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1 España: el siglo XVIII 1. El cambio dinástico: los Borbones. 1.1. La sucesión de Carlos II La dinastía Habsburgo, que había reinado en España durante los siglos XVI y XVII, terminó con la muerte de Carlos II el día 1 de noviembre de 1700. Aunque la decadencia del siglo XVII había reducido su poderío a escala internacional, España seguía siendo entonces un gran Estado gracias a sus dominios territoriales en Europa y América. Los reyes Luis XIV de Francia y Leopoldo I de Austria deseaban hacerse con la Corona española, ya que ambos eran hijos y esposos de princesas españolas. Desde el nacimiento de Carlos II, ambos monarcas llegaron a un acuerdo secreto para repartirse las posesiones españolas en caso de que el rey español muriese sin herederos directos. Como parecía evidente que Carlos II no iba a tener hijos, la sucesión a la Corona española desencadenó intrigas entre distintos grupos cortesanos con la participación de los diplomáticos europeos interesados en el asunto. La sucesión española también se planteó como una lucha por la hegemonía europea. Los franceses aspiraban a dominar el continente provocando así la ruptura del equilibrio de fuerzas a escala internacional, que era lo que intentaban preservar ingleses y holandeses. Así pues, la herencia al trono español se convirtió en una cuestión de la máxima importancia para las principales potencias europeas. Los candidatos a ocupar el trono español eran Felipe de Borbón -nieto del rey francés Luis XIV- y el archiduque Carlos de Habsburgo, segundo hijo del emperador Leopoldo I de Austria. El 2 de octubre de 1700, Carlos II dictó su testamento definitivo en el que designaba a Felipe de Borbón como su sucesor (con el compromiso de renunciar a sus derechos a la corona francesa para evitar una posible unión entre Francia y España) y prohibía cualquier reparto de los territorios de la Corona española. El día 1 de noviembre de 1700 Carlos II murió. 1. 2. La Guerra de Sucesión (1701-1715). Luis XIV aceptó con satisfacción el testamento de Carlos II y su nieto, Felipe de Borbón, fue reconocido como rey de España con el nombre de Felipe V en Versalles el 16 de noviembre de 1700. Únicamente el emperador Leopoldo I de Austria, que defendía la candidatura a la Corona española de su hijo (el archiduque Carlos) rechazó la proclamación de Felipe V y rompió relaciones con Francia. El nuevo rey, aunque entonces no sabía hablar el idioma español, fue bien recibido en nuestro país, ya que los borbones contaban con el apoyo de Francia -la potencia más poderosa de Europa- y se creía que el cambio dinástico podría resolver los graves problemas del reino y frenar la decadencia de la Corona española. Sin embargo, el rey francés Luis XIV adoptó una serie de decisiones que provocaron el descontento dentro y fuera de España: Mantuvo los derechos sucesorios de Felipe V al trono francés en contra de lo estipulado en el testamento de Carlos II de España. Asumió el gobierno de los Países Bajos y ocupó con un ejército francés una franja de seguridad en Flandes. Consiguió importantes privilegios comerciales en América para que los comerciantes franceses pudieran vender sus productos en las colonias españolas perjudicando así los intereses económicos de ingleses y holandeses. Se empeñó en marcar las directrices de la política interna española a través de personajes como el ministro Orry o la princesa de los Ursinos, que influían sobre las decisiones del joven rey.

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España: el siglo XVIII

1. El cambio dinástico: los Borbones.

1.1. La sucesión de Carlos II

La dinastía Habsburgo, que había reinado en España durante los siglos XVI y XVII, terminó con la

muerte de Carlos II el día 1 de noviembre de 1700. Aunque la decadencia del siglo XVII había

reducido su poderío a escala internacional, España seguía siendo entonces un gran Estado gracias

a sus dominios territoriales en Europa y América.

Los reyes Luis XIV de Francia y Leopoldo I de Austria deseaban hacerse con la Corona

española, ya que ambos eran hijos y esposos de princesas españolas. Desde el nacimiento de

Carlos II, ambos monarcas llegaron a un acuerdo secreto para repartirse las posesiones españolas

en caso de que el rey español muriese sin herederos directos. Como parecía evidente que Carlos

II no iba a tener hijos, la sucesión a la Corona española desencadenó intrigas entre distintos

grupos cortesanos con la participación de los diplomáticos europeos interesados en el asunto.

La sucesión española también se planteó como una lucha por la hegemonía europea. Los

franceses aspiraban a dominar el continente provocando así la ruptura del equilibrio de fuerzas a

escala internacional, que era lo que intentaban preservar ingleses y holandeses. Así pues, la

herencia al trono español se convirtió en una cuestión de la máxima importancia para las

principales potencias europeas.

Los candidatos a ocupar el trono español eran Felipe de Borbón -nieto del rey francés Luis

XIV- y el archiduque Carlos de Habsburgo, segundo hijo del emperador Leopoldo I de

Austria.

El 2 de octubre de 1700, Carlos II dictó su testamento definitivo en el que designaba a Felipe de

Borbón como su sucesor (con el compromiso de renunciar a sus derechos a la corona francesa

para evitar una posible unión entre Francia y España) y prohibía cualquier reparto de los

territorios de la Corona española. El día 1 de noviembre de 1700 Carlos II murió.

1. 2. La Guerra de Sucesión (1701-1715).

Luis XIV aceptó con satisfacción el testamento de Carlos II y su nieto, Felipe de Borbón, fue

reconocido como rey de España con el nombre de Felipe V en Versalles el 16 de noviembre de

1700. Únicamente el emperador Leopoldo I de Austria, que defendía la candidatura a la Corona

española de su hijo (el archiduque Carlos) rechazó la proclamación de Felipe V y rompió

relaciones con Francia.

El nuevo rey, aunque entonces no sabía hablar el idioma español, fue bien recibido en nuestro

país, ya que los borbones contaban con el apoyo de Francia -la potencia más poderosa de

Europa- y se creía que el cambio dinástico podría resolver los graves problemas del reino y

frenar la decadencia de la Corona española. Sin embargo, el rey francés Luis XIV adoptó una

serie de decisiones que provocaron el descontento dentro y fuera de España:

Mantuvo los derechos sucesorios de Felipe V al trono francés en contra de lo estipulado

en el testamento de Carlos II de España.

Asumió el gobierno de los Países Bajos y ocupó con un ejército francés una franja de

seguridad en Flandes.

Consiguió importantes privilegios comerciales en América para que los comerciantes

franceses pudieran vender sus productos en las colonias españolas perjudicando así los

intereses económicos de ingleses y holandeses.

Se empeñó en marcar las directrices de la política interna española a través de personajes

como el ministro Orry o la princesa de los Ursinos, que influían sobre las decisiones del

joven rey.

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Estos hechos provocaron la creación de una alianza entre Austria, Holanda e Inglaterra

contra Francia en septiembre de 1701. Los aliados apoyaban los derechos al trono del

archiduque austriaco Carlos como rey de España. Así comenzó la Guerra de Sucesión, que

tuvo una doble dimensión. Por una parte, fue un conflicto internacional que enfrentó a los

aliados contra Francia, ya que estaba en juego la hegemonía y el equilibrio entre las potencias en

el continente europeo. Por otro lado, fue una guerra civil española entre los partidarios del

bando filipista o borbónico (castellanos, navarros, vascos) que deseaban implantar un sistema

político centralista según el modelo francés y los partidarios del pretendiente austriaco

(aragoneses, catalanes, valencianos, mallorquines) que defendían los tradicionales fueros e

instituciones de los reinos que formaban la Corona española ante el temor de que Felipe V no los

respetase.

Los primeros combates tuvieron lugar en Italia (1701) entre franceses y austriacos, mientras que

un ejército lograba desembarcar en los Países Bajos un año más tarde. Saboya y Portugal se

unieron a la alianza antifrancesa en 1703 y las tropas francesas comenzaron a sufrir derrotas en

Italia y en los Países Bajos. En 1704, tras intentar tomar Cádiz, una escuadra aliada ocupó

Gibraltar -que quedó bajo dominio inglés- en nombre del archiduque Carlos. Ya no hubo más

batallas navales, puesto que los barcos aliados se hicieron con el control total del Mediterráneo.

Los enfrentamientos también se extendieron por España. La mayoría de los castellanos

apoyaron a Felipe V, aunque algunos miembros de la nobleza temían perder sus privilegios y

respaldaron al archiduque. Por el contrario, los aragoneses, los catalanes, los valencianos y los

mallorquines optaron por luchar contra los Borbones. El sentimiento antifrancés provocó el

levantamiento de los catalanes contra Felipe V, a pesar de que este rey había convocado las

Cortes catalanas en 1701 para garantizar sus fueros y había autorizado al puerto de Barcelona a

enviar anualmente dos navíos a América.

En Valencia, la guerra tuvo el carácter de un levantamiento popular contra el duro régimen

señorial, y la propaganda del partido austracista prometió allí mejoras de carácter social. Los

campesinos valencianos esperaban del archiduque su liberación, mientras que algunos nobles

aragoneses se decidieron a apoyar a Felipe V por temor a las revueltas sociales.

El archiduque Carlos desembarcó en Lisboa con 7.000 soldados y se puso al frente de la ofensiva

aliada iniciando la guerra en la Península en 1704, mientras que los reinos aragoneses le

reconocían como rey (1705). Ante la ofensiva inglesa desde Portugal y el ataque del ejército del

archiduque Carlos desde Aragón, Felipe V tuvo que abandonar Madrid (1706), que fue ocupado

por el archiduque; meses después, Felipe V recuperó la capital gracias a los 12.000 soldados de

refuerzo enviados por Luis XIV. La victoria de Almansa (1707) permitió a Felipe V controlar

Aragón y Valencia y, poco después, decretó la abolición de sus fueros.

En Europa, la situación de Francia era difícil, ya que el ejército borbónico había sufrido varias

derrotas en los Países Bajos y en territorio italiano. En 1710, la retirada de las tropas francesas de

la Península permitió una nueva contraofensiva aliada desde Cataluña y el archiduque volvió a

hacerse con Madrid. Pero Felipe V reorganizó sus ejércitos y recuperó la capital, venció en las

batallas de Brihuega y Villaviciosa, y realizó una nueva ofensiva sobre Cataluña.

Un acontecimiento inesperado alteró el curso de la guerra en 1711, ya que el emperador José I de

Austria murió y su hermano -el archiduque Carlos- pasó a convertirse en el nuevo emperador

austriaco. Este hecho provocó un cambio de actitud en las potencias antiborbónicas (Inglaterra y

Holanda) que, para evitar la incorporación de la corona española al Imperio austriaco, aceptaron

a Felipe V en el trono español. En consecuencia comenzaron las negociaciones de paz en

Europa, mientras que los combates proseguían en territorio español. La resistencia de los

catalanes, que fueron abandonados por los aliados y por Carlos de Habsburgo, terminó cuando

las tropas borbónicas tomaron Barcelona en 1714. Por su parte, Mallorca e Ibiza también

capitularon en 1715, terminando así la Guerra de Sucesión.

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1. 3. La Paz de Utrecht.

En 1713, se firmaron en Utrecht una serie de tratados entre Felipe V de España, Francia y las

potencias aliadas. Felipe V de Borbón fue reconocido como rey de España tras renunciar a sus

derechos al trono de Francia y, desde el punto de vista internacional, el equilibrio de fuerzas en

Europa quedó garantizado tal y como deseaban los ingleses.

Los tratados de Utrecht también significaron la pérdida de las posesiones territoriales de

España en el continente europeo, que fueron repartidas entre los aliados: los austriacos se

quedaron con Flandes, Milán, Nápoles y Cerdeña; Saboya recibió Sicilia y los holandeses

obtuvieron algunos enclaves en los Países Bajos. Por su parte, los ingleses lograron la cesión de

Gibraltar y Menorca.

El poderío de Inglaterra salió reforzado tras la guerra y los tratados de Utrecht. Los

ingleses consiguieron nuevos territorios, mejoraron su posición estratégica y obtuvieron

beneficios comerciales, como el llamado “asiento de negros” (monopolio para introducir y

vender esclavos africanos en América) y el denominado “navío de permiso” (una vez al año),

que suponía la ruptura del derecho exclusivo español a comerciar con América. Por el contrario,

España perdió territorios, prestigio y capacidad de influencia en el escenario internacional.

2. Características políticas del Antiguo Régimen en España

2.1. El reinado de Felipe V (1700-1746)

Con Felipe V se implantó en España el absolutismo regio según el modelo francés de Luis XIV.

El rey se identificaba con el Estado y era el único depositario de la soberanía, de origen divino,

concentrando en su persona todos los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial). Los monarcas de

la dinastía Borbón ejercieron un poder absoluto e ilimitado con la ayuda de consejeros de su

confianza, que asumieron importantes funciones de gobierno desde los puestos más elevados del

Estado.

El nuevo modelo de Estado suponía un fortalecimiento del poder monárquico y exigía la

reforma de las instituciones de la monarquía española para que la autoridad regia pudiera llegar a

todos los territorios de la Corona y a todos los súbditos. Además, la monarquía debía imponer su

ilimitada autoridad sobre los poderes señoriales y eclesiásticos.

La reforma del Estado tuvo como objetivo la centralización del poder (cuyo núcleo era el rey) y

la implantación de la uniformidad legislativa e institucional en todos los territorios que

componían la Corona española. La monarquía puso en práctica un programa de reformas con el

que se pretendía modernizar el reino, aumentar la eficacia gubernamental y mejorar la economía

del país sin alterar la estructura social del Antiguo Régimen.

2.1.1. La política centralizadora de los Borbones: los Decretos de Nueva Planta (1707-1716)

La ocasión para comenzar la transformación del Estado fue proporcionada por la Guerra de

Sucesión. Como la mayoría de la población de Aragón había apoyado al archiduque Carlos

durante el conflicto, Felipe V eliminó sus tradicionales y peculiares instituciones político-

administrativas con unas medidas legislativas conocidas como Decretos de Nueva Planta (o

«nueva organización»), que iniciaron la unificación institucional del Estado y la asimilación de

Aragón, Cataluña y Valencia a los usos y modos de Castilla.

Los Decretos de Nueva Planta fueron aplicados en Aragón y Valencia (1707), en Mallorca

(1715) y en Cataluña (1716) para suprimir todos los fueros y privilegios de dichos territorios.

Así, se eliminaron los tradicionales privilegios fiscales y se implantó un nuevo impuesto más

moderno, cuya suma global era fijada por el rey y distribuida entre las ciudades y los pueblos.

Las nuevas leyes equiparaban el sistema fiscal de estos territorios al de los castellanos que, hasta

entones, habían pagado muchos más impuestos. También se anularon los privilegios militares ya

que, hasta entonces, los catalanes y los aragoneses no habían estado obligados a combatir fuera

de sus propios territorios.

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Los Decretos de Nueva Planta favorecieron la centralización del poder. Los antiguos virreyes

fueron sustituidos por capitanes generales con amplias atribuciones administrativas, judiciales y

militares. Además, se estableció una audiencia en cada capital, cuyos jueces eran nombrados por

el rey y el idioma castellano debía ser utilizado en todas las causas instruidas. Cataluña fue

también dividida en diez circunscripciones bajo la dirección de un corregidor, según el modelo

castellano, y fueron suprimidas las Cortes y la Generalitat, así como el Consell del Cent de

Barcelona (parlamento municipal).

Únicamente Navarra y los territorios vascos conservaron sus privilegios e instituciones

forales por su fidelidad a Felipe V durante la Guerra de Sucesión, y además mantuvieron sus

propias fronteras y aduanas, que permitían el cobro de tasas por la entrada y salida de productos

comerciales.

2.1.2. La reforma del Estado

En 1713, Felipe V cambió las leyes tradicionales que regulaban la sucesión al trono y estableció

el derecho preferente de todos los varones de estirpe real. Únicamente en caso de no haber

ningún heredero varón, en línea directa o colateral, las mujeres podrían acceder a la corona.

Estos nuevos principios que pasaron a regular la sucesión al trono español recibieron la

denominación de Ley Sálica. Por su parte, el heredero de la Corona siguió ostentando el título de

Príncipe de Asturias, pero prestaba juramento en las Cortes Generales, en lugar de hacerlo en

cada una de las Cortes de cada reino separadamente, como se había hecho hasta entonces.

Hasta 1714, Felipe V se rodeó de un consejo privado formado por el embajador francés, algunos

miembros de la nobleza y los presidentes de los Consejos de Castilla y Aragón. No era una

institución fija, sino un grupo de confianza del rey que se reunía para tratar las cuestiones de

Estado y tomar las principales decisiones. Pero el segundo matrimonio de Felipe V con Isabel de

Farnesio (1715) puso fin a la influencia de los personajes franceses en la Corte española, ya que

la nueva reina comenzó a intervenir de manera activa en los asuntos de gobierno (sobre todo

durante las crisis depresivas de Felipe V). La nueva reina introdujo al abate italiano Alberoni,

que se convirtió en la persona de máxima confianza de los reyes hasta su caída en 1719, cuando

fue sustituido por hombres pertenecientes a la baja nobleza que se encargaron de dirigir el

funcionamiento de la burocracia estatal por delegación regia.

Las Cortes castellanas, en las que se integraron las Cortes de los territorios de la Corona

aragonesa, redujeron su papel a la jura del heredero al trono, apenas trataron asuntos de interés y

se reunieron en contadas ocasiones con el nombre de Cortes Generales del Reino.

Otra novedad fue la creación de las Secretarías de Estado y de Despacho, origen de los

actuales ministerios, según el ejemplo francés. Durante el siglo XVIII se fundaron las Secretarías

de Estado y Asuntos Extranjeros, Asuntos Eclesiásticos y Justicia, Guerra y Marina, Hacienda e

Indias. Estas Secretarías fueron desplazando a los antiguos Consejos, y su número y atribuciones

cambiaron frecuentemente a lo largo del siglo XVIII. El rey nombraba directamente a los

Secretarios que las dirigían, eligiendo a hombres con formación jurídica y reconocida capacidad

y eficacia.

Los antiguos Consejos siguieron existiendo, pero perdieron influencia política, ya que su papel

quedó reducido a la resolución de expedientes ordinarios y de sentencias. El Consejo de Castilla

fue el único que conservó su importancia y poder, pues se encargaba de preparar informes sobre

los principales asuntos de política interior, de elaborar proyectos de ley y de actuar como Alto

Tribunal de Justicia. El rey continuó designando al presidente y miembros de este Consejo.

2.1.3. La reforma de la administración territorial

Felipe V impuso una nueva administración territorial en todo el reino. Los antiguos virreinatos

desaparecieron y el territorio se dividió administrativamente en provincias y capitanías

generales. Se establecieron once amplías divisiones territoriales en la Península, y al frente de

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cada una se nombró a un capitán general como máxima autoridad militar y civil por delegación

regia.

Asimismo, se crearon en 1718 los intendentes, que eran altos funcionarios nombrados por el

rey para dirigir cada uno de ellos una provincia. Sus funciones eran amplias y variadas: se

encargaban de organizar la recaudación de impuestos, del reclutamiento de tropas, del orden

público, de la vigilancia de las autoridades locales, de la supervisión de las obras públicas y del

fomento de la producción provincial. Los intendentes estaban obligados a residir en la capital de

la provincia donde ejercían su puesto y fueron una de las piezas clave de la administración

borbónica.

2.1.4. La reforma del Ejército y de la Armada Desde el principio de su reinado, Felipe V se propuso que España recuperara el rango de primera

potencia europea que había tenido en épocas anteriores y que había perdido a causa de la

decadencia de finales del siglo XVII y del contenido de los tratados de Utrecht. El Ejército y la

Armada eran fundamentales para que la Corona española tuviera un papel importante en la

política mundial, por lo que era necesario modernizarlos y, como en otras ocasiones, se siguió el

modelo francés.

Para el Ejército, se implantó una nueva forma de reclutamiento obligatorio por sorteo, de uno

entre cada cinco hombres útiles, por lo que se llamó «las quintas». Además, se estableció el

reclutamiento forzoso de “vagabundos, vagos y ociosos”. Los regimientos sustituyeron a los

antiguos Tercios. Asimismo, se reformó la caballería y la artillería, se modernizó el armamento

(introduciendo el fusil con bayoneta, nuevos cañones y bombas) y se creó el cuerpo de

ingenieros del ejército y la guardia real. El 50% del total de los gastos anuales del Estado español

en el siglo XVIII se destinaba a gastos militares.

Después de la Guerra de Sucesión, la situación de la Armada española era desastrosa. La

renovación y ampliación de la Armada resultaban imprescindibles para acometer una política

exterior más ambiciosa y para garantizar la protección de las rutas comerciales por mar con

América, que estaban amenazadas por ingleses y holandeses. Además, los ingresos fiscales del

Estado español dependían también de las riquezas llegadas de las Indias, por lo que era necesario

reforzar la protección de la navegación entre España y América.

Se fundaron tres departamentos marítimos –Cartagena, Cádiz y El Ferrol– donde se construyeron

astilleros y arsenales. Se abrieron nuevos puertos y se introdujeron las últimas innovaciones

técnicas en la construcción naval, incluyendo la contratación de ingenieros extranjeros.

Asimismo, se reorganizó el reclutamiento de la marinería para formar tripulaciones más

disciplinadas y numerosas. Anteriormente, el servicio en los buques reales había sido evitado por

marineros y pescadores por las duras condiciones de vida a bordo y por el retraso en las pagas,

que llegaron a ocasionar frecuentes motines; en tiempos de guerra, se acudía además al

reclutamiento forzoso de vagabundos. A lo largo del siglo XVIII, aumentó el número y la calidad

de las tripulaciones y de los barcos españoles, pero los gastos fueron enormes y nunca se

consiguió una Armada que pudiera competir con la inglesa.

2.1.5. La Reforma de la Hacienda Pública Los ingresos de la Corona española en el siglo XVIII eran escasos y la nueva dinastía Borbón tuvo

además que asumir las deudas de los reinados anteriores. El primer objetivo era equilibrar el

presupuesto del Estado y, en consecuencia, se plantearon varios proyectos para racionalizar el

sistema de impuestos, pero los planes siempre chocaron con las tradicionales exenciones fiscales

de los grupos privilegiados (nobles y clero).

El fracaso parcial de las reformas fiscales se debió a que jamás se consideró alterar las bases

socio-económicas del Antiguo Régimen ni eliminar los privilegios estamentales. No obstante, la

reorganización de la Hacienda pública permitió equilibrar el presupuesto del Estado y

aumentar los ingresos, que llegaron a triplicarse a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII.

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Los nuevos intendentes pasaron a controlar la recaudación fiscal y el viejo sistema de arrendar a

particulares el cobro de los impuestos fue eliminado para introducir la gestión directa a través de

funcionarios de la Corona.

Los nuevos impuestos que los Decretos de Nueva Planta introdujeron en los antiguos reinos de la

Corona de Aragón, igualándolos con los que se pagaban en Castilla, también aumentaron los

recursos de la Corona. No obstante, se respetaron las exenciones fiscales de nobles y clero.

La recaudación tributaria se basaba en los impuestos indirectos, de manera que los habitantes de

las ciudades soportaron la carga fiscal mayor. Todas las compraventas de mercancías pagaban

una serie de impuestos (la alcabala, los millones y los cientos) y los derechos aduaneros

gravaban el paso de productos importados del extranjero. Además, el Estado se reservaba una

serie de monopolios –tabaco, naipes, sal– cuyo precio incorporaba los impuestos que se

sumaban.

La monarquía absoluta borbónica del siglo XVIII respetó las jurisdicciones señoriales. En

consecuencia, España siguió dividida entre los dominios del rey (territorios de realengo) y los

territorios de régimen señorial (en manos de nobles y clérigos), de manera que los estamentos

sociales privilegiados conservaron íntegro el poder en sus señoríos.

2.1.6. Las reformas culturales

Desde la instauración de la dinastía borbónica con Felipe V, los monarcas se preocuparon por

mejorar la situación material y cultural de sus súbditos. La nueva dinastía favoreció la entrada de

influencias culturales francesas e italianas. Así, durante la primera mitad del siglo XVIII (reinados

de Felipe V y Fernando VI) se difundió por España el pensamiento ilustrado francés a través

de las obras de sus principales autores.

Asimismo, la Corona se propuso la renovación cultural y artística del país, atendiendo a las

propuestas de los ilustrados. Por consiguiente, se crearon nuevas instituciones oficiales que

sirvieron para difundir las nuevas ideas y para reforzar el control estatal sobre las actividades

artísticas. Las Academias estatales, fundadas según el modelo francés por Felipe V y Fernando

VI, fueron el instrumento de una política que pretendía mejorar los niveles de calidad en la

investigación científica y en la creación artística. Las Academias debían promover las letras, las

ciencias y las artes, encargarse de la formación en las disciplinas artísticas, establecer premios y

becas, controlar el ejercicio profesional e impartir titulaciones.

Por ejemplo, la Real Academia Española fue fundada en 1713 con la finalidad de «cultivar y

fijar la pureza y elegancia de la lengua española, desterrando todos los errores que en sus

vocablos, en sus modos de hablar o en su construcción han introducido la ignorancia, la vana

afectación, el descuido y la demasiada libertad en innovar».

En 1744, Felipe V fundó también la Junta Preparatoria, germen de la Real Academia de Nobles

Artes de San Fernando, creada por Fernando VI en 1752, con la misión de introducir el nuevo

clasicismo como estilo artístico. La pintura, la escultura y la arquitectura se convirtieron en una

cuestión de Estado y la Academia de San Fernando se encargó de reglamentar e impartir la

enseñanza artística, fomentar el gusto neoclásico y controlar todas las obras costeadas por el

Estado.

El incendio del antiguo Alcázar de los Austrias, en 1734, hizo imprescindible la construcción de

un nuevo palacio real en Madrid sobre el mismo solar del anterior. De manera que numerosos

artistas extranjeros trabajaron en el Palacio Nuevo o de Oriente, según proyecto de los

arquitectos italianos Filippo Juvarra (1678-1736) y Juan Bautista Sacchetti.

2.1.7. La política exterior durante el reinado de Felipe V.

El gobierno español, a pesar de las pérdidas territoriales de los tratados de Utrecht, intentó

recuperar protagonismo para participar activamente en los asuntos diplomáticos europeos. La

política exterior de Felipe V, que rechazaba los acuerdos de Utrecht y daba prioridad a los

intereses dinásticos sobre los nacionales, se caracterizó por la rivalidad con Inglaterra (por el

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deseo de recuperar Menorca y Gibraltar y por los conflictos en torno a las rutas de América), por

la alianza con Francia frente al expansionismo inglés y por el propósito de recuperar la influencia

española en Italia.

Durante el reinado de Felipe V, la orientación de las relaciones internacionales de España pasó

por varias etapas:

a) La fase Alberoni: el inicio de la política italiana.

En 1714, recién terminada la Guerra de Sucesión, murió la reina María Gabriela de Saboya, y

Felipe V se casó con la princesa de Parma, la italiana Isabel de Farnesio, quien impuso la

expulsión de los cortesanos franceses que rodeaban al rey y apoyó al cardenal parmesano

Alberoni para dirigir la política internacional de España.

Recuperar la posición española en Italia significaba, inevitablemente, enfrentarse al Imperio

austriaco y romper el equilibrio de Utrecht mediante la guerra. Así, la invasión española de

Cerdeña (1717) y de Sicilia (1718) provocó una reacción inmediata de las potencias europeas,

que formaron la Cuádruple Alianza –Inglaterra, Francia, Holanda y Austria– para acabar con las

pretensiones españolas de expansión en Italia.

Para evitar una nueva guerra europea, las potencias aliadas ofrecieron a España el trono de los

ducados de Parma, Plasencia y Toscana para el infante don Carlos, hijo primogénito de la reina

Isabel de Farnesio, cuando su soberano muriese. Con todo, Inglaterra inició las hostilidades

contra España para salvaguardar sus intereses en el Mediterráneo. Finalmente, las intrigas

diplomáticas y las derrotas españolas frente a las tropas inglesas provocaron el cese de Alberoni

y el fracaso de su política (1719).

b) La alianza con Francia: los Pactos de Familia.

En 1721, Felipe V firmó un tratado de alianza con Francia que inició la principal orientación de

la política exterior española durante el siglo XVIII. En enero de 1724 se produjo la inesperada

abdicación de Felipe V en su hijo, Luis, cuya muerte a finales de 1724 obligó a Felipe V a volver

al trono.

La política exterior pasó a ser dirigida por José Patiño, que era un político con gran experiencia y

preparación que dio un giro más pragmático a la diplomacia española e intentó defender los

intereses nacionales por encima de las ambiciones dinásticas de la reina. El objetivo prioritario

de Patiño fue conseguir la paz para reconstruir España y prestar mayor atención a los intereses

atlánticos en América.

Con esta nueva orientación, se estableció definitivamente la alianza con Francia –Tratado de

Sevilla de 1729– y se abandonó la aproximación a Austria. Esta alianza con Francia, en defensa

de los intereses comunes frente a Inglaterra, se concretó con la firma de tres Pactos de Familia,

que obligaron a los españoles a participar en guerras muy alejadas del escenario peninsular, pero

que podían favorecer los objetivos españoles en Italia.

El I Pacto de Familia se firmó en 1733 y España intervino, junto a Francia, en la Guerra de

Sucesión de Polonia. En 1734, tropas españolas ocuparon Nápoles y Sicilia. Cuando se firmó la

paz, don Carlos (el hijo menor de Felipe V que más tarde se convertiría en rey español como

Carlos III) fue reconocido como rey de Nápoles y Sicilia.

El II Pacto de Familia (octubre de 1743) provocó la intervención española en la Guerra de

Sucesión del Imperio austriaco, con el propósito de que el infante don Felipe, segundo hijo de

Isabel de Farnesio, fuese reconocido como soberano de los ducados de Parma, Plasencia y

Guastalla. En julio de 1746 y sin que este conflicto hubiera concluido, murió Felipe V.

2.2. El reinado de Fernando VI (1746-1759)

Fernando VI, casado con la princesa portuguesa Bárbara de Braganza, heredó de su padre la

tendencia a la melancolía y la indolencia. Interesado por las artes, fundó la Real Academia de

Bellas Artes de San Fernando y protegió a artistas y músicos. Por otra parte, dejó el gobierno en

manos de competentes consejeros españoles entre los que destacaron el marqués de la

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Ensenada y José de Carvajal. Los reyes no tuvieron hijos, por lo que la sucesión correspondía

a su hermano Carlos, rey de las Dos Sicilias.

Fernando VI impuso la neutralidad en las relaciones internacionales, puesto que deseaba que

España permaneciera al margen de las guerras para fomentar su reconstrucción interior. No

obstante, los compromisos del II Pacto de Familia obligaron a continuar la participación

española en la Guerra de Sucesión de Austria, pero cuando se firmó la Paz de Aquisgrán (1748)

entre Francia e Inglaterra, sin representación de España y con condiciones desfavorables, el

tratado fue aceptado con tal de evitar la reanudación de los combates. Únicamente se logró que

don Felipe, segundo hijo de Isabel de Farnesio, fuese reconocido como soberano de los ducados

italianos de Parma, Plasencia y Guastalla. De este modo Isabel de Farnesio, cuyos dos hijos ya

reinaban en tronos italianos, alcanzó sus deseos.

La estrategia de neutralidad fue llevada a la práctica por el marqués de la Ensenada, que

permaneció once años en el poder reuniendo en su persona las secretarías de Hacienda, Indias,

Guerra y Marina, lo que le permitió coordinar con mayor eficacia las medidas de gobierno.

El propósito de Ensenada era mejorar la prosperidad interna del país mediante una adecuada

administración de los territorios americanos, y para lograrlo era preciso reorientar los objetivos

de la política exterior española hacia el Atlántico, incrementar los ingresos estatales y

reforzar la marina y el ejército.

La neutralidad de España exigía defender su independencia frente a Francia con un importante

ejército que debía ser modernizado. Los proyectos de Ensenada en este sentido no pudieron

realizarse plenamente hasta el reinado de Carlos III, en que se publicaron nuevas ordenanzas

militares.

El marqués de la Ensenada también trató de implantar en Castilla una contribución única,

proporcional a la riqueza, que eliminase los antiguos impuestos de difícil recaudación para

establecer así una organización fiscal más racional, justa y eficaz. La contribución única no pudo

ser aplicada por la oposición de los estamentos privilegiados, que se negaron a perder sus

ventajas fiscales. Sí pudo llevarse a cabo el Catastro de Ensenada (1750), que fue un amplio y

pormenorizado estudio de los pueblos, localidades y vecinos de Castilla que aportaba datos

fundamentales para la evaluación de la riqueza y la recaudación de impuestos. Con todo, las

mejoras introducidas en la organización de la Hacienda lograron elevar los ingresos anuales de la

Corona de cinco a veintisiete millones de ducados.

Otros aspectos de la labor de Ensenada fueron la reorganización de la administración interior y la

realización de un amplio programa de obras públicas. El plan de construcción de carreteras

según un trazado radial con centro en Madrid se inició con la realización de la carretera Madrid-

La Coruña, mientras que las obras del Canal de Castilla fueron parte de un ambicioso proyecto

para hacer navegable la red fluvial y mejorar los regadíos.

El Concordato con la Santa Sede, firmado en 1753 por Fernando VI y el papa Benedicto XIV,

también fue gestionado personalmente por Ensenada. Con este acuerdo se reconocía el derecho

del patronato regio, por el que los reyes españoles podían proponer a las personas que serían

nombradas para los altos cargos eclesiásticos. El nuevo Concordato contribuyó a reforzar el

poder del monarca sobre la Iglesia en España.

Las relaciones exteriores durante el reinado de Fernando VI fueron competencia de José de

Carvajal, cuyos deseos de acercamiento a Inglaterra fueron contrarestados por Ensenada, que

era partidario de estrechar los vínculos con Francia. El equilibrio entre ambos ministros permitió

mantener la neutralidad exterior deseada por los reyes, a pesar de las presiones de Inglaterra y

Francia, que buscaban una alianza con España.

Las intrigas diplomáticas provocaron la caída de Ensenada. El embajador inglés comunicó al

nuevo Secretario de Estado -Ricardo Wall- la existencia de un supuesto plan secreto preparado

por Ensenada para atacar los establecimientos ingleses en el Golfo de México. El problema había

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surgido con la cuestión de la colonia de Sacramento y el reparto de tierras entre Portugal y

España, que perjudicaba a las misiones de los jesuitas fundadas en Paraguay. Ensenada no estaba

de acuerdo con el tratado firmado con Portugal y apoyaba a los jesuitas. El rey fue informado de

los supuestos preparativos de guerra de Ensenada y, en defensa de la neutralidad española, lo

destituyó fulminantemente y lo desterró a Granada. Ricardo Wall, presionado por Inglaterra,

paralizó inmediatamente todos los planes de reconstrucción naval. En 1756 comenzó la Guerra

de los Siete Años entre Inglaterra y Francia, pero Fernando VI mantuvo la neutralidad española

hasta su muerte en 1759.

2.3. El reinado de Carlos III (1759-1788): el despotismo ilustrado.

El despotismo ilustrado fue la concepción teórica y la práctica gubernamental que adoptaron casi

todos los monarcas absolutos en los diferentes países europeos durante la segunda mitad del

siglo XVIII. Su lema, «todo para el pueblo, pero sin el pueblo», indicaba que los monarcas

ilustrados no renunciaban a su soberanía absoluta y seguían concentrando en su persona

todos los poderes del Estado. Sin embargo, los déspotas ilustrados consideraban que la

finalidad esencial de la monarquía era lograr la felicidad de sus súbditos a través del «buen

gobierno», por lo que se preocuparon por el bienestar material de la población interviniendo en

las actividades económicas para estimular la producción y aumentar la riqueza del reino.

Los fundamentos ideológicos del despotismo monárquico se tomaron de los autores de la

Ilustración francesa. Los filósofos ilustrados, especialmente Voltaire, cuyas obras impresas

habían alcanzado una enorme difusión por Europa, defendían la razón y el conocimiento como

los medios para transformar la sociedad e iniciar una etapa de progreso ilimitado. Así, un

monarca ilustrado podría llevar a cabo la transformación de la sociedad aplicando, gracias a su

poder absoluto, las reformas necesarias para lograr una situación más justa y racional.

Para llevar a la práctica estos objetivos paternalistas, los monarcas del despotismo ilustrado

desarrollaron una intensa actividad reformista. Sus objetivos eran desarrollar todos los sectores

de la economía, incrementar la eficacia gubernamental racionalizando la administración y

fomentar la educación y la difusión de las nuevas ideas y conocimientos para limitar la influencia

de la Iglesia. En cualquier caso, los gobernantes ilustrados no pretendieron nunca alterar las

bases sociales del Antiguo Régimen, ni limitar el poder monárquico, ni eliminar los

privilegios estamentales por lo que las reformas tuvieron siempre un alcance limitado.

Carlos III puso en práctica el despotismo ilustrado en España. Cuando sucedió a Fernando VI en

el trono español, Carlos III tenía 44 años y había reinado en Nápoles y Sicilia durante 25 años,

pero se había mantenido bien informado sobre los asuntos de España. El nuevo rey era una

persona responsable, sencilla y afable en el trato. En 1760, cuando falleció la reina María Amalia

de Sajonia con quien había tenido 13 hijos, Carlos III no volvió a contraer matrimonio y llevó

una vida privada ejemplar. Su principal pasión fue la caza, a la que dedicó la mayor parte de su

tiempo libre, y supo rodearse de eficaces hombres de Estado buscando a sus colaboradores entre

los ilustrados procedentes de la baja nobleza, el clero medio y la burguesía. Sus ministros

pusieron en marcha los programas reformistas, siempre bajo la autoridad del rey, e hicieron

frente a las resistencias que, desde todos los estamentos, se opusieron a la modernización del

Estado. Al inicio de su reinado en España, Carlos III actuó con prudencia, evitó introducir

cambios de importancia y mantuvo a la mayor parte de los altos cargos de la administración

anterior en sus puestos. No obstante, nombró al napolitano Marqués de Esquilache para dirigir la

Secretaría de Hacienda.

2.3.1. La política exterior

La política exterior de Carlos III se centró en el Atlántico con el objetivo prioritario de defender

y conservar los dominios españoles en América. La Guerra de los Siete Años entre Inglaterra

y Francia continuaba en las colonias americanas del Norte. La toma de Québec (en el Canadá

francés) por los ingleses comprometió los intereses españoles y Carlos III se ofreció para mediar

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en el conflicto, pero su intervención fue rechazada por Inglaterra, que intensificó sus ataques

contra barcos españoles y ocupó las costas de Honduras. Para defenderse de este agresivo

expansionismo inglés, Carlos III tuvo que buscar la alianza con Francia. Así, en 1761 se firmó el

III Pacto de Familia, que supuso la entrada de España en la fase final de la guerra con el bando

perdedor. Las tropas españolas invadieron el norte de Portugal y la colonia portuguesa de

Sacramento, pero el ejército inglés conquistó Manila y La Habana.

La Paz de París (1763) puso fin a la Guerra de los Siete Años y confirmó el predominio de

Inglaterra como potencia marítima a escala mundial. Canadá pasó a ser colonia británica y

Francia perdió su imperio colonial en América. Para España, las consecuencias también fueron

negativas, pues tuvo que evacuar Portugal, devolver la colonia de Sacramento y ceder a

Inglaterra la Florida y la Bahía de Pensacola en América; en compensación, recibió de Francia la

Luisiana y recuperó Manila y La Habana. Inglaterra conservó Gibraltar y Menorca, obtuvo el

monopolio de pesca en Terranova y se quedó con Honduras. El balance de la paz fue negativo

para España, que se encontró sola en América frente a la agresiva política de expansión inglesa.

En 1776, el conde de Floridablanca fue nombrado Secretario de Estado y su gestión estuvo

guiada por la defensa de los intereses nacionales, en vez de por los dinásticos, como había

ocurrido en reinados anteriores. Ese mismo año, se produjo un hecho de trascendental

importancia: las trece colonias británicas de Norteamérica declararon su independencia de la

Corona británica. Este conflicto proporcionó la deseada revancha a España y a Francia, que

intervinieron en ayuda de los colonos norteamericanos en su guerra contra Inglaterra.

En la paz de Versalles (1783), Inglaterra se vio forzada a reconocer la independencia de las

colonias norteamericanas y España recuperó la isla de Menorca, las dos Floridas y varias

posesiones en el golfo de México que habían sido ocupadas durante la guerra por los ingleses,

que lograron retener Gibraltar.

Sin embargo, la economía española se resintió del elevado coste de la guerra y de la interrupción

del comercio con América durante el conflicto. A lo largo de los años siguientes, Floridablanca

mantuvo la alianza con Francia, restableció las relaciones amistosas con Portugal (Tratado de

San Ildefonso de 1777) e intentó reforzar la protección de los dominios americanos.

2.3.2. Los motines de 1766

Los violentos acontecimientos de 1766 marcaron un cambio de rumbo en el reinado de Carlos

III. Durante ese año, el malestar entre la población española se extendió como consecuencia

de una serie continuada de malas cosechas que provocaron fuertes subidas en el precio de los

alimentos (especialmente en el pan) y problemas de abastecimiento en las ciudades.

Al mismo tiempo, el rey encargó a su ministro Esquilache la puesta en marcha de diversas

reformas urbanas para mejorar Madrid, ya que la ciudad había causado una pésima impresión al

monarca por su abandono y suciedad. La limpieza, el empedrado, la iluminación, la numeración

de las viviendas y las medidas para el adecentamiento de la capital aumentaron los gastos

extraordinarios de los madrileños en un momento de escasez y dificultades económicas. Además,

el gobierno prohibió en Madrid los juegos de azar, el uso de armas, las capas largas y los

sombreros de ala ancha que permitían ocultar el rostro a los delincuentes. Estas medidas

provocaron el estallido de un motín popular en Madrid, que se dirigió contra el marqués de

Esquilache como responsable de los cambios.

El 23 de marzo de 1766, el pueblo de Madrid se sublevó y asaltó la vivienda de Esquilache. Al

día siguiente se produjeron sangrientos enfrentamientos entre los amotinados y las tropas, con

numerosos muertos y heridos. Carlos III, que se había refugiado en Aranjuez, tuvo que aceptar

las exigencias de los amotinados: destitución y destierro de Esquilache, descenso de los precios

de alimentos y anulación de las órdenes de vestimenta. La calma sólo se restableció en Madrid

cuando el rey aceptó todas las peticiones de los rebeldes. Cuando terminó la sublevación

madrileña estallaron otros motines en distintas regiones de España. En Guipúzcoa y en Zaragoza

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hubo disturbios muy violentos. Estos motines provinciales, que estuvieron provocados por la

carestía de alimentos y se dirigieron contra las autoridades locales a las que se acusaba de la

situación de escasez, no tuvieron el carácter político del motín de Madrid y fueron crisis de

subsistencias (muy frecuentes durante el Antiguo Régimen en toda Europa).

A finales del mes de abril se restableció la normalidad y las autoridades acusaron al clero,

concretamente a los jesuitas, de haber instigado los motines. Los prejuicios xenófobos contra los

ministros italianos (Esquilache y Grimaldi) también influyeron en el ánimo del crispado pueblo

madrileño.

2.3.3. La actividad reformista de Carlos III

Los motines -que en parte habían sido una reacción violenta contra las novedades que Carlos III

pretendía introducir en el gobierno de España- convencieron firmemente al rey de la necesidad

de desarrollar e intensificar la política reformista. Así, Carlos III se rodeó de un equipo de

ilustrados nacidos en España que estaban convencidos de que el resurgir del país como gran

potencia sería imposible si no se llevaban a cabo una serie de cambios drásticos y urgentes. Entre

los ilustrados que accedieron al gobierno con Carlos III destacaron el conde de Campomanes, el

conde de Floridablanca y el conde de Aranda, que eran fervientes partidarios de transformar el

país mejorando la economía y sometiendo bajo la autoridad del rey a los privilegiados que se

opusieran a las reformas.

2.3.3.1. El reformismo eclesiástico: el regalismo.

El gobierno de Carlos III dio un gran impulso al regalismo regio con el propósito de imponer la

autoridad real a la Iglesia española y someter el poder tradicional del clero. La Iglesia

española poseía una gran fuerza tanto por su poder económico (poseía más del 15% de las tierras

cultivables y recibía diezmos, limosnas y donaciones) como por su influencia social y política. El

gobierno puso en marcha un conjunto de medidas para controlar los asuntos eclesiásticos:

Se reforzó el patronato regio o derecho real a controlar los altos cargos eclesiásticos,

proponiendo a las personas que debían ser nombradas.

Se aplicó el Regium exequatur (derecho del rey a retener los documentos de la curia

vaticana, hasta dar el permiso para su publicación en España, como medio para controlar

la intervención del Vaticano en los asuntos de la Iglesia española).

Se limitaron las atribuciones de la Inquisición para someter sus actividades al poder

del Estado; además, el rey solicitó que ciertas publicaciones fueran eliminadas del Índice

de libros prohibidos por el Santo Oficio para facilitar su difusión. La Inquisición redujo

los autos de fe pero, a pesar de todo, se atrevió a actuar contra destacados colaboradores

del rey como Aranda, Floridablanca, Olavide y Campomanes.

De cualquier forma, estas medidas regalistas aumentaron la autoridad real, pero no consiguieron

acabar con la extraordinaria influencia social y el enorme poder económico de la Iglesia

española.

Por otra parte, la Compañía de Jesús era una poderosa fuerza dentro de la Iglesia y del Estado,

con enemigos dentro de las demás órdenes religiosas, que recelabn de su poder y de su control

sobre la enseñanza. Además, los jesuitas profesaban un voto especial de obediencia al pontífice

que dificultaba su sometimiento a la autoridad regia, por ello los colaboradores regalistas de

Carlos III se propusieron eliminar a esta poderosa orden religiosa.

En los colegios de jesuitas se educaba una élite cuyos miembros pasaban a los colegios mayores

universitarios y, posteriormente, ascendían a las altas esferas del poder monopolizando los altos

cargos del Estado. Por ello era preciso romper el poder de los jesuitas por su base y arrebatarles

el control de la enseñanza. Los motines de 1766 proporcionaron la ocasión para actuar contra los

jesuitas, que fueron acusados de organizar las sublevaciones. El 2 de abril de 1767, Carlos III

ordenó la expulsión de los jesuitas de España y las Indias (medidas similares habían sido ya

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adoptadas en Francia y Portugal). El Estado confiscó todos sus bienes y unos 2.000 jesuitas

fueron embarcados rápidamente hacia los Estados Pontificios.

La expulsión de los jesuitas facilitó la introducción de reformas en la enseñanza:

El Estado impulsó la educación popular (fomentando la creación de escuelas de

«primeras letras») y la enseñanza profesional mediante el establecimiento de las primeras

escuelas técnicas.

Se crearon nuevas instituciones para mejorar los estudios secundarios introduciendo las

disciplinas científicas como materias escolares.

Se intentó modernizar las universidades mediante la introducción de nuevos planes de

estudio que incluían las ciencias experimentales y las nuevas corrientes de pensamiento.

Las Sociedades Económicas de Amigos del País tuvieron un papel esencial en la difusión de los

nuevos conocimientos y en la extensión de estas reformas educativas.

2.3.3.2. Las reformas económicas durante el reinado de Carlos III.

La modernización de las estructuras económicas fue la mayor preocupación de los gobiernos del

despotismo ilustrado en toda Europa, ya que resultaba imprescindible promover desde el poder la

riqueza de los súbditos como parte esencial del buen gobierno. Así, el gobierno de Carlos III

acometió numerosas reformas que afectaron a todos los sectores de la actividad económica

apoyándose en las nuevas teorías fisiocráticas y liberales.

a) La Hacienda.

Durante el reinado de Fernando VI, la Hacienda pública había logrado equilibrar el déficit,

gracias a la paz y a la buena gestión de los ministros. Con Carlos III, el ministro Esquilache

mejoró la situación hacendística con procedimientos nuevos como la creación de la lotería

nacional. Sin embargo, las guerras en las que participó España acrecentaron los problemas

financieros del Estado, la creación de nuevos impuestos encontró una enorme oposición y el

miedo a los motines hizo que se buscaran otras fuentes de ingresos para la Corona. Por ello, en

1780, el Estado emitió los vales reales, que eran como títulos de Deuda Pública al 4% de interés

anual y que funcionaron de hecho como papel moneda. Además, en 1782 se creó el Banco de

San Carlos, antecedente del Banco Nacional de España, que se encargó de la emisión de los

vales reales. Los beneficios obtenidos proporcionaron al gobierno una fuente extraordinaria de

financiación, pero la puesta en circulación de un número excesivo de vales provocó finalmente

su desvalorización.

b) La agricultura.

La agricultura recibió una atención preferente por parte de los gobiernos ilustrados de Carlos III,

que estaban muy influidos por las ideas fisiocráticas; era el principal sector económico y más del

70% de la población española se dedicaba al cultivo de los campos. El continuo aumento de

población durante el siglo XVIII hizo necesario un incremento de la producción de alimentos,

cuyos precios tendieron a aumentar constantemente. Además, los motines de 1766 habían

demostrado los peligros de las crisis de subsistencias.

La reforma y modernización de la agricultura fue acometida con una serie de medidas que no

siempre encontraron el apoyo de la población. El Consejo de Castilla se encargó de recopilar

información sobre los problemas agrarios a través de los intendentes, y con este material se

elaboró el Expediente General para preparar una Ley Agraria. Había que analizar los problemas

y plantear soluciones. Entre los documentos y proyectos elaborados destacaron La respuesta del

fiscal en el Expediente de la provincia de Extremadura de Floridablanca (1770) y El memorial

ajustado de Campomanes (1771), antecedentes del Informe de la Ley Agraria de Jovellanos

(1794). En ambos documentos, los autores expusieron la necesidad de ampliar la superficie de

cultivo y de crear una clase media de campesinos propietarios que mejorasen las técnicas

agrícolas. Sin embargo, la Ley Agraria no llegó a realizarse, aunque se intentaron soluciones

parciales que no resolvieron los problemas del campo como:

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El decreto de libertad de precios y de circulación del trigo (1765) que pretendía

favorecer la creación de un mercado interior, aunque las malas cosechas de esos años

provocaron un alza de los precios y los motines de 1766 demostraron la necesidad de

adoptar otras medidas sobre la agricultura.

El aumento de la producción agrícola con la puesta en cultivo de nuevas superficies de

tierra.

La ampliación de la agricultura irrigada con la construcción de obras públicas, entre las

que destacaron el Canal Imperial de Aragón y el de Castilla.

La introducción de nuevos cultivos como el maíz y la patata.

Asimismo, Campomanes propuso el reparto de las tierras de propios y baldíos que

estuvieran sin cultivar. Las tierras de propios eran de propiedad municipal y se ordenó que los

ayuntamientos las arrendasen a los campesinos sin tierras. Esta medida -que fue aplicada en

Extremadura (1766) y después en el resto de España- preveía ayudas estatales para que los

campesinos pobres pudieran comprar aperos de labranza y semillas.

El gobierno también dictó medidas para limitar las subidas de las rentas a los campesinos

arrendatarios, ya que los propietarios de las tierras elevaron el precio de los arrendamientos ante

el alza de los precios agrícolas. El aumento de las tierras de cultivo agudizó los enfrentamientos

con el Concejo de la Mesta, que defendió los privilegios de paso de los ganados trashumantes.

Campomanes optó por limitar los privilegios de la Mesta en favor de los intereses de los

campesinos y la ganadería trashumante comenzó su decadencia.

También se emprendieron ambiciosos proyectos de colonización de regiones interiores con los

que se pretendía crear una sociedad rural ideal en las zonas despobladas del país. Las Nuevas

Poblaciones de Sierra Morena, que fueron el proyecto mejor elaborado, fueron llevadas a cabo

bajo la dirección de Pablo de Olavide en 1767. Según este plan, se fundaron nuevos pueblos

(como La Carolina y La Carlota en Andalucía) construidos según criterios racionales con una

estructura cuadriculada, calles regulares y plazas hexagonales. Las familias que fueron asentadas

en estos pueblos recibieron viviendas y parcelas de tierra, y se facilitó la llegada de colonos

católicos centroeuropeos (unos 6.000 alemanes, holandeses y españoles se instalaron en estos

pueblos de nueva creación). Además, se prohibió a las órdenes religiosas establecerse en las

nuevas poblaciones.

Como resultado de la política agraria de Carlos III se logró aumentar la producción agrícola y la

extensión de la superficie cultivada, pero las técnicas de labranza no mejoraron y siguieron

siendo muy arcaicas. Tampoco se consiguió crear una clase media de campesinos propietarios o

arrendatarios, ya que las medidas gubernamentales favorecieron a los ricos propietarios y los

campesinos pobres no pudieron afrontar los gastos necesarios para poner en cultivo las nuevas

parcelas. La Ley de Reforma Agraria no se llegó a redactar y los grupos privilegiados, que eran

los principales propietarios agrícolas, frenaron la aplicación de las reformas.

c) La producción industrial y artesanal.

Los principales problemas para el desarrollo de las actividades industriales en la España del siglo

XVIII eran la inexistencia de un mercado nacional, los bajos niveles de renta de la población

(que frenaban el consumo), la persistencia de la organización gremial en los oficios (que impedía

la libre competencia y la iniciativa privada) y la falta de empresarios que se arriesgaran a invertir

su dinero en las actividades industriales.

Las iniciativas que tomó el gobierno para el fomento de las actividades industriales fueron:

La creación de Reales Fábricas en tiempos de Felipe V, que fueron financiadas por el

Estado para producir y abastecer de artículos de lujo a los Reales Sitios y a los grupos

sociales más adinerados de España y América. Entre las principales manufacturas de

fundación real destacaron la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, la Real Fábrica de

Porcelanas del Buen Retiro y la Real Fábrica de Cristal de la Granja de San Ildefonso. No

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fueron rentables y tuvieron que contar con el respaldo de la Corona para cubrir sus

pérdidas.

La liberalización del sector artesanal para eliminar el control de los gremios (en 1772)

y permitir la libre competencia.

La declaración (Real Cédula de 1783) estableciendo la honorabilidad de todos los

oficios para tratar de acabar con los prejuicios sociales contra los trabajos manuales y

para ensalzar todas las profesiones de «utilidad pública».

En cualquier caso, el sector textil creció gracias al comercio con América. La fabricación de

«indianas» (tejidos de algodón estampados) se desarrolló principalmente en Cataluña, donde la

iniciativa privada de la burguesía fue apoyada con la concesión de privilegios estatales.

El gobierno también intentó promover la producción artesanal en las zonas rurales. Se pretendía

estimular la creación de pequeños talleres donde los campesinos pudieran trabajar durante su

tiempo libre para garantizar el autoabastecimiento de productos artesanales, elevar las rentas

campesinas y fomentar el mercado regional. Las Sociedades Económicas de Amigos del País se

encargaron del proyecto, que tuvo escaso éxito, facilitando el aprendizaje de oficios y la

aplicación de nuevas técnicas.

d) El sector comercial.

El desarrollo del comercio también preocupó a los gobiernos ilustrados, que reconocían su papel

decisivo en la reactivación de la economía. Durante el reinado de Carlos III, los nuevos

planteamientos teóricos librecambistas se difundieron a través de las Sociedades de Amigos del

País e influyeron en los planes para estimular el comercio. Asimismo, el gobierno estaba

preocupado por equilibrar el déficit de la balanza comercial española.

El comercio con América era esencial para la Corona española por los beneficios que

proporcionaba, pero su situación siempre fue vulnerable a causa de las guerras y el contrabando.

La construcción de una flota que protegiese las rutas americanas fue una constante preocupación.

En 1765, el Estado terminó con el monopolio del puerto de Cádiz en el comercio americano y

autorizó el libre comercio con las colonias a los puertos de Barcelona, Alicante, Cartagena,

Málaga, Cádiz, Sevilla, Coruña, Gijón y Santander. La liberalización del comercio americano

se amplió en 1778, cuando se publicó el Reglamento y Aranceles para el Comercio Libre de

España e Indias por el que se autorizaba a todos los puertos españoles a comerciar con América.

La libertad comercial favoreció el desarrollo industrial de las regiones periféricas de la

Península, en especial de Cataluña, cuyas factorías industriales experimentaron una notable

expansión para satisfacer la demanda de manufacturas desde América.

El comercio español con Europa era deficitario (se importaban manufacturas y se exportaba

lana, sal, vino, aceite y frutos). El gobierno adoptó medidas proteccionistas sobre la importación

de manufacturas para reducir el déficit comercial y estimular las industrias interiores, liberando

de tasas la circulación de mercancías en el interior. La importación de tejidos de algodón, en

1769, y de productos de ferretería, en 1775, fue prohibida por las presiones que sobre el gobierno

ejercieron los fabricantes españoles.

El comercio interior era insuficiente a causa del mal estado de la red de transportes y de los

limitados niveles de consumo interno. Como las deficientes infraestructuras hacían imposible la

correcta articulación de un mercado nacional entre las diferentes regiones, el gobierno de Carlos

III promovió la construcción de nuevas carreteras que comunicaran Madrid con las regiones

periféricas, pero los viajes por España continuaron siendo difíciles, largos e incómodos.

2.3.3.3. La política cultural.

Desde el principio de su reinado, Carlos III se propuso modernizar la ciudad de Madrid para

convertirla en una capital digna de la monarquía española. En consecuencia, se acometió un

conjunto de reformas urbanas para adecentar la capital y mejorar la limpieza y el alumbrado de

las calles.

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Entre las obras realizadas destaca el proyecto del «Salón de los Prados» para crear un gran eje

urbano que sirviera de esparcimiento y paseo para los madrileños. En el Paseo del Prado, se

construyeron tres fuentes de tema mitológico –Apolo, Neptuno y Cibeles– y se edificaron tres

construcciones dedicadas al fomento de las ciencias experimentales: el Gabinete de Ciencias

Naturales (actual Museo del Prado), el Observatorio Astronómico y el Jardín Botánico. Los dos

primeros fueron diseñados por Juan de Villanueva, el mejor arquitecto español de la época, y en

el Jardín Botánico se expusieron las especies recogidas por las expediciones científicas que la

monarquía financiaba. Todos estos edificios se construyeron en el estilo neoclásico característico

del periodo ilustrado que sucedió al arte barroco. Juan de Villanueva, que había disfrutado de

una beca de la Academia de San Fernando en Roma para completar su formación estudiando el

arte clásico, fue el arquitecto del rey y realizó otros proyectos arquitectónicos en Madrid y en los

Reales Sitios.

3. Características demográficas, sociales y económicas del Antiguo Régimen en España

3.1. Evolución demográfica de la España del siglo XVIII

La población de España aumentó de manera constante, ya que el número total de habitantes pasó

de poco más de 7.000.000 hacia 1700 a casi 11.000.000 de habitantes a finales del siglo XVIII.

Sin embargo, la densidad de población continuó siendo baja y la distribución de los habitantes

por regiones muy irregular, existiendo grandes áreas despobladas. Las regiones periféricas y

portuarias (Cataluña, Valencia) tuvieron un crecimiento demográfico muy superior a la media

nacional, mientras que las regiones interiores (como Castilla y Aragón) experimentaron un

incremento inferior con tendencia incluso al estancamiento.

El 86 % de la población era rural, la esperanza media de vida a mediados de siglo XVIII era

inferior a los 30 años y las tasas de natalidad (42 por mil) y mortalidad (38 por mil) continuaron

siendo muy altas. Durante aquella época, las causas de la elevada mortalidad (especialmente

infantil) en España y en toda Europa eran las hambrunas provocadas por las malas cosechas y la

difusión de enfermedades infecto-contagiosas como la peste, la viruela y el cólera. Sin embargo,

la adopción de medidas preventivas por las autoridades públicas como el traslado de los

cementerios a la periferia de las poblaciones y la mejora de los servicios urbanos de limpieza y

alcantarillado, mejoraron los resultados en la lucha contra las epidemias.

Madrid, que tenía unos 160.000 habitantes a mediados del siglo XVIII, era la mayor de las

ciudades y la sede de la Corte, de los órganos de gobierno y del aparato burocrático. Barcelona

llegó a los 100.000 habitantes a finales de siglo, cifra a la que se aproximaban Sevilla y

Valencia, mientras que Cádiz alcanzó los 70.000 habitantes en la época de su apogeo comercial y

Granada unos 50.000; por el contrario, Bilbao y Santander no superaron los 10.000 habitantes y

el resto de las ciudades españolas estaba muy por debajo de estas cifras.

Los monarcas borbónicos se preocuparon siempre por estimular el crecimiento demográfico y

por llevar un control de la población española, que era considerada el fundamento de la riqueza

del país. Esto explica los recuentos generales de población que los diferentes gobiernos

realizaron durante el siglo XVIII (Campoflorido en 1712-1717, catastro de Ensenada en 1752,

censo de Aranda en 1768 y censo de Floridablanca en 1787).

3.2. La sociedad estamental española

La población española estaba organizada y dividida en tres grupos o estamentos diferentes:

nobleza, clero y pueblo llano. Esta sociedad se caracterizaba por la escasa movilidad y por la

existencia de profundas desigualdades jurídicas entre los diferentes grupos sociales.

Durante el Antiguo Régimen, el estamento nobiliario formaba un grupo minoritario y

privilegiado que se distinguía por su poder económico, su prestigio social y su influencia

política. Aunque a la nobleza se pertenecía por nacimiento, también era posible acceder a este

estamento mediante la concesión regia de un condado o un marquesado como recompensa

individual a los servicios prestados al monarca. Un reducido número de nobles (en torno al 5%

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del total de la población de España en el siglo XVIII) acaparaba la propiedad de enormes

extensiones de tierras de cultivo y disfrutaban de importantes privilegios, como la exención del

pago de impuestos. Sin embargo, la nobleza formaba un grupo heterogéneo ya que en su interior

existían importantes diferencias de renta, poder y riqueza. Durante mucho tiempo, los nobles

demostraron su superioridad sobre el resto de la población negándose a desempeñar todo tipo de

oficios manuales y actividades económicas que consideraban viles, propias de esclavos e

indignas de su elevada condición. Asimismo, los nobles ocupaban siempre un lugar destacado y

principal en todos los actos públicos y ceremonias (procesiones religiosas, misas, desfiles,

fiestas). Su prestigio fue respetado y aceptado por el resto de la sociedad hasta mediados del

siglo XVIII, cuando comenzaron a multiplicarse las críticas. Entonces, sus privilegios fueron

combatidos por considerarse que estaban injustificados y los mismos nobles empezaron a ser

descalificados y tachados de ociosos, inútiles y parásitos. En el plano político, los aristócratas

ocupaban casi todos los altos cargos del Estado (ministros, consejeros, intendentes, embajadores,

generales, gobernadores provinciales, jueces y alcaldes). Dentro del ejército, y aunque los nobles

se beneficiaban del privilegio de quedar exentos del servicio militar obligatorio, se exigía como

requisito indispensable para acceder al cargo de oficial la pertenencia al estamento nobiliario.

Al clero católico pertenecía aproximadamente el 5% de los españoles. Aunque cualquiera podía

ingresar en el estamento eclesiástico, los altos cargos de la jerarquía clerical -cardenales,

arzobispos, obispos- eran ocupados casi siempre por individuos pertenecientes a importantes

familias nobiliarias. Por el contrario, el origen social de muchos sacerdotes rurales era

sumamente modesto y con frecuencia se trataba de hijos de labradores. Con respecto a las formas

de vida y a los niveles educativos, también encontramos enormes diferencias entre el alto y el

bajo clero. Los obispos poseían una educación esmerada y solían disfrutar de una vida opulenta y

lujosa, mientras que los párrocos de los pequeños pueblos tenían lo justo para sobrevivir y eran

ignorantes, holgazanes e inmorales. Las cuatro principales fuentes de ingresos económicos del

estamento eclesiástico español durante el Antiguo Régimen eran el cobro de los diezmos, las

rentas procedentes de sus tierras de cultivo y de sus inmuebles urbanos, las donaciones

voluntarias de los fieles y los pagos recibidos por los servicios religiosos (misas, funerales). Por

otro lado, la mayor parte del dinero ingresado por el clero era destinado al sostenimiento de

centros de caridad (orfanatos, hospitales, asilos), a la compra de obras de arte (esculturas,

cuadros, piezas de orfebrería) y a la construcción o reparación de edificios religiosos (iglesias,

catedrales, monasterios, seminarios). Asimismo, el clero contaba con una capacidad

extraordinaria para influir sobre las conciencias porque controlaba el contenido de la educación

de niños y jóvenes, tenía a su cargo la censura ideológica de las publicaciones escritas y gracias a

las predicaciones y el púlpito poseía un medio de comunicación único en su tiempo. A finales del

reinado de Carlos III había en España unos 3.200 conventos que albergaban a cerca de 78.000

miembros de las distintas órdenes religiosas del clero regular (25.000 monjas y 53.000 frailes), a

los que se sumaban los 71.000 sacerdotes (clero secular) y los más de 35.000 acólitos y

sacristanes.

Más del 85% de la población española en el siglo XVIII pertenecía al pueblo llano. Dentro de

este heterogéneo y numeroso grupo social se encontraba una gran diversidad de personas de muy

diferentes niveles de riqueza, condiciones y profesiones: campesinos con pequeñas propiedades

de tierras, agricultores arrendatarios, jornaleros, trabajadores asalariados urbanos, vagabundos,

mendigos, empleados del servicio doméstico, soldados y burgueses (banqueros, comerciantes,

dueños de talleres artesanales, burócratas, abogados, médicos, profesores, artistas).

3.3. La economía española durante el siglo XVIII

La economía española mantuvo un ritmo de crecimiento muy lento, con niveles de vida muy

bajos para la mayoría de la población, que vivía al límite de la subsistencia. La producción

aumentó poco, la inversión de capitales fue escasa y la falta de mano de obra especializada fue

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evidente. Las estructuras económicas no experimentaron grandes cambios y el crecimiento

económico fue más rápido en las regiones periféricas -especialmente en Cataluña- y mucho más

lento en las zonas interiores.

3.3.1. El sector agrario

La agricultura era el sector económico principal en la España del siglo XVIII, ya que toda la

población dependía directa o indirectamente de la prosperidad de los campos: el clero

porque percibía diezmos de los campesinos, la nobleza porque recibía rentas por el alquiler de

sus tierras, los artesanos porque los labradores formaban buena parte de su clientela y el

gobierno porque sus ingresos dependían de los impuestos pagados por el campesinado. Así, el

70% de la población activa trabajaba en la agricultura según el censo de Floridablanca de 1787.

A lo largo del siglo la producción agraria creció, aunque no aumentaron los rendimientos medios

por hectárea cultivada, ni la renta agraria por habitante. El crecimiento demográfico y la

necesidad de producir más alimentos provocó un aumento de la roturación y el cultivo de tierras

marginales, cuyos rendimientos eran muy bajos a causa de la mala calidad de los suelos y de las

arcaicas técnicas de labranza utilizadas. El incremento de la producción agraria se debió, por lo

tanto, al aumento de la superficie cultivada y no a la introducción de mejoras técnicas. Las

nuevas roturaciones se realizaron sobre terrenos baldíos, dehesas y pastizales, lo que causó

conflictos entre agricultores y ganaderos. Disminuyeron los pastos para la ganadería

trashumante, pero la Mesta logró defender sus tradicionales privilegios frente a la expansión de

los cultivos y los rebaños de ovejas conservaron las facilidades para el pastoreo y los privilegios

en sus desplazamientos.

Los cereales eran el cultivo predominante, sobre todo en Castilla, ya que constituían la base de

la alimentación. Las cosechas eran irregulares según las condiciones climáticas, lo que

provocaba cambios bruscos en los precios aunque, durante el siglo, tendieron al alza. Las

autoridades intentaron controlar los precios de los cereales, ya que las subidas bruscas siempre

podían provocar motines populares.

La introducción de nuevos cultivos (maíz y patata), la expansión de los viñedos por las nuevas

posibilidades del comercio del vino y la lenta creación de un mercado nacional produjeron una

mejora de la producción agrícola, que fue muy desigual según las distintas regiones.

En las regiones mediterráneas se introdujeron novedades que permitieron practicar una

agricultura intensiva de altos rendimientos. Se ampliaron los regadíos y se practicó la rotación de

cultivos. El arroz, el maíz, las hortalizas, el lino y el cáñamo y los frutales fueron cultivados con

buenos rendimientos para su venta en los mercados. En el litoral cantábrico aumentaron las

roturaciones y la explotación ganadera, lo que permitió el abonado, redujo el barbecho y

aumentó la producción.

El número de medianos y pequeños agricultores propietarios de tierras era muy bajo y

predominó el arrendamiento de tierras de propiedad señorial (nobiliaria o eclesiástica). En

Andalucía y amplias zonas de Castilla había muchos latifundios que eran explotados por

jornaleros asalariados o por labradores con contratos de arrendamiento a corto plazo. Los

propietarios, que casi siempre eran miembros de la nobleza, se reservaban la posibilidad de

disponer de sus tierras libremente y de aumentar las rentas que cobraban a los campesinos por el

alquiler de las parcelas de cultivo.

Los mayores propietarios de tierras en la España del siglo XVIII eran la Corona (que poseía

grandes extensiones de terreno de escaso aprovechamiento agrario como montes y bosques), la

Iglesia (que aproximadamente tenía la propiedad del 15% de la superficie española y cuyas

tierras eran de gran calidad y se destinaban al arrendamiento), los nobles (predominaban los

mayorazgos) y los municipios (que poseían tierras comunales de aprovechamiento vecinal y

colectivo).

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La mayoría de los campesinos no consiguieron mejorar sus míseras condiciones de vida a lo

largo del siglo XVIII y, por término medio, entregaban anualmente (en especie o en metálico) el

10% de su producción al clero (en concepto de diezmos), el 25% a los propietarios de las tierras

(en concepto de rentas) y el 5% al Estado (en concepto de pago de impuestos).

3.3.2. El artesanado y las manufacturas

A lo largo del siglo XVIII, especialmente en la segunda mitad, aumentó la demanda de productos

manufacturados debido al crecimiento de la población y a la ligera mejora del nivel de vida.

Según el censo de Floridablanca (1787), el 14% de la población activa se dedicaba a actividades

industriales.

El artesanado tradicional predominó en la España del siglo XVIII; los pequeños talleres, en los

que trabajaba un maestro con uno o varios oficiales y aprendices, se situaban preferentemente en

las ciudades y abastecían al mercado local. Las corporaciones gremiales controlaban los oficios

artesanales, eliminaban la competencia y establecían estrictas normativas que regulaban y

protegían el trabajo de los agremiados.

La demanda de productos textiles hizo que aumentasen las manufacturas rurales, en las que

trabajaban campesinos durante el tiempo que dejaban libre las faenas agrícolas. A finales del

siglo XVIII había en Castilla unos 7.000 telares dispersos por hogares campesinos y varios miles

de productores realizaban trabajos de pañería, sedería o lencería. El hilado y cardado lo

realizaban las mujeres campesinas en sus propias viviendas, donde fabricaban los tejidos con

telares manuales.

Las manufacturas reales, sostenidas con dinero gubernamental, surgieron para atender las

necesidades del Estado. Por ejemplo, los astilleros de El Ferrol, Cádiz y Cartagena, y las fábricas

siderúrgicas de La Cavada y Liérganes (en Cantabria) fabricaban material bélico. Las fábricas de

tabacos de Sevilla y la de naipes de Málaga y Madrid también fueron creadas por el Estado para

aumentar los recursos de la Hacienda pública. Mientras que para la producción de artículos de

lujo destinados a los Reales Sitios se fundaron las Reales Fábricas de tapices en Santa Bárbara,

de porcelana en el Buen Retiro y de cristal en La Granja de San Ildefonso. Estas Reales Fábricas

no fueron rentables, fracasaron y, a pesar de la protección estatal, ocasionaron grandes pérdidas a

la Hacienda pública. El Estado borbónico también impulsó algunas empresas fabriles privadas, a

las que otorgó privilegios fiscales o comerciales. En otras ocasiones, el gobierno gestionó

préstamos para financiar iniciativas particulares, como sucedió con la Fábrica de Paños Finos de

Segovia.

En cualquier caso, las fábricas de «indianas» de Cataluña supusieron el verdadero punto de

partida de la industria moderna en nuestro país. Tras la Guerra de Sucesión, la producción de

manufacturas textiles aumentó gracias al incremento de la demanda y a la protección del

Estado que, en 1718, prohibió la importación de telas asiáticas. La expansión de las fábricas de

tejidos de algodón estampados o «indianas» se produjo a partir de 1768 gracias a las nuevas

modas, al incremento de la demanda interna y a la exportación a las Indias, que aumentó tras los

decretos de libertad de comercio (1765-1778). En estas fábricas creadas con el dinero aportado

por los empresarios catalanes trabajaban numerosos asalariados y, desde 1780, se comenzó a

mecanizar la producción con nuevas máquinas traídas desde Inglaterra. El sector textil catalán

continuó su expansión hasta finales del siglo XVIII, cuando las guerras interrumpieron las

exportaciones al mercado americano y entonces comenzó la crisis de las fábricas catalanas,

aumentó el paro y los salarios se redujeron.

3.3.3. El comercio

A lo largo del siglo XVIII, el Estado borbónico promovió la actividad mercantil con el objetivo de

lograr el equilibrio de la balanza comercial española. Por ejemplo, el gobierno apoyó la creación

de Compañías Privilegiadas, que eran empresas de propiedad privada que recibían del Estado la

concesión del monopolio sobre determinadas rutas o productos comerciales a cambio del pago de

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unas tasas. Aunque el fomento del comercio fue una empresa complicada que chocó con

múltiples dificultades, los intercambios comerciales interiores y exteriores aumentaron,

favorecidos por la buena coyuntura económica internacional y por el aumento de la población.

a) El comercio interior.

El movimiento de mercancías era escaso y, en general, las regiones se autoabastecían con lo que

se producía en su interior.

La capacidad de consumo de la población española era muy escasa porque los impuestos del

Estado, las rentas nobiliarias y los diezmos eclesiásticos dejaban poco margen para la

subsistencia de la mayoría de los españoles. Además, las instituciones y privilegios tradicionales

representaban un obstáculo para la expansión del comercio aunque, desde principios de siglo, el

gobierno eliminó las aduanas interiores entre los antiguos reinos (excepto las de Navarra y el

País Vasco), pero no fue capaz de suprimir los peajes interiores que gravaban el paso de

mercancías por las propiedades señoriales.

El comercio interior siguió estando muy controlado por el Estado y por las autoridades locales, a

pesar de los decretos sobre libertad de comercio, y la Hacienda pública mantuvo el monopolio

sobre determinados productos (sal y tabaco) con los que obtenía importantes ingresos fiscales.

Las pésimas comunicaciones interiores también entorpecieron la expansión del comercio. Al

terminar la Guerra de Sucesión, Felipe V promovió la reparación y ampliación de la red de

caminos para empedrar y ensanchar algunos tramos y convertirlos en carreteras que permitieran

el tráfico de carros. Con Fernando VI se iniciaron las obras de mejora de la carretera Madrid-La

Coruña, así como de las vías que comunicaban Castilla con los puertos cantábricos, desde los

cuales se exportaba lana y se importaban productos europeos.

El proyecto de una red radial de carreteras que uniese Madrid con la periferia se inició con

Carlos III, pero no fue concluido por el elevado coste de las obras. A pesar de ello, se

construyeron unos 1.200 km de carreteras y numerosos puentes y canales; también se mejoró la

vigilancia de los caminos que eran peligrosos por los ataques de bandoleros. Esta política

centralista atendía a la importancia que tenía el abastecimiento de Madrid como principal centro

consumidor de España. La Compañía General y de Comercio de los Cinco Gremios de Madrid

recibió del Estado el privilegio de organizar el abastecimiento de la capital y desde mediados de

siglo extendió sus actividades a toda España.

b) El comercio exterior.

El comercio marítimo con América y Europa experimentó una importante expansión durante el

siglo XVIII. Las mercancías americanas, cuyo comercio era monopolio de España, eran

distribuidas a Europa y dejaban enormes beneficios en impuestos para el Estado. La economía

española siempre entró en crisis cuando las guerras interrumpieron el tráfico con América, por

este motivo el comercio con los territorios coloniales americanos fue esencial para el Estado

español, que tuvo que hacer frente a la competencia de Inglaterra, Holanda y Francia, que se

esforzaron por romper el monopolio español del comercio americano.

Las actividades de los contrabandistas y las dificultades para impedir la entrada de mercancías

inglesas en las colonias americanas obligaron al gobierno a eliminar las restricciones al libre

comercio con América. Desde 1765 a 1778, durante el reinado de Carlos III, se fue ampliando la

libertad para comerciar con América a todos los puertos españoles y a finales de siglo también se

concedió la libertad comercial a todos los puertos americanos.

4. La América española durante el siglo XVIII

4.1. Población y sociedad

La colonización española produjo en América una nueva configuración étnica que fue resultado

de la convivencia y de la mezcla de la población indígena, la española y la africana. Así, en

América tuvo lugar una nueva síntesis racial y cultural, que se tradujo en una estructura social de

carácter multirracial. Los diferentes grupos étnicos y sus mezclas se reflejaban en los censos de

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finales del siglo XVIII, que clasificaban a la población en cuatro categorías: blancos, indios, libres

de varios colores y esclavos de varios colores.

La población indígena disminuyó drásticamente hasta el siglo XVIII, cuando la cifra de

amerindios se estabilizó e, incluso, inició una cierta recuperación en ciertas zonas como México

y Centroamérica. Se calcula que a finales de siglo había cerca de 8.000.000 de indígenas (el 40%

de la población total) concentrados en las regiones rurales interiores de México, Centroamérica y

Perú.

La población blanca estaba formada por españoles (peninsulares) y sus descendientes nacidos

en América (criollos), además de europeos de distinta procedencia. En 1790, había algo más de

3.000.000 de blancos establecidos en América, aproximadamente un 20% de la población total.

La emigración de españoles fue controlada por el Estado a través del permiso que debía otorgar

la Casa de Contratación de Sevilla (se exigía ser «cristiano viejo» y tener «buenas costumbres»).

En el siglo XVIII, se otorgaron unas cuatrocientas licencias anuales y, aunque la emigración ilegal

fue mayor, nunca hubo una corriente migratoria masiva porque el estancamiento de la población

peninsular lo impidió. Los blancos peninsulares solían ocupar los altos cargos de la

Administración colonial, lo que provocó el descontento entre los criollos americanos, que

poseían poder económico y prestigio social pero que se veían apartados de los principales

puestos de poder político. Las rivalidades entre peninsulares y criollos aumentaron a finales del

el siglo XVIII, cuando muchos criollos que se habían educado en universidades de España y

Europa entraron en contacto con las nuevas ideas liberales e ilustradas.

La población negra procedía del tráfico de esclavos, que estaba controlado por la Corona. En el

siglo XVIII, España concedió el monopolio del «asiento de negros» a Inglaterra, pero la trata se

fue liberalizando entre 1789 y 1795, en que se decretó la total libertad del comercio negrero con

la América española. Los esclavos que llegaron a América procedían del golfo de Guinea, África

del Sur, Angola y Mozambique. Se cree que más de 6.000.000 de africanos fueron vendidos

como esclavos en América durante todo el siglo XVIII. En aquellas zonas donde la población

indígena había desaparecido a causa de las enfermedades que trajeron los colonizadores, la

población negra llegó a ser mayoritaria (en Cuba constituía el 55% de la población total hacia

1790). Los esclavos negros (1.000.000 hacia 1790) ocupaban el estrato social más bajo en la

sociedad colonial y trabajaban en las minas, en las plantaciones y en el servicio doméstico.

El mestizaje comenzó desde los primeros momentos de la conquista de América y la mezcla de

razas dio lugar a multitud de subgrupos y categorías que se trasladaban a la estructura social. Los

mestizos -que a finales del siglo XVIII constituían la tercera parte de la población total de la

América hispana con más de 6.000.000 de personas- estaban discriminados, ya que no podían

ejercer cargos municipales, ni sacerdotales y tampoco eran admitidos en algunos gremios.

Durante el siglo XVIII, la población de la América hispana experimentó un fuerte crecimiento y

alcanzó la cifra de 16.000.000 de habitantes, con una distribución muy irregular. Las mayores

concentraciones de población se localizaban en las áreas costeras, en torno a los grandes puertos,

mientras que en las zonas del interior existían enormes regiones despobladas.

4.2. La administración de América durante el siglo XVIII

Los máximos organismos de la administración colonial fueron el Consejo de Indias y la Casa de

Contratación. En el Consejo de Indias -que ejerció funciones administrativas, judiciales y

fiscales- se nombraban a todos los cargos (civiles y eclesiásticos) de la compleja burocracia

indiana. Por su parte, la Casa de Contratación, que se encargaba de todos los asuntos referentes

al comercio y navegación a las Indias, tuvo su sede en Sevilla y después fue trasladada a Cádiz.

Las reformas que la nueva dinastía borbónica implantó en España también afectaron a la

administración de las colonias americanas. El Consejo de Indias perdió atribuciones, que pasaron

a las nuevas Secretarías desde 1717, y muchas de las funciones de la Casa de Contratación

también pasaron a ser desempeñadas por un Intendente General marítimo.

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Asimismo, los antiguos virreinatos (enormes divisiones políticas y administrativas de los

territorios americanos) fueron reorganizados y subdivididos. El virreinato de Nueva España, con

capital en México, abarcaba todos los territorios al norte de Panamá, las islas del Caribe y

Venezuela. El resto de los territorios constituían el virreinato de Perú. No obstante, a lo largo del

siglo XVIII se crearon los virreinatos de Nueva Granada (en 1717) con capital en Santa Fe de

Bogotá (Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador), y del Río de la Plata (en 1776) cuya capital

se fijó en la ciudad de Buenos Aires (Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia). El virrey,

como máximo representante del rey, dirigía la burocracia americana. En el siglo XVIII, los cargos

de virreyes fueron desempeñados por militares y eclesiásticos peninsulares, pero su poder quedó

limitado con la introducción de los intendentes en América.

Hasta principios del siglo XVIII, la administración colonial estuvo controlada por los criollos, que

se dedicaron a comprar los cargos. Posteriormente, el gobierno prohibió la venta de cargos

públicos y se preocupó de reorganizar la burocracia americana, nombrando a profesionales para

ejercer los puestos de responsabilidad. Este mayor control estatal contribuyó a mejorar la

eficacia de la administración indiana, a limitar la corrupción y a aumentar los ingresos fiscales

que llegaban a la Corona española, pero desencadenó el descontento de los criollos, que se

sintieron apartados de los puestos de poder.

4.3. La economía colonial

Durante el siglo XVIII, el gobierno español llevó a cabo la explotación económica de los

territorios americanos siguiendo planteamientos mercantilistas. Así, se intentó incrementar la

exportación de manufacturas españolas hacia América y se promovió la libertad de comercio con

las Indias, pero sin renunciar al monopolio español.

La explotación de las minas mejoró gracias a la introducción de nuevas técnicas de extracción

y, tras el agotamiento de Potosí, los yacimientos de Nueva España (México) permitieron una alta

producción de plata. Así, los envíos de oro y plata americanos a España fueron abundantes y

lograron equilibrar la balanza de pagos.

La agricultura americana también tuvo un importante desarrollo y se orientó a la

especialización, dirigiendo su producción al comercio europeo, que demandaba diversos

productos coloniales (algodón, café, cacao, tabaco, azúcar). Se formaron grandes latifundios,

donde se practicaba una agricultura intensiva y de altos rendimientos orientada al comercio, y

donde se introdujeron cultivos, especies ganaderas y técnicas agrícolas europeas. Aunque la

Corona española reconoció la propiedad de las tierras comunales indígenas, los indios fueron de

hecho despojados de sus terrenos por los blancos.

Por el contrario, las industrias americanas experimentaron un ritmo de crecimiento mucho más

limitado, ya que el gobierno colonial no estuvo interesado en su fomento, sino en la introducción

de manufacturas llegadas desde España. En las ciudades, los oficios artesanales (especialmente

la fabricación de prendas de vestir, de esculturas religiosas, de muebles, de instrumentos

musicales y de objetos de orfebrería y platería) se organizaron con reglamentaciones gremiales.

El comercio americano, la principal fuente de ingresos del gobierno español, se basó en la

defensa del monopolio en los intercambios con las Indias. Desde 1717, Cádiz fue el puerto

que centralizó el comercio americano, en vez de Sevilla. Así, el decreto de libre comercio de

1778 no significó la renunciaba al monopolio comercial de España, pero permitió que 13 puertos

españoles comerciasen con 24 puertos americanos. Esta liberalización reactivó los intercambios

y generó importantes beneficios económicos a los comerciantes americanos y españoles.

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ACTIVIDADES

1. Texto histórico. El tratado de Utrecht (1713).

«Art. 10. El Rey Católico de las Españas, por sí y por sus herederos, y sucesores, cede por este

tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de

Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha

propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin

excepción ni impedimento alguno. Pero para evitar cualesquiera abusos y fraudes en la

introducción de mercancías [...] la dicha propiedad se cede a la Gran Bretaña sin jurisdicción

alguna territorial y sin comunicación abierta con el país circunvecino por parte de tierra. [...]

Se puede comprar a dinero de contado en tierra de España circunvecina la provisión y demás

cosas necesarias para uso de las tropas del presidio, de los vecinos y de las naves surtas en el

puerto [...].

Art. 11. El Rey Católico de las Españas cede también a la Corona de la Gran Bretaña la isla de

Menorca (…)

Art. 12. El Rey Católico da y concede a Su Majestad Británica la facultad de introducir negros en

diversas partes de los dominios de SU Majestad Católica en América, que vulgarmente se llama

el asiento de negros; el cual se les concede con exclusión de los españoles y de otros

cualesquiera por espacio de treinta años»

1. ¿Por qué la sucesión de la Corona española se consideró un asunto de política

internacional?

2. ¿Por qué Luis XIV de Francia y el emperador Leopoldo I de Austria aspiraban al trono

de España?

4. ¿En qué escenarios se desarrolló la Guerra de Sucesión española? ¿Qué rasgos y

motivos tuvo en cada escenario?

5. ¿Qué acontecimiento precipitó el final de la Guerra de Sucesión? ¿Qué consecuencias

tuvo la cesión de Gibraltar a Gran Bretaña?

6. Cita las principales consecuencias de la paz de Utrecht y los cambios territoriales que

estableció.

2. Texto histórico. Decreto de abolición de los fueros de Aragón y Valencia (1707).

«Considerando haber perdido los Reinos de Aragón y de Valencia, y a todos sus

habitadores por la rebelión que cometieron, faltando enteramente al juramento de fidelidad

que me hicieron como su legítimo Rey y Señor, todos los fueros, privilegios, exenciones y

libertades que gozaban, y que con tal liberal mano se les habían concedido, así por mí

como por los Señores Reyes mis predecesores, particularizándolos en esto de los demás

Reinos de esta Corona; y tocándome el dominio absoluto de los referidos Reinos de

Aragón y de Valencia, pues a la circunstancia de ser comprendidos en los demás que tan

legítimamente poseo en esta Monarquía, se añade ahora la del justo derecho de la

conquista que de ellos ha hecho últimamente mis Armas con el motivo de su rebelión; y

considerando también que uno de los atributos de la Soberanía es la imposición y

derogación de leyes (..) he juzgado por conveniente (así por esto como por mi deseo de

reducir todos mis Reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos,

costumbres y Tribunales, gobernándose igualmente todos por las leyes de Castilla tan

loables y plausibles en todo el Universo) abolir y derogar enteramente (...) todos los

referidos fueros, privilegios, práctica y costumbre hasta aquí observadas en los referidos

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Reinos de Aragón y de Valencia; siendo mi voluntad, que estos se reduzcan a las leyes de

Castilla, y al uso, práctica y forma de gobierno que se tiene en ella y en sus Tribunales sin

diferencia en nada; pudiendo obtener por esta razón mis fidelísimos vasallos los

Castellanos oficios y empleos en Aragón y en Valencia, de la misma manera que los

Aragoneses y Valencianos han de poder en adelante gozarlos en Castilla sin distinción

(...)»

1. Clasifica el texto, indicando las circunstancias históricas concretas en las que fue

redactado y su destino.

2. Indica la idea fundamental y las ideas secundarias.

3. El texto es parte de los Decretos de Nueva Planta dictados por Felipe V.

-¿Qué significa la Nueva Planta?

-¿Por qué fueron impuestos estos decretos en Aragón y en Valencia?

-¿Fueron aplicados en algún otro reino de la Corona española? ¿Por qué?

-¿Quedó alguna zona de la Corona española exenta de la Nueva Planta?

-¿Qué supuso la abolición de los fueros para la Administración pública?

-¿Qué concepto de soberanía expresa Felipe V en el Decreto?

-¿Existen diferencias respecto a la concepción del Estado de la dinastía

Habsburgo?

3. Texto histórico. Discurso sobre el fomento de la industria popular.

«Los medios de animar las fábricas bastas y finas son harto sencillos, pero requieren

celo y personas que instruyan las gentes, además de ayudarlas con los auxilios

necesarios.

1. En primer lugar los Párrocos deben exhortar útilmente a sus feligreses, según la

calidad del país y cosecha de sus materiales, a emplearse en la industria más análoga

a él. Así lo hacen en algunas partes de Francia, y en Rusia han tomado este camino,

para hacer conocer al pueblo ignorante lo que le conviene. Es una obra de caridad tal

instrucción, y antes de podérsela dar los Curas, y demás eclesiásticos, deben ellos

mismos instruirse de estos principios y máximas nacionales. El pueblo los respeta

por su carácter sacerdotal, y los escuchará con mayor atención.

2. Los Caballeros y gentes acomodadas pueden auxiliar a sus renteros; y en esta

protección auxiliar recogerán no corto fruto de sus tareas; porque venderán mejor

sus frutos; crecerá la población; y las tierras se cultivarán mejor. La riqueza es el

sobrante de lo necesario para el sustento del pueblo. Si este permanece ocioso y

pobre, poca puede ser la riqueza de los nobles.»

Don Pedro Rodríguez, conde de Campomanes, 1774.

1. Clasifica el texto: tipo de texto, circunstancias históricas, destino y comentario sobre

su autor.

2. Indica la idea fundamental y las secundarias.

3. Responde a las siguientes cuestiones:

-¿Qué novedades introdujo Carlos III en el gobierno de España? ¿Qué actitud tenía el

rey respecto a sus súbditos?

-¿Qué funciones y cargos desempeñó Campomanes en los equipos de gobierno de

Carlos III?

-¿Qué nuevas ideas representaba Campomanes?

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-¿Qué concepto tiene sobre la riqueza? ¿Tiene este concepto alguna relación con la

fisiocracia y con el mercantilismo?

4. ¿Qué funciones tuvieron las Academias? ¿Con qué objetivos fueron fundadas?

5. Señala las características y objetivos de la política exterior española durante los

reinados de Felipe V y de Fernando VII.

6. ¿Qué fueron los Pactos de Familia? ¿Cuáles fueron sus finalidades y

repercusiones?

7. Define el concepto de despotismo ilustrado. ¿Qué reyes europeos se pueden

considerar déspotas ilustrados?

8. Explica las circunstancias, las causas y las consecuencias de los motines de 1766.

9. Define el término regalismo y cita algunas de las principales medidas regalistas de

Carlos III.

10. Analiza las repercusiones que tuvo, en España y en América, la expulsión de los

jesuitas. ¿Qué influencia tuvo la expulsión de los jesuitas sobre la enseñanza?

11. ¿Qué eran los vales reales y cuándo se establecieron?

12. ¿Cuál fue el proyecto ilustrado de mayor envergadura que se llevó a cabo para

fomentar y mejorar la agricultura durante el reinado de Carlos III? Explica también

los resultados de la política agraria impulsada por el gobierno carlotercerista. ¿Se

lograron los objetivos propuestos?

12. ¿Quiénes eran y qué papel histórico desempeñaron los siguientes personajes?

Patiño

Ensenada

Esquilache

Olavide

Juvarra

Isabel de Farnesio

13. Explica los siguientes conceptos y hechos históricos:

Intendentes

Secretarías

Guerra de los Siete Años

Paz de Versalles (1783)

Reales Fábricas

Nuevas Poblaciones de Sierra Morena

14. Señala las características de cada uno de los estamentos en la España del Antiguo

Régimen.

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15. Describe la situación de los distintos grupos raciales en la América española del siglo

XVIII:

Indígenas:

Blancos:

Negros:

Mestizos: