Estudio sobre la obra de Joaquín Lobato

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Enrique Zattara Hernández. Reconstruir la gramática del sentimiento para recrear poéticamente una Andalucía atópica.

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El 18 de julio de 1944, nace en Vélez-Málaga JoaquínLobato Pérez, que habría de convertirse en el mayorpoeta que ha dado hasta hoy la capital de la comarca.Perteneció a la “generación del miedo”, como élmismo afirma en una extensa entrevista que le hicimosjunto a Antonio Serralvo, unos meses antes de sumuerte en abril de 2005, y que se publicó póstuma-mente en el número 1 de la revista Ballix. “De la gue-rra no se hablaba en público —dice, refiriéndose a suinfancia— , pero sin embargo los vecinos veníanmuchas veces y hablaban de la guerra a escondidas.Hablaban en voz muy baja, al calor del brasero…”. Laguerra, según el mismo poeta, se convirtió en un sen-timiento de terror angustioso que lo perseguiría todala vida. Entonces, su imaginación “había creado unaEspaña que era la de un montón de gente que habíanestado presos y hasta muriendo en las cárceles”.Gente como Miguel Hernández, que Lobato comenzó aleer en los libros que le prestaba Miguel Berjillos, aquien visitaba con frecuencia en su zapatería, y dequien después “buscaba su nombre en la historia de laliteratura, en los libros de la escuela de mi hermana,pero no figuraba en ninguno”. Hernández, quien juntoa San Juan de la Cruz y Juan Ramón Jiménez (de quienabjuraría en sus últimos años), fueron los autores a losque adjudica su principal impulso en el mundo de lasletras. Aunque hubo otros muchos, claro.

Estudió el bachillerato en el primer Institutode Vélez-Málaga, el “Reyes Católicos”; y en una épocaen que “todo el mundo quería ser tecnócrata” él fue elúnico que hacía el preuniversitario de Letras. En esetiempo, los primeros sesenta, empezó a escribir:“novelitas de aventuras y policíacas”, que era lo que legustaba ver todos los fines de semana en el PrincipalCinema de su pueblo. Pero el primer gran amor deJoaquín Lobato fue la pintura. Fue su traslado aGranada, para estudiar la carrera de FilologíaRománica, lo que desencadenó su poesía. En Granada,de la que siempre guardó imborrables recuerdos,comenzó a rodearse de un nutrido y diverso grupo deestudiantes con quienes se incorporó a los círculosliterarios y compartió tertulias y lecturas poéticas.Participó en la fundación de la revista Tragaluz, junto aotros como Álvaro Salvador o Manuel Alvar Ezquerra, ypor fin en 1967 publicó su primer libro de poemas,Metrología del sentimiento. A caballo entre Granada yVélez, lanzó la propuesta de las “Reuniones dePoesía”, que inmediatamente contó con la colabora-ción de la Cofradía de los Estudiantes, en donde esta-ba su ex condiscípulo y luego político Marcelino

Méndez-Trelles. Su mentor intelectual, MiguelBerjillos se sumó entusiastamente a la iniciativa, juntoa otros hombres de la cultura del momento, comoAntonio Segovia Lobillo (¡cuándo no!) o José AntonioFortes. Poco más tarde, junto a José Andérica y JoséBonilla fundó la editorial Arte y Cultura. En 1972 sehabía publicado en Málaga su segundo libro, Primeraantología de cosas. Su producción se acelera: en 1975publica Dedicadas formas y contemplaciones; y en1976 Farándula y epigrama. La careta, libro esencial,se gesta en un viaje a África del norte, y se publica en1976 en Málaga, reeditándose en Vélez-Málaga en1982. Con los escritores Antonio Jiménez Millán, Álva-ro Salvador, Manuel Salinas, José Carlos Gallegos y

Reconstruir la gramática del sentimiento, para recrear poéticamente una Andalucía atópica(estudio sobre la obra de Joaquín Lobato)Enrique Zattara Hernández

Joaquín Lobato

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Antonio García Rodríguez, funda en Granada el grupo“Colectivo 77”, obviamente en el año citado. Uno deaquellos compañeros de aventura literaria —JiménezMillán— lo recuerda como “un genio alegre y muyvital, gran seguidor del neopopulismo de Lorca y delprimer Alberti” (citado por Jesús Tenllado, “Cine einfancia en la poesía de Joaquín Lobato”, Ballix,diciembre 2005).

En ese mismo año de 1977 se atreve con elteatro, y su obra Jácara de los zarramplines gana elPremio García Lorca de Teatro que otorga laUniversidad de Granada (publicada en 1978). Le siguendos nuevos poemarios, Infártico (1982) y Poemas delSur (1984). Luego su obra se ralentiza, con Atardece elmar (1993) y su postrer El aroma del verano en el vuelo(2003), libro escrito en uno de sus ya frecuentes perío-dos hospitalarios. Aún antes de morir, el grupo de tea-tro “María Zambrano” de Vélez-Málaga estrena unanueva obra de teatro: Tisú de plata. El progresivo agra-vamiento de sus enfermedades lo postra en silla deruedas y termina con su vida en el 2005, apenas a lossesenta años, muy poco después de haber sido nom-brado con tardío reconocimiento como Hijo Predilectode Vélez-Málaga. Según el profesor Antonio AguilarSánchez (Diccionario de escritores de Málaga y su pro-vincia), Lobato fue incluido en las antologías Seis noví-simos andaluces (Sevilla, 1977); Degeneración del 70(Córdoba, 1979); y Antología de la joven poesía andalu-za (Málaga, 1982). Dejó una importante cantidad depoemas sin publicar, agrupados la mayoría de ellos endos libros terminados, Portafolio de Roma, cuya edi-ción se frustró por la muerte del autor, y Aquellos ojosverdes, algunos de cuyos poemas fueron publicados enel suplemento Letras Axárquicas del periódico laPrensa de la Axarquía; y otra obra de teatro, Musel defresa.

Es de esperar que cuando este trabajo quehemos emprendido sobre la historia de la literatura enla Axarquía vea la luz, ya estén a disposición de los lec-tores todos aquellos libros que Lobato no alcanzó apublicar en vida. Sería, sin duda, el cierre de una deudaimpostergable1.

Metrología del sentimiento, publicado en elaño 1967 y prologado por el propio Miguel Berjillos, esen todos los sentidos un libro inicial, fruto de juventudque apunta ya los ejes temáticos más constantes en elautor veleño, pero no alcanza todavía a prefigurar loselementos formales que caracterizarán su estilo. Ellibro está dividido en secciones, que comienzan por“Poemas sueltos”, se interrumpe con una “Elegía aAlfonsina Storni”, prosigue con “Éxtasis primero”, queconsume la mayor parte de los poemas, y acaba con“Cinco oraciones de amor”. Sus versos —siempre enverso libre— están excesivamente dominados por cier-to coloquialismo predominante en la poesía sesentista,aunque en algunos poemas se pueden apreciar otrasinfluencias de mayor calado, como en el que comienza

“Un reloj / marca una hora antigua” (página 22). A lolargo de su cerca de medio centenar de poemas, esteprimer libro de Lobato expresa las sensaciones perso-nales del autor encerrado en una realidad feroz ydecepcionante, una realidad que ama e intenta com-prender, pero que al mismo tiempo le causa dolor, yque enfrenta desde un sentimiento de soledad que noha buscado, pero se le impone y lo abruma. Predominaen ellos el uso de la primera persona, adecuada parareferir el impacto que la realidad externa ejerce sobreel individuo que la describe y siente. El prologuistaacierta señalando que “encontramos su sensibilidadcontagiada y herida con el dolor ajeno, se cree escogi-do para el dolor”, asumiendo así sobre sí mismo losodios y las incomprensiones del mundo. “Me he carga-do / la pena sobre mis hombros”. Y todo el paisaje,leído desde esa mirada, se carga de la misma tristezay desolación. Sin embargo, el poeta sabe que la pala-bra puede redimir, puede restaurar la esperanza: “Hayque tener una voz / para dialogar con las golondrinas”“Hay que tener una voz / para los niños que deseanescuchar un cuento” “Pero lo importante es tener unavoz / para decir, para gritar… / para quedarse ronconombrando AMOR”.

Amor que en la poesía de Lobato —y este es yaun rasgo permanente— se corporiza como un senti-miento que intenta abarcar al mundo, y no precisa-mente en la carnadura del humano amor de dos per-sonas. Son casi inhallables en los libros del autor vele-ño los “poemas de amor” en el sentido clásico, lospoetas a la amada/o; y quizás por ello llame la aten-ción que en este primer poemario haya una secciónespecífica dedicada a esa temática: “Cinco oracionesde amor”. Sin embargo, ya en estos poemas amato-rios, el sentimiento que predomina es melancólico yplatónico, con predominio de palabras significativascomo “recuerdo”, “ausencia”, “pasado”, “vasto dolor”,que eluden deliberadamente la pasión. Esta ausenciade la temática amorosa en la poesía de Joaquín Lobatomerecería un particular análisis, algo que no está en laintención de este trabajo, pero sobre el que llamo laatención a futuros estudiosos. “Mi experiencia me diceque el amor es egoísta —señala al respecto el propioLobato en la entrevista citada—, se busca a una perso-na no tanto para compartir como para poseer. A mí esome parece muy triste”.

Pasan cinco años hasta la publicación de 1ªAntología de Cosas (1972), publicado en Málaga porÁngel Caffarena, con ilustraciones de FranciscoHernández y prólogo de Antonio Segovia Lobillo; enuna edición numerada de 200 ejemplares. Es la últimaépoca de su estancia granadina, y Lobato ha bebidoincesantemente del contacto con el mundo cultural dela ciudad de la Alhambra y del conocimiento de poetasconsagrados y contemporáneos que abren nuevaspuertas a su propia voz. En su aspecto estructural, ellibro comienza con una larga sección llamada

1. En el año 2011, luego de haber terminado de escribir este estudio sobre la obra de Lobato, el Ayuntamiento de Vélez-Málaga comenzó a cubrir esa deuda, publi-cando Aquellos ojos verdes, un libro en el que Lobato hace especial hincapié en su relación infantil con el cine. El análisis de ese libro no se incluye en este artículo,pero sí se incluirá en su versión definitiva, que es parte del libro Las letras en la Axarquía, que estoy terminando de escribir en este momento.

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“Poemas de la primera parte”, que antecede a otras demenor extensión: “Poemas de la segunda parte”,“Nanas”, “Dos poemillas al mar” e incluye finalmenteun puñado de poemas sueltos individualizados.

Aunque todavía continúa sin definirse el parti-cular uso léxico y métrico que daría —sobre todo a par-tir de La careta— personalidad definitiva a su estilo, seaprecia la intención de avanzar en la búsqueda formal.No es casualidad —aventuramos— que del nombre desu primer libro, “metrología del sentimiento” (lametrología sería, semánticamente hablando, una cien-cia de la medición, de la medida) se pase a un versocasi inicial del nuevo libro que declara “Voy a explicarla gramática del sentimiento”. El señalamiento, inten-cional o no, es explícito: el poeta comienza a percibir,a intuir que la eficacia de la palabra poética no estátanto en la intensidad del significado, sino más bien enla sugerencia inefable del significante.

A pesar de ese vislumbre, probablemente másintelectual que pulsional, el grueso del libro continúala línea de Metrología…, afirmado en una concepciónpoética que utiliza el lirismo como fundamento, la vozemergida de las profundidades del alma que clamadesde su soledad y su desgarramiento para denunciarla crueldad del mundo y acercar la llama de la espe-ranza, a través de la compasión y el amor: “mi almaestá labrando sus cimientos / en los escombros de micanto”. Esta sección incluye —además— una serie dehomenajes, principalmente a poetas (Lorca,Hernández, Aleixandre, pero también explícitas men-ciones a Brecht, Evtuchenko y otros seguramenteincorporados recientemente a su parnaso), pero tam-bién a protagonistas del momento como Martin LutherKing. En la página 42 de esta “Primera Parte”, inte-rrumpe la sucesión de poemas la aparición de un textoen prosa, curiosa interpolación que adelanta algunastendencias posteriores de su poesía: la recurrencia aescenas directamente tomadas de la vida cotidiana,pero que proyectan desde la mirada del poeta un tonolevemente surreal y se transforman hasta rozar loinquietante.

La “Segunda Parte”, así como las “Nanas”,presentan una vertiente inusual en el poeta de Vélez-Málaga: se trata de una serie de poemas en los quepredominan los versos cortos, con entonaciones casimusicales, incluso coqueteando a menudo con la rima,a la manera de pequeñas coplillas con evidenteinfluencia lorquiana. Sin embargo, casi presentandouna violenta oposición a esa suerte de “cancionero”,las “Nanas” están encabezadas por un “Poema preli-minar” en el que Lobato utiliza por primera vez algu-nos de los recursos que serán más frecuentes en supoesía madura: un corte radical del ritmo coloquial delos versos, apelando a separarlos palabra a palabra:“Es / la / hora / de / la / nana”; y la utilización arbitra-ria de la posición de los versos en el espacio topográ-fico del poema. Un criterio que se repite, profundizado,en el segundo de los “Poemillas al mar”. Ambos textossuponen un salto estilístico en el estilo de JoaquínLobato, que resulta un tanto desintegrado del resto dellibro, pero preanuncia —como advertimos antes— uno

de los rasgos más distintivos de su estilo posterior.Primera Antología de Cosas, en suma, prolonga lavisión poética de un Lobato que ya en su primer librohabía dado, al decir de Berjillos, “el primer relámpagode su imaginación, el primer canto sensitivo que hallenado su alma ante su encuentro con las imperfec-ciones humanas”; pero adquiere especial significaciónporque en algunos de sus momentos se pueden adver-tir las raíces de un giro copernicano en su palabra poé-tica, que se testimoniaría en los tres libros casi simul-táneos que le seguirán.

Si hasta Primera Antología de Cosas (y no “delas cosas”, como se lo cita reiteradamente) la poesíade Joaquín Lobato denunciaba a un escritor sensible yatento a la profundidad del sentimiento lírico, peroprobablemente de estatura poética apenas mediana;es con Dedicadas formas y contemplaciones (1975,reeditado en 1996), Farándula y Epigrama (1976) y Lacareta (1976, reeditado en 1982), donde se despliega elencuentro con su voz más original y auténtica. Antesque nada, hay que decir que la fecha de publicación nose corresponde con su escritura. Corresponde laescritura de La careta a los años 1972 y 1973, en y trasun viaje al norte de África (probablemente, conjeturo,el cumplimiento de su servicio militar obligatorio),según lo atestigua la aclaración que figura bajo el pro-pio título en la portadilla de la edición de 1982, que esla que utilizamos; y por tanto —un análisis textual delos tres libros citados hubiese bastado para corrobo-rarlo— es La careta el primero de los tres.

En La careta (con los curiosos antecedentesque detectamos en su libro anterior, Primera antologíade cosas) Joaquín Lobato parece concretar aquellaenunciación intelectual que abre su segundo libro,“explicar la gramática de los sentimientos”. Pero paraello, el poeta da un salto radical en el uso del lengua-je. Salto radical que resulta del encuentro afortunadoentre una búsqueda intelectual y un hallazgo expresi-vo, pero que contiene en sí mismo la intención de abju-rar racionalmente de sus primeros textos poéticos.

No he encontrado en ninguna parte algún tes-timonio de que el propio autor haya hecho referencia aesta suerte de “repudio” de su lenguaje poético previo,pero Lobato (como se deja entrever en la referidaentrevista que le hicimos con Serralvo) no era afecto ahablar ni explicar sus textos ni sus procedimientosliterarios. Sin embargo, la radical ruptura expresivaque se produce a partir de La careta se adivina clara-mente deliberada: del lirismo de un alma atormentadapor el enfrentamiento entre el mundo y su propio ser,volcado en versos que refuerzan la coloquialidad, lasuperposición entre el mensaje y su vehículo expresi-vo, la búsqueda de inmediata identificación por partedel lector; la poesía de Lobato pasa casi de repente aun lenguaje despojado, conformado apenas por laspalabras precisas para narrar un mundo que sigueestando fuera pero al que él puede ver como un extra-ño, sin quejidos existenciales ni lirismo subjetivo, pala-bras que no duda en desgajar en fragmentos de signi-ficación, para recomponer con ellos el relato de unmundo reinventado y en reinvención constante por la

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mirada del poeta. De la mirada del adolescente —sole-dad, dolor y lamento— a la del niño —representación yjuego—.

Juego, precisamente. Juego en el significado yen el significante. Juego intencionado, que es explícitaruptura de los ritmos poéticos tradicionales, esos queenseguida nos “suenan a poesía” según una concep-ción pacata y escolar (los amados endecasílabos detanto poeta de todo pelaje, por ejemplo). Además de lafrecuente desaparición de las mayúsculas al comienzode frases, la ausencia de puntuación, o la creación decierta densidad de significado suprimiendo artículos onexos entre palabras (recursos de todos modos muyhabituales en la vanguardia de todo el siglo XX), uno delos recursos más característicos de esta etapa de pri-mera madurez de la poesía de Joaquín Lobato, es elcorte de las enunciaciones en versos que llegan amenudo a contener una sola palabra, e incluso sólosílabas utilizadas como encabalgamientos.

Y ahora he-mosara-ñadonuestra careta.

El objetivo de este procedimiento singular es,a mi entender, cortar deliberadamente el ritmo colo-quial de la frase: de este modo, cada enunciado quedadescompuesto en una suma de imágenes significantes(incluso los artículos, sometidos a esa función decons-tructiva, adquieren peso propio) revelando cómo el len-guaje no está compuesto sólo de oraciones sino quecada uno de sus componentes desagregados tiene —además— su propio fragmento de significación y —sobre todo— de sugerencia. Ello, sin apelar al recursohabitual en las vanguardias herederas del surrealis-mo, de agrupar palabras sin conexiones entre sí bus-cando la aparición de sugerencias herméticas que sóloestallan en el interior de cada lector individual: por elcontrario, cada palabra o fragmento de palabra queLobato individualiza en un verso, si contiene su propiovalor sugerente o significante, duplica al mismo tiem-po su función al ser articulada con las que la rodean enuna nueva imagen, que es y no es la del fragmentoindividual. Lobato juega con las palabras, y de esejuego las palabras adquieren nuevas funciones.

Juego, por otra parte, que se revela en lamirada del poeta sobre la realidad circundante.Enrique Molina Campos lo expresa brillantemente:“Tú, tan serio, transmutas y transfiguras, con todaseriedad, la realidad común y corriente, la mostrencarealidad de los adultos; pero —y en ello está el juego—transmutándote y transfigurándote tú mismo y compo-niendo contigo y con lo demás una entera realidadotra. (…) Ahora bien, por curioso y comunicativo ade-más, haces de tu vida y tu juego, de tus versos, unafiesta ruidosa a la que es confortante asistir. Y así comootros niños juegan a la pelota en el salón de recibir,bajo la gran lámpara y entre frágiles figulinas, tú,correteando por el verso —aposento de tantas solem-

nidades— chutas contra la pacatería, contra la retóri-ca, contra el arte poética de la academia —real o repu-blicana—.” (Prólogo a La careta).

Es esta ruptura, provocadora y audaz, la queda soporte significante a una mirada sobre “lo demás”—como lo llama Molina Campos— que parece inocen-te —como ese patético y al mismo tiempo entrañableGrundo— pero contiene en su interior una voluntadpoderosa de denuncia y crítica sobre los aspectos másdeleznables de lo socialmente aceptado; “concienciade la historia”, como asegura Fidel Villar Ribot.

paticojos caricaturas bichosimbéciles sacrificados fantochesy la bufonada de curianascarnaval de zambos

ilustres harapientos alzanestandartes meciendo el vientoborlas y flecos de oro

la sonrisa más tarde la carcajadaluego el desprecio y los pétalosen las manos de Grundo ausenteque dibuja nuestros perfiles de idiotas

Margarita Caffarena y Álvaro Salvador, en untexto de 1979, aciertan en una caracterización queadjudican al conjunto de la obra de Lobato, pero que ami entender se despliega concientemente recién apartir de La careta: su temática central —dicen losautores mencionados— “se presenta como la subver-sión de los ideologismos andaluces”, como una con-centración de las “contradicciones presentes” en la

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imagen de una Andalucía tópica. ¿Cuál es la “realidadmaterial del tópico”?, se plantearía el poeta, y paradenunciarla y ponerla en evidencia se vale de unaestructura limítrofe con lo teatral, en la que se renun-cia a la expresión del lirismo individual para plasmarretratos sociales distorsionados por un espejo cuyacarga de ironía los rescata de la ferocidad.

los tuertos,los pordioserosel bufón

vanen

procesión

(desangran lasmiradasde los pordioseros…¡qué amarga

la expresióndel bufón!)

los enanitosel chimpancéy el tamborilero

el desfile

una largafilade titiriteros

Un objetivo que continúa definiéndose cadavez con mayor claridad en el breve Farándula y epigra-ma (1976), perfectamente descripto por Villar Ribot enun artículo de 1977 del diario “Sur” de Málaga: “Unescenario sancionado siempre por lo grotesco, endonde enmascarados actores —vedettes, nobles,payasos callejeros, etc— titulan sus atribuciones conla manumisión de su incongruencia, quedando todoimpregnado por un aire de falsedad que delata ladominante situación del sarcasmo”.

Estamurgade reputadosfantochesenmascarados y obscenosverdaderas filarias conjuntivasdel sustento (postizasdentaduras en sustanelegantessonrisas)maridos ellos todos muy buenosdegenerosas damasentregadasa la devoción y al respeto

De esta etapa particularmente fructífera de lacreación poética de Joaquín Lobato es tambiénDedicadas formas y contemplaciones (Poemas a lapintura contemporánea). El libro, que en su primeraedición comprendía 29 poemas dedicados a otros tan-tos pintores universales, y agrega en la de 1996 nuevemás, referidos esta vez a pintores malagueños con-temporáneos, es al mismo tiempo un homenaje y unanueva mirada sobre cada uno de ellos. Aunque mode-rando en parte los ademanes más rupturistas de suestructura poética, Lobato apela al mismo lenguajedesagregado que desde La careta es su señal de iden-tidad para hacernos vivenciar las sensaciones produci-das por la obra de sus plásticos preferidos, no comomeras descripciones ni mucho menos como efusionesanímicas subjetivas, sino utilizando la palabra pararecrear atmósferas y sugerencias que emanan de lapropia pintura. Sugerencias que pueden ir desde el“antiguo París de humeante / atmósfera esperpénticade / mujeres fetiches de altos / cocos ligeramente /despeinados” de un figurativo Toulouse Lautrec; hastala “desdoblada / sinalefa modela un / etnolografismoRayas / que / graban materia y concepto”, del abstrac-to Tapies.

“Lobato —como ha dicho Mari Carmen deCelis (La Estafeta Literaria, 1975)— trata una materiaya ordenada, dispuesta para el último fin, cubierta conel polvo de los signos que hay que separar para des-pués convertirlos en una nueva estructura”. Una“materia ya ordenada”, al parecer fijada para siemprecomo lo es un cuadro (o una fotografía), pero que lamirada del poeta no cristaliza sino por el contrario,descompone y convierte en la clave de su poesía: unarepresentación.

En 1977, Joaquín Lobato gana el PremioGarcía Lorca de Teatro de la Universidad de Granadacon su obrilla Jácara de los Zarramplines, subtitulada“Florilegio en dos actos”. En la Jácara…, el poetaalcanza la máxima expresividad de su mensaje sobrela sociedad, a través de un vertiginoso vodevil en el quemediante una representación que algún crítico hacaracterizado (creo que acertadamente) como “supe-ración del esperpento valleinclanesco”, realiza unaferoz pero al mismo tiempo lúdica caracterizaciónparódica de un momento tan particular de la vidaespañola (piénsese que estamos recién en los iniciosde la transición). La Jácara… representa la conjunciónde los principales elementos de la poética lobatiana enlos momentos de su máxima originalidad: reunión dis-locada pero al mismo tiempo coherente de génerospopulares como la copla, la revista y el sainete, pues-tos al servicio de la crítica de una sociedad clasista ymoralista que se resiste a ser desplazada por la fuer-za de la alegría y el desparpajo que brota del pueblo;una mirada que capta de manera superpuesta muydiferentes matices y en lugar de ceder a la tentación deorganizarlos en una narratividad convencional, optapor dejarlos fluir con la libertad y falta de concierto —y de prejuicio— con que suele presentarse la reali-dad; y una gramática del diálogo que fracciona las ora-ciones y los enunciados cargando el texto de nuevas

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significaciones. Pero no sólo de estos elementos de lacultura popular se nutre la obra teatral del poeta vele-ño: en una incursión que enriquece y al mismo tiemporompe el populismo habitual del género sainetero,entran en el mismo nivel del diálogo y la representa-ción versos de los más clásicos españoles (sin contarcon parlamentos que podrían escindirse de la obra yconstituirse en verdaderos poemas en la mejor líneade sus propios libros anteriores). Así, “La Zarzamora”,“Carmen de España” o “Tani” conviven en perfectaarmonía teatral con fragmentos de Quevedo,Espronceda, Fernández de Moratín y otros, o con lasreferencias a la Carmen de Merimeé y Bizet. Como enel “Testamento” de su libro Infártico, el autor guardaen su cajita “un / retrato / del / Arcipreste de Hita / un/ recuerdo / envuelto / en / papel de chocolatina / dosversos copiados / de / Quevedo / el / ojo / roto / de / un/ muñeco / viejo / y / los músculos de Popeye”. Unaamalgama que convierte a la Jácara…, más que en unaobra teatral, en un poema representado, o mejor dicho,en un nuevo género donde teatro, poesía, músicapopular y plástica se conjuntan.

Este planteamiento estilístico se reitera enMoussel de fresa, escrita en 1979 y que permaneceinédita, al menos en lo que se ha dado a conocer de lamisma, la Escena I del Primer Acto, publicada en unlibro de homenaje al autor editado en 1999 por elAyuntamiento de Vélez-Málaga.

Tras este fecundísimo período en el que elpoeta veleño encuentra su voz más auténtica y perso-nal, pasa un tiempo considerable hasta su siguientepublicación, Infártico (Excma. Diputación Provincial deGranada, 1982). Infártico es un libro que parecierahaber sido escrito en dos momentos diferentes deldesarrollo de la personalidad poética del autor.Mientras la tercera parte, titulada “Estuche y alcan-for”, responde con mucha aproximación a sus librosinmediatamente previos, la primera y segunda sec-ción, “Primeras autobiografías” e “Infártico”, recupe-ran una mirada que vuelve al yo interior del poetacomo testigo que se hace presente y revela sus senti-mientos frente al mundo que describe. Aunque Lobatoya ha incorporado la superposición de imágenes, loscortes arbitrarios del verso y otros procedimientos delos que hemos hablado, como una característica iden-tificatoria de su lenguaje, lo cierto es que en más deuno de los poemas de la sección que lleva precisamen-te el mismo título que el libro, sus recursos estilísticosparecieran retroceder hacia el encuentro de sus dosprimeros poemarios. Si “Primeras autobiografías” —como su nombre lo indica— retoma la primera per-sona como hilo conductor del discurso, continúa sinembargo extrayendo su fuerza de la ruptura de la lógi-ca oracional coloquial en la conformación de sus enun-ciaciones. Pero en “Infártico” este recurso cede fre-cuentemente al retorno de una gramática oracionaltradicional, en particular en poemas como “No puedo /con este fusil que se crece / en mi pecho”, “Y cayeronen mis manos las acacias”, o “Me retengo. No mequedo. Me fugo”, en los que recae en una retórica queparecía ampliamente superada:

Sostengo mi condición de mary pongo voz de monte en mi palabra.

ó

Porque traigo desengañada la respuestame atraviesa la memoria aquelperegrino de parábolas que yoesperaba fatigándome la espera.

Será por eso que el propio poeta admite enuno de sus versos

Pero me contradigo a cada instante

En Infártico, Joaquín Lobato interroga directa-mente a su pasado y quizás por ello, si su manera demirar se caracterizaba por hacer nacer sensaciones delas propias imágenes significadas a través del lengua-je, esta vez no puede eludir la expresión de sentimien-tos que brotan en su propia voz. Si las pinturas verbales de La careta o Farándula… reinventaban unarealidad para denunciarla y caricaturizarla al mismotiempo, en el grueso de los poemas de este nuevo librose palpa el desengaño y una cierta sensación de derro-ta frente a la hipocresía y los lenguajes esclerotizadosde la sociedad. Digamos, un estado de ánimo.

DIGOde nada me sirvenlos sermones ahoraque (derrotada mi canción)tengo derecho a NO convencermede tanta falsa palabra demucho fango y maquillaje

Aunque él mismo parece —contradictoria-mente— reafirmarse en sus búsquedas formales,ligándolas directamente a su búsqueda metafísica,cuando insiste —muy vallejianamente— en que

Me alejo de los niños y de las flores(enramando la derrota y su resuello)marchándome hacia otras gramáticasescarpadas y oscuras

El juego del significante y la dictadura del sig-nificado ¿no es acaso una de las batallas más tormen-tosas que tiene que librar todo poeta? Una batalla quefrecuentemente se disuelve en ese gesto final, quelleva en su peso el signo de la muerte:

El silencio no engaña. Elsilencio es una respuestahonda, demasiadoexacta. Por esosabe la posturaque toman los muertos.

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Hay que destacar que es precisamente enInfártico donde comienza a hacerse presente de mane-ra acentuada otra de las recurrencias predilectas deLobato: la incorporación a sus imágenes poéticas deelementos de la cultura popular: jugadores de fútbol,personajes de tebeo, estrellas cinematográficas, todoun nuevo horizonte sobre cuyas implicaciones hablare-mos específicamente más adelante. Todo ello, en unafecunda superposición con sus admiraciones artísticasde siempre: sus poetas y pintores favoritos.

El libro finaliza —precisamente— con tres“Conmemoraciones” dedicadas a César Vallejo,Antonio Machado y León Felipe. ¿Una auténtica decla-ración de intenciones?

Poema del Sur, su libro inmediato, es de 1984.Lobato retorna decididamente a su lenguaje máscaracterístico: las frases se desmoronan lentamente,palabra a palabra y hasta en sílabas encabalgadas,logrando generar un ritmo demorado y mágico quetransmite la sensación de un conjuro. La primera per-sona se oculta pudorosa y deja paso a la descripción detinte teatral consagrada a partir de La careta. Pero si

el autor había demolido con sus mordaces figuras deuna ritualidad patética la iconografía del tópico anda-luz, es en este poemario donde intenta reconstruir laidea de una Andalucía a la que ha caricaturizado perono por despecho sino por amor a su verdadera esencia.Poema del sur es, desde luego, un canto a suAndalucía amada, incluso en algún gesto de apólogo

Salve. Oh Andalucía, mi amor irremediable

Pero la Andalucía de la que habla Lobato no esla de toreros y manolas, la de charanga y pandereta,que tanto mal ha hecho a la realidad profunda de estatierra, sino una Andalucía que nace en el mito de losviajeros arcaicos, que se sustenta en el estoicismo deun Séneca o el misticismo de un Zurbarán, y se afirmaen la luminosidad mediterránea

Y la luz, todavía sonámbula de oscuridadesextiende racimos imprevistos de resplandores

El mar, siempre presente, y en los sentidos elpaisaje que se encarna en la vivencia sin aditamentosefectistas ni adjetivos sensibleros

Cabrascon campa-nillasolivos y montesarriba.Unarisade almendro(ventana)la niñatraviesa(lágrimas)espinostrajede marinerito.Huelea manzana.

Es, en suma, una reivindicación de unaAndalucía casi sacralizada, mítica y ascética, desnuda-da de grotescos gestos milagreros, de corajudas heroi-cidades de sable de latón y de golpes en el pecho. UnaAndalucía donde, ahora sí, el poeta es capaz de reto-mar sin la feroz ironía de poemas anteriores, el pasoancestral de los tronos semanasanteros con una mira-da diferente, observadora y hasta compasiva, hastacómplice incluso.

no pude evitarla herenciade mi bucólica sangre ysinquerersedurmióenla infancia de mis ojos

Transcurren casi diez años hasta la apariciónde un nuevo poemario del autor veleño: Atardece elmar, editado por Endimión en Madrid en 1993. Se tratade cuarenta y cuatro poemas cortos (salvo uno ningu-no excede los quince versos), en los que el poeta vuel-ve a retraerse a actitudes menos rupturistas, tantodesde la métrica como desde la temática.Curiosamente, son los primeros poemas del libro losque todavía conservan algo de ese hálito de sus librosanteriores (en particular los que comienzan “Cuestaarriba blanquísimo…” y “Una mañana de hirvienteagosto…”, en el que introduce —como es habitual en la

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parte más original de su obra poética— personajesalrededor de cuya acción se construye el sentido. Peropaulatinamente, el libro se vuelve un demorado monó-logo en el que el poeta, en primera persona, entablauna contemplativa relación directa con el mar y sussímbolos.

Aparcando el recurso habitual a la descripciónde ambientes humanos en los que campa la referenciaa la cultura de lo cotidiano, lejos de esa ironía que lepermitía tomar distancia y al mismo tiempo revelarsus sentimientos en contraste con lo representado enel poema, en este libro Lobato se adentra en un espa-cio de mayor intención metafísica, acudiendo a unasimágenes en las que priman la luz y los colores, difu-sos y cambiantes según las horas y las estaciones enlas que se enfrenta con su mar, a través del testimo-nio, la complicidad y a la vez también el conflicto.Contemplación, loa y reclamo, frente a un mar siempresin respuesta, que —como Dios— asiste indiferente alas invocaciones del poeta.

Aunque el autor no reniegue de crear ritmosmétricos absolutamente individuales (ni en un solopoema cae en la tentación de utilizar métricas unifor-mes: resulta difícil encontrar versos —consecutivos oalternados— con medidas silábicas similares), losencabalgamientos forzados, las rupturas intenciona-das del ritmo coloquial que son una de sus huellasmás particulares en libros anteriores, ceden terreno aun verso más acorde con una respiración serena y des-cansada, hecha de versos fluidos y enunciados com-pletos, incluyendo el tan clásico uso de los vocativos(Oh mar…, etc), y convirtiendo a este libro en una ver-dadera isla en su producción poética.

Atardece el mar es un libro en el que parecie-ra que Joaquín Lobato ha desertado de su propio einclasificable registro, para intentar acercarse a lastendencias predominantes en la poesía culta españoladel momento. En años posteriores —y anteriores a suúltimo libro, escrito en el hospital un par de años antesde su muerte— Lobato regresa al registro que mejordomina: la recreación de la memoria a través delmundo de la cultura popular, el cine y el kistch, conuna mirada aparentemente ingenua pero cargada defuertes significados simbólicos, especialmente en elinédito Aquellos ojos verdes, algunos de cuyos poemashan sido publicados en diversas publicaciones. Cuandotanto este libro como Portafolio de Roma sean publica-dos al completo, seguramente podremos ratificar odesmentir esta apreciación que —por el momento—aventuro por mi parte.

Inéditos estos dos libros, así como sus dosobras teatrales escritas en esa época (Moussel defresa —1979— y Tisú de plata —1990—. De ambas seconocen sendos fragmentos publicados en el libro dehomenaje Joaquín Lobato —año 1999—; siendo lasegunda estrenada en 2004 por la Compañía MaríaZambrano en el Teatro del Carmen de Vélez-Málaga),pasarán diez años más hasta su último poemario, Elaroma del verano en el vuelo, publicado en 2003 por laeditorial de la Universidad Politécnica de Valencia ensu colección Letras Humanas, ilustrado con dibujos del

autor realizados en la misma cama del HospitalComarcal de la Axarquía en la que escribió la totalidaddel libro. Un libro del que —relata Antonio Serralvo,que junto a su mujer Mari Reme Galán fueron trasla-dando diariamente a la versión definitiva— Joaquín“escribía en su habitación a oscuras y tumbado en lacama”, “en noches terribles de insomnio”, y a vecesdictándole los versos a sus amigos porque ya le eraimposible escribir. Ocurrió a lo largo de tres meses deinternamiento del poeta a raíz de una grave neumoníaque le aquejaba. En esa oportunidad, sin embargo,como afirma su amigo y fiel acompañante de esos díasdifíciles, Antonio Serralvo, “gracias a estos poemas,Joaquín salió airoso de un trance en el que estuvo alborde del abismo”, el libro “ha sido en definitiva sutabla de salvación a la que se ha aferrado cuando ni lafamilia, ni los amigos, hemos sido capaces de infundir-le más ánimos”. Y sin embargo, lejos de ser un libroamargo y sombrío, a la manera vallejiana, El aroma delverano en el vuelo es un auténtico canto de amor a lavida: “Porque deseo volver al aire / Necesito que elcielo se despeje / y vengan capitanes al rescate”. Librovital, pleno de esperanza, aunque como dice JesúsTenllado (Letras Axárquicas nº2, 10/2004), “Acosadopor el terrible dolor del cuerpo sin duda, pero tambiéndel alma (“¿dónde un nolotil / para el alma?”), Lobatose aventura por las cavernas del dolor, y halla, nopodía ser de otro modo, que las heridas más terribleslas ha proporcionado la alegría, porque éstas no cica-trizan”. Reflexión que deja plasmada en un poema quees —además— un evidente caligrama por su disposi-ción tipográfica, algo que no encontramos habitual-mente en el autor, a pesar de su propensión a dotar designificado inmanente a la disposición de los versos:

Ohestar

aquíen esta silla de ruedascasi maniatado,

suspendidoPorque

lasheridas

dealegría

no cicatrizan

El poeta, tumbado en una cama de hospital,aprovecha para desgranar un anecdotario de recuer-dos que retoman los temas persistentes de su obra,plagado de esas figuras entre ingenuas y patéticas vis-tas desde su intencionada mirada de niño, que descu-bre un mundo con mucho de absurdo al que dota de supropia fantasía; al mismo tiempo que se rebela —aveces con un humor cruel— contra la injusticia de sudestino.

Me he caídodesde las altas camas de los hospitalesy he sentidoel fuerte golpe en lo más profundo de mi limbo.

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Me levantaronincorporándome de nuevo al lechopara que aprendieraque volar tiene sus dificultades.

Estilísticamente, Lobato vuelve a esa métricadesestructurada que lo caracteriza desde La careta,aunque no con la radicalidad de antaño: como si en laetapa final de madurez intentase encontrar una vozdefinitiva que resuma todos sus intentos hasta enton-ces. Es difícil aventurar cómo hubiera sido la obra pos-terior del poeta veleño si la muerte no lo hubiese sor-prendido apenas a los sesenta años. No podemos otracosa que hacer conjeturas sobre ello. Pero lo que norequiere conjeturas sino afirmaciones, es lo que hadejado a los lectores, y en ello basamos este estudio.

Por fin, en esta breve mirada sobre los librosde Joaquín lobato, debemos hacer mención a laAntología Única, curiosa edición facsimilar editada enenero de 2004 en el Servicio de Publicaciones de laUniversidad de Málaga por encargo del Ayuntamientode Vélez-Málaga. El volumen es la reproducción facsi-milar en tamaño reducido, de una carpeta manuscritay con dibujos, en papel canson de 180 gs en tamaño A3,donada por el autor al Ayuntamiento tras un homena-je realizado en 1999. Son veinticinco poemas y tresdibujos, al cabo de los cuales Lobato apunta:“Terminada en la madrugada del día 19 de noviembredel año 2000. Llueve y hay tormenta y no me duele elbrazo. DEO GRATIAS”. El grueso de los poemas son desus tres últimos libros para ese entonces: Infártico,Poemas del Sur y Atardece el mar. Resulta interesan-te, al margen de las consideraciones y las eleccionesque cada uno de sus lectores o críticos hagamos de suobra poética, tomar en cuenta cuáles son los textosque el propio autor considera su propia Antología.

Un análisis general de la obra poética deJoaquín Lobato exigiría mucho más espacio y dedica-ción que la que se pretende en este artículo, y com-prendería también inevitablemente relacionarla meti-culosamente con su otra gran pasión artística, la pin-tura. No obstante, y sin tan ambiciosas intenciones,intentaremos al menos fijar —en nuestro juicio— loselementos centrales que la caracterizan.

La temática de Joaquín es amplia y variablesegún las épocas, pero en ella se refleja siempre lamirada de un ser desarraigado de las convenciones,pero al mismo tiempo pendiente de la búsqueda de unespacio de pertenencia: el poeta reclama para sí suidentificación andaluza, pero reniega de los tópicosque convierten al andalucismo en un cliché; descreede las pomposas ideologías y los escalafones sociales,pero quiere encontrar, a través del despliegue delamor, su sitio entre quienes lo rodean; conoce que sucamino está atravesado por el sufrimiento y la muerte,pero canta a la vida y la alegría.

Para ello, elige la mirada del niño que contem-pla perplejo el mundo de los mayores, con coloridodetenimiento y sin prejuicio previo, para reinventarloen su propio juego. Ese juego que, como afirmaEnrique Molina Campos, “es una magia trascendente,

una aventura transindividualizadora, por la vía naturalde la imaginación”, reproduce a su manera el mundoreal tomando al mismo tiempo distancia de sus con-venciones, y logra así desenmascararlo. Como esmirada desplegada en juego, no es extraño que lo mássignificativo de su obra asuma aires de teatrillo, entrelas marionetas de Maese Pedro y el sainete, con lamediación indudable del esperpento valleinclanesco.En rigor, libros como La careta o Farándula y epigra-ma, parecen ser acotaciones, estudios de personajes,bocetos tal vez, de sus singulares obrillas teatrales.

El recurso a la memoria no es simple intros-pección que busca secretos interiores, sino que sirvepara retratar un mundo poblado de Grundos,Teodomiros, beatas, sables de latón, caballeros deridículo pundonor y severos empaques: la patética yoscura realidad de la Andalucía “de charanga y pande-reta”, vista desde la fantasía de las películas delPrincipal Cinema. “La festividad de la representación,la procacidad en ocasiones, el relamido populismo ofi-cial y la convencida mentira dirigida al pueblo, salen arelucir en la farándula cotidiana como el único vuelo depudicia de una sociedad desgraciadamente viva toda-vía en la que se desarrolló la formación del poeta”,asegura Fidel Villar Robot. Por eso, su recurrenciaconstante a personajes y elementos de la culturapopular: los programas de radio, la copla, el cabaret,los futbolistas sacralizados en los cromos, el circo, losdiscos de baquelita y sobre todo, el cine. (Un excelenteestudio sobre este aspecto de la obra de nuestro poetase encuentra en Jesús Tenllado, “Cine e infancia en lapoesía de Joaquín Lobato”, Ballix nº 2). El cine, queafirma el propio autor, fue para su generación “unaauténtica educación sentimental”. Pero esta fuerteimpregnación del cine en la obra artística —un fenó-meno común a toda una época y por lo tanto a muchí-simos artistas— en la de Joaquín Lobato tiene otravuelta de tuerca:

Acostumbro aretrocedermelasedades a cuandojugabaa echar películas.Un rincón uncuarto trescoches de latadesportillada Todaunaalacenapara miscascarriasY pintaba prospectos Einventabalos personajespara mis funciones: el prestidigitadorel malabarista el valientedomador (…)

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En efecto, no sólo se trata de la influenciatemática del cine romántico y aventurero de aquellostiempos, sino que Joaquín juega a hacer sus propiaspelículas, con cartelería incluida. El aire de libertad ytrasgresión propio de las películas —sobre todo con-trastado con la sociedad pacata y represiva de la pos-guerra franquista, que a muchas les agregaba la subli-me tentación de la prohibición por debajo de determi-nadas edades— provoca en el niño el impulso de crearsu propio mundo, donde la fantasía se trenza y tomaforma referenciando a la opresiva realidad. Retrato deun mundo hipócrita o inocente, escindido entre la fan-tasía y la beatería.

Encarnación (la que viste siempre de azulmarino) todas las tardes escucha discos dedicados porla radio. La novela de las cinco menos cuarto. Hacepañitos. A las siete se marcha al Rosario y a la Salve dela Virgen. Muchas veces me llama (cuando paso por lapuerta de su casa). Me ofrece una silla y me siento unrato al sol. Encarnación me cuenta los pretendientesque tuvo y las películas de Libertad Lamarque.Después. A las siete. Encarnación se pone su trajeamargo de azulmarino y se marcha al Rosario.

La realidad andaluza de provincias —de su Vélez-Málaga—, es reconstruida así en un tonodiametralmente alejado de los tópicos, denunciandodesde la pureza del juego y la distancia irónica delvodeville, la ficción de un mundo injusto y opresivo, enel que a través de las grietas atinan a atisbarse susverdaderos valores. Y en ese gusto infantil por el juegoy la ficción teatral o cinematográfica, se incluye tam-bién ese otro gran juego y ficción que es la liturgia reli-giosa, con sus altares ornados, sus misas llenas deboato y ceremonial y sus tronos y rutinas de SemanaSanta. Una teatralidad fastuosa que atrae y repele aJoaquín al mismo tiempo, y que intenta apartar parapoder encontrar el verdadero rostro de Dios, que juegaa las escondidas.

Y por fin, destacar la permanente lucha inte-rior —reflejada claramente a lo largo de su obra—entre su conciencia de “soledad intelectual”, de saber-se diferente en una sociedad mediocre y aborregadapor las convenciones; y su ansiedad de reconocimien-to —no por la vía de la fama, sino por la del afecto—por parte de esa misma sociedad, lo que implica unafortísima necesidad de arraigo. Quizás Joaquín Lobatopodría decir de su Vélez-Málaga lo que Jorge LuisBorges de su Buenos Aires en aquel memorablepoema: “No nos une el amor, sino el espanto: / serápor eso que la quiero tanto”.

Valga como claro ejemplo de esto último, elgesto poético escenificado en ocasión de su nombra-miento como Hijo Predilecto de la Ciudad, apenas alre-dedor de un año antes de su fallecimiento. En el año1982, en Infártico, recordaba que

Atiendosi

dicenmi nombrelasanémonas. Ocuando

llamana mi puertalas palomas.

Me hago eltontocuando los muyserios

señoresde rabiosas corbatas yespantosascalvasme señalan.

En el año 2004, veintidós años más tarde, yante centenares de serios y conmovidos señores yseñoras, muchos ellos de corbatas y calvas relucien-tes, Joaquín aceptaba el homenaje tardío de sus veci-nos presididos por las más altas autoridades, entre-gando una versión modificada de aquellos versos:

Atiendosi

dicenmi nombrelasanémonas. Ocuandollamana mi puertalas palomas.Perodesde ahorame encontraréis. Seguroque me encontraréissiempre.