Es tiempo de fiesta · 2009. 10. 6. · bueyes de la comarca, de las zonas de Larra y Larrazabal...

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“Ahora los jóvenes tienen fiesta cada semana... antes había menos fiestas y todas esas fiestas las anhelábamos.” 1 Es Tiempo de Fiesta recoge el conjunto de manifestaciones y expresiones lúdico-festivas que se desarrollaron en Llodio a lo largo de siglo pasado, en el que la religión tuvo una presencia esencial. De la mano de aquellos que las vivieron, las siguientes descripciones nos acercan a los momentos donde la sociedad llodiana vivía con intensidad y en comunidad momentos irrepetibles en sus vidas. En la actualidad se siguen manteniendo la mayoría de estas fiestas, pero se viven de otra manera e incluso otras se han quedado únicamente en el recuerdo. De ahí que se estimara la necesidad de transmitirla especialmente a quienes no las conocieron. Llodio se ha distinguido siempre por ser uno de los pueblos más festivos del País. De antiguo es habitual escuchar en boca de foráneos dirigiéndose a vecinos del valle, comentarios como: “Siempre estáis de fiesta en ese pueblo”. Y están acertados. Llodio ha mantenido a través de los siglos devoción a un buen número de santos, en cuyo honor nuestros antepasados construyeron ermitas en diferentes puntos de la geografía local, ante las cuales, al menos una vez al año, se celebraban festivas romerías. Comenzaba el año, al igual que ahora, con la fiesta de los Reyes Magos, la Epifanía. Fue en el año 1959 cuando se organizó por primera vez una Cabalgata de Reyes. Era modesta; los tres Reyes Magos a caballo con sus ayudantes y varios pajes con burros que portaban las cajas de regalos. El éxito de público, sobre todo infantil, fue notable. Al año siguiente, Ramón Urquijo, que tenía su establecimiento de electricidad cercano al “Crucero”, colocó en mitad de la actual calle Elizalde, entre su establecimiento y la pared de la Iglesia, una enorme estrella de 6 puntas con su estela, compuesta de bombillas, lo que para los vecinos supuso una celebrada innovación, ya que era el primer adorno lumínico que se ponía en el pueblo, donde no hacía demasiados años que se había instalado el alumbrado público. Evolución social: Es tiempo de fiesta Es tiempo de fiesta

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“Ahora los jóvenes tienen fiesta cada semana... antes había menos fiestas y todas esas fiestas las anhelábamos.” 1

Es Tiempo de Fiesta recoge el conjunto de manifestaciones y expresiones lúdico-festivas que se

desarrollaron en Llodio a lo largo de siglo pasado, en el que la religión tuvo una presencia esencial. De la

mano de aquellos que las vivieron, las siguientes descripciones nos acercan a los momentos donde la

sociedad llodiana vivía con intensidad y en comunidad momentos irrepetibles en sus vidas. En la actualidad

se siguen manteniendo la mayoría de estas fiestas, pero se viven de otra manera e incluso otras se han

quedado únicamente en el recuerdo. De ahí que se estimara la necesidad de transmitirla especialmente a

quienes no las conocieron.

Llodio se ha distinguido siempre por ser uno de los pueblos más festivos del País. De antiguo es

habitual escuchar en boca de foráneos dirigiéndose a vecinos del valle, comentarios como: “Siempre estáis de

fiesta en ese pueblo”. Y están acertados. Llodio ha mantenido a través de los siglos devoción a un buen número

de santos, en cuyo honor nuestros antepasados construyeron ermitas en diferentes puntos de la geografía local,

ante las cuales, al menos una vez al año, se celebraban festivas romerías.

Comenzaba el año, al igual que ahora, con la fiesta de los Reyes Magos, la Epifanía. Fue en el año 1959

cuando se organizó por primera vez una Cabalgata de Reyes. Era modesta; los tres Reyes Magos a caballo con

sus ayudantes y varios pajes con burros que portaban las cajas de regalos. El éxito de público, sobre todo

infantil, fue notable. Al año siguiente, Ramón Urquijo, que tenía su establecimiento de electricidad cercano al

“Crucero”, colocó en mitad de la actual calle Elizalde, entre su establecimiento y la pared de la Iglesia, una

enorme estrella de 6 puntas con su estela, compuesta de bombillas, lo que para los vecinos supuso una

celebrada innovación, ya que era el primer adorno lumínico que se ponía en el pueblo, donde no hacía

demasiados años que se había instalado el alumbrado público.

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Es t iempo de f iesta

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Imagen 28. Alumnos de La Salle caracterizados como Reyes Magos y paje.

Imagen 29. Grupo de La Salle cantando los coros de Santa Águeda.

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“El día de Reyes pues te puedes imaginar, es que acababas levantándote, pues bueno, a las 2 de mañana (...) nos

ponían allí en el salón comedor que había, pues todos los zapatos, ponían tal y las cosas que te ponían pues te pue-

des imaginar: un juego de carpintero, y el juego de carpintero era un cartón con un (...) todo era así, los juegos...

alguna vez sí recuerdo algún exceso, no sé como sería, de algún tren pero no era eléctrico, le dabas cuerda y tenía

unos rieles y tal pero era muy elemental, muy elementales, sí.” 2

El día siguiente a la cabalgata, Hermilo Sagastizábal instauró la costumbre de acudir con una caravana

de vecinos a la Residencia de Ancianos de Odeibar, donde se les entregaban regalos a los mayores allí

internados. Florentino Ussia acudía con el organillo de manivela con el que se interpretaban bailables.

Al mediodía, en el kiosco, la Banda interpretaba un concierto, mientras los chavales salían a las calles

con los juguetes que les habían traído los Reyes Magos. Años después sería el Olentzero quien trajese la

ilusión a muchos niños, pero ésta es una costumbre que se impuso en Llodio a partir de la democracia.

En estas fechas navideñas había cuatro gigantescos belenes, con figuras en movimiento y agua. Dos de

ellos los instalaban las monjas de La Caridad en su Colegio de la Plaza y en la Residencia de Ancianos, el

tercero, los Hermanos de La Salle en las Escuelas del Patronato. El cuarto, con figuras en movimiento, era de

la familia Salcedo. Éstos lo instalaron por primera vez en 1939, siendo visitado por muchos laudioarras.

El 2 de Febrero se celebraba la Candelaria o Candelas. Tiene su origen en un rito pagano anterior al

cristianismo festejando a la luna como “señora de la noche.” Cada 2 de febrero, los vecinos de Llodio, al igual

que hoy, acudían a la Iglesia provistos de velas que se encendían durante la misa para ser bendecidas por el

sacerdote, llevándoselas luego a los hogares para que su luz los protegiera en las noches de tormenta.

Y el 3 de febrero, San Blas. No es fiesta de tradición antigua en lo que a la organización de actos

lúdicos se refiere, pues fueron creados hace pocos años por los baserritarras del pueblo. Lo que sí se

mantiene desde muy antiguo es esa mezcla de tradiciones paganas y religiosas como la costumbre de bendecir

alimentos, caramelos y sobre todo cordones que posteriormente se llevan anudados al cuello durante ocho

días, para proteger del mal de garganta.

El día siguiente, 4 de febrero, era la víspera de Santa Águeda y los chavales del coro, organizados por los

Menesianos y los Hermanos de La Salle, salían ataviados de aldeanos, con sus “makilas” para acompasar los

cánticos del Agate Deuna por todo el pueblo. También llevaban algunos faroles con velas encendidas, puesto

que llegaban hasta algunos caseríos y regresaban a la Escuela ya con el cielo totalmente oscurecido.

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Imagen 30. Niños posando con los palos en el día de Santa Águeda.

Imagen 31. En la puerta de las escuelas.

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“Se formaban grupos que nos repartíamos por los distintos barrios y recorríamos las casas cantando, cantábamos,

por supuesto, el Aintzaldu que ese es el canto clásico, pero nos daba también por las canciones de Ruperto.” 3

Otro coro era, y sigue siendo, el de Los Arlotes, quienes recorrían las calles de Llodio comenzando por

la casona de Lamuza donde habitaba el fundador del grupo; el músico y poeta llodiano Ruperto Urquijo.

Cantaban canciones religiosas referidas a la Santa, compuestas por el propio Ruperto y en los años que nos

ocupan, acompañados de guitarra y acordeón. Siempre terminaban cantando, a la noche, frente a la ermita de

Santa Águeda de Arraño.

“Los Arlotes se han vivido con mucha intensidad. Nosotros cuando éramos jóvenes... ¡caramba! a mí me han

gustado mucho.” 4

En el año 1940 el gobierno franquista prohibió el Carnaval en toda España, si bien durante los años de

la guerra las circunstancias hicieron que la festividad no se celebrase. Por eso en Llodio apenas se conocía hasta

su reinstauración en la Democracia. En 1982 se incorporó como personaje emblemático de los carnavales la

Bruja de Leziaga que es portada por jóvenes durante el desfile. Fue ideada por el historiador local Juan Carlos

Navarro, quien, asímismo, se encargó de gestionar la primera imagen de la bruja.

“Cuenta la leyenda que una mujer que habitaba en la cueva de Leziaga, se mesaba los cabellos con peines de oro

y atraía con sus hermosas canciones a los pastores que se acercaban hasta este lugar.” 5

No obstante, en Llodio, durante al menos los 30 primeros años del siglo XX, el domingo de Carnaval

por la mañana, un grupo de niños vestidos de blanco y con “gerriko” rojo iban por casas y caseríos. Uno de

ellos tocaba la pandereta y otro llevaba en una cesta un gallo con las patas atadas, en cada parada cantaban: “este

gallo escarbador de trigo y cebada ajena, aquí morirá, traidor, por los niños de la Escuela”. Con lo recogido, viandas y

dinero, comían el domingo de Piñata en casa de alguno de la cuadrilla. Los niños y niñas en aquella época

tenían fiesta escolar los lunes y martes de carnaval, según se recoge en el Reglamento de las Escuelas del

Patronato, realizado en 1889.

Desde el año 1906 existía en Gardea una cuadrilla de jóvenes con bastante actividad lúdica, que en los

Carnavales del año 1912 decidieron salir por las calles de Llodio ataviados con pantalones de mil rayas,

txapela, alpargatas blancas y pañuelos de colores, en un carro tirado por reses y adornado con arcos hechos de

ramas de laurel, fresno y flores. Los años siguientes, dirigidos por Ruperto Urquijo y acompañándose de

guitarra, acordeón y pandereta, salían en carnavales con sus artísticas carrozas, cantando coplas compuestas

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Imagen 32. Cuadrilla en el día de Santa Águeda.

Imagen 33. Indumentaria de los niños en domingo de carnaval antes del año 40.

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Imágenes 34, 35 y 36. Carnaval.

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Imagen 37. Carroza de Rakataplá.

Imagen 38. Arrastre de piedra delante de la estación de tren en Viernes de Dolores.

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por el propio Ruperto. En sus salidas llegaban hasta Okendo, Amurrio, Orduña, e incluso Bilbao, donde el

año 1918 la policía municipal bilbaína les requisó las coplillas de Ruperto que llevaban escritas y les

metieron al “calaboso” según recoge una canción de Ruperto del año siguiente. Esta cuadrilla se bautizó como

“Rakataplá” y con ese nombre ha llegado hasta la actualidad, cuyos miembros continúan hoy su amplísima

actividad cultural, organizando entre otros actos, la Cabalgata de Reyes y el concurso gastronómico de las

fiestas patronales.

Desde que en el año 1890, coincidiendo el Viernes de Dolores con la inauguración del nuevo ferial de

Arraño, se creara la Feria-Concurso de ganado del Viernes de Dolores, ésta se ha venido celebrando regularmente

salvo imponderables, como en 1937 por la guerra civil, epidemias del ganado o una nevada extrema en otras

dos ocasiones. Este día Llodio tenía una dispensa de la Iglesia para poder comer carne en el municipio,

liberando a sus vecinos por un día de la prohibición de hacerlo en días de Vigilia. Esta exención estaba

motivada por la asistencia masiva de baserritarras de toda la comarca que transportaban su ganado hasta

Llodio, andando desde sus caseríos del propio valle y de los pueblos de Ayala, Orozko y Arrankudiaga, con el

consiguiente esfuerzo físico que les obligaba a una alimentación más fuerte que la que permitía la abstinencia

de la Iglesia Católica.

A la vez que feria, era concurso de ganado, por lo que un jurado valoraba la calidad de cada res para

premiar a las mejores. Al mediodía, en la Plaza se procedía al reparto de los premios a los animales

seleccionados. Pero rondando 1980 se dejó de exponer el ganado en el Ferial porque la cuesta de acceso al

recinto resultaba peligrosa. Por la tarde se hacía siempre una prueba de arrastre de piedra con parejas de

bueyes de la comarca, de las zonas de Larra y Larrazabal principalmente. A partir de 1960 desaparece esta

tradición deportiva dentro de la programación y nuevamente se recupera con la inauguración del carrejo de San

Roque el 28 de marzo de 1969.

“Yo llevo cincuenta años participando en el arrastre.” 6

Los primeros domingos de mes, desde 1883, se celebraba en la Plaza una feria de ganado, similar a la del

Viernes de Dolores aunque de menor entidad, tanto en número de animales como de ganaderos. Lo que más

llamaba la atención eran los “charlatanes”, vendedores que se subían en un alto para desde allí ofrecer su

mercancía con un salero característico mientras iban mermando el precio original del producto a la vez que

incluían regalos por cada compra.

“El primer domingo de mes había feria de ganado y venía el charlatán.” 7

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La Semana Santa, era la etapa más austera y triste en el aspecto social de la vida llodiana. Ante la falta de

actos festivos, los únicos entretenimientos consistían en la conversación, el paseo y las tabernas y aún éstas con

limitaciones. La iglesia se vestía de luto en esos cuarenta días, cubriendo todos los retablos e imágenes de la

iglesia con amplios cortinones de telas negras o moradas que iban desde el inicio de los retablos junto al techo,

hasta el borde de los altares. La iglesia adquiría un aire tétrico que empujaba al recogimiento.

“En Semana Santa estaba todo prohibido.” 8

Se acercaban al pueblo predicadores contratados, traídos ex profeso por la parroquia para lanzar desde

el púlpito unos sermones cargados de pasión y fuerza. Estos predicadores pasaban de un hablar quedo y

cadencioso a gritar completamente excitados proclamando lo malo del pecado (y todo era pecado en aquellos

tiempos) y del castigo del fuego eterno del infierno. Casi siempre acababan estos predicadores de largas

barbas afónicos por sus esfuerzos vocales y los fieles sobrecogidos.

Las mañanas del Jueves y Viernes Santo, la Iglesia tenía una febril actividad preparando los pasos que

iban a desfilar por la tarde. Y ya el Jueves Santo, después de la ceremonia eucarística de la iglesia, se sacaban

en procesión los pasos. A la procesión acudía todo el pueblo desfilando junto a las imágenes en dos filas.

En una la encabezaban las niñas acompañadas de las monjas, seguidas detrás por las mujeres cubiertas con

mantillas negras. En la fila de enfrente abrían marcha los niños, custodiados por los frailes, y detrás los

varones del pueblo.

El Viernes Santo, entre los pasos, el Sepulcro era llevado a hombros por “capuchinos” vestidos con

hábitos negros. A sus lados iba la escuadra de soldados romanos con unos trajes que diferían algo de los

actuales y en el exterior del féretro, uno en cada ángulo, cuatro guardias civiles del cuartel de Llodio, con traje

de gala y llevando el fusil colgado del hombro y con el cañón apuntando al suelo.

“Íbamos de soldados por tradición.” 9

Tras terminar la procesión del viernes, los chavales del pueblo entraban a la iglesia con carracas y palos,

situándose en la trasera de la iglesia, bajo el coro, golpeando los bancos de madera y haciéndolas sonar,

provocando un ruido ensordecedor que representaba sonoramente la muerte de Judas por su perversidad al

haber delatado a Jesús.

“En Semana Santa no había música, se paraba el baile y no se podía ni silbar.” 10

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Imagen 39. Procesión de Semana Santa.

Imagen 40. Féretro escoltado por soldados romanos y la Guardia Civil.

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El sábado a media noche tenía lugar la Misa de Resurrección. En ella se representaba la vuelta a la

vida de Jesús al tercer día y justo en ese momento los monaguillos hacían sonar las campanillas de mano al

tiempo que repicaban todas las campanas del campanario que durante toda la Cuaresma habían

permanecido mudas. Los sacerdotes celebrantes se tumbaban boca abajo ante el altar y el cortinón negro

que cubría todo el retablo mayor se abría por la mitad y se salía al pórtico donde los sacerdotes encendían

un fuego con el que prenderían las velas del altar mayor. Era un momento espectacular que anunciaba que

se acababan los días de ayuno y abstinencia. En unas horas se podría de nuevo ir al cine y bailar en la Plaza

con las Bandas de música y txistus.

La Romería de Santa Águeda era la primera que se celebraba en Llodio. Y esto viene siendo así desde el

año 1830 en que se trasladó la celebración del 5 de febrero al segundo día de Pascua de Resurrección. Este

cambio fue motivado por el pésimo tiempo que hacía en febrero. Tras la Cuaresma, esta primera romería del

año, casi siempre acompañada de buen tiempo, era acogida por niños y jóvenes con gran alegría. Estaba

establecido como día festivo para que todos pudiesen acudir a las faldas del Lujamendi. Por la mañana subían

hasta la ermita el Alcalde de Llodio con su vara de mando, el alguacil y varios concejales con chuzos (unas

lanzas con mango de madera y pico metálico, que eran signo de autoridad), que clavaban en la era de entrada

a la ermita durante la celebración de la misa.

“Solíamos salir a cantar Santa Águeda con los frailes.... una canción que recuerdo por ejemplo era cuando

preguntaba el fraile: ¿Qué es recoger? y todo el coro: ¡algo bueno de comer!. Luego: ¡Y ahora muchas gracias buen

señor, sí, sí... muchas gracias buen señor! Y luego decía: ¿Y manaña? Y todos: ¡ir a misa y comulgar, sí, sí, para

festejar! Santa Águeda se canta el día anterior.” 11

Tras la obligada misa se bailaban jotas con la música de los txistus. Los adultos, en un mostrador de

madera que se instalaba en la era, tras la ermita, degustaban el txakolí que la familia Lazkano había cosechado

en el caserío Magdalena (colindante con al edificio religioso). Más tarde, regresaban de nuevo por las campas

de Arraño a sus hogares.

Por la tarde, un nutrido grupo de gente subía a merendar a las campas que rodeaban la ermita. De nuevo

se iniciaba el baile, amenizado por una orquestina, y volvía a funcionar el improvisado bar de la mañana. La

bajada al pueblo se hacía ya al anochecer. Para los jóvenes era un momento verdaderamente hermoso porque

chicas y chicos compartían risas y animadas charlas en aquel largo paseo a través del monte desde la ermita a

la Plaza. En 1990 se creó la Cofradía de Santa Águeda, en la cuadrilla de Goienuri, que ha revitalizado la

tradicional romería.

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Antiguamente, a últimos de abril o primeros de mayo, se hacían en Llodio rogativas a Santa Águeda para

pedir lluvia. Salían en procesión desde la parroquia de San Pedro de Lamuza para, subiendo por la cuesta San

Roque, llegar a la ermita de Santa Águeda. El sacerdote iba rezando letanías durante todo el recorrido y los

romeros respondían: “ora pro nobis”. En 1784, según se lee en un documento, se subía al monte Arraño para

bendecir los campos: “como hasta aquí, cuando los maises están ya sembrados”.

Para el 19 de marzo, San José. No se recuerda ninguna fiesta, salvo algún concierto de la Banda, aunque

sí se debió hacer en tiempos antiguos, ya que en un documento de 1707 se lee: “se dio siete reales y medio a Pedro

de Acha por un toro que traxo para celebrar la fiesta que se hizo para marzo... más dos reales a los que traxeron dichos toros,

mas tres reales por entrar las barreras... y tres reales por traer el busto del Señor San Joseph de Murguía”, en cuyo honor se

realizaría el festejo taurino.

El segundo día de Pascua de Pentecostés, siete semanas después de Resurrección, se ha venido

celebrando desde antiguo la romería de Santa Lucía. En este hermoso paraje se encuentra la ermita, al inicio

de las escaleras de acceso al Santuario de Santa María del Yermo. Según se recoge en un contrato del

Ayuntamiento con el “músico tamborilero”, en 1748 a esta festividad se la denominaba “Pascua del Hiermo” en

lugar de Santa Lucía.

Esta romería ha tenido desde antaño una gran importancia que superaba con mucho los límites locales,

como lo demuestra el hecho de la existencia de una sociedad bilbaína llamada “Sociedad Excursionista Amigos

de Santa Lucía del Yermo”, que el año 1896 regaló al Ayuntamiento llodiano un cuadro pintado al óleo

firmado por M. Gómez, conservado actualmente en el Museo Vasco de Gastronomía. Además, en aquella

época, ya había trenes especiales que ese día salían de Llodio hacia Bilbao y Orduña.

“A Santa Lucía iba más gente pero de fuera, de Miravalles, de Arrankudiaga...” 12

Su popularidad, a mediados del siglo XX, seguía siendo de las más notables de Vizcaya, llenándose las

campas de la ermita de gentes venidas de toda la provincia. Fue por tanto la romería que más propaganda hizo

de Llodio a través de los años, ya que no había vizcaíno desde Orduña a Getxo que no la conociera. Sin

embargo, los vecinos del valle siempre han preferido la romería de San Antonio.

“San Antonio era una fiesta enorme. Santa Lucía no.” 13

Este día, los Hermanos de La Salle, prohibían a los alumnos salir a la calle por la tarde, para

protegerles de los malos ejemplos que podrían contemplar, ya que había hombres con una ingesta de vino

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Imagen 41. Cuadro donado por una sociedad bilbaína al Ayuntamiento de Llodio en 1896.

Imagen 42. Romería de Santa Lucía.

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superior a la habitual y, lo que era más importante para los frailes, que los niños no tuvieran la visión de las

“mujeres de vida licenciosa” que esa tarde-noche se acercaban en busca de clientes al pueblo. Y los

encontraban, como se evidenciaba en la zona deportiva de Altzarrate o en las entonces oscuras calles José

Matía y Maestro Elorza, entre otras.

“Hacían actividades en el colegio para evitar que los niños fuesen a la plaza, decían que había carteristas.” 14

La fiesta comenzaba tras la misa celebrada en su ermita. Los sones del acordeón y el txistu, los

pasodobles y jotas de la Banda de Música que acudía con sus instrumentos al hombro, llenaban la mañana. Al

mediodía la gente se desperdigaba por las amplias campas que circundan el lugar y daban cuenta de la comida

que habían portado cada cual desde sus casas. A la tarde volvía a haber baile en la era delante de la ermita a

cargo de una orquestina y al atardecer la gente bajaba a la Plaza del pueblo, donde se reanudaba el baile a cargo

de una orquesta de cuatro o cinco músicos. La Banda y los txistularis actuaban en los descansos que hacía la

orquesta a cada hora. A las diez terminaban los eventos, pero hasta bien entrada la noche las calles

continuaban repletas de gente, especialmente de hombres sobrados de bebida.

“Ponían trenes especiales, había uno en especial que tenía 10 vagones largos, 10 vagones, ¡10!. Además a los

trenes ordinarios les añadían unas unidades. En Santa Lucía el espectáculo era que el llodiano era espectador,

entonces lo que se hacía era salir a ver los trenes. Venían grupos de, ¡qué sé yo!, de la Peña, de Etxebarri, de

Arrigorriaga, de Miravalles, de fuera, por ahí, de Bilba..., porque Santa Lucía fue una romería muy famosa,

venían grupos de 20 con blusas y con acordeón o con txistu y subían para Santa Lucía. Muchísima gente venía

también por el monte. Pero la fiesta más participativa era la de San Antonio.” 15

El domingo siguiente a la celebración de esta romería se celebraba, en las mismas campas de Santa Lucía,

lo que se conoce como repetición de Santa Lucía, donde también había misa y música y la gente se quedaba a

comer en el monte. Eso sí, la afluencia de personas a esta repetición era muy inferior y los romeros foráneos

escasos.

El día dedicado al Patrón de Álava, 28 de Abril, San Prudencio, siempre ha sido en Llodio una festividad

con muy poca tradición popular, no comenzando su celebración festiva hasta los años 50. El Ayuntamiento sí

colgaba ese día las banderas (una rojigualda, otra grana que representaba la provincia de Álava y la verde que

simboliza a nuestro municipio) en los mástiles de la Casa Consistorial indicando que era día oficial de fiesta.

La mañana transcurría con unos pasacalles, carrera ciclista y concierto de la Banda en su kiosco al

mediodía. Por la tarde y hasta las diez de la noche, baile en la Plaza. A principios de los años 70, en la noche

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Imagen 43. Campanario de Santa María del Yermo.

Imagen 44. Tamborrada de San Prudencio.

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anterior a la festividad, se iniciaría la tradición de tocar, a cargo del grupo de txistularis municipal, la Retreta de

San Prudencio.

“Un año salió la banda, hacia 1980, a media noche, con un grupo de hombres de una sociedad gastronómica con

uniformes y tambores, interpretando una tamborrada por el centro urbano, con el toque de la referida Retreta cada

cuarto de hora.” 16

Tuvo un éxito de público inmenso, con la Plaza abarrotada como en la cabalgata de Reyes, pero por

problemas sobre si debían o no desfilar mujeres, el acto se suspendió en los años siguientes. Posteriormente se

recuperó esta tamborrada de la noche del día 27, ya con carácter de continuidad pero con escasa asistencia de

público en las calles. En la actualidad se celebra la misma tamborrada con la Banda, pero los “tamborreros”

son niños de centros educativos del valle. Más tarde, salen los adultos, ahora sí, tanto hombres como mujeres.

La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz se celebraba antaño el 3 de mayo junto a su ermita de Santa

Cruz en el barrio del mismo nombre, ermita que ya en 1564 existía, pues se cita como testigo de un bautizo a

“Urtuño, fraile de Santa Cruz”. En 1748 consta que se contrató un “músico tamborilero” para actuar en su

festividad. Ya en la primera mitad del siglo pasado, la ermita se reservaba solamente para la celebración de la

misa, trasladándose la romería por la tarde a las campas de las Escuelas Públicas. Cuando se construyó la nueva

iglesia del barrio en 1957, llevándose a la misma las campanas de la ermita, ésta se cerró al culto.

“En las fiestas de Santa Cruz en Gardea se hacía la misa en la ermita vieja, a partir del 60 aproximadamente

ésta se abandonó y se pasó a la nueva.” 17

El baile se hacía en el patio existente delante de la Escuela, junto a la carretera, amenizado por una

orquesta contratada por Altavoces Moreno y duraba hasta media noche, teniendo, como era normal en esa

época, mucha aceptación entre las parejas jóvenes. En la parte trasera de las Escuelas solían instalarse algunas

barracas de niños, tipo “tío-vivo”; así como churrería, caseta de tiro y tómbola.

“En las fiestas de Gardea había muchísima gente. Un año hicieron hasta regatas pero lo que se hacía siempre era

la cucaña, que la untaban de grasa para que se resbalaran. También se hacía en Areta.” 18

La primera procesión tras la Semana Santa, era la del Corpus Christi que se celebraba entonces con

muchísima más solemnidad que en los tiempos actuales. Ésta partía de la Plaza bajando hasta el “Crucero”,

donde, en la fachada de la casa de los hermanos Sagastizábal, se instalaba un altar con un graderío adornado

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con flores y rematado por un toldo de lona granate. Allí se paraba la procesión y se procedía a adorar la Sagrada

forma escoltada por varios Guardias Civiles vestidos con traje de gala.

“Todos los asistentes se arrodillaban sobre un suelo cubierto de flores y ramas de laurel, en señal de respeto al

Santísimo.” 19

La gente iba en dos filas. En una, las niñas del colegio custodiadas por las monjas, seguidas de las

mujeres adultas cubiertas con mantilla. En la otra, los niños de las Escuelas con los frailes, seguidos de los

hombres. En el centro de la calle los niños y niñas vestidos con el traje de la primera comunión, seguidos de

la Banda, que viene cubriendo esta procesión desde principios del siglo XX. Tras los músicos, el párroco, bajo

el palio, sostenía la Custodia y a ambos lados los guardias civiles, yendo tras ellos el resto de sacerdotes de la

parroquia. Del Crucero proseguía la procesión hasta llegar al edificio de Casa Zubiko (hoy Museo Vasco de

Gastronomía), donde estaba instalado otro altar ante el cual se detenía la comitiva con idéntico rito de

adoración de la Custodia. La procesión seguía hasta llegar a la Plaza para terminar la adoración del Santísimo

con el canto de un Tedeum dentro de la Iglesia.

“Era una fiesta muy solemne y participativa y los establecimientos permanecían todos cerrados.” 20

De la festividad de San Isidro, el 15 de mayo, Patrono de los Labradores, no se recuerda que se hiciesen

actos festivos en Llodio. Tan sólo la procesión corta alrededor de la Plaza con bastantes baserritarras a los que

sólo se veía en el valle ese día y en algunos de los días de feria, principalmente el Viernes de Dolores. Se les

distinguía fácilmente del resto de vecinos del valle por su vestimenta, ya que bajaban de los caseríos con la

txapela negra reluciente y la camisa blanca con el cuello abrochado hasta el último botón.

“Muchos de ellos iban a la misa y procesión con blusas negras.” 21

Después de la celebración de la misa tenían una comida de Hermandad organizada por el Sindicato

Agrario, a la que acudían además de los labradores, las autoridades civiles y religiosas del pueblo.

Lo que sí se recuerda, es la celebración el 14 de mayo de la festividad de San Juan Bautista de La Salle, Patrón

de los Hermanos de las Escuelas del Patronato. Ese día por la mañana, todos los alumnos acudían desde las

Escuelas a la Parroquia, para oír misa cantada en su honor. En ocasiones la Misa se celebraba en la Capilla de

la Escuela. Al término de ésta, en el patio de las Escuelas se celebraban las finales de varias competiciones

deportivas cuyas eliminatorias se habían venido realizando los días anteriores, dividiendo a los alumnos de

todas las edades en dos grupos: Azules y Blancos.

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Imagen 45. Superior. Celebración de la fiesta de San Isidro Labrador.

Imagen 46. San Juan Bautista de La Salle. Imagen 47. Corpus Christi.

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“En el patio algún cohete anunciaba el comienzo de las competiciones.” 22

El domingo siguiente a la festividad, se iba desde las Escuelas a la Parroquia, llevando en procesión la

imagen de San Juan Bautista de la Salle precedida del estandarte de la Escuela y acompañados de la Banda de

Música. Tras oír misa se volvía de nuevo a la Escuela y en el patio del Centro se interpretaba el himno de La

Salle, y tras él, los chavales acudían a las clases para realizar un lunch y posteriormente se entregaban los

premios y trofeos a los ganadores de las finales. Eran dos días de fiesta, sólo para los niños del pueblo

comprendidos entre los ocho y los quince años, pero también representativa de las fiestas populares de Llodio.

El día de San Antonio, el 13 de junio, era uno de los días más importantes en el calendario festivo local.

Desde muy temprana hora las familias ascendían desde la Plaza a través de Leziaga hasta la ermita de San

Antonio y Santa Apolonia.

“San Antonio, era el 13 de junio, era el día del pueblo.” 23

Antes de la misa se solía hacer una procesión con la imagen de San Antonio Abad desde su ermita hasta

la de Santa Lucía y vuelta otra vez a la del Santo.

“Todo el pueblo iba a San Antonio, le gustaba esa fiesta porque era familiar.” 24

Tras la misa en la ermita, se celebraba la romería en las campas del Santuario, al son de acordeón y

txistus y de las pequeñas orquestas que traía altavoces Moreno. Mientras, varios hombres jugaban partidas de

bolos en el bolatoki existente entonces frente a la fuente que brota en el muro de la ermita de Santa Lucía.

Por tanto, no es de extrañar el amor de los llodianos a esta privilegiada zona. Santa Lucía te

conservaba la vista, San Antonio concedía novios y novias y Santa Apolonia te mantenía la boca en perfecto

estado. A la hora de comer, las familias se desperdigaban por todas las campas de la zona. Tras la comida, unos

a hacer la siesta, los niños a corretear por la naturaleza y los más jóvenes a bailar jotas.

“San Antonio era una fiesta familiar, bonita, de oír misa, de ir toda la familia con comida. En Leziaga se meren

daba y se bailaba aurrezku y los casados bailaban con los solteros, eso era típico. Era una fiesta menos rígida, era

un bailar sano, el txistu, la jota (...) Se fue perdiendo por que dejó de ser una fiesta para todos, ya no se podía ir

en familia porque había que trabajar.” 25

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Imagen 48. Imagen de San Antonio.

Imagen 49. Romería de San Antonio.

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Había que bajar pronto, porque en las campas de Leziaga, lugar entonces repleto de cuevas en las

orillas del arroyo Iñarrondo, esperaba una orquesta para amenizar la merienda, que de nuevo y casi como una

obligación, reunía a las familias que habían estado en la ermita a las que se añadían otras que subían a la tarde

sólo hasta Leziaga para merendar entre pinos. Al anochecer, finalizada la música, se retiraba la gente a sus

hogares, habiendo pasado uno de esos días inolvidables que unían más los lazos familiares.

“A San Antonio iba en burro con mis padres, cantábamos mientras subíamos. Había misa a las 10 y luego nos

trasladábamos a la campa de Santa Lucía donde estaban los trikitilaris y el acordeón.” 26

El domingo siguiente a la festividad, se celebraba la “repetición”, ya con menos asistencia de gente y

sustituyendo la orquesta vespertina de Leziaga por otra en la Plaza.

A partir del final de la Guerra Civil, comenzó a celebrarse en Llodio una fiesta nueva, dedicada a

conmemorar lo que las autoridades de la época llamaban “la liberación del Valle”, celebrado el 19 de junio. El

primer año que se celebró esta fiesta fue en 1938 y lo hicieron durante dos días, ya que el día 18 hubo volteo

de campanas y cohetes, saliendo la comparsa de gigantes y cabezudos por Gardea y Areta. Y a la tarde baile.

“El día 19, hubo pasacalles, paseo de gigantes y cabezudos; desfile de excombatientes a través de arcos colocados

en el puente, el Crucero y la Plaza; misa de campaña en el kiosco de la Plaza y bendición de las medallas al dolor

de “la mujer llodiana” y exhibición de ezpatadantza.” 27

Todo ello terminó con un banquete para autoridades, excombatientes y mutilados en el pórtico de la

iglesia. Tras el rosario, que duraba hasta las 12 de la noche, terminaron los festejos con fuegos artificiales.

Desde entonces hasta la llegada de la Democracia, sólo se celebraba fiesta el día 19. En esta fecha, tras

el pasacalles y la misa a la que acudía una escuadra de jóvenes de la O.J.E. a “rendir guardia” en el altar, se

bailaban en la Plaza siempre danzas vascas por grupos llegados otros puntos del País Vasco. Algún año hubo

partidos de baloncesto en la entonces denominada Plaza de España. Por la tarde había carrera ciclista con

vueltas por Lamuza, Okendo, Zuaza, Amurrio y Llodio y, al atardecer, el consabido baile.

El 24 de junio, la festividad de San Juan. Esa noche era mágica para los niños. Desde el centro del pueblo

se veían los montes que rodean al valle, plagados de puntos luminosos que se correspondían con fogatas

quemadas junto a algún caserío. En los barrios del casco urbano también se hacían fogatas, que los jóvenes

saltaban cuando decrecía su tamaño. Esa tarde era de febril actividad para los niños de cada barrio, que se

afanaban en traer a rastras ramas de los pinares y todo tipo de maderas de deshecho.

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Imagen 51.Festividad de San Juan.

Imagen 50.San Antonio.

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“Se celebraba en cada barrio y también se iba a la ermita de San Juan con la merienda.” 28

Ya desde los tiempos de Ruperto Urquijo, según se recoge en sus canciones dedicadas a esta festividad,

la víspera se hacían fogatas por todos los barrios del pueblo, siendo la de mayor significación la que se hacía

(al igual que en la actualidad), junto a la ermita del Santo.

Aún humean las fogatas

que en víspera el valle

anuncia San Juan.

Anunciaron al valle San Juan.

Aún humean las fogatas

y los sanjuaneros de verbena van.

Siguiendo a Ruperto sabemos que hasta bien entrado el siglo XX, se acudía de romería a la ermita ya de

madrugada, acompañados en el trayecto por los txistus. Tras la misa en la campa ¡cómo no!, baile.

“A San Juan se iba con la merienda tanto con amigos como con la familia.” 29

Acudía a la misa el Alcalde con vara de mando, acompañado por el alguacil y algunos concejales. Luego

las autoridades se quedaban a comer en algún caserío del barrio. A la tarde subía bastante gente del centro del

pueblo a merendar, organizándose una romería que duraba hasta el anochecer.

“Recuerdo las sanjuanadas con chocolate.” 30

Hasta bien entrados los años 60 del siglo pasado, en Llodio se celebraba otra procesión en honor del

Sagrado Corazón de Jesús, día de fiesta en el santoral aunque no coincidiera en domingo. Los recuerdos de esta

procesión son los de las campanas de la iglesia repicando con los balcones de la plaza cubiertos con la

bandera española. La imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que aún se venera en la Parroquia, se colocaba

sobre el carro de “las tres cruces”, adornado con gran cantidad de flores y cubierto con una tela granate. A sus

lados, marchaban los monaguillos y cuatro guardias civiles escoltando el paso, en traje de gala y con el arma al

hombro. Delante, las niñas de las monjas arrojaban pétalos al suelo y los sacerdotes y los fieles seguían el paso

en dos filas, una de varones y otra de mujeres.

“En Llodio esta devoción siempre estuvo muy arraigada.” 31

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Imagen 52. Sagrado Corazón.

Imagen 53. El grupo Areta Beti.

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El 26 de julio es la celebración de Santa Ana. El domingo anterior, al terminar el baile de la Plaza a las

diez de la noche, los jóvenes salían agarrados de las manos en cadeneta, al son del txistu, bajando por “el

crucero” para llegar al barrio de Areta donde se bailaba de nuevo hasta las doce de la noche. Así daban

comienzo las fiestas de la Patrona de este singular barrio.

El día de Santa Ana, salían así mismo desde el Ayuntamiento, el Alcalde de Llodio y sus concejales,

precedidos de los txistularis. Andando, llegaban hasta la desaparecida ermita de Santa Ana entre las

jurisdicciones de Llodio y parte de Arrankudiaga. Tras la misa, realizaban el acto protocolario de revisar el

mojón de Axnabar o Atxeta, junto al Alcalde y autoridades del pueblo vecino. Todo ello rememorando el final

del pleito que desde el siglo XVII mantenía Llodio con Arrankudiaga sobre los límites de cada municipio.

Antiguamente se bailaban danzas y se celebraba romería junto a la ermita tras oír la misa, en la que se

colocaban las Autoridades llodianas en el lado de la epístola y las de Arrankudiaga en el del Evangelio.

“Hoy ese día, en el lugar que ocupó aquella ermita, sólo se escuchan los sones del txistu.” 32

El domingo siguiente solía ser el día de más aglomeración de gente, llenándose el espacio entre la

iglesia y la actual Lipmesa de paseantes. Por la mañana, tras la misa había danzas vascas y junto a la casa de

los miñones se solían instalar barracas de niños, churrería y una tómbola local con un éxito total de

público. En la década de los 60 se programaba un espectáculo que hizo famoso al barrio a través de la

entonces naciente televisión e, incluso, del NODO. Nos referimos a la carrera de burros con nombres de

famosos que, montados por jóvenes, disputaban divertidas carreras en las que no faltaban la “contrarreloj”

o el “premio a la montaña”.

Por la tarde, después de la carrera ciclista y hasta media noche, se organizaba una de las romerías de

mayor éxito de público, ya que lo que hoy es el patio de las Escuelas, se llenaba de jóvenes bailando al ritmo

de las Orquestas Moreno. A las doce de la noche en punto, una traca nos anunciaba que las fiestas habían

llegado a su fin.

Además de las de Santa Ana, se recuerdan las fiestas de los Caminos Viejos en honor a San Bartolomé,

el 24 de agosto. Éstas se celebraban por todo lo alto y en ellas se reproducía una becerrada, a nivel de barrio,

de gran calado popular y sin faltarle una gran dosis de humor. Se levantaba una plaza de toros cerrada con palos

y maderas, delimitando así el coso y se preparaba un palco para situar a “las manolas”. Para el suelo del ruedo

se traía arena del río y se extendía con forma de circunferencia delimitando el “coso taurino”. Toda la plaza se

encontraba espectacularmente adornada, sobre todo el palco de “las manolas”, resaltando aún más la belleza

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Imagen 55. Fiestas de Santa Ana. Imagen 56. Artículo del periódico de El CorreoEspañol del Pueblo Vasco.

Imagen 54. Grupo de danzas de Areta.

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innata de las muchachas del lugar. En estas “corridas de toros” no faltaba la música y es que se aprovechaba

un tocadiscos para ambientarlas. La fiesta se alargaba hasta las nueve de la noche, hora del Rosario, momento

en el que se rezaba ante la imagen del Santo.

“El toro era un chico que se tapaba con un saco y se colocaba unos cuernos de res que cogía en el matadero.” 33

El 31 de julio, San Ignacio, pasaba inadvertido para los habitantes de Llodio hasta la década de los 70 en

que jóvenes del barrio de Ugarte organizados en cuadrilla, comenzaron a realizar las fiestas que hoy

conocemos. Aunque ya en 1956, comenzaron las primeras celebraciones organizadas por los vecinos del

Manzanal. Hasta estas recientes fechas, el día del Santo Patrón de Vizacaya, tan sólo se distinguía por la misa

que se realizaba en la ermita existente entonces al borde del camino de Leziaga, frente a la Casa Torre de

Ugarte.

“También en la iglesia privada de Galmaka se oía misa ese día y alguna fábrica, como la mencionada o Maderas

Reunidas, concedía fiesta la tarde del 31 para sus empleados administrativos.” 34

Lo que sí se celebraba en todo Llodio eran las fiestas patronales. Los primeros días de Agosto la Plaza

se llenaba de tablones y postes de madera y el aire aventaba el aroma a serrín y el ruido de los golpes de los

martillos clavando puntas para la construcción de la plaza de toros portátil que iba a variar el paisaje urbano

durante todo el mes.

“Para los niños las fiestas empezaban a primeros de agosto porque traían la arena y los chavales se lo pasaban

pipa jugando con ella, al hinque, a hacer castillitos, a las canicas...” 35

Este improvisado coso estuvo instalándose en la propia Plaza, en la que unos camiones descargaban

arena de playa. A partir de 1964 fue trasladada la plaza de toros, con soportes de mecanotubo, a la zona

trasera, junto al Aldaikoerreka. Días antes de la fiestas, llegaban al pueblo los novillos que se iban a torear en

fiestas, acompañados de los mansos y los pastores guía. El paso de este ganado por el crucero y la plaza era un

espectáculo esperado y que anunciaba Hermilo Sagastizabal desde su casa tocando un enorme bocinón y con

lanzamiento de cohetes. También las barracas que se instalaban por esos días en Maestro Elorza o la Plaza de

la Estación, eran novedad y motivo de alegría para la chiquillería.

El primer domingo se subía en procesión a la ermita de San Roque para bajar al Santo a la Parroquia,

lugar en el que permanecía hasta el último domingo de agosto.

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Imagen 57. Plaza de toros de madera en la Plaza de Llodio.

Imagen 58. Subida de la imagen de San Roque a la ermita.

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“Hombre, los San Roques eran... es que entonces las fiestas tenían una importancia extraordinaria, porque, claro,

no había medios de diversión, ahora ya en las fiestas pues la gente está en la playa o está viajando, pero antes pues

las fiestas tenían importancia grande. Y bueno, se celebraban de una forma más íntima, no se por qué pero los que

vivíamos aquellas fiestas nos parecían mejores. Era un Llodio donde todos éramos conocidos, eran las fiestas muy

tradicionales. Como decía algún programa de fiestas,”siempre las mismas, pero siempre nuevas.” Y... bueno, pues

disfrutábamos mucho.

Los encierros, los toros... ver los toros en aquellos años 40 cuando empezaron a venir. A los toros de la

ganadería Fraile los traían andando desde Tudela y llegaban el 12 o 13 de agosto. Hermilo, que era un

personaje famoso, padre del actual Hermilo, tenía un vozarrón grande y ya empezaba desde el balcón de encima

de la tienda: -¡Ya vienen los toros, ya vienen los toros!. La gente salía una vez habían pasado los toros pero

nosotros, de chavales, solíamos salir hasta el final de Gardea para verlos, porque la presa tenía para dar de beber,

y nosotros detrás de la pared escondidos, nos daba una emoción tremenda y luego cuando estaban en la campa, que

los llevaban a los prados de Arbide, se quedaban en Ellakuri, y los llevaban a las campas aquellas de Larraño.

Porque el ir a ver los toros era un espectáculo ¡qué vamos...!

Bueno, pues eran unas fiestas muy sencillas y muy íntimas. En las becerradas pues las cuadrillas bufas, una

cuadrilla bufa formada por una pareja muy curiosa, que era Felipe Conde y Juantxu Urquijo, que hacían las

delicias de los que íbamos a la plaza. Montaban la plaza primeramente con dos tendidos: el tendido que daba a

la parte del Ayuntamiento que quedaba a la parte de la casa de Ussía y luego pusieron otro en la zona de las

monjas. Pero sobre todo, tenía de interesante que una parte de la plaza, que no era redonda, se cerraba con una

de las casas. Así, una parte no tenía tendido, entre el tendido y las barreras quedaba un espacio por donde no se

podía pasar.

Era día de labor, festivo sí, pero día de labor y si algún camión tenía que pasar pues tenía que parar por donde

habían puesto una gran cantidad de cajones, de andamios, de escaleras y de cosas alrededor de las barreras esas.

En ese lugar había más gente que en los tendidos que eran de pago, naturalmente. Y el camión tenía que parar.

Si paraba el camión y se podía, enseguida había gente que subía para poder ver los toros.

Aquella plaza tenía encanto. No se solía llenar, la verdad es que el día de San Roque y Sanrrokezar, la

becerrada, sí, la becerrada se llenaba a rebosar, y la Cofradía también, pero las otras no se solían llenar tanto. Y

luego, cuando terminaban los toros, la banda de música que estaba allí amenizando la corrida de toros,

inmediatamente tocaba una jota y ya en la misma arena empezaba el baile. El ayuntamiento, junto a las

barreras, solía poner unas filas de sillas para que la gente se sentara y estuvieran más cómodos. Siempre antes de

los toros había ezpatadanza.” 36

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Imagen 59. Vuelta al ruedo del triunfador en la becerrada.

Imagen 60. Vista de la antigua plaza de toros.

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Imagen 61. Antigua plaza de toros de madera que posteriormente se llevó a Orozko.

Imagen 62. Tendido repleto de gente.

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Y llegaban las fiestas con su emocionante comienzo a las doce en punto del día 15 de agosto. Los

gigantes en mitad de la plaza, las campanas de la parroquia repicando, cohetes lanzados desde todos los

ángulos de la Plaza, la Banda y los txistus tocando en el kiosco, que apenas se oían por el ruido ensordecedor

del ambiente. Eran cinco minutos que sonaban diferentes y mucho más emotivos.

El día de la Virgen tiene documentada su celebración por primera vez en 1771; ya que anteriormente

sólo se celebraba el día de San Roque. A este festejo, más adelante, se añadió el de San Rokezar. No será hasta

1909 cuando cobre importancia esta festividad de la Virgen. Ese año se realizaron juegos florales, recital de

poesía, carrera ciclista con la asistencia de Vicente Blanco (alias “el cojo”, primer ciclista hispano en correr el

tour francés) terminando el día con verbena y fuegos artificiales, habituales desde entonces.

También se realizaba una romería que comenzaba en la calle Marqués de Urquijo (hoy Bayas) que

duraba hasta las 11 de la noche, en ella se lanzaban los fuegos artificiales, justo enfrente de la calle, al otro lado

del río. Debió tener su comienzo a principios del siglo XX, cuando el Marqués de Urquijo pagó una merienda

para todo el pueblo en mitad de la calle, para zanjar así algunas diferencias. Cada 15 de agosto, la Banda

entraba a las instalaciones del Parque del Marqués para ofrecerle a éste un concierto, el cual, en el año 1948

tuvo un fatal desenlace, ya que nada más terminar de tocar los músicos, el III Marqués, Estanislao Urquijo

Ussia, falleció de un infarto.

El día 16, el día del Patrón, poco ha variado en cuanto a programación respecto a los tiempos actuales:

pasacalles, misa, encierro, novillada y romería hasta las doce de la noche. A las doce y media salía de la

estación de Renfe (al igual que todos los días importantes de los San Roques) un tren especial con destino a

Bilbao, llevando en él a todos los vizcaínos visitantes de las fiestas.

El día de San Roque siempre ha habido “toros” en Llodio (se perdió la tradición hace pocos años). En

1758 se lee por primera vez un Decreto municipal por el que se adquieren 6 novillos para el día del “Glorioso

Sant Roque según costumbre”. En otro documento municipal anterior, de 1661 reza que “se remataron en 370 reales

los danzantes y toros que se han de hacer el día del Señor Sant Roque”, lo que indica la antigüedad del festejo en el valle.

Por la mañana encierro y música y por la tarde tenía lugar el paseo de gigantes y cabezudos. El paseo

entonces era más largo que en la actualidad, ya que saliendo de la plaza iba primero al Palacio del Marqués, en

cuyo patio de entrada bailaban Don Terencio y Doña Tomasa al son del txistu y el tamboril, asimismo

siempre se ofrecía bebida a los porteadores.

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Imagen 63. Superior. Encierro multitudinario.

Imagen 64. Gigantes y cabezudos.

Imagen 65. Ezpata-dantza en el albero.

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“Del palacio se iba a la plaza, bailando en el trayecto.” 37

Otro espectáculo relacionado con los novillos en los San Roques eran las vaquillas emboladas de la

noche. En ese momento se soltaban simultáneamente dos vacas con bolas en los cuernos que se encargaban

de despejar el ruedo de gente joven a base de cornadas, mientras los tendidos y balcones de la plaza estaban

llenos de gente para presenciar el espectáculo.

La romería se hacía en el ruedo, con los bailarines danzando sobre la arena. La orquesta se colocaba en

el palco presidencial sobre los toriles, alternando su música; al igual que durante todos los domingos del año;

con la ofrecida por los txistus y la Banda de Música, que se colocaban en el mismo tendido debajo del

campanario de la iglesia. Y, por supuesto, se cobraban los tickets, siguiendo el protocolo de cada domingo.

A las doce de la noche terminaba el baile, invariablemente con una jota y un pasodoble. Con la última

nota terminaba la jornada festiva, aunque por Juan Carlos Navarro conocemos que en 1781 una Provisión Real

prohibió al valle que en la celebración de las fiestas de San Roque y otras, hubiera música, baile y hogueras

después del toque de oración. Al parecer, el entonces párroco de San Pedro de Lamuza, denunció ante el Juez

Mayor de Vizcaya, que el Alcalde había dado libertad al músico tamborilero para que en la festividad de San

Roque estuviese tocando hasta media noche y además hiciesen hogueras “para que los jóvenes con gravísimos

perjuicios espirituales, infectados por el infernal reclamo del tamboril y las hogueras que dejan hartas sombras para ejecutar mil

maldades, quedasen toda la noche sin ir a sus casas”.

A partir de 1961 se recuperó la antigua tradición de salir desde primeras horas de la mañana el día de

San Roque. Para estas fechas se iba ya en un camión decorado con ramas y flores, llevando en su cama al coro

de los Arlotes y recorrer así todos los barrios del municipio mientras se entonaban canciones festivas,

aludiendo a los San Roques, escritas por Ruperto Urquijo.

El día de San Roquezar tenía idénticos festejos a los de San Roque, salvo la alborada de los Arlotes,

incluyendo en el programa: el encierro, concierto, gigantes y cabezudos y la corrida de novillos. También como

novedad de este día, solían jugarse en el frontón de Lamuza, partidos de pelota mano, entre parejas de

pelotaris aficionados, tanto de la comarca como de fuera.

“Al día siguiente de San Roquezar, se celebraba el “Berakatzegun” o “día de los ajos.” Desde media mañana los

jóvenes iban casa por casa sacando a las empleadas del hogar, para ir haciendo una cadeneta cada vez más

numerosa, con la que bailaban hasta la tarde acompañadas por los txistus.” 38

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Imagen 66. Mulilleros en la plaza.

Imagen 67. Paseillo de gigantes y cabezudos acompañado del txistu ytamboril.

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Imagen 68. Mulilleros posando antes de la Becerrada.

Imagen 69. El palco de las Manolas engalanado con sus mantillas.

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Esta fiesta lleva muchos años celebrándose. Tuvo como origen, a principios del siglo XX, el dar dentro

de las fiestas patronales unos momentos de asueto a todo el servicio doméstico, que entonces era muy

abundante. La razón estriba en que durante los días anteriores, al tener sus “jefes” (sobre todo los marqueses)

invitados en sus casas, eran jornadas de mucho trabajo para estas chicas “de servir”, que no podían disfrutar

de los San Roques. De este modo, la celebración de este día se instituyó en su honor.

Este día por la tarde, en el ruedo de la plaza de toros, se dedicaba a los niños una colección de “fuegos

japoneses”, que consistían en unas tracas de petardos colocadas en el centro de la plaza, a la altura de los

balcones del Casino y de las cuales, al quemarse, caían al suelo pequeños juguetes y caramelos que los

chavales recogían. También se lanzaban este día cohetes que al explotar abrían paracaídas de papel que caían

suavemente sobre el ruedo, llevando atados pequeños regalos para el niño que los alcanzase primero.

Otro día, entre semana, solía haber en la plaza de toros un espectáculo que organizaba Altavoces

Moreno y que titulaba “Campeones”, en el que se veían todo tipo de números de variedades e, incluso,

combates de lucha libre y boxeo.

Otro día que se convirtió en tradicional hasta hace pocos años, era el denominado “Día de la Caridad”

o de “la becerrada”. Nació el año 1939, cuando un novillo que no se utilizó en la lidia de San Roque fue

sacado por un grupo de jóvenes del toril el domingo siguiente a la festividad. Lo torearon y mataron a

estoque, siendo tan del gusto de los vecinos, que a partir del año siguiente se convirtió en un día más de las

fiestas, celebrándose siempre el domingo siguiente a San Roque, haciendo de puente entre la festividad del

Patrón y el día de la Cofradía, que se celebra de antiguo el último domingo de agosto.

Los fondos que se recaudaban ese domingo se destinaban al Asilo. Lo recaudado provenía no sólo del

importe del festejo taurino de ese día, sino también de una tómbola benéfica que se instalaba en la Plaza. Todos

los objetos de premio eran donaciones de comercios, empresas y particulares.

“A la gente se le colgaba en la solapa, mediante un alfiler, un pequeño papelito previa donación de la voluntad y

se entregaba todo a la Junta de Caridad.” 39

A la tarde y tras los cabezudos, se celebraba la corrida benéfica, en la que los matadores eran dos

voluntarios jóvenes vecinos del pueblo con sus correspondientes cuadrillas de amigos como subalternos.

Vestían todo de blanco y llevaban faja roja. Se hacían acompañar por cuatro “Manolas”, elegidas entre las

muchachas de Llodio por una comisión, aunque en los últimos años se encargaron de este cometido los

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Imagen 70. Cuadrilla bufa.

Imagen 71. Día de las morcillas.

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propios matadores. Peinadas con peineta y mantilla, presidían el festejo y desfilaban precedidas del “caballero

en Plaza”, “mulillas” y toreros en un vehículo descubierto que solía conducir el entonces niño Patxi Eguía. Esa

tarde, antes de comenzar el festejo con una “cuadrilla bufa”, compuesta también por vecinos del pueblo,

solían bailarse en el ruedo danzas vascas. Al finalizar la lidia solían soltarse vaquillas emboladas para los

aficionados que saltasen al ruedo.

Y para culminar las fiestas patronales, el último sábado del mes, se viene celebrando el denominado “Día

de las morcillas” en el que, al igual que hoy, se aforaba el vino que se iba a consumir en la comida de los

Cofrades. Este día lleva el título del sabroso embutido, porque antiguamente con la sangre de los carneros que

se mataban para la comida, hacían morcillas que luego las comían dentro de la plaza de los toros,

desmontando las barreras para también hacer allí la comida del domingo. Así fue hasta 1921, en que se dejó la

plaza cerrada y se pasó a comer las morcillas fuera de ella.

Este festejo se arraigó de tal forma, que desde el atardecer se instalaban mesas tras los tendidos bajo el

ayuntamiento, con colas de gente esperando su turno para sentarse a comer unas ricas morcillas del

carnicero local, Santamaría y la consabida botellita de vino tinto. Mientras se degustaban, una orquesta

contratada por Moreno, daba comienzo al baile en la plaza.

Y llegaba el Día de la Cofradía, último domingo de agosto. Un día especial en la vida del pueblo.

Comenzaba muy temprano con los pasacalles. A las once de la mañana se sacaba la imagen de San Roque de

la Parroquia. Tras bailarle un aurresku de honor en la Plaza y varias danzas vascas, se subía en procesión hasta

la ermita del santo. El trayecto se realizaba con la compañía del grupo de danzas, autoridades civiles y

religiosas y al toque de la Marcha de San Ignacio, interpretada por los txistularis. Una vez llegados a la ermita,

se celebraba la misa. A esta procesión y misa en la campa asistían numerosos devotos.

Después, el encierro y el concierto de la Banda en la plazuela de la Fuente. A las dos en punto y en el

pórtico, la comida de los Cofrades del Señor Sant Roque, la cual preside el Párroco en su condición de

capellán, según tradición que se arrastra desde el año 1599. Sin embargo, la fecha y el lugar de la comida han

ido variando con el tiempo. En 1909, por ejemplo, se lee que la celebraron el 5 de septiembre.

Lo que no ha cambiado es el menú de este banquete: sopa de pistola, garbanzos con vainas, tocino y

carne. De segundo plato, cordero asado (el Marqués introdujo a sus expensas el pollo que se come hoy) y,

algunos años, bacalao en vez de carne. De postre una pera o queso. Y para beber, una jarra del vino forado el

día anterior para cada cuatro comensales, siguiendo la tradición de dar la vuelta a la jarra el primer cuarteto que

la termina bebiendo.

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Imágenes 72 y 73. Cocinando el menú que degustarán los Cofrades.

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Ya desde la mañana era un espectáculo festivo más, ver los pucheros humeantes, ya que se cocinaba con

fuego de leña de roble y carbón vegetal para las ascuas de la sopa, al pie de las escaleras del pórtico, ante la

atenta mirada del Mayordomo de la Cofradía.

Terminaba la comida con los cofrades puestos en pie cantando el “Gernikako Arbola”. Numerosos

“pobres”, de los que entonces pedían por calles y casas, se acercaban a la mesa para disfrutar de un plato

caliente. La Cofradía hacía así honor a la Regla 8ª que ordena dar de comer ese día a todos los mendigos que

se acerquen al pórtico.

Entre tanto, y mientras los gigantes y cabezudos hacían su último recorrido para tristeza de los

chavales, algunos cofrades con su guindilla verde colgada de la camisa, bailaban en la plaza el aurresku. Y a las

cinco y media la última novillada, con llenazo tanto en los tendidos de pago como en los “otros”: los

improvisados junto a las barreras o los habilitados en los balcones de los edificios de la Plaza, rebosantes de

“invitados”.

“Era muy bonito el paseíllo que desde el Asilo hasta la plaza realizaban el Caballero en plaza, seguido de las

mulillas, la banda de música y los toreros participantes esa tarde.” 40

Y tras la corrida se celebraba la romería que duraba hasta las doce de la noche. Coincidiendo con la

última nota, se efectuaba el disparo de una traca que ponía fin a las fiestas de ese año.

Ya la víspera de San Bartolomé, el día 23 de agosto, la cuadrilla de Larra se encargaba de organizar una

verbena que comenzaba a las nueve de la noche, en la Plaza de la estación. Se instalaba un palco y en él

actuaba una de las orquestas contratadas por Altavoces Moreno, durando el baile hasta media noche. Antes,

por la tarde, se organizaban en la zona de la estación juegos infantiles como carreras de sacos, rotura de

piñata, carreras de bicis, etc. El día 24 comenzaba con un largo pasacalles a cargo de los txistularis que,

acompañando al Alcalde y a los concejales hasta la ermita de San Bartolomé en Larra (antiguo Larrea) oían

misa. Tras esta, se celebraba una pequeña romería en la campa de la ermita, al son del txistu y el acordeón,

hasta la hora de la comida, momento en que las Autoridades se trasladaban a un caserío de la zona para dar

cuenta de la comida que les servían.

Durante el primer tercio del siglo XX, también se celebraron en nuestro pueblo otro tipo de fiestas,

algunas de ellas de primerísima categoría. Pero éstas eran fiestas privadas que se realizaban en el Palacio de los

Marqueses de Urquijo, a las que acudían figuras de primer orden en los campos de la cultura, la economía y la

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Imagen 74. Comida de la Cofradía.

Imagen 75. Fiestas de San Bartolomé.

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política del Estado, incluyendo en ellas a los Reyes de España. En estas fiestas se realizaban funciones de

teatro, recitales de poesía, exposiciones de pintura, conciertos de jazz y de orquestas sinfónicas, corridas de

toros, fiestas vascas y partidos de cesta punta; entre otros festejos de renombre.

Claro está que los llodianos que participaban en estas fiestas lo hacían en su mayoría en calidad de

empleados al servicio de los marqueses y sus invitados, pero el colorido desplegado por los importantes

personajes invitados a estos eventos, en una aldea pequeña como era el Llodio de entonces, tuvo que dejar su

impronta en la vida local.

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