Estudios del Discurso - Construcción y (De)construcción

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Estudios del Discurso; La(s) procedencia(s) en la construcción y la (de)construcción. Gabriel Eira Montevideo, enero de 2011 Si bien el vocablo narrativa adquiere una significación prominentemente literaria, vale señalar, no obstante, que dicho término abarca otros campos que exceden ampliamente su procedencia disciplinar. En efecto, y de acuerdo a la propuesta de J. García Jiménez (1993) con respecto al análisis narrativo 1 , la acción de narrar puede ser entendida como toda exposición destinada a hacer inteligible la realidad. Recurriendo al modelo semiológico (García Jiménez, J.; 1993), es posible señalar que todo aquello a lo que se le confiere existencia se lo hace a partir de una inscripción en una dialéctica significativa y, por lo tanto, emerge como texto pasible de ser leído. Ahora bien, si continuamos operativamente posicionados desde el modelo semiológico, la significación del vocablo texto no refiere tanto a una acepción estrictamente lingüística como a un uso mas cercano al de la semiótica. Es decir; una composición de signos codificado en un sistema (sea éste escrito, oral, o conforme a cualquier otra modalidad configurada como sistema de diferencias) que forma una unidad de sentido. Visto de este modo, resulta difícil objetar que el conocimiento científico se ha configurado como un particular campo de narrativas que, por tales, no pueden eludir su condición de actos de habla (Austin, J.L.; 1971) en su sentido más genérico; el conocimiento en sí (en tanto conjunto organizado de información que permite resolver un determinado problema o tomar una decisión) adquiere la condición de un accionar discursivo. Pese a que esta condición de narrativa, y narrativa de narrativas ( iteración), que caracteriza a las modalidades del conocimiento configura un campo de problemas de particular potencia estratégica, la misma ha merecido una atención poco menos que marginal en el campo de las CCHH hasta la segunda mitad del siglo XX. Efectivamente; la relación entre lo que el discurso expone y aquello a lo que el discurso refiere (la relación entre el representante y lo representado), así como –en lo que disciplinarmente nos resulta más significativo- los efectos performativos (Austin, J.L.; 1971) de los actos de habla, no fueron hasta entonces lo suficientemente tematizados como para desarrollar un despliegue académico de impacto significativo. 1 Quien propone distintos modelos de abordaje: comunicacional, semiológico, actancial, y pragmático. 1

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Estudios del Discurso;La(s) procedencia(s) en la construcción y la (de)construcción.

Gabriel EiraMontevideo, enero de 2011

Si bien el vocablo narrativa adquiere una significación prominentemente literaria, vale señalar, no obstante, que dicho término abarca otros campos que exceden ampliamente su procedencia disciplinar. En efecto, y de acuerdo a la propuesta de J. García Jiménez (1993) con respecto al análisis narrativo1, la acción de narrar puede ser entendida como toda exposición destinada a hacer inteligible la realidad. Recurriendo al modelo semiológico (García Jiménez, J.; 1993), es posible señalar que todo aquello a lo que se le confiere existencia se lo hace a partir de una inscripción en una dialéctica significativa y, por lo tanto, emerge como texto pasible de ser leído.

Ahora bien, si continuamos operativamente posicionados desde el modelo semiológico, la significación del vocablo texto no refiere tanto a una acepción estrictamente lingüística como a un uso mas cercano al de la semiótica. Es decir; una composición de signos codificado en un sistema (sea éste escrito, oral, o conforme a cualquier otra modalidad configurada como sistema de diferencias) que forma una unidad de sentido.

Visto de este modo, resulta difícil objetar que el conocimiento científico se ha configurado como un particular campo de narrativas que, por tales, no pueden eludir su condición de actos de habla (Austin, J.L.; 1971) en su sentido más genérico; el conocimiento en sí (en tanto conjunto organizado de información que permite resolver un determinado problema o tomar una decisión) adquiere la condición de un accionar discursivo.

Pese a que esta condición de narrativa, y narrativa de narrativas (iteración), que caracteriza a las modalidades del conocimiento configura un campo de problemas de particular potencia estratégica, la misma ha merecido una atención poco menos que marginal en el campo de las CCHH hasta la segunda mitad del siglo XX. Efectivamente; la relación entre lo que el discurso expone y aquello a lo que el discurso refiere (la relación entre el representante y lo representado), así como –en lo que disciplinarmente nos resulta más significativo- los efectos performativos (Austin, J.L.; 1971) de los actos de habla, no fueron hasta entonces lo suficientemente tematizados como para desarrollar un despliegue académico de impacto significativo.

1 Quien propone distintos modelos de abordaje: comunicacional, semiológico, actancial, y pragmático.

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Entre las reflexiones que configuran un antecedente que conduciría al abandono de esta suerte de desplazamiento del problema a un segundo lugar se encuentra la obra póstuma (1953) del filósofo y lingüista austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951), la cual ha pasado a ser conocida como el segundo Wittgenstein. La característica más importante de esta segunda época radica en el convencimiento de que búsqueda más pertinente debe adquirir una modalidad pragmática: no se trata, entonces, de buscar las estructuras lógicas del lenguaje sino de estudiar el comportamiento de sus usuarios, cómo se aprende a hablar y para qué. En las Investigaciones Filosóficas (2008), sostiene que el significado de las palabras y el sentido de las proposiciones está en su uso (Gebrauch) (Wittgenstein, L.; 2008) en el lenguaje; preguntar por el significado de una palabra o por el sentido de una proposición equivale a preguntar cómo se usa. Por otra parte, puesto que dichos usos son muchos y multiformes, el criterio para determinar el uso correcto de una palabra o de una proposición estará determinado por el contexto al cual pertenezca, que siempre será un reflejo de la forma de vida de los hablantes. Este contexto recibe el nombre de juego de lenguaje (Sprachspiel) (Wittgenstein, L.; 2008). Los juegos de lenguaje no comparten una esencia común sino que mantienen un parecido de familia (Familienähnlichkeiten) (Wittgenstein, L.; 2008).

Su tesis fundamental radica en la imposibilidad de un lenguaje privado. Un lenguaje es un conglomerado de juegos, regidos cada uno por sus propias reglas. Se trata, entonces, de comprender que estas reglas no pueden ser privadas; no se puede seguir privadamente una regla. El único criterio para saber si se sigue correctamente la regla está en el uso habitual de una comunidad. Lo mismo ocurre con los juegos de lenguaje: pertenecen a una colectividad. Tal conclusión colabora con la posterior subversión de la dicotomía entre el adentro y el afuera, transformando la tensión entre lo singular y lo colectivo en una ficción meramente operativa; ¿qué sucede con esos términos que refieren a nuestras experiencias privadas, los llamados términos mentales, como "dolor"? El significado de la palabra "dolor" es conocido por todos, sin embargo, nadie puede saber si otro llama "dolor" a lo mismo que él, ya que no puede experimentar su dolor, sino solamente el suyo. Por este camino, Wittgenstein llega a comprender que el uso de la palabra "dolor" viene asociado a otra serie de actitudes y comportamientos (quejas, gestos o caras de dolor, etc.) y que sólo en base a ello es posible asociar la palabra "dolor" a eso que se siente privadamente. Desde este mismo lugar, los llamados "problemas filosóficos" devienen en “perplejidades”. Al hacer filosofía, se despliega un enredo dispuesto en un juego de lenguaje cuyas reglas no están determinadas, ya que es la propia filosofía la que pretende establecer esas reglas; una suerte de círculo vicioso. De ahí que la misión de la filosofía sea, para Wittgenstein, "luchar contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio del lenguaje" (2008).

Otro de estas antecedentes inaugurales se encuentra en la obra de su contemporáneo Martín Heidegger (1889-1976) quien, pese a su comprometedora participación como Rector de la Universidad de Friburgo durante el régimen nacionalsocialista alemán (1933) (Nationalsozialistische Deutsche), es tomado por la mayoría de los filósofos, estudiosos e investigadores actuales, pese a que resulta difícil evadir su pasado nazi, en su sentido estrictamente filosófico; también controvertido, aunque de otra manera. El pensamiento heideggeriano ha suscitado adhesiones entusiastas: así, una serie de representantes de la filosofía francesa; Sartre, Merleau Ponty, Lévinas, Foucault, Derrida, Ricoeur, Fédier, entre otros, admiraron la capacidad de precisión de su lenguaje, así como su aportación al discurso poshumanista. En efecto, Heidegger introdujo la obra de Friedrich Nietzsche en la filosofía académica, y

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fue uno de los primeros pensadores en apuntar hacia la «destrucción de la metafísica» (movimiento que sigue siendo repetido), en «quebrar las estructuras del pensamiento erigidas por la Metafísica (que domina al hombre occidental)», que planteó que «el problema de la filosofía no es la verdad sino el lenguaje» (GA, 2001), con lo que hizo un aporte decisivo al denominado giro lingüístico, problema que ha revolucionado la academia contemporánea.

El punto central de su crítica se dirige contra la metafísica de la presencia (tarea que será posteriormente retomada por Jacques Derrida), la cual sostiene que el pensamiento (del cual el lenguaje configuraría su expresión) es el reflejo de la realidad, aquello que la representa: “Ciertamente que -de acuerdo con Heidegger y en términos de la Briefe über den Humanismus - la verdadera esencia del hombre no descansa en esta idea del sujeto como centro y su capacidad de hacer presente la totalidad de los entes en una imagen que se le contrapone. Es necesario entonces volver hacia la historia de la metafísica, retornar hacia ese lenguaje heredado que está, de parte a parte, atravesado por el dominio de los conceptos de la ontología griega, para “disolver las capas encubridoras de una tradición endurecida”. Ese retorno constituye el “camino de regreso destructor de la historia de la ontología”, camino que tiene como tarea la destrucción, lo que no implica ni sepultar en el olvido ni relación negativa; por el contrario, se trata del objetivo positivo de reiterar una pregunta fundamental .” (Fragasso, L.; 1996). “La Metafísica de la Presencia pretende como ley única la mirada del Hombre. Pero su mirada está siempre afectada por una irritación que perturba la pura facultad de ver y contra la cual se vuelve permanentemente para acceder a la pureza; sin poder reconocer que esa irritación no es otra cosa que la misma facultad de ver.” (Heidegger, M; GA, 2001).

En esta sucesión de referencias fundacionales resulta obviamente inevitable referir al aporte del filósofo y criptólogo británico John Langshaw Austin (1911-1960), cuyo trabajo Cómo hacer cosas con palabras2, editado póstumamente (1962)3, constituye la culminación de su teoría de los actos de habla. Probablemente a partir de dicha obra, Austin -quien descartó cualquier tipo de influencia de filósofos posteriores a Wittgenstein- pasa a ser considerado como la figura más relevante en lo que se ha dado en llamar filosofía del lenguaje. Su trabajo en torno a la cualidad performativa del lenguaje constituiría, desde allí, un referente indispensable para el trabajo de Jacques Derrida, la teoría preformativa del sexo (Butler, J; 2001) y, en general –y junto con J. Derrida- para el post-feminismo académico (Joan Scott, Beatriz Preciado, Rosi Braidotti, y Donna Haraway, entre otr@s),

Austin llamó enunciado performativo a aquel enunciado que no se limita a describir un hecho sino que por el hecho de ser expresado realiza el hecho. Es posible identificar diversos tipos de enunciados performativos, como, por ejemplo, aquellos que derivan de determinados verbos, como "prometer". Cuando se expresa un enunciado del tipo "Yo prometo", éste no puede evaluarse en términos de verdad o falsedad. En efecto, no se trata de evaluar la sinceridad del locutor, puesto que eso excede los límites del análisis lingüístico. El hecho de prometer se realiza en el preciso instante en que el enunciado es emitido; no se describe un hecho, sino que se realiza. Ciertos enunciados

2 Versión en español: Austin, John Langshaw (1971); Cómo hacer cosas con palabras, Buenos Aires, Paidos3 trabajo, que recoge las conferencias que Austin pronunciara en el año 1955 en la Universidad de Harvard

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performativos, no obstante necesitan de ciertos rituales que configuran criterios de autenticidad. Para que una expresión del tipo "Yo te bautizo" pueda ser performativa (es decir transforme a la persona que es bautizada en miembro de la comunidad religiosa en la que ese acto tiene sentido) es necesario que quién la pronuncie sea sacerdote católico y el destinatario una persona aún ajena a dicha comunidad. La misma frase expresada a la vez que se derrama un vaso de líquido encima de alguien carecería de dicho carácter performativo y entraría en otra categoría de enunciados. Y es que la expresión performativa también puede requerir de un contexto, en el caso anteriormente citado un templo en el que haya una pila bautismal (o un río o pileta según las diversas religiones). En caso de que los criterios de autenticidad no se configuren, la performatividad no se hace posible.

Tomando estos aportes, Garay, Iñiguez y Martinez reconocen que “El trabajo del filósofo John Austin y, específicamente, su “Teoría de los Actos de Habla”, representa también otra de las fuentes de influencia. Para Austin (1962), el lenguaje no sólo tiene como función la descripción de la realidad, sino que realiza acciones. Dicho de otra manera, el lenguaje es una práctica social y, de hecho, en muchas ocasiones sólo es posible construir determinadas realidades haciendo uso de él en el sentido de que posee propiedades realizativas; o lo que es lo mismo, en la interacción, el lenguaje actúa, y tomar este hecho en consideración es necesario para comprender la interacción humana.” (Garay, A,, Iñiguez, L., y Martínez, L.; 2005)

Estos antecedentes configuran lo que se ha dado en llamar el “Giro lingüístico” (Ibáñez, T,: 2003), “boom lingüístico” o “The linguistic turn” (Rorty, R.; 1998). que logra instaurar, en sus diferentes vertientes el estudio del lenguaje en el centro de la atención de diversas disciplinas. Bajo su forma de discurso, el lenguaje comienza a atraer –bien como campo de estudio, bien como instrumento, o bien como simple fuente de información- el interés de disciplinas tan diversas como la sociología, la antropología, la psicología social, la historia y/o la filosofía. De este modo, comienza a abandonarse una separación histórica entre la lingüística y las restantes ciencias sociales. El surgimiento de un nuevo objeto y campo interdisciplinario contribuyó a resolver las disputas internas en cada disciplina acerca del carácter axiomático de determinadas categorías y desarrolló una creciente conciencia sobre el lugar central del lenguaje/discurso como sistema modulador de lo social y cultural. Con distintas denominaciones y definiciones (diálogo, acción, interacción verbal, prácticas discursivas, texto, etc.), el discurso fue considerado como el lugar y el medio a través del cual los sujetos constituyen, reproducen y transforman el orden y las relaciones sociales. “La relevancia de estas influencias estriba en que a partir de ellas el lenguaje adquiere una posición central, asumiéndose que la mayor parte de las acciones humanas son lingüísticas (...) Asimismo, estas contribuciones permitieron oponer el lenguaje cotidiano (el habla corriente u ordinaria), al lenguaje científico especializado y formal abriendo espacio, de este modo, a la pregunta de si es necesario, o no, elaborar un lenguaje distintivo y específico que sea capaz de explicar cómo es el mundo realmente”. (Garay, A,, Iñiguez, L., y Martínez, L.; 2005). El impacto de esta fractura en la linealidad de una episteme4 hasta entonces instituida como única modalidad legítima, radica en la emergencia de una necesidad de pensar de una manera diferente tanto al conocimiento como a las modalidades responsables de su producción.

4 La episteme, (ie πιστήμη) tal como aquí es referida, nace en un conocimiento, en una forma de racionalidad, que tiene como objetivo construir un sistema de postulados y axiomas, que pretende viajar un campo ilimitado de relaciones, en torno de continuidades y discontinuidades.

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Del mismo modo que, recuperando una consideración nietzscheana hasta el momento relegada al olvido, el propio concepto de realidad pasa a ser reformulado y para diagramar otros abordajes en la investigación y en los procesos de naturalización inherentes al lenguaje.

Los Estudios del Discurso pasan a configurarse como una transdisciplina de las ciencias humanas y sociales, como un campo de conocimientos que busca estudiar sistemáticamente el discurso como una forma del uso de la lengua; como estrategia de semiotización (responsable de producir y hacer inteligible la realidad cognitiva), como evento de comunicación, y como interacción; en sus contextos cognitivos, sociales, políticos, históricos y culturales. “Al creer tal como Max Weber que el hombre es un animal suspendido en tramas de significación tejidas por él mismo, considero que la cultura se compone de tales tramas, y que el análisis de ésta no es, por tanto, una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significado”. (Geertz; 1988:)

Acuden en auxilio de esta necesidad epistemofílica, procedencias tan heterogéneas como la teoría de los actos verbales y la pragmática lingüística (Austin, Searle, Habermas, Levinson, Ehlich, Rehbein), la antropología simbólica (Geertz), el interaccionismo simbólico (Mead, A. Strauss, Glaser, Goffman), la etnografía de la comunicación (Gumperz, Hymes), la sociolingüística interpretativa (Gumperz, Tannen, Schiffrin), la etnometodología (Garfinkel, Cicourel), el análisis conversacional (Sacks, Schegloff, Jefferson, Turner, Heritage), la teoría de la interacción verbal (Kallmeyer, Schütze), la sociología de la reproducción y violencia simbólica (Bourdieu), el Análisis Crítico del Discurso (Van Dijk), la crítica literaria francesa (Blachot, Ricoeur...), el –así llamado- post-estructuralismo francés (Foucault, Deleuze, Derrida), el socioconstruccionismo (Bergen y Luckmann), el postfeminismo (Butler, Braidotti, Preciado, Haraway)...

Si las procedencias (y las operativas) de los Estudios del Discurso resultan –por su carácter transdisciplinar- eminentemente heterogéneas, tales heterogeneidades también se manifiestan dentro de esa estructura disipativa que en la academia pasa a denominarse Psicología Social. Como se señala desde la Universitat Autònoma de Barcelona: “La Perspectiva Discursiva en Psicología Social, posee unos orígenes heterogéneos ya que se inspira en numerosas fuentes y, simultáneamente sirve, en ocasiones, de elemento de articulación para otras orientaciones” (Garay, A,, Iñiguez, L., y Martínez, L.; 2005). Sin embargo, est@s autor@s reconocen “que el antecedente inmediato de la Perspectiva Discursiva en” (su) “Psicología Social es el Análisis del discurso tal y como fue perfilado por Jonathan Potter y Margaret Wetherell (Potter y Wetherell, 1987). En efecto, el Análisis del Discurso constituyó una alternativa metodológica para el estudio de procesos sociales y psicosociales que paulatinamente se fue convirtiendo en una perspectiva con un énfasis más teórico mediante una reconsideración del enfoque dominante en la Psicología Social contemporánea”.

Precisamente, en la Universitat Autònoma de Barcelona, más específicamente en el Departament de Psicología Social, se configura un equipo académico que recoge estos aportes, desde la referencia de Tomás Ibáñez, Lupicinio Iñiguez y Félix Vázquez-Sixto, entre otros. El propio Tomás Ibáñez, quien señalaría la importancia fundacional del “Giro Lingüístico” (2003) para los Estudios del Discurso en la especificidad disciplinar de la Psicología Social, reconocería también cómo en los últimos años de la

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década de 1960 y los inicios de la de 1970 (la, así llamada, “crisis de la Psicología Social”) desplegó un proceso fermental en concordancia con el lapso socio-político en el cual la misma se inscribía. Dicho proceso, debería esperar hasta inicios de la década de 1980 para que se materialize en las propuestas que más tarde serían conocidas bajo el nombre de “construccionismo social”. En palabras de Ibáñez: “El papel desempeñado por Kenneth Gergen en la formulación de estas propuestas es, a todas luces, crucial. En 1982 Gergen publica, bajo el titulo de Toward transformatíon in social knowledge. Un libro, de sano rigor epistemológico y de una densidad filosófica poca habituales en el ámbito de la Psicología Social, que testimonia de la seriedad y de la solidez de la nueva agenda que se estaba elaborando. Bien es cierto que la expresión «construccionismo social» aún no se utiliza en ese libro para denominar la propuesta teórica que en él se presenta, y que será preciso esperar a la publicación en 1985 de un sonado artículo firmado por el misma autor y titulado «The social construccíoníst movement in modern psychology”, para que dicha expresión alcance cierta notoriedad pública y pase a designar definitivamente la nueva propuesta.” (Ibáñez, T,; 2003)

Desde la perspectiva de Gergen, toda inteligibilidad humana (incluidas las reclamaciones al conocimiento) se genera dentro de las relaciones. Es a partir de las relaciones que los seres humanos obtienen sus concepciones de lo real, racional y bueno. Desde esta perspectiva las teorías científicas, como todas las otras propuestas postula otra realidad, no deben ser evaluadas en términos de la Verdad, sino en términos de resultados pragmáticos. Su trabajo en el área de la psico-terapia y consejería, la educación, los cambios organizativos, la tecnología, la reducción de conflictos, la sociedad civil, y la investigación cualitativa, lleva esta marca. Se trata de reescribir la psicología, al demostrar que lo que se consideran procesos mentales no lo son tanto "en la cabeza", como en las relaciones. Desde el punto de vista de la comunicación, sigue el mismo camino social del resto de temas tratados en sus obras y investigaciones. Unido a la inexistencia de los conceptos de verdad y falsedad universales, se suma el uso del lenguaje; el conocimiento se crea, se modifica y se usa en contextos sociales, por lo tanto, son esencialmente sociales Su primera teoria sobre comunicación, 1984, sostenía, basándose en el deconstruccionismo de Derrida y el "juego de lenguaje" de Wittgenstein, que el lenguaje no tenía significado por si mismo, si no que el significado de una expresión se reduce a su uso.

El “grupo de Barcelona”, que genealogiza sus influencias jerarquizando también la etnometodología de Harold Garfinkel (Garfinkel; 1967) y la hermenéutica de Hans-Georg Gadamer (Gadamer; 1975), actualiza sus antecedentes cercanos de la siguiente manera:

“Respecto a los antecedentes inmediatos de la Psicología Discursiva, cabe señalar la obra de Charles Antaki (1981) The Psychology of ordinary explanations of social be havior donde se recogen diversas perspectivas de articulación sobre la investigación de las explicaciones cotidianas. Merece, asimismo, una mención particular el trabajo de Jonathan Potter y Margaret Wetherell (1987) Discourse and Social Psychology, que supone una revisión de ciertos temas clásicos de la Psicología Social como las actitudes o las representaciones sociales y representan lo que se podría considerar la “obra fundacional”. El trabajo de Potter y Wetherell aporta además una oncretización metodológica de los principios socioconstruccionistas. No se puede olvidar tampoco la notoria influencia ejercida por la obra de Michael Billig “Arguing and thinking” (Billig, 1987) que representa una de las contribuciones más

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eminentes a las nuevas formas de entender los procesos psicológicos y, específicamente, el pensamiento como proceso dialógico. Así pues, el énfasis en el estudio de los procesos atribucionales desde las prácticas cotidianas que inició Antaki, la reconceptualización de procesos psicológicos como el pensamiento que realizó Billig y la formulación metodológica y el reenfoque de ciertos procesos psicosociales que Potter y Wetherell iniciaron, pueden considerarse los hitos que señalan la emergencia del interés por lo discursivo en Psicología Social y que acabarán desembocando la articulación y sistematización de un proyecto de Psicología Discursiva (Edwards y Potter, 1992; Potter, 1996; Edwards, 1997).” (Garay, A,, Iñiguez, L., y Martínez, L.; 2005)

Desde una diferente perspectiva, que reconoce sus fuentes fundamentales en Marx, Gramsci y Althusser, desde la década de 1980 se instituye una línea específica del Análisis del Discurso que pasa a ser denominada Análisis Crítico del Discurso (ACD). Conjunto de investigador@s cuyos exponentes más significativos podrían ser el británico Norman Fairclough, la austríaca Ruth Wodak, el holandés Teun van Dijk, y el australiano Theo van Leeuwen. No obstante a que el ACD reconoce en Michel Foucault una de sus procedencias conceptuales, los trabajos de estos académicos se inclinan más hacia la concepción athusseriana del poder (modelo jurídico-discursivo) que a la estrictamente foucaultiana (modelo estratégico), lo cual otorga un perfil con un carácter de corte estructuralista a sus producciones. El Análisis Crítico del Discurso se fundamenta en el acceso desigual a los recursos lingüísticos y sociales, recursos que son controlados por las instituciones (AIE, para Althusser). Los patrones de acceso al discurso y a los eventos comunicativos son un elemento esencial para el ACD. En términos de método, el ACD se puede describir por norma general como hiper o supra-lingüístico, en el sentido de que los investigadores del ACD consideran el contexto discursivo de manera no restringida o el significado que existe más allá de las estructuras gramaticales. Esto incluye la consideración de los contextos político e incluso económico del uso de la lengua. “El análisis crítico del discurso es un tipo de investigación analítica sobre el discurso que estudia primariamente el modo en que el abuso del poder social, el dominio y la desigualdad son practicados, reproducidos, y ocasionalmente combatidos, por los textos y el habla en el contexto social y político. El análisis crítico del discurso, con tan peculiar investigación, toma explícitamente partido, y espera contribuir de manera efectiva a la resistencia contra la desigualdad social. Ciertos principios del análisis crítico del discurso pueden rastrearse ya en la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt desde antes de la segunda guerra mundial (Rasmussen, 1996). Su orientación característica hacia el lenguaje y el discurso se inició con la «lingüística crítica» nacida (principalmente en el Reino Unido y Australia) hacia finales de los años setenta (Fowler, Hodge, Kress y Trew, 1979; Mey,1985)” (van Dijk, T.A.; 1999). En razón de ello, los temas fundamentales a los cuales el ACD ha atendido se relaciona con el estudio de todo tipo de desigualdades. En particular; racismo, xenofobia y desigualdades de género.

Mención especial merece la obra de Michel Foucault, referente ineludible para todas las perspectivas presentes en los Estudios del Discurso. Su obra posibilita la construcción de un abordaje al tema del discurso de una manera inédita, adquiriendo, por sí misma, un estatuto merecedor hacia un espacio específico. Esta preocupación por el discurso comienza a desplegarse completamente a partir de La Arqueología del saber (1970), obra dedicada a la producción de una metodología para el tratamiento del problema. Considerada, por ello, el corolario pragmático de su más brillante obra

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epistemológica; Las palabras y las cosas (1968). Allí definiría al discurso como el “conjunto de enunciados que provienen de un mismo sistema de formación; así se podría hablar de discurso clínico, discurso económico, discurso de la historia natural, discurso psiquiátrico” El discurso aparece allí “constituido por un número limitado de enunciados para los cuales se puede definir un conjunto de condiciones de existencia”. A medida que Foucault sustituye la noción de episteme por la de dispositivo y, finalmente, por la de práctica, el análisis del discurso comenzará a entrelazarse cada vez más con el análisis de lo no-discursivo (prácticas en general). Este cambio está sujeto, a su vez, a modificaciones, puesto que Foucault varía su concepción del poder. De este modo, desde un punto de vista metodológico, es necesario abordar la cuestión del discurso en relación con la arqueología, la genealogía y la ética, es decir, los ejes del trabajo de Foucault.

Si bien la concepción teórica de la obra foucaultiana aparece ampliamente reconocida como parte del cuerpo teórico de todas las ciencias sociales (en particular la sociología, la historia, las ciencias políticas y la Psicología Social), es en el espacio de los Estudios del Discurso donde se proyecta con mayor impacto. Efectivamente, su aporte trasciende las especificidades disciplinares para acceder a un protagonismo que lo torna ineludible. Tal vez una de las razones de este impacto académico resida en que Foucault conceptualiza al discurso y a la práctica discursiva como estructura (aunque con características disipativas) y práctica social, respectivamente. “Para este autor, la meta de la Arqueología del saber (1970) consiste en dedicarse a la mera descripción de eventos discursivos, que tratan su material en su original neutralidad, sirviendo como horizonte para la investigación de las unidades construidas dentro de las mismas. Y en ese contexto, FOUCAULT, en primer lugar, examina los conceptos de "tradición", "disciplina", "desarrollo" o "autor" en los que localiza la ilusión de la continuidad histórica. Donde las representaciones de continuidad son afirmadas, FOUCAULT introduce la categoría de discontinuidad gracias a los conceptos de "escisión", "umbral", "series", "ruptura" y "transformación". En segundo lugar, FOUCAULT problematiza la categoría de significado. Su deseo es examinar el discurso en lo que hace referencia al hecho de su aparición manifiesta y no insistir en el contenido que puede estar oculto en ello, su preocupación concierne completamente a las transformaciones que este discurso efectúa con su mencionada irrupción. Por último, FOUCAULT abandona la noción de sujeto soberano en tanto que concibe el discurso como auto-contenedor de orden, que es inaccesible a partir de la consideración de las intenciones de los individuos implicados en él que ignora tanto los objetos como los contextos del discurso”. (Diaz-Bone, R; Bührmann, A.; Gutiérrez, E.; Schneider, W.; Kendall, G.; y Tirado. F.; 2007)

En el mismo sentido, desde Barcelona se señala que: “resulta ineludible mencionar el análisis de Michel Foucault sobre el papel de los discursos en la construcción de diferentes objetos (como la locura o la sexualidad) y prácticas, así como el análisis de las condiciones de posibilidad de discursos y prácticas (Foucault, 1966, 1969). Para Foucault, un discurso es algo más que el habla, algo más que un conjunto de enunciados. El discurso es una práctica, y como para cualquier otra práctica social, se pueden definir sus condiciones de producción. En ese sentido, todo discurso tiene un contexto de producción. Ese contexto es la formación discursiva. Foucault la concibe como un conjunto de relaciones que articulan un discurso, cuya propiedad definitoria es la de actuar como regulaciones del orden del discurso mediante la organización de estrategias, facultando para la puesta en circulación de

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determinados enunciados en detrimento de otros, para definir o caracterizar un determinado objeto. Los discursos son pues, desde el punto de vista de Michel Foucault, prácticas sociales por lo que a partir de Foucault (1969) se habla más de prácticas discursivas, entendidas como reglas, constituidas en un proceso histórico que van definiendo en una época concreta y en grupos o comunidades específicos y concretos, las condiciones que hacen posible una enunciación. Aunque Foucault no niegue que los discursos estén conformados por signos, rechaza que los discursos tan sólo se sirvan de los signos para mostrar o revelar cosas. Los discursos hacen algo más que utilizar signos, lo que los vuelve irreductibles a la lengua y la palabra (Foucault, 1969). En ese sentido, la tarea en el análisis consiste en tratar los discursos como prácticas que forman sistemáticamente los objetos de que hablan (Foucault, 1966) y abandonar la consideración de los discursos como conjuntos de signos o elementos significantes que son la representación de una realidad.” (Garay, A,, Iñiguez, L., y Martínez, L.; 2005).

El planteo foucaultiano ha sido retomado por la contemporánea academia post-femista (Butler, Raidotti, Iregaray, Preciado, Haraway), y en particular por Patricia Amigot Leache desde su brillante tesis doctoral (2005). En Latinoamérica, aparecen asociados al análisis de discurso foucaultiano los nombres de Román Brugnoli, Esther Díaz, Henrique Caetano Nardi, Diaz-Bone, y Haidar. En los Estados Unidos, donde se da por sentada la influencia foucaultiana para el análisis del discurso, la figura más prominente parece ser la de Todd May. En Francia; Robin, Guilhaumou, y Maingueneau,. En Alemania; Link, Jäger, Luhman, Keller y Angermüller. En el Reino Unido; Fairclough, Wodak, Chilton, Parker y Bulman ... (Diaz-Bone, R; Bührmann, A.; Gutiérrez, E.; Schneider, W.; Kendall, G.; y Tirado. F.; 2007).

Otro antecedente referencial resulta ser la propuesta deconstructiva de Jacques Derrida, pese a que (o, tal vez, precisamente por ello) suele ser considerado el pensador de finales del siglo XX que más polémica ha levantado y que más se ha hecho acreedor al concepto de Iconoclasta. En efecto; “Saber algo de la corriente deconstructiva es tan duro como leer a su padre creador Derrida. Aquel lector que aspire a establecer conceptos claros o ideas simples en la lectura de las obras derrideanas se dará cuenta desde las primeras líneas hasta los últimos capítulos de que es una empresa vana” (Huaman, M.A.; 2003).

Dicha dificultad obedece a una multiplicidad de factores. En primer lugar, nos enfrentamos a un estilo críptico, denso, y particularmente barroco; en una suerte de juego irónico con el lector, abunda la recurrencia a un extenso desarrollo fraseológico circular, jugando -hasta el punto del abuso- con neologismos, malabarismos retóricos, y paradojas. Por otra parte, la lectura de Derrida exige un conocimiento relativamente riguroso de los pensadores con los cuales el autor polemiza, lo cual obliga a a reformular(se) la evidencia de la propia ignorancia (cosa que atenta contra cualquier narcisismo intelectual); “En realidad, quien lee dicha escritura, sin la información previa sobre los libros y autores a los que se menciona indirectamente, tiene la sensación de participar en una conversación entre personas que no conoce y sobre temas que desconoce, por lo que no resulta extraño el juicio negativo” (Huaman, M.A.; 2003).

Sin embargo, aunque resulta difícil rebatir los señalamientos del párrafo anterior, es posible intuir que la principal resistencia que genera la deconstrucción no reside tanto

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en el estilo escritural de su creador como en su voluntad casi terrorista de destruir cualquier tipo de certidumbre, obligando al lector a reconocer la necesidad de iniciar desde la nada un camino que hacia la nada conduce; su radical negación de cualquier tipo de esencia obliga a enfrentar la evidencia de que el propio concepto de su negación también es resultante de una ficción discursiva por lo cual nada de lo que pueda ser dicho puede ser considerado como ontológicamente serio; el señalar toda certeza como falsa también falsea la falsedad; sólo se trata de un juego de diferencias. La deconstrucción no se limita a constituirse en una crítica del discurso, sino también una crítica de sí misma en tanto discurso. Por ello, el lector deberá hacerse cargo de su propia inserción en una cadena que –al mismo tiempo- diferencia y difiere los significados en una sucesión infinita... Precisamente en ello consiste el juego fonético/gráfico con el término différance (Derrida, J.; 1971); comprometer el absurdo de la búsqueda de un significado natural; subvertir la pretensión correspondentista entre el texto y el significado natural, así como entre el texto y el autor ausente: no hay naturaleza, sino procesos de naturalización y desnaturalización. Derrida no sólo se dedica –continuando la obra de Heidegger- a develar la Metafisica de la Presencia, o a mostrar cómo en un sistema de oposiciones la jerarquización entre sus términos se derrumba en una mutua pertenencia donde ambos tienen igual razón o igual falta de razones. Lo que busca es el espacio para una intervención que abra la posibilidad para pensar de una manera diferente. Este procedimiento altera radicalmente todo modo de pensar (incluso aquel del cual parte el mismo procedimiento). Nos señala que hay algo incompleto en la comprensión; del texto, de la realidad, e incluso del propio concepto (diferenciado/diferido) de realidad. Huaman (2003) propone –recurriendo a los juegos paradójicos de la ironía derrideana- como tarea definitoria de la deconstrucción la búsqueda de los koans5 en los discursos. Tal radicalidad es lo que le ha merecido ser considerado como “el nuevo Friedich Nietzsche” por Richard Rorty (1993), o el “nuevo Kant” por Emmanuel Lévinas (1993).

Por todo ello, la influencia de Derrida (difundida, fundamentalmente, a partir de las generaciones posteriores al mayo del ’68), es posible identificarla (sea por adhesión, refutación, reciclaje, reformulación, o simple expropiación) en la mayor parte de los trabajos contemporáneos destinados a interpelar al discurso como campo de problemas. Y esto, mas allá de las diferentes perspectivas teóricas o territorialidades académicas puestas en juego. Junto con su contemporáneo, Michel Foucualt, constituye una de las principales fuentes conceptuales y metodológicas de los Estudios del Discurso de corte post-estructural.

5 Un kōan (japonés) o gōng'àn (chino) es, en la tradición zen, una pregunta paradójica que excede sus posibilidades formales de respuesta. Muchas veces el 'kōan parece un problema absurdo, ilógico o banal. Para resolverlo el novicio debe desligarse del pensamiento racional y aumentar su nivel de conciencia para acceder a al sentido literal de las palabras; su carencia de sentido..

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