“Estando ya mi casa sosegada” - Revista de Espiritualidad

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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 70 (2011), 369-396 “Estando ya mi casa sosegada” Enseñanzas de san Juan de la Cruz sobre la “carne” y el “cuerpo” en el camino espiritual JOSÉ-DAMIÁN GAITÁN, OCD Madrid Son muchos los trabajos en los que, a lo largo de todo el siglo pa- sado, pero sobre todo en las últimas décadas, se ha afrontado la visión que del hombre tiene y nos ofrece Juan de la Cruz 1 . En todo caso, en- tre los estudios sobre su pensamiento y escritos no suele ser mucho el espacio que se dedica al puesto y lugar que nuestro místico concede a la realidad corporal del hombre y su lugar en el camino espiritual 2 . Lo 1 Cf. M. DIEGO SÁNCHEZ, San Juan de la Cruz. Bibliografía sistemática, Madrid, EDE, 2000, “Antropología”, p. 442-449, nº 4086-4170a; a lo que se añade, al final de dicho apartado, las referencias a otros 59 títulos que se en- cuentran en otros lugares de dicha bibliografía, aunque, sin duda, se podrían indicar otros más dentro de la misma. Posteriormente a dicha fecha, cf. J. D. GAITÁN, "San Juan de la Cruz y la reconstrucción del hombre interior", en San Juan de la Cruz, 29/18 (2002) p. 5-30. 2 También, por lo que he podido ver, son más bien pocos los autores que se han planteado más directamente dicho tema como objeto de estudio parti- cular. Otra cosa un tanto diferente es el puesto que nuestro místico concede al cuerpo como símbolo de estados de ánimo, realidades y experiencias que po- dríamos llamar más interiores y espirituales. Este es un aspecto que aquí dejo de lado, aunque reconozco que daría para mucho. A este respecto, sin embar- go, tampoco abundan los estudios realizados. Quizá el que afronta dicho tema

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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 70 (2011), 369-396

“Estando ya mi casa sosegada” Enseñanzas de san Juan de la Cruz sobre la “carne” y el “cuerpo” en el camino espiritual JOSÉ-DAMIÁN GAITÁN, OCD Madrid

Son muchos los trabajos en los que, a lo largo de todo el siglo pa-

sado, pero sobre todo en las últimas décadas, se ha afrontado la visión que del hombre tiene y nos ofrece Juan de la Cruz1. En todo caso, en-tre los estudios sobre su pensamiento y escritos no suele ser mucho el espacio que se dedica al puesto y lugar que nuestro místico concede a la realidad corporal del hombre y su lugar en el camino espiritual2. Lo

1 Cf. M. DIEGO SÁNCHEZ, San Juan de la Cruz. Bibliografía sistemática, Madrid, EDE, 2000, “Antropología”, p. 442-449, nº 4086-4170a; a lo que se añade, al final de dicho apartado, las referencias a otros 59 títulos que se en-cuentran en otros lugares de dicha bibliografía, aunque, sin duda, se podrían indicar otros más dentro de la misma. Posteriormente a dicha fecha, cf. J. D. GAITÁN, "San Juan de la Cruz y la reconstrucción del hombre interior", en San Juan de la Cruz, 29/18 (2002) p. 5-30.

2 También, por lo que he podido ver, son más bien pocos los autores que se han planteado más directamente dicho tema como objeto de estudio parti-cular. Otra cosa un tanto diferente es el puesto que nuestro místico concede al cuerpo como símbolo de estados de ánimo, realidades y experiencias que po-dríamos llamar más interiores y espirituales. Este es un aspecto que aquí dejo de lado, aunque reconozco que daría para mucho. A este respecto, sin embar-go, tampoco abundan los estudios realizados. Quizá el que afronta dicho tema

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que me propongo hacer en este ensayo es precisamente un acerca-miento al camino espiritual sanjuanista desde esa perspectiva3. I. CUESTIONES PRELIMINARES

1. Me parece importante decir, ya desde ahora, que entiendo aquí la expresión “camino espiritual” como el proceso de transformación o divinización global de la entera persona humana durante su existencia terrena, en la que entran en juego tanto el cuerpo como la psique; es decir, no en un sentido neoplatónico, como proceso de desentendi-miento de la realidad corporal para poder llegar así a la meta del en-cuentro con Dios o divinización4. desde una perspectiva más panorámica es el siguiente: A. MAQUEDA GIL, “Las imágenes del cuerpo en la obra de san Juan de la Cruz”, en San Juan de la Cruz, 21/14 (1998) p. 27-63 (primero referidas a Dios y luego al hombre); cf. también M. DEL S. ROLLÁN, “Cuerpo y lenguaje como epifanía en san Juan de la Cruz”, en Actas del Congreso Internacional Sanjuanista (Ávila, 23-28 septiembre 1991), Valladolid, Junta de Castilla y León, 1993, vol. 3, 395-406. También se pueden encontrar páginas interesantes sobre dicho tema en: M. HUOT DE LONGCHAMP, Lectures de Jean de la Croix. Essai d’anthro-pologie mystique, Paris, Beauchesne, 1981, 428 p.; J.F. PINILLA AGUILERA, “Los sentidos espirituales en particular: el “toque de Dios” en san Juan de la Cruz, ocd, Doctor de la Iglesia”, en Anales de la Facultad de Teología (San-tiago de Chile), 2/IL (1998) p. 5-196.

3 Las siglas que aquí voy a usar para referirme a los escritos de san Juan de la Cruz son las siguientes: S = Subida del Monte Carmelo; N = Noche os-cura del alma (en el caso de estas dos obras el número que precede a la sigla indica el libro correspondiente dentro de la división de cada una de ellas: 1S, 2S, 3S, 1N, 2N); CB = Cántico Espiritual (segunda redacción); CA = Cánti-co Espiritual (primera redacción); LB = Llama de amor viva (segunda redac-ción); LA = Llama de amor viva (primera redacción).

4 Cuando hablo aquí de unión con Dios y de divinización hay que tener en cuenta que el Dios de Juan de la Cruz es siempre un Dios Trino, y que la divinización del hombre se identifica con una vida dentro de la vida trinitaria, con la llamada a ser hijos en Cristo -el Hijo, el Verbo Encarnado- ya desde antes de la creación, y luego a través de los misterios salvadores de su encar-nación, cruz y resurrección. Por eso, la divinización en el fondo pasa siempre por dejar que Cristo viva o reviva en cada persona, como diría Pablo, “es Cristo quien vive en mí”, por la fuerza transformadora del Espíritu Santo (cf. Gál 2,20 = CB 12, 7; 22,6; LB 2,34; también Romances sobre el evangelio “In principio erat Verbum”, CB 5, 17, 23, 36-37; Llama de amor viva).

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Para un planteamiento adecuado a este respecto desde la perspec-tiva cristiana, resultan muy clarificadoras las siguientes afirmaciones de Benedicto XVI: “El ser humano (…) está compuesto de cuerpo y alma. El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima (…). Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza (…). Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama co-mo criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo (…). Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siem-pre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso (…). En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es ex-presión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico. La aparente exaltación del cuerpo puede con-vertirse muy pronto en odio a la corporeidad. La fe cristiana, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza"5.

2. Para Juan de la Cruz el hombre es a la vez tanto realidad corpo-

ral como psíquica o anímica. Ambas realidades son parte esencial del único “supuesto”, y están llamadas a convivir en armonía6. Sin em-bargo, esa armonía no es un hecho que se da sin más, sobre todo en el

5 BENEDICTO XVI, Deus caritas est, nº 5. 6 Cf. 1N 4,2; 2N 1,1 y 3,1; CB 13,4. En el primer texto y en el último

habla de “un supuesto”, mientras que en los otros dos dice: “un solo supues-to”. Sobre la “armonía” come meta, aplicada a las diferentes realidades de la persona humana: cf. 2N 11,4; LB 3,7; también, aunque en un sentido más pu-ramente humano: 2S 14,11; 1N 13,15; 2N 17,3; CB 16, 5 y 10-11. Para todo este tema es interesante desde un punto de vista analítico, doctrinal e históri-co el estudio de E. PACHO, “El hombre, aleación de espíritu y materia. ‘Ur-dimbre de espíritu y carne’ (Ll 1,25)”, en IDEM, Estudios sanjuanistas, II, Burgos, Monte Carmelo, 1997, 87-105.

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estado actual de la humanidad, después del pecado original7. Por eso a veces el hombre tiende con frecuencia a ignorar una u otra de estas dos grandes dimensiones del ser humano, la corporal y la aními-co/espiritual, y plantear así la propia existencia. Estas polaridades tan actuales, lo eran también en tiempo de nuestro místico, y de ello son testimonio todos sus escritos. A lo que añade otro elemento de conse-cuencias catastróficas para la plena realización del hombre total, es decir, la ignorancia respecto de Dios y de la verdadera relación con él, que no se suple sólo con buena voluntad8.

3. Por otra parte, la sola existencia terrena ya es por sí misma, pa-

ra el hombre, llamada a vivir un proceso de construcción o recons-trucción de todas y cada una de las realidades que forman el ser humano en orden a lograr entre las mismas una adecuada armonía, que, en la medida que se logra, hace al hombre más capaz de acoger el don de Dios, y pero también al revés. A su vez, dicha armonía es, en una medida muy alta, fruto de la acción del Espíritu de Dios en el hombre9; algo que Dios, sin embargo, no lleva a cabo en el mismo si este no está dispuesto a acoger libre y voluntariamente dicho don10.

7 Cf. 1S 1,1; 15,1; 3S 26,5; 2N 24,2; CB 23, 2 y 5; CB 24,5; CA 37, 1 y 5.

8 Cf. S, pról. 3-8; 2S 7; 1N 1; CB 3; LB 3,30-45; Dichos de luz y amor, pról.

9 A este respecto en LB 3,67 se habla de “Dios obrero”. 10 Para Juan de la Cruz es de capital importancia el “aplicar” o no la vo-

luntad, o “asistir” con la voluntad y el amor a lo que Dios va haciendo en el hombre: cf. S pról. 3-7; 1N 14,5; CB 16,11; 18,7; 28,10; 29,1-2; 38,3; LB 1,9; Carta 25 (6 de julio 1591). También cf. 1 S 1 y 4-15; 2S 17; N 1 y 12-14; 2N 3-4 y 24; CB 16-21; 25-28; 33-34; 36-40; LB (toda la obra). Aplicar la voluntad no quiere decir, sin embargo, que se deba tener la mente siempre puesta en Dios en cada momento y cada cosa, sino que esto llega a brotar casi espontáneamente. Así, por ejemplo, se nos dice en CB 28,5: “Y todo este caudal de tal manera está ya empleado y enderezado a Dios que (aun sin ad-vertencia del alma) todas las partes que habemos dicho de este caudal, en los primeros movimientos se inclinan a obrar en Dios y por Dios; porque el en-tendimiento, la voluntad y memoria se van luego a Dios, y los afectos, los sentidos, los deseos y apetitos, la esperanza, el gozo y luego todo el caudal de prima instancia se inclina a Dios, aunque, como digo, no advierta el alma que obra por Dios”. Para una visión panorámica de este proceso, cf. J. D. GAITÁN, "San Juan de la Cruz y la reconstrucción del hombre interior", a.c.

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4. El verso del poema Noche oscura, “estando ya mi casa sosega-da”, es uno de los más gráficos a este respecto. De él nuestro místico nos ofrece varios comentarios, pero el que cito a continuación me pa-rece que es el más adecuado para lo que estoy queriendo decir. “Es-tando ya mi casa sosegada -escribe el santo-, lo cual es tanto como decir: estando la porción superior de mi alma ya también, como la in-ferior, sosegada según sus apetitos y potencias, salí a la divina unión de amor de Dios. Por cuanto de dos maneras por medio de aquella guerra de la oscura noche, como queda dicho, es combatida y purgada el alma, conviene a saber, según la parte sensitiva y la espiritual, con sus sentidos, potencias y pasiones, también de dos maneras, conviene saber, según estas dos partes sensitiva y espiritual, con todas sus po-tencias y apetitos, viene el alma a conseguir paz y sosiego. Que, por eso, como también queda dicho, repite dos veces este verso, conviene a saber, en esta canción y la pasada, por razón de estas dos porciones del alma, espiritual y sensitiva; las cuales, para poder ella salir a la divina unión de amor, conviene que estén primero reformadas, orde-nadas y quietas acerca de lo sensitivo y espiritual conforme al modo del estado de la inocencia que había en Adán. Y así este verso, que en la primera canción es entendido del sosiego de la porción inferior y sensitiva, en esta segunda se entiende particularmente de la superior y espiritual, que por eso le ha repetido dos veces”11.

Alguno podrá decir: aquí se habla mucho del alma, pero no se di-ce nada del cuerpo. Es verdad, no aparece la palabra “cuerpo”, ni si-quiera la palabra “carne”. Y, sin embargo, cuando Juan de la Cruz habla de la parte inferior o sensitiva del alma, está hablando del cuer-po, aunque no sólo del mismo.

5. Es lo que podemos ver, por ejemplo, en el siguiente texto de

Cántico, mucho más explícito en ese sentido: “Por todo su caudal en-tiende aquí todo lo que pertenece a la parte sensitiva del alma; en la cual parte sensitiva se incluye el cuerpo con todos sus sentidos y po-tencias, así interiores como exteriores, y toda la habilidad natural, conviene a saber: las cuatro pasiones, los apetitos naturales y el de-más caudal del alma; todo lo cual dice que está ya empleado en servi-cio de su Amado, también como la parte racional y espiritual del alma que acabamos de decir en el verso pasado. Porque el cuerpo ya le tra-

11 2N 24,1-2.

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ta según Dios, los sentidos interiores y exteriores rige y gobierna en-derezando a él las operaciones de ellos y las cuatro pasiones del alma todas las tiene ceñidas también a Dios, porque no se goza sino de Dios, ni tiene esperanza en otra cosa que en Dios, ni teme sino sólo a Dios, ni se duele sino según Dios; y también todos sus apetitos y cui-dados van sólo a Dios”12.

Se podrían citar otros muchos textos a este respecto. Por el mo-mento bastan estos dos. Pero es muy importante tener en cuenta, ya desde ahora, que para Juan de la Cruz el cuerpo es parte de lo que llama “alma sensitiva” o parte inferior del alma, y, de alguna manera, su parte más exterior. Por otra parte, esta es mucho más que sólo cuerpo. De hecho nuestro místico sitúa en ella no sólo lo que llama sentidos exteriores (oír, ver, oler, gustar y tocar), sino también los llamados sentidos interiores (fantasía, imaginación y memoria)13.

6. Alguno podría pensar que esta forma de hablar –lo superior del

alma, lo inferior del alma, lo más interior, lo más exterior- encierra en sí una visión más bien peyorativa de lo sensitivo, y, por consiguiente, del cuerpo. Pero, en la visión que tiene nuestro místico del hombre, esto se entiende más bien desde la subsidiaridad y orden relacional que tienen entre sí las diferentes realidades humanas en función de la propia realización humana en cuanto tal y de la comunión con Dios14.

12 CB 28,4. 13 Entre otros muchos textos cf. 2S 17,4; CB 18,7. En cuanto a análisis o

estudios: cf. V. CAPÁNAGA, San Juan de la Cruz. Valor psicológico de su doctrina (Madrid, 1950, 429 p.), p. 129-139; E. PACHO, “La antropología sanjuanista”, en IDEM, Estudios sanjuanistas, II, o.c., p. 43-86 (sobre todo 49-56). Este trabajo se publicó originalmente en el 1961 en la revista Monte Carmelo. Todo el artículo es muy interesante tanto por sus análisis textuales como por las referencias históricas y teológicas que incluye.

14 Un ejemplo de esto sería el texto siguiente: “Mora en los arrabales. En los arrabales de Judea, que decimos ser la porción inferior o sensitiva del al-ma: y los arrabales de ella son los sentidos sensitivos interiores, como son la memoria, fantasía, imaginativa, en los cuales se colocan y recogen las formas e imágenes y fantasmas de los objetos, por medio de las cuales la sensualidad mueve sus apetitos y codicias. Y estas formas, etc., son las que aquí llama ninfas, las cuales, quietas y sosegadas, duermen también los apetitos. Estas entran a estos sus arrabales de los sentidos interiores por las puertas de los sentidos exteriores, que son: oír, ver, oler, etc., de manera que todas las po-tencias y sentidos, ahora interiores. ahora exteriores, de esta parte sensitiva los podemos llamar arrabales, porque son los barrios que están fuera de los

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Por lo demás, para Juan de la Cruz cada hombre tiene sólo una única alma, y no muchas. Y en ese sentido creo que se podría aplicar aquí lo que dice Llama de amor viva referido al alma en cuanto espíritu o alma espiritual: que, aunque a veces se habla de centro del alma, es un modo de hablar, porque esta no tiene alto bajo, más profundo o menos profundo15.

En orden al proceso o camino espiritual, hecho entre otras cosas de purificaciones y noches, al alma sensitiva o inferior se le presta, sin duda, una atención bastante relevante, aunque no ocupa la parte más importe y central dentro del conjunto del proceso espiritual. Al cuerpo en cuanto tal, sin embargo, se le dedica una atención más bien marginal como objeto de purificación, y más bien sólo en cuanto se habla de los llamados sentidos corporales. De esto hablaré más ade-lante. II. ALMA = HOMBRE/PERSONA

1. Comúnmente, cuando nos acercamos a los escritos y al pensa-miento de san Juan de la Cruz, el término alma lo entendemos sobre todo en un sentido espiritual, religioso si se quiere, pero, con frecuen-cia, acorporal. Esto se debe a que habitualmente nuestra lectura e in-terpretación del mismo la hacemos más desde un planteamiento teo-logal y espiritual (o incluso poético) que puramente antropológico. Pero para nuestro autor una cosa supone necesariamente la otra. Lo teologal no puede ignorar lo antropológico. Como tampoco lo antro-pológico puede ignorar lo teologal. Esto ya lo hemos visto en el punto anterior. Por eso, un alma reducida a sólo espíritu no sería el alma de muros de la ciudad. Porque lo que se llama ciudad en el alma es allá lo de más adentro, es a saber, la parte racional, que tiene capacidad para comunicar con Dios, cuyas operaciones son contrarias a las de la sensualidad. Pero, por-que hay natural comunicación de la gente que mora en estos arrabales de la parte sensitiva, la cual gente es las ninfas que decimos, con la parte superior, que es la ciudad, de tal manera que lo que se obra en esta parte inferior ordi-nariamente se siente en la otra interior, y, por consiguiente le hace advertir y desquietar de la obra y asistencia espiritual que tiene en Dios; por eso les dice que moren en sus arrabales, esto es, que se quieten en sus sentidos sensitivos interiores y exteriores” (CB 18,7).

15 Cf. LB 1,10 (cf. 11-12).

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la que habla nuestro místico, para quien el hombre es mucho más que realidad corporal, pero, a su vez, no es sólo espíritu sino igualmente realidad corporal y sensible, según su clasificación del alma humana.

Esto, sin duda, es lo que ha hecho que importantes sanjuanistas y estudiosos del santo hayan sugerido en estas últimas décadas que para él la palabra alma tiene un sentido fuerte y globalizador, que dice re-lación y se identifica con la entera persona humana, y no sólo con una parte de la misma. El término alma, así sin adjetivos posteriores, equivaldría, pues, a hombre/persona16. Lo cual no significaría tener

16 San Juan de la Cruz no ignora el término “persona”, aunque lo usa con

frecuencia más en plural, “personas”, que en singular. Sin embargo, dado su proverbial fluctuación terminológica, a veces él mismo lo emplea en sentido restrictivo, es decir, como alma espiritual. Uno de esos casos puede verse en el texto siguiente: “Este amor algunas veces no lo comprende la persona ni lo siente, porque no tiene este amor su asiento en el sentido con ternura, sino en el alma con fortaleza y más ánimo y osadía que antes, aunque algunas veces redunde en el sentido y se muestre tierno y blando” (2S 24,9). Pero, como se puede ver, incluso en este caso, queda patente la unidad del sujeto humano.

En cuanto al término “hombre”, hay que decir que nuestro autor lo usa con cierta frecuencia; en Cántico y Llama sobre todo en plural, pero en Subi-da y Noche sobre todo en singular. Como ejemplo, voy a citar aquí dos textos que ponen de relieve la relación entre el término “hombre” y las diferentes dimensiones del alma/persona humana. El primero es de Subida: “Es imposi-ble que el hombre, si no es espiritual, pueda juzgar de las cosas de Dios ni en-tenderlas razonablemente, y entonces no es espiritual cuando las juzga según el sentido. Y así, aunque ellas (ciertas experiencias de Dios) vienen debajo de aquel sentido, no las entiende. Lo cual dice bien san Pablo (1 Cor. 2, 1415), diciendo (…): ‘El hombre animal no percibe las cosas que son del espíritu de Dios, porque son locura para él, y no puede entenderlas porque son ellas espi-rituales; pero el espiritual todas las cosas juzga’. ‘Animal hombre’ entiende aquí el que usa sólo del sentido; ‘espiritual’, el que no se ata ni guía por el sentido. De donde es temeridad atreverse a tratar con Dios y dar licencia para ello por vía de aprehensión sobrenatural en el sentido” (2S 19,11). En este texto se entiende ‘espiritual’ o ‘animal’ (sensitivo) en el sentido de predomi-nio de una u otra dimensión del alma, es decir, del hombre total, a la hora de juzgar las cosas de Dios. Pero, ya antes en esta misma obra, nuestro autor había dicho que Dios va perfeccionando al hombre al modo o estilo (natura-leza) del mismo hombre: desde “lo más bajo y exterior, hasta lo más alto e in-terior” (cf. 2S 17, 4).

El otro texto, más breve, es de Noche oscura: “Todas las fuerzas y afec-tos del alma, por medio de esta noche y purgación del viejo hombre, todas se renuevan en temples y deleites divinos” (2N 4,2). Aquí “alma” tiene un sen-tido global, mientras que la expresión “hombre viejo” se usa en un tono más

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que borrar de un plumazo la referencia al rico y complejo mundo de ese mismo hombre/persona tal cual nos lo presenta nuestro místico en sus escritos17.

Me voy a referir ahora, a este respecto, a la opinión de tres auto-res: Eulogio Pacho, Federico Ruiz, y Max Huot de Longchamp.

2. De los tres, Eulogio Pacho es, sin duda, el que menos explíci-

tamente afirma la identificación del término sanjuanista “alma” con otros términos más de nuestro gusto, como “hombre/persona”. Sin embargo, sus planteamientos van bastante en esa línea globalizadora de la visión del hombre en los escritos de nuestro místico.

En un estudio referido fundamentalmente a la antropología de Cántico Espiritual (1961) afirma claramente: “Ambas porciones, su-perior e inferior, no forman sendas unidades independientes. En su ser y en su obrar concurren a la formación de una unidad indestructi-ble, que es el supuesto o compuesto humano (…). La unidad del su-puesto, afirmada con decisión e insistencia, servirá de puente en el in-tercambio de operaciones (…). Una lectura atenta hace advertir pron-to que ciertos vocablos, sinónimos a primera vista, no lo son en reali-dad. La plurivalencia de una misma expresión es fenómeno demasia-do frecuente en san Juan de la Cruz”18.

En otro artículo escrito años después (1988), precisamente sobre el tema del presente trabajo, constantemente insiste en afirmaciones como las que siguen: “Arrancar, como Juan de la Cruz, del hombre ‘amasado de tierra’, pero ‘a imagen de Dios’, garantiza una antro-pología humanista que excluye cualquier intento biologista y fisicalis-

bien restrictivo, referido al hombre necesitado de purificación e integración según Dios de todas las dimensiones de su ser.

17 Cf. H. SANSON, El espíritu humano según san Juan de la Cruz, Madrid, Rialp, 1962, 593 p. Refiriéndose a la estructura del alma, este autor habla de “discontinuidad” (afectiva y psicológica) y de continuidad (ontológica); en esta, a su vez, distingue una doble relación a tener en cuenta: entre alma y cuerpo y entre alma y Dios (p. 76-139). También cf. M. HUOT DE LONGCHAMP, Lectures de Jean de la Croix. Essai d’anthropologie mystique, o.c., quien, intentando clarificar conceptos desde el inicio del libro, se refiere en primer lugar a las partes del alma según san Juan de la Cruz -parte sensiti-va, parte espiritual-, para pasar después a analizar lo referente a la sustancia del alma y el espíritu, y su sentido y relación con las otras realidades del alma (p. 47-81).

18 E. PACHO, “La antropología sanjuanista”, a.c., p. 57.

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ta, en las antípodas ambos del auténtico humanismo (…). El yo, en cuanto entidad autoconsciente, implica capacidad de autorreflexión, por tanto, conciencia plena que le distingue de los animales. De por sí, no se equivale a una sustancia psíquica que exista independiente-mente del cuerpo o que como tal pueda existir; menos aún con alma inmortal. A ese nivel de comprensión o explicación, el dualismo in-teraccionista es insuficiente para abarcar la persona contemplada por Juan de la Cruz. Aunque se de cierta transcendencia del alma-mente respecto de lo puramente material o corporal, no se define necesaria-mente como espíritu (…). En la visión cristiana y sanjuanista la apor-tación bíblica no sólo destaca la concepción funcional del alma, im-plicada en la ‘imagen de Dios’; el hombre se presenta como unidad psicosomática, no en cuanto resultado de dos realidades yuxtapuestas, sino como una única realidad pluridimensional (…). La corrientísima sinécdoque sanjuanista ‘alma’ por ‘hombre-persona’ (de uso habitual entre los escritores espirituales) ha hecho pensar en curiosos signifi-cados de ‘alma’ en la pluma de fray Juan de la Cruz. Fuera de casos especiales, no hay otro misterio ni la palabra tiene otro alcance”19.

3. Federico Ruiz Salvador se manifestó claramente a favor de la

identificación entre alma y hombre/persona en su primer libro sobre nuestro místico: Introducción a san Juan de la Cruz (1968). Dice así: “El alma o las almas son las formas ordinarias de su lenguaje. Creo que no coartan lo más mínimo el horizonte. Su valor es representativo de todo el hombre, y no distributivo, como se ve por los casos en que repite la palabra con diversa amplitud: el alma no obra con las poten-cias de su alma (LB 3,67). Alma equivale a hombre, pero acentuando la interioridad, los valores espirituales. ¿Antropología filosófica o místico-teológica? (…). Las aportaciones místicas no crean al hom-bre, sino que lo encuentran ya hecho. Ni tampoco lo sustraen, con sus mejoras, al campo del análisis antropológico. Al contrario, le hacen transparente con su poderosa iluminación, sacando a la superficie los senos más recónditos de la psicología humana. Dios remueve a la creatura desde sus raíces (…). En la numeración de los componentes, su esquema se hace familiar, pues emplea categorías conocidas de la

19 E. PACHO, “El hombre, aleación de espíritu y materia”, a.c., p. 89-91 y

95. Este autor dedica precisamente la última parte de este artículo a lo que ti-tula: “La unidad de la persona” (p. 97-105).

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psicología natural. Más el criterio y valoración que él aplica descon-ciertan. Habrá que atender al conjunto de su antropología sobre-natural para evitar deformaciones y sorpresas”20.

4. El tercer autor mencionado más arriba es Max Huot de Long-

champ. En los primeros años ochenta publicó un largo estudio sobre san Juan de la Cruz de carácter fundamentalmente antropológico. Un estudio, por otra parte, de lectura no siempre fácil. Muy pronto, casi en las primeras páginas de su estudio, manifiesta la necesidad de pre-venir contra ciertas interpretaciones inadecuadas en el lenguaje de un místico. E inmediatamente añade: “Si Juan de la Cruz prefiere “alma” a “hombre” para designar el sujeto de la vida espiritual, es un hecho literario, antes que ser un problema teológico. Si él opone a veces “alma” a “cuerpo” o a “carne” en lo que él llama sus “puntos de teo-logía escolástica” es siempre para ayudarnos a captar el dinamismo del deseo de Dios que ve en la muerte física y en la disolución del cuerpo un dato –no necesariamente el más importante- para su reali-zación, y no en nombre de una metafísica dualista a la que sólo se re-curre aquí como matriz especulativa adecuada para explicar un hecho espiritual; menos aún en nombre de una ascesis enfermiza con la que cierto tardo romanticismo ha pretendido presentarnos el “todo y na-da” de un Juan de la Cruz descarnado”21. Un poco más adelante re-cuerda la formación escolástica de Juan de la Cruz en Salamanca, unas categorías que él subordina en todo momento a la experiencia global de Dios. Que, con frecuencia Juan afirma que dicha experien-cia se da en el alma, entendida, sin embargo, tanto en sentido somáti-co como afectivo e intelectual, siguiendo cierta tradición patrística más que puramente escolástica. Por último, Huot de Longchamp re-cuerda que quizá en alguna ocasiones nuestro místico sigue cierta lí-nea aristotélica con santo Tomás que, en el “De homine” de su Sum-

20 F. RUIZ, Introducción a san Juan de la Cruz, Madrid, BAC, 1968, p.

301-302. En nota se hace eco de la opinión de H. Bouillard a quien le parece excesiva la transposición continua por parte de G. Morel del término alma por el de hombre en el caso de Juan de la Cruz; reconoce Bouillard, no obs-tante, que cierta identificación moderada en este sentido puede ser interesante (cf. Ibidem, p. 301, nota 6); todo el capítulo 11 de esta obra de F. Ruiz, p. 295-327.

21 M. HUOT DE LONGCHAMP, Lectures de Jean de la Croix. Essai d’anthropologie mystique, Paris, Beauchesne, 1981, p. 44-45.

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ma Theologica (1ª, 75,1) afirma que “anima non est corpus”, pero es-to mismo planteado dentro de un contexto un tanto diferente22.

5. Antes de cerrar este punto creo que es necesario plantearse aquí

una cuestión importante en Juan de la Cruz al igual que en toda la tradición bíblica y cristiana: ¿es el hombre/persona en cuanto tal o es el alma la que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios?

A esta pregunta responde E. Pacho de la siguiente manera: “Indu-dablemente la extensión del tropo (‘alma’ por ‘hombre-persona’) se debe a la persuasión de que el ‘alma’ es la parte ‘superior’, lo más noble y elevado del hombre, pero sin que fray Juan de la Cruz piense que la realidad del hombre o de la persona se recluye en el ‘alma’, o que el alma sola es persona, como quisieron algunos teólogos medie-vales”23.

Aquí, como nos recuerda este mismo autor, habría que tener en cuenta otras categorías muy importantes en Juan de la Cruz a la hora de hablar del alma espiritual. En ocasiones esta se vendría a identifi-car con otro término muy usado por él, es decir, “espíritu”, que, si bien a veces se identifica casi sin más con la parte más superior del alma24, en otras se identifica con su sustancia o centro más profundo o corazón (del alma y del espíritu)25. Profundizar aquí en esto nos lle-

22 Cf. Idibem, p. 45-46. 23 E. PACHO, “El hombre, aleación de espíritu y materia”, a.c., p. 95. 24 En otras tradiciones espirituales a veces se habla de “ápice” del alma,

pero creo que nuestro místico no usa nunca ese término. Una palabra en cier-to modo sinónima de “ápice” podría ser “cima”, pero, aunque pueda parecer lo contrario, sólo la usa una vez con sentido de “encima” o “por encima”, opuesto a “los interiores de su espíritu” (CB 26,1). Victorino CAPÁNAGA, en su interesante estudio San Juan de la Cruz. Valor psicológico de su doctrina, o.c., dedica un capítulo a lo que llama “La cima del espíritu” (p. 295-306), aunque al final tiene que reconocer Juan de la Cruz, refiriéndose a la persona humana, al contrario de otros autores espirituales, más que de cima habla de centro, de profundo, de interioridad.

25 Cf. LB 1,8-14; 2, 8-10; 3, 18-22 y 68-76. Sobre esto y lo dicho en la nota anterior, cf. E. PACHO, “El hombre, aleación de espíritu y materia”, a.c., p. 95 (último párrafo y nota 9); también E. PACHO, “Centro”, en IDEM (ed.), Diccionario de san Juan de la Cruz, Burgos, Monte Carmelo, 2000, p. 310-313. Para visiones más panorámicas a este respecto, cf. L. REYPENS, “Âme (son fond, ses puissances et sa structure d’après les mystiques”, en Diction-naire de Spiritualité, vol. I, Paris, Beauchesne, 1932, col. 433-469; M. MO-RALES BORRERO, La geometría mística del alma en la literatura española del

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varía muy lejos, y no es este el lugar para hacerlo. Pero me parece importante no perder de vista este elemento de la antropología san-juanista, que, dando su justo valor e importancia al espíritu o dimen-sión espiritual del alma en lo que respecta a la divinización y unión con Dios, nunca reduce al hombre/persona solo a ese elemento o di-mensión del mismo. Reconozco, sin embargo, que ciertas lecturas bienintencionadas, pero “espiritualizadas”, del santo pueden llevar a planteamientos parciales en ese sentido, dando una visión “espiritua-lista” del ser humano26.

En Subida del Monte Carmelo se afirma netamente que “(el alma) en sí es una hermosísima y acabada imagen de Dios”27. Y, un poco más adelante: “El alma desordenada, en cuanto al ser natural está tan perfecta como Dios la crió, pero en cuanto al ser de razón está fea, abominable, sucia, oscura y con todos los males que aquí se van es-cribiendo y muchos más”28. Puede existir la tendencia a leer estos textos a se, prescindiendo de todo el discurso del santo sobre las par-tes del alma y del ser humano, pero eso me parece un error. Precisa-mente dichos textos están dentro del contexto de un discurso sobre la necesaria purificación del sentido o alma sensitiva, en orden a lograr el adecuado equilibrio entre la dimensión más sensitiva del hombre, incluidos los sentidos corporales, y la más espiritual o, en este caso, racional.

siglo de Oro, Madrid, FUE, 1975, 397 p.; M. BERGAMO, L’anatomía dell’anima, Bologna, Il Mulino, 1991, 203 p. (especialmente: II. “La topolo-gía mística”, 143-203).

26 No es este el caso del profundo estudio de H. SANSÓN, El espíritu humano según san Juan de la Cruz, o.c., cuya obra tiene claramente delante todo la persona humana considerada en su conjunto. Sin embargo, no cabe duda que, de alguna manera tiende a subrayar los aspectos más “espirituales” (en cuanto al espíritu humano y al Espíritu de Dios) de la misma. Por su parte F. URBINA, que publicó un interesante estudio en los años cincuenta sobre nuestro místico y que tituló La persona humana en san Juan de la Cruz (Ma-drid, Inst. Social León XIII, 1956, 366 p.), no obstante lo que parece sugerir dicho título a primera vista, no nos ofrece tanto un análisis antropológico propiamente dicho, sino más bien un tanto diluido en la descripción de las etapas del proceso de la relación del hombre con Dios o proceso espiritual sanjuanista (cf. p. 14).

27 1S 9,1. 28 1S 9,3.

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Por otra parte, en los Romances sobre el evangelio ‘In principio erat Vebum’ está muy claro que, para nuestro místico, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, o mejor, por mejor decir, bien a imagen y semejanza del Hijo, aunque todo esto se diga con frases y símbolos poéticos. Pero es precisamente este largo poema el que nos pone sobre la pista de que esa imagen y semejanza ha de interpretarse más en la línea del ser persona o ser personal que sólo en la del ser espíritu o alma espiritual, porque esto nos llevaría a afirmar que sólo una parte del hombre ha sido creado a imagen de Dios, con conse-cuencias inimaginables a la hora de hablar de la Encarnación del Hijo. Pero no me parece este el pensamiento de nuestro autor, en el mencionado poema, sobre los designios de Dios sobre la condición del hombre en general, o sobre su condición carnal en particular.

III. CUERPO, CARNE Y ESPÍRITU DE DIOS A nosotros hoy nos puede parece que “cuerpo” y “carne” son dos

términos entre sí siempre equivalentes o plenamente sinónimos, pero desde una perspectiva bíblica y cristiana no es siempre así29. Tampo-co, por lo mismo, dentro del discurso antropológico sanjuanista30. La palabra “carne” (y sobre todo en plural “carnes”) nuestro místico a veces la usa en sentido de “cuerpo”; pero “cuerpo”, sin embargo, no siempre se identifica con “carne”, sobre todo cuando a este término se le da un sentido más bien ético y moral31. Así, si por una parte Juan de la Cruz, siguiendo la Escritura, viene a afirmar que la “carne” no puede recibir el Espíritu de Dios32, del “cuerpo”, sin embargo, sí dice

29 Cf. X. LEÓN-DUFOUR, Diccionario del Nuevo Testamento, Madrid, Cristiandad, 1977 (“carne”, p. 132-133; “cuerpo”, 162-163).

30 Sobre esta cuestión cf. M. OFILADA MINA, S. Juan de la Cruz. El senti-do experiencial del conocimiento de Dios, Burgos, Monte Carmelo, 2002, p. 305-308.

31 Llama la atención a este respecto que en el Diccionario de san Juan de la Cruz, o.c., dirigido por E. PACHO, se incluya el concepto “Carne” (de Al-fonso Baldeón-Santiago, p. 285-286), y, sin embargo, para el concepto “Cuerpo” se nos remita a otros términos como “Alma” (E. Pacho), “Antropo-logía sanjuanista” (C. García) y “Hombre” (C. García).

32 El texto paulino dice exactamente: “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción heredar la incorrupción” (1 Cor

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que, según su capacidad, puede participar de los frutos de la acción del Espíritu Dios en el hombre33. 3.1. El cuerpo

Como dije más arriba, se puede decir que Juan de la Cruz no pres-ta prácticamente ninguna atención a la purificación del cuerpo en cuanto tal, aunque sí a la de los sentidos corporales. Pero esto no quiere decir que su puesto en el camino espiritual sea para él insigni-ficante. Todo lo contrario. Ahora bien, creo que para poder captar adecuadamente su doctrina a este respecto no es bueno empezar, co-mo se suele hacer, por la purificación de los sentidos corporales, sino más bien por la relación existente entre alma (entendida en el sentido amplio) y cuerpo. Lo cual nos lleva inmediatamente al tema de la muerte, como fenómeno de separación, en la persona humana, de ambas realidades.

Para nuestro místico el cuerpo fija el alma en el tiempo y en la historia34, de ahí que a veces, a la verdad más bien pocas, hable del cuerpo como cárcel del alma35. Pero, sin dicha fijación, tampoco se 15,50). Curiosamente, sin embargo, Juan de la Cruz nunca cita este texto, aunque sí otros parecidos (cf. Mt. 26,41 = 1 N 9,3; Dichos 42 // Jn 1,12-13 = 1S 5,5 // Jn 3,5-6 = 3S 26,7; 1N 4,7; Dichos 42 // Jn 6,63 = LA 1,25; Rm 8,13 = CB 3,10; LB 2,32 // 1 Cor 1,25 = 2S 8,6; 2N 16,11; CB 26,13 // Gál 5,17 = 3S 22,2; 26,4; CB 3,10; 16,5 // 1Jn 2,16 = 1S 13,8).

33 CRISÓGONO DE JESÚS SACRAMENTADO, San Juan de la Cruz, su obra científica y literaria, vol. I, Su obra científica, Madrid-Ávila, 1929, dedica el cap. XIII a las “Relaciones del alma con el cuerpo en la doctrina de san Juan de la Cruz” (p. 281-302). Son páginas en las que se tiende a acentuar ciertas líneas más bien extáticas y de fenómenos místicos; en las que no siempre se distingue bien “cuerpo” y “carne”; pero en las que, al final, se nos ofrece una reflexión relativamente amplia sobre el cuerpo en la(s) experiencia(s) sobre-natural(es) de la persona ya purificada (cf. p. 296-302).

34 Cf. J. MOUROUX, “Le mystique et le temps», en su obra Le mystère du temps. Approche théologique, Paris, Aubier-Montaigne, 1962, p. 246-274; M. HUOT DE LONGCHAMP, Lectures de Jean de la Croix. Essai d’anthropologie mystique, o.c., p. 90-102; S. ROLLÁN, “El tiempo vivido en san Juan de la Cruz”, en Cuadernos Salmantinos de filosofía, 15 (1988) 178-191.

35 Los términos que se pueden considerar a este respecto son: “cárcel”, “mazmorra”, “prisión”, “prisionero”, “cautiverio”. Pero hay que distinguir bien el uso que se da a estas palabras en cada caso. Porque, si bien en alguno se ve clara y netamente que dice que el alma está en el cuerpo como en una cárcel (cf. 1S 3,2; 2S 8,4), en otras ocasiones se está refiriendo más bien a

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podría hablar de proceso de madurez humana y espiritual en la perso-na humana36. Por eso mismo quizá hay que decir que Juan de la Cruz en repetidas ocasiones presenta a Dios como aquel que defiende y protege nuestra existencia en el cuerpo cuando la persona, en su de-seo de Dios, a veces pasa por experiencias difícilmente soportables para el cuerpo y para el equilibrio alma/cuerpo, debido a su intensi-dad interior, o le parece que el mejor camino para poseer ya definiti-vamente a Dios sea la ruptura de la unión cuerpo/alma, es decir, el paso por la muerte37. Un texto muy expresivo en este sentido es el si-guiente: “De muy buena gana se iba el alma del cuerpo en aquel vue-lo espiritual, pensando que se le acababa ya la vida y que pudiera go-zar con su Esposo para siempre y quedarse al descubierto con él; más

padecer o no el cerco de las apetencias y apetitos (es decir, del alma sensiti-va): no purificados (cf. 1S 15,1; 3S 16,6; CB 18,1-2) o purificados, según los casos; y en este último sentido se habla más bien de haber salido de esa pri-sión y cárcel ya en esta vida (cf. 1S 15, 1-2; 2N 1,1; 7,2-4; LB 1,21; 3,38). Sólo una vez junta las dos cosas: el cuerpo como cárcel y la cárcel o prisión de los apetitos. Como si dijera: el alma está como en una cárcel en el cuerpo, porque expuesta a la tiranía de los apetitos, y muchas veces privada así de la experiencia pacífica de Dios en esta vida (cf. CB 18, 1-2). Por contraposi-ción, en una ocasión se habla de Dios como prisionero por amor (cf. CB 31, 8-10). Pero, volviendo a 1S 3,2, en ese caso la comparación del cuerpo con una cárcel para el alma no me parece ni mucho menos negativa. Más bien le sirve al santo para explicar que el alma sólo puede recibir noticias del mundo exterior a través de las ventanas de los sentidos corporales, como quien está encerrado en una cárcel. Se afirma, además, que fue Dios quien estableció esa realidad alma/cuerpo, es decir, que no fue fruto de ninguna casualidad o des-gracia.

36 Cf. 1S 4,3 (final); 8,6; CB 13,8. 37 Esta es una cuestión que aparece sobre todo en dos de sus grandes

obras: Cántico y Llama (cf. CB 7-13; 36-40; LB 1, 29-36). El simple deseo de la muerte, como liberación de esta vida, nuestro autor lo considera como algo negativo (imperfección). Pero, siguiendo algunos textos paulinos, tam-bién describe el valor positivo y cristianamente posible del desear ser desata-dos para verse con Cristo definitivamente, algo que sólo se puede lograr en la otra vida (cf. Rm 7,24 = CB 8,2 // 2Cor 5,1 = LB 1,29 y 2,32 // 2Cor 5,4 = CB 11,9). Para algunos estudios sobre este tema, cf.: J. V. RODRÍGUEZ, “San Juan de la Cruz, evangelista de lo eterno: apuntes de escatología sanjuanista”, en Revista de Espiritualidad, 33 (1974) p. 233-275; J.D. GAITÁN, “San Juan de la Cruz: un místico ante la muerte. Anotaciones sobre un tema en el ‘Cán-tico Espirtiual’”, en Revista de Espiritualidad, 40 (1981) p. 105-118; M.A. DÍEZ, “Escatología”, en E. PACHO (dir.), Diccionario de san Juan de la Cruz, o.c., p. 515-526.

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atajóle el Esposo el paso diciendo: Vuélvete, paloma, como si dijera: paloma en el vuelo alto y ligero que llevas de contemplación, y en el amor con que ardes, y simplicidad con que vas (porque estas tres pro-piedades tiene la paloma); vuélvete de ese vuelo alto en que pretendes llegar a poseerme de veras, que aún no es llegado ese tiempo de tan alto conocimiento, y acomódate a este más bajo que yo ahora te co-munico en este tu exceso”38.

Reconoce el santo, sin embargo, que en la persona que verdade-ramente busca a Dios no puede faltar nunca el gemido “en la esperan-za de lo que le falta, porque el gemido es anejo a la esperanza”. Para confirmar lo cual cita Rm 8,2339.

Por otra parte, la persona no deja de sentir los límites de la exis-tencia terrena y corporal en orden a alcanzar plenamente dicha meta ya en esta vida. Por eso, lejos de sentir la muerte como enemiga, la ve sólo como un paso necesario, y, por lo mismo, deseado, para alcanzar lo que anhela respecto de la posesión de Dios40.

Pero nuestro místico no deja todo lo positivo para el más allá, es decir, para después de la muerte. Si leemos despacio todas sus gran-des obras (quizá la que menos sea Subida, y sólo en cierto modo), la mayor parte de las grandes gracias espirituales que se nos describen en el proceso de divinización y comunión del hombre con Dios, in-cluso las más fuertemente cristológicas y trinitarias, se dicen referidas

38 CB 13,8. Para entender mejor todo el contexto previo de este texto puede ser interesante leer antes CB 8,2; 11,7-10; 13,1-6, a los que de alguna manera responde.

39 CB 1,14; LB 1,27; cf. E. PACHO, “El ‘gemido pacífico de la esperanza’. Síntesis definitiva del pensamiento sanjuanista”, en IDEM, Estudios sanjua-nistas, II, o.c., p. 413-432.

40 Cf. Afirma el santo en CB 8,3 que “el alma más vive donde ama que en el cuerpo donde anima”. Muy interesante a este respecto es la relación que se establece en dicho texto entre Dios, el alma y el cuerpo. Dios da la vida al alma “naturalmente”, es decir, la existencia, y “espiritualmente”, en cuanto es vida del alma o para el alma; mientras que el alma es la que da la vida al cuerpo. Dice así: “Como el alma ve que tiene su vida natural en Dios por el ser que en él tiene, y también su vida espiritual por el amor con que le ama, quéjase y lastímase que puede tanto una vida tan frágil en cuerpo mortal, que la impida gozar una vida tan fuerte, verdadera y sabrosa como vive en Dios por naturaleza y amor. En lo cual es grande el encarecimiento que el alma hace, porque da aquí a entender que padece en dos contrarios, que son vida natural en cuerpo y vida espiritual”. También son muy interesantes 2S 8,4 y LB 1,32.

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a la existencia del hombre en este mundo, es decir, cuando en la per-sona cuerpo y alma están unidas en una misma y única existencia. Es-to, aunque a veces lo olvidamos, es de hecho lo que se nos dice clara y sintéticamente en una de las diferentes interpretaciones que nuestro místico va dando al verso “rompe la tela de este dulce encuentro”: que en determinados estados espirituales la diferencia entre lo que se vive aquí y lo que se siente del más allá es semejante a la distancia de los que están separados entre sí solo por un velo; que Dios “no deja de translucir la Divinidad en ella”, es decir, en la tela de la trabazón entre el alma y el cuerpo, el espíritu y la carne. Una tela que es ya, en cuanto a la plena posesión de Dios, transparente casi como la de ara-ña41.

A este punto, hoy día es obligatorio preguntarse: si el hombre es constitutivamente alma y cuerpo (“un sólo supuesto”), ¿puede vivir plenamente feliz, aunque sea definitivamente en Dios, si lo que se da en la muerte es la separación entre el alma y el cuerpo, en espera de la resurrección final, como afirma la fe cristiana? Esta es una pregunta muy actual, pero que, al menos según parece, Juan de la Cruz no se hizo, aunque a veces algunos de sus escritos tengan el sabor de una escatología plena (o casi plena) adelantada. Por lo demás, podemos decir que la Iglesia siempre ha afirmado que dicha felicidad es posi-ble en la medida que pervive el “yo” de cada persona, que es el único y mismo sujeto de la relación con Dios en la vida temporal y más allá de la misma42.

41 Cf. LB 1,32. 42 Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, “Recentiores episco-

porum. Carta a los Presidentes de la Conferencias Episcopales sobre algunas cuestiones de escatología (17 de mayo de 1979)”, en IDEM, Documentos 1966-2007, Madrid, BAC, 2008, p. 171-175 (sobre todo los puntos que apa-recen en p. 173-174). En un documento posterior de la Comisión Teológica Internacional se planteó más ampliamente, y en varios de sus apartados, el tema de la comunión con Cristo después de la muerte. En él se afirma que “El aspecto positivo de la muerte sólo se alcanza por un modo de morir que el Nuevo Testamento llama ‘muerte en el Señor’ (…). De este modo, la vida te-rrena se ordena a la comunión con Cristo después de la muerte, que se obtie-ne ya en el estado de alma separada, que es, sin duda, ontológicamente im-perfecto e incompleto. Porque la comunión con Cristo es un valor superior a la plenitud existencial, la vida terrena no puede considerarse el valor supre-mo. Esto justifica en los santos el deseo místico de la muerte” (cf. “Algunas cuestiones actuales de escatología (1990)”, en COMISIÓN TEOLÓGICA INTER-

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3.2. La carne y los sentidos corporales

La “carne” y los “sentidos corporales” en Juan de la Cruz no son ciertamente la misma cosa, pero están estrechamente interrelaciona-dos en la práctica.

En algunas ocasiones nuestro místico usa el término “carne”, o “carnes” en plural, como sinónimo de “cuerpo”; pero cuando la pala-bra está en singular, “carne”, con frecuencia tiene una carga moral y ética como “enemigo del alma”43, es decir, como sinónimo de forma instintiva y natural de actuar (opuesta a la sobrenatural o desde Dios), que incapacita a la persona para una conducta iluminada por la razón y por la fe44, y, por lo mismo, para abrirse a la verdadera vida divina y a la comunión con Dios45. De hecho, esta conducta “carnal”, es de- NACIONAL, Documentos 1969-1996, Madrid, BAC, 2000, p. 455-498; el pá-rrafo citado está en p. 481-482).

43 Cf. “Carne/s” = “cuerpo” o existencia temporal: cf. 2S 4,4; 24,2; 2N 7,1-2; 20,5; 23, 4 y 9; CB 11, 2 y 9; 13,4-6; 14, 17 y 19; 38,9; LB 1,26-36; 3,10; 4,11. “Carne” = alma sensitiva, con connotaciones a veces negativas (enemigo) para lo espiritual y la relación con Dios: cf. 1S 1 y 13; 2S 5,5; 17,5; 3S 22,2; 26,7; 1N, declaración 2; 1N 4,7; 9,4; 13,11; 2N 2,3; 16,23; 19,4; 21,10; CB 3, 1.5-6.9-10; 22, 3 y 8; 24, 5 y 8; LB 2, 13.29 y 32; LB 3,39. En algún texto “carne”, sobre todo citando textos bíblicos, puede signi-ficar todo el ser humano, exterior e interior: cf. 2N 7,1-2; 11,5; CB 16,4; 40,5; LB 1,6.21 y 36. M. OFILADA MINA, en su obra ya citada, S. Juan de la Cruz. El sentido experiencial del conocimiento de Dios, nos ofrece unas pá-ginas muy claras e interesantes al respecto. Distingue claramente tres realida-des a tener en cuenta: 1. La carne como condición antropológica, 2. La carne como opuesto al espíritu, 3. El amor: respuesta teologal a la carne (p. 305-315); cf. también cf. A. BALDEÓN-SANTIAGO, “Carne”, en E. PACHO, Diccio-nario de san Juan de la Cruz, o.c., p. 285-286.

44 Sobre este punto es interesante la comparación continuada del ciego y el mozo de ciego, siguiendo el evangelio que dice: “si un ciego guía a otro ciego ambos caen en el hoyo” (Mt. 15,14). Para Juan de la Cruz el apetito es ciego, y por eso el hombre debe iluminarlo y guiarlo con la luz de la razón (cf. 1S 8.3). Pero, a su vez, la parte racional y superior del hombre también es limitada y, en parte, ciega para conocer plenamente las cosas de Dios: de ahí la importancia de dejarse guiar por la luz de la fe (cf. 2S 4,2).

45 Dos ejemplos pueden ayudarnos a entender mejor esto. En las Caute-las, a la hora de explicar la “carne” como enemigo del alma, se dice que “du-ran sus acometimientos mientras dura el hombre viejo” (Cautelas 3). Se trata, por lo tanto, no del hombre en sí, sino “del hombre viejo”, es decir, del “yo” no purificado ni abierto plenamente a Dios. Por eso mismo, al iniciar luego el apartado dedicado a explicar cómo actuar frente a ella, la “carne”, leemos:

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cir sensitiva, como criterio de actuación, de lo que es bueno y de lo que no lo es, se da en cualquier ámbito de la vida humana, incluido el religioso y espiritual46.

En contra, pues, de lo que a veces se piensa, en principio el santo no ve tanto el problema fuera de sí mismo, en las cosas de este mun-do, sino en el corazón del mismo hombre y en el desequilibro que hay en él entre parte sensitiva y espiritual a causa del pecado original47. Desequilibro que afecta sin duda a la conducta humana también en lo referente a las cosas de Dios, e incluso a las que tienen verdadera-mente su origen en Dios48. Pero, como el hombre es también sensiti-vidad, de ella no es lícito prescindir. Lo único que hay que hacer es ponerla en su sitio. Y por eso también Dios se sirve de ella en su rela-ción con el hombre, principalmente en los comienzos del camino es-piritual (unos comienzos que, para algunos, duran toda la vida)49, pe-ro con el fin de lograr poco a poco una relación mucho más plena y verdadera no sólo en lo referente a Dios mismo, sino también en cuanto a las capacidades y plenitud misma del hombre total50. “Contra sí mismo y contra sagacidad de su sensualidad. De otras tres cautelas ha de usar el que se ha de vencer a sí mismo y a su sensualidad, su tercer enemigo” (Cautelas 14). En el otro extremo del planteamiento estaría lo que vemos como ya realizado en 2N 21,10: “Con esta librea de la caridad, que es ya la del amor que en el Amado hace más amor, no sólo se ampara y encubre del tercer enemigo, que es la carne (porque a donde hay verdadero amor de Dios no entrará amor de sí y de sus cosas), pero aun hace válidas a las demás virtudes”.

46 En 2S, por ejemplo, se trata de todo esto en referencia a los fenómenos sobrenaturales, tanto los más exteriores como los más interiores. Y en 3S te-nemos una serie de capítulos sobre los “bienes motivos”, que son muy intere-sante a este respecto (34-45). Dicho estilo o modo de actuar tiene consecuen-cias también fatales a la hora de vivir la caridad con el prójimo (cf. 2S 21-26).

47 Cf. 1S 1; 3,4; 15. 48 Cf. S pról. 7. 49 Cf. 1S 14; 2S 17; 1N 1; 14,5. 50 Las bases de todo este planteamiento las desarrolla nuestro místico so-

bre todo en 1S, en donde, entre otras cosas, se enumeran y describen los da-ños de un conducta guiada sólo por el propio deseo o apetito, tanto en las co-sas de este mundo como en las de Dios (cf. 1S 6-12). Pero sería un error pen-sar que todo se reduce a dicho libro. Tanto en 2S y 3S como en Noche, Cán-tico y Llama esta cuestión está siempre muy presente. En los mismos 2S y 3S sigue planteando continuamente la cuestión de los daños de una conducta iluminada por criterios diferentes a los tienen su origen en la fe. Por eso tam-

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A la luz de todo este discurso podemos ahora decir que, cuando nuestro místico usa la palabra “sentido” en singular, con frecuencia se está refiriendo a la parte sensitiva del alma, es decir, a la sensitividad humana. Sin embargo, cuando habla de “sentidos”, en plural, gene-ralmente se refiere a lo que llama “sentidos corporales”, que, como hemos visto más arriba, son para él tanto los exteriores (ver, oír, oler, gustar y tocar) como los interiores (fantasía, imaginación y memo-ria)51. Dichos sentidos tienen una función importantísima, tanto para mal como para bien, precisamente porque son como las puertas o ventanas de comunicación del alma total (sensitiva y espiritual) con el

poco es cosa de poca importancia toda la purificación del alma espiritual o superior con el fin de lograr que, poco a poco, se acomode a Dios. Porque, como dirá en Noche, aunque en el camino espiritual haya que ir por partes, incluso la sensitividad sólo se purifica verdaderamente cuando se pasa por la purificación pasiva del espíritu, dada la unidad e interdependencia que existe en el ser humano (cf. 2N 2-4). Para una visión bastante completa de este tema cf. F. RUIZ SALVADOR, Místico y maestro, san Juan de la Cruz, 2ª ed., Ma-drid, EDE, 2006, cap. 12: “Mediación y educación del sentido” (p. 217-242). Este autor nos dice: “El sentido, los sentidos, las sensibilidad humana desem-peñan una función relevante en todo momento, también en las etapas más adelantadas de la vida espiritual y mística” (p. 218). Y más adelante, en un apartado que llama “Sensibilidad humana y espiritual”, insistirá así: “El sen-tido ‘mortificado’, es decir, humanizado y personalizado, es a partir de ahora cuando actúa con mayor intensidad. Lo que llamamos vida de una persona sensible es ahora cuando comienza, precisamente al terminar la cura y la edu-cación del mismo (…). No se elimina la imaginación, el corazón, la viveza de los sentidos corporales (…). Se humaniza y espiritualiza al mismo tiempo (…). Identificar la vida del sentido con la etapa de ‘principiantes’ ocasiona devaluación injusta de las funciones insustituibles de la sensibilidad” (p. 238). De hecho, en LB 3,69 se habla de “sentido del alma”, que se define como: “virtud y fuerza que tiene la sustancia del alma para sentir y gozar los objetos de las potencias espirituales con que gusta la sabiduría y amor y co-municación con Dios”. Cf. también Mª DEL S. ROLLÁN, “El vaciamiento del yo: una aproximación a la introspección sanjuanista”, en Antropología de san Juan de la Cruz, Ávila, Inst. Gran Duque de Alba, 1988, p. 61-70

51 En CB 40,5 dice: “Sentidos corporales de la parte sensitiva, así interio-res como exteriores”. También a veces los llama, sin más, sentidos exteriores y sentidos interiores (cf. CB 18,7; 28,4 y 8). Sin embargo, en Cántico por ejemplo, en una ocasión hace una aplicación de los sentidos exteriores del to-car y oír para explicar experiencias espirituales interiores (CB 14-15,13). Una exposición sistemática sobe el tema puede verse en J. GARCÍA PALACIOS, Los procesos de conocimiento en san Juan de la Cruz, Salamanca, Ed. Univ. de Salamanca, 1992, cap. 3, “Los sentidos” (p. 35-64).

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mundo exterior. Si el alma sensitiva está relacionada con las apeten-cias, apetitos y deseos52, está claro que no se apetece nada que antes no la hayamos percibido por los sentidos exteriores. Incluso lo que percibimos o fabricamos con los sentidos interiores (fantasía, imagi-nación y memoria) también tiene mucho que ver con lo que antes nos ha llegado del exterior a través de los sentidos exteriores53.

Para una adecuada educación activa de los sentidos en función de la educación teologal y verdaderamente humana de la persona total, a comenzar por la propia sensitividad, las apetencias y los deseos, nues-tro autor hace una propuesta al mismo tiempo evangélica y cristológi-ca: por una parte, no hacer presa ni acumular interiormente lo que nos va llegando de fuera; y, por otra, querer ver, oír, oler, gustar y tocar sólo lo que es para mayor gloria de Dios, teniendo siempre presente en esto el ejemplo de Cristo. Esto en cuanto a lo voluntario. Porque el hombre, aunque quisiera, no puede dejar de percibir constantemente por los sentidos, tanto exteriores como interiores54. Además recuerda en varias ocasiones que, incluso en momentos de altas experiencias espirituales, se llega a comprobar cómo los sentidos, interiores y exte-riores, a veces van por su lado, o cómo, en otras ocasiones, pretenden intervenir en algo que va más allá de sus capacidades55. Pero una in-tegración total del hombre es más bien un don que hay que pedir a Dios, aunque éste no lo hará sin que eso lo queramos de verdad noso-tros56.

52 Para una visión más amplia de lo que significa el deseo y el desear en

Juan de la Cruz, también con sus lados positivos, cf. M.F. DE HARO IGLESIAS, “Deseos”, en E. PACHO, Diccionario de san Juan de la Cruz, o.c., p. 380-391. Del mismo autor y en el mismo diccionario, “Apetitos”, pp. 144-160. Tam-bién puede resultar interesante el trabajo de E. PACHO, “Belleza, deleite y as-cesis en san Juan de la Cruz”, en IDEM, Estudios sanjuanistas, II, o.c., p. 388-412.

53 Cf. 1S 3,3-4; 2S 12 y 17; LB 3, 69. 54 Cf. 1S 3,3; 13,3-4. Para todo este tema cf. J.D. GAITÁN, “San Juan de la

Cruz y su ‘dichosa ventura’. Opción por Dios y purificación de los sentidos”, en Revista de Espiritualidad, 45 (1986) p. 489-520. En cuanto a los llamados “primeros movimientos”, Juan de la Cruz le da una importancia más bien se-cundaria, cf. 1S 12,6; sin embargo, en CB 27, 7 y CB 28,5 aún esos parecen ya más integrados.

55 Cf. 2S 13,3; 1N 4,1-2; CB 18,1-2 y 7; 19,1; 20-21. 56 Cf. CB 16-21.

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A la luz de todo lo dicho hasta aquí se puede entender por qué Juan de la Cruz prefiere hablar de una “abstinencia” y “ayuno” inte-rior más que exterior57. Y por qué se muestra tan poco favorable a una forma de penitencia que se queda en el cuerpo, pero que no es capaz de transformar el interior, lo cual llama “penitencia de bes-tias”58. 3.3. El Espíritu de Dios, la carne y el cuerpo

Al menos en dos ocasiones cita el santo 1 Cor 6,19 para explicar que alma y cuerpo son templo del Espíritu Santo59. Y, por otra parte, ya en el libro de la Subida Juan de la Cruz nos habla de la importan-cia de nacer o renacer en el Espíritu Santo en esta vida, para lo cual se recuerda Jn 3,560. Esto es algo que aparecerá también en Noche61, en Cántico62, pero, sobre todo en Llama63. Algunos autores en el pasado

57 Aunque en 1N 13,5 habla de cómo la noche pasiva del sentido es muy útil para ejercitarse en las virtudes “corporal y espiritualmente”.

58 Cf. 1S 8,4; 1N 6,1-3; 9,4; 14,5; 2N 16,10; 23,3; Carta 12 (febrero 1589); J.D. GAITÁN, “Penitencia”, en E. PACHO (dir.), Diccionario de San Juan de la Cruz, o.c., p.1162-1166.

59 Cf. 3S 23,4; 40,1; cf. también CB 1,7 en que se cita 1 Cor 3,16. Cuan-do comenta en CB 28 “Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal en su ser-vicio…” repite en tres ocasiones que eso se dice no sólo del alma sino tam-bién del cuerpo (CB 28, 2.4.8).

60 Cf. 2S 5,5. Si bien la carne no es capaz de acoger el reino de Dios, sí lo es, sin embargo, el hombre carnal, llamado a transformarse en hombre espiri-tual; y no tanto o sólo por su proprio esfuerzo, sino sobre todo por la acción del Espíritu de Dios, como aparece en el texto arriba citado. Pero esto no es algo que se le imponga al hombre sin más desde fuera (cf. 3S 2.10.16: 6,3). De hecho él puede impedir de alguna manera dicha acción del Espíritu (cf. 1S 6,1-2 y 4).

61 Cf. 1N 13,11; 2N 4,2; 17,2; 20,4. Unido con el tema de la acción del Espíritu Santo en el hombre, está también el de hacer que el hombre viejo re-nazca como hombre nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad verda-deras, con una nueva juventud (cf. 2N 3,3; 4,3; 13,11). Cf. también 2N 7,1 que habla de muerte, sepulcro y resurrección en el hombre.

62 Cf. CB 13,11; 17, 2.4-5.8-9; 26, 1 y 3; 38,3; 39, 2-3.5.14. 63 Interesante en este sentido es, por ejemplo, el comentario al verso “ma-

tando, muerte en vida la has trocado” (LB 2, 32-36). Como se sabe todo el poema y su explicación tiene un tono fundamentalmente pneumatológico y trinitario desde sus mismo inicios (cf. LB pról. 2, y 1,3 en que califica al Es-píritu Santo como “el espíritu de su Esposo”). Sobre “Espíritu y Espíritu San-

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casi reducían la acción del Espíritu Santo en el hombre a los estadios más altos del camino espiritual. Ciertamente no es ese el plantea-miento de Juan de la Cruz. Lo cual no quita para que sea sobre todo en esos estadios cuando mejor se manifieste hacia afuera la fuerza y la belleza de dicha acción de transformación y divinización del hom-bre64.

Por lo que respecta al tema que vengo tratando, hay que decir que sin duda en Llama, aunque no sólo en ella, donde quizá más y mejor aparece descrito el hecho de que la experiencia profunda de Dios, a través de la acción del Espíritu Santo, no sólo transforma el interior del hombre, sino que también, de alguna manera, su unción se derra-ma hacia las realidades o dimensiones consideradas más exteriores, es decir, hasta su propio cuerpo y este siente la alegría de la salvación de Dios65. Esto, ciertamente, puede darse en cualquier momento del pro-ceso espiritual66; pero, es sobre todo en las etapas más maduras y lo-gradas de vida en Dios (vida trinitaria) y de reintegración de todas las dimensiones del hombre por obra de la acción del Espíritu de Dios (como son las que se describen en Llama) cuando parece afirmarse con más fuerza como un hecho importante y posible para el hombre en su experiencia de Dios.

Uno de los textos más claros y bellos a este respecto es el siguien-te: “Y de este bien del alma a veces redunda en el cuerpo la unción del Espíritu Santo, y goza toda la sustancia sensitiva, todos los miem-bros y huesos y médulas, no tan remisamente como comúnmente sue-le acaecer, sino con sentimiento de grande deleite y gloria, que se siente hasta los últimos artejos de pies y manos. Y siente el cuerpo to”, cf. H. SANSON, El espíritu humano según san Juan de la Cruz, o.c., p. 520-572.

64 Esto se ve sobre todo en la comparación sanjuanista entre el proceso espiritual bajo la acción del Espíritu Santo y la imagen del fuego y el madero (cf. 2S 8,2; 2N 10, 1.3-4.6-9; 11,1; LB pról. 3; 1,3-4.19.22-23.25.33: en estos textos de Llama es en donde claramente se aplica dicha comparación a la ac-ción continua y continuada del Espíritu Santo en el hombre).

65 Lo cual en algún momento confirma con frases de la Sagrada Escritura muy sugerentes en este sentido, y precisamente no fundamentalmente en Llama (cf. Salmo 35(34), 10 = LB 2,22 // Salmo 63(62), 2 = 2N 11,5; CB 16,4 // Salmo 84(83), 3 = CB 40,5; LB 1,6 y 36).

66 Cf. 2S 11,1 en donde habla de “unción del Espíritu”, “que parece que todas las médulas y huesos gozan y florecen y se bañan en deleite”.

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tanta gloria en la del alma, que en su manera engrandece a Dios, sin-tiéndole en sus huesos, conforme aquello que David (Sal. 34, 10) di-ce: Todos mis huesos dirán: Dios, ¿quién semejante a ti?”67.

Esta renovación interior del hombre viene de lo alto, como don de Dios, y es independiente del proceso natural de todo cuerpo y de toda psique hacia su deterioro y la muerte física. Ya lo dice san Pablo en 2 Cor 4,16. Pero, quizá por eso Juan de la Cruz afirma que la muerte de estas personas, sea cual sea la causa de la misma, siempre será una muerte de amor68.

IV. A MODO DE COROLARIO: “Y QUEDÓ EL VERBO ENCARNADO EN EL VIENTRE DE MARÍA”69

1. Este trabajo no quedaría completo sin una referencia mínima al

uso que Juan de la Cruz hace de las palabras “carne” y “cuerpo” refe-ridas a Cristo. Y lo primero que hay que decir es que, para hablar de Cristo, de sus misterios salvadores y de su relación con nosotros, el santo utiliza más abundantemente el término “carne” (“encarnación” y “encarnado”) que el de “cuerpo” (“corporal” y “corporalmente”); y nunca en un sentido ético negativo.

Para entender, sin embargo, de forma adecuada su planteamiento a este respecto, puede ser de gran utilidad empezar, me parece, por referirnos al uso de los términos “cuerpo”, “corporal” y “corporal-mente”. Dos veces nuestro autor habla de “cuerpo” de Cristo: una, re-ferida a la eucaristía70, y, otra, a la Iglesia71. Pero el texto más impor-tante para nuestro tema es el de 2S 22,6. Allí, citando 1 Cor 2,2, y, sobre todo, Col 2, 3 y 9, habla de Cristo, y Cristo crucificado, como aquél en quien “mora corporalmente toda la plenitud de la divini-

67 LB 2,22; cf. CB 40,5; LB 2,13-14; 3,7 y 16; 4,12. En LB 2,36 se dice además que en este estado “el alma anda interior y exteriormente como de fiesta”. Cf. CRISÓGONO DE JESÚS SACRAMENTADO, San Juan de la Cruz, su obra científica y literaria, vol. I, Su obra científica, o.c., p. 296-302.

68 Cf. LB 1,30. 69 Romances sobre el evangelio “In principio erat Verbum”, nº 8. 70 3S 31,5. 71 CB 36,5.

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dad”72. Este texto puede parecer como una afirmación aislada (o un capítulo aislado), sin especial transcendencia en el resto de su obra, pero resulta que, si miramos a continuación el otro bloque de térmi-nos, es decir, “carne”, “encarnación”, “encarnado”73, constatamos que la idea casi esbozada en 2S 22,6 es algo más que una afirmación ca-sual y fortuita. Y además de importancia transcendental en la realiza-ción de los misterios de salvación del hombre por parte de Dios74.

Pero no cabe duda de que es legítimo hacerse la pregunta siguien-te: ¿por qué nuestro místico habrá preferido hablar más, en el caso de Cristo, de “carne” y “encarnación” que de “cuerpo”? ¿No están en contradicción con todo lo que hemos visto anteriormente en otros apartados de este trabajo? A mi mente vienen varias ideas que me pa-recen razonables. En primer lugar, que en el Nuevo Testamento el término “carne”, aplicado a Cristo, tampoco tiene connotaciones mo-ralmente negativas, sino totalmente positivas75. Pero es más. Es que Cristo, según afirma nuestra fe, en la “encarnación” no asumió sólo un cuerpo humano, sino toda la condición humana, es decir, un cuer-po y un alma humanas. ¿Para explicar esto, es más útil emplear

72 En ese mismo texto y contexto de exhortación a mirar a Cristo crucifi-

cado, se afirma que, si quieres “visiones y revelaciones divinas o corporales, mírale a él también humanado” (2S 22,6; cf. 3S 3,6: aquí se refiere más bien a las apariciones corporales del Resucitado). Otras invitaciones a mirar a Cristo crucificado en: Dichos 91; Carta 25 (6 de julio de 1591).

73 Cf. Romances sobre el evangelio “In principio erat Verbum”, nº 7 y 8 (cf. + 9), que son muy densos en este sentido, y que van más allá de la pura utilización de los términos “carne” (4 veces) y “encarnado” (1 vez). La pala-bra “encarnación” (del Verbo o del Hijo) es más propia y exclusiva de Cánti-co (cf. CB 5,3-4; 7, 3 y 7; 23,1; 37,1-2). En él aparece en momentos impor-tantes de su desarrollo doctrinal, y en fuerte relación con el misterio del Cris-to total: el Verbo preexistente y la creación, y el Cristo histórico, crucificado y glorificado. Cf. también los sinónimos “humanado” (2S 22,6) y “humani-dad” (CB 14,10; 37,4; 38,1). Curioso es el caso de CB 23,3 en que se afirma que es en el momento de la cruz cuando el Hijo de Dios “desposó consigo la naturaleza humana”.

74 En 2S 22, 5, es decir el texto anterior a 2S 22,6 al que me he referido más arriba, se habla expresamente de “encarnación” (“Haría mucho agravio a mi amado Hijo, porque (…) le obligaba otra vez a encarnar, y pasar por la vi-da y muerte primeras”), lo que supone la unión en un mismo contexto de las dos terminologías que venimos señalando en este punto, y además la vincula-ción de ambas a los misterios salvadores de Dios en Cristo.

75 Cf. Jn 1, 14.

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“cuerpo” o quizá mejor, como él hace, “carne”? Por lo visto Juan de la Cruz pensó que era mejor hablar de “carne”, “encarnación”, “en-carnado”.

2. En los Romances sobre el evangelio “In principio erat Ver-bum” se afirma claramente que el hombre (en cuanto persona) había sido creado por el Padre a imagen del Hijo76, pero que, sin embargo, había una diferencia entre ambos: la de la “carne”. Una “carne” que, sin duda, en este contexto es sinónimo de condición creatural y tem-poral, lo cual era bien ajeno al ser del Hijo Verbo de Dios. Pero, es-tando así las cosas, el hombre sentía lejano a Dios y se sentía lejano de él. Esto fue, según nuestro místico, lo que hizo que el Padre deci-diera, en un diálogo de amor con el Hijo, que este asumiera también la “carne”, es decir, una condición creatural y temporal, o lo que es lo miso, se hiciera hombre: “Y quedó el Verbo encarnado en el vientre de María”. Así, el Hijo Verbo, asumiendo la “carne”, y no sólo un “cuerpo”, se hizo más semejante al hombre, se hizo “como hombre cualquiera”, al decir de Pablo77. A su vez, toda su “carne”, es decir, cuerpo y alma, se hizo, como nunca antes otra cualquier realidad creada, sacramento y visibilidad de Dios para el hombre. Y no sólo en el misterio de su encarnación, sino también, y, podríamos decir, tanto o más, en los misterios de su muerte redentora en la cruz y de su resu-rrección. Pero no como algo o alguien que se queda fuera del mismo hombre, sino como una llamada a este a metas altas.

Si el hombre, en cuanto persona, no sólo en cuanto alma, ha sido creado a imagen del Hijo Verbo de Dios, y este, por otra parte, ha asumido nuestra “carne” humana, es esta, es decir, la propia existen-cia humana la que, a su vez, está llamada en su totalidad a ser y hacerse cada día más a imagen del Hijo de Dios78, a imagen de aquel que el Padre nos ha dado como “hermano, maestro, compañero, pre-cio y premio”79; y, por la fuerza del Espíritu Santo, llegar así a ser creaturas nuevas en Cristo, recreadas según lo que Dios pensó para el

76 Cf. En Romances sobre el evangelio “In principio erat Verbum”, nº 2-

3 y 7 aparece ya claro el designio para el hombre, desde la eternidad, de vivir a la luz del Hijo en la Trinidad.

77 Cf. Filipenses 2,7. 78 Cf. Gal 2,20 = CB 12,7; 22,6; LB 2,24 // Fil 1,21 = CB 29,11. 79 2S 22,5. Hablando de las imágenes religiosas afirma: “La viva imagen

busca dentro de sí, que es Cristo crucificado” (3S 35,5).

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hombre desde la eternidad: capaz, en Cristo, de participar en la vida intratrinitaria; sin que la “carne”, es decir, la propia existencia creatu-ral y corporal, por el hecho de ser tal sea un obstáculo para ello ni aquí ni en el más allá80.

80 Me parece muy interesante la relación que se establece en CB 5,4 entre

creación, encarnación del Hijo, resurrección “según la carne” y nueva crea-ción. Un texto que habría que leer, por otra parte, en conexión con CB 23, CB 36,5 y CB 37, 2 y 4. También cf. todo el discurso que se desarrolla en Romances sobre el evangelio “In principio erat Verbum”, nº 4. A este res-pecto resulta iluminador lo que ha escrito Benedicto XVI en el “Prefacio” a la nueva edición de su Escatología: “Alma no es otra cosa que la capacidad del hombre de relacionarse con la verdad, con el amor eterno. La relación con aquello que es eterno, el estar en comunión con ello es participación en su eternidad. Esta concepción teo-dialógica de la vida eterna implica la concre-ción cristológica de nuestra fe en Dios: en Cristo se ha hecho carne el diálogo de Dios con nosotros. En cuanto pertenecemos al cuerpo de Cristo, estamos unidos al cuerpo del Resucitado, a su resurrección: ‘Con él nos resucitó y con él nos sentó en el cielo por Cristo Jesús’ (Ef 2,6). A partir del bautismo per-tenecemos al cuerpo del Resucitado y, en tal sentido, estamos ya fijados a ese futuro nuestro de no ser ya nunca más del todo ‘acorpóreos’ -mera anima se-parata-, aun cuando nuestra peregrinación no pueda terminar mientras la his-toria esté aún en curso. Con lo dicho se da también (…) (otro) elemento: la corporeidad de Cristo, que en la eternidad conserva su cuerpo, significa que se toman en serio la historia y la materia” (J. RATZINGER – BENEDICTO XVI, “Prefacio para la nueva edición”, en IDEM, Escatología, 2ª ed., Barcelona, Herder, 2007, p. 17).