios y contrastados sobre lascircunstancias que se dan antes, durante y despuésde un enfrentamiento policial armado. Nadie se haplanteado firmemente si los agentes que trabajanarmados saben emplear sus armas de fuego demodo seguro y desenvuelto, fuera de la galería ocampo de tiro (muchas veces tampoco dentro delas propias canchas). Nadie ha querido admitirjamás que la formación en esta materia es nimiacasi siempre e inexistente en ocasiones. Nadie seatreve a decirlo en voz alta y por ello algunosdesconocen estas circunstancias, que para otrosson reales y cotidianas.

Poner en marcha un proyecto de esta naturalezasupondría la inversión de tiempo y dinero. De lo

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primero sobra casi siempre a quienes tienen quetomar la decisión y lo segundo nunca quieresoltarse, ni antes que sobraba ni ahora que todosvamos apretados. Puede que no interese mucho acasi nadie. De concluirse un estudio y análisissobre cómo, cuándo y por qué se producen bajasen las filas de nuestras fuerzas policiales, puedeque el castillo de naipes que algunos se hanmontado se venga abajo. Puede que a resultas delestudio haya que aumentar los costes, parasubsanar los errores detectados, ahora con datos.Posiblemente habría que admitir, aunque fuese conla boca pequeña, que lo que se venía enseñando yentrenando no sirve. No salva vidas. Puede queincluso se desvele que fue contraproducente, enalgunos casos.

Todos tenemos en la mente episodios en los quepor tener la obligación y necesidad de disparar,agentes de policía de nuestro país hirieron a susatacantes o incluso acabaron con sus vidas. Otroscasos nos estremecen cuando recordamos que en

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nuestras filas hubo fallecidos o heridos. Pero nohay que olvidar que a veces salen a la luz sucesosen los que, de modo involuntario, los funcionariosprodujeron lesiones o pérdida de vidas humanasen la población civil (daños colaterales,inocentes). Solo por la cercanía en el tiempo,amén de por el protagonismo mediático obtenidoen su momento, recordaré el «Caso Puerta delSol» (Madrid, 6 de mayo de 2010) y el acaecidoel 25 de mayo de 2012 en San Juan deAznalfarache (Sevilla). En el primero de loscasos, un agente de la Policía Municipal deMadrid disparó a un sujeto que lo acometió con unarma blanca, a muy corta distancia. El policíadisparó tres veces contra su agresor, consiguiendoque cesara la hostilidad cuando el tercer proyectillo alcanzó. Todos los disparos tocaron al atacante.Lo lamentable es que una bala atravesó el cuerpodel delincuente, rebotó en el suelo —quizá pared,según la sentencia judicial— e hirió a untranseúnte al que provocó lesiones muy graves.

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Existió sobrepenetración, algo presente enmuchísimos casos documentados.

En el suceso del municipio sevillano de SanJuan se produjo otro rebote, según todos losindicios. Un proyectil disparado por unfuncionario, en este caso del Cuerpo de PolicíaLocal de San Juan de Aznalfarache, rebotó en eltrascurso de un intercambio de disparos con dosatracadores armados. Los ladrones abandonabanuna entidad bancaria en la que acababan deperpetrar un robo, cuando fueron sorprendidos pordos policías. De los aproximadamente ochodisparos que efectuaron los funcionarios, dosalcanzaron eficazmente el torso de uno de losasaltantes. Según se ha acreditado científicamente,otro proyectil rebotó e impactó en la cabeza de unaseñora que esperaba el autobús, a veinte metros dedistancia de la escena principal. En diciembre delmismo año se supo que la autoridad judicial habíaarchivado la causa contra el agente que disparó,pues comprendió que el homicidio se produjo por

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causas ajenas a su voluntad. Incluso la familia dela interfecta así lo entendió y no recurrió laresolución judicial.

A veces, incluso los propios agentes de laautoridad se lesionan accidentalmente entre ellos.Destacaré dos incidentes de esta índoleproducidos en los últimos tiempos. En el primerode ellos un policía municipal de Madrid fue heridoen un pie, por el disparo que efectuó unfuncionario del Cuerpo Nacional de Policía(CNP), cuando ambos trataban de detener al varónque los había agredido con un arma blanca al tratarde detenerlo. El hecho se produjo el 14 de febrerode 2009 y los dos agentes resultaron lesionadospor el cuchillo que esgrimía el atacante (en elcapítulo ocho se amplían detalles). El otroaccidente lo protagonizaron dos mozos deescuadra en Barcelona, el 3 de abril de 2013. Unode los funcionarios fue alcanzado en una piernatras haber efectuado su compañero varios disparoscontra un jabalí, cuando el animal deambulaba

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libremente por una vía pública. Aunque el factorsuerte y las circunstancias concretas siempre hayque barajarlas como responsables de estas cosas,la impericia siempre se asoma sospechosamenteen estas situaciones.

Se conocen en España pocos estudios de camposobre armas y su uso policial. Me refiero atrabajos efectuados por cuerpos autóctonos. En uncaso se invirtió en conocer qué llevaba a losmiembros de un determinado cuerpo a suicidarse.Pero lo que de verdad importaba era que lossuicidios principalmente se llevaban a cabo conlas armas de la institución. En ese cuerpo, entre1991 y 2001 se produjeron 191 suicidios.Solamente durante el verano de 2012 fueroncuatro. ¿Lamentable, triste o vergonzoso? No lo sé.Lo que sí sé es que en esa fuerza se dananualmente muchos accidentes con las armas dedotación y no porque estén averiadas. Estas cosas,siempre que no hay lesiones, se ocultan a laopinión pública y, si se puede, también al propio

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mando. Las descargas o disparos no deseados seproducen por desconocimiento del manejo delarma. ¡Impericia! ¿Por qué? Sencillo, porque no seadiestra bien al personal, sino que se le entrenamal y con miedo. Casi se adoctrina en la idea delterror y la fobia al arma. Se inculcan conceptosdeportivos a veces y erróneos casi siempre. Yuyu,tabú.

Otro cuerpo se preocupó por otra cuestión: lapérdida, sustracción o extravío de las armas de susintegrantes. La cosa es que nadie se ha mojado.Nadie ha puesto el cascabel al gato. Cuando alfelino se le ponga la campanilla, ésta se deberíahacer sonar por toda la piel de tiro, digo de toro.Si existiera un concienzudo trabajo conconclusiones finales, debería coordinarse a todaslas instituciones armadas, a fin de homogeneizar laformación de quienes deben proteger al ciudadano.En los Estados Unidos de América (EUA) yaocurre. De todos es sabido que en los EUA lasautoridades judiciales, e incluso la propia

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sociedad, están muy comprometidas con todo loque supone la seguridad de sus calles yciudadanos, pero también la de sus agentes de laley, agentes de la autoridad, en nuestro argot.

Bajo la directa dependencia del Departamentode Justicia norteamericano, el Federal Bureau ofInvestigation (FBI) es la agencia federalencargada de recopilar múltiples datos sobredelitos en general. Esa información, una vez estratada y analizada, se vuelca en un complejoprograma informático de estadísticas. El programaLaw Enforcement Officers Killed and Assaulted(Leoka), en español Oficiales de PolicíaAsaltados y Asesinados, es el que emplea el FBIpara estudiar todo lo concerniente a los atentadoscon fallecimiento de oficiales de policía de lanación. Por cierto, el oficial es a ellos lo que anosotros el agente.

Ya en 1937 (hace casi ochenta años) unacomisión compuesta por funcionarios delDepartamento de Justicia comenzó, muy

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comprometidamente, la singladura en el mundo delanálisis estadístico de temas relacionados conasuntos policiales. Desde el principio se dieron aconocer, anualmente, las cifras de los agentes de laley fallecidos en el cumplimiento del deber. En1960 las estadísticas se ampliaron con másparámetros. Desde ese momento no solo seanalizaron y publicaron cifras y circunstanciasrelativas a los agentes caídos, sino que también sedieron a conocer los casos referidos a incidentesque únicamente produjeron lesiones, sin funestosresultados.

En junio de 1971, la Conferencia de Aplicaciónde Ley solicitó al FBI una mayor implicación en lainvestigación y prevención en las muertes de lospolicías. El FBI, naturalmente, aceptó el reto y seimplicó más a fondo. La primera medida adoptadafue la de aumentar el número de patrones y datosen las encuestas sobre las agresiones. Entre 1972 y1982 se emitieron dos informes anuales. Fueronaños con muchas bajas. En septiembre de 2001,

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como consecuencia del brutal ataque terroristasufrido por Estados Unidos (11-S), setentaiúnpolicías perecieron en el ejercicio de susfunciones. En el informe emitido sobre ese año,Leoka 2001, esas víctimas no fueron incluidas enél. Las singulares circunstancias del caso así loaconsejaron. Por cierto, este incidente marcó unantes y un después en la forma de entender laseguridad nacional y también la internacional oglobal. Ya que estamos, significar que 2001 cerrósus estadísticas con setenta funcionariosasesinados en encuentros policialesconvencionales.

Gracias a lo detallado y afinado de losinformes actuales del FBI, en diversas tablasinformativas se pueden conocer datos tales como:edad y raza o etnia de los agentes asesinados(también de los asaltantes), estado y localidaddonde se produjeron los hechos, calibres y tipo dearmas empleadas por los agresores. Incluso sepuede conocer el número de agentes que portaban

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chaleco de protección balística cuando fueronagredidos. Cifras relativas a los ataques sufridoscon otro tipo de armas (blancas, contundentes ocircunstanciales), son publicadas también en estosinformes. Las franjas horarias en las que seprodujeron los hechos, así como las estaciones omeses del año, son analizadas y dadas a conocer.Revelador y fundamental en el estudio es el datoque relaciona el tipo de servicio ejercido por elagente asesinado y la distancia a la que fueasaltado. Este dato es crucial. Con tal informaciónse puede llegar a obtener conclusiones serias, deaplicación eficaz en la prevención de nuevosataques. Estos datos son imprescindibles paraformular y diseñar ejercicios realistas deentrenamiento.

Tras mantener una conversación al respecto conel psicólogo Fernando Pérez Pacho, éste se mostróatraído por la idea de trabajar este campo enEspaña. Él ya venía trabajando su rama científicaen ambientes policiales, amén de ejercer como

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docente especializado en academias de cuerpos deseguridad. Él fue quien, en abril de 2012, mepropuso madurar la idea. Aunque ya manteníamoscontacto vía e-mail desde hacía un par de años, nofue hasta esa fecha cuando nos conocimospersonalmente. Pero, en honor a la verdad,Fernando ya me había guiñado un ojo tiempo atrás,en el sentido de escribir algo juntos. Aquella tardede abril acepté el envite y me puse a meditar sobreello. Pasados unos días ya tuve una somera idea decómo afrontar una empresa de esta naturaleza y,poco a poco, fui cuadrando ideas y estructurandoen mi mente el proyecto. Cuando tuve másorganizada la idea, le participé al coautor de En lalínea de fuego: la realidad de los enfrentamientosarmados que podría elaborarse un libro, untratado, un dossier o simplemente una serie deartículos.

Ponernos manos a la obra suponía localizar aun buen número de agentes de seguridad españolesque tuviesen en su haber experiencia real en

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enfrentamientos armados. Pero, naturalmente,habría que convencer a estas personas para que sesometieran, cual conejillos de indias, a nuestrasentrevistas técnicas. Uno no es que se vayaencontrando por las esquinas a policías conexperiencias de este tipo, pero los hay. Yo, comoprofesional de la seguridad e instructor de tiro —también por mi experiencia vital en la que tuve quedisparar contra una persona—, me dedicaría arecabar datos mediante entrevistas personalesrealizadas a los protagonistas del estudio yredactaría los hechos (las conversacionesmantenidas fueron reforzadas con lacumplimentación de un test de preguntas muyconcretas). Fernando, con sus más de treinta añosde ejercicio clínico, entrevistaríapsicológicamente a los supervivientes. En base alanálisis del estudio, yo emitiría el pertinenteinforme y comentarios de cada caso y él unasconsideraciones finales. Encontramos a muchosque quisieron colaborar y durante más de

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dieciocho meses trabajamos con ellos. Laliteralidad de sus manifestaciones la hemosresaltado mediante el uso tipográfico combinadodel entrecomillado y la cursiva; optando poremplear únicamente el texto entre comillas cuandoreflejamos literalidades extraídas de sentencias,normas jurídicas, estudios, obras literariaspublicadas, prensa escrita, etc.

Fueron contactados agentes de cuerposestatales, autonómicos y locales. Incluso algúnagente privado de seguridad se prestó desde elprincipio a colaborar con nosotros. Mostraroninterés colaborador una o dos personas queafirmaron poseer experiencia real y activa entiroteos, pero abandonaron el proyecto aldescubrir que se iban a sumar a una cosa seria. Nodieron razón ni explicación, pero tampocoacreditaron nunca aquella vivencia queverbalmente manifestaron. Algunos, inclusoacreditando fehacientemente su implicación enimportantes sucesos de pólvora, plomo y sangre,

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rehusaron unirse a la obra. Ver la muerte sobreuno, o provocarla a otros, nunca sale gratis. Sueleestar presente el miedo a que los demás sepan quées lo que allí ocurrió, lo que no se pudo hacer eincluso lo que sí se realizó y cómo se culminó. Laspresiones psicológicas y judiciales acompañan aestas decisiones.

Significar que en los capítulos que conformanla obra se omiten los nombres de losprotagonistas, de las ciudades en las que seprodujeron los hechos y de los cuerpos deadscripción. Esto no se hace por motivos deseguridad, aunque tal vez sí en algún caso muyconcreto. La verdadera razón por la que sepresentan así los capítulos es para que, dada laamplia variedad de fuerzas representadas en elvolumen, ningún lector crea, una vez conocido elnombre del cuerpo protagonista, que él o suscompañeros de unidad u organización hubieranpodido resolver mejor la situación (caso de lectorperteneciente a la comunidad policial). No es

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descabellado pensar que alguien pueda creer queestá más cualificado que otro, solamente por elhecho de pertenecer a una institución determinada.Aquí, ante la muerte, eso no vale. Los agresores noentienden de cromática, solo ven a representantesde la ley y, ante el temor de ser capturados,resuelven antijurídicamente.

La idea no es nueva. No descubro la pólvora, nireinvento la rueda. Me refiero a publicar una obracargada de entrevistas a los protagonistas deconocidos sucesos de armas. Amén de otroslibros, los más famosos tiroteos del míticobandido Billy el Niño, en el Salvaje OesteAmericano, incluida su muerte a manos dellegendario sheriff Pat Garrett, en 1881, fueronpublicados por Walter Noble Burns en 1926: TheSaga of Billy the Kid (La saga de Billy el Niño).La obra la integran, en buena parte, lasmanifestaciones aportadas por quienes seguíanvivos y habían tenido algún grado de participaciónen los numerosos casos protagonizados por Billy.

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Para elaborar este estudio han sidoentrevistadas personas que fueron gravementeheridas por armas blancas o de fuego e inclusocasuales. El lector conocerá casos de agentes queno pudieron responder a los ataques sufridos. Perotambién verá como otros policías sí que sedefendieron. Entre los que respondieron a laagresión, algunos hirieron o mataron a susoponentes, pero otros, pese a consumir decenas decartuchos, no hicieron sangre. Entre todos los quedesinteresadamente se prestaron al estudio, hayprofesionales que exclusivamente entrenabanejercicios de tiro cuando eran reglamentariamenteobligados a ello; pero también se da el caso deotros que practicaban a nivel privado. Los queacudieron a la formación extraoficial eran, ysiguen siendo, aficionados a las armas y al tiro.Estos últimos también demostraron ser personassensatas que, detectada la laxitud de losentrenamientos internos, buscaron formación porotras vías. Algunos de ellos incluso eran

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instructores de tiro con vasta experiencia comoformadores y competidores deportivos.

Aunque cada suceso fue distinto y todos losactores reaccionaron de un modo diferente, lafisiología humana siempre manda: en casi todoslos casos se manifestaron puntos en común.Muchos pudieron hacer uso de sus armas de fuego,suponiendo esto un peso moral y judicialimportante en varios casos —miedo al reprochepenal, incluso ante una clara proporción en larespuesta—. Aquello de «pues yo le meto trestiros y me quedo tan tranquilo», no es tan sencillo.Hay demasiados toreros de salón que,gratuitamente, se expresan así. La ignorancia esatrevida, pero otras veces —demasiadas—ofensiva. Por ahí hay muchos legos, jefes ycompañeros (algunos jefes y compañeros sonlegos también) que no son capaces de impactar enuna silueta de papel a seis metros de distancia,pero en la barra del bar balbucean lo que ellosharían ante un tipo que, a esa misma distancia, ya

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les estuviera disparando. ¡Cuánto mal hace esagente al resto del colectivo! Quienes de ese modocacarean públicamente —a veces ante juristas ymedios de prensa—, hacen mucho daño a lacomunidad policial. Mucho. Estos hacen creer a laopinión pública que todo el que pasa por unaacademia de policía está preparao pa matá, o loque es peor, que será capaz de alcanzar con suarma una parte concreta de la anatomía del hostil,sin quitarle la vida. ¡Insensatos, ilusos!

El autoreproche moral referido al inicio delpárrafo anterior ha estado presente incluso enhombres muy rudos, de tiempos no menos toscos.Gente montaraz, de otra era. Patrick Floyd Garrett,Pat Garrett, que fue un famosísimo sheriff en elSalvaje Oeste Americano, el último gran agente dela ley, pasó también por ello. La primera muertehumana que provocó con sus armas le llevó por elvalle de la amargura: cuestiones morales yremordimientos lo atormentaron, pese a quedisparó a un vaquero en defensa propia. Mató de

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un tiro a un compañero, a distancia de contacto.Fue en 1876, cuando aún no era agente de la ley,sino cazador. Joe Briscoe, de origen irlandés,estaba trabajando como cazador de búfalos ybisontes, cuando accidentalmente Pat ejercía comojefe de la partida. Por una discusión intrascendenteentre ambos, el irlandés asió un hacha y avanzóhacia Garrett. Cuando la distancia entre ambos erade contacto físico, Pat disparó. Prueba de que ladistancia era extremadamente corta entre los dos,es el hecho de que la ropa de Joe estabachamuscada por el fogonazo del revólver (calibre.45). Otros cazadores lo presenciaron. Pat seentregó a las autoridades. Sus remordimientos nolo dejaban vivir, pero ningún agente quisodetenerlo tras oír el relato y no tener prueba otestimonio en contra. Tiempo después, Garrett seconvertiría en uno de los más famosos agentes delorden de aquellos convulsos momentos. Ocupó,entre otros cargos, el de sheriff del Condado deLincoln (Nuevo México) y marshal de los Estados

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Unidos. En esa época detuvo al temido ylegendario pistolero Billy el Niño, acabandomeses después con su vida. Ambos hechos seprodujeron entre abril y julio de 1881 (LEEGARDNER, Mark, Al infierno en un caballo veloz,Editorial Atalaya, junio 2012, p. 46).

Cuando quienes deben aplicar el Derecho hanoído durante años tan irresponsables y falsasaseveraciones —muchas veces de la boca de altosmandos o políticos—, podrían inconscientementellegar a firmar viciadas resoluciones. Nadie ledijo nunca la verdad de esto a jueces y fiscales.Neurocientíficos y fisiólogos deberían ser oídos,como peritos, en los juicios que presentaranmínimas dudas sobre la reacción y acción dequienes se tuvieron que defender. El doctor CarlosBelmonte Martínez, máxima autoridad científicaespañola en materia neurológica (Premio ReyJaime I, 1992), sostiene: «Hay que recurrir a estetipo de expertos en los juicios […] pues estoyseguro de que los jueces van a ser sensibles a una

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explicación científica, del modo natural dereaccionar de un agente, en situación deemergencia». Carlos Belmonte es el director delInstituto de Neurociencias de Alicante, así comocatedrático de Fisiología en la Facultad deMedicina de la misma ciudad. El 9 de marzo de2011, el profesor Belmonte recibió una copia delinforme emitido por la Asociación Profesional dePolicía (Asopol), Informe 1/11 el agente depolicía: reacción ante el peligro. El director deldossier fue el subinspector del CNP Daniel GarcíaAlonso y el contenido versaba sobre lasreacciones experimentadas por los seres humanos(policías) ante situaciones extremas de estrés.Aquel trabajo apuntaba en la misma línea final queeste que está usted leyendo ahora. La respuestapositiva de Belmonte es, por sí sola, un aval altrabajo de Asopol. Tengo el honor de poder decirque García Alonso pidió mi colaboración en aquelestudio.

La realidad es que la formación específica en

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materia de tiro es escueta casi siempre y nula enocasiones. Se desconoce y hurta la verdad: quiendispara un arma nunca tiene el control delproyectil. Esto da para un monográfico, pero ahoraestamos en un genérico. Muy básicamente se puededecir, pero sobre todo se debe saber, que untirador no puede asegurar jamás que allá a dondedirigió su arma acabará su bala, tampoco aunqueapunte. Siempre digo esto: si eso fuese así desencillo todos seríamos campeones de tiroolímpico. En el mejor de los casos, podremosasegurar que apuntamos o dirigimos el fuego haciaun cuerpo determinado, pero ese cuerpo puedevariar en el último instante su posición en elespacio —movimiento—, sin que exista controlpor parte del tirador sobre el actor al que disparó.Cuando eso ocurre, y les aseguro que ocurre, elresultado conseguido podría ser uno muy distintoal buscado, incluso cuando se apuntara con calma.Precisamente, jamás existe calma o tranquilidad enun enfrentamiento del tipo «o tú, o yo».

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Cuando no es el actor «B» el que subvierte elresultado deseado del disparo (caso anteriormenteexpuesto), puede que sea la metamorfosisfisiológica del actor «A», la que impida que seejecute aquello que mecánicamente el cerebrohabría previsto en estado de reposo emocional. Nose puede ir contra la naturaleza. Ante situacionesde máximo estrés, como son aquellas que tratamosen esta obra, no puede garantizarse casi ningunarespuesta coherente y cognitiva. No es fácildiscernir, a veces es imposible. Los milisegundosque transcurren entre la reacción automática y elanálisis consciente, son los que determinan, enmuchos casos, que el resultado sea lasupervivencia o la muerte. La naturaleza ha dotadoal hombre del más eficiente sistema parasobrevivir.

No solamente las capacidades cognitivas seven afectadas, sino que las reacciones autónomasdel sistema nervioso simpático impiden tambiénejecutar muchas reacciones físico-mecánicas. Sin

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duda alguna, un adecuado entrenamiento siemprees positivo, pero no necesariamente garantizarespuestas eficaces y rápidas a la par queajustadas a Derecho, tal y como en estos casos seinterpreta la proporcionalidad de medios.

Estos significativos cambios que se producenen el organismo, de forma no controlada por quienlos sufre, en relación a los condicionantes noracionales que determinan la conducta humana ensituaciones de emergencia, deben ser conocidospor los operativos. Si de antemano se sabe qué nosva a ocurrir por dentro, mejor podremosprepararnos para responder por fuera. En el buenconocimiento de esta materia deben basarse losejercicios de formación y reciclaje de tiroprofesional. Lamentablemente, no es así. Lainmensa mayoría de policías entrena ejerciciosque se alejan de las verdades de la calle y, sobretodo, de la respuesta natural humana.

Wild Bill Hickok fue, sin duda, uno de lospersonajes más conocidos de la era del Salvaje

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Oeste. Tal vez fuera el más famoso agente de la leydel momento. Fue policía, sheriff y marshal envarias localidades, pero cosechó fama y éxitosmientras ejerció como comisario en Abilene(Kansas). El Estado de Kansas era un áreageográfica muy peligrosa, como todos losterritorios de la conocida como «la Frontera».Hickok está en el elenco de las diez personas másmortíferas de la historia, como así consta en laobra literaria The Deadliest Men (Los hombresmás mortales), de Paul Kirchner. Pero pese a suvasta experiencia en tiroteos y virtuosidad con lasarmas, el 5 octubre 1871, en Abilene, disparó porerror a un compañero, al agente Mike Williams.Mike, que además era amigo personal de Hickok,se aproximó a él por una esquina en penumbra,cuando el otro estaba en pleno tiroteo con unvaquero. Aquel pistolero había disparadopreviamente contra el comisario pero, pese a laescasa distancia que los separaba, no acertó.Hickok sí, dos veces. Justo cuando el encuentro

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había finalizado fue cuando Williams se aproximóa su amigo, tras haber oído las detonaciones. Soloquería prestarle apoyo, pero el estado de estrés enel que se encontraba Wild Bill hizo que no loreconociera y le descerrajara dos tiros. Falleció(G. ROSA, Joseph, Wild Bill Hickok, Gunfighter,University of Oklahoma, 2001).

Lo ven, pasaba antes y también ahora. Lassituaciones peligrosas y delicadas pueden hacerperder capacidades incluso a los más cualificadosy experimentados. Esto es algo que se podrá ver,con claridad meridiana, en varios episodios deesta obra.

Especialmente llamativo es, en este documento,el hecho de que en casi todos los enfrentamientosdocumentados se produjo sobrepenetración de losproyectiles. Esto implica que aquellas balas queacabaron en los cuerpos designados comoobjetivos, terminaron traspasándolos e impactandoen lugares o cuerpos no deseados como objetivos.Este es un mal en el que personalmente he insistido

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durante años en numerosos artículos, conferenciasy conversaciones. Las sobrepenetraciones podríanproducirse con casi cualquier tipo de proyectil,porque no todo depende de él. El cuerpo u objetoalcanzado también tiene mucho que decir en esto.No es lo mismo alcanzar el tórax de una personade cien kilogramos y 1,70 metros de altura, que elde una persona de igual estatura pero de sesentakilos (se entiende que usando el mismo calibre ytipo de proyectil). Pero también es cierto quedeterminados proyectiles son más propensos aproducir exceso de penetración. Es el caso de losmás ampliamente extendidos entre losprofesionales españoles: blindados oencamisados, también llamados Full Metal Jacket(FMJ), semiblindados y de plomo. Que nadie lesdiga lo contrario, sin haber realizado pruebas ytests serios, estos tres tipos de proyectiles secomportan de un modo casi idéntico cuandoalcanzan objetos domésticos cotidianos urbanos ocuerpos humanos.

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El trabajo que tiene usted entre sus manos ha deser leído y estudiado con afán e inquietud porconocer la verdad. No olvide algo, susprotagonistas la conocen. Ellos estuvieron allí yvolvieron para regalarnos sus experiencias. Seríacómodo y fácil, pero muy injusto, criticar lasacciones y reacciones llevadas a cabo por algunosde los que nos han confiado estas íntimas y vitalesvivencias, pues en ocasiones dispararon muchoscartuchos y no acertaron nunca en el objetivo.Otros no lograron ni disparar. No caiga en ello,por favor. Para saber cómo hubiera actuado usteden esos mismos casos, tendría que haber estadoallí. Seamos sinceros todos y admitamos algo queyo sí puedo garantizar: hasta que uno no se ve anteel toro no puede saber si lo capeará o si echará acorrer. Si no somos sinceros no podremos mejorarel sistema. Mintiéndonos, únicamenteconseguiremos empeorar todo un poco más y yabastantes años nos han estado engañando sobreeste tema en las escuelas, plantillas y galerías de

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tiro.Los autores estaremos siempre en deuda con

todos los que nos han confiado tan cruciales yvitales experiencias. Todos ellos, desde elanonimato, desean lo mismo que quienes firmamoseste documento: ayudar a que otros tambiénpuedan contarlo mañana. Se extiende elagradecimiento a quienes supieron reconocerpúblicamente el mérito y sacrificio de los queregresaron, tras pasar por los peores momentos desus vidas. También a quienes al final no quisieronresponder a nuestro requerimiento. Comprendemosperfectamente sus sentimientos y su postura. Paraellos también va dedicado este trabajo.

Nos gustaría incidir en un tema importante: éstees un libro de divulgación. Gran parte de lasaportaciones que se vierten en sus páginas estánrespaldadas por estudios e investigacionesvalidadas empíricamente. Otra parte de loscomentarios, hipótesis y explicaciones, nodisponen de un sustrato empírico tan firme, pero,

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en un terreno tan novedoso, quiere ser una puertaabierta a la investigación, refutación y elcomentario. Nuestra intención ha sido, sin perderel rigor, llegar al máximo abanico posible delectores, algo que ha obligado a suavizar laintensidad del lenguaje técnico. Son muchas lasopiniones, comentarios, críticas y explicacionesdiseminadas a lo largo de la obra. Algunasayudarán a la formación y comprensión del tema.Otras darán pie a la crítica y al cuestionamiento.Así funciona el conocimiento, porque quienesdebemos ser los primeros en estar en disposiciónde aprender somos los autores de este volumen.

ERNESTO PÉREZ VERA

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INTRODUCCIÓN A LASEGUNDA EDICIÓN

Debido al éxito obtenido con la primeraedición de En la línea de fuego: la realidad delos enfrentamientos armados, ésta quedó agotadadurante la primera semana de su llegada a lasestanterías de las librerías y demás tiendas en lasque es posible adquirir el libro. La situaciónobligó a reimprimir, casi con carácter urgente, unanueva tirada de ejemplares. Esto se produjo, paramayor satisfacción de sendos autores y de laeditorial, tras la primera presentación pública dela obra. Ávila fue la ciudad en la que se celebró lapremier. No es un sitio cualquiera. Tampoco elpresentador del evento y el foro de encuentro sonbaladíes. Esta ciudad acoge el mayor centro de

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formación de policías de España y, posiblemente,de todo el continente. El Quantico europeo lellaman algunos, mirando de reojo hacia laAcademia del Federal Bureau of Investigation(FBI) norteamericano. Hablamos de la EscuelaNacional de Policía, la cuna del Cuerpo Nacionalde Policía (CNP). Fue allí precisamente donde el21 de mayo de 2014 presentó la obra José Maríade Vicente Toribio, todavía por aquel entoncesinspector jefe de dicha fuerza. Toribio, que estabadestinado en dicho centro de formación desde ladécada de los años noventa, ejerció allí sumagisterio como profesor de tiro y armamentodurante más de veinte años. A fecha de esteevento, y desde hacía no más de dos años, ocupabaplaza en el Departamento de RelacionesInstitucionales de la Escuela. Hombre ampliamenteversado en la materia tratada en En la línea defuego, también es escritor de narrativa y poesía.Aquella tarde estaba, sin que muchos lo supieran,a solamente cuarenta días mal contados de su pase

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a la situación administrativa de jubilado por edad.Tras esta primera «puesta de largo» en Ávila,

otras ciudades como Valencia, Sevilla, Zaragoza oLa Línea de la Concepción, han acogido lapresentación de En la línea de fuego: la realidadde los enfrentamientos armados. No tendremosnunca suficientes palabras para agradecer el apoyoy afecto que hemos recibido de los organizadoresde los eventos. En cada uno de los lugares en losque hemos estado nos han hecho sentir como enfamilia. Diversos medios de comunicación,cadenas de radio y El País o Interviú, entre otros,se han hecho eco del libro. En definitiva, muysatisfechos de lo mucho que se ha hablado de laobra en tan poco tiempo.

Echando la vista atrás, uno recuerda con cariñoaquel primer encuentro en un bar con solera deJerez de la Frontera. Un vino rosado y un cafésirvieron de lubricante para poner sobre la mesalas ideas que teníamos respecto de la actuaciónpolicial, el entrenamiento que recibían los policías

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o los problemas psicológicos encontrados comoconsecuencia de las situaciones de riesgoderivadas del servicio. Hablando y hablando nacióla idea de este libro. Ya desde el inicio tuvimosclaro que lo que escribiésemos debía tener unaestructura técnica importante sin perder laamenidad y el tono divulgativo. Posiblemente, esonos haría perder algo de «rigor científico», peropensamos —y creo que no nos equivocamos— queera muy importante que el libro pudiera ser leídopor todo tipo de lector, fuera entendido o no en lamateria. Atraer a lectores de ámbitos muy disparesfue una tarea complicada, pero estimulante.

Otro de los objetivos irrenunciables fue que laobra tuviera su propia «alma». Las historiasnarradas no deberían conformar un mero y fríocatálogo de hechos relacionados con lasconfrontaciones armadas. El alma del libro debíanser los policías protagonistas de los muchosdramas personales convertidos en letra; susvivencias, sus recuerdos, sus miedos, su nueva

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vida tras experiencias tan duras… Nuestro libro,para que realmente cumpliera con el objetivo quenos habíamos propuestos, debía poseer alma.

Pero, ¿lo conseguimos? La respuesta llegó en laprimera presentación pública de la obra.

Ya en la Escuela de Ávila, notamos que algopasaba con el libro. Es verdad que quienes nospremiaron con su asistencia —y en los turnos depreguntas— plantearon dudas sobre técnicas,respuestas fisiológicas, el comportamiento humanoen situaciones de estrés, etc., que tratábamos deresponder y aclarar lo mejor que podíamos. Sinembargo, el verdadero contacto con los lectores denuestro libro vino después, en esos momentosdistendidos en los que tienes el placer de dedicarunos ejemplares a personas muy agradecidas. Lospolicías que se acercaban para charlar sobre laobra estaban en sintonía con esa parte de alma quehabíamos querido transmitir.

Fue en esos pequeños círculos de

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conversaciones informales que escuchábamos susopiniones, sus propias experiencias, susaportaciones a alguno de los capítulos, las dudassobre la formación, el temor a encontrarse en unasituación de vida o muerte y no saber si susreacciones serían las correctas… En estosmomentos, toda la parte racional quedaba a unlado dejando espacio a las emociones, a esa partefundamentalmente humana de todo policía encuanto que es persona.

A partir de este momento, el libro empezó adejar de ser un proyecto individual de Ernesto oFernando, para pasar a ser algo más grande frutode la suma de las experiencias de todos aquellospolicías que lo iban leyendo. La obra que tenéis enlas manos no es la misma que aquella primeraedición publicada hace unos meses. Ahora tienealma, y eso es fundamental en un proyecto quepretende algo más que contar historias mejor opeor. Algo que sentimos es el no poder incluirtodas las experiencias y aportaciones de todos

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aquellos que nos han honrado recorriendo suspáginas.

Sabemos que En la línea de fuego no da porterminada una realidad que, por desgracia, golpeaduramente a quienes tienen que poner sus vidas enriesgo para garantizar la libertad y la seguridad delos demás. En el lapso que separa ambasediciones, un funcionario ha encontrado la muertey varios han sido heridos en el curso deenfrentamientos armados encontrándose deservicio. Esta pérdida deja un vacío personalinsustituible, pero también planta la semilla parauna pregunta fundamental: ¿podría haberseevitado? Después de reunir toda la informaciónpara escribir esta obra, la conclusión máspreocupante a la que llegamos fue que —salvohonrosas excepciones— no se presta especialatención a la fisiología y psicología propias de unenfrentamiento armado, a pesar de que sonaspectos que tienen un gran peso a la hora dedecidir el resultado final del tiroteo. Lógicamente,

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tampoco se aplicaban a la instrucción de tiro.Este libro, en parte, también trata de esto, de

salvar vidas. Somos conscientes de que ensituaciones de a vida o muerte hay muchasvariables que resultan difíciles de controlar.Siempre puede salir algo de modo distinto a comoesperábamos. Pero, ¿y todo aquello quedeberíamos hacer y no hacemos? ¿Todavía no senos cae la cara de vergüenza cuando mandamos anuestros agentes una o dos veces al año al campode tiro a vaciar un cargador y volver a casa? Algotiene que cambiar. Nosotros no tenemos todas lasrespuestas, pero esperamos que este libro sea uneslabón más que ayude a cambiar las cosas.

Esta segunda edición amplía algunos párrafosya publicados en la anterior. No suma nuevoscasos o capítulos, pero sí añade valiosa yenriquecedora información relativa a cómo seprodujeron varios hechos concretos, meramentereferidos por encima anteriormente. Para estasampliaciones han sido entrevistados tres

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funcionarios más. Policías que resultaron heridosen su momento, uno de ellos de muchísimagravedad. Personas que si bien estuvieron encontacto con los autores en 2012, decidieron noparticipar abiertamente en la primera edición. ¿Porqué ahora sí?, por razones muy respetables tantoayer como hoy. Ya se apuntó en los párrafosfinales de la introducción de la edición agotada:comprendemos y respetamos todas las razonesesgrimidas para no subirse al barco y también parabajarse de él. Algunos de los añadidos insertosmerecen ser capítulos por sí solos. Pero pordiversas razones los autores hemos optado por noincluir más episodios sino nutrir los ya existentes.Igualmente, a un caso ampliamente desmenuzadoen la anterior edición, se suma otro policíaprotagonista que con su nueva y rica aportaciónrevaloriza la obra.

FERNANDO PÉREZ PACHO

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PRÓLOGO

Tres clases hay de ignorancia: no saber lo quedebiera saberse,

saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debierasaberse.

FRANÇOIS DE LA ROCHEFOUCAULD (1613-1680)Escritor francés

Una de las normas básicas a la hora de escribirun prólogo es haber leído de cabo a rabo la obraque se prologa. Todas las guías al respectocoinciden en este punto. No es mi caso, ya quesolamente he tenido acceso al borrador de lamisma, por lo que seguro que omitiré detallesimportantes, o al menos mi diatriba no será todo locompleta que sería deseable. No obstante, síconozco en profundidad la raíz del problemaplanteado por los autores y, desde luego, entiendo

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perfectamente el planteamiento que guía a Ernestocada vez que escribe sobre estos temas. Opino queesto bastará para dar al lector una ideaaproximada de lo que va a encontrar una vez seadentre en el cuerpo de la obra.

Precisamente ese es el objeto de un prólogo:abrir la puerta al lector y guiarle hacia el corazóndel libro, contándole, mientras le acompañamos, elcómo, el cuándo y el por qué de lo que va apresenciar a continuación. Ese debe ser micometido y no otro.

Por tanto, en esta ocasión evitaré los halagos(merecidos pero subjetivos) y me centraré en laimportancia real de este documento y en susignificado y trascendencia en el momento en quevivimos. Y es que los tiempos cambian y lo queayer era una verdad a medias hoy parece superado,y nuevas verdades (probablemente también amedias) ocupan su lugar para guiarnos por otrosderroteros. ¿Quién decide lo que es o no esverdad? Es difícil establecerlo. Quizá hace miles

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de años era mucho más sencillo, ya que todostenían claro quién era el «sabio de la tribu» yaceptaban con mayor facilidad ciertos dogmas.Actualmente, y dotados del conocimiento (o delacceso instantáneo al mismo), todo parece muchomás incierto. Las informaciones contradictorias,las opiniones, las críticas, todo esto se agolpa ennuestra mente haciendo que muchos no seancapaces de llegar a esa verdad a medias (nuncaabsoluta, eso está más allá de nuestro alcance).

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo distinguir elconocimiento de la mera información, en muchasocasiones parcial? Pues muy sencillo: atendiendoal método. Ésto es algo que he llegado a apreciargracias a mi formación como criminólogo y es quela aplicación del método científico es una de laspocas garantías a las que podemos asirnos a lahora de afrontar un problema. Ése es precisamenteel primer mérito que atribuyo a esta obra, el deestudiar la importantísima cuestión delcomportamiento bajo el fuego desde una

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perspectiva empírica, circunstancia en la que estetrabajo es pionero: se trata de la primera vez quese aborda un estudio de este alcance en España.

El segundo argumento por el que recomiendoesta obra, es la enorme voluntad que parece surgiren los últimos años en el ámbito editorial, en forosy en blogs como los dirigidos por el propioErnesto o por Cecilio Andrade, y tambiénFernando en su propio ámbito, en el sentido dehablar de temas en los que los españoles hemossido tachados poco más que de ignorantes. Hacetan solo una década era imposible encontrarpublicaciones con menos de veinte años en susconceptos. Pero, por decirlo de alguna manera,poco a poco hemos recortado la «ventaja» que nosllevan los yankees en esta área. Este libro es unamuestra más de ese avance imparable. Finalmente,y en referencia al contenido en sí, decir que escierto, que el peligro no nos acecha solamente enla pantalla del televisor o en los vídeos deYouTube. En España se dan cientos de

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intervenciones de riesgo cada año, en las que nosiempre se dispara pero poco falta; actuaciones enlas que los policías encañonan y son encañonadosy, en ciertas ocasiones, sangran y hacen sangrar.Esto se silencia, pero no deja de ser una realidadcomo podrá comprobar el lector en boca de susprotagonistas. Cada día estamos más cerca de la«verdad».

PEDRO PABLO DOMÍNGUEZ PRIETOLicenciado en Criminología

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CAPÍTULO 1

ME SENTÍ DÉBIL Y CAÍAL SUELO

La vida es un constante proceso, una continuatransformación en el tiempo, un nacer, morir y

renacer.

HERMANN KEYSERLING (1880-1946)Filósofo y científico alemán

Madrugada de primavera en una ciudad costerade aproximadamente cuarentaitrés mil habitantes.Fin de semana, sábado. Un grupo de agentes depolicía, francos de servicio, estaba festejando laincorporación de nuevos funcionarios al Cuerpo.Todos cenaron juntos y después, para acabar lanoche de celebración, acudieron a un pub. Algo

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habitual en el seno de la comunidad policial, casiuna tradición, igual que las despedidas de losdestinos. El grupo lo conformaban veteranos ypolicías de nuevo ingreso. En el interior del bar decopas coincidieron con dos varones policialmenteconocidos, si bien únicamente algunos de los másantiguos en la Policía sabían quiénes eran aquelpar de tipos. Los novatos jamás habían visto a esaspersonas.

En un momento dado, los civiles de interéspolicial, ambos de treinta años de edad,increparon a uno de los funcionarios más antiguos.Lo reconocieron de pretéritas intervenciones. Enalguna ocasión, al parecer, se les había detenidopor delitos contra la salud pública y lesiones.Continuó la noche y la situación no pasó amayores. Un tiempo después, en el instante en quelos policías abandonaban el establecimiento deocio, los dos individuos retomaron la acción, peroesta vez en la calle. La vía pública, escena detodo, era un parterre sin alumbrado eléctrico

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alguno. Un espacio habilitado como aparcamiento.Provocaciones, insultos y amenazas fueronproferidas, con violencia, hacia alguno de losagentes que terminaban su jornada de diversión.Solamente uno de los sujetos tomó el protagonismode las acciones.

Lo que estaba ocurriendo fue visto con retrasopor uno de los funcionarios. Este salió del localunos momentos después que el resto de suscompañeros y pensó que aquella discusión teníauna base o fundamento de naturaleza más mundana.El policía sumaba tres años en la institución ycontaba con treintaicuatro de edad, pero no habíavisto anteriormente al hostigador, ergo desconocíacualquier aspecto relativo a su persona. Es más,como quiera que un veterano se hizo acompañar desu hija durante la noche y ésta era una joven bienparecida, creyó que los efluvios propios de ladiversión se habían desatado en esa dirección…

Convencido de que aquel tumulto(aproximadamente quince personas componían el

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espectáculo) podía ser disuelto mediante elempleo de técnicas disuasorias verbales, elpolicía se aproximó al más caracterizado de losdos provocadores. En ese momento uno de losagentes se encontraba enfrascado en una acaloradadisputa dialéctica con la otra parte. Así las cosas,el agente mediador tuvo que emplear la disuasiónpara con su compañero, a fin de poder quedarse élsolo con la otra persona. Sin que nadie leadvirtiera sobre el perfil del sujeto —este policíadesconocía aún la condición de delincuente dequien iba a ser su interlocutor—, el policía seidentificó, como tal, ante el individuo.

Informada y advertida aquella persona de quese encontraba ante un agente de la autoridad —desde el mismo instante en que quedó identificado,con ocasión de una posible ilicitud (algarada), sehallaba investido de aquel carácter de protecciónjurídica—, el funcionario le ordenó deponer suviolenta actitud. Esto es algo que hizo elfuncionario con buen tono y talante. Ambos se

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hallaban separados por tan solo un metro dedistancia, el espacio propio que cualquier personamantiene durante una identificación, cacheo o meraconversación. «Aquel tío efectuó un rápidomovimiento con su mano derecha y la trasladóhacia delante. Siempre mantuvo la mano atrás yfuera del alcance de la vista de todos los queestábamos presentes. Nadie se percató a tiempo.En un instante, sin que yo pudiera prever lo queiba a pasar —en realidad ya estaba pasando—,extrajo algo que colocó junto a mi pierna.Solamente vi un fogonazo, seguido de unadetonación. Me acababa de disparar en unapierna a un metro de distancia, ¡mientras memirada directamente a la cara! El impacto afectóa la pierna izquierda, la cual me quedó sin fuerzade forma súbita. Me sentí débil y caí al suelo».

Aunque el lugar se encontraba concurrido pornumerosas personas, algunas de ellas policías —lamayoría—, surgió la duda de si aquello había sidoun disparo de arma de fuego o la detonación de un

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petardo o cohete de artificio. «Oí como miscompañeros dudaban respecto a lo ocurrido».Quien sí lo tuvo claro desde el principio fue elpolicía que se encontraba más próximo a laposición del herido. «Este compañero confirmóque se trataba del disparo de un arma de fuego yemprendió una carrera persecutoria sobre elautor. Éste, tan pronto me disparó, abandonóvelozmente el lugar. Huyó a pie».

El funcionario que emprendió el seguimientollegó a estar muy cerca del tirador. A punto estuvode proceder a su detención, pero el delincuentedetuvo su marcha, se giró sobre sí mismo y le dijo,mientras le apuntaba con un revólver: «Al otro lehe disparado porque dijo que era policía, no mesigas porque también te pegaré un tiro a ti; si noquieres que te meta un balazo en la cabeza...ponte de rodillas. ¡Deja de perseguirme!». Elagente obedeció y no pudo evitar la huída. Ibadesarmado. Ninguno de los policías presentesportaba armas.

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Dado que para algunos de los testigos eranconocidos los datos de filiación del pistolero,inmediatamente se dio cuenta de lo ocurrido atodos los cuerpos policiales con competencia en lademarcación. A la par que lo anterior, también sesolicitó la urgente presencia médica en el lugar:«Una ambulancia me trasladó rápidamente alhospital. Fui intervenido quirúrgicamente ypermanecí ingresado cinco días. Me sometieron aun brutal tratamiento de antibióticos. Se temía ala infección que produce la pólvora en casos dedisparos a tan corta distancia. También medejaron abierta una herida quirúrgica para quedrenara por la cara lateral interna, cerca delpunto de impacto. Por ahí se extrajeron esquirlasdel proyectil. Éste penetró en la pierna por lacara interna, con trayectoria descendente».

El calibre del revólver empleado era .22 LongRifle, vulgarmente denominado .22 Largo cuandoen realidad ambos son calibres distintos. El Largoes un calibre obsoleto, que no puede dispararse en

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armas dispuestas para el otro, aunque compartenvaina (monta un proyectil del .22 Corto, lo que leda una longitud total más reducida). Sin embargo,en las armas diseñadas para el Long Rifle sí sepueden disparar los caducos cartuchos del .22Largo o Long. El proyectil era de plomo romo. Labala no pudo ser recuperada de modo homogéneo,sino fragmentada en el interior del miembroherido. La punta alcanzó el fémur, pero no lofracturó. A día de hoy un trozo de plomo sigueincrustado en el hueso, siendo su extracciónrelativamente arriesgada dado que no reportagrandes molestias a la víctima como para afrontaruna nueva operación. Restos de la pequeña baladel veintidós quedaron esparcidos por el interiordel órgano afectado, en este caso el musloizquierdo. Significar que una porción de plomo, deaquellas desprendidas de la masa del proyectil, sedetuvo a escasos milímetros de la arteria femoral.«Recuperé la perfecta movilidad y potencia de lapierna. Los traumatólogos me dijeron que de

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haberme entrado por la rodilla, directamente mehubiesen tenido que implantar una prótesis».

Mientras el personal sanitario llegaba alaparcamiento de la zona lúdica, los presentestrataron de atender al policía herido, «nadielocalizaba la herida. No había sangre quedelatara el orificio de entrada. En el pantalón,justo tres dedos por encima de la rodilla, habíaun pequeño agujero similar al de la quemadurade un cigarrillo. Ese era el punto de impacto».

Manifiesta el agente: «Cuando desperté de laanestesia tuve la sensación de que todo era unsueño. ¡No parecía real! Yo creía estar soñandoque me habían pegado un tiro, pero al abrir losojos vi a mi mujer y a mis jefes. Ahí fue cuandovolví a la realidad y empecé a hacerme a la ideade que aquello iba en serio. Durante los díasposteriores pensé mucho en la causa que me llevóa estar allí ingresado. Me costaba trabajo creerque me hubieran disparado. ¡Fue todo tanrápido! Nunca lo hubiese esperado. De haberlo

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querido hacer, aquel tipejo hubiera acabado conmi vida sin que yo me diera apenas cuenta. Mesentí un inútil. Comprendí que las medidas deautoprotección, aprendidas en la Escuela dePolicía, eran también válidas para la vidaprivada. En cualquier caso, yo estaba legalmentede servicio desde que manifesté mi condición deagente de policía. Aunque siendo sincero: sihubiese aplicado esas medidas, creo que tampocome hubiera dado tiempo a hacer nada paradefenderme. Según parece, el arma la mantuvoempuñada desde que salió del bar, pero nadie sepercató de ello. Todo estaba oscuro y habíamucho bullicio».

El funcionario se sintió culpable durante untiempo. Se preguntaba, «¿por qué tuve que saliraquella maldita noche?». No se perdonó el haberpuesto en riesgo el futuro de su familia, amén dehaberles proporcionado un enorme disgustogratuito. Pero lo que nunca se cuestionó fue dar lacara en favor de un compañero. Él esperaba lo

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propio en caso contrario, no en vano siemprecreyó que una persona estaba increpando a unpolicía libre de servicio per se, o sea, por elhecho de ser policía.

El criminal finalmente fue detenido. Todos loscuerpos de seguridad establecieron controlesurbanos y de carretera en la zona. Fue localizadoen un piso y allí se le arrestó en base a lospertinentes mandamientos judiciales de detencióny de entrada y registro. Ingresó directamente enprisión.

«Pensé mucho en lo fácil que es que te peguenun tiro. Hoy estás aquí y mañana no. Comprendíque hay que vivir más el momento y no centrarsetanto en las preocupaciones diarias. No hay quecomerse el coco con cosas banales».

Para mayor pena y preocupación al hecho deser disparado, experimentó un sentimiento deincomprensión y casi desprecio. También deolvido. Sensación de injusticia «interna». Justocuando le fue dado el alta médica hospitalaria y

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regresaba a su hogar, un cartero le entregó unburofax en la puerta de su domicilio. Aquellamisiva le participaba la apertura de un expedienteinformativo disciplinario, incoado por sus jefes.Todos los agentes presentes en la escena delsuceso recibieron la misma notificación. A todosse les suspendió temporalmente de empleo ysueldo, menos a él: se entendió que este agente seencontraba en el ejercicio de sus funciones, porhaberse identificado previamente como policía.Él, obviamente, se hallaba en situación de bajamédica por incapacidad temporal laboral, pero elresto de los funcionarios se acogieron a una bajamédica temporal por causas psicológicas, hasta laresolución del expediente. «Todos quedamosestupefactos. Los políticos instigaron para que setomaran medidas y así limpiar su propia imagen,casi sin poseer datos certeros de cuanto allípudiera haber ocurrido. Peor todavía: sinconocimiento fehaciente del grado departicipación de cada agente en los hechos,

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muchos se quedaron sin percibir susemolumentos. Hablaron de ovejas negras en elCuerpo, de limpieza y de depuración. Fueroninjustos. En mi caso fueron desproporcionados.Enturbiaron mi buen nombre. Yo siempre luchépor ser policía. A escondidas lloré mucho encasa, pero no quería que mi mujer me viese enaquel calamitoso estado anímico. Fue muy duro».

Para poder estar al tanto de cuanto acontecía enla unidad, respecto al caso, pero también por supropia salud mental, solicitó la incorporación alservicio trascurridos ciento cincuenta días. Fueronmeses de dolorosa recuperación física. Aunque eljefe mantuvo bien informado al funcionario sobrelos devenires del procedimiento, el agente sesintió perdido, «no sabía qué hacer y a quiénacudir. Yo era aún muy novato. Mi experienciaera limitada. Con el tiempo, el expediente seresolvió de modo positivo para todos».

Celebrado el juicio, al delincuente se le impusouna condena de cuatro años de prisión: una parte

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por delito de atentado a agente de la autoridad yotra por delito de lesiones. «No fue condenadopor tenencia ilícita de armas, dado que elrevólver se recuperó tiempo después de que secelebrara el acto judicial». Fue hallado, poroperarios de limpieza, entre la vegetación de unacuneta cercana al lugar del incidente. Los policíascomisionados para hacerse cargo del hallazgorecibieron in situ el arma. Dadas las pocasmedidas primarias de cautela en la custodia de laprueba y el natural deterioro sufrido por lasinclemencias durante meses, no fueron halladosvestigios que pudieran relacionar el arma con elataque, «pero todos sabíamos que se trataba delmismo revólver».

El agente: «Aquello me enseñó mucho. Aprendía marchas forzadas, tanto a nivel profesionalcomo personal. A día de hoy no dudo en extraermi arma ante situaciones de riesgo o durante lasidentificaciones que me hacen recelar. Prefierojustificarme ante la autoridad judicial y los jefes,

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que recibir otro tiro. Solo confío en mi familia yen algunos compañeros». Aunque la familia nocomparte su idea de compromiso, este policía sesiente muy a gusto en el trabajo. «La calle me haenseñado en quién puedo confiar y mi genteacepta mi decisión de seguir en serviciosoperativos, que ya es mucho después de lovivido». El funcionario reconoce que en laactualidad no expone o arriesga inútilmente en suquehacer profesional diario. Se ha vuelto másprudente y observador. «Ahora extremo, almáximo, las medidas de autoprotección».

Respecto al suceso, elude tener que comentarsus extremos y evita hablar de lo que pasó aquellanoche. Recuerda todo aquello como algo sucio:«Estuve a punto de perder la vida y empañaronmi legítima actuación con asuntos totalmenteajenos a mi persona y conocimiento. Algunosdijeron que yo me lo había buscado por salir acenar en la ciudad en la que trabajaba. ¡Fueronmuy injustos! No recibí todo el apoyo y respeto

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que creo que merecía». Por culpa de terceros, alagente le quedó un doble mal sabor de boca detodo lo sucedido. Incrementaron su dolor ypadecimiento. Hizo lo que legal y éticamente debíahacer, pero se sintió repudiado durante muchotiempo.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Nos encontramos ante una situaciónrelativamente frecuente. Ocurre a menudo: policíaque fuera de servicio tiene un encontronazo con un«cliente habitual». Pero el caso en cuestión tieneuna variante: policía fuera de servicio que trasidentificarse como tal, ante una situación quelegítimamente lo requiere o exige, es brutalmenteatacado. También esta vertiente es más o menoscomún, lo único no habitual es que en el suceso

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que nos ocupa el ataque se produjo con un arma defuego. Esto, ya, no es tan cotidiano.

El policía que resultó herido por el disparo nosupo, en ningún momento, que estaba tratando conun delincuente. Afrontaba una intervención quecreía sencilla, una disputa callejera que hasta elmomento no había pasado de insultos y levesamenazas. Algo frecuente, o de diario, paracualquier agente que trabaja en la calle. Previo aldisparo no se había producido agresión físicaalguna. No había que esperar, por tanto, nadaextraordinario. Tal vez ese sea el más común delos errores, pensar que nunca pasará nada.

La situación demuestra algo que fue lecciónaprendida aquel día para el protagonista, tambiénpara el resto de los allí presentes: siempre hay quepermanecer atento a las manos —a los detalles engeneral— de quien ocupa el rol de sospechoso. Encualquier caso y aunque no se posean datosobjetivos concretos y precisos, hay que suponerque de cuantos se hallaban en la escena del suceso,

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alguno habría ingerido alguna copa de alcohol.Esto, se quiera o no admitir, siempre merma lascapacidades psicofísicas y volitivas de quien harealizado la ingesta. Sea cual sea la cantidadconsumida se reducen, en mayor o menor medida,las posibilidades cognitivas y de atención. Pruebaevidente de ello es que el tirador, según sedesprende de lo manifestado por el protagonista,en todo momento mantuvo su mano fuerte alejadade la vista de todos y nadie lo advirtió. Paramayor convencimiento: solamente «asomó» esamano cuando la extrajo de la parte baja de suespalda y fue para disparar directamente. ¿Cuálserá la causa por la que nadie se percató de eseriesgo potencial, tan evidente? Seguramente nosolo la oscuridad del entorno intervino.

La distancia del encuentro (enfrentamiento no,porque una parte no respondió) fue típica, la del«soy policía, deme su documentación, por favor».El hecho de la extrema cercanía entre partes no esmotivo para que a ello se achaque la culpa del

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resultado final. La distancia era la que debía ser.No podía ser otra. Nadie media en una riña avarios metros de distancia. Tampoco sematerializa una identificación o cacheo a distanciaque no sea la aquí conocida (poco más de unmetro). Aunque a varios metros de distancia sehubiese podido solicitar la documentación,finalmente, ésta, se hubiera debido entregar orecoger en mano y a distancia lógica de contacto.Tirarla a los pies del agente es otra opción, perono siempre es viable, menos aún sin indiciosrazonables de peligro. Esto es natural e inevitable.Desconociéndose la presencia de armas y sin nitan siquiera sospecharse que pudiera haberlas enel entorno —es el caso, dado que no se advirtió ala víctima que estaba frente a un conocidotraficante de drogas—, nadie hubiese pedido ladocumentación del sujeto desde lejos. La víctimadel disparo se encontraba ante un ciudadano delque desconocía su condición de delincuente y,además, nadie imaginó que pudiera ir armado.

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Distinto sería el análisis de haberse sabido queaquella persona portaba un arma de fuego o, almenos, se hubiese sospechado tal hipótesis. En talcaso, otro tipo de acercamiento sí que hubiese sidomás lógico y natural, amén de tácticamenterecomendable.

Pese a que el arma empleada era de pocapotencia, pues el calibre .22 LR es un cartuchomarginal a esos efectos, la herida fue grave y pudoserlo mucho más. Esto demuestra que no es tanimportante el calibre o tipo de proyectil empleado,como qué órgano es afectado o herido. Casopróximo en el tiempo: el 16 de febrero de 2013, enMadrid, un joyero disparó varias veces a cortadistancia contra dos atracadores. Los delincuentesllevaban consigo armas blancas, además de otrasde menor lesividad (gas lacrimógeno y aparatos dedescarga eléctrica). Ambos asaltantes acabaronrecibiendo varios disparos, resultado uno de ellosherido de mayor gravedad que el otro. Encualquier caso, los dos abandonaron el

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establecimiento (joyería) por sus propios pies.Quien sufriera las heridas menos importantes laspresentaba en el vientre y en un antebrazo, y elotro en el tórax y en una pierna. Según informaciónoficial vertida por los servicios médicos deurgencia que atendieron al herido más grave, elimpacto que interesó a la extremidad inferior erade extrema gravedad, por situarse en la ingle yhaber afectado directamente a la arteria femoral.Apostillando, posteriormente, que el tiro quealcanzó el pecho no revestía tanto riesgo, al nohaber tocado órganos de importancia.

Retomamos el caso. El hecho de que ningúnpolicía fuese armado en ese momento, pudo jugar afavor del delincuente, pues viéndose apuntado yamenazado el funcionario perseguidor, éste nopudo responder a dicha acción. No obstante, salirde copas e ir armado no son cosas que debanconjugarse. Portar armas fuera de servicio eslegítimo. Es un derecho. En cualquier caso, es algoque demasiadas veces es mal entendido, y peor

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visto, dentro del propio colectivo. Algunos aplicanesta máxima, no compartida por la mayoría:«Mejor llevarla y no necesitarla, que necesitarla yno llevarla».

Como en el incidente que estamos analizando,tres agentes de policía, en este caso municipalesde Madrid, fueron tiroteados el 20 de junio de2013 cuando se hallaban fuera de servicio sinportar armas reglamentarias o particulares.También era de noche. Los funcionarios, según laversión digital del diario El Mundo de ese mismodía, «oyeron gritos sobre el robo de un piso de lazona de Cuatro Vientos. […] Corrieron tras lostres sospechosos, que habían salido de un portalmomentos antes. En ese instante los tres ladronesempezaron a correr. Uno de los agentes llegó aagarrar al último y lo inmovilizó en el suelo,cuando otro de los ladrones lo vio, se paró y, consangre fría, comenzó a caminar hacia el policíamientras montaba su pistola. Esos segundos quetardó en cargar el arma fueron suficientes para que

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el agente soltara al sospechoso que tenía atrapadoy se protegiera tras una furgoneta. El ladróndisparó al menos una vez, pero no le alcanzó.Después, los tres ladrones siguieron con su huidahasta llegar unos metros más lejos, donde lesesperaba un coche en marcha, en el que se fugaron.Poco después el lugar estaba lleno de policías ycuriosos». Hay que repetirlo, es mejor llevar elarma y no necesitarla, que necesitarla y nollevarla.

Ese derecho que tiene el funcionario de policíade ir armado cuando no está de servicio, seentrelaza con la obligación legal exigida por elartículo 5.4 de la Ley Orgánica 2/86 de Fuerzas yCuerpos de Seguridad: «Dedicación profesional.—Deberán llevar a cabo sus funciones con totaldedicación, debiendo intervenir siempre, encualquier tiempo y lugar, se hallaren o no deservicio, en defensa de la Ley y de la seguridadciudadana». Esta ley, vetusta ya, regula a nivelestatal todo lo concerniente a los cuerpos

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policiales del país, sin que en ningún momentodistinga entre instituciones dependientes de unas uotras administraciones públicas. La únicadiferencia vivamente ostensible es, por propianaturaleza, la referente a competencias y ámbitosterritoriales en los que ejercer las mismas.

Para mayor aclaración de lo expresado en elpárrafo anterior, y dado que a veces surgendiscrepancias delatoras de ignorancia o recelo,respecto a que los agentes de los cuerpos dePolicía Autonómica o Local no son policías comolos del Estado (Guardia Civil y Cuerpo Nacionalde Policía), exponemos lo redactado en elapartado IV.d), del preámbulo de la mencionadaley orgánica:

«Sin la distinción formal, que aquí no tienesentido, entre competencias exclusivas yconcurrentes, se atribuyen a las Policías Localeslas funciones naturales y constitutivas de todapolicía; recogiéndose como específica la ya citadade ordenación, señalización y dirección del tráfico

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urbano; añadiendo la de vigilancia y protección depersonalidades y bienes de carácter local, enconcordancia con los cometidos similares de losdemás cuerpos policiales, y atribuyéndolestambién las funciones de colaboración con lasFuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, enmateria de policía judicial y de seguridadciudadana».

Pese a que el arma empleada contra el policíafue hallada (intervenida), esto se produjolejanamente en el tiempo al día del crimen.Además, teniendo en cuenta el lugar del hallazgo(cuneta muy próxima al lugar del atentado) sepudieron haber destruido rastros y evidencias enella como consecuencia de las adversidadesclimatológicas, lo cual evitó la asociación delarma con el delito. No obstante y según sedesprende de lo manifestado por el protagonista,parece que tampoco los funcionarios querecepcionaron el revólver ejercieron una adecuadacustodia de la prueba. Quizá la culpa no fue de

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ellos, pues no siempre se instruye al respecto delmodo correcto. Señalar que ningún fragmento delproyectil, quirúrgicamente extraído de la piernadel funcionario, presentaba caracteres eficacespara el cotejo y estudio comparativo a nivelbalístico. La destrucción de su masa fue muyamplia. En cualquier caso, judicialmente no existíanecesidad de aclaración de extremos decompatibilidad.

Se produce en este incidente algo relativamentecomún en el apartado de reconocimientosoficiales, y es que cuando hay armas de por mediose suelen sustraer méritos a los implicados. Siestos sucesos se producen en horas francas deservicio, el hurto de méritos es incluso másnotable.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Nada más normal que un grupo de policías que

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han quedado para cenar juntos e irse luego decopas. Lo que se suponía que iba a ser una nochede celebración y diversión, acabó transformándoseen un drama. Sin ánimo de ofender a nadie, esanoche tuvieron lugar una serie de acontecimientosque abren el camino a la especulación. ¿Cómopudieron acabar las cosas de aquella manera?

El núcleo central de esta historia lo conformala actitud agresiva y desafiante del delincuente ylos diferentes comportamientos de los agentesimplicados. Todos ellos fueron sorprendidos porel talante y posterior comportamiento del agresor.En aquella reunión de policías nadie supoidentificar el peligro potencial y calificar al sujetohostil como un riesgo. ¿Por qué?

En nuestra relación con el entorno que nosrodea esperamos que los acontecimientos a los quenos podemos enfrentar resulten predecibles. Esdecir, esperamos que, en determinados contextos,sea más probable que ocurran determinadas cosas.Cuando esto no se cumple, toma protagonismo el

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factor sorpresa. Continuamente estamosprocesando el entorno y, de modo consciente o no,detectamos congruencias y divergencias con lo queconfiamos que ocurra.

En el ámbito de la Psicología se ha demostradola existencia de sesgos o ilusiones que vivimoscomo positivas y que abarcan tres dimensiones: elconcepto que tenemos de nosotros mismos(autoestima), el grado de control queconsideramos que ejercemos sobre el entorno(ilusión de control) y en la predicción deacontecimientos futuros (sesgos positivos). Porejemplo, cuando alguien que conocemos nosresponde de una forma que no es habitual en esapersona (ejemplo, agresivamente), nossorprendemos. Esta sorpresa consigueinmovilizarnos durante unos segundos; el tiempoque tardamos en procesar la nueva información,admitirla como válida teniendo en cuenta nuestraexperiencia previa (debemos aceptar ladivergencia) para poder responder adecuadamente

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al entorno cambiante. Situaciones como esta, demayor o menor intensidad, pueden ocurrirnos unnúmero indeterminado de veces a lo largo del día.

Otro concepto estrechamente relacionado conel anterior se conoce como conciencia situacional(CS), que es de enorme relevancia para el trabajopolicial. La investigadora Mica Endsley define laCS como «la percepción de los elementosexistentes en el entorno y en su contexto de tiempoy espacio, la comprensión de su significado y laproyección de su estatus en el futuro cercano». Esdecir, que a través de la CS nos hacemos unarepresentación mental de los eventos, objetos,personas, condiciones ambientales y cualquier otrotipo de factores presentes en una situaciónespecífica que pudieran afectar el desarrollo decualquier decisión que podamos tomar.

Aplicados estos principios al trabajo policial,diremos que cuando existe la CS el policía sabe loque ocurre para poder decidir lo que hay quehacer. Ser consciente del entorno y los elementos

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que lo integran proporcionan al agente lasherramientas necesarias para no ser sorprendido.

El policía, enfrentado a una situación como ladescrita en este capítulo, debería hacerse lassiguientes preguntas en orden a fortalecer su CS:¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué ocurre? ¿Quéocurrirá a partir de este momento? ¿Qué puedohacer ahora? Este proceso —a veces realizado deforma inconsciente— es necesario para tomardecisiones de forma apropiada.

¿Podemos decir que la CS del policía heridoera suficiente y correcta? Ciertamente, no. Elpolicía no identificó correctamente el contexto enel que se estaban desarrollando losacontecimientos. Dos factores principalespudieron incidir en la evaluación contextualerrónea. Por un lado, el ambiente festivo que habíacaracterizado la velada y la expectativa de que«aquello no podía ocurrir» en tal momento. Dehecho, el funcionario asegura que nadie esperabaque se produjera un disparo en aquel lugar y en

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esas circunstancias. Todos los policías presentesanalizaron el entorno y los elementos que loconformaban desde la perspectiva de un lugar defiesta en donde, por su misma cualidad festiva, eraimprobable que ocurriera algo parecido. Estaevaluación persiste a pesar de que en el contextose introduce un elemento altamente distorsionador,como es que el delincuente terminara abriendofuego con un arma.

Por otro lado, el probable consumo de alcoholpropio de la cena y posterior velada. Aunque seconsumiera de forma moderada, pudo interferir enla monitorización y valoración global de lasituación enfrentada. Son bien conocidos losefectos del alcohol en la toma de decisiones. Estadroga legal tiene un doble efecto sobre el SistemaNervioso Central (SNC): activador y depresor.Cuando el alcohol ejerce su función depresorasobre el SNC, puede experimentarse una levesedación y una sensación como de anestesia (porejemplo, al dolor) que puede potenciar la toma de

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decisiones peligrosas. Si la función es activadora,el sujeto experimenta una disminución en susentido de la responsabilidad y la prudencia, unafalsa seguridad en sí mismo, un aumento de latolerancia al riesgo y disminución de la alerta ydel tiempo de reacción.

Al encontrarse la capacidad perceptivamermada, ninguno de los presentes se percató deque una de las manos del delincuente aparecíafuera de la vista de todos ellos durante elintercambio verbal, algo que seguramente no sehubiera dejado de apreciar en un contexto detrabajo. ¿Fue la pobreza lumínica de la escena loque impidió detectar que el provocador ocultabauna mano en la espalda? Es evidente que lascondiciones de visibilidad no eran las másdeseables, pero cabría preguntarse si el agentehabría actuado igual si se hubiese encontradooficialmente de servicio y no accidentalmente.Esto es extrapolable al resto.

Probablemente el policía no evaluó

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convenientemente el contexto en el que transcurrióel incidente. El ocioso ambiente predominante lellevó a suponer (a componerse una imagen mental)que no ocurriría nada de aquello. Comoconsecuencia, no monitorizó adecuadamente elentorno tratando de identificar alguna señalsospechosa. Mientras discutía con el delincuente,puede que se centrara exclusivamente en loselementos más sobresalientes del lenguaje noverbal: el tono de voz, las expresiones faciales yla mirada del sujeto, obviando otros mensajes noverbales como la postura en la que se encontraba.A todo ello podemos sumar el efecto del alcoholsobre la percepción y la capacidad de reacción delprotagonista (aunque dicha ingesta fuera en dosisbajas).

Resultado: no se preparó del modo correctopara neutralizar la ocurrencia de sucesosinesperados, con el peligroso desenlace que yaconocemos. De haber tomado las medidasadecuadas de autoprotección poniendo a trabajar

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su conciencia situacional, ¿podría haber evitado eldisparo? Y otra pregunta, ¿no debieron haberadoptado estas medidas todos los agentes que seencontraban allí y que fueron testigos de que algono iba bien? No tenemos una respuesta precisa,pero probablemente hacerlo así hubiera eliminadoo amortiguado uno de los pensamientos que másdaño le causaron psicológicamente.

Tras recibir el disparo, pasó un auténticocalvario personal y emocional, que se unió a lapreocupación de su familia y al pensamientoagobiante de que podía haber fallecido en elincidente sin haber podido hacer nada.

Aunque la constante en nuestro estudio es quela mayoría de los agentes de seguridad que sevieron implicados en una confrontación armada, sesintieron apoyados por sus compañeros y mandos,no son aisladas las quejas de algunos de estosfuncionarios que vieron cómo sus superiores ycompañeros tejían a su alrededor un velo sesospecha, crítica y culpabilidad, negándoles su

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condición de víctimas.En el caso del agente de la autoridad que nos

ocupa, el único apoyo que recibió —además delde unos pocos compañeros— fue el de su familia yamigos: «Los políticos buscaron chivosexpiatorios [...] Me sentía injustamente tratado[...] Lloraba cuando no me veía mi mujer». Yaunque terminó siendo exonerado de cualquierresponsabilidad en los hechos acaecidos, laactitud de sospecha y falta de apoyo de superioresy del entorno judicial, le generaron resentimiento yrabia contenida.

Sobrevivir a una confrontación armada es unaexperiencia profundamente dolorosaemocionalmente. El sentimiento de vulnerabilidadque experimentan los supervivientes les convierteen el foco de numerosos padecimientospsicológicos. Es precisamente durante este trancecuando el policía necesita percibir que es apoyadopor aquellos que cree que mejor pueden entenderla difícil situación por la que está atravesando.

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Cuando este apoyo no solo no existe, sino que setransforma en reproche y dudas sobre la actuaciónprofesional del funcionario, los sentimientos deindefensión se multiplican, pudiendo transformarserápidamente en depresión u otra patología querequiera abordaje profesional.

Cuando se experimenta un incidente crítico deestas características, nuestros recursos de sanaciónmás poderosos vienen de la mano de los apoyosnaturales: compañeros de trabajo, la familia, losamigos, etcétera. En este caso, y como sueleocurrir más veces de las deseables, parte de loscompañeros y mandos del protagonista ayudaron aincrementar los sentimientos de malestar y culpa.Es el comportamiento clásico escenificado por laignorancia y la envidia y un ejemplo claro de quehay jefes al servicio del poder político y no de losfuncionarios que están bajo su responsabilidad.

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CAPÍTULO 2

EL SOSPECHOSO NOSPERDONÓ LA VIDA

A veces podemos pasarnos años sin vivir enabsoluto,

y de pronto toda nuestra vida se concentra en unsolo instante.

OSCAR WILDE (1854-1900)Dramaturgo y novelista irlandés

Jueves de un día de invierno. Durante unaoperación policial nocturna diseñada por uncuerpo de seguridad, seis agentes ocupaban dosvehículos oficiales camuflados (desprovistos deinsignias y caracteres policiales identificativosexternos), a la espera de la orden de aproximación

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al punto en el que un sospechoso tenía estacionadoun automóvil. El dispositivo se había dispuestopara detener a un sujeto peligroso que se dedicabaa la sustracción de coches de lujo y robos de ciertamagnitud. A los integrantes del operativo no se lesconcretó nunca el nivel de peligrosidad de lamisión. Todo el mundo lo desconocía. Los policíaspertenecían a una unidad uniformada de seguridadciudadana, pero aquel día se les propuso, en arasde una mayor eficacia, realizar el servicio conropas de paisano. En la intervención estabanpresentes varios mandos. La población en la quetodo ocurrió era costera y de aproximadamenteveinticuatro mil habitantes.

Cuando los funcionarios recibieron por radio laorden de avanzar, se trasladaron a toda velocidadhasta el lugar indicado. Todavía no habían llegadolos coches al punto exacto cuando empezaron aoírse detonaciones. Los policías no tuvierondudas: con certeza provenían de armas de fuego.Eran tiros. Ante tal circunstancia, un vehículo

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policial detuvo bruscamente su marcha y de élcomenzaron a descender los cuatro policías que loocupaban.

Con doce años de antigüedad en el Cuerpo ytreintaitrés de edad, el protagonista de este sucesomanifestó: «Justo cuando abría la puerta paradesembarcar, vi, ante mí, la boca de fuego de unarma corta». El arma, a muy escasa distancia, sedirigió directamente hacia él. Justo antes de queesto ocurriera, la misma arma estuvo ante el pechodel agente conductor (un mando), quizá porquequien la empuñaba estaba en movimiento mientrasel piloto ponía pie en tierra. El conductor fue,posiblemente, quien primero se apeó del «K»(coche policial camuflado). Ni el pistolero ni lospolicías dispararon en ese instante. «Creo que elsospechoso nos perdonó la vida», sostiene elfuncionario. En décimas de segundos el agente viopasar por su mente numerosos fotogramasfamiliares. Imágenes y pensamientos de toda suvida le invadieron la cabeza, como si fuesen

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diapositivas. «En mi mente apareció una escenapanorámica de la cena de Navidad con mifamilia. En la imagen central y principal estabami padre, quien en aquella fecha ya habíafallecido. También pude ver la cara de mi hijo decinco meses de edad. Lo veía durmiendo en sucunita y me regalaba una sonrisa entreabierta».

Rápidamente el funcionario cambió sudirección de salida del vehículo y se introdujo denuevo en él. Descendió finalmente por el ladocontrario (ocupaba el asiento de detrás delconductor), puesto que el otro pasajero trasero yase encontraba apeado. Pese a que llevaba el armaasida por la mano fuerte dentro del coche, no pudoo no supo disparar ante el encañonamiento al quese vio expuesto. Desenfundó tan pronto oyó losprimeros disparos, pero «admito que no fuientrenado adecuadamente para responder a estassituaciones o enfrentamientos. El Cuerpo meobligaba a practicar tiro solamente una vez alaño y nunca hacía más de cuarenta disparos.

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Tirábamos en una cantera. Cuando descendí delcoche procedí a introducir un cartucho en larecámara de mi pistola, antes no quise hacerlo:yo iba en la parte trasera y delante de mí tenía ados compañeros. Montar un arma estandonervioso y estresado puede ser peligroso, podríaescaparse un tiro. Mi pistola era una Star modeloBM, de 9 mm Parabellum».

La operación se produjo en dos puntos biendiferenciados, uno iluminado y otro carente de luz.En un descampado desprovisto de alumbrado seencontraba el vehículo vigilado, permaneciendoocultos los funcionarios en espera de la orden deintervención. Estos, los agentes, sí que aguardabanen una parcela bien iluminada próxima al lugar.Cuando por la emisora sonó, «¡atención elsospechoso va a coger el coche!», en pocossegundos los policías pasaron de estar en el áreacon buena visibilidad e iluminación a la zona detotal oscuridad. Con toda celeridad se dirigieronal punto en el que se hallaba el coche sometido a

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control. «Aquello hizo que llegáramos casicegados», reconoce el policía. Aunque elprotagonista recuerda claramente la boca de fuegodel arma que hacia él se esgrimió, solo tienerecuerdos vagos y difusos del sujeto que lasostenía. Tampoco pudo reconocer qué tipo dearma corta era, pero pudo saber, tras ladeclaración de los demás funcionariosparticipantes en la actuación, que se trataba de unrevólver. Sabe que todos sus compañeros llegarona salir del automóvil, pero no es capaz de precisarla cronología ni el orden de tal maniobra. Seprodujo una precipitada «diáspora».

Cuando el agente estaba bajando del coche,«seguí oyendo tiros», pero también gritos devoces desgarradas y entrecortadas. No identificóla procedencia de los disparos, pero sí reconociólas voces despavoridas de algunos compañeros.«Llegué a no tener claro dónde estaría másseguro, si en el interior del automóvil o fuera deél», comenta el funcionario. Recuerda con claridad

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que cuando abandonó el camuflado buscabainsistentemente con su mirada a terceras personasvinculadas al agresor, sin embargo no tenía datoalguno que apuntase tal hipótesis. Uno de losagentes que gritaban, el conductor, fue vistodurante unos instantes fuera del coche con losbrazos en cruz y con la mirada perdida.

El pistolero fue seguido de cerca a la carreradurante unos segundos, por otro agente deseguridad del dispositivo. El perseguidor era elpolicía que primero había descendido de la partedelantera del automóvil (asiento contiguo alconductor) y la distancia que separaba a ambaspartes era de aproximadamente diez metros.Detectada por parte del delincuente la presenciade un policía tras él, éste efectuó varios disparoscontra el funcionario. Sorprendentemente, elperseguido extrajo otro revólver con el quecontinuó disparando mientras corría. Los actuantescreyeron, según se movía y giraba aquel sujetopara disparar, que posiblemente estaban ante

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alguien con experiencia en combate: disparaba conhabilidad, mientras corría de espaldas.

El policía que más inmediatamente iba tras elpistolero, un mando intermedio con once años deservicio y treintaitrés de edad, respondió confuego de réplica: acertó en una pierna,concretamente en un gemelo. Aunque el criminalestaba herido, huyó. En algún momento, otrosagentes —tal vez dos— también realizarondisparos. Todos los funcionarios implicadosemplearon munición blindada (FMJ) de 9 mmParabellum, entregada reglamentariamente. Aunlesionado por un proyectil, el fugadoposteriormente asaltó una farmacia de la quesustrajo fármacos y apósitos. Pese a que no fuecapturado, se pudo averiguar que presentaba unaherida muscular con orificios de entrada y salida,que él mismo se saneó con el material robado en labotica. Mientras se estaba produciendo elintercambio de disparos, el agente sometido a esteestudio admite que quedó posicionado detrás del

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primero de los funcionarios que perseguía alpistolero, hallándose en algún momento esepolicía en la línea de tiro del otro. Nuestrofuncionario principal no disparó en ningúnmomento. Sostiene: «Pese al gran nerviosismo delmomento, del cual yo era consciente, supe que encaso de abrir fuego podría impactar en el bloquede viviendas que había en la dirección de huída.No podía arriesgarme a provocar dañoscolaterales, porque además habíamos vistodeambulando por la zona a dos civiles ajenos atodo aquello. El compañero que disparó durantela persecución consumió toda la munición de supistola (ocho cartuchos) y como solamentellevaba un cargador me pidió uno a mí, perotampoco yo llevaba el de repuesto. Tiróprácticamente a oscuras, pues no llevabalinterna en el momento de efectuar los disparos.De los seis que estábamos allí, solamente uno odos llevaban puesto el incomodísimo chalecoantibalas del Cuerpo, pero de todos modos creo

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que no teníamos bastantes para todos».Una vez que cesó la persecución y los disparos

dejaron de oírse, todos los agentes presentes en laescena, siguiendo órdenes de un superior, sechequearon el cuerpo en busca de posibles heridasde bala de las que no se hubiesen percatadotodavía. Ninguno estaba herido. Aquella personano fue detenida hasta pasados cinco años y elarresto se ejecutó en una provincia alejada dellugar de estos hechos. Actualmente cumplecondena en prisión. Con el tiempo se supo que elfugado estaba internacionalmente buscado pordelito de genocidio y que había participado ennumerosos robos armados a bancos españoles. Setrataba de un activo excombatiente de guerra en supaís de origen. Era una persona especialmentepeligrosa que usaba documentación falsa cuandose produjeron los hechos aquí narrados; motivoquizá por el que, aunque se sabía del riesgo de laoperación, no se tenía idea sobre el calado de lamisma.

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Dice textualmente el agente: «Almaceno en midisco duro una experiencia que no se puedeformatear. Todo pudo durar cinco segundos. Nopuedo olvidar aquella boca de fuego que merecibió al tratar de bajar del coche, al inicio delsuceso. El que no ha pasado por ello no es capazde imaginar qué es un tiroteo». Pasados unosminutos y llegada la hora de redactar laspertinentes diligencias policiales, los seisfuncionarios aportaron datos globales idénticos,pero cada uno de ellos retenía en su cerebro unaversión diferente sobre puntos concretos delmismo hecho.

Aunque no disparó en ningún momento,reconoce que aquello le ha dado madurez personaly profesional. Así y todo, le siguen abordandorecuerdos y pensamientos sobre lo vivido en aquelparterre. Incluso tuvo problemas para dormir. Creeque hoy podría manejar situaciones similares siestas se presentan. Como a casi todos los que hanpasado por algo similar, el tiroteo le ha hecho

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replantearse muchas cosas: metas y valores. «Meimpliqué más en el trabajo y con la familia.También pude comprender mejor a quieneshabían pasado por intervenciones en las que seefectuaron disparos. Compartí experiencias ysentimientos con otros compañeros. Aprendí aestar más alerta», sostiene el policía.

Todos los participantes en el serviciorecibieron felicitaciones públicas personales y,aunque no recibieron asesoramiento para afrontarpersonal y judicialmente el asunto, los implicadosse sintieron arropados por otros integrantes de laplantilla.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

En este suceso la fortuna se inclinódescaradamente del lado de los policías. Menos

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mal. Seis funcionarios se enfrentaron a unpeligrosísimo criminal de guerra y ninguno acabóherido. Aunque se sabe que el delincuente habíaquitado vidas humanas muchas veces y teníaexperiencia real en combate, erró sus disparos entodas las ocasiones. Los agentes, por el contrario,sí llegaron a alcanzar con una bala al adversario.Un proyectil blindado del calibre 9 mmParabellum atravesó la musculatura de un gemelo,pero ello no permitió la neutralización delcriminal. Se produjo, además, sobrepenetracióncomo en tantos otros sucesos documentados. Enmuchos casos la intervención de la DivinaProvidencia, amén de la propia orografía urbanade las escenas, evitó que los proyectiles quecruzaron los cuerpos impactados volvieran aproducir lesiones a terceros. Pero hemos deinsistir: aunque la buena suerte se manifieste enmuchas ocasiones, en otras sí se produjeronheridas a terceras personas o incluso pérdidas devidas.

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La munición blindada, encamisada o FMJ (FullMetal Jacket), es la más propensa a producirlesiones involuntarias por penetración excesivadel blanco/objetivo alcanzado. Del mismo modoes la que más posibilidades tiene de propiciar unrebote o cambio de trayectoria, dirección ysentido, tras tocar, incluso levemente, en otrocuerpo o superficie. Esto puede ocurrir pordisparo directo o tras culminarse la manidasobrepenetración del objetivo. Aunque en estesuceso no se empleó munición montada conproyectiles semiblindados o de plomo (quizá eldelincuente sí, pero no fueron hallados), hay quesignificar que estos también penetran en exceso losórganos humanos y abandonan los cuerpos conulterior capacidad lesiva. Igual se comportancuando penetran muebles y otros objetoshabituales del entorno urbano y doméstico.Asimismo, no son menos proclives a los rebotes.Los proyectiles más idóneos para el uso policial ydefensivo son, precisamente, aquellos a los que las

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leyendas urbanas les atribuyen poderes diabólicose infernales: los expansivos. Nada de eso, no esasí. Las puntas huecas y de expansión controlada oforzada ofrecen, cuando menos, menoresposibilidades de penetración excesiva. A vecesincluso de rebote.

Próxima en el tiempo está la siguiente muestrade exceso de penetración de la municiónconvencional de arma corta, en este caso tambiéndel nueve Parabellum: el 25 de abril de 2013, enla galería de tiro de la armería Nidec deBarcelona, un instructor de tiro policial, que eramiembro del Cuerpo de Policía Local de SanCugat del Vallés (antes había sido agente de losMossos d’Esquadra), resultó herido de bala en unbrazo. Las lesiones se produjeron cuando unvigilante de seguridad tomaba clases de tiro con él(contratadas horas antes en la galería) y se suicidócon el arma empleada durante las prácticas. No fuenada espontáneo: al alumno le fue hallada una notamanuscrita entre sus ropas, en la que anunciaba su

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intención de quitarse la vida.Como consecuencia del disparo voluntario que

el vigilante se descerrajó en la cabeza, el proyectilabandonó el cráneo e impactó directamente en elmiembro superior del profesor de tiro. Contra algoasí poco o nada se puede hacer. ¿Qué munición seempleó? Da igual, cualquiera de las tresconvencionales posibles tiene capacidad paraproducir una sobrepenetración de esasdimensiones.

Aunque la mayor parte de los enfrentamientosse culminan efectuando pocos disparos y no suelenrequerir un cambio de cargador, aquí nosencontramos con uno de esos menos frecuentes. Seprecisó de un segundo cargador, que no se poseía.La cosa se pudo agravar por la menor capacidaddel depósito de las armas policiales empleadas,las cuales contaban con cargadores monohilera deocho cartuchos, algo que ya está cayendo endesuso en las armas de dotación reglamentaria.Estamos ante un caso evidente de excesivo número

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de disparos para producir un escaso porcentaje deimpactos-aciertos, que además no logró el efectodeseado. Hay que concienciarse de una vez portodas: llevar munición de repuesto no pesa tanto enla cintura, como podría pesar toda la vida en elalma. Tampoco debe afectar el hecho de que aquien se protege y asegura se le llame friki. Anteeso solo resta responder aquello del «ande yocaliente, ríase la gente». Siempre hay que llevarmunición bastante para afrontar lo inesperado, esosí, no hay que caer en la obsesión e histrionismo.Hay que saber dónde está lo sensato.

El hecho de que el curso de la intervención seprodujera en una zona de baja o nula luminosidad,también ha de tenerse presente en el análisis deeste encuentro armado. Ni los unos ni el otro lotuvieron fácil, para alcanzar con sus disparos a laparte contraria. No obstante, llama la atención,aunque se desconociera la peligrosa identidad delvigilado, que los policías no se pertrecharan de lomínimo: linternas. Pese a que en el lugar se dieron

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cita premeditada seis policías, solamente uno odos se ataviaron y protegieron con chalecosbalísticos. Siempre que sea posible hay queusarlo.

Dos de los protagonistas del incidente admiten,abiertamente, que no estaban preparados para unenfrentamiento de aquella naturaleza. Obvio. Noestaban preparados para ningún tipo de situacióncon armas de fuego. Cuarenta tiros anuales en unacantera suenan a pachanga entre amigos, más que aentrenamiento serio y profesional. Aquellasituación no era diferente a una clásicaconfrontación armada con delincuentes comunes.No se puede olvidar que aunque finalmente elagresor resultara ser un peligroso delincuenteinternacional, solamente se pretendía detener a unladrón de coches, no a una banda de terroristas.Ese delito, el de sustracción de vehículos o deobjetos de su interior es, posiblemente, lainfracción contra el patrimonio másabundantemente cometida en todo el país.

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Tan importante es saber cómo y cuándodisparar, como cuándo no hacerlo. Esto es algoque sabía uno de los policías intervinientes. Nosolamente lo sabía sino que fue capaz de mantenerla coherencia y lo llevó a cabo. Si realmente no setiene claro el objetivo, además de garantías deacierto, mejor no disparar. El mismo funcionariose comportó también sensatamente al no querermontar su arma en la espalda de los compañerosante él sentados. Este policía se reconocía tenso,nervioso y estresado, y supo que montar su armaen el coche, siendo esta de simple acción, dejaríalos mecanismos activados en situación de disparo«fácil». A poco que levemente se hubierapresionado el disparador por accidente, se hubieseproducido una descarga involuntaria. Así es comose «escapan» los tiros generalmente, en simpleacción.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

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Toda la acción de esta historia se desarrolladurante la noche, lo cual es un inconveniente paracualquier intervención policial, máxime cuando nose porta el equipamiento mínimo. Las personas nonos movemos bien en la oscuridad. El miedoatávico que profesamos a la noche forma parte denuestra herencia genética. Hace miles de años, losincipientes seres humanos vivían en constantepeligro, especialmente durante esas horas finalesdel día. Nuestra capacidad de visión se encuentramuy limitada en la oscuridad. Lo que funcionacomo una ventaja para apartarnos de los ojos depeligros potenciales, se convierte también en unadesventaja para percibir la proximidad de unaamenaza o un futuro ataque. Siguiendo las teoríasde J. Ledoux, este miedo a la oscuridad cumpliríaen el ser humano una función adaptativa, ya que lepone alerta ante cualquier expectativa, con losmúsculos tensos, para reaccionar con rapidez.

Los policías que participaron en estaintervención lo hicieron durante la noche, con el

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agravante añadido de que no disponían deinformación sobre la dimensión del peligro al quese enfrentaban, situación ésta que elevó el nivel deincertidumbre. Se podría asegurar que el policíaprotagonista —y probablemente también el restode sus compañeros— se encontraba en un estadode incertidumbre al desconocer lo que le esperaba;el tipo y nivel de amenaza al que se tendría queenfrentar.

Conocer lo que podemos esperar cuando nosencontramos inmersos en un incidente crítico, nospermite reunir las herramientas y estrategiasconductuales y cognitivas necesarias para hacerfrente a la amenaza. El miedo suele ser uncompañero habitual de la incertidumbre. Juntosson los responsables de la ansiedad queexperimentamos ante situaciones ambiguas: elresultado de un examen, la comunicación de unaspruebas médicas, un delincuente posiblementearmado al otro lado de la puerta…

Ansiedad. Esta era probablemente la emoción

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predominante en los agentes antes de apearse delvehículo. Haremos una suma fácil: ansiedad +capacidad de visión reducida a causa de laoscuridad (y luego deslumbramiento) + escasainformación sobre la amenaza potencial, dieroncomo resultado que el coche de los agentesquedara claramente expuesto en el centro delpeligro. La prueba de ello es que el protagonistadel relato se ve encañonado por un arma nada másbajarse del vehículo.

Mientras se encontraba en el automóvil,lidiando con la ansiedad de lo inesperado, elfuncionario habría intentado prepararsementalmente para la confrontación. Muchasescenas debieron pasar por su cabeza:persiguiendo y deteniendo al delincuente, abriendofuego, temor a no estar a la altura de lascircunstancias… Pero lo que seguramente no pasópor su mente es que le apuntaran con un arma casia bocajarro, antes incluso de tener tiempo parareaccionar.

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El estrés acumulado durante la espera sedisparó ante la perspectiva de una muerteinminente. Durante los pocos segundos que debiódurar aquella situación, el agente vio pasar ante síuna serie de escenas en las que algunos momentossignificativos de su vida y su familia funcionaron amodo de despedida automática e inconsciente. Elagente ya se veía muerto. A resultas de todo ello,el policía comenta que no pudo (o no supo)disparar su arma aunque estaba encañonado. Elfuncionario reconoce más tarde en su relato que nohabía recibido la preparación adecuada yespecífica para poder enfrentarse a ese tipo desituaciones. Su capacidad de reacción habíaquedado mermada por las circunstancias antesdescritas, unidas a lo inesperado del encuentro. Elagente pudo entrar en lo que se conoce comosensación de piloto automático: durante elincidente, el policía se ve a sí mismo como fuerade la situación, experimentando un sentimiento deirrealidad y, en algunos casos, como si asumiera el

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papel de espectador de algo que le ocurre a otro.Pocos agentes reconocen haberse quedado

«congelados» (tiempo de reacción que puedenecesitar para decidir disparar su arma), por temora las burlas o menosprecio de los compañeros,aunque se sabe que estas reacciones son frecuentesy pueden decidir entre la vida o la muerte delpolicía. No sabemos si ésta es la reacción queexperimentó nuestro funcionario, pero no nosdebería extrañar teniendo en cuenta lascircunstancias que rodearon el suceso.

Cuando el policía se encuentra de golpe frentea una amenaza inminente e inesperada, el cerebrotiene que hacer una rápida valoración de lasituación, para buscar la respuesta más efectivaposible. Pero nuestro cerebro, en una situacióncomo la descrita, responderá a su tendencia innataa preservar nuestra vida, a hacer todo lo posiblepara asegurar nuestra supervivencia. Paraconseguir esto, disparará tres respuestas(conductas) posibles: atacar, huir o quedarse

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inmóvil (congelado). Todas estas conductas sonigualmente adaptativas y funcionales, pues puedensalvar la vida del organismo que se ve expuesto alpeligro. Muchos animales se quedan inmóvilescuando perciben la amenaza y eso supone ladiferencia entre vivir o morir. Debemos tener encuenta que nuestro organismo «pensará» antes ensalvarnos la vida, que en poner en práctica lastácticas aprendidas en el entrenamientoacadémico. El cerebro sigue su esencia innata enprimer lugar.

Solamente un entrenamiento continuado eintenso, basado en situaciones realistas, puedeobligar —y no siempre— a nuestro cerebro a ircontra natura, ya que la repetición constantetransforma nuestras respuestas defensivas enautomáticas. Pero nuestro protagonista no habíarecibido la preparación adecuada. Además, y todohay que decirlo, la amenaza a la que se enfrenta esla peor pesadilla a la que puede enfrentarse unagente del orden en acto de servicio: ver su vida a

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merced de un asesino. La respuesta natural innatade nuestro agente fue quedarse inmóvil. ¿Fueprecisamente esto lo que le salvó? ¿El delincuenteno disparó porque no vio en el policía unaamenaza inmediata al quedarse inmóvil y no hacerademán de emplear su arma? ¿Fue un factor desuerte? El delincuente era un sujeto con ampliaexperiencia de combate, y probablemente capaz decontrolar sus emociones en situaciones de estrésextremo, lo que le permitiría decidir quéprioridades seguir. No lo sabemos, solo podemoshacer conjeturas.

Aunque pueda parecer difícil de entender, elagente recuerda perfectamente la boca de fuego delarma que le apuntaba, pero hubiera sido incapazde describir el rostro de su potencial asesino.

Diversos autores, entre los que se encuentra lapsicóloga norteamericana Elizabeth Loftus, hanestudiado el comportamiento de la percepción y lamemoria en situaciones de estrés elevado,llegando a conclusiones muy interesantes. Una de

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ellas, y que se refiere directamente al caso queestamos analizando, es que cuando estamosinmersos en un incidente sumamente estresantenuestra atención se centra en el peligro másinminente, y esto a expensas de no prestar atencióna otros riesgos menos probables. El cerebronecesita procesar rápidamente la información queprocede del entorno, pero no puede hacerlofijándose en distintos focos de atención, ya quesería un proceso lento y poco funcional para lasupervivencia. Lo que hace nuestro cerebro eselegir el peligro que valora como más letal einminente para intentar buscar una respuestaconductual adecuada y rápida (atacar, huir…).

En este caso, el peligro más inminente era elarma del delincuente, y no el delincuente en sí. Lamirada del policía queda fijada en la pistola; luegopodría describirla perfectamente, pero no así lasfacciones del criminal. Este fenómeno se conocecomo focalización en el arma y se ha descrito enotros muchos incidentes con armas de por medio.

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Un ejemplo lo encontramos en los asaltos armadosa bancos, en donde los testigos pueden describirmejor las armas empleadas que el rostro o aspectode los asaltantes. Nuestra capacidad de procesarinformación es limitada. El cerebro debe decidirqué información atender y, por supuesto, elproceso de selección estará basado en lasupervivencia.

Pensemos en todos los procesos mentalesimplicados que han tenido lugar en apenas unossegundos. No se necesita mucho tiempo más paraabrir fuego o caer abatido por un disparo.

El entrevistado asegura no recordar el orden enel que salieron del coche, ni una serie deacontecimientos que ocurrieron aquella noche, loscuales son otro ejemplo de cómo el estrés, en unasituación de peligro, fuerza al cerebro aconcentrarse en tareas que valora como másinminentes, dejándonos «ciegos» o «sordos» anteotros acontecimientos que ocurren a nuestroalrededor inmediato y que ni tan siquiera hemos

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llegado a procesar mentalmente.Este hecho es más evidente en las diferentes

narraciones de los actos que hicieron los policíasque participaron en el dispositivo. No es que estospolicías mintieran o trataran de maquillar losacontecimientos, sino que sus recuerdosespecíficos y particulares pueden aportardiferencias honestas de percepción y recuerdo.Aunque todos han sido testigos de la mismasituación, su experiencia de la misma ha sidodistinta, pues cada uno ha procesado lainformación de forma única.

El agente recibió posteriormente el respaldo demandos y compañeros, algo no muy habitual enestos casos, y que seguramente ayudó a cicatrizarlas heridas emocionales que puede producir encualquier persona el ver la cara de la muerte.

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CAPÍTULO 3

PASÓ PORQUE TENÍAQUE PASAR

Valiente es aquel que no toma nota de su miedo.

GEORGE S. PATTON (1885-1945)General estadounidense

Funcionario de policía con veinte años deservicio y cuarentaiuno de edad, en una ciudad decuarentaitrés mil habitantes. Sobre las 14:10horas, de aquel miércoles de otoño, recibió unallamada de radio que le informaba de un atraco enuna sucursal bancaria. El policía hacía diezminutos que debía haber acabado su turno detrabajo, pero por causas del servicio seguía en lacalle sin su compañero. Dada la hora tan concreta

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que era no había más agentes de su cuerpo en ruta:estaban realizando el relevo con el turno entrante,el de la tarde. No obstante, como quiera que elfuncionario se encontraba a menos de quinientosmetros del banco que estaba siendo asaltado ycirculaba en motocicleta, se acercó al lugarindicado. Él mismo manifiesta que «no pensé ennada, pero mientras me acercaba al sitio notéuna desagradable sensación interna».

Mientras hacía el trayecto hasta el banco, desdedonde dejó estacionada la motocicleta —cincuentametros de distancia—, se fue despojando delcasco de motorista y de los guantes. Finalmentedesenfundó y montó su pistola Walther P-99 yllegó a pie a la escena del delito. Con su armaentrenaba exclusivamente cuando erareglamentariamente requerido: dos veces al año,para efectuar cien disparos repartidos entre ambasconvocatorias —aunque no es la panacea, eseconsumo de munición supera con creces la medianacional—. Cuando se encontraba a diez metros de

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la fachada de aquella entidad financiera localizó lapresencia, in situ, de dos compañeros de otrocuerpo policial con competencia en lademarcación. Uno de esos funcionarios yacía en elsuelo con la cabeza envuelta en sangre. Habíarecibido tres impactos de bala: mandíbula,abdomen y miembro inferior. El otro policía seencontraba parapetado tras una columna, casi en laentrada de la oficina. Este segundo agente tenía suarma corta reglamentaria asida por ambas manos ypegada al pecho y solamente acertaba a decirle almotorista recién llegado: «¡Van a salir, van asalir, llama al Samur (Servicio AsistenciaMunicipal de Urgencia y Rescate), han matado ami compañero! La frase del requerimiento erarepetitiva y su cara se mostraba desencajada.¡Fue terrible!». Lamentablemente, el policía quesolicitaba asistencia médica para su binomiocarecía de radiotransmisor: al inicio del serviciosolamente se había entregado uno a la pareja y erael herido quien lo tenía consigo.

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Muy cerca del agente abatido se encontraba,sangrando también abundantemente, un atracadorque resultó ser un extranjero de sesentaiocho añosde edad (en total había dos atracadores). Dada lagravedad de las heridas y lo llamativo de la sangrevertida por el piso, sendos cuerpos parecíancarecer de vida. Ambos hombres habían mantenidoun enfrentamiento a cinco metros de distancia, enla puerta de acceso a la entidad asaltada. En aquelpunto de la escena se contabilizaron hasta veintedisparos. Así lo acreditaron los vestigioslocalizados. Las armas empleadas por losdelincuentes eran dos pistolas, una Astra M-1921,más conocida como modelo 400 o Puro, delcalibre 9 mm Largo; y una Colt MK-IV serie 80del calibre .45 ACP. Para la primera solamenteportaban un cargador de ocho cartuchos decapacidad (contenía tres cartuchos sin percutir,cuando fue intervenida), pero para la otra eran treslos cargadores que llevaban consigo (de igualcapacidad, de ocho). Estos heridos sobrevivieron,

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uno cumplió condena en prisión y el otro debió serretirado del servicio activo y sometido anumerosas intervenciones quirúrgicas.

El compañero del funcionario lesionado seencontraba sumido en un evidente estado de shock:«No era capaz de atender coherentemente misindicaciones. Tuve que insistirle para quereaccionara y pasara a una posición másventajosa desde la que seguir actuando». En unmomento determinado ambos policías sedesplazaron hasta otra localización. El motoristase parapetó tras un vehículo estacionado a unosdiez metros de la fachada del banco, desde dondeveía el interior de la oficina. Admite este policía:«Sé que el otro agente se ubicó en otro lugar,pero no soy capaz de recordar exactamente enqué sitio».

Aproximadamente habían transcurrido ocho odiez segundos cuando hizo acto de aparición elsegundo atracador, que aún permanecía en elinterior de la entidad. Este sujeto salió a la calle

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cubriendo su cuerpo con el de un rehén, un varónde mediana edad que recientemente había sidointervenido quirúrgicamente del corazón, al queasía por el cuello desde atrás. A la par que secubría, también apoyaba la boca de fuego de unapistola en la sien derecha de la víctima. Manifiestatextualmente nuestro colaborador: «En eseinstante el tiempo se detuvo. Era como unapelícula. Me quedé unos segundos paralizado. Loque estaba viendo parecía irreal. Reaccioné alver a un compañero que llegó en ese momento yque se posicionó entre el atracador y yo. Estoocurrió detrás de un vehículo turismoestacionado en la misma puerta del banco y aescasos dos metros del atracador y del rehén.Le dije al ladrón que soltara el arma, ¡todavíahabía solución! Se lo repetí a fin de darle laoportunidad de reflexionar. Yo quería que todoaquello acabara ahí, en ese instante, perotambién quería que no advirtiese la presencia delpolicía que se había parapetado a escasos dos

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metros de él».El campo de visión de la escena era perfecto.

El funcionario todavía recuerda la claridad ynitidez con la que veía la cara del rehén. Lamirada del secuestrado se dirigía al policía demodo horripilante y parecía querer decir, segúnseñala el agente, «¡haz algo, haz algo...!».Aquellas décimas de segundo durante las quevíctima y policía se miraron a los ojos pudieronser funestas. El funcionario perdió incluso másconcentración: no advirtió que el atracador estabaya apuntándole con su arma. En una fracción desegundo efectuó cuatro o cinco disparos contra elpolicía. Los hizo en el instante en que eluniformado se desplazaba hacia la parte traseradel automóvil, tras el cual se estaba protegiendo.Dos proyectiles alcanzaron la carrocería del cochee impactaron cerca en su cabeza. El funcionariorecuerda que hasta ese momento todo lo que estabaviendo, viviendo y experimentando era como unsueño. Todo era lento y carente de sonido. Pero

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aquellas detonaciones le hicieron «despertar». Enese momento advirtió que aquello era real. Porradio solicitó nuevamente presencia médicaurgente en el lugar, a la par que informaba de lasituación a la Central: atraco con armas de fuego,heridos y rehenes. Un completo.

En ésas estaba el agente cuando vio que eldelincuente, con el rehén, se introducía en uncoche. Tuvo un pensamiento recurrente: «¡Menosmal, se van! Esto ya ha acabado. Seguro quedejará al hombre en algún sitio y como tenemos auno de ellos... ya pillaremos al otro». Seequivocó. Aquel tipo salió del automóvil. Unnuevo pensamiento apareció en la mente delmotorista, «¡qué pasa ahora, si ya se iba. Otravez a empezar, no!». Ocurrió que las llaves delvehículo de huída estaban en poder del atracadorabatido. Ahora el delincuente no tenía medioeficaz de fuga y se tenía que entregar o combatir.Durante los breves instantes en que víctima ysecuestrador estuvieron dentro del turismo, el

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policía que había visto caer a su binomioreaccionó: efectuó dos disparos. Ambosalcanzaron el vehículo sin producir lesión alguna asus ocupantes.

En un momento dado la pistola del calibre .45Automático del tirador sufrió una traba queinterrumpió su funcionamiento, pero el malhechorrecuperó del suelo el arma del 9 Largo que sucompinche había usado antes de resultar herido.Con esta segunda pistola continuó disparando,mientras intentaba abandonar el lugar a la carrera.

El agente trató de comunicarle al compañeroque llegó en su apoyo, que tras él había undelincuente abatido. En ese momento el segundopolicía se desplazó hacía donde estaba el primero,pero el atracador apareció otra vez en escena, estavez sin el rehén. El funcionario nuevamente se vioapuntado. Al verse encañonado corrió hacia unnuevo punto de protección. Una esquina, esta vez.Recuerda que efectuó el primer disparo desde allí,siendo éste el único que rememora. Pero

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fehacientemente se sabe que realizó más, entre seisy ocho. El ladrón respondió con varios disparos,aproximadamente tres, pero fue alcanzado poralgunos proyectiles del policía. Aunque a cadaimpacto iba perdiendo verticalidad, el asaltanteconsiguió levantarse varias veces hasta quefinalmente cayó al suelo. El bandido usó su armacon una sola mano en todas las ocasiones, mientrasque el policía empleó las dos. «Yo no llevaba elchaleco antibalas puesto, pero algunos de loscompañeros que fueron llegando en mi apoyo síque lo portaban», añade el funcionario.

A lo largo de toda la intervención seprodujeron cambios de ubicación por parte delpolicía —también lo hizo el delincuente—. Llegóa estar a dos metros del agresor, pasando a quinceo veinte al final del suceso. Los disparosrealizados por el agente fueron hechos a unosveinte metros de distancia. Sostiene: «No soycapaz de recordar cómo y hacia qué sitio memoví. Ni siquiera visionando una videograbación

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puedo recomponer totalmente en mi cabeza elitinerario del suceso. Fue viendo ese vídeocuando comprobé que, durante mis últimosdisparos, entre el atracador y yo pasó circulandoun vehículo turismo. Ya me lo habían dichocuando todo aquello acababa de finalizar, pero nilo recordaba, ni me lo creía».

El funcionario, aunque fue tiroteado variasveces, no fue alcanzado por la balas en ningúnmomento. Se calcula que el delincuente disparó entotal hasta en doce ocasiones. El asaltante, sinembargo, sí que fue varias veces impactado en sucuerpo: tórax, abdomen y muñeca. Se produjeronalgunas lesiones más, pero de carácter leve.Ligeros roces. El policía llegó corriendo hasta suherido y supo que, como él mismo comenta,«aquel hombre iba a morir en breves momentos.La herida del tórax así lo hacía suponer. Estabatendido en el asfalto. En unos segundosaparecieron más policías y ambulancias. Le toméel pulso mientras ambos nos mirábamos, pero

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creo que él no me veía ya. Murió allí mismo.Durante la autopsia que le realizaron al cadáverse recuperaron dos proyectiles semiblindados,uno alojado junto a la vértebra lumbar L5 y otroen una costilla cerca de la columna vertebral. Lasegunda herida afectó al corazón». Aquel hombreresultó ser un español de cuarentaicuatro años deedad. Tanto él como el herido poseían numerososantecedentes por delitos violentos de toda índole eincluso reclamaciones judiciales de carácterinternacional. Significar que a la vez que estepolicía efectuaba sus disparos, el compañero quellegó en su apoyo, coincidiendo con la salida delladrón a la calle, también realizó cuatro o cincodescargas. Fue él quien produjo una de las heridasdescritas, como así consta en el informe balístico-pericial.

Ante varias preguntas efectuadas al funcionario,estas son sus respuestas: «Me noté tenso al recibirel mensaje por radio y sentí sorpresa cuandollegué y vi que aquello era real. Me vi impotente

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al ver al rehén. Tenía la certeza de que elatracador le dispararía. Sentí confusión ante losdisparos y me encolericé al ver que queríanmatarme. Fue muy triste ver morir a la persona ala que había disparado. El abatimiento seapoderó de mí cuando todo aquello finalizó.Cuando pude me aparté de la escena. Las piernasme temblaban y creo que hasta las pestañas lohacían. Me acuerdo que me sentía sin fuerzas,como si hubiese estado corriendo una maratón.No recuerdo haber visualizado nunca loselementos de puntería de mi pistola. Me vienenflases a la mente y creo recordar que el armaestaba encarada, sin enrasar el alza y el punto demira. La pistola la veía enorme frente a unpequeño objetivo con forma redondeada. Eso eslo que recuerdo del tirador, una figura redonda ypequeña. El arma tapaba el blanco».

Después del suceso, casi durante todo el primeraño, vivió un infierno. «No dormía. Sentíaremordimientos por haber acabado con la vida de

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una persona. Posteriormente, las armas de todoslos que estuvimos presentes en el escenario delsuceso fueron requeridas por la Policíacientífica. La maquinaria judicial se puso enmarcha y había que determinar, medianteestudios balísticos-forenses, qué pistola efectuólos disparos que acabaron con aquel hombre. Laautoridad judicial me realizó un profundo y durointerrogatorio. El juez no terminaba decomprender cómo los disparos efectuados apartes “no vitales”, como así declaré haberhecho, terminaron en el abdomen y en el pecho».Nota: Este asunto (incredulidad judicial) causa taldesasosiego al agente que ha decidido no seguirhablando de ello para este trabajo editorial.

Durante meses no dejó de hacerse preguntassobre qué hubiese pasado de no haber disparado,«¡por qué no disparé o alcancé zonas “novitales”, por qué me tuvo que pasar a mí! ¡Quéme pasará ahora! —se preguntaba—. Yo noquería acabar con la vida de nadie, eso es algo

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que tenía y tengo muy claro. Menos mal que mesentí muy arropado por mi familia y loscompañeros, aunque requerí de ayuda médicaespecializada: tratamiento psiquiátrico y visitasal psicólogo». Nunca ha querido hablar de estetema con personas ajenas al Cuerpo o a su entornofamiliar más íntimo.

Aquello le cambió la vida por completo. Alprincipio para mal. Pasado un año, cuando yahabía recibido bastante ayuda psicológica,comenzó a encontrarse cada día mejor. «Cambiémis hábitos y modifiqué algunoscomportamientos. Acepté lo ocurrido, eso sí...poco a poco. Cada día hacía algo nuevo paraestar bien y sentirme mejor. Me centré en mimujer y mis hijos, en mi casa y en ayudar más ala gente. Intenté ser mejor persona. No es queantes fuese malo, pero siempre se puede sermejor. Ahora no pienso a largo plazo, comomáximo en mañana, porque no merece la penapreocuparse por algo que quizá no llegue. Hoy

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disfruto más de las cosas, incluso de las máspequeñas. Me siento bien. Pasó porque tenía quepasar, tengo la certeza de que nada pasa porcasualidad. Si pudiera dar marcha atrás en eltiempo actuaría exactamente igual. No habíaotra forma de hacerlo. Demasiado bien salió.Estamos vivos y no resultaron heridas personasinocentes. Sé que el policía que finalizó ileso,cuyo compañero fue gravemente herido ante él,se divorció tras lo acaecido».

En este momento no le cuesta trabajo manejarningún aspecto o recuerdo del suceso (únicamenteel referido en párrafos anteriores, sobre el quedeclinó seguir manifestandose). Está tranquiloconsigo mismo. Ha conseguido estar en paz y creeque ha superado una situación muy difícil y esohace que se valore más cada día a sí mismo. «Lodi todo aquel día y eso hace que me sientaorgulloso. Se presentó esa situación por la quetodos los policías nos preguntamos alguna vez:¿cómo actuaré? ¿Dispararía a otra persona... me

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paralizaría el miedo? Lo solventé de la mejormanera posible para mí y para los ciudadanos.Quienes no han vivido un tiroteo no imaginan loduro que es y por ello no comprenden a quieneshemos pasado por tan dramática experiencia. Micuerpo me concedió la Medalla al MéritoPolicial con Distintivo Rojo y el del agente alque apoyé me distinguió con la mismacondecoración, pero con Distintivo Blanco».

Al principio barajó la posibilidad de dejar elCuerpo, pero ahora no cambiaría su profesión pornada del mundo: «Me gusta lo que hago y ojalásea para muchos años más».

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

En este capítulo conocemos un clásicoenfrentamiento en la puerta de un banco atracado,

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solo que en este caso el policía protagonista seencontraba sin su compañero, cuando la acción seinició. A esos llamamientos se debe acudir, comopoco, en pareja. Aunque el policía se acercó arealizar la comprobación en solitario, no lo hizopor patrullar habitualmente de tal modo. Lascircunstancias del servicio le obligaron aresponder al comunicado de la Sala deTransmisiones cuando no iba acompañado y,además, ya debía haber finalizado su jornadalaboral. A veces las casualidades se unen unas conotras. No es el único caso de este corte que sepresenta en la obra. Pese a que el funcionario salióbien parado del encuentro, a este tipo derequerimientos y comisiones siempre hay quellegar con los refuerzos oportunos. Como se haconocido, otro policía hizo acto de presencia en laescena y participó activamente en la resoluciónfinal de la situación, pero sin coordinarse con sucompañero.

No obstante, el protagonista atendió el atraco

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como apoyo a otros dos funcionarios que no erande su misma organización y cuya presencia en ellugar desconocía, por no habérsele participado.Pese a que fueron dos policías los primeros enacudir a la entrada del banco, ambos quedaronneutralizados por el fuego contrario. Uno de losagentes fue gravemente herido pero, aunquesobrevivió, las secuelas derivadas propiciaron suposterior pase a la situación de incapacitadopermanente para el servicio. El otro funcionariopuede considerarse también neutralizadopsicológicamente, al menos en la primera fase deltiroteo: su estado de shock era extremo ante lavisión de su compañero envuelto en sangre.Incluso así reaccionó en un momento determinadoy efectuó dos disparos que, sin consecuencias,alcanzaron el coche de huida que los asaltantestenían previsto emplear. Quizá no debió dispararen ese momento, teniendo en cuenta que el rehénestaba dentro de automóvil.

Aunque a la llamada de robo acudieron

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primeramente tres funcionarios de dos cuerposdiferentes, ninguno de ellos se protegía conchaleco balístico. Tampoco el cuarto policía queintervino y que ayudó activamente a poner fin a lahuida. Los refuerzos posteriores sí se personaronprovistos de prendas de protección balística, peroesto se produjo cuando el enfrentamiento ya estabafiniquitado.

Aunque un atracador y un policía resultarongravemente heridos por varios disparos, ambossalvaron sus vidas tras los pertinentes y urgentescuidados médicos practicados en el lugar, conposterior traslado a un hospital donde fueronintervenidos en quirófano. Esto acredita que nonecesariamente el mayor número de impactosacaba con vidas o neutraliza la amenaza. Loprioritario es colocar los disparos en zonasconcretas de la anatomía, de ese mododeterminados órganos internos podrían másfácilmente ser afectados. Ahí está la verdaderaclave. Eso sí, nadie debe llamarse a engaño:

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impactar allá donde se desea no es fácil casinunca, menos aún durante el curso de un tiroteo.Como en ocasiones se ha comentado, si fuese fácilacertar allí donde se quiere, todo el mundo seríacampeón olímpico en tiro deportivo. Pero tampocoestos tiradores —los olímpicos— lo tendrían fácilsi se viesen inmersos en una balacera. Una cosa esganar una medalla en el curso de una competicióndeportiva y otra muy distinta y crucial es competiren un «a vida o muerte». Ya lo dijo elprotagonista: no veía bien el blanco y tampocorecuerda que hubiera podido emplear loselementos de puntería de la pistola.

El definitivo intercambio de disparos seprodujo en un rango de entre quince y veintemetros, algo poco frecuente pero siempre posible.Así y todo, los policías fueron atacados adistancias menores, por ejemplo a solo dos metrosen la misma puerta del banco (los dos heridosgraves se dispararon mutuamente a no más decinco metros). Esto recuerda que aunque las

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situaciones hostiles casi siempre se producen amuy cortas distancias, algo empíricamenteacreditado, no hay que despreocupar nunca losentrenamientos en mayores rangos de tiro. Fuerontres los impactos directos recibidos por el cuerpodel último atracador abatido, siendo solamente unode ellos el que produjo lesiones de envergadura,llevándolo irremediablemente a perder la vida. Detodos modos, otros tantos disparos produjeronheridas leves por roce, a parte de las otras dosgraves. El motorista se movió siempre queadvirtió que le estaban disparando. Por ello llegóa estar a diferentes distancias de separación delasaltante, aunque también éste se desplazaba. Omás bien huyó, para ganar distancia. Como algunosinstructores sostienen, ante la detección de unaagresión siempre hay que desplazarse, moverse.Estos sugieren que hay que quitarse de en mediosaliendo de la línea de ataque. Algo obvio, querealmente no se entrena en las academias depolicía.

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Interesante dato: entre los mutuamente heridos—policía y ladrón en el acceso a la oficinafinanciera— se intercambiaron hasta veintedisparos, a escasos metros de distancia. Perosolamente fueron tres los que cada uno colocó enel cuerpo del otro. Parece mentira, ¿verdad?, puesno lo es. Esto es algo relativamente frecuente quetiene su lógica. La primera razón es que lospolicías no están debidamente adiestrados pararesolver situaciones de esa naturaleza y dimensión,precisamente para las que deberían ser instruidos.Mentalizados todavía están menos. Pero hay que irmás lejos. Incluso estando altamente formado, unagente no dejará de ser un ser humano, un Homosapiens. Cuando un humano ve seriamenteamenazada su vida o percibe un estímulo que lehace creerlo, responde de modo y forma autónomae incoherentemente a veces. Esto implica que lostiros puedan ser realizados imprecisa eincontroladamente. Importante: quien está frente alfuncionario experimenta los mismos miedos y

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temores y, por consiguiente, responde actuando deigual modo. Nadie quiere ser alcanzado.

Tal nivel de estrés llegó a soportar elfuncionario que no se percató de que un vehículose cruzó en su línea de tiro mientras él disparaba.Esto es algo que el agente confesó tras verificarestos extremos con el visionado de un vídeograbado por un camarógrafo ocasional. Del mismomodo y por similares efectos fisiológicos(autónomos por definición), no consiguió usar loselementos de puntería y tampoco visualizó connitidez al tirador hostil cuando se defendió. Loveía como una difusa figura redonda, refirió elagente. Según estudios científicos desarrolladospor la NASA (National Aeronautics and SpaceAdministration, agencia aeroespacial de losEstados Unidos), el ojo humano no es capaz, ensituaciones críticas de estrés, de ver más allá deun cono cuya base es aproximadamente decincuenta centímetros, o sea la anchura media deun humano adulto.

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Es significativo el hecho de que todos losimplicados que hicieron uso de sus pistolas,erraron un buen número de disparos. Todos. Losprimeros en abrir fuego consumieron, entre ambos,veinte cartuchos de los cuales únicamente seisalcanzaron sus respectivos objetivos a partesiguales (tres cada tirador). Aunque parezcan pocosimpactos, y de hecho así es, habría que haberestado allí para criticar y hacer juicios u opinarsobre qué era lo que se tenía que hacer y cómo. Elresto de tiradores también acabó alcanzandolugares no designados como objetivos. Uno hizodos agujeros al coche en el que pretendían huir losatracadores. Por suerte no hirió al rehén que en eseinstante estaba en su interior. El policía quedisparó cinco veces (tal vez cuatro), hiriendo unade ellas al segundo atracador, falló en cuatroocasiones. Y por último, el otro agente, elprotagonista: hirió dos veces al pistolero, perogastó entre seis y ocho cartuchos. Alrededor detreinta proyectiles de la Policía no tocaron a sus

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destinatarios, ¿en qué lugar se detuvieron? Hayque reiterarse: cuando no se impacta donde sequiere dar, se impacta allí donde no se quiere dar.Hasta ahí los disparos errados por los buenos,pero también los malos pincharon en lo mismo. Ladiferencia es que ellos, por ser quienes eran —asesinos—, podían permitirse no mantener laestricta observancia del ordenamiento jurídico ydel Derecho. Los policías no pueden hacer lomismo. Son el contrapunto. La razón de que existanes que los otros están ahí.

Se dio la dramática circunstancia de que unfuncionario vio caer a su compañero. Si esto ya esfrustrante, triste y doloroso de por sí, más aún loes cuando no se puede dar aviso de ello a lacentral de servicio. La paupérrima logística dealgunos cuerpos o unidades hizo que la parejapolicial solamente portara un equipo deradiotransmisión y el azar quiso que además eseaparato lo llevara consigo el policía abatido. Estono es baladí y a las pruebas hay que remitirse. Es

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algo muy frecuente en muchos destinos. No solo espeligroso en casos como el narrado, sino quedesde otro punto de vista conduce a la ineficacia.Si la pareja se deshace durante una persecuciónque requiere de coordinación con otras dotacionespara frenar una huida, esto sería imposible con unúnico equipo de radio. Se da una curiosa yrocambolesca paradoja: también en el lado de losbandidos falló la lógica en ese mismo sentido.Eran dos atracadores y un coche el previsto paraabandonar el lugar, pero solamente existía unallave de arranque. Como se ha visto, esta llave lallevaba el atracador neutralizado en los primerosinstantes del tiroteo.

Similar al incidente de este capítulo, pero conotro final, fue el que se vivió el 9 de julio de 2012en San Sebastián, sobre las dos de la tarde. Enaquella ocasión, dos agentes de la Ertzaintzaatendieron una llamada de la Central que lesinformaba de la activación de una alarma de roboen un banco. Personados en el lugar, los policías

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fueron invitados a entrar a fin de comprobar laveracidad del comunicado, toda vez que desdefuera no se divisaba nada (las cortinillas sehallaban bajadas en las zonas acristaladas). Quienles facilitó el acceso era un empleado de laentidad financiera. Tan pronto el primerfuncionario introdujo un pie en el banco, desde elárea del cajero automático por el que estabaaccediendo, pudo detectar a su derecha lapresencia de un individuo encapuchado. Elpolicía, que llevaba su arma empuñada a dosmanos, preparada para disparar en doble acción(pistola HK-USP-Compact), encañonó al hombre ylo conminó a la vez que le ordenaba que se tiraseen el suelo. En ese punto de la intervención elertzaina no había detectado arma alguna en poderdel sospechoso. Sin que el agente lo supiera,desde el otro flanco del umbral de la puerta quecasi no había sobrepasado todavía, otra persona leestaba apuntando con una pistola. Este individuoiba a cara descubierta, pero provisto de una visera

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y unas gafas. El policía se encontraba entre doshostiles, a no más de tres metros de separación decada uno. Una vez que el uniformado advirtió lapresencia del arma, dirigió la suya contra elhombre y le gritó que la soltara. Dos tiros fueronla respuesta del segundo atracador. El agente, porsu parte, apretó cuatro veces el disparador. Comoresultado final, el primero de los asaltantes fuedetenido, si bien trató de confundirse entre lostrabajadores y clientes de la oficina queabandonaban el lugar precipitadamente. El tiradorhostil perdió la vida allí mismo, comoconsecuencia de las heridas que dos proyectiles lehabían causado. El agente recibió dos impactosdel calibre 9 mm Corto: uno fue detenido por suchaleco de protección de nivel IIIA, que siempreusaba, y el otro, inopinadamente, quedó alojado enuno de los dos cargadores de repuesto quetransportaba en la cintura.

Significar que en el incidente donostiarra losdos proyectiles semiblindados (Sellier and Bellot)

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que produjeron las lesiones del asaltanteabandonaron el cuerpo, colisionando contra unapared y proyectando trozos de balas por diversaspartes de la oficina (también rebotaron aquellosque no tocaron al objetivo). Solo por suerte no seprodujeron lesiones a los civiles presentes que seocultaban, agachados, detrás de los mostradores.Gracias al visionado de las filmaciones deseguridad del acceso al banco (área del cajeroautomático de la entrada), consta que el agentealcanzado en el chaleco disparaba a la par que setrasladaba hacia la salida de aquella ratonera, paraescapar del lugar: no se bloqueó cuando advirtióque estaba siendo objeto de un atentado.Posteriormente admitiría que había adquiridocierta destreza en el manejo del arma trasparticipar en varios cursos privados de tiro. El 13de mayo de 2013, casi un año después, elfuncionario fue admitido en el Safariland SavesClub, club que aglutina a personas de todo elmundo (agentes de la ley casi todos) siempre que

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acrediten haber salvado sus vidas gracias al usode algún chaleco balístico de la firma Safariland.Con el número 1.841, este policía vasco es elprimer español que engrosa las filas de tanexclusiva asociación.

Destacar que el arma del calibre 9 Cortodisparada contra el agente era una Astra modelo300, una pistola española cuya producción seprolongó entre 1923 y 1946; siendo austriaca laque el detenido abandonó en la sucursal antes deque se produjera su arresto. La centroeuropea eraincluso más veterana que la anterior,concretamente una pistola Steyr modelo 1912,fabricada en 1914, que contenía en su cargadorcartuchos españoles del calibre 9 mm Largo(marca Santa Bárbara), aunque su calibre originalera 9 mm Steyr. Dado que ambos calibres cuentancon una vaina de veintitrés milímetros de longitud,y el resto de características son casi idénticas, loscartuchos son compatibles. Esto confirma que losdelincuentes comunes utilizan aquello que

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encuentran fácilmente a su alcance, sin valorar suidoneidad.

Pasado un tiempo, este superviviente fueinvitado a dar conferencias y charlas sobreenfrentamientos armados en eventos organizadospor asociaciones y sindicatos policiales. En susdisertaciones hacia gran hincapié en las virtudesque ofrece el uso diario del chaleco de protecciónbalística: «Tener una segunda oportunidad notiene precio». Si ya en aquella época (la delincidente) era un asiduo asistente a cursos de tiro yde otras temáticas tácticas, tras reponerseemocionalmente de lo sucedido e incorporase alservicio después de pasar varios meses de bajamédica-psicológica, decidió formarse más apropósito en la materia que le salvó la vida. Hoyes instructor de tiro, y comenta con los autores deesta obra: «No pude alinear el punto de mira conel alza. No pensé en ello. ¿Acaso tuve tiempo…?Es más, no me acordé ni de que existían taleselementos. Actué como un autómata, como un

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robot. En esos momentos no puedes pensar.Dentro de uno salta un resorte para que, comosea, te quites de en medio rápidamente. Algo teordena que dispares de cualquier modo, pero quedispares. Tengo que admitir que tuve muchasuerte, no solamente por llevar el chalecoantibalas colocado, sino porque las detonacionesdel atracador me pillaron con la pistola en lasmanos: entré con el arma empuñada».

Este policía recuerda que sufrió «variossubidones y bajones emocionales por efecto delas descargas de adrenalina». Elevados picos deeuforia y fuerza mientras disparaba y abandonabala escena y caída en barrena cuando se percató deque había sido alcanzado en el abdomen, sin serconsciente de que el blindaje corporal habíacumplido su cometido. El mismo bajonazo seapoderó de él al finalizar toda la intervención.Repuesto del susto inicial, al advertir que elproyectil se había detenido en su ABA S-15 (de lafirma consignada en párrafos anteriores),

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nuevamente penetró en aquel lugar cerrado en elque permanecía el tirador hostil. En esta segundaentrada se percató de que su particular homicidayacía gravemente herido, como consecuencia delos disparos efectuados anteriormente. Aseveracon vehemencia: «Ni que decir tiene que el hechode que llevara la pistola en doble acción fueesencial para poder responder con inmediatez.Tal y como sé que mi cabeza funcionaba en esosinstantes, creo que de haberme hecho faltacargar el arma no hubiese caído en ello.Seguramente habría disparado en vacío por laprecipitación del momento, y cuando me hubiesedado cuenta de que la recámara estaba vacía…ya hubiese sido muy tarde para mí. Resultacurioso comprobar cómo actúa el cerebro encasos así, el mío se centró en detalles nimios delagresor. Tuve que hacer un gran esfuerzo paraacordarme de cómo vestía, pero sin embargorecordaba, y recuerdo aún perfectamente y jamásse me va de la mente, que usaba gafas graduadas

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con las patillas moteadas con cuadritos blancosy negros. Fijé mi vista y toda mi atención en susmanos. Creo que puedo decir que vi comoapretaba el disparador de la pistola. En esemomento pensé que había llegado mi fin».

En conversaciones con otros compañeros, suelereferir algo que ya forma parte de los discursos desus ponencias: uno de los agentes de PolicíaJudicial que llegó a la escena del tiroteo no seacercó a la puerta del banco, permaneciendo acierta distancia parapetado en un soportal, porqueese día no llevaba puesta la prenda de protecciónbalística. El binomio de este, otro funcionariovestido con ropas de paisano, sí que ibadebidamente protegido y pudo prestar un apoyomás íntimo y efectivo al actuante protagonista deesta referencia.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

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Esta es una historia de valor y deremordimientos. Una confrontación armada es unaexperiencia única para cualquier policía. Es unencuentro intenso y personal cuyo letal resultadopuede dirimirse muchas veces a muy cortadistancia; policía y delincuente tan cerca quepueden escuchar sus respectivas respiraciones,mirándose a los ojos sabiendo que en ese juegomortal solo puede haber un ganador.

Cuando un agente participa en unenfrentamiento armado algo cambia en él parasiempre. Esta es, decíamos, una historia de valor yde remordimientos, pero también de un cambioprofundo.

Haber terminado ya el turno laboralcorrespondiente no sitúa al funcionario en sumejor estado mental para hacer frente a unasituación como la que se encontró. Preparándoseya para el relevo, debe responder a una llamadaque solicita refuerzos para intervenir en el asalto aun banco. Él todavía no lo sabe, pero esa llamada

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le ha cambiado la vida.Al llegar al lugar de los hechos observa a un

agente parapetado que, con voz desencajada, lesuplica que pida ayuda para su compañero queyace en el suelo en medio de un charco de sangre.El policía protagonista de este relato le grita quebusque una posición más ventajosa, pues seencuentra demasiado expuesto al fuego contrario.Enseguida se da cuenta de que el otro uniformadose halla en estado de shock y que no es capaz deescuchar o entender lo que le está diciendo, por loque tiene que repetirle el mensaje una y otra vezpara que se cubra y salve su vida.

Como se ha comentado antes, la experiencia decombate supone un antes y un después en la vidade un policía. Tener enfrente a un compañero alque se cree ya muerto, intensifica todas lasemociones que inundan al agente en esosmomentos tan duros. El protagonista de estahistoria le requiere para que busque urgentementeuna ubicación más segura. Es consciente de que se

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encuentra en estado de shock y que ello supone serun blanco fácil para el atracador que permanecedentro del banco y que puede salir en cualquierinstante. Tiene que insistir para que el estresadoagente siga sus indicaciones.

El investigador Seymur Epstein desarrolló elconcepto de pensamiento experiencial, como unrecurso que emplea nuestro cerebro para resolverinmediatamente situaciones complejas que puedansuponer un riesgo para la integridad delorganismo.

Antes de encontrarse en esa comprometidasituación, el policía habría estado utilizando otrotipo de pensamiento, denominado racional por elpropio Epstein. Este recurso cognitivo funciona enel día a día cuando no existe una amenazainmediata. En este estado se dispone del tiemponecesario para tomar decisiones.

Al agente le cuesta entender, incluso escuchar,las sugerencias que le da nuestro protagonista,

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porque su cerebro bulle tratando de encontrar unsentido a todo lo que está ocurriendo, mientrastrata de identificar la amenaza potencial másinmediata para encontrar una solución.

Naturalmente que el policía no entiende lasinstrucciones que le envía el compañero motorista.Su pensamiento experiencial está funcionando atoda máquina decidiendo la mejor manera demantenerlo vivo y reduciendo su capacidad parapensar de forma racional. Es el instintofuncionando en su máxima expresión. La actividadcerebral acelerada, alimentada por un flujohormonal incesante, inhabilita al funcionario paraasimilar y comprender los imperiosos mensajesque se le envían. La información que recibe —elinput informativo— tiene que competir con lasemociones y pensamientos de mayor intensidadque le genera su propio cuerpo. Por suerte, lainsistencia da sus frutos y el agente sujeto al shockes capaz de buscar una posición más favorable ysegura.

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Unos pocos segundos después ocurre lo quemás temían los actuantes: el segundo atracadorabandona el banco encañonando a un rehén con suarma. Nuestro agente lo vive de la siguientemanera: «En ese instante, el tiempo se detuvo.Era como una película. Me quedé unos segundosparalizado. Lo que estaba viendo parecía irreal».

Este proceso de ralentización de la situaciónvivida, la sensación de que todo va a cámara lenta,es uno de los efectos conocidos más frecuentes delestrés intenso sobre la atención y el consiguienteprocesamiento de la información. En un estudio deSolomon y Horn (1986), el 83 por 100 de losagentes que habían participado en unaconfrontación armada reporta haber experimentadoalgún tipo de distorsión temporal durante elsuceso. En el estudio de Campbell (1992), el 37por 100 de los agentes padeció la sensación deque aquello no estaba ocurriendo.

En nuestro estudio (datos referidos a la segundaedición revisada y aumentada), trece de los treinta

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individuos entrevistados aseguraron haberpercibido la sensación de que aquello no estabaocurriendo de verdad (pensamiento recurrenteantes de realizar el primer disparo). Estasensación de irrealidad se convierte en unpeligroso enemigo en momentos en los que tomardecisiones con rapidez puede significar ladiferencia entre la vida y la muerte. Justo cuandoparece que las cosas no pueden complicarse más,el segundo delincuente sale de la sucursal con unrehén al que encañona con su pistola, utilizándolocomo escudo viviente. En el tiempo que debiódurar un parpadeo, rehén y policía cruzaron susmiradas y éste último pudo percibir el miedo deaquel pobre hombre inocente. En lo que dura esteintercambio visual, el atracador abre fuego contrael policía, que apenas tiene tiempo para ponerse acubierto. El funcionario está «entrenado» paraproteger a terceros y su cerebro ha identificado aun ciudadano inocente, lo que ha hecho que centresu atención en el sujeto en riesgo, anulando por

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unos instantes el verdadero peligro de la escena:el asaltante armado. La escasa puntería delatracador, influenciada por la estresante situaciónque también él estaba soportando, fue la verdaderaaliada de nuestro motorista.

Otra de las distorsiones perceptuales que haexperimentado el entrevistado es que recuerda lossucesos como si estos estuvieran desarrollándosea cámara lenta. Veremos que esta forma«ralentizada» de percibir los acontecimientos seda en varios de los casos analizados, peroentraremos en detalle en otro momento.

Decíamos al inicio de este análisis que ésta esuna historia de valor y remordimientos. El valordel agente ha quedado plenamente acreditado. Sinembargo, el sentimiento de haber hecho lo correctono fue suficiente para evitar que el policía vivieraun auténtico infierno personal tras el incidente,como él mismo señaló: «Fue muy triste ver morira la persona a la que había disparado. Elabatimiento se apoderó de mí cuando todo

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aquello acabó [...] No dormía. Sentíaremordimientos por haber acabado con la vida deuna persona».

Estos sentimientos de culpa se intensificarontras la intervención del juez, que no comprendíacómo no había podido disparar a zonas no vitales.Durante meses, nuestro agente no dejó de hacersepreguntas sobre qué hubiese pasado en caso de nodisparar: «¿Por qué no disparé o alcancé zonasno vitales? ¿Por qué me tuvo que pasar a mí? Yono quería acabar con la vida de nadie». Necesitóayuda profesional para superar el trance.

Muchas personas piensan que no hay nada demalo en matar a alguien que ha intentado matarte ati. Esto es correcto, jurídicamente, si ambos actosson coetáneos. No hay nada legalmente reprobableen matar a alguien que ha tratado de hacer lopropio con uno. Esta forma de pensar es comúnentre la ciudadanía y entre buena parte de lacomunidad policial. Pero la experiencia dicta que,

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en más ocasiones de las que se piensa, no es aquídonde terminan los problemas, sino dondeempiezan.

Matar a alguien es un acto que grita en nuestrosubconsciente, que entra en conflicto con todas lasnormas y creencias morales aprendidas durantenuestra vida y fomentadas por el entorno social.No tenemos que matar. Todas las sociedadescivilizadas consideran la vida como algo sagradoy valioso. Si la vida es un bien precioso, ¿cómopodemos justificar moralmente el quitar una? Estees el dilema moral que hay que resolver parasuperar el posible trauma resultante.

Cuando un policía interviene en unenfrentamiento armado, se convierte en unapersona especial dentro del grupo. Laconfrontación armada es una experiencia única enel trabajo de un agente de la autoridad. Es unencuentro personal —muchas veces a muy cortadistancia—, uno frente a otro y donde solo puedehaber un «ganador».

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El Trauma tras la Intervención Armada (TIA)supone una internalización del estrés tras eltiroteo. El TIA es una combinación de estrés,miedo, confusión y ansiedad. Generalmente seinicia cuando nuestras creencias morales y larealidad entran en conflicto. Los síntomas del TIAmás frecuentes son el insomnio y las pesadillas,síntomas éstos presentes en el agente del actualrelato.

El 80 por 100 de los agentes que hanparticipado en una confrontación armada sufrepesadillas relacionadas con el incidente. En lamuestra de nuestro estudio, las dificultades desueño fueron el síntoma más frecuente incluso tresmeses después del suceso. Según algunos autores,como el investigador Pasquale Carone, los sueñosson una manera de trabajar para la solución de unproblema. Una vez alcanzada la solución, laspesadillas suelen desaparecer.

Otros síntomas del TIA vienen de la mano delas distorsiones en la percepción y los flashbacks.

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A medida que el policía rememora el incidente,una y otra vez, comienza a modificarlo, adistorsionarlo y a confundir su concepto de larealidad vivida. Habrá momentos en los querecordará los acontecimientos como si ocurrierana cámara lenta, lo que le genera más confusión yansiedad porque el agente podría empezar a pensarque tuvo tiempo para hacer las cosas de otramanera. Comenzaría a creer que hubiera podidohacerlo todo de otra forma; que hubiera tenidotiempo para hacer otra cosa que no fuera matar.Pero la realidad es que solo tuvo tiempo parapensar en sobrevivir.

La ayuda profesional devolvió la vida alpolicía de esta exposición, pero no antes de quetuviera que enfrentarse a una experiencia que noolvidará nunca.

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CAPÍTULO 4

NUNCA VI EL ARMA

No basta saber, se debe también aplicar.No es suficiente querer, se debe también hacer.

JOHANN WOLFGANG GOETHE (1749-1832)Poeta y dramaturgo alemán

Un agente de policía de una ciudad de cientosetenta mil habitantes, con treintainueve años deedad y diecinueve de servicio, fue víctima de unatraco en una localidad vecina (cien milhabitantes). El peor lunes de su vida. Elfuncionario estaba franco de servicio e iba armadomientras se encontraba realizando gestionespersonales en una entidad bancaria, vistiendoropas de paisano: pantalón vaquero y camisaligera de manga corta (casi estaba finalizando la

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primavera y hacía calor). Poco antes de las 14:00horas salió del banco portando en sus manos unasuma superior a los veinte mil euros. El dinerohabía sido retirado de su cuenta personal y estabasiendo trasladado, por él mismo, hasta otra entidadpróxima al lugar (escasos metros de distancia). Suarma particular, una Glock 23-C calibre .40 S&W,siempre era portada por el funcionario en horasajenas al servicio. La pistola solía ocultarla en lazona trasera del pantalón, casi siempre sin haceruso de funda pistolera alguna. Como quiera quepara acceder a la primera de las oficinas bancariastuvo que dejar su arma en el cajero de seguridadexistente a tales efectos en la entrada, el policía lavolvió a recuperar justo en el instante en queabandonaba la sucursal para salir a la vía pública.Por las prisas y dado que en ambas manos portabados sobres repletos de dinero (apoyados sobre sutorso), optó por recortar tiempo alojando el armaen la zona delantera de su cintura, bajo la camisa:región pélvica o del apéndice.

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Tan pronto salió de la sucursal portando aquelcapital, para tratar de acceder a la segunda entidadfinanciera, fue violentamente abordado por dosvarones, uno de ellos de cierta corpulencia yenvergadura. Ambos atacantes eran denacionalidad extranjera y compatriotas entre sí. Elprimero de los sujetos agarró una de las bolsascontenedoras de dinero, a la par que el policía fueasido por detrás por el segundo agresor, elcorpulento. Cuando la víctima advirtiófehacientemente que estaba siendo objeto de unrobo con violencia, «me encogí sobre mí mismo, afin de ponérselo difícil a los atracadores. En esaposición me encontraba cuando fuertemente fuitronchado por el asaltante de mayor tamaño.Sentí en ese momento un fortísimo dolor en lacolumna vertebral, a nivel lumbar. Mientras estoocurría, el primero de ellos inició un nuevoataque frontal contra mí». Al fuerte dolorpercibido se le sumó una insoportable sensaciónde asfixia, que hizo que su visión se viese

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seriamente afectada: «Solamente veía puntosblancos y grises, acompañados de hormigueo enla cabeza y espalda». Nada se detuvo ahí. Almismo tiempo le fueron infligidas heridascortantes en el pecho, por parte del otro ladrón.Manifiesta al respecto: «Nunca vi el arma.Posteriormente supe que se trataba de undestornillador de quince centímetros delongitud».

Pese al violento asalto sufrido, el agente nosoltó el dinero y lo protegió haciendo giros decintura y metiendo codos. El forcejeo se prolongópor demasiados segundos. En un momentodeterminado el policía consiguió alcanzar supistola y asirla a la vez que gritaba, «¡soy policía,soy policía!». Los atracadores, lejos de abandonarla hostil acción, aumentaron la intensidad de lamisma y propinaron al funcionario nuevos cortesen el torso y cuello. La víctima recuerda que unavoz menuda y femenina decía, «¡mátalo, mátalo,mátalo!», pero cree que nunca llegó a ver a la

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mujer. En ese instante culminó la extracción de suarma y efectuó dos disparos. La pistola eraportada en condición dos, o sea con cartucho en larecámara y con los mecanismos de disparospreparados para hacer fuego (esa pistola carece deseguro manual). Tras esto, el policía perdióestabilidad y verticalidad cayendo al suelo por lospeldaños de una escalera tipo grada (piso de dosniveles). Mientras caía al piso realizó otrodisparo. En esta melé no solamente el agente fueasido con virulencia, sino que también la propiapistola le fue agarrada con clara intención de serlearrebataba —algo siempre posible en lasdistancias «íntimas» de contacto—. El policíaterminó golpeando el suelo con su cuerpo, perocon él cayó, también, quien le estaba sujetando elarma. «Tras ese último disparo sentí que el tipoque me agarraba la pistola había dejado dehacerlo. Yacía inerte a mi lado», refiere el agente.

Aturdido, pero libre de presiones físicas, elfuncionario consiguió erguirse. Una vez que pudo

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permanecer en pie observó como uno de susatacantes huía, a la carrera, hacia la acera deenfrente. Aquel delincuente subió a un vehículoturismo del que la víctima recuerda color, marca ymodelo. El policía persiguió al coche por lacalzada y a punto estuvo de ser arrollado cuandoel auto se marchaba a gran velocidad. Reconoce:«Intenté que el vehículo detuviera su fuga, porello volví a disparar varias veces más, una deellas a una rueda y otras tantas al aire. Fueronsiete los disparos totales que hice, pero noconseguí inmovilizar o entorpecer la huida delturismo. Recuerdo que todos los tiros los realicéa una mano. Aquel deportivo, al final, se perdióde mi vista por las calles aledañas».

A resultas de todo aquello, uno de losatracadores resultó muerto por un impacto en lacabeza (el que intentó apoderarse de la pistola).La munición empleada era de punta hueca (PH) yla herida describía una trayectoria ascendente. Elproyectil no abandonó el cráneo. Pasado un tiempo

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fueron detenidos el otro varón agresor y la mujerde voz menuda que instaba a matar al policía,aquella fémina que el agente no llegó a ver nuncaen la escena, o al menos no la recuerda. Los dosfueron condenados a penas privativas de libertad.El hombre presentaba una herida por arma defuego en un hombro, con orificio de entrada ysalida. El día de autos el sujeto huyó herido poruna bala. La víctima del robo, el policía, presentólesiones leves inciso-contusas en el cuello y tórax,contusiones en casi todo el cuerpo, levetraumatismo craneoencefálico y desplazamientodel disco vertebral L5-S1 (hernia discal). «Por lahernia discal tuve que ser intervenidoquirúrgicamente. Aunque siempre usaba en eltrabajo un chaleco antibalas con protecciónanticuchillas, ese día no lo llevaba por noencontrarme de servicio. Los hombres contabanen su ficha policial con multitud de antecedentespor robos violentos e incluso homicidio. Elfallecido tenía treintaicinco años de edad y el

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herido treinta. No recuperé más que unos pocosbilletes de los que llevaba conmigo en elmomento de iniciarse el ataque. También perdíalgunos abalorios de oro que lucía en el cuello ylas manos». La víctima confiesa que cuando seinició el asalto quedó desorientado y sorprendidopor lo que estaba pasando, reaccionandoposteriormente. Experimentó incredulidad.

Aunque es instructor de tiro policial y posee unalto nivel de entrenamiento con armas de fuego, noreaccionó súbitamente pero sí a tiempo. Hacia susagresores siente animadversión y odio y desdeaquello trata de mantener siempre un elevadoestado de alerta. Vive, desde entonces, con ciertaobsesión por la seguridad familiar. «Mi esposa ymis padres sufrieron mucho, estaban muypreocupados», añade el policía. No ha tenidoproblemas de sueño, pero permaneció un año debaja médica (trescientos cincuentaisiete días). Deaquellos momentos, «recuerdo el aturdimientoque me producían los golpes propinados y la

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propia situación. No daba crédito a lo que estabapasando. A la mente me vienen pertinazmenteaquellos instantes de perturbación emocional eincredulidad. También me invaden pensamientosdel momento en el que se inició el suceso. Hoy lorecuerdo todo con bastante claridad. Aunque conlos compañeros no tuve problemas a la hora decomentar lo vivido, sí que soy reticente a hablarde ello con mis padres e hijos. Me sentí apoyadopor mis jefes y compañeros, pero el abogado delos acusados me hizo sentir muy mal durante lainstrucción de las diligencias previas y el día deljuicio. Pese a todo, creo que soy mejor personadesde ese día. Crecí y maduré. Aprendí a confiaren la gente de mi entorno».

Considera positivo el haber acabado con unabanda organizada de criminales y haber aprendidode una situación tan vital. Pero por el contrario,encuentra negativo el desembolso económico queconllevó su defensa jurídica, así como la lógicapresión psicológica por temor al reproche judicial.

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Finalmente fue exonerado judicialmente decualquier cargo contra él.

Las secuelas físicas que soporta son estéticasen el pecho y de carácter doloroso en la espalda,pero se encuentra orgulloso de su actuación.Manifiesta que volvería a responder del mismomodo si se encontrara con una situación de índolesimilar. Comenta: «Jamás he pensado en dejar elCuerpo y estoy más motivado para seguirdesempeñando mi trabajo. Pero desde aquel día,a veces me planteo si volveré a salir airoso decuanto me depare el futuro. Quienes no hanpasado por algo así, o sea disparar a alguienpara seguir vivo, no tienen la más remota idea delo que es eso. Ahora comparto experiencias ysentimientos con otros compañeros que hansobrevivido a situaciones graves como la mía. ElCuerpo no me había preparado para estas cosas,menos mal que por mi cuenta llevo añosentrenando y practicando el tiro».

Se siente satisfecho con el tratamiento recibido

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por parte de los policías que participaron en lainvestigación del caso, así como con la autoridadjudicial que instruyó el procedimiento. Refiere:«Se produjo una circunstancia paradójica, y esque cuando ingresé en el hospital aparecieron loscompañeros del Grupo de Homicidios, con loschicos de la Científica, para realizarme elpertinente test de la parafina. Increíble, ¡dionegativo! Esta es una prueba pericial que revelala presencia de residuos de pólvora en las manos,para confirmar la ejecución de disparos o lamanipulación de armas; pero en mi piel no habíarestos del propelente. Por estar provista mipistola de un compensador de serie —aperturasen el cañón y la corredera, cerca de la boca defuego, para reducir la reelevación del armamientras se dispara—, posiblemente escaparonpor allí los delatadores residuos, quedando estosmínimamente alejados de la mano. Mi pistola fueintervenida temporalmente para realizar laslógicas pruebas balísticas».

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También cree que fue correcta y justamentetratado por los medios de comunicación y laopinión pública en general. Aunque loscompañeros de la plantilla recaudaron unainteresante cantidad económica para sufragar partede la pérdida monetaria y gastos de representaciónjurídica, sus jefes no vieron acertado recompensaral policía con un reconocimiento o menciónoficial: no fue condecorado o reconocidoprofesionalmente.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Estamos ante otro caso de agente de policíaatacado mientras se hallaba libre de servicio. Eneste suceso el protagonista hizo conocer sucondición de policía ante un robo perpetradocontra su propia persona. Legalmente todo ser

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humano tiene derecho a defenderse de una agresiónilegítima, usando los medios a su alcance. Esosmedios al alcance del defensor y empleados contrael agresor, han de ser también proporcionados alos usados contra él (art. 20.4.1 del Código Penal).Eso es lo que hizo este agente fuera de servicio,solo que él, además, se identificó como agente dela autoridad. Sin duda existió proporcionalidad:mientras un hombre sujetaba a la víctima, otrotrataba de arrebatarle los sobres con el dinero, a lapar que le asestaba mandobles con un instrumentoincisivo. La sentencia absolutoria por homicidioavala la tesis de la proporcionalidad en el medioempleado. Fue legal el empleo del arma de fuego.No se exigió que las lesiones del agente fuesenfinalmente graves (una realmente lo fue), pues deno haberse usado la pistola las heridas hubiesenacabado siendo, posiblemente, incompatibles conla vida.

La víctima tuvo mucha suerte. Dos contra unoen tan extrema distancia y el factor sorpresa de

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parte de los agresores, no es fácil de superar.Dada la especial formación de este policía en eluso de las armas de fuego, la balanza se inclinó asu favor. También se da la circunstancia de que elfuncionario entrenaba frecuentemente situacioneslímite de enfrentamiento. Estaba mentalizado deque en su diario quehacer profesional se le podríapresentar un ataque a distancia de contacto; porello en la galería de tiro siempre incluía, en suentrenamiento, ejercicios con cierta similitud alcaso que ilustra el capítulo. Pero pese a todo loanterior, si no hubiese portado su pistola ese díaseguramente no hubiera salido vivo. Siemprellevaba consigo el arma por si le hacía falta: mejorllevarla y no necesitarla, que necesitarla y nollevarla…

Es cierto que este robo se produjo contra lapersona de un funcionario de la seguridad pública,pero los policías no siempre van armados en horasexternas al servicio para defenderse de ataquespersonales. Aunque es verdad que todos los

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agentes pueden ser víctimas de agresionesvengativas, como consecuencia de legítimasacciones llevadas a cabo durante su horario detrabajo, son otros motivos los que generalmenteempujan a los policías a intervenir cuando no estántrabajando. Como la propia legislación establece:«Deberán llevar a cabo sus funciones con totaldedicación, debiendo intervenir siempre, encualquier tiempo y lugar, se hallaren o no deservicio, en defensa de la Ley y de la seguridadciudadana» (art. 5.4 de la Ley Orgánica 2/86, de13 de marzo. Principios Básicos de Actuación —dedicación profesional—). Esta es la causaprincipal por la que muchos funcionarios depolicía van armados en horas ajenas a los turnosde servicio. Si la norma exige que se actúe antecualquier ilícito detectado, mejor llevar un armaaunque finalmente no se utilice, que necesitarhacer uso de ella y no tenerla encima. Ellegislador no puede exigir a nadie que intervenga,sin facultar al que actúa a portar y emplear medios

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adecuados para no solo culminar con garantíasprofesionales la intervención, sino también parasalvaguardar la integridad del actor y de terceros.

Seguramente cueste trabajo creer esto a quienesno pertenecen a la comunidad policial, pero enEspaña no termina de verse con buenos ojos elhecho de que un agente de la autoridad porte suarma en horas ajenas al servicio. Esto es cierto.Pero viene a ser más asombroso saber que dentrodel mismo colectivo surgen comentarios, críticas yhasta miradas extrañas hacia los compañeros que,de paisano, deciden portar su pistola o revólver.Esto se incrementa si el agente lleva su arma fulltime o a tiempo completo. Si además entrena y sepreocupa por su instrucción no escapará jamás delos apelativos de pistolero, rambito, pirado ofriki. Por desgracia, muchos funcionarios tienenque justificarse frecuentemente ante algunospolicías y jefes, que no entienden la legítimadecisión de estar armado y entrenado. De pocosirve razonar con ellos los motivos.

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El Anuario Estadístico del Ministerio delInterior del año 2011 arroja las siguientes cifras:de las 9.751 personas titulares de la licencia dearmas tipo B, 9.599 poseían una pistola o revólverguiado (licencia que se renueva cada tres años yque solamente ampara un arma corta). Esto suponeque esos casi nueve mil seiscientos ciudadanospueden circular libremente, por el territorionacional, portando consigo un arma para defensapersonal. Muchos de ellos son jueces, fiscales,joyeros, políticos, funcionarios de prisiones,empresarios, etc. En poder de los cuerpos localesde policía consta que había 102.745 armas cortas,siendo la cifra de licencias relacionadas con esoscuerpos de 68.362 (más armas que policías).

Respecto a las 26.361 licencias en poder de loscuatro cuerpos de seguridad pública dependientesde las comunidades autónomas (Mossosd’Esquadra, Ertzaintza, Policía Foral y CuerpoGeneral de Policía Canaria), son 34.118 las armasde cinto guiadas. Amparadas en las 710 licencias

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de armas que posee el cuerpo de VigilanciaAduanera (Agencia Tributaria del Ministerio deHacienda) están 917 pistolas. El propio Ministeriodel Interior también expone la cantidad de armasguiadas que tienen los tres ejércitos y los cuerposcomunes que componen las Fuerzas Armadas,62.836 armas en total.

Como es de suponer, el Anuario hace lo propiocon los dos cuerpos de seguridad del Estado: laGuardia Civil (GC) y el Cuerpo Nacional dePolicía (CNP). El primero de ellos, la GC, cuentacon 74.225 armas cortas y el CNP 46.062. Noobstante, hay que señalar que el último dato ha deestar equivocado en el Anuario Estadístico, todavez que dicha fuerza cuenta con un número muysuperior de funcionarios en situación de activo yque cada cual tiene asignado, como poco, unapistola (aproximadamente 70.000 miembros).Apuntar que todos los funcionarios de los cuerpose instituciones referidas son titulares de la licenciade armas tipo A (con matices en cuanto a los

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militares, según empleo). La licencia tipo A, quees el propio carné o tarjeta de identidadprofesional, otorga a su titular, al igual que la B, lafacultad para moverse libremente, por todo el país,con un arma oculta bajo la ropa (incluso más deuna los titulares de la tipo A).

Este es el único caso de cuantos sucesosdocumentan e ilustran este trabajo en el que seempleó munición no convencional o tradicional.En España se utiliza mayoritariamente cartucheríaque monta proyectiles proclives al exceso depenetración en cuerpos humanos, muebles yobjetos urbanos habituales. Este es un serioproblema que puede provocar lesiones a terceraspersonas ajenas a los encuentros armados (sonadocaso el referido en la introducción de la obra).Unas veces por impacto directo y otras por rebote,los proyectiles que entran y salen de un cuerposuelen conservar energía con capacidad lesiva adistancias cortas y medianas. Aquí se dispararonproyectiles a los que se les suponía un

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comportamiento balístico terminal distinto a losanteriores. Fueron empleados cartuchos de PH. Deellos se esperaba parte de lo conseguido: buenatransferencia de energía en el impacto y que nosobrepenetraran. Ambas cosas se consiguieron, almenos en el caso del disparo que acabó con lavida de uno de los atracadores. La mayortransferencia de energía quedó acreditada con latotal expansión del proyectil recuperado en elinterior de la cabeza del interfecto. Una punta delcalibre empleado (.40 S&W) posee diezmilímetros de diámetro, una vez efectuada lacorrespondiente operación aritmética deconversión al sistema métrico decimal. Estas cotasse elevaron por encima de dieciséis milímetros,hecho que fue constatado cuando el proyectil seextrajo del interior la bóveda craneal por elmédico forense (dato no referido en la narracióndel suceso). Esta expansión de la masa de la balafue la que, en gran medida, redujo el exceso depenetración impidiendo que abandonara el cuerpo.

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Sobre la legalidad del uso de los cartuchos quemontan proyectiles de PH suelen surgir dudas. Adecir verdad, siempre que se menciona lacartuchería de PH salta a la palestra el debate desu ilicitud en cuanto a la mera tenencia o empleo.Las cosas no están claras ni entre los propiospolicías, habiéndose extendido durante décadas elbulo de que dicho tipo de munición está totalmenteprohibido en España, incluso para losprofesionales de la seguridad. No es cierto.Conozcamos qué establece al respecto lanormativa legal principal.

El Real Decreto 976/2011, de 8 de julio,modifica el Real Decreto 137/1993, de 29 deenero, el cual aprobó el vigente Reglamento deArmas, que en su artículo 1.4 dice textualmente:

Quedan excluidos del ámbito de aplicación deeste Reglamento, y se regirán por la normativaespecial dictada al efecto, la adquisición, tenencia yuso de armas por las Fuerzas Armadas, las Fuerzas yCuerpos de Seguridad y Centro Nacional de

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Inteligencia. Para el desarrollo de sus funcionestambién quedan excluidos los establecimientos einstalaciones de dichas Fuerzas y Cuerpos y delCentro Nacional de Inteligencia.

También resulta de interés el artículo 2.29 delmismo texto legal: «A los efectos del presenteReglamento, en relación con las armas y sumunición, se entenderá por munición de balaexpansiva: Munición con proyectiles de diferentecomposición, estructura y diseño con el fin de que,al impactar estos en un blanco similar al tejidocarnoso, se deformen expandiéndose ytransfiriendo el máximo de energía en estosblancos».

Clave y fundamental resulta, como el primerode los citados, el artículo 5.f) del Reglamento.Dice textualmente:

Queda prohibida la publicidad, compraventa,tenencia y uso, salvo por funcionariosespecialmente habilitados, y de acuerdo con lo quedispongan las respectivas normas reglamentarias,

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de: Las municiones para pistolas y revólveres conproyectiles Dum-Dum o de punta hueca, así comolos propios proyectiles.

De todo lo anteriormente expresado,literalmente extraído del Reglamento de Armas, sedesprende sin género de dudas que:

1.º En España la cartuchería de PH únicamenteestá prohibida cuando se emplea en las armascortas (pistolas y revólveres), así pues en lasarmas largas se puede usar lícitamente; de hechoes la más consumida en cierta modalidadcinegética (monterías o caza mayor con armaslargas rayadas). No obstante, en España existenarmas largas recamaradas para calibrestradicionalmente de pistola o revólver. Por ello esmuy habitual ver a personas que, en cacerías oclubes de tiro, disparan con carabinas monotiro,semiautomáticas accionadas manualmentemediante cerrojo o palanca y semiautomatizadasde calibres tales como 9 mm Parabellum, 9 mm

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Largo o .357 Magnum, por ejemplo. Ergo, en esasarmas largas sí se pueden usar legalmente loscartuchos que montan balas de PH.

Podría darse la circunstancia de que un tiradorde arma larga también lo fuese de arma corta (muyfrecuente). En ese caso el usuario podría adquirirmunición de PH para su rifle o carabina, aunqueésta fuese del mismo calibre que alguna de suspistolas o revólveres. Eso sí, no podrá usar esoscartuchos más que en las armas largas. Encualquier caso cometería, si la utilizara, infracciónadministrativa y no penal.

2.º Otro aspecto que debe quedar claro, tras elanálisis de los artículos precedentes, es que losfuncionarios especialmente habilitados sí puedenportar y usar los cartuchos de PH. Llegados a estepunto se genera otro dilema: ¿quiénes son esosfuncionarios especialmente habilitados de los quehabla el Reglamento de Armas en el artículo 5.f)?La respuesta es sumamente sencilla. Demasiadosson los que consideran que solamente los agentes

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de unidades especiales y antiterroristas estánfacultados para el uso de esa munición. Graveerror. La verdad es que todo funcionario público—policía en este caso— está obligado a usar elmaterial que le es entregado por laAdministración, así pues, y por ejemplo, seráobligatorio que un agente de la GC utilice lamunición que de dotación le sea entregada por susjefes o responsables de armamento y material. Delmismo modo ocurre en el CNP. Y como no podíaser de otro modo, también pasa igual en loscuerpos locales y autonómicos. Todos sonintegrantes de las fuerzas y cuerpos de seguridad,todos. Entre ellos solamente existen diferenciasadministrativas en lo concerniente a la adscripciónde dependencia gubernativa y competencias,además del ámbito territorial para ejercer lasúltimas.

Así las cosas, si un Ayuntamiento adquieremunición con punta de plomo y la suministra a susfuncionarios (Cuerpo de Policía Local, PL), esa

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debe ser la munición a emplear de modo oficial yreglamentario por aquellos agentes que la reciben.Pero si el Ayuntamiento (Equipo de Gobierno quelo dirige), por consejo de un especialista bieninstruido, decide hacerse con munición de PH paradotar a sus agentes, ese es ya, con todas lasconsecuencias, el material reglamentariamenteadjudicado. Así de fácil es, no hay más vuelta dehoja.

3.º El punto anterior está directamente ligadocon el artículo 1.4 del Reglamento. Aquel epígrafedejó meridianamente despejado lo siguiente: lasfuerzas y cuerpos de seguridad (CNP, GC, cuerposdependientes de las comunidades autónomas y PL)—amén del Centro Nacional de Inteligencia—están excluidas de la aplicación del Reglamento deArmas, en lo que concierne a la adquisición,tenencia y uso de armas. Eso incluye, pornaturaleza y analogía, a un vital componente de lasarmas: su munición.

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De todo lo anterior se desprende, y así ha deser entendido, que cada cuerpo dictará normasinternas al respecto de qué tipo de municiónemplearán sus integrantes. Por tanto, los cuerposde policía que con buen criterio decidan adquirircartuchos de PH podrán hacerlo sin ningún tipo detemor o cortapisa por parte de las intervencionesde armas de la Guardia Civil (unidadescompetentes para todo lo concerniente a licenciasy autorizaciones para la adquisición de armas,municiones y explosivos).

Son muchos los cuerpos locales que empleanreglamentariamente cartuchos de punta hueca osimilar, como los expansivos de deformaciónforzada o controlada. Por mencionar alguno: PL deAlgeciras, PL de Tomares, PL de Alcázar de SanJuan, PL de Leganés, PL de Alcobendas, PL deBlanes, etcétera (Golden Saber casi todos). Anivel autonómico es sabido que el cuerpo deseguridad de la Generalitat de Cataluña, losMossos d’Esquadra, utiliza de un tiempo a esta

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parte una interesante munición expansiva en susarmas cortas de 9 mm Parabellum (SeCa). A nivelestatal también la GC y el CNP consumen diversostipos de proyectiles de esta naturaleza, si bienúnicamente en unidades especiales de asalto yequipos de protección de personalidades.

Aunque este funcionario entrenaba cuantoquería con sus armas, admite, y se queja, que elnivel de entrenamiento institucional era escaso.Esto es una constante en todas las fuerzas deseguridad del país.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Un ataque imprevisto nos sitúa inicialmente enuna posición de desventaja. El policía franco deservicio de esta historia sale del banco con unacantidad importante de dinero y sufre el brutalataque de unos delincuentes que se abalanzansobre él, sin que apenas tenga tiempo de saber qué

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está ocurriendo. En estas circunstancias, lacapacidad de reacción del policía puede quedarseriamente mermada, como así ocurrió.

Podemos definir el tiempo de reacción, comoel lapso de tiempo que le lleva al agente percibiruna amenaza y responder adecuadamente con unaacción motora. Cuanto más rápida sea la respuesta,mayores serán las posibilidades de supervivencia.El tiempo consumido en la respuesta depende de lahabilidad del policía para procesar las etapas queintegran una situación de toma de decisiones. Estasetapas son:

1. Percepción.2. Análisis y evaluación.3. Preparación de una respuesta.4. Iniciación de una respuesta motora.

La existencia de cualquier problema en lasecuencia descrita —que suele durar segundos—puede conducir a un incremento en el tiempo de

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reacción o a una posible «no reacción», lo que seconoce comúnmente como «quedarse paralizado».La investigación ha demostrado que elprocesamiento de las etapas en la toma dedecisiones se deteriora cuando el ritmo cardiacodel agente sobrepasa los 145 latidos por minuto(LPM).

Los primeros segundos tras el ataque fueron dedesorientación para el funcionario. Él mismocomenta que quedó sorprendido por lo que estabasucediendo, experimentando incredulidad. Sucerebro necesitó unos segundos para podersituarse en el nuevo contexto de lo que estabaacaeciendo, ya que la realidad que estaba viviendounos instantes antes había cambiado abruptamente.Por esta razón, uno de los primeros sentimientosaflorados fue el de incredulidad. El agente noesperaba que aquello le ocurriera a él en elámbito privado (al igual que vimos en el capítulouno de este libro).

Se puso en marcha un intenso trabajo de

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procesamiento de la nueva información entrantepara poder afrontar la etapa 1, la percepción de loque estaba aconteciendo, y dar paso así a la fasede análisis y evaluación. El violento abordaje fueacompañado desde el principio de golpes, gritos ycortes con un destornillador, lo que dificultó aúnmás la correcta evaluación de la situación.

Uno de los primeros cambios fisiológicos quese producen fruto del estrés generado ensituaciones de este tipo (reacción de estrés desupervivencia), es el aumento del ritmo cardíaco,causado por la activación del Sistema NerviosoSimpático (SNS). La activación del SNS tambiéntiene un efecto directo sobre la capacidad parapercibir el entorno y las posibles amenazasexistentes hacia nuestra supervivencia. Encircunstancias normales, todos nuestros sistemassensoriales funcionan por igual, pero bajocondiciones de estrés el cerebro escoge el sentidoque cree le puede aportar más información. Enmuchos casos suele ser la vista, pero en el caso

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que nos ocupa, y debido a la cualidad del ataque yla postura adoptada por el policía para defenderse(encogerse sobre sí mismo), la vista no fue de granayuda. No recuerda haber visto el arma, ni a lamujer que acompañaba a los delincuentes. Cuandonuestro cerebro elije uno de los sentidos, deja deprocesar la información procedente de otrossentidos.

El funcionario fue plenamente consciente deque le querían robar el dinero, por lo que se aferróa él con todas sus fuerzas y lo protegió haciendogiros de cintura y metiendo codos. Es decir, quedurante los primeros instantes del asalto larespuesta motora del agente fue, tras superar lasorpresa e incredulidad inicial, proteger el dineroy mantenerse a la defensiva. Tras el primerembate, las únicas armas de defensa y ataque deque disponía eran las extremidades, especialmentelas manos y los brazos, ¡pero la respuestainstintiva le lanzó a emplearlos para proteger eldinero!

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En una confrontación física a tan cortadistancia, agacharse, proteger la cabeza o intentarsoltarse retrocediendo de la amenaza no suele seruna buena idea, ya que el agresor terminarádesplazándose más rápidamente hacia adelante quela víctima alejándose. El fenómeno de retrocedercuando el individuo se encuentra bajo un fuerteestrés tiene la función de ampliar el campo visual,para obtener una mayor información de la amenazaa la que se enfrenta (analizar y evaluar).

El funcionario protagonista de este relatodirigió su respuesta a protegerse y a asegurar eldinero y, posteriormente, a sacar el arma queportaba. Demasiadas acciones de resultadoincierto, que podrían haber acabado fatalmente.¿Por qué?

Las investigaciones realizadas sobre losefectos en el organismo de la reacción bajo estrésde supervivencia (RES) aportan otros datos queson relevantes para el caso que nos ocupa. Cuandose alcanza una frecuencia cardiaca de 115 LPM, se

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pierden las destrezas motoras finas y complejas,que son las que se emplean, por ejemplo, paraapretar el disparador (gatillo) del arma. En sulugar se activan y optimizan las destrezas motorasgruesas. Es precisamente en el rango de entre 115y 145 LPM que tanto el tiempo de reacción comolas habilidades necesarias para la pelea(confrontación cuerpo a cuerpo) se encuentranmaximizadas. Para una mayor optimización en laejecución de estas habilidades es fundamental elentrenamiento físico y mental del policía, de formaque su respuesta en una situación de RES seaautomática.

Según la Ley de Hicks, el tiempo de reacciónpromedio para una respuesta ante un estímulo esde alrededor de medio segundo. La respuestaautomática del policía, adecuada al tipo deamenaza, no puede superar este intervalo. Nadiepuede negar el valor y coraje del protagonista deesta historia, pero posiblemente debe su vida a lasuerte e ineptitud de sus atracadores. Ya hemos

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visto que la respuesta motora que inicialmenteempleó —la que puede decidir la supervivencia—contradijo la fisiología del agente en aquelmomento. Soltar el dinero y emplear susextremidades para atacar o defenderse hubierasido la acción natural para la que su SNS le habíapreparado.

Sabemos que siempre resulta sencillo hablar atoro pasado, pero al igual que la mayoría de losprofesionales armados, este hombre no habíarecibido oficialmente el adiestramiento necesariopara afrontar una situación como aquella. Mostróun valor fuera de toda duda.

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CAPÍTULO 5

NO PUDIMOSREACCIONAR

Es valiente el que teme lo que debe temerse,y no teme lo que no debe temerse.

LEÓN TOLSTÓI (1828-1910)Escritor ruso

En una población de poco más de tres milquinientos habitantes, solamente dos agentes depolicía había de servicio aquel domingo deinvierno. Ambos funcionarios fueron agredidos yheridos por un único atacante armado con uncuchillo de monte. La plantilla del Cuerpo alcompleto la formaban doce agentes, aunque en lalocalidad existía presencia no permanente de otro

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cuerpo de seguridad. El arma empleada por elagresor tenía veintinueve centímetros de longitudtotal, de los cuales diecinueve eran de hoja.

Sobre las 02:00 horas (madrugada de domingoal lunes) los dos funcionarios se encontraban en elinterior de las dependencias policiales, ante cuyafachada estaba estacionado el vehículo patrulla.En un momento determinado oyeron un estruendosoruido en el exterior del edificio, procediendo acomprobar, desde el interior, qué pudiera estarocurriendo. Por una ventana detectaron que alguienhabía fracturado uno de los cristales del cocheoficial. Percatados de tamaña acción vandálica,los agentes observaron los exteriores del edificioa través de las ventanas. Al no detectar lapresencia de nadie abrieron las puertas, momentoen que súbitamente fueron atacados por un varónde veintidós años de edad y nacionalidadespañola. Aquel tipo permanecía escondidoesperando a sus presas. Tendió una emboscada. Elprimer agente atacado recibió una puñalada que

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penetró por una axila, produciendo la hoja delarma una herida de salida por el omóplato delmismo lado. Una lesión muy grave, de la que elpropio agredido no se percató en un principio. Elotro policía, el protagonista de esta narración, fuetambién asaltado con la misma arma blanca. Enesta ocasión la herida tuvo un carácter muchomenos lesivo (leve), pero no fue detectada hastapasados algunos minutos, cuando ya habíafinalizado toda la intervención.

El segundo agredido pudo forcejear con elasaltante, de ahí que tras ejercer un bloqueo albrazo «ejecutor», el arma no consiguió más quepunzar, sin mayores consecuencias, una de lasmamas del policía. Este agente tenía a susespaldas quince años de actividad deportiva comoyudoca (practicante de judo).

El hostil era un sujeto conocido policialmentepor sus más de treinta detenciones, casi todas poratentado a agentes de la autoridad, robos ytenencia ilícita de armas. Resulta digno de

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mención el hecho de que muchas de aquellasdetenciones se produjeron durante permisoscarcelarios, incluyendo el episodio aquí expuesto.Cuando se produjo este incidente, el delincuente seencontraba bajo la influencia de sustanciasestupefacientes. En un momento dado el cuchillerohuyó corriendo del lugar, circunstancia que elagente levemente herido aprovechó para atender asu compañero.

No asumida ni detectada la grave lesión quesufría, el primer policía instó al otro a perseguir ydetener al homicida: «¡Ve tras él! ¡Cógelo, yoestoy bien!», dijo la primera víctima.

Perseguido el sujeto por vías peatonales, éstese introdujo en una plazoleta que solía serfrecuentada a esas horas por jóvenes. El agentetemió que indiscriminadamente fuesen agredidasotras personas, pues el delincuente huía macheteen mano y totalmente fuera de sí. Ante tal temor, elfuncionario apuntó a la espalda del perseguido consu revólver Llama, de cuatro pulgadas y calibre

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.38 Especial, optando finalmente por dirigir undisparo a sus extremidades inferiores: alcanzó unapierna. El impacto se produjo en la cara posteriordel miembro, abandonando el proyectil el cuerpopor la parte delantera, por el cuádriceps. No fueafectado ningún vaso sanguíneo importante, motivopor el cual el sangrado resultó escaso. Tampoco lamateria ósea regional fue dañada. La municiónempleada montaba un proyectil blindado/FMJ, unode aquellos más proclives a la producción deexceso de penetración. Aunque el área estabaconcurrida por otras personas ajenas al suceso, labala acabó abandonando la pierna sin provocardaños a terceros. Una suerte.

Asegura el agente implicado: «Yo tenía dosaños y ocho meses de antigüedad en el Cuerpo ytreintaidós de edad y aunque en aquella época miformación en materia de tiro era escasa o básica,conseguí acertar el disparo a 16,4 metros dedistancia. La verdad es que no había sidoinstruido en tiro, pero empleé ambas manos para

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poder garantizar la precisión del disparo.Insisto, desde que llegué a la plantilla solamenteuna vez fui llevado al campo de tiro. Lo más quehacía era participar en pequeñas competicionesentre compañeros, pero siempre a nivel personaly privado. A día de hoy y gracias a lo vivido,tengo mucha más formación y experiencia en tiroy manejo de armas. “Desperté” y me dediqué abuscar más y mejor instrucción. El ataque losufrimos a menos de un metro de distancia y nopudimos reaccionar. En aquellos momentos yo noentrenaba ejercicios de tiro a una sola mano ytampoco a distancias cortas o de contacto, hoysí». En la actualidad este funcionario es instructorde tiro y competidor en la modalidad de tirodinámico (IPSC, recorrido de tiro). Ahora entrenatodas las veces que puede. En estos momentosposee incluso armas particulares, cosa que nuncase planteó antes del enfrentamiento, aunque laverdad es que no las porta cuando está fuera deservicio. Solamente usa las armas para entrenar y

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participar en tiradas deportivas.Pese a estar herido de bala, el delincuente

prosiguió su huida y atrapó a una persona comorehén. La nueva víctima, un varón joven, fueagarrada de tal modo que el cuchillo le quedabaapoyado en el cuello, mientras que el delincuentese ocultaba y protegía tras él. El agente trató deconvencer al hombre para que liberara a lapersona que usaba como parapeto, pero el violentoamenazaba con matarla si el policía persistía en suintención de detenerlo.

Mientras ambas partes «dialogaban» ynegociaban, el sujeto perdió el equilibrio y suescudo humano pudo zafarse de él y huir. Vista lanueva situación de vulnerabilidad del delincuente,el funcionario se abalanzó sobre él. Aunque aquelseguía empuñado el cuchillo, el policía consiguiódesarmarlo y engrilletarlo. El agente debióemplearse duramente para conseguir su fin.Aunque el ya arrestado había huido hacia aquellugar (plaza concurrida), el vehículo en el que se

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desplazó hasta el punto original de la agresión fuelocalizado posteriormente en un lugar remoto.Significar que la piedra con la que fue fracturadoel cristal del patrullero tuvo que ser trasladadadesde otro sitio, pues era de tal composiciónnatural que no podía hallarse en las proximidadesde la escena principal del delito. Se trató de unaacción premeditada, nada casual.

Una vez inmovilizado el cuchillero, el agente setrasladó con él hasta el cuartel. Allí había quedadotendido y herido el otro policía, minutos antes.Cuando estaba accediendo a la sede policial, elfuncionario se horrorizó ante la gran cantidad desangre que había extendida por el piso. «Mientrasyo practicaba la detención, mi compañero pudointroducirse en el interior del edificio. Reptóvarios metros. Lo localicé tirado en el suelo einconsciente. Con una mano empuñaba surevólver y con la otra el teléfono. Había perdidomucha sangre: regresé alrededor de doce minutosdespués de producirse el apuñalamiento. Utilicé

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mi propia camisa para poder taponar su herida.Para ello, al detenido lo dejé engrilletado y bocaabajo en el suelo, de ese modo traté decomplicarle la posibilidad de fuga mientrassocorría a mi binomio. Me centré a fondo en lasmaniobras de recuperación. Mientras hacía esto,el arrestado aprovechó para intentar huir. Lohabía dejado detrás del mostrador de la puertaprincipal, lo cual me impidió una buena visión ycontrol de él». Volvió a ser capturado ydefinitivamente impedido de toda posibilidad denueva fuga.

Llegado el momento de pedir apoyo yrefuerzos, el policía tuvo que hacerlo mediante unteléfono a la par que socorría al herido. Nosolamente llamó a integrantes del otro cuerpopolicial con competencia en la demarcación, sinoque giró llamada a varios funcionarios de sumisma organización que se encontraban francos deservicio y que vivían en la población. Una vezpersonados los pertinentes medios de socorro, se

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consiguió salvar la vida al funcionario. Cuando sedaba inicio a la instrucción de las oportunasdiligencias policiales, fue cuando el segundoagente detectó una herida punzante en su torso.

El protagonista de estas manifestaciones —elpolicía herido de modo leve— recuerda que en élafloraron emociones justo al percatarse de lapresencia de los compañeros de refuerzo y de losmedios sanitarios personados en el lugar. Hastaentonces, en el inicio de todo y durante lapersecución, cree que actuó de modo mecánico.Dice: «Durante la negociación para que el rehénfuese liberado, la detención y la posteriorgestión de refuerzos, todos mis pensamientosestaban relacionados con salvar a mi compañero.Temía que se durmiera para siempre. Mientras loatendía y taponaba su herida, él mascullaba quetenía frío y sueño. Todo parecía indicar que iba amorir en mis brazos». Se entrevistó con losservicios médicos destacados en la escena delsuceso, «cuando los facultativos me informaron

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que mi compañero estaba fuera de peligro, unaenorme sensación de alegría y euforia recorriótodo mi cuerpo: todo había salido bien, ni micompañero, ni el rehén, ni yo, perdimos la vida».

El agente cree que tanto en este incidente comoen otros de carácter grave también vividos por él,la mentalización personal jugó un importante papelpara resolver positivamente las situaciones.Reconoce que ayudaron sus concretascaracterísticas operativas como instructor detécnicas y tácticas policiales variadas. No hasufrido secuelas físicas o psíquicas por lo vivido,no teniendo que recurrir a tratamiento alguno.Solamente tuvo que tomarse un día libre parapoder practicar las obligadas diligenciaspoliciales y demás acciones propias de un hechode esta naturaleza y magnitud. «Al día siguienteme incorporé con total normalidad a mi turno deservicio».

Pese a que en general percibió un alto grado deapoyo social, de algunos políticos locales y

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determinados compañeros de la plantilla, echó enfalta el debido reconocimiento que estas accionessiempre deben llevar aparejadas. Nunca se hamostrado contrario a hablar de lo sucedido ycuando algún compañero ha mostrado interés, loha contado. Incluso ha permitido ojear lasdiligencias a quienes lo han solicitado.«Únicamente he omitido, siempre, lo referente ala identidad del otro policía, a no ser que él mediera expreso permiso para que sus datos fuesenconocidos por terceros», recalca el funcionario.El compañero herido tenía veintinueve años deedad y la misma antigüedad profesional (casi tresaños), eran de la misma promoción: «Él llevabaun arma como la mía, que era la reglamentariaen ese momento, pero tenía incluso menosinstrucción que yo. Yo, al menos, entraba enpequeñas tiradas de competición con algunosamigos. A él nunca le gustó mucho eso dedisparar y sigue siendo igual, aunque ahora estáen otro cuerpo de seguridad. Supongo que a día

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de hoy hará, por lo menos, las tiradasreglamentarias. Seguimos teniendo contacto yuna fuerte amistad, pero nunca hablamos deaquella madrugada».

De lo vivido aquella noche no se desprende ensu persona nada negativo, todo lo contrario. Sesiente más seguro al saber que pudo disparar yacertar, en tan adversas condiciones. Ha reforzadosu autoconfianza: «Intento mentalizar a loscompañeros de que la autoprotección esfundamental. Quiero que estén atentos a tododurante el servicio. Me gusta pensar que con ellopuedo ayudar a otros». Cree que actuaría delmismo modo si se le presenta una situaciónidéntica o si tuviera que dar marcha atrás en eltiempo. «No solamente no me planteé abandonarel Cuerpo, sino que he invertido en mi propiaformación. He intentado desarrollar capacidadespara poder instruir adecuadamente a otrospolicías, en aras de que el mayor número posiblede nosotros pueda resolver satisfactoriamente las

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situaciones delicadas».

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Dramático incidente. Como aquel que dice,fueron atacados en su propia casa, donde uno sepuede sentir más seguro pero también mássorprendido. Se ha visto que la agresión seprodujo sin ni tan siquiera poner un pie fuera delcuartel. Estaba claro que el homicida se iba allevar por delante, como poco, a uno de los dosfuncionarios. Tuvieron mucha suerte. Poco sepuede hacer contra un ataque como este, puesnadie espera nunca una emboscada de estanaturaleza. Ante una agresión física de este perfil ydimensión solo la fortuna puede hacer que labalanza se incline del lado de las víctimas, aunqueel buen hacer de uno de los agentes evitó lesiones

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mayores. Este funcionario pudo aplicar una técnicade bloqueo que redujo, y mucho, el resultado finaldel segundo apuñalamiento.

Vista la situación, aunque los agentes hubiesensido entrenados en el uso del revólver a distanciasextremas, muy complicado, por no decirimposible, hubiese sido responder con fuego en elinstante previo al acuchillamiento o coetáneamentecon el mismo. No cabe duda de que en estos casosel asaltado siempre resultará herido al menos unavez. Seguramente alguien correctamente adiestradoquizá sí hubiera podido disparar antes deproducirse un segundo o tercer ataque,naturalmente si la primera herida no hubieseneutralizado el funcionamiento de la mano fuerte ono hubiera sido mortal. Complicadísima situación.En este suceso solamente se produjo una lesióngrave, pero mientras el segundo policía estabasiendo agredido, ¿podría el compañero haberdisparado, de haber estado debidamentementalizado y entrenado, incluso hallándose

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herido? No se plantea la pregunta de modoirónico, solo es una duda. Ese funcionario estabagravemente herido, pero él mismo en un primermomento no se percató del alcance de su lesión. Elhecho de trabajar con un arma (revólver) que paradispararla no requiere de manipulaciones con laotra mano, hubiera jugado a su favor incluso si laaxila afectada hubiese sido la de su brazo fuerte.

El policía confiesa que su formación eraexigua, pues solamente había disparado con elrevólver una vez en los casi tres años que llevabaen el Cuerpo (algo muy frecuente). En cualquiercaso, aquel único entrenamiento, que por cierto fueel mismo que recibió el otro agente (mismaantigüedad profesional), no estuvo diseñado paramentalizar al tirador de la crudeza de un ataque, nide las múltiples formas en que puede producirse,sino para probar su puntería. Esto ocurre en casitodos los entrenamientos y planes de formación.Todo se basa en la puntería, en concienciar alfuncionario de que siempre, bajo cualquier

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circunstancia, tendrá que enrasar los elementos depuntería sobre el objetivo. Craso error.

Si bien es verdad que se dan casos querequieren de disparos precisos a distancias mediasy a veces mayores, no es menos cierto que lainfinita mayoría de situaciones de riesgo que unpolicía puede vivir, en las que su vida peligre,pasan por disparos a distancias tan cercanas quenunca la toma de miras es necesaria; cuando noimposible por premura y pura fisiología humana.No obstante, no hay que descuidar la instruccióndel tiro apuntado a distancias mayores. Sinembargo, y como norma general, se entrena muypoco al agente de policía en esto del tiro y lasarmas y cuando se hace se le dirige más en ladirección del tiro apuntado que en la otra. Normal.Los planes de adiestramiento casi siempre estándiseñados desde la cómoda e ignorante silla de undespacho. Se busca lo fácil y cómodo, ¡para quéconocer la verdad! ¿Quién la conoce?Normalmente no quienes dirigen y proyectan estos

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programas. Siempre es más gratificante revisar elresultado de los disparos hechos en precisión (atodo el mundo le gusta presumir de agrupación),que los que se ejecutan recreando supuestosreales; que, por cierto, casi nunca tienen similitudcon la verdad cuando se realizan recorridosdeportivo-policiales.

Este acontecimiento, finalmente, requirió untiro no muy frecuente, pues fueron más de quincemetros los que separaban a ambas partes cuando elpolicía acertó en la pierna de su contrincante. Undisparo siempre difícil, pero no tanto por ladistancia como porque el agente estaba estresado yfatigado tras correr dejando atrás al compañeroherido. También porque el punto del cuerpo al quedisparó y acertó, no presentaba una gransuperficie. Era un blanco muy reducido. Visto esto,nuevamente se deben poner de manifiesto dossempiternas circunstancias: los impactos en lasextremidades no suelen finiquitar las situacionesde peligro y el exceso de penetración de los

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proyectiles comporta situaciones de riesgo. Elsujeto, aun herido, prosiguió su carrera de huida eincluso provocó otra situación delicada cuandoatrapó a un rehén. El impacto de bala no afectómás que a zonas musculares de la extremidad, perode haber sido tocado el fémur (hueso existente enla región lesionada) tal vez se hubiera impedido lahuida y el sujeto hubiese caído al suelo. Peroatención, si determinados vasos sanguíneoshubiesen sido afectados, el fallecimiento se habríaproducido si en un tiempo prudencial no se hubieraatendido facultativamente al herido. Vasos comolas arterias femoral y poplítea, o las venas safenas,riegan de importante caudal sanguíneo las piernas.Por suerte, la bala que abandonó el miembro nollegó a impactar en ningún transeúnte, cosa quepudo ocurrir dado que la zona se encontrabaconcurrida de público (hay casos documentados).

A colación de los disparos colocados en el treninferior, también solemos creer que las balas queafectan a la zona de la cadera siempre producirán

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su fractura y que ello inhibirá los movimientosdeambulatorios al lesionado. Esto es defendidoincluso por algunos profesores, con la idea de quelos agentes dirijan deliberadamente sus disparos ala región pélvica, a fin de incapacitar el avancedel atacante. Se suele indicar que estos impactosson ideales ante asaltos de personas provistas conarmas blancas, toda vez que de darse el resultadoesperado el agresor no avanzaría y caería al piso.Existen técnicas de tiro que postulan la realizaciónde dos disparos rápidos al pecho y uno a lacintura, en previsión de que el alcanzado tengaprotegido su torso contra las balas (TécnicaMozambique). Pero la verdad es que este asuntocrea, como tantísimos otros, una verdaderacascada de opiniones encontradas entre policías,instructores y especialistas médicos. Lo queparece más cierto, según algunos cirujanos conexperiencia en lesiones de combate, es que paradestruir la cadera e impedir caminar, tal zona óseadebe ser notablemente afectada en varios puntos

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del llamado cinturón pélvico (caso de armascortas).

Al margen de los puntos técnicos analizadosdesde la perspectiva de la instrucción de tiro, elconocimiento de los hechos expresados en laprimera parte del capítulo denota cierta dejaciónen cuanto a la organización y gestión de losservicios policiales. Por escaso que sea el índicede criminalidad de un área geográfica, la ratiopolicial ha de establecerse en base a otroscriterios como el de la población residente. Unalocalidad de casi cuatro mil habitantes nuncapuede quedar supeditada al titánico esfuerzo quedos policías puedan hacer una noche de domingo.No, nunca. Hay que insistir: aunque las incidenciaspoliciales en esa época del año no fuesenalarmantes y menores todavía tal día delcalendario semanal, qué menos que si había dospolicías en la calle, un tercero gestionase losrequerimientos de estos y las llamadas ciudadanas.Esto, aquella noche, hubiese supuesto mucho: la

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inmediata atención al policía acuchillado lahubiera realizado el funcionario de la Sala deTransmisiones. Y, casi a la par, se hubiesen podidorealizar las necesarias llamadas urgentes desocorro médico y apoyo policial. Los más de diezminutos que el herido estuvo desangrándosepudieron haber sido fatales, pero no lo fueronporque el segundo funcionario regresó y taponó laherida. De haberse retrasado o de haber sidotambién él herido durante la captura, el primerohubiese fallecido.

Por otra parte, y ciñéndose a los datosobjetivos que se poseen, el policía tuvo que pedirapoyo a cuerpos de municipios limítrofes, pero nomediante un aparato portátil de radio o emisorasino a través de telefonía. Esto, se quiera o no,siempre ralentiza el inicio de la comunicación. Enestas circunstancias de estrés «explosivo» sevuelve muy complicado manejar un teléfono. Nosolamente la habilidad motora digital se veseriamente afectada para realizar la marcación de

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los minúsculos botones o mandos del aparato, sinoque la capacidad cognitiva también queda muymermada. Recordar números de teléfono odiscernir sobre el menú de opciones de lamemoria del terminal, podrían ser maniobrasimposibles. En estas circunstancias posiblementenadie pueda marcar ni su propio número deteléfono. Con un radiotransmisor se establece lacomunicación con un simple y sencillo movimientode dedo.

Aunque alguien pueda creer que disparar alhuido fue ilegal y temerario, la verdad es que todosalió bien en ese sentido: el delincuente acabósiendo el único afectado por el disparo yrealizarlo no supuso el desprendimiento deresponsabilidades penales contra el policía. Perohay más. Una antigua instrucción emanada delEstado para sus agentes (cuerpos dependientes delGobierno de la Nación), está aún en vigor por noexistir otra que la haya modificado o derogado. LaInstrucción de 14 de abril de 1983, de la

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Dirección de la Seguridad del Estado, dicta unospasos muy concretos para el caso de uso de armasde fuego por parte de los agentes de la PolicíaNacional, Cuerpo Superior de Policía y GuardiaCivil, cuerpos existentes en 1983, dependientesdel Estado. Como quiera que los dos primeros seencuentran hoy encarnados en el Cuerpo Nacionalde Policía, será esta organización, junto con laGuardia Civil, quien pueda y deba regirse poraquellas indicaciones.

Sin que la referida instrucción sea una normajurídica, porque no lo es, sí ha de ser respetadapor aquellos que están jerárquicamente sometidosal control administrativo directo del Gobierno delpaís. Eso sí, posiblemente no sea tenida muy encuenta penalmente si se recurre a ella comoamparo. Dado que los protagonistas de los sucesosahora conocidos y analizados no eran funcionariosestatales, quizá no debieron acogerse forzosamentea la instrucción, si acaso por analogía. En elcuerpo de adscripción de estos agentes no existía

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en ese momento normativa concreta, específica yparticular a este respecto.

Sea como fuere, esto es lo que establecenalgunos puntos de la Instrucción de 14 de abril de1983, sobre el empleo de las armas de fuego porparte de los agentes del Estado:

1. Los miembros de los Cuerpos y Fuerzas deSeguridad del Estado pueden utilizar sus armas defuego ante una agresión ilegítima que se lleve acabo contra el agente de la autoridad o terceraspersonas, siempre que concurran las siguientescircunstancias:

1.1. Que la agresión sea de tal intensidad yviolencia que ponga en peligro la vida o integridadcorporal de la persona o personas atacadas.

1.2. Que el agente de la autoridad considerenecesario el uso del arma de fuego para impedir orepeler la agresión, en cuanto racionalmente nopuedan ser utilizados otros medios. Es decir,

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debe haber la debida adecuación yproporcionalidad entre el medio empleado por elagresor y el utilizado por el defensor.

1.3. El uso del arma de fuego ha de irprecedido, si las circunstancias concurrentes lopermiten, de conminaciones dirigidas al agresorpara que abandone su actitud y de la advertenciade que se halla ante un agente de la autoridad,cuando este carácter fuera desconocido para elatacante.

1.4. Si el agresor continúa o incrementa suactitud atacante, a pesar de las conminaciones, sedeben efectuar, por este orden, disparos al aire yal suelo, para que deponga su actitud.

1.5. En última instancia, ante el fracaso de losmedios anteriores, o bien cuando por la rapidez,violencia y riesgo que entrañe la agresión no hayasido posible su empleo, se debe disparar sobrepartes no vitales del cuerpo del agresor,atendiendo siempre al principio de que el uso delarma cause la menor lesividad posible.

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1.6. Solo en supuestos de delito grave, losmiembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridaddel Estado, ante la fuga de un presuntodelincuente que huye, deben utilizar su arma defuego, en la forma siguiente:

a) Disparando únicamente al aire, o al suelo,con objeto exclusivamente intimidatorio —previas las conminaciones y advertencias de quese entregue a la Policía o Guardia Civil— paralograr la detención, teniendo, previamente, lacerteza de que con tales disparos, por el lugar enque se realicen, no pueda lesionarse a otraspersonas y siempre que se entienda que ladetención no puede lograrse de otro modo.

b) Disparando, en última instancia, a partesno vitales del cuerpo del presunto delincuente,siempre que concurran todas y cada una de lascircunstancias anteriores, cuando le conste alagente de la autoridad, además de aquellas, laextrema peligrosidad del que huye por hallarse

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provisto de algún arma de fuego, explosivos, oarma blanca susceptible de causar grave daño,siempre teniendo en cuenta el lema de la menorlesividad posible y el de que es preferible nodetener a un delincuente que lesionar a uninocente. Si se duda de la gravedad del delito, ono es clara la identidad del delincuente, no se debedisparar.

Algunos instructores de tiro de la Policía semuestran en desacuerdo con determinadosextremos expresados en esta instrucción. Losdisparos dirigidos al aire son siempre peligrosos,más aún en áreas urbanas. Y los dirigidos al suelotambién. Si acaso, estos últimos serían menosarriesgados en caso de hacerse en ángulos deincidencia o impacto muy cerrado respecto alsuelo y la boca de fuego (complicado de conseguiren el curso de una situación estresante). Derealizarse en ángulos abiertos, como disparandopor encima de los dos metros de distancia desde la

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boca de fuego del arma, el rebote estaríaasegurado en casi cualquier terreno o materialurbano con que el piso estuviese construido. Estostiros pueden producir rebotes lesivos y letales.

También es arriesgado decir que el agente debetener constancia de que los disparos dirigidos alas zonas no vitales acabarán allí. Es algoimposible. Nadie puede asegurar que un disparoacabará donde quien lo hizo quería que acabara.Una cosa es apuntar o dirigir el arma a un punto yotra muy diferente es que finalice allí la bala. Deser sencillo y al alcance de todos, cualquiera seríacampeón olímpico de tiro (esta frase se repite apropósito varias veces a lo largo de la obra). Esospuntos y otros de índole legal en cuanto a laaplicación de esta instrucción, han sido seria yprofundamente analizados por asociacionesprofesionales de policías e instructores de tiro.

A tenor de lo manifestado por el policíareferente al escaso entrenamiento que habíarecibido en el manejo del arma de fuego (en tres

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años solamente una vez había hecho prácticas detiro), el policía local murciano Salvador RuizOrtiz, licenciado en Criminología y Máster enDerecho Penitenciario, dio a conocer, en el veranode 2013, parte de un magnífico trabajo sobre eluso de la fuerza policial por parte de los agentesde la autoridad en España: «Percepción policialsobre la detención y el uso de la fuerza». Para eldesarrollo de tal proyecto invirtió dos años,durante los cuales encuestó a más de cuatrocientoscincuenta funcionarios de policía en activo de todoel país y de todos los cuerpos. Es, sin duda, unainvestigación empírica a tener en cuenta. La ideadel estudio se centra en conocer cómo perciben yvaloran los agentes el adiestramiento oficialrecibido a la hora de desarrollar sus laboresprofesionales, en cuanto a practicar detenciones enlas que, inevitablemente, el empleo de las armasse hace necesario (armas en general, no solamentede fuego). Tales valoraciones se han idorealizando desde cada particular nivel de

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conocimiento y experiencia —la de los querespondían—. Sin que aquí se rescaten párrafossobre las diversas normativas europeasrelacionadas con el uso policial de la fuerza y laproporcionalidad de medios empleados en esoscasos, hay que resaltar que en la tesis de RuizOrtiz se lleva a cabo un concienzudo trabajocomparativo sobre las reglas establecidas envarios países del entorno. Sí nos vamos a centrar,sin embargo, en repasar algunas de susconclusiones tras analizar las respuestasentregadas en los cuestionarios respondidos porlos cientos de policías:

Las cuestiones relativas a la formación estándestinadas a profundizar sobre distintos aspectosde la misma: formación inicial recibida enrelación a la detención y uso de la fuerza,actualización continua de la misma y percepciónsobre su idoneidad. En el primero de los supuestosla inmensa mayoría señala haberla recibido (90por 100), si bien el grupo de «expertos» indica

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niveles inferiores. Esto parece deberse a laexigencia de un mayor nivel formativo de quienesse han seguido formando posteriormente encuestiones tácticas y teóricas, derivado de laconcurrencia de un interés específico hacia estatemática, así como del contacto directo coninstructores muy cualificados.

Con respecto al segundo de los constructos, lasproporciones se invierten, es decir, la mayor partede los miembros de las fuerzas policiales indicanno haber recibido formación continua posterior ala que recibieron durante su proceso académico.Esto supone un serio handicap para una actividadque debería estar enfocada a la excelenciaprofesional técnica, pues el reciclaje y elentrenamiento se tornan como imprescindiblespara lograr estos objetivos. En multitud deprofesiones se realizan labores en las que siemprese siguen las mismas pautas de modo rutinario, porlo que un aprendizaje mecánico resulta suficientepara lograr resultados eficaces; en la policial, al

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igual que sucede con todas aquellas en las queinterviene la relación interpersonal o un enfoquedirectamente social, no existen patronesuniversales. Ergo, la formación continua se ha detildar como presupuesto básico para el logro de laexcelencia profesional y mejora de la imageninstitucional.

Por último, y con respecto a la formación, losencuestados fueron interpelados sobre su criterioen relación a la conveniencia de formaciónperiódica obligatoria en materia de sistemasintegrales sobre aplicación del uso de la fuerza.Todos los grupos objeto de estudio se decantanmayoritariamente por ello.

El uso de las armas de fuego constituye otro delos mayores handicaps pues, por su potencialidadlesiva, se configura como en el máximo nivel deuso de la fuerza. Dadas sus graves repercusiones,debería poseer una reglamentación suficientementetaxativa y un nivel de adiestramiento máximo. Lalegislación española condiciona su utilización a

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una serie de principios y condiciones altamenteinterpretables, lo que dificulta el establecimientode patrones conductuales que generen el suficientenivel de seguridad jurídica a la hora de recurrir aellas. Esto supone que los agentes, salvo ensupuestos excepcionales, van a desconocer si elrecurso a las mismas es legítimo o no en elmomento de hacer uso de ellas en una situaciónconcreta, pues suele tratarse de supuestosaltamente estresantes, lo que dificulta el ejerciciode una actuación basada en la profesionalidadtécnica, imprimiéndole un carácter interpretativoaleatorio.

A modo de resumen: la detención y el uso de lafuerza constituyen un binomio que se presentacomo necesario en multitud de actuacionespoliciales. Los agentes se consideran pocoformados en ello, lo que les genera incertidumbreen muchas ocasiones, soliendo ser compensadacon insinceridad en el relato de los hechos a modode sistema de protección ante ulteriores procesos

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judiciales. De hecho, la sensación dedesprotección judicial está muy presente.También destaca la opinión crítica hacia lanormativa reguladora del uso de la fuerza, la cuales calificada mayoritariamente como ambigua y noadaptada a la realidad.

Otra de las cuestiones está referida a laformación integral en el uso de la fuerza, medianteel entrenamiento específico en técnicas y tácticasdestinadas a ello. El porcentaje obtenido indicaque la inmensa mayoría de los agentes nocuentan con esa formación, sin embargoprácticamente la totalidad ha de recurrir a ella ensu devenir profesional. En este sentido cabedestacar que la formación inicial y las vicisitudesde su desarrollo profesional se configuran comomedios de generación de pautas conductuales, lascuales generan un cierto nivel de respuestaoperativa adquirido mediante el aprendizajeoperante, es decir, instintivo y vicarial porimitación, si bien, dadas las especiales

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connotaciones de los derechos fundamentales enjuego, no parece ser suficiente para avalar unaactuación rigurosamente respetuosa con ellos.

Con respecto a la necesidad de protocolos másclaros y específicos, la inmensa mayoría abogapor ello. En este sentido se ha de recordar queestos protocolos no existen como tales, salvo parasupuestos muy concretos, por lo que losencuestados responden en atención a las pautasque llevan a cabo en sus respectivos cuerpos odestinos. Lo cierto es que reclaman mayorregulación, a efecto de tener más seguridad en susactuaciones de cara a ulteriores responsabilidades.

Las sugerencias constituyen una fuente deconocimiento de las inquietudes profesionales quehayan escapado a las cuestiones planteadas, de talmodo que ofrecen la oportunidad de expresarlibremente aquellos extremos que los participantesconsideren importantes para ellos. En este sentidojuega un papel fundamental la dimensión anónimadel cuestionario. Esto permite que cada integrante

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de la muestra presuponga que sus respuestas noserán fiscalizadas individualmente por ningunainstancia de carácter oficial, lo que mitiga losefectos negativos de la sujeción a un cierto controlinstitucional.

Mayoritariamente reclaman mayor amparo ycomprensión judicial y, en menor medida, de sussuperiores, lo que hace suponer que se sientenincomprendidos y, en cierto modo, maltratadoscuando se han de enfrentar a una situaciónsusceptible de derivar en responsabilidad penal,pues suelen interpretar que existe cierto recelohacia su versión. Ello es susceptible de originar unmecanismo defensivo que puede generar lamaximización de la verdadera conducta deldetenido y una cierta distorsión de la realidad, loque unido a las estrictas garantías que poseen estosprocesos, a la restringida argumentación quesuelen contener los atestados y a las más queprobables contradicciones que generan todos estosextremos a la hora de expresarlos únicamente

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mediante respuestas a preguntas muy concretas,tanto de la defensa como de la fiscalía, dan lugar auna visión fragmentada y, en ocasiones, concongruencia limitada, lo que conlleva una dudarazonable sobre su veracidad.

Frente a la falta de interés mostrado por lamayoría de administraciones públicas en laregulación de la instrucción y ejercicios de tiro, dereciclaje y perfeccionamiento de los funcionariosque portan armas de fuego, se presenta unanormativa autonómica catalana (Decreto219/1996, de 12 de junio) que, si bien no entra enaspectos relacionados con el adiestramiento, síque exige controles psicotécnicos a los policíaslocales de aquella comunidad. El decreto es deaplicación exclusiva para los funcionarios decarrera y no para los agentes municipales ensituación administrativo-funcionarial deinterinidad (no portan armas). Tampoco losagentes del cuerpo autonómico de policía sonsometidos a estos exámenes.

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Supervisar exclusivamente a los funcionarioslocales es objeto de crítica y reclamación porparte de sindicatos y asociaciones profesionalesde policías locales. Consideran que existe unagravio comparativo respecto al resto de España,pues no existe norma similar en todo el territorionacional. Según el artículo 23 del mencionadodocumento, el objetivo de dichas exploraciones esdetectar, si existiesen, disfunciones o anomalíasque hicieran indicar que el agente examinado haperdido aptitudes psicológicas. De darse tal caso,el jefe del Cuerpo podría retirarle al policía elarmamento de fuego. Lo revelado por las bateríaspsicotécnicas podría ser contrastado medianteentrevista personal con un especialista clínico.Transcurridos seis meses desde que se obtuvierael resultado negativo, podrán realizarse ejerciciosde constatación de mejoría o empeoramiento en lasaptitudes. Las pruebas descritas se tienen quellevar a efecto con una periodicidad mínima dedos años. El protocolo que regula los criterios de

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orientación para las evaluaciones se fija en laResolución IRP/154/2010, 25 de enero, emanadadel Departamento de Interior, RelacionesInstitucionales y Participación del Gobierno de laGeneralitat. Los ayuntamientos pueden emplear suspropios recursos o recabar auxilio al Gobierno dela comunidad autónoma.

Amén de otros muchos aspectos relacionadoscon las armas de los agentes de los cuerpos dePolicía Local de Cataluña, el Decreto tambiénexige que estos funcionarios presten sus servicioscon determinado tipo de armas cortas. En caso deque un cuerpo opte por dotar a sus miembros conrevólveres, estos deberán ser del calibre .38Especial, cuyo cañón tendría que poseer entre tresy cuatro pulgadas de longitud de cañón. Este tipode arma también ha sido usado ampliamente, hastael siglo XXI, por los Mossos d’Esquadra. Elmismo artículo del decreto, el número 8, prevé quese puedan emplear también pistolassemiautomáticas del calibre 9 mm Parabellum,

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cuyos cañones fluctúen entre los siete y docecentímetros y medio de longitud.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Dos agentes de policía se ven sorprendidos porla trampa que les tiende un peligroso y conocidodelincuente. Tal y como se describe la situación,parece que poco más podían haber hecho lospolicías para hacer frente a la agresión. Unapiedra rompe la ventanilla del coche policial y losagentes se disponen a comprobar qué estáocurriendo. Nada más salir por la puerta sonagredidos con un arma blanca. El funcionario queno está herido de gravedad persigue al agresorhasta que lo captura, reduce y consigue pedirayuda para su compañero. Recuerda haber estado«muy mentalizado» todo el tiempo y con la «mentecentrada».

En la instrucción policial suele hablarse de la

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necesidad de que el agente sepa prepararsementalmente cuando se encuentre prestandoservicio. Se sugiere con ello que existe un estadomental que el policía puede llegar a desarrollar yque le ayudará a optimizar su funcionamientodurante las intervenciones que lleve a cabo.

Sin embargo, si preguntamos a los policías,¿cuántos podrían decirnos en qué consisterealmente esa «preparación mental» y cuántos hanrecibido adiestramiento específico paradesarrollarla? Probablemente nos encontraríamoscon la sorpresa de que no es una materia presenteen la formación de los policías. Y ello a pesar dela enorme importancia que puede representar eldesarrollo de esta habilidad cognitiva.

La preparación mental está conformada por elconjunto de habilidades, conocimientos, destrezas,motivación y actitudes personales que necesita unpolicía para realizar y mantener una ejecuciónóptima en un entorno complejo e impredecible.

Para que este acondicionamiento mental tenga

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perspectiva de éxito, el agente tendría que seradiestrado en las siguientes áreas:

— Conciencia situacional: tener la habilidadde percibir y comprender los elementosrelevantes de una situación potencialmentepeligrosa y prever cómo se comportaránesos elementos en un futuro próximo.

— Memoria: la habilidad para recordar y/oreconocer patrones en las intervenciones yencontrar las soluciones probables.

— Transferencia del entrenamiento: lacapacidad para aplicar el conocimiento ylas destrezas aprendidas en un contexto aotro distinto.

— Metacognición: la habilidad para observar,evaluar y regular los procesos mentalespropios.

— Automatismo: permite respuestas rápidasnecesitando pocos recursos atencionales.

— Resolución de problemas: la habilidad para

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evaluar la situación actual, plantearobjetivos y desarrollar un plan de acciónpara alcanzarlos.

— Toma de decisiones: capacidad para revisardiferentes planes de acción, evaluando elprobable impacto que tendrá cada uno deellos en el resultado final, escoger uno delos planes posibles y obtener los recursospara llevarlo a cabo.

— Creatividad y flexibilidad mental: lacapacidad para adaptarse y responder deuna manera efectiva a cursos de accionescambiantes.

— Liderazgo: nace de una combinación deconocimientos y destrezas motivacionales yde técnicas interpersonales que estimulan aotros y les anima a completar las tareas.

— Emociones: es necesario aprender acontrolar y canalizar las emociones si elpolicía va a desarrollar tareas complejas encondiciones desfavorables. Esto es algo que

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siempre es posible, porque por sedentarioque pueda parecer un servicio policial, encualquier momento puede subvertirse elestado de tranquilidad anterior.

Al policía se le insiste en la importancia de queesté mentalmente presto para mantener elrendimiento y la efectividad incluso en situacionesde estrés elevado, fatiga, dolor, aislamiento, etc.Lo paradójico es que no recibe entrenamientoespecífico con este fin. Muchos funcionarios creenque la preparación mental debe ponerse en juegoen las intervenciones que llevan a cabo, sin darsecuenta de que encontrarse mentalizado es unadisposición personal, un estado en el que el agentedebe encontrarse en todo momento. Es más un«ser» que un «tener». ¿Podemos decir que lacadena de acontecimientos y decisiones que tomanlos policías de este relato reflejan una reparaciónmental adecuada?

Generalmente, el entrenamiento policial se basa

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en supuestos-tipo estandarizados sobre situacionesque ya disponen de una buena respuestapredeterminada. Los agentes de nuevo ingresoesperan que las confrontaciones armadas, en lasque se vean obligados a intervenir, sigan el mismopatrón de respuesta. Sin embargo, resulta esencialpara favorecer una preparación mental adecuadaadiestrar a los futuros agentes a esperar loinesperado, a enfrentarse a los desafíosimprevistos que inevitablemente surgirán en unmomento u otro. Situaciones en las que la sorpresainicial debe dar paso a la respuesta creativa y no ala parálisis.

¿Estaban entonces preparados mentalmente lospolicías emboscados? Probablemente, no. Una vezque abrieron la puerta, ¿podrían haber hecho másde lo que hicieron? Probablemente, no. Unapreparación mental adecuada les hubiera ayudadoa planificar los pasos a dar una vez detectado elpeligro potencial; es decir, que hubieran decididola línea de acción desde que sonó el impacto de la

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piedra, hasta el momento en que abrieron la puertadel cuartel. Resulta curioso que en varios de losrelatos recogidos en el presente libro, la sorpresasea una de las reacciones más frecuentes en losagentes: no esperar lo inesperado.

El policía que dio alcance al cuchillerocomenta que estaba muy mentalizado durante todala persecución, queriendo seguramente significarcon ello que se sentía preparado y centrado en laconsecución de su objetivo: detener al delincuentey ayudar a su compañero herido. Su formacióncomo yudoca le pudo resultar de mucha utilidadpara mantener la concentración, el equilibrio yefectuar posteriormente el certero disparo. Todoesto fue aderezado con altas dosis de valor ycompromiso. Pero no nos dejemos cegar por loque salió bien.

En una acción bien ejecutada, aunque el azarsea un factor que no podemos controlar, tampocodebe ser el elemento que decida el resultado final.Y aquí lo fue. En un disparo tan preciso, de alguien

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sin apenas instrucción reconocida, ¿qué porcentajede suerte se unió al de la pólvora? Y si el rehén nose hubiese podido aprovechar de un descuido delhostigador, ¿cuánto tiempo hubiera trascurridohasta la resolución del incidente? ¿Cómo hubieraactuado nuestro protagonista? El automatismo alque hace referencia el propio agente funcionó bienporque siguió una secuencia sin interrupción, en laque los acontecimientos se fueron desarrollando afavor del funcionario.

Suerte, yudo y mucho valor.

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CAPÍTULO 6

NO SÉ POR QUÉ NO TIRÉ

El coraje no se puede simular:es una virtud que escapa a la hipocresía.

NAPOLEÓN I (1769-1821)Emperador francés

Otoño. Zona comercial en una ciudad fronterizade ciento veinte mil habitantes. Era miércoles.Sobre las 18:00 horas una pareja de policíasmotoristas fue requerida por varios ciudadanos,eran trabajadores de un edificio público cercano,comerciantes y viandantes. A los funcionarios seles participó que una persona de aparienciaextranjera, visible desde el punto delrequerimiento, llevaba un buen rato deambulandosospechosamente por las calles aledañas. Fue

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sorprendido mirando el interior de los vehículosestacionados, a través de las ventanillas cerradas.Esto es lo que hizo recelar a quienes solicitaron lapresencia policial.

Sin descender de sus vehículos, los agentes seaproximaron al hombre y verificaron que su actitudera realmente extraña y sospechosa, pero no suaspecto: lucía vestimenta normal, ordenada ylimpia. Al efecto de proceder a su identificación,los funcionarios le pidieron verbalmente quedetuviera su marcha (caminaba). Lejos deobedecer al legítimo mandato policial, aquelhombre emprendió veloz huida por diversascalles, algunas peatonales. De inmediato, losagentes trataron de alcanzarlo, pero dada laordenación vial del tráfico y otras circunstancias—bastantes peatones en el entorno—, uno de ellosoptó por continuar la persecución a pie. Elindividuo, al final, penetró en un callejón sinsalida de aproximadamente cincuenta metros defondo por siete de ancho, con aceras de no más de

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un metro a cada lado. En el margen izquierdohabía varios vehículos turismos estacionados enlínea y dos puertas de garaje en la otra parte. Notenía sencilla escapatoria: el perseguido seintrodujo hasta el fondo del callejón.

Fueron algo más de ciento cincuenta metros losrecorridos, realizando los agentes gran parte deellos con las motocicletas (uno llegó al callejónsubido en su vehículo). Cuando los policías seaproximaron al fugado, a fin de sujetarlo paraimpedir un nuevo intento de huída, éste extrajo deentre sus ropas un cuchillo de doce centímetros delongitud de hoja puntiaguda y serrada. El armablanca fue blandida contra los dos policías, peroel cuchillero no avanzó abiertamente hacia ellos:permaneció casi estático con el arma asida por unamano que mantenía cerca de su cadera. Solamentedaba pasos vagos en dirección a la salida de lacalle. Uno de los funcionarios, «primer agente»desde ahora, que contaba con tres años deantigüedad en el Cuerpo (el que llegó a bordo de

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la motocicleta), fue el primero en desenfundar supistola Beretta Cougar-8000, del calibre 9 mmParabellum, para dirigirla hacia la amenaza.Previamente alimentó la recámara. A una distanciade entre tres y cuatro metros, el policía acabóencañonando con las dos manos al hostil, a la vezque le gritaba que soltara el cuchillo en el suelo.Manifiesta este funcionario: «Me llevaba unosveinte metros de ventaja cuando entró en elcallejón. Yo llegué hasta el final de la calle conla moto y cuando se giró hacia mí con el cuchilloen la mano derecha sentí que el tiempo sedetenía. No me pareció un cuchillo muy grande,era de esos de trinchar, de los que ponen en losrestaurantes. Recuerdo que tenía el mango demadera. Me bajé de la moto y saqué la defensaextensible metálica de dotación. Aquello noamilanó al hombre, al revés... avanzó en midirección dando un paso. Fue entonces cuandodesenfundé la pistola y la preparé para disparar.No sé cómo pude hacer tantas cosas. Saqué un

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arma, la guardé, saqué la otra, la preparé... ytodo sumido en un verdadero estado de nervios.Mucha tensión. En esas manipulaciones pudeconsumir dos segundos, pero el tiempo se me hizoeterno. Aun así, todo se produjo muyrápidamente. Pero en honor a la verdad, creo quesentí más miedo cuando inicié la persecución quecuando tuve que sacar la pistola».

Ante la actitud negativa mostrada por quienestaba siendo legítimamente conminado, el otromotorista, desde este momento «segundo agente»,que había jurado el cargo tres meses antes,procedió a imitar a su binomio: los dosuniformados quedaron encañonando al delincuente.También tuvo que montar su pistola introduciendoun cartucho en la recámara. Mientras los policíasinsistían en el intento de que aquello no pasara amayores, vía radio requirieron refuerzos en ellugar. Varias dotaciones se personaronrápidamente. Llegaron a ser cuatro o cinco lospolicías presentes en la escena. Hubo un momento

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en que todos dirigían sus pistolas hacia el«acorralado». Comenta el «segundo agente»:«Antes de que se personaran los compañeros deapoyo, llegué a devolver mi pistola a la funda yextraje la defensa semirrígida reglamentaria.Pero al cabo de unos segundos, solamente porquevi que mi compañero seguía “pipa” en mano,volví a desenfundar la mía. Yo estaba muynervioso, solamente hacía tres meses que habíasalido de la Academia, aunque mi compañerollevaba en el Cuerpo tres años y eso me dabacierta seguridad. Cuando llegaron los refuerzos,todos acabamos apuntando a ese hombre con lasarmas en situación de disparo de simple acción.Nadie llevaba el arma preparada para disparar,todos tuvimos que cargarla. Le gritábamos quesoltara el cuchillo y se tirará en el suelo. Creoque mis nervios se convirtieron en miedo, porqueesa persona nos buscaba el frente a cada uno denosotros. Traté de avanzar lateralmente poraquel callejón sin salida, pero él se giraba y me

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miraba con clara actitud de avanzar y clavarmela hoja. Di marcha atrás y volví a situarme aunos tres metros de él. Quizá hoy, con laexperiencia que tengo, actuaría de otro mododesde el principio. De aquello aprendí mucho: enmí, y en mis propios compañeros, detectéreacciones extrañas y contrarias a lo que se noshabía enseñado en la escuela de policía. Enrealidad ni nos habían hablado de ello». Esteagente reconoce que sobre aquellas nuevassensaciones encontró respuestas en textosrelacionados con el tiro policial y losenfrentamientos (libros y artículos profesionales).

Cuando aquellos refuerzos y los primerosactuantes se encontraban en tan complicada yadversa situación, el sujeto hizo ademán deavanzar hacia la línea de tiro que tenía ante sí.Estaban solamente a tres metros de distancia losunos del otro. Cuando el gesto se convirtió en unpaso firme al frente, uno de los policías que llegóen la remesa de apoyo, llamémosle «tercer

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agente», abrió fuego. Con cinco años deantigüedad en el Cuerpo y treintaitrés de edad, elfuncionario realizó un único disparo deliberado,dirigido al tren inferior: «Yo tenía la intención deherir a esa persona en las extremidadesinferiores, pero no apunté. Tiré a una piernaporque pensé que podría alcanzarla fácilmente yla lesión no sería de mayor importancia. Eldisparo lo hice a la par que él avanzaba, perotambién a la vez que yo daba un paso haciadelante, hacia él. Mi disparo, sorprendentemente,no tocó el cuerpo de aquel hombre. El proyectilera semiblindado y no fue localizado: dio en elasfalto y rebotó. Cuando la bala tocó el piso,unos pequeños trozos de material del suelofueron proyectados hacia atrás, yendo a parar ala cara de uno de mis compañeros (“segundoagente”). Aquellos fragmentos no produjeronlesiones, pero creo que de haberle alcanzado losojos se hubieran podido producir lesionesoculares. El tiro nunca se me ha dado bien, pero

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me gusta. En los años que llevaba en la Policíasolamente me habían llevado a la galería tresveces, quizá cuatro. Eran entrenamientos muycortos, pero creo que bien programados ydirigidos».

Este mismo policía sostiene que antes dedisparar y mientras conminaba verbalmente a esapersona, desenfundó la pistola y la montó ante él.No disparó a la primera. Agotó todos los recursoslegales a su alcance, recursos exigibles ydemandados por la jurisprudencia, «pensé que esoiba a resultar muy intimidatorio. Algunosveteranos e instructores dicen que el sonido decargar el arma asusta, pero que va... ese tipo nise inmutó. Ni pestañeó». Incluso cuando seprodujo el disparo tuvo que conminar nuevamenteal delincuente. Literalmente, le dijo: «“¡Te pegaréun tiro en el pecho, si sigues avanzando!” Eso sílo convenció y pasados unos segundos, quizá dos,soltó el cuchillo y se tumbó en el suelo. Deinmediato procedimos a su detención».

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Aquel disparo no llegó a producir las lesionespretendidas y encaminadas a neutralizar elpotencial avance lesivo del sujeto, pero al final seconsiguió el propósito de la captura sin soportarlesiones en la fuerza actuante. Manifiesta el«primer agente»: «Aquel muchacho se bloqueóante la detonación. Creo que pensó, “¡joder, estova en serio!” En ese momento bajó su guardia ydos segundos después arrojó el arma blanca alsuelo. Tras ello, tal como se le había ordenado,se tiró boca abajo en la carretera. Seguramenteno daba crédito a que una pistola hubiese sidousada contra él. Tengo que decir que elcompañero que disparó parecía tener claro quevolvería a tirar si hacía falta. Comoconsecuencia de los nervios y la rabia, creo quetodos tratamos de engrilletarlo a la vez. Piensoque el primer instante fue el más peligroso y eselo viví yo. Seguramente debí ser yo quiendisparara. Fue un momento muy duro. No sé porqué no tiré. De todos modos, el resultado final

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fue positivo». Este policía admite que no se veíatécnicamente preparado para realizar aqueldisparo, pero se sintió gratamente sorprendido porla velocidad con la que consiguió desenfundar ymontar el arma. Calcula que en la Academia dePolicía disparó entre cincuenta y setenta cartuchos,pero aunque el profesor parecía estar muypreparado durante las clases teóricas, «con lavisión que hoy tengo de las intervenciones conarmas, sé que aquel instructor estaba desfasadoy obsoleto. Desde aquella tarde trabajo concartucho en la recámara, pero lo cierto es que noentreno lo suficiente en tal condición de porte.En aquella época acababa de estrenar una fundaanti-hurto para la pistola y pensé que por ello nomerecía la pena llevar el arma lista paradisparar. Pensaba que la funda estaba destinadaexclusivamente a evitar la sustracción o caídadel arma, pero ese día comprendí algo más.Después de todo no saqué la pistola a pasear y siel del cuchillo hubiera avanzado más, pienso que

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hubiese abierto fuego contra él. No obstante,incluso ahora me surgen dudas sobre laproporcionalidad jurídica en estos casos ysituaciones».

Todos los intervinientes fueron objeto de burlay escarnio por parte de algunos mandos ycompañeros. Esto se prolongó en el tiempo durantemeses. «Quienes no estuvieron esa tarde allí yademás jamás se han expuesto en cualesquieraactuaciones, fueron muy rápidos con la lengua.Es cosa de la ignorancia y la vagancia, perotambién de falta de interés y compromiso.Demasiados se apresuraron a decir que elloshubiesen desarmado al delincuente con suspropias manos y que nunca hizo falta sacar lapistola; que eso nunca hay que hacerlo y quedisparar siempre es un error. Peor todavía: semofaron del compañero que no consiguióimpactar en el pie del atacante. Durante mesesme pregunté qué habría pasado para errar aqueldisparo a tan escasa distancia, parecía fácil.

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Pero con el tiempo conocí y estudié lasreacciones fisiológicas que sufrimos los sereshumanos ante estas situaciones, aunque seamospolicías. Únicamente quien ha pasado por ellopuede saber bien qué se siente, cómo se percibetodo y lo complicado que es hacer casi cualquiercosa. Cualquier plan preconcebido puede variarcompletamente», sostiene el «segundo agente».Alguno de los que gratuitamente criticó a losactuantes llegó a decir: «Pegarle un tiro es unmarrón, yo le hubiera tirado la defensa y mehubiese ido corriendo».

Según manifiestan los tres policíasprotagonistas de la narración de estos hechos, losjefes del turno no se acercaron a la escena delsuceso en ningún momento. Recuerdan que elsegundo jefe del Cuerpo —plantilla con más dedoscientos policías— sí se personó en el lugar.También estuvo presente durante la instrucción dediligencias y apoyó totalmente la reacción de suspolicías. Pese a ello, ninguno de los funcionarios

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recibió felicitación o reconocimiento oficialalguno. Fue durante esa fase, la de comparecenciapolicial ante el instructor del atestado, cuando sesupo que el detenido era un enfermo mental que nohabía tomado su medicación diaria.

El uniformado que disparó manifiesta que «lomás positivo que saqué de todo aquello fue quenadie salió herido y que pude comprobar que eracapaz de disparar a una persona, llegado el caso.Yo siempre me había cuestionado cosas alrespecto y creo que es algo que muchos máshacen. No es fácil apretar el gatillo contra otroser humano». Señala como lo más negativo algoque todos los directamente implicados ya hanreferido: las críticas de jefes y compañeros. Loscomentarios destructivos siguen vivos a día dehoy, pese a que han pasado por encima algo másde cuarentaiocho meses. «Algunos siguendiciendo que me precipité al usar la pistola, peroellos no solo no acudieron al lugar sino que ni

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vieron la cara del tipo durante su estancia endependencias policiales». Los momentos inicialesde la actuación, hasta el instante del disparo, noson fáciles de recordar o recomponer por estefuncionario. «Recuerdo que en el callejón habíaalgún garaje y el hecho de pensar que seintrodujera en uno y hubiera que entrar abuscarlo... me provocó un plus de estrés. No hevuelto a vivir experiencias tan tensas comoaquella, pero he meditado y recapacitado muchosobre todo lo vivido aquel día».

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Aunque todos los policías participantes en ladetención extrajeron sus pistolas de las fundas yencañonaron al atacante, solamente uno disparó.Todos tuvieron que preparar sus pistolas in situ

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para hacer fuego: trabajaban con la recámaravacía, condición tres de portabilidad. Algo muypositivo es que nadie perdió la cabeza pese a laapabullante ostentación armada, teniendo en cuentaque la situación era realmente delicada ydesconcertante a la par. Tampoco se produjoningún accidente por descarga involuntaria, cosaque cuando ocurre suele ser como consecuencia deencontrarse con las pistolas preparadas paradisparar en simple acción (con los revólveressucede lo mismo), en el curso de una intervenciónestresante. Una leve pulsión sobre el disparador(gatillo) provoca el disparo en simple acción, perobajo determinadas presiones emocionales inclusoen el instante de montar el arma se puedenproducir detonaciones no deseadas. Esto es hartocomplicado que ocurra si las armas se empleancon los mecanismos de disparo en doble acción,toda vez que el recorrido dactilar a ejercer sobreel dispositivo de disparo requiere de una presióncomo mínimo del doble que en simple acción, a

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veces incluso más. Como es obvio, en estassituaciones no hay que realizar maniobra algunapara alimentar la recámara, pues ya estará ocupadapor un cartucho. Naturalmente la explicación esválida solamente para armas que disfrutan de laposibilidad de ambos mecanismos a la vez, o seade acción mixta, y la Beretta Cougar-8000 es unade ellas.

Siguiendo con lo anterior, estas pistolas sepodían haber llevado alimentadas y en dobleacción con garantías de seguridad: poseen segurointerno o automático de aguja. Cuentan incluso conun seguro manual o exterior, lo que a determinadosusuarios les refuerza subjetivamente en cuanto a suseguridad si trabajan con la recámara alimentada.Tal vez por miedo y sobre todo pordesconocimiento supino, este refuerzo subjetivollega a crear subconscientemente dependencia delmecanismo manual de seguridad en algunosusuarios que trabajan con la recámara vacía.

Significar que del mismo modo que se estudian

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y analizan las descargas involuntarias, losdisparos por contagio también han de ser tenidosen cuenta. No son pocos los incidentes en los queun policía ha disparado deliberadamente o poraccidente y ha sido seguido o imitado por quienesle acompañaban, sin que estos últimos hubierandetectado motivo alguno para ello. Simplementeimitaron lo que vieron. En este suceso casi sellegó a ello: uno de los funcionarios admite quedesenfundó y encañonó al agresor solamenteporque vio que su compañero lo estaba haciendo.

El cuchillo al que se enfrentaron no era un armaespecialmente contundente en cuanto aenvergadura, pero sin duda alguna sí podría haberproducido lesiones graves, incluso incompatiblescon la vida. El policía que primero encañonó alagresor admite que, incluso hoy, ignora si esproporcionado el empleo del «fuego frente alfilo». Preconcebidas ideas, nacidas tras oír milesde comentarios negativos procedentes dedesconocedores de todo cuanto rodea al

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enfrentamiento, le hacen nadar en un permanentemar de dudas. Esto es muy frecuente en toda lacomunidad policial. Aun así, ahora trabaja con larecámara alimentada (doble acción) y con elseguro manual sin activar: le ha sido entregada unapistola nueva que carece de seguro exterior, laWalther P-99.

Como hemos dicho, el arma blanca esgrimidacontra la fuerza actuante no era de entidad mayoren nada, su tamaño era medio y su calidad baja.Era un cuchillo barato, de no más de dos euros, delos que se compran sin licencia, registro oimpedimento alguno en miles de establecimientosabiertos al público general. Éste es el tipo de armade filo más frecuentemente empleada en accionesdelictivas en nuestro territorio: si no se compra exprofesso, se coge de la cocina de casa o de un bar.Las herramientas baratas son, precisamente, lasque en mayor medida se aprehenden en registrosde coches y personas en las diarias actividadespreventivas de la Policía. Esto contrasta, sin

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embargo, con la calidad de los útiles de corte quenormalmente se procuran los funcionarios queoptan por llevar consigo un respaldo de este tipo,ya sea para defensa extrema o como útil derescate. Esto es lo que en el argot anglosajón sellama back-up (en el capítulo siete se amplía mássobre este concepto). Entre los miembros de lacomunidad policial es habitual adquirir navajastácticas de elevada calidad y de prestigiosasmarcas.

Para producir lesiones importantes en el cursode ataques desesperados, o para causar miedodurante la perpetración de robos con intimidación,cualquier instrumento afilado y cortante puedehacer un buen papel. La letalidad natural einstintiva del cuchillo está por encima de la de lasarmas de fuego, por ello casi cualquier cosa vale.No precisa de mantenimiento y tampoco serequiere un adiestramiento especial para usarlo (suuso es instintivo desde hace miles de años), tansolo hay que acercarse lo suficiente al objetivo.

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Numerosos expertos coinciden en que el sesentapor ciento de las personas agredidas con armasblancas fallece, mientras que sobrevive el mismoporcentaje de victimas de armas de fuego.

Se impone a este autor la necesidad de destacarun luctuoso suceso acaecido mientras sepresentaba la primera edición de este libro, en laEscuela Nacional de Policía, el 21 de mayo de2014. Justo en el mismo instante en que el acto seestaba desarrollando fue asesinado, en Málaga, unfuncionario de la Escala Básica del CuerpoNacional de Policía (CNP). Francisco EnriqueDíaz Jiménez tenía treintaitrés años de edad ypertenecía a la Unidad de Prevención y Reacción(UPR) de la Comisaría Provincial. Este agenteperdió la vida tras recibir una puñalada cuandoprocedía a la identificación de un indigente deorigen germánico. La cuchilla del arma fueclavada en su pecho e interesó zonas vitales. Peroeste policía no estaba solo aquella tarde sino quele acompañaban tres agentes más. Dos de ellos

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llegaron a disparar sus pistolas reglamentariascinco veces contra el homicida. Comoconsecuencia de los disparos efectuados, elagresor resultó herido. Se da otra lamentablecircunstancia: los tres proyectiles semiblindadosque lesionaron al hostil atravesaron su cuerpocontinuando su trayectoria en el espacio. Otros dosdisparos no llegaron a impactar en el objetivo y,como resultado de todo, dos ciudadanos ajenos alsuceso fueron heridos de bala cuando, a más decien metros de distancia, realizan laboresparticulares y laborales que nada en absolutotenían que ver con el incidente.

Relacionado con lo sucedido en Málaga, nopuede obviarse una información que fue noticiadurante varias jornadas: el asesino, días antes deperpetrar este crimen, había procedido de igualmodo contra un funcionario de la Policía Local. Enaquella ocasión las consecuencias de su ataque noprodujeron tanto mal y la autoridad judicial, con sumejor juicio y en aplicación del Derecho Positivo

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(esto no va con segundas intenciones, porqueocurre diariamente en toda España), decretó supuesta en libertad. ¡Al final mató! Durante algunosdías también ocupó páginas de prensa lainformación referente a decenas de chalecos deprotección balística, que fueron localizados en laComisaría Provincial de la Costa del Sol, díasmás tarde del entierro de agente. Chalecos que, nose sabe por qué, no habían sido asignados a lospolicías a quienes debieron ser entregados. Si bienes cierto que una prenda que detiene balas (segúntipo y calibre) no tiene por qué repelercuchilladas, seguramente al finado le hubieseprotegido más que la fina camisa del uniforme.

Aunque se conoce la existencia de un reboteque no produjo lesiones o daños conocidos, en elsuceso protagonista del capítulo, el potencialriesgo de alcanzar a personas ajenas al incidentesiempre hay que contemplarlo. Esto está muydocumentado y estudiado en física, efectoricochet. Pero los agentes obraron bien, también el

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que disparó. La actuación se desarrolló en unentorno urbano colmado de edificios, másconcretamente en un callejón sin salida conviviendas en uno de sus flacos (puertas, ventanas ybalcones). Pero además tras el muro final quecerraba la calle había una zona poblada de la urbe(justo detrás: un edificio repleto de ventanas,balcones, carteles y farolas). El proyectil pudoacabar, con facilidad, en una barriada alejada delpunto de origen del suceso. Quizá por ello no fuelocalizada la bala. No es baladí el asunto. Todoslos proyectiles pueden acabar siendo protagonistasde rebotes. Todos. Pero algunos son máspropensos que otros a la vez que letales tras elefecto ricochet. Estos son, por ejemplo, losblindados, semiblindados y de plomo desnudo,precisamente los que la mayor parte de las fuerzasde seguridad utilizan reglamentariamente.

No vaya a creer nadie que fue del todotemeraria la acción de disparar así, allí. ¿O quizásí? Cada uno tiene una teoría a tenor a sus propias

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experiencias. Aunque por suerte no todo el mundolas tiene (experiencias de este orden). Sigamos.Pese a que algunos dijeron que fue una locurahaber disparado, en realidad lo exteriorizaron porel hecho en sí de desenfundar y encañonar a unapersona, no necesariamente por el resultado finalde haber efectuado un tiro, toda vez que seconsiguió el fin pretendido sin herir a nadie. Perono hay que olvidar que en realidad el objetivo eraimpactar al sujeto, solo que la impericia o lascircunstancias emocionales del tirador dieron altraste con la intención. Deben conocer todos losintegrantes de esta amplia comunidad profesional,integrada por funcionarios de todos los cuerpos depolicía del país y personal privado, que el propioEstado español, mediante la Instrucción de 14 deabril de 1983 emanada de la Dirección de laSeguridad del Estado, aconsejaba actuar de estemodo amén de usar otros de similar naturaleza.Hoy se sigue aplicando como se vio en el capítuloprecedente.

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Vista la anterior instrucción que el propioGobierno de España daba ya en democracia,debemos preguntarnos si realmente en entornosurbanos, cargados de superficies verticales,horizontales e inclinadas, construidas conmateriales susceptibles de producir rebotes, esconveniente ejecutar esa clase de intimidaciones.No olvidemos que todos los proyectiles puedenrebotar en virtud del material contra el quecolisionen y también en atención al ángulo deimpacto, velocidad de la bala en el momento delchoque y composición de esta. Una bala puederebotar incluso en el agua, según el ángulo deimpacto y lo calmada o plana que esté lasuperficie acuosa.

Las normas nacionales más actualizadas, enrelación al empleo de las armas por parte de losprofesionales armados, no se extienden enpormenores de esta naturaleza. Al revés, muchoscuerpos locales y autonómicos subsumen laInstrucción de 1983 y la introducen como normas

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marco en sus reglamentos internos y demás normasreguladoras propias. Otros textos, como el queseguidamente se citará, no entran en detalles. Asípues, la Ley Orgánica 2/86 de Fuerzas y Cuerposde Seguridad —no solamente del Estado sino detodos los cuerpos— dice en su artículo cinco:

a) «En el ejercicio de sus funciones deberánactuar con la decisión necesaria, sin demora cuandode ello dependa evitar un daño grave, inmediato eirreparable; rigiéndose al hacerlo por los principiosde congruencia, oportunidad y proporcionalidad enla utilización de los medios a su alcance».

b) «Solamente deberán utilizar las armas en lassituaciones en que exista un riesgo racionalmentegrave para su vida, su integridad física o las deterceras personas, o en aquellas circunstancias quepuedan suponer un grave riesgo para la seguridadciudadana y de conformidad con los principios aque se refiere el apartado anterior».

Conforme a esto, mucha congruencia y sentidocomún. Para ello los policías deben ser advertidossobre los riesgos que pueden conllevar los

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disparos dirigidos al aire y al suelo. Es sabido quetirar al piso puede propiciar un rebote, en virtuddel ángulo de impacto. Pero que los disparosintimidatorios dirigidos al aire también puedenfinalizar en efecto rebote, ha de ser contempladosiempre en medios urbanos: el tirador nuncaalcanzará un ángulo de noventa grados exactos,respecto al suelo y el cielo, con la boca de fuegode su arma. Esto implicaría que el proyectil podríaacabar impactando, por ejemplo, en paredes,fachadas, balcones, techos o ventanas, allí mismoo a cierta distancia. También directamente enpersonas situadas en tales espacios.

No obstante, todo lo que sube acaba bajando.Es pura física, es la Ley de la gravitaciónuniversal, una ley física básica descrita ypresentada por Isaac Newton en 1687, en su libroPhilosophiæ naturalis principia mathematica(Principios matemáticos de la filosofía natural).Recientes estudios balísticos ofrecen la teoría deque si un proyectil de 9 mm Parabellum (124

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grain/8,0351 gramos, V0 338 m/s) es disparadohacia el cielo en un ángulo de noventa gradosexactos, toca el suelo a una velocidad aproximadade 50 m/s, devuelto por la gravedad. Estavelocidad no otorga suficiente energía al proyectilcomo para poder producir lesiones graves en uncuerpo humano adulto. Eso sí, aquellos noventagrados de ángulo exigidos nunca serán alcanzadospor un tirador en el fragor de una acción. Solo sepueden lograr usando aparataje técnico-científico.Esto implicaría que cualquier otra angulaciónproporcionaría a la bala la posibilidad dedescribir una parábola que, en el descenso, lepermitiría conservar o acelerar la velocidad conlos consiguientes riesgos de provocar lesionesimportantes, o pérdida de vidas.

Aprovechando la ocasión, queremos dar untoque épico al asunto:

Puede que el primer rebote balístico policialconocido sea el que acabó con la vida del agentede la ley James W. Bell. Ocurrió en Lincoln,

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Nuevo México (Estados Unidos), el 28 de abril de1881. Bell estaba a las órdenes del mítico sheriffPat Garrett (también era marshal de los EstadosUnidos), uno de los más célebres agentes delorden en la era del Salvaje Oeste Americano, enlos territorios de la Frontera. Pero si conocido eraGarrett, mayor fama alcanzó el asesino delayudante Bell: William H. Bonney, apodado Billyel Niño (Billito). James Bell se encontrabacustodiando a Billy en los calabozos del Juzgadodel Condado de Lincoln, y aprovechando queGarrett y el otro ayudante, Bob Oliger, se hallabanausentes —el primero fuera de la ciudad cobrandoimpuestos gubernamentales y Bob vigilando alresto de presos durante la cena, en el comedor deun hotel cercano—, el Niño trazó un plan de huida.La fuga en circunstancias complicadas era suespecialidad.

Billy el Niño convenció al carcelero para quele permitiera ir al retrete, cosa a la que el agenteaccedió. De regreso a su celda —el escusado

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estaba en la calle—, el pistolero, que se hallabapreso en espera de ser ahorcado el 13 de mayo porel asesinato del sheriff anterior, William Brady(faltaban diecisiete días para ejecutar lasentencia), arremetió contra Bell. El preso estabaengrilletado, pero consiguió partirle el cráneo alpolicía con un certero y fuerte golpe propinadocon las esposas (quizá fueron dos los impactos).Ambos cayeron al suelo y lucharon. Sea comofuere, Billy se apoderó del revólver de sucustodio. El ayudante Bell se defendió bien, peropercatado de que el otro ya había asido su armatrató de huir escaleras abajo. Billy disparó contraél. Algunos ciudadanos dijeron haber oído tresdisparos, mas solamente uno alcanzó al policía.Pero ahí va lo curioso, la anécdota que motiva elrescate de esta historia: la bala que mató a JamesW. Bell cruzó su cuerpo de costado a costado, trashaber rebotado en una pared de adobe (masa debarro secada al sol). Billy era un experto tirador,pero entre lo precipitado del acto y las esposas

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que le inmovilizaban las muñecas, erró el disparodirecto. El otro, por su parte, estaba enmovimiento mientras huía. Seguramente sedesplazaba a trompicones (no era un blancoestático y seguramente tampoco erguido a causa dela grave lesión de la cabeza). Tras la refriega, elasesino se hizo fuerte en el Juzgado desde dondedisparó al ayudante Olinger que ya habíaabandonado el comedor del hotel. A Olinger lomató con su propia escopeta, una Whitney delcalibre 10, con la que esa misma mañana habíaintimidado al recluso. Se da la circunstancia deque a este ayudante lo odiaba desde hacía años,pero a Bell siempre pareció tenerle cierta estima,pues lo trataba con más dignidad que el otrofuncionario. Naturalmente, se evadió.

William H. Bonney, el Niño, murió de un tiro el14 de julio de ese mismo año en Fort Sumner,Nuevo México. Garrett y su equipo lo acorralaronen las inmediaciones de la vivienda de quien eraconsiderada su novia. El Niño se vio cara a cara

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frente a Garrett, pero dado que se hallaban aoscuras en una habitación —era de noche y nolucía vela o candil alguno—, no se reconocieroncon certeza. Pese a ello, Garrett sí identificó suvoz y disparó dos veces. Billy, que sostenía unrevólver en la mano derecha y un gran cuchillo enla otra, se desplomó: había sido alcanzado cercadel corazón, entrando una bala por un costado delado a lado. El sheriff disparó dos veces, peroincluso él que era otro rápido y virtuoso tiradorfalló un tiro. El célebre bandido no consiguiódisparar pese a llevar su arma empuñada.

Encontramos otra curiosa circunstancia y es quePat usó un revólver de simple acción, un ColtSingle Action Army modelo 1873 (Peacemaker oPacificador) del calibre .44-40 Winchester, y elfallecido otro Colt pero de doble acción y calibre.41 Long Colt (muy similar al Lightning que habíausado en sucesos anteriores). Pese a la ventajatécnica que proporciona un arma de doble acción,su portador no tuvo suerte esa noche. Esta muerte

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está rodeada de dudas, incógnitas y especulacionesque han hecho crecer infinitas historias.

Estas referencias históricas son aquí muydesconocidas, pero en Estados Unidos han sidoestudiadas hasta la saciedad. En ellas se daningredientes a valorar con sentido común. Cuandoalguien tiene miedo a perder su vida y prisas porevitar tan trágico final, todo cambia. Si Billy elNiño no fue capaz de disparar contra Garrett enaquella habitación oscura (un dormitorio) y elsheriff falló uno de sus tiros, siendo ambospersonajes verdaderos expertos en armas, ¡cómono iba a poder errar el policía de este capítulo! Elmiedo, el estrés y la fisiología de combate noconocen de placas o uniformes. Del mismo modo,se ha visto que también el Niño erró disparosdurante su fuga de Lincoln, pese a la escasadistancia que le separaba del agente Bell.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

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Varios policías se encuentran en un callejónapuntando con sus armas de fuego a un sujeto queporta un cuchillo. Es una situación tensa. Elpresunto delincuente no obedece las órdenes delos agentes; no suelta el arma. Y no solo eso, sinoque realiza gestos inequívocamente amenazadorescon objeto de desanimar cualquier intento deaproximación por parte de los funcionarios. Nadiese decide a emplear su arma reglamentaria.

Uno de los agentes realizó varios movimientos(guardar la defensa y desenfundar la pistola) sinapenas ser consciente de ello; estaba funcionandoen modo piloto automático: «En esasmanipulaciones pude consumir dos segundos,pero el tiempo se me hizo eterno». Este mismomotorista fue el primero en llegar a la escena yrefiere que tuvo la sensación de que el tiempo sedetenía cuando vio al malhechor con el cuchillo.

Ya hemos comentado en otro momento que trescuartas partes de los agentes implicados en unaconfrontación armada experimentan algún tipo de

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distorsión perceptual. La sensación de que se haconectado el piloto automático podría ser elresultado de una acción adaptativa de nuestroorganismo, cuando el cerebro intenta reducir lahiperactivación que se produce durante unincidente crítico —como el enfrentamiento armado—, de forma que el sujeto pueda funcionar a travésde la experiencia que está viviendo, empleandosus respuestas mentales de funcionamientoautomático. Todos los mecanismos neurológicosactúan para mantener al individuo con vida.

Hay varios hechos relevantes en este relato.Ninguno de los dos agentes que llegan primero alcallejón se decide a abrir fuego con sus armasreglamentarias. Lo hace un tercer policía que seincorpora como refuerzo y que —otro hechorelevante— falla su disparo desde apenas unosmetros de distancia del blanco. Por último, todoslos que no dispararon sus armas tuvieron quesoportar el escarnio de algunos de sus compañerosy superiores jerárquicos, que se mofaron de su

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actitud. Tampoco quedó libre el funcionario que sídisparó y erró el tiro, que también fue objeto deburla y crítica. A toro pasado, todo el mundo sabelo que hubiese hecho y además cree que le hubierasalido impolutamente.

Los compañeros y mandos de aquellos dosprimeros agentes les regalaron un verdaderorecital de mofas y chanzas. Todos tenían su propiateoría de lo que ocurrió allí y, por ende, de lo queseguramente hubieran hecho en caso de ser elloslos protagonistas. A ninguno de aquellos malllamados «compañeros» se les ocurrió ponersepor unos instantes en el lugar de los policíasafectados. Aquí se hace verdad ese dicho de que laignorancia es atrevida.

Tratemos de visualizar aquella situación tal ycomo ocurrió. Esos dos agentes no habíandisparado nunca sus armas contra ninguna persona.Es decir, que jamás se habían visto frente a laterrible elección que mentalmente se planteacualquier policía (psicológicamente normal) de

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tener que abrir fuego contra otro ser humano yademás mirándole a la cara. ¿Seré capaz dedisparar contra alguien cuando llegue el momento?Duda habitual en los agentes de policía antes de suprimera confrontación armada.

La teoría dice que todo policía debe estarmentalizado para emplear su arma. Pero ya hemosvisto en el relato anterior que el proceso paraprepararse mentalmente es un trabajo complejoque requiere tiempo y entrenamiento, algo quemuchos agentes de la autoridad no encuentrandurante su instrucción. Incluso disponiendo degrados variables de mentalización, el policía seencuentra ante una disyuntiva moral muyimportante que debe resolver: decidir pasar porencima de todas las normas sociales y moralesaprendidas que nos han condicionado a ver la vidade los demás como algo sagrado a preservar.

Muchos agentes experimentan sentimientos deculpa, dudas intensas sobre sus actos, depresión,etc., en los días y meses posteriores a disparar y

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acabar con la vida de otra persona en acto deservicio. ¿Diríamos que esos policías estabanpreparados para actuar como tales? Rotundamente,no. Muestran los síntomas clásicos derivados detodo su aprendizaje social. Diferentes estudiosrecogidos en una obra fundamental de DaveGrossman, On Combat, demuestran cómo losagentes de policía son reticentes a emplear susarmas incluso en situaciones en las que peligra supropia vida y que muchos terminan haciéndolosolamente después de que el agresor haya abiertofuego primero. Este comportamiento se produceincluso sabiendo que si no disparan primeropueden ser ellos las víctimas.

Otro elemento que influye es el temor a lasconsecuencias legales que pudieran derivarse delempleo del arma. Ese miedo a las represaliasjudiciales interfiere en la toma de decisionesrápidas que debe efectuar el agente frente a unaamenaza potencial, convirtiéndose en un blancomás fácil durante esos segundos de demora a la

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hora de emplear su arma.En todo enfrentamiento armado se genera un

cúmulo de emociones que impactan en el agente,interfiriendo en su percepción y evaluación delpeligro y también en su capacidad de reacción.Especialmente, uno de los agentes que no empleósu arma habla del fuerte nerviosismo queexperimentó y que fue transformándose en miedo amedida que era más consciente de la amenaza.También dice: «Detecté (en él mismo y en suscompañeros) reacciones extrañas y contrarias alo que se nos había enseñado en la escuela depolicía. En realidad ni nos habían hablado deello». Este enfoque, un tanto «machito» e«hiperviril» de los cuerpos de policía, hace quealgunos temas simplemente se obvien en lainstrucción. ¡El miedo hay que afrontarlo «con doshuevos»! Valiente ayuda para el policía que se veen la línea de fuego. No solamente no se ilustra alagente sobre la realidad que va a vivir, queexperimentará miedo, nerviosismo, dudas, etc., y

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que eso es normal en una situación crítica, sinoque se castiga socialmente cualquier demostracióno reconocimiento de estas emociones. Este tipo depolíticas —que calan por igual entre mandos yagentes, la mayoría de los cuales no ha participadonunca en una confrontación armada— refuerzan elmutismo del policía, que prefiere sufrir en silenciosu angustia y su malestar antes de ser objeto de laburla de quienes, en teoría, más deberían apoyarle.

El miedo es real y esperable en un tiroteo. Enpalabras de J. Ledoux: «El miedo es una respuestamental que ha sido diseñada para mantener a unorganismo vivo en situaciones peligrosas». Lasáreas cerebrales en las que se localiza lapercepción del miedo se encuentran en lasestructuras cerebrales filogenéticamente másantiguas en nuestra evolución. Y esto es así porquees una emoción básica que funciona disparando ennosotros las conductas necesarias para afrontar elpeligro. Quedarse quieto puede ser una de estasrespuestas (no entro aquí, por ahora, en si tales

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reacciones son efectivas o no en un contextodeterminado).

El miedo es una emoción que activa el SistemaNervioso Simpático y la médula suprarrenal,segregando hormonas como la adrenalina y lahidrocortisona, que hacen que aumente el ritmocardiaco. Cuando se producen estos cambios en elorganismo, las habilidades motoras finas que serequieren para la coordinación viso-motoracomienzan a deteriorarse, ya que los recursosdisponibles se dirigen al empleo de la musculaturagruesa, más eficaz para correr o luchar. El ojo y elcerebro trabajan coordinados, ayudándonos aprestar atención a la información que es importantepara nosotros en ese instante. A medida que elestrés aumenta, y/o la tarea se vuelve máscompleja, nuestro cerebro estrecha el foco deatención y excluye información que estima comono importante.

Esta podría ser una posible explicación para elfallo en el disparo del agente, aun encontrándose

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tan cerca del objetivo. Como muy acertadamentesuele remarcar Ernesto, una cosa es disparar a unblanco sin «exigencias» del entorno y otra muydistinta es hacerlo en un escenario real.

Participar en una confrontación armada no esuna experiencia que pase de largo por la psiquedel policía. Existe evidencia empírica suficientepara poder afirmar que muchos agentesexperimentan diferentes síntomas tras un día,semanas o incluso meses del incidente. Por suerte,en la mayoría de los casos el malestar desaparecey no deja secuelas. Uno de los factores«terapéuticos» más eficaces en estos incidentes esel apoyo de compañeros y jefes. El funcionarioque encuentra un clima de confianza y aceptaciónen la comisaría tras un episodio especialmenteestresante, se recupera más rápidamente y mejor,pudiendo retomar su actividad laboral cotidiana enun plazo de tiempo más corto. Cuando lasreacciones que encuentra el policía son derechazo, crítica, aislamiento o burla, los síntomas

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pueden agudizarse al producirse el fenómeno de ladoble victimización: por un lado, el agente esvíctima del delincuente y, por otro, del propiosistema judicial o policial. Las actitudes de burla,cinismo, etc., de los miembros del colectivopueden entenderse como una forma simbólica de«matar a quien tiene éxito», minimizando orechazando sus logros, actitudes que tratan deesconder una profunda envidia por la experienciavivida por otro agente. No queremos más héroesque nosotros mismos.

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CAPÍTULO 7

MI VIDA CAMBIÓ

El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatídico.Lo que cuenta es el valor para continuar.

WINSTON CHURCHILL (1874-1965)Político británico

Madrugada de miércoles a jueves en una villade poco más de tres mil habitantes. Faltaban pocassemanas para que entrara oficialmente el verano,pero refrescaba. Una pareja de agentes del ordenpatrullaba en vehículo por una lujosa urbanizacióncostera, por la que con frecuencia eran alijadassustancias estupefacientes llegadas por mar.Conducía un policía de treintaidós años de edad ydoce de servicio, ocupando el asiento delacompañante otro con igual antigüedad en el

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Cuerpo y treintaicinco de edad. Esa noche ibanuniformados en un vehículo provisto de distintivospoliciales externos. Durante ese año, la unidad deseguridad ciudadana a la que pertenecíandecomisó diez mil kilogramos de hachís.

En un momento del patrullaje, detectaron lapresencia de cinco varones mayores de edad. Porunos segundos los policías no fueron vistos poraquellas personas, las cuales se hallaban en lacalzada, de pie, junto a dos turismos de lujo y altagama. Los cinco conversaban entre ellos.

Dada la cercanía del litoral marítimo, lospolicías creyeron que podría estar produciéndoseuna operación de desembarco de drogas por laplaya. Así las cosas, apagaron el alumbrado delpatrullero y lentamente se dejaron «caer» sobrelos sospechosos. No podían delatar todavía supresencia en el entorno. Por seguridad y eficaciatenían que ser muy cautelosos. Cuando aquellosindividuos advirtieron que los funcionarios seaproximaban, rápidamente se introdujeron en

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sendos automóviles y emprendieron veloz huídadel lugar. En ese punto los agentes activaron lossistemas acústicos y luminosos prioritarios ycomunicaron a la Central que se estaba iniciadouna persecución. A los agentes no les pasó por altoque los fugados habían abandonado en la calzadauna maleta de viaje, pero no detuvieron la marchapara comprobar el contenido. Continuaron lapersecución, a gran velocidad.

Durante los primeros instantes del seguimiento,a través de las radiotransmisiones pudieron dar suposición y el itinerario que estaban recorriendo.De este modo, pretendían que otras unidadesfuesen alertadas para apoyar el servicio einterceptar a quienes estaban evadiéndose de laacción policial. La situación era típica. Un clásico.Un servicio de los muchos que todos los policíashacen muchas veces al año. Nada era nuevo paraninguno de los componentes de la dotaciónpolicial, los dos sumaban muchas detenciones.Tenían tablas. Pero de repente todo cambió. Entró

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en juego un nuevo y desconocido factor: unimpacto de bala alcanzó la luna delantera. Elproyectil penetró cerca del lugar en el que seubicaba el espejo retrovisor interior. La bala pasóentre las cabezas de la pareja de uniformados.

El agente que circulaba en el asiento delacompañante, que era el encargado de mantener elenlace vía radio con la Sala de Transmisiones y elmando, dejó de «cantar» la actuación. «En esemomento solo pude ponerme a gritar por laemisora. Comencé a pedir apoyo a la par querepetía “¡nos disparan, nos disparan, nosdisparan!”. Al final solté el transmisor de laemisora. Lo dejé caer. Supe que tenía que repelerel fuego y rápidamente alimenté la recámara demi pistola y empecé a disparar. Mis primerostiros los realicé a través de la propia luna, dedentro a fuera. Mi compañero, aunque conducía,también llegó a disparar algunos cartuchos delmismo modo que yo. El humo de la pólvoraquemada nos impedía ver bien dentro de la

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cabina y debido al estrés no podíamos abrir lasventanillas. Por cierto, no recuerdo haber usadolos elementos de puntería del arma. Ningunoatinábamos a casi nada. Para colmo, micompañero tenía que estar atento a la carretera yal volante... tampoco queríamos tener unaccidente», recuerda el agente con doce años deservicio.

Finalmente, los policías consiguieron abrir lasventanillas del automóvil y continuaron disparandodesde el exterior, sin detener la persecución. Elagente que no manejaba el volante consumió todala munición que llevaba consigo, «le dije a mibinomio que me diese su pistola para seguirdisparando. No me la dio, ¡me la tiró! Cada unollevábamos dos cargadores, pero yo agoté losmíos muy pronto. Nuestras pistolas eran Starmodelo BM de simple acción con cargadores deocho cartuchos, pero llegamos a disparar untotal de treinta. También consumí toda lamunición que llevaba el otro policía. Tiré

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indistintamente a una y a dos manos».Mientras esto estaba ocurriendo, todas las

unidades en servicio y la central pudieron asistirgratuitamente al espectáculo: «¡Mátalos,mátalos... mata a esos hijos de perra!». Elpulsador de la emisora del coche quedóaccidentalmente pulsado cuando el funcionario lodejó caer al percibir el primer disparo. Losdesgarradores gritos que ambos policías proferíana sus atacantes, los disparos, etcétera, pusieron losvellos de punta a todos los componentes delCuerpo que se encontraban de servicio en lademarcación.

Aunque la persecución se inició para alcanzar ados coches en fuga, los agentes se centraronúnicamente en la captura de uno de ellos.Abandonaron la urbanización para continuar porvías interurbanas. Cuando el intercambio dedisparos cesó, los policías ya habían perdido devista a los perseguidos. En ese estado de lascosas, «mi compañero detuvo la marcha del

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coche y descendimos. Ambos nos hicimos unchequeo del cuerpo, porque podíamos estarheridos sin habernos percatado aún de ello. Porsuerte ni él ni yo presentábamos lesiones, perosufrimos un ataque de nervios tremendo.Estábamos histéricos, alteradísimos y muycabreados. ¡Un subidón de adrenalina! Mástarde, en el cuartel, nos dolía todo el cuerpo. Yotenía un dolor bestial en las cervicales, que meduró varios días. Todo ocurrió enaproximadamente dos minutos. Posteriormente,en el interior de nuestro patrullero fueronlocalizados proyectiles del calibre 9 mmParabellum y del .38 Especial», manifiesta otravez el mismo agente. Seguidamente, y ya con máscalma, participaron las novedades al mando yregresaron al punto de partida. Personados en ellugar en que todo se inició, pudieron comprobarque todavía permanecía allí aquella maleta que loshuidos habían abandonado, cuandoprecipitadamente se introdujeron en los coches y

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se marcharon. Registrada la valija, fueronencontrados en su interior veintiocho kilogramosde hachís.

Tras las oportunas pesquisas realizadas por lasunidades de investigación, se procedió a ladetención de varias personas. Uno de losarrestados presentaba heridas por dos impactos debala en zonas no vitales de su cuerpo, pero no sepudo determinar de qué arma partieron losproyectiles que las produjeron: no fueron halladaslas balas. En la misma operación se recuperaronvehículos sustraídos de alta gama y más de dos milkilogramos de hachís. Comenta el agente: «Poreste servicio, mi compañero y yo recibimos unafelicitación pública con anotación en nuestrosrespectivos expedientes personales».

El policía que protagoniza el suceso narrado, elque ocupaba el asiento contiguo al del conductor,manifiesta que ha participado en cuatrointervenciones en las que tuvo que emplear suarma. Pero fueron seis casos más los vividos en

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los que él no disparó, pero sí los compañeros conlos que se encontraba. «No obstante, admito queal menos en nueve ocasiones me he visto inmersoen operaciones en las que creo que el empleo demi pistola estaba legalmente justificado, pero nollegué a usarla. El entrenamiento que tenía enaquel momento y que me permitió responderrápidamente al ataque, lo obtuve de modoprivado y no en el Cuerpo. Aunque tuve queentregar el arma para que la Policía Científicarealizara los pertinentes estudios balísticos, mefue asignada otra pistola para trabajar duranteese lapso. No recibí asesoramiento legal alguno.Menos mal que, aunque uno de los detenidosestaba herido, no se inició acción judicial algunacontra mi persona. Pasado no mucho tiempoabandoné aquel cuerpo e ingresé en otro».

Pese a que han sido muchos los serviciosdestacados y peligrosos que este agente ha llevadoa cabo a lo largo de su carrera, en dos cuerpos depolicía —algunos en horas francas de servicio,

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lejos de su demarcación y con gran repercusiónmediática—, el de aquella madrugada es el quemás le ha marcado. Sin ningún tipo de pudor ytemor ha podido hablar detalladamente consuperiores jerárquicos y compañeros, de cuantoexperimentó en aquel coche patrulla agujereado.Sin embargo, únicamente recibió apoyo de suesposa y de algunos policías, nunca de los jefes.Todo lo contrario. Si un tiroteo siempre dejahuella y superarlo no siempre es tarea fácil(muchas veces marca con tintes negativos algúnrincón de la mente), algunos mandos y políticosvertieron comentarios hirientes contra la accióndefensiva de estos dos profesionales.

«Yo estaba tan escarmentado y cansado de lashipócritas artimañas de mis mandos y políticos,que rehusé a reconocimientos oficiales de ciertocalado». En una ocasión detuvo en el extranjero aun atracador. En aquel país el agente no seencontraba en comisión de servicios (situaciónadministrativa funcionarial que ampara y permite

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cambios de destino) sino de vacaciones con sufamilia. En la captura participó activamente uncercano pariente de él, que a la vez era miembrodel mismo cuerpo de seguridad español. Esaintervención le reportó —en realidad a los dos—una felicitación pública del cuerpo local deseguridad de la ciudad en la que se ejecutó elarresto. Ese es, para él, el mayor y mejorreconocimiento profesional jamás recibido.Debido al revuelo informativo que aquellaintervención produjo, la Embajada española enaquella nación requirió la presencia del policía-turista, a fin de ofrecerle un homenaje yreconocimiento. Él declinó la invitación. Aquelllamamiento diplomático no se realizó de oficio,fue el Gobierno del país donde se produjo elhecho quien instó a ello.

El funcionario expresa una opinión muchasveces repetida por quienes han sobrevivido asituaciones extremas de vida o muerte, condisparos de por medio: «Quien no ha vivido un

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tiroteo no sabe lo complicado y difícil que resultatodo. La gente no comprende nada y se cree quelas cosas son sencillas como en las películas o enlos entrenamientos». Añade el funcionario: «Mesiguen viniendo a la mente recuerdos ypensamientos de aquella noche. Puedorecordarlo todo como si fuese ayer. La forma enque se manejó posteriormente el tiroteo, desdeotras esferas, me hizo más daño que el propiosuceso. Aquello afectó a mi estado de ánimo ytanto en casa como en el trabajo estaba másirritable. Tenía menos aguante. Incluso empecé atomar bebidas alcohólicas, cosa que antes nohacía con frecuencia. Eso sí, me volví máscuidadoso y meticuloso cuando alguna situaciónme indicaba que podía entrañar un mínimoriesgo. Lo bueno es que salir ileso de aquello meempujó a implicarme más en el trabajo. Pero porotra parte dejé de lado ciertas prácticas de ocio,amigos y familia, que hasta el momento habíansido prioritarias para mí. Mi vida cambió».

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Hoy, y desde entonces, este policía se relacionacon funcionarios que han superadoacontecimientos similares. Mantiene contacto conotros supervivientes para intercambiarexperiencias y sentimientos. Acude a seminarios,cursos y conferencias que tienen por objeto ladivulgación y mentalización de la debidaformación y respuesta reactiva.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Un suceso algo peculiar. Aunque persecucionespoliciales son protagonizadas diariamente porpolicías de todos los cuerpos, pocas veces sepuede conocer, cual espectador, cómo y por qué seestá produciendo la acción. En España pocasplantillas poseen medios de videograbaciónaudiovisual instalados en los coche se servicio. El

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uso de estas tecnologías es habitual en otrospaíses, pero aquí no. Esos medios, a través defilmaciones, pueden aportar una importante visiónde lo acaecido durante una actuación, lo cualsiempre podrá ser empleado como carga de laprueba del delito imputado al sujeto grabado, casode tratarse de un episodio delictivo. Pero lainformación acopiada también puede ser útil antecasos de denuncias o reproches a las actuacionesde los propios agentes, algo que no es infrecuente.

En este suceso no existe filmación, pero sí unaradiotransmisión en directo de los hechos que seestaban produciendo. Todas las unidades enservicio estuvieron al tanto de los dramáticosminutos que unos policías estaban soportando.Todo esto no varía en nada el resultado final delanálisis u opinión del incidente, pero deberíaayudar a abrir el debate sobre la idoneidad decontar con sistemas policiales de videograbación.Ya son muchos los agentes que adquieren, motuproprio, medios de esta naturaleza que adosan al

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uniforme. Las tomas así adquiridas pueden servirpara apoyarse en ellas, llegado el caso, si ante laautoridad judicial o administrativa hay quejustificarse o dar cuentas.

El protagonista principal del capítulo admiteque pudo responder con celeridad, usando supistola, porque había recibido formaciónextraoficial. Quien recurre a una instruccióndiferente a la reglamentariamente establecida, lohace normalmente porque ha detectado vacíos enella. Al margen del instinto natural que todo serhumano posee y exuda en estas situaciones límite,es más que posible que la reacción de respuesta«salvaje» del policía para disparar desde dentrodel coche, a través de la luna delantera, fuesefomentada o reforzada en cursos privados de tiropolicial. En los centros oficiales de formación delas fuerzas y cuerpos de seguridad desde luego nose suele inculcar más que miedo a la meraextracción del arma de su funda. Es lamentable quecada vez más profesionales tengan que acudir a

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instructores externos, pero también es digno deaplauso: la gente está «despertando» y empieza aabandonar la caverna, aunque muy poco a poco(tampoco todos en la dirección más correcta). Lospolicías de este capítulo fueron atacados conarmas de fuego, armas en plural. Aunque no sepueda saber cuántas personas dispararon, sí que seha constatado que se emplearon al menos dosarmas, una del calibre 9 mm Parabellum, el mismousado por los agentes, y otra del .38/.357(Especial en el primer caso, Magnum en elsegundo. En el capítulo veinte se amplíainformación de sendos calibres). Fue un milagroque ninguno de los funcionarios resultara herido debala.

Merece la pena referir un caso ajeno a esteproyecto indagatorio. Se trata de otro suceso en elque un funcionario español fue atacado hallándoseen el interior de su coche y, al igual que el policíaque responde a este episodio, reaccionódisparando desde dentro del automóvil. Dado que

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este ejemplo carece de conexiones con los sucesosinvestigados para la obra, no existe necesidad deomitir fechas, identidades, localidades y cuerpo.

Sobre las 18:00 horas del 18 de noviembre de1994, en la localidad vizcaína de Larrebezúa, elsargento de Infantería J.L.C. fue emboscado por uncomando de la banda terrorista ETA. El suboficialcirculaba con su vehículo cuando en un cruce decarretera se le aproximaron varios sujetos, a pie,que abrieron fuego contra él. El militar, queportaba consigo una pistola, respondió conceleridad al fuego y repelió el ataque desde dentrodel automóvil. Además de evitar una muerte casisegura (el ataque se efectuó con subfusiles), hirió auno de sus atacantes y puso en fuga al resto. Noobstante, el sargento fue herido en un brazo por unúnico proyectil. Como consecuencia de larespuesta del atacado, los asaltantes huyeron dellugar en un turismo tras detener su marcha pistolaen mano. Más tarde, en Lujua (misma provincia),dos patrullas de la Ertzaintza (Policía Autónoma

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Vasca) le cortaron el paso produciéndose unenfrentamiento entre ambas partes. Curioso: uno delos etarras disparó contra los policías desdedentro del coche, si bien después lo abandonó ycontinúo la refriega. Un agente resultó herido degravedad por dos impactos, un terrorista murió yotro resultó herido.

Seguimos con el análisis de nuestro caso. Seposeen datos fehacientes que indican que lospolicías consiguieron herir a uno de los ocupantesdel coche desde el que fueron tiroteados, pero noes posible saber cuál fue el agente que realizóaquel disparo. Ambos tiraron, aunque uno másmasivamente que el otro. Para colmo uno de losfuncionarios utilizó las dos pistolas. En cualquiercaso, el proyectil no fue hallado en el cuerpo delherido, cosa que hace imposible identificar elarma del que partió el tiro. Del mismo modo hayque significar que no se puede saber si otrosdelincuentes fueron lesionados, pues no fuerondetenidos todos los implicados en aquella

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operación de tráfico de drogas.Resulta interesante, y debe llevar a la reflexión,

que aunque los policías consumieron treintacartuchos, posiblemente solo un proyectil produjolesiones (dato objetivo). Pero también ellosrecibieron una buena lluvia de balas y ningunoacabó herido. Esto confirma que en ambos bandosse dan las mismas circunstancias modificadoras dela conducta racional y cognitiva. Unos quierenalcanzar a los otros, con temor de ser heridos y losotros temen ser heridos, pero quieren impactarsobre los de enfrente.

Los policías emplearon pistolas de escasacapacidad de carga, si se comparan con otrasarmas coetáneas que duplican la capacidad. Peroal menos, en este caso, cada policía llevabaconsigo en el cinturón un cargador de repuesto. Labuena disposición acreditada por el agente que noconducía queda patente, no solo por la celeridadcon la que replicó con su arma ante el ataquerecibido, sino por la astucia que demostró cuando

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requirió la munición del conductor, una vezagotada la suya. Llegó incluso a efectuar un hábilcambio de cargador a la neoyorquina, expresiónacuñada por el prestigioso instructornorteamericano Massad Ayoob. Esto consiste en,una vez agotada la munición de un arma cuando seestá inmerso en un tiroteo, no ejecutar un cambiode cargador o reposición de la cartuchería sinosoltar el arma vacía y desenfundar otra paracontinuar la acción. Esto también es válido anteinterrupciones mecánicas del arma(encasquillamientos, trabas). Es el mismoconcepto de una transición táctica, de las que hoyse enseñan en algunos cursos de tiro con armaslargas y cortas. Sin duda se ahorra tiempo derespuesta. Ayoob conoció este detalle de la manodel no menos conocido y admirado Jim Cirillo.Éste, además de ser instructor, tuvo la experienciade sobrevivir a infinitos tiroteos en el Nueva Yorkde la década de los setenta, cuando era oficial dela Policía de aquella ciudad. Esto es impensable

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en España, al margen de por la nula mentalidadtáctica existente, por aspectos legales que impidena los funcionarios emplear otras armas que no leshayan sido asignadas reglamentariamente (seentrega una nada más, en la inmensa mayoría delos cuerpos). El tema jurídico se circunscribe casiexclusivamente a las armas cortas pues, en segúnqué cuerpos y casos, algunos funcionarios inclusode unidades convencionales hacen uso, a la par,del arma de cinto y de otra larga (controles,registros, etc.).

El concepto «patentado» por Cirillo tiene susostén en otro, el back-up. Esto supone el porte deuna o más armas de respaldo o refuerzo para casosde pérdida, desarme o interrupción de la principal.Emplear en España esta filosofía equivale a quelos compañeros y jefes llamen loco a quien lapone en práctica. Sin embargo, si quienes lo hacenson operativos especiales de unidades de asalto,como de hecho así ocurre, se verá como algológico y admirable; cuando, por otra parte, son los

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policías patrulleros quienes más necesidad derespaldos tienen siempre: nunca conocen el perfilde la persona a la que van a identificar, cuandodetienen un coche tras detectar una infracción detráfico. Pero hay más, jamás realizan esasintervenciones con cascos y/o chalecos deprotección balística y, si llevan lo segundo, casisiempre habrá sido adquirido a nivel particular. Y,sobre todo, este tipo de policía estará solo o enunión de un único agente más. En cualquier caso,los patrulleros nunca se harán acompañar de unnumeroso equipo dotado de armas largas yunidades de apoyo instaladas al otro lado de lacarretera.

En la época en que Cirillo baleaba a los cacos—del griego kakos, malos— de Nueva York, seprodujo en el sur del país, en California, un tiroteoentre policías y delincuentes que marcaría un antesy un después en la instrucción profesional. Allí sepuso en práctica una modalidad de cambio decargador a la neoyorquina, que posteriormente

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conoceremos. Luego vinieron otrosenfrentamientos tan sonados como éste, o más,como el del 11 de abril de 1986 en Miami, en elque dos atracadores se enfrentaron a ocho agentesdel FBI, matando a dos e hiriendo gravemente acinco. Las circunstancias fueron muy similares alas que ahora se expondrán y también supuso uncambio radical en los principios del entrenamientoque hasta la fecha se daban por buenos. Pero elsuceso californiano fue el primero que empujó alas instituciones a revisar sus protocolos deintervención y a plantearse nuevas formas deadiestramiento. De aquí nacieron ideas tales comoentrenar contra varios blancos dinámicos ydisparar en movimiento, además de actuar encondiciones de baja luminosidad, usando linternas.También se hicieron estudios sobre la idoneidadde las armas y calibres empleados.

El 5 de abril de 1970, en Newhall, cuatroagentes del California Highway Patrol (CHP),cuerpo policial de carreteras, fueron asesinados a

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tiros por dos delincuentes: Bobby A. Davis, deveintisiete años de edad y Jack Twinning, detreintaicinco. Los policías Roger Gore, JamesPence, George Alleyn y Walt Frago cayeron entrelas doce menos cuarto y las doce de la noche. Lainstrucción táctica era pésima en el CHP,especialmente en el manejo de armas. De hecho,este cuerpo fue fundado en 1929 y hasta 1966 susagentes patrullaron siempre inermes (a nivelparticular algunos iban armados, pero infringiendoel reglamento). Fue ese año, 1966, cuando seadquirieron las primeras armas de fuego paradotar de modo oficial a estos funcionarios:revólveres S&W M19-K y S&W 28 HighwayPatrolman, de seis pulgadas de longitud de cañónlos primeros y de cuatro y seis los segundos, todosen calibre .357 Magnum. Al principio usaroncartuchos con proyectiles de 158 gr., el pesoestándar, pero tras algún caso de exceso depenetración cambiaron a los de 125 gr. JHP(Jacketed Hollow Point, lo que es lo mismo,

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blindadas de punta hueca).Dado que las armas recamaradas para el .357

pueden emplear indistintamente su cartuchería y ladel .38 Especial (no en caso inverso), paraentrenar usaban la más económica y controlablemunición del .38. Fue un error. Ningún disparorealizado por los policías tocó sus objetivos aquel5 de abril. Fallaron todos. No acertaron ni uno, elmayor retroceso de la munición de servicio, la del.357 Magnum, asustaba o sorprendía a losoficiales. La distancia de enfrentamiento era muyescasa, de contacto. Alguno, como Frago, no llegóni a darse cuenta de que estaba siendo atacado. Nopudo defenderse, pese a que llevaba entre susmanos una escopeta Remington 870 del calibre 12.Frago fue el primero en ser derribado, recibió dosbalazos del .357 Magnum en el pecho, aquemarropa. Murió en el acto. Gore, que era supareja, desenfundó su revólver para dirigirlocontra quien acababa de matar a su binomio, peroperdió la atención sobre el sujeto que en ese

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instante estaba cacheando apoyado sobre el coche:recibió, de éste, dos impactos del .38 Especial quele penetraron el pecho por el costado izquierdo,sin abandonar el cuerpo los proyectiles. Murió enpocos segundos. Por cierto, todos los cochespatrulla transportaban una escopeta como lareseñada, pero el entrenamiento con ellas no seencontraba contemplado en los planes deinstrucción. Tanto es así que Alleyn (miembro dela otra dotación presente, aunque finalmentellegaría otra más que puso en fuga a los tiradores,por agotamiento de la munición de estos) en unmomento dado disparó tan rápidamente con la 870,que de los cuatro cartuchos que almacenaba elcargador eyectó uno sin ser disparado, lo quedenota escasa o nula formación. Torpemanipulación del arma, por no haber recibidoadiestramiento.

El agente Pence, pareja de servicio de Alleyn,fue el que más disparos hizo con el revólver: doce,tras efectuar una recarga. Dado que no se usaban

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todavía los speed loaders, o cargadores rápidos,esta maniobra había que hacerla alimentado cadarecámara de una en una. Esto es algo tan lento ytedioso que mientras completaba su tercerarecarga fue ejecutado: Twinning había cambiadosu posición en la escena y apareció detrás delagente, pegándole dos tiros en la cabeza con unapistola Colt 1911, del calibre .45 ACP.

Los criminales llevaban consigo un buennúmero de armas: varios revólveres de loscalibres .38 Especial y .357 Magnum, al menosdos pistolas Colt 1911 del .45 ACP, escopetas yrifles. Y ahora el dato que hilvana con lo que estecapítulo expone. Después de vaciar uno de susrevólveres (sus dos primeros disparos mataron alprimer funcionario), casi al inicio del encuentroarmado, Jack Twinning continuó la refriega conuna pistola Colt del .45 Automático que seinterrumpió en su secuencia de tiro, tras dispararcon ella una vez desde el interior del coche. Elasesino no consumió ni un solo segundo en tratar

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de resolver la traba o encasquillamiento,directamente dejó caer el arma y asió otra idénticacon la que reanudó el fuego. Más de treintatestigos prestaron declaración sobre esto y otrosaspectos del funesto suceso. Davis fue detenidohoras después y condenado a cadena perpetua,suicidándose en prisión el 16 de agosto de 2009.Twinning huyó y se atrincheró en una casa,suicidándose con una escopeta al sentirse rodeadopor agentes del Los Angeles County Sheriff sDepartment.

El protagonista del capítulo admite que, bajo elefecto del estrés, ninguno de los dos implicadospudo abrir las ventanillas del automóvil cuando lacabina se llenó de humo y olor a pólvora quemada.Tal pico de descontrol emocional alcanzaron losagentes, que sus habilidades motoras se vieronseriamente afectadas. También la capacidadcognitiva. Dos de las tres habilidades motoras quetodo ser humano posee se vieron brutalmentedeterioradas aquí. La habilidad motora es la

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capacidad de desarrollar actividades motrices através del sistema neuromuscular, para coordinarmovimientos y acciones concretas.

Los funcionarios no pudieron disparar a la vezque transmitían novedades vía radio, mientras quea la par también se coordinaban entre ellos pararecargar las armas y ser capaces de discernir ydigerir mentalmente lo que estaba ocurriendo.Esto suponía realizar varias tareas a la vez, cosaque en estas situaciones no es fácil y sí imposiblecasi siempre: el policía que no conducía tuvo quesoltar el transmisor de la radio para poder ejecutarel resto de acciones (lo dejó caer en aras de laceleridad de respuesta armada). Es aquí cuando lahabilidad motora compleja dejó de ser controladacon eficacia. Antes de llegar a esta merma lahabilidad motora fina ya se había perdido. Esta esla que afecta a los movimientos especializados,concretamente a los de las manos y los dedos.Manipular la botonadura de un teléfono móvil,mando a distancia e incluso palancas de seguro y

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retenes de cargadores de armas o elevalunaseléctricos de coches, pueden ser tareas muycomplicadas de ejecutar en estos casos. En estassituaciones, aun conociendo y viendo lo que hayque hacer, la habilidad mano-visión es muy difícilde coordinar incluso ante acciones simples.

Detectada, asumida y afrontada una situacióntan adversa como esta, es normal que en la zonadel cuello se acumule mucha tensión muscular(cervicales), también en la estrechamenterelacionada con los músculos de la cara(macetero, esternocleidomastoideo, trapecio,escaleno, etc.), por directa interacción de todas lasfibras musculares. El ser humano aprieta lamandíbula ante las situaciones que le generanmiedo. Sí, apretamos los dientes. Esta es la causapor la que el agente reconoce que, una vezfiniquitado el incidente, sufrió fuertes dolores enesa región corporal (cuello). Aunque requeriría deuna detallada ampliación de datos, decir quetambién esto está directamente relacionado con la

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pérdida de capacidad auditiva en situacionesestresantes de este tipo.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Poco más se puede añadir al análisis efectuadopor Ernesto. Tristemente hay que señalar, sinembargo, que de nuevo nos encontramos a unpolicía frente a la incomprensión de suscompañeros y mandos tras el incidente. La actitudque muestran ante el abnegado comportamiento delos policías implicados en el tiroteo tiene unadoble y preocupante dimensión:

1. Les niegan un meritorio reconocimientopúblico por su actuación. Consecuencia: unamerma en la motivación de cara a futurasactuaciones.

2. Jefes y políticos vertieron comentarioshirientes sobre su actuación en el incidente.

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Consecuencia: pérdida de fe en la tarea, objetivosy cuerpo policial al que pertenecen. Ataquedirecto a la autoestima y dudas sobre la propiacapacidad profesional. Pasado el tiempo,abandonó ese cuerpo policial e ingresó en otro.

El agente protagonista comenta: «La forma enque se manejó posteriormente el tiroteo, desdeotras esferas, me hizo más daño que el propiosuceso. Aquello afectó a mi estado de ánimo ytanto en casa como en el trabajo estaba másirritable. Tenía menos aguante. Incluso empecé atomar bebidas alcohólicas…».

La propia naturaleza de la profesión policialexige a los agentes enfrentarse a situacionesdifíciles y muy estresantes. Cuando se venexpuestos a la muerte violenta de un compañero,de un niño, a una confrontación armada u otroseventos traumáticos, los policías puedendesarrollar síntomas que han venido adenominarse estrés por incidente crítico (Critical

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Incident Stress, CIS). Estos síntomas incluyenansiedad, irritabilidad, trastornos del sueño,depresión, dificultades para concentrarse,pesadillas, etc.

Un incidente crítico es cualquier evento con lasuficiente intensidad emocional como parasobrepasar las capacidades habituales deafrontamiento (del policía). Puede ser la muerte enla línea de fuego, heridas graves producidas en untiroteo, la amenaza física o psicológica a laintegridad vital, independientemente de cuál sea lafuente originadora. Generalmente se suelen asociarfuertes emociones a estas situaciones, que tienen elpotencial de interferir en las habilidades delsujeto, tanto en el escenario de la crisis comofuera de él.

El CIS puede tener un efecto devastador en elagente de seguridad que se ha visto implicado enun enfrentamiento armado. No abordar de formaadecuada los síntomas relacionados con el estréspuede tener consecuencias muy negativas, tanto

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para el policía como para el cuerpo al que seencuentre adscrito. Algunas de estas consecuenciaspueden ser un bajo rendimiento laboral, pérdida detiempo en el trabajo, consumo de alcohol/drogas,absentismo laboral, problemas de pareja, etc.

La mayoría de los policías que experimentansíntomas de estrés tras una intervención no suelencomentar con nadie, salvo con algún compañero demáxima confianza, cómo se sienten, ni elsufrimiento o las dudas que experimentan. Estasemociones y pensamientos pueden estarrelacionados con el desarrollo del incidente en sí(el acto mismo del tiroteo), las emocionesexperimentadas durante el mismo (miedo,indefensión, quedarse congelado…), lasemociones y dudas tras el incidente (si larespuesta fue proporcional, dudas sobre la propiacompetencia profesional, sentimientos de culpapor haber disparado a una persona…), y lasreacciones de las personas que rodean al policía,como sus superiores, compañeros, medios de

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comunicación, justicia o la familia (no recibir elsuficiente reconocimiento, ser criticado, ser objetode burla…).

Una buena parte de los policías que se hanencontrado expuestos a un incidente crítico desuficiente entidad, lo resuelven por sí mismos alcabo de poco tiempo y regresan a sus trabajos conabsoluta normalidad, no afectándoles en sudesempeño profesional la experiencia vivida.Estas víctimas se han beneficiado de los recursosnaturales de «sanación», entre los que hay quedestacar el apoyo de los iguales, los mandos o lafamilia. Hay, sin embargo, un colectivonuméricamente significativo de funcionariospoliciales que desarrollan problemas relacionadoscon el estrés —como el CIS o el Trastorno deEstrés Postraumático—, que tendrán una duracióne intensidad indeterminada.

La cultura policial no favorece la expresiónabierta y sincera de emociones y sentimientos, ymenos aún tras la experiencia de un incidente

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crítico. Gran parte del funcionamiento de lasfuerzas de seguridad da la espalda, de formaostentosa, a todo lo que las ciencias delcomportamiento y la fisiología han demostradocientíficamente; sobre todo, que nuestrasemociones pueden resultar un aliado fundamentalsi sabemos manejarlas, caso del miedo. Peroprimero hay que exteriorizarlas, hablar de ellas.Sin embargo, cuando un policía hace esto se leconsidera débil, poco preparado o afeminado.Negar la existencia de algo que funcionacontinuamente en el trabajo policial, supone unaceguera total ante la realidad a la que se enfrenta adiario el funcionario. Y lo que es peor, elimina deun plumazo el entrenamiento de estrategias ytécnicas de autocontrol y afrontamiento mental que,durante una confrontación armada, podrían suponerla diferencia entre la vida y la muerte. Por suerte,esta mentalidad tan retrógrada va cambiando,aunque con excesiva lentitud.

El principal protagonista de esta historia

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refiere que fue la actitud de sus compañeros ysuperiores lo que le generó mayor malestar. Esmuy gráfico cuando explica que el sumatorio delas emociones y vivencias propias del incidentearmado y las reacciones adversas de quienes sesupone que le tenían que haber mostrado su apoyo,dispararon un estado de ánimo negativo queperjudicó seriamente su vida personal y familiar.Reconoce que recurrió a la bebida para aliviar elmalestar que experimentaba. Por desgracia,muchos policías —por falta de la ayuda adecuada— recurren al alcohol u otras drogas para tratarsus problemas emocionales derivados de losquehaceres profesionales.

Desde mediados de la década de los añossetenta viene utilizándose, principalmente enpolicías de países anglosajones, una técnicadesarrollada por Jeffrey T. Mitchell llamadadebriefing (una traducción libre podría ser«revisar» o también la más simbólica«desahogarse»). Esta técnica fue desarrollada para

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ser empleada con pequeños grupos deprofesionales como bomberos, personal deemergencias o policías que experimentaban estrésu otras respuestas emocionales negativas tras laintervención en un incidente crítico. La técnicaconsiste, a grandes rasgos, en facilitar laventilación en grupo de los sentimientos yemociones relacionados con la experienciatraumática vivida, con el propósito de reordenarlacognitivamente de una forma más adaptativa.

La aplicación del debriefing persigue variosobjetivos principales:

1. Procurar el alivio del estrés sufrido tras unincidente crítico.

2. Mitigar las consecuencias indeseables de laexposición a este tipo de situaciones.

3. Facilitar la integración de la experiencia porparte de la persona afectada.

4. Motivar hacia la movilización de recursos deafrontamiento funcionales.

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5. Legitimar y animar la expresión desentimientos y emociones en torno al evento.

6. Fomentar el apoyo dentro del grupoprofesional.

En líneas generales, el debriefing se lleva acabo entre las primeras veinticuatro y setentaidóshoras después de producirse el incidente crítico.En sesiones estructuradas en grupo, con loscompañeros policías que han intervenido en este uotro incidente similar, los agentes implicadosdescriben la experiencia por la que han pasado,detallando las emociones, pensamientos ysentimientos asociados al suceso. En este contextode aceptación, el policía tiene plena libertad paraexpresarse, algo que resulta fundamental para elproceso de recuperación.

El grupo puede dirigirlo (facilitador) unpsicólogo, un policía u otro profesional que hayarecibido la formación pertinente. En algunosestudios se recomienda que siempre esté presente

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un profesional de la salud mental, aunque no hayacuerdo al respecto. El líder del grupo tiene comomisión facilitar la libre expresión de emociones ypensamientos experimentados por el agente antes,mientras y después del incidente. También evita yreencauza cualquier crítica que se produzca,incidiendo en la importancia de aceptar comobuena cualquier emoción, pensamiento u opinión.En definitiva, se busca normalizar todas lasemociones, dudas o miedos que hayaexperimentado el funcionario durante el incidentecrítico.

Normalizar. Esta es la palabra clave. Sepretende que el agente interiorice que lasemociones y pensamientos negativos que haexperimentado durante el incidente sonperfectamente normales en la situación que havivido y que no es un bicho raro, ni debeavergonzarse por haber experimentado miedo,dudas, dificultades para reaccionar, etc. Ventilarestas emociones ayudará al policía a retomar su

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actividad laboral lo antes posible, sin lainterferencia de pensamientos o sentimientos quepuedan mermar su rendimiento profesional.Aceptar lo que has vivido, todas tus dudas ymiedos, es lo que hay que sentir en esascircunstancias y no un síntoma de debilidad oincapacidad para ejercer las actividades propiasde un agente del orden.

Un enfoque de Policía moderna y adecuada a larealidad actual, debería contar con estrategias dedebriefng como parte integrante de sus protocolosde actuación. No se puede entender la intervenciónen un tiroteo sin la correspondiente descarga deemociones y la duda sobre el propio desempeño.Seguramente, muchos valientes o agentes y mandos«con lo que hay que tener», pensarán que estaclase de apoyos psicológicos están fuera de lugar.Lo que la investigación está demostrando es queson precisamente este tipo de mentalidades las quese encuentran obsoletas e impiden el avance deuna Policía moderna y a la par de los

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descubrimientos científicos que se estánrealizando sobre la fisiología y el comportamientohumano.

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CAPÍTULO 8

NO SE ME QUITA DE LACABEZA

El miedo es natural en el prudente, y el saberlovencer es ser valiente.

ALONSO DE ERCILLA Y ZÚÑIGA (1533-1594)Escritor español

Una patrulla compuesta por dos policías recibepor radiotransmisiones una llamada informando dela agresión a una mujer de avanzada edad. Elcomunicado se produjo a primera hora del turno denoche, sobre las 22:30 horas, en pleno mes deverano. Los hechos acaecieron en una ciudad demás de cinco millones de habitantes. Era lunes.Según la Sala de Transmisiones, el agresor era un

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varón que mostraba un alarmante estado deagresividad. Los funcionarios fueron advertidos deque la víctima se hallaba inconsciente y tendida enel suelo. Personados en el lugar, localizaron a lamujer en el interior de un edificio de viviendas, enel portal, verificando que lo participado a travésde la radio era cierto. De inmediato fue solicitadoel urgente envío de medios sanitarios a la escena.La víctima presentaba lesiones traumáticas en lacabeza, en diversas partes del tronco y en un oído.

Uno de los agentes advirtió la presencia de unsujeto sospechoso que estaba sentado en la acera,muy cerca del portal. Se hallaba concretamenteentre dos vehículos estacionados y una pared. Conla defensa semirrígida (porra) de cincuentacentímetros en una mano, el funcionario se acercóa él y le solicitó información sobre lo acaecido,«pensé que aquel hombre podía tenerparticipación en el suceso, quizá como autor, talvez como testigo». El sospechoso, sin mediarpalabra y advertencia previa, se abalanzó contra el

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policía con un cuchillo de grandes dimensiones enuna de sus manos. Con su hostil acción trató declavar el arma en el cuerpo del funcionario. Lointentó en varias ocasiones. Los mandobles erandirigidos hacia el esternón y el abdomen. Elviolento, a la par que atacaba al uniformado,manifestaba verbalmente con elevadas voces:«¡Sois unos malditos maltratadores y agresores!».Los actuantes supieron, posteriormente, que elsujeto tenía sus facultades mentales trastornadas yque posiblemente también había consumidodrogas. Lo ocurrido se produjo en un espaciofísico de no más de un metro y medio de anchura,la distancia existente en la acera entre la pared deledificio y varios vehículos estacionados.

El policía trató de repeler el ataque con golpespropinados con su defensa reglamentaria y con ellanzamiento de patadas. Como quiera que noconseguía desarmar al agresor y que éste nodeponía su actitud, el agente saltó por encima deuno de los coches aparcados junto a él y ganó

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distancia con su asaltante. Interpuso un vehículoentre ambos. En ese instante apareció el segundofuncionario, el que hasta ese momento seencontraba atendiendo a la mujer herida en elinterior del bloque de viviendas.

Detectada por el atacante la nueva presenciapolicial, el individuo acorraló contra la pared alsegundo policía. También este agente fue agredidocon el arma blanca, sin que la hoja alcanzara suobjetivo. El funcionario, ante tal situación deriesgo, efectuó un rápido disparo intimidatoriodirigido al aire a la par que trataba de ganardistancia para esquivar las cuchilladas. Con aqueltiro no se produjo el efecto buscado, aun cuando eldelincuente fue advertido de que se volvería adisparar, esta vez contra él, si no arrojaba el armaal suelo y se entregaba. Se repitió el ataque y elagente apretó el disparador dos veces más, en estaocasión deliberadamente hacía el cuchillero. Unproyectil penetró en el cuádriceps de la piernaderecha y el otro en el gemelo del miembro

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contrario. Una de las heridas presentó orificio deentrada y salida. Se utilizó cartucheríasemiblindada.

Existió exceso de penetración, habiendo en elentorno más próximo a la escena hasta cuatropersonas ajenas a la intervención. El policíaempleó las dos manos para efectuar los disparoscon su Star modelo 28-PK, del calibre 9 mmParabellum. Finalmente se requirió asistenciamédica también para el herido. El sujeto resultóser un español de cuarentaisiete años de edad sindomicilio conocido, un indigente. Esta personaposeía algunos antecedentes policiales, pero todospor asuntos de escasa relevancia, así comoreclamaciones judiciales y policiales.

El policía que no disparó confiesa haberexperimentado tensión, miedo, ansiedad y estrésdurante la actuación. Pasado el tiempo cree haberaprendido a controlar más los instintos. Comenta:«Ahora doy más valor a las medidas deautoprotección. No tengo pensamientos

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recurrentes por aquel suceso, pero las primerasnoches tuve dificultad para conciliar el sueño.No tomé medicación y nunca se me ofrecióatención psicológica, aunque tampoco la solicité.De ese asunto hablo sin problemas con miscompañeros, amigos y familiares. No rehúyocomentar el suceso con persona alguna».

Ambos protagonistas obtuvieron el apoyo queesperaban de sus jefes y autoridades judiciales.No obstante, el que no llegó a desenfundar supistola se muestra extrañado y casi ofendido por elhecho de que su jefe inmediato no solicitara paraél una felicitación o condecoración, toda vez quepor servicios más nimios sí lo solía hacer. Suscompañeros, según su percepción, sí le prestaronel debido reconocimiento personal y profesional.«Mi binomio tampoco fue distinguido de ningunaforma y eso que él disparó cumpliendo todos lospreceptos legales: tirar primero al aire comoadvertencia y después a partes no vitales, yencima sin fallar. Obviamente nunca se produjo

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acusación judicial contra nosotros por laslesiones de la otra parte. Nuestra actuación fuejusta y proporcionada, prueba de ello es que notuvimos ni que declarar el día del juicio, porqueel acusado se conformó con la pena solicitadapor la Fiscalía».

Este agente defiende que no ha recibido ningúntipo de influencia negativa desprendida de aquellaexperiencia, pero sí positiva: mayor sensación decontrol en las intervenciones («tablas» porexperiencia). Manifiesta que si retrocediera en eltiempo hasta la misma actuación, volvería a actuarde igual modo pero tomando mayores medidas deautoprotección. «Del incidente me cuesta trabajomanejar o recordar el momento en que me viacorralado. No se me quita de la cabeza elinstante en que vi avanzar aquel cuchillo, quevenía claramente hacia mí. De todos modos,aquello me ayudó a reforzarme personal yprofesionalmente. Hablé de ello con compañerosque habían pasado por situaciones similares, lo

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que también resultó muy positivo».Sin ser el que finalmente disparó su pistola,

este policía fue el que detectó al sospechosocuando entre ambos mediaba una distancia deaproximadamente cinco metros, aunque el ataquese inició desde tres menos. Por suerte, solopresentó lesiones leves que consistieron encontusiones reflejadas por hematomas en losbrazos. Como equipo de autoprotección, destacarque portaba guantes anticorte/antipinchazos.

Este primer actuante apenas llevabaveinticuatro meses ejerciendo en el Cuerpo y teníaveintisiete años de edad, dos más que elfuncionario que disparó, aunque este era másveterano en la institución. Apunta que solamenteentrenaba con la pistola cuando erareglamentariamente requerido para ello. Nuncapracticó de modo personal o privado, porque creeque en la Policía fue debidamente preparado parapoder responder a situaciones reales deenfrentamiento. Tampoco era titular de armas

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particulares y nunca iba armado cuando se hallabafranco de servicio. Hoy tampoco. Pese a queadmite que en el Cuerpo entrenaba ejercicios detiro a distancias extremas, incluso efectuando losdisparos con una sola mano para ganar tiempo, nopudo, no quiso o no supo reaccionar aquellanoche. Sentencia el agente, con vehemencia: «Nocontemplé la opción de disparar. No lo vijurídicamente proporcionado. He vivido dos otres situaciones que, bajo mi criterio, legalmentesí hubieran justificado el uso del arma de fuego,pero nunca apreté el gatillo. Tanto yo como elcompañero que disparó, ahora ascendido y condestino en otra unidad, portábamos las pistolascon cartucho en la recámara y el seguro activado(condición dos, doble acción). Hoy sigo llevandoel arma del mismo modo, aunque en estemomento utilizo una Heckler & Koch USP-C, másmoderna. El plan de entrenamiento me obliga arealizar quince tiros cada tres meses, en lagalería de mi cuartel. Me preocupó mucho la

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investigación del suceso, pero por suerte recibíasesoramiento legal al respecto».

Quien sí disparara aquella noche, cuandocontaba con veinticinco años de edad, sostieneante estos autores: «Soy consciente de que suenaa tópico, pero aquella intervención parecía queestaba desarrollándose a cámara lenta. Recuerdoque lo viví así, como con parsimonia. Desde nomás de cinco metros de distancia, me dio tiempoa encarar la pistola hacia su pecho, mientras legritaba que soltara el cuchillo y se tirara alsuelo. Incluso dirigí una mirada hacia arribapara comprobar si era factible disparar al aire:vi que sí, que no había balcones o marquesinasjusto encima, y disparé una vez con ánimodisuasorio. No sirvió de nada. Aquel hombre nose vino abajo y avanzó amenazadoramente hastasituarse, ya, a solo tres metros de mí. Fue ahícuando apunté hacia la parte baja de su cuerpo.Llegué a ver mi punto de mira bien colocado endirección a una pierna... y apreté el disparador.

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Le di, pero nada, una vez más continuó hastaentrar casi en contacto físico conmigo». Pese atener ya el navajero un balazo en su aparatolocomotor, llegaron al cuerpo a cuerpo, dando pieesta nueva situación al tercer tiro del policía:«Este lo solté a no más de un metro. Fue abocajarro y también contra una pierna, lacontraria a la vez anterior. En esta ocasión síque no hubo forma de apuntar ni nada de nada:tiré como pude, porque casi no me dio tiempo aesquivar una cuchillada. De verdad, por muypoco no me la clavó. Tal vez me salió bien porqueen aquella época me llevaba a casa el cinturóncon la pistola y, a veces, entrenaba desenfundesrápidos con disparos en seco».

Este mismo funcionario pidió por radio lapresencia urgente de una ambulancia medicalizada,no sin antes afanarse en esposar al herido, que trasla segunda lesión de bala yacía inerme por habersoltado ya el arma blanca. Mientras se personabanlos profesionales del servicio de asistencia

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médica, el primero de los policías acordonaba laescena y el segundo, el tirador, pedía unas tijeras auna vecina del lugar para rasgar el pantalón dellesionado y taponarle las heridas. Esto lo hizo,según señala, cortando trozos de tela de su propiouniforme. «Aunque yo me resistí, mi jefe meobligó a marcharme a casa cuando acabamos lainstrucción de diligencias. Fue una jornada muycorta porque a las tres horas de iniciar elservicio ya estaba en casa. Aunque mi concienciaestaba muy tranquila, aquella noche no pudeconciliar el sueño. Al día siguiente me apresuréen ir a contárselo a mi madre, no quería que seenterara de lo ocurrido por los medios decomunicación. Días después me marché devacaciones, lo que me sirvió de escape paraolvidar el mal trago. Me ayudó mucho,muchísimo diría yo, recibir llamadas decompañeros y jefes. Todos me felicitaban por laactuación. Esto reforzó mi idea de que laintervención fue resuelta del modo correcto».

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Aunque es un tema que realmente no le importa endemasía, piensa que ambos protagonistas debieronser reconocidos de algún modo por parte delCuerpo, «pero sé cómo funcionan estas cosas...»,sentencia. Sobre el procedimiento judicial en elque todo esto derivó, reconoce que cierto temoraparecía a veces en él, «porque uno nunca sabeen qué juzgado va a caer el caso y cada juezpuede ver la misma cosa de un modo distinto... yen consecuencia actuar. Pero vamos, que a todasluces los disparos se efectuaron bajo la estrictaobservancia de los principios de congruencia,oportunidad y proporcionalidad».

Todos los días se realizan cientos deactuaciones policiales de este perfil y origen:vecino de un inmueble que llama la atención aalguien por ensuciar o molestar en el entorno de lacomunidad de propietarios. Por algo tan simple ynimio como eso se acabó así. Este mendigo atacó ala mujer por haberle recriminado algunos aspectosde su incívico comportamiento.

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A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Este es, posiblemente, un caso típico muyextendido: agente de la autoridad al que se le hainculcado que nunca existe justificación oproporcionalidad para emplear la pistola frente aun arma blanca. Un funcionario admite que aunquefue atacado desde dos metros de distancia con unenorme cuchillo y que el agresor acababa deatentar contra una mujer, no vio ajustado a derechoel empleo de su pistola reglamentaria.

Se da la circunstancia de que este agentepertenecía al Cuerpo desde hacía muy pocotiempo, dos años, y que además solamente habíaentrenado con la pistola durante el periodoacadémico (allí no se entrena sino que se aprendeel manejo básico). A eso hay que sumar los pocosejercicios periódicos a los que anualmente pudoser convocado, en tan escueto periplo de ejercicio

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profesional. Pocas horas de vuelo. Pese a queportaba cartucho en la recámara (arma encondición de disparo de doble acción) y quemanifiesta haber entrenado en su unidad ejerciciosde respuesta a corta distancia, no usó la pistola.Por el contrario, trató de repeler el ataque con laporra de cuero, algo que se mostró del todoineficaz. Esto, a todas luces, sí que eradesproporcionado, pero en su contra. Por llevarasida la porra, el instinto le hizo interponerla en elprimer momento del ataque. Instintiva yemocionalmente el cerebro le ordenó hacer algo yen principio eso era lo más a mano disponible. Noobstante, una transición de arma con aumento delnivel de fuerza era más que aconsejable.Finalmente, el policía solo se pudo sentir segurocuando interpuso un vehículo entre él y suantagonista, algo, por otra parte, siempre positivoen ataques de esta naturaleza. En cualquier caso, elpolicía está convencido de que en aquel momentose encontraba debidamente entrenado por sus

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instructores. Significar que la funda pistolera quellevaba en la cintura era una modernísimaantihurto, idéntica a la que también el otrofuncionario utilizaba (fundas adquiridas a títulopersonal). La inmensa mayoría de los encuestadospara esta obra portaban la misma funda o una muysimilar.

Para la reflexión: ¿saben los usuarios de lasfundas antihurto sacar partido de tal complemento?¿Entrenan adecuadamente los desenfundes,teniendo activados todos los niveles de seguridad?¿Realmente siempre hay que llevar activadostodos los niveles de retención? ¿No será quemuchos entrenan los desenfundes con los retenesya desactivados, para ganar tiempo e impresionaral resto de tiradores en la línea de tiro? Hay querememorar una máxima de las legiones romanasque dice: «Entrena como trabajas y trabajaráscomo entrenas».

En el lugar del incidente se encontraba otropolicía, en este caso de mayor veteranía que el

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primero, aunque algo más joven. Este segundofuncionario recibió una agresión de índole casiidéntica a la del otro interviniente, pero este sícreyó que existía proporcionalidad de medios ydisparó tres veces (disuasoriamente la primeravez). Ambos funcionarios debían tener, al menosde modo oficial y académico, la misma formacióntécnica en materia de tiro y armamento; pero quizála mayor experiencia del segundo hizo que supiera,o pudiera, repeler el atentado. Como él mismo nosha subrayado, a veces practicaba desenfundes ytiros rápidos en seco. Seguro que esto sumó en sufavor. Aunque este policía efectuó los disparos enpresencia de su compañero y éste vio lo eficaz delmedio empleado sin consecuencias legales, en elpresente persiste en su idea de la noproporcionalidad. Curioso.

Que los disparos fueron más eficaces que losanteriores mandobles de porra lo pone demanifiesto el hecho de que el riesgo deacuchillamiento se neutralizó. Se agotó el peligro.

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Y que el medio empleado —los propios tiros—fue legalmente entendido y acorde a lo marcadopor la ley, quedó patente con el nulo reprochejudicial llevado a cabo contra el policía. Eltirador quedó exonerado de las lesionesproducidas con su pistola de dotación: clara yevidente legítima defensa, obrando encumplimiento de un deber en el ejercicio de susfunciones.

Para quienes están acostumbrados a leersentencias judiciales en las que los policíasdispararon sus armas, no es nada nuevo ver que laJusticia considere proporcionado el «disparocontra el tajo», si las distancias y demáscircunstancias son extremas. Siempre hay que estara cada caso. Esto, a veces, no es entendido dentrode la propia comunidad policial. Natural: han sidomuchos años inculcando miedos que nacen deldesconocimiento absoluto. Aquí, pese a lo urgentede la situación, el policía advirtió con un disparointimidatorio dirigido al aire que, de continuar el

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avance, se dispararía a dar. Esto, en muchassentencias, se tiene positivamente presente por eljuzgador: agotamiento de acciones disuasoriasposibles, ante la ineficacia patente de otrosrecursos. Nunca puede exigirse a un policía queabandone el lugar y rehúya su obligación.

Esta vez la cosa acabó bien para los policías,pero eso no siempre sucede. Son muchos los casosen los que agentes de seguridad resultan heridospor armas blancas, durante identificaciones que secomplican. En este mismo volumen se presentanalgunos. Uno de los casos más conocidos de losúltimos tiempos se produjo en Madrid, el 14 deseptiembre de 2011. Una situación rocambolesca:cuatro agentes del Cuerpo Nacional de Policía(CNP) trataban de identificar a un súbditonigeriano de cuarenta años de edad, que esgrimióun machete ante los funcionarios. Tres de ellosterminaron presentando lesiones graves por armablanca. Todo comenzó con la intervención de unapareja compuesta por un agente varón y una agente

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en prácticas. El hombre, de veintidós años deedad, recibió cortes en la cabeza, un hombro y unaescápula. A la chica le fue arrebata su pistolareglamentaria, una HK-USP Compact, que quedóen poder el agresor (ella no fue herida). Elafricano, armado con el arma de fuego y sucuchillo, huyó a la carrera por la vía pública en laque todo ocurrió. Resultó ser un delincuentehabitual que contaba con numerosos antecedentespoliciales y penales.

Segundos después, otra dotación del mismocuerpo interceptó al subsahariano. Se repitió lahistoria: ambos agentes fueron heridos amachetazos y uno de ellos quedó desarmado. Eldelincuente se hizo con una segunda pistola. Elpolicía más mayor, que tenía treintaidós años, fuetrasladado en ambulancia con una herida en lacabeza y otra incisa en el hemitórax derecho. Sucompañero, con tres años menos de edad, tambiénfue lesionado en la cabeza. A esta pareja, además,el agresor le disparó. Sin que esto sea lo habitual

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en España, estos policías portaban chalecos deprotección balística. Se trataba de prendas deadquisición particular, no entregadas por elCuerpo. Ambos policías fueron alcanzados por losdisparos, pero las protecciones blindadasfuncionaron e hicieron su trabajo. Los impactossolamente produjeron leves contusiones a los dosagredidos, algo normal cuando se reciben tiros conel chaleco puesto. Por su obviedad no se descubrenada nuevo: con determinado tipo de fundaspistoleras, como las que se entregan en los cuerposestatales, aunque también en casi todos los demás,el desarme intencionado o la pérdida accidentaldel arma es realmente fácil.

Finalmente, una tercera unidad policial delmismo cuerpo, compuesta también por dosuniformados, detuvo al homicida. Responsablespolíticos y policiales se apresuraron a salir antelos medios de prensa para defender la «impecableactuación de los actuantes». Presumieron del altonivel de cualificación de los funcionarios, por

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conseguir la detención del atacante sin herirlo ysin que tuviesen que pegar un solo tiro. Nadadijeron, al menos de puertas para fuera y ante elpúblico, sobre qué pasó para que tantos policíasno pudieran o supieran usar sus pistolas contraquien, sin ningún género de dudas, estabaacreditando méritos legales para ser repelido abalazos. ¿Apareció miedo al posible reprochejudicial por emplear las armas? ¿Se cayó en la malentendida proporcionalidad de los mediosempleados para la defensa? ¿Alguna vez habíanentrenado supuestos a tan cortísimas distancias?¿No será que desde la propia comunidad policialse inculca más temor a la imputación judicial, queal hecho de ser herido o asesinado? Lo cierto esque aquí, más que fallar la instrucción en manejodel arma, que también, lo que se pone demanifiesto es una posible mala formación enintervención. Quizá nula mentalización. Enresumen: pocos segundos, menos distancia,muchos heridos y demasiada sangre derramada.

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Demasiado de todo.Esto recuerda a otro suceso acaecido en

Madrid, el 13 de febrero de 2009. En este caso fueun ciudadano de Ghana, con treintaicinco años deedad, quien hiriera a un policía local y a unmiembro del CNP. El ataque se produjo sobre launa de la tarde, en el instante en el que ambostrataban de detener al africano. El individuo corríapor la vía pública blandiendo un cuchillo en lasmanos. El agente estatal, para colmo, disparó en unpie a su compañero de la Policía Municipal. Fueun accidente, por supuesto. Además del impacto debala en el pie, el agente local presentó cortes enuna mano. Por su parte, el otro funcionario fueingresado en el hospital con lesiones de armablanca en un hombro. En cortas distancias y ensituaciones no entrenadas y asimiladas, por serformados los policías bajo planes deentrenamiento desfasados y arcaicos, solamentepueden pasar cosas como estas. Se adiestradébilmente, en base a una irrealidad. Lo que

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siempre ha de ser asumido y divulgado entre losprofesionales de la seguridad, incluso entre losmás instruidos, es que rara vez no consiguelesionar o matar quien a distancias cortas o muycortas ataca con un arma blanca (entre distancia decontacto y siete metros). El agresor resultó ser unapersona con abundantes antecedentes por todo tipode delitos, contra el que existía una orden debúsqueda y presentación interesada por un juzgadode Valencia. Otra unidad del CNP fue la que loapresó finalmente, no sin antes alcanzarlo con undisparo de 9 Parabellum en una rodilla. Inclusoestando herido por un proyectil consiguió correrpor espacio de bastantes metros.

Por cierto, cuando estos dos sucesos rescatadosy fechados se produjeron, en algunos programas deradio y televisión se llegó a reclamar para lospolicías el uso de armas de pulsos eléctricos,como el Taser. Casi se aseguraba que estassituaciones siempre deben ser resueltas con estosmedios. Decir eso y defender tal teoría no hace

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más que reforzar la tesis arcaica y errónea de queal armado con un cuchillo no se le puede dispararnunca, incluso si a corta distancia ya estáatentando. El Taser existe, entre otras cosas, paraser empleado antes de que se produzca el ataqueletal. Ahí es cuando hay que usarlo, si es que sedispone de él y da tiempo. Una vez que la agresiónestá en marcha y prosigue, hay que detenerla concontundencia. Nadie debe dejarse apuñalarmientras un Taser llega a la escena en la cintura deun operador (policía habilitado para usar estaherramienta). Hay muy pocos Taser en servicio yalgunos cuerpos no tienen ninguno asignado a susunidades de radio-patrulla (caso del CNP, presenteen estos dos sucesos). Por cierto, los que exigieronque se emplearan armas de descargas eléctricas yno de fuego, son aquellos mismos que cuando sí sehan empleado los Taser, o algo similar, hancriticado su uso.

También en este capítulo se presentó la casiomnipresente circunstancia de la sobrepenetración

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del blanco: proyectiles que tras penetrar en elcuerpo lo abandonan conservando todavíacapacidad lesiva. En este incidente ocurrió conuno. Esto es especialmente peligroso en entornosurbanos —es el caso—, casualmente aquellosdonde los policías prestan la inmensa mayoría desus servicios de seguridad ciudadana.Precisamente el funcionario recuerda que cercadel punto en el que se produjo el suceso habíacuatro civiles, todos ellos ciudadanos particularesajenos a la actuación de la Policía. El exceso depenetración supuso un potencial riesgo lesivo paraestos viandantes (se tienen documentadosnumerosos casos, algunos de ellos mencionados enla primera introducción de este volumen). Lamunición empleada fue la más ampliamenteextendida en España para funciones policiales,semiblindada.

Una de las más recientes sentencias judicialesen las que de forma clara y evidente se reflejan losriesgos del exceso de penetración, es la que dictó

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en junio de 2013 el Tribunal Supremo (TS),respecto a hechos acaecidos en la provincia deCádiz el 17 de marzo de 2008. Aquel día laGuardia Civil del Puerto de Algeciras fueinformada de que un coche circulaba por elinterior del puerto con varios ocupantes varones,de origen árabe, que habían hecho ostentación deun arma corta de fuego durante una disputa detráfico con otro usuario de la vía (un trabajadordel puerto). Ante tal comunicado, variasdotaciones de la Benemérita se activaron ytrataron de localizar a los sospechosos. Cuandoesto se consiguió el automóvil estaba intentandoabandonar el recinto portuario por uno de los tresaccesos que existían en aquel momento. Ademásde impedir la salida del recinto con la presenciafísica de agentes, pistola en mano, algunospatrulleros persiguieron a quienes huían a granvelocidad. La tentativa de fuga se prolongó durantebastante rato, pues fue recorrido casi todo elpuerto desde la zona norte a la sur, pretendiendo

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encontrar los perseguidos otra opción de salida.La conducción evasiva incorporaba, según laresolución judicial, «maniobras violentas defrenadas, aceleraciones y embestidas contra losagentes».

Cuando un miembro del dispositivo le dio elalto en el último control de acceso, en este caso ensentido salida, el conductor del turismo arremetiócontra él, momento en el que otro guardia de losque iba en persecución efectuó cuatro disparos consu pistola reglamentaria. El primero lo realizóintimidatoriamente hacía arriba, al aire, y los otrostres, según se desprende de la declaración delguardia civil y de la propia sentencia, hacia lasruedas «y en la creencia de que podía portar unarma de fuego alguno de los ocupantes». Uno delos proyectiles, blindado del calibre 9 mmParabellum, penetró en la carrocería por elmaletero, atravesó el respaldo del asiento delconductor, un marroquí de veintidós años de edad,y se detuvo en el cuerpo del mismo provocándole

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la muerte.El recurso ante el TS lo interpuso la familia del

finado, considerando que la repetición de losdisparos, cuatro en total, evidenciaba ánimo dematar. El funcionario que produjo la muerte yahabía sido absuelto el 31 de mayo de 2011 por laAudiencia Provincial de Cádiz, de un delito dehomicidio imprudente. Este tribunal consideró que«la situación de alerta por terrorismo islámicojustificaba que el agente disparara para frustrar sufuga». Este tribunal entendió, al igual que elórgano provincial, que los disparos fueronclaramente destinados a las ruedas, no viendo «elmenor atisbo de intención de matar». En este casose pone de manifiesto que no siempre acertamosdonde queremos. Aquí se disparó a las ruedaspero las balas acabaron más arriba, como quedóacreditado durante la celebración del juicio oral,según las dos resoluciones absolutorias. Estacircunstancia no es anormal, nadie puedegarantizar nunca el acierto de sus disparos, menos

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aún cuando los actores están en movimiento y bajouna importante tensión anímica. A veces es difícilapuntar, cuando no imposible, y la posibilidad deque se produzca un rebote siempre hay que tenerlapresente.

Quiso la fortuna que en el episodio que nosocupa desde el principio, ninguno de los civilesque deambulaban en las cercanías de la escena delincidente (cuatro personas en total) fuesealcanzado por la Policía. Esto pudo producirse porimpacto directo tras el exceso de penetración, opor rebote del proyectil o de algún fragmento delmismo.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

A lo largo de mi trayectoria profesional me heencontrado con una característica recurrente delcomportamiento humano que, pudiendo en supresentación extrema llegar a ser patológica,

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representa una forma habitual, aunquedisfuncional, de tratar de resolver los conflictos ycontradicciones internas que nos encontramos trashaber realizado una determinada acción.

Esta característica suele emplearse paraconvencer y convencernos de que el curso de laacción que hemos tomado ha sido el correcto. Laracionalización funciona de tal manera y con talfuerza que puede resistir incluso los argumentosmás sólidos en contra de nuestra posición. Estemecanismo justificativo de nuestras intervencionesse enmarca en lo que conocemos en psicologíacomo distorsiones cognitivas, es decir, manerasdisfuncionales que empleamos para interpretar larealidad. Todos nosotros podemos entonar un meaculpa, ya que, sin lugar a dudas, seguro que hemosempleado la racionalización en bastantesocasiones.

Algunas situaciones y experiencias puedencausar tanta angustia y/o culpabilidad al sujeto,que éste trata de encontrar una explicación

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racional y justificativa a lo ocurrido. Laracionalización también es una forma de negar larealidad pues, con su argumentación, el individuointenta dejar a un lado los aspectos más dolorosos,vergonzantes, etc., de la realidad vivida. Decimosque la racionalización es un mecanismo desolución disfuncional porque supone unadistorsión de los hechos para hacerlos menosamenazantes. El sujeto da excusas solamente parajustificar sus acciones ante los demás,probablemente a sabiendas de que se haequivocado, pero no dejando que su ego acepte elerror.

Ya se ha comentado antes que todos utilizamoseste mecanismo de defensa en numerosasocasiones a lo largo de nuestras vidas. Esta formade responder se convierte en patológica cuando seemplea profusamente para levantar defensas y noreconocer ninguna equivocación, convirtiendo elloen un rasgo estable de la personalidad, causandoun importante malestar en las personas que nos

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rodean.Negar la mayor —que diríamos en tono

coloquial— a pesar de todas las evidencias encontra, define el comportamiento de quien empleala racionalización. En la presente historia, unpolicía es atacado por un sujeto mentalmenteenfermo que, además, había consumido algunasdrogas, aunque estos datos no los conocían los dosagentes que intervinieron en primera instancia.

Respecto al curso de la agresión, el agenteverbaliza haber experimentado tensión, estrés,miedo y ansiedad. Se defiende como puede con sudefensa, salvándose por los pelos. En ningúnmomento durante la confrontación se plantea laposibilidad de emplear su arma de fuegoreglamentaria. Consideró su empleo comodesproporcionado en relación a la agresiónrecibida.

Su compañero no tuvo tantos miramientos y,recibiendo un ataque de entidad similar, disparódos veces a zonas “no vitales” del agresor,

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haciendo blanco en ambas ocasiones. Los dosfuncionarios se sintieron igualmente amenazados,pero solo el segundo consideró proporcionado elempleo de la pistola en aquellas circunstancias. Ydespués la Justicia le dio la razón.

Aquel día, la situación a la que tuvieron queenfrentarse los dos patrulleros debió de serextremadamente tensa. Una mujer de edadavanzada estaba herida y había que ocuparse deella, pero en la escena se encontraba un hostildispuesto a llevarse por delante todo lo que semoviera. El agente que no empleó su arma defuego defendió en todo momento su actuación ydecisión. Opina que lo correcto fue no utilizar lasbalas porque no lo vio como una respuestaajustada a derecho, a tenor de la agresión (lo quesupone, implícitamente, que su compañero actuóde forma incorrecta). Además, asegura que deencontrarse en el futuro en una situación similar,actuaría exactamente de la misma forma. Parareforzar su aserto, refiere que otros agentes

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apoyaron su punto de vista (recibió el apoyo deterceros).

Podemos asegurar, teniendo en cuenta loexpuesto, que si este policía tiene en el futuro laoportunidad de enfrentarse a una situaciónparecida, solamente saldría airoso gracias a sucompañero y a su acertada y rápida decisión deemplear el arma.

Si analizamos las características del incidentenarrado, podemos sacar algunas conclusiones quenos ayudarán a entender la cadena de decisionesque tomó el primer agente. No se llevó a cabo unacorrecta evaluación del contexto. Una mujermalherida en el suelo nos debe poner en alerta deque el sujeto que buscamos es violento y quecarece de escrúpulos, como demuestra el hecho deno haber tenido ningún miramiento con que lavíctima fuese una anciana. Se localiza a unapersona sentada muy cerca del portal. Este merohecho ya debió de haber hecho saltar todas lasalarmas del policía. Un sujeto sentado entre dos

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coches, a muy poca distancia del lugar de laagresión, es un elemento extraño en el contexto.¿No era suficiente sospecha como para estarprevenido por si surgía la necesidad de emplear elarma reglamentaria? Y después de salvarse por lospelos e intervenir su compañero (al que tambiénacorralada el agresor), ¿no le pareció unainformación relevante a sumar a la anteriormenteproporcionada por la propia escena? Afirma queposteriormente a esta actuación ha vivido algunassituaciones que hubieran justificado el uso delarma de fuego, pero que no disparó en ninguna deellas. Todo esto nos lleva a una pregunta, ¿estepolicía realmente necesita portar una pistola?

Nunca sabremos las razones que aquella nocheaconsejaron al agente no emplear su arma, aunquepuedan lanzarse una serie de hipótesis de difícilcomprobación. Sin embargo, sí sabemos que consu intervención pudo poner en peligro su vida y lade su binomio.

Una de las características más destacadas de

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los delincuentes que padecen algún tipo deenfermedad mental (como la esquizofrenia) es sucomportamiento imprevisible y errático. Estaspersonas suelen padecer síntomas muy intensos,como las alucinaciones auditivas (escuchar vocescon contenido muy negativo y angustiante) o losdelirios (que se ha tramado un complot en contrade ellas para hacerles daño o que les persiguen).

Cuando nos encontramos ante un individuo conesta enfermedad, debemos tener siempre bienpresente que estamos frente a alguien que estálidiando con sus voces, sus paranoias y susmiedos, al mismo tiempo que se comunica connosotros. Las voces que escucha en su cabezapueden estar ordenándole que no nos haga caso oactuar contrariamente a nuestras indicaciones. Enocasiones, su estado mental es tan caótico queapenas consiguen articular palabra en situacionesde estrés intenso. Recordemos lo ocurrido en elcapítulo seis de esta obra. Varios policíasencañonaron a un sujeto armado con un cuchillo.

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Se le conminó a deponer su actitud y a entregar elarma, pero el agresor en ningún momento contestóa los agentes, ni intercambió con ellos palabraalguna. ¿Es normal/habitual que un delincuente quese ve frente a varios funcionarios armadosentregue su cuchillo, sin antes hacer algúncomentario? Este comportamiento ya deberíaavisarnos de que estamos ante una persona que nose comporta de forma normal.

Si sus síntomas dominantes tienen que ver conel hecho de ser perseguido, de que alguien hatramado algo para hacerle daño, entonces nuestrapresencia armada lo único que hará será confirmarsus temores, poniéndolo a la defensiva. Laspersonas con esquizofrenia no suelen ser avezadosdelincuentes. La propia naturaleza de suenfermedad hace que se comporten de formaimpulsiva, sin mucha planificación previa.Interrumpir la toma de medicación de formaregular hace que la sintomatología se agudice: lasalucinaciones y los delirios se vuelven más

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intensos. Si el sujeto ha consumido alcohol odrogas, esta combinación se vuelve explosiva y lepuede hacer perder el poco control que lequedaba. En estas circunstancias, elcomportamiento se vuelve todavía más errático yviolento.

No debemos, sin embargo, llegar a laconclusión de que las personas con unaenfermedad mental como la esquizofrenia son, porsu propia naturaleza, agresivas y violentas. Enabsoluto. No se puede estigmatizar a este colectivopor el hecho de padecer una discapacidadpsiquiátrica. Solo una pequeña proporción de laspersonas que padecen esquizofrenia se comportande forma agresiva y ello suele ser debido a undeficiente seguimiento del tratamiento.

El adiestramiento policial no suele contenerpreparación específica sobre cómo afrontarsituaciones en las que se ven implicadas personascon este tipo de patologías. Existe un grandesconocimiento sobre este tema, lo que puede

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desembocar en actuaciones poco eficientes.

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CAPÍTULO 9

LA VIDA SE ME ESTABAESCAPANDO

El verdadero valor consiste en prever todos lospeligros

y despreciarlos cuando llegan a hacerseinevitables.

FÉNELON (1651-1715)Escritor y teólogo francés

Durante la prestación de un servicio de radio-patrulla en el turno de mañana de una de lasciudades más turísticas del país (entre ciento diezy trescientos cincuenta mil habitantes, según laestación del año), una dotación policial compuestapor dos agentes fue comisionada a fin de que

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pasara por el taller de vehículos del Cuerpo. Laorden dada por la Sala de Transmisiones decía quedebían recoger un vehículo oficial para trasladarloa sede policial, lo que implicaba que la pareja depolicías se debía dividir y regresar por separado ala base (cada uno con un coche). Como quiera queel domicilio de uno de los funcionarios seencontraba en la ruta de regreso al cuartel, estepolicía de treintaitrés años de edad y once deservicio se desvió unos metros hasta su vivienda,una vez finalizada la recogida en el tallermecánico. El objetivo era depositar allí unosenseres personales que llevaba consigo desde queinició del servicio.

Cuando ya estaba abandonando la moradafamiliar, su binomio, que iba hacia la comisaría enel vehículo retirado de los talleres del parquemóvil, le participó que se había producido untiroteo y que una de las partes había huido en unvehículo turismo de determinada marca, modelo ycolor. Significar que la comunicación entre los

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policías se efectuó mediante telefonía móvil, dadoque las vías de radiotransmisión estaban averiadasy producían interferencias que entrecortaban loscomunicados. De hecho, todos los equipos detransmisiones fueron completamente renovados undía después, estando proyectada esta medidadesde hacía algún tiempo.

Informado de la perpetración del tiroteo, elfuncionario que había traspuesto hasta su casa yaestaba cerca de la incorporación a la autovía paradirigirse al cuartel, cuando se percató de lapresencia de un vehículo estacionado que podríaser el que anteriormente le fue participado(coincidían todas las características). El coche encuestión se hallaba bajo un gran ficus, motivo porel que el agente no podía comprobar, desde suposición, si tenía ocupantes en el interior (loimpedía el efecto de la sombra que proyectaba laplanta). La novedad la comunicó al resto deunidades móviles en servicio y pidió refuerzos.Debido a que el funcionario todavía albergaba

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dudas de que pudiera tratarse del vehículobuscado, optó por acercarse con el suyo paraanular, llegado el caso, una llamada de alertainnecesaria que hubiera movilizado a muchoscoches patrulla (treinta en ese momento. Eralunes). Una distancia de cinco metros separaba alagente y al coche sospechoso, cuando elfuncionario pudo observar que dentro del mismohabía dos varones que pasaron de estar agachadosen el interior del turismo a incorporarse y sentarsede modo normal. Ante tales hechos, el policía, queya estaba pie en tierra, ordenó a los sujetos queabandonaran el vehículo de uno en uno y con losbrazos en alto. Las indicaciones policiales fueronefectuadas en tono de voz elevado, con autoridad yrotundidad. Las dos personas que se encontrabanen el interior del automóvil comenzaron a gritarsela una a la otra como si estuviesen discutiendo,pero abrieron las puertas del coche e iniciaron elcumplimiento de las legítimas órdenes del agente:asomaron las manos fuera del coche.

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En el justo instante en que al primero de losocupantes del turismo se le ordenaba quedescendiera (conductor), un vehículo conducidopor una mujer hizo acto de presencia en el lugar.La conductora, que además trasladaba a un bebé enel asiento delantero con la pertinente sillahomologada, se detuvo en la mismísima escenapara observar lo que estaba sucediendo. Ante talsituación y en evitación de riesgos para aquellaciudadana y su hijo, «me giré y fijé la atención enella, le grité que abandonara la zona. Se habíaparado muy cerca de mí. Por hacer esto perdí devista a los sospechosos y me costó muy caro».

Aprovechando la circunstancia anterior, elvarón que ocupaba el asiento del conductorabandonó el coche a la carrera con los brazos enalto. El policía pudo detectar la presencia de unarma corta en la cintura del pantalón del evadido.El funcionario admitiría, a la postre, que no podíaconcluir si se trataba de una pistola o un revólver.«Solamente visualicé un riesgo y eso era lo que

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recordaba sin mayor precisión». Visto lo anterior,el agente se volvió para poder obtener un mejorcampo de visión sobre quien, sin duda, se estabaconvirtiendo en un claro rival de confrontación.Culminado el movimiento, el policía quedóencarando su pistola Walther P-99 del calibre 9mm Parabellum hacia el sospechoso. Empleó laposición Weaver, la técnica que siempre entrenabaen la galería de tiro. No disparó: «No detectéintención de abrir fuego contra mí, así que fuiprudente y no apreté el gatillo». Todo lo expuestofue aprovechado por el segundo ocupante delturismo que, aunque tenía ambos brazos asomadosfuera del coche y la puerta delantera abierta,consiguió introducir la mano izquierda dentro delvehículo y asir un arma de fuego. Inesperadamente,este segundo delincuente abrió fuego con una manoa solamente cuatro metros de distancia del agente—el policía había avanzado unos pasos sobre ladistancia que tuvo al principio—. Tan pronto oyóla primera detonación, el uniformado supo que

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había sido alcanzado. Lo sintió claramente. Deinmediato respondió con su arma reglamentaria sinnecesidad de tener que alimentar la recámara(condición dos). Se desató un intenso tiroteo entreambos. «Aún conservo algunos claros recuerdosdel modo en que el tirador huía y disparaba a lapar». En este caso, igual que en el anterior, elagente tampoco pudo determinar qué clase de armacorta tenía ante sí. «Posteriormente supe que fueusado un revólver, pues en la escena no se hallóvaina alguna durante la inspección oculartécnico-policial realizada».

La otra persona, la que había abandonado ellugar corriendo con un arma en la cintura, detuvosu carrera a cincuenta metros de la escenaprincipal. Allí recogió otro vehículo quepermanecía estacionado para ser empleado comocoche de seguridad y fuga. Ambos delincuentesconsiguieron introducirse en el nuevo vehículo einiciaron la huída definitiva. En ese momento elpolicía efectuó un cambio de cargador en su arma

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por agotamiento de la munición y pidió apoyourgente a través del maltrecho radiotransmisor. Enla petición de refuerzos comunicó que seencontraba herido de bala, algo que supo desde elprimer instante. Acababa de comunicar lo ocurridocuando el coche, con ambos pistoleros a bordo, sedirigió a toda velocidad hacia él. El policíaocupaba la única salida del lugar: un punto depaso obligado. Para no ser arrollado, elfuncionario debió apartarse a un lado de lacarretera, pero consiguió vaciar otro cargadorsobre sus asaltantes.

Manifiesta y precisa el protagonista: «El queiba sentado como acompañante fue el que medisparó. Cuando me embistieron pude verclaramente que había encogido todo su cuerpopara esconderse debajo del salpicadero delcoche. Pretendía ofrecer el menor volumen yblanco posible mientras yo disparaba el segundocargador». El agente se desvaneció acto seguido.Fue atendido, in situ, por aquella señora a la que

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segundos antes le había ordenado que abandonarael lugar.

Minutos después hicieron acto de presenciaotros policías que comenzaron a hablarle y areanimarlo. Más tarde, en una ambulancia nomedicalizada, se realizó un accidentado trasladohasta el hospital: «La ambulancia deemergencias, con enfermero, médico y mediosreanimadores, estaba siendo empleada en elescenario en el que mis homicidas habíantiroteado y medio matado a otra persona. A míme recogió una ambulancia de la Cruz Roja,dotada exclusivamente de una camilla y unconductor voluntario que descendió con unmaletín en las manos; uno de esos que llevatiritas y agua oxigenada para curas menores. Alfinal, otro policía me acompañó durante eltraslado. Tuvo que sujetar la camilla para que nome cayese, pues si no me mataba el tiro lo haríaun porrazo allí dentro. Rápidamente meintervinieron en quirófano. La operación duró

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diez horas y permanecí ingresado en la Unidadde Cuidados Intensivos (UCI) durante veintiúndías».

Los dos presuntos criminales fueronidentificados y detenidos tiempo después, aunquela causa judicial está archivada a día hoy por faltade pruebas. Resultaron ser extranjeros, ambos dela misma nacionalidad. En el momento de ocurrirlos hechos contaban con cuarentainueve años deedad el conductor y treinta el tirador. Pertenecían auna organización mafiosa establecida en la zona yhabían cometido un presunto delito de homicidioen grado de tentativa sobre un compatriota, cuandose toparon con este policía. Tenían un ampliohistorial delictivo en España y en su país deorigen: tráfico de drogas, extorsión y estafa. Unode ellos, el mayor, había pertenecido a la másprestigiosa unidad militar de operacionesespeciales de su nación. Según manifestó elpolicía antes de conocer ese dato, el tipo que ledisparó parecía tener experiencia o entrenamiento

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previo, «se movía y disparaba a la vez y lo hacíacon cierta técnica delatadora de experiencia encombate. Lo que estaba claro es que había sidobien adiestrado. Protegía su rostro y mientras sedesplazaba hacia el segundo coche dirigía elarma en mi dirección, sin dejar de dispararme.Eso sí, los cinco disparos que efectuó de esemodo fueron, por suerte, muy imprecisos. Algunostiros acabaron en el asfalto muy cerca de micoche patrulla e incluso en uno de losneumáticos. La primera bala que me disparó fuela que me hirió».

Después de que los pistoleros consiguieranalejarse del lugar del tiroteo, el coche de huida selocalizó abandonado y fue intervenido comoprueba para su análisis científico: presentabanumerosos impactos de bala. Cerca del punto en elque fue hallado el automóvil, también seencontraron dos pistolas Baikal del calibre 9 mmMakarov, de origen ruso, un silenciador para unade las pistolas y un revólver Smith & Wesson del

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calibre .357 Magnum, fabricado en EstadosUnidos. Estas armas estaban depositadas en elinterior de un contenedor de residuos sólidosurbanos, es decir en un bidón de basura de los quese diseminan por las vías públicas. Las recámarasdel revólver (tambor) contenían seis vainaspercutidas del calibre .38 Especial, municióncompatible en los revólveres del otro calibre(.357), pero no a la inversa. No apareció, sinembargo, la pistola de 9 Parabellum empleada enla tentativa de homicidio que ese mismo día sehabía llevado a cabo sobre el civil, en el ajuste decuentas.

Recuerda el policía: «En la memoria perdímuchas partes del suceso, pero las recuperé pocoa poco con el tiempo. Sufrí psicosis de UCIdurante mi estancia en cuidados intensivos.Tuvieron que inmovilizarme en la cama, ante micomportamiento irracional y violento.Temporalmente padecí alopecia, que segúndijeron los médicos fue debido a la elevada

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segregación de adrenalina. Las heridas fueron deextrema gravedad. Tengo que dar gracias a Diospor estar vivo».

Desde el primer instante el agente fueconsciente de la gravedad de los hechos a los quese estaba enfrentando. Cuando le dispararon y sepercató de que había sido alcanzado, comprendióy asumió que podía estar perdiendo la vida. Estohizo que echara hacia fuera toda su rabia, «medefendí con todos mis medios para intentarneutralizar a los atacantes. Cuando huyeron fuiconsciente de que me moría, llegando a aceptar,incluso con cierta tranquilidad, el hecho de quela vida se me estaba escapando». Según testigospresenciales, cuando él se sintió agonizando ycreyó que todo se estaba acabando, pidió a lamujer que lo estaba atendiendo que le dijera a suesposa que la quería. El agente, sin duda, pensóque había llegado su fin.

Fue alcanzado por el primer disparo que contraél se efectuó, pero el delincuente vació

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completamente el tambor de su revólver endirección al policía: seis disparos en total. Elfuncionario tiró en veintiocho ocasiones, teniendoque recurrir a un cambio de cargador tras agotarlos quince cartuchos del primer depósito. Elrecorrido del proyectil en el interior delorganismo del agente fue muy amplio y conorificio de salida. La bala cruzó literalmente elcuerpo de lado a lado, de costado a costado,describiendo una trayectoria levementeascendente. El orificio de entrada estaba en el ladoizquierdo, afectando el proyectil en primer lugar aese pulmón y después al hígado, estómago,diafragma y pulmón derecho, que fue por donde laojiva acabó abandonando el cuerpo.

La posición de tiro que el policía empleó era laque siempre entrenada cuando disparaba a dosmanos, la Weaver. La técnica fue adoptada antesde que se produjera la detección del arma con laque le atacaron. Tal posición propició, alencontrase el agente enfrentado a su amenaza,

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aquella prolongada cavidad permanente en elcuerpo. Desde entonces nunca más ha vuelto autilizar esa plataforma de tiro —técnica asimétrica—. No obstante, es sabido, y así lo expresa estefuncionario, que «de haber tenido puesto elchaleco antibalas usando la Weaver, el proyectilhubiese podido penetrarme el cuerpo. Estándocumentados numerosos casos de impactos queentraron por la zona de la sisa del chaleco, quees la parte normalmente más débilmenteprotegida. También conozco sucesos en los quelas balas alcanzaron la axila, por hallarse éstadesprotegida por la armadura en el instante deelevarse el arma a la altura de la cara paradisparar». Se da por hecho que los delincuentesno fueron alcanzados por ninguno de los casitreinta proyectiles tirados por el policía, a no serque portaran chalecos de protección balística,cosa más que probable pero nunca constatada.

Pese a que fue reconocido con la Medalla deOro del Ayuntamiento de la ciudad y la Medalla al

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Mérito Policial de la Comunidad Autónoma, elagente siente que no ha recibido el suficienteapoyo institucional. Más bien cree que fue escasoy deficiente: su propio Cuerpo no le concediódistinción alguna.

Nunca tuvo problemas de sueño más allá de losprimeros y lógicos días de intensa medicación.Tampoco recibió tratamiento psiquiátrico, pero enuna ocasión acudió a un profesional del ramo queno le proporcionó más que malestar: «El doctorno dejaba de mirar su reloj como si quisieraacabar pronto. ¡Ah! y además pretendíamedicarme sin ni tan siquiera oírme. Permanecíde baja médica durante seis meses, pero debido alas secuelas que sufrí la Seguridad Social medeclaró “trabajador incapacitado permanente engrado de parcial”». Esta situación administrativale permitió seguir ejerciendo la profesión, aunquecon ciertas limitaciones físicas, es lo que antes sellamaba en algunos cuerpos «apto conlimitaciones». Tras su incorporación al trabajo fue

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recolocado como instructor de tiro de la plantilla(casi cuatrocientos funcionarios).

El agente considera que el día de autos poseíauna aceptable formación técnica en materia de tiroy armamento. Entrenaba de forma continua con susarmas, las reglamentarias y las personales, perocasi siempre lo hacía en horarios ajenos alservicio. Era, y es, un gran aficionado al tiro contodo tipo de armas de fuego. Añade: «Teníamosmucha suerte, en esa época gozábamos de laentrega de un instructor muy comprometido conla formación. Era también armero y un grantirador de recorrido de tiro. Con ese hombreentrenábamos cuatro veces al año, consumiendoveinticinco cartuchos por convocatoria. Untiempo antes la cosa estuvo incluso mejor:durante varios años tiramos la misma cantidadde munición todos los meses. Solía ejercitarme ensupuestos de enfrentamientos a distancias cortas,respondiendo con descargas a una sola mano».

Aunque inició su defensa disparando a dos

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manos desde la plataforma Weaver, algunosdisparos los efectuó con una sola y en movimiento,desplazándose. Sus primeros tiros, según acreditael estudio balístico que realizó la Unidad dePolicía Científica, impactaron en la zona baja delcoche e incluso en el asfalto. Como el propioprotagonista admite, el primer cargador vaciado«fue de pura y total supervivencia». En su menteaún retiene la imagen de miedo que reflejaba elrostro de su atacante, pero con cierta ironía ysorna dice: «¡Habría que ver qué cara tenía yo!».Recuerda que los últimos tiros los materializó ados manos y tomándose cierto tiempo para tratarde alinear los elementos de puntería de su pistola.Esto ocurrió cuando ya los agresores huíandefinitivamente y aceleraban el coche hacia él. Adía de hoy cree que su competencia en la materiaes mucho más alta y sigue practicando. Tanto enaquella fecha como en la actualidad, «siempre voyarmado aunque no esté trabajando».

Pese a que el Cuerpo dotaba de chalecos de

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protección balística a los agentes, el protagonistade este episodio no lo llevaba colocado.Rocambolesca circunstancia: en el vehículopolicial había dos de estas prendas, pero sus tallaseran muy grandes y no servían a toda la plantilla.Un plus de casualidad: el funcionario era poseedorde hasta tres de estas prendas de protección. Eranregalos de varios amigos y ninguno de ellos eradel tallaje apropiado. Por comodidad no losusaba, uno por su excesiva rigidez y los otros porsu enorme tamaño. Aquello marcó un antes y undespués para toda la plantilla, en lo concernienteal uso de protecciones balísticas. En la actualidadeste policía posee dos armaduras confeccionadas amedida, una interior y otra exterior. Muchaspersonas, casi todas policías, le preguntaron quése sentía al recibir un tiro. Aún le planteancuestiones al respecto. Él manifiesta que notó ungolpe seco en la zona costal, «era como si mehubieran pinchado con un dedo en las costillas.Sentí calor, como si me quemara». Durante este

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estudio indagatorio y en otras ocasiones, el policíaha reconocido que pudo disparar antes y ademásdesde una posición ventajosa. Obviamente no lohizo. «El hecho de ser policía pesaba como unalosa. Tenía que hacerlo bien y ajustándome aderecho». El reproche judicial, a una mala praxis,está siempre presente en la conciencia de quienespasan por situaciones que requieren del empleodel arma.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

El policía que protagoniza esta acción fueherido por una bala, si bien fueron seis las que ledispararon. Pese a que el agente aún no habíadetectado arma alguna a los sospechosos, tomó laacertada decisión de encañonarlospreventivamente, pero incluso así no pudo

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dispararles a tiempo y con precisión. Más todavía.Aunque la distancia de tiro entre ambas partes fuede no más de cinco metros, los primeros disparosdel funcionario no alcanzaron ni tan si quiera elcoche de los homicidas. Impactaron en el asfalto.Tiros bajos.

El razonamiento de por qué los disparos sefueron excesivamente hacia bajo podríaencontrarse en la propia fisiología humana. Elpolicía tenía su pistola encarada en dirección a laamenaza: enfrentada o presentada ante su rostro.Pero cuando realmente detectó un riesgoinminente, su cerebro le ordenó al sentido de lavista la captación de mayor información alrespecto, a fin de poder tener más datos y optar auna mejor respuesta defensiva. Así pues,instintivamente el funcionario, sin que él lodeterminara y advirtiera a tiempo, tuvo quedespejar su campo de visión apartando sus manosy arma (interferían a la visión). La naturalezadirigió aquellas manos hacia abajo para despejar

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el campo visual y por ello los tiros acabaron en elsuelo. Contra la fisiología no se puede luchar, lanaturaleza manda. Pero algunos efectosfisiológicos quizá podrían retrasarse brevemente,si se está altamente instruido.

La respuesta no fue cognitiva, no hubo tiempode meditarla. Se respondió súbita yemocionalmente ante una evidente acciónantagónica. La información captada por el sentidode la vista fue remitida al tálamo, que a su vez ysin pasar por la corteza cerebral (sí lo hace ensituaciones emocionalmente estables) la mandó ala amígdala cerebral. El tálamo es una estructuraneuronal situada en el centro del cerebro, queorganiza los estímulos percibidos (organiza lainformación que recibe). Organizadas laspercepciones, éstas llegan a la amígdala, que es unconjunto de núcleos de neuronas que tienen pormisión establecer una respuesta y ordenar suejecución. En definitiva: ante supuestos deemergencia y supervivencia, la amígdala «recorta»

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los tiempos para aumentar las posibilidades desupervivencia, por ello decide (función de lacorteza en situaciones pausadas) y actúa. En estoscasos el cuerpo comienza a experimentar losprimeros cambios fisiológicos, incluso si la alertaresulta falsa. Santiago Ramón y Cajal, PremioNobel de Medicina en 1906, era de la opinión de«que la plasticidad del cerebro determina lo quehacemos, pero cambia según lo que nos vapasando». Según se van percibiendo estímulos, sevan contemplando nuevas opciones de respuesta.Es decir, nuestro cerebro no reacciona igual entodo momento, sino dependiendo de cuáles son losestímulos externos que recibe.

No solamente el funcionario fue brutalmente«abducido» por la metamorfosis fisiológicaautónoma, también la otra parte sufrió lo mismo.En cuanto especie animal, el criminal no dejó deser un ser humano. Él también sintió miedo y noquería ser alcanzado. Que su primer disparoprodujera un impacto perfecto, casi impecable,

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pudo deberse a varios factores. El primero es, sinduda, que él llevaba la iniciativa. Fue el primeroen abrir fuego. Cuando presionó el disparador delrevólver todavía no había recibido fuego hostil, loque naturalmente le permitió mantener una mayortranquilidad y capacidad para dirigir su disparo.Quién sabe si incluso apuntar. Pero nunca hay quedesdeñar una cosa: a veces el azar se impone atodo lo demás. A esto hay que sumar que el tiradorse hacía acompañar de quien poseía vastaexperiencia real e instrucción, dado que su partnerperteneció a una reputada unidad militar derenombre mundial.

Se puede intuir que el veterano adiestró a sucompinche, toda vez que este era policialmenteconocido por un alias que, a todas luces, indicabaque era muy hábil manejando armas de fuego (nose refirió este dato en la narración del suceso). Sise está bien entrenado y se disfruta de la opción deiniciar la acción, se juega con «cartas marcadas».El hecho de moverse y desplazarse mientras se

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dispara, puede obedecer a una respuesta entrenadao al propio sentido común adaptativo y afán desupervivencia. No obstante, solamente un disparosuyo estuvo bien colocado, el primero. El resto,seguramente porque el agente respondiócontinuamente con su pistola, fueron bajos al igualque los iniciales de la respuesta del agente de laautoridad. Habría que buscar el motivo en lamisma causa dada en párrafos anteriores. Elpolicía incluso recuerda la cara desencajada delcriminal, durante el intercambio de tiros.

El funcionario era aficionado a tirar con todotipo de armas de fuego y de hecho entrenabafrecuentemente en la galería. Posteriormente seconvertiría en instructor de tiro del Cuerpo. Estopuede explicar cómo pudo agotar el cargadorprincipal del arma, efectuar un cambio ynuevamente vaciarlo sobre los atacantes, inclusoestando herido de gravedad. Un total de veintiochobalas salieron del arma del agente. Así y todo, noalcanzó ni al agresor ni a su acompañante. Aunque

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las evidencias tomadas en el lugar de los hechosrevelaron que numerosos proyectiles habíanpenetrado en los dos coches usados por losdelincuentes, ninguno de ellos resultó herido. Almenos eso se conjeturó al no encontrarse en elinterior de los automóviles restos de sangre.Posiblemente los mafiosos hacían uso de chalecosde protección balística, circunstancia siemprecontemplada que oficialmente nunca se pudoconstatar.

En este capítulo, como en casi todos los de laobra, un proyectil abandonó el cuerpo impactado.Nuevamente existió orificio de entrada y salida. Lasobrepenetración se produjo, como casi siempre,con un proyectil convencional, semiblindado eneste caso. Aunque ahora no ha sido la Policíaquien ha producido tal exceso de perforación consus balas, merece la pena volver a referirlo, puesla munición usada por estos delincuentes es de lamisma naturaleza y calibre que la empleada pormuchos cuerpos de seguridad. Se da la

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circunstancia de que el funcionario era dueño deun físico de gran envergadura: un metro conochentaisiete centímetros de altura y ciento diezkilogramos de peso, lo que significa que aquellabala cruzó un buen número de centímetros dentrodel cuerpo, afectando de ese modo a numerososórganos. Pese a lo anterior, la punta no se detuvo yabandonó la piel del policía. Por suerte no lesionóa nadie más.

El funcionario adoptó la asimétrica posición detiro Weaver, una de esas técnicas que segúndeterminados especialistas en tiro y tambiéncientíficos no son fáciles de adoptar en el curso deun enfrentamiento, una vez que se pierden ciertascapacidades motoras y psíquicas. En este caso elpolicía sí pudo usar tal técnica porque lo hizoantes de advertir que la situación era de totalhostilidad. Hay que recordar que todavía nohabían disparado contra él y que ni tan siquierahabía advertido la presencia de armas en lasmanos de los sospechosos (sí en el cinturón de

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uno). En cualquier caso, el hecho de enfrentar laamenaza en Weaver es la causa de tan extensa ylineal trayectoria del proyectil: amplia cavidadpermanente. Tal vez sea esa la causa por la que elpolicía derivó todos los principios de suentrenamiento hacia posiciones más naturales ysimétricas. Tras el suceso abandonó esta opción detiro. Destacar que cuando un tirador se protege conun chaleco exterior de alto nivel de protección,como los adoptados por las unidades especialesde asalto, las simétricas posiciones isoscélicaspresentan dificultad a la hora de ejecutarlas,siendo en estos casos más sencillo y natural elagarre en Weaver (en general esto puede ocurrircon cualquier chaleco de talla superior a la que elusuario posee).

Un despiste del agente, al descuidar la atenciónsobre el campo visual de la zona de peligro, diopie a que el delincuente disparara contra él. Elhecho de no poder realizar varias tareas a la vez,dado la tensión a la que se estaba llegando, fue lo

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que obligó al funcionario a girarse y dirigirse a laconductora curiosa que detuvo allí mismo sumarcha. Según estudios científicos, la habilidadmotora compleja que es la que permite ejecutarvarias acciones a la par, se deteriora ensituaciones de crisis al bordear o superar las 175pulsaciones por minuto. En ese estado se pierdetambién capacidad de concentración y atención,motivo por el cual el policía, incluso siendoexperto en armas, no podía recordar qué tipo dearma corta le disparó, ni tampoco de qué clase erala que se transportaba visiblemente en la cinturadel otro criminal.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Nadie mejor que este agente sabe lo cerca queestuvo de no poder contar su historia en primerapersona. Viéndose de la mano de la muerte,impregnado por ese estado de aceptación que

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dicen experimentan quienes tienen a la Parca decara, tuvo unas últimas palabras para su esposa.Una situación extrema como pocas. Pero no era sumomento ni su lugar y salió adelante. Sobreviviópara poder compartir con nosotros el relato de loque ocurrió aquel día.

Desde el mismo momento en que el delincuentedisparó su arma, nuestro policía fue consciente deque estaba herido. Todo el estrés propio de lasituación se multiplicó exponencialmente al tenerla certeza de haber sido alcanzado por unproyectil. «En la memoria perdí muchas partesdel suceso, pero las recuperé poco a poco con eltiempo», afirma el agente. Quienes lean esto sepreguntarán cómo es posible olvidar algo tanimportante, unos acontecimientos tan relevantes enla vida de cualquier persona.

Pues es posible y, de hecho, se produce conmayor frecuencia de lo que podríamos suponer.Aunque pueda parecer una afirmación dePerogrullo, la información que tendemos a retener

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es aquella a la que prestamos atención. Cadasegundo de nuestras vidas nuestros aparatossensoriales están recibiendo informaciónprocedente del interior y exterior de nuestroscuerpos. Tal cantidad de datos no puede serprocesada por nuestro cerebro, a riesgo de que seproduzca un colapso por sobresaturación. Estosignifica que mucha de la información querecibimos no sea tratada ni incorporada a nuestramemoria.

Al igual que el patrullero de esta historia,durante un incidente crítico todos centramosnuestra atención en aspectos concretos delincidente, o sea, en algún área específica, lo queconlleva reducir el interés en el resto de las áreasimplicadas. Durante situaciones de elevado estréspodemos comenzar a funcionar en modo de pilotoautomático, mientras nuestro cerebro intentaencontrar sentido a lo que está sucediendo.Evidentemente, esa será la imagen queposteriormente se retenga con más viveza,

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teniendo dificultades para recordar otroselementos no tan relevantes de la escena.

Además de la dificultad que se presenta paracentrar la atención como consecuencia de lasobrecarga sensorial, existen numerosasinvestigaciones que evidencian que el estrésintenso puede ocasionarnos problemas pararecordar lo ocurrido en una situación determinada.Este efecto indeseable se produce por laliberación de las hormonas del estrés generadasdurante un trauma intenso (la percepción deltiroteo y de ser alcanzado por un proyectil, en estecaso). Esto se conoce como Amnesia del IncidenteCrítico. Al alcanzar el corazón los 175 latidos porminuto, se incrementa la dificultad para recordarlo que la persona hizo durante la confrontaciónarmada. Bajo estas circunstancias, inmediatamentedespués del incidente crítico suele recordarseaproximadamente el 30 por 100 de lo ocurridotranscurridas 24 horas, el 50 por 100 en las 48horas posteriores y entre el 75 por 100 y 85 por

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100 transcurridas 100 horas después del suceso.Cuanta mayor sea la intensidad y el impacto del

incidente, mayor será la amnesia. Algunos factoresque incrementan el estrés y la consiguienteamnesia son la percepción de peligro y/o amenazainminente, lo repentino del incidente y el tiempodisponible para responder a la nueva situación,entre otros. Si el policía resulta herido, como es elcaso que nos ocupa, los efectos se multiplican. Laamnesia tras el suceso es todavía mayor si lavíctima pierde el conocimiento como resultado delas heridas infligidas.

Estas circunstancias hacen que se sueladesconfiar de los primeros informes que emitenlos protagonistas de hechos de esta naturaleza.Después de producirse el enfrentamiento armado,buena parte de la información todavía está en elcerebro, pero no ha sido adecuadamente procesadacomo para ser recuperada con posterioridad. Lasinvestigaciones que se han realizado al respectoevidencian la posibilidad de recuperar la

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información que se creía perdida, pero para elloes necesario disfrutar de un buen sueño reparador.Se ha comprobado que durante el sueño —enespecial durante las fases REM, MovimientoRápido de los Ojos— nuestro cerebro se ocupa dela resolución de problemas y de la solución depreocupaciones emocionales intensas. El sueño esel periodo en el que se procesa la informaciónrecogida durante el día para trasladarla a lamemoria a largo plazo.

Dormir, o sea el sueño, podría ser la maneraque utiliza nuestro organismo para desconectarse ytener la oportunidad de poder digerir toda lainformación recogida en el periodo de vigilia,para poder comprenderla y actualizarlaconvenientemente.

Cuando el policía de este relato se enfrenta a loque puede ser una muerte cierta, todo su organismose alerta para protegerlo con mayor o menor éxito.En situaciones críticas nuestro cerebro no puedeprestar atención a dos hechos relevantes al mismo

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tiempo; tiene que decidir qué elemento es elprioritario. En momentos como estos, definidospor su elevado nivel de estrés, se produce unasobrecarga sensorial al tiempo que el sujeto secentra en algún aspecto concreto del incidentecrítico, mientras pasa por alto otros. Ocurrenmuchas cosas en ese momento: un cochesospechoso, una ciudadana que se acerca a mirar,presencia de dos posibles delincuentes, emocionesdisparadas, una miríada de pensamientosentrecruzados, disparos… El funcionario no pudoprocesar toda esa información durante laconfrontación. Su cabeza era como una ollaexprés, que no le permitía ni siquiera apuntarcorrectamente hacia el objetivo, llegando adisparar en veintiocho ocasiones a una distanciade cuatro metros, errando todos los disparos(muchos penetraron en los vehículos, pero ningunoalcanzó a los atacantes). ¿Mala puntería? Enabsoluto. Como muy bien explica mi compañeroErnesto, una cosa es la práctica en la sala de tiro y

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otra muy distinta la vida real, donde no solamentedisparas, sino que te disparan.

Si la víctima no puede descansaradecuadamente o es sometida a una intervenciónquirúrgica que requiera de anestesia, ello tambiénpuede perjudicar el proceso normal derecuperación de la información. Nuestro hombreafirma que poco a poco fue recuperando lamemoria de lo ocurrido pero, ¿recordóexactamente lo ocurrido o una elaboración nomalintencionada de lo que realmente pasó?

Nos sorprenderíamos de hasta qué puntonuestros recuerdos pueden contaminarse pormultitud de factores, sin que muchas veces seamosconscientes de ello. Para no extenderme en estepunto, les remito a la lectura de un libro realmenteapasionante sobre la fragilidad de nuestramemoria, escrito por una de las grandes expertasen la materia, Elizabeth Loftus. Esta investigadoraha realizado multitud de experimentos relativos acómo recordamos las personas los sucesos vividos

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y lo relativamente fácil que resulta modificar esosrecuerdos. Pensemos en las implicaciones que estopuede tener a la hora de elaborar un atestado ocuando una persona tenga que personarse ante unjuez para declarar. Remito nuevamente al libro queaparece en la bibliografía de la presente obra.

En otro momento de su relato, el agentemanifiesta que sufrió psicosis de uci durante suestancia en la Unidad de Cuidados Intensivos(UCI) del hospital. La denominada psicosis de lauci también ha recibido otros nombres comosíndrome de la unidad de cuidados intensivos,describiendo un grupo de síntomas psiquiátricosque se producirían en el entorno de la UCI, comofluctuaciones en el nivel de consciencia, pobreorientación, delirios, alucinaciones y anomalíasconductuales, como agresión o pasividad. Sueleser de inicio rápido y es transitoria, durando entreveinticuatro y cuarentaiocho horas.

Sin embargo, la suposición de que existencaracterísticas intrínsecas al entorno de la UCI que

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puedan causar un síndrome psiquiátrico, raramenteha sido contrastada empíricamente. Lasinvestigaciones actuales sugieren que lo que seconoce como psicosis de uci presenta la mismasintomatología que un trastorno psiquiátricoclaramente definido e identificado clínicamente: eldelirio.

Los síntomas del delirio se identifican portrastornos de la conciencia, déficit de atención,trastornos del ciclo del sueño, etc. El sujeto que losufre vive una realidad totalmente ficticia que lepuede generar una elevada actividad psicomotriz.Estos movimientos descontrolados puedenaconsejar su inmovilización en la cama.

Cuando pensamos en la UCI de un hospital nosimaginamos un lugar silencioso, únicamenteturbado por el sonido de las máquinas de soportevital. Poca gente sabe que cerca del 40 por 100 delos pacientes ingresados en la UCI padecendelirios (la mal llamada psicosis de ucI). Suscausas tienen relación con las enfermedades

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padecidas por los pacientes allí tratados, así comopor la medicación administrada. No hay ningunaevidencia empírica que pueda afirmar que elambiente propio de la unidad o el estrés elevadosean las causas de los delirios padecidos por estospacientes.

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CAPÍTULO 10

ME SENTÍ SOLO

La vida consiste no en tener buenas cartas,sino en jugar bien las que uno tiene.

JOSH BILLINGS (1842-1914)Humorista estadounidense

A media mañana de un día de verano, unaunidad policial especializada en asaltos ymisiones de alto riesgo fue activada: un varónespañol, de veintitrés años, estaba atrincheradopistola en mano en el interior de un edificiopúblico. Con treintaiún años de edad y seis deantigüedad en el Cuerpo, un integrante del equipode intervención admite que al recibir las primerasreferencias del suceso que motivó la activación,sintió sensación de incertidumbre. Según todos los

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indicios el hostil podría tener rehenes y, además,ya había disparado contra un policía al que noprovocó lesiones. Buena forma de empezar lasemana, era lunes.

Durante el trasladado al lugar de los hechos,una localidad de aproximadamente sesenta milhabitantes, a treinta kilómetros de distancia de labase del equipo de asalto, «noté que las ganas derealizar alguna intervención importante seimponían al miedo que iba sintiendo. A medidaque nos acercábamos al pueblo noté como mispulsaciones iban aumentando. Me sentíainquieto. Mi cabeza era invadida por milpensamientos». Personados ya en el lugar de laoperación, el jefe de la unidad informó al equipoespecial sobre algunos aspectos de laintervención, si bien todo dato era vago oimpreciso todavía. No fue participado qué tipo dearma portaba el hostil, ni su edad, ni estadoemocional. Tampoco la descripción física delsujeto era conocida, así como la distribución

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detallada del edificio o sala en la que se estabaperpetrando aquello. Lo que sí se conocía conrotundidad era que había un único hombre armadoy que no tenía personas retenidas. Este últimoapunte parece que varió desde que en un principiofue requerida la intervención operativa: la primerallamada recibida hablaba de posibles rehenes,algo que siempre comporta riesgos extra.

Con tal información la unidad recibió la ordende prepararse para realizar un posible asalto,ataviándose los agentes con cascos y chalecos deprotección balística. Posteriormente seposicionaron para la entrada táctica. En lasinmediaciones del punto de acceso al inmuebleadoptaron la clásica formación de línea. Todoquedó listo en espera de la orden final depenetración. Aunque algunos funcionarios portabanarmas largas para la misión, el protagonista deeste episodio únicamente utilizó su pistola de 9mm Parabellum, con quince cartuchos decapacidad en el cargador. Aun existiendo en el

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Cuerpo escudos de resistencia balística ideados ydiseñados para misiones de este calado, el equipocarecía de ellos en ese instante.

«Comprobé mi equipo personal y preparé lapistola. No me podía creer que nos estuviésemospreparando para entrar en aquel matadero.Íbamos justos de medios, sin informaciónsuficiente y sin órdenes claras sobre qué hacer.Pero mantuve la compostura y no me atenazó elmiedo. Las pulsaciones me subieron bastante ycomencé a entrar en un estado como deirrealidad: me veía a mí mismo como elespectador de una película en la que yo estabaactuando. Aun así, fui capaz de pensar y mantuveel control», reconoce y confiesa.

La formación de asalto la componían cincofuncionarios, ocupando la posición «número dos»el agente que se compromete con este estudio. Enun momento dado, un policía ajeno a la unidadespecial se aproximó a la entrada de la estanciaocupada por el pistolero, abrió la puerta y arrojó

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hacia el interior un producto de consumosolicitado anteriormente por el hostigador. Comoquiera que la puerta quedó entreabierta, quienocupaba el puesto «número uno» del cordón deentrada pudo efectuar una primera ojeada delinterior. Así las cosas y tras realizar un oportunomovimiento táctico, el «número dos» tambiénobtuvo una mediana visión de la sala en la que ibaa introducirse. Finalmente, ambos policíaspermutaron el orden final de ingreso. En esasestaban cuando se oyó: ¡Adentro, adentro, adentro!Era la orden de asalto que estaban esperando.Iniciados los primeros pasos de la progresión poraquel espacio cerrado, «noté como aumentó engeneral mi agudeza sensorial. Mis sentidos ibanal ciento cincuenta por ciento y aunque meacompañaban cuatro policías más, sentí que todala responsabilidad era mía. Me sentí solo».

De inmediato el agente se percató de lo diáfanodel lugar, no encontrando fácilmente un objeto quepudiera servirle de parapeto u ocultación a él, al

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resto del grupo o incluso al propio tirador activo.En un momento dado de la incursión en aquellaamplia sala, se detectó la presencia de un varón auna distancia no superior a nueve metros. Éste seencontraba sentado tras un mostrador, «con unteléfono blanco en una mano, fijó su miradasobre mí. Yo pensé que podría tratarse de unempleado del edificio, alguien que se hubiesequedado rezagado horas antes cuando aquellocomenzó y se ejecutó la evacuación y desalojo;pero la verdad es que me extrañó que eso hubiesepodido ocurrir», sostiene el, ahora, policía«número uno» del equipo de entrada.

Cuando la distancia entre los asaltantes y aquelsujeto se redujo a entre seis y siete metros, el civilse giró sobre la silla que ocupaba, soltó elteléfono y agarró una pistola que se encontrabasobre la mesa: elevó el arma con una mano, ladirigió hacia el «número uno» y disparó una vez.«Vi el fogonazo con total claridad. Clavé mimirada sobre la boca de fuego de su pistola.

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Pensé que el proyectil podía haberme alcanzadode lleno. Rápidamente me lancé al suelo y dirigíuna fugaz mirada a mi chaleco: no pude evitarbuscar en él un impacto. Quedé parapetado trasun mostrador, de modo que desaparecí delalcance de la vista del tirador. No fui capaz decomunicarme con mis compañeros, solamentepensaba en cómo salir de aquella situación.Según pasaron escasas décimas de segundo, vicomo el sujeto se aproximaba a mi posición.Solamente veía sus piernas a través del mueble,siendo dos metros los que nos separaban en eseinstante. Escuché a mis compañeros gritar:“¡Tira la pistola, tira la pistola!”».

El resto de operadores que conformaban elequipo efectuó varios disparos contra quien ya,antes, había atacado al policía «número uno». Elagresor posiblemente tiró una vez más contra losagentes, pero la segunda vaina no fue halladadurante la realización de la inspección técnicoocular policial. En ese momento y en un acto

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coetáneo al de los demás policías, a través delmueble mostrador el agente realizó tres disparosasiendo el arma con las dos manos, desde laposición de tendido lateral. Aquellos tiros fuerondirigidos, casi en deflexión, hacia la zona que elfuncionario calculó que podría llevar latrayectoria de avance del agresor: el pistolerocaminaba en dirección a la línea policial. «Se mehan “borrado” algunos recuerdos, pero creo quecuando cesó el fuego me levanté lentamente y meacerqué al cuerpo yaciente de aquel muchacho.Posteriormente salí del local y pedí que entraranlos servicios médicos». Como resultado de larefriega el individuo recibió cuatro impactos debala que le hicieron perder la vida, si bien en totallos policías realizaron once disparos. La escenaposterior fue dantesca: compresas impregnadas desangre, guantes de látex y vainas regaban el suelo.Agentes de otras unidades y equipos sanitariosentraban y salían del lugar. «Recuerdo muchodesorden posterior».

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Más tarde, cuando se reconstruyeron loshechos, el policía «número uno» supo cómo ycuándo actuó el resto de los funcionarios de lacélula. La posterior investigación acreditó que elarma empleada por el fallecido era una pistoladetonadora (fogueo), una perfectísima imitación deun arma de fuego real. Procedente de esa pistolasolamente fue hallada una vaina, pero los agentessostuvieron que se produjo un segundo disparosiendo ese el momento en que los policíasrespondieron con sus armas. Señala el funcionario,«yo fui el primero en ver la pistola. Vi comodisparaba y oí su detonación, ¡por Dios, disparócontra mí! Nunca albergué duda alguna: aquellapistola parecía real».

El armamento empleado por la unidad de asaltofue: escopeta Franchi SPS-350 calibre 12, elagente «número dos». Solamente efectuó undisparo y fue con un cartucho de gas a unadistancia de entre seis y siete metros. Este policíadisparó desde la izquierda según el orden de

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entrada y marcha y casi parapetado tras unastaquillas. Un subfusil HK-MP5 del calibre 9 mmParabellum usó el funcionario «número tres»,quien realizara un único disparo con municiónsemiblindada, a una distancia de entre dos y cincometros. Este agente se desplazó hacia la derechasegún progresaba por la sala. Tiró desde detrás deun pilar existente en el escenario. Y el «númerocuatro», que disparó siete veces desde la mismadistancia que el anterior, empleó la pistola ymunición semiblindada del calibre 9 Parabellum.El policía que cerraba la formación, el «númerocinco», portaba en sus manos una pistola idéntica alas referidas, pero no disparó en ningún momento.Es más, este funcionario se quedó estático en lapuerta de entrada a la escena y no reaccionó.Significar que los dos agentes que usaron armascortas abrieron fuego en doble acción (dado que elarma era de acción mixta, solo el primer disparode cada tirador pudo hacerse de ese modo).

El análisis médico-forense efectuado sobre el

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cuerpo del interfecto arrojó estos datos, respecto alas heridas sufridas: dos impactos en el musloderecho a distintas alturas del miembro; uno en laregión tercio-superior derecho casi central delabdomen y el último en la zona tercio-medio delflanco dorsal derecho, a nivel torácico. Todos losproyectiles produjeron orificios de salida porexceso de penetración y describieron trayectoriaslevemente ascendentes. Los impactos se ubicabanprincipalmente en las zonas bajas del cuerpo. Perola bala que produjo la muerte trazó una caprichosatrayectoria, penetró en el cuerpo justamente en elinstante en que el pistolero caía hacia el suelo enuna determinada posición (cuarta herida descrita).

Manifiesta el agente: «Si el enfrentamientoarmado fue una situación estresante ycomplicada, lo que vino después no lo fue menos.En las horas posteriores al tiroteo intentérecordar el mayor número de datos posibles, puestenía que reflejarlos en las diligencias policialescon la mayor exactitud posible. Resultaba muy

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difícil ordenar mis ideas. Conforme pasaban losdías, la cosa se puso peor: sufrimos un verdaderolinchamiento popular. Los periodistas nosmasacraban y los partidos políticos manipulabantodo, incluso se personaron como acusaciónparticular hasta el final del proceso. El Cuerpose comportó excelentemente con todos nosotros,menos mal. Finalmente, y pese a ser imputadospor homicidio imprudente, fuimos judicialmenteabsueltos. Era imposible saber que aquellapistola no disparaba munición de verdad».

El fallecido carecía de ficha criminal, peropadecía trastornos mentales. De él se supo, aposteriori, que era un gran aficionado a las armasy a los grupos especiales de la Policía y delEjército. Presentaba una ostensible secuela físicaderivada de un accidente de tráfico (cojera), peroninguno de estos datos fue facilitado al equipo deentrada por quien tenía la responsabilidad de darla orden de asalto. Posiblemente buscó el suicidoa través de la acción policial, suicidio policial.

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También había advertido previamente a susconocidos su intención de quitarse la vida,manifestando haber ingerido barbitúricos y lejía.

Aunque este funcionario poseía una capacidadmedia-alta de destreza en el manejo de armas y entiro —palabras suyas—, por practicarsemanalmente en su unidad, tras aquellaintervención debió modificar algunos de losprincipios de su entrenamiento: recibieron escudosde protección balística para el equipo, lo queimplicó adoptar nuevas técnicas y tácticas. Aunquees titular de un arma corta particular, jamás vaarmado cuando se encuentra franco de servicio.

Comenta el policía: «Con el paso del tiempocreo que he ganado aplomo y control de lassituaciones. No sufro secuelas psíquicas y notuve que seguir tratamiento alguno, tampoco seme presentaron problemas de sueño. Nunca me hacostado trabajo hablar de lo ocurrido cuando seme ha preguntado. Por parte de mi más íntimocírculo de amigos y compañeros recibí el apoyo

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esperado, el suficiente. Desde la instituciónpolicial el apoyo fue aceptable, pero de mi jefeinmediato recibí un trato muy injusto ydecepcionante».

A día de hoy este policía sigue desempeñandosus funciones en puestos operativos, aunque enotro destino. Cree que de aquello saliópositivamente reforzado: se ha demostrado a símismo que es capaz de enfrentarse a situacionesextremas y de sobreponerse a ellas. De hecho, hasuperado ulteriores enfrentamientos armados.Como contrapunto, la presión judicial por laimputación de homicidio solía aparecer en sucabeza de modo recurrente. Sin que llegara a seruna obsesión que le quitara el sueño, lo pasabamuy mal cuando «la pena de banquillo» reaparecíaen su mente. Admite: «Si volviera a vivir la mismasituación o pudiera dar marcha atrás, no sé dequé modo actuaría. Cada situación esirrepetible». De todos los instantes vividos aqueldía, le cuesta trabajo manejar la imagen que tiene

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grabada del momento posterior a caer abatido elagresor. «Jamás me planteé dejar el Cuerpo».

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

El protagonista de este incidente es unfuncionario con seis años de servicio, que habíadesempeñado gran parte de ellos como integrantede un grupo especial muy bien adiestrado. Despuésdel suceso permaneció activo en el mismo equipode trabajo. Cuando los hechos se produjeron, él yel resto de los intervinientes disparabansemanalmente con todas las armas de fuego quetenía asignada la unidad. Tenían todos, por tanto,un exquisito entrenamiento para llevar a cabomisiones del perfil de la descrita.

Destaca el hecho de que un policía con talexperiencia y entrenamiento, además de

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especialmente bien equipado con medios deprotección pasiva (casco y chaleco blindado),admita y reconozca su miedo mientras sedesarrollaba la intervención a la que se enfrentó.Para quienes de verdad conocen los pormenores yentresijos de las acciones de riesgo, el miedo esuna constante que está siempre presente. Pero dadoque la mayoría de profesionales no ha vividosituaciones límite, recibiendo «fuego», no cuestanada y es cómodo pensar que el miedo se controlasiempre y con facilidad. Más aún. Existe lacreencia general de que un funcionario adscrito auna unidad especial no pasa por ello. Puede quesea lógico pensarlo, se ha idealizado a esospolicías y debe seguir siendo así, solo que desdeahora se ha de admitir que todo el mundo huele elmiedo alguna vez. El hecho de ir provisto deindumentaria extra para la autoprotección nonecesariamente envalentona. Solamente protegellegado el caso y siempre que las circunstanciassean propicias. Hablamos de la realidad y no de

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un juego divertido. Por cierto, ese equipamiento(casco y chaleco balístico) es, precisamente, alque casi nunca tienen acceso los agentesconvencionales de seguridad ciudadana.

¿Qué decir sobre el quinto agente del equipo?Era el policía de cola en la formación de entrada,el que la cerraba y el último en acceder alcubículo, pero nunca entró. No reaccionó cuandoempezaron a sonar las detonaciones. Se bloqueóemocionalmente. Esto no es nuevo, está estudiadoy analizado. En Estados Unidos, país en el que sedesarrollan importantes estudios de campo sobrelo que este volumen aspira a presentar, se estimaque el 7 por 100 de los policías que pasan porenfrentamientos armados sufre parálisis temporal obloqueo emocional. Pero también es cierto queesto suele ocurrir cuando se trata de agentes conpoca experiencia y moderado entrenamiento; no esel caso. A veces incluso se teoriza en el sentido deque el exceso de posibles respuestas aprendidasimpide al cerebro seleccionar una con rapidez y

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eficacia, pero tampoco es el caso. Al no llegar airrumpir en la sala en la que se encontraba elatrincherado y se desarrollaron los hechos, elfuncionario no tuvo que tomar decisiones sobrecómo y dónde dirigir sus disparos o qué otra cosahacer.

Pese a que dispararon un total de once veces,los policías únicamente acertaron en el objetivo encuatro ocasiones. No hay que olvidar que setrataba de funcionarios que entrenaban con susarmas de fuego una vez a la semana, durante años.La inmensa mayoría de policías españoles entrenauna media de tres veces al año y dispara unoscuantos cartuchos por cada una de esas sesiones.No obstante, no se puede obviar: existe algo degenerosidad al exponer que los policías entrenanmayoritariamente tres veces al año. El mayornúmero lo hace una o dos veces y otros nuncadurante lustros. Es cierto. Esta es otra cruda y durarealidad. Abundan las plantillas en las que no secumplen los planes anuales de instrucción. Pero

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otras están todavía peor, directamente carecen deprogramación alguna.

La munición empleada por estos funcionariosera una muy común y extendida, la más fácilmentelocalizable en todos los cuartos de armas del país:la semiblindada. Poseían de otro tipo, pero usaronesa. De este proyectil se ha dicho durante años quees el ideal para uso policial y defensivo. Todos losalumnos de las escuelas de policías han sidoconvencidos de que la bala semiblindada sedeforma tras el impacto contra un cuerpo humano,produciéndose así importantes desgarros en suinterior. Es falso. Aquellas lecciones académicasestaban cargadas de gravísimas imprecisiones,pero se siguen impartiendo. Los proyectilessemiblindados, en arma corta, rara vez secomportan como fueron descritos. Lo más habitualy frecuente es que actúen como los blindados:sobrepenetrando los cuerpos y conservandosuficiente energía, como para producir lesiones odaños posteriores a otros cuerpos cercanos.

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También propician rebotes. En este suceso pasó unpoco de todo ello. Todos los proyectiles quealcanzaron al pistolero, cuatro, entraron y salieronde su cuerpo.

Existe multitud de bibliografía que defiende latesis de que la Policía debe usar cartucheríamontada con proyectiles expansivos. Esto esextrapolable a cualquier usuario de armas que, sinser agente de la autoridad, las porte para sudefensa personal (profesionales de la seguridadprivada con Licencia de Armas clase C yciudadanos autorizados a llevar armas cortas,amparados por la Licencia clase B). Sonproyectiles expansivos, entre otros, los de puntahueca. Lejos de lo que las leyendas urbanasdifunden, esta clase de munición es completamentelegal en España. Cualquier funcionario armadopuede usarla en el ejercicio de sus funciones,siempre que la administración de la que dependase la haya entregado oficialmente para el servicio(en el capítulo cuatro se profundizó más en el

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tema).Como antes se refirió, existe una gran variedad

de artículos técnicos y libros en los que poderconsultar qué ventajas ofrece la municiónexpansiva, sea hueca o de otro género(deformación forzada o expansión controlada). LasPrimeras Jornadas de Policía Científicacelebradas en Algeciras (Cádiz), entre el 27 y 29de mayo de 2013, bajo el título «El CSI español»,organizadas por la Universidad Nacional deEducación a Distancia (UNED) en el Campo deGibraltar y por el Cuerpo Nacional de Policía(CNP), ofrecieron en su segundo día unaconferencia sobre Balística Forense. El encargadode deponer sobre tal materia fue el inspector jefedel CNP Ovidio Adolfo Busta Olivar,perteneciente a los laboratorios centralizados de laComisaría General de Policía Científica (Madrid).Finalizada su exposición y abierto el turno depreguntas para los asistentes, Ángel GutiérrezVillalobos, intendente mayor de la Policía Local

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de Algeciras, segundo jefe del Cuerpo, preguntóabiertamente y en público al inspector jefe Busta,cuál era para él, desde su punto de vista policial ycientífico, el tipo de munición ideal que lospolicías deberían emplear en sus quehaceresprofesionales. Gutiérrez, en su pregunta, dejóentrever cierto temor a las consecuencias de losrebotes y al exceso de penetración. La respuestadel conferenciante fue rápida y aclaratoria, y notuvo necesidad de entrar en mayores detalles:«Aquella que más se deforme y se expanda en elmomento del impacto. Esto garantiza, en un altoporcentaje de ocasiones, que una bala no dé másque a quien se quería dar. Con esto podemosconseguir que muchos proyectiles no salgan delcuerpo alcanzado, evitando, así, que le demos alque está tendiendo la ropa limpia en un séptimopiso, a cien metros de la escena. Esto pasa,créanlo. Muchas veces incluso se reducirán losrebotes que, en ocasiones, también matan o hierena inocentes». Esas son las ventajas que

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precisamente ofrecen los cartuchos de punta hueca,cuando se dan las circunstancias apropiadas.

La respuesta recibida seguramente le resultómuy familiar al intendente mayor, toda vez quedesde 2011 la Policía Local de Algecirasempleaba de modo reglamentario munición depunta hueca Golden Saber, de la firmanorteamericana Remington. Esta cartuchería,considerada entre las de su clase como una de lasmás efectivas del mercado, les fue entregada a losfuncionarios algecireños a la par que las actualespistolas de dotación Walther P-99, del calibre 9mm Parabellum. Por cierto, jamás hay queconfundir punta hueca con carga hueca. Esta últimadenominación hace referencia a una técnica defabricación de proyectiles militares explosivos,que dispone la carga explosiva de un modoconcreto dentro de la propia ojiva. Hablamos dematerial bélico militar diseñado para destruirprotecciones blindadas y acorazadas. No esinfrecuente oír cómo la gente mezcla ambos

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conceptos.Contra los funcionarios de este capítulo fueron

ejercidas acciones judiciales por acabar con lavida de quien, antes, trató de hacer lo mismo conellos, porque eso fue lo que percibió el cerebro decada uno de los policías presentes. Cierto es quetras finalizar el suceso se averiguó que el armaesgrimida y disparada contra la fuerza actuante noera real, pero la réplica era de tal calidad quenadie hubiera podido detectar tal circunstancia.Las calles están inundadas de armas de este tipo.Según expone la sentencia judicial, que finalmentefue absolutoria para todos los agentes, tanto losintegrantes de la célula de intervención como elpatrullero que se personó en el lugar, cuando éstefue asaltado por el hostil, creyeron estar ante unarma de fuego real. El sonido del disparo y elaspecto de la pistola no indicaban ninguna otracosa. Merece la pena apuntar que estas armasdetonadoras pueden producir la muerte, inclusocuando no se hayan alterado o modificado sus

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entrañas mecánicas. Se han investigado casos desuicidios perpetrados con pistolas y revólveres defogueo que, a cañón tocante, se dispararon concartuchos de salvas contra zonas concretas delcráneo.

Una vez que el agente especial fue conscientede que estaba siendo agredido con un arma defuego (apuntado y efectuado un disparo), éste selanzó al suelo y cayó tras un improvisadoparapeto. Hizo aquello que normalmente no seentrena en las academias. Algo que tampoco secomenta en los ejercicios periódicos que todos loscuerpos deberían hacer anualmente: moverse yquitarse de en medio. El policía hizo eso, sedesplazó, desapareció de la línea de tiro delatacante. Trató de ponérselo difícil. Fue algoinstintivo y no entrenado. Sentido común. Pero pormás sencillo y razonable que sea, que lo es, no espracticado. Todo lo contrario, es algo que nosolamente no se inculca en las canchas de tiro,sino que ni tan siquiera se menciona. Incluso

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surgen detractores de la opción de salir del frentedel agresor. Únicamente se hacen ejerciciosestáticos y si alguno incluye dinamismo suele serde avance o repliegue hacía la línea de blancos ode tiro, pero nunca con desplazamientos quebusquen abandonar la línea de riesgo del atacantehacia algún parapeto. Si se adiestra al instinto seobtendrá más eficacia. De eso se trata.

Tan instintivo fue el impulso que llevó alpolicía a lanzarse tras el mostrador, que admiteque no pudo informar a sus compañeros de lo queestaba viendo desde la posición de vanguardia queocupaba. Muy probablemente perdió parte de suscapacidades cognitivas. Entraría en el punto dedeterioro de habilidades motoras complejas: nopudo hacer varias tareas a la vez. No pudo«quitarse de en medio», disparar y transmitir loque observaba y ocurría ante él. De hechoreconoce que no fue capaz de comunicarse con suscompañeros, porque solamente pensaba en cómosalir de aquella situación.

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Los disparos efectuados por este funcionario serealizaron a menos de tres metros de distancia.Esos rangos de tiro los ponía en práctica en sushabituales sesiones de galería y además entrenabatécnicas de tiro a una mano para tales supuestos.Sin embargo, no pudo actuar como tenía previstoen sus entrenamientos: aquí disparó con las dosmanos. Las circunstancias son caprichosas y nuncados situaciones son iguales, por más que separezcan.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Usted que lee esto, imagínese la siguientesituación. Se encuentra frente a una puerta cerrada.Le han informado de la presencia de un sujetoarmado en la habitación de al lado. Desconoce suposición exacta (podría estar esperándole al otrolado de la puerta), qué tipo de armas lleva y si hayrehenes implicados. Dispone de muy poca

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información, pero tiene que entrar en esa estanciasí o sí. ¿Cómo cree que se sentiría? ¿Cuál cree quesería la emoción predominante en esos momentos?

Esta es la escena que se encontraron y a la quese tuvieron que enfrentar los policías del presentecapítulo. Será uno de ellos el encargado de ponervoz a lo que ocurrió aquel aciago día.

Es costumbre entre los policías —aunque noprivadamente— no reconocer que han tenidomiedo durante una confrontación armada. «Noqueda bien» en los viriles estándares del Cuerpo.También existe una suposición muy extendida deque los miembros de determinadas unidadesespeciales no experimentan miedo y que para ellohan sido entrenados. Falso. A los cuerposespeciales no se les entrena, o no se les deberíaentrenar, para no experimentar el miedo, sino paracontrolarlo una vez que éste hace acto depresencia.

Las emociones dominan nuestras vidas. Unejemplo claro del papel que juegan las emociones

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en nuestra relación con el entorno lo representan elmiedo y la ira. Son emociones básicas que hanevolucionado de forma que adquieren una funciónelemental en nuestra supervivencia y seguridad.Ante una situación de peligro no podemosmostrarnos indecisos, por eso nuestro cerebroprocesa rápidamente la información disponible através de las partes más antiguas y reactivas denuestro cerebro «sin pensárselo» demasiado. Estasprimitivas áreas se conectan con el resto delcerebro y del cuerpo para crear señales que nopodemos ignorar con facilidad: síntomas yemociones intensas.

El miedo es una emoción normal queexperimentamos ante un peligro o una amenaza. Enestos casos se produce la respuesta normal deataque o huida, e incluso la de quedarnoscongelados (una forma primitiva de convertirnosen objetivos menos visibles), como maneras deactuar más apropiadas. La ansiedad es unacompañera inseparable del miedo. Esta ansiedad

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es la que nos moviliza frente a las señales depeligro.

Pero no solamente existe un tipo de ansiedad,sino varias. Según Marks, la utilidad de lasdiferentes clases de ansiedad depende, en parte, delas cuatro formas en la que ésta puedeproporcionarnos protección. Dos de ellas sonparalelas a las maneras en que el cuerpo trata elmaterial extraño: (1) El escape, o la evitación,aleja al sujeto de determinadas amenazas de igualforma que el vómito, la náusea, la diarrea, la tos oel estornudo crean un espacio físico entre unorganismo y un patógeno. (2) La defensa agresiva(sentir ira, arañar, morder o lanzar sustanciastóxicas) daña la fuente del peligro de la mismaforma que el sistema inmunológico ataca a lasbacterias. (3) El congelamiento/inmovilidad puedebeneficiarnos: (a) añadiendo localización yevaluación del peligro, (b) con la ocultación o (c)inhibiendo el reflejo de ataque del depredador. (4)La sumisión/aplacamiento es útil cuando la

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amenaza proviene del propio grupo al quepertenece el sujeto. La inhibición de los impulsosprobablemente encaja mejor en esta categoría.

Los subtipos de ansiedad probablementeexisten por los beneficios que supone disponer derespuestas especializadas frente a peligrosconcretos. El entrenamiento nos prepara parasituaciones que se salen de lo común (un hombreapostado con un arma en una habitación). Nuestrocerebro no dispone de una respuesta específicaque proporcione la acción adecuada frente a esaamenaza. Debe aprender posibles alternativas derespuesta.

El policía de este relato reconoce haberexperimentado miedo. ¿Es esto una noticia? No. Lanoticia hubiera sido lo contrario; que el agentehubiera afrontado esa situación sin experimentar laansiedad propia del incidente crítico. Cuando lospolicías se acercan a la puerta cerrada quecomunica con la habitación, disponen de muy pocainformación sobre las posibles amenazas a las que

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se podían enfrentar. Es la clásica situaciónimpregnada de incertidumbre.

Enfrentados a diferentes posibilidades ocultastras aquella puerta, la incertidumbre se convierteen la amenaza más importante. En ese momento, enla mente de los integrantes del equipo de asalto serecrean muchas situaciones cambiantes, cada unade ellas provista de su carga emocionalcorrespondiente. Todos los miedos posibles tomanforma y se hacen reales. El desasosiego solamentetermina si se dispone de un plan factible paraenfrentarse a la situación temida.

¿Qué pudo alimentar la sensación de inquietud?Sin duda, las comunicaciones recibidas desde lasuperioridad. Los policías se presentaron en ellugar de la intervención sin apenas información ocon información contradictoria. Podríamosargumentar que, perteneciendo a un equipoespecial, estos hombres deberían estarmentalizados para poder enfrentarse al peor de losescenarios posibles. Pero aquí cabe hacernos otra

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pregunta: ¿se representaban mentalmente todos lospolicías presentes el mismo peor escenarioposible? Si la respuesta es no, entonces podemoshablar de incertidumbres y no solo deincertidumbre. El plan de acción no estaba claro;demasiadas contingencias quedaban al azar. Y si tuvida depende del azar…

En esta situación, el miedo es una emociónesperable que genera esa ansiedad que activatodas nuestras alertas hacia una amenazaindefinida. Un buen número de nuestrosencuestados ha asegurado haber experimentadomiedo durante la confrontación armada. Lamayoría también añade que únicamente lo hareconocido en este estudio porque aseguraba elanonimato. Esta es una consecuencia de unentrenamiento deficiente, que enfoca el miedo solocomo un enemigo a batir y no como parte de lasemociones lógicas y esperables que acompañan amomentos muy difíciles —como ver la propia vidaen peligro— y que trabajadas adecuadamente

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suponen un aliado imprescindible en el trabajopolicial.

A medida que la ansiedad aumentó, nuestropolicía refiere que: «Las pulsaciones me subieronbastante y comencé a entrar en un estado comode irrealidad: me veía a mí mismo como elespectador de una película en la que yo estabaactuando. Aun así, fui capaz de pensar y mantuveel control». Este funcionario experimentó lo quese conoce como el fenómeno de la disociación. Esésta una palabra que se utiliza para describir ladesconexión entre cosas generalmente asociadasentre sí. Todos hemos experimentado algún tipo dedisociación alguna vez, como cuando estamosensimismados con algún pensamiento mientrasnuestro cuerpo se encarga de conducir un vehículo.A veces se describe como sentirse pasajero delpropio cuerpo o estar en el papel de espectador,tal y como narra nuestro protagonista.

En diversos estudios sobre las distorsionesperceptuales que experimentan los policías que

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han participado en un tiroteo, se menciona ladisociación como una de las habituales. Ladisociación puede afectar a la subjetividad de unapersona en forma de pensamientos, sentimientos yacciones que parecen provenir de ninguna parte, ose ve a sí misma llevando a cabo una acción comosi estuviera controlada por una fuerza externa («meveía a mí mismo como el espectador de unapelícula en la que yo estaba actuando»). Estesentimiento de irrealidad es también habitual enlas situaciones con elevada carga de ansiedad. Elcerebro se satura de datos y emociones y necesitatiempo para organizar la información de forma quesea mínimamente coherente. El hombre que narralos hechos consigue evitar que sus emociones(miedo) lo desborden y emprender un curso deacción.

El policía vivencia esta situación como de estarfuncionando con el piloto automático. Diferentesinvestigadores han considerado este tipo deconducta como una respuesta adaptativa ante la

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presencia de una amenaza. Este comportamientoreflejo, derivado de funcionar con el pilotoautomático (también llamado memoria muscular),puede permitir que el sujeto emplee respuestasmotoras aprendidas de supervivencia sin dejar quelos pensamientos y/o las emociones dificulten sudesarrollo, lo que le proporcionaría másposibilidades de salir con vida del lance.

Por último, ya hemos visto que una de lasmaneras en las que respondemos frente a unaamenaza puede parecer a simple vista pocoefectiva, como es el quedarse paralizado ocongelado. Esto es lo que le ocurrió a uno de lospolicías del grupo de intervención, que se quedóestático en la puerta de entrada a la escena y noreaccionó. El miedo bloqueó a un agente que sesuponía entrenado (mucho más que la media). Poralguna razón que desconocemos, su cerebrodecidió que la mejor acción a seguir era quedarsequieto.

Frente a una situación en la que el miedo es

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intenso y la ansiedad controla nuestras acciones, elsistema primario del miedo intentará detener todomovimiento razonando para que, de quedarmosquietos, pasemos desapercibidos. Es uno denuestros sistemas de defensa más básicos yprimitivos.

Pasaron muchas cosas durante la intervenciónde esta unidad de élite: incertidumbre, falta de unplan de acción concreto, sentimientos dedisociación, congelamiento, una proporciónbajísima de blancos en proporción a la cantidad demunición empleada… ¿Se encontraba mentalmentepreparado aquel grupo para traspasar aquellapuerta?

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CAPÍTULO 11

HEMOS VISTODEMASIADASPELÍCULAS

Si el hombre no ha descubierto nada por lo quemorir,

no es digno de vivir.

MARTIN LUTHER KING (1929-1968)Religioso estadounidense

A las 03:00 horas de una madrugada de verano,de sábado a domingo, el policía protagonista deeste caso formaba parte de un Dispositivo Estáticode Control (DEC) en una autovía carente deiluminación artificial. Contaba treintaicinco añosde edad y once de servicio en el Cuerpo, y

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ocupaba su posición táctica en los metros previosa la entrada del DEC. Doce compañeros y mandosconformaban el dispositivo. Aquel control sediseñó en colaboración con otro cuerpo deseguridad, por lo que en el entorno también habíafuncionarios de la otra organización. En realidad,estos aparecieron instantes después de que seprodujera el tiroteo que seguidamente se dará aconocer.

Aquella operación estaba destinada a detener auna peligrosa banda de delincuentes. Era elsegundo día consecutivo que se organizaba yestablecía el control en espera de que diera sufruto. Cuatro eran las personas a las que sepretendía dar caza en la autovía, todos ellosvarones, de nacionalidad española, de entrecuarenta y cuarentaicinco años de edad y con unhistorial delictivo cargado de homicidios,lesiones, violaciones y robos. Los cuatro sujetosse encontraban disfrutando de un permisopenitenciario de fin de semana. Venían siendo

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investigados y seguidos desde hacía meses: habíanquitado la vida a la moradora de una vivienda porellos asaltada, en la que además hirierongravemente a los padres de la interfecta. Usaronarmas de fuego. En las mismas fechas tambiénhabían disparado contra un policía, en un controlde tráfico expresamente dispuesto para detenerlos.Este agente resultó herido tras recibir el impactode postas de escopeta en la cabeza. Más aún.También mantuvieron un tiroteo con un policíafranco de servicio. Este funcionario acabó heridocuando fue víctima de un robo perpetrado en sudomicilio. Ergo, el clan era de máximapeligrosidad.

Horas antes de iniciarse el operativo se celebróun briefing. En la reunión se dieron cita todos losintegrantes de la operación —miembros de variasunidades y de dos cuerpos—. «Las cosas setenían claras y las órdenes eran muy precisas. Enel control solamente estaríamos nosotros, loscompañeros del otro cuerpo se encargarían del

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seguimiento y vigilancia de los sospechosos en surecorrido hacia donde estábamos los demás. Losdel control sabíamos que no iban a detener sumarcha y teníamos asumido que nos iban adisparar. “No se van a entregar”, dijo mi jefe.Era primordial respetar las reglas deenfrentamiento. “Tenemos que serproporcionados en la respuesta”, repetían una yotra vez todos los superiores. Se nos insistiómucho en que si alguien tenía que dispararprimero, que fuesen ellos siempre que esto fueraposible. Después vino otro jefe y matizó: “Somosprofesionales, señores. Previo al enfrentamientosurgen dudas, nervios y temores, pero no quieroprecipitaciones que desemboquen en respuestasdesproporcionadas”. Se nos brindó laoportunidad de abandonar voluntariamente eldispositivo y pese a que mi mujer estabaembarazada y yo muy nervioso... no me quiseperder aquello».

A la hora referida al inicio del capítulo, el

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coche que ocupaban los criminales venía siendoseguido por varias dotaciones camufladas deambos cuerpos. La idea era que cuando en el DECse le diese el alto policial, el vehículo quedaseencajonado entre los agentes del control y los delseguimiento. Todo estaba bien pensado. Dice elfuncionario: «El jefe había contemplado laposibilidad de fuga por los flancos, pero algofalló. El plan terminó de un modo muy diferenteal planeado». Bastantes metros antes de entrar enla zona de registro del control, como a unos ochometros por delante de donde los primeros policíasestaban agazapados, detuvo bruscamente sumarcha el coche de los investigados. Estos, conbastante vista y distancia de por medio, detectaronla presencia de los uniformados. Aunque un equipohabía desplegado las medidas coercitivas —pinchos neutralizadores de neumáticos—, loscriminales detuvieron su marcha justo antes depasar sobre la barrera de pinchos. Sin demoraalguna, los cuatro atracadores descendieron del

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coche con tres escopetas y abrieron fuego contra lafuerza interviniente.

Ante tal acción, los policías del controlrespondieron con fuego de réplica. Fueron varioslos funcionarios que hicieron sonar sus armas,pero solamente dos consiguieron dirigir coneficacia sus disparos. Uno de estos es el agenteque protagoniza la narración, quién, además, sepresentó voluntario para el operativo. Manteníauna buena relación de amistad con uno de los dospolicías heridos días atrás. «Yo no estaba libre deservicio cuando solicité participar en laoperación, sino que me encontraba de bajamédica por las lesiones que había sufrido en unaccidente de tráfico unos días antes. Pedívoluntariamente el alta médica, cuando mi jefeme confirmó que de ese modo podría participar.No quise perderme la oportunidad de poderdetener a esos criminales. Los días previosestuve muy nervioso. Fui al campo de tiro aentrenar con mis armas. También hicimos un

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reconocimiento de la zona en la que despuésíbamos a operar (carreteras, vías de servicio,cruces, etc.). Esos días pasé el máximo tiempoque pude con mi hija e incluso llamé a mi madrepara contarle, sin detalles, en lo que iba aparticipar», manifiesta el policía.

Este funcionario portaba una escopeta derepetición manual marca Franchi del calibre 12,con un cartucho en la recámara y otros tres en eldepósito. Cargaba munición con postas. Tambiénse protegía con un chaleco balístico exterior dedotación reglamentaria y con un cascoantidisturbios. Aunque normalmente llevaba losdos cargadores de la pistola con dos o trescartuchos menos, para así aliviar la tensión delmuelle del cargador, ese día municionó al máximoambos depósitos. Contaba con quince cartuchos encada uno. Recuerda: «Cuando el coche de ellos sedetuvo, rápidamente descendieron el conductor yel ocupante situado tras él. El primero parecíaque llevaba una pistola en las manos, pero la

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verdad es que nunca quedó claro. No fue hallada.Pero el segundo, ese me disparó con unaescopeta tan pronto pisó el suelo. Yo grité, “¡alto,Policía!”, pero volvió a dispararme. Pese a todoello, mi primer disparo fue intimidatorio ydirigido al aire. Pero volvieron a dispararme.Una vez oí decir a un mando que los disparos quepasan por encima de la cabeza son los másintimidatorios y como ya no aguantaba másaquello... solté un segundo tiro en esa dirección.Tampoco depusieron su actitud. Echaron a correrhacia el quitamiedos de la carretera y losaltaron. Ahí fue cuando disparé el tercercartucho de postas. Justo cuando saltabandisparé hacia los pies. En el instante en que selanzaron por el guardarraíl, todos nosotrosfuimos corriendo como si de una pelea de feria setratara. Ni táctica, ni gaitas, ni leches, notomamos precauciones. Aunque en la escenahabía otros dos delincuentes, cada uno de ellosdisparando con una escopeta, yo no les presté

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atención. Increíble. Involuntariamente me centréen los que tenía justo ante mí, pero sé que losotros estaban corriendo por allí en medio».

Los cuatro huyeron corriendo, pero tres deellos llevaban consigo escopetas del calibre 12.Varios policías creyeron ver una pistola en lasmanos del conductor —no solamente quien relatael suceso—, pero, como se apuntó antes, nunca fuelocalizada. En su fuga pedestre los criminales sedirigieron a un barranco, lugar por el que selanzaron tras salvar la defensa quitamiedos(guardarraíl) existente junto al arcén de la vía. Enese punto, los funcionarios también se habíandesplazado hasta la barrera física delimitadora delcarril, encontrándose ya a solo cuatro metros dedistancia de sus atacantes. Como quiera que elfuego hostil no cesaba, nuestro agente extrajo supistola reglamentaria (transición de arma, aunquetodavía le quedaba un cartucho en el depósito dela escopeta), introdujo un cartucho en la recámaray disparó dos proyectiles blindados/FMJ de 9 mm

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Parabellum. Estos últimos disparos fueronefectuados a dos manos cuando los delincuentesdistaban del funcionario unos diez metros. Ladistancia aumentó porque los homicidas habíanproseguido su intento de huida.

Confiesa el agente: «Antes de iniciarse elintercambio de disparos estaba oyendo por laemisora que esos tipos se iban acercando alcontrol. Fue muy estresante. Yo adopté laposición de rodilla en tierra y recibí orden demontar la escopeta cuando a lo lejos vimosaparecer los faros del coche y también oímos elrugido infernal de su motor (circulaban a más deciento ochenta kilómetros por hora). Sudé mucho.El pasamontañas me pesaba y la pantalla delcasco la tuve que levantar porque me faltaba elaire. No podía respirar por la nariz. Miré al cieloy pedí fuerzas para hacer lo que tuviera quehacer. Aunque mi pistola tenía instalados unoselementos de puntería de Tritio, para poder serenfocados y enrasados en la oscuridad, no fui

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capaz de pensar en ello. No me acordé, cuando sedesató el tiroteo. Tampoco recuerdo haberintentado apuntar, me limité a levantar el arma ala altura de la cara y disparar hacia donde veíaque estaba aquella gente con sus escopetas».Según consta, el policía tenía prohibido portar suarma corta con cartucho en la recámara, aunqueesta fuese una moderna pistola de acción mixta ycontase con eficaces seguros automáticos ymanuales. Una norma interna del Cuerpo establecetal prohibición.

Tras sonar las últimas detonaciones de lospolicías, los atracadores cesaron su acción hostil.«Mantuvimos a esa gente encañonada con laspistolas, mientras les gritábamos que sequedasen quietos. Fue un momento de máximatensión. Me acerqué tanto a uno de ellos paraengrilletarlo, que noté su escopeta pegada a michaleco antibalas pero también yo hundía mipistola en su pecho. Algunos improperiossalieron de nuestras bocas, era inevitable, ¡nos

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habían querido matar! Aunque yo iba aengrilletar a uno de ellos, al final fue otrocompañero el que usó mis esposas, mientras yo ledaba protección. Recuerdo que enfundé mi armacon precisión y velocidad, algo que no me explicocómo pudo ocurrir con lo nerviosísimo queestaba».

Ningún agente fue lesionado por los disparos,pero sí por atropello. Se produjo un graveaccidente de tráfico en el que un funcionario fuegravemente herido por un conductor ajeno alsuceso principal. Esto ocurrió cuando los policíascorrieron hacia el lugar por el que huían a pie losdelincuentes y tuvieron que invadir los doscarrieles de la vía de circulación de sentidocontrario al que ocupaba el DEC. El funcionariosufrió heridas de tal magnitud que permanecióveinticuatro meses incapacitado para el serviciomediante baja médica. Finalmente pudopermanecer en situación de activo y a fecha actualsigue destinado en la misma unidad. Fue

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condecorado con una medalla pensionada.«Trabajo diariamente con él, es un granprofesional. Nos une una fuerte amistad y aquellanoche lo pasé fatal. Yo fui de los primeros enatenderlo. Lo vi prácticamente muerto. Tenía unorificio en el cráneo, producido por la antena delautomóvil que lo arrolló. Sangraba por la boca yestaba muy pálido, blanco como la cal. Tenía unapierna destrozada. Después se me ordenó ir aregular el tráfico. Estaba en ello cuando sedetuvo a mi lado un coche en el que viajaba unaenfermera que ofreció su ayuda, pero pudo hacermuy poco: no teníamos más que un nimiobotiquín. No tuvo peores lesiones porque elchaleco antibalas le protegió el tronco, de losimpactos recibidos contra el chasis del coche y elpropio asfalto».

Pese a que la fuerza presente no fue alcanzadapor los escopeteros, tres postas fueronrecuperadas de la zona izquierda del casco deprotección con el que el agente se cubría la

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cabeza. «Un impacto de escopeta dio en lasbandas metálicas del quitamiedos, a pocoscentímetros de donde se encontraba elcompañero más próximo a mí. Nosotrosestábamos detrás de aquellos parapetosocasionales que cubrían parte de nuestraspiernas». Acto seguido a todo esto se procedió ala requisa de la zona y del turismo y al registro delos detenidos. En el coche fue hallada una buenacantidad de munición para las armas que portaban,pero también en los bolsillos le fueronencontrados numerosos cartuchos. Cada escopetaera de una clase diferente, una era de dos cañonesparalelos, otra superpuesta (también de doscañones) y la de mayor capacidad de carga erasemiautomática, repetidora en el argot cinegético.La primera de ellas tenía los cañones recortados.

Tres delincuentes resultaron heridos en larefriega. Uno de ellos presentaba tres impactos:región occipital derecha, antebrazo del mismolado y hombro izquierdo. Las dos primeras heridas

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fueron producidas, cada una de ellas, por unaposta de escopeta y la tercera por un proyectil dearma corta. Este atracador tenía vida cuando fuedetenido, pero finalmente falleció a causa de lalesión producida por la posta que penetró elcráneo. Otro de los sujetos presentaba dos heridas,una de posta y otra de bala, ambas en la piernaderecha. El último de los delincuentes tenía unimpacto de bala en un tobillo. Se produjo conpistola y fue obra de un policía distinto alprotagonista de la narración. Todos los proyectilesde 9 mm Parabellum (arma corta en este caso)produjeron sobrepenetración: orificios de salida.«El cuarto criminal no utilizó armas de fuego,por ello resultó ileso en el tiroteo. Tuvo suerte enrealidad». No obstante, trató de huir en elmomento de la detención, enfrentándoseactivamente a los funcionarios. «Tuvimos queemplearnos muy a fondo para poder reducirlo. Elque tenía los dos impactos en la pierna eraconsciente de sus heridas, de hecho fue él quien

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nos lo advirtió a gritos cuando iniciábamos suarresto. Le vi un pequeño orificio en la caraexterna del muslo y otro de mayor tamaño en lazona frontal. El producido por la pistola estoyseguro que era el de mayor tamaño y el otro se lodebí producir con la escopeta cuando saltaba elquitamiedos. Tuvo suerte de que ninguno de losproyectiles afectara a la femoral, pues los mediossanitarios tardaron en llegar más de treintaminutos».

Continúa el funcionario: «Muchas veces habíaentrenado ejercicios realistas de tiro, perosiempre por mi cuenta. A nivel oficial del Cuerpoentrenábamos poco y además de una forma muydistante de la realidad que nos encontramos en lacalle. En mi unidad sí que cambió algo desde quepasó aquello. Comenzamos a realizarentrenamientos de tiro un poco más tácticos, perono estaban enfocadas a situaciones comoaquella. Yo siempre fui aficionado al tiro y a lasarmas; de hecho suelo llevar encima una pistola

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aunque no esté de servicio. Esto quizá me ayudóa saber responder a tiempo y eficazmente aquellamadrugada. Sobrevivir me ha aportado nuevospuntos de vista de todo. Creo que pasar poraquello me ha regalado muchas cosas positivas.He comprobado lo deficitario que es nuestroentrenamiento oficial».

Durante una temporada, inconscientemente en lacabeza del agente aparecían imágenes de cuando elcoche atropelló a su compañero. Él, en realidad,no vio el instante del accidente, solamente oyó lafrenada, el impacto y los alaridos del herido.Tampoco pudo olvidar aquel primer disparo queefectuaron contra él y el bullicio y griterío de losagentes del dispositivo de seguimiento quellegaron a la escena cuando ya se había acabado eltiroteo. «Algunos compañeros aparecierondisparando al aire. Disparaban sin necesidad.Aquello no tenía sentido, pues no sabían quéestaba pasando. En realidad todo habíaterminado ya. El tiroteo no duró más de catorce

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segundos. Todo era estruendoso, recuerdoaquello con imágenes muy ruidosas», refiere. Lasprimeras dos noches necesitó ayuda farmacológicapara conciliar el sueño, «por suerte todos los díasno te disparan y tampoco va uno quitando vidasdiariamente».

El funcionario muestra su descontento por elescaso apoyo recibido desde la institución. Nadiele giró llamada para saber cómo se encontrabaemocionalmente. Únicamente era requerido parapreguntarle sobre cuántos disparos hizo y si estosfueron dirigidos claramente a los objetivos(tiradores). «Por muy legalmente justificado queestuviese lo que allí pasó, nadie quería tener unmuerto a sus espaldas. Algunos compañeros yaempezaban a especular con las condecoracionesque podrían caer y los jefes parecían pensarsolamente en dejar cerradas las diligencias. Anivel familiar tampoco percibí empatía. Nadieimaginaba lo mal que podía encontrarme porhaber visto la muerte de cerca y por tener que

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haber disparado a otras personas. La gente creeestar preparada para estas cosas, pero está en ungran error. Hemos visto demasiadas películas»,sostiene el policía.

El agente confiesa que sintió temor al potencialreproche judicial por haber usado sus armas yalcanzar a seres humanos, pero con el tiempo yvisto cómo se instruyeron las diligencias y sereconstruyeron los hechos, ese miedo desapareció.A decir verdad, durante la reconstrucción de loshechos al día siguiente, pudo constatar algo que lehizo meditar mucho: las distancias deenfrentamiento que su cerebro recordaba no eranreales. Todo era más cercano. A tenor de lasmanchas de sangre, hierba pisada y aplastada yotros vestigios existentes en la escena, pudosituarse in situ y trasladarse mentalmente a lanoche anterior, «todo pasó a una distancia máspróxima de lo que yo había creído. No me explicocómo no me llevé un tiro».

Solamente durante las primeras semanas

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recibió apoyo familiar, en forma de algunasllamadas. No muchas. La situación desembocó endivorcio matrimonial: tampoco su esposa supoestar a la altura. Al cabo de dos años pudoliberarse de mucho lastre iniciando una nuevarelación sentimental. Su nueva pareja supo oírlo ycomprenderlo. Por fin pudo descargar todo aquelloque a nivel personal y profesional le veníaasfixiando. «Llegué a casa por la mañana trashaber pasado horas en la puerta del hospital, enespera de noticias sobre el estado de micompañero. Allí, mientras esperaba, todo erasilencio, un extraño contraste con lo vividomomentos antes. Nada más entrar en mi casaabracé fuertemente a mi hija. Mi mujer no prestómucha atención a lo que le estaba contando,solamente quería saber si íbamos a pasar el díaen la playa. Fuimos. Toda la jornada transcurriócon un extraño hormigueo por todo el cuerpo.Parecía como si hubiesen desaparecido lassensaciones térmicas en mí: expuesto al sol no

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tenía calor y en el agua no tenía frío. Inclusoperdí el apetito durante días». El agente recuerdaque durante las horas que pasó en la playa leinvadieron extraños pensamientos: nadie a sualrededor parecía saber que horas antes, muycerca de allí, se había producido una batalla. Sesentía raro siendo el único que parecía conocer lanoticia.

«Me propusieron para una importantecondecoración que me fue impuesta tiempodespués, pero mi esposa no le dio valor algunoporque no conllevaba remuneración económica».Sin embargo, sí que iba acompañada de unapensión la que le otorgaron al compañero, enrealidad un mando intermedio, que hirió de un tiroen un pie a uno de los criminales. Así y todo, elfuncionario asegura que volvería a presentarsevoluntario otra vez y que actuaría del mismo modosi fuese necesario. «Sin duda, me siento másfuerte y confiado en mis posibilidades parasobrevivir. De hecho, he vuelto a solicitar

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voluntariamente participar en determinadosoperativos de riesgo». Tiempo después estepolicía reforzó su entrenamiento con la asistenciaa cursos y seminarios relacionados con el tiro derespuesta y las emergencias sanitariasprofesionales. Ahora practica ejercicios de tiro ensituaciones próximas a supuestos más cotidianoscomo identificaciones a peatones y conductores.

Comenta, «hace pocas semanas participé enun curso de emergencias sanitariasprofesionales. He aprendido mucho, pero sobretodo he descubierto la carencia formativa tangrande que solemos tener los que estamos enprimera línea siendo simples patrulleros.Sabiéndose como se sabía que íbamos a detener apersonas muy violentas, contra las que a buenseguro íbamos a tener que enfrentarnos a tiros,nadie ordenó disponer de medios sanitarios deurgencia en la zona. Hoy, teniendo en cuenta loque viví y lo que sé por haberlo aprendido bien,no concibo participar en una cosa de ese calado

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sin tener cerca una ambulancia medicalizada ysin haber alertado al hospital más cercano».

Este policía posee experiencia militar sanitariaen zonas de conflicto. «Si hoy tuviese queparticipar en una operación peligrosa yprogramada, propondría a mis mandos trazar unplan de evacuación desde el área elegida paraefectuar el operativo, hasta el hospital uhospitales más próximos. También solicitaríatener previstas las reservas sanguíneasoportunas, por lo que pudiera pasar», afirma conindignación y rotundidad.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Complicadísima situación. Aunque en esta obrase dan a conocer y se estudian casos deenfrentamientos con múltiples adversarios, este

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supera a los demás en ese aspecto. Si bien escierto que cuatro son muchos atacantes, aquí sedieron cita más de diez policías advertidos yprestos para todo. No se produjo un ataqueinesperado. La operación estaba programada. Estono es lo habitual en los encuentros armados al uso.Aunque fueron varios los agentes que repelieron elataque, pocos dirigieron sus disparos con eficaciahacia los hostiles. De estos, menos aún fueron losque además alcanzaron sus objetivos: solamentedos.

A estas alturas se puede afirmar que nosolamente la inmensa mayoría de profesionales nose encuentra debidamente instruidos técnicamente,sino que además no quieren estarlo. Los policíasse conforman, como norma general, con lo justo,básico y cómodo. Algunos creen estar bienformados y dan por bueno y suficiente aquello quede vez en cuando les dice el instructor en lagalería de tiro. Son demasiados los que no sabenque no saben. Escasean los que dominan el tiro y

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conocen bien su arma, y cuando aparece algunocasi siempre es gracias a la práctica del tirodeportivo o a la realización de cursos privados deactualización. Como rara avis son catalogadas enel entorno laboral. En cualquier caso, no eshabitual encontrar a profesionales debidamentementalizados de que algún día podrían tener quedisparar a una persona. A este respecto, pocosinstructores hablan con claridad y conocimiento decausa. En este suceso se pudo constatar un poco detodo lo antedicho.

El protagonista del relato se queja de algoimportante, de la no previsión de mediossanitarios de emergencia ante un operativo policialprogramado y reconocido como de alto riesgo. Delnivel de peligrosidad de quienes iban a sercapturados sobraban pruebas: delitos de lesiones yhomicidios achacables a todos ellos. Esto queahora es fácil de admitir, lógico y sensato, no fueprevisto por ninguno de los gerifaltes de loscuerpos participantes en el dispositivo. Aquello no

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fue algo que se produjera de repente, como podríapasarle a un patrullero que decidiese identificar alos ocupantes de un vehículo, por cometer unainfracción. Esto estaba programado, organizado ycoordinado desde hacía semanas.

El mismo funcionario admite que inclusocuando ya habían disparado varias veces contra ély contra el resto de los presentes, consumióalgunos cartuchos de su escopeta disparandointimidatoriamente hacia el aire. ¿Prudencia,desorientación, tolerancia, ordenes…? Nada deeso. Miedo e ignorancia de los jefes. El policíahizo lo que pudo y además lo hizo bien y sin dejarde observar lo ordenado. El mero hecho de quealguien dirija ofensivamente un arma de fuegocontra un agente de la autoridad, ya podríajustificar el disparo lesivo del segundo. En estecaso no solo dirigieron una escopeta hacia lafuerza actuante sino que fueron tres y disparando.En virtud de la distancia desde la que se inició elfuego hostil y el tipo de armas empleadas (armas

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largas de gran potencia), existió la requeridaproporcionalidad racional que justificaba dispararpara neutralizar la amenaza. ¿Por qué no se hizodesde un principio? Por dos razones: la primera esque el jefe del dispositivo ordenó que sesoportaran hasta el máximo las acciones delcontrario. Es evidente que el mandato se cumplió.Y la segunda causa es que la primera razón naciódel temor judicial a responder al fuego sin tenermuchos motivos justificados, cuando con menos delos existentes ya era bastante para devolver lostiros. En definitiva, que si los policías de a pie yasalen de las academias con la idea de que nuncahay que sacar el arma de la funda y que inclusohabría que estar herido para disparar al contrario—esto lo repiten muchos profesores y mandos—,en las unidades de destino estas erróneas yviciadas tesis son reforzadas por algunos jefes,como pudo ser este caso.

El hecho de que los integrantes del cuerpotuviesen prohibido el uso de la pistola en situación

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mecánica de disparo en doble acción, denota faltade instrucción en quienes mandan y dictan lascirculares internas. Obligar a un policía a prepararcon premura su pistola en el peor momento de suvida, solo puede producir situaciones adversaspara quien necesita disparar con urgencia. Asípues, un agente ante un ataque súbito no siemprepodrá reaccionar diligentemente para dejar lista lapistola y además hacer fuego eficaz. Esto ocurrirá,muchas veces, frente a agresiones gravesproducidas a cortas distancias, donde el agenteposiblemente ya estará herido cuando tenga querecurrir al uso de sus dos manos para mecanizar lacorredera del arma y alimentar así la recámara(caso de la pistola). Aunque es cierto que existentécnicas que permiten alimentar la pistola con unasola mano, en ese cuerpo, como en la mayoría deellos, no se instruye al funcionario en talesmenesteres. Cabe la posibilidad, si acaso, de queen la academia se hablara de ello a los alumnos,pero desde luego pocas plantillas incluyen en sus

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entrenamientos periódicos estas maniobras ymenos todavía la concienciación de las mismas.No obstante, ante enfrentamientos ya iniciados adistancias extremas, difícilmente se podrá recurriral empleo eficaz de aquellas técnicas. Eso sí, enlas prácticas estáticas de galería siempre resultasencillo. Dicho todo esto, es necesario conocertodos los métodos posibles y entrenarlos: elpolicía nunca sabrá qué le puede deparar el másinsulso de los servicios.

Peor todavía. Si el que se defiende consiguemontar a tiempo y correctamente el arma ante unasituación estresante, como pudiera ser tener ante sía una persona armada o agresiva, la pistolaquedaría en situación mecánica de disparo ensimple acción (caso del arma empleada en estesuceso), lo que implicaría que un suave toquesobre el gatillo produciría el disparo. A tenor deesto, la situación se convierte en peligrosa porpotencial riesgo de descarga involuntaria. Dada latensión emocional que genera una intervención de

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este perfil, cualquier ser humano podría dispararpor accidente un arma dispuesta en simple acción.Un gesto brusco o sorpresivo, como un susto o unacaída, puede producir una respuesta físicaautomática-involuntaria y por ejemplo con la manodébil articular los dedos para aferrarse algo,mientras el arma permanece empuñada por la otramano. Por acción mecánico simpática, la manoque sostiene el arma, la fuerte, puedeaccidentalmente producir un disparo: los dedos deambas manos harían el mismo movimiento decontracción articular. Esto es algo que no ocurrirácon tanta ligereza si el arma se encuentra dispuestaen doble acción, pues en ese caso los mecanismosde disparo tendrían una tensión/recorrido dosveces mayor que en simple acción y a vecesincluso más del doble. Pero atención, lo anteriorno implica que disparar voluntariamente en dobleacción sea una tarea difícil o complicada. Todo locontrario, además de ser factible es más seguro ensituaciones estresantes y tensas. Eso sí, tras el

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primer disparo en doble acción los siguientes seproducirían en simple. En cualquier caso es así, ensimple acción, como quedaría activado el sistemade tiro en las pistolas que conjugan ambasacciones. Con bastante rotundidad se puedeafirmar, cuando se trata de armas de acción mixta,que las descargas accidentales se producen casisiempre en simple acción.

Es curioso, a los funcionarios de este cuerpo nose les permite llevar la pistola en condición dos(recámara alimentada y doble acción), pero sinembargo ese día se dio la orden de llevar uncartucho en la recámara de la escopeta, para tancrucial momento (sin ver todavía a los ocupantesdel coche). Ilógico. En cualquier unidadconvencional de la Policía, y aquella lo era, elarma larga se utiliza en pocas ocasiones, muypocas veces o incluso nunca. Para colmo seentrena con ella menos frecuentemente que con lapistola, lo que significa que sus usuarios tendránuna instrucción más débil en su manejo en

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comparación con el arma corta, dado que éste es elarma básica de uso diario. En fin, se prohíbe eluso del cartucho en recamara en el arma másfamiliar y conocida, pero se permite o autoriza enla menos dominada y, además, en una situaciónespecialmente complicada. Incongruente.

El policía admite que no llegó a emplear loselementos de puntería de su pistola. Siendo denoche y careciendo de luz artificial en el entorno,no reparó en ello incluso estando provista el armacon un alza y un punto de mira de Tritio. Y es quecuando el ojo humano enfoca una amenaza grave seve imposibilitado para ver con claridad otra cosaa la par. La visión se fija sobre el peligro y laprofundidad de campo se limita a no más de unmetro por detrás del objetivo, y a medio pordelante. También se pierde la visión periférica,llamándose a ese efecto visión o efecto túnel. Porello sostiene el agente que fijó su atención en losdos escopeteros más próximos a él, aun sabiendoque otros dos delincuentes armados deambulaban

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por la escena. El ojo pierde riego sanguíneo conocasión de la vasoconstricción que afecta a todoslos órganos que no van a participar físicamente enla huida o lucha (esa sangre se redistribuye haciaotras partes del cuerpo como piernas y brazos). Deeste modo el músculo ciliar no serásuficientemente irrigado por la sangre y al estarligado al cristalino, que es quien tiene lapropiedad de enfocar según las distancias, éste nopodrá cumplir su misión de ajuste óptico sobre loselementos de puntería. Más de un 70 por 100 delos policías que vivieron situaciones límite enenfrentamientos y que fueron científicamenteestudiados en Estados Unidos, confirman que suvisión se vio seriamente alterada. Pese a todo loanterior, la amenaza se percibe con mucha másclaridad que en situaciones emocionalmenteestables.

En el párrafo anterior se hizo referencia a loselementos de puntería de Tritio, ¿pero qué es esodel Tritio, de lo que tanto se habla ahora? Pues sí,

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como muchos dicen, es un material radioactivo,concretamente un isótopo del Hidrógeno. Suestado es gaseoso y se produce en la naturaleza,pero también el hombre lo puede crear en ellaboratorio. A lo largo de su vida el ser humanoestá en contacto con cierta cantidad de Tritio, puesla propia naturaleza lo produce cuando los rayoscósmicos entran en contacto con los gasesatmosféricos. Aunque ingerido es radiotóxico, laemisión radioactiva que produce es baja, lallamada emisión beta de baja energía.

Debidamente tratado, el Tritio puede ser degran ayuda a nivel táctico policial y militar. Loselementos de puntería compuestos de esteelemento ofrecen una gran ventaja ante situacionesde baja o nula luminosidad. La combinación denuevas tecnologías permite que los tiradorespuedan alinear perfectamente sus alzas y puntos demira, incluso en supuestos de total oscuridad. Elmaterial protagonista de estas palabras es lumínicoy fácilmente visible, sin necesidad de que sea

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«descargado» sobre él un haz de luz. Inclusopermaneciendo años sin entrar en contacto confuentes de luz, las alzas y los puntos de mira deTritio podrán reflectar su luminiscencia. Su vidaútil es de algo más de diez años.

Otro material empleado para dotar de mejorcapacidad de enfoque y enrase a los elementos depuntería, en oscuras situaciones, es la fibra óptica.Este material no es radioactivo, pero permite latransmisión de energía lumínica aún en ausencia deluz. La desventaja frente al Tritio es digna de serdestacada: ante la falta de luz sobre los elementosde puntería (estar el arma en una funda integral,armero, cajón, etc.), estos deben ser recargadoscon un «chorro de luz» sobre ellos. En tales casos,un linternazo o una modesta exposición a unafuente lumínica podrían salvar la circunstancia.Pero claro, si se debe hacer uso urgente del arma,con el lógico consumo de tiempo que ello implica,ya no se estará ante un elemento útil deemergencia. Ante situaciones de este perfil no se

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despilfarra el tiempo de reacción. Quienesemplean fibra en sus armas suelen descargarle unlinternazo al inicio del servicio. La luz incididasobre el alza y punto de mira será conservadatemporalmente por la fibra.

Son varias las marcas comerciales quesuministran al consumidor final este tipo deelementos y sus precios no son elevados, si setiene en cuenta la gran ventaja táctica que ofrecen.Algunas marcas incluso experimentan con lacombinación de Tritio y fibra óptica. En estoscasos se juega a intercalar diversos colores, comoel verde y el amarillo, siendo unos más favorablesque otros para el empleo combinado en situacionesde luz normal u oscuridad. Dicho esto, esimportante saber utilizar una adecuada linterna, ala par que los elementos de puntería de Tritio ofibra óptica. Las ventajas que se pueden obtener deesta combinación son muchas, máxime si sepresenta una situación que requiere abrir fuegopara salvar una vida.

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Se emplearon proyectiles blindados de 9 mmParabellum, los que más sobrepenetran y menostransfieren su energía al cuerpo alcanzado.También son los más propiciadores de rebotes.Prueba de ello es que todos los impactosconseguidos con las pistolas atravesaron losórganos alcanzados y no fueron halladas las balaspara su posterior estudio forense. Dado que esteenfrentamiento se produjo en una amplia y diáfanazona, en mitad de la nada y alejada de cualquierurbe (plena autovía), no se produjeron heridoscolaterales. Si el tiroteo se hubiese originado enmitad de una ciudad o en el aparcamiento de uncentro comercial en hora punta, nadie podríagarantizar el mismo resultado final.

Todos los funcionarios destacados en aquelcontrol tuvieron mucha suerte. Ninguno resultóherido por los disparos, aunque por otra causa síse produjeran gravísimas lesiones en uno de losintervinientes. Esto justifica la reclamación vertidapor el policía: no había sido comisionada una

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ambulancia a prevención y por ello el heridoesperó más de treinta minutos a ser asistidomédicamente.

Algunos agentes, entre ellos el protagonista,retuvieron en la memoria la imagen de lo queparecía una pistola en manos del conductor, perojamás fue hallada en la escena arma corta alguna.¿Realmente se produjo esta circunstancia o lamente de los policías elucubró una imageninexistente? Posiblemente ocurrió lo segundo. Nosería la primera vez. A veces, el cerebro creainconscientemente respuestas a preguntas surgidasen situaciones altamente estresantes, cuyasverdaderas contestaciones no se aciertan acomprender o incluso se desconocen.

El 22 de marzo de 2007, en el barrio de Tetuánde Madrid, una pareja de funcionarios del CuerpoNacional de Policía fue alertada de la presenciade un hombre que estaba forzando un vehículoturismo estacionado. Personada la dotaciónpolicial en la zona, fue detectado el referido

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automóvil circulando a gran velocidad. Iniciada lapersecución del conductor, que además estabacometiendo continuas infracciones de tráfico,alguna de ellas de carácter delictivo (norespetando semáforos, pasos de peatones ycirculando a gran velocidad en calles contramano),esta se prolongó por espacio de diez minutos. Enun momento dado el coche perseguido detuvo lahuida como consecuencia de las circunstancias deltráfico (retención), aprovechando la ocasión elpolicía que no conducía para perseguir a pie alcoche sustraído. Lo consiguió. Este funcionariotrató de abrir la puerta del automóvil, pero fueimposibilitado en su acción porque el delincuentereanudó la marcha y lo arrolló. Como resultado deello, sufrió lesiones consistentes en cervicalgiapostraumática.

Como quiera que el coche robado continuó sumarcha a gran velocidad, el policía que manejabael radio-patrulla reanudó la persecución ensolitario. Dada la temeraria manera de conducir de

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quien trataba de evadir la acción policial, elperseguido perdió el control del volante ycolisionó contra la esquina de un edificio.Impedido el infractor de toda forma de huida conel turismo, el policía conductor consiguió llegarhasta él. Pistola en mano, el agente abrió la puertadel coche siniestrado y ordenó al ocupante quedescendiera y se tumbara en el suelo. Según constaen el Procedimiento Ordinario 21/2008 y en laSentencia 124/2009, de la Audiencia Provincial deMadrid, el conminado obedeció la legítima ordenpolicial, bajando de espaldas al funcionario ysospechosamente agachado. No distando más de unmetro entre ambas personas, el uniformado creyóver un objeto metálico en las manos del otrocuando éste se giraba hacia él: disparó una vez,impactado en la parte inferior de la parrilla costalderecha. Tras todo esto, el agente solicitóinmediata asistencia médica para el que ya contabacon más de treinta detenciones en su ficha policial.

El resultado judicial de esto fue la condena de

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las dos partes, pero ahora será expuestaúnicamente la del agente: un año y tres meses deprisión e indemnización de 23.565 euros, a favordel herido. El policía fue condenado como autorde un delito de homicidio en grado de tentativa.Previamente a la resolución, el agente había sidocondecorado con la Medalla al Mérito conDistintivo Blanco. El tribunal entendió que eldisparo tenía capacidad para matar, más aúnatendiendo a la zona alcanzada por la bala.Asimismo, la sentencia admite y reconoce que elfuncionario creyó ver un arma en poder de la otrapersona, pero que esto nunca quedó acreditado.«Dado el estado de nerviosismo provocado por lasituación, la agresividad que había demostradoS.P.B.R. durante la conducción, y el hecho de quehabía en el interior del vehículo diversasherramientas, así como que S.P.B.R salía deespaldas y se girara de forma rápida, provocó enel policía la creencia errónea de que corríapeligro su vida».

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Habiendo quedando acreditado en la sentenciaque el agente se encontraba a un metro de distanciade su contrario, siendo ese rango insuficiente parahuir de una persona armada ante una agresiónsúbita y repentina, por no decir que retirarse dellugar no debería ser una opción válida para unpolicía que legítimamente pretende la detención deun delincuente, debiendo ser el delincuente el queasumiera las consecuencias de intentar agredir a unfuncionario armado, sus señorías estimaron, y asíconsta en la resolución, «que el agente deberíahaber actuado retirándose del lugar, lanzando undisparo al aire, al suelo y en última instancia a laspiernas, pero no directamente contra el cuerpo».Del texto judicial podría desprenderse que lasconsecuencias sí son previsibles para eldelincuente que decide asumir el intento deagresión, como medio de evitación de ladetención. Pero los funcionarios tienen derecho ano tener que asumir agresiones por el mero hechode hacer su trabajo.

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«Alojado en nuestro tronco cerebral existe laparte más antigua del cerebro, la reptil, que sedesarrolló hace unos quinientos millones de años.Los reptiles son las especies animales con elmenor desarrollo cerebral. Su cerebro estádiseñado para manejar la supervivencia desde unsistema binario: huir o pelear. Tiene un papel muyimportante en el control de la vida instintiva. Seencarga de autorregular el organismo. Enconsecuencia, este cerebro no tiene capacidadpara pensar, ni para sentir. Su función es la deactuar cuando el estado del organismo así lodemande. Este primer cerebro, que vive ennosotros, es sobre todo como un guardián de lavida, pues en él están los mayores sensores de lasupervivencia y de la lucha. Además, por suinterrelación con los poros de la piel, los cualesson como una especie de interfase que poseemoscon el mundo externo, este primer cerebro esnuestro agente avisador de peligros para el cuerpoen general. Permite, con rapidez, adoptar medidas

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elementales con respuestas poco complicadasemocional o intelectualmente. Esta conducta noestá primariamente inspirada en consideracionesbasadas en las experiencias previas, ni en losefectos a medio o largo plazo. Por decirlo de unaforma rápida: este primer cerebro es una herenciade los periodos cavernarios, donde lasupervivencia era lo esencial. Este primer cerebroes el que permite el movimiento de actuar yhacer».

«El sistema límbico, mesencéfalo o cerebromamífero, físicamente ubicado encima delreptiliano, permite a los mamíferos un desarrollosentimental que opera, fundamentalmente, desdeuna estructura conocida como la amígdala. Esto eslo que nos permite establecer relaciones de mayorfidelidad que los reptiles».

«El apoyo social es un mitigador del estrés entodo tipo de unidades sociales, contribuye areducir la intensidad de una amenaza percibida, altiempo que aumenta la percepción de la propia

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eficacia para hacerle frente. En suma, alienta unareacción dentro de un grupo que el policía en esosmomentos no tenía. Estaba solo. El agente en elmomento que se bajaba del vehículo policial paraproceder a la detención (caso del barrio de Tetuánde Madrid en 2007), es decir antes de entrar enacción, cambió su independencia como individuopor el anhelo de la seguridad futura. Lascondiciones que tan inmediatamente vivió no lepermitieron tener una visión completa del combatey no se vio capaz de defenderse en solitario, porsus propios medios. Necesitó de sus compañeros,pero no estaban. Esto hizo que aumentara suansiedad reaccionando con indefensión y rabia,máxime si se tiene en cuenta que el policía habíapresenciado como su compañero había sidoarroyado. El mantenimiento o el colapso delentramado social actúa como un amortiguador oacelerador de las reacciones al estrés de combate.La situación de estrés a la que estaba sometido elpolicía está directamente relacionada con el

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sentimiento de aniquilación. Ese temor propio dela amenaza contra la propia integridad física de lapersona, es común a cualquier otra situacióntraumática, pero en el agente se fue transformandoen una amenaza creciente, que le generó unaansiedad difícil de manejar y que vivió másintensamente cuando la percepción que tuvo de lasprobabilidades de mantener a salvo la integridadfísica fueron más bajas y el estrés era más intensoy prolongado» (DANIEL GARCÍA ALONSO: Informe1/11. El agente de policía: reacción ante elpeligro, Bubok Publishing SL, Madrid, Reedición2012).

Aunque el policía que responde en este capítuloprodujo lesiones a dos de los tres heridos del totalde cuatro hostiles presentes, no recibió lacondecoración de mayor rango. Sin embardo sí lefue concedida, entre otros, al mando intermedioque hiriera a uno de los delincuentes. Un agraviocomparativo no justificado, de difícilcomprensión.

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B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Centroeuropa. Año 150.000 a. C. En una zonamontañosa en lo que actualmente se conoce comoFrancia, un grupo de diez neandertales acecha ensilencio a un oso de las cavernas. El invierno estállegando con rapidez y el animal se encuentra en supeso máximo de prehibernación, lo que aseguraráel alimento de la tribu durante muchos días. El osocavernario es un contrincante formidable.Pudiendo alcanzar los tres metros de altura yllegar a pesar hasta seiscientos kilos, desarrollauna fuerza extraordinaria capaz de matar a unhombre de un solo zarpazo. Los neandertales queesperaban bajo el intenso frío eran muyconscientes de ello; en la última partida de cazahabían perdido así a dos integrantes del equipo deacecho.

Esperan a que el plantígrado salga de suguarida para después cerrarle el paso y conducirlohacia cualquier vía de escape. Tienen que hacerlo

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con máxima celeridad. El enfrentamiento serácuerpo a cuerpo, armados con sus lanzas demadera con punta de pedernal y de su propio valory velocidad. Todavía pueden oír los gritos de suscompañeros muertos mientras el enorme mamíferolos despedazaba. Tienen miedo. El frío congela lasgotas de sudor que van apareciendo en sus frentes.El estómago se rebela, la boca se reseca y elcorazón parece querer salirse del pecho. Por suscabezas pasan raudos cientos de pensamientos. Aveces, hasta parece que la vista se nubla costandover con nitidez el objetivo.

El animal sale de la gruta. Es imponente. Todoscontienen la respiración. El pulso se acelera. Auna señal del líder, los cazadores se lanzan a lacarrera gritando como posesos y blandiendo suslanzas hacia esa mole marrón que poco a poco vacopando el horizonte. Por el camino tropiezan,rozan sus pies contra rocas en punta, rasgan sucuerpo con zarzas espinosas, pero nadie esconsciente del dolor ni del compañero que corre al

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lado. Tampoco se han percatado de la presencia deotro oso algo más pequeño, que permanece mediooculto entre la maleza. Las miradas están fijas enel oso principal, que ya ha percibido el ataque y seyergue amenazador sobre sus patas traseras.

150.000 años después leemos: «Sudé mucho.El pasamontañas me pesaba y la pantalla delcasco la tuve que levantar porque me faltaba elaire. No podía respirar por la nariz. Miré al cieloy pedí fuerzas para hacer lo que tuviera quehacer». Y cuando los delincuentes se dan a lafuga: «En el instante en que se lanzaron por elguardarraíl, todos nosotros fuimos corriendocomo si de una pelea de feria se tratara. Nitáctica, ni gaitas, ni leches, no tomamosprecauciones. Aunque en la escena había otrosdos delincuentes, cada uno de ellos disparandocon una escopeta, yo no les presté atención.Increíble. Involuntariamente me centré en los quetenía justo ante mí, pero sé que los otros estabancorriendo por allí en medio».

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Nuestro desarrollo evolutivo se ha encargadode modificar muchas cosas en nuestrofuncionamiento personal y social, pero no haeliminado los resortes básicos que nos impulsan ala supervivencia. Tampoco las emociones ycambios conductuales que acompañan a nuestrapercepción del peligro. Las amenazas a nuestraintegridad vital, como otros muchos incidentescríticos, pueden ser repentinas (inesperadas) yprevisibles. El relato plasmado por el policíaprotagonista de esta historia pertenece a estesegundo grupo. Conocer de antemano laposibilidad de una amenaza puede ayudar alafrontamiento de la misma, aunque no asegure suresolución efectiva. Por contra, y como hemosvisto en otro capítulo, una información deficientesobre el incidente puede elevar el grado de estréscomo consecuencia de la incertidumbre.

Aunque se había preparado el dispositivo lomás concienzudamente posible —a pesar de lascarencias obvias—, las cosas no salieron como se

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esperaba. La resolución ya la conocemos. Con lasdiferencias lógicas que representa la diferencia demilenios, pensemos en las similitudes que hayentre la escena del Pleistoceno y la intervenciónpolicial descrita: hombres a la carrera cazando yluchando al mismo tiempo por sus vidas. Losmismos miedos y similares emociones.

El policía protagonista comenta algo que puedepasar desapercibido a priori o parecer extraño yes que se centró en los objetivos que tenía delantemientras corría, pero no prestó atención a otrosdos delincuentes que también estaban corriendo ydisparando. Es este un efecto muy habitual (ennuestro estudio se han dado varios casos) cuandonos enfrentamos a varias fuentes potenciales depeligro y no solamente a una.

Enfrentados a un peligro, necesitamos ubicarloespacialmente. Localizarlo. La vista y el cerebrotrabajan conjuntamente para prestar atención a lainformación relevante del entorno. Pero a medidaque el estrés va en aumento o la intervención a la

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que se tiene que enfrentar el policía se vavolviendo más compleja, el cerebro vaestrechando su foco de interés, excluyendoinformación que no considera tan importante. Así,la atención se dirige al peligro más inminente, aexpensas de no prestar atención a otros riesgosmenos probables o potenciales.

Una vez que se alcanzan los cientosetentaicinco latidos cardiacos por minuto, elrastreo visual se hace más difícil. Esto es muyimportante cuando se presentan múltiplesamenazas, como es el caso que nos ocupa.Sometido a un estrés intenso, el cerebro del agenteidentificó cómo el peligro y la amenaza másimportante era la que representaban losdelincuentes que corrían delante de él, obligándolea ignorar a los hostiles que sabía que seencontraban cerca.

Un efecto similar se conoce como ceguera porfalta de atención, que puede ocurrir partiendo decualquiera de los sentidos. En el caso de la vista

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supondría no ver algo que se encuentra con todaclaridad en la línea de visión, debido a que nuestraatención está compitiendo con otro foco de interés.

El nivel de estrés experimentado por estepolicía le ocasionó otro trastorno interesante: soloposteriormente, cuando se reconstruyeron loshechos, fue consciente de que se encontraba máscerca de sus objetivos de lo que pensaba mientrascorría tras ellos disparando la noche anterior. Ensituaciones de supervivencia extrema, la personaexperimenta una disminución de hasta el 70 por100 del campo visual. En estas condiciones resultamuy difícil enfocar los objetos que se encuentranpróximos. La percepción de profundidad quedaalterada, siendo ello lo que puede provocar unavaloración errónea de la cercanía o lejanía de lasamenazas.

No tener en cuenta las amenazas «extras» quesensorialmente se ignoraron pudo desembocar enun resultado fatal. Recibir entrenamiento parareconocer continuamente el entorno en busca de

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otros peligros potencialmente letales, ensituaciones de estrés elevado, debería formar partede la preparación básica de cualquier agente deseguridad.

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CAPÍTULO 12

TUVE QUE REPTARVARIOS METROS

Cuando bordeamos un abismo y la noche estenebrosa,

el jinete sabio suelta las riendas y se entrega alinstinto del caballo.

ARMANDO PALACIO VALDÉS (1853-1938)escritor y crítico literario español

Sobre las 05:00 horas de una madrugadaestival, en una ciudad costera de sesentaiocho milhabitantes, una pareja de policías decidióidentificar al conductor de un vehículo extranjero.Los funcionarios iban uniformados en un vehículocon distintivos policiales externos. El agente

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conductor poseía dos años de antigüedad en elCuerpo y treintaiuno de edad, y el otro policíasumaba ocho y treintaiséis, respectivamente.

Todo comenzó cuando la dotación policialpatrullaba por una populosa barriada y un vehículotipo turismo cruzó ante ellos a gran velocidad, sindetenerse o reducir la velocidad en unaintersección. Los policías optaron por no iniciarpersecución alguna, consideraron que no teníanopción de alcanzarlo. Contemplaron la posibilidadde provocar un accidente al intentar detenerlo.Como quiera que los agentes sabían que las demásunidades en servicio estaban ocupadas, no pasaronla información a otros equipos. Sin embargo, síque patrullaron en su búsqueda por la zona en laque lo vieron introducirse: una barriada marginalen la que se traficaba con todo tipo de drogas,amén de otros géneros ilícitos.

Una vez que la patrulla accedió a aquel sectorde la ciudad, los funcionarios escudriñaron suinterior con las luces apagadas y el motor a ralentí.

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Ya era jueves. Dada la hora que era no existíatráfico alguno que pudiera dar pie a un accidente,por ello circularon por algunas vías en sentidocontrario al reglamentariamente establecido.Pretendían sorprender al conductor buscado. En unmomento determinado, cuando llevaban por allíentre tres y cinco minutos, tal vez menos,detectaron la presencia del susodicho coche. Seencontraba estacionado en doble fila, quizásolamente parado. Tenía dos ocupantes en suinterior, ambos en los asientos delanteros. Elvehículo en cuestión era un deportivo de alta gamay máxima motorización. La ubicación exacta yconcreta era una muy conocida por la parejaactuante. «Allí mismo habíamos actuado muchasveces incautando drogas y armas, además dehaber intervenido en riñas graves con heridos eincluso en incendios. Sobradamente sabíamosque estábamos en una zona en la que no éramosbien recibidos», comenta el policía más veterano.

Creyendo los actuantes que habían localizado

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el coche sin ser detectados por quienes loocupaban, procedieron a acercarse con suvehículo. Los sospechosos estaban posicionadosen doble fila dentro de una plaza con forma de«ele» (L), encontrándose concretamente en elángulo. Por la propia configuración del lugar ypara aprovechar la iluminación que proporcionabael alumbrado público, el agente conductor se situóen paralelo al automóvil extranjero. En el ladoizquierdo. De ese modo el conductor al quepretendían identificar no tendría posibilidad defuga más que hacia atrás, pues hacia delante eramaterialmente imposible: había vehículoscorrectamente estacionados, al igual que en elmargen derecho. A su vez el lado izquierdoquedaba «sellado» con la propia presencia delcoche patrulla.

Cuando el policía acompañante descendió desu vehículo se encontró a menos de dos metros dedistancia de los ocupantes del otro coche. Ambosautomóviles se hallaban en paralelo y casi a la

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misma altura. El agente conductor seguía sentadoen su asiento cuando el otro ya estabasolicitándole la documentación al infractor. «Laluz interior del coche estaba encendida y susocupantes se hallaban afanados en algo, creo queen la preparación de unas rayas de cocaína paraconsumo in situ. No lo recuerdo bien. Tal vez ni lovi. Me centré en las manos del conductor, ahípuse toda mi atención». Pese a que la zona estabasuficientemente iluminada y el alumbrado interiordel propio automóvil lucía, el policía hacía uso deuna linterna profesional adquirida a títuloparticular. Así y todo, nunca pudo ver si losasientos traseros estaban ocupados por máspersonas: el coche tenía láminas adhesivas oscurasen los cristales de tales zonas y se trataba de untres puertas.

Solicitado el pasaporte al piloto, éste loentregó al funcionario. En principio la intención delos policías era denunciar la infracción de tráficoque originó la intervención y seguramente realizar

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el test de alcohol, si hubiesen sido detectadosindicios de ingesta etílica. «Mientras buscaba eldocumento requerido, ese muchacho no dejaba demirar hacia todas partes. Mostraba una actitudde claro nerviosismo. A la vez que me entregabael pasaporte siguió mirando descaradamente entodas direcciones. Esa forma de actuar me hizoaumentar el nivel del alerta: el conductorbuscaba una posibilidad de huida. A todo esto micompañero estaba descendiendo aún de nuestropatrullero. Para recortar tiempo y evitar que elconductor pudiera seguir meditando un plan deactuación, observando, orientándose ydecidiendo cómo actuar, le ordené quedescendiera del coche. La orden se la di a la parque le abría la puerta del turismo, a fin deagilizar el trámite. Pero el sospechoso mantuvo,incluso en ese momento, la nerviosa actitud debúsqueda de opciones de fuga. Aquello hacíaindicarme que la intervención iba a terminarmal. Pero todo fue fugaz, muy rápido», manifiesta

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el funcionario.Cuando el conductor inició el descenso del

vehículo siguiendo las legítimas órdenesrecibidas, el policía mantenía entreabierta lapuerta. Lo cierto es que el sospechoso solamentehizo ademán de apearse. Significar que el cristalde la ventanilla de esa puerta se encontrabacompletamente bajado. Justo cuando parecía queel sujeto iba a poner los pies fuera del coche, éstearrancó el motor e introdujo la marcha atrásiniciando una veloz salida en esa dirección.Refiere el agente: «Puede que el motor estuviesearrancado y la marcha engranada, pero no pudeprecisarlo en caliente y ahora menos todavía».Tal cual era la posición y situación escénica delpolicía, éste quedó atrapado entre el bastidor y lapuerta del turismo que él mismo había mantenidoabierta. El brazo izquierdo del funcionario seagarró de modo no deliberado, como si fuese ungancho, al hueco de la ventana abierta. «Fueinstinto en estado puro», asegura el protagonista.

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El auto circuló marcha atrás a gran velocidaddurante unos sesenta metros. En esa distancia laspiernas del agente quedaron en lugares distintos: laizquierda bajo el coche y la derecha dentro delhabitáculo. El pie izquierdo nunca salió de ahíabajo, al menos no recuerda cosa contraria elpolicía, y el derecho no le fue fácil mantenerlo abuen recaudo dentro de la cabina. «Perdí lalinterna que sostenía en mi mano izquierda. Talcosa debió ocurrir cuando quedé enganchado,pero de esto me percaté en el centro sanitariomuchas horas después. No recuperé nuncaaquella herramienta», sostiene el funcionario.

A la vez que la fuga se inició marcha atrás,también fue descrito un violento giro sobre ladirección. El golpe de volante le era necesario alfugado para salir completamente de la plaza en laque se encontraba encajonado. Como consecuenciadel giro y dada la velocidad de evasión, la fuerzacentrífuga «cerraba» el cuerpo del funcionariocontra el bastidor del automóvil. Según señala el

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interfecto, «yo era la “bisectriz” del ángulo queformaba la puerta con el bastidor del coche. Meencontraba ahí en medio y mi brazo derecho nolo podía usar, lo notaba aplastado contra elcoche».

Dado que todo ocurrió tan súbitamente, elpolicía que manejaba el vehículo patrulla no pudohacer nada para ayudar a su compañero. Casi no lovio. El coche puso fin a su marcha atrás con unbrusco frenazo. El policía, que aún permanecíaasido al coche, interpretó aquella ruda detencióncomo una colisión de la parte trasera delautomóvil contra alguna pared o vehículo. Fue elsegundo policía quien le aclaró, tiempo después,este y otros extremos. Finalizado el recorrido aretaguardia —en realidad el coche no estuvoestático más de un milisegundo—, el funcionarioseguía aferrado a la puerta. El otro agente tuvo unaimagen muy breve y fugaz de todo: «Solamenteveía a mi compañero enganchado a la puerta y lopercibía de un tamaño enorme. Mis ojos se

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fijaron solamente en él. Lo vi frontalmentecuando el coche finalizó la fuga hacia atrás yempezó a circular hacia delante sin detenersepreviamente. En ese momento desenfundé mipistola pero la llevaba sin cartucho en recámaray no me dio tiempo a montarla. Fue todo tanrápido y violento que creo que no hubiese tenidotiempo ni de apuntar, aunque la hubiera llevadocargada. Para colmo ni siquiera podía ver alconductor, al menos no recuerdo haberlo vistocon claridad». Posteriormente admitió que nopudo disparar y que de haberlo hecho hubierapodido alcanzar fácilmente a su compañero o alacompañante del asiento delantero (segundoocupante del coche), aunque tampoco tuvo unaimagen nítida de él. Reconoce que desde aquel díase concienció sobre los beneficios y virtudes queofrece el empleo del arma en condición dos(recámara alimentada): «por ello, ahora, siemprellevo mi pistola preparada y aunque entreno muypoco, porque en el Cuerpo nunca me llevan al

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campo de tiro, siempre que practico por micuenta hago ejercicios de tiro en doble y simpleacción».

Así las cosas y sin demora alguna, el cochecontinuó circulando velozmente en el sentidoreglamentariamente establecido en aquella vía. Talrecorrido se inició con el agente todavía asido a lapuerta a través del hueco de la ventanilla. Paraencarar la calle por la que iba a proseguir la fuga,el automóvil tuvo que desviarse hacia la derecha,instante en el que otra fuerza física estudiada semanifestó: la fuerza centrípeta (contraria a lacentrífuga). De este modo, aunque su piernaizquierda siguió atrapada en los bajos del coche,el cuerpo del funcionario fue despedido hacia elexterior junto con la puerta. En ese momento, porla inercia, el brazo derecho se liberó de la presiónque ejercía contra el bastidor, pero el izquierdopudo seguir anclado al marco de la ventana.

Al existir vehículos estacionados en el ladoizquierdo de la vía de escape y no tener el

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delincuente intención de detener la marcha —jamás lo hizo—, éste colisionó lateral ydeliberadamente contra aquellos automóvilesaparcados. Estos choques pusieron al policía anteuna peor situación: su cuerpo, en cada una de lasembestidas, quedaba aplastado entre el cochehomicida y los estáticos. «Casi sin darme cuentasentí como si conmigo estuviesen haciendo unsándwich», ha referido más de una vez elfuncionario. Tras la pertinente inspección técnico-ocular policial efectuada en el lugar pocas horasdespués, se constató que el cuerpo del policíahabía sido arrastrado y golpeado contra ocho deaquellos coches estacionados. Todos presentabanevidentes indicios de que un cuerpo humano, aménde una máquina, había producido considerablesdaños en el lateral derecho de todos ellos. Elagente sostiene que, pese a que pueda parecer unacontradicción, la maldad con la que el homicidacolisionaba, además de la velocidad con la que lohacía, fue la causa por la que no se produjeron más

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lesiones graves o incluso la muerte. En su memoriaguarda imágenes claras, flashes en realidad, dealgunos de aquellos choques laterales, lo que le hallevado a esta conclusión y esa es la idea queperdura en él. Dijo: «Debido a la agresividad conla que giraba el volante para chocarme contralos vehículos aparcados, la parte delantera de suautomóvil era la primera que tocaba a los otros.Cuando eso ocurría se amortiguaba el impactoentre los coches y mi cuerpo no era el quedirectamente se llevaba la peor parte. Así y todo,con mi espalda y cabeza fui abollando puertas yrompiendo cristales y espejos retrovisores dellado derecho de ocho turismos. Si aquelindividuo hubiese actuado con más calma,hubiera hecho una larga pasada de fricción sincolisión y habría acabado conmigo». Tras estosmovimientos y el giro anterior para tomar la calle,el brazo derecho del policía seguía liberado.

En algún momento que el agente no puededeterminar con exactitud, ni siquiera pasado el

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tiempo, desenfundó con la mano fuerte su armareglamentaria y efectuó cuatro disparos en dobletap, lo que en el argot supone hacer series rápidasde dos tiros. El funcionario no es capaz derecordar con precisión, pero sabe que lo hizocuando el coche huía hacia delante. Con totalseguridad afirma que los efectuó mientras estabasiendo aplastado contra los coches, pero insiste enque no recuerda cuándo o contra qué automóvil.Cree que los dos primeros disparos los realizó enel instante en que empezó a sentir las primerassacudidas de aplastamiento, tal vez en la segundaembestida —lagunas de memoria—. Desde elprimer momento sí que manifestó, con rotundidad,que los «soltó» hacia el volante. Creyó, según dijoen su declaración y también a estos autores, que sidisparaba dentro del habitáculo hacia una zona enla que no produjera lesiones, aquello se detendríapor miedo o pánico del piloto. Se equivocó. Elhomicida persistió en su intento de deshacerse delagente y realizó nuevos envites tras sonar esas

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primeras detonaciones.Dado que aquello parecía no acabar nunca y

que el brazo derecho seguía libre y con la pistolaempuñada, volvió a descargar otros dos tirosmetiendo la mano armada en el interior del coche.Usaba una pistola Heckler & Koch USP-C delcalibre 9 mm Parabellum, en una funda Radar 3Dmodificada artesanalmente por él. Sobre ambasseries de descarga, el policía no puede aclarar sisu mano entró en el automóvil por el hueco de laventanilla o por el espacio existente entre elbastidor y la puerta —lagunas de memoria—. Síque asevera algo: «En la segunda serie de dosdisparos, deliberadamente dirigí la boca defuego hacia las piernas del conductor, auncuando no podía verlas. Mi cuerpo habíaquedado por debajo del perfil de la ventanilla yera imposible ver al conductor y mucho menossus piernas».

Consumidos esos dos últimos cartuchos, elpiloto cesó en sus aplastamientos y embestidas

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laterales. Lo que siguió a estas acciones fue unafuga en línea recta a mayor velocidad que ladesarrollada hasta el momento, que tampoco habíasido baladí. El policía, en un momentodeterminado, dejó de estar asido al vehículo ycayó al asfalto. «No me solté conscientemente, almenos no recuerdo haberlo hecho... hubiese sidosuicida», asegura el funcionario. Añade: «Variosaños antes, también de noche, fui testigo de unsuceso muy similar al mío, solo que en aquelcaso únicamente existió huída hacia delante.También fue menos violento y acelerado. Fuecomo un, “suéltate antes de que te mates, porqueyo no voy a parar”. Yo era totalmente novato yme quedé impactado. Al coche le pude fracturarla luna delantera con la defensa extensible, perose fugó. El policía que fue arrastrado jamás en lavida había entrenado con su pistola. Ni siquierasabía usarla, aunque él creía que sí. Era una Starmodelo S del 9 mm Corto, con guía particular (noreglamentaria), que presentaba un estado

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deplorable de conservación. Poco tiempodespués comprobé que llevaba cartuchos conmoho, fechados treinta años atrás. Pienso que nohubieran detonado de haber intentandodispararlos. Tuvo mucha suerte, solamente sufriólesiones leves».

Tras todo esto, el policía quedó aturdido,desorientado y tendido en una calle que eraintersección con la de escape. Algunos de losdatos ahora expresados no fueron recordados porla víctima hasta pasadas horas en unos casos ydías o semanas en otros. En cualquier caso, pararecomponer al máximo posible en su mente elsuceso, necesitó ser apoyado por el compañeroque aquella noche patrullaba con él. «Algunosdetalles nunca los he recuperado. A veces mevienen cosas a la cabeza que me hacen dudar sison recuerdos o invenciones involuntarias de micerebro. Mi binomio, desde fuera, lo vio todomejor que yo», comenta el protagonista delincidente.

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El agente permaneció solo en el asfalto porespacio de algunos minutos, toda vez que sucompañero inició la persecución del cocheevadido. El perseguidor creyó en todo momentoque el otro policía había conseguido «trepar» eintroducirse dentro del automóvil, pues la escenadel delito —el propio coche— se habíadesplazado desapareciendo momentáneamente delalcance de su vista. Esta errónea apreciación fuetransmitida por la emisora del radio-patrulla, a lavez que se informaba que se habían producidodisparos. Como quiera que este funcionario noconocía la procedencia de las detonaciones,transmitió que se podrían haber realizado contra sucompañero. Todas las unidades en servicio, de lostres cuerpos policiales existentes en lademarcación, se activaron.

Mientras todo eso se estaba comunicando víaradio, el herido trataba de recomponer suradiotransmisor, el cual había quedadodesmontado como consecuencia de los golpes

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recibidos. Por suerte quedó pendido del uniformepor el cable del micrófono. Pese a que elautomóvil ya no estaba al alcance de su vista, elfuncionario oía con exagerada claridad el sonidodel motor circulando por diversas callesadyacentes. Ese sonido perdura todavía en lamemoria del policía y lo define «como un truenocontinuo». Manifiesta el funcionario: «Temí que elvehículo reapareciera y me arrastrara otra vez opasase por encima de mí. Por ello me aparté dela vía principal hasta quedar tendido bajo lailuminación de una farola de alumbrado público.Para llegar hasta allí me puse en pie, pero me caítan pronto apoyé la pierna izquierda en el suelo.Tuve que reptar varios metros».

Una vez recompuesta la emisora portátil, elpolicía pudo oír la frenética actividad existente enla frecuencia de radio de su unidad, motivo por elque no encontraba el momento de intervenirverbalmente para dar su posición y estado. «Yo nosabía con certeza en qué lugar exacto me hallaba

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y eso que conocía la zona perfectamente. Mesorprendió la enorme bondad y humanidad dealgunas de las personas que me socorrieron. Lacara del primer varón que se personó me era muyfamiliar, pues muchas veces le había incautadosustancias estupefacientes. A otro le habíarealizado pruebas de alcoholemia. Estos vecinosme taparon con una manta y apoyaron mi cabezasobre una almohada. Yo estaba temblando yagitándome de frío como si debajo de mí hubieseun suelo helado. Parecía que estuviese sufriendoun delirium tremens».

Los lugareños que auxiliaron al policía leinformaron, a petición del mismo, del puntopreciso en el que se encontraba. Estos ciudadanos,vía teléfono, participaron a la central del Cuerpolo que estaba pasando y así fue como algunasdotaciones se desplazaron de inmediato en susocorro. Cuando ya estaban próximas aquellasunidades, el policía consiguió hacer valer su vozpor la radio, informando que se encontraba herido

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y que había efectuado varios disparos con supistola.

El médico de la ambulancia comisionada allugar detectó, desde el principio, una fracturaimportante en la extremidad inferior izquierda, laque siempre quedó atrapada bajo el vehículo.También se intuían lesiones graves a nivel de lacadera y la columna, amén de evidenciarse otraspor todo el cuerpo. Las externas resultaron sertodas leves, aunque llamativas. Tras laestabilización y trasladado al hospital, fueconfirmada una fractura distal de tibia y peroné(huesos y ligamentos del tobillo) y descartada lade cadera. La lesión principal requirió deintervención quirúrgica, llevándose a cabo casiveinticuatro horas después en un centroespecializado. A resultas de aquello, en el tobillofueron implantados cuatro tornillos de titanio, dosa cada lado. Aunque el agente siempre se quejó deun persistente y fuerte dolor en su columnavertebral, le fue descartada, sin practicársele

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prueba diagnóstica especial, cualquier lesióngrave a ese nivel. Permaneció de baja médicadurante siete meses, realizando ejerciciosrehabilitadores durante ese periodo y caminandocon muletas los cinco primeros. Se incorporó alservicio en funciones de atención al ciudadano,pero aunque aquel desempeño no era de fatiga, elfuncionario recayó en episodios de dolor en lapierna y la espalda. Nuevamente tuvo que ser dadode baja temporal durante dos meses. Pese a que elmédico forense le recomendó visitar a unpsicólogo, el policía no acudió hasta pasadomucho tiempo. Fue diagnosticado como pacientecon estrés postraumático crónico de varios añosde duración.

Cuando el informe de alta médica fue definitivopor haberse señalado fecha para ser sometido a unestudio médico de secuelas, al agente le fuediagnosticada una hernia discal dorsal. Ladolencia se ubicaba, no por casualidad, en elmismo punto de la columna vertebral que durante

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meses señaló como de dolor permanente.Presentado ante el Equipo de Valoración deIncapacidades, fue declarado IncapacitadoPermanente en grado de Parcial. «Esto mepermitió seguir ejerciendo mis funcionesprofesionales que es lo que yo pretendía, aunquesupe que siempre estaría limitado físicamente yque sufriría dolores de por vida. Pude conseguiresta valoración gracias a que hice rehabilitaciónextra, al margen de la oficial».

Volviendo unos pasos atrás en el relato de loshechos: los dos primeros disparos efectuados porel policía —intimidatorios— no acabaron en ellugar que él tenía previsto y donde siempre creyóhaberlos colocado. Estaban en un punto del cochetotalmente diferente. En dirección opuesta. Uno seencontraba en el bastidor y el otro muy cerca delprimero. Ambos describían idéntico ángulo deincidencia, pero el segundo estaba en la ruedareguladora del respaldo del asiento del conductor.«Se ve, por la ubicación y ángulo de entrada de

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los proyectiles, que cuando presioné eldisparador recibí un manotazo que me desvió elarma». Hay que recordar que el tirador pretendíaalcanzar el volante para asustar a su homicida yasí evitar males mayores. «Creo que el conductorpudo propinarme un manotazo en la pistola, enun desesperado intento de no ser alcanzado porlas balas. Por el paralelismo visto en laubicación de los impactos y por presentar casiidéntica orientación de entrada, fueron con totalseguridad los primeros que efectué. Así loexpresa el informe balístico de la PolicíaCientífica. Hicieron un trabajo sorprendente»,sentencia el protagonista.

Los otros dos disparos sí alcanzaron suobjetivo: el tren inferior. Estos proyectilespenetraron en el cuádriceps izquierdo yabandonaron el miembro por diferentes puntos dela extremidad. En esta ocasión las balas noprodujeron cavidades permanentes con ángulos ytrayectorias similares entre sí, cosa que sí ocurrió

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con los tiros intimidatorios (los impactosdisuasorios no produjeron cavidad temporalalguna, dado que no hirieron). El ser disparos «ala desesperada» seguramente fue el motivo por elque entraron separados y con trayectoriasdispares, aunque en el mismo miembro. Una de laspuntas produjo un orificio de salida muy cerca dela rodilla y alcanzó, por sobrepenetración, elmúsculo gemelo de la pierna contraria (la quemanejaba el pedal de aceleración y freno). La otraabandonó la masa muscular por la cara posterior,por el bíceps femoral. Los proyectiles, que eran detipo semiblindado, no tocaron zonas óseas. Estopermitió la transmisión de movimiento a lospedales del automóvil, motivo por el que el sujetoconsiguió huir. En un momento de la fuga fueinterceptado y perseguido por un coche camuflado,un «K» alertado al efecto. «Según comentaron lospolicías que iban en el coche camuflado, duranteparte de la persecución dispararon unos diezcartuchos contra los perseguidos. Puede que

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incluso quince. Nunca declararon por escritonada al respecto y a día de hoy rehúyen hablar deello. El coche, que fue recuperado minutosdespués, presentaba varios impactos de bala ensu parte trasera».

El vehículo fue abandonado dentro de la mismademarcación, pero a varios kilómetros de dondehabía caído el agente. Allí mismo fue detenido elacompañante, pero no el conductor. El arrestadopresentaba lesiones leves en el rostro (epistaxis ohemorragia nasal), heridas que según su propiamanifestación le fueron infligidas por sucompinche. Como el piloto trataba de matar alpolicía aplastándolo, el pasajero —amigopersonal del homicida— tiró del volanterogándole que no lo hiciera. Por ese motivo quienmanejaba el coche agredió con un puño a sucolega, a la vez que le decía, «¡lo mato, lo mato,déjame que lo mato!». Significar que durante lahospitalización, en la cabeza del agente resonabauna frase sin sentido que siempre creyó dirigida a

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él: «lo mato, lo mato, déjame que lo mato». Elfuncionario creía que esas palabras no teníansentido porque creyendo que se las brindaban a él,hubieran debido decir «te mato, te mato». Mesesdespués, cuando tuvo acceso a las diligencias delatestado, conoció el sentido de aquellos gritos:esas expresiones, tal cual, fueron manifestadas yreconocidas ante el juez por el detenido y testigoprincipal de todo lo acaecido.

Cuando el acompañante fue capturado, un rastrode sangre fue tomado como inequívoca señal delitinerario seguido a pie por el conductor, trasabandonar su turismo. Pero no fue localizado.Resaltar que la detención del convertido en testigola ejecutó un agente de policía en prácticas, queademás se encontraba franco de servicio. En elcoche fueron hallados varios teléfonos móviles yun enorme charco de sangre que cubría el asientodel conductor. El delincuente estaba plenamenteidentificado desde el primer instante: su pasaportey otros documentos personales fueron localizados

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en el interior del automóvil. Resultó ser unviolento traficante de drogas de origen extranjero,que contaba con numerosas detenciones en su paísy una en España. A fecha de hoy no se tiene certezadel modo en que el delincuente herido apareció,seis horas después, en un hospital fuera deterritorio español. La Policía de aquel lugarcontactó con la española a fin de informarla sobreel alcance de las heridas, así como de que elsujeto estuvo a punto de morir desangrado.Pasados unos días fue dictada una ordeninternacional de detención para ingreso en prisión,que no podrá ser ejecutada hasta que el susodichono finiquite numerosas causas pendientes en supaís de origen.

Se da la circunstancia de que el agente heridoes instructor de tiro y defiende, siempre que seesté debidamente entrenado, el uso del cartucho enrecámara en condición dos de portabilidad. Estepolicía siempre practicaba el tiro a nivel privado.El cuerpo al que pertenece jamás lo sometió a

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instrucción alguna. La plantilla sigue careciendode plan de entrenamiento. Es el propioprotagonista quien a veces adiestra a algunoscompañeros de su plantilla, pero siempre arequerimiento personal de los interesados.Sostiene: «Casi todos los que entrenabanconmigo empleaban cartucho en la recámara ylos que estando ya adiestrados no lo hacíantodavía, empezaron a hacerlo a partir de aquellafecha. Comprobaron que esa noche pude haceruso de la pistola por llevar el arma preparada. Yohabía imaginado mil supuestos y los habíaentrenado en la galería, pero jamás se me pasópor la mente verme en uno como este y eso queaños atrás fui testigo de algo parecido».

De todo lo vivido en aquellos escasos segundosen los que fue arrastrado ciento sesenta metros,estuvo recordando «momentos sueltos» a lo largode mucho tiempo. Aquellas rememoracionesaparecían en su cabeza como flashesintermitentes. Cree que no llegó a sentir miedo,

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«no tuve tiempo para ello. Todo fue muy rápido.Fue más rápido y violento de lo que nadie puedeimaginar». Recuerda que lo que estabasucediendo lo creía estar viendo en tiempo realdesde otra perspectiva, «parecía que estabaviéndome en una película con una cámarasituada sobre mí». Mientras sucedía, por supensamiento pasaron algunas imágenes de distintosmomentos de su vida. Aquellos recuerdos nofueron necesariamente negativos. Comenta:«Durante meses, a mi mente acudía el recuerdode cuando con desesperación le gritaba alconductor, “¡para, para, para!”». Aunque debiórealizar los disparos con el arma relativamentecerca de su cuerpo y rostro, no recuerda habervisto los fogonazos en la boca de fuego (era denoche), ni oído sus propias detonaciones. Sinembargo, desde los primeros instantes supo quehabía disparado cuatro veces en dos series de dosdisparos, cosa que refirió a los primeros policíaspersonados en la escena y a su propio jefe en el

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centro hospitalario. «Pese a que durante añosentrené la realización de un cambio de cargadortras finalizar un incidente armado simulado,aquel día no fui capaz de hacerlo. Más aún, deello me di cuenta días después. En realidad séque no era necesario recargar, pues eraconsciente de que había consumido pocoscartuchos, pero era algo que tenía muyinteriorizado y aun así no me salió... Lo que síhice del mismo modo que en la galería, fuedisparar series rápidas de dos tiros».

A los pocos minutos aparecieron en sus brazosamplios y llamativos hematomas de los que sepercató en el interior del vehículo sanitario cuandoera trasladado. Durante los días de ingreso clínicosu aparato vegetativo estuvo severamenteparalizado. Añade: «Cuando me introdujeron enla ambulancia me di cuenta del hedor quedesprendía mi cuerpo. Yo mismo no lo soportaba.Me daba vergüenza. Olía a algo parecido a laorina, pero yo notaba como lo expelía mi cuerpo

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cual sudor pegajoso. Le pedí disculpas a ladoctora y ella me dijo que estuviese tranquilo,que eso era el efecto de una fuerte descarga deadrenalina y que gracias a ello no era todavíaconsciente del dolor».

Un recuerdo o pensamiento estuvo durante másde un año dando vueltas en la cabeza del policía.Creía recordar que el conductor le habíapropinado golpes directos en la cara y en la boca.Aunque jamás lo había comentado con nadie, porno estar seguro de ello, siempre creyó que lasheridas que presentaba en los labios le fueroncausadas con los puños en los primeros momentosde la intervención —cuando iba asido a la puerta ycirculaba marcha atrás—. Transcurrido ciertotiempo, una confidencia policial llegó a sus oídos:el delincuente presumía, en su entorno, de haber«reventado la boca» al policía. Se regocijaba yjactaba cada vez que decía que le había atizadovarios puñetazos, cuando lo llevaba agarrado a lapuerta (el fugado practicaba boxeo y tenía

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treintaitrés años edad).El arma utilizada por el policía fue requerida

judicialmente para realizar sobre ella el pertinenteestudio científico-forense. Su HK permanecióretenida durante meses. El agente podía haberseguido entrenando con alguna de las demáspistolas que poseía a nivel particular, pero nopudo hacerlo durante algún tiempo: «Sentí fobia alas armas. Cuando convaleciente acudí una vezal campo de tiro, no fui capaz de disparar másque unos cuantos cartuchos, pero sin ánimo einterés alguno. Si me lo hubiesen dicho antes nolo hubiera creído: yo soy muy aficionado a tirary a las armas. Hasta que no transcurrieron ochomeses no pude volver a manejar las armas consoltura y ganas. Fui víctima de un intentodeliberado de acabar con mi vida, pero sentíremordimiento por haber disparado a unsemejante. Este sentimiento desapareció al pocotiempo, cuando me convencí de que no hubo másremedio que hacerlo». Razones morales y

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religiosas le hicieron sentirse mal durante algunassemanas, pero también, aunque en menor medida,temía al potencial reproche judicial por haberproducido lesiones a una persona.

El funcionario jamás se ha sentido apoyadoinstitucionalmente por sus jefes y compañeros. Siacaso unos cuantos policías amigos se dignaron allamarle o visitarle en casa y durante lahospitalización. Lejos de sentir calor, lo que sintiófue desprecio. Sostiene el funcionario: «Sé, concerteza, que algunos policías de mi plantillainventaron, por oscuros y bastardos motivos, unahistoria paralela a la vivida aquella madrugada.Comentarios del tipo, “él se lo ha buscado porestar todo el día enredando”, “si no fuese tanlisto no le hubiera pasado nada”, “siempre se hacreído que iba a salvar al mundo”, “¡quién lemandará identificar a tanta gente, acaso va aheredar la Policía!”, han ido forjando en algunosla idea de que nadie podía disparar tal y como yolo hice. No en vano nuestra jefatura carece de

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interés por el entrenamiento. Admito que cuandomi compañero se detuvo en paralelo junto alcoche debí ordenarle que se colocara detrás, asíhubiera evitado cualquier posible fuga. ¿¡Porqué no lo haría!? Aunque creo que lo hice, peroél dice que no fue así. No lo sé, la verdad,seguramente tenga razón él». Sabe que aquellosque divagaron y elucubraron sobre qué y cómopasó, son policías que jamás han manejado lapistola ni siquiera en la galería de tiro. «Meconsta que incluso no conocen el manejobásico». Sentencia: «Por todo lo anterior y por lasupina ignorancia acreditada, no puedenimaginar que exista gente capaz de manejar elarma eficazmente en tan adversas circunstancias.Es lo de siempre, destruir cobardemente. Usaronaquello del “difama, que algo queda”».

Nunca fue reconocido profesionalmente conhomenaje o reconocimiento alguno. Todo locontrario. Varias peticiones formales paracondecorarlo, impulsadas por su jefe, fueron

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rechazadas por algunos políticos y mandos quereconocieron falta de afinidad personal con elfuncionario. Esos mismos dirigentes negaron, porulteriores motivos profesionales, otrosreconocimientos propuestos. «Sé que estas cosasson verdad, el propio jefe me las confesó envarias ocasiones: “no quieren reconocerte méritoalguno, fulanito te odia y no se esconde paradecirlo”. Hasta el abogado que me asignaronpara ir a declarar ante el juez, cosa que ocurriómeses más tarde, me aconsejó que mintiese. Medijo que defendiera la idea de que me entrómiedo y que se me disparó la pistolaaccidentalmente, que yo no quería disparar y queno sabía lo que hacía. Ni que decir tiene quedeclaré la verdad, cosa en la que mi jefe meapoyó desde el primer momento. Todos losextremos de mis primeras manifestacionesverbales, tanto en la ambulancia como en laresidencia sanitaria, fueron evidenciados yplasmados por la Policía Científica en sus

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informes periciales. El mando que aquella nocheejercía de jefe del turno estuvo a mi lado, hastaque la ambulancia me trasladó desde debajo deaquella farola. El superior que ostentaba latitularidad del turno estaba de vacaciones yjamás se puso en contacto conmigo durante losmeses de baja. Cuando un año después me vio,solamente me saludó con un, “¡hola!, ¿cómoestás?”».

Quien tiene asignada la inactiva función deinstructor de tiro en la plantilla, llegó a criticar laacción del policía, incluso cuando sus disparosacabaron en el cuerpo de quién quiso, sin producirdaños a terceros. «Ese hombre se dedicó acomentar entre los policías que yo debí intentarasustar al conductor con el “ruidito” que hace elarma al cargarla. Se ve que no conocía lospormenores de mi situación o quizá quisoignorarlos para poder decir algo que creyómagistral. Otros me aconsejaron que omitiera elhecho de que trabajaba con la recámara cargada,

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alegando que estaba prohibido por normasestatales. A veces no sé si era ignorancia omaldad, pero comentarios de este corte fueronalimentando leyendas sobre una nefastaactuación. Ninguno de los que tan a la ligeraopinaron, sobre lo que tuve y no tuve que hacer,había leído el atestado. Ninguno. Tampocopodrían darle a una vaca con su pistola a tresmetros, ni en cinco segundos», comenta con ciertaironía el policía.

Todo esto ha afectado sobremanera a la vidapersonal del funcionario, tanto la experiencia decreer que iba a morir como el olvido y despreciomostrado por los suyos. Una de sus pasiones era lapráctica del ejercicio físico con carreras de mediofondo, actividad que no pudo volver a practicardebido a las secuelas sufridas, teniendo querecurrir a otras actividades físicas sustitutorias.Una vez que sintió el ostracismo y éste caló en él,surgió una especie de fobia: «Lo paso muy malcuando tengo que volver a aquella ciudad para

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realizar gestiones ajenas al servicio». Asume queal trabajo tiene que acudir y responde bien a ello,pero cuando por otras razones debe trasladarse ala localidad sufre sudoración extra, temores,ansiedad y nerviosismo.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Incidentes de esta naturaleza no son muyfrecuentes, pero haberlos, haylos. Aunque unpolicía fue objeto de una acción hostil grave, nofue empleada un arma convencional en el atentado.Aun así, no son pocos los casos conocidos deagentes que son arrollados deliberadamente porvehículos. Estos atropellos suelen producirse,como el que nos ocupa, durante la identificaciónde conductores infractores de normas de tráfico oincluso en dispositivos estáticos de control al

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tráfico rodado (controles).Con funesto resultado acabó un suceso cercano

en el tiempo con el aquí presentado. Se trata deaquel en el que un agente de la Ertzaintza (Policíadel Gobierno Vasco), de cuarentainueve añosedad, falleció en Baracaldo (Vizcaya) el 20 defebrero de 2009, tras ser conscientementeatropellado por una furgoneta durante unDispositivo Estático de Control (DEC). Elfuncionario pertenecía a la Unidad de Tráfico deVizcaya y sobre las 00:30 horas él y varioscompañeros se hallaban en plena actividadrealizando controles de alcoholemia. Al serrequerido el conductor de una furgoneta, éstedesobedeció las órdenes policiales y abandonó atoda velocidad la zona de registro del DEC. En suhuida arrolló al agente, siendo arrastrado duranteaproximadamente trescientos metros (quedóatrapado en los bajos de la furgoneta). El resto decomponentes del dispositivo consiguió alcanzar ydetener la fuga del conductor homicida. Para ello

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dispararon varias veces. El cuerpo del policíatuvo que ser recuperado por los bomberos.

El conductor resultó ser un varón de diecinueveaños de edad con antecedentes penales, quecarecía de permiso de conducción. Suacompañante, una mujer, tenía veinticinco años.Ambos fueron trasladados con heridas de balahasta el hospital, él con un impacto en la piernaderecha y ella con otro en el tórax. Posteriormentese supo que el vehículo había sido sustraído dosdías antes.

Regresamos a nuestro caso principal. Como elpropio agente admite, su compañero no debiódetener el coche en paralelo con el que se tratabade identificar. Él, sin duda, debió pedir alfuncionario que conducía que colocara el vehículopolicial detrás del sospechoso, no en vano era másveterano y por tanto jefe de pareja. Pero no lo hizo(a día de hoy no lo tiene claro), pensó que comolos ocupantes no habían advertido su presenciatendrían a su favor el factor sorpresa. Fue así, pero

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salió mal. Aunque el policía se posicionó en elángulo correcto para solicitar la documentación alconductor, la propia distribución de los vehículos«actores» hizo que aquello se convirtiera en unaratonera; más aún desde que la puerta quedóentreabierta, cosa que se produjo por la propiaacción del funcionario. Como el policía expuso, sifacilitaba el descenso rápido del piloto, antes«inutilizaría» el arma de mil cuatrocientoskilogramos de peso en que podía convertirse elcoche. No lo consiguió. El conductor quería huir atoda costa y lo hizo.

Cuando alguien ha resuelto en su mente actuarsiempre lo consigue, aunque el resultado final dela acción no necesariamente dependerá de él. Aquíno funcionaron los disparos intimidatorios ytampoco los que alcanzaron las piernas. Sinembargo, todavía hay gente que cree que el sonidoque hace la pistola al ser cargada puede subvertirel ánimo y la intención de cualquiera. Quienoficialmente tenía atribuida la función de instructor

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en la plantilla del protagonista así lo manifestabatiempo después, con frases similares a estas:«Debió montar la pistola, el sonido paraliza a lagente. Esa es la correcta actuación». Esta persona,el instructor que no instruía, ignoraba cualquieraspecto relativo a lo que entraña física, psíquica yfisiológicamente un enfrentamiento armado.

Aunque el policía herido estaba entrenado en eluso reactivo del arma, la circunstancia que le tocóvivir no le permitió reaccionar antes de lo que lohizo. Habría que hacerse una pregunta, ¿hubieseestado justificado el empleo del arma, si losdisparos los hubiese realizado antes? Quizá no. Encualquier caso su brazo fuerte estuvomomentáneamente inutilizado y el izquierdo era elúnico punto de apoyo que lo mantenía en lasuperficie, para no ser abducido por los bajos delautomóvil. La cuestión es que al final pudoacceder al arma y la utilizó. El hecho de queportara la pistola con cartucho en la recámara(doble acción), sin seguro manual activado y en

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una funda pistolera de calidad y customizada, fuefundamental para poder efectuar los disparos.Conocía y entrenaba técnicas para alimentar larecámara con una sola mano, pero, tal cual era lasituación, complicado o imposible hubiera sidollevar a la práctica alguna de esas maniobras. Encualquier caso, es imprescindible recurrir a ellascuando el arma tiene la recámara vacía (condicióntres y cuatro de portabilidad), y no es el caso, eincluso si se detecta una interrupción mecánicasimple (encasquillamiento).

La omnipresente sobrepenetración también semanifiesta en este capítulo. Ya es una constante.Aquí se conoce un caso poco frecuente de excesode penetración al que podría llamarsesobrepenetración positiva: proyectil queabandona el blanco impactado y deseado, peroalcanza otro órgano externo del mismo objetivo oa otro adversario. Con dos proyectilessemiblindados se produjeron tres impactos. Losdisparos dirigidos al tren inferior afectaron al

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muslo izquierdo, dos, y a la pantorrilla derecha,uno. Pero tres heridas no fueron suficientes paradetener el ataque.

Respecto a los otros disparos, aquellosprimeros que de modo intimidatorio refiere elpolicía haber efectuado (fueron constatadoscientíficamente), finalizaron en sentido contrario alque el tirador había decidido e intentado. Estopudo producirse por diversas causas. Podría haberocurrido que justo cuando el disparador (gatillo)era presionado, el conductor estuviese realizandouna de las muchas colisiones laterales descritas, locual pudo alterar la trayectoria final de losproyectiles. Pero el homicida también pudo dar unmanotazo a la mano fuerte del agente en elmomento definitivo de presionar los mecanismosde disparo. Sea como fuere, la casi idénticatrayectoria que describieron las balas que noprodujeron lesiones, acredita que fueron losejecutados en primer lugar. Sin duda alguna,cuando dos disparos rápidos presentan tanta

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similitud en la descripción de sus trayectorias —casi agrupados, además—, es porque fueronrealizados con cierta calma, serenidad otranquilidad, por tanto fueron los primeros. Elpolicía aún no estaba ante una situacióndesesperada o al menos no era consciente de ello,como sí lo fue instantes después. Por el contrario,aunque los dos impactos en el muslo estaban en elmismo órgano y presentaban orificios de entradarelativamente cercanos, sus trayectorias eran muydiferentes: uno abandonó la pierna por la caraanterior del cuádriceps (bíceps femoral), casi ennoventa grados respecto al suelo; y el otro entró ysalió por un punto muy próximo a la rodilla(cabeza del cuádriceps). Esta última bala fue laque llegó hasta la otra pierna con un ángulo muydiferente al descrito por la anterior.

Es sabido que las capacidades cognitivas yhabilidades motoras se ven seriamente mermadasen situaciones graves como esta. Pero inclusoaunque se produjeron lagunas de memoria, algunos

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detalles son sobresalientemente recordados ycontrolados por la víctima. Pudo mantener lafrecuencia de tiro de dos en dos, tal comoentrenaba. Pero una vez a salvo, bajo la referidaluz que proyectaba una farola, no fue capaz derecordar y ejecutar un cambio de cargador comotambién siempre había practicado cuando simulabael fin de un tiroteo. En cualquier caso erainnecesario: el cargador principal todavía conteníasobre diez cartuchos. Así mismo, no recuerda conprecisión el instante en que abrió fuego, pero sí lafrase que hablaba de matarlo y que, en realidad, sedirigía al otro ocupante del vehículo homicida. Enresumen, uno presta atención a lo que de verdadteme y en este caso eran las manos que manejabanel arma: el policía admite que fijó sus ojos enellas mientras pudo y su cerebro tampoco pudodiscriminar la frase aquella de, «lo mato, lomato».

Salvando las distintas necesidades que generanlas sociedades norteamericana y española, en

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cuanto a demanda policial armada se refiere, almargen de las tradicionales diferencias culturales,costumbristas y legislativas de ambas naciones,significaremos una anécdota «bilingüe» al hilo delo que el protagonista del suceso pone demanifiesto: en su plantilla jamás se realizabanentrenamientos oficiales de tiro. Esto es algo en loque también enfatizó el policía que conducía y queresultó ileso. Ninguno había sido evaluado oadiestrado nunca por el cuerpo, hasta la fecha delsuceso, y tampoco posteriormente (trece años deservicio el protagonista, cuando la obra vio laluz).

Vamos con la anécdota. En 2012 llegó a EspañaS. C., agente civil de un departamento municipalde policía del Estado de California (EstadosUnidos), para cursar un Máster en Criminologíapor una universidad privada. Durante el año deestancia en la península Ibérica, el cadete (civilque trabaja con la Policía, sin la consideraciónoficial de agente de la ley) tuvo ocasión de

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conocer a varios instructores de tiro autóctonos,con los que practicó en numerosas ocasiones.Aunque para el servicio aún no portaba armas defuego (únicamente lleva consigo un espray de gasirritante y un chaleco de protección balística),entrenó varias veces con José Romero Mateo,instructor de tiro de la Policía Local de Blanes(Gerona), y con varios policías autonómicoscatalanes.

En algunas de las sesiones de entrenamiento ycharlas mantenidas en el campo de prácticas quegestiona el instructor blandense (el Cuerpo cuentacon su propia cancha de tiro), el norteamericanodio a conocer a sus interlocutores algunos aspectosdel entrenamiento de su departamento y de otrasagencias de seguridad en las que ha prestadoservicio. A preguntas de estos autores, elnorteamericano manifestó que «durante dos añosestuve comisionado, como estudiante enprácticas, en tres agencias federales, la DrugEnforcement Administration (DEA), el US

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Marshals Service (USMS) y el US Department ofHomeland Security (DHS). En las dos primerasayudaba durante las clases prácticas querecibían otros agentes, normalmentedesempeñando el rol de chico malo. Cuandohabía algo de tiempo libre me enseñaban amanejar armas de fuego. Sin embargo, con elDHS realicé prácticas especiales, algunas deellas poco comunes. Estaba trabajando en elFLETC (Federal Law Enforcement TrainingCenter), la academia a la que recurren casi todaslas agencias y departamentos federales. Allí tuvela oportunidad de pasar por el curso básico detiro. Fue algo excepcional. Fueron algo así comocincuentaicinco horas de entrenamiento, en lasque consumí muchísimos cartuchos, unos dos mil.Pero los agentes de pleno derecho continúan laformación asistiendo a cursos secundariosespecíficos para cada agencia». El californianoya había cursado estudios universitarios antes deunirse a su departamento de policía, concretamente

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obtuvo el grado en Liderazgo y Comunicación. Asus veintitrés años de edad, ya lleva un quinquenioejerciendo.

Sobre el plan anual de entrenamiento en suinstitución, un cuerpo local o metropolitano que dacobertura a unos ochenta mil ciudadanos, el futuroagente comenta: «Se entrena una vez al mes. Elprimer mes del año se dedica a prácticas de tirocon la pistola reglamentaria. Tenemos unaamplia gama de modelos de la marca Glock delcalibre .40 S&W. Según sea el tamaño de la manodel policía se le asigna un modelo grande,mediano o pequeño. Se da mucha importancia aque el arma sea cómoda y eficazmente manejaday controlada por el funcionario. En el segundomes se entrena con el fusil de asalto AR-15 delcalibre .223 Remington (5,56 × 45 mm NATO) ycon la escopeta Remington modelo 870, delcalibre 12. El tercer periodo es empleado paradisparar con las tres armas en situaciones denula o reducida visibilidad, poniendo en práctica

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técnicas de tiro con linterna. Cuando se terminael ciclo se vuelve a empezar con el arma corta yasí sucesivamente se completa el programa deformación continua de todo el año». El gringo,con razones más que justificadas, se vanagloria delos esfuerzos que se dedican para mantener bienformado al personal. Aunque desde los veintiúnaños ya podría ser poseedor de una licencia dearmas para portar una pistola o revólver en suestado (desde los dieciocho años para el caso delas armas largas), no se lo ha planteado. Tampocosabe qué clase de arma adquirirá a título personalcuando sea oficial de policía, pero le gusta lafirma austriaca Glock, «es la preferida deinnumerables agencias de seguridad de mi país,tanto a nivel local y estatal, comogubernamental».

Ante tan apabullante, comprometido, serio,amplio y exquisito entrenamiento planteado por elcadete S. C., los españoles que acudían al campode tiro con él procedieron a informarle cuál es en

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España la mentalidad general de lasadministraciones, de los jefes y de los propiosfuncionarios con respecto a estas cosas. El joven yfuturo policía no dio crédito a lo que oyó. «Lereferí a nuestro amigo los promedios de consumoanuales de munición por agente, tanto en los doscuerpos que estábamos allí representados en esemomento, como en la generalidad nacional, asícomo la periodicidad de las prácticas de tiro y laconfiguración de los ejercicios. No pudeocultarle que, como norma general, entrenamosestáticamente a distancias que nada tienen quever con la realidad que nos marca el día a día dela calle. En Blanes llevamos algún tiempointentando alejarnos de esos anticuadosconvencionalismos. Por suerte, cada día son máslos cuerpos locales que optan por otra filosofíade entrenamiento», comenta José Romero.

Otra circunstancia relativamente frecuente es,en casos como el analizado, el hecho del escaso onulo reconocimiento profesional. Peor todavía. Se

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intuye sibilina intención de destruir la imagen ycredibilidad del funcionario y este suceso pudopresentar una buena ocasión para ello. El datoreferido a que el abogado del Cuerpo aconsejó nodecir verdad, alegando una descarga involuntaria,supone un claro ejemplo del supinodesconocimiento que existe sobre la legítimadefensa en cuanto a la proporcionalidad de mediosempleados. Pero si la víctima está en lo ciertorespecto al desprestigio personal interno, quizá eldesacertado consejo del letrado pudo formar parteello. ¿Factor humano?

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Han sido muchos los casos revisados parapoder escribir este libro. Todos los policíasprotagonistas se vieron envueltos en situacioneslímite que hicieron peligrar sus vidas. Ya hemosvisto que, en mayor o en menor medida, cada uno

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de estos agentes ha experimentado algunaconsecuencia tras el incidente: problemaspsicológicos o físicos. Pero un buen número deellos expresa una queja constante y que sobresalede las demás: el poco o nulo apoyo recibido porparte de los compañeros y/o mandos. Sin embargo,no acaba ahí la queja de los funcionarios.

Además de no recibir el apoyo oreconocimiento de quienes, paradójicamente,mejor deberían comprender la experiencia por laque han atravesado, por desgracia también suelenser objeto de escarnio, burlas, desprecio oninguneo. Es el mundo al revés. Y nuestro estudioconfirma estos datos. Hay policías que en privadoreconocen un sufrimiento que no han dejadoaflorar públicamente por temor. Esta aflicción,aunque tuviera su origen en el enfrentamiento porla supervivencia, alcanzó su punto álgido comoconsecuencia de las reacciones de compañeros ymandos. Esta es la realidad.

Si leemos con atención la primera parte del

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presente capítulo, terminaremos concluyendo queel infierno por el que pasó el policía protagonistamerecía no una, sino varias medallas yreconocimientos. El funcionario reconoce estarvivo de milagro después de una intervenciónangustiosa y sangrienta. En esas circunstancias, elagente todavía tuvo la sangre fría de disparar suarma reglamentaria desde una posición imposible,consiguiendo frustrar al asesino.

Pocos relatos, como el que ahora nos ocupa, mehan causado tanta vergüenza y desazón por sudesenlace. ¿A qué situación más extrema debeenfrentarse un policía para ganarse elreconocimiento oficial por su entrega? ¿Hay queacabar muerto para recibir una medalla?Probablemente, ya que los vivos despiertanmuchas envidias. Ninguna medalla, ningúnreconocimiento. Lo único que recibió este agentefue el desprecio de parte de sus compañeros yjefes, dudas sobre su proceder, el tener queescuchar incluso que se lo tenía merecido y el

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linchamiento de algunos medios y políticos. Y noes el único policía que ve cómo su abnegación caeen el olvido. Frases como «lo que más me doliófueron los comentarios de mis compañeros…»,han sido habituales en nuestro estudio.

Este capítulo dispone de material interesantesobre cómo el estrés de supervivencia afecta a lapercepción y la memoria. Pero no entraré en elplano intelectual de la intervención, sino en elhumano, en el policía que se encuentra detrás de laintervención, el elemento más valioso y, sinembargo, el más vapuleado. Un símbolo de lasituación en la que se encuentran muchos agentesde la autoridad que han expuesto sus vidas porvocación de servir y que solamente han recibido,en el mejor de los casos, el olvido másestrepitoso.

Muchos mandos policiales —probablemente lamayoría— no se han encontrado nunca en mediode una confrontación armada. Desconocen lasemociones y circunstancias peculiares que rodean

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este tipo de intervenciones. Cuando alguno de lospolicías a su cargo se ve obligado a disparar suarma para salvar la propia vida o la de terceros, elmando puede reaccionar de dos formas:reconociendo y apoyando a su subordinado oignorando, cuestionando o despreciando el trabajorealizado. ¿Envidia? ¿No soportar que un agenteadquiera el protagonismo que al superiorjerárquico le gustaría tener para sí? Lo mismopodemos decir de los compañeros. Son laspasiones humanas jugando ese papel que tantosproblemas causan a las relaciones interpersonales.

Cuando un policía solamente recibe desprecios,críticas o ninguneo por parte de los suyos, loprimero que debemos tener presente es que en esaunidad o cuerpo no existe un liderazgo adecuado.Aunque algunos compañeros puedan respondernegativamente al comportamiento valiente de unagente, es el superior jerárquico el responsableúltimo de que ello ocurra. Ese superior no estáfomentando y transmitiendo los valores adecuados

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al funcionamiento cotidiano de su plantilla. En sulugar, permite que florezca el rumor y se premie elamiguismo. Un liderazgo ineficiente y negativo esun auténtico cáncer en la organización y solamenteestimula a mandos intermedios encargados detrasmitir la mediocridad y convertir esta manerade proceder en la cultura de esa unidad.

Podemos imaginar el efecto que causa un actode valor en un desierto moral como el descrito.Rechazo. Envidia. Enseguida surgen voces quecuestionan la actuación del funcionario, queclaman cómo deberían haberse hecho las cosas o,más divertido aún, lo que ellos hubieran hecho deencontrarse en la misma situación. Lo triste es quemuchas de esas dosis de ignorancia salen, a veces,incluso de la boca de quienes están encargados dela formación de los policías.

Todas estas situaciones dejan bien a las clarasque no se toma lo suficientemente en serio el queun policía se vea envuelto en un enfrentamientoarmado. Esa mentalidad de que «liarse a tiros» y

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«echarle huevos» forma parte del trabajo policialimpregna gran parte de la mentalidad de losmandos y agentes. Esta ignorancia supina de cómoson las cosas realmente —que un incidente armadoes algo excepcional y afecta a un reducido númerode policías— tiene una consecuencia devastadora:no existen protocolos adecuados para abordar losincidentes en que se hace uso del armareglamentaria y las repercusiones que ello tienepara el policía.

Dicho protocolo no solamente debería abordarla manera de hacer frente a las necesidadespsicológicas de los funcionarios implicados, sinotambién proporcionar orientación para resolverotras cuestiones derivadas de la confrontaciónarmada, como los requerimientos legales, mediosde comunicación, actuación de compañeros ysuperiores, etc.

Tan pronto como fuese posible, habría quefacilitar que el agente implicado en un tiroteo sepusiera en contacto con otros policías que

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hubieran pasado por una experiencia similar. Elapoyo de los compañeros es fundamental, y máscuando se conoce de primera mano la experienciapor la que se ha atravesado. Se aconsejaría alagente hablar del tema únicamente con aquellaspersonas que sabe que pueden resultarle de ayuda.

Es conveniente dejar pasar un tiempo derecuperación antes de que la víctima proporcioneun informe completo y detallado del incidente.Dependiendo de la naturaleza e intensidad delsuceso, este lapso de tiempo puede ser de horas odías.

Tras una situación crítica en la que la vida haestado en juego, la víctima suele estar máspreocupada por cómo ha reaccionado conductual yemocionalmente y por si esas reacciones fueronnormales. Un protocolo para este tipo deincidencias podría enfocar las intervencionesinmediatamente tras el tiroteo desde unaperspectiva educativa para reducir lapreocupación, la ansiedad y las autoevaluaciones

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negativas.Algunos agentes de seguridad experimentan

vergüenza o algún tipo de sentimiento de culpa trasuna confrontación armada. Otros pueden intentarvender la idea, de cara a la galería, de que elincidente no les ha afectado en absoluto, por temora que los compañeros piensen que no ha tenidovalor, que está verde, etc. Estos individuosnecesitan un espacio en el que poder ventilar susdudas e inseguridades. Asistir obligatoriamente auna consulta con un profesional de la salud mental(psicólogo o psiquiatra) puede dar la oportunidada ese agente de transmitir sus temores, sin haberlosolicitado formalmente, aportando esto un mínimode habilidades para afrontar posibles reaccionesadversas futuras.

Un enfrentamiento armado suele llevarasociada una intensa carga emocional y física. Sonmomentos muy ambiguos, que se desarrollan conmucha rapidez y peligro. Hay policías que, por unarazón u otra, deciden no disparar su arma y

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policías que, contra todo pronóstico, fallan elblanco encontrándose a escasos metros de él. Trasesto, nos encontraremos con un agente que semartiriza pensando que no actuó adecuadamente,que no ha estado a la altura de las circunstancias,que pagaría por una segunda oportunidad parahacer las cosas de manera distinta. Otros seencontrarán satisfechos de cómo han resulto lasituación, agradecidos por la dosis de suerte quese ha posado sobre ellos.

¿Cómo se puede dejar pasar de largo unaexperiencia como esta? ¿Cómo se puede frivolizarun evento tan duro y difícil? ¿Cómo se puedecastigar, ridiculizar o pontificar sobre elcomportamiento de un agente enfrentado al queposiblemente puede ser el momento máscomplicado y duro de su vida? Es ya momento detomar en serio lo que pasa en las calles cuando unpolicía tiene que utilizar su arma reglamentaria.Tomarlo en serio significa elaborar los protocolosde actuación necesarios y adecuados a la realidad

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de lo que ocurre. Significa también crear unacultura de valores y compromiso que estimule alos policías a apoyarse entre ellos en losmomentos difíciles. Y significa, por último, formarun nuevo tipo de mandos que motiven a susplantillas y sean un verdadero apoyo y estímulopara los funcionarios que están bajo su dirección.

Lo que compañeros de escala, superiores,políticos y medios de comunicación hicieron conel agente de esta historia es una vergüenza, y esmás habitual de lo que pensamos. Es el mundo alrevés. Ahora tenemos la experiencia; solo falta lavoluntad de hacer que las cosas sean diferentes, delograr que el policía vea en su sacrificio unsentido y una dirección que realmente merezca lapena.

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CAPÍTULO 13

ME ADAPTÉ A LO QUEHABÍA

Un héroe no tiene que vencer. Un héroe no tieneque ser grandioso. Un héroe puede ser una

persona normal capaz de sobrepasar eventosextraordinarios, con gracia y dignidad.

SORAYA R. LAMILLA CUEVAS (1969-2006)Cantante y poeta norteamericana

A primera hora de una mañana de invierno,durante la prestación de un servicio de proteccióndinámica, un escolta de veintisiete años de edad ynueve de antigüedad (dos años operando comoescolta) fue víctima de un grave ataque con armade fuego. Él era el único componente operativo del

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servicio.Tras realizar la revisión exterior del perímetro

del domicilio de la persona protegida, un políticode ámbito local en una población de ciento quincemil habitantes —el incidente se produjo en aquellamisma ciudad—, el escolta recibió una llamadatelefónica de su protegido. Éste le informaba quehabía detectado, desde una ventana de su vivienda,la presencia de varias personas sospechosas. Lossujetos deambulaban por las inmediaciones. Elescoltado vivía en una planta elevada de un bloquede pisos. Ante tal eventualidad, el agente ordenó asu interlocutor que no abandonara el domicilio yacto seguido inició una nueva revisión, a pie, detoda la urbanización. Esto ya había pasado antes:«En otras ocasiones ya había salido a verificarsospechas sin comunicarlo y sin pedir apoyo. Eltiempo de respuesta para recibir refuerzos era,en esa época, de aproximadamente media hora.Ese tipo de asaltantes permanece en el área deoperación sobre cinco minutos, no más. Tienen

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muy en cuenta el tiempo de exposición. Por ellono podía esperar. Siempre asumí que en una deesas contravigilancias podría verme envuelto enun tiroteo», sostiene el operador. Efectivamente,se confirmó la presencia de numerosas personas enactitud extraña. Unos vestían con ropas deportivasy practicaban ejercicio físico (footing) y otrossimplemente eran transeúntes que podrían estardirigiéndose al trabajo. Era viernes, día laboral.Incluso un individuo sobre el que el escolta fijó sumirada y fuertes sospechas, descendió de unvehículo que se encontraba parado en doble fila ycaminó en su dirección. Finalmente resultó ser unoperario de la construcción que se dirigía a unaobra próxima al lugar.

También fueron visualizados otros hombresrealizando ademanes sospechosos. Parecíanmantener contacto visual los unos con los otros.Con determinados movimientos de piernas, aménde con cierto nerviosismo, uno de ellos trataba deocultar algo a la vista de terceros. Se trataba de

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una caja rectangular de cartón. No solamentefueron localizados individuos en actitud vigilante,sino que la existencia de ciertos vehículos tambiénhizo que la alarma saltara en el receloso escolta.En un momento dado se disiparon todas sus dudasy aparecieron firmes temores: el agente fueconsciente de que una acción hostil estaba enmarcha contra él, contra su protegido o contraambos. Todo lo observado evidenciaba control yvigilancia sobre su persona y la morada delpolítico. Unos no le apartaban la vista desde unvehículo turismo parado, con el motor en marcha ycon una de sus puertas traseras entreabierta (dosocupantes). Y otros oteaban la zona desdediferentes lugares estratégicos diseminados por elentorno, como un puente y la mediana de la autovíaexistente allí mismo.

Teniendo ya asumido que había sidoreconocido y que de modo inminente iba a servíctima de una agresión violenta y armada, elescolta creyó que con su arma no tendría muchas

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posibilidades de salir airoso de un encuentrocontra tantos potenciales adversarios. «Yo ibaarmado con un revólver Llama modelo Martialdel calibre .38 Especial, de cuatro pulgadas delongitud de cañón». Pese a que por diversosbolsillos de sus ropas —también en el cinturón—llevaba repartidos hasta cuarenta cartuchos derepuesto para su arma, ésta poseía una capacidadmáxima de carga de solamente seis cartuchos.«Todas esas consideraciones tácticas yoperativas las medité en unos segundos mientrascaminaba. Intenté poner distancia entre quienesme observaban y yo. Tomé la decisión de eludir elenfrentamiento porque, no solamente mi armacarecía de una buena capacidad de fuego, sinoque la superioridad numérica de los adversariosera apabullante. Dirigí mi marcha hacia dondeantes había detectado la presencia de otrosospechoso... volví sobre mis pasos. Queríaalcanzar una esquina próxima desde la que poderdesenfundar disimuladamente y parapetarme

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mientras comunicaba la situación a la Central»,comenta el agente.

Era tal el afán que tenía por llegar al lugardecidido como punto de protección y parapeto,que casi exclusivamente observó y «escaneó» sufrente y flancos pero no tanto la retaguardia.Recuerda: «Durante estas observacionesperiféricas seguí visualizando a los sujetos quese ocultaban en el coche e incluso fui capaz deverlos nerviosos y ajetreados en el interior delmismo».

En un momento determinado oyó, tras él, unsonido que supo asociar claramente a un arma defuego: era un «clic». Ante esta circunstanciaonomatopéyica, el escolta se giró sobre su ladoizquierdo a la par que se agachaba intentandodesenfundar el revólver con su mano derecha. Nopudo culminar el giro. Tampoco extrajo el arma dela funda. Sin llegar a ver a la persona autora deaquel «clic», sintió una enorme confusión y dejóde ver al conductor del vehículo sobre el que tenía

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fijada su mirada y atención en ese instante.Manifiesta el agente: «Comencé a perdercapacidad visual e inesperadamente dejé de verpor completo. Todo ocurrió en fracciones desegundo. Completé el giro por inercia y derepente conseguí ver, como a dos metros y mediode distancia, a un hombre encarando unaescopeta de cañones recortados. Posteriormentesupe que el tirador era un sanguinario asesino deuna banda terrorista y que tenía veintiocho añosde edad». Fue alcanzado en la cabeza por uncartucho de caza del calibre 12, disparado con unaescopeta de la marca Mossberg, pero no recuerdael estampido de la detonación.

Incluso herido, el agente permaneció enposición de erguido por unos instantes hasta caeral suelo. En ese momento lo comprendió todo: elimpacto había afectado severamente a su sentidode la vista. Nuevamente empezó a perder la pocacapacidad de visión que le quedaba, pero tienegrabada en su memoria una imagen de su homicida,

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tratando de resolver una interrupción mecánicaproducida en el arma. El herido, en ese punto, yahabía caído al suelo sobre sus rodillas llevándoseambas manos a la cara y tocando el suelo con lafrente. Posición mahometana es la expresión queemplea la víctima para describir su posición en elpiso. «Todo lo veía de color blanco cuando lavista se me desvanecía. Durante un espacio detiempo la ceguera fue intermitente, “la visión seme iba y me venía”», comenta.

Finalmente se dejó caer al suelo en posicióndecúbito lateral, rompiéndose así aquella posicióntípica del rezo musulmán. En un momentodeterminado, sin moverse del charco de sangre quelo rodeaba, la víctima consiguió visualizarfugazmente a los dos ocupantes del cochesospechoso y también al tipo que le habíadisparado. Éste, al final, pudo resolver la traba dela escopeta pero no volvió a disparar sobre quienparecía ya moribundo. Confiesa el superviviente:«Creo que fui tomado por muerto y ello evitó que

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me volvieran a disparar. Pese a mantenermeinmóvil, con disimulo pude asir mi revólver bajola amplia chaqueta que vestía. Dada la posiciónen la que me encontraba, el arma quedóempuñada por mi mano izquierda —mano débilen su caso—. Los instructores que me formaronprocedían de un centro de adiestramientoespecial y siempre repetían una consigna:mientras quede un ápice de aliento hay queluchar y abrir fuego. Lo tenía claro, si seacercaban otra vez... dispararía. No lo hiceporque no vi posibilidad de éxito y la verdad esque tampoco regresaron para rematarme».

En tan dramáticas circunstancias consiguió vercomo el autor del disparo y otra persona que seencontraba al otro lado de la autovía, corrían haciael coche para introducirse velozmente por aquellapuerta entreabierta detectada unos segundos antes.Más aún: el turismo aceleró hasta alcanzar unpuente, momento en el que otro «vigilante» fuetambién recogido por el automóvil. En ese puente

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había sido detectado desde el principio unindividuo sospechoso. En la huida final de laescena del suceso, el vehículo pasó muy cerca dedonde yacía el escolta envuelto en sangre. Tanpróximo a él volvieron a pasar los homicidas, queel coche circuló por encima de la vaina delcartucho disparado con la escopeta, la cualpermanecía en el asfalto. «Recuerdo que oí elsonido de la vaina al chocar contra una columna,tras ser expulsada del arma. Sin embargo noescuché el estruendo que formaba el tren que enese instante pasaba a pocos metros de allí»,señala sorprendido.

Una vez que los criminales se alejaron de laescena, una mujer que caminaba cerca del lugarsocorrió al herido. La víctima le pidió querealizase una llamada urgente a la Policíainformando de lo sucedido, así como que lefacilitase los datos relativos al vehículo huido.Recuerda: «Otra persona, un muchacho en estecaso, también se acercó a mí y me prestó apoyo

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emocional agarrándome la mano. Este joventrató de tranquilizarme diciéndome que habíasido testigo de todo lo ocurrido. Pasados unosminutos la barriada se plagó de efectivospoliciales y ambulancias».

Como consecuencia final del atentadoperpetrado, el agente perdió la completa visión desu ojo izquierdo. Aunque no perdió la concienciaen ningún momento, fue sedado al llegar alhospital y trasladado a la Unidad de CuidadosIntensivos. Permaneció quince meses de bajamédica hasta ser sometido, por la SeguridadSocial, a una evaluación de secuelas.Posteriormente fue declarado trabajadorIncapacitado Permanente en grado Total, para eldesempeño de la profesión. A día de hoy convivecon veintisiete perdigones alojados en la cabeza.Uno de los proyectiles está ubicado en la parteinterna frontal del cráneo en un hueco del cerebroy otro secciona el nervio óptico del ojo afectado.Asegura el protagonista: «Aunque en algunos

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medios de prensa llegaron a comunicar quetambién se usó una pistola contra mí, el dato noes cierto. Solamente vi un arma y fue aquella conla que me dispararon un cartucho de caza. Lostestigos tampoco vieron nunca un arma cortadurante lo acontecido».

Recuerda que creyó estar a punto de morir,cuando fue consciente de que había sido alcanzadoen la cara por la descarga de un arma. Cuandocomprobó que el sentido de la vista se leinterrumpía continuamente comprendió que seguíacon vida. Ahí supo que todavía tenía posibilidadesde salir de aquello y por eso decidió confundir asus atacantes fingiendo haber fallecido. Se aferró,automática y fisiológicamente, al sentido del oídopara complementar la información que el aparatoocular no le proporcionaba con claridad. Fue asícomo, con cierta precisión, pudo ubicar en laescena final al resto de actores. Mantiene fresco ensu mente el sentimiento de vida que le embargómientras el testigo le mantuvo agarrada la mano.

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Como secuela o residuo psicológico de lovivido, durante el primer año tuvo dificultadespara caminar por la calle si una persona se lesituaba detrás. A tal punto llegó la situación quecuando esto le ocurría tenía que detener en seco sumarcha y esperar que el otro peatón lo rebasase.«Durante algún tiempo no pude evitar pensar quetodo aquel que se me situase detrás acabaríadisparándome». También le atormentó el hecho deno haber reconocido, y en su caso eliminado, a unade las personas que ocupaba asiento en el cocheevadido. Aquel tipo era un criminal que díasdespués asesinó a una persona a la que él conocía.Este sentimiento de culpabilidad le haacompañado durante años. «Creo que de habersido más rápido y atento, hubiera podido evitartodo aquello; pero no he sufrido contrariedadesinternas por actuar del modo en que lo hice.Tampoco me quejé nunca por tener que trabajaryo solo sin compañero. Eso lo asumí desde queacepté desempeñar ese servicio. Me adapté a lo

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que había».Aunque parezca mentira, nunca ha padecido

problemas de sueño y tampoco ha necesitadotratamiento médico por problemas de salud mental.Sí que mantuvo contacto con profesionales de lapsiquiatría, pero estos eran amigos personales queponían en práctica terapias con ocasión deencuentros casuales. En cuanto a los recuerdos quele cuesta trabajo manejar, manifiesta: «Durantemucho tiempo, por las mañanas cuandodespertaba y me miraba en el espejo, revivía lavisión del disparo y del agresor encañonándome.Pero esa imagen, en ese instante, no me generabaninguna inquietud ni nada por el estilo. No sé,era como un recordatorio de la oportunidad quetuve ese día para continuar con vida».

Con nadie suele hablar de lo acaecido, perocuando lo hace siempre es con profesionalescualificados del sector de la seguridad.Parafraseando la cita del filósofo alemán FriedrichNietzsche, considera que «lo que no te mata, te

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hace más fuerte». Está convencido de que su vidacambió por completo y radicalmente. No era paramenos. Tuvo que abandonar su ciudad y cambiarde comunidad autónoma, dejando atrás a la familiay amigos. También se divorció. Sintió, y siente,que volvió a nacer: «Me siento vivo, en el máximoextremo de la expresión de la palabra».

Cuenta con licencia de armas para defensa yposee una pistola de doble capacidad en cuanto acarga. Ahora vive en permanente estado de alerta ysiempre va armado, «pero no caigo en obsesionesy paranoias». Aunque cree que el día de autosposeía pericia en el manejo de su arma, no tuvooportunidad de emplearla pese a que a vecespracticaba el tiro de defensa a distancias cortas.Cuando entrenaba ejercicios a distancias extremassiempre usaba técnicas de tiro con una sola mano.Estos entrenamientos los hacía al margen de losreglamentariamente establecidos. «Aquel añollegué a disparar por mi cuenta más dequinientos cartuchos y de modo reglamentario

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cincuenta repartidos en dos llamamientossemestrales. Cuando de modo oficial acudía alcampo de tiro, las siluetas y dianas estabansiempre a diez y veinticinco metros de distancia,respectivamente». Hoy sigue practicando con suarma particular y considera que posee un buennivel de destreza y conocimiento sobre losencuentros armados. Dice: «Porque ya conozco larealidad de un enfrentamiento, me alejo de lasprácticas tradicionales de tiro de precisión yrecorrido. Entreno tanto con fuego real como en“seco”. Esto último ya lo hacía en la fecha delsuceso. Recreo supuestos y situacionescotidianas, especialmente del perfil de lo que mepasó aquella mañana».

Aunque no puede ejercer la profesión, dada ladura secuela que le ha quedado, no ha abandonadosu ámbito laboral. Ahora, desde el estatus dedirectivo, ejerce como coordinador de serviciosprivados de vigilancia y protección. No se haplanteado dedicar su tiempo y vida a otros campos

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profesionales. El apoyo recibido por la sociedad,jefes y compañeros fue alto y se siente muysatisfecho y orgulloso de ello. No tiene dudaalguna de que si diera marcha atrás en el tiempo,hasta las mismas circunstancias, volvería areaccionar del mismo modo, «pero esta vezprestaría más atención a mi retaguardia».

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Hay que partir de una base: nunca un serviciode protección de personas debe estar constituidopor un único agente de escolta. Menos todavía sise es potencial víctima de un grupo terrorista.Aquel que tenga el más básico y mínimoconocimiento de seguridad debe coincidir en ello.Este caso muestra uno de esos cientos de serviciosautóctonos en los que un solo agente de seguridad

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protege a potenciales víctimas de atentadosterroristas o secuestros. En determinado tipo deservicios operativos esa ha sido durante años latónica general en España.

Para colmo, no solamente se da la circunstanciaantes reflejada, sino que aquel exclusivocomponente del equipo de seguridad asumió el rolde contravigilante. El agente confiesa que eso lohabía tenido que hacer en otras ocasiones,asumiendo siempre el riesgo extra al que seexponía. Como él mismo manifiesta: los equiposde refuerzo, para casos preventivos de esta índole,nunca iban a llegar a tiempo de identificar a lossospechosos. No obstante, existían mecanismosque una vez articulados hubieran culminado con laprestación del apoyo y refuerzo oportunos, aunquetal vez tarde.

Quizá el protagonista del capítulo tenía unascartas pero jugó con otras, las que creyóoportunas. Ahora es muy sencillo y cómodo decirqué y cómo tenía que haber actuado o respondido.

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Pero hay que estar allí y verse como él se vio. Almenos algo queda claro y es que lacontravigilancia «doméstica» realizada por elpropio protegido dio su fruto: detectó hostiles.Aunque el escolta no debió salir en busca de laverificación, hay que reconocer que supo detectara todos los integrantes del comando. Confirmadaaquella primera sospecha, ya debió abandonar lasmaniobras de constatación de que aquello iba enserio. Había llegado la hora de demandarrefuerzos urgentes, aunque no llegaran a tiempo.

Iniciados los pasos y sin posible marcha atrás,el hombre derrochó valor al permanecer en la zonade riesgo sabiendo que iban a por él. Errada laactuación en sus orígenes, el protector creyó poderenmendarla en la segunda parte: pensó que lamayor presencia de contrincantes hacíacomplicada la salida airosa en un enfrentamientoabierto. Aunque era un avezado tirador, con unnivel superior al de la media en su entornoprofesional, sabía de lo complicado de defenderse

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de cuatro o cinco personas armadas, usando unarma de solamente seis cartuchos de capacidad.No es fácil encontrar a personas que sepanrefrenarse ante el reconocimiento personal de suslímites. Pero este suceso hay que verlo de otromodo. Estando correctamente entrenado, y él loestaba, un profesional se puede enfrentar a muchassituaciones con un revólver. Pero la decisión latoma el que está en el ruedo y la adopta en menostiempo del que disponen los lectores ahora, muchotiempo después. En esta misma obra se presentansupuestos reales en los que algunos agentesacabaron con la vida de sus antagonistas, usandolos policías armas de menos potencia y capacidadde carga que las empleadas por sus contrarios.

Una vez que se percató de la gravedad de susheridas, la víctima consiguió sobrevivir de uno delos dos modos posibles: luchando o huyendo. Élhuyó, de algún modo, cuando asimiló su menorposibilidad de éxito y su mayor probabilidad deempeoramiento. Confundió al contrario y éste

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desistió en su intento de asegurarse el exitus. Estoes algo muy antiguo y natural. Es incluso unaestrategia que, por analogía, podría subsumirse enla modalidad de huída. Cuando se entra encombate el cuerpo y la mente se preparanautomáticamente para la lucha, pero también pararehuirla. Esto se produce de un modo muycomplejo, mediante la segregación y liberación dehormonas y otras sustancias. En el capítuloveintiuno se amplían datos al respecto.

Aunque el escolta tuvo que ser retirado delservicio activo como operario de seguridad, no seha despegado del entorno profesional. Ocupandoun cargo directivo sigue en contacto con larealidad de la protección de personas. Si cuandose encontraba en activo entrenaba con su armatodas las veces que podía, ahora no lo hace menos.Siendo poseedor de un arma corta para su defensa,se ha concienciado más aún de que todoentrenamiento y mentalización es poca. Hoy, buenconocedor de la realidad de los enfrentamientos

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armados a corta distancia, entrena supuestos de lomás ocurrentes. Sabe que ahí, además de en lamentalización y algo de suerte, puede estar eléxito.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Cuando escuchamos contar a alguien que se haencontrado en una situación extrema o vemos undocumental televisivo que narra las vicisitudes depersonas sometidas a decisiones de vida o muerte,nos planteamos, indefectiblemente, cómohubiésemos actuado nosotros de encontrarnos ensu misma situación, combinando esto con críticasmás o menos duras a las acciones que se nosrelatan.

La realidad siempre es mucho más dura y tercaque la ficción. Criticar y tomar decisiones desde elsofá con el mando a distancia nos sitúa en unescenario muy diferente al del lugar de los hechos,

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pues no reproduce las mismas circunstancias nitiene la presión inherente a la situación.

Lo que llama poderosamente la atención en estahistoria es cómo el escolta consigue mantener elcontrol de sí mismo después de recibir un disparoen la cabeza. No hay ningún momento durante elrelato en el que hable de dolor, bien porque no loexperimentó, lo sintió y lo controló, o bien porqueno le pareció relevante hablar de ello. Lo cierto esque, contra todo pronóstico, el agente protector noperdió la consciencia en ningún momento.Desangrándose tirado en el suelo fue capaz dehacer varias cosas: simular su muerte para evitarque le remataran, moverse sutilmente para coger suarma, reconocer la ubicación de los terroristas ydecidir que moriría matando llegado el caso.

La preparación mental de este profesional lepermitió llevar a cabo una serie de actuacionesinmerso en una situación extrema:

1. Manejar una conciencia situacional elevada.

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Fue plenamente consciente, en todo momento, desu ubicación en relación a la de los hostilespresentes, identificándolos entre otras personasque se encontraban también en la escena.

2. Transferir el entrenamiento recibido bajocondiciones firmemente adversas. Recordó lo quesus instructores le habían aconsejado hacer ensituaciones similares.

3. Emplear la metacognición, es decir, lahabilidad para utilizar las funciones ejecutivas delpensamiento dirigiéndolas hacia un plan de acciónconcreto. Este profesional de la seguridad enningún momento dejó de ser consciente de cuál erasu situación y qué debía hacer desde el momentoen que cayó herido al suelo, manejando opcionesmuy limitadas.

4. Una vez caído, toda su preparación fluyó demanera automática, ejecutando las pocas accionesdisponibles sin pensar demasiado en los procesosnecesarios para ello (diríamos que casi de formainconsciente): agudizar el sentido del oído para

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captar todos los detalles posibles —teníaseriamente afectada la visión—, alcanzar surevólver para tenerlo presto y colocarse en lapostura más ventajosa que pudo en talescircunstancias. La dimensión de todo lo dicho, y loque vendrá, solamente puede valorarse teniendo encuenta las circunstancias en las que se llevó a caboel atentado: un tiro en la cabeza, apenas sin visióny rodeado de terroristas de conocida y acreditadaletalidad.

5. La víctima identifica con claridad suproblema actual, el del momento, y decide que suobjetivo es vivir. Para ello, toma la decisión dehacerse pasar por muerto, pero tiene el armapreparada para morir matando si es necesario.Todo el proceso descrito hasta el momentodemuestra flexibilidad mental y creatividad.

6. Sabe controlar sus emociones. Un impacto enla cabeza y yaciendo en el suelo con muchasposibilidades de ser rematado por el terrorista.Aun así, consigue controlar sus impulsos y se

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mantiene inmóvil esperando el tiro de gracia, queafortunadamente no llegó.

Esta preparación mental se consigue con elentrenamiento, pero no con uno de tipo estándar.Además, ahora sabemos que el rendimiento de lospolicías y profesionales de la protección depersonas puede no depender únicamente deladiestramiento recibido, que, por otra parte,siempre es muy importante. Algunos estudios,como el de M. Gomà-i-Freixanet y A. J. Wismeijer(2002), han aportado datos que apoyan laaplicación del modelo disposicional como unrasgo distintivo de las personas que deciden serpolicías.

El modelo disposicional argumenta que loscandidatos a policías muestran determinadosrasgos de personalidad que los distinguen de lapoblación general. En contraposición, el modelode socialización afirma que el perfil de un agentede la autoridad se forma durante el entrenamiento

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en la academia.Los datos revelan que cuando comparamos los

rasgos de personalidad de los policías que actúancomo escoltas y los de la población general,encontramos que los primeros puntúan más bajo enescalas como neuroticismo y en escalas queevalúan la mentira (sinceridad). Estos resultadosse traducen en que, generalmente, los escoltas sonpersonas emocionalmente más estables y máscapaces de responder de forma adecuada antesituaciones imprevistas y críticas. Además, sonmás sinceros.

Estos rasgos parecen dibujar un perfilapropiado para un trabajo, como el de protecciónde personas, en el que se necesitan individuoscapaces de reaccionar de forma racional, noemocionalmente, frente a situaciones que implicanriesgo físico y que transmitan confianza en elprotegido.

En definitiva, los datos obtenidos avalan lahipótesis del modelo disposicional: existen rasgos

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de personalidad distintivos entre los policías quetrabajan como escoltas y la población general.Estas y otras diferencias no apuntadas aquí, tienensuma importancia a la hora de planificar y llevar acabo la selección del personal que opta poringresar en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad.Por desgracia, ninguno de estos rasgos parecetenerse en cuenta de forma generalizada, lo quefunciona en detrimento de la profesionalización deestos servicios.

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CAPÍTULO 14

NO ME DIO TIEMPO ANADA

Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que elque sucumbe,

pero jamás el que abandona el combate…

THOMAS CARLYLE (1795-1881)Ensayista escocés

Funcionario de policía con treintaidós años deedad y seis de antigüedad en el Cuerpo, en unaciudad de aproximadamente ciento setentaiséis milhabitantes. Turno de mañana de una unidaduniformada de radio-patrulla (SeguridadCiudadana). Un agente es informado durante elrelevo con el turno saliente de servicio, que un

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habitual de las incidencias policiales había estadoincordiando parte de la noche. El sujeto era un tipocon antecedentes policiales por diversos delitosviolentos, incluido malos tratos en el ámbitofamiliar. La novedad le es participada en losvestuarios por un compañero con el que conversamientras ambos se mudan de ropa. Pasadas las dosprimeras horas de la guardia, sobre las 10:15horas, el jefe de servicio ordenó a este funcionarioy a su compañero que acudieran al domicilio de lamadre de la persona de la que se había recibido lainformación de interés. El otro componente de ladotación era un superior jerárquico (mandointermedio), un año mayor que él, con quienocasionalmente estaba formando pareja de trabajo.La señora, al parecer, había girado algunasllamadas solicitando presencia policial, puestoque su hijo había tratado de acceder violentamentea la vivienda varias veces durante la noche. Dadoque el turno saliente no había dado con el paraderodel hostigador, a lo largo de la mañana se quería

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ofrecer a su progenitora la opción de presentardenuncia por escrito. La orden del mando incluíacomprobar en qué estado físico y anímico seencontraba la mujer.

Personados en el bloque de viviendas donderesidía la requirente, los policías llamaron alinterfono (portero automático) y sin poder llegar aidentificarse les fue facilitado el acceso a la torre.Los funcionarios subieron a pie por las escalerashasta una tercera planta. Encontrándose en elumbral de la vivienda, la misma se encontraba conla hoja de la puerta completamente abierta. Desdeel rellano de la planta era visible parte del interiorde la morada. Desde tal posición, «nosidentificamos diciendo: “¡hola, Policía, ¿hayalguien?!” De repente, de la habitación máspróxima al hall de la casa salió una anciana. Erala madre del individuo al que toda la nochehabían estado buscando mis compañeros, unhombre de cincuenta años muy conocido portodos los policías de la ciudad. Aquella mujer

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nos invitó a entrar y nos dijo textualmente:“pasad, pasad y ayudadme con mi hijo, porfavor”. Entramos». Significar que antes de acudirpersonalmente a la casa, desde la central se habíaintentado contactar telefónicamente con eldomicilio. No fue posible. En la base de datos depersonas denunciantes figuraba solamente elnúmero de teléfono de una hija de la señora,hermana a su vez del varón al que se pretendíalocalizar. Esta segunda mujer manifestó, trascontactarse con ella, que su madre tenía averiadala línea telefónica del hogar.

Aunque desde la entrada de la casa se veíaparte de su interior, todo estaba oscuro y enpenumbra. No había luz artificial y las persianas yventanas estaban bajadas y cerradas. Gracias a quedesde el rellano de la tercera planta penetraba unpoco de luz ambiental, la única claridad existenteestaba en el mismísimo espacio que ocupaban losdos policías. Era un día muy despejado y soleado,de un mes veraniego.

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Comenta el protagonista: «Una vez que dimosun paso decidido hacia el interior de aquel lugarcerrado, apareció, desde una habitación situadaa la izquierda del recibidor, el hombre al quequeríamos ver. Solamente se asomó, pero dijoalgo que yo no entendí, aunque mi compañeroasegura que fue: “¡ya estáis aquí, os voy amatar!”». Seguidamente esa persona retrocedió yse introdujo nuevamente en la habitación desde laque se había dejado ver. Eso duró un instante:reapareció empuñando dos enormes cuchillos, unoen cada mano. «Tal como volvió a salir del cuartose abalanzó sobre nosotros. Venía gritando,desde una distancia no superior a tres metros,“¡os voy a matar, de aquí no salís vivos!”. En esemomento mi compañero salió corriendo de lavivienda hasta el distribuidor de la planta-escalera. Sin duda, obró bien. Tuvo la suerte deser él quien más cerca estuviera de la puerta delinmueble. A mí me surgieron dudas eincredulidad. Pensé que eso no podía ser verdad

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y que solamente quería asustarnos. Creí que nosería capaz de atacarme en serio. Me equivoqué.Ese tío avanzó hacia mí y empezó a lanzarmecuchilladas. No me dio tiempo a nada. Cuandoempezamos a forcejear tuve claro que me iba aherir. Yo temía que me alcanzara la cara o elcuello con aquellas enormes hojas, pues susmandobles venían directamente por arriba, porla zona alta del cuerpo».

Cuando accedió al inmueble, el agente tuvo laprecaución de colocarse unos guantes anticorte quehabía adquirido particularmente tiempo atrás.Gracias al empleo de la prenda protectora, elfuncionario pudo agarrar varias veces las hojas delos dos cuchillos, durante el combate cuerpo acuerpo. En una de aquellas arremetidas, dirigidasal cuello, el policía recibió una cuchillada en unamuñeca, «ese ataque no pude controlarlo. La hojaasestó en la parte interior de mi muñeca derechay pese a que me seccionó cinco tendones, laarterial radial y el nervio sensitivo radial, no

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sentí dolor alguno. Supongo que fue cosa delefecto de la adrenalina», sostiene el policía.Admite que sintió el golpe del cuchillo, pero no sepercató de la herida.

En algún momento consiguió ganarle unosmetros de distancia al criminal, instante queaprovechó para desenfundar su pistola HK-USP-Compact de 9 mm Parabellum. Tuvo que montar elarma dado que la portaba sin cartucho enrecámara. Ni los guantes, que hacen perder ciertasensibilidad táctil, ni la herida sufrida en su manofuerte impidieron que manipulara el arma. «Lagente me pregunta cómo pude sacar el arma yprepararla para disparar, si la mano estabadescolgada hacia la derecha. Yo mismo no lo sé,pero sería porque todos los dedos, menos elpulgar, funcionaban en flexión». El policíaextrajo su pistola con la mano herida, su manofuerte, y tiró de la corredera con la izquierda. «Alfondo del pasillo vi a mi compañero y a la madrede mi atacante. Todo duró muy poco tiempo, pero

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durante un breve instante tuve claro que iba adisparar. Sabía que tenía que pegarle un tiro.Aunque lo encañoné, empuñando el arma con lasdos manos, dudé otra vez. No vi un blanco claro yseguro. No tuve la certeza de poder darle a él, sinriesgo para los demás. En ese momento el sujetonuevamente se tiró sobre mí y retomamos elforcejeo. Él se concentró en arrebatarme el arma,agarrándola con una mano por la corredera. Yome resistí con fiereza, pero apreté el disparadoraprovechando que la boca de fuego estabadirigida al suelo. No alcancé a nadie con eldisparo y finalmente la pistola cayó al piso. Laperdí de vista». El proyectil rebotó y llegó hastaun pasillo de la casa, acabando hecho añicos entres o cuatro trozos que fueron recuperadosincrustados en la pared de otra habitación. Lamunición empleada era semiblindada de 124 grain,de la marca Sellier & Bellot. El disparo no fueobjeto de investigación, dado que no produjolesiones.

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Tras la confusión originada por la detonación yel extravío momentáneo de la pistola, elfuncionario pudo agarrar al hombre por detráspracticándole el abrazo del oso. El hostil tambiénhabía perdido una de sus armas, cosa que pudoocurrir al tratar de hacerse con la del policía, perotodavía empuñaba otra. Así las cosas, el agenteseguía sin poder controlar la situación en solitario.Fue entonces cuando el otro funcionario le prestóapoyo directo. Precisamente fue este agente quienadvirtió que el agresor seguía aún armado con unode los cuchillos. Tras varios intentos consiguierondesarmarlo. Finalmente los tres hombres cayeronal suelo y el delincuente pudo ser inmovilizado yengrilletado, no sin ejercer una importante y activaresistencia.

Recuerda el policía herido: «Cuando vi queaquella persona estaba debidamenteinmovilizada —en realidad desde el suelo seguíaamenazando de muerte y lanzado las piernas conintención de golpear—, le pedí a mi compañero

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que buscara mi arma. Le advertí que debía tenerun cartucho en la recámara y que los mecanismosde disparo tenían que estar en simple acción trashaber realizado un disparo. Cuando la encontróresultó que la vaina del cartucho percutidoseguía en la recámara, lo que significa que justoen el momento que yo presioné el disparador elotro sujetaba firmemente la corredera y elarmazón, provocándose una interrupción en elfuncionamiento de los mecanismos de expulsión.De haber necesitado hacer un segundo disparourgente... no hubiese podido. Como no había luzeléctrica alguna activada, la búsqueda resultótediosa. El detenido, mientras tanto, estabatumbado en el suelo con las esposas puestas.Parecía enloquecido, se restregaba y arrastrabasobre un enorme charco de sangre emanado de miherida. Él no presentó lesiones de ningún tipo».

A partir de ese momento es cuando elfuncionario fue consciente de la gravedad de suslesiones, los tendones seccionados eran

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apreciables a través de la herida. Cuando pidió alotro policía que usara la radio portátil para pedirla presencia de una ambulancia medicalizada,ambos se dieron cuenta de que el transmisortambién había sido extraviado durante la luchacuerpo a cuerpo en el suelo. Tuvieron que tirarsepor los suelos para encontrarlo. «La moradora dela vivienda me proporcionó una toalla paracontener la hemorragia que su hijo me habíaproducido. No se atrevía a llegar hasta miposición, por eso me la arrojó desde unahabitación próxima. Mientras me taponaba laherida, mi homicida me deseaba la muerte agritos. Según los compañeros más veteranos, elpadre de este hombre había sido como él,habiendo apuñalado a su esposa años atrás. Yo,directamente, fui quien solicité la asistenciamédica. El compañero de la centralita mepreguntó en qué consistían las lesiones deldetenido y tuve que aclararle que era yo quiensufría la hemorragia».

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El policía no comprende cómo pudo mantenerla calma mientras pedía para sí mismo laambulancia. Recuerda que la solicitó sinalarmismos, como cuando se requiere para untercero implicado en una riña con lesiones demenor entidad. Cree que su compañero sí queestaba mal emocionalmente: «Él lo vio todo másclaro desde fuera, pero poco pudo hacer durantelos primeros instantes de la actuación. Lo hizocuando de verdad pudo».

Pasados unos minutos se personó una patrullade apoyo para hacerse cargo del detenido.Recuerda que «a la llegada de la primera parejade refuerzo, bajé a la calle para esperar a lossanitarios. Aquello estaba lleno de cochespoliciales, incluso de otros cuerpos. Como elmédico no aparecía y yo seguía perdiendo muchasangre y me estaba desvaneciendo, le pedí a micompañero que él personalmente me llevasehasta el hospital. Otros policías querían realizarel traslado, pero yo me encabezoné en que fuese

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mi binomio. Pero lo cierto es que también élprecisaba de asistencia, dado el estado denerviosismo que presentaba». El policía reconoceque cuando entró en Urgencias del Hospital sintióun gran alivio. Cuando lo tendieron en la camilla,una enfermera le dijo que iba a cortarle los guantesque aún llevaba puestos. El agente le respondióque no, que no podría hacerlo pues eran anticorte yno podría rajarlos con las tijeras. Pero instantesdespués descubrió que las palmas de sus guantesestaban rajadas por completo —hechos polvo esla expresión usada por el encuestado—, de cuandosujetó las hojas de ambos cuchillos durantealgunos momentos concretos del enfrentamientofísico.

El peor momento físico-vital lo vivió el policíaen los primeros minutos de la atenciónhospitalaria. Uno de los muchos fármacosadministrados en vena, mediante catéter, leprovocó una reacción alérgica que le hizo creerque iba a morir por ello, tras haber sobrevivido a

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lo anterior. Finalmente nunca requirió deasistencia especializada a nivel psiquiátrico ypsicológico, ni tampoco tuvo problemas de sueño.

Inspeccionada la escena del delito, fueronhalladas las dos armas blancas. Eran detreintaitrés y treintaidós centímetros de longitudtotal: veintidós centímetros de longitud de hoja pordos y medio de ancho la primera y veinte porcuatro la segunda. Se trataba de cuchillos decocina. Una vez fue tomada declaración a la madrey a la hermana del delincuente, se supo que lasarmas fueron adquiridas días antes exprofeso paraese fin. Aquel hombre dijo que quería matar a lospróximos policías que aparecieran por su casa y sepreparó para ello. También se averiguó, tras lasoportunas pesquisas efectuadas por las unidadesde investigación, que cuando se realizó la llamadaa la hija de la anciana, ésta alertó a su hermano deque la Policía tenía intención de ir a por él. Lahermana del agresor, en realidad, no queríafavorecer la acción violenta sino que el hermano

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abandonase la casa, a fin de evitar males mayores.No lo consiguió.

Manifiesta el agente: «En todo momento supelo que quería hacer. Si acerté o no en misdecisiones, no lo sé. No es que me considereningún valiente, pero no pasé miedo. Puedoasegurar que cuando uno vive una situación tandramática, no tiene tiempo para sentir miedo.Solo hay tiempo para hacer cosas, las que sean,para sobrevivir. También creo que muchosdetalles se escapan de mi memoria o inclusonunca los asimilé. No es que piense mucho enaquello, pero a veces me preguntan por lo quepasó y entonces revivo lo acaecido». La víctimaconfiesa que pudo hablar del suceso, sin ningúntipo de traba emocional, con su novia (hoyesposa), compañeros y jefes. Añade: «Mis padresy mi novia estuvieron muy preocupados y tristescon todo lo que pasó». Aunque ha oído algunoscomentarios adversos con los que discrepa, estosno le han causado gran malestar. «Algunos

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policías se aventuraron a decir que ellos lehubieran pegado un tiro en la cabeza, y lodijeron sin ni siquiera saber si hubieran podidocargar el arma. Era una forma de criticar miactuación. Sé que esto es muy típico, gente queno se ha visto en nada parecido cree estar segurade poder hacer algo para lo que ni por asomoestá preparada. Eran comentarios vertidos conmucha ligereza y frivolidad. Desde la barra delbar todos somos muy valientes y eficaces». Así ytodo, se sintió apoyado y reconocido por elCuerpo, llegando a recibir poco tiempo despuésuna condecoración con distintivo rojo(pensionada).

De las lesiones se recuperó después de pasarpor varias intervenciones quirúrgicas, y trassuperar un año de ejercicios de fisioterapiarehabilitadora. Aunque el agente sigue en activo ydesempeñando su labor en el mismo destino deseguridad ciudadana, ciertas secuelas físicas lelimitan algunos movimientos. «En ocasiones se me

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duerme la mano o se me cansa excesivamentemientras realizo alguna actividad manual. Enesos momentos no puedo evitar acordarme deaquella mañana. Un miércoles inolvidable».

El funcionario admite que se ha vuelto muycuidadoso en las intervenciones que hacen suponerel potencial empleo del arma. Aunque finalmenteno lo hizo, cree que realmente estaba preparadopara repeler el ataque con su pistola. «Solamentellevaba un año y medio en la unidad cuandoaquello pasó. En ese tiempo el programa anualde entrenamiento de tiro se cumplió siempre:cada tres meses pasaba por la galería ydisparaba veinticinco cartuchos. No me mueropor estas cosas, pero siempre iba con ganascuando me tocaba ir. Durante los tres primerosaños en el Cuerpo estuve en una unidad quesolamente trabajaba por las noches. En esetiempo únicamente fui a tirar en alguna ocasióncontada y siempre por mi cuenta. Allí no habíanadie que se preocupara por la instrucción.

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Nadie controlaba eso. Pocas veces he practicadodisparos a distancias cortas y a una sola manonada más que lo hice en el Ejército, pero siemprefue en ejercicios de precisión, en plan deportivo.Soy de los que nunca lleva el arma en horariofuera de servicio y tampoco tengo ningunaparticular».

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Este es uno de esos casos que da mucho quepensar a los policías. Hasta la saciedad se escribey debate sobre el tema. Es el clásico «pistolacontra cuchillo», y no es el único que esta obrapone entre sus páginas. En muchas academias ycentros de formación, incluyendo los de seguridadprivada, se ofrecen insensatas e imprudenteslecciones sobre qué hacer y qué no hacer frente a

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un atacante armado con un arma blanca, dando pie,con ello, a leyendas urbanas que inundan lasmentes de quienes son inducidos por esasexplicaciones. Demasiados policías y vigilanteshan oído, miles de veces, que ante una persona queagrede con arma blanca jamás se debe usar elarma de fuego. Nadie expone, nunca, lospormenores de un ataque de este tipo a distanciascortas o muy cortas (de cero a siete metros). Lasconsecuencias suelen ser nefastas para la víctima,aunque esta vaya armada con la pistola másmoderna del mercado. La creencia general de queno existe proporcionalidad en el medio empleado,ha dado lugar a que un buen número de agenteshaya sido herido o incluso haya perdido la vida,por temor al reproche judicial a emplear su pistolao revólver contra el «navajero» de turno. Otros noresultan lesionados, pero admiten y confiesan,siempre en petit comité, que rehuyeron elencuentro y se marcharon de la escena. Estos nocumplieron con su obligación legal.

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Por oír falsedades e imprecisiones del corte ynaturaleza de las antes referidas, la mayoría deprofesionales acaba creyendo que siempre tendrátiempo de responder eficazmente con su pistola,aunque haya que desenfundar, cargar y dirigir eldisparo. Algunos incluso precisan desactivar elseguro manual de la pistola y otros tantos de lafunda del arma. Lo cierto es que hasta quienesestán altamente instruidos pueden resultar heridos,aun cuando porten el arma ya preparada para hacerfuego. Pero, para colmo, existen muchos cuerposque prohíben a sus integrantes el porte del arma encondición de tiro de doble acción. El veto viene aejecutarse mediante circulares, instrucciones,decretos y otras normas internas dictadas alrespecto, como reglamentos. Sin pudor algunohurtan al policía opciones de defensa y respuestaante ataques a corta distancia, como son todos losque se producen, por propia naturaleza, con armasblancas o análogas. Incomprensible.

La bibliografía judicial está repleta de casos y

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sentencias favorables al empleo del arma de fuegofrente al instrumento contundente o de «filo». Nose valora tanto el medio utilizado como lascircunstancias en las que es empleado el útildefensivo: distancia, posición y situación en laescena, por ejemplo.

La Sentencia del Tribunal Supremo de 18 deenero de 1982, RJ/1982/346, ya establecía lo quesigue: «La Administración Pública debe estarsiempre regida por criterios de congruencia,oportunidad y proporcionalidad de tal forma quesus poderes sean utilizados en la medida y dentrode los límites que correspondan con los fines enatención a los cuales les son legalmenteconcedidos, adquiriendo dichos criterios unaexigencia más intensa cuanto más excepcionales yportadores de riesgos sean los medios otorgadoscomo ocurre en el caso de los funcionarios depolicía a los cuales, por su preparaciónespecífica y por estar dotados de armas de fuegocapaces de producir graves e irreversibles daños a

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la vida humana, les es exigible que su actuaciónvenga precedida de una apreciación serena de lascircunstancias que concurren en las situacionescon que se enfrentan y empleen sus armas defuego solamente en aquellos casos en los que lascircunstancias que concurran, en las situaciones alas que se enfrentan, hagan racionalmente presumiruna situación de peligro o riesgo real para ellos oterceras personas, únicamente superado(eliminado, añade este autor) mediante esautilización, y lo hagan de forma adecuada paraevitar consecuencias irreparables que no venganjustificadas por la gravedad del contexto del hechoen que se encuentran». Dicha sentencia fueintegrada en la Circular 12/87, de 3 de abril, de laSubdirección General Operativa del recién creadoCuerpo Nacional de Policía.

Atención a esta definición de legítima defensa,que ofrece el profesor don Manuel de Rivacoba yRivacoba. Hay que meditar sobre ella, es muybuena: «El defensor debe elegir de entre varias

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clases de defensas posibles, aquella que cause elmínimo daño al agresor —naturalmente, elegiráentre los medios de que dispone en ese precisoinstante—, pero no por ello tiene que aceptar laposibilidad de daños a su propiedad o lesiones ensu propio cuerpo —no necesariamente debe habersido herido para defenderse—, sino que estálegitimado para emplear, como mediosdefensivos, los medios objetivamente eficaces quepermitan esperar, con seguridad, la eliminacióndel peligro —medio que garantice la eficacia,refiriéndose a cuantos objetivamente tenga en eseinstante el defensor a su alcance—». (BGH GA1956,49 y ROXIN, C., Derecho Penal. ParteGeneral…, T. 1, Thomson Civitas, Madrid, 2003,pp. 628-629). Don Manuel de Rivacoba fuecatedrático de Derecho Penal, filósofo delDerecho, humanista, académico y escritor. Obtuvoel grado de doctor en Derecho con la calificaciónde sobresaliente. Falleció en 2000, a la edad desetentaicinco años. Sin duda un hombre con un

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pensamiento meridiano.En mayo de 2010 fue absuelto el policía

autonómico catalán que el 2 de mayo de 2007mató, de varios disparos, a un esquizofrénico. Elfallecido atacó al funcionario con un pico (enrealidad atacó a varios agentes más). El atacante,según los sanitarios que fueron testigos de loshechos, sufría un brote sicótico incontrolable.Ningún agente resultó herido, pero todosestuvieron a punto de serlo. El tirador, con elúnico medio eficaz que poseía (la pistola), disparónumerosas veces. La Prensa «crucificó vivo» alpolicía en aquel momento, pero finalmente fueabsuelto de todo cargo. El mosso obró en elejercicio de un deber y con ocasión de estarejerciendo su cargo; y empleó un medioproporcionado al pico con el que le agredieron.Utilizó el único medio eficaz del que disponía enel preciso instante de necesitar defenderse.

Las lesiones que el pico pudo infligir en elcuerpo del agente, pudieron haber sido incluso

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más letales que los propios tiros. La distancia eracasi de contacto. Ojo con este dato: el padre delfallecido, presente en el lugar del suceso, fueherido por el rebote de un proyectil del policía.Antes de disparar contra el esquizofrénico, elfuncionario efectuó, sin éxito, disparosintimidatorios: agotó otras vías antes de tirar a dar.

En el juicio, el funcionario absuelto aseguróque «al verlo encima disparé. Me giré y continuécorriendo hacia delante. Cuando me volví a girar,porque había llegado a la zona donde estaba elpersonal médico (una ambulancia comisionada enel lugar), comprobé que lo tenía detrás con el picolevantado... y efectué varios tiros apuntando alcuerpo. El personal sanitario estaba a mi espalda ysi yo huía los dejaba desprotegidos» (EuropaPress 06-5-2010). La Justicia no ha ofrecido alpolicía la opción de portar un pico en el maleterodel coche patrulla. La proporcionalidad no implicaemplear el mismo utensilio defensivo y ofensivo,entre la víctima y el agresor. La proporcionalidad

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hace referencia al uso de medios (los que seposean en ese instante) que puedan, con eficacia ygarantía, paralizar o detener una acción que de noser detenida, con firmeza, producirá lesionesgraves o la pérdida de vidas. Ahora bien, si lascausas que motivan el uso del arma desaparecen(agresión agotada), no procederá el empleodefensivo al que se iba a recurrir en un principio,dado que ya no existiría necesidad alguna dedefenderse. Menos suerte tuvo otro agente catalán,del mismo cuerpo, cuando el 12 de julio de 2013fue apuñalado en la región renal, con ocasión dehallarse en un domicilio ocupado ilegalmente porinmigrantes africanos de origen marroquí. Elpatrullero había acudido al lugar para realizar unservicio sencillo y cotidiano: identificar a losmoradores. La cuchillada se produjo por laespalda y sin previa detección de signos deviolencia, y la materializó un hombre de treintaaños de edad que fue capturado poco después. Lasheridas ocasionadas fueron gravísimas y

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provocaron una importante hemorragia, pero elfuncionario sobrevivió.

Otra. La Sentencia del Tribunal Supremo6011/1994 absolvió a un agente del CuerpoNacional de Policía de las lesiones producidas,con una pistola particular, a un sujeto quepreviamente lo había atacado con una barrametálica, cuando entre ambos distaban dos metros.El objeto empleado era un bastón de seguridadantirrobo de automóvil. El agente, que se hallabafranco de servicio, se había identificadopreviamente como agente de la autoridad ante unasituación que presentaba caracteres de delito.Textualmente, dice la sentencia:

Consta en éstos que el agresor, presa deexcitación, se dirigió rápidamente al hoy procesado(el policía) blandiendo amenazadoramente la barrade hierro de sujeción antirrobo del volante, enactitud de «franca agresión que podía poner enpeligro su vida o su integridad física». Asimismo, nila repetida advertencia por el agredido de que erapolicía, ni la exhibición de su arma, ni un disparo al

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aire fueron suficientes para disuadir al agresor que,por el contrario, siguió aproximándose en su mismoafán agresivo para subir a la acera en que seencontraba aquél, hallándose ya a menos de dosmetros. Tal era la situación que el policía,retrocediendo, hizo su segundo disparo, y yadirigido al cuerpo de su antagonista, produciendo laherida que ha motivado la condena por homicidiofrustrado (El funcionario había sido condenadopreviamente por la Audiencia Provincial deAlicante).

«Así los hechos, para evaluar esa necesidadlegal de racionalidad del medio defensivoempleado, hay que atender a los siguientesfactores:

1.º Proporcionalidad de medios agresivos ydefensivo. No existe, por principio,desproporción por el uso del arma de fuegofrente a una barra rígida de hierro blandidadecididamente por un hombre de treintaitrés años,excitado y con afán agresivo.

2.º Agotamiento prudencial de acciones

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disuasivas posibles, como se desprendeinequívocamente del relato. (El agente dio el “altopolicial”, mostró su arma e incluso disparódisuasoriamente al aire).

3.º Necesidad residual consecuente de usodirecto del arma para frenar al agresor, anteineficacia patente de aquellos recursos. (Quedaclaro que los demás intentos no funcionaron).

4.º No exigibilidad del recurso a la fuga ymenos aún al tratarse el agredido de un policíaque ya había exteriorizado su condición de tal. (Aun policía no se le puede exigir que huya paraevitar disparar. Hizo lo que tenía que hacer porimperativo legal: actuar y no mirar hacia otrolado).

5.º Capacidad de reflexión o raciocinio paraponderar el uso más mesurado aconsejable delmedio o arma con que cuenta el sujeto que sedefiende. Este es el punto más delicado decalificar, porque el juzgador no puede plantearsela situación en términos de absoluta y fría

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objetividad, sino que tiene que procurarempatizar con el declarante en su propiasituación objetiva: una emergencia, perovalorada subjetivamente desde su perspectiva ycontando con escasos segundos para su opción».

Continuando con el episodio que ocupa elcapítulo, el policía dudó si disparar era o no justo,si era o no legal y ajustado a derecho. No creyóque aquel atentado fuese en serio. Vaciló dosveces y como él mismo manifiesta, hubo unmomento en el cuerpo a cuerpo en que asumió queacabaría herido. Aun así tuvo una segundaoportunidad —segundo pensamiento de duda— yno la usó. Puede que fuese correcta la decisión quetomó esta vez, pues asegura que no tenía un blancofácil y existía riesgo de lesionar a terceros.Aunque finalmente disparó, lo hizoatemporalmente (ya estaba gravemente herido) yen una situación en la que ya resultaba complicadoacertar al homicida.

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Es muy frecuente que los policías sean atacadoscon un cuchillo, cosa que en esta obra se hapodido comprobar ya, pero no es tan habitual quelos asaltos se ejecuten con dos en las manos de unmismo agresor. Para colmo, el funcionario nollevaba su arma preparada para responder demodo inmediato. Tuvo mucha suerte lograndomontar la pistola, dada las graves heridas que yale había causado el individuo. El ataque seprodujo desde tres metros, distancia que está en elrango asumido como de altísimo riesgo frente a unarma blanca.

El tardío y único disparo realizado por elprotagonista produjo un peligroso rebote que, solopor suerte, no alcanzó a los demás actorespresentes en la escena. La munición semiblindadaya ha demostrado en infinidad de ocasiones que,además de atravesar fácilmente los cuerpos, rebotaconservando capacidad para producir lesionesgraves e incluso la muerte.

La situación de combate cuerpo a cuerpo

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propició una interrupción mecánica en la pistola,un encasquillamiento. El agresor sujetó lacorredera y el armazón del arma en su afán deapoderarse de ella. Esto permitió efectuar lapercusión del cartucho que ya estaba alojado en larecámara, previa introducción in situ después deldesenfunde. En caso de que una pistola poseaseguro manual o exterior (como es la usada en estaintervención), situaciones de este perfil suelen darpie, con relativa facilidad, a la activacióninvoluntaria del mismo. Esto es muy frecuenteverlo en los ejercicios de tiro bajo presión yestrés. Si ocurre, el tirador consumirá un tiempomuy valioso en detectar el problema, lapso quesiempre juega en su contra y que puede costarlecaro. Una vez detectada la traba se deben poner enpráctica los conocimientos adquiridos sobreinterrupciones y el propio funcionamiento delarma. Esto requiere de un entrenamiento sencillo ybásico que no se suele ofrecer debidamente en loscentros de instrucción de policías. Hay que

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resaltar que en tales circunstancias lascapacidades cognitivas estarán, forzosamente, muydeterioradas y discernir sobre qué hacer y cómohacerlo no será tarea sencilla. También lahabilidad motora fina o digital se encontrarásumamente mermada, lo que dificultará lasmaniobras y manipulaciones. En pistolas como lasGlock, Sig Sauer, Walther P-99, o en losrevólveres en general, entre otras, no existe riesgode activación accidental del seguro externo:carecen de tales mecanismos. Sí poseen, al menoslas pistolas referidas, eficacísimos segurosinternos o automáticos.

Parece que la estancia en la que se produjeronlos hechos carecía de la suficiente iluminaciónpara intervenir. Todo ocurrió en penumbra. Desdeque se penetró en aquel lugar, el empleo de unalinterna tal vez hubiese ayudado a detectar alsujeto unos instantes antes de iniciarse la agresión.Pero hay que plantearse algunas cuestiones,¿hubiesen podido montar sus pistolas estos

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policías con una sola mano, mientras que con laotra sostenían la herramienta lumínica?Seguramente, no. Si no portaban sus armas endoble acción, por no creerlo necesario o carecerde la suficiente instrucción, es más que probableque también adolecieran de formación respecto aesos menesteres (montar el arma con una solamano). Posiblemente las manos se hubieranestorbado mutuamente y la linterna hubiese sidoabandonada (dejada caer), para poder cargarfinalmente la pistola con la mano débil; o lapistola y la linterna hubiesen caído al suelopermitiendo esto emplear las manos para sujetarlas del atacante o directamente agarrar loscuchillos.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Existe poca investigación sobre los efectos quetiene la confianza del policía en su desempeño

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profesional y el empleo de la fuerza durante lasintervenciones. Se ha realizado algún estudiorelacionado con la confianza, el entrenamiento ysus efectos combinados en la habilidad de lospolicías para llevar a cabo determinadas tareas.Los resultados obtenidos pueden resumirse en lossiguientes puntos:

1. Proporciona a los sujetos únicamenteinformación, no incrementa su capacidad deejecución, pero sí aumenta la confianza en laprecisión de su desempeño.

2. La confianza sobre la propia capacidaddepende del contexto en el que se produce laactividad.

3. Los individuos que reciben informaciónpreparatoria previa al evento estresante (como enel caso de un tiroteo, por ejemplo), experimentanmayor confianza en su propia capacidad parahacer bien las cosas y muestran un mejor resultadoen la resolución del incidente.

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4. Las personas aprenden habilidades mejorcuando se les dice que estas habilidades «sepueden aprender». Lo contrario también es cierto.

5. No hay relación entre el sexo y la confianzaen el propio desempeño.

Curiosamente, y tomando como referencia unestudio bastante completo de Ashley y Golles(2000), la idea de que el entrenamiento puedemejorar el grado de confianza que tiene el policíaen su quehacer, no queda validada por lainvestigación. De hecho, los resultados obtenidospor sendos autores señalan que niveles bajos deentrenamiento formal tienen poco o ningún efectoen el nivel de confianza de los agentes, cuandoestos se enfrentan al empleo de la fuerza (enocasiones, letal) en sus actuaciones.

Aunque algunos agentes de seguridad sometidosal estudio manifestaron que no habían recibidosuficiente entrenamiento en el uso de la fuerza,afirmaron, sin embargo, disponer de un alto nivel

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de confianza a la hora de afrontar una situacióncrítica. Los datos, siempre relativos a policíasnorteamericanos, constatan un elevado grado deconfianza en el momento de manejar incidentes queprecisan el uso de la fuerza.

Todo esto se relaciona estrechamente con elcaso que nos ocupa. Es importante distinguir entrela confianza que una persona cree que posee en suscapacidades (y que le llevarán a actuar de unaforma u otra durante una intervención), y otra, muydistinta, las capacidades y habilidades querealmente tiene (y de las que se derivará suactuación real durante el enfrentamiento). A todosnos gusta pensar que podemos más de lo querealmente podemos, esto es algo que forma partede nuestra autoestima.

A primera vista, los resultados del estudiomencionado previamente pueden parecercontradictorios, pues se indica claramente que unentrenamiento de bajo nivel no influye en el gradode confianza de los policías estudiados. A priori

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se podría suponer que, cuanto mayor sea elentrenamiento específico, mayor será el grado deconfianza del agente a la hora de utilizar la fuerzadurante un incidente crítico. ¿Acaso no se quejanmuchos de los policías entrevistados para estelibro de la poca preparación oficial recibida en elempleo del arma reglamentaria?

El protagonista del relato afirma que estabapreparado para repeler el ataque con su pistola,aunque finalmente no lo hizo. Por otro lado,también deja claro que el entrenamiento recibidono fue especialmente exhaustivo. Sin embargo, élse consideraba capaz (confianza) de responder a laagresión con su arma de fuego. ¿Cuál es la fuentede esa confianza? Tal y como él lo describe,mantuvo la sangre fría en circunstancias tanadversas, algo que con toda probabilidad le salvóla vida. Pero, ¿puede que esa misma confianza ensu capacidad no le permitiera elaborar unacorrecta evaluación del contexto (concienciasituacional)?

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Estos dos funcionarios acudieron a undomicilio respondiendo a la llamada de la madrede un sujeto peligroso harto conocido de laPolicía. Este delincuente había intentado acceder ala vivienda de su madre en varias ocasiones.Cuando los agentes llegaron al piso objeto de laincidencia, encontraron la puerta de entradaabierta de par en par. Previamente les habíanabierto el portal a través del portero automático.Era de esperar que la señora se encontraraesperándoles en el umbral de la casa o mantuvierala puerta de entrada cerrada por miedo a su hijo.Pero no fue así. Puerta de acceso a la moradatotalmente abierta, nadie a la vista, iluminaciónmuy deficiente… Tras las llamadas de lospolicías, la mujer sale de una habitación. Uninstante después aparece el hostil armado con doscuchillos gritando que va a matar a la fuerzaactuante.

No se tuvieron en cuenta todas estas señalespresentes en el contexto (¿exceso de confianza?).

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Un elemento que puede respaldar lo que decimoses que la primera emoción que experimenta elpolicía, cuando ve al energúmeno armado dirigirsehacia él, es la sorpresa. Recordemos que esta esuna emoción bastante frecuente en las experienciasdescritas en este volumen. Dice el agente: «A míme surgieron dudas e incredulidad. Pensé que esono podía ser verdad y que solamente queríaasustarnos. Creí que no sería capaz de atacarmeen serio. Me equivoqué. Ese tío avanzó hacia míy empezó a lanzarme cuchilladas. No me diotiempo a nada». En pocas palabras: no esperabaen absoluto aquel desenlace. La sorpresa fue laemoción concomitante a la inadecuada evaluacióndel escenario, a lo que los agentes podían esperaren una situación como aquella.

Los denominados «factores de supervivencia»están extraídos de entrenamientos policialesrealistas. Estos factores se han valorado comodecisivos para el adiestramiento mental de losagentes de seguridad. Se intenta con ello que

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mantengan un elevado nivel de alerta en todas susintervenciones, aunque en principio no parezcanrevestir peligro alguno. El lema subyacente sería«no bajar la guardia» y no juzgar a priori si unaintervención será o no de riesgo. Pero, sobre todo,que la confianza del policía se cimente sobre labase de un entrenamiento intensivo y realista.

Estos factores sitúan en primer lugar laconciencia situacional. Trabajar y desarrollar estefactor nos permite ser conscientes de todo lo queocurre a nuestro alrededor, saber leer las señalesque avisan de posibles peligros, etc. De esta formaes más fácil poder anticiparnos a las amenazasintentando desplegar las respuestas más adecuadaspara neutralizarlas, lo que puede requerir el uso dela fuerza.

Nuestro policía asegura que estaba preparadopara rechazar una agresión empleando su pistolareglamentaria. Posiblemente lo estaba paradisparar con ella en un campo de entrenamiento,pero no para responder adecuadamente ante el

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atentado que sufrió. Pasó por alto todos losprocesos cognitivos previos a extraer el arma desu funda. No fue su preparación lo que le salvó lavida, sino su valor.

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CAPÍTULO 15

DISPONÍA DE CATORCETIROS

Los tímidos tienen miedo antes del peligro;los cobardes, durante el mismo; los valientes,

después.

JEAN PAUL (1763-1825)Escritor y humorista alemán

Madrugada de primavera en una gran capital.Dos funcionarios de policía, con menos de dosaños de antigüedad en el Cuerpo, patrullabanjuntos en un coche camuflado («K», es ladenominación que algunos cuerpos otorgan a esetipo de vehículos) vistiendo ropas de paisano.Habían jurado el cargo dos meses antes, después

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de haber superado el periodo de funcionarioseventuales durante doce meses. Amboscomponentes de la dotación tenían la misma edad,veintisiete años. Aunque estaban adscritos a unaunidad uniformada de seguridad ciudadana, erafrecuente que algunos integrantes del equipotrabajasen ocasionalmente de ese modo, parareforzar áreas concretas o apoyar a los radio-patrullera.

Aquel lunes fueron asignados a una amplia zonaen la que se ejercía la prostitución. La barriada eramuy conocida en la ciudad y frecuentada porpersonas llegadas incluso desde otras áreasgeográficas. Era un punto en el que solíanproducirse incidencias policiales graves de casitoda índole. Un sector de esos que brindahomicidios, violaciones, trapicheo de drogas,venta de objetos sustraídos, etc. Un sitio en el quese podía esperar casi cualquier cosa decualquiera, pero ninguno de ellos usaba mediosespeciales de protección pasiva, «ni mi

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compañero ni yo llevábamos guantes anticorte ochaleco antibalas. Ya habíamos trabajado antesen ese sector y lo conocíamos, pero lo cierto esque no lo dominábamos lo suficiente». Dosnovatos patrullando una de las peores zonas de laciudad.

En un momento dado, a eso de las 01:00 horas,detectaron una algarada sobre la que centraron laatención. Un grupo de mujeres corría, todas enmasa, en una dirección determinada. Al circularlos policías en un coche que no disponía dedistintivos externos policiales, nadie advirtió lapresencia de los funcionarios. Por ello yaprovechando esta circunstancia, desde dentro delpatrullero hicieron una observación preliminar dellugar, para determinar qué podría estar ocurriendo.«Nos estábamos acercando a la melé cuandovimos, a unos cincuenta metros de distancia, queuna de las chicas estaba siendo agredida conpalos y con un destornillador. En ese momentoactivamos el dispositivo prioritario policial

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acústico y luminoso, y llegamos hasta el lugarexacto en el que se estaba perpetrando laagresión. Fue ahí cuando comprobamos queaquella joven estaba herida. Sangraba. Nodetectamos la presencia de varón alguno entreaquellas muchachas, pero visualmente síidentificamos a la autora de las lesiones»,manifiesta uno de los funcionarios, desde estemomento «agente primero».

Tan pronto los policías detuvieron la marchadel coche y pusieron pie en tierra se aproximarona las féminas, haciendo conocer su condición deagentes de la autoridad. Todas emprendieron velozcarrera para evitar ser alcanzadas por losactuantes. Uno de los policías, el «agentesegundo», inició la persecución a pie de lapresunta autora de las lesiones, dándole alcance alos pocos metros. Estando este policía a unosveinte metros de distancia del otro funcionario yde la mujer herida, sonaron varias detonaciones.Eran disparos. Los tiros se produjeron en el

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instante preciso en que la «detenida» iba a serengrilletada. El «agente primero» recuerda que«aquellas detonaciones me parecieron tiros desdeel principio, pero me dio la impresión de que noiban con nosotros. Sonaban como muy alejados,tenues». Pero no, sí iba con ellos. Cuando el otropolicía se aproximó al lugar donde estaba sucompañero, éste le mostró una herida sangrante enuna oreja. Se produjo una gran confusión. Así lascosas, la presunta autora de las lesiones y la mujervíctima de la paliza huyeron de la escena,aprovechando la incertidumbre de ambosfuncionarios.

Ante tal circunstancia los dos policías separapetaron detrás el vehículo «K». El agenteherido manifestó a su binomio que creía haberrecibido el tiro de un arma de aire comprimido ode algo similar. En cualquier caso, algo de escasapotencia. No sentía un dolor especialmente fuerte yse mantuvo siempre consciente. Sin conocertodavía la procedencia de los disparos, el policía

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herido desenfundó su arma y sin abandonar elparapeto se sentó en el suelo. No disparó enningún momento, ni siquiera se asomó para otearla zona en busca del tirador activo. Sostiene el«agente primero»: «En ese momento detecté lapresencia de un hombre que, desde unos diezmetros de distancia, agarraba un arma corta conambas manos y la dirigía hacia nosotros. Volvióa disparar, pero ya lo hizo desde unos treinta ocuarenta metros de distancia, mientras sedesplazaba y alejaba de nosotros. Ocupaba unazona elevada respecto a la nuestra. Se movíacontinuamente. No me lo pensé, saqué mi pistolay apunté por encima del techo de mi coche: ledisparé dos veces. Tuve mucho cuidado, unacarretera atravesaba los dos puntos de origen delfuego, el mío y el del tirador apostado, por esoagarré la pistola con las dos manos para tenermejor control. Todavía, además, había tres ocuatro mujeres moviéndose por allí cerca. Noefectué el primer disparo al aire, como nos dicen

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en la academia, porque no me dio tiempo. Supeque no debía perder ni un segundo y que teníaque disparar cuanto antes. Al fin y al cabo yasabía que éramos policías, porque el coche teníaencendido el pirulo. El hombre huyó a la carreracuando vio que estaba siendo respondido pornosotros, en realidad solamente por mí. Cuandocomprobé que ya se había marchado y que nodisparaba más, ayudé a mi compañero a entraren el ‘K’ y salimos del lugar. Todo aquello noduró más de tres minutos. Nuestra prioridad eraesa, irnos de allí. En total nos había disparadocuatro veces, tres cuando estábamos aldescubierto y una más después de habernosprotegido detrás del vehículo. Despuésinformamos a la Central y pedimos refuerzos».

Personadas allí varias dotaciones policiales deapoyo, de dos fuerzas con competencia en lademarcación, se trató de cerrar el área paralocalizar al pistolero. No se consiguió. El policíaherido fue trasladado a una clínica médica, en la

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que los facultativos determinaron que un pequeñoproyectil había quedado alojado en la mandíbula.El agente fue intervenido quirúrgicamente paraextraer la bala. «Mientras estábamos en el centrosanitario detectamos un impacto de bala en eltecho de nuestro coche oficial. Estaba muy cercadel punto en el que yo estuve apoyado cuandodisparé. Los compañeros de Policía Científica,comisionados a la escena del suceso, noencontraron ni sangre ni vainas de nuestroatacante. El hecho de que no se hallarancasquillos hizo pensar que el arma empleada fueun revólver. Sé que no sentiría remordimientoalguno de haberle alcanzado con mis disparos»,sostiene el agente que usó activamente su pistola.

Mediante las pertinentes pesquisas policiales,pudo averiguarse que el agresor era un extranjeroque daba cobertura y protección a un grupo muyconcreto de prostitutas. Se consiguió conocer suidentidad y nacionalidad, «tenía entre veintitrés yveinticinco años, pero nunca se le detuvo». Al

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parecer era una práctica habitual mantener armasocultas entre los arbustos y bajo las piedrasexistentes en aquel espacio de lenocinio, así losproxenetas evitaban su detección en los controlesque con frecuencia se llevaban a cabo en losaccesos a la zona.

El agente que responde a nuestras preguntassostiene que no tuvo sensación de miedo y quedesde aquel día siempre observa el entorno de laescena en la que se desarrolla cualquier servicio,dejando a los demás actuantes la resoluciónprincipal del asunto. Matiza: «Admito que micapacidad objetiva para resolver situaciones conarmas era escasa en aquel momento, perotampoco me he preocupado por mejorarla. Ahoratengo la misma formación que antes, si acasomás experiencia en la calle. Solamente entrenabauna vez al año con la pistola y porque se meimponía reglamentariamente, aunque alguna queotra vez disparé por mi cuenta, pero muy pocasveces. Nunca he realizado ejercicios de tiro a una

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mano, ni a distancias cortas. Pero la verdad esque en la galería no se me da mal del todo, antelos ejercicios que me marca el instructor de tiro.Aquella noche llevaba la pistola de dotación, unaStar 28-PK de 9 mm Parabellum, con trececartuchos en el cargador, no tengo otra. Nuncavoy armado cuando estoy fuera de servicio. Pesea que el arma tenía una capacidad de quincebalas, yo llevaba dos menos para aliviar así latensión del muelle. Portaba cartucho en larecámara con el seguro activado, por tantodisponía de catorce tiros».

En vista de que no se produjeron lesionesconocidas en la otra parte, al agente no le fuerequerida la pistola para efectuar un estudiocientífico-forense. No era pertinente. Es digno deresaltar el hecho de que el cuerpo al quepertenecen los protagonistas cuenta con unprograma anual de reciclaje de tiro, por el queobligatoriamente todos los miembros activos de lafuerza deben pasar cuatro veces al año (prácticas

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en galería). Pese a ello, este policía reconoce quesolamente iba una vez al año a realizar lasprácticas. Sin duda, se constata lo que muchasveces se cuenta en ciertos foros y se niega desdeotros, que aunque algún plan de tiro anual no estémal diseñado del todo, lo realmente negativo deverdad es que no se cumplen al cien por cien susdictados.

El funcionario que disparó admite que se havisto en otras tres situaciones en las que necesitóusar la pistola, pero que sin embargo no la utilizó.De lo sucedido comentó cosas con su esposa(ahora divorciado de ella), familiares ycompañeros, recibiendo apoyo y comprensión detodos ellos. «Creo que mi carácter y forma de serme ayudaron a afrontar el tiroteo. Todo esto mehizo madurar, crecer y reflexionar sobre mismetas y valores. Desde entonces me gustaescuchar a quienes han pasado por cosas así. Mereconforta compartir experiencias ysentimientos. Puedo recordar el tiroteo como si

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hubiese sido anoche mismo», comenta.El policía lesionado se incorporó al servicio

pasado un mes, y tiempo después, cuando yaestaba destinado en otra plantilla, el Cuerpo leconcedió una importante condecoración condistintivo rojo. «Yo no recibí felicitación algunapor mi participación en los hechos, al revés,aquel día acabé a las diez de la mañana elservicio y me obligaron a trabajar la nochesiguiente».

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Seguramente todos coincidirán en que aunqueeste suceso tiene caracteres generales de serviciocotidiano policial —riña entre personas,prostitutas en este caso—, aporta un ingredienteinfrecuente en España: tirador apostado que abre

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fuego contra la fuerza actuante. Más extrañoresulta el hecho de que el francotirador emplearaun arma corta. Después de todo, los agentestuvieron mucha suerte, solamente uno de ellos fuealcanzado por los disparos. Aunque la herida norevistió gravedad, el damnificado requirió deintervención quirúrgica para extraer el proyectil.Los policías americanos suelen decir: «No quieroque me disparen ni con un veintidós», haciendoreferencia a la amplia gama de calibres de lafamilia del archiconocido .22 LR (calibre pocopotente).

Los agentes no actuaron mal. El hecho de quefuesen policías prácticamente novatos no influyóen la resolución final de la intervención. Conocerde forma somera la zona, tampoco. Posiblementecualquiera hubiera sido igualmente atacado,incluso si su formación hubiese sido exquisita y suveteranía superior: no se daban ingredientes quepudieran hacer creer, a nadie, que un tirador dabacobertura a las prostitutas y mucho menos desde

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una cota. Esta posibilidad era muy improbable ycasi impensable. Sin sospecharse tal hipótesis, porno conocerse casos de esa naturaleza en lademarcación, la presencia policial en el lugar notenía por qué ser de mayor cautela. Tampoco laaproximación al foco de la trifulca requería demedidas especiales de seguridad o autoprotección.Si bien es cierto que los funcionarios se separaronentre sí al acudir al punto en el que una mujersangraba y otra huía, la distancia entre ambosnunca fue importante y siempre mantuvieroncontacto visual. No existe, por tanto, impericia odesgobierno en la actuación. Había que aprehendera una implicada y socorrer a la otra.

Si acaso se puede sacar punta a algo, es alhecho de que se tardó mucho tiempo en requerirmás presencia policial de apoyo. El funcionarioadmite que hasta que no abandonó la zona calientede riesgo, tras repeler el ataque desde el parapeto,no informó a la Sala de Transmisiones de loocurrido. Cuantifica el tiempo en

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aproximadamente tres minutos, un tiempo excesivoen el que se pueden hacer muchas cosas. Dehaberse participado la incidencia de formainmediata a la Central, posiblemente variasdotaciones hubieran hecho acto de presencia enese lapso de tiempo, o en menos. Esto hubiesepermitido un cerco más eficaz del punto empleadocomo plataforma de tiro por el activo tirador.

Que los intervinientes se hubiesen protegidobalísticamente no hubiera variado el resultadodefinitivo, toda vez que la herida se produjo en lacabeza. Esto es algo que en Estados Unidos pasa ala inversa, en muchas ocasiones. El cien por ciende los agentes de la ley asesinados en 2009, allí,portaba chaleco. No fueron pocos, cuarentaiocho.Muchos resultaron impactados en la cabeza yaquellos que recibieron disparos en el torsoacabaron siendo alcanzados por potentesproyectiles de armas largas. Los blindajescorporales destinados a policías patrulleros,aquellos que se llevan puestos durante largas

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jornadas de servicio, tanto interior comoexteriormente, son de nivel de protección IIIA, loque significa que no detienen balas de calibrespropios de rifles o fusiles de asalto. En aquellostiroteos en los que se emplearon armas cortas losimpactos terminaron colocados en las axilas. Estode alcanzar la unión entre el brazo y el hombro esalgo que casi siempre se produce de modoaccidental o fortuito y no deliberado: si se dirigenlos tiros al torso es relativamente frecuente quelleguen a esa zona. Esta parte del cuerpo quedadesprotegida, por ejemplo, si se elevan los brazoshacia el frente para encarar un arma. Si el impactoes lateral, el recorrido del proyectil podría cruzarel cuerpo de lado a lado, de hombro a hombro (verel capítulo nueve).

Tal como se comentó antes, y desde el punto devista de este autor, los dos agentes actuaroncorrectamente. Ante la detección acústica de losdisparos, ambos se parapetaron tras el cocheoficial. Aunque éste no estaba blindado, no había

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nada mejor ni más cerca en la escena. Si bien escierto que agresora y víctima evadieron suscompromisos con los policías, aprovechando queestos tuvieron que desplazarse para guarecerse, loprimordial era eso, ponerse a cubierto. Para mayorsatisfacción y eficacia, uno de los encartadosrespondió al fuego con su pistola, aunque lo ciertoes que no impactó sobre el objetivo. Sin que sehubieran producido detenciones, hecho quehubiese arrojado más datos, ha de considerarsecomo no alcanzado el tirador, dado que no fueronhallados restos de sangre en el apostadero nitampoco en la senda de huída. El fuego de réplicadel policía sin duda tuvo su cuota de importancia yeficacia: obligó al contrario a deponer la acción ya abandonar el lugar.

El funcionario lesionado fue recompensado conuna importante distinción profesional. El otro, porel contrario, se siente herido en su orgullo por nohaber sido reconocido de modo alguno. Nosiempre ocurre esto, muchos policías

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deliberadamente heridos nunca recibenreconocimientos institucionales. Algunos obtienendescrédito. Posiblemente ambos debieron serrecompensados, aunque con una condecoración demenor importancia y categoría el policía noherido, pero que sí se defendió.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Poco más puede decirse sobre esta intervencióntras lo aportado por Ernesto. Fue una situacióncomplicada en la que los agentes respondieron dela mejor forma posible.

La experiencia de verse envuelto en un tiroteodespierta y deja a flor de piel los miedos que seencuentran intensamente grabados en nuestrapsique más primitiva. Una confrontación armadapone en juego nuestra supervivencia, disparandotodas las alarmas y recursos disponibles paraevitar el temido desenlace.

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Es habitual escuchar a personas que hanatravesado por situaciones muy difíciles, donde lapropia supervivencia se encontraba seriamentecomprometida, explicar el cómo estasexperiencias han producido cambios significativosen sus vidas, la mayor parte de las vecespositivos. Sobrevivir a un accidente decirculación, vencer una enfermedad grave oparticipar en un enfrentamiento armado, soneventos que tienen la facultad de cambiar a laspersonas, de producir un antes y un después en susvidas. El sistema de valores cambia y lasprioridades sufren una mutación asombrosa.

Los bienes materiales, que antes marcaban elpaso de nuestros objetivos, dejan de tenerrelevancia y son sustituidos por anhelos máspersonales y/o espirituales. Se redescubrenplaceres postergados y relaciones casiabandonadas, como pasar tiempo con la familia,ayudar a los demás, valorar más las propiascapacidades, pasear…

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El policía protagonista del presente relatoafirma que la experiencia vivida «me hizomadurar, crecer y reflexionar sobre mis metas yvalores». No es el único. En nuestro estudio, lamayor parte de los encuestados valorapositivamente la experiencia de la confrontaciónarmada, provocándoles cambios en el terrenopersonal que tal vez no hubieran realizado de otromodo. Estas son algunas de sus respuestas másfrecuentes:

— «Pase lo que pase en el futuro, creo queseré capaz de manejarlo.»

— «Creo que todo lo que ha pasado me hahecho mejor persona.»

— «El incidente del tiroteo hizo que mereplanteara lo que era importante en mi vida, mismetas y valores.»

— «Me interesé más por mi trabajo.»— «El tiroteo me sirvió para compartir

experiencias y sentimientos con otros que habían

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estado implicados en tiroteos.»

Es muy importante aprovechar la experienciade estos policías, algo que rara vez se hace. Parael funcionario policial, disparar y que le disparenno es una intervención más, sino un evento quedeja una honda huella y un montón de emociones ypreguntas que deben ventilarse. Los agentes conexperiencia en estos temas deberían formar partede un futuro protocolo de actuación en estos casos—ya se ha comentado en otro lugar de esta obra—,impartiendo charlas informativas preventivas yactuando directamente (como espejo) cuando algúncompañero se haya visto implicado por vezprimera en un incidente armado. Esta intervenciónsería más que obligada si el actor ha resultadoherido o ha perdido a un compañero/a en acto deservicio. ¿Por qué desaprovechamos tan a la ligeraesta fuente de ayuda tan relevante?

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CAPÍTULO 16

NOS LLAMABANASESINOS

El instinto dicta el deber yla inteligencia da pretextos para eludirlo…

MARCEL PROUST (1871-1922)Escritor francés

Fiestas patronales en un municipio deaproximadamente dieciocho mil habitantes, conpresencia policial de dos cuerpos de seguridadpública. Una de las plantillas la conformabandieciséis funcionarios y la otra dos. Estos últimoshacían acto de presencia en la villa solamente deforma ocasional y como parte de una patrullacomarcal periódica. Ambos cuerpos, pasado un

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tiempo y motivado en parte por lo queseguidamente se da a conocer, ampliaron concreces sus dotaciones humanas en la localidad.

El primer día de fiesta, durante la noche, seprodujo un grave y luctuoso incidente. Dos gruposde muchachos claramente diferenciados entreellos, por ser uno autóctono y otro foráneo (pueblovecino), protagonizaron varios conatos de riñas endiversos puntos del municipio. El motivo: «amoresde juventud», un asunto de faldas. Finalmente,como se veía venir, ambas bandas llegaron hasta elárea más concurrida del recinto ferial, la zona debarras. El peor sitio para que se produjera unareyerta. En este lugar, los bares y las cafeteríasmás caracterizadas del pueblo montabanmostradores para servir copas, siendo aquella,también, la zona de baile. Allí fue donde, con unanavaja, le asestaron cuatro puñaladas en elabdomen a un muchacho. Antes de esto, la víctimay sus acompañantes habían participado en unaacalorada pelea, si bien la trifulca se produjo

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fuera del área de festejos (parte de los conatosreferidos anteriormente). Los implicados eran,además de varones jóvenes, personas fornidas queentrenaban levantando pesas en gimnasios delentorno.

El dispositivo policial allí destacado loconformaban dos mandos y ocho agentes enservicio de orden público, que permanecían fueradel patio del colegio público en cuyo interior sehabían instalado las barras. Todos los funcionariospertenecían al mismo cuerpo. Los agentes nopatrullaban por el interior del recinto, pero síaccedían cuando detectaban algún tumulto quehiciera suponer que había problemas de seguridad.Cuando ya se hubo producido la disputa final y elconsiguiente apuñalamiento y los amigos delherido lo trataban de evacuar, fue cuando la fuerzapresente tuvo conocimiento de lo sucedido. Nocabe duda que la algarada interior pasóinadvertida para los uniformados, dado que sehallaban en el acceso de entrada a la zona de la

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movida juvenil y no en el centro del bullicio con lamasa. Como no se encontraba presente ningunaambulancia y los amigos del apuñalado carecíande vehículo en las inmediaciones, los actuantesdecidieron trasladar a la víctima hasta su basepolicial. La distancia a recorrer era mínima, sobreunos cuarenta metros, y se hicieron a pie. Una vezque llegaron al cuartel fue requerido el servicio deun vehículo de emergencias sanitarias. Nadie pudoimaginar nunca el alcance de las heridas infligidas,pues la propia víctima podía caminar ymanifestaba, de viva voz, que se encontraba bien yque aquello no revestía gravedad alguna. Pero lapérdida de fluido sanguíneo era importante y pocoa poco fue cambiando el panorama. Llegó alhospital con vida, pero los facultativos dijeron nopoder intervenirlo quirúrgicamente: había ingeridouna importante cantidad de alcohol y drogas y laoperación conllevaba excesivos riesgos. Falleciódos días más tarde.

«Como pasa en demasiadas ocasiones, tan

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funesto suceso fue usado políticamente contranosotros, contra la Policía», sostiene uno de losfuncionarios presentes el día que se produjeron loshechos. La oposición política local acusó alalcalde de ser responsable de lo acaecido. Fueconvocada una manifestación cuya consigna eraconseguir la dimisión del primer edil y del jefe depolicía. Teniendo conocimiento de que el actoestaba convocado, el jefe del Cuerpo se tomó unasvacaciones y dejó accidentalmente al mando a susegundo. Celebrado el evento, todo transcurrió connormalidad pero «aquello se notaba que estabapreparado contra los policías», apunta el mismoagente. Dos días después del entierro deldesafortunado chaval una nueva manifestación fueconvocada, pero esta vez en apoyo de la familiadel finado. Se suponía que sería una tarde pacíficay de consternación, pero se enturbiócompletamente. Un mal jueves. Los integrantes dela manifestación, unas trescientas personas, eranen su mayoría jóvenes. Muchos de los individuos

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que componían la masa poseían antecedentes pordelitos varios, pero casi ninguno grave. Casi todoseran policialmente conocidos por su manifiestaanimadversión a las fuerzas del orden.

En un momento dado, la turba rodeó a los tresúnicos agentes presentes en el acto. Estos seencontraban allí como parte del dispositivoestablecido para el control, regulación yordenamiento del tráfico, durante el recorrido vialllevado a cabo por los manifestantes. Tambiénestaban presentes dos funcionarios de la fuerza queocasionalmente patrullaba por el términomunicipal, pero se hallaban en otro punto delrecorrido, aunque manteniendo contacto visual conlos otros policías. Los funcionarios cercadossufrieron insultos y amenazas graves y fueronvíctimas de un intento de linchamiento por parte debastantes sujetos que actuaban inmersos en aquellamultitud. Entre estos funcionarios se hallaba el jefeaccidental del Cuerpo, un policía con diecisieteaños de antigüedad y cuarentaicinco de edad. Los

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otros contaban: uno con treintaicinco de edad yonce de servicio y el otro con treinta y casi dostrienios en la institución. Quien aquella tardeejercía el mando, comenta: «Nos llamabanasesinos. Estaban convencidos de que al chico lomataron por culpa de la Policía. Nos tiraronpiedras, huevos y no sé qué más. Fue el peormomento de mi carrera profesional. Ellosdistaban de nosotros unos tres metros y nosotrosdel cuartel sobre veinte. Nos pilló muy cerca,casi en la puerta. Poco a poco, paso a paso,fuimos caminando hasta llegar a nuestrasdependencias. No soy capaz de confirmar sialguno de nosotros fue agredido o zarandeadocon las manos. Una vez dentro de la base nossentimos más seguros y uno de los míos pidióapoyo a los compañeros de municipios próximos.Usó la emisora para ello y desesperadamentegritó: “¡nos matan, venid que nos matan!”. Yo leordené que no lo hiciera, que no solicitararefuerzos, porque estaba convencido de que sería

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todavía peor. Pero él no me oía. Sin duda estabaatemorizado y creía que de verdad nos iban amatar. El otro policía, con sus once años deexperiencia, no paraba de gritarle a lamuchedumbre: “¿¡Que nos queréis matar!? ¡PorDios! ¿¡Pero qué es esto!? ¡Matadnos,matadnos...!”. También perdió el control».

A todo esto, otros dos uniformados del mismocuerpo estaban a solo doscientos metros del lugary oyeron las llamadas de socorro a través de lasradiotransmisiones del coche patrulla. Esospolicías y los tres acorralados eran la única fuerzaactiva en servicio. Respondieron a la llamadadiciendo que se ponían en camino a todavelocidad. Comenta el veterano policía: «Yo lespedí que no vinieran y les informé que nosotrosestábamos ya a salvo. Les ordené que se alejasende la zona y que se refugiasen en el municipiomás cercano. Me costó trabajo, pero losconvencí. Así salvamos el único vehículo oficialque nos quedaba operativo». Una unidad móvil

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fue volcada ante la misma puerta de lasdependencias policiales, lugar donde seencontraba estacionada. Cuando desde variaslocalidades próximas empezaron a llegar policíasde refuerzo, también fueron recibidos a pedradas.A la fuerza de apoyo también le destrozaronalgunos vehículos.

Justo cuando los coches radio-patrulla estabansiendo volcados por los manifestantes más activosy violentos, aparecieron los dos funcionarios delcuerpo que mantenía una dotación ocasional en lademarcación municipal. Sin éxito, esta pareja depolicías trató de calmar la furia dirigida hacia losagentes de seguridad del otro dispositivo. Matizael jefe del despliegue: «Supongo que a ellos noles atacaron porque el día de las cuchilladas noestaban allí. Si los manifestantes queríanreivindicar, quizá también debieron haberexigido más presencia policial, incluida la queno aportaron los compañeros de aquel otroestamento. De verdad, no lo entiendo. Al final

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también a su coche oficial le causaron algunosdaños menores, fracturándole un espejoretrovisor y poco más».

Este policía manifiesta que todo se produjomuy rápidamente y que en un segundo se vieronrodeados por gente que, a todas luces, los queríalinchar. «Yo me vi muerto», admite cuando se lepregunta qué sintió. Añade: «Me ocurrió algoextraño en el momento álgido, de pronto yo noera una persona... solo era un cerebro quepensaba y deseaba que todo terminase cuantoantes; pero a la vez quería conducir a miscompañeros hasta el cuartel, intentando engañaro confundir a los violentos. Yo no tenía cuerpo enese momento, solo cerebro. Cuando por fin lleguéa la puerta de las dependencias del Cuerpo, yoaún seguía pidiendo calma a los manifestantes.Parecía como si me negase a mí mismo laevidencia de que las palabras no servían denada. La razón tampoco. Yo seguía tratando dehablar con esa gente y no me daba cuenta de que

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era muy peligroso. Uno de los compañeros metuvo que llevar para dentro a la fuerza». Aunquetodos los agentes iban debidamente armados conmodernas pistolas de doble acción y grancapacidad de cargador, ninguno hizo uso de ellapara dirigir disparos disuasorios al aire. Tambiénportaban defensas semirrígidas y extensibles.Según admite uno de los funcionarios, «recurrir ala pistola estaba más que justificado. Aquello eramuy grave. Debimos disparar al aire, lo sé, peroyo ni me acordaba de que llevaba un arma defuego en la cintura. Aunque no eran de micuerpo, creo que los dos compañeros que estabanfuera de las oficinas también debieron disuadircon sus armas o al menos hacer ostentación delas mismas. Ante ellos estaban destrozandonuestro patrullero y no hicieron nada paraimpedirlo. Nosotros no lo hicimos, posiblemente,por la escasa formación que teníamos en materiade control de masas, de ahí que nocontemplásemos el “tirar” de pistola.

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Entrenábamos muy poco en el campo de tiro, dosveces al año y sin rigor alguno».

Con el transcurso del tiempo todo fue pasandoy el ambiente se tranquilizó. Pero durante elprimer mes los funcionarios del cuerpovilipendiado no pudieron patrullar connormalidad: la gente los insultaba e incluso fueronobjeto de nuevos intentos de agresión. Por untiempo únicamente salían de la base si se recibíauna llamada de emergencia. Los días mástranquilos del mes fueron los tres primerosdespués de producirse aquella calamidad: unaunidad antidisturbios apaciguó los ánimos a losagitadores. La tensión salpicó también al primeredil, quien tuvo que ser protegido policialmentedurante una semana. Días antes de que todoocurriera, el alcalde fue advertido de lo quepodría suceder y requirió la presencia de másdotaciones policiales, pero tal petición no fueatendida por la autoridad gubernativacorrespondiente.

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A día de hoy los agentes todavía evitan hablarde aquello, tratan de olvidarlo. Si algún policía dela plantilla toca el tema es porque no formabaparte de aquella terna. Aunque ninguno de losfuncionarios hostigados sufrió lesiones físicas, elmás veterano admite que tuvo problemas de sueñodurante algún tiempo. «Nos sentimosabandonados. No recibimos apoyo institucionalde ninguna clase. Ni siquiera el jefe nos llamó ypara colmo continuó disfrutando de susvacaciones. Tampoco los políticos estuvieron a laaltura. Procuro no recordarlo, quizá para notener que odiar. Diariamente tengo que tomarmedicamentos tranquilizantes para dormir, perono sé si esto es una secuela de aquellos hechostan dramáticos».

Todo aquello derivó en denuncias, detencionesy procesamientos judiciales. No fue complicadoidentificar a los autores de las amenazas y losdaños, casi todos eran personajes conocidos por laPolicía de toda la comarca. Celebrado el juicio,

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algunos acusados fueron condenados e ingresaronen prisión. Significar que también el autor delhomicidio fue identificado y posteriormentecondenado por delito de asesinato.

Confiesa uno de los policías: «Aquello no mereportó nada positivo. Nadie me ayudó en nada.Pero la desoladora situación me empujó aestudiar una carrera universitaria y hoy soylicenciado. Esto me ha permitido ascender en elCuerpo. Me di cuenta que había que cambiarmuchas cosas y quise hacerlo yo. En algunasmaterias intento reforzar personalmente laformación de mis subordinados, al margen de lainstrucción con la que me llegan desde laAcademia u otros cuerpos. Ahora soy conscientede la importancia que tiene una adecuadainstrucción en el manejo del arma y cuento conun buen instructor de tiro. Es un hombre muycomprometido. Pretendo que todos los que estánbajo mi mando, treintaisiete funcionarios en laactualidad, adquieran la máxima destreza con las

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armas reglamentarias. Cuando los hechosocurrieron yo solamente iba a la galería de tiropara cubrir expediente y además no ponía ningúninterés en esas cosas. En estos momentos inclusoposeo un arma corta particular, al margen de laque me da el Cuerpo, pero no la suelo llevarencima cuando estoy fuera de servicio».

Dada la formación y conocimientos ahoraadquiridos, el nuevo jefe reconoce que hoy noactuaría del mismo modo. De entrada, ahora serealizan cacheos e identificaciones cuandoanualmente se celebran las fiestas del día grandede la villa y la zona de barras se ha suprimido.Desde que el protagonista asumió el máximomando del Cuerpo, se llevan a cabo verdaderoscontroles sobre los objetos portados en actos conparticipación masiva de personas, empleándoseincluso detectores de metales por parte de loscomponentes del despliegue operativo. Ha creadoprocedimientos y protocolos de actuación, aunquecomo él sentencia, «tuvimos que empezar de cero.

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No había nada escrito o ensayado sobre quéhacer en cualquier situación. Nadie se preocupójamás por nada. Le dimos un giro tan grande alsistema que recibimos el certificadointernacional de calidad y excelencia UNE-EN-ISO 9001».

Este policía no se planteó nunca dejar elCuerpo, pero cree que a lo largo de la carreraprofesional «la pasión por la Policía se coge y sesuelta muchas veces». Considera que ha luchadomucho para conseguir lo que tiene y aspira a poderjubilarse en la Policía. Como se ha referido antes,ninguno de los protagonistas suele hablar de ello,«pero a medida que he ido respondiendo a lasentrevistas que nutren este proyecto divulgativo“científico-literario”, he notado como ibasoltando mucho lastre. He liberado mi mente yme siento bien sabiendo que voy a dar a conocermi experiencia, y que ella puede ayudar a otros amentalizarse de muchas cosas. Ahora sé que lascosas pasan sin avisar».

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A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Este es un caso extremo de masa humanadescontrolada. Centrarse en el apuñalamientodesviaría del objetivo de este trabajo. Perotambién ese asunto merece un comentario. Hay quedecir que esas acciones no siempre se puedenevitar, pues cuando alguien quiere causar daños olesiones siempre lo consigue. Solamente escuestión de tiempo el encontrar la ocasiónpropicia. Lo que sí es posible es prevenir,controlar. Esto entorpece, dificulta, retrasa y en elúltimo momento puede impedir la ejecución deacciones a quien tiene la voluntad de perpetrardelitos. Esta fue una gran lección aprendida por elprotagonista principal del capítulo. Hoy ya sellevan a cabo, con ahínco, controles de esa índoleen el lugar donde se desarrollaron los hechos: hansido extinguidas las instalaciones (barras) que

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propiciaron el conflicto y se emplean mayoresmedios humanos y técnicos en la prevención.Fundamentalmente se modificaron los protocolosde actuación (en realidad se crearon) y lamentalidad de los funcionarios tomó otra deriva.No es poco.

Integrada exclusivamente por ciudadanoslocales, aquella aglomeración seguramente solocontenía un minúsculo grupo humano violento. Noobstante, se pudo transferir el ánimo agresivohacia los meros observadores pacíficos insertos enla multitud. Esto es algo que los psiquiatras ysociólogos conocen y que ha sido constatado enhistóricos estudios de campo. Yendo al grano, siminúsculo era el grupo violento principal, más aúnlo era el policial. Así pues, si un motivado ynutrido grupo de personas acorrala a otro menor yademás lo amenaza, ocurre lo visto y es que casicualquier opción de defensa, si es que la hubo, sepuede ver desintegrada en su voluntad. Seneutraliza la intención. Esto es humano por propia

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naturaleza animal: la muchedumbre, cual manada,acorrala a su presa.

Tal y como una de las víctimas admitió, noestaba preparado para aquello. Seguramente nadielo esté. Con los medios a su alcance, los normalesy propios de un funcionario patrullero, pudointentar algo en su favor, pero ni supo ni tampococreyó que fuese proporcionado y ajustado aderecho. Sin embargo, adquirida una mayorformación profesional general y específica enintervenciones, cree, en la actualidad que, ademásde trabajar en una mayor prevención, pudieron serusados los medios a su alcance, con la intenciónde disolver aquella grave situación de inseguridadciudadana. Aun así y pese a lo allí acaecido,puede que fuese acertado no emplear aquellosmedios para intimidar. Los disparos dirigidos alaire pudieron haber alentado a los menos cívicos aavanzar en sus bárbaras intenciones. Esto es algoque suele ocurrir, más todavía ante ladesproporcionada fuerza uniformada presente, sin

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olvidar que los refuerzos iban a tardar un tiempoexcesivo en acudir a la escena. Pero peor aún,aquellas remesas no solamente hicieron acto depresencia con cierto retraso (se hallaban en otralocalidad y no habían sido prevenidaspreviamente), sino que se personaron en númeroreducido y sin medios y formación especial encontrol de masas: eran policías convencionalesque llevaban consigo los mismos equiposmateriales que los asediados. Acciones de estanaturaleza y perfil, con más o menos frecuencia yvirulencia, se producen por toda la geografíaespañola de modo no infrecuente.

Los sucesos obligaron a que se afrontarangrandes cambios estructurales en la plantilla delCuerpo. Todos positivos y algunos comentadosanteriormente. Amén de verse incrementado elnúmero de policías integrantes de las unidades delcuartel, relevos jerárquicos se tuvieron queproducir forzosamente. El mando, tras el pertinenteascenso natural por promoción interna, pasó a

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ejercerlo quien solamente lo ostentabaaccidentalmente el día de autos. Esto, sin duda, haservido para que quien le «viera las orejas allobo» haya hecho los deberes. El suceso dejó aldescubierto una grave carencia que, por suerte ycon buen criterio, ha sido remendada conprogramas continuos de entrenamiento de tiro y deotras materias operativas.

Como ya se ha señalado, la evitación deldisturbio y en su caso la represión, no pasaba pordesenfundar las pistolas y soltar tiros al aire. Peropudo ser la única opción posible con los mediosdisponibles en ese instante. Impensable hubiesesido disparar directamente a las personas, a no serque la integridad física de alguien hubiera estadoen grave riesgo inminente.

Según la manida Instrucción de 14 de abril de1983, de la Dirección de la Seguridad del Estado,disparar al aire aquella tarde no hubiese sido unatemeridad o ilicitud. El contenido íntegro de lainstrucción, algunos matices y su análisis forman

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parte de otros capítulos de esta obra. Significarque muchos instructores de tiro de las fuerzas ycuerpos de seguridad hacen público su desacuerdocon determinados extremos de dicho documento.En los Estados Unidos de Norteamérica, muyposiblemente el lugar del mundo en el que se tienemás experiencia en el uso de armas de fuego porparte de los agentes de la ley (amplios y seriosestudios de campo lo acreditan), está prohibidodisparar al aire a tenor de lo dictado por la LeyShannon. Este tipo de comportamiento haproducido varios muertos y heridos inocentes, acentenares de metros del punto de origen deldisparo dirigido al aire. La iniciativa de estanorma jurídica nació en el Estado de Arizona en1999, a raíz del fallecimiento de Shannon Smith,una chica de catorce años de edad que fuealcanzada por una bala perdida cuando hablabapor teléfono en el porche de su casa. En julio de2000, con el apoyo y la colaboración de lainfluyente Asociación Nacional del Rifle (NRA),

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la ley comenzó a aplicarse en todo el país. El 31de diciembre de 2003, el Glendale PoliceDepartment, Policía Local de Glendale(California), comenzó a trabajar con equipos ymedios detectores remotos de disparos producidosen su ámbito territorial de competencias. Con ellose consigue identificar, en tiempo real, el lugar enel que se ha producido una descarga de arma defuego hacia el aire o contra cualquier objetivo opersona. En Palestina y lugares similares en losque para los autóctonos es una tradición realizarráfagas de disparos dirigidos al cielo, seconfirman hechos de naturaleza parecida a la queacabó con la vida de la joven estudiante deArizona.

Se percibe de modo patente el contradictoriodictado de la Instrucción de 1983, la cual obliga alos policías españoles a efectuar disparosdirigidos al aire. Mientras tanto, el cuerpo deseguridad responsable de la inspección y controlde armas, municiones y explosivos, la Guardia

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Civil, exige a los clubes de tiro deportivo queaumenten la altura de los sistemas de seguridadparabalas horizontales, para evitar que losproyectiles alcancen el espacio aéreo, bien porrebote o por tiro directo. Incluso entre lostiradores civiles deportivos, que por ciertoconsumen ingentes cantidades de munición al año—infinitamente más que los policías—, casi todoslos procedimientos de seguridad en el manejo dearmas, dentro de las canchas de tiro, aconsejan nodirigir las bocas de fuego hacia arriba(principalmente en las modalidades de tirodinámico).

En marzo de 2013, la Dirección General de laPolicía anunció su intención de aprobar un códigoético para el Cuerpo Nacional del Policía (CNP),presentando, para su estudio, un borrador ante elConsejo de Policía. El documento carecería derango legal, como ya ocurriera con la propiaInstrucción de 14 de abril de 1983. En el últimoartículo del código deontológico propuesto, el

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veintiséis, dentro del capítulo cuatro sobre elCódigo de Conducta, se hace referencia al uso dela fuerza con y sin armas de fuego. Los puntoscinco y seis del referido artículo dicen,textualmente:

El uso de las armas de fuego es el últimorecurso. Únicamente estará legitimado cuandoexista un riesgo racionalmente grave para la vida ola integridad física de las personas. Su empleoseguirá el siguiente proceso:

— Se darán las advertencias necesarias yconminaciones siempre que éstas puedan hacerseen función de las circunstancias. Los avisos debendar tiempo al agresor para que deponga su actitud.

— En caso de persistir con la agresión, el usodel arma podrá hacerse en forma de disparosintimidatorios siempre que el lugar lo permita yno se ponga en peligro a terceras personas.

— Como último recurso deberán ir dirigidos apartes no vitales.

Los responsables de las operaciones policialesen las que sea posible tener que recurrir al uso de lafuerza deberán planificar y controlar su uso paraminimizar sus efectos, en especial cuando sea

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preciso recurrir al uso de métodos potencialmenteletales».

Con acierto, responsables nacionales delSindicato Unificado de Policía (SUP) manifestarona Europa Press, el 4 de abril de 2013, que «si elGobierno quiere hacer un código ético para laPolicía, que refunda en un texto con rango legal, ypor lo tanto de obligado cumplimiento, lasdisposiciones contenidas en los textos antescitados. Pero hacerlo en un documento sin ningúnrango es simplemente un despropósito». Algunosde los textos citados a los que se refiere el SUPson, entre otros, la Declaración Universal deDerechos Humanos de 1948, la ConstituciónEspañola de 1978 y la Ley Orgánica 2/86. Por suparte, un día antes que este sindicato, la UniónFederal de Policía (UFP) había comunicado a susafiliados en un documento interno que «hubierasido menos indigesto que esta norma fueraabordada en el marco del Ministerio del Interior yque abarcara a todos los integrantes de las fuerzas

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y cuerpos de seguridad». También la UFP semostró contraria a la entrada en vigor delanunciado código ético.

Estos preceptos guardan cierta similitud con losdel documento de 1983, solo que ahora seexcluiría al cuerpo de la Guardia Civil del ámbitode aplicación. Coinciden ambos documentos enque nacen al margen de la jerarquía normativa,pues ni tan siquiera tienen rango de reglamento.Los epígrafes reseñados mejoran en algo lainstrucción de 1983. Ahora no se obligaría alfuncionario (sería de aplicación en el CNP, si seaprueba) a disparar intimidatoriamente al aire y alsuelo, cosa que supone un avance. El códigoinstaría a tirar de modo disuasorio solamente si lascircunstancias del lugar lo aconsejan —la vetustainstrucción lo ordena, sin valorar el entorno—,pero siempre que no se ponga en riesgo a terceros.Esto último, lo de estar seguro de que los tirosconminatorios no afectarán a personas ajenas alsuceso, es ahora tan imposible de garantizar como

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lo era en 1983.Se mantiene la obligación de tirar a partes no

vitales, como si una hemorragia emanada de unaarteria femoral (miembro inferior) o subclavia(miembro superior) no pudiera provocar la muerteen un breve espacio de tiempo, de no recibirse ladebida atención facultativa. Por cierto, dirigir undisparo a un brazo u hombro, partes no vitalessegún los criterios más lógicos, puede resultarsumamente delicado. Un mínimo desvío delproyectil puede terminar con un impacto en eltorso del objetivo o alejado del blanco con elriesgo potencial de alcanzar a un tercero, máximesi los actores están en movimiento (frecuente en ladinámica de un tiroteo). Sin duda, al funcionariode policía hay que dictarle pautas a seguir, perotambién debería quedar escrito y registrado en losmanuales policiales, y asimilado por todos, quelas heridas de armas de fuego siempre puedenacabar con la vida humana, independientemente dedonde estén colocados los proyectiles. Tal vez

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fuese más preciso decir «disparar a partespotencialmente no vitales», que rotundamenteexigir «disparar a partes no vitales». Responderjudicialmente por un homicidio, aunque éste derivede lesiones en los trenes superior o inferior,siempre acarrea problemas económicos, morales ydesasosiego, incluso si los disparos estaban atodas luces justificados. Un policía debe saber,desde que entra en la academia, que aquello quetan livianamente se dice de tirar a las piernaspuede provocar también la muerte. Y como se hareferido ya en otros momentos de la obra, que undisparo se dirija a un sitio no implica que con totalseguridad se alcance el punto de impacto deseado.

Destacar que el Código Ético impondría,literalmente, que el uso del arma es el últimorecurso. Esto no es más que redundar en todo loconocido por las fuerzas de seguridad, pues jamásse ha postulado cosa diferente dentro delordenamiento jurídico español [LO 2/1986, art.5.2.d)]. Por último, parece que se quiere dar

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capacidad decisoria a los jefes de dispositivos(siempre refiriéndose al CNP) para que sean ellosquienes, bajo su buen criterio y responsabilidad,decidan qué y cómo usar los materialespotencialmente peligrosos.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

«Una muchedumbre no es una turba, pero puedeconvertirse en una», escribía Raymond Momboise,uno de los estudiosos clave de la sociología de lasmasas.

Pocas situaciones reúnen requisitos tanangustiantes para un agente de seguridad como losdescritos en este relato. Una turba liderada por ungrupo de conocidos indeseables socialesmanifiesta su intención de linchar a un pequeñogrupo de policías. Lo cierto es que aquellosagentes estuvieron muy cerca de experimentar ensus propias carnes un desenlace que podría haber

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resultado fatal. Todo lo que allí ocurrió seentiende mucho mejor si profundizamos un poco enel significado y en las características de lo que seconoce como turba.

La turba es un tipo de conglomerado social(agrupación de personas en un espacio y tiempodeterminado) que se caracteriza por la profundaexcitación de los individuos que la integran. Laturba es un aglutinamiento incontrolable(descontrolado), en ella no hay espacio para elrazonamiento. La turba realiza una acción conjuntay en virtud de ello manifiesta una cierta unidadsocial, si bien dicha unidad es esporádica. Lainteracción horizontal entre sus miembros esmínima, sin embargo hay una conexión clara entrelos individuos que conforman la turba y suslíderes. Además, toda turba se caracteriza portener un enemigo común, alguien o algo a lo queperseguir o atacar (MORRIS y MAISTO, 2005).

Entre los diferentes tipos de turbas que existen,la que protagoniza este relato la definiríamos

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como agresiva, ya que tiene un movimientocentrípeto, dirigido contra algo o contra alguiencomo de protesta, de rebeldía (como el motín enuna prisión), de castigo o de venganza (ellinchamiento). La violencia es común y ellinchamiento es el paradigma de este tipo demasas.

Una razón para el comportamiento de la turbaes que la gente puede perder su sentido personalde responsabilidad cuando está integrada en ungrupo, en especial en un grupo sometido a intensaspresiones y ansiedades. A este fenómeno se ledenomina pérdida de la individualidad porque laspersonas no responden solo como individuos, sinocomo las partes anónimas de un grupo mayor. Engeneral, cuanto más anónimos se sientan losintegrantes de un grupo, menos responsables sesienten como individuos.

Otro factor contribuyente es que, en un grupo,una persona dominante y persuasiva puedeconvencer a la gente de que actúe mediante el

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efecto de la bola de nieve: si el persuasorconvence a unos cuantos, estos convencerán aotros, quienes, a su vez, convencerían a otros máshasta que el grupo se convierte en una turbairracional. Además, los grupos grandes ofrecenprotección.

Esto es lo que se encontraron aquellos pocosagentes. ¿Qué más pudieron hacer ante talescenario? Nada.

Pero una de las cuestiones a señalar en primerlugar, derivada de la situación que nos atañe, hacereferencia al papel jugado por el que entoncesejercía como jefe de la Policía. Cuando conoce laintención que tiene un grupo de ciudadanos demontar una manifestación para reclamar su cese yel del alcalde, decide tomarse unas vacaciones.¡Ejemplo patético de falta de liderazgo enmomentos de crisis! Precisamente en el momentoen el que más necesaria podía resultar supresencia, escapa de la situación aversiva dejandoa sus subalternos que se las apañen solos. Clásica

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situación de mando policial en absolutocomprometido con su plantilla.

No vamos a tratar aquí el efecto que sobre lamotivación de la plantilla puede tener uncomportamiento de mando como el descrito. Lamarcha del jefe de policía, el reprobable papeljugado por la oposición política en todo esteasunto y la falta de resolución del alcalde, hicieronimposible un abordaje preventivo de la situación.Tal y como acertadamente creo que señala Ernesto,una vez dentro del incidente los pocos agentes queallí se encontraban no hicieron uso de sus armasreglamentarias con buen criterio, pues todo podíahaber ido a peor si cabe.

Sin embargo, a un mando policial se le suponeuna mínima preparación para hacer frente aincidentes graves. El jefe debería haber adoptadouna actitud proactiva frente al conflicto, intentandoadelantarse a él para poder neutralizarlo antes deque explotara en toda su gravedad. Una actitudcontraria a la proactividad sería, aquí, marcharse

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de vacaciones.El jefe del Cuerpo, por su conocimiento del

medio, hubiera podido aconsejar al alcalde llevara cabo una reunión conjunta con la familia delfallecido para intentar clarificar malentendidos,transmitir su pesar por la pérdida, explicar lo querealmente ocurrió y responder a las dudasexistentes, ofrecer ayudas concretas, etc. Si estaaproximación no era posible antes de lamanifestación inicial, podría haberse intentado trassu celebración.

Un buen acercamiento de comunicaciónempática habría sido un recurso valioso a emplearen aquella situación. El mando podría haberliderado la iniciativa, pero su actuación demostróa las claras todo lo contrario. No podemosasegurar con certeza que esta actuación hubieraevitado lo que allí ocurrió. Solamente sabemosque no hacer nada, no lo evitó.

Una vez en la Comisaría, dos de los agentesmuestran un comportamiento que evidencia estrés

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y angustia elevada. Se palpaba el miedo. Quienactuaba como mando en aquellos momentos nopudo evitar, con sus órdenes, que uno de estosfuncionarios pidiera refuerzos por teléfono. Otrogritaba a la turba cosas sin aparente sentido(“matadnos, matadnos”). Pero, ¿por qué noobedeció el policía cuando se le ordenó que nosolicitara apoyo? Probablemente, porque no oyó laorden. Literalmente.

Los estudios realizados sobre el estrés desupervivencia (MILLER, 2011) indican que a partirde 145 latidos por minuto (lpm), se desactivan lasáreas del cerebro que son responsables de laaudición. Cuando esto ocurre, el agente puedeafirmar con rotundidad tras el incidente que, porejemplo, no escuchó una serie de disparos (queocurrieron realmente), obviándolos así en elposterior atestado o informe policial.

Ya hemos comentado en otro capítulo que ensituaciones críticas nuestro cerebro tiene muchatendencia al ahorro, desconectando unos recursos

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y potenciando otros. En este proceso deconexión/desconexión suele ganar el sentido de lavista y perder el auditivo. El policía no escuchaporque fisiológicamente no puede escuchar. Susrecursos se van a concentrar en mantenerlo vivo,dejando a un lado todo lo demás.

El comportamiento de este policía «sordo»puede solaparse en buena medida con el mostradopor el otro agente cuando grita a la turba. Ambosse encuentran en modo estrés de supervivencia.Durante este estado, al alcanzar entre 185 y 220lpm, la víctima puede entrar en una fase que seconoce como de hipervigilancia. Si observamos auna persona en estado de hipervigilancia, nosllamará poderosamente la atención que se muevemucho pero de forma poco productiva. Tambiénpuede quedarse totalmente inmóvil. En sudeambular de aquí para allá, puede hacer cosasque objetivamente pueden resultar irracionales ysin sentido. El elemento común a todas estasconductas, o a la total ausencia de las mismas, es

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que no resuelve el problema. Más aún: el mismopolicía puede empezar a formar parte delproblema si persiste en este estado.

Sometido a un estado de hipervigilancia, elcomportamiento del actor puede volverse erráticoe impredecible, pudiendo tomar incluso decisionesque pongan en peligro su propia integridad física.Tomando el caso presente, una de estas conductaspodría haber consistido en salir solo de lacomisaría y enfrentarse a la muchedumbre, con elriesgo que ello hubiese comportado.

También tenemos en este relato un posible casode disociación, habitual en situaciones de estréselevado. Encontramos esta distorsión perceptivaen la experiencia narrada por el jefe de policía enfunciones aquel fatídico día. Cuando se replegabahacia dependencias policiales con sussubordinados, refiere que notó algo extraño: «depronto yo no era una persona... sólo era uncerebro que pensaba […] Yo seguía tratando dehablar con esa gente y no me daba cuenta de que

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era muy peligroso».Al ser estas experiencias muy comunes en

situaciones de intenso estrés, los estudios que sehan realizado concluyen considerando ladisociación como una respuesta adaptativa denuestro organismo al trauma que puede, en algunoscontextos, facilitar un funcionamiento de alto nivel.

Las situaciones en las que puede existir unpeligro real o una amenaza grave para laintegridad física, no resultan ajenas a losquehaceres de los policías. La disociación eshabitual en estas situaciones, teniendo efectosimportantes en la capacidad de respuesta delpolicía durante el incidente. Este estadodisociativo podría servir al agente para alejarseemocionalmente del incidente y ser capaz de tomardecisiones más efectivas y menos sesgadas por lasexperiencias del momento. Al mismo tiempo, laexperiencia disociativa se encuentra estrechamenterelacionada con el Trastorno de EstrésPostraumático que pudiera devenir posteriormente.

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CAPÍTULO 17

CREO QUE TIRÉ A«BULTO»

Se hace patente que solo hay dos clases decobardes:

los que huyen para atrás y los que huyen paraadelante.

ERNESTO MALLO (1948-?)Escritor, dramaturgo y periodista argentino

Ciudad de seiscientos veinticinco milhabitantes. A eso de las 04:00 horas de unmiércoles de invierno, una patrulla de dos policíasuniformados fue comisionada por la central detransmisiones al efecto de acudir a un barrioperiférico poco conocido por los integrantes de la

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dotación. El comunicado anunciaba la presenciade tres sujetos sospechosos que merodeabanalrededor de algunos vehículos estacionados. Lospolicías, uno de treintaitrés años de edad y sietede servicio, y el otro de veintinueve y cincorespectivamente, se trasladaron hasta el lugar abordo de un coche dotado de mediosidentificativos externos.

Personados en el lugar, comprobaron que otrasdos dotaciones también habían sido alertadas. Unaestaba compuesta por dos funcionarios vestidos depaisano que acudieron en un coche camuflado, un«K», en el argot de casi todos los cuerpos. Y laotra la conformaban dos jefes intermedios —supervisores del turno— que iban uniformados yque tenían treintaiocho años de edad el de mayorrango y cuatro menos el otro. Estos circulaban enun patrullero identificado como vehículo oficial.Cuando los dos primeros agentes llegaron al lugar—los que vestían uniforme— comprobaron quelos supervisores de servicio se encontraban pie a

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tierra junto a un turismo forzado, que además teníael puente eléctrico activado mediante el uso de lafuerza. Los policías recibieron, in situ, la orden decustodiar el vehículo violentado por si aparecíanotra vez los autores del delito. El agente que teníasiete años de antigüedad en el Cuerpo, comenta:«El de mayor empleo nos dijo que ellos iban adar una batida por la zona, pero necesitaba quenosotros permaneciéramos junto al cocherobado. Cuando el supervisor ya se habíamarchado aparecieron los compañeros del “K”,siendo informados de cuáles eran las órdenes,solo que yo las invertí y les dije que ellos eranlos que tenían que quedarse allí, para que micompañero y yo pudiésemos escudriñar labarriada apoyando al jefe. Así lo hicimos».

Una vez eludida hábilmente la orden de vigilarel turismo, los dos funcionarios uniformados sedispusieron a trasladarse en su patrullero hasta uncallejón peatonal cercano. Allí se ubicaba un barque varias veces había sido objeto de robos con

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fuerza. Los policías creyeron que quizá podríanencontrar en su interior a los usuarios del coche«puenteado». Posteriormente se verificó, mediantedenuncias y gestiones policiales, que fueron varioslos robos perpetrados en el interior de vehículosaquella noche, así como también en algunosestablecimientos adyacentes. Cuando estabanpróximos al referido lugar se oyeron variasdetonaciones. Manifiesta el protagonista másveterano: «Yo conducía el coche pero ya habíaparado frente a aquel estrecho paso. De buenas aprimeras, cuando estábamos descendiendo,empezaron a sonar disparos. Procedíanprecisamente de allí, de aquella calle de no másde dos metros de anchura. Pensé que serían tirosintimidatorios dirigidos al aire, que tal vezestuvieran realizando los dos jefes queprimeramente iniciaron la inspección de la zona.Salimos corriendo hacía allá, cruzamos lacalzada y las detonaciones seguíanproduciéndose. Al tiempo que desenfundaba mi

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Star PK, del 9 Parabellum, pensé que erandemasiados disparos para ser disuasorios. Lallevaba con cartucho en la recámara, en dobleacción y con el seguro puesto. Lo quité. Aunqueel cargador era de quince cartuchos decapacidad, yo lo llevaba con uno menos. Teníaotro cargador de repuesto, también con catorcebalas. Accedí al callejón y cuando me encontrabaa dos metros de la calle a la que éste daba,apareció ante mí el superior de más rango, el queunos minutos antes me había dado aquellasórdenes. Lo vi corriendo hacia aquel angostolugar, pero por el lado contrario. Todo era muyextraño. Lo noté visiblemente excitado. Al puntoque me lo crucé, me gritó: “¡tienen alcompañero, tienen al compañero!”. No pronunciómás palabras. No entendí muy bien aquellasituación. Todo era muy confuso y yo no teníaninguna información sobre lo que estabarealmente ocurriendo».

El policía se preguntaba qué estaba pasando

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allí. Detectó incoherencia entre lo que veía y oía.Si alguien tenía consigo al compañero, «¿por quécorría el otro policía en sentido contrario? Yocontinué mi carrera. Ya fuera del callejón, en lacalle abierta, como a unos siete metros dedistancia vi al otro mando. Estaba a mi derecha,sentado en el suelo y mirando hacia mí. Tenía ados hombres de paisano junto a él, uno a cadalado. No entendía lo que estaba sucediendo antemí. Dudé incluso si aquellas dos personas seríanlos compañeros del “K”, pero no podían ser, noles había dado tiempo a llegar y además yo aestos no los conocía. Permanecían en completosilencio, pero parecía que forcejeaban entre sí.Me dio la impresión de que estaban cacheando ami jefe y que éste se resistía no muy activamente.Luego supe que le habían disparado en el pecho,pero esto no me fue advertido por quien me habíacruzado corriendo un segundo antes. Es más,nunca dijo nada de que se hubiera producidofuego contrario».

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Con el ruido que produjo el agente al aparecerprecipitadamente a la carrera en la escena,provocó que los sujetos elevaran la mirada yadvirtieran su presencia. El funcionario empuñabasu pistola. Rápidamente se incorporaron y sedesplazaron unos metros para ocultarse tras unafurgoneta tipo pick-up, que había estacionada allímismo. El policía no lo percibió, pero elsupervisor que yacía en el suelo, además de estarherido, acababa de ser desarmado tras el forcejeo.«Mi formación en materia de tiro era nula a nivelprofesional. Iba una vez al año a entrenar con elCuerpo y solamente consumía unos veinticincocartuchos a distancias medias y largas. Eso sí,una vez al mes entrenaba recorrido de tiro a nivelparticular, en un club civil en el que yo mecosteaba los gastos».

Confiesa que estaba desorientado y que lasituación era muy poco clara, «el hecho de que alverme se escondieran, la extraña reacción delmando que resultó ileso, los disparos y la actitud

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del compañero en el suelo, todo eso hizo que trasunas décimas de segundo de incertidumbreentendiera, aunque con ciertas dudas, que setrataba de una agresión grave. Comprendí quetenía que usar mi arma. Con cierto reparodisparé una vez sobre aquella furgoneta. No vi anadie, pero sabía que esos tipos estaban allídetrás. Oí dos o tres veces el sonido de cargaruna pistola y después sonaron varios tiros. Abrífuego dos veces más en las mismascircunstancias, sin tener claro qué había pasado.No sé si apunté, no tengo conciencia de habertomado los elementos de puntería. Creo que tiréa ‘bulto’, pero recuerdo que disparé con las dosmanos. Uno de los tiros que hicieron me pasó porencima, cayendo sobre mi cabeza polvo o arena:impactaron en la pared que había justo detrás demí. Después de todo tuvimos mucha suerte,ninguno llevábamos chaleco de protecciónantibalas». Más tarde se averiguó que la pistolaque fue varias veces montada era la del policía

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herido y desarmado, un arma idéntica a la antesdescrita. No fue disparada en ningún momento, elseguro manual se encontraba activado y losdelincuentes no supieron desactivarlo. Sí quedispararon con una pistola Star del calibre 9 mmCorto que llevaban consigo. Hicieron nuevedisparos, pero el equipo de Policía Científicasolamente halló siete vainas en el escenario y suentorno.

Durante el curso del enfrentamiento reaparecióel superior que acababa de salir despavorido dellugar. En esta segunda ocasión llegó a efectuaralgunos disparos, «tiró con una PK como la mía.Llevaba munición blindada de la marca SantaBárbara, la reglamentaria». Mientras estoocurría, el policía herido gritaba que cesase elfuego, «“¡no disparéis más, no disparéis más...parad, parad, por favor!”, era lo que decía». Enun momento dado los uniformados observaroncomo desde detrás del furgón asomaba un hombreentre la pared y la carrocería. Aquel tipo dirigía

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una pistola hacía ellos. Los agentes reaccionaroninstintivamente y se protegieron en el callejón,abandonando el espacio que ocupabananteriormente. En ese instante hicieron acto depresencia los dos policías que vestían de paisano,aquellos que desde el principio estabancustodiando el coche robado. «Éramos un blancofácil si nos asomábamos, por lo que decidí tratarde llegar hasta los tiradores por su espalda. Salícorriendo de aquel sitio con mi binomio, pero nofue posible llevar a cabo mi idea, no encontréotro acceso. No había ninguno desde ese lado delcallejón, ni desde ningún otro sitio».

En el escenario principal quedaron elsupervisor y los dos policías desprovistos deuniforme, amén del compañero que seguía tumbadoen el piso a escasos metros de los otros tres.Convencidos de que era inútil seguir buscando unaforma de sorprender a los delincuentes por laretaguardia, la otra pareja regresó a la zonacaliente. En el momento en que retornaban fueron

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informados, por el resto de la fuerza presente, deque uno de los criminales estaba huyendo en elcoche patrulla tiroteado al inicio del incidente, elde los dos responsables del turno. Con la intenciónde interceptarlo, los policías subieron a suvehículo y rastrearon la zona a la par querequerían refuerzos a la Central. La búsqueda fueinfructuosa. «Una vez que fuimos conscientes deque no íbamos a encontrar al vehículo fugado ytemiendo por el estado del compañero herido,regresamos rápidamente a la calle en la quehabía tenido lugar el tiroteo. Justo cuandoestábamos llegando vimos que era evacuado enotro coche de policía. Luego supimos que teníados impactos de bala del nueve corto. Uno entrópor el pecho y salió por la axila del mismo lado yel otro penetró por el glúteo, atravesó la vejiga,abandonó el cuerpo y alcanzó posteriormente lapierna contraria. Cuando estaba bajando de mipatrullero vi como desde detrás de la furgoneta,empleada como protección, unos compañeros

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sacaban a rastras a un individuo aparentementeinconsciente. Lo engrilletaron y lo introdujeronen mi coche. Mi compañero y yo procedimos atrasladarlo hasta el hospital. Desconocíamos suverdadero estado y siempre creímos que iba sinconocimiento. En Urgencias, al ser atendido,pudimos verle un pequeño orificio debajo de lamama izquierda. No sangraba, pero estabamuerto. La herida describía una trayectoriaascendente, según se nos dijo más tarde».

El hecho de que no se localizara el vehículoevadido se debió a que ese sector de la ciudad erapoco conocido por los actuantes. Se trataba de unazona periférica rural cuyo servicio lo teníaasignado otra unidad del Cuerpo. Esos policías síque conocían perfectamente la demarcación zonal,pero por encontrarse atendiendo otra llamada norespondieron a este requerimiento de la Sala deTransmisiones. El automóvil fue encontradofinalmente a solo doscientos metros del punto departida. El conductor se vio obligado a

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abandonarlo: se adentró en una zona de huertos yterreno abrupto, por el que el vehículo no podíacontinuar circulando, optando el piloto por seguirla escapada a pie.

A posteriori se conoció la cronología completade los hechos. El policía describe la zona: «Ellugar donde se desarrolló el suceso estabaformado por tres calles que rodeaban unamanzana de viviendas con forma rectangular,anexa a una fábrica de gran tamaño. Había, portanto, dos calles largas, una corta y un callejón opasadizo cubierto que unía las dos calles másprolongadas a mitad de manzana». Consta quecuando los supervisores del servicio ordenaron lacustodia del coche robado, iniciaron la búsquedapor aquella misma vía. El citado automóvil, elpuenteado, se encontraba en la calle más corta delas descritas. Comenta el funcionario: «En esemomento un ciudadano llamó la atención de ellos—refiriéndose a los jefes del turno— desde unaventana y les informó que los sospechosos

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estaban escondidos tras unos vehículos en lacalle de enfrente, es decir, en una de las largas.Esta persona era la que telefónicamente habíarequerido la presencia policial».

Se aproximaron con el coche y los vieron. Elsupervisor que iba en el asiento del acompañantedescendió del vehículo y, a la carrera, consiguióllegar hasta donde estaba uno de los sospechosos.Efectivamente se ocultaba detrás de un turismoestacionado. El funcionario lo agarró y se produjoun forcejeo entre ambos. En ese momento hizoinesperada aparición un segundo sujeto que, abocajarro, disparó contra el policía. Así seprodujo la herida que afectó al tronco. Estoprovocó la caída del agente al suelo. Sedesvaneció. Como quiera que el coche patrulla yase estaba aproximando con el mando de mayorempleo al volante, uno de los pistoleros le tiroteó.Cinco proyectiles alcanzaron la luna delantera y laventanilla delantera derecha. «El conductor, queera aquel que me crucé corriendo por la escena,

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abandonó el coche al recibir la lluvia deproyectiles. Hizo lo más sensato. Dejó el motoren marcha y se bajó a toda velocidad, y ese fue elinstante en el que yo me lo encontré. Elpatrullero se detuvo cuando se le caló el motor.Los dos ladrones se centraron entonces en micompañero herido. Se estaban apoderando de suarma justo en el momento en que yo aparecí. Lasegunda herida, la del glúteo, se la produjeroncuando yo empecé a intercambiar disparos conellos. Él estaba en posición fetal cuandoquisieron rematarlo, de ahí la curiosa trayectoriade la bala. Eso fue lo que provocó que él gritaraque detuviéramos la refriega. De hecho fue élquien, por temor a sufrir una hemorragia, sugirióal delincuente que quedaba en pie que huyeracon uno de nuestros coches. El tirador nos gritóque si volvíamos a dispararle otra vez, mataría anuestro compañero. Al final cogió el vehículo deljefe y escapó. Esto último ya se produjo mientrasmi binomio y yo buscábamos una forma

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alternativa de llegar a ellos por la espalda». Elherido, sin duda, quería que todo acabara cuantoantes para poder ser atendido médicamente.

Respecto a la primera herida, la víctimacomentaría con el tiempo que casi no se enteró denada, que fue como una patada en el pechoacompañada de una tremenda sensación de calor.«Al hablar de la otra lesión, la que afectó alglúteo y al aparato urinario, sí que reconocióhaber sentido mucho dolor. Sigue recordándolo,con mal cuerpo. Quedó incapacitado sin podermoverse. Siempre dice que aquello le parecióeterno, aunque ahora sabe que todo duró muypoco tiempo. No oculta que temía por su vida».

Los consiguientes análisis pericialesconcluyeron que la herida que acabó con la vidadel delincuente fue producida por un proyectil, quehabía perdido las dos terceras partes de su masa,incluida la envuelta metálica. Un minúsculofragmento de plomo produjo la muerte. Se intuyóun rebote tras impactar la bala en algún punto de la

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furgoneta en la que se escondían los homicidas. Nose pudo determinar de qué arma de las dosempleadas por la Policía había partido elproyectil. «Esto no resultaba relevante para lasdiligencias ya que había sido una intervenciónoportuna, congruente y proporcionada. Si nohubiese sido así, podrían haber averiguado elarma de procedencia, ya que el jefe y yoportábamos munición de distintas marcas». Esteagente usó cartuchería de la marca Winchester, quetambién era blindada como la de su supervisor.

De un total de seis funcionarios conparticipación en el suceso, solamente dosdispararon sus pistolas. «Mi binomio no la utilizó.Manifestó que no pudo ver nada porque siemprepermaneció detrás de mí y le impedía la visión delo que estaba pasando. El herido no tuvo opcióny los del “K” llegaron al callejón cuando losdisparos ya habían concluido y se estababuscando otra forma de proceder (llegar a ellospor la espalda), así que tampoco tuvieron ocasión

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de replicar con sus armas». En la escena fueroncontabilizados seis casquillos del calibre 9 mmParabellum, todos pertenecientes a la fuerzaactuante. Aunque el policía supo desde elprincipio que había realizado tres disparos, y asílo manifestó siempre, el supervisor sostuvo que élhabía consumido aproximadamente ochocartuchos. Las cuentas fallan.

Días después se consiguió conocer la identidadreal del fallecido y también la del huido,lográndose posteriormente su detención. Ambosindividuos pertenecían a una banda criminal y eranhermanos. Tenían sobre treinta años de edad y erande nacionalidad española. A los dos les constabannumerosísimos delitos de robos violentos,homicidios, lesiones e incluso violaciones. Dadoque utilizaban identidades falsas, hasta que no seprodujo la muerte de uno de ellos no pudieron seridentificados los demás integrantes del clan. Elresto de la organización, otros dos hermanosvarones y el padre, fueron arrestados tras

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confirmarse la participación de todos ellos endelitos que venían siendo investigados, sin éxito,desde hacía mucho tiempo. «Cuando no estabanmatando a alguien o robando, trabajaban comojornaleros en el campo. Siempre se sospechó dela participación de una tercera persona en mitiroteo, seguramente otro hermano, pero nunca sepudo confirmar». Todos los apresados gracias aesta operación resultaron, tiempo después, muertoso heridos en otros enfrentamientos con las fuerzasdel orden. Paradojas de la vida y de las páginas,también esos encuentros armados documentan estaobra.

El funcionario que relata los hechos manifiestaque aunque todo ocurrió en unos segundos, tuvomiedo de resultar herido o muerto y sintió angustiaal no poder rescatar al compañero que se estabadesangrando en el suelo. Dantesco escenario.«Sufrí distorsión en la percepción del entorno.Esa noche la calle en la que todo esto pasó mepareció corta y poco iluminada. Pero la noche

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siguiente volví a la escena y comprobé,sorprendido, que estaba perfectamente iluminaday que era mucho más extensa de lo que me habíaparecido la madrugada anterior».

Ver como su compañero y amigo se recuperabasin secuelas, fue lo más positivo que extrajo delsuceso, según comenta. Lo más negativo, destaca,fue la injusta parcialidad que mostró el Cuerpo encuanto al reparto de condecoraciones (dosmedallas, una local y otra estatal, siendopensionada una de ellas) y la falta de interés porconocer lo que realmente había ocurrido. «A misjefes no les importaba la verdad, solo queríancubrir expediente, pasar página y desfilar ante laprensa». Como en justicia era de esperar, alherido le impusieron dos medallas. Pero tambiénal otro supervisor le fue concedida una.Finalmente él y los otros tres agentes intervinientesrecibieron sendas felicitaciones públicas. Esto seprodujo tiempo después y a petición delfuncionario doblemente herido, quien

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personalmente cursó la solicitud a instanciaspolíticas, ante la falta de disposición de lasuperioridad del Cuerpo.

Indignado, cuenta: «Mal rollo. El reparto fueasí aunque mi pistola quedó intervenidajudicialmente, justo después de la instrucción dediligencias. Dos días después, y precisamente porese mismo motivo, nos ordenaron a todos losparticipantes hacer un informe interno detallado,en el que constara nuestra participación directaen el tiroteo. De nada sirvió, ya, a nivel dejefatura. Parecía como si no quisieranreconocernos los méritos al resto y quesolamente uno había disparado. Los tiros que yohice fueron obviados. Las manifestacionesjudiciales del supervisor herido coincidíanplenamente con las del resto de policías y, sinembargo, contradecían las del otro mando. Lascontradicciones, en realidad, no tuvieronrelevancia judicial porque de la intervención nose iban a desprender responsabilidades por el

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resultado de nuestros tiros. Todo estaba más quejustificado».

Todo esto provocó un profundo malestar alagente durante algún tiempo, pero nunca se planteódejar la Policía: «En general me volví máscauteloso en las intervenciones, especialmente enlas que se intuían riesgos mayores. A día de hoyejerzo en una unidad de escoltas y al mismotiempo instruyo en tiro e intervención a losdemás integrantes del equipo. Sigo aprendiendo yformándome por mi cuenta, pero lo másimportante para mí es que continúo disfrutandocon el trabajo. Como de costumbre, delenfrentamiento no se sacó ninguna lectura en laplantilla. La formación en tiro de intervencióncontinuó siendo la misma, escasa y malproyectada». El caso fue muy seguido por laopinión pública. El tema se presentaba muyatractivo: desarticulación de una banda de caráctersanguinario, dedicada a diferentes delitosviolentos.

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Como consecuencia de la experiencia ofrecidapor el encuentro armado y el posterior desenlacedel mismo, este funcionario alcanzó algunasconclusiones: «Deberíamos emplear más tiempoen prepararnos para saber afrontar mejor estassituaciones de riesgo, que son intrínsecas a laprofesión. Si no lo hacemos por nosotros,tendríamos que hacerlo por quienes nos esperanen casa. En general, nuestras diferentesadministraciones se preocupan muy poco porestas cosas, bien porque no son conscientes de loque este trabajo conlleva o bien porque suponegastar dinero y recursos y, además, no está bienvisto en ciertos círculos sociales y políticosapoyar asuntos relacionados con las armas».

El policía sugiere que siempre que se participeen hechos de cierta relevancia, como los aquíconocidos, en los que jefes o mandos tenganparticipación, hay que estar ojo avizor. Muyatentos. Si son esos jefes quienes redactan losinformes o diligencias, hay que revisar

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íntegramente el contenido del documento, «puedeocurrir que el mando, “por olvido”, no reflejeque otros miembros del Cuerpo estuvieronpresentes, quedando escrito que solamente élparticipó en el incidente. Es lo que me pasó a mí.Llegué a leer que mis compañeros y yo solamentehicimos acto de presencia cuando el criminal yase marchaba con el coche oficial sustraído. Poresa razón la Plana Mayor recibió un informetergiversado que, por supuesto, facilitó deinmediato a los medios de comunicación. Porsuerte todos los jefes que he conocido no sonasí». Constaba que solamente una patrulla se habíaenfrentado a los ladrones, la de los supervisores.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Este suceso, al igual que más del 50 por 100 de

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los aquí dados a conocer, se produjo en la franjahoraria nocturna y durante la prestación de unservicio uniformado de lo más habitual: lalocalización de los presuntos autores de un robo enel interior de un vehículo, o la propia sustraccióndel automóvil (posteriormente se confirmaron másrobos con fuerza). Delitos cotidianos, «de diario»,como cualquier policía podrá confirmar. Lostiroteos no solamente se producen en los atracos abancos o joyerías, como demasiada gente cree,incluso en el seno de la propia comunidadpolicial.

La munición blindada volvió a hacer de lassuyas. La sobrepenetración demostró nuevamentesu peligrosidad, esta vez de la mano de losdelincuentes que dispararon a los policías. Uno delos funcionarios recibió dos disparos con unapistola del calibre 9 mm Corto, siendo blindadoslos proyectiles que montaban los cartuchosempleados. Estos abandonaron el cuerpo delagente en ambas ocasiones, pese a que este calibre

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está considerado como débil o marginal en cuantoa potencia se refiere. Si bien es cierto que ambosimpactos produjeron lesiones severas, uno de ellosafectó a varios órganos internos ocasionandoheridas de mayor consideración.

En realidad no debe sorprender la capacidaddel 9 Corto, pues si bien es verdad que no llega agenerar la energía del 9 mm Luger, sí que esperfectamente válido para misiones deautodefensa. Este calibre, denominado también 9 ×17 mm o .380 Automático, es capaz de desarrollar290 metros por segundo (m/s) de velocidadinicial, y 259 julios (J) de energía, también enboca de fuego. Estas cifras son las mediasalcanzadas por los proyectiles blindados de 95grains (gr.) de peso, que es el estándar y tambiénel utilizado en este tiroteo. Así las cosas, estosnúmeros contrastan con los datos que arrojan losproyectiles blindados de 9 Parabellum, con pesoestándar de 124 gr.: 350 m/s y 510 J.

[Nota: de los cincuentaisiete policías

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asesinados en Estados Unidos durante 2007, añoen el que varios de los sucesos contados en estelibro se perpetraron, cinco cayeron por heridasproducidas por proyectiles del calibre .38Especial. Éste, usado en un revólver de dospulgadas de longitud cañón (algo muy frecuente),no está muy lejos del 9 Corto en cuanto energía,disparado con un cañón de tres pulgadas que es elmás comúnmente empleado en las pistolas de estecalibre. Más cifras made in USA. Cuatro agentesperdieron la vida frente a impactos del 6,35 mm(.25 ACP); tres ante el .22 Long Rifle; dos por el7,65 mm (.32 ACP) y otros dos ante el 9 Corto.Por balas del calibre .22 Magnum murió un agente.Todos estos calibres están por debajo del 9 mmCorto en el escalafón establecido sobre potencia yenergía. Por cierto, ante disparos del omnipresente9 mm Parebellum/Luger sucumbieron diezfuncionarios yanquis. El resto, hasta llegar a loscincuentaisiete abatidos, recibieron tiros de unaamplia variedad de calibres, todos ellos con

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mayor capacidad que los ahora referidos.]Al igual que los criminales de este capítulo, los

funcionarios también utilizaron proyectilesblindados en sus pistolas. Aunque fueron dos losagentes que dispararon, del total de seisimplicados, solo uno consiguió alcanzar al tiradorhostil con un único impacto. Se computaron seisdisparos de la Policía. La media no está mal, si setiene en cuenta que los delincuentes estabanocultos tras un parapeto y que los agentes tuvieronque disparar sin visualizar el objetivo.

A tenor del número total de vainas halladas,compatibles con las armas de los agentes, constaque estos dispararon en seis ocasiones. Uno de lospolicías siempre sostuvo que disparó tres veces,cantidad repetida en el caso del otro encartadosegún la lógica aritmética. Sin embargo, hasta quetales cifras no fueron acreditadas por la PolicíaCientífica, el supervisor mantuvo la idea de quefueron más del doble los tiros que él realizó.Incluso defendió su tesis con cierta vehemencia.

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Esto es muy frecuente en situaciones de estrésprolongado, como por ejemplo persecuciones otiroteos extendidos en el tiempo. En estas accioneslos agentes se encuentran sometidos a bruscoscambios en la segregación de las hormonas de lasupervivencia: adrenalina, noradrenalina ycortisol, entre otras. Estas sustancias se desplazanpor el torrente sanguíneo sometidas a talescambios de ritmo cardiaco, que el afectado tiendea construirse mental e inconscientemente unaversión irreal de los hechos. La mezcla derealidad y ficción suele confeccionarse de formaque resulte favorable para el protagonista y en elloinfluyen otros factores como experienciasanteriores propias o ajenas, películas osimplemente la imaginación.

Aquello de contar los disparos en la galería detiro, que muchos instructores inculcan y puntúan asus alumnos, no es nada fácil de llevar a lapráctica en el fragor de un «a vida o muerte». Laposibilidad de meditar y discernir siempre se ve

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reducida en el curso de tiroteos reales. Si lasituación genera estrés extremo esas posibilidadesquedan anuladas. Se han documentado numerosossucesos en los que algún tirador aseguraba haberdisparado solamente una o dos veces, encontrandoel tambor del revólver vacío una vez que seinspeccionó el arma (vainas disparadas). Puedepasar y pasa. Por cierto, la intensidad del estrésprovocado artificialmente en la cancha de tiro,nunca se puede comparar con la que genera unenfrentamiento de verdad. Aun así, no hay quemenospreciar nunca los entrenamientos conrecreaciones que pretenden aumentar la presiónemocional, aunque sea provocando agotamientofísico.

Dada la trayectoria ascendente que describió elproyectil que penetró en la caja torácica delfallecido, el impacto no puede atribuirse a undisparo directo. Ninguno de los agentes tiró desdeuna posición especialmente baja, respecto alobjetivo. Los policías estaban erguidos cuando

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dispararon y, aunque no se puede confirmar, esmás que probable que también lo estuviera eldelincuente (difícilmente podía estar subido a algoy su estatura no era superior a la de losfuncionarios que abrieron fuego). Con todos losactores en el mismo plano, la trayectoriaascendente es prácticamente incompatible con eltiro directo. Por tanto, la conjetura más verosímiles la del rebote. Aunque acreditó lesividad, solouna pequeña porción del proyectil alcanzó elcuerpo. El hecho de que la bala perdiera laenvuelta metálica y parte de la masa de su núcleode plomo, unido a la trayectoria referida, solo dejapensar lo que ya concluyeron los funcionarios dePolicía Científica (prueba pericial): el proyectiladquirió una segunda trayectoria tras penetraralguna zona del vehículo empleado como parapeto.Pero lo cierto es que la bala pudo tocar cualquierotra superficie antes de alcanzar al pistolero. Soloun impacto previo al de la herida pudo destruir deesa manera el cuerpo del proyectil, como para

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hacerle perder dos terceras partes de su masa. Laresistencia que presenta la carrocería de unvehículo moderno no es significativa a estosefectos. Otra cosa sería que una vez que la puntapenetrara en el vehículo pudiera haber tocado otraparte o superficie interior del propio furgón, oincluso algún objeto resistente allí depositado,provocando esto la destrucción y desviación delos trozos del proyectil.

El hecho de acreditar la autoría del óbito no fueobjeto de investigación. Esto carecía de interésjudicial. No existió, por tanto, presión o miedojudicial en los funcionarios, como sí que seprodujo en algunos otros sucesos analizados eneste volumen. En virtud de lo acaecido en aquellavía urbana, el uso letal de la fuerza pública estabamás que justificado. La respuesta fueproporcionada. De haberse precisado conocer quéarma disparó aquel trozo de plomo extraído delcadáver, se hubiera podido saber. Aunque ambospolicías llevaban munición blindada, usaban

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cartuchos de dos marcas diferentes. Si se hubiesenanalizado científicamente los restos de la punta, sehubiera podido conocer de qué marca era y portanto de qué arma partió.

Es significativo el hecho de que el policía queabandonó su coche lo hizo, según se desprende delo manifiestado por el testigo narrador,visiblemente excitado y desorientado. No era paramenos: recibió cinco balazos en la luna delanteramientras conducía. Algunos podrían catalogar decobarde la reacción de este funcionario, pues da laimpresión de que trataba de abandonar la zonacaliente y al compañero herido. Se debe ser justoy comprender que verse rociado de proyectiles,más aún sin esperarlo, puede hacer que cualquierapase por unos segundos de negación eincoherencia en sus pensamientos y acciones. Dehecho, transcurrido un ínfimo lapso este hombreregresó al lugar del tiroteo y realizó tres disparos(siempre creyó que fueron ocho). Esto estáestudiado y no se puede evitar. Es una respuesta

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frecuente y natural en el ser humano, que enocasiones ayuda a sobrevivir. El policía, comoHomo sapiens que no deja de ser, se cuestiona laveracidad de lo que ante él está ocurriendo yrechaza la idea de que sea cierto. En un estudiorealizado en Estados Unidos sobre cientocincuentaisiete casos reales, los doctores AlexisArtwolh y David Grossman llegaron a laconclusión de que el 39 por 100 de los policíasexperimentó disociación o irrealidad.

Respecto a la instrucción oficial recibida por elprotagonista en materia de tiro… Es más quecomún, frecuente y habitual, que sea paupérrima encasi todos los cuerpos. Lo normal es, pordesgracia, que se efectúen pocos disparos en unúnico llamamiento anual de reciclaje. Como elpropio agente señala, lo peor es que no se supointerpretar lo vivido aquella noche. Nadieaprendió la lección. ¿Pero acaso a alguien leimporta e interesa que los policías esténcorrectamente instruidos en estas cosas? Seguro

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que no. Una prueba evidente y palpable de ello esque la propia Orden de Interior n.º 703/2006(BOE-A-2006-4687), sobre consumo decartuchería, solamente permite un gasto máximo enentrenamiento de doscientos cartuchos al año poragente, en los cuerpos locales. Estos criterios losestablece el Ministerio del Interior en virtud delasesoramiento que recibe de los cuerpos estatalesque de él dependen, ignorando que un profesionalarmado debería hacer sobre quinientos disparos alaño para adquirir una buena destreza en el manejode sus armas. Lo más lamentable es que esosdoscientos cartuchos máximos no son ni tansiquiera adquiridos, mucho menos gastados. Lamedia es, en todos los cuerpos, de una cuarta partede la cifra máxima permitida: cincuenta tirosanuales por funcionario (este autor ha sidoexcesivamente generoso al cifrar la media).

Lo anterior chirría ante la posibilidad quetienen los tiradores civiles de, sin la obligación dedefender la ley o la vida de terceras personas,

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consumir en los clubes de tiro cuanta municióndeseen. No existe límite para ellos.

Al igual que otros aspectos analizados, hurtar,sustraer u obviar méritos en acciones policialesmerecedoras de reconocimiento, viene siendo casiuna constante. Algo demasiadas veces presente enservicios acreedores de recompensa. Laignorancia, el odio, la envidia o la búsqueda deprotagonismo por parte de terceros, suele ser lacausa principal. Seguramente en este caso huboalgo de todo ello. Factor humano. Pese a quequedó acreditado judicialmente que el policíahabía efectuado disparos contra el hostil, y queademás estos presentaban caracteres de ciertarelación con el impacto letal, el otro policía(supervisor) obvió esta participación cuandoredactó la minuta elevada a la dirección delCuerpo.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

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No nos cansaremos de repetir el importantepapel que juega el estrés en el desenlace deincidentes críticos como las confrontacionesarmadas. Sorprende que en los programas deformación policial, éste y otros temas relevantestengan tan poco peso específico.

Al leer este relato, una de las primeras escenasque captan nuestra atención es un comentario delpolicía protagonista, que cuando acude al lugar endonde escucha disparos, se cruza con uncompañero que corre en la dirección contrariagritando y en un estado de evidente nerviosismo:«Apareció ante mí el superior de más rango, elque unos minutos antes me había dado aquellasórdenes. Lo vi corriendo hacia aquel angostolugar, pero por el lado contrario. Todo era muyextraño. Lo noté visiblemente excitado». Másadelante se nos dice que este mando y sucompañero habían sido recibidos a tiros. Losdisparos atravesaron la luna delantera de suvehículo. El funcionario abandonó el vehículo

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rápidamente: «Hizo lo más sensato. Dejó el motoren marcha y se bajó a toda velocidad, y ese fue elinstante en el que yo me lo encontré». Es despuéscuando se topa nuestro protagonista con esteagente que parece que huye despavorido del lugaren el que se habían producido los disparos y endonde quedaba su compañero herido.

¿Por qué corría este policía alejándose dellugar en el que supuestamente debería intervenir?

En sus investigaciones en el área del miedo ydel estrés, el doctor Seymour Epstein (1994)concluye que las personas tenemos dos formasdistintas de procesar la información: el modo depensamiento racional, que tiene lugar durante losestados de baja excitación emocional, y el modode pensamiento experiencial, que tiene lugardurante estados de alta excitación emocional,como, por ejemplo, durante un encuentro armado.

Epstein señala en su investigación que cuandolas personas no nos encontramos bajo niveles deestrés elevados, tenemos la capacidad de poner en

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juego un procesamiento cognitivo analítico,deliberado y consciente, lo que caracterizaría elpensamiento racional. Sin embargo, una situaciónde emergencia requiere una acción rápida en laque no puede seguir empleándose el pensamientoracional, por motivos de urgencia. Se hace así eltránsito al pensamiento experiencial.

El pensamiento experiencial es un sistema queprocesa la información de una forma rápida,automática y eficiente, ventajas todas ellasevidentes en situaciones de amenaza que requierenuna respuesta rápida y automática. El pensamientoexperiencial tendría, además, estas características(no citadas aquí de manera exhaustiva):

1. Basado en la experiencia previa más que enuna evaluación consciente de la situación.

2. Intuitivo y holístico en lugar de analítico ylógico.

3. Orientado hacia la acción inmediata endetrimento de la reflexión y la acción demorada.

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4. Procesamiento cognitivo muy rápido yeficiente en lugar de un pensamiento lento dedeliberación.

5. Dominado por las emociones. Lospensamientos no se encuentran bajo control.

6. La realidad es lo que se experimenta, enlugar de buscar una justificación por el camino dela lógica y la evidencia.

En las situaciones en las que nuestra integridadfísica puede encontrarse comprometida, elpensamiento experiencial domina al racional.Debe ser así. Nos va la vida en ello.

Tratemos de aplicar todo lo dicho hasta elmomento a la escena en la que el agente saliócorriendo como despavorido. Llega con su coche,disparan a su compañero, la luna frontal delvehículo salta en pedazos al recibir al menos cincoimpactos de bala… ¿Cuál es el modelo depensamiento dominante en ese momento en elpolicía? El procesamiento experiencial de la

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situación se pondría en marcha para, en pocaspalabras, salvar la vida del agente. Y la mejormanera de hacerlo es saliendo de la zona depeligro lo más rápidamente posible. Quedarse allísolamente hubiera servido para que fuera una bajainnecesaria. Este mismo hombre retornaría pocodespués para seguir con la intervención, una vez supensamiento racional le ha dicho que seencontraba fuera de peligro.

Los policías necesitan conocer cuáles son lasposibles reacciones que pueden llegar aexperimentar en situaciones de estrés elevado.Conocerlas les ayudará a resituarse en el contextotras aceptarlas como respuestas fisiológicasnormales. Compañeros y mandos podríaninterpretar las conductas de escape de la situaciónaversiva —como las de este caso— como actos decobardía y descontrol. Evidentemente, losespacios que quedan libres (vacíos) por falta deentrenamiento y experiencia suelen ocuparserápidamente por la ignorancia y el

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desconocimiento; generando actitudes quepodemos aplicar a quienes opinan o etiquetan conligereza los comportamientos de aquellos queestán en la primera línea de fuego.

La actuación profesional del funcionario deseguridad no puede desligarse de la fisiología ypsicología del comportamiento. El entrenamientopolicial debería tener estos aspectos en cuentapara adaptarse a la realidad de las intervencionespoliciales.

«Sufrí distorsión en la percepción del entorno.Esa noche la calle en la que todo esto pasó mepareció corta y poco iluminada. Pero la nochesiguiente volví a la escena y comprobé,sorprendido, que estaba perfectamente iluminaday que era mucho más extensa de lo que me habíaparecido la madrugada anterior».

Las lagunas de memoria y las distorsiones depercepción suelen ser resultado de fogonazos derecuerdos en los que el sujeto tiene una serie deimágenes grabadas en la memoria, mientras que

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otras están borrosas o incluso perdidas. Elindividuo recuerda que disparó, pero le cuestatrabajo recordar si apuntó, etc. Es muy pocoprobable que un policía, en circunstanciassimilares, pueda proporcionar un relato de losacontecimientos coherente, completo y secuencial.

Nuestro protagonista regresó al día siguiente allugar del incidente. Se sorprendió porque lorecordaba más pobremente iluminado y la callemás estrecha de lo que realmente era. Quienes seven implicados en un tiroteo suelen experimentarlo que se conoce como visión de túnel. Estadistorsión se presenta cuando el policía fija suatención en un elemento concreto de la realidaddentro de su campo visual, que generalmente sueleser lo que más le llama la atención (el lugar dedonde proceden los disparos del sospechoso, porejemplo), mientras bloquea los elementospresentes en la periferia de su campo de visión.

Básicamente, lo que hace nuestro cerebrocuando se ve inmerso en una situación de estrés de

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supervivencia es intentar concentrar sus recursosen acciones que valora como inmediatamenteútiles. Para ello, enfoca la atención precisamenteen aquellos elementos que resultan relevantes paragarantizar la supervivencia. Evidentemente, aldecidir cuáles son los objetivos prioritarios,también decide que otros son secundarios yprocede a ignorarlos. Esto conlleva unestrechamiento en el campo de visión y ladesaparición de la visión en profundidad(dificultades para calcular si la amenaza seencuentra más o menos próxima). En estassituaciones, nuestro campo visual se reduce a un20 o 30 por 100. Si tenemos en cuenta estascondiciones, no es extraño que el agente «viera» lacalle más pequeña de lo que realmente era y quesu percepción de las condiciones de luminosidadfuera más pobre.

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CAPÍTULO 18

DISPAROS JUSTOS YNECESARIOS

Haz lo que puedas, con lo que tengas, dondeestés…

THEODORE ROOSEVELT (1858-1919)Vigésimo sexto presidente de los EE.UU.

Primer día de la semana. Una pareja depolicías, de treintaidós y cuarenta años de edad, yseis y siete de servicio respectivamente, patrullabasobre las 10:15 horas de la mañana por unacéntrica calle, en una ciudad de casi cuatrocientosmil habitantes. Sin saberlo se fueron a encontrarcon dos varones armados con pistolas, queacababan de cometer un robo con violencia e

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intimidación en un banco. Un atraco. Hacían laronda a pie y, aunque segundos antes habíanpasado por delante de la puerta de la oficinabancaria, ni ellos vieron a los delincuentes ni estosa los otros. Así las cosas, los funcionarios habíanpenetrado en una calle peatonal sin salida, cuandocomenzaron a sonar varias detonacionescompatibles con disparos. Resultaron ser tirosprocedentes de una vía perpendicular a la queocupaban y por la que hacía unos instantes habíanpasado.

Mientras trataban de dilucidar lo que pudieraestar ocurriendo al otro lado de la calle, vieroncomo hasta su posición se acercaban dos varonesvestidos con trajes y portando, ambos, una bolsade plástico en una de sus manos. Los agentes,extrañados por el aspecto de los sujetos yadvirtiendo que provenían del lugar en el queacababan de sonar lo que claramente eran tiros,«clavaron» sus ojos en ellos: «Oímos seis o sietesonidos secos. Eran tiros. Nos asomamos a la

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esquina... y los vimos. Se trataba de dos hombres.Iban a pie, corriendo, y yo creía que no noshabían visto a nosotros, pero casi sin darnoscuenta empezaron a disparar hacia nuestraposición. Cada uno de ellos sostenía una bolsaen una mano y a la vez que corrían tiraban con laotra. Cuando detectamos su presencia nosseparaban unos cuarenta metros de distancia yvimos que iban armados cuando ya nosdistanciaba algo así como treinta metros, pero elataque lo efectuaron desde diez metros, más omenos. Vi perfectamente cómo uno de elloselevaba la mano derecha con una pistola y luegodisparaba. Nosotros desenfundamos losrevólveres y seguidamente nos protegimos detrásde las columnas de unos soportales. Nodisparamos inmediatamente», comenta el agentede treintaidós años de edad.

Los policías iban armados con revólveresLlama modelo Martial del calibre .38 Especial,cargados con cartuchos que montaban proyectiles

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íntegramente de plomo. Los asaltantes portabansendas pistolas belgas de la marca FN Browning,del calibre 9 mm Parabellum, con cargadores degran capacidad. El policía que responde a estetrabajo, manifiesta: «Yo disparé solamente dosveces y lo hice cuando tuve un blanco claro yseguro. Conseguí impactarle a uno de ellos, unavez, en el gemelo de la pierna derecha. Elproyectil no abandonó el miembro. Tiré contra élcuando corría lateralmente alejándose de dondeyo me encontraba. Dirigí el arma hacia la zonabaja de la cadera, pero di mucho más abajo. Enel momento que empezaron a tirotearnos sesepararon. Cada uno se fue por un sitio distinto.Mientras yo hería a uno, mi compañero persiguióal segundo atracador y lo acorraló en uncallejón sin escapatoria. Aunque el individuo alque alcancé con mis disparos estaba sangrandoen el suelo, lo desatendí y me fui a apoyar a micompañero. Mi binomio le apuntaba con surevólver a la vez que le ordenaba, repetidamente,

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que soltara la pistola. El delincuente dirigía suarma al suelo y en ningún momento trató dedispararnos. Yo también lo encañoné. Tras unossegundos mirándonos fijamente y visto que podíaser el blanco de dos armas... soltó la suya.¡Menos mal! Lo detuvimos y engrilletamos allímismo».

Teniendo ya al atracador esposado en el suelo,este policía reconoce que sintió miedo al potencialreproche judicial por haber herido a uno de lostiradores. Sin embargo, manifiesta que nunca tuvoconciencia de pavor a ser herido, «fue todo tanrápido y sorpresivo, que mi cerebro no pensó enlas consecuencias vitales del enfrentamiento y notuve miedo de ser abatido por aquella gente. Mimente solo actuó dándome órdenes paraesconderme, sacar el arma y disparar. Aquelloparecía un sueño. De todos modos, creo quecontrolé la situación, porque nunca disparé comoun loco e hice los disparos justos y necesarios.Tuvimos mucha suerte, no llevábamos chaleco

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antibalas. ¡Ah!, y menos mal que no tuvimos querecargar los revólveres, porque solamentellevábamos los seis cartuchos del tambor...».

Cuando el herido se percató de que los policíasse habían entregado a la captura de su compinche,vio una opción de fuga y la aprovechó: huyó y serefugió en un cercano edificio de viviendas. Todaslas unidades policiales de la plaza fueronalertadas de la perpetración del atraco. En el lugarse dieron cita policías de dos cuerpos deseguridad, siendo perseguido el evadido porcomponentes de sendos dispositivos. «El huidoera quien portaba el botín del robo, algo más desesenta mil euros. El dinero iba en la bolsa deplástico que sujetaba con su mano izquierda,pero cuando recibió el tiro y se dio a la fuga loabandonó allí en medio». Asegurada la zona conabundante presencia uniformada y equipos depaisano pertenecientes a unidades deinvestigación, un motorista, del segundo cuerpoque tomó protagonismo en la escena, persiguió de

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cerca al más activo de los ladrones. Lapersecución se prolongó hasta el interior de aquelinmueble y ambos subieron por las escaleras hastala décima planta del bloque, «aquel compañerorecibió una buena lluvia de tiros mientrasascendía por las escaleras, pero él también suporesponder con su Star de quince balas decapacidad. Al final llegaron a la última plantadel edificio y se encontraron con que la puerta deacceso a la azotea estaba cerrada. Allí sonaronmuchos disparos, consiguiendo el compañeroacabar con la vida del contrario. Por suerte, estepolicía solamente sufrió heridas de pocaimportancia en una mano. Éstas fueron fruto deun rebote cuando algunos trozos de pared seproyectaron contra él, como consecuencia de unimpacto sobre la misma. Creo que aquelindividuo tuvo que cambiar de cargador, porquese escuchaban demasiados “taponazos”. Entrelos dos ladrones dispararon algo así comocuarenta cartuchos, en las tres escenas: salida

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del banco, calle peatonal e interior de la torre».El agente herido era muy mayor y se jubiló pocotiempo después del incidente, alcanzada la edadcorrespondiente.

Pero aquellos atracadores no solamentedispararon a los funcionarios. Los tiros que fueronoídos previamente al encontronazo con lospolicías, en la calle de tránsito peatonal,procedían de la refriega que los asaltantes tuvieroncon dos vigilantes de seguridad de un furgónblindado de transporte de fondos, con los quecoincidieron justo cuando los primerosabandonaban la entidad bancaria. Los vigilantessiguieron a los atracadores hasta la vía en la quese encontraba el binomio policial (primerintercambio de disparos con la Policía). Losagentes privados de seguridad llevaban consigorevólveres de cuatro pulgadas de longitud decañón, del mismo calibre que los que portaban losfuncionarios. Hicieron varios disparos sin herir anadie y por suerte también ellos resultaron ilesos.

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Posteriormente fueron hallados, en el interior delcuarto de aseo del banco, tres clientes y cincoempleados que habían sido allí confinados.

Los delincuentes, ambos de nacionalidadespañola y con treintaiséis años de edad eldetenido, y treintaisiete el fallecido, tenían en suhaber un buen número de antecedentes policialespor robos violentos a bancos. En el momento delatraco y desde hacía solamente una semana, losdos se encontraban en requisitoria judicial (buscay captura). Se da la circunstancia de que unhermano del detenido había robado la mismasucursal cuatro años antes. Por aquello, amén depor otras causas, fueron detenidos un año despuésen el otro extremo del país él y su cómplice (dosatracadores, como en el presente caso). Durante lacomisión del tiroteo que ocupa este capítulo, losautores portaban sendos documentos de identidadfalsificados (Documento Nacional de Identidad,DNI). Dada la excelente calidad de lasfalsificaciones y el modus operandi del robo,

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cuando la investigación se encontraba en ciernesse creyó estar ante miembros de una bandaterrorista nacional, que entre otros medios definanciación empleaba el robo a bancos y afurgones blindados.

El policía refiere que el entrenamiento de laplantilla se hacía exclusivamente con técnicas detiro a dos manos, «precisamente como disparéaquella mañana», señala. El plan de reciclajeperiódico del Cuerpo únicamente contemplabaejercicios de tiro a diez metros de distancia ynunca se disparaba con una sola mano. Por aquellaépoca los agentes pasaban una vez al mes por lagalería de tiro para disparar unos veinte cartuchospor sesión. «Lo ocurrido aquel día no me hizomodificar la forma de ver el tiro, pero seguíacudiendo a todos los llamamientos delinstructor. Nunca me han gustado mucho lasarmas y de hecho no practico fuera de los caucesreglamentarios. Jamás voy armado en horas queno son de servicio y ni siquiera tengo armas

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particulares. Pese a todo, creo que aquel día meencontraba preparado para estas cosas. Desdehace algún tiempo usamos la pistola HK-USP-C,un arma más moderna y de mucha más capacidadde carga que los revólveres». Este policía ejerceactualmente funciones de escolta en un equipo deprotección de autoridades y cree que posee unnivel de entrenamiento y capacidad similar al quetenía en aquel momento.

Comenta: «Hablando con compañeros y otraspersonas, he llegado a la definitiva conclusión deque quienes no han vivido un enfrentamiento atiros no pueden comprender lo duro y complicadoque resulta solventarlo. Cuando empezó el tiroteohabía cinco o seis particulares corriendo entodas direcciones, tratando de ponerse acubierto. Eran ciudadanos, transeúntes ajenos aaquello. Teníamos que ser muy cautelosos a lahora de apretar el gatillo. Un vecino del lugarllegó a refugiarse debajo de un vehículoestacionado, cuando se inició el intercambio de

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disparos. Puedo recordarlo como si hubiese sidoayer mismo. Fue muy duro, pero mi forma de verla vida me ayudó a afrontarlo. Repasé elincidente muchas veces en mi cabeza y mepregunté si había hecho lo correcto. Tras pensarmucho en ello, concluí que sería capaz demanejar casi cualquier incidente que se mepresentase en posteriores servicios. Ahora soymás positivo. Incluso me interesé e impliqué máscon los compañeros, mis aficiones y la familia.Vivo más intensamente desde aquella mañana».

La investigación del tiroteo mantuvo muypreocupado al funcionario y a su familia. Nadie leasesoró sobre cómo decir o contar lo que allípasó, «¡fue todo muy violento y rápido! Un sueño,una pesadilla. Desde que oí el primer tiro hastaque murió el atracador no transcurrieron ni tresminutos». Recuerda que aquella situación lepareció muy fea, lo que le llevó a mentalizarse deque tenía que tomar más precauciones en lasintervenciones futuras que pudieran conllevar el

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uso de la fuerza. «Conocí a otros policías conexperiencias similares y hablar con ellos fue unbuen apoyo, casi una terapia. Compartimosvivencias y sentimientos. Mantenerme activo yseguir trabajando con ánimo también me vinobien». Un periódico local dio a conocerpúblicamente lo que indicaron fuentes policialesen una rueda prensa: «Aunque en un principio losagentes intentaron no utilizar sus armas, llegó unmomento en el que fue necesario disparar ante elestado de necesidad y riesgo para la integridadfísica de los policías». El suceso fue extensamenteseguido por la opinión pública.

«Nunca tuve problemas de sueño y tampoconecesité medicación. Hablé de lo ocurrido con miesposa, familiares y compañeros y fui apoyadopor todos ellos. Aquello me demostró que podíaconfiar en la mayoría de la gente de mi entorno yque podía contar con ella en los malosmomentos. La actitud de mis jefes fue diferente,me hicieron sentir mal. No estuvieron a la altura

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de lo que yo esperaba y necesitaba». Los dospolicías recibieron una distinción comoreconocimiento al servicio realizado: Diploma deMéritos y una recompensa en metálico.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Esta es una situación que muchos agentes delorden no se suelen plantear en poblacionesmedianas o pequeñas: atraco con armas de fuegoen la zona peatonal, céntrica y comercial de lavilla. El servicio de patrulla a pie en zonascomerciales y peatonales se considera, enmuchísimas plantillas, como algo sencillo ycómodo, excepto porque hay que «patear» todo elturno. Se asocia, normalmente, a trabajos que nollevan aparejadas situaciones complicadas oviolentas en la franja horaria diurna. En esas

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zonas, ciertamente, no suelen existir barriosconflictivos de esos que continuamenteprotagonizan incidencias desagradables. Perocomo se ha podido ver, ningún punto de la urbeescapa a cualquier oportunidad delictiva, se estéadscrito a la Unidad de Policía de Proximidad o ala más operativa que pueda existir en la localidad.

Aunque uno de los protagonistas del sucesomanifiesta que en total se dispararon alrededor decuarenta cartuchos contra ellos, ninguno provocólesiones, más allá de aquella herida de carácterleve producida al final del encuentro balístico. Deesto se desprenden dos conclusiones muyevidentes. La primera es que no todo debe serdisparar y disparar. Eso sí, si vuelan muchas balasmás fácil será que una acabe dando a alguien. Esuna cuestión puramente matemática deprobabilidades. Pero incluso con tantos disparosno siempre se impactará sobre el objetivo deseadoy muchas veces se podrá alcanzar a personasajenas al tiroteo (daños colaterales). Hubo mucha

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suerte: en el segundo escenario del tiroteoestuvieron presentes unos cuantos ciudadanos quecasualmente paseaban por el lugar, que quizá pordesplazarse y ocultarse evitaron lo peor. Moversesiempre es positivo en estos casos, nunca hay quepermanecer estático cuando alguien trata deimpactarte. Si hay oportunidad, lo mejor es quedarguarecido tras un parapeto de protección. Esa es lasegunda conclusión revelada y lo que hicieron losdos policías: protegerse tras las columnas de uninmueble. Desde allí, protegidos de la vista y delfuego antagonista les tocó a ellos disparar,haciéndolo suficientemente bien uno de ellos.Quien se ha visto sometido a estudio para esteproyecto y capítulo, disparó solamente dos veces ylo hizo cuando creyó tener un blanco asegurado.Acertó. Lo lamentable es que aunque impactó alatracador solamente consiguió tocarle un miembroinferior, sin que ello fuese óbice para que eldelincuente huyese con capacidad lesiva. Elpolicía pudo «rematar la faena», toda vez que el

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herido cayó al suelo antes de huir. Pero el agenteoptó por hacer algo que nunca se debeminusvalorar: apoyar a su binomio. Oyó a sucompañero gritar, ¡«suelta la pistola, suelta lapistola»!, y creyendo que el delincuente caído enel piso no era ya un riesgo, acudió hasta donde elotro funcionario parecía estar viviendo unasituación complicada y angustiosa.

Una vez más queda demostrado que las lesionesque afectan exclusivamente a las piernas noimpiden que una persona continúe siendo letal(aplicable también al tren superior). En este libroya se ha comprobado varias veces este extremo,incluso siendo alcanzados los miembros delagresor por más de un proyectil. No se estádescribiendo el impacto de un arma poco potente,pues al calibre .38 Especial se le atribuye unapotencia suficientemente interesante para misionesde seguridad y así figura en el ranking mundial.Por tanto, nuevamente se constata que lo realmenteimportante es qué órgano pueda quedar afectado y

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en qué grado y no necesariamente el calibre o tipode proyectil empleado. Pero es cierta una cosa —está referido en otras páginas—, determinadoscalibres y tipos de puntas o proyectiles podránllegar más allá que otros si, por ejemplo, existenbarreras o protecciones intermedias entre eltirador y el objetivo.

En este capítulo no se conoce exceso depenetración del proyectil que produjo las lesionesal herido por nuestro colaborador. La bala deplomo del policía quedó alojada dentro del cuerpodel atracador. Extraño. No es frecuente ni por elcalibre empleado ni por el órgano alcanzado. Estádemostrado que los proyectiles de plomo pueden,disparados por armas cortas, penetrar, atravesar yabandonar un cuerpo humano, incluso si se alcanzael tórax (con armas largas es lo habitual). Sinembargo, en este caso la punta no salió delmúsculo gemelo. Curioso, dado que el disparo seefectuó a una distancia de diez metros y elproyectil aún debía conservar bastante energía. Se

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podría pensar que el impacto sobre ese órgano seprodujo tras un rebote no conocido odocumentado. El policía que disparó manifiestaque dirigió su arma hacia la zona baja del cuerpodel adversario —dijo por debajo de la cadera—,o sea que tiró deliberadamente hacia abajo. Sidisparó dos veces y solamente impactó una, y elfuncionario también estaba siendo tiroteado —máxima tensión y pérdida inconsciente dehabilidades motoras y capacidad cognitiva—,pudiera ser que aquellos dos proyectiles tocaran elsuelo a poca distancia del atracador. A tenor delrango de tiro y sabiendo que la boca de fuegotendía a estar dirigida hacia abajo, posiblementeuno de los proyectiles tocara el piso en tal ángulo(casi perfecto para lo que se está conjeturando),que fácilmente podría haber tomado una nuevatrayectoria ascendente con capacidad lesiva. Estoes fácilmente recreable en la galería de tiro. Estechoque contra el piso alteraría, y mucho, la formay masa del proyectil, lo que podría reducir en

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cierto modo su capacidad perforante, favoreciendouna mayor transferencia de energía en ocasiones.Esto se traduce en menos penetración.

Resulta sorprendente que el agente admitieraque no portaba munición de repuesto, ni tampocosu compañero. Solamente llevaba consigo los seiscartuchos que admitía el tambor de su revólver, ensus correspondientes seis recámaras. Este es ungrave error táctico, no valorado en España losuficiente por demasiados usuarios de este tipo dearmas. Si seis ya son de por sí pocos cartuchos, notener a mano munición para una recarga supone unriesgo extra enorme. En España se ha hecho muchodaño abusando de frases referidas a este asunto.Cientos de veces se oye decir que «si con losprimeros dos o tres tiros no has acabado con elotro, debes darte por muerto». ¡Mentira! Esaspalabras se han inoculado en miles de cerebros.Esto ha inducido a demasiados policías a no llevarmunición de repuesto en el cinturón. Quienes seamarran a manifestaciones de ese tipo y además

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ejercen como instructores o jefes de unidades,solamente esconden ignorancia supina, cuando nomiedo. No hay dos casos iguales, por más que separezcan. Es imposible. Igual que no todos lostiradores estarán instruidos de la misma manera,sean hostiles o agentes de la autoridad. Cada unoactuará de un modo distinto y otros no actuarán. Elfactor fisiológico tiene mucho que decir y tambiénel factor suerte y formativo. En esta obra sedocumentan sucesos en los que los defensores nodispararon, pero en otros casos se consumieronuno, dos, cuatro, siete y hasta veintiocho cartuchos.En un tiroteo se llegó a consumir el 98 por 100 dela munición que los dos actuantes llevabanconsigo, en cuatro cargadores de pistola. Porcierto, no es este el único suceso aquí analizado enel que un policía reconoce no llevar munición derepuesto.

Los que sí llevaban munición de respaldo eranlos vigilantes de seguridad del servicio detransporte de fondos (presentes en el primer

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intercambio de disparos), quienes ademásportaban armas del mismo calibre y capacidad quelos policías. El Reglamento de Seguridad Privadaes muy estricto en lo que respecta a esos extremos.Es muy extraño ver a un vigilante que no luzca losveinticinco cartuchos que reglamentariamenterecibe de dotación, so pena de denunciagubernativa. Esto será así, naturalmente, siempreque el agente privado esté prestando servicio conarma de fuego (la mayoría se realiza desarmado).Lo normal es que porten seis cartuchos en eltambor del arma y diecinueve externamente(veinticinco en total), sin que exista normativa queexija emplear canana, cargadores rápidos ocartucherines para transportar la munición deemergencia. No obstante, la Secretaría GeneralTécnica del Ministerio del Interior recomendó, el29 julio de 2011 (Registro de Salida 1.107), en unescrito remitido por un sindicato de vigilantes, que«por comodidad o peso, se hace aconsejablemantener la canana de diecinueve compartimentos

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como el sistema más idóneo».¡Lamentable! Nadie piensa jamás en la eficacia

y eso que se está tratando con material que, detener que ser requerido su empleo, podría dirimirentre la vida y la muerte (celeridad en la recarga).Hay que preguntarse si se recurrió al achaque de lacomodidad por tratarse de personal privado deseguridad. ¿Alguien sería capaz de recomendar aun policía que llevase la munición de repuestoguardada en un bolso, y que este, a su vez, fuesetrasladado en el portamaletas del coche patrulla?Desde luego eso es más cómodo que llevar«clavado» un cargador de pistola en la zonalumbar, durante ocho horas de servicio. Por cierto,si bien es verdad que casi todos los policías sitúansu cargador de respaldo en la zona de la espalda,se recomienda portarlo desde las crestas iliacashacia el ombligo, aproximadamente. La sugerenciano nace en aras de la comodidad sino en beneficiode la accesibilidad.

En el cuerpo protagonista del suceso ha sido

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sustituido el revólver por la pistola HK-USP-C,con una capacidad estándar de trece cartuchos de 9mm Parabellum (existe posibilidad de aumentar lacapacidad hasta quince). La mayor desventaja delarma de tambor frente a la pistola es, sin duda, sucapacidad y velocidad de recarga. Incluso usandoun speed loader (cargador rápido) en el revólver,la velocidad media de recarga será menor con unapistola. Más aún: mientras que con una pistolamoderna se pueden hacer quince o más disparos,con un revólver habría que efectuar una o dosrecargas para alcanzar ese número de tiros.

Aunque no es tema directo de esta obra, hayque recordar que la recarga de la pistola no obligaal usuario a deshacer el agarre o empuñamientodel arma, cosa que siempre habrá que realizar conel revólver. Esto afectaría a la correcta ejecucióny colocación de los disparos, ante la necesidad deabrir fuego con celeridad. Será peor si además hayque hacerlo en el curso de un enfrentamiento y noen la galería. Pese a que las capacidades

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cognitivas y las habilidades motoras del tiradorestarán afectadas durante un tiroteo, lleve el armaque lleve, el revólver requiere de un mayornúmero de manipulaciones dactilares para reponermunición. Las habilidades motoras finas, llamadastambién digitales, son las primeras que sedeterioran ante una situación estresante,propiciando limitaciones funcionales a nivelmanual.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

El crecimiento postraumático se define comola experiencia de cambio positivo que ocurrecomo resultado de haber afrontado una crisis vitalimportante. Esta definición cobra especialsignificado cuando leemos cómo los policíasprotagonistas de esta obra, entre ellos el de estecapítulo, han hecho frente a las condiciones másduras que un trabajo puede producir. En estas

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historias lo más sagrado, la propia vida, haquedado expuesta. Quien ha pasado por estaexperiencia se sitúa en un plano vital difícil deexplicar.

Aunque resulta evidente —y en nuestro estudioasí queda reflejado— que la experiencia de unenfrentamiento armado arrastra consecuenciasnegativas para el policía (psicológicas,personales, sociales, laborales, emocionales…),tampoco es menos cierto que un buen número deestos funcionarios encuentra, a posteriori, lamanera de sacar partido a la vivencia desde unaperspectiva positiva. Esto es lo que ocurre con elagente de este relato: «Ahora soy más positivo.Incluso me interesé e impliqué más con loscompañeros, mis aficiones y la familia. Vivo másintensamente desde aquella mañana». No es esteel único comentario de visión constructiva quehemos encontrado en las entrevistas realizadas.Cuando se preguntaba a los agentes por susexperiencias tras el enfrentamiento armado, un

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buen número valoraba aquel suceso como algo quele ayudó a enfocar la vida desde otro prisma:

— «Creo que todo lo que ha pasado me hahecho mejor persona.»

— «El enfrentamiento armado me ha hechocrecer, madurar.»

— «El incidente del enfrentamiento armadohizo que me replanteara lo que era importante enmi vida, mis metas y valores.»

— «Pase lo que pase en el futuro, creo queseré capaz de manejarlo.»

«Lo que no me mata, me hace más fuerte»,asegura un conocido dicho popular (cita de unfilósofo alemán ya referido en otro capítulo). Estose hace verdad para muchos de los policías quehan visto cómo sus vidas podían terminar tiradasen el suelo de una calle, de cualquier ciudad deEspaña.

Hay dos conceptos muy interesantes e

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importantes relacionados con estas reaccionesfrente a la adversidad: la resiliencia y lapersonalidad resistente.

La resiliencia es la capacidad que tiene unapersona o colectivo para seguir adelante con suvida cotidiana a pesar de haber experimentadoacontecimientos vitales desestabilizadores, dehaber soportado condiciones de vida difíciles o depadecer experiencias traumáticas graves. Es unacaracterística de aquellas personas que, aunhabiendo vivido una experiencia personal,profesional, etcétera, muy difícil e impactante anivel emocional, han conseguido encajarla y seguirfuncionando y viviendo —incluso de una maneramás positiva en algunos casos— de maneracompletamente normalizada. Esta forma derespuesta representa un ajuste saludable frente a laadversidad.

La personalidad resistente es un conceptodesarrollado por autores como Suzzane Kobasa(1979). Hay tres criterios básicos en la estructura

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de la personalidad resistente:

1. Compromiso. Cualidad de creer en laverdad, importancia y valor de lo que uno es, y deaquello que hace. Incluye la tendencia a implicarseen las actividades de la vida, como el trabajo, lasrelaciones personales, etc. El compromiso con unomismo ayuda a mitigar los efectos de posiblessituaciones de estrés. El compromiso proporcionael reconocimiento personal de las propias metas.Las personas con compromiso se benefician delsentimiento de que pueden ayudar a otros ensituaciones estresantes si estos lo necesitan y deque los otros cuentan con su apoyo para hacerfrente a esas situaciones. Las personas concompromiso poseen tanto las habilidades como eldeseo de enfrentarse exitosamente a las situacionesde estrés.

2. Control. Hace referencia a la tendencia apensar y actuar con la convicción de la influenciapersonal en el curso de los acontecimientos. Estas

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personas buscan las explicaciones del porqué delos acontecimientos. El sentimiento de control esmuy eficaz para atenuar los efectos del estrés. Laspersonas con control se sienten capaces de actuarde forma efectiva por cuenta propia.

3. Reto. Hace referencia a la creencia de que elcambio, frente a la estabilidad, es la característicahabitual de la vida. Desde esta perspectiva, lamayor parte de la insatisfacción asociada a laocurrencia de un estímulo estresante puede serevitada si se entiende como una oportunidad y unincentivo para el crecimiento personal y no comouna simple amenaza a la propia seguridad. Losesfuerzos del sujeto se centran en cómo hacerfrente al cambio. Esta cualidad proporciona alindividuo una flexibilidad cognitiva y fuertetolerancia a la ambigüedad. Permite percibir eintegrar efectivamente la amenaza incluso ante losmás inesperados acontecimientos generadores deestrés.

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La personalidad resistente es un estilopsicológico asociado a la resiliencia, la buenasalud y el desempeño bajo una amplia gama decondiciones estresantes. Las personas con un altonivel de personalidad resistente muestran un fuertesentido de compromiso con la vida y el trabajo yestán activamente implicadas en lo que ocurre a sualrededor. Creen que tienen capacidad paracontrolar e influir en lo que ocurre y disfrutan conlas situaciones nuevas y los desafíos. Manejan unafuerte motivación interna (BARTONE et al., 2008).

La psicología positiva siempre ha remarcado lacapacidad del ser humano para adaptarse yencontrar sentido a las experiencias, por muynegativas e impactantes que estas puedan llegar aser. El entrenamiento policial debería tener encuenta esa habilidad que mostramos los humanospara aprender incluso en los contextos másadversos. En la investigación disponibleactualmente, incluso ante sucesos extremos, hay unelevado porcentaje de personas que muestra una

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gran resistencia y que sale psicológicamenteindemne del trance o con daños mínimos.

Ninguno de los policías que se vio implicadoen una confrontación armada sabía cómoreaccionaría durante un incidente crítico de estecalibre. Podían suponer lo que harían, pero soloeso. Posteriormente, para todos ellos ha supuestouna experiencia que no olvidarán nunca. Escurioso que representando una posibilidad real enla vida de los policías, en ningún momento delentrenamiento se les habla de lo que realmenteocurre cuando se emplea el arma reglamentariacon intención de usarla contra otra persona. ¿Seríabeneficioso incluir en la preparación policialestrategias para fomentar «personalidadesresistentes», que funcionen como amortiguadorespsicológicos frente a incidentes críticos?

La resistencia psicológica del policía podríamejorarse trabajando desde tres planoscomplementarios:

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1. Focalización: se enseña al policía areconocer las señales del estrés y a identificar lasfuentes posibles de los estresores. Se le muestra,asimismo, el impacto de los pensamientos y lasemociones en la conducta, incidiendo en sucomportamiento durante una intervención policial.

2. Evocación: el policía revive y analizaantiguas situaciones estresantes con la intención deque aprenda de la experiencia. Se entrenan nuevosmétodos de resolución de problemas. Se insiste enla flexibilidad como forma de adaptación a lassituaciones novedosas y cambiantes.

3. Mejora personal: el conocimiento adquiridose combina con nuevas técnicas. Los estresores seenfocan y tratan como desafíos. Fomento deactitudes diferentes ante los problemas presentesen la vida personal y profesional.

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CAPÍTULO 19

AGACHÉ LA CABEZA

El que lucha contra nosotros nos refuerza losnervios

y perfecciona nuestra habilidad.

EDMUND BURKE (1729-1797)Político y escritor irlandés

Con treintaidós años de edad y varios mesesejerciendo como alumno en prácticas, un policíase iba a enfrentar a tres hombres armados conarmas más potentes que la que él llevaba. Noestaba solo, le acompañaba un joven funcionariode veinticinco años, pero que sumaba tres deexperiencia en las calles. Eran las 20:30 horas deun sábado de otoño, en una ciudad deaproximadamente trescientos treintaicuatro mil

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habitantes. Acababan de iniciar el servicio cuandopor la emisora del coche patrulla se oyó uninquietante comunicado: atraco con armas largasautomáticas, en una céntrica joyería. El agente dela Sala de Transmisiones dio total crédito a lasllamadas que estaban colapsando la centralita delcuartel y así lo hizo saber a todas las dotacionesen servicio.

Aunque varias unidades dieron el «OK-recibido», e iniciaron la aproximación a la zona,el coche en el que patrullaba el policía novatoestaba, ya, en el lugar casi sin darse cuenta. Elalumno, comenta: «Estábamos en la avenidadonde se estaba perpetrando el atraco, pero noconocíamos la ubicación exacta de la tienda. Portransmisiones pedíamos más precisión paralocalizarla, pero el compañero de la Salasolamente era capaz de repetirnos que el asuntoera muy serio y que estaba recibiendo infinidadde llamadas ciudadanas de confirmación. Ambasaceras de la calle tenían muchos

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establecimientos abiertos al público todavía, ymultitud de personas deambulaban ajenas a loque estaba pasando en el entorno. Mi compañero,que era el que conducía, miraba su sector y yohacía lo mismo con el mío, pero nada, no veíamosnada sospechoso».

En una intersección el patrullero coincidió concompañeros de otro cuerpo, quienes comunicarona estos que el conductor de un autobús les acababade comunicar lo mismo, que estaban asaltando unajoyería. Los funcionarios, a velocidad muyreducida, prosiguieron la circulación por toda lavía mientras escudriñaban las aceras con los ojosabiertos como platos. En un momento determinado,el policía en prácticas detectó por su lado lapresencia de un señor mayor que levantando unamuleta ortopédica hacía aspavientos con losbrazos. Esto atrajo la atención del agente. Estehombre, que había cruzado la calzada y se hallabaen mitad de un carril de circulación, «trataba deindicarnos el lugar exacto del incidente, pero en

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ese momento otro ciudadano se tiró sobre nuestrorecién estrenado coche patrulla y con un dedonos señaló la joyería. Los vi del tirón. Estaban enmi sector, a mi derecha. Rápidamente le grité ami compañero, “¡están ahí, los veo, los veo, sonellos!”».

Sin mediar palabra, y sin dilación alguna, unenmascarado abrió fuego contra los dosfuncionarios. Un total de dieciséis impactosperforaron el coche oficial por el lateral delacompañante. Los agentes estaban aún en suinterior. «Fue muy rápido. Tal como empezaron asonar los tiros sentí que los cristales del cochesaltaban sobre mi cuerpo. El patrullero se movíacomo si lo estuviesen balanceando lateralmente.Notaba como las balas entraban por mi lado ysalían por el del conductor, principalmente porlas puertas traseras. Mi compañero, con extremavelocidad, abrió su puerta y abandonó elautomóvil. Él, antes de descender, no llegó a vera nadie, solamente oyó los tiros. A mí no me dio

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tiempo a decirle que eran dos y que llevabanarmas largas y caretas. Fue mirarnosmutuamente... y empezar a dispararnos. El cochequedó allí en medio conmigo en el interior,mientras el conductor corría hacia la aceracontraria. Se parapetó tras una cabinatelefónica, con paneles de cristal. Yo no podíaapearme por mi lado, era un suicidio. Agaché lacabeza desde que oí el primer tiro y cuando mequedé solo en el coche me dejé caer sobre el otroasiento. Para salir de allí traté de reptar dentrodel patrulla en la misma dirección que ocupabaya mi binomio, pero no pude: me quedéenganchado en el reposabrazos izquierdo de miasiento. Así fue como perdí la batería del radio-transmisor portátil y los grilletes. Pensé que nosaldría vivo de aquello. A la memoria se me vinola imagen de mi hija de tres años. Justo al darlela espalda a la línea de fuego, todavía dentro delcoche, sentí un fuerte golpe en la zona dorsal.Era como un puñetazo, pero no le eché más

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cuenta y hasta pasadas varias horas no lorecordé. Hasta entonces creía que esas cosas solopasan en las películas. Yo mismo me decía a mímismo que eso no podía estar ocurriendo deverdad. Tenía miedo por mi vida y solamentepensaba en llegar vivo a casa».

Cuando por fin el policía pudo salir delpatrullero, corrió hasta una posición cercana a lade su compañero. Se protegió detrás de un enormemacetero de mármol. Entre los tiradores hostiles ylos dos funcionarios había una distancia de entrediez y doce metros, los que separaban a ambasaceras en aquella avenida de dos carriles decirculación en ambos sentidos, con una pequeñamediana. No obstante, los primeros disparos seefectuaron en un rango mucho menor, a no más decinco metros. «Me costó mucho trabajoarrastrarme por los asientos. Yo pesaba cerca decien kilos y tengo un metro con noventacentímetros de estatura. Para colmo, y menos malque fue así, llevaba puesto un chaleco antibalas

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interior que me había comprado al acabar elperiodo académico. Para salir completamentetuve que dejarme caer al asfalto, lesionándomelevemente los codos. Me parapeté tras la zonadelantera del coche, donde estaba el bloque delmotor y el eje de las ruedas. Viendo que losproyectiles cruzaban el coche de lado a lado,muerto de miedo y con la cabeza agachada voléhacia un macetero gigante que había en la acera.Para cambiar de posición aproveché un instantede silencio, en el que por algún motivo dejaronde dispararme. Me di un porrazo tremendo en larodilla al saltar sobre mi improvisado abrigo deprotección (el macetero). Me dolió mucho, peropude seguir actuando. Los disparos sereanudaron cuando ya estaba a punto dealcanzar el lugar que había elegido pararefugiarme. Vi impactos en el suelo e inclusollegué a oír como pasaban las balas cerca de mí.Al final me diagnosticaron una fractura demenisco y me tuvieron que intervenir

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quirúrgicamente».Alcanzado el pavimento peatonal y creyéndose

protegido, el agente desenfundó su pistola Star 28-PK y trató de disparar contra los dos hombresarmados que divisaba ante sí. No pudo. El armapresentaba una interrupción mecánica de lasdenominadas de acerrojamiento incompleto, o almenos así fue definida por los armeros delCuerpo, cuando el protagonista les describió loque había ocurrido. El funcionario confiesa que taleventualidad se pudo producir por emplear unafunda inadecuada. Cuando abandonó la Academiaadquirió, a título personal, una moderna fundaantihurto que estaba fabricada para otro modelo dearma. Su pistola, por tanto, no encajaba completa ycorrectamente en el cuerpo interior de la pistolera.Esto hizo que la corredera quedarapermanentemente retrasada unos milímetros dentrodel espacio que ocupaba, sin que ello fueseadvertido a tiempo por su usuario. Así pues,«aunque portaba la pistola con cartucho en la

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recámara y en doble acción, y no llevabaactivado el seguro manual, no pude disparar: eldesconector de disparo lo impedía, además delexceso de suciedad que me dijeron losespecialistas que presentaba mi arma. A la roñase sumó el hecho de que usaba una fundadiseñada para otra pistola. En mi presenciadesmontaron por completo la pistola y lasumergieron en gasoil. Yo nunca había visto unarma tan desmenuzada y según dijeron losmecánicos esa pistola jamás había pasado porese tipo de mantenimiento. En la Escuelasolamente me enseñaron el despiece elemental, elbásico», describe el alumno en prácticas.

Añade el mismo agente, respecto a laconfrontación: «Mi binomio estaba allí al lado,en la acera. Me miró extrañado al oírme gritar,“¡se me ha encasquillado!”. Él ya estabadisparando sobre ellos. Tuve que solventar latraba y tan pronto lo hice respondí con tres tiros.Veía perfectamente como los dos hombres

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ocultaban sus rostros bajo máscaras. El que medisparó, mientras estuve atrapado en el coche,llevaba un fusil de asalto AK-47, un Kalashnikovdel calibre 7,62 × 39 mm; y el otro una escopetadel calibre 12 con los cañones recortados. Misubconsciente hizo que me fijara atentamente enel punto de mira del fusil y todavía guardo elrecuerdo de lo enorme que me pareció».

Tratando de que el agente rememorara para esteestudio algunos detalles de lo acontecido duranteel desenfunde y manipulación de su arma, admiteque, aunque nunca floreció oficialmente tal dato,cree que inconscientemente manipuló el seguromanual de aleta de la pistola. Manifiesta hoy:«Tengo un borroso recuerdo que se confunde conpensamientos ilusorios, en el que me veodesactivando el seguro de la pistola cuando enrealidad nunca lo llevaba puesto. Sé que lo quité,pero me pregunto cuándo lo puse. Ya no sé qué eslo que pasó. Tengo dudas y lagunas de memoria.Tiendo a pensar que activé inconscientemente el

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seguro después de extraer el arma de la funda, yal no producirse el disparo en doble acciónretrocedí dos veces la corredera. Cuando todoacabó regresé a buscar los dos cartuchos queexpulsé de la recámara con aquellas maniobras.Seguían tirados en el suelo. Menos mal queconseguí resolver el problema».

El agente conductor quedó sorprendido al verque el otro policía había llegado ileso hasta laacera: ya había comunicado por radio que sucompañero estaba muerto o herido dentro delvehículo oficial. Los asaltantes continuaronregando la calle con disparos. Dada la hora queera y siendo aquella la mayor zona comercial de laciudad, el lugar estaba plagado de ciudadanosajenos al suceso. En mitad de la línea de fuegohabía una pareja de muchachos (hombre y mujer)que, tumbados en la carretera, lloraban abrazadosentre sí. Circulaban en un ciclomotor cuando sedesató aquel infierno. «Tenía miedo. Las ráfagasde fusil no dejaban de sonar. Pese a que estaba

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afanado en repeler el ataque con mi pistola, elrugido de los disparos retumbaba continuamenteen mi cabeza. Me faltaba el aire al respirar y elchaleco me pesaba y presionaba el pecho de unamanera anormal. Los escasos metros que tuveque recorrer desde que abandoné el coche meparecieron una maratón. Llegué sin resuello. Enun momento determinado vi como elenmascarado de la recortada se acercaba a unturismo estacionado frente a la joyería. Todoparecía indicar que huirían de allí en él. Esehombre estaba justo enfrente de mí, a entre ochoy diez metros de distancia. Yo me asomaba por elmacetero y disparaba. Tras efectuar unaandanada de tres tiros vi como ese tipo se llevóla mano izquierda a la cara, a la par que sucabeza se movió bruscamente. A continuacióncayó al suelo sobre sus rodillas y finalmentequedó tendido en el asfalto, junto al automóvil.Murió. Hicimos lo que teníamos que hacer: éldisparó contra nosotros y por lo menos uno de

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sus tiros impactó contra nuestro coche. Creo quele dimos justo después de que recargara suescopeta de dos cartuchos, porque el arma teníadentro otro par sin percutir. No tengo recuerdo oconciencia de haber alineado los elementos depuntería: disparé a dos manos dirigiendo elfuego hacia ellos, y punto. Aunque todo fue muyacelerado, calculo que entre los primerosrafagazos (sic) y nuestros últimos disparostrascurrieron uno o dos minutos».

Los policías emplearon munición semiblindadadel calibre 9 mm Parabellum, penetrando uno deestos proyectiles casi en el entrecejo del finado.Como quiera que la bala sobrepenetró la bóvedacraneal, ésta no fue hallada en la escena, aunque seemplearon grandes esfuerzos en su localización.Esto implica que no puede atribuirse el óbito a unpolicía concreto, dado que ambos tiraron a la vezsin coordinación alguna entre ellos. Destacar quelos tres delincuentes hacían uso de chalecos deprotección balística. Dada las armas y cartuchería

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usada por los funcionarios, en caso de habercolocado impactos en las zonas protegidas nohubiesen producido bajas.

En ese momento hicieron acto de presencianumerosos coches patrulla, que se adivinaban enlas proximidades por el sonido de sus sirenas y lasparpadeantes y destellantes luces azules de lospuentes prioritarios que reflectaban por todaspartes. El policía que había llegado conduciendoel patrullero, y que primero consiguió bajar de él,les gritó por la emisora portátil que detuvieran lamarcha, que de continuar circulando en direcciónal punto del tiroteo entrarían de lleno en un área defuego cruzado. Pese a las advertencias, el tiradordel Kalashnikov abrió fuego también contra laremesa de apoyo. Con la intención de dar tiempode reacción y cobertura a sus compañeros, elalumno en prácticas efectuó nuevos y rápidosdisparos. Este funcionario no recuerda conprecisión el número total que realizó, pero laPolicía Científica halló en el lugar ocho vainas

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compatibles con su arma, aunque pudo haberdisparado algunos más sin que aquellos otroscasquillos hubiesen podido ser localizados.Apostilla el policía: «Deliberadamente disparéalgún cartucho “suelto” a las ruedas del cochede los atracadores. Pensé que si parcialmente lesinutilizaba el coche reduciría sus posibilidadesde huida. Sé que lo conseguí, uno de losneumáticos delanteros resultó pinchado. Durantela refriega una puerta del turismo recibió almenos cuatro tiros más. Gasté más de la mitad dela munición que tenía en el cargador, perollevaba otro en el cinturón con quince cartuchosde repuesto. Lo que no tengo claro es si hubiesepodido efectuar un cambio de cargador, creo quetal como me sentía no hubiera atinado a realizarla maniobra. Mi binomio disparó algunoscartuchos más que yo, quizá once. Me sorprendióla valiente e íntegra actitud que mostraronalgunos compañeros desplazados como refuerzo.Estos eran de mi turno y todavía se estaban

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uniformando en los vestuarios: yo inicié elservicio media hora antes que ellos a petición deljefe. Unos cuantos llegaron con sus vehículosparticulares».

Mientras todo esto ocurría con el más novel delos actuantes, el otro, el conductor, atendía a unamujer alcanzada por un proyectil. Detrás de laposición que este funcionario ocupaba en la escenahabía un establecimiento público, hasta cuyointerior entró la bala que hirió a la señora. Éstapresentaba en la cadera una alarmante herida porla cual sangraba abundantemente. El policíataponó la hemorragia y solicitó urgente presenciamédica. Aunque no fueron heridas de gravedad nisocorridos por los agentes, otros dos transeúntesresultaron alcanzados por restos de proyectilesprocedentes de rebotes: un señor de cierta edad enla espalda y otro más joven en una muñeca. Deeste último se sospechó que la lesión de bala quepresentaba pudiese proceder de otro ilícito, dadoque huyó de la Policía en el centro sanitario y

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hasta el mismo llegó por sus propios medios, sindar conocimiento a las fuerzas de seguridad sitasen la avenida, escenario de todo. Este hombre, enunión de otras personas, fue detenido mesesdespués en otro atraco.

Neutralizado un atracador, el otro, el del AK,desapareció del campo visual de losintervinientes. El agente que se protegía tras elrobusto y lustroso macetero abandonó su seguraposición y avanzó hacía su coche patrulla, que seencontraba justo a mitad de distancia de la línea detiro establecida con los criminales. Desde allí,manteniendo contacto visual y verbal con el jefedel turno, revisó el automóvil junto al cual yacíamuerto el escopetero. Los policías creyeron que elotro individuo podría hallarse oculto en suinterior. «El jefe de servicio fue de los primerosen hacer acto de presencia. Ambos nos acercamosal coche tiroteado. Tomamos muchasprecauciones porque estábamos casi seguros deque el del “Kalaka” estaría dentro. Los cristales

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traseros estaban tintados y no veíamos elinterior. Mi jefe usó la defensa extensible demetal para fracturar las ventanillas, mientas yolo cubría con la pistola. Una vez hecho un buenagujero en el vidrio, comprobamos que habíansido colocadas por dentro bolsas de basura decolor negro, para dar mayor privacidad a losocupantes. Nada. El coche estaba vacío». LaPolicía Científica halló posteriormente dosgranadas de mano, de origen ruso, dentro delvehículo.

Evidenciada la fuga del segundo atracador, elnovato se aproximó hasta la joyería objeto delrobo. Allí se interesó por el estado de lasdependientas (tres mujeres) y posibles clientes.Todos estaban bien pero muy asustados, sobre todouna señora y su hijo pequeño a quienes el asaltoles sorprendió cuando estaban realizando unacompra. Fue en esos momentos cuando unosviandantes informaron al funcionario, en la mismapuerta de la tienda, de que eran tres los hombres

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armados que habían abandonado violentamente elestablecimiento. «Yo le dije a las empleadas queestuvieran tranquilas, que habíamos abatido auno y que estábamos ya buscando al otro.Tremenda sorpresa me llevé cuando algunaspersonas me comunicaron que eran tresatracadores y que dos habían salido corriendo.Yo nunca llegué a ver a tres enmascarados,solamente a dos, al que huyó con el fusil deasalto y al que recibió el balazo en la cara. Estanovedad no pude comunicarla con mi radioportátil, pues la batería se me habíadesenganchado y caído al abandonar tanprecipitada y aceleradamente el patrullero.Estaba incomunicado. Ordené a una vendedoraque cerrara las puertas por dentro y que noabriera hasta que llegara algún policía».

Ante la imposibilidad de trasmitir a todos quetenían que localizar a dos personas y no a una, elalumno solamente pudo comunicarse con doscompañeros que se encontraban físicamente cerca

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de él (uno era superior jerárquico). Los tresemprendieron veloz carrera en dirección a dondepensaron más lógica la escapatoria, pero unaturista extranjera les indicó el camino exacto quehabía tomado al menos uno de los ladrones.Pistola en mano, los tres uniformados revisaron unlocal de actividades lúdicas infantiles que seencontraba en la ruta de fuga. Tomaron muchasprecauciones. De ahí pasaron a un aparcamientopúblico de varias plantas, donde se dividieronpara abarcar más área. En ese instante aparecieronalgunas unidades de apoyo que se sumaron alregistro, palmo a palmo, de aquel enorme garaje.«Yo no podía correr mucho, me dolía demasiadola rodilla y también la espalda, pero así y todorecorrimos entre ochocientos y mil metros. Alfinal un compañero localizó al ladrón cuandoéste abandonaba el parquin. Un particular lo vioy lo redujo el tiempo suficiente para que elpolicía llegara y pudiera proceder a suengrilletamiento. De ahí nos fuimos a

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comparecer e instruir diligencias. Durante miturno de manifestación el dolor de la espalda seagudizó, por ello me quité el chaleco balísticointerior. Éramos muy pocos los que usábamos esetipo de prendas en el turno, por eso algunoshacían bromas sobre ello. Cuando me liberé deél, vimos que tenía un abollamiento coincidentecon el punto que me dolía. Descubrimos,asombrados, que había un impacto que me habíaprovocado el enrojecimiento de la región dorsalizquierda. El chaleco era de nivel de protecciónIIIA, marca Corservic, modelo TC10 y no estabadiseñado para detener proyectiles de fusilería.Como los de Policía Científica habíandescubierto varios impactos de fusil queatravesaron una farola de acero fundido, quehabía entre las dos líneas de tiro, posiblemente elproyectil que me dio a mí había perdido muchaenergía al atravesar aquella columna metálica,según me dijo un amigo instructor de tiro».

Aunque en aquella unidad de seguridad

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ciudadana no se solían llevar colocados en elcuerpo los chalecos antibalas, sí que es cierto queen los portamaletas de los patrulleros setransportaban algunos modelos antiguos, e inclusoarmas largas. No fue así aquel preciso día: casitodos los coches en servicio eran nuevos y todavíano estaban acondicionados y equipados. De algosirvió lo acontecido esa tarde, al día siguientetodos los coches ya estaban dotados con escopetasde repetición del calibre 12 y de chalecos demoderna manufactura.

Con el paso de los minutos, horas y días, sesupo que los tres hombres pertenecían a unaorganización criminal extranjera especializada enrobos a bancos, joyerías y furgones blindados detransporte de fondos y caudales. Eran personasextremadamente peligrosas. En los minutosposteriores a la detención del segundo delincuente,el tercero consiguió abandonar la ciudad oculto enun vehículo que secuestró, con dos ocupantes deavanzada edad en su interior (conductor y

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acompañante). A punta de arma obligó al anciano aque lo escondiera entre los asientos delanteros ytraseros de su utilitario. De esa guisa consiguióeludir varios dispositivos estáticos de control,estratégicamente establecidos en los puntos clavede salida de la localidad. «El secuestradoreconoció que la Policía lo había parado envarios controles y que incluso algún agente mirósuperficialmente el interior del coche. Loscompañeros de los controles tuvieron muchasuerte al no detectar la presencia del atracador,no tengo duda alguna de que hubiera muertoalguno y seguramente también el matrimonio queocupaba los asientos delanteros».

El agente manifiesta que su experiencia en laPolicía, con respecto al manejo de la pistola, secircunscribía a los ejercicios de tiro que habíarealizado en la Academia. Aunque el Cuerpo teníaestablecido un programa anual de reciclaje de tresllamamientos, para consumir un total desetentaicinco cartuchos, en los nueve meses que

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llevaba ejerciendo en la calle, como alumno enprácticas, nunca fue convocado a dichosentrenamientos. Señala: «Cuando fui militarprofesional a veces disparaba con pistola, peronunca me atrajeron esas cosas. Ahora sí; ahorame interesa todo lo que tiene que ver con elmundillo del tiro y de las armas. Tras el tiroteome hice socio de un club de tiro deportivo. En midestino actual he coincidido con un graninstructor, una persona a la que le apasiona elentrenamiento serio y realista. Siempre busca lacercanía con la crudeza de la calle, algo que yoviví. En la actualidad entreno varias veces al mese incluso llevo siempre encima una pistolaparticular, en mis ratos libres. Me gusta hablarcon quienes han pasado por situacionesdelicadas como la mía, me sienta bien. Creo queme ayuda a superarlo y a comprenderme mejor».Este funcionario cree que ahora está máspreparado que antes y piensa que podría manejarcon cierta soltura casi cualquier situación armada

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que se le pudiera presentar. Asegura que si pudieravolver atrás en el tiempo actuaría de otro modo.«Tratando de encontrarme fallos, muchas veceshe repasado mentalmente todo lo que hiceaquella tarde».

El resultado final de la actuación, y susconsecuencias, fue gratamente acogido por loscompañeros y jefes de los participantes. Pese aque se produjo fuego cruzado, hubo un fallecido yalgunos ciudadanos resultaron heridos porimpactos directos y rebotes de las balas del riflede asalto, la Prensa no se cebó con la Policía. Elagente que responde para estos autores manifiestaque su familia, jefes y compañeros se mostraroncomprensivos y admirados por cómo se ejecutó yculminó todo. Matiza el funcionario, «desde laAcademia del Cuerpo sí recibimos críticas pornuestra forma de actuar. Esto hizo que mesintiera muy mal, pero desde mi unidad se emitióun escrito en defensa y apoyo a todo lo quehabíamos hecho, puesto que uno de los actuantes

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había sido profesor en aquel centro deformación. No tuve objeciones en hablar contodos los que se mostraron interesados en sabercómo se produjo el tiroteo. Suscitaba muchacuriosidad. Aunque durante la primera semanatuve problemas de sueño y me asaltabanrecuerdos de cuando me encontraba atrapado enel coche a merced de las ráfagas, no precisétratamiento médico especializado, ni me puse enmanos de los psicólogos. Me ofrecieron variosdías libres, pero rehusé a ellos. Tres semanas mástarde juré el cargo y posteriormente se meintervino quirúrgicamente de la lesión de rodilla.Trascurrido un año, fui premiado con una de lascondecoraciones más destacadas y prestigiosasde cuantas me podían otorgar. No empecé mal micarrera profesional». El binomio de este agenterecibió idéntico reconocimiento. Los demásintervinientes, cuatro, fueron galardonados conmedallas al mérito inmediatamente por debajo dela anterior, dentro del catálogo de premios y

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recompensas.Entre las conclusiones a las que el policía ha

llegado, destaca que el porte y uso de la pistola encondición de disparo de doble acción esprimordial. Asevera, con cierta vehemencia, quelas personas que nunca han participado en unservicio de a vida o muerte con armas de pormedio, no llegarán nunca a comprender lo confusoy complicado que se vuelve cualquier acción. «Lagente se cree a pies juntillas las cosas que ve enlas películas y teleseries», sentencia.

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Tremendísimo suceso. Aunque no es el únicocaso aquí conocido en el que se emplearon armaslargas contra las fuerzas actuantes, sí resultaextraordinario sobre el resto porque fue usado un

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fusil de asalto, un arma larga de guerra. Se tirócontra la Policía con un AK-47, un Kalashnikov,un arma simbólica, emblemática y estigmatizadacasi desde su nacimiento. Al igual que el nombre eimagen de otras armas históricas, el Kalaka, comose le llama en el argot policial y en ciertos ámbitosdelincuenciales, ha estado asociado durantedécadas a la idea mundial del comunismo, lasguerrillas y el terrorismo internacional.

Lejos de caer en el olvido, este fusil de asaltoestá en plena vigencia, aquí, por el uso cada vezmayor que se hace de él a nivel doméstico-delictivo. La mera mención de su nombre ya haceestremecer a muchos policías y vigilantes deseguridad de bancos, joyerías y transportes defondos. Atracos y ajustes de cuentas realizadoscon Kalashnikov se cuantifican por decenas entoda la geografía nacional y no siempre por elmanejo de manos extranjeras. Sin duda, posee unaimportante potencia de fuego: utiliza cargadoresestándar de treinta cartuchos de capacidad, pero

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existen incluso de más del doble. Aunque no sehace constar en la primera parte del capítulo, alcargador principal del arma empleada iba asido,con cinta adhesiva, otro de repuesto. No obstante,el calibre que dispara no es más potente que lamayoría de cartuchos metálicos usados para cazamayor en España. Pese a que estamos hablando deun cartucho del calibre 7,62 milímetros, éste notiene nada que ver con el que abundantemente seemplea en España por algunas armas militares,policiales y también civiles de tiro de precisión yactividades cinegéticas. Así pues, el 7,62 del AKposee una vaina de treintainueve milímetros delongitud, frente a los cincuentaiuno de la municiónque la Policía, la Guardia Civil y los militaresutilizan en fusiles de asalto, armas de tirador(también llamado francotirador) y ametralladorasmedias. Señalar que el 7,62 × 51 mm usado enEspaña es también «apellidado»,internacionalmente, como 7,62 OTAN/NATO y.308 Winchester.

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Respecto a la generación de energía, el 7,62 delos atracadores, también conocido como Ruso oSoviético, monta un proyectil estándar de 123grain (gr.) y desarrolla 2.200 julios (J) a 740metros por segundo (m/s) de velocidad inicial. Yel 7,62 NATO: 145 gr. y 3.500 J, a 850 m/s. A cienmetros de distancia de la boca de fuego, el rusoconserva 1.600 julios y el occidental unos 2.900.Los datos presentados se han obtenido concañones probeta de seiscientos milímetros delongitud y pueden variar según el fabricante delcartucho. Como referencia aclaratoria, máscercana y conocida, decir que los proyectiles de 9mm Parabellum más empleados policialmente sonde 124 gr. de peso. Estos consiguen una velocidadmedia 350 m/s y 510 J de energía en boca. Energíay velocidad quedan reducidas a 352 J y 298 m/s,alcanzados los cincuenta metros de distancia.

Nota: Un grain (peso de un grano de trigo)equivale a 0,064798 gramos (g), lo que significaque un proyectil de 124 gr. posee 8,03 g de peso.

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El grain es una vetusta unidad de medida que seutilizaba para el comercio del trigo. Hoysolamente es empleada en balística y arquería.

La energía de los proyectiles del fusil queprotagoniza este episodio, a la distancia de diezmetros en que ocurrió el tiroteo que nos ocupa, eramás que suficiente para perforar el chaleco deprotección balística que usaba interiormente unode los agentes. Es más, hubiese conseguidoatravesarlo incluso por encima del rango de loscien metros. Como así consta, la parte posterior deesta prenda protectora presentaba un impacto.Siendo el chaleco de nivel de protección IIIA,como era el caso, es muy probable y razonable quela bala tocara la armadura de modo no directo sinotangencial. Incluso podría tratarse del impacto deun fragmento de proyectil rebotado. Pero como elpropio funcionario manifiesta, puede que aquelimpacto se produjera tras atravesarse una gruesafarola de acero existente en la escena: al menostres balas cruzaron sus paredes aceradas,

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continuando posteriormente su recorrido. Estoreduce la velocidad y energía de los proyectiles,pudiendo haber llegado uno de ellos con lacapacidad justa para que la prenda cumpliese sufunción.

Mucho se ha comentado sobre losenfrentamientos en los que las fuerzas de seguridadse han defendido exclusivamente con pistolas, antedelincuentes armados con fusilería u otras armaslargas. Algunos consideran que frente a estasarmas nunca se podrá ganar la partida, si quien sedefiende solamente utiliza una arma corta, menosaún si es del tipo revólver (atracos a furgones detransporte de fondos, en los que los vigilantes deseguridad portan estas armas). Como ha podidocomprobarse aquí, poder se puede, otra cosa esque se consiga. Aunque los funcionarios queprotagonizaron el tiroteo no pudieron abatir aldelincuente que disparaba con el fusil de asalto, síque consiguieron su propósito con uno de suscompinches armado con una escopeta. Uno de los

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numerosos disparos efectuados por los dosagentes, acertó de pleno en la cabeza delatracador. La baja se consiguió posiblemente porazar, por saturar con fuego la zona de riesgo; todavez que para alcanzar en una única ocasión elcuerpo del hostil se consumieron bastantescartuchos, impactando muchos de ellos en otrospuntos del escenario. El propio coche en el quepretendían huir presentaba numerosos orificios debala. Dieciocho disparos para obtener un soloimpacto lesivo es una media que tal vez muchosvean exagerada, y quizá lo sea; pero es queaquello de apuntar con tranquilidad, para asegurarel blanco es, como norma general, una ilusiónsolamente alcanzable en la galería de tiro y ennuestras series televisivas preferidas.

Ya se ha referido hasta la saciedad a lo largode la obra: la fisiología se impone. La naturalezamanda. Apuntar no es sencillo cuando quien lopretende hacer está bajo la tensión generada por laidea de morir. Es imposible la mayoría de las

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veces. Las reacciones fisiológicas ante el peligro,fruto de miles de años de evolución de la especiehumana, se sobreponen a cualquier otra en losmomentos de mayor peligro. Unos sentidosmerman mientras otros se potencian. En este ordenla visión queda seriamente afectada siempre. Elpropio funcionario admite que no recuerda habertomado o enrasado los elementos de puntería de supistola. No tiene conciencia de ello. Oír esto es,ya, una constante para los autores de este libro.

Otra circunstancia casi omnipresente es elexceso de perforación de los proyectiles utilizadospor las fuerzas del orden. La cartucheríasemiblindada es la más ampliamente extendidapara los quehaceres policiales y también en elsector de la seguridad privada y personal. Pese aque la bala que produjo la muerte del delincuenteno está relacionada con las lesiones provocadas aterceras personas (varios transeúntes), este riesgoexistió. Obviamente, también produjeron peligropotencial aquellos disparos de la Policía que no

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acabaron sobre los asaltantes (balas perdidas, enla jerga). El proyectil letal no fue hallado durantela pertinente inspección técnico ocular policialrealizada por la Policía Científica. En virtud deesto, hay que suponer que pudo acabar impactandorelativamente lejos de la escena principal delincidente. Esto es obvio, de lo contrario la balahubiese sido encontrada. Así las cosas, si terminódeteniendo su trayectoria lejos del primer punto deimpacto (la cabeza), originó un potencial riesgo dedaños colaterales. Lo que sí queda acreditado esque el exceso de penetración impidió averiguarqué agente fue el autor del disparo mortal. Lastrayectorias estudiadas eran compatibles con lasposiciones que ambos funcionarios ocupaban en laescena, mientras respondían al potente fuegoadverso.

Quizá sea este el único episodio conocido en laobra en el que se presenta una interrupciónmecánica del arma. Que no se produzcanfrecuentemente encasquillamientos en situaciones

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reales de confrontación, no significa que no esténpresentes en las vidas de quienes trabajancontinuamente con armas. Son muy habituales enlos entrenamientos con fuego real, sobre todo enaquellos que consumen los cartuchos que duranteaños han ocupado los cargadores de uso diario.Precisamente por ello se producen muchas de estastrabas, por emplear munición mal conservada omuy manipulada. El mero hecho de transportar losmismos cartuchos durante años, dejándolosexpuestos a cambios de temperatura, humedades y,a veces, hasta recibiendo golpes (caída del propioarma, del cargador o del mismo agente que loslleva consigo), deteriora las cualidades yprestaciones de la munición. Realizar maniobrasde manipulación con la cartuchería de dotación,como es la de introducirla y expulsarlacontinuamente de la recámara del arma (pistola eneste caso), es gravemente dañino. Todo esto puedealterar físicamente al conjunto del cartucho, aveces prolongando su longitud (elongación) y en

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ocasiones recortándola. Por permanecer en elinterior del cargador o de la recámara más tiempodel debido, sin el oportuno control, mantenimientoo sustitución, se conocen casos de cartuchos quehan sufrido el desengarce del proyectil de su vaina(caída de la bala). Esto es tender la mano al fiascode una interrupción, en algún momentotrascendental.

Aquí se dio un motivo en el que nada tuvo quever la munición. En virtud de lo que se conoce, lacausa pudo ser la utilización de una funda pistolerainadecuada, amén de un posible exceso desuciedad, como parece que señalaron los armerosque fiscalizaron el arma tras producirse loshechos. Si bien el policía pudo solucionareficazmente el contratiempo, tal vez debió emplearuna fórmula o técnica más rápida para resolver elpresunto acerrojamiento incompleto. El problema,a la vez que la realidad, es que poco o nada seadiestra a los profesionales armados en elconocimiento de cómo y por qué se producen las

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trabas (encasquillamientos). Mucho menos seinstruye en las técnicas a utilizar para solventarlas.

Una vez más hay que significar que muchospolicías trabajan dotados de armas con las queentrenan, en el mejor de los casos, poco o muypoco. En otras ocasiones no practican jamás.Quien respondió a la entrevista para este capítulollevaba casi un año trabajando, en la calle, con unapistola con la cual nunca había disparado.Solamente había tirado con un arma del mismomodelo en la Academia, pero a eso no se le puedellamar entrenamiento. El programa de formaciónpara agentes de nuevo ingreso aspira y pretendefamiliarizar al alumno con el arma, y en base a losconocimientos que va adquiriendo es sometido acontinuas evaluaciones. Así pues, el alumno prestamás atención a la forma de aprobar la asignatura,que al modo de comprender, interiorizar y sabersacar partido de las lecciones. Solamente buscasuperar los exámenes y controles. Creer otra cosaes un error. Sería engañarse. No hay que confundir

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los planes de formación inicial de cuando seingresa en la institución, con los de reciclaje yperfeccionamiento que se pueden y deben hacer alo largo de la carrera profesional.

Aunque no se consumiera el cien por cien de lamunición de los cargadores de las pistolas deninguno de los funcionarios, sí que se estuvo apunto de llegar a ese extremo. Para tal caso, ambosagentes llevaban consigo sendos cargadores derefuerzo, con suficiente munición. Pero como unode ellos reconoció, no cree que hubiese podidoefectuar eficazmente la reposición. Admite que lasituación le condujo a tal nivel de estrés, que en elmejor de los casos seguramente no hubieraencontrado el cargador en el contorno de sucintura. En el peor de los supuestos quizá nohubiese ni recordado que lo llevaba encima o quetenía que realizar la maniobra. Es lo que ya se hadicho en otras ocasiones: cuando una persona esconsciente que desde diez metros de distancia estásiendo ametrallada, y pasa en décimas de segundos

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de una situación anímica de reposo a otra desupervivencia extrema, su capacidad cognitiva, lashabilidades motoras finas y las habilidadesmotoras complejas se ven seria y negativamentealteradas. Se pierde la facultad consciente deasimilar la información que se percibe y procesaen base a los conocimientos previamenteadquiridos para valorarla.

En cualquier caso, el cambio de cargador sedebió efectuar de modo preventivo o proactivo,toda vez que abatido un delincuente se procedió ala búsqueda de otros dos. De haberse reanudadoun nuevo intercambio de disparos, un policía sehubiese encontrado con que su cargador conteníatres o cuatro cartuchos, y el otro un poco más, seiso siente. Poca munición para iniciar una nuevaconfrontación con quienes usaban armas de mayorcapacidad y potencia.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

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Si intentásemos planificar un escenario deenfrentamiento armado disponiendo de todos loselementos que pudieran causar pesadillas a unpolicía, el relato narrado en este capítulosuperaría, con creces, todo lo que pudiésemosimaginar. Y lo que aquí se cuenta quedaperfectamente definido en palabras del propioagente protagonista: «Hasta entonces creía queesas cosas solo pasan en las películas».Encontrándose en prácticas, su «puesta de largo»policial no pudo ser más angustiante. Colocándosetan cerca de la muerte, en lo único que pensaba eraen sobrevivir: «Pensé que no saldría vivo deaquello. A la memoria se me vino la imagen de mihija de tres años […] Tenía miedo por mi vida ysolamente pensaba en llegar vivo a casa».

A lo largo de este libro, en varias ocasiones,hemos insistido en que el miedo es fundamentalpara mantener vivo al policía. El miedo no es unenemigo. Es el mejor compañero de viaje duranteun incidente crítico, si se le da permiso para

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aparecer y si se sabe gestionar con eficacia. Paratener una idea más clara del papel que juega y hajugado el miedo en nuestra evolución, me«apropiaré» de unas reflexiones del investigadorShiping Tang:

«Desde un punto de vista de la supervivencia,el miedo por la propia integridad, o el miedo a lamuerte como consecuencia de un peligro oamenaza proveniente de terceros o del entorno, esabsolutamente esencial para la supervivencia. Porconsiguiente, durante nuestro pasado evolutivo,nuestras habilidades para detectar y reaccionarante el peligro se han ido fortaleciendo porselección natural. El miedo es el rasgo psicológicomás importante que la evolución ha concedido alHomo sapiens».

«Cuando realizamos juicios sobre una situaciónque genera incertidumbre (un sospechoso, añadiré)se pueden generar dos tipos de errores (falsospositivos y falsos negativos). Esta incertidumbrecrea un profundo dilema y es que la toma de

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decisiones no puede minimizar simultáneamenteambos errores: disminuir la posibilidad de unerror inevitablemente incrementa la probabilidaddel otro. Para resolver este dilema, la evoluciónha preparado a nuestro cerebro para que se decidapor el error menos costoso: la evolución nos haproporcionado capacidad para gestionar errores».

«Ya que fracasar en la detección y reacciónfrente a un peligro puede resultar devastador ypotencialmente fatal, nuestro cerebro prefierearriesgarse y hacer un falso positivo (por ejemplo,provocar una respuesta de miedo hacia un estímuloque resultaba ser inofensivo) en lugar de un falsonegativo (ej., fracaso a la hora de emitir unarespuesta de defensa frente a estímulos que puedenresultar dañinos) cuando se encuentra a un extraño.Mientras que cometer un error de falso positivopuede desperdiciar algunos recursos en unarespuesta de defensa innecesaria (pensemos en darel alto a un sospechoso e identificarlo, añado yo),cometer un error de falso negativo puede poner al

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sujeto en riesgo de sufrir daño o la muerte. Porconsiguiente, cuando nos enfrentamos a un peligropotencial procedente de otras personas,inevitablemente tenemos la tendencia a desviarnuestra percepción y realizar errores de falsopositivo».

«En otras palabras, nuestro cerebro ha sidocondicionado intensamente para “sobredetectar” y“sobrereaccionar” hacia el peligro disparando elmiedo: más vale prevenir que curar, que dice elrefrán».

En varias ocasiones durante el relato, el policíareconoce haber experimentado miedo. Este miedono le paralizó y le llevó a buscar protección parapoder hacer frente a la amenaza de la lluvia debalas procedente del otro lado de la calle.

Pero, experimentar emociones tan intensas yestar sometido a un estrés de supervivencia tanagobiante («Me faltaba el aire al respirar y elchaleco me pesaba y presionaba el pecho de unamanera anormal. Los escasos metros que tuve

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que recorrer desde que abandoné el coche meparecieron una maratón. Llegué sin resuello») lepasará factura a su memoria. El estrés elevadoafecta claramente a la capacidad del agente pararecordar parte de lo que vivió en aquellos difícilesmomentos: «Tengo un borroso recuerdo que seconfunde con pensamientos ilusorios, en el queme veo desactivando el seguro de la pistolacuando en realidad nunca lo llevaba puesto. Séque lo quité, pero me pregunto cuándo lo puse. Yano sé qué es lo que pasó. Tengo dudas y lagunasde memoria. Tiendo a pensar que activéinconscientemente el seguro después de extraerel arma de la funda…».

Se han realizado diferentes estudios paraevaluar el grado de afectación de la memoriacomo consecuencia de un incidente crítico y, enconcreto, tras una confrontación armada. De todosellos podemos extraer dos conclusiones generales:

1. Durante los incidentes de alto estrés, como

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puede resultar un enfrentamiento armado, es másprobable que el policía concentre su atención en laamenaza más directa en lugar de hacerlo sobre laspersonas y objetos que se encuentran en laperiferia de su visión. El que el agente tenga unrecuerdo más claro del delincuente armado que delcoche que empleaba para la evasión, no significaque su entrenamiento haya fallado o que pretendaomitir determinada información. Este hecho esresultado del estrés y de la presión experimentadadurante el incidente que le juegan malas pasadas ala hora de recordar determinados eventos.

2. Teniendo en cuenta los datos obtenidos, noparece que sea muy efectivo entrevistar al agente acontinuación de la experiencia de la confrontaciónarmada. Aunque no existen protocolos claros alrespecto, la experiencia señala como orientaciónno entrevistar al policía inmediatamente despuésdel incidente crítico (retrasar la declaraciónjudicial o policial). Los recuerdos del sucesopueden quedar distorsionados por el estrés

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experimentado. De hecho, y dependiendo delestudio, hasta un 46 por 100 de los agentesentrevistados refieren dificultades para recordar losucedido de forma clara y fiable.

El policía protagonista de este relato nos cuentacómo centró su atención en el punto de mira delfusil, algo que se conoce como focalización en elarma, pasando por alto la información periférica,con lo que no pudo retenerla en la memoria demanera eficiente. Tampoco fue consciente deacciones que debió realizar de manera automática,como las manipulaciones realizadas con el armareglamentaria. Cuando se producen lagunas dememoria, tenemos tendencia a rellenar estos«vacíos» con información que puede resultarcoherente con el resto de lo conocido o recordado,tal y como demostró E. Loftus en diversosestudios. El problema es que esa información«añadida», aunque realista y coherente, puede noser cierta. Nuestra memoria es fragmentada y

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pocas veces es exacta. Cuando intentamosrecordar algo, nuestro cerebro intenta rememoraruna situación concreta para tratar de rellenar losespacios en blanco.

Aunque no es el caso que tenemos entre manos,pensemos en las consecuencias que esta situaciónpuede tener a la hora de entrevistar al agente a finde elaborar un informe de los hechos. El policíapodría recordar, como verdaderos,acontecimientos que solo están en su imaginación.Para maximizar la veracidad y precisión delrecuerdo, conviene entrevistar al actuanteveinticuatro horas después del suceso y evitar, enla medida de lo posible, que pueda intercambiarinformación con otros agentes, hayan participado ono en la confrontación armada objeto deinvestigación.

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CAPÍTULO 20

SOLO PENSABA ENSALIR VIVO

El ánimo que piensa en lo que puede temer,empieza a temer en lo que puede pensar.

FRANCISCO DE QUEVEDO (1580-1645)Escritor español

Verano. Solamente había pasado una hora desdeque se hubo iniciado el turno de tarde de aqueljueves tan caluroso. La ciudad contaba con unapoblación de algo más de veinte mil habitantes ygozaba de los servicios que prestaban dos cuerposde seguridad. Uno disponía de veinticinco agentesy el otro sumaba una fuerza efectiva de cuarentafuncionarios. Una ratio aceptable, teniendo en

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cuenta los escasos índices de criminalidadrealmente conocidos en la localidad, al margen delas cifras estadísticas dadas a conocer por laAdministración. Con dos trienios de antigüedad enla Policía y veintiocho años de edad, estefuncionario no se podía imaginar lo que minutosdespués le depararía el servicio. La organización ala que pertenecía disponía, a esa hora, de ochoagentes uniformados de servicio. Seis estabandestinados a labores de radio-patrulla, pero dos deestos policías se hallaban circunstancialmente enlas dependencias policiales, cuando seprecipitaron los hechos. Uno de ellos era él. Elotro cuerpo de seguridad también contaba convarias unidades uniformadas desplegadas en elturno de la tarde.

Sobre las 16:00 horas el agente fue requeridopor funcionarios de la otra fuerza con competenciaen la demarcación, quienes le participaron, aligual que al resto de compañeros de su cuerpo —por la emisora se comunicó a toda la malla—, que

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una persona se había fugado de prisión y queestaba localizada en las inmediaciones. Lainformación parecía totalmente veraz, algo que nosiempre ocurre en circunstancias de naturalezasimilar. A veces la información es errónea porquese suministra extemporáneamente, o porquealguien elucubra o conjetura precipitadamente.Esto es algo que ocurre con relativa frecuencia. Lacomunicación de un cuerpo al otro se convirtió enrequerimiento de apoyo, para que amboscolaborasen, mutuamente, en la detención delevadido. Sostiene el agente, ahora mando en lamisma institución, aunque con destino en otraplantilla: «Nos llamaron por teléfono a la SalaOperativa de Servicio, a la Central. Solamentenos dijeron que se trataba de un varón deaproximadamente cuarenta años de edad, queconducía un coche. Según el informante el sujetoposiblemente se encontrara cerca de nuestrabase, donde yo estaba precisamente en esemomento. Salí rápidamente a la calle con mi

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compañero. Allí nos encontramos con un mandodel otro cuerpo. Estaba pateando la zona, trashaber aparcado su patrullero en las cercanías.En eso que una persona nos requirió, dijo habervisto a un hombre sospechoso saltar un puente eintroducirse en un aparcamiento. Era un parquindescubierto, de dos plantas, que distaba denuestra posición unos quinientos metros.Constituimos dos parejas mixtas, cada una conun agente del otro cuerpo. Yo me fui con el quemandaba, con el jefe del turno. Ambos accedimosa pie al recinto por zonas distintas, uno por laentrada y el otro por la salida. Divididosabarcábamos más área. De pronto alguien noscomentó que había visto al individuo dentro deun turismo de una marca concreta. Yo fui elprimero en verlo, estaba estacionado bajo unaenorme higuera. Cuando le di el alto policial fuecuando el otro compañero se percató de que yo lotenía ya localizado. No nos comunicamos entrenosotros, a esos efectos». Esto de la no

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comunicación con el partner es muy normal. Quiense encuentra ante una potencial fuente de peligro secentra tanto en ello que no es capaz decoordinarse, muchas veces, ni consigo mismo.Mientras pasaba eso dentro del aparcamiento, enlos exteriores del recinto patrullaban, en coche,agentes de ambos cuerpos.

A estas alturas de la intervención, losrequeridos como refuerzo del dispositivo debúsqueda no conocían la identidad del fugado, niel motivo por el que se hallaba cumpliendo lacondena quebrantada. Datos que sí poseían loscompañeros que habían girado la llamada petitoriade apoyo. Los otros tampoco pidieron razón detales extremos, colaboraron… y punto. Con laprecaución que el sentido común dicta en estoscasos, los dos policías desenfundaron sus armas,revólver del calibre .38 Especial el patrullero quedio primero el alto al sospechoso y pistolasemiautomática de 9 mm Parabellum el mandointermedio del otro cuerpo. «Después de hacerle

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conocer mi presencia en el lugar, con elconsabido “alto Policía”, le pedí que memostrara las manos. Se encontraba sentado en elasiento del conductor, pero tumbado, de lado,sobre el del acompañante. Trataba, así, deimpedir ser visto desde el exterior. Me clavó unamirada que aún no he podido olvidar hoy. Seguíasin obedecer la orden que, presa de los nervios,le estaba dando a grito limpio. Yo estabaposicionado en un lado del coche, en el de laizquierda, cerca de la puerta del conductor.Continuaba viendo perfectamente al sujeto, perono sus manos. Repetidamente le seguí ordenandoque me las enseñara. Solamente quería queaquello no pasara a mayores, y de repenteempecé a temer por mi vida. Solo pensaba ensalir vivo de lo que allí pudiera pasar. En eseinstante me di cuenta de que no sabía nada sobreesa persona, por ello surgió en mí el temor deque pudiese portar un arma de fuego. Todo estoocurrió mientras lo tenía encañonado, a dos

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manos, desde no más de dos metros de distancia.Yo no quería que me dispararan, pero también mepreocupaba tener que disparar yo». Habíatranscurrido sobre cinco minutos desde queentraron en el parquin, hasta que el hombre fueconminado para que se entregara.

Mientras eso ocurría, el otro funcionario sehabía situado casi a la misma altura que sucompañero, solo que en el lado opuesto del coche,en el de la derecha. Haciendo ostentación de supistola, también este policía ordenaba al evadidoque mostrara las dos manos y descendiera delautomóvil. Caso omiso es lo que hizo, algo a loque los policías a veces se acostumbran, pero quesiempre genera sentimientos de rabia y frustraciónen el desobedecido. Ante tal situación, y visto queel delincuente trataba de poner en marcha el motorde arranque del coche para huir marcha atrás —única trayectoria posible de escapada, tal cual erasu ubicación en el recinto—, el funcionario queportaba la semiautomática comenzó a disparar

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intimidatoriamente al aire, para seguidamentehacerlo también contra el capó del turismo. Por lasmismas causas, pero seguramente también porimitación —este efecto está estudiado—, el otrodescargó tres veces su cuatro pulgadas contra elcoche: «Disparé las tres veces con el revólver ensimple». Esta característica denominación quehace referencia a la longitud del cañón, cuatropulgadas en este caso, se utiliza en la definición delos revólveres para catalogarlos dentro de unsegmento. Como si no estuviesen viéndosemutuamente, estando casi frente a frente el uno delotro, los dos disparaban sus armas contra elautomóvil en dirección el uno del otro, aunquedesde ángulos que en principio hacían indicar queno provocarían impactos directos más que en elchasis del utilitario.

No oculta y reconoce que «no me percatéfehacientemente de la presencia del otro policíahasta que inició su serie de disparos.Seguramente ya estaba allí situado antes de que

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su pistola sonase, pero yo estaba tan centrado enel conductor que hoy sé que fui víctima de lo quese denomina efecto túnel. Lo fui durante larealización de los disparos y en los instantesinmediatamente posteriores a finalizarlos. No sési sería por este efecto, o quizá porqueciertamente fue así, pero no recuerdo que en elentorno existiera presencia alguna de civiles enese momento. Menos mal. Sí que pude ver comoel otro agente fracturaba el cristal de laventanilla delantera de su lado. Para ello usó laempuñadura de su pistola, una de doble acción(DA) con cargador de quince cartuchos. Trasvarios golpes consiguió hacerle un agujero alcristal, introduciendo parte de su cuerpo por él,a fin de tratar de agarrar al individuo. Todavíahoy lo sigo viendo como una tremenda temeridad.Finalizado todo esto, este compañero necesitóasistencia médica por las lesiones menos gravesque presentaba en uno de sus brazos. Manifestóque se las había producido el conductor con una

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navaja, pero la verdad es que yo no vi ni el armablanca ni la agresión».

Un vehículo estacionado en la misma planta dela escena del suceso fue alcanzado por un disparo.Según era la ubicación del coche dañado se pudogarantizar que el tiro lo recibió por la acción delagente que portaba la semiautomática, pero elproyectil no fue hallado. «Lo que no se consiguióasegurar, a ciencia cierta, es si los daños seprodujeron por un rebote o por un impactodirecto —puntualiza el agente—, porque elcompañero también disparó cuando el cocheestaba ya circulando y abandonando el lugar». Sibajo la influencia del coctel de hormonas quegeneran estas situaciones ya es complicado acertarsobre un objetivo estático, más aún lo es si elblanco se mueve.

Este policía reconoce que desde que pasó poraquello tomó más conciencia del peligro. Empezóa extremar las medidas de seguridad yautoprotección, siempre que cualquier situación le

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hiciera sospechar que estaba ante una posibilidadmás o menos cierta de tener que emplear su arma.Hasta entonces no había reparado en ciertosdetalles o factores que desde ese momento, ya sí,identificaba como caracteres de riesgo. Conposterioridad incluso participó en otraintervención en la que tuvo que intimidar, asospechosos, con disparos dirigidos al aire. «Unanoche nos llamaron porque se habían vistomovimientos extraños en una gasolinera queestaba cerrada al público en ese momento. Soloexpendía en horario diurno. A toda velocidad nosacercamos al lugar, con las luces apagadas. Enla pista de la estación de servicio entramos conel motor en punto muerto —sin engranar marchaalguna con la palanca— para no hacer ruido.Encontramos un butrón por el que salieron, enese preciso momento, dos hombres que resultaronser ciudadanos extranjeros. Emprendieron velozhuída y saltaron por la parte posterior de lagasolinera. Se adentraron en una zona de

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matorrales. Mi compañero y yo los perseguimos.En vista de que estaba perdiendo el contactovisual con uno de ellos, que era el que habíaenfilado desde el principio, y que aquello estabaoscuro como la boca de un lobo... efectué dosdisparos al aire: mi perseguido se tiró al suelo deinmediato y pudimos detenerlo, pero el otrohuyó». El funcionario matiza que no tuvo pudorpor realizar los disparos porque dada la hora queera, madrugada, y el lugar, despoblado, era muyimprobable que existieran civiles merodeando otransitando por las inmediaciones. Tampoco casaso áreas urbanizadas. Del mismo modo, manifiestaque ha intervenido en al menos dos servicios másen los que otros agentes, pero no él, dispararon susarmas. En la actualidad sus desempeños yquehaceres profesionales están alejados de lacalle.

El sospechoso del primero de los casos aquínarrados consiguió, definitivamente, poner enmarcha el vehículo y huir raudo del lugar. Aunque

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se intentó perseguir al individuo, sin perder elcontacto visual con él, no fue posible. Fueronordenados controles de carretera en todos lospuntos de salida de la ciudad y en otras víasinterurbanas cercanas, pero fueron infructuosos.Una vez que se asumió que la detención ya no eraposible en la localidad, por tenerse la certeza deque el individuo se encontraba ilocalizable fuerade ella, todos los integrantes del improvisadodispositivo se desplazaron a dependenciaspoliciales, a fin de instruir las pertinentesdiligencias para su posterior remisión a laautoridad judicial. Tomaron especial protagonismoen estas actuaciones —la toma de declaración, ensí— los dos policías que hicieron uso de susarmas de fuego. Fue en los momentos previos alinicio de las manifestaciones ante el instructor delatestado, «cuando mis compañeros y yoconocimos la identidad del tiroteado». Larelación entre los dos cuerpos policiales no eraespecialmente buena o brillante, solían darse

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episodios de envidias y celos profesionales. Anivel de jefes continuamente se discutían temascompetenciales, «eso siempre afectaba al buenentendimiento entre los que estábamos en lacalle. Nos manipulaban... y nos dejábamosmanipular, todo hay que decirlo». Hasta eseinstante los datos de filiación del huido habíansido obviados u omitidos por quienes losconocían. Se trataba de un peligroso individuo queaños atrás había acabado, a puñaladas, con la vidade su exesposa. El asesinato lo cometió dentro delestablecimiento abierto al público en el que lavíctima trabajaba dispensando mercancía. Elhecho de que ese día se encontrara en la localidadobedecía a que allí vivía su hija, a la que teníaintención de visitar: no la veía ni tenía contactocon ella desde que fuera apresado y encarceladopor el abyecto crimen.

Comenta el agente: «Aunque estoy seguro deque los disparos intimidatorios estabanlegalmente justificados, y que ningún reproche

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judicial se podría desprender de ellos, elcompañero del otro cuerpo me dijo, justo antesde comenzar la toma de declaraciones, que no seme olvidara decir que yo era el que habíadisparado. No tengo claro si es que queríaescurrir el bulto ante cualquier eventualidad, oes que el estrés que la situación nos generó lehizo olvidar que fue él quien primero abriófuego, y además de forma superior a mí. Yosolamente disparé tres veces con mi LlamaMartial —marca y modelo del revólver, fabricadoen Vitoria, empleado por él—. Tuve querecordarle, más bien convencerlo, de que éltambién había disparado en al menos cuatroocasiones. Menos mal que oficialmente no lonegó u ocultó, porque cuando el automóvil fuerecuperado y entregado a la Policía Científica,esta lo procesó y halló en su interior proyectilesblindados de 9 Parabellum y de plomo del .38Especial (en el primer caso se usaron puntas de124 gr. de peso y en el segundo de 158, lo estándar

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en sendos calibres), disparados con nuestrasarmas. Mi revólver fue requerido por loscompañeros de la científica, a fin de efectuar losoportunos análisis de balística comparativa».

El agente que había agotado el 50 por 100 de sumunición, el del revólver —el arma tenía unacapacidad de seis balas—, admite que no cayó enla cuenta de reponer los tres cartuchos que habíagastado. Por suerte no tuvo que dispararnuevamente tras finiquitar este servicio: se antojacontrario a toda lógica hacer frente a cualquiersituación con únicamente tres disparos posibles.«Por aquel entonces llevaba un cartucherín —bolsita cerrada y sujeta al cinturón— con otrosseis cartuchos de repuesto», apunta elfuncionario. Cree que el otro compañero tampocorecargó su arma, cambio de cargador por tratarsede una pistola. En cualquier caso, el segundopolicía no se encontraba en situación precaria. Dehaberse iniciado una nueva situación hostil grave,o reiniciado súbitamente la anterior, contaría con

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una cantidad interesante de cartuchos en elcargador, toda vez que su arma podía albergarhasta quince balas y solamente había consumidocuatro. No obstante, muchos policías no alimentansus depósitos con el máximo de munición quepueda entrar en ellos («depósito» es otra forma dedenominar al cargador, al igual que magazine, enalgunos países), según las especificaciones delfabricante. Algunos profesionales trabajan con unao dos balas menos en los cargadores, para aliviarasí la tensión del muelle. Es triste y vergonzoso,pero hay quienes los llevan al 50 por 100,alegando en defensa de tal costumbre que el armapesa demasiado. Esto último es muy frecuenteentre quienes han recibo armas pesadas y de doblecapacidad, tras llevar años trabajando con pistolasmás livianas que usaban cargadores monohilera,normalmente de ocho cartuchos.

Durante algún tiempo, el episodio vivido poreste funcionario fue objeto de interés por parte desus compañeros, los cuales insistentemente le

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hacían preguntas sobre qué sintió, cómo actuó,dónde apuntó, etc. Él nunca tuvo reparo enconversar de ello con los policías que lointerpelaban, ya que estos y sus jefes siempre lemostraron buenas dosis de apoyo y comprensión.No se sentía mal hablando de ello. De hecho seincorporó con normalidad a su turno de servicio aldía siguiente. «A mi jefe le conté que pasé miedo.Se sorprendió. Me dijo que me tenía por un tipoduro, pero no lo dijo jocosamente ni con sorna,sino derrochando interés por conocer mi estadofísico y emocional. Fue muy humano y educado».

A este policía le llama la atención el hecho deque al compañero del otro cuerpo, queaccidentalmente alcanzó con un disparo un cocheajeno al incidente, le otorgaran una felicitaciónpública por su actuación. Pero no por ello creeque él también la mereciera, porque de hecho no larecibió. Aunque en la institución se sintióarropado, en el seno de su familia es donde máscalor encontró. Lo que se ve en las películas es

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falso, nunca es plato de buen gusto disparar contraalguien, aunque esto se haga de modo disuasorio.Para colmo, no había hecho sonar su revólver antecualquier caco —del griego kakos, malo— de tresal cuarto, se trataba de un convicto evadido que,además de haber acabado con la vida de su antiguacompañera sentimental, todo hacía indicar quetambién había herido a un funcionario. «Pasé lasprimeras veinticuatro horas repasando lo quehabía sucedido. En mi cabeza todo aparecíacomo un álbum de imágenes diapositivas de laintervención. Sí que viví malos momentos cuandopresté declaración en sede judicial, en presenciadel abogado defensor del acusado y de suseñoría. Pese a que fui asesorado sobre cómoresponder, la forma de preguntar del letrado, sutono al dirigirse a mí y el hecho de verme ante unjuez, me hizo pasar muy mal rato. Por la formaen que me preguntaba el letrado, y por loscomentarios de otras personas, tengo claro queel que no se ha visto en una situación drástica,

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con disparos de por medio, no se puede imaginarqué y cómo se siente un policía en esassituaciones».

Igual que cuando se produjo el uxoricidio,parricidio en el argot y tratamiento jurídico, estaoperación policial fue ampliamente seguida porlos medios de prensa locales, regionales ynacionales. En la radio y en los periódicos se dijoque el asesino había huido hacia alguna provincialimítrofe, situada en una comunidad autónomatambién fronteriza. Pero lo cierto y verdad es queel criminal fue detenido en la misma ciudad en laque segó la vida de la madre de su hija, dentro desu propia comunidad y muy cerca del lugar dondese produjo el suceso aquí expuesto. El arresto lollevaron a cabo agentes de otro cuerpo deseguridad distinto a los que hasta el momentohabían actuado. Para ejecutar esta definitivaintervención se extremaron las precauciones, dadoque ya se sabía, con hechos contrastados, hastadónde era capaz de llegar el requisitoriado. Fue

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empleada una unidad especial de asalto. Despuésde todo lo que había hecho, este hombre resultóser un obrero que carecía de antecedentes antes dematar a la señora. «Aunque antes de esteincidente nunca había visto a esta persona, y elhomicidio solamente lo conocía a través de latelevisión, radio y prensa escrita, en sedejudicial tuve ocasión de conversar con los tíoscarnales de la hija de la interfecta, quienesejercían como tutores legales de la menor».

El policía todavía se pregunta si realmentepudo hacer algo diferente a lo que hizo aquellatarde. Cree que no. Cada vez que ese pensamientorecurrente aparece en su cabeza se responde a símismo que no pudo hacer otra cosa, dado losmedios materiales de que disponía en ese instante.«Recuerdo todo lo que pasó como si hubieseocurrido ayer. Y tengo claro que hoy volvería aintervenir del mismo modo», sentencia. Tambiénpiensa que el haber tenido en sus manos un armalarga de fuego no hubiese variado el resultado

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final del incidente. Portar escopetas, u otro tipo dearmas largas, no es la solución divina que a vecesreclaman algunos sectores de la comunidadpolicial.

Apunta el funcionario, «no sé si aquello fue undetonante, o qué, pero lo cierto es que desde queacaeció el suceso me conciencié y busqué mayorformación general y profesional. Me impliquémás en el ejercicio profesional. En este tiempo hecursado estudios universitarios, lo que me hapermitido ascender en el Cuerpo y tomarposesión de un cargo de mando con ciertaresponsabilidad. Con respecto a mientrenamiento con el revólver, debo admitir queno era todo lo bueno que se podía desear. Eradeficitario: solamente entrenábamos dos veces alaño, consumiendo unos cincuenta cartuchos porconvocatoria. Se podría haber hecho mucho más,puesto que teníamos galería de tiro propia. Detodos modos, yo tenía un arma particular con laque varias veces al año entrenaba por mí cuenta,

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unas cuatro o cinco. Hacía, y sigo haciendo, unpoco de tiro deportivo de recorrido, pero cadavez dispongo de menos tiempo para ello. Soyárbitro de tiro y he arbitrado competicionespoliciales a nivel internacional. Empecé con unaGlock 17, pero ahora uso una Steyr que hecambiado a un compañero de otro cuerpo, poruna Glock 26 que también tuve». Aunque todaslas armas de titularidad personal que ha poseídoson perfectamente válidas para defensa, también laactual, jamás las llevó encima hallándose francode servicio, «soy de los que piensa que no esnecesario ir armado cuando no se estátrabajando. Por cierto, poco tiempo después deeste suceso nos renovaron el armamento en todoel cuerpo y se nos suministró una modernapistola del calibre 9 mm Parabellum, concargador de quince cartuchos de capacidad.Tampoco llevo nunca el arma reglamentaria si noes en mi horario laboral».

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A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

En este capítulo son varios los aspectos quepueden y deben ser analizados, aunque alguno deellos muestre, quizá, una cara un tanto chirriante,amarga y políticamente poco correcta. Como elpropio policía protagonista del episodiomanifiesta, el efecto túnel hizo presa en él. Enotros pasajes de este volumen (capítulos tres ynueve) ya se señalan numerosas connotaciones defuncionalidad negativa que afectan al sentido de lavista, cuando las situaciones de estrés desupervivencia hacen que la fisiología tome elcontrol de las acciones del ser humano. ¿Es lo quepasó aquí con respecto a la presunta agresión connavaja, dentro del habitáculo del coche? Larespuesta no se conoce, al menos no cuenta conella quien dice que jamás vio ni la navaja ni laagresión. Cierto es que su ángulo de visión no era

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el más oportuno para ver, desde la posición queocupaba, lo que estaba ocurriendo en el otromargen de la escena. ¿Mintió el funcionario quedijo que sus lesiones le fueron infligidas con unanavaja? Seguramente no, toda vez que un médicoforense (médico legal que estudia y valora todalesión o enfermedad que tenga alguna implicaciónjudicial) debió examinar el brazo del agente. Lademostración de compatibilidad de una herida conun tipo concreto de arma, es una de las importantesfunciones de apoyo judicial que prestan estosfacultativos.

Teniendo presente que el agente que no resultóherido sí recuerda perfectamente que el otrouniformado introdujo su tronco en el interior delautomóvil y que tal acto lo pudo realizar trasromper con su pistola (se trataba de un modelo quepesaba más de un kilogramo) uno de los cristales,cualquiera podría pensar que las heridaslocalizadas en la extremidad superior pudieron serprovocadas por restos o fragmentos del susodicho

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cristal violentado. Pero lo dicho, seguramentecualquier especialista en medicina forense podríacertificar si la herida se pudo producir, o no, conla hoja de un arma blanca o accidentalmente conalgún material circunstancial (cristales, porejemplo).

Por cierto, los disparos dirigidos contravehículos, tanto a las lunas como a suscomponentes chapados, perfectamente puedenproducir rebotes con capacidad lesiva e inclusoletal. Como contra casi cualquier superficie sobrela que se tire se podrían presentar rebotes, segúnfuese el ángulo de impacto. El tipo de proyectilempleado no determina nada en este sentido,aunque pueda parecer otra cosa. Esto es fácilmenteconstatable mediante la creación del escenariooportuno en el campo de tiro. Pocos cursos de tiropolicial o intervención demuestran esto a losalumnos, pero al menos debería hacerse referenciaa ello en las lecciones teóricas académicas. Elproyectil blindado que afectó a un vehículo

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presente en la escena de este episodio, y que notenía implicación alguna con el sujeto objeto delservicio, pudo perfectamente proceder de unrebote aunque también de un impacto directo,como el propio agente sugirió.

¿Adoleció de falta de cooperación policial estaoperación? Podría parecer que no, a tenor de quelos dos agentes primeramente requeridos paraprestar apoyo en el improvisado despliegue seentregaron totalmente. Tanto es así que uno deestos funcionarios disparó contra el coche delcriminal que había quebrantado su condena porhomicidio, siendo este, además, el primero enconminar al susodicho delincuente. Fue el que lolocalizó. El principio de cooperación recíproca alque se refiere el artículo 3 de la Ley Orgánica2/86 de 13 de marzo, de Fuerzas y Cuerpo deSeguridad, obliga a todos los cuerpos de seguridada cooperar los unos con los otros y los otros conlos unos: «Los miembros de las Fuerzas y Cuerposde Seguridad ajustaran su actuación al principio de

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cooperación recíproca y su coordinación seefectuará a través de los órganos que a tal efectoestablece esta ley». Tal principio, el decooperación recíproca, ha de ser exigido yaplicado no solo por imperativo normativo, sinopor ética y eficacia en aras del bien de lasociedad, del bien común. La misma normajurídica vuelve a incidir en la cooperación en suartículo 12.2, pero esta redundancia secircunscribe, exclusivamente, a las fuerzasestatales: Guardia Civil (GC) y Cuerpo Nacionalde Policía (CNP). No en vano ambos cuerpos seentroncan en el mismo ministerio, el del Interior.Además, hasta hace relativamente poco tiempocompartieron incluso director general: desde de2006 a 2012.

Nuestro policía se queja, subliminal ytácitamente, de que pese a que desde el principiofueron informados de que el buscado se encontrabaen un área determinada y se compartieron los datosobtenidos in situ sobre las características del

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coche, el grado de peligrosidad del sujeto fuehurtado, distraído. Ocultado. ¿Por qué no setransfirió tan importantísimo detalle? Se podríaespecular con dos motivos. Quizá tres, pero latercera razón, que sería el olvido o despiste, no esverosímil. En cualquier caso, el manido principiode cooperación recíproca debió imperar, por elbien de la comunidad. Esto, el participar todos losdatos conocidos que legalmente puedencompartirse con otras fuerzas, por no existirsecreto en las actuaciones, no siempre se produce.Sí, la cooperación recíproca no siempre se daentre las distintas fuerzas de seguridad, enoperaciones menores o domésticas. Aunque antelos medios de comunicación siempre se diga todolo contrario por parte de los políticos y los altosmandos policiales, la realidad es que se miente, seconfunde y se oculta o camufla la verdad, en casitodas partes con casi todos los cuerpos.

En este episodio puede que se ocultara laverdadera naturaleza criminal del reclamado

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judicial, por dos razones fundamentales: celo deque los otros policías se entregaran fervientementea la captura para anotarse el tanto, apareciendocomo héroes ante la prensa y la sociedad; o recelode que si los otros agentes conocían lapeligrosidad del sujeto estos se vieran retraídos ensu compromiso, por miedo a resultar heridosdurante la detención. Que cada cual se agarre a latesis que más le convenza, pero una de ellas es tanimprobable como la tercera y potencial teoríaexpuesta en el párrafo anterior (el olvido). Esto es,como se suele decir, «pisarse la manguera entrebomberos».

Dicho lo anterior, y para que esto no parezcauna cruzada de los autores contra nadie, porque nolo es, no se puede ocultar que cuando deoperaciones de gran trascendencia se trata sí quese suman esfuerzos entre todos los cuerpos,compartiendo información y medios humanos ymateriales. Por nombrar dos sonados sucesos,frescos en la memoria de todos, en los que cuerpos

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estatales y autonómicos se unieron eficazmentepara resolver homicidios, recordaremos el caso delas dos mujeres asesinadas en Hospitalet deLlobregrat (Barcelona) el 5 de octubre de 2004; yel del hombre muerto a golpes el 11 de abril de2010 en Tudela (Pamplona).

En el caso de Hospitalet de Llobregrat, dosagentes en prácticas del CNP fueron violadas ybrutalmente asesinadas en el mismo apartamento.Se trataba de Silvia Nogaledo García, deveintiocho años de edad, y de María AuroraRodríguez García, de veintitrés. Ambas eranoriundas de la provincia de León, de Noceda delBierzo, la mayor, y de Toral de los Guzmanes, laotra. Compartían apartamento. Silvia estabadestinada en la comisaría de Castelldefels yAurora en el distrito barcelonés de La Verneda.Joan Unió, mayor de los Mossos d´Esquadra ymáximo responsable del cuerpo, al que lecorrespondió la investigación de los dos crímenes,informó de inmediato a José López Rodríguez, jefe

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superior del CNP en Cataluña. Aunque en esalocalidad la competencia policial investigadora(Policía Judicial) ya estaba asumida por el cuerpoautonómico catalán, Unió ofreció al cuerpo estatalsu participación en todas las diligenciasindagatorias. La colaboración acreditó humanidady profesionalidad por las dos partes, obteniéndosede ello la máxima eficacia. Incluso la GCparticipó, dado que a un sargento del Cuerpo,destinado en Toledo, le llegó una confidencia quele daba con precisión el paradero del violadorhomicida. Este resultó ser Pedro Jiménez García—dato conocido por los investigadores desde muypronto, del que desconocían su paradero—, quientenía treintaicinco años edad y había pasado partede su vida en prisión por numerosas violaciones amujeres. No había trascurrido tres días desde quese consumaran los crímenes de las dos agentescuando ya había sido apresado. El arresto lollevaron a cabo unidades de la Benemérita deGerona y del cuerpo catalán, produciéndose

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físicamente el arresto, de forma conjunta, por unguardia civil y un mosso. La detención oficial se laanotó la GC, para posteriormente entregar eldetenido a la Policía Autonómica. (Carlos Berbelly Leticia Jiménez: Los nuevos investigadores, Ed.:La esfera de los libros, Madrid, 2012).

En la madrugada del 10 al 11 abril de 2010 fueasesinado, en localidad navarra de Tudela, JavierMartínez Llort. Tenía treintaidós años de edad. Elcrimen se produjo con un listón de madera,arrancado de un banco en una céntrica plaza de lalocalidad, con el que la víctima fue varias vecesgolpeada en la cabeza. La escena del crimen fueprocesada por la Policía Científica de la PolicíaForal (cuerpo autonómico de la Comunidad Foralde Navarra). El caso le correspondía a ellos, perocomo el CNP contaba con la declaración de algúntestigo, cosa que también los autonómicos tenían,ambas fuerzas cooperaron estrechamente en laspesquisas. Como resultado de todo lo actuado, tresvarones de origen magrebí fueron detenidos:

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Mourad Kamla, Abdelkader Guelta y JaledHoucine. Finalmente fueron condenados a penas dedos años y medio Mourad, quien vigilaba mientraslos otros robaban y quitaban la vida a JavierMartínez; Jaled a once años y medio, por sujetar ala víctima mientras el tercero le daba un cabezazo;y Abdelkader a dieciocho años y medio, comoautor material de los golpes que acabaron con laexistencia terrenal del tudelano. (Carlos Berbell yLeticia Jiménez: Op. Cit.).

Como quiera que han sido mencionados losnombres de dos cuerpos de seguridad competentesen concretas comunidades autónomas, y estasorganizaciones policiales generalmente son menosconocidas que los cuerpos estatales y locales,vamos a detallar algo sobre este tipo deinstituciones armadas de naturaleza civil,especialmente de la Policía de Cataluña y de la deNavarra.

El cuerpo de los Mossos d’Esquadra tiene unnostálgico pasado histórico, pero nos centraremos

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muy someramente en su existencia durante el sigloXX y el actual (desde 1721 ya existían ciertasorganizaciones catalanas de seguridad, noprofesionalizadas). En 1939, cuando finalizó laGuerra Civil Española (1936-1939) con lavictoria del bando nacional o del general Franco,el cuerpo fue disuelto. Antes de ello, la instituciónsobrevivió a los numerosos cambios políticos deEspaña y de la propia Cataluña: durante el reinadode Alfonso XIII (1886-1931) la institución viopeligrar su futuro. Durante la dictadura del generalPrimo de Rivera (1923-1930) el cuerpo semantuvo activo e incluso estuvo bien visto comouna «expresión catalanista bien entendida». Enoctubre de 1934, cuando se proclamó el EstadoCatalán, el Cuerpo de los Mossos d’Escuadra fuefiel al presidente de la Generalitat y el Ejércitodesarmó a sus agentes y se renovó totalmente elcuadro de mando.

En 1950, en plena era franquista, los mossosresurgieron mediante la creación de una unidad

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tipo sección. El cuerpo renació para cubrir lavigilancia de las instalaciones y edificios propiosde la Diputación Provincial de Barcelona. Lasección fue puesta en marcha bajo disciplinamilitar, mediante un decreto del Ministerio de laGobernación, actual Ministerio del Interior. En1980, ya en la España constitucional, la sección delos mossos que pertenecía a la Diputación fuetransferida al Gobierno catalán. Esa minúsculaunidad fue, en 1983, el embrión del que nació elactual cuerpo de Policía de Cataluña. El Estatutode Autonomía de Cataluña, de 1979, ya preveía lacreación de un cuerpo propio de seguridad.

Navarra es otra de las comunidades autónomasque poseen un cuerpo propio de policía y que,como los cuerpos de Cataluña y País Vasco(Ertzaintza), cuenta también con un pasadopreconstitucional. La Diputación Foral veníaasumiendo la competencia de la vigilancia, controly ordenación del tráfico desde 1841. Cuerpo dePolicía de Carreteras fue la denominación que le

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dio la Diputación Foral de Navarra, en 1928, a lacorporación que ahora estamos tratando, la actualPolicía Foral. Entre 1941 y 1960, en plenorégimen del general Francisco Franco, laorganización varió su nombre y competencias. En1964 ya obtuvo la denominación hoy vigente, perosiempre fue un exiguo cuerpo con no más de veintefuncionarios.

Poco a poco esta institución armada y civil fueperdiendo competencias y sentido de existencia,pues sus funciones policiales fueron asumidas,plenamente, por la Guardia Civil a través de susunidades de tráfico. Fue en 1985 cuando la PolicíaForal despegó hasta ser, pasito a pasito, un cuerpode policía integral. No pudo ser antes, a la par quelos otros cuerpos referidos, por asuntos deaplicación de normas jurídicas en las que novamos a entrar ahora.

Más recientemente, en 2010, se creó la PolicíaGeneral Canaria, un cuerpo de seguridaddependiente completamente del Gobierno de esa

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comunidad autónoma. Hay que significar que laLey Orgánica 2/86, mencionada en páginasanteriores, dispone que las comunidadesautónomas podrán recabar, del Cuerpo Nacionalde Policía, unidades policiales de adscripción alos gobiernos regionales. Esto podrá hacerseincluso cuando los propios estatutos de autonomíacontemplen la posibilidad de crear cuerposautóctonos. Se podría recurrir a este mecanismocuando se careciera de capacidad financierasuficiente para fundar una fuerza propia, o bien sino se contara con cultura policial genuina en lacomunidad. Numerosas comunidades poseenactualmente unidades adscritas, si bien tienenreducidas sus competencias a menores (traslado demenores detenidos), medio ambiente, ordenacióndel territorio, protección de autoridades yedificios propios de la comunidad, juego yapuestas. Andalucía, Aragón, Principado deAsturias, Galicia y Valencia son las comunidadesautónomas que, a día de hoy, se sirven de la

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opción de poseer policías que funcionalmentedependen de ellas, pero que orgánicamente lohacen de la Dirección General de la Policía.Aunque la ciudadanía llama a estas unidades«cuerpos autonómicos», no lo son.

Continuando con lo que se desprende de lasmanifestaciones del policía recogidas en estecapítulo, este admite que aunque siempre haposeído armas particulares válidas para funcionesde seguridad personal, tales como varios modelosde la marca Glock, en calibre 9 Parabellum, jamáslas ha portado consigo. Las adquirió paraemplearlas, exclusivamente, en actividadesdeportivas. Pero además, significa, con ciertavehemencia, que no considera que él, comopolicía, tenga necesidad de ir armado en horasajenas al servicio. Ciertamente tiene razón, cadacual sabe si tiene o no una especial necesidad deprotegerse, más allá de hacer uso de las normasbásicas de autoprotección que cualquier particularpuede poner en práctica, aunque no se arme con

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una pistola. Como ya se refirió en el capítulo unode esta obra, ir o no armado en horas externas altrabajo es un derecho y no una obligación.

Sin embargo, el artículo 5.4 de la Ley Orgánica2/86, dice: «Dedicación profesional.—Deberánllevar a cabo sus funciones con total dedicación,debiendo intervenir siempre, en cualquier tiempoy lugar, se hallaren o no de servicio, en defensade la Ley y de la seguridad ciudadana». Si envirtud de este artículo, amén de otros y de la éticaprofesional, un funcionario de policía debe actuarante cualquier ilícito que detecte, inclusoencontrándose fuera de servicio, y hasta de sudemarcación territorial, será más seguro paratodos, especialmente para el actor, que el que seentregue a la obligación legal impuesta por elEstado lo haga con las máximas garantías. Esto, ala par, redundará en una mayor eficacia. Es aquí,en estos casos, cuando algunos instructoresentonan la cita que dice: «Mejor llevarla y nonecesitarla, que necesitarla y no llevarla».

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Se hizo un apunte al inicio de la exposición delos hechos (primera parte del capítulo) en el quese tocaba la ratio policial. Quedó señalado que lossesentaicinco policías de ambos cuerpos cubrían,aceptablemente, las necesidades de los veinte milhabitantes del municipio. Significar que hasta elmomento no existe en España ninguna regulaciónnormativa que de forma explícita asigne una ratiopolicial aunque, por el contrario, se conocenvarias recomendaciones. Una de ellas proviene deuna Directiva de la Unión Europea que recomiendauna ratio de dos policías por cada mil habitantes; yotra emana de la Federación Española deMunicipios y Provincias, la cual sugiere unaproporción de un agente por cada seiscientossesentaisiete ciudadanos.

Lo cierto y verdad es que cada núcleogeográfico poblado disfruta y padececircunstancias concretas que no tienen por qué seriguales a las de otras zonas de la misma región.Así pues, lo recomendable sería estudiar

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pormenorizadamente cada situación, en atención alos siguientes factores fundamentales:

a) Geografía, dispersión urbana y demografíadel municipio.

b) Estudio socioeconómico.c) Características de las vías y del tráfico.d) Estudio de la plantilla policial existente.e) Número de cuerpos policiales que operan en

la localidad.

El agente expone que, de haber tenido en susmanos un arma larga durante la operación, nohubiese variado el resultado final del incidente. Esposible. Pero todo hubiese dependido del tipo dearma y también de qué clase de munición hubiesedisparado, y hacia dónde. Carabinas, subfusiles yfusiles de asalto seguramente hubiesensobrepenetrado casi cualquier parte del coche (conmayor dificultad la zona del motor), dando pie,muy posiblemente, a importantes rebotes. Incluso

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dirigiendo los disparos a los neumáticos, yacertándolos, se hubiesen podido producirdescontroladas trayectorias secundarias de losproyectiles. Una escopeta, sin embargo, hubierahecho mejor papel a la hora de neutralizar elcorrecto funcionamiento de las ruedas. Con laadecuada munición, incluso convencional de nueveo doce postas, y dirigiendo bien el fuego a losneumáticos —cosa relativamente fácil dado quelos policías estaban a distancia de contacto con elcoche—, se hubiese ralentizado mucho laescapada del fugitivo.

Pero lo lamentable no es solamente que lospolicías no dispongan con facilidad de armaslargas durante el servicio diario (excepción hechacuando se trata de unidades especiales,antidisturbios o convencionales de contadasplantillas), sino que con estas se entrena muy poco,incluso en aquellas instituciones que cuentan coningentes cantidades de ellas. Si de por sí se acudepocas veces al campo de tiro a entrenar con las

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armas principales, las cortas, y se consume poca omuy poca munición con ellas; con las largas, lashoras y cartuchos a consumir en las prácticas sereducen notablemente. Encontrar agentes depolicía hábiles y seguros en el manejo de suspistolas es harto complicado, pero encontrarlos asícon las largas es una quimera.

El Plan Nacional de Tiro (PNT) del CNP, envigor desde el 10 de julio de 1989, cuenta concinco niveles de pericia, según la destreza de cadafuncionario. Desde el nivel uno hasta el cuatro sedescriben ejercicios destinados a policíasadscritos a unidades convencionales. Todas lasprácticas oscilan, según nivel, entre los tres y losquince metros de distancia del blanco. El últimonivel, el cinco, es específico para unidades cuyascaracterísticas operativas requieran adecuar lasprácticas a la problemática propia de su labor,uniformidad, armas, fundas o cualquier otrapeculiaridad que les diferencie del resto. Aunqueha existido un intento de renovación del PNT, este

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no se ha llevado a término. El plan actualestablece cuatro llamamientos anuales deentrenamiento con pistola (trimestrales),reduciéndose a tres en el estéril proyecto desustitución. En cada sesión de reciclaje han deconsumirse veinticinco cartuchos por tirador.

Con respecto a la escopeta del calibre 12, seprevén dos tiradas al año, pero esto no se reflejaen el PNT, así como tampoco el consumo demunición por ejercicio y agente. El instructor detiro de uno de los agentes del CNP queprotagonizan este volumen, manifiesta: «El PlanNacional de Tiro no es malo, pero ha de serrenovado en muchos aspectos. Lo peor de todo esque no se cumple al cien por cien en casi ningunaplantilla. Hay que ir abandonando algunastécnicas anticuadas y obsoletas y actualizar amuchos instructores. Es primordial incluirejercicios de tiro en movimiento. También lacombinación de fuego y el uso de la linterna hayque entrenarlos. Tampoco tiramos con guantes,

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cuando lo cierto es que muchos de los casosreales se producen en circunstancias quepreviamente han obligado al policía a llevarloscolocados. Es preciso entrenar en posicionescomo las que adoptamos cuando estamos dentrode un vehículo, pero no se hace. Los jefes no semeten con que a veces a algunos compañeros lesenseñemos cosas que se apartan de loreglamentario, pero esto es algo que solamentehacemos unos pocos. Eso sí, quieren quetengamos recursos para poder explicar cualquiereventualidad que pudiera presentarse durante lasprácticas». En la misma dirección incidía elTrabajo Fin de Máster que, en noviembre de 2010,presentó ante la Dirección del Centro deFormación del CNP Antonio M. Vílchez Torres, enla fase final de evaluación de su ascenso amiembro de la Escala Ejecutiva del Cuerpo.

Por seguir orientando sobre los programasanuales de prácticas de tiro en las fuerzas delEstado, significar que en la Guardia Civil esta

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materia se regula mediante la Orden General delCuerpo n.º 9, dada en Madrid el día 10 de julio de1995 (en junio de 2003 se modificó un punto queno viene a colación). Este documento obliga atodos los miembros del Cuerpo a participarobligatoriamente en cuatro ejercicios anuales detiro con pistola y arma larga, en los que seconsume una media de veinticinco cartuchos poragente y jornada de arma corta (noventa anuales) ybastantes menos cuando se dispara con subfusil ofusil de asalto (cuarentaicinco). En este casoexisten tres niveles de tirador: básico, medio yselecto. Con la pistola las prácticas se realizan enrangos de siete, diez, quince, veinte y veinticincometros, y con el resto de armas desde veinticinco,cincuenta y cien. Como no escondió líneas másarriba un instructor de tiro del CNP, tampoco aquíse cumple al completo la orden (varía, pordiversas causas, según la comandancia y zona delpaís). Por ser el Cuerpo Nacional de Policía y laGuardia Civil las fuerzas que más miembros

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aglutinan de toda España, no se harán másreferencias como éstas respecto a los demáscuerpos. Pero merece la pena apuntar que ennúmero de agentes les siguen los cuerpos locales yautonómicos, respectivamente.

Resulta significativo y curioso que aunque eldía del incidente el policía portaba su revólver encondición dos de portabilidad (recámarasalimentadas y en DA), disponiendo así de laventaja de poder disparar de modo muy rápido yseguro, optó por amartillar para tirar las tres vecesen simple acción (SA). Para obtener un disparo enDA, sobre el gatillo hay que ejercer, como poco,el doble de presión que en SA. Asimismo, elrecorrido de los mecanismos internos es tambiénmucho mayor, pero incluso así se consigue hacerfuego en menor tiempo que cuando se decidellevar el martillo hasta la posición retrasada deSA. El funcionario, obviamente, no se planteó usarla DA porque no se hallaba ante una situación devida o muerte, toda vez que para retroceder el

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martillo invirtió unas décimas de segundo que,ante casos de máxima y total premura, nunca sepueden derrochar. A día de hoy trabaja con unapistola de acción mixta en condición tres, esto es,con la recámara vacía. Ahora, con lasemiautomática, tiene que operar de modo similara como lo hizo el día de autos, solo que en estecaso no contará con más opciones. Para disparartendrá que montar el arma, o sea hacer retrocederla corredera para posteriormente liberarla y queésta introduzca el primer cartucho del cargador enla recámara, en su recorrido de obturación. Algoque sin duda no siempre podrá conseguirse demodo súbito, ante ataques imprevistos.

Por otra parte, no es infrecuente detectar casosde agentes que, sin problemas, prestaron serviciodurante años con todas las recámaras del revólveralimentadas (cinco o seis como norma general enarmas de defensa), y cuando les ha sido renovadoel armamento y se les ha dotado de una pistola,que solamente cuenta con una recámara, alegan

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temor a llevarla con un cartucho presto para eldisparo inmediato. Tampoco es anormal ver comoalgunos usuarios del arma de tambor dejan vacíauna de las cámaras, concretamente la quecorresponde al primer disparo. Una medidatemeraria. Algo en lo que, sin duda, nuncapensaron con verdadero conocimiento sobre ladinámica de una confrontación. Con esto solo seconsigue reducir más todavía la de por sí limitadacapacidad de tiro del revólver, en aras de unairreal sensación de seguridad del propio usuario,ante la hipotética sustracción del arma por parte deun hostil. Quienes actúan de esta forma creen quesi les es arrebatado el revólver, el delincuentetendrá menos opciones de dispararle con él, queperderá mucho tiempo (décimas de segundo) envolver a presionar el disparador para alcanzar lapercusión del siguiente cartucho. Esto solamenteotorga seguridad subjetiva al policía, unsentimiento falso de seguridad.

Por último, en la narración de los hechos se

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plasma que en el coche al que dispararon los dosagentes fueron hallados proyectiles de sendasarmas utilizadas. En el caso concreto del revólver,dice el policía que proyectiles del calibre .38Especial fueron encontrados tras ser procesado elautomóvil por la Policía Científica. Sin duda, labalística identificativa-comparativa pudo poner demanifiesto que tales balas habían salido del ánimade su arma. Pero es digno de resaltar, por loconfuso y desconocido que puede resultar para lospolicías no expertos, que los proyectiles quemonta la munición del calibre .38 Especial, sontotalmente compatibles con los que se usan paracargar cartuchos del potente calibre .357 Magnum.Es más, literalmente son los mismos. El diámetrode estas balas es de 0,357 pulgadas, lo quetrasladado al sistema métrico decimal equivale a9,06 milímetros. Ahora un poco de historia sobreesta famosa y tan difundida munición. Ocurre queeste calibre .38 nació mucho antes que el otro,concretamente en 1902 el de dos cifras y en 1935

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el de tres. Como quiera que el mercado del reciénnacido siglo XX estaba plagado de calibres con lapopular denominación «treintaiocho» (.38 S&WShort, .38 Colt Short CF, .38 Long Colt, .38Merwin-Hulbert, etcétera), los directivos de lacasa Smith and Wesson (S&W), diseñadora delcartucho, decidieron redondear y acortar la cifra«357» —calibre o diámetro real de la bala—hasta la ya introducida en los circuitos deportivosy estamentos policiales, «38». Una cifra más cortay conocida resultaba más comercial, debieronpensar los responsables de la firma. Eso sí, ledejaron un nombre reconocido y familiar pero lecambiaron el apellido, bautizándolo comoEspecial para diferenciarlo del resto de cartuchosde igual denominación numérica.

Antes y durante la sangrienta época de losgansters norteamericanos, el calibre .38 nacido en1902, el Especial, empezó a mostrarse débil en losnumerosos enfrentamientos que los agentes de laley libraban contra la delincuencia. Los impactos

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de estos proyectiles no siempre producían lesionesinteresantes en los objetivos alcanzados. Esto hizoque los ingenieros de S&W se pusieran a trabajarpara lograr algo más potente, pero a la vezfácilmente controlable en revólveres de losmismos pesos y tamaños que los que usabancartuchos del .38 Especial. En 1935, de la manodel revólver S&W modelo 27, salió al mercado elprimer arma que disparaba el nuevo y potentecalibre .357 Magnum. Un cartucho tan apreciadohoy como en aquella época. Este superaba concreces al otro (hoy también, naturalmente). Podríadecirse que el .357 es el hermano fuerte delanterior, o como algunos dicen bromeando, «es untreintaiocho ciclado con esteroides yanabolizantes».

En la mayor parte de los revólveres modernosrecamarados para disparar cartuchos del .38Especial, puede usarse munición marcada como.38 Especial +P y .38 Especial +P+. Estos soncartuchos del .38 Especial que han sido dotados,

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en fábrica, de una carga de proyección extra,minuciosamente estudiada. Sin que lleguen a sertan potentes como los del .357, sí que superan consus cargas picantes a los cartuchos estándar delcentenario treintaiocho. Algunos expertossustituyen los tambores del .38 por otros del .357,para de ese modo garantizarse la supervivenciadel arma, ante el uso continuo de lassuplementadas cargas del .38 Especial de potenciaextra (+P y +P+). Tal vez fue Jim Cirillo, agente dela Policía de Nueva York, quien pusiera de modaesta práctica en los años setenta del siglo pasado,cuando entre otras armas utilizaba un revólverS&W modelo 10 al que cambiaba el tambor por eldel modelo 19, del .357 Magnum.

El .357 Magnum nace del alargamiento de lavaina del .38 Especial, dándole ahora tresmilímetros más de longitud. Monta exactamente elmismo proyectil, solo que para la carga deproyección se utiliza otro tipo de pólvora. Susdiseñadores, Elmer Keith y Phil Sharpe, tomaron

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el nombre Magnum de las botellas de champán degran capacidad así denominadas. Es importanteseñalar que si bien en todos los revólveresfabricados para el .357 es perfectamentecompatible el uso de cartuchos del .38 Especial,no es así a la inversa. De entrada, rara vez un armadel .38 permite cerrar el tambor con munición delotro calibre en él introducido: la mayor longituddel cartucho lo impide. No obstante, también esverdad que algunas armas diseñadasexclusivamente para emplear el .38 permiten elalojamiento de los largos cartuchos del .357, peroaun así no es recomendable dispararlos.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

En capítulos anteriores hemos tenido laoportunidad de conocer, de cerca, los efectos quetiene el estrés sobre el comportamiento del policíadurante el curso de un enfrentamiento armado. A lo

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largo de las experiencias expuestas en este librolas distorsiones perceptuales se han presentado demanera consistente en todas y cada una de lashistorias narradas. ¿En cuántos entrenamientospoliciales se hace referencia al papel tan decisivode estas distorsiones en el desempeño policialdurante incidentes críticos?

En el presente capítulo el policía protagonistadesenfunda su arma reglamentaria para conminar aun sospechoso a abandonar el vehículo queocupaba. Este agente fue consciente, a posteriori,que durante la intervención experimentó unadistorsión perceptiva muy habitual, la visión detúnel, centrándose únicamente en el objetivovalorado como más peligroso e ignorando otrainformación presente en la escena. Él mismo locomenta: «No me percaté fehacientemente de lapresencia del otro compañero hasta que inició suserie de disparos. Seguramente ya estaba allísituado antes de que su pistola sonase, pero yoestaba tan centrado en el conductor […] pero no

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recuerdo que en el entorno existiera presenciaalguna de civiles en ese momento».

La teoría del estrechamiento perceptualsugiere que a medida que el nivel de demanda deatención aumenta hacia un objetivo central ydirecto, se produce una correspondientedisminución en el área de visión que rodea elobjetivo principal, perdiéndose la información quese encuentra en la periferia de dicho target.Cuando aumenta la excitación como consecuenciadel estrés, también se produce un mayorestrechamiento en el foco de nuestra atención y laeliminación progresiva de la informaciónprocedente de zonas más periféricas del campovisual.

Para entender por qué se produce la visión detúnel, merece la pena que nos detengamos en loque se conoce como la Reacción de AlarmaCorporal (RAC) y que se refiere a las respuestasque se producen en el cuerpo como reacción a uncambio súbito e inesperado en el entorno, algo que

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generalmente tiene su inicio en las primeras fasesde la amenaza a la propia vida. La RAC sueleestar asociada al combate o a los encuentrosviolentos, como son los enfrentamientos armados.El cambio más inmediato que se produce en lavisión, como respuesta a la RAC, es que el sistemade enfoque visual (acomodación) pierde sucapacidad para mantener una focalización clarasobre objetivos que se encuentran a cortadistancia. Durante los primeros segundos de laRAC no es posible, por ejemplo, enfocarclaramente los elementos de puntería del arma. Laatención y el enfoque visual del agente se dirigenhacia la visión lejana, hacia el infinito. Estamodificación de enfoque visual tiene unprotagonista claro: el Sistema NerviosoParasimpático (SNP), que deja de tener el controlcediéndole el testigo al Sistema NerviosoSimpático (SNS). Este cambio en el equilibrio delSistema Nervioso Autónomo (SNA) es elresponsable de las modificaciones que se

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producen en el cristalino. Durante las primerasfases de la RAC, la forma de lente del cristalino sevuelve menos convexa, lo que hace que solamentelos objetivos que se encuentran alejados puedanverse con claridad.

El SNA tiene dos ramas: el SNS y el SNP.Generalizando diremos que el SNS prepara alcuerpo para un enfrentamiento directo,incrementando la tasa cardiaca y transportandomás sangre a los grandes grupos musculares.También aumenta el diámetro de las pupilas y serelaja el músculo ciliar (la contracción muscularciliar tiene como consecuencia que el cristalinoaumente su capacidad de refracción para poderenfocar objetos cercanos), forzando al policía aenfocar a larga distancia, tal vez porque esto leprepara para las amenazas que pueden venir desderangos superiores.

El SNP nos permite estar relajados yequilibrados disminuyendo la tasa cardiaca ydejando que nuestra visión se enfoque en

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distancias cada vez más cercanas. El SNP nosayuda a recobrar la homeostasis (el equilibrio delorganismo).

Durante la RAC se producen una serie decambios bioquímicos y hormonales. Un ejemplo lotenemos en las glándulas adrenales, que segreganun grupo de hormonas, entre las que se encuentrael cortisol. De importantísimo valor es el aumentode los niveles de azúcar en la sangre que produceel cortisol. Este incremento de cortisol en eltorrente sanguíneo también tiene comoconsecuencia una disminución de la memoria y delaprendizaje, además de propiciar anomalías en laatención. Estas variaciones en los niveles decortisol pueden explicar, en parte, por qué en lamemoria visual y atencional se producen cambiosperceptuales, como el efecto túnel. Los sereshumanos tenemos la tendencia innata a estrechar(centrar) la atención ante una amenaza y durante unepisodio de estrés intenso.

Resultado de todo esto, las pupilas se dilatan

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para poder tener una visión más nítida, másagudizada en el centro del campo visual dondesuele situarse el peligro, para poder discriminarmejor las amenazas o para saber por dónde hayque huir.

Cambios conductuales asociados a elevadosniveles de estrés, como los que se observan en laRAC:

1. Estrechamiento del rango de atención y delabanico de alternativas percibidas.

2. Reducción en la capacidad de resolución deproblemas.

3. Valoración pobre de las consecuencias alargo plazo.

4. Poca eficiencia en las estrategias debúsqueda de información en el entorno.

5. Dificultades para mantener la atención en losdetalles finos discriminativos (muy importantepara que un agente se anticipe a una posibleamenaza).

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6. Frente a un miedo intenso se puede llegar aperder, temporalmente, la coordinación viso-motora (por ejemplo, la coordinación ojo-mano).Pensemos en las consecuencias que ello tiene parael manejo de un arma de fuego.

La investigación actual describe elprocesamiento visual —el viaje que lainformación hace desde la retina al cerebro—como un sistema de dos procesos: la Vía M y laVía P. La Vía M es la más sensible a las formasvisuales más grandes y a las imágenes que semueven con rapidez. La Vía P es más susceptible alos detalles espaciales finos de las formas que seencuentran estáticas o que se desplazan muydespacio. Parece que la Vía P de procesamiento deinformación visual realiza un etiquetado central ydetallado de los datos, mientras que la Vía M seencarga de la visión periférica de consciencia delmovimiento, orientación y localización de lasimágenes. Se supone que estas vías trabajan de

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forma sincronizada para procesar de maneraeficiente la información visual, pero tambiéncuando existe un estrés elevado se produce undesequilibrio entre ambas vías, de forma que unade ellas anula a la otra. La visión de túnel puedeque esté más relacionada con el dominio de la VíaP y la inhibición de la Vía M.

La correcta identificación de señales en elentorno (como el comportamiento del sospechoso,por ejemplo) resulta fundamental para que unpolicía pueda anticiparse a una posible agresión.A raíz del incidente vivido, el protagonista denuestro relato se implicó más en su entrenamiento,consiguiendo reparar en detalles y factores delentorno que le ayudarán, en el futuro, a identificarsituaciones de riesgo potencial. Esto es algo quedebería contemplar todo entrenamiento policial:mejorar las habilidades de atención de los agentesen situaciones de estrés.

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CAPÍTULO 21

OLOR A CARNEQUEMADA

Ningún hombre es más grande que el que se vencea sí mismo,

por cumplir con su deber.

EUGENIO M.ª DE HOSTOS (1839-1903)Pedagogo y escritor puertorriqueño

Era un agente vocacional que apenas llevaba unmes pisando las calles tras haber recibido laplaca. A sus treintaiún años de edad tenía tantailusión por el oficio que para ser policía habíaabandonado un próspero y fructífero trabajo, en elque percibía un sueldo que doblaba la nómina delCuerpo. Tan importantes emolumentos provenían

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de su desempeño en una gran empresa privada, enla que había obtenido un empleo gracias a sutitulación universitaria. Todo esto no atenazó anuestro colaborador pese a las lógicas reticenciasfamiliares: estaba casado y tenía dos hijos. En laactualidad, no mucho tiempo después delincidente, se ha convertido en cabeza de familianumerosa al aumentar la prole a cuatro. Concluyóbrillantemente el periodo académico, obteniendolas máximas calificaciones generales de supromoción. Primeraco, en la jerga. Era un númerouno con madera de líder que, con total seguridad,hubiese ascendido por promoción interna en muypocos años. Pero su carrera policial se truncó aeso de las 16:30 horas de un día de invierno,cuando patrullaba con quien hoy es, más que unantiguo compañero, su hermano de sangre ypólvora. Aquella tarde formaba pareja con unpolicía que acababa de superar el trienio deantigüedad y que le sacaba dos años de edad.También este disfrutaba con la profesión que había

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elegido.El destino laboral no era malo, ambos eran

naturales de la ciudad de casi seiscientos milhabitantes en la que prestaban servicio y dondeademás residían. Pertenecían a una unidad radio-patrulla uniformada de seguridad ciudadana, quetenía asignada un sector concreto de la población.Cuando por la emisora del coche se oyó que unvarón había agredido a su hija y al novio de estacon un arma blanca y que dicho sujeto estabahuyendo en un turismo de marca, modelo y colorconocidos, todos los policías de la localidadagudizaron el sentido de la vista con la intenciónde localizar al susodicho. Siempre se hace así, elfuncionario que no conduce se encarga demantener el enlace vía radio con la Central y conlas demás dotaciones, para solicitar la máximainformación posible y coordinarse con el resto deequipos en servicio. En este caso ese rol lecorrespondió al novato. Es habitual que los datosde interés facilitados sean anotados en un papel

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que se sujeta al salpicadero del automóvil,mediante una pinza, a fin de que estén visiblesdurante todo el turno de trabajo.

«Estábamos identificando a un muchachopara levantar acta por consumo de sustanciasestupefacientes en la vía pública. Se estabafumando un cigarrillo de hachís, un porro, enuna parada de autobuses —manifiesta el novato—. En ese momento oímos por la emisora que unhombre había intentado matar a cuchilladas alnovio de su hija y que al parecer el chico teníauna puñalada en una pierna. El comunicadotambién decía que el agresor vivía en la casacontigua a la que había sido escena de loanterior y que incluso había efectuado undisparo contra la puerta. Al parecer eraaficionado a la caza y llevaba consigo unaescopeta del calibre doce. Pero lo cierto es queesta información la fuimos conociendo segundo asegundo, porque el primer aviso solo hacíamención a un posible caso de malos tratos en el

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ámbito familiar. No conocíamos bien aquellazona, pero no eludimos el compromiso».Normalmente el sector de la ciudad donde seestaban produciendo los hechos era patrullado másfrecuentemente por agentes de otra fuerza pública,pero los protagonistas informaron a su central deque se iban a trasladar al punto indicado. Lapareja se dirigió de inmediato hacia aquellabarriada. Estaban algo alejados, pero para ganartiempo y eficacia se coordinaron con otros agentesa través de la emisora.

Continúa exponiendo el mismo policía: «Por elcamino íbamos comentando que sería buenoponernos los chalecos antibalas que llevábamosen el maletero. Pero la verdad es que justodespués de entrar en la zona donde era previsiblelocalizar a ese hombre, unos compañeros dijeronpor radio que ya lo habían visto por allí. Iba enel mismo utilitario que la familia habíacomunicado en su llamada de socorro. A lospocos segundos nos lo topamos delante de

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nosotros. ¡Lo teníamos enfrente! Estaba como aquinientos metros de distancia e iba circulandopor una rotonda. Ya no había tiempo parapararnos y sacar los chalecos. Era imposible quenos los pudiéramos poner a tiempo. Di lanovedad y nuestra posición a toda la malla. Noqueríamos seguirlo, pues se estaba adentrandoen una zona que no conocíamos bien. Nosabíamos si estábamos siendo conducidos aalgún lugar que le fuese favorable. Por ellodecidimos cortarle el paso interponiendo nuestrocoche en su camino. Lo interceptamos. Yo me tirédel coche casi en marcha para intentar haceralgo. No funcionó, nos dio esquinazo y prosiguióla huída. Ni que decir tiene que desde que lovimos y nos pegamos a él íbamos con los pirulospuestos, o sea con la sirena y las luces del puenteprioritario. Volví a dar por la radio la posiciónque ocupábamos y la ruta que seguíamos en lapersecución. Después de eso tomamos la decisiónde embestirle con nuestro patrullero. No quedaba

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otra opción». Lo consiguieron: lo sacaron de lavía de circulación mediante una colisión lateralpor roce negativo (circulando en el mismo sentidode la marcha) y ambos vehículos quedaronparados y pegados uno al otro en el arcén.

Tan pronto el agente más veterano (queconducía) se pudo apear del coche, se apresuró aconminar al contrario. Dirigiendo su pistola haciael conductor, le ordenó que pusiera las manossobre el volante para hacerlas visibles y lo instó aque se entregara. Esto se produjo a una distanciade aproximadamente cinco metros, mientrasprogresaba en dirección al hostil. Sin dejar deencañonarlo, se acercó hacia su objetivo buscandoel ángulo que le permitiera llegar hasta su puertasin ser un blanco fácil. Alcanzados los dos metrosde separación entre ambos, el policía detectó queel hombre empuñaba una escopeta repetidora que,en parte, asomaba por la ventanilla del piloto.Comenta el policía recién estrenado como tal: «Enese momento oí un tiro. Traté de salir del coche,

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pero mi puerta no podía abrirse comoconsecuencia de la colisión que provocamoscontra el otro automóvil. El lateral derecho denuestro patrullero estaba en contacto con partedel costado izquierdo del otro coche. Con muchadificultad me desplacé hasta al asiento vacío demi compañero. No fue sencillo: me iba quedandoenganchado al freno de mano y a la palanca decambio, con la defensa, los grilletes y elradiotransmisor. A todo esto, yo todavía no sabíacómo se había producido el disparo que habíasonado, ni sus consecuencias. Al final conseguídescender por aquel lado, por el contrario almío. Nada más poner un pie en el suelo me topéde cara con el agresor. Lo tenía a dos metros demí, casi encima. Sin mediar palabra dirigió laescopeta hacía mí y me disparó dos veces.Aunque me protegí con la puerta del coche, queera lo único que tenía a mano, me alcanzó enambas ocasiones. Los plomos de los cartuchosatravesaron la puerta. Caí al suelo, pero

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rápidamente me levanté, desenfundé mi pistola eintenté repeler el ataque».

La reacción del policía fue súbita, pero noeficaz. Aunque de inmediato se irguió y sedesplazó hacía la parte trasera de su patrulleropara protegerse, aquel hombre siguióencañonándolo desde no más de cinco metros dedistancia a la vez que profería amenazas de muertee improperios. Durante este breve desplazamientoel funcionario apretó el disparador (gatillo) de supistola sin necesidad de consumir tiempo enalimentar la recámara, pero el arma no hizo fuegoaunque estaba presta en doble acción. Volvió apresionar el gatillo… y nada: los tiros no salían. Ala vez que esto se producía, el atacante avanzabahacía su objetivo intentando recortar distancia.Pero el agente tampoco permanecía estático y casique daba vueltas circundantes sobre los dosvehículos, procurando mantener siempre unabarrera física (sendos coches) entre él y el otrohombre. Se lo puso más difícil a su antagonista, al

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no ser un blanco inmóvil. En un momento dadoconsiguió vislumbrar que el problema de la pistolaestaba en que, aunque llevaba un cartucho alojadoen la recámara, había olvidado desactivar elseguro manual situado en la corredera. «Cuandofui consciente de cuál era el contratiempo, subíla palanca hasta la posición de fuego. Por fin,ahora sí pude soltar siete disparos rápidosjustamente cuando me descerrajó el tercer tiro.No me dio, pero yo logré colocarle cuatroproyectiles en el pecho. No apunté con claridad,pero sí es verdad que el arma estabaperfectamente centrada en su torso. Murió allímismo. Fueron unos segundos irrepetibles ybrutales. Sentía como la adrenalina fluía dentromí. El nivel de estrés era lo siguiente a máximo yparecía insuperable. Todo era muy confuso ycierto grado de incertidumbre se apoderómomentáneamente de mi cabeza. Fui conscientede mis heridas desde el principio. Nunca olvidaréel olor a carne quemada y la sensación de

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humedad que la sangre me producía al emanar eimpregnarme el uniforme. Pero a pesar de todo,en mí floreció un “chispazo” de orgullo y euforiacuando abatí a ese tipo. Después, cuando todopasó, sentí ardor guerrero y coraje a partesiguales. Durante algún tiempo pensé mucho encómo sucedieron los hechos y me preguntabacontinuamente si se hubiera podido hacer frentea la intervención de otro modo». El funcionarioempleó la munición semiblindada que oficialmentele había sido adjudicada junto al arma y doscargadores de gran capacidad, y todo ello ibasujeto al cinturón dentro de las correspondientesfundas reglamentarias confeccionadas con cuero.

Aquella primera detonación que el agente oyódesde dentro del coche, cuando aún no habíadescendido de él, se produjo mientras sucompañero se aproximaba, pistola en mano, alturismo del sospechoso. Este policía sostiene quesu propósito era hacerse con la escopeta, paradejar inerme al individuo. «Cuando ya estaba casi

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abordando el coche, me percaté de que el cañónde su arma asomaba por la ventanilla. Por unsegundo pensé que podría tirar del tubo haciafuera para apoderarme de la escopeta. Pero porsuerte me di cuenta de que tenía metido un dedodentro del guardamonte. Todo indicaba que iba adispararme en cualquier momento. Su intenciónal esgrimir la escopeta estaba clara: no se iba aentregar. Yo no podía seguir allí delante por mástiempo, así que di unos pasos hacia atrás paraevitar un tiro directo a cañón tocante. Casi no medio tiempo... cuando sonó un disparo. Tuve suertey no me alcanzó, hubiese sido casi a bocajarro.El impacto afectó a la barrera que nos separaba,o sea la propia puerta del coche. De todosmodos, al apartarme lateralmente me salí unpoco de la trayectoria de tiro, así queseguramente no me hubiese tocado plenamente.Ahí fue cuando definitivamente supe que teníaque disparar para defenderme. Lo hice. Ganéalgo de distancia y tiré directamente contra la

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puerta del conductor, donde justo detrás estabasentado aquel hombre vestido con ropa decazador».

Pero los astros estaban mal alineados ese día yla casualidad quiso que a este policía le ocurrieralo mismo que a su binomio: tenía el seguro de lapistola activado y aunque también trabajaba con larecámara alimentada no pudo hacer sonar su arma.Lo intentó en alguna ocasión más, mientras seocultaba al otro lado del parapeto (los propioscoches). Finalmente alcanzó a discernir que teníaalgún problema con el funcionamiento del arma.Como él mismo no oculta, «los nervios mehicieron olvidar que la pistola ya estabacargada. En la errónea creencia de que tenía quealimentar la recámara, tiré de la correderavarias veces hacia atrás. En cada una deaquellas acciones extraía un cartucho de larecámara, que era eyectado a través de laventana de expulsión. Estas balas sin percutiracabaron tiradas en el asfalto, cerca de mí. Pero

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por más que dejaba una bala dentro, no salía eldisparo al apretar el gatillo. Al final reaccioné yme percaté de que solamente había que quitar elseguro. Es increíble que algo tan evidente ysencillo se me pasara por alto. Mientrasrealizaba todo eso, perdí un tiempo muy valiosoque se tradujo en que me disparara nuevamente.El tiro afectó al cristal de la ventanilla de lapuerta del acompañante, precisamente donde yome había puesto para protegerme y mantenercierta distancia. Fui alcanzado en el costadoizquierdo, pero logré efectuar un disparo a dosmanos, que no tocó el cuerpo del individuo.Cuando vio que yo estaba generándole unpeligro, se dirigió a nuestro coche para atacar ami compañero que en ese instante estabaintentando abandonar el patrullero». Comoconsencuencia de esto, el policía solamente sufriólesiones leves consistentes en el enrojecimiento dela piel, en forma de pequeños puntosensangrentados. Ni un solo perdigón penetró su

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piel tras pulverizar el cristal, aunque parte deluniforme quedó chamuscado por la deflagración,dado el escaso rango de tiro.

Como resultado final de la refriega, el policíaque resultó herido de mayor gravedad tuvo que serintervenido quirúrgicamente en dos ocasiones.Fueron dos los impactos recibidos, afectando unoa la parrilla costal derecha y el otro a la caderadel mismo lado. Gracias a que la municiónempleada por el tirador era de la que se utilizahabitualmente para cazar aves y pequeñosmamíferos, la posta proyectada se componía deperdigones de plomo de perfil muy fino. Aunque serecuperó físicamente lo suficiente como parapoder llevar una vida normal, el agente tuvo queser evaluado facultativamente para que sedictaminase si las secuelas derivadas lepermitirían seguir en servicio activo. Muy a supesar, el tribunal médico que estudió su casodecretó que los trece proyectiles que aún seguíanalojados en su organismo —todavía están ahí— le

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impedían llevar a cabo una vida profesionalsaludable, eficaz y de calidad. Tuvo queabandonar el Cuerpo tras catorce meses de bajamédica. Con cierta periodicidad es sometido acontroles sanitarios de toxicidad, dado que unplomo permanece localizado en el hígado. Ademásde todo esto, sufre dolores musculares ehipersensibilidad en las áreas afectadas y presentaqueloides (exceso de cicatrización exterior).También le ha sido diagnosticada una afección porgranulomas, dada la existencia de cuerposinsolubles —los proyectiles— en varios órganos.

El fallecido resultó ser un lugareño de algo másde cincuenta años de edad, al que ninguno de lospolicías intervinientes había visto con anterioridadal incidente. Durante las posteriores pesquisas sesupo que carecía de antecedentes policiales ypenales. Trabajaba normalmente como albañil, sibien cuando se produjo el enfrentamiento seencontraba en situación laboral de desempleo. Eratitular de la Licencia de armas tipo E, con la cual

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tenía guiada la escopeta protagonista del suceso yque normalmente usaba para realizar actividadeslúdico-deportivas cinegéticas. De hecho, duranteel levantamiento del cadáver le fue descubierta enla cintura una canana de cazador, «que estabarepleta de todo tipo de cartuchos del doce: debala, de postas y de perdigones como los que nosdisparó a nosotros. De todas formas, los dePolicía Científica me dijeron que el tercer tiroque me dirigió, el que falló, posiblemente era debala o de posta gorda». Fue precisamente uncartucho balero (con una sola bala) el que utilizó,minutos antes, contra la puerta de la vivienda de suhija. El finado procedía del mundo y la culturarural y personas de su entorno familiar y vecinal lodefinieron como un hombre muy rudo y terco. Seconstató que horas antes había ingerido ciertacantidad de bebidas con alto contenido etílico. Laslesiones que los cuatro disparos del funcionario leinfligieron fueron mortales de necesidad: afectarondirectamente al corazón y a las áreas adyacentes.

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Todos los proyectiles produjeron orificios desalida, sobrepenetraron.

El más joven de los agentes confiesa que «nofui capaz de articular palabra con mi compañeromientras el tiroteo se estaba produciendo.Experimenté sensaciones nuevas, porque aunqueyo sabía que él estaba ahí... no lo veía. Yo noquitaba mis ojos del cazador. Centré en él todosmis sentidos. Es más, cuando todo se acabó yllegaron más efectivos y las ambulancias,descubrimos que un ciudadano que pasabacirculando detuvo su marcha al ver lo que estabapasando. Fue testigo de todo y posteriormentedeclaró en el juzgado, pero ninguno de nosotrosllegamos a verlo en la escena durante elintercambio de tiros. Menos mal que esemuchacho en ningún momento se metió en laslíneas de tiro, porque sin conocer su presencia enel lugar hubiésemos podido acabar hiriéndolo omatándolo. Pero sin embargo, sí que hubo unmomento en el que mi binomio me habló, o sea

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que fue capaz de mantener la comunicación y elcontacto visual conmigo. Recuerdo que gritóvarias veces seguidas que me fuese para donde élestaba en ese instante, que era detrás del turismodel atacante». Como quiera que el incidente seprodujo en un escenario diáfano y agreste, unacarretera pedánea no transitada a esa hora, ni lasbalas perdidas de los agentes (cuatro en total) nilas que se excedieron en la penetración del torsodel homicida (otras cuatro) pudieron llegar aproducir lesiones a terceros.

En cuanto al entrenamiento que ambos policíasposeían en relación al manejo de armas de fuego,el más veterano admite que aunque el programaanual de reciclaje contemplaba algunas sesionesmás de tiro, él solamente pasaba dos veces al añopor la galería para realizar sobre unos treintadisparos. Pero así y todo, cree que estabadebidamente adiestrado y mentalizado de quellegado el caso podría tener que disparar a alguienen su quehacer profesional. De lo vivido aquella

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tarde saca en conclusión que siempre merece lapena gastar un minuto en colocarse el chaleco deprotección. Comenta que nunca ha ido armado enhoras ajenas al servicio y que tampoco se haplanteado adquirir una pistola o revólver a nivelparticular. No es una persona especialmenteatraída por el armamento, la balística y el tiro.Pero piensa que de haber contado con un armalarga en sus manos ese día, tal vez hubieseconseguido intimidar a su adversario. Eso sí, a suvez reconoce que carecía de pericia en el manejode las armas largas disponibles en su institución.«Las usé solamente una vez durante mi paso porla academia y de eso hacía ya cuatro años»,señala. Al margen de las prácticas periódicasimpuestas por la Administración (Jefatura delCuerpo), en alguna ocasión había intervenido enjornadas extraoficiales de tiro.

El novato, por su parte, en su haber únicamentecontaba con la experiencia académica. Dado queescasamente hacía un mes que había jurado el

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cargo y que estaba estrenando destino, no habíatenido tiempo material para participar en lastiradas de reciclaje de la plantilla. Pero resultasignificativo el dato de que tampoco intervino enejercicio de entrenamiento alguno, durante losmeses de prácticas previos a alcanzardefinitivamente la plaza de funcionario. En lo quesí coinciden el ahora policía retirado y su excompañero, es en que adoptaron la inmutabledecisión de nunca más usar el seguro exterior de lapistola.

El protagonista que permanece en el Cuerpo ensituación de activo se encuentra en la actualidadrelativamente alejado de la calle. Ahora prestaservicio en la Unidad de Atestados tomandodenuncias y practicando diligencias. Pese a ellosigue portando el arma en condición dos, pero yasin seguro. Significar que el cambio de unidad seprodujo dos años y medio después delacontecimiento, tiempo durante el cual elfuncionario siguió encuadrado en la misma unidad

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de patrullaje. Cuando con curiosidad esinterpelado por los compañeros, les habla de lasextrañas percepciones que experimentó: «La genteno se imagina lo violenta que es la dinámica deun tiroteo. Algunos muestran extrañeza al oírmedecir que mi capacidad auditiva se redujo desdeincluso antes de poder realizar mi disparo. Hayquien pone cara rara cuando le digo que todo loviví como a cámara lenta. Quizá por ellorecuerdo algunos pequeños detalles de la escena(agudización visual). Antes de poder dispararnoté el “subidón” de adrenalina y justo despuésun bestial instinto de supervivencia se apoderóen mí. En las primeras veinticuatro horas no seme caía del pensamiento el delicado estado desalud de mi compañero. Durante la primerasemana, cuando ya salió del peligro, meacompañó un extraño sentimiento que no mepermitía conciliar el sueño con facilidad. A vecesla angustia me hacía estar ausente. En algunaocasión tuve conocimiento de comentarios y

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críticas nada halagüeñas que procedían de otrospolicías. Opinaban sobre la forma en queafrontamos la intervención. Con el tiempoasimilé y comprendí que era lógico y normal quela gente elucubrara y sacara sus propiasconclusiones. Seguramente todos lo hacemosalguna vez. Es algo que debemos tolerar y que nodebería molestarnos, porque insisto, todospecamos de lo mismo cuando observamos cómointervienen otros. Supongo que la prudencia eneste sentido se obtiene cuando uno acumulaexperiencias reales de este calado ydramatismo».

Volvió al trabajo tras serle concedidas variassemanas libres para reponerse emocionalmente.Pero pasados tres meses del atentado, la ansiedad,la falta de apetito y algunos pensamientos yrecuerdos persistentes de lo superado le hacíancomplicado, a veces, el día a día. Aun así norecurrió a ningún profesional especializado ensalud mental. El apoyo familiar fue crucial para

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que pudiera salir del bache anímico en el que seencontraba. Le resultó muy positivo hablar de loacaecido con sus seres queridos. Tambiéncompartió sus sentimientos y experiencia conalgunos compañeros y jefes, e incluso con amigosmuy allegados que no pertenecían a la comunidadpolicial. «Detecté que entre mis amigos habíaalgunos que no comprendían lo sucedido. Creoque es natural, ellos no son policías. No erancapaces de empatizar con nosotros, pero suspuntos de vista no afectaron a nuestra relaciónde amistad».

El otro funcionario, el que aquella tarde viosegada su carrera profesional y tantas ilusiones,padeció aflicciones muy similares a las del otroagente, pero a estas sumó cuitas particulares.Refiere: «Aunque mi esposa y los demásmiembros de la familia me arroparon a la par quemuchos compañeros, me sentí muy dolido con loscomentarios vertidos por algunos medios decomunicación y por los amigos y parientes del

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hombre que murió. Me denunciaron por haberacabado con quien antes trató de arrebatarnos lavida a mí y a mi compañero. Por suerte fuiasesorado jurídicamente a lo largo de todo elproceso. Durante meses me costó trabajodescansar por las noches. No solo me molestabanlos dolores propios de las lesiones,principalmente la del hígado, sino que llegué atemer por mi seguridad y la de mi familia. Tuveque recurrir a los servicios de un gabinete dePsicología Clínica. También me quitaba el sueñoel posible resultado judicial del caso, pero meconvencí de que aquello no podía acabar mal: atodas luces fuimos proporcionados y actuamosconforme a la ley. Finalmente fui absuelto detodo cargo y nos premiaron y reconocieron, a losdos, con una condecoración con distintivo rojo.Lo cierto es que ni siquiera hubo juicio: el casopor la muerte se archivó al mes y medio durantelas prácticas judiciales de Diligencias Previas».

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A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

¿Qué decir, para empezar? Estamos ante otroincidente al que se le intuyen escenasespectaculares como las que habitualmente sereproducen y distribuyen en canales de televisión ymedios digitales y que, casi siempre, muestranimágenes de policías americanos. Con elvisionado de esos vídeos la gente, aquí, refuerzasu distorsionada idea de que esas cosas nuncaocurren en España, que aquí jamás pasa nada,como se suele decir entre los propios policías.Recurrentemente se acude al «esto no es Brasil oEstados Unidos, ¿adónde vas con el chalecoantibalas puesto?». Por suerte en unos casos y pordesgracia en otros, efectivamente esto no esNorteamérica. Pero en España, como ya se hadescubierto a lo largo de muchas páginas, se danmás incidencias armadas entre policías y

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delincuentes de lo que los propios integrantes dela comunidad policial imaginan.

Una de las muchísimas cosas que nosdiferencian con aquel país es, en lo policial, el usohabitual y masivo que allí se hace del chaleco deprotección. Como ya se expuso en el capítuloquince, aunque en América del norte (Canadáincluida) todos los policías se protegen conchalecos balísticos, también caen abatidos porarmas de mayor potencia que la tolerada por lascorazas o por impactos que interesan zonasdesprotegidas del cuerpo. No obstante, son muchosmás los que anualmente salvan sus vidas gracias aestas prendas. En España son muy pocos lospolicías que se dan una segunda oportunidadautoprotegiéndose contra las balas. En unos casosporque sus organizaciones no surten de blindajes atodas las unidades y, cuando lo hacen, suele ser deun modo tan escaso que no todos los integrantesdisponen, siempre, de una prenda adecuada a suscaracterísticas antropomorfológicas. En ocasiones,

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aunque sí se cuente con la opción de utilizar unchaleco digno, muchos renegarán de él porcomodidad, dejándolo en el cuartel. Otros, comolos agentes del caso que estamos desgranando, síque deciden llevar consigo los accesorios deprotección, pero no colocados sobre sus cuerpossino depositados en el portamaletas del cochepatrulla. Esto ya es algo, aunque poco. Luegoestán, y esto también se ha comentado en otrosapartados de este libro, quienes los usan de modointermitente para evitar ser escarnio de loscomentarios de algunos compañeros y jerarcas.Pero lo cierto es que estos, los que másfrecuentemente portan sobre sus cuerpos este tipode complementos, suelen ser policías que hanadquirido las prendas a título personal. Aunqueparticularmente lo mismo se procuran modelosexteriores que interiores, cada vez es más habitualver versiones internas serigrafiadas con la leyenda«Policía». Esto permite el empleo visible yexterior de la prenda, lo que proporciona más

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confort que cuando se utiliza exclusivamente bajola ropa.

Respecto al tallaje de las proteccionescorporales balísticas colectivas (no asignadasindividualmente), decir que la talla que en veranose amolda a un cuerpo puede que en invierno, conlos ropajes propios de la estación, resulteexcesivamente pequeña para el adosamiento altronco del mismo usuario. En la misma cuenta seha de caer cuando se adquieran blindajesdiseñados para uso interior, pero quedefinitivamente se dotan de caracteres externosidentificativos para darles uso exclusivo devisibilidad pública. En estos casos, la prenda cuyatalla queda perfectamente ceñida a un troncodirectamente sobre una simple camiseta (usointerior), resultará incómoda de portar cuando seaasignada a un empleo táctico exterior sobre lavestimenta habitual de servicio. Como es sabido,lo más común es que durante el tiempo quepermanecen en servicio los chalecos, entre cinco y

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diez años por indicación general de losfabricantes, las personas destinadas a su empleosuelen ganar peso y volumen, por tanto tambiéntalla. Cuando no, en según qué casos, talesconceptos se pueden ver reducidos.

Los dos funcionarios heridos en este capítulopudieron llevar colocados sendos chalecos desdeque iniciaron el servicio, pero no lo hicieron.Seguramente actuaron así por hábito y comodidad,dado que el tiroteo se produjo en invierno e ibanabrigados, como poco, con un par de prendassobre las que hubiesen tenido que ponerse loschalecos exteriores reglamentarios. Destacar queninguno de ellos era propietario de uncomplemento de esta clase, quizá porque creyeronque siempre dispondrían de tiempo suficiente paraabrir el portaequipaje, si la situación se tornabaadversa. O tal vez porque en el área geográficadonde prestaban servicio no se producíanhabitualmente enfrentamientos armados. Pero no esdel todo correcto esto último: la provincia en la

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que acaecieron los hechos no es el Chicago de AlCapone, pero anualmente se producen numerososincidentes con armas de fuego. Es más, en estevolumen se plasman varios tiroteos producidospor aquellas tierras y por otras limítrofes. Pero sibien es cierto que algunas zonas del país son máspropensas que otras a regalar noticias sobre armasy muertes en confrontaciones armadas, no esmenos verdad que las personas matan en cualquieresquina de cualquier pueblo, llueva, nieve odeslumbre el sol todo el año.

Rememorando los capítulos precedentes, unnúmero muy reducido de policías admitió haberestado protegido balísticamente el día de suincidente. Una cifra algo mayor reconoció que enel coche de servicio transportaba al menos unchaleco, pero que por comodidad no lo llevabacolocado. Y los funcionarios del presente análisismanifiestan que los llevaban en el coche y quequerían ponérselos, pero que no tuvieron ocasiónde ello antes de que se desatase el intercambio de

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disparos. Es lo que tantas veces se ha dicho: loscriminales no avisan con una campanilla de la horay el lugar en el que van a atentar. Las cosas pasan,normalmente, cuando menos se esperan y elestudio que comprime estos veintidós capítulos esuna buena muestra de ello. Por cierto, la inmensamayoría de los encuestados no se planteó nuncaprotegerse para el servicio que prestaba. Decuantos policías han sido sometidos a entrevistaspara completar este proyecto editorial, solamenteuno fue alcanzado por un proyectil en el chalecoque lo cubría. Este funcionario es de los quesiempre lo utiliza, sin importarle los comentariosinjuriosos que a veces ha tenido que soportar dealgunos compañeros, sobre todo cuando estuvodestinado en una plantilla distinta a la quepertenecía el día que se enfrentó a su homicidaparticular (este suceso no es titular de un capítulodel libro, si no que se comenta ampliamente en elcuerpo del análisis de uno de los enfrentamientosestudiados).

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A tenor de la zona anatómica en la que ambospolicías fueron alcanzados, de haber tenido loschalecos sobre sus cuerpos, y no en el maletero, nohubiesen resultado heridos. Especial énfasis hayque poner en el caso del agente que debióabandonar la Policía por imperativo legal, alperder capacidades físicas para permanecer enservicio activo, como consecuencia de lassecuelas derivadas de los dos impactos recibidos.Independientemente de quién hubiese diseñado yfabricado las prendas que fueron discriminadas,éstas hubieran detenido, con total seguridad, losperdigones que contenían los cartuchos del calibre12 que provocaron las lesiones. Cualquierconfección homologada de nivel IIIA (el másusado en todo el mundo), como era la que estospolicías no pudieron utilizar aquella tarde ante lapremura de la intervención, habría absorbidoeficazmente la energía de los proyectiles. En elcapítulo que cierra la obra se reseña un incidentecon este positivo resultado.

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Prácticamente todos los fabricantes mundialesde armaduras balísticas publicitan que susproductos, al margen del material con el que esténconstruidos (existen diversas fibras y métodos deensamblaje), protegen de las consecuencias de losdisparos de escopeta, siempre que el nivel dehomologación sea IIA, II o el anteriormentedescrito. Por descontado que los niveles III y IV secomportan eficacísimamente ante esta munición,toda vez que están científicamente estudiados ydestinados para absorber la energía de losproyectiles de fusilería, incluso de tipo perforante(nivel IV). Algunas de las fibras textilesdesarrolladas para estos fines son: Kevlar,Spectra, Dyneema, Dragón Skin, GoldFlex,Twaron, etcétera. Reseñar que estos niveles deprotección están definidos y establecidos por elNational Institute of Justice (NIJ), un organismonorteamericano dependiente del Departamento deJusticia; pero países como Reino Unido yAlemania han creado sus propios sistemas, e

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incluso existe otro europeo.Como norma general, se suele decir que los

cartuchos semimetálicos de caza generan energíasy velocidades similares a las de algunos calibresmetálicos de rifle a cortas distancias, sin perjuiciode que los primeros sean de perdigón fino, posta obala. Normalmente en estos rangos, entre cero ysiete metros, la masa de postas y perdigonescontenidos en el taco, todavía no ha iniciado sudispersión y se comporta como un proyectilcompacto y macizo. Esto depende, básicamente, dela longitud del cañón del arma y de si ha sidoinstalado en él algún choke (elemento que estrechao abre el ánima, en la boca, para variar elagrupamiento de los perdigones). Para hacernosuna idea de lo que es capaz un cartuchosemimetálico de cacería o de tiro al plato, vamos areflejar algunos datos técnicos de la municiónestándar más extensamente usada para caza menoren casi toda España. Las cifras serán comparadas,salvando diferencias y matizando algunos

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extremos, con las que arroja el calibre 9 mmParabellum (cartucho metálico), que es el másampliamente declarado reglamentario para laspistolas de las fuerzas del orden; y con el calibre5,56 x 45 mm OTAN (.223 R), de uso oficial enlos fusiles de asalto de nuestros ejércitos.

La munición del calibre 12 que más se consumeentre los aficionados a la caza es, muyprobablemente, la de 34 gramos del número 7.Esto puede variar según a qué región se asomeuno, en virtud del tipo de piezas a cobrar máshabitualmente en los cotos, lo que puede hacer queel usuario opte por un peso y número mayor omenor. Estamos ante un cartucho cargado con unpromedio de 360 esferas de plomo, de 2,5milímetros de diámetro cada una, que en conjuntoalcanzan un peso de 34 gramos. Entacados sininiciar su diáspora, los proyectiles puedenabandonar el cañón a una velocidad media de 405metros por segundo (m/s). Alcanzado de lleno y acorta distancia un cuerpo humano por una de estas

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cargas, sin barreras intermedias que atenúen lavelocidad y energía terminal, las lesiones podríanser devastadoras independientemente del órganoafectado. Eso sí, a mayor separación entre elorigen del fuego y el objetivo, las postas operdigones se separan casi en desbandada,perdiéndose de ese modo, poco a poco, la energíainicial. Esto implica que a partir de los quincemetros de distancia, aproximadamente (depende delas características del cañón montado en el arma),se vayan separando los proyectiles unos de otrosen el espacio, dividiéndose la energía, así, portoda la superficie de impacto y por cada perdigón.En el supuesto real presentado, los dos policíasfueron alcanzados previo impacto en la puerta delconductor y en una ventanilla (policía levementeherido), lo que sin duda redujo la gravedad de laslesiones, pese a que uno fue intervenido a causa deimportantes desgarros internos.

Lo cierto es que es una verdad a medias que undisparo del doce genere la misma velocidad y

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energía que, por ejemplo, un cartucho del 5,56 x45 mm OTAN (.223 R): 405 m/s y sobre 2.059julios de energía (J) en el caso del calibresemimetálico que nos ocupa, frente a 950 m/s y1.700 J en la versión M193 del cartucho militar.Con la punta SS109 de 5,56 mm (62 grain, gr) seaumenta insignificantemente la energía y se reducedel mismo modo la velocidad, cuando no semantiene igual. Señalar que el proyectil OTANpara fusil y ametralladora ligera cuenta con unpeso estándar de 55 gr, lo que equivale a algo másde 3,56 gramos (g). En cuanto al parangón con elParabellum, éste, en su versión más normalizada,proyecta balas de 8.03 g (124 gr) a unos 350 m/s y500 J de energía en boca.

Como ya hemos apuntado, la importante energíaque desarrolla el cartucho del doce se reducenotablemente a poco que los proyectiles sedistancian de su origen e infinitesimalmente entresí, pudiendo calcularse que, en el caso delcartucho aquí tomado como referencia, cada uno

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de los 360 perdigones abandona el arma con 5,72J de energía. Esto es lo netamente matemático,pero dado que en boca y durante un breve periodoespacial los perdigones permanecen cohesionados,desde el punto de vista balístico y a tenor de lasexperiencias estudiadas la masa actúa cual cuerpomacizo.

Aunque los actuantes fueron conociendo poco apoco algunos extremos sobre la incidencia queiban a atender, la primera información solamentehacía mención a un caso de presuntos malos tratosen el ámbito familiar. Este tipo de requerimiento,como los de las riñas familiares o vecinales, sonmuy habitualmente atendidos a lo largo de unajornada de trabajo policial normal. Si no separticipan datos más profundos a losintervinientes, como sí ocurrió paulatinamente eneste acontecimiento, los policías se personan en elpunto comisionado sin adoptar mayores medidasde autoprotección que las que toman paracualquier otro llamamiento ciudadano.

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Muchos servicios de este orden y perfilfinalizan con desagradables desencuentros. Pormencionar alguno que acabara con disparosefectuados por los agentes de la autoridad, ocontra ellos, referiremos la noticia que se produjoel 9 de mayo de 2010 en Güeñes (Vizcaya). A lasonce de la mañana dos policías de la Ertzaintza,cuerpo dependiente del Gobierno Vasco, acudierona un domicilio donde una mujer solicitabapresencia policial, ante la conducta violenta que sumarido estaba mostrando hacia ella. Una vez quela pareja de funcionarios llamó a la puerta de lavivienda, el marido de la requirente les abrió enactitud violenta y, sin pronunciar una palabra, seabalanzó sobre ellos con dos cuchillos en susmanos. Los funcionarios, por su parte,consiguieron responder al ataque con disparos depistola, alcanzando al agresor en una pierna.Incluso herido de bala, el hombre pudo refugiarseen su casa. Minutos después fue apresado yatendido de sus heridas in situ, gracias a que la

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esposa facilitó a los policías las llaves de sumorada (ella se había guarecido en la casa de unavecina).

Algo más reciente en el tiempo, el 17 dediciembre de 2011, también en la ComunidadAutónoma del País Vasco, en San Sebastián,agentes del mismo cuerpo de seguridad acudierona un bloque de pisos donde una mujer seencontraba muy nerviosa porque su ex marido, conquien ya no convivía, le había amenazado demuerte a ella y a una vecina. La intimidación seprodujo, según sostuvo la señora, exhibiendo unaescopeta desde una ventana de la cuarta planta deledificio. Ella, en ese momento, se encontraba en lacalle. Quien sí tenía residencia allí, con suprogenitor, era la hija de ambos. Personados en ellugar varios ertzainas de Seguridad Ciudadana,éstos mantuvieron una conversación con elhostigador en el descansillo de la planta. Elhombre, que permanecía dentro de la casa, estabasiendo convencido para que se entregase a la

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fuerza presente. En un momento determinado elvarón entreabrió la puerta y, asomando brevementela boca de fuego de una escopeta de caza, disparó.Como consecuencia del tiro, un agente deveintinueve años de edad, y uno de permanencia enel Cuerpo, fue alcanzado de lleno en el musloizquierdo. El impacto se produjo casi a bocajarroy propició una herida de extrema gravedad, alafectar a la arteria femoral. El agente salvó la vidatras cuatro horas de intervención quirúrgicaurgente, en la que se le practicó un baypass en lafemoral y una transfusión sanguínea de cinco litros.

El tirador, que tenía cuarentaiocho años deedad, se atrincheró posteriormente en la vivienda,desde donde disparó más de treinta veces contra laPolicía a través de una ventana que daba a la víapública. Al menos un coche patrulla fueatravesado por un cartucho de bala, concretamenteen el que había llegado a la escena el agente queresultó herido. Al parecer, desde un principiomanifestó abiertamente su intención de atentar

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contra la vida de una vecina, a la que dirigíacontinuas amenazas de muerte. Sobre las cinco demañana, tres horas después de iniciarse el tiroteo,la unidad especial de intervención de la Ertzaintza,la BBT (Berrozi Berezin Taldea), consiguiódetener al homicida. Se da la circunstancia de queel arrestado era trabajador de la construcción ensituación laboral de desempleado, como elfallecido en la historia protagonista del presentecapítulo. Eso sí, este contaba con antecedes yhabía estado en prisión tiempo atrás. También,como el otro, tenía fama de violento entre quieneslo conocían y poseía licencia de armas para cazar.Destacar que contaba con antecedes por haberencañonado, también con una escopeta de caza, auna pareja del Cuerpo Nacional de Policía.

Recuperado emocional y físicamente, elertzaina confiesa que no tuvo tiempo material paradisparar: «Yo me encontraba completamentedispuesto a abrir fuego contra aquel hombre si lasituación lo requería. Me había mentalizado para

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ello y por ese motivo portaba la pistolaempuñada con ambas manos. Naturalmente, yallevaba un cartucho en la recámara. Pero nada,no pude, no me dio tiempo a reaccionar de modocongruente. Recuerdo que vi como la puerta seabría breve y levemente para dejar asomar, porun segundo, la boca de fuego de la escopeta. Esoes lo que duró, un segundo y no más. Fijé toda miatención en aquello. No pensé en nada. No hicenada, no pude: el cañón hizo que toda miatención se concentrara en él. Focalicé missentidos en lo que me generaba riesgo». Esteentrevistado sostiene que la acción lógica, ylegalmente proporcionada, hubiese sido dispararnada más ver aparecer el cañón del arma delcontrario, opinión que este autor comparte. Pero,como él mismo nos manifiesta, no pudo respondercon coherencia, pese a tener meditada la posiblerespuesta y encontrarse con el arma presta en lasmanos. No solamente no disparó él sino que delmismo modo actuaron los demás intervinientes. En

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unos casos porque no tenían ángulo y en otrosdirectamente por las mismas razones que el herido.Tampoco usaron sus armas los policías apostadosen el exterior, quienes desde el edificio fuerontiroteados. «Creo que había miedo a devolver elfuego», sostiene el por aquel entonces novatopolicía. La esposa fue levemente herida por uno deestos disparos.

Sigue apostillando el agente lesionado: «Yo erael único que llevaba puesto el chaleco deprotección balística. Era el de dotación en elCuerpo. Pero el disparo vino directamente a mipierna. ¡Qué mala suerte tuve! Tal vez porque ibaprotegido, me encontraba el primero de todos, atres metros de la puerta. El impacto lo sentí, trasver el fogonazo, porque lo vi perfectamente,como un brutal y violento desplazamiento deltren inferior. Noté como si me arrancara un trozode carne. Todo esto envuelto, en aquel reducidorellano, de un ambiente de gritos y de olor apólvora. Mis compañeros rápidamente

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empezaron a comunicar por radio, a grito limpio,que había un agente herido. Era como unapelícula, pero de verdad. Todo lo percibía de unmodo muy intenso». Comenta que debido a lopoco espacioso del lugar, amén de por ser un sitiocerrado, la detonación fue tan sorpresiva que dejóa todos los actuantes con un desagradable yensordecedor pitido en los oídos. «Quedamosahogados por el sonido».

El policía fue consciente desde el principio delalcance de su herida: «Vi como en el uniformehabía un agujero y tras él, en mi muslo izquierdo,otro más. Veía salir un enorme chorro de sangrerojísima. Durante el periodo académico recibícocimientos muy básicos sobre estas cosas, perome sirvieron aquella noche: taponé la herida conmis propias manos. Sabía que la femoral estabaafectada, pero aunque metí los dedos ahí dentro...no era capaz de pinzarla. Sí que pude agarrar,con un fuerte pellizco, toda la zona carnosaadyacente. Parece que dio resultado porque se

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redujo la hemorragia. Sin medios es lo únicoeficaz que pude hacer. Así permanecí duranteveintidós minutos, hasta que una patrulla meevacuó en un coche blindado hasta un puntoacordado en el que una ambulancia me estabaesperando. No olvido la sensación de calor quedesprendía mi sangre en contacto con mis manos.De no haber sabido qué estaba pasando, mehubiese preguntado qué demonios sería eselíquido tibio que me estaba empapando la ropa.Es un recuerdo inevitablemente imborrable, queme acompañará toda la vida. Tampoco olvidaréaquel chorro de fuego (el fogonazo) al que leclavé mis ojos». Sabía cómo aplicarse untorniquete (autoayuda médica urgente, muchasveces la mejor ayuda), pero optó por no hacerloante el riesgo de propiciar una inevitableamputación del miembro lesionado. «Me lo estabahaciendo un compañero con su cinturón, pero ledije que no presionara tan fuerte. Le temblabantanto los brazos, por la fuerza que aplicaba y por

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los nervios, que seguro que no aguantaría muchotiempo así. No obstante, tenerlo allí junto a míme ayudó a sobrellevar la situación. Siempreestaré en deuda con él. Mientras nosotrosestábamos tirados en mitad de un charco desangre, otro policía no dejaba de apuntar con supistola hacia la puerta, por si el atacantereaparecía». Cuando llegó al hospital, «agarré aun médico y le rogué que no me cercenara lapierna, que procurara salvármela. El doctor medijo: Tranquilo, hoy en día para que haya quecortar una pierna tiene que estar realmente mal.Lo cierto es que eso me tranquilizó».

Señala que pocos días antes del suceso sehabía matriculado en un curso privado de tiropolicial. Dada su escasa experiencia profesional(un año), no estaba mal: ya iba a realizar su primercurso de tiro y acababa de finalizar uno de defensapolicial, cacheos y engrilletamientos, otro sobrebandas juveniles y uno de tipología delictiva en lasociedad actual. Recalca que si ya en aquel

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momento se preocupaba por su instrucción, en laactualidad no duda en cruzar el país paraparticipar en eventos formativos. Sin duda alguna,aquella noche derrochó mucho valor y coraje.Demostró, pese a todo, gran determinación.Afortunadamente fue justamente condecorado.

Es sabido por todos, o debería serlo por puralógica y sensatez, al margen de por elconocimiento científico, que ante la detección deun estímulo externo capaz de generar estréssevero, como es verse ante un persona desquiciadaque con una escopeta dispara y amenaza de muerte,cualquier ser humano manifiesta cuatro gruposbásicos de signos y síntomas de estrés: físicos,cognitivos, emocionales y conductuales. Laaceleración del ritmo cardiaco y la elevación de lapresión sanguínea son, posiblemente, de losprimeros signos físicos que la propia víctimapuede autoidentificarse. Tras estas señales sedesencadenan, en serie, otras muchas, siendo lasequedad bucal una de las más sencillamente

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apreciables.Para los lectores no es nuevo, a lo largo de

tantas páginas se ha ido viendo: si los agentesestresantes son demasiado grandes o se prolonganen el tiempo, se producirán dificultades visuales,auditivas e incluso problemas respiratorios. A lapar que todos esos cambios fisiológicosautónomos se ponen en marcha, el sistemahormonal del cuerpo se dispara de forma muycompleja pero eficaz. En los primeros instantes enque las hormonas y esteroides toman protagonismotras su liberación, quien está experimentado lametamorfosis —un policía atacado en este caso—se hallará en un momento óptimo para tomardecisiones oportunas y acertadas, amén de que sumemoria acumulará una buena cantidad deinformación relativa a lo que está sucediendo. Estoes lo que el austrohúngaro nacionalizadocanadiense Hans Selye definió, en 1975, comoeustress o estrés positivo.

Por el contrario, si la exposición a esas

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sustancias segregadas por el organismo es continuay extendida en el tiempo, la memoria se veránegativamente afectada propiciando posibleslagunas en la explicación de lo ocurrido. Este esun evidente signo cognitivo de estrés, como otrostantos que casi coetáneamente se podríanmanifestar: pérdida de concentración, dificultadpara tomar decisiones, pobre pensamientoabstracto, pérdida de orientación temporal ypensamientos fugaces y alterados. Esto quedódescrito por Selye como angustia o distress: malmomento para tomar decisiones importantes(estrés negativo). La conjugación de varios deestos signos hace complicado que la víctimacoordine la información que conoce poraprendizaje con la que está percibiendo en laescena y, por tanto, las decisiones que tomepueden ser lentas y fuera de tiempo, a veces,cuando no inapropiadas y contrarias a su propiobeneficio. Estas reacciones están asociadas a lossíntomas emocionales y conductuales del estrés.

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Para cuando se presentan momentos tanadversos, como los superados por los funcionariosatacados en la narración de este capítulo, existe enel reino animal una respuesta natural instintiva quebusca la supervivencia mediante el combate o lafuga: «mecanismo de lucha o huida». Los Homosapiens, como miembros de ese reino, noescapamos a ello. En 1932, el fisiólogonorteamericano Walter B. Cannon fue el primeroen acuñar la expresión «lucha o huida». Perorecientes estudios llevados a cabo por laUniversidad de California (Estados Unidos),publicados por la Asociación Americana dePsicología, demuestran que esto es así en todas lasespecies animales, incluida la nuestra, cuando elespécimen en cuestión es macho. «Hace miles degeneraciones, huir o luchar en situacionesestresantes no era una buena opción para una mujerque estuviera embarazada o cuidando a sus hijos.Estas desarrollaban y mantenían alianzas socialespara conseguir suficiente capacidad para cuidar a

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múltiples crías en momentos estresantes», diceShelley E. Taylor, director investigador delestudio. Esto viene a demostrar que la biología delas hembras es tan diferente a la de los varones,que las predispone para soportar mejor lasemociones y los episodios altamente estresantes.Ellas no huyen o luchan tan fácilmente como ellos,sino que se adaptan para sobrevivir. Las hembrasresponden protegiendo y cuidando a sus crías ybuscando el contacto y apoyo social de otrosseres, particularmente de otras hembras. El estudiollama a esta respuesta, «cuidar y ser amigo». Losinvestigadores creen que esta actitud es unresultado de la selección natural.

En virtud de las pistas anteriores, losfuncionarios que fueron víctimas del cazador norespondieron coherentemente en un principio, auncuando desenfundaron con suficiente celeridad:olvidaron desactivar el seguro exterior de suspistolas, cuando esta acción únicamente requeríade una sencilla maniobra de elevación dactilar.

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Resaltar que sendas armas llevaban los segurospuestos a voluntad de sus usuarios. Los dospolicías trabajaban habitualmente con la recámaraalimentada y con los mecanismos de disparo enposición de doble acción. Esto es lo que sedenomina condición dos de portabilidad, tanto sise usa el seguro manual como si no, dado quemuchas armas carecen de él. En evitación deembarazosos despistes de este tipo, muchosinstructores recomiendan no emplear el seguro odirectamente adquirir armas carentes de dichodispositivo. Por cierto, algunos de estos modelosde pistolas desprovistas de seguros exteriores sonlos más usados por la Policía de medio mundo.Infinidad de cuerpos locales españoles también losemplean, junto con alguno autonómico, amén devarias unidades especiales.

Estos agentes no solamente no controlaban susrespuestas en relación a aquello que sabían y quetenían aprendido, sino que llegaron a verseatrapados por un importante grado de

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desorientación. Eran conscientes de quearticulando mínimamente hacia arriba el dedopulgar de la mano fuerte —la que empuña—, sobrela aleta del seguro, inmediatamente hubiesenobtenido disponibilidad de fuego. Era algo quehabían entrenado en el campo de tiro y sobre loque habían meditado. Hacer lo contrario supondríauna temeridad. Nunca es acertado usarmecanismos o herramientas que no se conocen ydominan, sería violar una norma básica yfundamental de seguridad y sentido común. Perocuando aquel hombre los tiroteó a corta distancia,a la vez que los insultaba y amenazaba, nopudieron resolver la situación con la mismaeficacia y celeridad que en los entrenamientoscontra siluetas inanimadas de papel. Como ellosmismos nos han contado, consumieron unossegundos esenciales. Montar varias veces lapistola para alimentar la recámara cuando ya loestaba (el novato solamente lo hizo una vez), hastaque por fin dedujeron cuál era el problema a

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solventar (quitar el seguro), supuso que uno de lospolicías resultara gravemente herido. Ejerciciosde manipulación en seco son siempre aconsejablespara ganar destreza manual y mental, a la vez queseguridad personal y conocimiento del arma.

El policía que presentó heridas de escasarelevancia sostuvo ante varios compañeros, comoél mismo puso de manifiesto en los cuestionarios ylas entrevistas concedidas a estos autores, quesintió la irreal percepción de que lo acontecido seprodujo ante él a «cámara lenta». Este fenómenose presenta frecuentemente en personas que hansobrevivido a situaciones en las que sus vidas seencontraban seriamente amenazadas, tanto en elcurso de enfrentamientos como con ocasión deaccidentes fortuitos. Varios policías de los que hanaportado sus experiencias para la elaboración deesta obra experimentaron este fenómeno. Laexplicación se encuentra relacionada con aspectosfuncionales del cerebro, que ya fueron plasmadosen el capítulo nueve y que ahora se amplían

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(Fernando se explaya al respecto en otras páginas,brindándonos un punto científico mucho máscualificado). Cuando obramos cognitivamente, osea en momentos exentos de peligro, lainformación captada sigue varios pasos en suproceso de asimilación hasta que la amígdalacerebral actúa tomando decisiones. Son pasoslógicos y meditados, por así decirlo, que siguen uncamino predeterminado, ordenado y cronológicopor diversas estructuras y terminacionescerebrales: órgano sensorial detector (los ojosnormalmente), el tálamo, la corteza cerebral y laamígdala.

Sin embargo, frente a una persona hostil yarmada, como el escopetero que encontró el finalde sus días en este capítulo, el cerebro de estepolicía —también el del otro, aunque a esterespecto no respondiera nada significativo en lasentrevistas— ordenó a los cuatro órganosreseñados que ahorrasen tiempo, recortando elcamino, para que la función amigdalina se

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manifestara antes. En estos casos, se dice que larespuesta cerebral deja de ser cognitiva paraconvertirse en emocional: ante la premura deresponder a un acto desfavorable, el tálamo asumela competencia que hasta ese momento ejercía lacorteza cerebral, también llamada córtex. La víade respuesta es ahora más rápida, es la llamadadel camino corto o camino bajo. Es unprocesamiento urgente de la información obtenida.Debido a esto, y dado que los acontecimientosrealmente se producen exteriormente a un ritmonormal, la persona estresada experimenta esapercepción de «cámara lenta». Pero lo cierto yverdad es que la activación cerebral es tanelevada e intensa (velocidad), en momentos deesta naturaleza, que esa diferencia es la queprovoca la falsa sensación de ralentización.

Ya resulta una pesadez insistir, pero no por ellose puede obviar: las balas semiblindadas queemplearon estos funcionarios provocaron excesode penetración, en el cuerpo del individuo objeto

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de los disparos. En realidad solamente produjeroneste negativo efecto los proyectiles de uno de losagentes, pues solamente fue él quien consiguióimpactar sobre el destinatario de las descargas. Elagresor falleció como consecuencia de cuatro tirosdel total de siete que efectuó el policía, frente alúnico cartucho consumido por su compañero, elcual no tocó el blanco. Si peligrosas para terceraspersonas fueron las balas que mataron yabandonaron el cuerpo, más todavía pudieronserlo el resto, las que no alcanzaron su fin. Balasperdidas. Ocho proyectiles volaron por la escenaen busca de un punto de impacto definitivo. Lamitad llegaron donde debían, pero prosiguieron unerrático camino con algo menos de energía que elresto, aunque, en cualquier caso, todosconservaban capacidad lesiva. Por suerte, elescenario no fue una calle peatonal urbana,plazoleta o centro comercial cualquiera y semostró ideal para una confrontación de estadimensión. Y no hay que olvidar otra cosa,

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también el abatido efectuó un disparo de escopetaque no tocó a los agentes. De haber querido el azarque los hechos se produjeran en plena urbe,¿adónde hubieran ido a detenerse tantosproyectiles?

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Cuando un policía se imagina a sí mismoparticipando en un enfrentamiento armado,seguramente son muchas las imágenes y losescenarios que pasan por su cabeza, en los quepuede verse interactuando con mayor o menorfortuna. En las posibles escenas que toman formaen su mente, el agente se verá más o menos seguroo respondiendo mejor o peor a la situación. Sinembargo, de lo que podemos estar casiconvencidos es que en esa «preparación mental»no se verá corriendo, intentando ocultarse parasalvar la vida o siendo incapaz de disparar al

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haber olvidado quitar el seguro del arma.La realidad de lo que ocurre en la calle

sorprende al propio policía, al que en ningúnmomento se le ha explicado que no se puedendiseñar, a priori, los escenarios en los que van atener lugar los enfrentamientos armados.Recordemos que la sorpresa ha sido una de lasemociones más comúnmente verbalizadas por losprotagonistas de esta obra. Tal vez esto sea asíporque en esa primera confrontación se haproducido una disonancia entre lo que el policíaesperaba que ocurriera (y, sobretodo, cómo iba aocurrir) y lo que realmente sucedió. No es lomismo verse en la línea de tiro de la galería, queen la línea de fuego de la realidad de la calle.

Cuando las expectativas que manejamos sobreun evento (lo que esperamos que vaya a ocurrir)difieren significativamente de lo queposteriormente ocurre, ello funciona en detrimentodel tiempo que tardamos en encontrar y poner enpráctica respuestas rápidas y eficaces que hagan

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frente a las nuevas demandas que se presentan.En el presente capítulo, dos policías se ven

inmersos en un encuentro armado concaracterísticas que no hubieran imaginado ni ensus peores pesadillas. Es un enfrentamiento cuerpoa cuerpo en el que la prioridad la protagonizasalvar la vida a toda costa, algo que consiguengracias a fuertes dosis de buena fortuna.

Si un enfrentamiento armado a distancia generaun estrés considerable, el combate en una situaciónde proximidad como la que expone este capítulocolapsa a los protagonistas una vez que sedisparen todas las alarmas y se produzcan lasreacciones psicofisiológicas necesarias paraintentar conseguir salvarse.

Teniendo todo esto en cuenta, hay uncomentario curioso en este capítulo. Uno de losprotagonistas comentó, durante las entrevistasprivadas concedidas a estos autores, que su jefe sehabía sorprendido cuando éste le dijo que durantela intervención había sentido miedo. Imagino que

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este tipo de comentarios responden al clásicocliché sobre el valor que se le supone o se ledebería suponer a un policía. El funcionariopolicial, como cualquier otro ser humano, teme porsu vida en situaciones críticas. Tampoco sabe quéva a sentir cuando se encuentre en el trance. Lomás lógico es, por tanto, que sienta miedo.

Se suele valorar la vivencia del miedo comoalgo negativo, como una lacra que no deberíaconstar en el vocabulario de un policía. Error. Elmiedo, su conocimiento y manejo, son conceptosimportantísimos que deberían formar parte delentrenamiento policial. Esto no es algo de lo queno haya que hablar o, que si se hace, solo se hagaen términos «hormonales».

Otro comentario corto, pero muy interesante,que realiza uno de los funcionarios es: «Hay quienpone cara rara cuando le digo que todo lo vivícomo a cámara lenta. Quizá por ello recuerdoalgunos pequeños detalles de la escena». Muchaspersonas que han vivido situaciones críticas en las

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que su vida estaba en juego refieren,posteriormente, que habían experimentado losacontecimientos como si pasaran ante ellos acámara lenta. Los participantes en unaconfrontación armada no son una excepción.¿Cómo se produce esta distorsión temporal queconocemos como cámara lenta?

Las personas miramos las escenas de formaactiva. Los ojos se mueven buscando las partesinteresantes de una escena y construyendo un mapamental referente a ella.

La percepción de cámara lenta supone unapercepción subjetiva del tiempo en donde lascosas parece que transcurren o se mueven a unavelocidad más lenta de lo normal. Para elespectador de un enfrentamiento armado, porejemplo, todo el incidente transcurre a unavelocidad normal, mientras que al agente que seencuentra inmerso en él puede que le parezca queel tiempo está transcurriendo muy despacio.Actualmente se desconoce todavía si la percepción

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de cámara lenta es el resultado de una ilusión alrecordar posteriormente un incidente cargado deemociones importantes o el resultado de otrosprocesos cognitivos.

Las investigaciones de David Eaglemansugieren que el tiempo no va a cámara lenta parauna persona durante el curso de un incidente en elque se encuentra en riesgo su vida, sino que esúnicamente la evaluación retrospectiva del eventolo que lleva a la persona a esa conclusión. Él yotros autores argumentan que los sucesospeligrosos y atemorizantes están asociados arecuerdos más densos y ricos. Cuanto más sean losrecuerdos que tengamos de un suceso, más tiempopensaremos que ha durado. Este fenómeno de laexperiencia del paso del tiempo podemosobservarlo en la velocidad con la que un niñovalora que pasan las cosas y la forma en que lohace un adulto. Cuando somos niños acumulamosinfinidad de recuerdos de todas nuestrasexperiencias, mientras que la novedad se pierde

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cuando alcanzamos la edad adulta, guardandomenos datos de cada experiencia. Esta es la razónpor la que cuando llega el final del verano al niñole parece que ha pasado muchísimo tiempo y, encambio, el adulto tiene la percepción de que hapasado volando.

Eagleman y otros colegas también opinan queno hay razones para creer que el tiempo subjetivocorra a cámara lenta durante un suceso peligroso.Especulan con que la participación de la amígdalaen la memoria emocional puede hacer quevaloremos el tiempo pasado con una duración másdilatada de lo que realmente fue y ello debido aque probablemente realizamos una codificaciónsecundaria más enriquecida de los recuerdos. Estosignifica que al volver a recordar el incidentecrítico añadimos emociones e información que lohacen más denso, llevándonos posteriormente a laerrónea conclusión de que el suceso duró muchomás tiempo.

David Eagleman, profesor de neurociencias y

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psiquiatra en el Baylor College of Medicine deHouston, llevó a cabo un interesante experimentosobre la posible naturaleza de la percepción delpaso del tiempo a cámara lenta. Junto con susalumnos buscó una atracción de parque ferial quecausara realmente miedo en los participantes de laprueba. La encontró: consistía en lanzar a unapersona de espaldas al vacío desde una altura decasi cincuenta metros, aterrizando en una red deseguridad. Los participantes no iban sujetos acuerda de seguridad alguna, mientras alcanzabanuna velocidad de ciento doce kilómetros por hora,en una caída de tres segundos de duración.

El experimento tenía dos partes. En una, elinvestigador pedía a los participantes quecalcularan, con un cronómetro, el tiempo de caídadel resto de los saltadores. Después pidió quereprodujeran el tiempo que estimaban que habíandurado sus propias bajadas. En general, cadaparticipante calculaba que su caída había duradoun treintaiséis por ciento más que las del resto.

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Sin embargo, para determinar si durante lapercepción de cámara lenta las personas somoscapaces de ver más cosas a la vez, Eagleman y suscolegas diseñaron un mecanismo llamado«cronómetro perceptual» que colocaron en lasmuñecas de los voluntarios. Unos númerosluminosos parpadeaban en la pantalla del reloj.Los científicos ajustaron la velocidad a la queparpadeaban los números hasta que ibandemasiado rápido como para poder verlos.

Eagleman y sus colaboradores postularon lateoría de que, si la percepción del paso del tiemporealmente se ralentizaba, el parpadeo de losnúmeros parecería lo suficientemente lento comopara que los participantes pudieran leerlos durantela caída libre.

Encontraron que los saltadores eran capaces deleer los números durante la caída, cuando sepresentaban a velocidad normal; pero que nopodían hacerlo cuando la velocidad depresentación numeral era mayor de la normal. La

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paradoja del experimento era que, aunque nopudieron leer ningún número a mayor velocidad depresentación, a todos les pareció que su caídahabía durado más de lo que realmente habíadurado. La respuesta a esta paradoja se encuentraen que la estimación temporal y la memoria sehallan entrelazadas, según explica Eagleman: losvoluntarios simplemente pensaronretrospectivamente que su caída había durado más.

Este estudio permitió a los investigadoresdeducir que la percepción del tiempo no es unfenómeno único que va más rápido o más lento. Loque ocurre es que cuando miramos atrásrecordando un suceso, nos parece que ha duradomás.

Tras una experiencia como la vivida por losdos agentes del presente caso, no resulta extraña lapresencia de consecuencias psicológicas y físicas.El paso del tiempo, y en ocasiones la ayudaprofesional, son suficientes para aliviar estossíntomas. Se ha comprobado que la recuperación

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psicológica de los policías se dificulta,fundamentalmente, por la incomprensióndemostrada por los mandos y compañeros delafectado. Cuando las fuentes de apoyo másrelevantes fallan, las dudas del agente semultiplican, haciéndole dudar de su actuación,repasándola y preguntándose una y otra vez si obrócorrectamente.

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CAPÍTULO 22

UNA EN EL CUELLO YOTRA EN LA FRENTE

Mientras el tímido reflexiona, el valiente va,triunfa y vuelve...

Proverbio griego

Misión policial fuera de España. Amparadaspor organismos internacionales, fuerzas deseguridad españolas fueron comisionadas enterritorio extranjero. El país en cuestión habíasufrido en los últimos tiempos diversos avataressociales y políticos que desembocaron enepisodios violentos de alta intensidad. Aunque nose vivía una situación bélica, algunos sectores dela población civil se encontraban armados, al

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margen de la ley. El hecho de poseer armas defuego formaba parte de la historia, tradición ycultura autóctonas, pero el nuevo orden impuestointernacionalmente en la zona pasaba por restringiry controlar la posesión de las mismas. Aun así, esesolamente era uno de los problemas de ordenpúblico y seguridad existentes allí. Entre losobjetivos de la operación multinacional estaba elrestablecimiento del orden público cuando fuesesubvertido, proporcionar seguridad a lasautoridades españolas en la zona (continuasreuniones con representantes de otras naciones enla región), ofrecer protección al transporte decaudales, combatir el tráfico de armas interno yexterno y controlar los pasos fronterizos comoapoyo a las fuerzas locales.

La actividad más frecuente de los cuerpospoliciales no era, precisamente, la más visible.Los agentes uniformados solían actuar, casiexclusivamente, a requerimiento o por indicaciónde los diferentes servicios de información e

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inteligencia de la coalición de seguridad. Noobstante, solían establecer controles de tráfico yde personas en carreteras y en los accesos adeterminadas poblaciones. Todos los paísesintegrantes del contingente trabajaban en estrechacolaboración, intercambiando cuanta informaciónsensible cayera en sus manos. De este modo fuecomo una unidad de la Policía española, yadestacada en la zona, fue activada para llevar acabo una intervención de entrada y registro en undomicilio. Dicho servicio contaba con todos losparabienes de la pertinente autoridad judicialinternacional competente, la cual había plasmadoen el imprescindible mandamiento judicial que elregistro estaba destinado a localizar armas defuego y explosivos. Pese a estar lejos de laPenínsula Ibérica y de cualquier otro territorioespañol, esto no era nada nuevo para los policíasque iban a terminar a tiro limpio en el despeje deaquel espacio cerrado.

El equipo de entrada lo conformaban ocho

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funcionarios pertenecientes a una unidad especialdel Cuerpo, capacitada para misiones de eseperfil. Anualmente ejecutaban innumerablesservicios de esa índole en España. Todos losintegrantes de la célula estaban armados conpistolas de 9 mm Parabellum, pero tambiéncontaban con fusiles de asalto del calibre 5,56 ×45 mm (.223 Remington) y con escopetas delcalibre 12. Para las armas largas rayadas llevabanmunición blindada de especificación OTAN, en laspistolas usaban puntas semiblindadas y cartuchosde postas para las escopetas. Los agentestrabajaban por binomios, «yo tenía veintinueveaños de edad y sumaba mi tercer trienio deantigüedad en el Cuerpo. Mi compañero era dosaños mayor que yo y pertenecía a la promociónanterior a la mía. Nos conocíamos muy bien.Para estas acciones siempre nos poníamos loscascos antibalas y los chalecos de protecciónbalística de nivel IIIA. Seis meses antes demarcharnos para la zona de operaciones, en la

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unidad intensificamos los entrenamientos de tiro,pasando por la galería dos o tres veces porsemana. Una vez que iniciamos el despliegue enaquel país, y tras familiarizarnos con el entorno,la instrucción se redujo a una vez al mes, que noestaba nada mal dado el nivel de destreza con elque ya contábamos. Como era frecuente que nosviéramos involucrados en cosas delicadas, en lasque teníamos que emplear las armas, losejercicios de tiro que practicábamos se ibanmodificando en base a la realidad que íbamosdescubriendo y superando. El mejorentrenamiento que existe es, sin duda, el de laexperiencia real». Los protocolos de respuesta alas agresiones armadas, o reglas deenfrentamiento, eran muy estrictos y siempre serespetaban. Se llegó a dar el caso de ser atacadoscon fusilería mientras se conducían hacia algúndestino, sin que pudieran responder con fuego deréplica en cumplimiento de órdenes recibidas, queindicaban que había que soportar un máximo de

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dos andanadas de disparos antes de repeler laacción.

Aquel registro no estaba programado comootros que ya habían realizado antes, querequirieron de cierto tiempo para su planificación.Este se planeó en pocas horas y de imprevisto, trasrecibir una información canalizada por los equiposde inteligencia. La cosa es que, como en otrasocasiones, se tenía conocimiento de la presenciade abundante armamento ligero prohibido ycartuchería en el interior de una viviendaparticular. La madrugada fue el momento elegidopara llevar a cabo el asalto y la requisa. «Durantela reunión organizada por los jefes paraconcretar cómo se iba a llevar a término laaproximación al lugar y el asalto, así como paraexponer los datos conocidos sobre quiénes teníanlas armas, nadie hizo comentario jocoso o burlónalguno. No era lo normal, porque alguiensiempre soltaba alguna broma en forma decomentario chistoso. Pero por alguna razón ese

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día ninguno abrimos la boca. A mí me faltabauna semana para regresar a casa. Quizá debípresentir que esta vez nada iba a ser igual».

Como quiera que la casa objeto de la misióntenía ante su fachada una amplia zona despejada,que podía delatar la llegada y presencia de lospolicías, estos iniciaron el acercamiento a pie,desde un kilómetro de distancia. A veces se veíanobligados a actuar así, «con esto obteníamos, anuestro favor, el famoso factor sorpresa. Además,a esas horas no había nadie por las calles,evitándonos alertas comprometidas y que algúnvecino se posicionara a favor de los moradoresde la vivienda investigada. Por realizarse laoperación en una zona más bien rural, de unoscincuenta mil habitantes, llegar hasta la puertade la casa resultó más discreto que si hubiésemosintervenido en una gran urbe. Siempre nosacompañaba un juez internacional y fuerzaslocales de seguridad. Esto era una garantíajurídica para nosotros, ante la posibilidad de que

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se presentara la necesidad de causar bajas en lapoblación», comenta el agente. Entre los asaltantesse encontraban dos mandos, uno intermedio y otrosuperior, quienes también intervinierondirectamente en la toma del lugar y su posterioraseguramiento.

El funcionario recuerda que aquella noche nopudo pegar ojo. Tampoco su binomio. Ambosestuvieron un buen rato charlando el uno con elotro, cama contra cama. Su compañero lereconoció que temía que esa fuese su últimaoperación, y que el hecho de que faltasen sietedías justos para regresar a España le asustaba.También le dijo que no paraba de pensar en sufamilia, en la posibilidad de no volver a verla.Manifestó que lo que estaba sintiendo era algonuevo, una sensación nunca antes experimentada enel tiempo que ya duraba su presencia en aquelpaís. «A medida que mi compañero ibapronunciando esas palabras, un escalofríorecorrió todo mi cuerpo. Él nunca se había

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mostrado inseguro, todo lo contrario, erasiempre muy positivo y firme, como yo hasta eseinstante. Me hizo empezar a temer, como nuncaantes. Rápidamente distraje mi pensamientohacia la idea de que la negatividad y eldesasosiego que nos estaba envolviendo era frutodel tiempo que ya llevábamos sin ver a losnuestros. En un momento dado nos quisimosconvencer de que aquello iba a ser una entrada yregistro más y con ese consuelo nos quedamosdormidos». No tardaron en despertar de nuevo,pero ya para dar inicio a la liturgia propia delmomento: un desayuno energético, colocación delequipo y material, comprobación del armamento,ultimación de detalles de posicionamiento yembarque en los vehículos.

Gracias a los planos facilitados por la Policíaautóctona los españoles pudieron conocer, conbastante cantidad y calidad de datos, cómo estabaconfigurado el interior del inmueble al que se ibana trasladar. Antes de esto, cuando todavía no

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habían ocupado los vehículos de transporte, elagente puso en conocimiento de uno de sus jefesque su compañero no estaba bien, que lo veíaextraño. El mando no le dio importancia, pensóque era normal dada la hora tan intempestiva, lascuatro de la mañana. A bordo de dos vehículos, launidad de registro traspuso hacia el área deinfluencia del objetivo. El viaje duró veinteminutos, tras los cuales los todoterreno quedaronestacionados para proseguir el camino a pie. Uncuarto de hora más tarde los integrantes del equipoya podían divisar la silueta del edificio en el quetenían que penetrar. Comenta el funcionario, «ahíes cuando empiezas a notar como bulle laadrenalina y que las pulsaciones se elevan.Llegas a sentir que los latidos del corazóngolpean contra el chaleco antibalas. Aquelloparecía una misión militar o una película deguerra, porque caminábamos por el campo bajouna noche muy clara y despejada. Veíamos bien,pero eso implicaba que también nosotros

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podíamos ser detectados. No obstante, teníamosa gente que con cámaras térmicas oteaba lazona, para ir informándonos de cualquiermovimiento sospechoso en el camino, lasproximidades del objetivo o dentro de la propiacasa». En ningún momento fue advertida lapresencia de personas hostiles en el entorno.

Alcanzada la puerta de acceso de la vivienda,los policías se colocaron con sigilo en laformación de entrada acordada. La tensión volvióa aumentar cuando a cada lado de la entrada secolocaron, pegados de espalda a la pared, todoslos componentes del cordón. «En ese momento elcuerpo se tensa y la concentración es total. Lossentidos se multiplican, ves lo ciego, escuchas losordo, hueles lo inoloro, sientes el aire tocarte ysacas sabor a la tensión». Ante la orden emitidapor el jefe, mediante el lenguaje corporal designos convenido, el portador del ariete seposicionó frente a la entrada y golpeó la puertacon un certero y fuerte envite, cayendo derrumbada

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al suelo junto con el marco. Además de sabercómo y dónde golpear según el tipo de bisagra ycerradura, y sus ubicaciones (por dentro o porfuerza), la estructura de la construcción nopresentaba un buen estado de mantenimiento ycarecía de medidas extraordinarias de seguridad.

Una vez abierta la vía de ingreso en aquel lugarcerrado, y expedito el camino, los primeros enacceder al interior fueron el agente entrevistadopara este trabajo de investigación y su binomio.Ambos entraron pistola en mano, en disposiciónmecánica de fuego en simple acción (condiciónuno de porte). Portaban cartucho en la recámara,habiendo quedado alimentada, ésta, cuando sedispusieron a marchar campo a través. Gozaban dela ventaja que proporcionaban las potenteslinternas instaladas en los armazones de sendasarmas. Aunque de sus hombros pendían fusiles deasalto, colgados mediante las correspondientescorreas, estos no fueron empleados durante laprogresión. Tras ellos, en formación táctica por el

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primer pasillo que vencieron cuando cruzaron elumbral, avanzó un operativo armado con unaescopeta y otro con un fusil de asalto. La únicailuminación existente era la que proyectaban lasdos linternas mencionadas.

«A la vez que íbamos entrando gritábamos, entono elevado y en lengua inglesa, que éramospolicías. Lo repetimos en varias ocasiones,porque aunque estábamos uniformados nuestraropa era diferente a la usada por los compañerosdel lugar, y además la iluminación era muyreducida. Fuimos despejando y asegurando cadaestancia de la primera planta, hasta que micompañero y yo subimos por las escaleras hastael segundo y último piso. Allí nos encontramoscon un pasillo de poco más de dos metros deprofundidad, con una puerta en el fondo y otra enel lateral derecho. Una ratonera. Cuandoprocedíamos a abrir una de las puertas, en laplanta inferior sonó una estruendosa ráfaga dedisparos. Los dos nos quedamos paralizados unos

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segundos, que parecieron eternos. Un instantedespués oímos que todo estaba ya bajo control.Entonces nos acercamos a la puerta que teníamosmás cerca, pero no pudimos llegar a abrirla: dosráfagas de fusil la atravesaron. Yo estaba a unmetro de ella y pude oír el silbido de losproyectiles pasando junto a mí. Fueescalofriante, automáticamente apareció en micabeza la imagen de mi hijo. Creo que puedodecir que sé cómo respira la muerte. Cuando nosdio la impresión de que había cesado el fuego,tomamos aliento y abrimos bruscamente lo quequedaba de la puerta. Asomamos parcialmentenuestros cuerpos y, alumbrando con nuestrasarmas, a una sola mano disparamos dos vecescada uno. No vimos a nadie, si acaso un bulto.De pronto oímos un ruido seco, como si alguien oalgo cayese al piso, y pensamos que tal vezhabíamos abatido al tirador». El funcionarioañade, a todo esto, que nunca tomó, enrasó oalineó los elementos de puntería de su pistola.

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Seguidamente barrieron la habitación con el hazde luz de las linternas, cosa que hicieron en unestado de excitación muy elevado y sudando,según palabras textuales de uno de los policías,«como si hubiésemos corrido una maratón entiempo récord, pero empapados en un sudor muyfrío, a la vez que desprendíamos calor corporal».Así fue como detectaron en el suelo un cuerpoinerte rodeado de vainas del calibre 7,62 × 39 mmy un fusil de asalto AK-47, agarrado aún confuerza por quien yacía, ya, sin vida. Controlada laestancia, comunicaron al resto de agentes que laparte superior también se hallaba despejada yasegurada. A partir de ese momento es cuandoambos policías descubrieron con horror que suatacante, el ahora fallecido, era un niño de catorceaños de edad que, para colmo, padecía síndromede Down. Cuando el jefe de la operación fueinformado de tal eventualidad, éste trató dereconfortar a los dos funcionarios. «Mi jefe nosfelicitó, dijo que habíamos hecho un buen

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trabajo. Nos recordó que él había disparadocontra nosotros y que por tanto tuvimos quedefendernos, que era muy lamentable ver aquellaescena, pero que era necesaria. En ese momentodetecté dos heridas sangrantes en el cuerpo delchaval, una en el cuello y otra en la frente,ambas localizadas en la zona izquierda de lacabeza. Pese a lo que era más que evidente, tratéde encontrarle el pulso carotídeo y solicité laurgente presencia de los médicos en el lugar (unaambulancia permanecía alertada en lasinmediaciones). El juez presente en la escena,componente de la comisión judicial que siemprenos acompañaba en los registros, levantó acta delo ocurrido. Lo hizo con cierta frialdad, como siallí no hubiese ocurrido nada. Todavía recuerdoel llanto de la madre de aquel chiquillo. Lainformación que nos participaron refería acuatro posibles moradores, pero nadie comentójamás la presencia de un niño. Todos losrecuerdos los tengo frescos, como si se hubiesen

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producido ayer mismo».Los agentes de Policía Judicial comisionados

al efecto, que aguardaron fuera del inmueble hastaque la seguridad estuvo garantizada, hicieron lapertinente inspección ocular técnico policial ydeterminaron que los disparos fatales seprodujeron a no más de tres metros de distancia (lahabitación no daba para más). Recuperados yanalizados los proyectiles semiblindadosdisparados por los dos funcionarios, y estudiadaslas trayectorias de los impactos, pudo acreditarsefehacientemente la autoría del óbito a uno de losactuantes, concretamente al que responde a lasentrevistas que sustentan este capítulo. Por cierto,una de las balas, la que penetró en la cabeza, fueextraída del interior de la bóveda craneal durantela autopsia efectuada al cuerpo. El otro proyectil,el que alcanzó el cuello, atravesó la zona afectaday se recuperó en un punto determinado delcubículo.

Durante la misma inspección fueron

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decomisados dos fusiles Kalashnikov, AK-47,ambos usados contra la fuerza interventora, tresfusiles SKS, doce granadas de mano, cuatropistolas alemanas del calibre 9 mm Parabellum yabundante munición de 7,62 mm, para las armaslargas referidas. En aquella casa moraban, en esemomento, el finado y sus progenitores, siendodetenido el padre tras mantener un intercambio dedisparos con la fuerza que ocupaba la planta baja.Mientras se realizaba el registro, el policía quehabía logrado la baja tuvo que sentarse. Señalaeste agente: «No me mantenía en pie. Metemblaban las piernas. El aire me resultabaespeso y me costaba trabajo respirar. Tenía unpitido continuo en los oídos y el olfato parecíaestar afilado, al igual que la vista. Meacompañaba un intenso olor a pólvora y sangre.La pistola me pesaba en la mano e inclusoparecía que me quemaba. Todo lo contrario aunos segundos antes, cuando me sentía con unafortaleza física descomunal. Un compañero me

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dio un trago de agua, porque se percató de queyo no estaba bien. Pese a beber, no dejada desentir la boca muy seca. Transcurridos dos o tresminutos recobré fuerzas e hice balance de lo queacaba de suceder. Recordaba lo ocurrido como sifuesen imágenes fotográficas que pasaban por micabeza, como fotogramas. También afloraron enmi pensamiento escenas y episodios de toda mivida, recordando en un momento determinado elcontenido de un correo electrónico que mi mujere hijo me habían enviado esa misma noche».

Este policía confiesa que desde aquellamadrugada no ha dejado de padecer problemas deinsomnio, que en la actualidad le siguenacompañando, aunque no con la intensidad delpasado reciente. Sí que sigue apareciendo en él,cual flashback, la imagen de aquel niño cada vezque por la calle se tropieza con alguna persona consíndrome de Down. El funcionario necesitó dosaños de tratamiento médico y psicológico parapoder llevar a cabo una vida medianamente

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normal, como la que disfrutaba antes de que seprodujeran los hechos. La ayuda la buscó por sucuenta, sin que en ello se involucrara el cuerpo alque pertenecía. Confiesa: «Yo intentaba hacer unavida normal. Entraba y salía de casa e inclusotrabajaba, pero sabía que algo no estaba bien,eso lo notaba yo por dentro y también mi familiasupo detectarlo. No era el mismo de siempre. Mesobresaltaba más que antes. Tenía pesadillas ysentimiento de culpa. Frecuentemente meencontraba triste y abatido. Soñaba con aquellanoche, aunque no siempre eran desagradables losrecuerdos que se presentaban. La ansiedad seapoderó de mí. Mi familia fue el principal pilarpara salir adelante. Hoy sé que actuécorrectamente, pese al elevado precio que sepagó sesgando la vida de aquel niño. No sé cómoaquellos padres dejaron a su hijo poseer unarma, quizá por fanatismo religioso, tal vez porsed de venganza u odio, o incluso por influenciade una cultura local muy arraigada. No lo sé, no

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me lo explico». Significa el interesado que trastodo esto empezó a consumir bebidas alcohólicasmás habitualmente que antes, y que incluso semostraba más irritable y menos sensible en susrelaciones domésticas.

Nuestro entrevistado manifiesta que aunque nose encuentra orgulloso de aquello, sí que se sientebien por seguir vivo. Esta experiencia le haaportado nuevas perspectivas y valoraciones de lavida, proporcionándole puntos de vista muyoportunos para poder guiar y aconsejar a loscompañeros con los que conversa de estos temas.Intenta que los nuevos integrantes de su unidad,una diferente a la del día de este tiroteo,comprendan que del buen uso del arma se puedeconseguir seguir viviendo, y que de no poseer unacorrecta instrucción y pericia en el manejo de lapistola se pueden derivar funestas consecuencias,a veces para terceros. Considera que el día deautos poseía un nivel muy alto de adiestramientoen el manejo de armas. «Cuando alguno me

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pregunta que qué sentí, nunca lo oculto: solopensaba en cómo salir vivo de allí. Tuve lasensación de que lo que estaba ocurriendo en esemomento estaba pasando a cámara lenta, peromuy deprisa a la vez. Todo era muy raro y nuevo.El sonido de los disparos en el interior de lavivienda era estrepitoso, pero mi capacidadauditiva se vio reducida. En esos momentos, elmiedo contenido agudiza los demás sentidos.Siempre insisto en que se debe entrenar del modoreglamentario que dictan los instructores. Yonunca he practicado el tiro fuera de los caucesque oficialmente se me han impuesto en elCuerpo. De hecho no poseo armas propias yjamás he ido armado en mis horas libres».

El nivel de apoyo institucional que percibió fuemuy alto, algo de lo que el propio interesado sesorprendió, dado que nunca recibió asesoramientojurídico para afrontar cualquier responsabilidadpenal en la que todo aquello pudiese derivar. Estolo achaca, lo del respaldo oficial, a que en la

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escena del tiroteo estaba presente la figura de unjuez nombrado por importantes organismosinternacionales, lo que siempre es una garantía delegalidad e imparcialidad. También fuereconocido, al igual que su compañero, con unacondecoración internacional y con una felicitaciónpública del Cuerpo, con anotación en suexpediente personal. El jefe del operativo, sinembargo, recibió dos medallas individuales, unapropia y otra extranjera, siendo la primera de ellasde las más valoradas dentro del catálogo decondecoraciones. El protagonista ha detectado ycomprendido, a través de conversaciones en lasque ha participado, que algunas personas nopueden llegar a imaginar, nunca, qué se siente antela necesidad de disparar a otro ser humano parasobrevivir. Por ello, aunque su entorno familiar yprofesional está al tanto de todo lo que sucedió,nunca ha hablado de esto en círculos ajenos a lacomunidad policial.

Aunque la muerte de aquel niño le sigue

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pesando en su conciencia, admite que si volviera avivir una situación similar respondería, si pudiera,con la contundencia y determinación de aquellanoche. En alguna ocasión ha sido interpelado en elsentido de si ha barajado la posibilidad deabandonar el Cuerpo, a lo que siempre harespondido que «esta profesión la ejerzo porconvicción y con vocación. Jamás me heplanteado colgar el uniforme. Cosas como estasme han reforzado, más aún, en mi idea de seguiraquí».

A) VALORACIÓN DELINSTRUCTOR

Ninguno de los casos que ilustran este librocarece de dramatismo, son la vida misma. Esa esla realidad de la calle. Esto no es una película deficción. Si algunos de los incidentes estudiados

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desbordan circunstancias penosas, este inunda suspáginas de tragedia, sentimiento y emotividad. Queel suceso se produjera fuera del territorio nacionalespañol no es óbice para conocer las causas queobligaron a nuestros policías a disparar y cómo sedesarrollaron los hechos. Entre una intervenciónde entrada y registro ejecutada en España poragentes propios y una entrada y registro efectuadapor los mismos policías en otro país, no existe másque esa particularidad, que estaban lejos de sutierra. La formación, el armamento, la mentalidady las técnicas operativas empleadas son lasmismas. De hecho, los funcionarios realizaban enla Península Ibérica las mismas misiones, con losmismos medios y con el mismo adiestramiento.

Que en esta operación se produjera elfallecimiento de una persona no es lo máslamentable, toda vez que ésta disparó primero alos agentes y, además, lo hizo con un armainfinitamente superior en potencia, comparada conla que emplearon los protagonistas durante su

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legítima defensa. Aquí lo dramático es que quienperdió la vida era un niño de catorce años deedad, alguien que, solamente por unos días y envirtud del ordenamiento jurídico español, podíahaber sido inimputable judicialmente en nuestroterritorio. Peor aún, la criatura sufría unaalteración cromosómica congénita que le hacíapadecer una discapacidad psíquica. Era, por tanto,e independientemente de la edad que tuviera, unapersona exenta de responsabilidad penal, según elartículo 20.1 del vigente Código Penal español:«El que al tiempo de cometer la infracción penal, acausa de cualquier anomalía o alteración psíquica,no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuarconforme a esa comprensión». Se desconocía lapresencia de niños en el inmueble, informaciónque de haberse anticipado al equipo de asalto porsus compañeros de inteligencia y vigilancia, quizáhubiese hecho valorar otras formas de abordar laintervención.

No son pocos los casos de personas

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enajenadas, temporal o permanentemente, que ennuestro país han protagonizado ilícitos tales comohomicidios o lesiones, una veces a tiros, otras agolpes y muchas más a mandoble de cuchillo.Estadísticamente, todos los años se cierran conincidencias de este perfil. Casi siempre soncometidos por personas con algún tipo de trastornopsicótico que están mal, poco o nada medicados. Aveces, incluso estando controladosfacultativamente con la administración defármacos, sufren episodios agudos de los síntomas,con comportamientos extremadamente violentosdifíciles de controlar. Aunque podría enumerarseuna lista interminable de personas que acabaroncon las vidas de parientes, vecinos, amigos, etc.,al encontrarse carentes de todo tipo deautocontrol a causa de una sintomatología asociadaa una enfermedad mental, solamente vamos areferir un caso en el que una persona, de setentaaños de edad que padecía cierto deteriorocognitivo senil, abrió fuego dentro de su casa

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contra la unidad policial que pretendía detenerlo(cierto paralelismo y similitud con el incidenteprincipal del capítulo).

En el suceso que rescatamos, ocurrido en Valde Santo Domingo (Toledo), el 20 de mayo de1990, un vecino del lugar, excombatiente de laGuerra Civil Española y de la Segunda GuerraMundial, se atrincheró en su vivienda tras haberasesinado a tiros a su hija y yerno y herido a suesposa, al párroco del pueblo y a dos guardiasciviles del puesto de la localidad. Requerida lapresencia de la Unidad Especial de Intervención(UEI) de la Guardia Civil, agentes de este equipoespecial de asalto abordaron el inmueble. Una vezque los funcionarios estuvieron en su interior, elmorador disparó contra ellos con una escopeta decaza del calibre 12. Los disparos se produjeron aescasos dos metros de distancia. Como resultadodel ataque, un agente tuvo que ser trasladado alhospital provincial por un impacto en un brazo, yotro por un tiro en su torso, si bien este policía se

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libró de heridas mayores gracias a que su chalecode protección balística detuvo el chorro deplomillos (cartucho de perdigón fino). Ante talacción, la célula de asalto respondió con sussubfusiles HK-MP-5, del calibre 9 mmParabellum, acabando con la amenaza del hostil alherirlo gravemente por varios impactos en lapierna derecha. Aunque también presentaba unaherida de arma de fuego en la faringe, ésta pudoproducirse en un intento desesperado de suicidio.Ambos agentes fueron condecorados.

Como ya hemos visto en otros episodios de estevolumen editorial, algo extraño parece que ocurrecuando toca reconocer los méritos de unaintervención y llega el momento del consiguientereparto de distinciones profesionales. Hurto deméritos se le ha venido llamando en los capítulosprecedentes. Aunque el funcionario de este caso nose ha quejado a este respecto en ningún instante desu colaboración, sí que se ha visto obligado aresponder con sinceridad a las cuestiones

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formuladas sobre ello. La sinceridad ha sido piezaclave y fundamental para que este libro sea lo quees, un comprometido análisis de la realidad quecircunda a estas vicisitudes policiales. Así lascosas, el jefe del dispositivo obtuvo doscondecoraciones, frente a la única que recibieronlos dos agentes que acabaron con la peligrosasituación de riesgo. Para colmo, la otorgada por elCuerpo a este mando era una codiciada medallapensionada, de esas que como apellido lleva «condistintivo Rojo». Algo desproporcionadamenteagraviante, puesto que por neutralizar la amenaza,matando al hostil y exponiendo sus vidas, sendosfuncionarios de la Escala Básica solamenterecibieron una felicitación pública. Eso sí, ladistinción extranjera que mando y subordinadosobtuvieron era la misma.

En otras páginas del libro se ha expuesto laerrónea creencia que suele reinar entre lospolicías, de que contra un ataque efectuado con unarma larga, más todavía si es automática o de

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guerra, no se puede responder, con garantías deeficacia, con una pistola o un revólver. Una vezmás queda demostrado que el factor suerte,conjugado con las apropiadas dosis deadiestramiento y determinación, puede mucho másque la potencia de las balas del contrario. Aquí,naturalmente, hablamos de funcionariosespecialmente adiestrados para misiones de estanaturaleza, lo que no ha quitado, como sedesprende de las palabras del encuestado, que seviera afectado por delicados y comprometidossentimientos, temores y pensamientos, antes,durante y después del incidente. Resultainquietante que ante un resultado tan lamentablecomo es que un niño muera por una acciónpolicial, aunque a todas luces esta resultaseajustada a derecho, la Administración nopropusiera u obligara a los implicados a pasarcontroles psicológicos. Por suerte, el policía supodetectar sus problemas mentales y, por su cuenta ybajo su responsabilidad económica, se puso en

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manos de los facultativos adecuados.Pese a que tradicionalmente se ha transmitido

mediante el boca a boca entre los profesionales dela seguridad, que los miembros de las unidadesespeciales realizaban un «ayuno táctico» antes deiniciar una misión arriesgada, ante la posibilidadde resultar heridos de bala, no parece que aquí sediera el caso. El agente ha comentado que tomó undesayuno energético, justo antes de partir hacia elobjetivo.

Siempre se ha oído decir que hay que ir con lavejiga vacía a las intervenciones en las que esprevisible el intercambio de disparos. Por ello seaconseja vaciarla (contiene la orina) o ayunarantes de entrar en combate. Algo similar puedepasar con el intestino, que como la vejiga es unórgano interno hueco. El motivo parece sencillo deexplicar y fácil de comprender, aunque este asuntosuscita muchas controversias. La creencia generales que teniendo ambos órganos vacíos antes de laacción, se evitarían lesiones mayores en caso de

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que un proyectil afectara a tales aparatos. Se suelepensar que el contacto de la orina con los órganoscercanos, por derrame violento y traumático desdesu contenedor, provoca septicemia y la muerterápida, pero no es así, según qué opiniones setomen. Lo que sí es verdad es que a toda heridapenetrante se le debe presuponer la posibilidad deuna complicación por sepsis o infección.

Pero por mucho que se vacíe la vejiga, nosiempre quedará completamente desocupada,aunque las sensaciones percibidas lo haganparecer. Lo normal es que los nervios y el estrés,amén de otras muchas más causas (frío, contactocon el agua, etc.), provoquen que las glándulassuprarrenales, situadas en la zona superior deambos riñones, trabajen a destajo. El miedo haceque nos meemos encima, dice el saber popular, loque implica que tras realizar cualquier accióndelicada se tenga nuevamente llena o casi llena lavejiga, o al menos tal sensación.

Hay quien encuentra otras causas por las que

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aconsejar las evacuaciones fisiológicas tácticascorporales. A ver, cuando un órgano está lleno sepresenta tenso, ergo el proyectil transferirá máspresión y energía en el instante del impacto ydurante su recorrido por su interior (cavidadpermanente y temporal), provocando con ello unmayor destrozo de los tejidos a ese nivel. Unsencillo ejemplo: si se le dispara a una bota devino vacía y a una llena, ¿cuál sufrirá mayor dañoal ser alcanzada? La respuesta es obvia. Apropósito, en un tiroteo analizado en un capítuloanterior, un policía fue herido por dos disparos yuno de ellos afectó de pleno a la vejiga (el agentese recuperó completamente).

Pero lo cierto es que una vejiga sana disfruta deun fondo de saco que puede acumular, siempre,cierta cantidad de líquido. Un dato curioso es quela orina de un individuo sano puede actuar comoleve desinfectante en heridas externas, debido a sucontenido en amoniaco, a tenor de lo que exponenlos manuales básicos de supervivencia. Incluso

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existen ancestrales tradiciones que proponen usarla orina como medio de sanación de algunasenfermedades (uroterapia u orinoterapia). Por elcontrario el intestino permanece con contenidofecal durante días después de la última ingesta.

Quizá la verdadera razón por la que interesa nocomer copiosamente en situaciones tácticas sedeba a la posibilidad de «pasar» por quirófano, encuyo caso siempre es mejor hacerlo en ayunas. Noen vano todo paciente que es tratadoquirúrgicamente, en intervenciones programadas,lo hace bajo abstinencia alimenticia de entre ochoy doce horas. El vómito durante las maniobrasanestésicas y/o quirúrgicas puede generar unabroncoaspiración con consecuencias que puedenllegar a ser graves. Lo que no admite discusiónalguna es la recomendación de no medicarse conaspirinas, ibuprofenos o medicamentos similares(analgésicos no esteroideos), cuando se prevénintervenciones de peligro (acciones programadas).Estos fármacos interfieren en la coagulación de la

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sangre, lo que aumenta el riesgo de sufrir unahemorragia mortal en caso de caer herido.

Como complemento a los párrafos anterioresreferidos a las emergencias sanitarias tácticas, seestima que un proyectil necesita una velocidadrestante (la que posee al punto del impacto) de 36metros por segundo (m/s) para atravesar la pielhumana; 61 m/s para perforar una pieza ósea y en122 m/s se sitúa la velocidad precisa para que unabala pueda ser mortal. Superados los 600 m/s seproduce el efecto hidráulico, principalmente enórganos llenos de líquidos (caso de la vejiga, porejemplo). Y a velocidades superiores a los 800m/s se puede producir el fallecimiento incluso sino es afectado un órgano vital. Señalar que losimpactos sucesivos, si son simultáneos, producenefectos multiplicantes: dos impactos sucesivospueden provocar los mismos daños que cuatroaislados y así aritmética y progresivamente. Elreferido efecto hidráulico provocadesplazamientos en los órganos afectados por la

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lesión que está provocando el proyectil, al tiempoque produce una momentánea e intensa onda dechoque, que se desplaza por los tejidos a mayorvelocidad que la del propio proyectil y por delantede éste, sin que en principio esto produzca otraslesiones.

Dado que se contaba con una posibilidad muyelevada de establecer contacto armado con laspersonas a las que se pretendía arrestar, muyacertadamente fue comisionada, en prevención,una ambulancia medicalizada que permaneció enlas cercanías de la finca en la que se iba adesarrollar el decomiso de armas. Esta importanteopción, muchas veces vital, nunca está presentecuando casualmente los policías convencionales,los patrulleros, se topan en un servicio cotidianocon una situación violenta y extrema. Contar en laesquina de enfrente con la presencia defacultativos y medios especializados deevacuación sanitaria es siempre alentador. Se da lacircunstancia de que en un incidente analizado en

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otro capítulo, el protagonista criticaba que susjefes no contemplaron esta posibilidad, cuandodiseñaron un peligroso servicio que finalizó conun delincuente muerto, otros dos heridos graves yun funcionario igualmente gravemente lesionado.

Médicos militares españoles desplegados en elHospital Militar de Herat (Afganistán), realizaronun estudio entre 2005 y 2008 sobre las heridassufridas por armas de fuego y artefactosexplosivos entre civiles y militares de la RegiónOeste del país. El capitán del Cuerpo Militar deSanidad Ricardo Navarro Suay realizó, en base alo allí observado y actuado, una tesis doctoral:Bajas por arma de fuego y explosivo.

El capitán concluyó que el mayor número debajas fueron varones, sobre el 96 por 100. El 39por 100 contaba con entre veinticinco yveintinueve años de edad. Casi la mitad de losatendidos por lesiones de este tipo, el 44 por 100,pertenecían al Ejército Nacional Afgano. Fueronevacuados mediante helicóptero medicalizado el

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76 por 100. La mayoría, un 75 por 100, no contabacon medidas de protección pasiva (casco, chalecoantifragmentos o blindaje en los vehículos). Seobservó un mayor número de incidencias porexplosivo que por arma de fuego: cientoochentaitrés frente a setentaitrés.

En todas las áreas anatómicas, el explosivo fueel agente causal de la mayor parte de las lesiones.Las zonas corporales más afectadas fueron lasextremidades inferiores, el 48 por 100;extremidades superiores, casi el 40 por 100 y elabdomen, el 22 por 100. El 55 por 100 de lasbajas presentó una única región afectada. Del totalde las bajas, casi el 10 por 100 presentaronquemaduras, todas ellas producidas pordispositivos explosivos. El arma de fuego provocócasi un 2 por 100 más de intervencionesquirúrgicas mayores que el explosivo. El 80 por100 de los heridos tratados fueron hospitalizados,siendo quirúrgicamente intervenidos solamente el55 por 100 de ellos.

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Los índices de gravedad de las bajas por armade fuego fueron superiores a los inducidos por losartefactos explosivos. Las heridas en la regiónabdominal fueron las que propiciaron un mayornúmero de intervenciones en quirófano, siendotambién las que más riesgo llevaron aparejadodurante las actuaciones facultativas de cirugía. Lamortalidad de las bajas atendidas por la SanidadMilitar española fue de un 6 por 100.

Los heridos por explosivos que emplearonelementos de protección pasiva, presentaronlesiones de menor entidad que los que no contabancon estos complementos de seguridad. En cambio,en los heridos por arma de fuego no hubo relacióndiferenciadora entre poseer o no medias deprotección pasiva y los valores lesivos de riesgo:cuando eran alcanzados en la coraza protectora(como mínimo de nivel III, cuando no IV), éstaabsorbía la energía y causaba traumas internos nopenetrantes, que no necesariamente resultabangraves. Sin embargo, tanto el tren inferior como el

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superior fueron las áreas más lesionadas en estoscasos, por verse desprovistos de blindaje.

Sin olvidar que lo anterior se refiere asituaciones bélicas y no policiales, para estevolumen resulta significativo que las heridas quemás preocuparon al doctor Navarro fueron, comoasí plasma en su tesis, las que interesaron la regiónabdominal de las personas asistidas. Asimismo,aunque las protecciones corporales blindadasredujeron las posibilidades de caer herido eincluso minimizaron algunas lesiones provocadaspor explosivos, no fue así cuando la atención seprestaba a personas que, pese a actuar conprotección, eran alcanzadas por armas de fuego(fusilería generalmente): impactos localizados enlas extremidades. Coincide, casualmente, el hechode que el armamento empleado en Afganistán es,de modo masivo y casi exclusivo para los civiles ymilitares autóctonos, de la misma naturaleza que elempleado por el tirador hostil de la narración denuestro capítulo final (el chico de catorce años).

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Por tanto, el chaleco de protección balística con elque el policía protagonista se protegía, que era denivel IIIA, no hubiera absorbido la energía de losproyectiles contra él disparados, de haberimpactado estos sobre su peto blindado. Para estoscasos, no son pocas las unidades que adquieren, aligual que muchos agentes a título particular, placasextra de protección, que se colocan en losbolsillos exteriores con que muchas fundas dechalecos cuentan para estos fines.

B) VISIÓN DEL PSICÓLOGO

Durante este recorrido por experienciasdiversas de agentes del orden en enfrentamientosarmados, hemos tratado de dejar constancia,algunas veces de forma directa y clara y otrasapenas asomándonos entre líneas, de que lospolicías son seres humanos, no máquinasinsensibles y que, como tales, el papel que juegan

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sus emociones en sus vidas cotidianas —yespecialmente en su trabajo— ocupa un lugar muyrelevante. Y este papel es tan destacado que, de nohaber sido por ellas (las emociones), este libro nohubiera sido posible.

Como ser humano, el policía no está preparadopara cualquier situación que pueda ocurrirle en sudesarrollo profesional. El presente capítulo es unclaro ejemplo de ello. Tenemos a un agenteexperimentado trabajando en una zona «caliente»,en el extranjero, acostumbrado a grandesdescargas de adrenalina. Pero, tras aquella puerta,había algo para lo que su entrenamiento no lehabía preparado: matar a un niño. Un niñodeficiente al que unos desalmados habíanaleccionado para convertirlo en carne de cañón.Por supuesto que el policía no sabía nada de estoantes de disparar su pistola, pero ello no mitigó elimpacto emocional que le produjo, posteriormente,ser consciente de la identidad de la baja.

Tras llevar a cabo una revisión de la literatura

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al respecto, encontramos que la investigadoraShira Maguen (2009) señala que matar en combatese ha comprobado que está asociado al trastornode estrés post traumático (TEPT), a la disociación,al deterioro funcional y a las conductas violentas.Lo cual demuestra que quitarle la vida a otro serhumano, incluso en condiciones en las que la vidapropia está en juego y el empleo de la fuerza letalestá justificado, resulta una experiencia altamentetraumática para muchos soldados, policías, etc.Algunos de los participantes de nuestro estudiohan comentado lo difícil que les resultó asumir quehabían acabado con la vida de otra persona.

En el ser humano se da la tendencia natural arepudiar todo lo que suponga matar a uncongénere, salvo que exista una patologíaconcreta. Cualquier profesional en cuyo trabajoquepa la posibilidad del empleo de la fuerza letal,sabe que una cosa es pensar en la posibilidad dematar a alguien y otra, muy distinta, tener en lasmanos aquí y ahora la oportunidad de hacerlo.

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También los policías deben luchar contra esteinstinto arraigado que les impulsa a no matar a unsemejante. Más aún si es un niño, algo que causamás dolor y desasosiego si cabe.

Nuestro policía protagonista, perteneciente auna unidad operativa adiestrada muy por encimade la media, quedó profundamente abatido tras elincidente. Recordemos también que este agentetenía un hijo, lo que incrementó notablemente susensibilidad ante el suceso. Rescatemos suspalabras: «No me mantenía en pie. Me temblabanlas piernas. El aire me resultaba espeso y mecostaba trabajo respirar. Tenía un pitidocontinuo en los oídos y el olfato parecía estarafilado, al igual que la vista. Me acompañaba unintenso olor a pólvora y a sangre. La pistola mepesaba en la mano e incluso parecía que mequemaba».

Apenas unos segundos antes del desenlaceestaba cargado de adrenalina y con una fortalezafuera de lo normal. Pero la visión de aquel niño

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ensangrentado y sin vida, acabó con todo aquello.En ese momento el agente no lo sabía, pero muyprobablemente estaba desarrollando un TEPT.

A lo largo de la vida, cualquier persona puedeexperimentar un suceso aterrador que escape a sucontrol y que ponga en peligro su existencia(accidentes, catástrofes naturales, enfrentamientosarmados, etcétera). Los policías se encuentran enuno de los colectivos laborales de mayor riesgo ala hora de sufrir trastornos derivados de estasvivencias. Sin embargo, aunque pueden quedarseriamente afectados, al igual que el resto de lapoblación, la mayoría supera las dificultades sinnecesidad de ayuda psicológica. Pero, y también aligual que otras personas, un pequeño porcentaje deagentes necesitará apoyo y tratamientoespecializado para salir adelante. El diagnósticomás habitual en estos casos es el de TEPT.

Los síntomas que experimenta una persona quepadece TEPT son bastante característicos de estetrastorno:

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1. Pesadillas y flashbacks. La persona seencuentra a sí misma reviviendo el sucesotraumático una y otra vez. Puede ocurrir durante eldía en forma de imágenes que aparecen, en sumente, como una serie de fotografías de lasituación que van y vienen rápidamente. Durante lanoche, el sueño es intranquilo y poco reparador,pues el suceso reaparece otra vez en forma depesadilla. Estos recuerdos del incidente traumáticosuelen ir acompañados de olores, sonidos, miedo,etc., exactamente igual a como pasó realmente.

2. Evitación y embotamiento. Para no pensar enel suceso, el individuo intenta distraerse con otrospensamientos o actividades. Algunos policías seimplican mucho más (demasiado) en su trabajopara evitar los pensamientos angustiantes. Otroslimitan progresivamente sus relaciones con otraspersonas, poniendo en riesgo incluso sus propioslazos sentimentales. Algunos emplean vías másdestructivas, consumiendo alcohol en exceso uotras drogas. El objetivo de todo esto es la

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evitación de aquello que le recuerda al trauma.3. Estado de alerta continua. Al sujeto le cuesta

mucho trabajo relajarse ya que está «de guardia»,sobreviniéndole sobresaltos continuos, como si elpeligro estuviera a punto de reaparecer. Estaansiedad puede dificultar seriamente el sueño yhacer a las personas irritables o violentas.

Hay otros síntomas que suelen acompañar alTEPT: sentimientos de pánico y miedo, depresión,dolores musculares, sentimientos de culpa, etc.

Retomando el relato del agente, él mismodescribe bastantes de estos síntomas: «Mesobresaltaba más que antes. Tenía pesadillas ysentimiento de culpa. Frecuentemente meencontraba triste y abatido. Soñaba con aquellanoche, aunque no siempre eran desagradables losrecuerdos que se presentaban. La ansiedad seapoderó de mí». El funcionario comenta cómo elrecuerdo de aquella experiencia lo acompañódurante mucho tiempo, reviviendo el suceso una y

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otra vez, experimentando similares emociones alas vividas en aquella oscura habitación.

Para tratar de acallar esos recuerdos, reconoceque comenzó a consumir con frecuencia bebidasalcohólicas, como una manera de anestesiar laangustia producida por la experiencia. Este y otrosmecanismos de evitación lo convirtieron, para huirdel recuerdo, en un ser más irascible e insensible(embotamiento) con las personas más cercanas.Fue necesario contar con ayuda profesional.

Existe un antes y un después tras apretar elgatillo. Muchos agentes afirman que su mundocambió y que su forma de ver la vida adquirió unnuevo sentido y dimensión. Pero también apuntanque para llegar a ello antes hubo sufrimiento,dudas, pérdidas… En este caso, todas lascircunstancias se dieron la mano para dibujar elpeor escenario posible y la factura emocional quesupuso para el agente no se hizo esperar.

Este policía estaba preparado para dispararcontra otros semejantes que supusieran un riesgo

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para su integridad física o la de terceros. Pero noestaba preparado para lo que ocurrió. ¿Es esto unsíntoma de debilidad o de no disponer de lasuficiente preparación táctica o mental? Enabsoluto. Solamente es el síntoma de que bajo eluniforme siempre hay un ser humano.

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ESTADÍSTICAS

GRÁFICA 1Tiempo de duración de la intervención

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GRÁFICA 2Edad en el momento del enfrentamiento armado

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GRÁFICA 3Años de servicio en el momento del

enfrentamiento armado

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GRÁFICA 4Cuerpo de policía al que pertenecía el agente en

el momento del enfrentamiento armado

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GRÁFICA 5Incidentes previos al empleo del arma

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GRÁFICA 6Acompañamiento durante el enfrentamiento

armado

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GRÁFICA 7Sospechosos presentes en el enfrentamiento

armado

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GRÁFICA 8Armas empleadas por los agresores

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GRÁFICA 9¿Disparó el sospechoso?

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GRÁFICA 10Minutos transcurridos hasta el primer disparo

del agente

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GRÁFICA 11Pensamientos durante el incidente antes del

primer disparo

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GRÁFICA 12Pensamientos durante el incidente después del

primer disparo

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GRÁFICA 13Comparativa pensamientos (EA: Enfrentamiento

Armado)

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GRÁFICA 14Pensamientos/emociones 24 horas después del

enfrentamiento armado

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GRÁFICA 15Pensamientos/emociones entre el 2.º y el 7.º día

después del enfrentamiento armado

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GRÁFICA 16Pensamientos/emociones entre el 8.º día y el 3.er

mes después del enfrentamiento armado

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GRÁFICA 17Pensamientos/emociones después de pasados tres

meses del enfrentamiento armado

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GRÁFICA 18Comparativa pensamientos/emociones después

del enfrentamiento armado

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GRÁFICA 19Distorsiones perceptivas experimentadas antes

de efectuar el primer disparo

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GRÁFICA 20Distorsiones perceptivas experimentadas antes

de efectuar el primer disparo

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GRÁFICA 21Distorsiones durante o después del primer

disparo

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GRÁFICA 22Distorsiones durante o después del primer

disparo (por grupo)

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GRÁFICA 23Comparativa distorsiones perceptivas

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GRÁFICA 24Síntomas físicos experimentados durante las 24

horas posteriores al enfrentamiento armado

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GRÁFICA 25Síntomas físicos experimentados entre el 2.º y 7.º

día después del enfrentamiento armado

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GRÁFICA 26Síntomas físicos experimentados entre el 8.º día y

el 3.er mes tras el enfrentamiento armado

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GRÁFICA 27Síntomas físicos experimentados después

pasados tres meses del enfrentamiento armado

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GRÁFICA 28Comparativa síntomas físicos

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GRÁFICA 29Días libres tras el enfrentamiento armado

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GRÁFICA 30Acude a un profesional de la salud mental

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GRÁFICA 31Comportamiento de compañeros, mandos,

familiares y amigos

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GRÁFICA 32Entrenamiento fuera de la Academia

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GRÁFICA 33¿Le ha preparado el entrenamiento para el

enfrentamiento armado?

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GRÁFICA 34Ha comentado el incidente y ha recibido apoyo

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GRÁFICA 35Le hicieron sentir mal en relación al

enfrentamiento armado

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LOS PROTAGONISTAS

D.S.O.F.J.S.C.I.C.G.M.C.B.P.J.M.B.V.M.V.D.L.L.J.N.R.

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M.S.F.E.O.M.J.G.V.M.A.G.M.S.A.B.P.V.E.R.G.G.A.L.A.J.M.L.F.V.R.P.J.A.A.L.C.G.G.J.C.A.J.L.S.M.R.J.M.I.J.G.V.J.D.D.J.D.G.G.J.C.R.F.I.P.H.J.R.M.

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A.Y.P.

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Edición en formato digital: enero de 2015

© ERNESTO PÉREZ VERA y FERNANDO PÉREZ PACHO,2015

Diseño de cubierta: Joss Marino© Editorial Tecnos (Grupo Anaya, S.A.), 2015

Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 1528027 Madrid

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ISBN ebook: 978-84-309-6514-4

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