Espacio Publico Como Ideologia Delgado. 2008

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGAManuel Delgado

    Universitat de BarcelonaInstitut Catal d Antropologia

    1.El espacio pblico como categora poltica

    La nocin de espacio pblico se ha generalizado en las ltimas dcadas

    como ingrediente fundamental tanto de los discursos polticos relativos al con-

    cepto de ciudadana y a la realizacin de los principios igualitaristas atribuidps

    a los sistemas nominalmentedemocrticos, como deun urbanismo y una arqui-

    tectura que, sin desconexin posible con esos presupuestos polticos, trabajan

    de una forma no menos ideologizada aunque nunca se explicite tal dimen-

    sin la cualificacin y la posterior codificacin de los vacios urbanos que pre-

    ceden o acompaan todo entorno construido, sobre todo si ste aparece resul-

    tado de actuaciones de reforma o revitalizacin de centros urbanos o de zonas

    industriales consideradas obsoletas y en proceso de reconversin. Ciertamen-

    te, se ha conseguido que el espacio pblico acabe pareciendo un hecho natu-

    ral, hasta tal punto se da por supuesta su inmanencia como elemento de toda

    morfologa urbana y como destino de todo tipo de intervenciones urbanzado-

    ras, en el doble sentido de objeto de urbanismo y de urbanidad. En cambio,

    sera importante preguntarse a partir de cundo ese concepto de espacio pbli-

    co se ha implementado de forma central en las retricas poltico-urbansticas y

    en sus correspondientes agendas. La respuesta nos llevara enseguida a de-

    tectar ese momento coincidiendo con el arranque de las grandes dinmicas de

    terciarizacin, gentrificacin y tematizacin que han conocido casi todas las

    ciudades europeas, en procesos ya de alcance planetario. Tampoco ese prota-

    gonismo discursivo no se ha visto siempre acompaado de una verdadera con-

    sideracin de fundamentos que, ms all desealarla gnesis terica del con-

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    cepto Arendt, Habermas, Kosselleck , se haya detenido en considerar lafun-

    cin y la intencionalidad ideolgicas que lo han hecho hasta tal punto pertinen-

    te,

    Sobre todo, extraa que la opcin conceptual por espacio pblico se

    haya llevado a cabo en detrimento de otras que podran parecer ms indicadas

    a la hora de reconocer la pluralidad de usos, significados y funciones de un es-

    pacio de y para los encuentros y las intersecciones.Reconozcamos, de entrada

    que, dejando de lado su acepcin jurdica como espacio de titularidad pblica,

    es decir propiedad del Estado y sobre el que slo el Estado tiene autoridad, la

    idea de espacio pblico, tal y como se aplica en la ac tualidad, trasciende de

    largo la distincin bsicaentre pblico y privado, que se limitara a identificar el

    espacio pblico como espacio de visibilidad generalizada, en la que los copre-

    sentes forman una sociedad por as decirlo ptica, en la medida en que cada

    una de sus acciones est sometida a la consideracin de los dems, territorio

    por tanto de exposicin, en el doble sentido de de exhibicin y de riesgo. Ese

    conceptovigente de espacio pblico quiere decir algo msque espacio en que

    todos y todo es perceptible y percibido. Es por ello por ese algo ms que ha

    parecido preferible al viejo concepto de calle, an antes de que sta haya visto

    reconocido su naturaleza no de sitio, sino de autntica institucin social. Pero,

    puestos a encontrar categoras ms amplias, capaces eventualmente de abar-

    car otros mbitos de coincidencia entre extraos y en los que se produce un

    tipo especfico de sociabilidad la plaza, el mercado, el vestbulo de estacin, el

    parque, la playa, etc. , bien se hubieran podido escoger otras denominaciones,

    como espacio social , espacio comn , espacio compartido, espacio colecti-

    vo , etc. Acaso ms indicado todava hubiera sido el concepto de espacio ur-

    bano , no como espacio de la ciudad , sino en el sentido que Lefebvre (1976)o Remy (Remy y Voye, 1992)hubieran propuesto comoespacio-tiempo dife-

    renciadopara la reunin, que registra un intercambio generalizado y constante

    de informacin y que se ve vertebrado por la movilidad.

    Trascendiendo esas definiciones de espacio pblico como espacio social

    o colectivo por excelencia, el trmino, tal y como se tiende a usar en el momen-

    to actual, no se limita a ejecutar una voluntad descriptiva, sino que vehicula una

    fuerte connotacin poltica. Como concepto poltico, espaciopblicoquiere de-cir esfera de coexistencia pacfica y armoniosa de lo heterogneo de la socie-

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    dad, marco en que se supone que se conforma y se confirma la posibilidad de

    estar juntos sin que, como escribiera Hannah Arendt, caigamos unos sobre

    otros (Arendt, 1998 [1958]: 62). Ese espacio pblico se puede esgrimir como

    la evidencia de que lo que nos permite hacer sociedad es que nos ponemos de

    acuerdo en un conjunto de postulados programticos en el seno de las cuales

    las diferencias se ven superadas, sin quedar olvidadas ni negadas del todo,

    sino definidas aparte, en ese otro escenario al que llamamos privado. Ese es-

    pacio pblico se identifica, por tanto, como mbito de y para el libre acuerdo

    entre seres autnomos y emancipados que viven en tanto se encuadran en l,

    una experiencia masiva de desafiliacin.

    La esfera pblica es, entonces, en el lenguaje poltico, un constructo en

    el que cada ser humano se ve reconocido como tal en relacin y como la rel a-

    cin con otros, con los que se vincula a partir de pactos reflexivos permanen-

    temente reactualizados. Esto es un espacio de encuentro entre personas libres

    e iguales que razonan y argumentan en un proceso discursivo abierto dirigido

    al mutuo entendimiento y a su autocomprensin normativa (Sahui, 2000: 20).

    Ese espacio es la base institucional misma sobre la que se asienta la posibil i-

    dad de una racionalizacin democrtica de la poltica. Por supuesto que es in-

    dispensable aqu atender la conocida genealoga que Jrgen Habermas (1981

    [1962]), que sealaba esa idea de espacio pblico como derivacin de la publ i-

    cidad ilustrada, ideal filosfico originado en Kant del que emana el ms am-

    plio de los principios de consenso democrtico, nico principio que permite ga-

    rantizar una cierta unidad de lo poltico y de lo moral, es decir la racionalizacin

    moral de la poltica. Todo ello de acuerdo con el ideal de una sociedad culta

    formada por personas privadas iguales y libres que, siguiendo el modelo del

    burgus librepensador, establecen entre si un concierto racional, en el sen tidode que hacen un uso pblico de su raciocinio en orden a un control pragmtico

    de la verdad. De ah la vocacin normativa que el concepto de espacio pblico

    viene a explicitar como totalidad moral, conformado y determinado por ese de-

    ber ser en torno al cual se articulan todo tipo de prcticas sociales y polticas,

    que exigen de ese marco que se convierta en lo que se supone que es.

    Ese fuerte sentido eidtico, que remite a fuertes significaciones y com-

    promisos morales que deben verse cumplidos, es el que la nocin de espaciopblico se haya constituido en uno de los ingredientes conceptuales bsicos de

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    la ideologa ciudadanista, ese ltimo refugio doctrinal en que han venido a res-

    guardarse los restos del izquierdismo de clase media, pero tambin de buena

    parte de lo que ha sobrevivido del movimiento obrero (C., s.f.; Domnguez,

    2007). El ciudadanismo se plantea, como se sabe, como una especie de de-

    mocraticismo radical que trabaja en la perspectiva de realizar empricamente el

    proyecto cultural de la modernidad en su dimensin poltica, que entendera la

    democracia no como forma de gobierno, sino ms bien como modo de vida y

    como asociacin tica. Es en ese terreno donde se desarrolla el moralismo

    abstracto kantiano o la eticidad del Estado constitucional moderno postulada

    por Hegel. Segn lo que Habermas presenta como paradigma republicano

    diferenciado del liberal el proceso democrtico es la fuente de legitimidad de

    un sistema determinado y determinante de normas. La poltica, segn ese pun-

    to de vista, noslo media, sino que conforma o constituye la sociedad, enten-

    dida como la asociacin libre e igualitaria de sujetos conscientes de su depen-

    dencia unos respecto de otros y que establecen entre s vnculos de mutuo re-

    conocimiento. Es as que el espacio pblico vendra a ser ese dominio en que

    ese principio de solidaridad comunicativa se escenifica, mbito en que es posi-

    ble y necesario un acuerdo interaccional y una conformacin discursiva copro-

    ducida.1

    El ciudadanismo es, hoy, la ideologa de eleccin de la socialdemocra-

    cia, que, como escriba Mara Toledano (2007), lleva tiempo preocupada por la

    necesidad de armonizar espacio pblico y capitalismo, con el objetivo de alcan-

    zar la paz social y la estabilidad que permita preservar el modelo de explotaci-

    n sin que los efectos negativos repercutan en su agenda de gobierno . Pero el

    ciudadanimso es tambin el dogma de referencia de un conjunto de movimien-

    tos de reforma tica del capitalismo, que aspiran a aliviar sus efectos medianteuna agudizacin de los valores democrticos abstractos y un aumento en las

    competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algn modo que

    la exclusin y el abuso no son factores estructura les, sino meros accidentes o

    contingencias de un sistema de dominacin al que se cree posible mejorar ti-

    camente. Como se sabe, esa ideologia, que no impugna el capitalismo, sino

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    mbitos para los que, por cierto, el interaccionismo simblico y la etnometodologa han pr o-puesto respectivamente sus correspondientes disciplinas analticas.

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    sus excesos y su carencia de escrpulos, llama a movilizaciones masivas

    destinadas a denunciar determinadas actuaciones pblicas o privadas conside-

    radas injustas, pero sobre todo inmorales, y lo hace proponiendo estructuras de

    accin y organizacin lbiles, basadas en sentimientos colectivos mucho ms

    que en ideas, con un nfasis especial en la dimensin performativa y con fre-

    cuencia meramente artstica o incluso festiva de la accin pblica. Prescin-

    diendo de cualquier referencia a la clase social como criterio clasificatorio, remi-

    te en todo momento a un difusa ecumene de individuos a los que unen no sus

    intereses, sino sus juicios morales de condena o aprobacin.

    En tanto que instrumento ideolgico, la nocin de espacio pblico, como

    espacio democrtico por antomasia, cuyo protagonista es ese ser abstracto al

    que damos en llamar ciudadano, se correspondera bastante bien con algunos

    conceptos que Marx propusiera en su da. Uno de los ms adecuados, tomado

    de la Crtica a la filosofa del Estado de Hegel(Marx, 2002[1844]), seria el de

    mediacin, que expresa una de las estrategias o estructuras mediante las cua-

    les se produce una conciliacin entre sociedad civil y Estado, como si una cosa

    y otra fueran en cierto modo lo mismo y como si se hubiese generado un terri-

    torio en el que hubieran quedado cancelados los antagonismos sociales. El

    Estado, a travs de tal mecanismo de legitimacin simblica, puede aparecer

    ante sectores sociales con intereses y objetivos incompatibles y al servicio de

    uno de los cuales existe y actua como ciertamente neutral, encarnacin de la

    posibilidad misma de elevarse por encima de los enfrentamientos sociales o de

    arbitrarlos, en un espacio de conciliacin en que las luchas sociales queden

    como en suspenso y los segmentos enfrentados declaren una especie de tre-

    gua ilimitada (cf. Bartra, 1977). Ese efecto se consigue por parte del Estado,

    gracias a la ilusin que ha llegado a provocar ilusin real, y por tanto ilusineficaz , de que en l las clases y los sectores enfrentados* disuelven sus con-

    tenciosos, se unen, se funden y se confunden en intereses y metas comparti-

    dos. Las estrategias de mediacin hegelianas sirven en realidad, segn Marx,

    para camuflar toda relacin de explotacin, todo dispositivo de exclusin, as

    como el papel de los gobiernos como encubridores y garantes de todo tipo de

    asimetras sociales. La gran ventaja que posea la ilusin mediadora del Estado

    y las nociones abstractas en que se basaba es que poda presentar y represen-tar la vida en sociedad como una cuestin terica, por as decirlo, al margen de

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    un mundo real que poda hacerse como si no existiese, como si todo dependie-

    ra de la correcta aplicacin de principios elementales de orden superior, capa-

    ces por s mismos a la manera de una nueva teologa de subordinar la expe-

    riencia real hecha en tantos casos de dolor, de rabia y de sufrimiento de se-

    res humanos reales manteniendo entre si relaciones sociales reales.

    Asociar la nocin de espacio pblico, en tanto que concrecin fsica en

    que se dramatiza la ilusin ciudadanista, al concepto de mediacin hace viable

    otra puesta en conexin, tambin en clave marxista, con el concepto gramscia-

    no de hegemona, con el que guarda inequvocas afinidades. Para Gramsci, en

    efecto, la hegemona es tambin un mecanismo a travs del cual la clase do-

    minante consigue que no aparezcan como evidentes las contradicciones que la

    sostienen, al tiempo que obtiene tambinla aprobacin de la clase dominada al

    valerse de un instrumento el sistema poltico capaz de convencer a los do-

    minados de su neutralidad. Consiste igualmente en generar el efecto ptico de

    una unidad entre sociedad y Estado, en la medida en que los supuestos repre-

    sentantes de la primera han logrado un consenso superador de las diferencias

    de clase. Sera a travs de los mecanismos de mediacin en este caso, la

    ideologa ciudadanista y su supuesta concrecin fsica en el espacio pblico

    que las clases dominantes obtendran su hegemona, es decir su objetivo de

    conseguir que los gobiernos a su servicio obtengan el consentimiento activo de

    los gobernados. Todo ello, por supuesto, prescindiendo de la fuerza, consi-

    guiendo la colaboracin incluso de los sectores sociales maltratados, trabados

    por formas de dominacin mucho ms sutiles que las basadas en la simple co-

    accin. Se sabe que lo que garantiza la perduracin y el desarrollo de la domi-

    nacin de clase nunca es la violencia, sino el consentimiento que prestan los

    dominados a su dominacin, consentimiento que hasta cierto punto les hacecooperar en la reproduccin de dicha dominacin [...] El consentimiento es la

    parte del poder que los dominados agregan al poder que los dominadores ejer-

    cen directamente sobre ellos (Godelier, 1989: 31)

    2. El espacio pblicocomo lugar

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    Es ese espacio pblico-categora poltica lo que debe verse realizado en

    ese otro espacio pblico ahora fsico que es o se espera que sean los exte-

    riores de la vida social: la calle, el parque, la plaza... Es por ello que ese espa-

    cio pblico materializado no se conforma con ser una mera sofisticacin con-

    ceptual de los escenarios en los que desconocidos totales o relativos se en-

    cuentran y gestionan una coexistencia singularno forzosamente exenta de con-

    flictos. Su papel es mucho ms trascendente, puesto que se le asigna la tarea

    estratgicade ser el lugar en que los sistemas nominalmente democrticos ven

    o deberan ver confirmada la verdad de su naturaleza igualitaria, el lugar en

    que se ejercen los derechos de expresin y reunin como formas de control

    sobre los poderes y el lugar desde el que esos poderes pueden ser cuestiona-

    dos en los asuntos que conciernen a todos.

    A eseespacio pblico como categora poltica que organiza la vida social

    y la configura polticamente le urge verse ratificado como lugar, sitio, comarca,

    zona..., en que sus contenidos abstractosabandonen la superestructura en que

    estaban instalados y bajen literalmente a la tierra, se hagan, por as decirlo,

    carne entre nosotros . Procura dejar con ello de ser un espacio concebido y se

    quiere reconocer como espacio dispuesto, visibilizado, aunque sea a costa de

    evitar o suprimir cualquier emergencia que pueda poner en cuestin que ha

    logrado ser efectivamente lo que se esperaba que fuera. Es eso lo que hace

    que una calle o una plaza sean algo ms que simplemente una calle o una pla-

    za. Son o deben serel proscenio en que esa ideologa ciudadanista se preten-

    de ver a s misma reificiada, el lugar en el que el Estado logra desmentir mo-

    mentneamente la naturaleza asimtrica de las relaciones sociales que admi-

    nistra y a las que sirve yescenifica el sueo imposible de un consenso equitati-

    vo en el que puede llevar a cabo su funcin integradora y de mediacin.En realidad, ese espacio pblico es el mbito de lo que Lukcs hubiera

    denominado cosificacin, puesto que se le confiere la responsabilidad de con-

    vertirse como sea en lo que se presupone que es y que en realidad slo es un

    debera ser. El espacio pblico es una de aquellas nociones que exige ver

    cumplida la realidad que evoca y que en cierto modo tambin invoca, una fic-

    cin nominal concebida para inducir a pensar y a actuar de cierta manera y que

    urge verse instituida como realidad objetiva. Un cierto aspecto de la ideologadominante en este caso el desvanecimiento de las desigualdades y su disolu-

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    cin en valores universales de orden superior adquiere, de pronto y por em-

    plear la imagen que el propio Lukcs propona, una objetividad fantasmal

    (Lukcs, 1985 [1923]: 8). Se consigue, por esa va y en ese marco, que el or-

    den econmico en torno al cual gira la sociedad quede soslayado o elidido. Ese

    lugar al que llamamos espacio pblico es as extensin material de lo queen

    realidad es ideologa, en el sentido marxista clsico, es decir enmascaramiento

    o fetichizacin de las relaciones sociales reales y presenta esa misma voluntad

    que toda ideologa comparte de existir como objeto: Su creencia es material,

    en tanto esas ideas son actos materiales inscritos en prcticas materiales, re-

    guladas por rituales materiales, definidos a su vez, por el aparato ideolgico

    material del que proceden las ideas (Althusser, 1974: 62).

    El objetivo es, pues, llevar a cabo una autntica transubstanciacin, en

    el sentido casi litrgico-teolgico de la palabra, a la manera como se emplea el

    trmino para aludir a la sagrada hipstasis eucarstica. Una serie de operacio-

    nes rituales y un conjunto de ensalmos y una entidad puramente metafsica se

    convierte en cosa sensible, que est ah, que se puede tocar con las manosy

    ver con los ojos, que, en este caso, puede ser recorrida y atravesada. Un espa-

    cio terico se ha convertido por arte de magia en espacio sensible. Lo que an-

    tes era una calle es ahora escenario potencialmente inagotable para la comuni-

    cacin y el intercambio, mbito accesible a todos en que se producen constan-

    tes negociaciones entre copresentesquejuegan con los diferentes grados de la

    aproximacin y el distanciamiento, pero siempre sobre la base de la libertad

    formal y la igualdad de derechos, todo ello en una esfera de la que todos pue-

    den apropiarse, pero que no pueden reclamar como propiedad; marcofsico de

    lo poltico como campo de encuentro transpersonal y regin sometida a leyes

    que deberan ser garanta para la equidad. En otras palabras: lugar para le me-diacin entre sociedad y Estado lo que equivale a decir entre sociabilidad y

    ciudanana , organizado para que en l puedan cobrar vida los principios de-

    mocrticos que hacen posible el libre flujo de iniciativas, juicios e ideas.

    En ese marco, el conflicto antagonista no puede percibirse sino como

    una estridencia, o, peor, como una patologa. Es ms, es contra la lucha entre

    intereses que se han desvelado irreconciliables que esa nocin de espacio

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    pblico, tal y como est siendo empleada, se levanta.2 En el fondo encontra-

    mos siempre es voluntad de encontrar un antdoto moral que permita a las cla-

    ses y a los sectores que mantienen entre s o con los poderes disensos crni-

    cos renunciar a sus contenciosos y abandonar su lucha, al menos por medios

    realmente capaces de modificar el orden socioeconmico que sufren. Ese es-

    fuerzo por someter las insolencias sociales es el que hemos visto repetirse a

    cada momento, justo en nombre de principios conciliadores abstractos, como

    los del civismo y la urbanidad, aquellos mismos que, por ejemplo, en el contex-

    to novecentista europeo, en el primer cuarto del siglo XX, pretendieran sentar

    las bases de una ciudad ideal, embellecida, culta, armoniosa, ordenada, en las

    que un amor cvico les sirviese para redimirse y superar las grandes convul-

    siones sociales que llevaban dcadas agitndolas y empaando y entorpecien-

    do los sueos democrticos de la burguesa. sta nunca haba dejado de de-

    jarse guiar por el modelo que le prestaba Atenas o las ciudades renacentistas,

    de las que el espacio pblico moderno quisiera ser reconstruccin, tal y como

    Hannah Arendt estableciera en su vindicacin del gora griega. Son tales prin-

    cipios de conciliacin y encuentro sntesis del pensamiento poltico de Arist-

    teles y Kant los que exigen verse confirmados en la realidad perceptible y vi-

    vible, ah afuera, donde la ciudadana como categora debera verse convertida

    en real y donde lo urbano transmutarse en urbanidad. Una urbanidad identifi-

    cada con la cortesa, o arte de vivir en la corte, puesto que la conducta ade-

    cuada en contextos de encuentro entre distintos y desiguales debe verse regu-

    lada por normas de comportamiento que conciban la vida en lugares comparti-

    dos como un colosal baile palaciego, en la que los presentes rigen sus relacio-

    nes por su dominio de las formalidades de etiqueta, un saber estar que les

    iguala.En la calle, devenida ahora espacio pblico, la figura hasta aquel mo-

    mento entelquica del ciudadano, en que se resumen los principios de igualdad

    y universalidad democrticas, se materializa, en este caso bajo el aspecto de

    usuario. Es en l quien practica en concreto los derechos en que se hace o de-

    bera hacerse posible el equilibrio entre un orden social desigual e injusto y un

    2 Recurdese que fue as al menos desde la propuesta de geneologa de Koselleck (1978)

    como lo pblico naci como dominio destinado a que se diluyeran en l las grandes luchas dereligin que caracterizaron el siglo XVII, es decir como mbito para la reconciliacin y el con-senso entre sectores sociales con identidades e intereses contrapuestos.

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    orden poltico que se supone equitativo (cf. Chauvire y Godbout, 1995). El

    usuario se constituye as en depositario y ejecutor de derechos que se arraigan

    en la concepcin misma de civilidad democrtica, en la medida en que es en l

    quien recibe los beneficios de un mnimo de simetra ante los avatares de lavida y la garanta de acceso a las prestaciones sociales y culturales que necesi-

    ta. Ese individuo es viandante, automovilista, pasajero..., personaje que recla-

    ma el anonimato y la reserva como derechos y al que no le corresponde otra

    identidad que la de masa corprea con rostro humano, individuo soberano a la

    que se le supone y reconoce competencia para actuar y comunicarse racional-

    mentey que est sujeto a leyes iguales para todos.

    Con ello, cada transente es como abducidoimaginariamente a una es-pecie de no-lugar o nirvana en el que las diferencias de status o de clase han

    quedado atrs. Ese espaciolmbico, al que se le hace jugar un papel estructu-

    rante del orden poltico en vigor, paradjicamente viene a suponer algo pareci-

    do a una anulacin o nihilizacin de la estructura, en la que lo que se presume

    que lo que cuenta no es quin o qu es cada cual, sino qu hace y qu le su-

    cede. Tal aparente contradiccin no lo es tal si se entiende que ese limbo e s-

    cenifica una por lo dems puramente ilusoriasituacin de a-estructuracin, una

    especie de communitasen la que una sociedad severamente jerarquizada y

    estratificada vive la experiencia de una imaginaria ecumene fraternal en la que

    el presupuesto igualitario de los sistemas democrticos del que todos han o-

    do hablar, pero nadie ha visto en realidad recibe la oportunidad de existir co-

    mo realidad palpable. En eso consiste el efecto ptico democrtico por exce-

    lencia: el de un mbito en el que las desigualdades se proclaman abolidas,

    aunque todo el mundo sepa que no es ni puede ser as.3

    Ni que decir tiene que la experiencia real de lo que ocurre ahafuera, en

    eso que se da en llamar espacio pblico , procura innumerables evidencias de

    que no es as. Los lugares de encuentro no siempre ven soslayado el lugar que

    cadaconcurrenteocupa en un organigrama social que distribuye e instituciona-

    liza desigualdades de clase, de edad, de gnero, de etnia, de raza . A deter-

    minadas personas en teora beneficiarios del estatuto de plena ciudadana se

    les despoja o se les regatea en pblico la igualdad, como consecuencia de todo

    3Dos buenos resmenes de las teoras ciudadanistas del espacio pblico pueden encontrarse en Borja

    (1998) e Innerarity (2007).

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    tipo de estigmas y negativizaciones. Otros los no-nacionales y por tanto no-

    ciudadanos, millones de inmigrantes son directamente abocados a la ilegali-

    dady obligados a ocultarse. Lo que se tena por un orden social pblico basado

    en la adecuacin entre comportamientos operativos pertinentes, un orden tran-

    saccional e interaccional basado en la comunicacin generalizada, se ve una y

    otra vez desenmascarado como una arena de y para el marcaje de ciertos indi-

    viduos, cuya identidad real o atribuida les coloca en un estado de excepcin del

    que el espacio pblico no les libera en absoluto. Antes al contrario, en no pocos

    casos. Es ante esa verdad que el discurso ciudadanista y del espacio pblico

    invita a cerrar los ojos

    Nada nuevo, en cualquier caso. Nos encontramos ante la revitalizacin

    de problemticas que estn en la base misma de la historia de las ciencias so-

    ciales, cooperantes necesarias en la formalizacin terica de la reconciliacin

    entre dominadores y dominados y la consideracin patologizante de todo lo que

    no sea produccin de consenso social. Por supuesto que es el caso de toda la

    sociologa francesa que, en soporte de los valores republicanos, nace a finales

    del XIX alrededor de la figura de Durkheim, terico fundamental de la solidari-

    dad social como tercera va entre socialismo marxista y liberalismo (lvarez-

    Ura y Varela, 2004: 207-238), aunque no todos sus desarrollos se produjeran

    en ese sentido y la corriente conociera variables de mayor radicalidad poltica.

    Es el caso tambin del pragmatismo norteamericano. Como en Europa de la

    mano de Le Bon o Tarde, tambin en Estados Unidos en este caso con De-

    wey encontramos esa voluntad de poner en circulacin el concepto de pblico

    en orden a codificar en clave de concierto pacfico una agitacin social cuyo

    protagonismo estaba correspondiendo a las masas urbanas, con frecuencia

    presentadas como las turbas o al populacho . De ah la Escuela de Chicagoy su vocacin en buena medida cristiano-reformista de redencin moral de la

    anomia urbana. Cabe pensar en cmo Robert Ezra Park reconoca slo dos

    modelos de orden social. El cultural , basado en un orden moral, guiado por

    principios, valores y significaciones compartidas, y aquel otro orden que el pro-

    pio Park tan cercano, como es sabido, al darwinismo social defina como bi-

    tico o ecolgico , para aludir a dinmicas competitivas en pos de recursos

    escasos, ajustes recprocos de naturaleza polmica, adaptacin traumtica acontextos sociales poco o mal estructurados, fenmenos de expansin e inser-

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    cin en el territorio (Park, 1999 [1936]). La reforma deba consistir en transitar

    de ese orden sociobitico carente de corazn, que generaba conflicto y se ali-

    mentaba de l, a ese otro orden social moral superior, fundamentado en la

    acomodo recproco y la asimilacin.

    Ese fue el objetivo de entonces, que se traduce hoy en nuevas frmulas

    para lo mismo: conseguir que las masas irracionales se conviertan en pblico

    racional y que los obreros y los miembros de otros sectores sociales eventual-

    mente conflictivos o peligrosos se conciban a s mismos como ciudadanos, y

    por supuesto no en el sentido que el trmino haba adquirido, por ejemplo,en la

    Comuna de Pars de 1871, sino en el integrantes de una esfera de confraterni-

    dad interclasista. Se hizo, y se continua haciendo, impregnando cada vez ms

    lo que retomando la terminologa althusseriana son los aparatos ideolgicos

    del Estado, y, a travs suyo, las convicciones y las prcticas de aquellos a los

    que se tiene la expectativa de convertir en creyentes, puesto que es al fin de

    cuentas un credo lo que se trata de hacer asumir. Para ello se despliega un

    dispositivo pedaggico de amplio espectro, que concibe al conjunto de la po-

    blacin, y no slo a los ms jvenes, como escolares perpetuos de esos valo-

    res abstractos de ciudadana y civilidad.

    Ni que decir tiene esa tendencia didactista se ha intensificado en los

    ltimos tiempos, sobre todo en esa fase en la que el ciudadanismo ha sido

    adoptado como ideologa prinicipal por el conjunto de la izquierda institucional,

    reconvertida en casi su totalidad a la sociademocracia. Esto se traduce en todo

    tipo de iniciativas legislativas para incluir en los programas escolares asignatu-

    ras de civismo o educacin para la ciudadana , en la edicin de manuales

    para las buenas prcticas ciudadanas, en constantes campaas institucionales

    de promocin de la convivencia, etc. Se trata de divulgar lo que Sartre hubierallamadoel esqueleto abstracto de universalidad del que las clases dominantes

    obtienen sus fuentes principales de legitimidad y que se concreta en esa voca-

    cin fuertemente pedaggica que exhibe en todo momento la ideologa ciuda-

    danista, de la que el espacio pblico sera aula y laboratorio.

    Ese es el sentido de las iniciativas institucionales en pro de que todos

    acepten ese territorio neutral del que las especificidadesde poder y dominacin

    se han replegado. Hacen el elogio de valores grandilocuentes y a la vez irreba-tibles paz, tolerancia, sostenibilidad, convivencia entre culturas de cuya

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    asuncin hemos visto que depende que ese espacio pblico mstico de la de-

    mocracia formal se realice en algn sitio, en algn momento. A su vez, esa

    didctica y sus correspondientes ritualizaciones en forma de actos y fiestas

    destinadas a sacralizar la calle, exorcizarla de toda presencia conflictual y con-

    vertirla en espacio pblico sirve de soporte al tiempo tico y esttico que jus-

    tifica y legitima lo que enseguida sern legislaciones y normativas presentadas

    como de civismo . Aprobadas y ya vigentes en numerosas ciudades son un

    ejemplo de hasta qu punto se conduce ese esfuerzo por conseguir como sea

    que ese espacio pblico sea lo que debiera ser .4 Por mucho que se presenten

    en nombre de la convivencia , en realidad se trata de actuaciones que se en-

    marcan en el contexto global de tolerancia cero Giuliani, Sarkosy , cuya tra-

    duccin consisten en el establecimiento de un estado de excepcin o incluso

    de un toque de queda para los sectores considerados msinconvenientes dela

    sociedad. Se trata de la generacin de un autntico entorno intimidatorio, ejer-

    cicio de represin preventiva contra sectores pauperizados de la poblacin:

    mendigos, prostitutas, inmigrantes. A su vez, estas reglamentaciones estn

    sirviendo en la prctica para acosar a formas de disidencia poltica o cultural a

    4 Ese tipo de legislaciones encuentran un ejemplo bien ilustrativo en la de Barcelona, presenta-da en el otoo de 2005, bajo el titul Ordenanza de medidas para fomentar y garantizar laconvivencia ciudadanas en el espacio pblico de Barcelona . Su objetivo: preservar el espaciopblico como un lugar de convivencia y civismo . Poco antes de aprobadas las normas cvicas,en su fase de elaboracin, se organiz un seminario en el Centre de Cultura Contempornia deBarcelona, convocado por el Plan de Promocin del Civismo del Ayuntamiento, cuyo ttulo fueCivismo por la convivencia . A l fueron invitados a participar algunos de los ms conspicuos

    representates del ciudadanismo cataln: Manuel Castells, Jordi Borja, Marina Subirats, JosepM. Terricabras, Salvador Cards, Victria Camps... Vase el resultado en Subirats et al. (2006),un excelente muestrario de las argumentaciones a favor de los valores de la ciudadana y laurbanidad como estrategias discursivas de pacificacin social.

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    las que se acusa sistemticamente ya no de subversivas , como antao, sino

    de algo peor: de incvicas , en la medida en que desmienten o desacatan el

    normal fluir de una vida pblica declarada por decreto amable y desconflictivi-

    zada. El civismo y la ciudadaneidad asignan a la vigilancia y la actuacin poli-

    ciales la labor de lograr lo que sus invocaciones rituales campaas publicita-

    rias, educacin en valores, fiestas cvicas no consiguen: disciplinar eseexte-

    rior urbano en el que no slo no ha sido posible mantener a raya las expresio-

    nes de desafecto e ingobernabilidad, sino donde ni siquiera se ha logrado disi-

    mular el escndalo de una creciente dualizacin social. La pobreza, la margi-

    nacin, el descontento, no pocas veces la rabia continan formado parte de lo

    pblico, pero entendido ahora como lo que est ah, a la vista de todos, negn-

    dose a obedecer las consignas que las condenaban a la clandestinidad. El

    idealismo del espacio pblico que lo es del inters universal capitalista no

    renuncia a verse desmentido por una realidad de contradicciones y miserias

    que se resiste a recular ante el vade retro que esgrimen ante ella los valores

    morales de una clase media biempensante y virtuosa, que ve una y otra vez

    frustrado su sueo dorado de un amansamiento general de las relaciones so-

    ciales.

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