España y El Concilio de Trento

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ESPAÑA Y EL CONCILIO DE TRENTO 1. El Siglo de Oro español La unidad nacional y la defensa de la fe, con otras razones de tipo político y económico, se encuentran, cara al exterior, en los conflictos internacionales que tiene España en este tiempo (siglo XVI) y en las guerras que hace contra los protestantes de Alemania y de los Países Bajos; en el interior se sigue reprimiendo la herejía. Si la paz de Wetsfalia de 1648 simboliza el ocaso del imperio español, también indica uno de los mayores triunfos que obtuvo entonces el protestantismo. Si España llegó a debilitarse fue, entre otras causas, por las grandes empresas que tomó sobre sus hombros para el progreso de la humanidad y defensa de la fe católica, como en el caso de la colonización de América y Filipinas y las guerras que tuvo que sostenes contra protestantes y musulmanes. De los muchos legados que pudo ofrecer entonces España a la humanidad, por lo menos tres se los debe a la Iglesia: La España teológica, la España mística y la España misionera. En el campo de la cultura aparece por doquier un Renacimiento o un Humanismo cristiano, que desde las aulas universitarias de Salamanca o de Alcalá se extiende a la ciencia, al arte y a las manifestaciones mismas de la vida humana. Si España combate por la fe en Europa y se empeña en extenderla por América y Filipinas, en contrapartida pide y consigue del Papa una serie de privilegios que no tardarán en hacerse gravosos para la misma Iglesia. El Patronato regio que se consigue para Granada y la evangelización de América dio lugar en ocasiones a un acentuado regalismo. 2. La Escuela de Salamanca El epicentro de la renovación de la teología católica en el siglo XVI se sitúa en Salamanca, en la que van a convivir durante muchos años una generación de grandes Maestros que renuevan las tesis tomistas, y le devuelven el vigor de una teología capaz no solo de responder a las inquietudes luteranas, sino también a los grandes retos de la época. El fundador de la Escuela de Salamanca fue Francisco de Vitoria O.P. (1483-1546). En 1526 obtiene por unanimidad la cátedra de Prima de Teología en Salamanca. Enseguida empieza

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ESPAÑA Y EL CONCILIO DE TRENTO

1. El Siglo de Oro español

La unidad nacional y la defensa de la fe, con otras razones de tipo político y económico, se encuentran, cara al exterior, en los conflictos internacionales que tiene España en este tiempo (siglo XVI) y en las guerras que hace contra los protestantes de Alemania y de los Países Bajos; en el interior se sigue reprimiendo la herejía.

Si la paz de Wetsfalia de 1648 simboliza el ocaso del imperio español, también indica uno de los mayores triunfos que obtuvo entonces el protestantismo. Si España llegó a debilitarse fue, entre otras causas, por las grandes empresas que tomó sobre sus hombros para el progreso de la humanidad y defensa de la fe católica, como en el caso de la colonización de América y Filipinas y las guerras que tuvo que sostenes contra protestantes y musulmanes. De los muchos legados que pudo ofrecer entonces España a la humanidad, por lo menos tres se los debe a la Iglesia: La España teológica, la España mística y la España misionera. En el campo de la cultura aparece por doquier un Renacimiento o un Humanismo cristiano, que desde las aulas universitarias de Salamanca o de Alcalá se extiende a la ciencia, al arte y a las manifestaciones mismas de la vida humana.

Si España combate por la fe en Europa y se empeña en extenderla por América y Filipinas, en contrapartida pide y consigue del Papa una serie de privilegios que no tardarán en hacerse gravosos para la misma Iglesia. El Patronato regio que se consigue para Granada y la evangelización de América dio lugar en ocasiones a un acentuado regalismo.

2. La Escuela de Salamanca

El epicentro de la renovación de la teología católica en el siglo XVI se sitúa en Salamanca, en la que van a convivir durante muchos años una generación de grandes Maestros que renuevan las tesis tomistas, y le devuelven el vigor de una teología capaz no solo de responder a las inquietudes luteranas, sino también a los grandes retos de la época.

El fundador de la Escuela de Salamanca fue Francisco de Vitoria O.P. (1483-1546). En 1526 obtiene por unanimidad la cátedra de Prima de Teología en Salamanca. Enseguida empieza una disputa en el claustro académico hasta conseguir sustituir el libro de texto, las Sentencias de Pedro Lombardo, por la Suma Teológica. La argumentación teológica, en él, partía de la Sagrada Escritura, donde se detenía con comentarios tomados de los Padres de la Iglesia, a los que conocía directamente, y con referencia al Magisterio de la Iglesia. De ahí que cuando leía a Santo Tomás en ese marco, la doctrina tomista quedaba realzada y muchas veces superada.

Años más tarde, uno de sus discípulos, el dominico Melchor Cano (1509-1560), elaboró el De locis theologicis, en el que sintetizó diez lugares teológicos, distinguiendo dos lugares propios fundamentales: la Sagrada Escritura y las tradiciones de los Apóstoles; cinco lugares propios declarativos: La Iglesia católica, los concilios, la Iglesia de Roma, los Padres de la Iglesia y los teólogos escolásticos; y tres lugares auxiliares: la razón, los filósofos y juristas, y la historia.

El gran éxito de la Escuela de Salamanca fue la creación de un grupo de Maestros que discutían las cuestiones entre sí, preparaban temas de Relecciones, redactaban

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informes para la Corona, el Santo Oficio, conformaban una mente común. La Teología y el Derecho se trabajaban al unísono.

Los Maestros y alumnos que se formaron allí fueron extendiendo este humanismo escolástico, llegando incluso a América.

3. Desarrollo del Concilio de Trento

Los trabajos conciliares tuvieron que interrumpirse por dos veces; y así el concilio pasó por tres períodos distintos: de 1545 a 1547; de 1551 a 1552 y de 1561 a 1563.

El particular reglamento del concilio establecía que las deliberaciones se llevasen a cabo a tres niveles. En primer lugar, la “congregación de teólogos”, sin distinción episcopal; después deliberaba la “congregación general”, compuesta por los prelados con derecho a voto; la formulación de los decretos estaba encargada a delegaciones elegidas al afecto, asesoradas por técnicos; finalmente se votaba, en las sesiones solemnes, los decretos preparados. Como se puede advertir, el papel de los teólogos fue muy relevante, y entre los sesenta y seis doctores de Salamanca que tomaron parte en las tres etapas del Concilio de Trento, había muchos obispos y teólogos que habían sido alumnos de Francisco de Vitoria.

El emperador Carlos V invitó a Francisco de Vitoria para que acudiera como teólogo imperial a Trento. Su saludo se lo impidió (fallecerá en 1546) y acudió en su lugar Domingo de Soto.

Las primeras sesiones se dedicaron a las Fuentes de la Revelación: la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición se equiparan como fuentes de la divina Revelación. Se declaró como oficial el texto de la Vulgata, y se recordaron los Decretos del Concilio de Florencia dictando el canon de los libros Sagrados. Una vez aclarada la cuestión planteada por Lutero acerca de la sola Scriptura, el Concilio pasó al tema del pecado original y llegó a la cuestión de la justificación. Aquí la intervención de Domingo de Soto fue importante, pues terminaba de redactar su tratado De natura et gratia donde afirmaba: “Dios no nos atrae como si fuésemos un rebaño (físicamente)…, sino iluminando, dirigiendo, atrayendo, llamando, instigando”. Finalmente el concilio estudió los sacramentos en general y el sacramento del bautismo y, más brevemente, la confirmación. Asunto de gran trascendencia, pues Lutero había negado las mediaciones de la Tradición, Magisterio y también lo hacía de los sacramentos.

En marzo de 1547 el concilio fue transferido a Bolonia (a Carlos V no le pareció bien el traslado), pero como crecía la oposición, el papa decide suspender el concilio en septiembre de 1549. A la muerte de Paulo III, le sucede Julio III, quien convocó de nuevo el concilio el 14 de marzo de 1550 para la misma ciudad de Trento. Gracias al interés y a los buenos servicios del emperador, y provistos de un salvoconducto del concilio, en octubre de 1551 llegaron a Trento algunos enviados de los protestantes alemanes: del príncipe elector Joaquín II de Brandeburgo y del príncipe electo Mauricio de Sajonia. Ocurrió entonces la traición de Mauricio de Sajonia al emperador; el ejército de la Liga protestante llegó a avecinarse peligrosamente a los Alpes; el mismo Carlos V, que desde Innsbruck seguía con atención los trabajos de la asamblea, tuvo que escapar; y así se hizo difícil la permanencia de los Padres en Trento. El concilio fue clausurado de nuevo (26 de abril de 1552).

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Al llegar a la Sede de Roma el Papa Pío IV, conciliador y buen diplomático, estimulado, estimulado y ayudado por Carlos Borromeo, decide reanudar el concilio en la misma ciudad e Trento. Según la doctrina protestante no existe en la Iglesia sacerdocio visible, ni jerarquía de derecho divino, ni potestad para ofrecer y consagrar, en verdadero sacrificio, el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo o para absolver los pecados. Frente a estas afirmaciones, estableció el Concilio el carácter esencialmente sacrificial de la Misa y la institución divina del sacerdocio ministerial. Respecto al sacerdocio común de los fieles, dejó el estudio para otra ocasión. 255 Padres, una cuarta parte del total de obispos de aquel tiempo, pusieron su firma en las actas oficiales del Concilio. Pío IV confirmó los decretos conciliares mediante la bula Benedictus Deus el 26 de enero de 1564. Felipe II legalizó unos y otros para España y sus dominios, pero con esta significativa cláusula: “quedando a salvo los derechos de regalía”.

Fruto del concilio, y clave para su puesta en marcha, fue, en primer lugar, el catecismo romano de San Pío V. El segundo fue el Misal de san Pío V, elaborado y distribuido por todo el orbe. Otro fue la puesta en marcha de los Seminarios diocesanos.

4. Significado del Concilio

Si fue una toma de postura ante los movimientos secesionistas que entonces se produjeron, no fue menos un acto de reflexión sobre la misma Iglesia y un signo de renovación vigorosa de la vida cristiana. La Iglesia ante las concepciones doctrinales de los reformadores, precisaba determinar lo que era fe católica y lo que era error; conservar el depositum fidei, aunque para ello tuviera que pasar por escisiones clamorosas.

LA RESTAURACIÓN CATÓLICA

1. Situación de la Iglesia en los diversos estados

Al comienzo del siglo XVII está en pleno desarrollo la Restauración católica, necesaria después de Trento. Esta restauración es larga en dos dimensiones: en extensión geográfica y en intensidad de vida religiosa. Quedan bien diferenciadas dos zonas confesionales y con ellas, hacia mitad del siglo, queda sellada la ruptura de la unidad de los Estados cristianos europeos (católicos y protestantes). Se va vigorizando cada vez más la Idea del Estado (al estilo de Maquiavelo), del que ha de depender todo, hasta la Iglesia. En este nuevo regalismo los estados se arrogan un influjo, que ellos creían beneficioso, en la Iglesia: nombrar obispos, beneficios eclesiásticos, Patronato Regio, etc., y lo ejercen conscientes de que eran derechos que les habían sido concedidos o reconocidos por la Iglesia.

Este siglo está lleno de luchas para obtener la independencia de los Estados de Roma.

2. Papas y obispos reformadores

Pío V fue un auténtico santo: el catecismo, el misal y el breviario entraron, gracias a él, en las costumbres clericales.

Gregorio XIII, buen jurista, fundó una veintena de colegios o seminarios y la Universidad Gregoriana de Roma.

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Clemente VIII eleva al cardenalato a sabios como el historiador Baronio o a teólogos como Toledo y Belarmino prueba de su deseo de elevar el nivel doctrinal del Sacro Colegio.

Gregorio XV instituye la Congregación de Propaganda Fidei; las reglas actuales de elección de papa datan de su pontificado.

De quien se puede decir que “rehízo el episcopado” por su ejemplo de doctrina fue san Carlos Borromeo, el sobrino de Pío IV. Después de haber animado las últimas sesiones del Concilio deja la corte pontificia y se retira a su arzobispado a Milán. Numerosas fueron las actividades, especialmente las que dedicó a la enseñanza del catecismo, la predicación pastoral y las visitas que hizo a su diócesis.

3. El humanismo escolástico

La renovación de la escolástica no partió de las universidades situadas en pleno campo de batalla de la novedad religiosa, sino de España, cuyas universidades en tiempo del Concilio de Trento hasta finales del siglo llevaban la voz cantante, lo mismo que la llevaba la España de Felipe II en la gran política.

En Salamanca había siete cátedras de teología, cuatro de griego y dos de hebreo. En Alcalá se cultivaba más la teología positiva; teología y derecho se enseñaban en Coimbra y así en las demás universidades de la península. La teología se esfuerza por ponerse al servicio de la instrucción religiosa del pueblo y de la predicación.

4. Sobre la gracia y otros temas espirituales

Las afirmaciones de Lutero y de Calvino sobre la gracia y la justificación estimularon a la teología católica a dedicar una atención especial a los capítulos doctrinales sobre el estado original del hombre en el paraíso terrenal, el pecado original y la relación entre gracia y libre albedrío. Los que propendían una concepción más rígida eran los dominicos, mientras que los jesuitas se inclinaban por una solución más mitigada.

En la universidad de Lovaina enseñaba Miguel Bayo, quien, para atraer a los protestantes e inspirándose en la doctrina de San Agustín, llegaba a hacer tales afirmaciones sobre el pecado original, el libre albedrío y la justificación que parecía notablemente a las de Lutero y Calvino. El Papa Pío V, en la bula Ex ómnibus affictionibus condena 79 proposiciones de Bayo y sus discípulos.

El jesuita Leonardo Lessio, para combatir a Bayo, llegó a atribuir una influencia decisiva en el proceso de justificación más a las fuerzas humanas que a las divinas. Tuvo que intervenir Roma, que acabó imponiendo silencio a las dos partes (Sixto V) en 1588.

Igualmente, desde principios del siglo XVI, mientras en el resto de Europa se originaban movimientos de rebeldía contra la Iglesia, surge en España una floración de autores espirituales. A mediados de siglo brilla el elocuente dominico fray Luis de Granada, quien con sus obras Memorial de la vida cristiana, De la oración y de la meditación… y tantas otras, contribuyó eficazmente a la difusión de la ascética sólida y segura.

La mística y la ascética españolas alcanzan su punto culminante en las obras de dos grandes santos y escritores carmeltias: santa Teresa de Jesús y san Juan de la

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Cruz. Fuera de España, el exponente más significado de esta literatura espiritual es san Francisco de Sales, doctor melifluo y santo amable a la manera de san Bernardo.

5. Fe y ciencia

De consecuencia más graves y no menos deplorable fue el conflicto que tuvo con la Inquisición romana el célebre físico y astrónomo Galileo Galilei de Pisa (1564-1642), quien enseñaba la doctrina de Copérnico acerca del movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Sus afirmaciones fueron declaradas falsas y formalmente heréticas por ser contrarias a la S. Escritura. Bajo amenaza de tortura fue obligado entonces a retractarse.

El caso de Galileo era el símbolo del supuesto rechazo del progreso científico por parte de la Iglesia, o del oscurantismo “dogmático” opuesto a la búsqueda libre de la verdad. Este mito ha desempeñado un papel cultural notable.

6. Expresiones religiosas de la sociedad

Este período, gracias al impulso de la reforma tridentina, dio un gran impulso a la nueva liturgia, a la devoción a la Eucaristía (Corpus Christi), al culto a los santos (el aprecio a las reliquias y a los lugares de culto) y la frecuencia de los sacramentos, a los ejercicios de piedad (también a los Ejercicios de san Ignacio) y a otras devociones populares (Semana Santa, fiestas patronales…). Se multiplican las cofradías y las hermandades religiosas.

El barroco representa la última gran expresión común de la cultura occidental que brota de la concepción cristiana y, más en concreto, de la nueva vitalidad del catolicismo.

7. Primavera misional

Es ahora, a raíz de los nuevos descubrimientos de españoles y portugueses, cuando se abre el período de las grandes misiones, que se irán extendiendo por los inmensos territorios de América, Asia y Oceanía. Salen oleadas de intrépidos apóstoles que acompañan a descubridores y conquistadores y afrontas dificultades sin género, llegando a veces al martirio.

En reconocimiento de estos méritos, Roma concede a ambos países el Patronato de Indias. Hubo abusos y contra ellos clamaron no solo el P. Bartolomé de las Casas, sino otras personas conspicuas y apostólicas de acá y de allende del océano. La ilusión misionera se extiende después a los demás países, y esto hace que el Papa Gregorio XV erija en 1622 la Congregación de Propaganda Fidei.

Jaime Alberto Cruz Vásquez, Dno.Historia de la Iglesia Universal

IV Teología