España Corsaria

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 ESPAÑA CORSARIA RAMIRO FEIJOO

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  • ESPAA CORSARIA

    RAMIRO FEIJOO

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  • ndice

    Mirando desde el puerto.

    Botadura. Algunos apuntes de mtodo.

    Introduccin

    Un proceloso mar. La historia.

    Piratas y corsarios. Cristianos contra musulmanes. Los hermanos Barbarroja.

    Carlos contra Suleimn. Lepanto y el siglo XVII.

    Como parar a los espumadores de la mar? Las defensas

    Moros y cristianos

    Sobre nuestra galera. Instrucciones de uso de la gua.

    Catalua

    El Ampurdn

    Cadaqus. Roses. Sant Pere Pescador. LEscala. Islas Medas. LEstartit. Pals.

    Begur. Palafrugell. Tossa de Mar. Blanes.

    El Maresme, el Garraf y el Tarragons

    Pineda de Mar. Sant Pol de Mar. Caldes dEstrac. El Garraf. Altafulla. Salou.

    La Costa de Sant Jordi

    LHospitalet de lInfant. LAmetlla de Mar.

    El Puerto de los Alfaques. El Delta del Ebro

    Alcanar. Sant Carles de la Rpita.

    Valencia

    Pescola. Alcossebre. Torreblanca. Chilches. Cullera. Oliva. Dnia. Jvea.

    Moraira. Teulada. Benissa. Pen de Ifach. Calpe. Altea. Villajoyosa. Isla de

    Tabarca. Santa Pola.

    Murcia

  • Torre de la Horadada. La Encaizada del mar Menor. Cabo de Palos. Mazarrn.

    guilas.

    Andaluca

    Almera

    San Juan de los Terreros. Cuevas de Almanzora. Vera. Mojcar. Cabo de Gata.

    Granada y Mlaga

    La Rbita. Albuol. La Mmola. Castillo de Baos. Castell de Ferro. Calahonda.

    Almucar. La Herradura. Nerja. Frigiliana. Torrox. Vlez-Mlaga.

    Benalmdena. Estepona. Manilva.

    Cdiz

    Gibraltar. Tarifa. Zahara de los Atunes. Barbate. Vejer de la Frontera. Conil.

    Bibliografa

  • Mirando desde el puerto

    Fue tal vez Lord Byron el primero en pintar al Mediterrneo como land of

    sun (and sand, tendramos que aadir). Desde ese momento, la imagen de estas

    costas como lugar de asueto y descanso no ha hecho ms que consolidarse. Y

    envilecerse. Los folletos tursticos nos pintan bellas playas, siempre festoneadas de

    atrevidos baadores ciendo despampanantes traseros, mariscadas, hoteles con

    piscina y csped, palmeras, campos de golf... y luego se nos habla de agencias

    inmobiliarias, de viajes, de trenecitos tursticos. La iconografa de la costa propagada

    por el boom turstico de los setenta se ha convertido en algo rampln y mezquino.

    La pica abandona el Mediterrneo. El proceso es lento pero constante. Los

    griegos temen el paso de Hrcules, el estrecho de Gibraltar, donde el mar es

    desconocido y las mareas y tormentas mortferas. Los descubridores espaoles dan

    un paso ms y en sus travesas trasladan el mundo fantstico mediterrneo al

    Atlntico. All encuentran sirenas, hombres marinos, serpientes y gigantes, toda una

    iconografa del terror que el Mediterrneo, por conocido, va perdiendo. El siglo XVII

    asiste a un hecho an ms importante. Los pases de la Europa septentrional se han

    convertido definitivamente en potencias, por lo que asistimos a un doble proceso.

    Por un lado la guerra, la gran guerra, la que dirime los destinos y el liderazgo de

    Europa, deja de tener lugar en el Mediterrneo.

    El mar interior resumi durante siglos las bondades y vilezas de las

    civilizaciones. Primero fueron fenicios, egipcios, griegos. Luego fueron romanos y

    cartagineses. Naci el Islam y con l las cruzadas. En el siglo XVI dos grandes

    imperios modernos se baten en sus aguas: el turco y el hispnico. Hasta entonces

    riqueza y comercio, cultura e innovacin, guerra e imperio, haban navegado por sus

  • aguas. Pero estas aguas estn abocadas a dejar paso a otras ms bravas por primera

    vez desde hace milenios. Como dice Braudel: "Cuando en 1618, los primeros disparos

    de la guerra de los 30 aos vuelven a encender la guerra, sta se combatir lejos del

    Mediterrneo: el mar interior ha dejado de ser el inquieto corazn del mundo".

    El Mediterrneo ha dejado de estar en el centro de la Tierra. El efecto no es

    slo poltico, es tambin cultural. Con la guerra, la pica, el asombro, el

    descubrimiento, se trasladan de rea geogrfica, y no es extrao, por tanto, que sean

    tambin sus protagonistas los que se encarguen de crear nuevos mitos,

    representantes de nuevos escenarios. O dicho de otro modo: no es slo el corazn del

    mundo lo que se traslada de espacio, sino algo asociado siempre al corazn: la

    pluma. Nuevos mitos sustituyen a los viejos. Muerto Ulises, nace Cristbal Coln, el

    Capitn Ahab, Long John Silver o el capitn Cook.

    Desde la "muerte social" del Mediterrneo, al Atlntico se acabar asociando

    tambin la piratera y el corso. Muerto Aruch Barbarroja, Barbanegra, Calico Jack o el

    capitn Kidd, son los piratas por excelencia. Las tibias cruzadas y la calavera su

    smbolo. El Atlntico y otros muchos mares y ocanos que en el siglo XVII se irn

    incorporando al juego se han convertido en los escenarios de la imaginacin y la

    aventura. Al Mediterrneo, con el tiempo, le dejarn la lrica y sobre todo su nieta

    bastarda: los folletos de la palmera y del bikini.

    Sin pretender sustraernos, ni mucho menos, al atractivo que pudiera tener una

    buena comida, un cctel en la playa o un sinuoso cuerpo (qu grandes placeres!), lo

    cierto es que el Mediterrneo guarda mucho ms. Precisamente de todo aquello

    hablaba Byron. Consideraba ste que el calor concitaba tanto la lrica como la pica

    (no en vano muri por la independencia de Grecia). El romanticismo del poeta

    hablaba de pasiones, amorosas, literarias o guerreras. En las playas del Mediterrneo

    viva la Historia, la leyenda, el verso, un hedonismo rico en formas y contextos.

    Es ese espritu abierto el que hemos querido recuperar en este libro, un

    espritu que nos dote de una mirada que permita ver con otros ojos las sobadas

    playas del Mare Nostrum. Para ello nos hemos propuesto recuperar una poca, la

    del corso berberisco en nuestras costas, que por alguna misteriosa razn ha

    permanecido olvidada y enterrada durante mucho tiempo.

    Durante el siglo XVI y parte del XVII, con ayuda del Sultn de Turqua, las

    repblicas corsarias de Argel y Tnez, y en menor medida ciertos puertos

    marroques, asolaron las costas espaolas con tal frecuencia y contundencia que en

    1538 los procuradores de las Cortes de Toledo llegaban a decir: Desde Perpin a la

    costa de Portugal las tierras martimas estn incultas bravas y por labrar y cultivar;

    porque a cuatro o cinco leguas del agua no osan las gentes estar.

    Durante aquellos siglos figuras como los hermanos Barbarroja, Dragut,

  • Cachidiablo, Morato Arrez, inundaban los sueos de los nios, y poblaban las

    pesadillas de los mayores. En vida el terror de los agricultores y pescadores cristianos

    los hizo ubicuos, se los crea a veces magos, pero siempre demonios. Tanto ellos

    como otros muchos arreces menores surgan del horizonte del mar, se perdan de

    nuevo, saltaban sobre un pueblo desprevenido, saqueaban lo poco que hubiera y por

    ltimo hacan cautivos entre hombres, mujeres, ancianos o nios, el botn ms

    preciado, pues de ellos sacaban los mayores beneficios. Si conseguan un rescate

    pronto, podan volver a sus casas; si no, estaban condenados a morir en vida en

    alguno de los muchos baos que existan en Argel, Tnez o Tetun. Cervantes, el

    preso ms famoso de los cautivos de la cristiandad, describa as en La Ilustre

    Fregona la vida en un pueblo de Cdiz: "Pero toda esta dulzura que he pintado

    tiene un amargo acbar que la amarga, y es no poder dormir sueo seguro sin el

    temor de que en un instante los trasladan de Zahara a Berbera".

    Las historias o leyendas populares tuvieron reflejo en los clsicos del Siglo de

    Oro, que no pudieron por menos que hacer suyo un mundo que era no slo excitante

    para la imaginacin, sino una realidad presente y cotidiana. Por supuesto Cervantes,

    que lo vivi en sus carnes, Gngora o Lope de Vega, entre otros, se sintieron

    atrapados por este mundo. Sus obras estarn pobladas de nobles prncipes moros y

    esclavos, de amores a la escondida de un velo, de batallas martimas, de batallas

    martimas y arreces corsarios.

    Y nosotros no pudimos ser menos. Fascinados por este universo de algaradas

    y abordajes, de cautivos y de harenes, de galeras y velas latinas, nos hemos

    propuesto visitar aquellos parajes de nuestras costas que estuvieron relacionados con

    los corsarios berberiscos. Aunque en ocasiones nos podamos fijar en otros tiempos o

    piratas, la Ruta de los Corsarios cabalga por los siglos XVI y XVII , cuando la bandera

    roja de Argel se paseaba impunemente por el litoral peninsular y el virrey espaol de

    Npoles tena que reconocer, muy a su pesar, que el mar hierve de piratas. En el

    trecho litoral que corre entre Cadaqus y Cdiz exploraremos las calas ocultas en las

    que los corsarios se escondan para sorprender al alba a las poblaciones costeras; las

    torres que los cristianos levantaron, privilegiados miradores sobre el mar, para dar

  • aviso y rebato de que haba moros en la costa; los pueblos que sufrieron el azote de

    las fugacsimas galeotas; las playas en las que tuvieron lugar los desembarcos o

    batallas, todos vestigios o testigos de la ms turbulenta de las pocas del

    Mediterrneo ibrico, hasta hoy incomprensiblemente desconocidos u olvidados.

    En esta gua encontraremos parajes poco visitados y otros no tan poco

    visitados, muchos conocidos por el viajero y otros muchos que no. Pero sea cual sea

    su popularidad y el hecho de conocerlos o no, tal vez resulte que algn da los

    veamos con otros ojos, con los de la cristiana cautiva o con los del corsario de

    bigotes como alfanjes, vestido con babuchas de grana. Si conseguimos que sea as,

    aunque slo sea por un momento, nos daremos por satisfechos.

  • Botadura

    Algunos apuntes de mtodo

    Reconozcamos que cuando comenzamos este trabajo ramos conscientes de la

    dificultad de la labor, pero no de la magnitud. Si el corso berberisco, ante nuestro

    asombro, ha sido poco tratado en este pas, sus efectos en las costas del Mediterrneo

    peninsular lo han sido mucho menos. La naturaleza de una gua temtica como sta

    consiste en situar geogrficamente un fenmeno, en este caso el corsario, que otros

    autores (bien pocos, la verdad) abordan de manera general y siempre aespacial. En

    Espaa no existe nada ni siquiera parecido a una aproximacin local.

    Esto nos ha obligado a una gigantesca labor de bsqueda que ha tenido varios

    pasos. Primero, la lectura de estas obras generales a la caza de las pocas referencias

    geogrficas que pudiera haber. Segundo, la lectura de otros trabajos regionales que,

    ahora s en mayor medida, nos describan cundo, dnde y cmo llegaron los

    corsarios. Y en tercer lugar, el rastreo de referencias a los ataques pirticos en las

    historias locales de los cientos de municipios que hemos visitado.

    ste ltimo ha sido, a la postre, el pilar de nuestra particular investigacin. No

    obstante, la atencin de los historiadores locales al tema es muy irregular y no ha

    sido raro el encontrar nulas referencias a corsarios, aun cuando fuera evidente que

    tuvieron que existir. En nuestro litoral todava quedan grandes lagunas por cubrir y

    por tanto en esta gua tambin. Uno de nuestros mayores deseos es que esta Ruta

    sirva para motivar a los historiadores locales, a los que tanto debemos, para que se

    animen a abordar el descubrimiento o desempolvadura de la fascinante historia del

    corso en sus pueblos o ciudades.

  • De la misma manera que en muchos lugares no conocemos lo que ocurri

    (aunque sepamos que s, que ocurri), de otras plazas sabemos mucho, muchsimo. A

    pesar de que, como escriba un autor con el que ahora nos identificamos plenamente,

    faltan por hacerse unos "Anales de la piratera en Espaa", no hemos podido olvidar

    la modestia de este trabajo y el fin al que estaba destinado. En absoluto esta gua es

    un compendio de vestigios o pormenorizada relacin de ataques, sino que hemos

    incluido aquellos que nos parecan ms ilustrativos o sabrosos. Estn muchos, s,

    pero no todos.

    Esto nos lanza de lleno a otra de las dificultades de esta Ruta de los Corsarios:

    la seleccin, porque si primero tuvimos que encontrar los vestigios y las historias de

    una poca, luego hubo que visitar los escenarios de los acontecimientos para decidir

    si merecan ser incluidos en este libro. El alcance del fenmeno corsario en las costas

    espaolas es de tal magnitud que una relacin totalizadora hubiera llenado varios

    volmenes.

    Los criterios, las espadas que han cortado este nudo son dos. Primero, el hecho

    de que no todos los lugares tuvieron la misma importancia, lo que sera el criterio

    histrico. Segundo, que no todos los lugares pueden presumir del mismo atractivo

    hoy, o criterio turstico. Cuando no se oponen el uno al otro, todo es miel sobre

    hojuelas.

    El problema surge cuando lo hacen. En los casos en que la presencia del lugar

    en la historia del corso en las costas del Mediterrneo espaol es puramente

    anecdtica se ha resuelto con facilidad (con toda la facilidad que puede ser el decidir

    si es anecdtica o no, o dicho de otra manera, si es lo suficientemente importante

    para estar): en este caso el criterio turstico se ha impuesto sobre el histrico y por

    tanto no han aparecido. Cuando el lugar tuvo gran importancia en esta historia o el

    vestigio es de singular valor an hallndose en un entorno de bajo atractivo, hemos

    optado por incluirlo. Eso s, hemos dejado claro, de una manera o de otra, que

    tursticamente no tiene demasiado valor. Los casos han sido pocos, pero hemos

    preferido advertirlo.

    Tambin creemos necesario precisar qu es lo que hemos considerado

    "atractivo turstico". Desde un comienzo renunciamos a hacer un catlogo de

    vestigios, lo cual podra interesar, como mucho, a algn arquelogo. Desde el

    principio quisimos seleccionar aquellos lugares que pudiesen evocar ms

    poderosamente a una poca, ya por sus historias, ya por su estado de conservacin,

    ya por su entorno. Me imagino que en este difcil parmetro de seleccin, como

    puede serlo la evocacin (mxime con lo transformado que ha sido nuestro

    Mediterrneo), radica la parte ms personal y subjetiva de este libro. Para

    conseguirlo era necesario un escenario, y uno de los ms claros eran las costas con

    poca construccin o las vrgenes. (Sabemos lo que este inexacto adjetivo significa en

    Espaa: parajes transformados durante siglos pero cuyo aspecto tiene ms de natural

  • que de humanizado). Pero atencin: nada ms lejos de nuestro empeo que hacer

    una Gua de los parajes vrgenes del Mediterrneo espaol. La Ruta alterna lugares

    naturales, rurales y urbanos. Pero eso s, a la hora de seleccionar, hemos preferido los

    primeros a los ltimos. Por eso han quedado fuera las grandes ciudades, que mucho

    tuvieron que ver, pero que, por serlo, se sustraan a ese evanescente pero perseguido

    criterio de evocacin del mundo corsario.

    El ejemplo ms claro de seleccin expurgadora se da con las torres. A un lector

    no avisado podra sorprenderle que se excluyan torres en perfecto estado de

    conservacin, lo cual he hecho muy a menudo, por juzgar que no merecen nuestra

    visita (al haberse quedado en parajes poco atractivos, por ejemplo) y en cambio he

    incluido otras de las que slo queda su base, o incluso que han desaparecido por

    completo, pero cuyo emplazamiento fue y es magnfico. Repetimos: nuestro criterio

    ha sido sobre todo satisfacer al viajero y menos al catalogador arqueolgico.

    Ms grave incluso, histricamente, puede ser el haber dejado de lado los pueblos del

    interior. Esta ruta nace con vocacin marina. Nuestro punto de referencia es el mar y

    siempre el mar. No obstante, desde el punto de vista de la historia del corso es un

    sesgo grave. La costa era en aquel entonces tan peligrosa que muchos pueblos

    preferan asentarse en el interior y no en la playa. En sta se levantaba poco ms que

    un pequeo casero en el que los habitantes guardaban sus aperos de pesca y slo en

    ocasiones dorman. Muchos ataques tenan como objetivo el poblado interior donde

    estaba la riqueza. Sin embargo, no pocos de ellos han sido obviados en este libro. Nos

    hemos fijado, en cambio, en qu playas se producan los desembarcos, dnde las

    escaramuzas con pescadores, dnde se ocultaban y dnde se situaban los cristianos

    para localizarles, lo que nos ha parecido ms interesante. Slo en la provincia de

    Mlaga, cuando el inters se traslada al interior, hemos hecho lo contrario.

    Hay que advertir tambin sobre el mbito geogrfico de la gua. El objetivo

    primero era cubrir toda la costa del Mediterrneo espaol. Pero, por un lado, hemos

  • tenido que dejar de lado las islas Baleares. Las Baleares fueron el asiento pirtico y

    corsario ms importante de lo que hoy se llama Espaa, al menos desde la poca

    musulmana y hasta los tiempos de Antoni Barcel, el ltimo de los grandes corsarios

    (y posteriormente general del ejrcito hispano), en el siglo XVIII. Tambin sufrieron

    algunas de los asaltos ms clebres y sangrientos: el de Mahn, el de la Ciudadela,

    etc. Pero el empeo de incluirlas era demasiado ambicioso hoy por hoy. Por tanto,

    por una cuestin de espacio, lo hemos preferido dejar para otra ocasin.

    Por otro lado, lo que puede extraar ms an, hemos acabado incluyendo un

    segmento importante de costa atlntica. Si lo hemos hecho as es porque, llegados a

    Gibraltar, no hay frontera, sino que el estrecho es una regin por s misma (un

    sentimiento?), que se prolonga durante parte del Atlntico, hasta Zahara segn los

    que definieran la comarca del Campo de Gibraltar, o hasta los aledaos de la

    ciudad de Cdiz, segn nosotros.

    Se nos ocurren varias razones para legitimar nuestra eleccin . En lo cientfico

    todos los rebatos que los cristianos enviaban para avisar de la presencia de moros

    provenientes de Gibraltar y el Mediterrneo acababan en Cdiz, desde donde era ya

    preceptivo el que siguieran hacia el oeste. En lo histrico-mitolgico podramos

    aludir incluso al lugar donde los griegos situaban (o pensamos que situaban) el fin

    del mundo, all donde Heracles, en su dcimo trabajo, fue a robar el ganado de

    Gerin, ms all del Ilustre Ocano y a las fuentes inmensas de los Tartessos.

    Pero probablemente la razn definitiva por la que hemos marcado una frontera en la

    ciudad de Cdiz, es por haber comprobado que nos hemos adentrado ya

    definitivamente en un mundo dieciochesco y atlntico, que crece, se desarrolla y

    adquiere forma desde el momento en que Cdiz y su baha se convierten en el centro

    del comercio americano en el siglo XVIII. Este mundo del siglo XVI que tanto ha

    moldeado por el enfrentamiento contra el corso norteafricano la costa desde Catalua

    al estrecho ha dejado paso a otro posterior, que es el que lo dibuja y explica. La baha

    de Cdiz, y ms inclusive Huelva, cuyo poblamiento costero es an posterior, son

    lugares donde las trazas mediterrneas en su rostro se han desledo totalmente: sus

    rasgos y su vocacin, son ya definitivamente atlnticas. O, dicho de otro modo, de

    nuestro horizonte ha desaparecido frica, la otra orilla del Mediterrneo, y ha

    aparecido el otro lado del Atlntico: Amrica.

    En definitiva, toda esta labor de seleccin ha sido larga y a veces (aunque esto

    nadie nos cree nunca) dura. Pero no nos podemos quejar, sino todo lo contrario. El

    resultado es que el lector y viajero siempre puede contar con la garanta de que casi

    tantos lugares como han acabado entrando en la gua, han salido de ella antes de

    haber estado. Solo nos queda desearos que disfrutis, por lo menos, tanto como

    hemos hecho nosotros.

  • Introduccin

    Un proceloso mar. La Historia

    Piratas y corsarios

    El mar en el que nos moveremos durante todo este libro anda revuelto, muy

    revuelto. Tanto, que hasta los mismos conceptos se enredan y mezclan, los hroes

    cambian de bando, de religin, de seor.

    Entre un pirata y un corsario hay una diferencia meridiana, en principio tan

    clara como la existencia de un acuerdo entre partes. El pirata es un hombre que no se

    somete a ninguna regla, que no respeta bandera y cuyo fin no es otro que el

    enriquecimiento propio y de los suyos mediante el bandidaje martimo. Es la

    anarqua expresada en actos. Su figura gravita entre el desprecio profundo de

    autores e instituciones contemporneas y el ensalzamiento romntico de otros,

    generalmente ya muy separados geogrfica y temporalmente. Es el hroe libertario:

    "Es mi barco mi tesoro,

    es mi Dios la libertad,

    mi ley la fuerza y el viento,

    mi nica patria la mar."

  • deca Espronceda. En el Mediterrneo del siglo XVI y XVII, sin embargo, apenas

    existen piratas puros. Los nicos que pueden ser considerados como tales son los

    uscoques, de la costa dlmata.

    Porque el bandidaje martimo exige unas necesidades que hacen que a la

    postre se necesite integrar en estructuras comerciales y polticas ms amplias. Para

    armar un barco se necesita cierto capital, para repararlo calafates y carpinteros

    experimentados, para convertir el botn en riqueza, un mercado integrado con otros,

    as como para comprar los elementos suntuarios para una vida de lujos unos flujos

    comerciales ms o menos establecidos. Todo ello no era posible sin una ciudad

    medianamente desarrollada que atendiera estas necesidades. Y en todo caso, se

    necesitaba de un puerto seguro al que otras potencias no atacasen cuando, ya hartas

    del permanente flagelo, se decidiesen a intervenir.

    Por eso, la figura ms extendida es la del corsario. ste goza de una patente de

    corso, que no es otra cosa que un contrato con las autoridades segn el cual se le

    permite atacar indiscriminadamente a las naves o puertos enemigos, se le exige un

    porcentaje de las capturas, generalmente un quinto, y se le prohbe, claro est, atacar

    a los barcos y aliados de dichas autoridades. De este modo, el corsario adquiere

    legitimidad y se cubre las espaldas. Asegura sus inversiones (todo lo que se puede

    asegurar una empresa tan peligrosa) mediante el beneplcito de los seores o reyes y

    se integra como uno ms en una sociedad de la que adems recibir honores y

    reconocimiento. Sin embargo, el corsario es una figura mixta, no es un soldado. El

    corsario sin un amplio margen de libertad no es nadie, o es poca cosa, la excesiva

    fiscalizacin y control le limita y empobrece.

    Pero este punto de partida o definicin tenemos que empezar a matizarlo. Por

    ejemplo, el corsario no duda (s duda, claro, pero no se turba) en apresar a aquellos

    que la ley le prohbe y se convierte ocasionalmente en pirata. La vida del mar es

    mucho ms compleja y dinmica que lo que nuestros conceptos actuales puedan

    intentar fosilizar. Pero es que adems a estas figuras hay que aadir otras dos:

  • El mercader bajo medieval y moderno es un marinero armado, no slo como

    medida de defensa sino como medio de ataque. Su fin es enriquecerse con el trfico

    de mercancas. Si lo hace pacficamente, bien est, si es por la guerra, tambin. Los

    casos de honrados marineros que utilizan su fuerza para hacerse con riquezas no slo

    abundan, sino que son normales. No deja de ser graciosa la ancdota de todo un

    Fernando el Catlico que, ante las protestas del sultn, ha de reprender a sus

    sbditos catalanes por cautivar con fines lucrativos en el puerto de Tnez a los

    funcionarios que iban a inspeccionar las mercancas de sus barcos. En ocasiones el

    mercader-pirata acta contra sus propios paisanos, como haca un tal Joan Torrelles,

    y entonces las autoridades reaccionan: la ciudad de Barcelona tiene que armar una

    galera para combatir a quien "per fora prena homens y vitualles per la mar".

    Y tambin encontramos al mismsimo militar, ya capitn o almirante, que a la

    vuelta de una gran campaa y a la vista de un incauto barquichuelo lo apresa sin

    contemplaciones. Los ejrcitos imperiales, siempre escasos de ingresos, y las tropas,

    siempre mal pagadas, reciben con los brazos abiertos estos botines extraordinarios

    que disminuyen las deudas de unos y calman los furores levantiscos de los otros. As

    lo hizo el almirantsimo espaol Andrea Doria o el Marqus de Santa Cruz. Y as lo

    hicieron, claro, Jeredn Barbarroja y Dragut, antiguos corsarios enrolados al servicio

    de la armada del Sultn Turco.

    En realidad la poca que nos ocupa es, como la define sin igual Emilio Sola, el

    tiempo de los "hombres de fortuna", atrevidsimos aventureros que se calzan el

    vestido de comerciante, pirata, corsario, mercenario o soldado atendiendo a las

    circunstancias. El camino es hacia arriba: el pirata que con una barca y unos pocos

    hombres se acaba convirtiendo en corsario y, una vez enriquecido, en capitn al

    servicio de reyes y emperadores; pero tambin es hacia abajo: el corsario que apresa

    cuando le conviene y por tanto pirata, el mercader que hace lo propio, el almirante

    cuando lo necesita... Con un mucho de inteligencia y oportunismo y un poco de

    suerte muchos de ellos se convirtieron en nobles, en almirantes y algunos incluso en

    reyes, como los almogvares, seores del ducado de Atenas, o Aruch Barbarroja, o el

    sanguinario Dragut, rey de Tnez. Por el camino casi todos haban cambiado de

    bandera, no una sino varias veces, y algunos, no pocos, de religin.

    En definitiva podemos convenir que en el siglo XVI que nos ocupa los actos

    de piratera son muchos, pero los piratas, pocos. Estos hechos pirticos los llevan

    a cabo figuras ms estables, a pesar de su mudanza: corsarios, mercaderes y

    soldados. Los cronistas contemporneos a los hechos lo tuvieron bien claro: los

    marinos que asolaban las costas peninsulares eran corsarios. Si alguna duda cabe no

    es con el trmino pirata, que se utiliz con profusin ms tarde y con fines

    propagandsticos; si acaso, sera con el de soldado. Jeredn Barbarroja fue

    almirantsimo de la flota turca. Dragut uno de sus principales capitanes. Pero ms

    frecuentemente actuaban con absoluta libertad, atacando, eso s, a los enemigos de la

  • Sublime Puerta: es decir, corsarios. Slo espordicamente engrosaban la armada del

    Turco. El trmino pirata toma consistencia en los siglos posteriores, pero su

    significado se ha corrompido, porque es ms un insulto que una definicin. Piratas

    son los otros, aquellos que atacan la patria, ya sean capitanes de la armada o

    corsarios (Francis Drake, Henry Morgan, Walter Raleigh, apodado El Guatarral), a la

    postre tan honrados por la corona inglesa como lo fueran para la espaola Pedro

    Navarro, el conquistador del norte de frica, Cristbal Coln, que tambin fue en

    corso, como todos, o Antoni Barcel, el general que acab con Argel en el siglo XVIII.

    Por eso en esta Ruta hemos elegido el trmino corsario. Si en ocasiones hemos

    reconocido el trmino pirata es porque el corso no es otra cosa que un acto de

    piratera con permiso, y por el peso inamovible que han trado siglos de uso del

    trmino.

    Cristianos contra musulmanes

    Aunque los enfoques hayan sido muchos, seguramente la visin ms fructfera

    es la de considerar el corso del siglo XVI como una prolongacin de la reconquista.

    Es curioso descubrir cmo todas las formas, las estrategias y el lenguaje que

    definen las acciones corsarias tienen su origen en esos siglos de enfrentamiento

    constante en la pennsula. La reconquista, ms que por las grandes campaas que

    sucedan muy de vez en cuando, se vio dominada por las correras que en una y otra

    direccin hacan tanto cristianos como musulmanes. Estas correras, llamadas

    "cabalgadas" o "algaradas", se servan de "adalides" u "hombres del campo", hombres

    conocedores del terreno que guiaban a las huestes invasoras en los breves ataques. El

    fin no era tanto la conquista como la guerra de desgaste. Se mataba, se quemaban

    ciudades, pueblos o campos, se apresaban cautivos de los que se pedan luego

    rescates, tanto ms cuantiosos cuanto ms importantes eran los presos, se persegua

    el botn. Cuando la algarada acababa, actuaban los "alfaqueques" o redentores de

    cautivos, aquellos que se encargaban de negociar y canalizar el rescate.

    Este sistema, que tena unas reglas muy precisos, podemos decir que

    institucionalizados, pervivi con el corso en el siglo XVI. Cuando en 1492 los

    cristianos toman Granada, la frontera deja de ser terrestre para convertirse en

    martima: el mar de Alborn constituir la nueva frontera. Las cabalgadas son ahora

  • correras desde el mar. Dmosle otro nombre: corso. Este tipo de incursin martima

    ya exista en los siglos anteriores, pero ahora se recrudece. Hasta entonces los

    cristianos han llevado la iniciativa. Pero pronto esto va a cambiar.

    Nace el corso moderno, pues, pero en l pervive lo secular. Ni siquiera los

    actores han cambiado demasiado. Se considera que de unos 300.000 musulmanes

    granadinos, la mitad emigraron al norte de frica. Se ha escrito mucho sobre el

    impacto que en esta regin tuvieron los mudjares. Era sta una poblacin

    cualificada y culta que renov las industrias y las artes en el Magreb, insufl de

    nuevas ideas y tcnicas una regin hasta entonces muy distante de la peninsular.

    Pero tambin fue una poblacin cuyo deseo de venganza combinado con su

    sabidura catapult la cuanta y eficacia de las cabalgadas. En el norte de frica se

    encontraron con una poblacin tremendamente receptiva a estos rencores. Durante

    los siglos anteriores la actividad econmica de estas ciudades costeras se haba ido

    especializando progresivamente en el corso. Segn Mercedes Garca Arenal, fue

    precisamente la eficacia de la piratera catalana y genovesa la que anul su capacidad

    productora y mercantil y redujo su vocacin marinera al puro comercio violento. En

    este contexto, muchos de los granadinos recin llegados se convertiran en corsarios,

    y volveran de nuevo a sus antiguas tierras, pero no para cultivarlas, sino para

    quemarlas. El cctel explosivo estaba a punto de estallar.

    Pero todava nos faltan un par de ingredientes. Recordemos: de 300.000

    musulmanes granadinos, la mitad... se qued en la pennsula. Esta minora (por

    llamarle de alguna manera: porque slo unos 40.000 cristianos se animaron a

    repoblar aquellas tierras en los aos inmediatamente posteriores a 1492), eran los

    mudjares, llamados progresivamente moriscos a partir de la Conversin General del

    ao 1500. Sus motivos de rencor no eran menores y, si acaso, mayores. Aunque las

    capitulaciones de Santa Fe que siguieron a la conquista de Granada salvaguardaban

    sus costumbres y su religin, la convivencia fue desde un principio difcil, por no

  • decir imposible. El odio, los prejuicios, la codicia, se sumaron en los cristianos y se

    materializaron en abundantes abusos: usurpaciones de tierras, asaltos, muertes,

    violaciones...

    El rebrote de la guerra abierta era cuestin de tiempo, cosa que el Cardenal

    Cisneros se encarg de acelerar. En 1499 confiscaba libros arbigos y encarcelaba a

    reputados lderes musulmanes o alfaques. La rebelin del Albaicn se extendi a las

    Alpujarras. La guerra dur dos largos aos, tras la cual los reyes obligaron a la

    conversin forzosa o a la expulsin. Casi todos optaron por quedarse bajo dursimas

    condiciones. La medida se extendi a Castilla. 20 aos despus unos hechos muy

    similares tendran lugar en el Reino de Aragn. Pasada esta primera fase de rebelin,

    los abusos no hicieron sino crecer.

    La primera reaccin de los moriscos, una vez comprobado que la conversin

    no arreglaba en absoluto su convivencia con los cristianos viejos, fue la huida. El

    comienzo del corso berberisco en Espaa nace de esta manera: moros de allende

    que desembarcan en la costa para ayudar a huir a sus hermanos todava residentes

    en la pennsula. Fueron las propias leyes cristianas las que provocaron la violencia

    morisca. Primero, al no permitrseles la emigracin pacfica. Y segundo porque stos,

    necesitados de unos ahorros para establecerse en Berbera e imposibilitados por ley a

    vender sus tierras, vieron en el asalto y cautiverio de los cristianos viejos la mejor

    solucin para, matando dos pjaros de un tiro, hacerse con un capital y adems

    vengarse de los que les ofendieron. Estas operaciones eran muy complicadas, porque

    implicaban sucesivos pasos a cual ms espinoso: huida y reunin de los moriscos,

    llegada de los de allende, asalto a las defensas cristianas, embarque en las naves

    berberiscas. Por eso deban ser cuidadosamente planeadas. Y este esfuerzo de

    coordinacin fue un capital de conocimiento invaluable para los aos venideros en

    que los berberiscos convertiran el corso en una verdadera industria.

    El impacto en el litoral de la pennsula de los moriscos espaoles convertidos

    en corsarios norteafricanos es bestial. Conocen bien la costa y el interior, tienen los

    mismos rasgos que los habitantes de la pennsula, hablan su lengua como ellos, se

    convierten en adalides, los guas de las expediciones, o en los propios protagonistas

    de las algaradas. Desembarcan por la noche y a primeras horas de la maana son

    capaces de mudarse a la guisa cristiana, inspeccionar el terreno o hablar con sus

    familiares o amigos, volver a una cala escondida y guiar a la hueste de piratas hacia

    la casa del cristiano que le arrebat sus tierras o a la de otros que conoce con nombres

    y apellidos, incendiar su hacienda entera, llevarse sus ganados y cautivar a aquel

    para arruinarle para siempre o para que pase el resto de sus das como esclavo en

    Berbera. Las fuentes abundan en estos hechos.

    El peligro de los que se quedaron no era menor. Los que no pudieron o no

    quisieron escapar se convierten en un segmento de poblacin ya decididamente en

    contra de los intereses del Estado, siempre dispuestos a cualquier alzamiento

  • repentino. Y lo que es ms: una quinta columna dispuesta a cualquier cosa por

    ayudar a sus hermanos allende el mar de Alborn, no slo hermanos de religin, sino

    de sangre. Ya en fecha tan temprana como 1494 los Reyes Catlicos reciben una

    denuncia que bien ilustra lo que pasara durante todo el siglo siguiente: ... que otros

    acogen en sus casas a los moros almogvares que vienen de allende a saltear a los

    cristianos, y que les dan los mantenimientos y las cosas que han menester, y les

    avisan adnde han de saltear a los cristianos (...) y que tratan con ellos, y que cuando

    vienen algunas fustas de allende a saltear les hacen muchas seales desde las sierras

    que estn junto con la mar

    Esta rebelin es en la mayora de los casos resistencia pasiva, que de una u

    otra forma espordicamente puede tomar las formas de la cita anterior. Pero muchos

    de los moriscos se lanzan al monte y se convierten en bandoleros, comnmente

    llamados monfes. En Andaluca nace una alianza fructfera entre los monfes del

    interior peninsular y sus primos los piratas magrebes. Los primeros ayudan a

    desembarcar a los segundos y les guan muy al interior para realizar cabalgadas que

    no son slo costeras. Los segundos rescatan a aquellos mudjares que, atrapados en

    la pennsula, no pueden ya emigrar a Berbera.

    En este mundo de papeles cambiantes bien poda suceder que el bandolero

    morisco se acabara convirtiendo en corsario. As le sucedi, como a otros muchos, a

    El Joraique en Almera. Durante el tercer cuarto del siglo XVI aterroriz las tierras

    comprendidas entre el ro Almera y el valle de Almanzora. Pero en 1573 ya ha

    pasado a Berbera y le encontramos protagonizando el asalto pirtico a Carboneras.

    Los hermanos Barbarroja y Argel

    Acabada la reconquista, la monarqua hispnica confa en vencer al Islam en el

    mar. Las cabalgadas sobre las costas se han multiplicado pero, por un lado, no dejan

    de parecer una simple continuacin de las anteriores y, por otro, las sucesivas

    expediciones de Pedro Navarro sobre el norte de frica hacen pensar que en breve el

    mar de Alborn ser espaol. Es ms, el dominio sobre Npoles y Sicilia, conseguido

    por Aragn en el siglo XIV, pinta un mapa de prepotencia general sobre todo el

    Mediterrneo occidental. La llegada de Aruch Barbarroja frustrar estas expectativas.

    Pocos actores tienen tal responsabilidad en el teatro corsario como los

    hermanos Barbarroja. Su llegada la norte de frica es el ltimo ingrediente

  • constructor de unos siglos que haran a las costas del Mediterrneo espaol

    convertirse en un infierno, acosado por legiones de avispas procedentes del mar.

    Los espaoles durante varias dcadas haban intentado dar el salto, pasar el

    estrecho y continuar no ya una reconquista sino una conquista en toda regla en esta

    regin. Entre 1497 y 1510 los ejrcitos de los Reyes Catlicos, comandados por Pedro

    Navarro, toman Melilla, Mazalquivir, el pen de Vlez de la Gomera, Orn, Buga,

    Trpoli. Un ao despus se reconocen vasallos Dellys, Mostaganem, Cherchell y

    Tremecn. Se conquistan y someten a vasallaje unas plazas, s, pero sin embargo, los

    intentos de ampliar los reinos se ven siempre frustrados. En este caso no se trata de

    someter a pacficos campesinos sino a tribus nmadas, escurridizas y traicioneras. La

    poltica de presidios en el norte de frica se estanca en su misma impotencia, incapaz

    de salir de sus propios muros.

    En este contexto, llegan los hermanos Barbarroja al occidente mediterrneo.

    De origen humilde, el mayor, Aruch, tuvo un ascenso rpido, pero en un principio

    desgraciado. Se enrol en barcos corsarios, con el tiempo se hizo dueo de uno de

    ellos, y acab como protegido de la faccin equivocada en las conjuras de palacio

    turcas. Por ello tuvo que huir hacia Occidente. En 1512 es acogido por el sultn de

    Tnez y utiliza la isla de Yerba para una actividad que conoca a la perfeccin: la

    piratera. En 1516 se pasa a Argel llamado por el rey Selim que quiere resistirse al

    pago de tributo a los espaoles. Poco despus Barbarroja le asesina (algunos cuentan

    que con sus propias manos) y se hace proclamar sultn. Casi inmediatamente toma

    Tremecn, importante intento de expandir un reino tanto por la costa como por el

  • interior, pero en 1518 los ejrcitos espaoles sitian y conquistan la plaza y Aruch

    muere en la batalla. La reaccin de Jeredn, su hermano, es fulminante. Se hace

    sbdito de la Sublime Puerta turca a cambio de recibir ayuda contra los espaoles y

    de ser mantenido como gobernador de Argel. En 1519 13.000 espaoles fracasan en la

    toma de Argel, pero las revueltas interiores impiden a Jeredn consolidar su reino.

    Con el tiempo el nuevo reino creado por un pirata, Jeredn Barbarroja, tiene mucho

    ms xito que los intentos de un Estado avanzado como el espaol. Legitimado como

    sbdito de la cabeza espiritual del Islam, el sultn de Turqua, y fortalecido por el

    buen hacer de sus dirigentes, el reino de Argel se extender por un amplio trecho de

    la costa magreb, conseguir en los siguientes decenios alianzas duraderas con las

    tribus o emprender expediciones hacia el interior del Sahara consolidando su

    soberana. Este legado se transmitir de una manera continua hasta que en 1820 es

    conquistado por las tropas francesas. Se trata de un reino nacido y especializado en el

    corso, cuya supervivencia y casi nica fuente de ingresos es el bandidaje martimo.

    Es lo que los historiadores han llamado una repblica corsaria. Y a las mismsimas

    puertas de las costas espaolas.

    Carlos contra Suleimn

    Aunque ya hemos presentado a los actores principales de esta obra, hay otro

    que, mucho ms lejano en el espacio, no dej de estar presente en todo momento.

    Hablamos del Imperio Turco. El ascenso turco en la escena europea y mediterrnea

    es rapidsimo. En 1453 conquistan Constantinopla y la convierten en capital. Hasta

    entonces no suponen un peligro para el dominio martimo cristiano del

    Mediterrneo, pero en 1503 derrotan a la prestigiosa armada veneciana. Es un primer

    aviso. En 1516-17 conquistan Siria y Egipto, ganando la supremaca absoluta sobre el

    mundo musulmn en trminos polticos y militares, ya que tras la ocupacin de

    Arabia y las ciudades santas del Islam, el sultn ya se haba convertido tambin en

    califa de todos los musulmanes sunnitas. En 1520 sube al trono Suleimn el

    Magnfico. Un ao despus el imperio de Carlos V siente su aliento cuando los turcos

    conquistan Belgrado. En 1522 toman la isla de Rodas, sede de los caballeros de la

    Orden de San Juan, aguerridsimos marinos cuya existencia haba sido una

    salvaguarda de los intereses cristianos en el mediterrneo oriental y una puerta

    cerrada ante el avance otomano hacia el occidental. Nada de esto existe ya, y

    recordemos: slo tres aos despus Jeredn Barbarroja se hace definitivamente con

    Argel. El Mediterrneo ha dejado de ser un lago cristiano.

  • En 1529 los turcos ya estn a las puertas de Viena. Suleimn el Magnfico y

    Carlos V, campeones del Islam y la Cristiandad se enfrentan abiertamente. El

    Imperio Otomano est amenazando ya a los Habsburgo no en sus reas de influencia

    sino en su misma casa. El sitio de la ciudad acaba en fracaso y el frente se traslada de

    nuevo al Mediterrneo. Desde este momento la guerra imperial es total, los frentes se

    suceden en todos los puntos de un mar cuyas aguas, que han venido calentndose

    durante dcadas, van a arder en los aos sucesivos. Tras el asalto fallido a Koron de

    Morea por las tropas carolinas en 1532, Suleimn reacciona llamando a Jeredn a

    Constantinopla y nombrndole nada menos que Almirante de la armada turca. En

    1534 el nuevo almirante conquista Tnez, hasta entonces vasallo de los espaoles. Un

    ao despus Carlos V rene una armada gigantesca: 400 barcos y 26.000 hombres,

    alemanes italianos y espaoles al mando de Andrea Doria, que recuperan la ciudad y

    hacen huir a Jeredn. En 1538 la cristiandad se une: Andrea Doria rene una armada

    de 60.000 hombres, la ms grande nunca creada. 80 naves venecianas, 36 pontificias,

    30 espaolas y 50 galeones de vela sucumben sorprendentemente frente a la inferior

    armada de Jeredn Barbarroja. Ya nada parece resistirse al imparable predominio

    turco en el mar.

    Y as es: en 1541 Carlos quiere cortarlo por lo sano y acabar con Jeredn en su

  • misma base, Argel. Otra gran armada (450 barcos, 36.000 hombres) se lanza contra la

    ciudad. Corre ya octubre, se acerca el invierno, pero los espaoles confan en una

    pronta victoria. El emperador no teme una derrota, en la nave almirante le

    acompaan doncellas, como de paseo. Van con l sus mejores generales y algunos

    que lo sern en aos venideros, como Hernn Corts. Pero esta vez no ser tan fcil

    como en Tnez. Las repetidas tormentas hunden a una centena larga de naves y

    dispersan a los sitiadores, perpetuamente encenagados. 12.000 hombres perecern en

    la empresa. Como cuenta Philip Gosse: "en los baos de Argel un cristiano no vale

    una cebolla".

    En 1546 muere Jeredn Barbarroja. Se cierra as una etapa en la cual el

    sometimiento de Argel a la estrategia general del imperio otomano hace a la ciudad

    ms turca y menos corsaria. Durante estos aos las galeotas argelinas se han unido a

    enormes escuadras que asolan ciudades con gran destruccin y abundante botn en

    riquezas y cautivos. En lneas generales podemos decir que son pocos los ataques,

    pero tremendamente destructivos.

    A estos tiempos les llamaremos del gran corso, porque por debajo de la

    guerra convencional sigue perviviendo una estrategia puramente corsaria. La

    estrategia no se traza para incorporar territorios, sino para rapiarlos. No se busca

    conquistar, se pretende fastidiar. Es la ancestral guerra de desgaste mediante

    cabalgadas que existi desde la Baja Edad Media. La diferencia con el corso

    convencional es simplemente de escala, estriba en que en vez de algunas pocas ovejas

    o un lad de pescadores, se arrasan en ocasiones ciudades y los cautivos se cuentan

    por decenas o centenas. En las costas espaolas al peligro mudjar se le haba

    sumado el monf, al que se agreg el argelino para ser completado por el turco. Todo

    un cuadro de alianzas y destruccin. Desde ese da a los corsarios se les llamar

    turcos, no importa exactamente su procedencia. Este estado de cosas, indiscutible

    durante el reinado de Jeredn, pervivir de manera decreciente hasta la batalla de

    Lepanto

    Por si fuera poco, en los aos cincuenta a los Habsburgo les nace otro

    monstruo. Turgut, en Espaa llamado Dragut, vena utilizando el oriente tunecino

    como base para sus correras. Haba formado parte siempre de los generales de

    Jeredn, el cual le haba llamado cuando se encontraba en el Egeo. El sultanato hafs

    que haban dejado los espaoles como protectorado no acaba de consolidarse por

    conjuras de palacio y los ancestrales problemas con las tribus. Doria interviene pero

    Dragut contraataca y en 1551 conquista Trpoli con la ayuda del Pach turco. En 1558

    su poder sobre casi todo Tnez es un hecho. Mientras que sus descendientes acaban

    por "especializarse" en Italia, dejando Espaa a los argelinos, Dragut visita nuestras

    costa una y otra vez, hasta el punto de que ha pasado, dentro de la particular historia

    popular, como el mximo exponente del terror pirtico de la poca.

    En 1565 tiene lugar el gran sitio de Malta, otra de los hitos militares de esta

  • guerra entre imperios. Los Caballeros de la Orden de San Juan, despus de la

    prdida de Rodas acaban instalndose en Malta, acogidos por Carlos V. La armada

    turca decide acabar con este reducto de corso cristiano. El sitio dura seis meses. La

    flota cristiana de Felipe II tarda en llegar pero cuando finalmente lo hace los turcos

    huyen. El nico que se atreve a intentar parar el contraataque es Dragut, que acaba

    muriendo en batalla.

    Lepanto y el siglo XVII

    Y llega 1571, ao de la clebre batalla de Lepanto. Tras la conquista de Chipre,

    base corsaria en el orbe veneciano, se unen de nuevo los esfuerzos de las potencias

    cristianas y se forma una armada de ms de 200 galeras y 48.000 hombres. Forman

    parte de ella venecianos, tropas pontificias y otros, pero slo Espaa como tal Estado.

    A su mando va Juan de Austria, con 24 aos, hijo natural de Carlos V. La flota turca

    es ms numerosa pero est peor preparada y acaba siendo destruida en el golfo de

    Lepanto.

    De un tiempo a esta parte se ha revisado la influencia de esta batalla.

    Tradicionalmente se consideraba que tamaa derrota supuso el fin de la

    preponderancia musulmana y turca en el Mediterrneo, as como una decadencia del

    corso. Pero lo cierto es que Turqua reconstruye la flota en tan slo un ao. Qu

    sucede entonces?

    En realidad, no hay una explicacin nica, sino una conjuncin en el tiempo

    de factores. Segn Miguel ngel de Bunes, la prdida de poder en el Mediterrneo

    no se debe tanto a la batalla en s, como a la multiplicacin de frentes en el imperio

    turco, su inters progresivo en oriente y a su propia decadencia interna. Todo ello la

    hace desaparecer prcticamente del mapa. Por otro lado, el Mediterrneo va a dejar

    de ser el campo de batalla de las grandes potencias. En efecto, el siglo XVII se

    consolida Inglaterra como gran potencia, Holanda levanta su imperio martimo y el

    Mar del Norte acoger en sus orillas a las ciudades ms dinmicas. El Atlntico pasa

    a ser el centro del mundo.

    El Mediterrneo ha entregado el cetro. El fin de la "gran guerra" en este mbito

    supuso en las costas espaolas la casi desaparicin del "gran corso" (a excepcin de

    hechos puntuales como el saqueo de Calpe, por ejemplo), y el nacimiento de la poca

    dorada del "pequeo corso". Este se expresa como la incursin de una o pocas naves

  • con objetivos o al menos resultados bastante menos ambiciosos: el robo de ganado,

    barcas de pescadores, de una aldea costera...

    El clima social de la costa tardar en relajarse, pero los efectos sobre las

    poblaciones son menos destructivos. En palabras de Braudel, la desaparicin del

    enfrentamiento entre imperios y religiones lanza a las fuerzas vivas, que en otro

    tiempo se dedicaban a la gran guerra, a la "pequea guerra", de tal manera que sta,

    lejos de desaparecer, se recrudece: "La piratera quema las energas que en otro

    tiempo haban cristalizado en una Cruzada (o Djihad): ni una ni otra interesan ya a

    nadie, salvo a los locos y a los santos". O, como magistralmente expresa Bunes: "El

    Mare Nostrum ya ha dejado de ser el lugar de las grandes batallas y de las acciones

    honorables de los hombres de armas, para convertirse en un espacio marcado por la

    guerra sucia y destructiva donde el honor ha sido sustituido por el inters

    econmico, y donde la pica ha sido vencida por la rapia". Nosotros, con modos

    algo ms desaliados, lo expresaramos en otros trminos: el soldado profesional,

    que se ha ido al paro, ha de buscar empleo donde sea, encontrndolo en el corso.

    Muerto el perro, la rabia contina.

    A este estado de cosas contribuirn dos hechos: las galeras argelinas salen casi

    indemnes de la batalla de Lepanto. Desde entonces contribuyen cada vez menos con

    sus fuerzas a la armada imperial, y esta libertad de accin, si bien tericamente

    siguen siendo sbditos de la Sublime Puerta, concentra sus fuerzas en el cometido

    histrico para el que fue creada: el corso. Por otro lado, treinta aos despus, la

    Monarqua Hispnica expulsa a los moriscos en 1609. La expulsin, si bien suprime

    casi en su totalidad la existencia de aquella quinta columna, lanza a las costas de

    Berbera a casi medio milln de moriscos, muchos de los cuales eran potenciales

    monfes, o dicho de otra manera: susceptibles piratas.

  • Si el siglo XVI fue el siglo de oro del gran corso, el XVII lo ser del pequeo

    corso. Algunos argumentan que la peligrosidad y el poder de los corsarios

    berberiscos de esta nueva poca fue incluso mayor. Probablemente estn en lo cierto.

    Y sin embargo, paradjicamente, en lo que respecta al litoral Mediterrneo

    peninsular los efectos negativos de estos nuevos tiempos no tienen ni comparacin

    con los nefastos del anterior. Dos factores contribuirn a ello:

    Por un lado, las defensas en la costa cristiana se consolidan y refuerzan (ver

    ms adelante). Felipe II, cuyas fuerzas navales estaban dispersas por todo el mundo,

    opta por una defensa terrestre. A instancias suyas, a partir de la dcada de los 1570,

    se reconstruye y reorganiza todo un sistema de defensa cuyo exponente ms

    llamativo son las torres atalayas. A finales del siglo XVI la cadena defensiva se

    encuentra prcticamente acabada. La puesta a punto de estas ordenanzas basadas en

    elaborados estudios no deja en teora una cala del mediterrneo hispnico sin

    vigilancia en todo momento. El sistema dista mucho de ser perfecto, pero los efectos

    se dejan sentir. La siguiente cita, referente a la torre de Solderiu, en el delta del Ebro,

    muestra bien cmo cambi el panorama de la costa: No son entradas galeotas ni

    otras fustas de moros en el ro Ebro conforme antes solan entrar, si bien es verdad

    que en algunas ocasiones han venido algunas naves o bajeles de moros que se posan

    delante de dicha torre en un lugar donde no pueden recibir dao de los tiros de la

    torre. En una ocasin vino una gran nave que se coloc a tiro de can y un artillero

    muy prctico que estaba en la torre la escaramuza muy bien y los maltrata porque

    todos los tiros los colocaba dentro de la nave y as les fue forzoso a los moros dejar el

    puesto y retirarse. Todava en algunas ocasiones han saltado en tierra lejos de dicha

    torre y hacen alguna cabalgada y cogen algn pedazo de las pesqueras o salinas

    empero no pueden hacer tanto dao como hacan antes de estar dicha torre porque

    adems de la defensa de dicha torre son descubiertos y avisan a las dems y toda la

    costa de la mar y as en todo lugar se guarda

    Pero tal vez el factor ms decisivo a la hora de explicar la menor importancia

    del corso en las costas del Mediterrneo espaol a partir de los aos 70 del siglo XVI

    sea su creciente inters por el Atlntico. Como todo bandido, el corsario busca la

    riqueza, y sta ahora reside en el otro mar. Se divisa ahora su estela en las costas de

    Cdiz y Huelva, en las flotas que vienen de Indias e incluso en Galicia en no pocas

    ocasiones. Pero eso no es todo: en 1625 el alcalde de Plymouth informa que piratas

    norteafricanos han capturado 1000 hombres en sus costas. Entre 1570 y 1516 se

    calcula que un total de 456 naves inglesas han sido apresadas. El canal de la Mancha

    deja de ser un lugar seguro. Y an peor, si no fuese historia no nos lo creeramos: en

    1624 barcos argelinos capturan a pescadores de bacalao en Terranova y en 1627

    corsarios norteafricanos llegan hasta Islandia y la saquean. Imaginemos por un

    momento la sorpresa del pueblo de los glaciares y los giseres, los antiguos vikingos,

    al verse invadidos por energmenos calzados con turbantes.

  • En realidad, es que Europa se ha escorado hacia el Oeste, y nada queda igual.

    Con sus ojos puestos en otro orbe, tambin cambian los aliados argelinos. Inglaterra

    y Holanda, enemigas de Espaa, ven con buenos ojos cmo estos corsarios combaten

    el poder del imperio en decadencia. A sus puertos arriba sangre nueva. Desde finales

    del siglo comienzan a llegar oportunistas del norte de Europa que a menudo se

    convierten en renegados de su antigua religin. Argel, tradicionalmente refugio de

    aventureros procedentes de Anatolia, Grecia, Dalmacia, Albania, Sicilia, Npoles,

    Egipto, de todo el orbe mediterrneo, ahora es lugar de empresa y ambicin de

    escoceses, portugueses, flamencos, ingleses, daneses... Vienen ellos, pero tambin sus

    tcnicas y su comercio: plvora, maderas, resinas, caones y ... velas. En 1609 arriba a

    Argel Simn de Dauser. La llegada de este antiguo comandante de los Estados

    Generales de los Pases Bajos, reconvertido en pirata, se considera como el principio

    de la revolucin en la navegacin argelina. El holands ensea en frica las nuevas

    tcnicas de navegar en el Atlntico y en alta mar, y tambin cmo construir nuevos y

    veloces veleros. Los espaoles, apegados a una gloria imperial que empieza a ser

    pasado, tardan en aceptar la revolucin nutica y durante varias dcadas los

    corsarios berberiscos gozarn de una ventaja incontestable.

    El escoramiento al oeste del mapa es evidente. Tnez y Trpoli no llegan a 12

    embarcaciones de corso en 1620. Pero, por contra, surgen otros nuevos centros

    corsarios, esta vez en la costa atlntica marroqu, como Larache y La Mmora.

    Espaa debe reaccionar: en 1610 consigue mediante la diplomacia que los marroques

    le cedan Larache y en el mismo ao Luis Fajardo toma La Mmora. Pero bastante

    menor xito tiene con los que sern su nueva pesadilla, Sal, que hasta bien entrado

    el siglo sern la repblica corsaria ms dinmica, activa y daina de la nueva poca.

    Hasta mediados del siglo XVII muchos consideran que el Mediterrneo es un

    mar musulmn. A finales del siglo XVI la repblica de Gnova escriba a su

    embajador en Espaa: "esto viene de que en esos mares no hay una sola galera ni un

    solo esquife cristiano a flote". A finales de este siglo, Turqua desva su mirada del

    Mediterrneo, pero deja que sus hijas bastardas, las repblicas corsarias

    norteafricanas, se encarguen de que no se olvide su presencia. Sin embargo, a partir

    de 1650 los corsarios entran en decadencia. Las cifras hablan: en 1634 Argel contaba

    con unos 80 navos de guerra; en 1659 ya slo tena 23. La situacin de Tnez era an

    peor: en 1674 contaba con 3 galeras, 7 veleros y algn que otro leo.

    El corso berberisco agoniza. Las potencias europeas, que les han apoyado

    intermitente o indirectamente durante dcadas, dejan de hacerlo porque a Espaa,

    convertida en una potencia de segunda fila, ya no es necesario castigarla de la misma

    manera. Cuando esto sucede, corren ellos mismos el riesgo de sufrir las razias

    norteafricanas. Para evitarlo pagan tributos a las ciudades corsarias a cambio de que

    sus naves no sean atacadas, pero muy a menudo estos acuerdos son agua de borrajas.

    Por eso, ya no slo Espaa, que repetida y tradicionalmente haba protagonizado

  • expediciones de castigo, sino que Inglaterra y Holanda, e incluso al final Francia,

    comienzan a hacer lo mismo: 1654, 1655, 1671, 1677, 1681, 1683, 1688 presencian

    empresas en las que se bombardea y queman naves de Argel, Trpoli o Sal. El

    camino est abierto: Turqua ya no protege a sus nominales vasallos. Ninguna de

    estas acciones es definitiva, pero minan la capacidad ofensiva de los corsarios. Si su

    actividad se mantiene, aunque ya a niveles mnimos hasta el siglo XIX, es porque

    estas ciudades no encuentran tan fcilmente otra fuente de ingresos y porque las

    potencias europeas, absorbidas en rencillas entre s, nunca llegarn a unirse

    Espaa, por su lado, durante el siglo XVIII sigue enzarzada en espordicas

    disputas por sus arcaicos presidios norteafricanos. En 1736 se logra una primera

    tregua con Marruecos que se reafirma en una paz casi definitiva en 1767. En 1782 se

    firma un tratado de paz y comercio con Turqua que en teora vincula a Tnez y

    Argel, pero estos se niegan a suscribirlo. Son necesarias varias expediciones de

    Antoni Barcel y Juan Mazarreo para que en 1785 Argel firme la paz. En 1791 Tnez

    hace lo mismo. Se pone fin a la secular guerra con Espaa. En 1820 Francia se

    apodera de Argel y se acaba el ltimo atisbo de corso en la regin.

  • Cmo parar a los espumadores de la mar?

    Las defensas

    La primera medida para controlar los ataques martimos fue mediante la

    repoblacin. El modelo viene de antiguo, ya que tambin en el Reino de Valencia se

    haba visto que para mantener la seguridad de la costa contra lo que por entonces se

    llamaban corsarios sarracenos era necesario poblar las franjas litorales con gentes

    fieles al Estado.

    Por eso en toda la costa mediterrnea se expulsaron a los mudjares o

    moriscos hasta una legua del mar y se promovi la instalacin de grupos de

    cristianos viejos a lo largo de la franja litoral. La repoblacin era un fin y un medio al

    mismo tiempo. Por un lado, se labraban y explotaban tierras de cuyo trabajo la

    Monarqua, obispados o nobles extraan impuestos y, por otro, se consegua que estas

    gentes protegieran el territorio para que la recaudacin fuera posible. Para atraer a

    estos cristianos del interior se les donaban tierras, se les exima en un principio de

    varias cargas impositivas y se les otorgaban otras diversas mercedes. A cambio, se les

    obligaba a tener armas y a algunos caballos, y a acudir a los rebatos cuando las velas

    amenazaran por el horizonte: se trataba de una repoblacin con un claro carcter

    militar. La costa era una frontera, y como tal, peligrosa. En realidad esta segunda

    obligacin no era tal, porque los propios pobladores vean que defendiendo la costa

    se defendan a s mismos. Por eso, cuando haba al arma, no dudaban en salir lo

    ms rpidamente posible a plantar cara al moro, an cuando el peligro no fuese

    directamente con ellos sino con un pueblo cercano: saban que los prximos podan

  • ser ellos y que iban a necesitar igualmente del concurso de sus vecinos.

    La vida de los cristianos en la costa debi de ser un infierno, como encerrados

    en un bocadillo mortal. Por un lado, un mar plagado de corsarios. Por el otro, unas

    sierras hirviendo de moriscos llagados de rencores. Como comentaba Viciana en

    relacin a Villajoyosa, caso aplicable a gran parte de esta costa: Asentado a la lengua

    del agua" [corran peligro] "as de la tierra como de la mar: que en la tierra, dentro de

    cinco leguas de su contorno todos los pueblos son de moriscos: y por la mar los

    corsarios juntan tanto con la tierra sus navos que dellos mismos pueden asentar la

    batera

    En cuanto a los moriscos, vivieron en un permanente estado de excepcin.

    Adems de no permitrseles asentarse a menos de una legua del mar (unos 7 km.), no

    podan llevar armas, a menudo no pasear por la noche, vestirse distintivamente, no

    acercarse a la costa ms que en determinadas ocasiones, o pescar, si acaso,

    acompaados de un cristiano viejo. Pero adems, estaban en la obligacin de reparar

    fortalezas y caminos, y sobretodo, de pagar la farda, un impuesto especial

    destinado a la construccin y acondicionamiento de las torres y fortalezas costeras. Si

    el primer tipo de medidas era humillante en lo social, el segundo tipo era gravoso en

    lo econmico. El control de la poblacin morisca para evitar su connivencia con el

    corso berberisco no hizo sino exasperar an ms los nimos, y a la larga, provocar el

    efecto contrario.

    Durante toda la primera mitad del siglo XVI se pens que el corso berberisco

    poda ser vencido desde el mar, atacndolo en su raz. Las campaas de Carlos V en

    todo el Mediterrneo y en concreto en el norte de frica apuntan a un intento de

    seguir manteniendo una prepotencia que se extingue con la llegada de los Barbarroja

    al norte de frica y el ascenso del Imperio Turco.

    El primer bastin de esta defensa deban de ser las plazas africanas de la

    monarqua hispnica, conseguidas por las campaas de Pedro Navarro en 1510. Sin

    embargo, su alcance era a todas luces limitado e insuficiente. Como hemos visto,

    permanecieron siempre como islas rodeadas en un mar de enemigos y su

    contribucin a la defensa de las costas espaolas slo era de alguna utilidad en el

    caso de Andaluca, cuando, por ejemplo, percibieron los preparativos para el asalto a

    Gibraltar en 1540.

    El segundo estadio de esta defensa, tal cual era concebido, deban de ser las

    escuadras martimas. Este medio se prob como el ms til y eficaz contra el

    predominio de las fustas berberiscas en la costa peninsular. Sin embargo, con cierta

    solucin de continuidad slo existi la que corra entre Cartagena y el Puerto de

    Santa Mara, en Cdiz, entre los meses de primavera y otoo. En Valencia, el intento

    de crear algo parecido con base en el puerto de Dnia, fue un efmero xito (ver

    Dnia). Funcion brillantemente entre 1618 y 1620, pero acab siendo trasladada a

  • otros frentes cuando el monarca as lo requiri. Si no se crearon ms en Valencia fue

    porque los virreyes siempre supieron dnde podan acabar sus esfuerzos:

    engrosando las fuerzas imperiales en mares muy lejanos a los suyos. Si la piratera en

    nuestras costas se convirti en un mal endmico fue, como sucedi en todos los

    mbitos de la historia de estos siglos, porque se primaron los intereses imperiales

    universalistas de los Habsburgo sobre los intereses particulares de los habitantes de

    Castilla y Aragn.

    Felipe II reconoce el espejismo. Sus esfuerzos se concentran crecientemente en

    el Atlntico, y opta definitivamente por unas defensas terrestres. stas consistirn en

    el cerramiento de la cadena de torres de viga y en la organizacin del sistema de

    milicias para acudir a los rebatos.

    Ninguna constituye una solucin nueva. En Andaluca exista un sistema de

    torres costeras muy denso, heredado de poca nazar. Las primeras instrucciones

    encaminadas a reorganizar la defensa de la costa datan ya de 1497. Pero en Valencia

    y Catalua existan poco ms que testimonialmente, y las ordenanzas de mejoras no

    llegan hasta mediados del siglo. Se trata de impermeabilizar todo el sistema,

    actualizar y reformar las torres existentes, construir all donde hiciera falta. En el

    ltimo tercio del siglo XVI se levantan cientos de ellas. Los encargados de hacerlo

    sern las propias ciudades o pueblos, los obispados incluso. Para conseguirlo el rey

    rara vez pone un ducado, sino que concede exenciones de impuestos o permite la

    exaccin de otros nuevos. A finales de siglo se puede decir que a excepcin de las

    partes ms remotas y despobladas, Murcia, Almera, Huelva, la costa se ha sellado, al

    menos, y con permiso de las maas corsarias, sobre el papel.

    La principal funcin de las torres de viga o atalayas consista en el

    avistamiento y aviso de la presencia de naves enemigas. Estaban situadas

    generalmente en altozanos, aunque encontramos muchas a las mismas orillas del

    mar. Otro factor determinante a la hora de fijar su ubicacin, casi de la misma

    importancia que la visibilidad, fue vigilar las fuentes de agua dulce con el fin de

    impedir que los piratas pudiesen hacer "aguada", lo que, se esperaba, redujera su

    autonoma. Dentro de la estrategia anti-corsaria, resultaba de primaria importancia

    evitar la aguada. Las naves de la poca se basaban en la fuerza de los remeros y el

    combustible de stos, en clima clido adems, era el agua. Las reservas de sta que

    poda alojar una galeota, una galera o una fusta nunca duraban ms de una semana,

    por lo que para que las naves fueran efectivas necesitaban fondear junto a un ro o

    fuente por lo menos cada seis das. Muchas de las torres se levantaron para

    impedirlo. Estaban dotadas en la mayora de los casos de un mnimo de tres guardas.

    Cuando se descubra una nave extraa, dos guardas corran a dar el aviso, uno a

    cada torre vecina. stas, a su vez, mandaran a uno de los suyos a la situada ms

    cercana, y as sucesivamente, en las dos direcciones, hasta que el parte llegase a una

    cabeza de capitana o de reino, que sera la encargada de evaluar qu medidas deban

  • tomarse. Estos avisos se hacan calladamente, hasta que se supona que los enemigos

    haban percibido la alarma en tierra. En ese caso se hacan ahumadas durante el da y

    fuegos durante la noche para transmitir el aviso, lo que no evitaba que, para mayor

    seguridad, siguiesen comunicndose de la manera anterior. En el caso de que la nave

    sospechosa hubiese tomado tierra, un guarda correra a la poblacin vecina donde la

    autoridad haba de tocar a rebato, mediante las campanas de la iglesia o castillo, y

    apercibira las fuerzas, y el otro ira a la torre inmediata que se considerase ms

    necesaria. Los avisos con fuegos deban levantarse tantas veces como naves se

    avistasen y, en el caso de tomar tierra, se mantendra el fuego o la ahumada de forma

    continuada. Adems de estas seales luminosas se contemplaban otras formas: aviso

    sonoro mediante el can o tambin con cuernos o campanas.

    Pero adems de una vigilancia esttica, los guardas estaban encargados de

    recorrer las costa para rastrear la presencia de enemigos en calas o entrantes

    escondidos. La visita a estos lugares se llamaban de "descubierta". En estos paseos se

    deban encontrar con el guarda de la torre aledaa dndole el aviso de seguro.

    Cuando estos guardas iban a pie se llamaban "escuchas", y cuando lo hacan a

    caballo, "atajadores", pero los dos trminos se mezclan, curiosamente y aun cuando

    los caballos eran un bien escaso y poco utilizado, en beneficio del segundo.

    Todas las torres tienen unas caractersticas comunes, casi idnticas: suelen ser

    redondas, de forma tronco cnica, construidas en mampostera, de entre 10-13

  • metros de alto y 5-7 de dimetro. El primer piso es macizo, relleno con piedra muy

    recia, en talud, ambas cosas para prevenir el dao de la incipiente artillera. En el

    primer piso se abra la puerta, a la que haba que acceder mediante una escalera de

    cuerda y que daba entrada a una habitacin abovedada. En ella poda haber una

    ventana o aspillera para mejor divisar el mar y para defenderse, pero a menudo es

    totalmente ciega. Una pequea hornacina hace de capilla. Por un vano elevado se

    sube a la azotea o plaza de armas, rodeada de un parapeto almenado. Siempre se

    protegieron las puertas con al menos un matacn sobre ellas. En ocasiones el matacn

    es corrido, rodeando todo el permetro superior, aunque muy raramente se conserva,

    tan slo las mnsulas que lo sostuvieron.

    Menos importante era la funcin defensiva propiamente dicha. Las torres

    vigas se construyen en altos, lejos de la orilla, para proteger a los guardias de algn

    hipottico ataque pirata y para facilitar las seales luminosas, como los faros. Por eso

    la capacidad artillera de las atalayas es escasa, pues rara vez tienen que defenderse

    de poco ms que de una partida de piratas armados de saetas y de algn arcabuz.

    Sin embargo, existe otro tipo de torres, aquellas que, situadas a la orilla del

    mar o a la vera de un ro-aguadero, estaban encargadas de defender el territorio

    circundante que le tocaba. A este tipo, las llamamos torres de defensa. Su apariencia

    exterior es muy parecida, pero estn diseadas para que sus muros resistan mejor un

    ataque artillero y para alojar tambin los suficientes caones para rechazarlo. Por eso

    la principal diferencia estriba en su volumen, marcadamente mayor. Tambin la

    guarnicin se eleva y se enriquecen de estancias. En el piso bajo puede haber otra

    habitacin o stano, e incluso una tercera en un segundo piso, todas conectadas por

    una pequea escalera de caracol que cuando llega a la terraza se cubre con un

    tejadillo. Puede haber incluso garitones en alguna de sus esquinas. En contadas

    ocasiones las formas varan pero, cuando lo hacen, es porque fueron diseadas para

    la defensa: de barrilete, cuadradas, octogonales, de herradura...

    Por ltimo, habra que sealar otro tipo, en realidad el ms frecuente: las

    torres mixtas. Las torres de viga rara vez no estuvieron pensadas para defender

    alguna cala que descansara a sus pies y por tanto diseadas para alojar al menos un

    pequeo can y, del mismo modo, las de defensa rara vez no tuvieron que servir de

    atalayas y transmitir las seales como cada quisque. Entre unas y otras haba un

    gradiente en la importancia de cada funcin en el que adems juega un papel la

    historia, pues muchas torres se hubieron de convertir en atalayas puras a la fuerza,

    ante la escasez de suministros artilleros, aunque esa es otra historia.

    En el siglo XVIII se da otro paso de gigante en la defensa. Los Borbones

    construyen algunas torres atalayas para mejorar el enlace visual donde ste era

    difcil, pero sobre todo levantan fuertes-batera. Su necesidad y estructura deriva de

    una poca en la que el desarrollo de la artillera es ya la pieza angular de todo

    combate entre fuerzas. Su antecedente son las torres de herradura o pezua de buey

  • del siglo XVI, pero los fuertes suponen un salto cualitativo notable respecto a

    aquellas, ya que se trata de colosales construcciones habilitadas para alojar a una

    importante guarnicin y explanadas para emplazar grandes caones. Aunque sus

    formas presentan pequeas diferencias, como en el caso de las torres, siguen un

    modelo casi idntico. La fachada terrestre se protege con un hornabeque, es decir,

    dos bastiones en las esquinas que flanquean y protegen la puerta principal a ras del

    suelo. Los fuertes estaban rodeados de un foso, y por tanto, para entrar a su interior

    necesitaban de un puente levadizo. Ambos han desaparecido ya en todas las

    construcciones que podamos visitar hoy en da. A menudo, adems, la puerta de

    acceso se protega con una barbacana que de trazado triangular, parta de los

    bastiones angulares y cerraba un pequeo patio alrededor de la puerta. Una vez

    traspasada sta, se accede a un gran zagun que se abre a ambos lados a varias

    estancias, generalmente las del oficial y los calabozos. A menudo pueden observarse

    todava los orificios destinados a las cadenas para izar el puente levadizo. Pasado el

    zagun, comienza el patio. A su alrededor todas las estancias del fuerte: la capilla, el

    alojamiento del capelln, el cuartel de caballera, la caballeriza y pajar, el cuartel de

    artilleros, la habitacin del guarda-almacn, los depsitos de pertrechos y plvora, el

    cuartel de infantera, la habitacin del alcaide... En el centro del patio, normalmente,

    el aljibe. Justo enfrente de la puerta, en el extremo opuesto, suba una rampa para

    caones que culminaba en una batera de forma semicircular, en donde se emplazaba

    la artillera, cara al mar. Las estancias inmediatamente anteriores a la batera

    sobresalan algo del permetro general, formando una especie de torreones que

    protegan mejor los flancos. Los fuertes tenan slo dos pisos. En el bajo se abran

    aspilleras para la fusilera, como tambin en el adarve de la terraza. La mayor

    paradoja de estas fenomenales muestras de la ingeniera militar dieciochesca es que,

    a pesar de ser construidas para ello, nunca tuvieron que enfrentarse a los corsarios

    berberiscos, ni apenas tampoco a los navos franceses, ingleses u holandeses que en

    aquella poca representaban un peligro tanto o ms importante. Su presencia debi

    de ser suficiente para amedrentarlos. Pero lo que significa una an mayor irona

    histrica: cuando estas fortalezas se levantaron, a finales del siglo XVIII, momento en

    que el litoral Mediterrneo espaol estuvo bien defendido, la poca del corso

    norteafricano ya se extingua.

    Por ltimo, una original forma de defensa fueron las iglesias-fortaleza.

    Nuestro camino a todo lo largo de la costa mediterrnea y an atlntica nos ha

    llevado a una conclusin sorprendente: la gran mayora de las iglesias del siglo XVI y

    anteriores emplazadas en la costa tienen elementos defensivos, si no es que fueron

    abiertamente construidas como fortalezas. Hay rasgos por los que se distinguen

    inmediatamente: almenas o matacanes pero, aun cuando stos no existen o han

    desaparecido, se aprecia claramente la preocupacin defensiva de las iglesias en la

    escasez de vanos o en la elevacin de estos a gran altura (en una poca en la que el

    ltimo gtico peda grandes ventanales). Mientras que estas caractersticas no las ha

  • podido borrar el tiempo, el resto s: torres almenadas sustituidas en siglos posteriores

    por campanarios, muros a modo de recinto fortificado a su alrededor, parapetos

    defensivos en las terrazas, etc. Hay ejemplos para todos los gustos: en algunos no se

    aprecian diferencias formales, otros con dificultad, otros sorprenden por su recia

    presencia, otros por sus originales soluciones. En definitiva, las iglesias-fortaleza, en

    su variopinta singularidad, constituyen otra de las consecuencias de este terror al

    corsario que tanto afect al poblador mediterrneo.

    Siempre y cuando la vigilancia se llevaba a cabo con diligencia, el sistema

    tena sus lmites, pero era eficaz. Los problemas surgan en diferentes frentes.

    Cuando los dineros escaseaban, los guardas estaban mal pagados y se dedicaban a

    sus huertos, a la caza o a la pesca ms que a la vigilancia, o simplemente no acudan.

    Visitadores y requeridores inspeccionaban por sorpresa las torres para comprobar el

    estado y rigidez de la vigilancia. Las prohibiciones, multas y condenas para mantener

    la guarda en alerta eran muchas y severas. Se prohiban animales domsticos

    (hurones y perros), tiles de caza o pesca, el juego, la presencia de mujeres y, cmo

    no, el dormirse, el hecho ms grave. Por otro lado, los moriscos, y por tanto los

    corsarios, conocan bien el sistema, por lo que podan capturar a los escuchas o

    atajadores, u ocultarse cuando pasaban, o hacerse pasar por una nave amiga. Las

    torres rara vez fueron atacadas, porque como mximo se hubieran conseguido tres

    cautivos y algn arma como botn. En las pginas siguientes se encontrarn muchas

    de las escaramuzas que ilustran toda una poca construida de diversos materiales:

    astucia, miedo, herosmo, debilidades humanas...

    Todo este sistema de alerta no tena ningn poder en s mismo. Necesitaba de

    unas huestes que pudiesen acudir con presteza al lugar del rebato antes de que ste

    fuese asolado. El mayor peso de todo este esfuerzo, aunque otras instituciones

    comarcales, religiosas, o estatales eventualmente colaboraron, recay de nuevo sobre

    los ayuntamientos. stos fueron los encargados de hacer listas de las gentes aptas

    para el combate, armarlos y tenerlos entrenados, buscar los caballeros que estuviesen

    disponibles. Para ello, varias veces al ao se pasaba revista a las armas, se realizaban

    desfiles o alardes y se organizaban diferentes concursos de destreza, en especial en

    tiro. Cuando el rebato suceda en su trmino, acudan de inmediato. Si su

    intervencin se pensaba que no bastaba, se peda ayuda a otras poblaciones vecinas.

    Por poner un ejemplo, en el caso de ataque a Cullera (Valencia) estaba previsto que

    haban de socorrerla las milicias concejiles de Alcira, Ganda, Oliva, Pego, Silla,

    Jtiva, en total ms de mil hombres. La rapidez con la que estos municipios acudan

    en caso de ataque es sorprendente, pero su eficacia, claro, salvo honradas

    excepciones, dejaba mucho que desear.

    Slo ciertas ciudades o castillos contaban con soldados profesionales, cuyas

    intervenciones eran siempre certeras y contundentes. La presencia permanente de los

    ejrcitos espaoles ms all de sus puestos habituales, paradjicamente, no era

  • bienvenida, por las cargas que supona a la poblacin el alojarlos y los desmanes que

    infringan a aquellos pueblos a los que llegaban. En 1582, por ejemplo, llegaron a

    Valencia dispuestos a acabar con el corso definitivamente. Por supuesto, no lo

    consiguieron. Con lo que s que estuvieron a punto de acabar definitivamente fue con

    la prosperidad de sus pobladores y la honra de sus doncellas. Tres aos despus,

    saldran con destino a Italia ante el alivio de sus habitantes.

    Moros y cristianos

    Las fiestas de moros y cristianos son la manifestacin cultural y religiosa

    espaola ms representativa de toda una poca de enfrentamiento al Islam. Cerca de

    200 poblaciones espaoles celebran estas fiestas, y hay variantes de ellas que han

    llegado a muchos pases de Amrica Latina, a Nuevo Mxico en Estados Unidos, a

    Filipinas e incluso a la Isla de Santo Tom, en frica.

    En no pocas poblaciones de la costa mediterrnea estas fiestas presentan una

    variante martima en la que los moros desembarcan en las playas y acaban partiendo

    de ellas en su retirada. A estas fiestas las hemos considerado, por tanto,

    manifestacin directamente relacionadas con el mundo del corso turco-berberisco del

    siglo XVI y de ah su inclusin en esta gua.

    El origen de las fiestas de moros y cristianos hay que entenderlo en el paisaje

    de un mundo peninsular enfrentado y en continua guerra. Las formas culturales que

    surgieron de ste fueron muchas, casi todas de una manera u otra tendentes a relajar

    la tensin y exaltar la superioridad no slo blica sino tambin religiosa del bando

    cristiano. Las fiestas de moros y cristianos, como forma acabada y aislada, ms o

    menos como hoy las conocemos, nacen alrededor del siglo XVI, pero anteriormente

    existan otras manifestaciones culturales en las que moros y cristianos eran

    protagonistas y en las cuales las fiestas se enrazan y originan:

    - los juegos de caas medievales, de origen musulmn, parecidos a los torneos,

    en los que jinetes divididos en cuadrillas se retan mediante versos y luego luchan por

    la victoria.

    - los festejos cortesanos, con motivo de visitas reales, banquetes, bodas, en los

    que se escenifican combates entre moros y cristianos. Uno de ellos, el sucedido en

    Lrida en 1150, se ha tomado como el origen de estas fiestas.

  • - las disputas juglarescas, en las que los juglares se enfrentaban con duelos

    poticos.

    - los alardes, que cada municipio organizaba para mantener a sus milicias

    concejiles entrenadas. En ocasiones un bando se disfrazaba de moro para los desfiles

    o maniobras.

    Pero las fiestas tambin han bebido de los textos literarios que podamos

    denominar cultos: las comedias que desde el siglo XVI se han ido desarrollando en

    Espaa, algunas de las cuales tambin festejan victorias cristianas; el romancero

    castellano o el teatro misionero por el que los evanglicos catlicos organizaban

    representaciones teatrales a menudo en forma de coloquio entre un enemigo de la fe

    y un cristiano.

    Para hacernos una idea, tenemos que imaginarnos a unas autoridades,

    generalmente concejiles, organizando, con motivo de las fiestas patronales o

    conmemorando gestas militares, torneos, comedias, autos sacramentales,

    representaciones. Como aquellas que en 1588 se celebran en Vera: Sus mercedes

    acordaron que se hagan fiestas por esta ciudad el da de San Cleofs, que es a veinte

    y cinco del presente, que fue cuando fue cercada esta ciudad por los moros, enemigos

    de nuestra santa fe catlica, y para celebrar la fiesta deste da se corra el toro que esta

    ciudad tiene, y que se hagan las barreras para ello, y que se hable a Francisco

    Rodrguez, capitn, que d caballos para que jueguen caas y alcancas, y que haya

    moros y cristianos por la maana el dicho da, y que se corran los dems toros que se

    hallaren.

    Por tanto, no hay un slo origen de estas fiestas sino que, surgiendo a partir de

    festejos bajomedievales, han venido tomando influencias de todas las fuentes que se

    han cruzado en el camino de los pueblos a travs de todos estos siglos. Su carcter

    festivo, adems, las hizo tremendamente abiertas y permeables a manifestaciones

    tomadas de ac y de acull. Por eso a menudo resultan chocantes los frecuentes

    anacronismos, el ms repetido de los cuales es la expresin de hechos sucedidos

    mucho antes o despus en boca de un determinado personaje histrico. En los

    ltimos aos, este carcter festivo, cada vez ms profano y menos religioso, ha

    contribuido a que estas fuentes no se hayan cortado, sino que sigan incorporando

    nuevos ingredientes contemporneos da a da.

    Las fiestas, con variantes, tienen episodios comunes:

    - Desfiles de las "filaes" (compaas) de los dos bandos. En Villajoyosa, para

    hacernos una idea, por el bando cristiano, desfilan Catalanes, Piratas, Labradores,

    Cazadores, Marinos, Artillera, Voluntarios, Contrabandistas, y por el bando moro:

    Tuaregs, Pakkos, Beduinos, Berberiscos, Negros, Moros del Rif, Moros de Capeta,

    Artilleros del Islam, Artillera.

  • - Desembarco con batalla en la playa, tras la cual los moros conquistan el

    castillo y a veces se hacen con el santo local.

    - Embajadas o discursos desafiantes entre rivales de igual rango, y otras

    arengas.

    - Batalla en la que los cristianos reconquistan el castillo, y los moros

    reembarcan en su huida.

    - Procesin en honor del santo y misa.

    Todo ello, con las variantes propias de cada regin o pueblo. El modelo

    alcoyano o alicantino es el ms conocido, pero no el nico. Es el ms complejo y

    masivo. En Valencia, son proverbiales los "alardos" de plvora, con tracas y

    arcabuces. En Andaluca, en especial en Granada y Almera, las fiestas se celebraron

    siempre en pequeos pueblos y cortijadas, de una manera ms ntima, y por eso se

    han mantenido casi fosilizadas. Tambin antiguamente se adornaban con

    despliegues de arcabucera y plvora, pero en 1885 se limitaron stos y tras la guerra

    del 36 la Guardia Civil prohibi todo despliegue de fusilera, por lo que aunque no lo

    fueron, las fiestas andaluzas de hoy son mucho ms silenciosas que las valencianas.

    En todo caso, todas tienen un comn denominador que siempre podremos

    encontrar: la fiesta, la verbena y la jarana, tanto por el da como por la noche.

    La variante pirtica de las fiestas de moros y cristianos no ha sido considerada

    por los estudiosos del tema como una subfamilia dentro de las fiestas, aunque s

    como uno de los bloques argumentales que diferencian unas fiestas con otras. Se

    caracteriza por incluir en las representaciones el desembarco de los turcos en las

    playas de la localidad. Aunque las luchas contra el Islam tuvieron sus rasgos

    martimos durante la reconquista, todos los desembarcos aluden a una poca ms

    cercana, al siglo XVI, a corsarios argelinos, berberiscos, y al gran turco que mova

    desde una lejana ms o menos presente, todas sus evoluciones. Como es normal, los

    textos mezclan personajes y hechos pertenecientes a diferentes pocas: en esto la

    variante pirtica es tan normal como el resto de las fiestas. Generalmente los