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Carpinería de lazo. Aforados de la Inquisición. Manjavacas. Museo Bustos. Chozos de pastor. Santa María de la Aldea en Baltanás. Excursión a Tierra de Campos. Por tierras de Palestina.

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5 I EDITORIAL

6 I Representación, prestigio y gusto de las élites sociales: la carpintería de lazo en la Corona de Castilla. Joaquín García Nistal.

16 I Acogerse a la Inquisición. Alonso Hidalgo de Araujo, ejemplo de aforados de la Inquisición. Sergio Santos Otero e Ignacio Sanz Hernández

20 I Modelos de asentamiento prehistórico en el Camino Toledo a Murcia: Manjavacas, Mota del Cuervo (Cuenca). Mª Isabel Sánchez Duque

32 I El Museo Bustos, memoria de una familia, crónicas de un pueblo. Alicia Gómez Pérez

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42 I Un descansadero hipogeo de merinas en Mucientes, Valladolid. José Luis Ascensión Gómez Blanco

50 I El yacimiento de Santa María de la Aldea, Baltanás (Palencia). Evolución de su iglesia. Eva María Martín Rodríguez

61 I DOSSIER FOTOGRÁFICO Excursión a Tierra de Campos J. Álvaro Arranz y Alicia Gómez

87 I FRAGMENTOS ESCOGIDOS Por tierras de Palestina.

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ESTUDIOS DEL PATRIMONIO CULTURALNº 13Marzo de 2015

ISNN 1988-8015

EditaSERCAM, Servicios Culturales y Ambientales, S.C.

Consejo editorialJ. Álvaro Arranz MínguezAlicia Gómez PérezRoberto Losa Hernández

Colaboradores en este númeroJoaquín García NistalSergio Santos OteroIgnacio Sanz HernándezMª Isabel Sánchez DuqueJosé Luis Ascensión Gómez BlancoEva María Martín Rodríguez

Diseño y maquetaciónRoberto Losa Hernández

Foto portadaMuseo Bustos (Torquemada). Foto: SERCAM, S.C.

Distribución digital en www.sercam.es

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Todos, creo que todos, nos sentimos sumamente indignados ante las atroces imágenes que los medios de comunicación han mostrado estas semanas pasadas de la destrucción de bienes culturales de época asiria, perpetradas, supongo, que por los responsables del Ministerio de Cultura del Estado Islá-mico. Permítaseme la ironía.A propósito de ello voy a escribir algo que, quizá, no debería pero que lo hago porque así lo siento: Casi me han causado mayor impacto y desazón las escenas en que esos salvajes yi-hadistas (que me perdonen los verdaderos salvajes) armados con martillos y taladros percutores ―artefactos mucho más destructivos que los kalashnikov― desmembraban las mile-narias estatuas, que verlos a punto de degollar a un rehén/ser humano. Y, estoy seguro, que no he sido el único que ha tenido estos malos pensamientos.Repensando lo que acabo de afirmar y, seguramente por que-rer limpiar mi conciencia, me he dicho que la culpa de mi des-apego por la vida humana (en comparación con el dolor que me ha causado la muerte de las esculturas) quizá se deba a tanta violencia como nos entra por los ojos habitualmente, ya sea en su versión real ―una simple disputa entre conductores, por ejemplo― como en su versión fílmica donde los excesos son evidentes. O quizá todo se deba a que no he visto asesinar al preso y, por el contrario, sí he visto como en un instante se descomponía el magnífico legado de siglos, testimonios de la existencia de unos antepasados desconocidos.A propósito de esto, en el periódico El Norte de Castilla de su edición del sábado 28 de febrero de 2015 se incluía una viñeta de Sansón ―genial humorista gráfico― en la que se observa-ba a dos yihadistas, armas en mano, conversando en amigable charla: «No sé de que se escandalizan por ahí. Nosotros trata-mos al Patrimonio como si fueran personas».En el mismo diario y en la misma fecha pude leer otra noticia no menos inquietante cuyo titular reza: «Fianza de 66 millones para Victorino Alonso, acusado de destruir un yacimiento neo-lítico». Y como subtítulo: «La Fiscalía solicita para el empresa-

rio minero una condena de dos años y ocho meses de prisión». Salvando la lógica presun-ción de inocencia del acusado, no puedo dejar de admirarme, si la condena fuese firme, de que sería un gran adelanto para la conserva-ción del Patrimonio Arqueológico/Histórico por más que el yacimiento neolítico de Cueva de Chaves (Huesca) ya no exista. El atropello ocurrió en 2007, sobre un bien protegido, con una legislación clara y con una concienciación ciudadana importante. Aragón no es zona de guerra, ni se encuentra en un área de grandes hambrunas donde lo básico es la subsistencia día a día, entonces… ¿qué ha fallado?Por desgracia, la comunidad aragonesa no es única en este tipo de barbaridades. Y digo por desgracia porque si solo ocurrieran estos hechos en este territorio estaríamos de enho-rabuena. Pero no es así. En todo el occiden-te culto siguen produciéndose accidentes de este tipo. Probablemente la concienciación social aún sea muy insuficiente y sea en este aspecto donde debamos seguir trabajando con mayor ahínco.

EDITORIAL

En todo el occidente culto siguen produ-ciéndose accidentes de este tipo.

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Joaquín García Nistal I [email protected]

La atracción que la arquitectura, el arte y la cultura an-dalusí ejercieron en las élites sociales de la Corona de Castilla durante la Edad Media se manifestó tanto en sus edificios, como en sus hábitos y costumbres. En este contexto, la carpintería de lo blanco, fundamental en la construcción del momento, incorporó diferentes diseños geométricos inspirados en los de al-Andalus con los que sus promotores consiguieron proyectar, junto con otras fórmulas, una imagen singular, distinti-va y prestigiosa.

REPRESENTACIÓN, PRESTIGIO Y GUSTO DE LAS ÉLITES LOCALES:

LA CARPINTERÍA DE LAZO

Palabras clave: carpintería de lazo; Corona de Castilla; armaduras de cubierta; mudéjar; carpintería de lo blanco.

EN LA CORONA DE CASTILLA.

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Los datos que arrojan los inventarios de la carpintería de lo blanco española sitúan a Castilla y León como la comunidad autónoma que reúne el mayor número de armaduras de cubierta de todo el territorio peninsular y la segunda, siguiendo muy de cerca a Andalucía, en ejemplares decorados con diseños de lacería (Nuere 2005: 79). Parece sorprendente que provincias como Ávila o Valladolid superen en estos úl-timos a otras como Córdoba, Sevilla, Cádiz, Huelva, Jaén o Almería, pero este hecho adquiere lógica si nos aproximamos a la realidad histórica, cultural y territorial en la que fue elaborada esta carpintería de lazo: la Corona de Castilla. Un fascinante enclave, integrado por varios reinos, que fue ampliando sus fronteras durante la Edad Media hasta la conquista de Granada y la posterior expansión por América.

La Corona integraba desde su origen varios dominios de los reinos de León y de Toledo que se ex-tendían más allá de la línea del Guadiana y, antes de mediados del siglo XIII, ya se habían incorporado los reinos de Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla. Así pues, durante la Baja Edad Media, buena parte de su paisaje monumental estaba formado por abundantes testimonios de la arquitectura andalusí, además de por un importante grupo humano que, bajo la denominación de mudéjares y con la salvaguardia regia de sus cos-tumbres, ritos y religión, pasaba a forma parte de su paisaje social, urbano y rural.

Por otra parte, desde que Alfonso VI tomara Toledo en 1085 y se apropiara de los palacios del sobera-no taifa, fueron cada vez más frecuentes tanto la ocupación y aprovechamiento de los ámbitos palatinos andalusíes, como la construcción de otros nuevos que seguían y emulaban los modelos y características de los anteriores. No faltaron tampoco en la corte de la corona castellana los ajuares, vestimentas, marfiles y un sinfín de objetos procedentes de al-Andalus, ni la apropiación o imitación de formas culturales islámi-cas, que sorprendieron a algunos viajeros europeos como al barón León de Rosmithal y su acompañante Gabriel Tetzel. En su relato de 1466 sobre la audiencia con Enrique IV en Segovia describen al rey cristiano «sentado en tierra sobre tapices, a la usanza morisca» y se muestran contrariados al observar que «come, bebe, viste y ora a la usanza morisca» (Fabié 1879: 166).

Deseosa de abrazar los gustos regios, la nobleza no dudaría en imitarlos a fin de reforzar su prestigio y posicionarse como valedora de la Corona. A la construcción de viviendas y edificios funerarios que toma-ron elementos de la arquitectura andalusí (García 2011a), se sumó la adopción de prácticas y vestimentas propias del Mediodía. Así lo recogen las numerosas crónicas de la Baja Edad Media, que reflejan a hombres como el Condestable Miguel Lucas de Iranzo cabalgando «a la jineta, con una aljuba morisca de seda de muchos colores» (Carriazo 1940: 258). Aún a principios del siglo XVI se rescatan relatos semejantes, como el de Lalaing en el Primer viaje de Felipe el Hermoso a España, donde narra cómo «el archiduque [Felipe] y el almirante [Fadrique Enríquez], y los caballerizos mayores del rey y de monseñor, iban vestidos a la mo-

Mapa de los reinos de la Corona de Castilla durante la Baja Edad Me-dia, y fachada del antiguo palacio de Pedro I. Astudillo (Palencia).

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risca, muy lujosamente. Llevaban albornoces de terciopelo carmesí y de terciopelo azul, todos bordados a la morisca» (García 1999: 433).

Tampoco fue ajena a esta tendencia la Iglesia, que, al menos desde el siglo X, incorporaba en sus diferentes sedes píxides, arquetas, marfiles, tejidos y un largo etcétera de objetos hispanomusulmanes u orientales que no sólo se convirtieron en botines de guerra, sino también en piezas que, por contacto con las reliquias que frecuentemente contenían, adquirieron una condición sagrada. Asimismo, muchas de las fundaciones monásticas y conventuales bajomedievales estarán financiadas por la realeza y la nobleza. Es-tas últimas, con la cesión de sus casas y palacios para tales fines, también transferían el tipo de arquitectura y espacios anteriormente mencionados.

La adopción de las costumbres, vestimentas, arquitectura y cultura material andalusí como signo de identidad de los estamentos superiores de la sociedad cristiana no era sino una fórmula para prestigiar su linaje y posición elevada, a la par que exteriorizaba su refinado gusto y ponía en valor lo recién conquistado. Por otra parte, los episodios de extraordinarias relaciones entre algunos reyes de la Corona de Castilla y los soberanos nazaríes, como los acaecidos entre Pedro I y Mohammed V, unidos a la necesidad de establecer una imagen distintiva de poder y ostentación en un territorio sumido durante tiempo en una profunda cri-sis (Ruiz 2004: 23-43), llevaron a emplear esta imagen como divisa frente a otros reinos cristianos.

El carácter itinerante de la corte y la necesidad de establecer un control y administración eficaz en este vasto territorio, propugnaron la construcción de una estratégica y bien distribuida red de palacios y edificios de fundación real, especialmente durante el siglo XIV. A las reformas emprendidas en algunos espacios regios anteriores a la formación de la Corona, como el monasterio de las Huelgas de Burgos fun-dado por Alfonso VIII (1187), les seguirán destacadas empresas de nueva planta como los Alcázares de los Reyes de Córdoba (1327), el Palacio Real de Tordesillas (1340-1344), el convento de Santa Clara en Astudillo (c. 1356), el palacio de Pedro I en los Reales Alcázares de Sevilla (c. 1364-1369) o el Palacio Real de Enrique II en León (c. 1377), en las que los modelos andalusíes cobrarán especial protagonismo.

En estos conjuntos, en los que se elevan salas a modo de qubbas y sus dependencias se adornan con paños de sebka, frisos de mocárabes, azulejos de diseños geométricos y yeserías con atauriques y epigrafía árabe, es donde hacen su aparición las primeras armaduras de cubierta con lacería de la Corona de Castilla. Parece entonces ilógico aferrarse a la idea de que estos trabajos de carpintería se mantuvieran al margen del resto y que fueran inmunes a la atracción e influencia ejercida por al-Andalus, como han sostenido al-gunos investigadores.

Izq.: Fragmento de tejido bagdalí (siglo X). Real Colegiata de San Isidoro de León. Dcha.: Fachada del palacio del rey Pedro I. Rea-les Alcázares de Sevilla.

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Ahora bien, el denominador común de todas ellas es una tímida incorporación de diseños geométri-cos básicos a la estructura portante, quedando restringidos a los harneruelos y adaptándose al entrama-do ortogonal formado por nudillos y peinazos, por lo que las primeras trazas son retículas de estrellas de ocho y lacillos de cuatro, que en ocasiones ofrecen alguna sencilla variante. Este hecho se constata en los ejemplares de la segunda mitad del siglo XIV, como la armadura del convento de Santa Clara en Astudillo (c. 1357) o los restos de las del Palacio Real de León (c. 1377), pero también en otras construcciones de la nobleza más allegada a la Corona, como en la cubierta de la sinagoga del Tránsito (Toledo) financiada por el tesorero y consejero de Pedro I, Samuel ha-Leví, o en una de las armaduras de las antiguas casas de Juan Sánchez de Sevilla, contador mayor de Castilla desde 1390, que actualmente se conserva en el Museo de Salamanca.

Dadas las características comunes que comparten, parece evidente que sus artífices, con indepen-dencia de su origen étnico, estaban dando los primeros pasos hacia el dominio y control de la integración de la lacería en la carpintería de armar, para lo que también requerían de un método de trabajo que hiciera posible fabricar los diferentes paños de manera independiente.

Es así como los carpinteros, cartabones en mano, llevaron a cabo varios y efectivos sistemas de en-samblaje entre maderas y el sistema de limas dobles que otorgaba estabilidad a cada uno de los paños de la armadura. Con ellos hicieron posible realizar sus labores en talleres situados «a pie de obra», tal y como recogen los contratos de obra conservados.

Izq.: Fragmento de armadura de cubierta del antiguo Palacio Real de Enrique II en León. Dcha.: Detalle del entramado de estrellas de ocho puntas y lacillos de cuatro. Museo de Salamanca

Reconstrucción del harneruelo de una armadura del Palacio Real de León. Dibujo: Agustín Castellanos Miguélez (Centro de Oficios de León).

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Los testimonios del siglo siguiente demues-tran que el reto se había superado. La incorpora-ción de diseños geométricos, que cada vez eran más complejos, se extendía a la totalidad de la es-tructura de las cubiertas, llegando a las más altas cotas de sofisticación en creaciones como la me-dia naranja que Diego Ruiz realiza en 1427 para el salón de Embajadores de los Reales Alcázares de Sevilla.

Aunque la promoción regia siguió abaste-ciendo sus espacios con ejemplares de carpintería de lazo como el que cierra el presbiterio de la iglesia del convento de Santa Clara (Tordesillas), el de la Sala Capitular del convento de San Antonio el Real (Segovia) o los de las diferentes estancias del Alcázar se Segovia, que desafortunadamente desaparecieron tras el incendio de 1862, la nobleza y el clero alcanzarán un papel fundamental en el impulso de este tipo de obras durante el Cuatrocientos.

El ingente número de armaduras de lazo financiadas por estos grupos sociales y distribuidas por to-dos los reinos de la Corona demuestran que esa imagen de prestigio y gusto refinado que personificaba «lo andalusí» no sólo se mantenía intacta, sino que se había potenciado. Esta es la razón por la que nos encontramos con algunas de los más importantes linajes del momento asociados a estas obras, como los Enríquez, Acuña, Guzmán, Fonseca, Zúñiga, Pimentel, Quiñones, Osorio y un interminable etcétera.

Su labor de promoción, no obstante, se extenderá más allá de los muros de sus viviendas. Dada su dimensión social, interés por multiplicar los signos externos de su estatus y asociar la memoria de su linaje con lo sagrado, cederán algunas de sus propiedades para fundaciones conventuales, se convertirán en pro-tectores de determinados centros religiosos y construirán en su interior capillas funerarias independientes como exponentes de prestigio que generalmente se cubrirán con armaduras de lazo.

Las realizadas en la capilla de San Andrés de Mayorga de Campos (Valladolid) –propiedad de Pedro García de Villagómez y su mujer Juana Díez en 1422–, en la iglesia de San Francisco en Villafranca del Bierzo (León) y en el convento de la Concepción Franciscana de Ponferrada (c. 1440-1455) –financiadas por Pedro Álvarez de Osorio y Beatriz de Castro, primeros condes de Lemos– y en el antiguo palacio de doña Juana Enríquez en Toledo, hoy convento de Santa Isabel de los Reyes (c. 1453-1458), son sólo una breve muestra

Izq.: Aspecto de la antigua Sala del Solio del Alcázar de Segovia antes de su incendio. Dibujo de J. Avrial (1844). Dcha.: Arma-dura de la nave de la iglesia de San Francisco. Villafranca del Bierzo (León).

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que ilustra lo expuesto.Durante el siglo XV también se asiste al paulatino predominio de la técnica ataujerada en la carpinte-

ría de lo blanco de la Corona de Castilla, lo que supuso una independencia de los entramados decorativos con respecto a la estructura de las cubiertas. Este procedimiento consistía básicamente en materializar el diseño geométrico mediante taujeles o pequeños listones que se clavaban sobre unos tableros que poste-riormente se fijaban a una estructura que ahora se supeditaba al anterior. Esta última no siempre soporta-ba el peso del tejado, de manera que, en estas ocasiones, se elaboraba una sobrecubierta que convertía a la anterior en una mera armadura decorativa.

Mediante esta técnica se construyeron ejemplares tan fascinantes como la armadura de cinco paños de Santa Colomba de la Vega (León), completamente decorada con una combinación de ruedas de lazo dobles de 9 y 12 puntas. En su paño oriental llama poderosamente la atención un emblema heráldico inde-pendiente y de tamaño considerable. No debemos olvidar que, dentro de esa imagen de prestigio que se buscaba proyectar, la heráldica se convirtió en un imprescindible signo distintivo y propagandístico y, en ese camino, los trabajos de carpintería ofrecían una amplia y visible superficie sobre la que situar las armas del linaje.

Eso debió pensar el promotor de esta obra al ordenar ubicar su escudo en el eje axial de la armadura de la nave, haciéndolo coincidir con la dirección donde se dirigen las miradas de los fieles durante la cele-bración litúrgica. Gracias a la ayuda del Dr. Sánchez Badiola hemos podido precisar que se trata de Juan de Almanza, deán de Astorga, quien, por Bula del 25 de octubre de 1481 del Pontífice Sixto IV, anexionaba la parroquia de Santa Colomba de la Vega a su deanato (Rodríguez 1907: 379-380). La asociación de este nombre al emblema ha sido posible porque este último también aparece en la lápida del canónigo Juan

Armadura de la nave. Iglesia de Santa Colomba de la Vega (León). Foto: Fotografía y Vídeo Carrera para la exposición Construyendo firmamentos. Consejería de Cultura y Turismo. Junta de Castilla y León (2013)

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González de Zamora sita en la capilla de Santa Teresa de la Catedral de León. González de Zamora había tomado las armas del anterior por ser, como reza su epitafio, «criado y fechura del muy noble señor don Juan de Almança» (García 2004: 48).

La efectividad de esta fórmula publicitaria superaría las fronteras del siglo XV. Así, de manera idéntica al anterior, fray Pedro de Cárdenas, desde su posición como Procurador General del Tesoro de la Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén y comendador de la misma en Rubiales, mandaría exhibir su emblema heráldico en la armadura decorada con ruedas de lazo de diez puntas que él mismo financió para la iglesia de Vidayanes (Zamora) en el segundo cuarto del siglo XVI (García 2014: 94).

La pervivencia de la carpintería de lazo en la decimosexta centuria no sólo se explica por la eficacia del sistema de construcción, su resultado estético y por la magnífica plataforma publicitaria en la que se con-vertía, sino también porque la cultura y arte andalusí seguía ejerciendo una enorme fascinación. En este sentido cabe recordar que la conquista de Granada no quedaba tan alejada en el tiempo y que la Alhambra alcanzó un enorme impacto en la corona castellana, siendo referente y modelo de nuevas creaciones. De hecho, cuando los reyes cristianos inicien una serie de intervenciones en los conjuntos nazaríes, se pedirá expresamente que se hagan guardando «el horden que la pintura vieja de manos de los moros tiene en lazos, hojas, signos, mocárabes y en todo lo demás, ymitando lo que está hecho antiguamente» (López 2000: 407).

Por eso, lejos de que las ruedas de lazo desaparecieran de la carpintería de armar, tomarán amplio protagonismo en los territorios de la Corona de Castilla al menos hasta la segunda mitad de siglo. Las combinaciones de ruedas de 9 y 12 puntas seguirán empleándose en obras tan relevantes como la que el carpintero Juan Carpeil realiza para la capilla de la Virgen del Castillo en la iglesia de San Facundo de Cisne-ros (Palencia), la construida para el presbiterio de la Iglesia de San Nicolás de Bari en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) o la de cinco paños de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Candelario (Salamanca), en la que se incluyó el blasón de la Casa de Zúñiga, duques de Béjar y bienhechores de la obra a principios del siglo XVI.

Las ruedas de lazo de diez puntas serán el repertorio principal que adorne ejemplares como los de la nave de la iglesia de los santos Justo y Pastor en Cuenca de Campos (Valladolid) o los presbiterios de Santa Colomba de las Carabias (Zamora), Grajal de Ribera (León) y Aldeaseca de Armuña (Salamanca).

Toda esta nómina, que no es más que una ínfima muestra de los trabajos en madera realizados duran-te el Quinientos, manifiesta que las armaduras decoradas con ruedas de lazo seguían teniendo una amplia demanda entre las diferentes élites sociales del momento. Pero no es menos cierto que, especialmente

Izq.: Emblema heráldico del deán Juan de Almanza. Foto: Fotografía y Vídeo Carrera para la exposición Construyendo firmamentos. Consejería de Cultura y Turismo. Junta de Castilla y León (2013). Dcha.: Escudo de armas de fray Pedro de Cárdenas. Iglesia de Vidaya-nes (Zamora). Foto: Carpintería de lo blanco en la Vía de la Plata a su paso por Castilla y León. Junta de Castilla y León, Valladolid, 2014.

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Armadura ataujerada de la capilla de la Virgen del Castillo. Iglesia de San Facundo de Cisneros (Palencia).

Cubierta del presbiterio de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Candelario (Salamanca).Foto: Carpintería de lo blanco en la Vía de la Plata a su paso por Castilla y León. Junta de Castilla y León, Valladolid, 2014.

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desde el segundo tercio del siglo, los nuevos motivos decorativos y geométricos del Renacimiento comen-zarían a tomar protagonismo en detrimento de los anteriores.

La documentación histórica, especialmente los contratos de obra, demuestran que los carpinteros del siglo XVI realizaron tanto ejemplares «a lo morisco» como otros «a lo romano», por lo que, lejos de la manida y errónea imagen que ha presentado a estos artífices realizando únicamente obras en uno u otro estilo, éstos contaron con una doble opción o alternativa estética que barajaron y emplearon en función de las demandas, existencias y gustos de sus promotores (García 2011: 223). De esta forma, no fue infrecuente que un mismo carpintero realizara por las mismas fechas una cubierta con lacería de influencia andalusí y otra en la que predominaban los repertorios geométricos de tradición clásica o inspirados en diseños de la tratadística italiana.

Durante los siglos XVII y XVIII, la geometría inspirada en las tramas andalusíes todavía fue una opción en la carpintería de lo blanco de la Corona, pero comenzó a languidecer en favor de los diseños renacen-tistas y tuvo que hacer frente al estancamiento y disolución de los gremios y al paulatino predominio de los sistemas de cantería, albañilería y yeso que tratadistas como fray Lorenzo de San Nicolás o Juan de Torija elogiaban y alentaban como solución para el cierre de los muros de los edificios. En este contexto, la carpintería de armar pasaría a un segundo plano, sirviendo únicamente, y cada vez con más frecuencia, para el desalojo de las aguas de lluvia. Este hecho depararía que las armaduras de cubierta no quedaran vistas y, por tanto, que su ornamentación fuera innecesaria. Se iba poniendo fin así a varios siglos de una carpintería de lazo que marcó profundamente la imagen y representatividad de los principales edificios de la Corona de Castilla.•

Presbiterio de la iglesia de Aldeaseca de Armuña (Salamanca).Foto: Carpintería de lo blanco en la Vía de la Plata a su paso por Castilla y León. Junta de Castilla y León, Valladolid, 2014

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Sergio Santos Otero I HistoriadorIgnacio Sanz Hernández I Historiador

La condición de aforado que disfrutan diversos cargos públicos en la actualidad no es un privilegio exclusivo de la España de hoy. Durante el Antiguo Régimen, los estamentos privilegiados gozaban de una ju-risdicción especial al igual que ocurría con ciertas instituciones como la Universidad, la Iglesia y la Santa Inquisición. Un fuero jurisdiccional del que no solo gozaban las instituciones en sí mismas, sino también sus miembros. En ocasiones, el disfrute del aforamiento hubo de ser reclamado por parte del propio interesado. Este es el caso, en la Espa-ña del siglo XVII, del familiar del Santo Oficio de la Inquisición, Alonso Hidalgo de Araujo, vecino de la localidad gallega de Verín, que tuvo que recurrir al amparo de la institución a la que pertenecía para poner-se bajo su tutela y que la jurisdicción civil se inhibiera de los «pleitos y querellas» que contra él presentaron varios de sus vecinos. La Inquisi-ción, a través del Tribunal de Santiago, envió a la localidad del comisa-rio a dos pesquisidores para recopilar la información suficiente sobre el caso y decidir si finalmente Hidalgo de Araujo podría hacer prevaler su condición de miembro del Santo Oficio respecto de la jurisdicción civil. Finalmente, el tribunal compostelano decide ser competente sobre el caso.

INQUISICIÓNACOGERSE A LA

ALONSO HIDALGO DE ARAUJO,EJEMPLO DE AFORADO DE LA INQUISICIÓN.

Palabras clave: Inquisición; aforado; Galicia.

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Una de las características que definen a la sociedad globalizada del mundo actual es la preponderan-cia de lo efímero. En el mundo de los medios de comunicación quizá es donde más claramente se pueda observar esta condición. Lo que es noticia hoy y ocupa todas la primeras páginas de los periódicos durante unos días, a las pocas semanas se convierte en un hecho que prácticamente solo se puede rastrear en las hemerotecas, puesto que en la mente del ciudadano medio ya ha desaparecido por completo.

Durante el año 2014, en España, fruto de los diferentes procesos de corrupción que salpicaron la polí-tica nacional a todos los niveles, se empezó a generalizar a través de los medios de comunicación una serie de conceptos, que poco a poco, aunque sea de forma momentánea, calaron en la opinión pública. Uno de ellos fue el de la condición de aforados. Se planteaba que tal persona no podía ser juzgada por su condición de aforado, se publicaban datos estadísticos con el número total de aforados que existen en España, se comparaba la situación de nuestro país respecto a otros estados del en torno en relación a este asunto, etc.

Según la RAE, aforado es un adjetivo, dicho de una persona que goza de fuero, y «fuero» es, atendien-do al mismo diccionario, competencia jurisdiccional especial que corresponde a ciertas personas por razón de su cargo. Así, por ejemplo, en España, entre otros cargos públicos, gozan de fuero los parlamentarios, que solo pueden ser juzgados en el Tribunal Supremo.

En definitiva, cuando hablamos de fuero nos referimos a un privilegio, en este caso jurisdiccional, como el que disfrutaban los estamentos de la nobleza y del clero en la sociedad del Antiguo Régimen, además de instituciones como la Universidad. Por lo tanto, se trata de un concepto que, lógicamente, po-demos entender como transversal en la Historia; una condición altamente apreciada por aquellos que la detentaban y muy deseada por los que carecían de ella y, por supuesto, reivindicada fervientemente por quienes la poseían y veían peligrar su disfrute.

Este es el caso del protagonista del presente artículo, Alonso Hidalgo de Araujo, vecino de la locali-dad orensana de Verín y familiar del Santo Oficio. En este caso, es el propio personaje el que va a tener que reivindicar y solicitar su condición de aforado, concretamente, defendiendo su condición de miembro de la Santa Inquisición.

El proceso que genera el expediente protagonizado por Alonso Hidalgo de Araujo, actualmente con-servado en el Archivo Histórico Nacional1, se inicia con el envío a la localidad gallega de Verín de un Notario Apostólico, llamado Andrés Fernández de Figueroa, desde el tribunal compostelano para que se proceda a la instrucción del expediente y esclarezca la situación presentada por Alonso Hidalgo. En él se relatan todos los acontecimientos previos y las distintas jurisdicciones en conflicto de competencia.

Corría el año de 1624 cuando Alonso Hidalgo de Araujo fue acusado de una serie de «capítulos y que-rellas» por varios de sus convecinos.

Todo comienza cuando nuestro protagonista sustituye en el cargo de familiar del Santo Oficio a su padre, Domingo Hidalgo. Después del nombramiento, que sigue los cauces correspondientes, se presen-tan contra él varias acusaciones ante la Real Audiencia del Reino de Galicia. Concretamente, varios vecinos pleitean contra Alonso Hidalgo por los delitos de negociar usurariamente con la venta de pan, acuchillar

1 ES.28079.AHN/1.1.11.6.11.8//INQUISICIÓN,2144,Exp.8

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cabalgaduras, herir con arma blanca a un vecino, apropiarse de parte del dinero recaudado con los censos y, literalmente, acompañarse de personas de mal vivir. Incluso es acusado de un delito que imputan a su ya difunto padre, que es el de la venta de un caballo «para Portugal», algo que estaba prohibido en la España del siglo XVII2.

Ante esta perspectiva y la condena consecuente por parte de la Real Audiencia, Alonso acude a Ma-drid para procurarse la tutela del Consejo Real y que se proceda a una revisión de los casos.

Durante la estancia del familiar del Santo Oficio en la villa madrileña se produce un acontecimiento que precipitará los hechos: la Audiencia Real revoca una heredad que había sido entregada a Alonso por parte de un escribano a modo de pago de una deuda e incluso se pone en cultivo por parte de una tercera persona. Al descubrir estas circunstancias tras su vuelta a Verín, Alonso se propone demostrar la propiedad de la mencionada heredad y se decide a sembrar sobre la tierra ya cultivada y derribar una «casa pajiza» recientemente construida.

El escribano, tras constatar estos hechos, denuncia a Alonso ante la Real Audiencia, que dicta su in-mediata detención e ingreso en la prisión de Monterrey, además de dar orden del secuestro de sus bienes, según algunos de los testimonios incluidos en el expediente.

2. JOAQUÍN FRANCISCO PACHECO, FERMÍN DE LA PUENTE Y APEZECHEA, PEDRO GÓMEZ DE LA SERNA, FRANCESCO DE PAULA DÍAZ Y MENDOZA, GREGORIO LÓPEZ. 1850: Los códigos españoles concordados y anotados: Novísima recopilación de las leyes de España, Suplemento e índices. Imprenta de la Publicidad. Madrid. «Se prohíbe extraer a dominios extraños, sin Real Licencia, caballos, yeguas y potros; pena del transgresor, y cuidado de este ramo al cargo de los Capitanes generales y Gobernadores militares de fronteras, consultando las sentencias con el Consejo de guerra (artículo 25.I.11)». «Los Juzgados de rentas de Galicia conozcan de la extracción de jacos del país para Portugal».

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De nuevo, el familiar del Santo Oficio tiene que hacer valer su condición y reclamar sus privilegios ju-risdiccionales, y lo va a hacer fugándose de la prisión para acudir directamente a Santiago de Compostela, sede del Tribunal de la Santa Inquisición al que pertenecía la villa de Verín con el objeto de ponerse al ampa-ro del mismo y requiriendo la inhibición de la justicia civil, representada en este caso por la Audiencia Real.

El Tribunal del Santo Oficio de Santiago designa al Notario Apostólico, don Andrés Fernández de Fi-gueroa, como instructor del caso, que parte el día 17 de abril, camino de Ourense. En esta ciudad se une al licenciado y comisario del Santo Oficio, don Gregorio de Lobariñas. Ambos iniciarán su camino hacia Verín, localidad a la que llegan el día 20 de ese mes.

Como curiosidad, se narra el incidente que tuvieron a su llegada a Verín con un grupo de seis hombres armados, que según se recoge en el expediente estaban bajo los efectos del alcohol e insultaron y amena-zaron a un cura y a los dos investigadores inquisitoriales.

Al día siguiente, y ya instalados en la villa de Verín, se inician las pesquisas. Para ello, van a tomar declaración a más de una veintena de testigos, tanto propuestos a instancia de parte como de oficio «cada una de las personas nombradas e interesadas en cada cosa y parte», siendo la primera parada la casa de su mujer, Catalina de Novoa y Ulloa, para reunirse después con Benito Fidalgo Teyxeyra, quien corrobora los testigos del Memorial.

Todos los testimonios recogidos en el expediente siguen el mismo patrón, indicándose en primer lugar el nombre del testigo, seguido de la edad, oficio y lugar del que es vecino, además de si se trata de un testigo de parte o de oficio. Por ejemplo: «Domingos Blanco (çapatero) vecino de la villa de Berin».

Dedicarán varias jornadas en esta recogida testimonial. Así, recorrerán varias localidades y feligresías cercanas a Verín tomando declaración a testigos entre los que se encuentran miembros de la familia de Alonso Hidalgo de Araujo y los propios querellantes civiles, entre otros.

A lo largo de estas pesquisas, se entrevistarán con gentes de toda clase social, desde cargos de la Ad-ministración ―como el caso del procurador de la Audiencia de la Villa de Monterrei, don Alonso de Pasos―, o el abogado de la villa de Verín ―Licenciado Pedro Alonso―; hasta labradores, como Francisco de Boado, vecino de la feligresía de San Salvador de Cabreiroa. Entre medias, nos encontramos con zapateros, sastres y otras profesiones.

En los interrogatorios se inquiere al testigo acerca del grado de conocimiento sobre la persona de Alonso Hidalgo y los acontecimientos ocurridos en los tiempos inmediatamente anteriores relacionados con su persona, para después preguntar, concretamente, por cada uno de los delitos de los que se le acusa al familiar de la Inquisición.

En términos generales, los testigos defienden la condición de buen cristiano de Alonso Hidalgo y des-tacan su honradez, características que según manifiestan heredó de su padre, a la vez que niegan la veraci-dad de las acusaciones que se presentaron contra él. Pero no solo eso, sino que también plantean que estas fueron realizadas por personas que ya eran manifiestamente enemigas de su padre y lo seguían siendo de él, con el agravante de que se trataba de cristianos nuevos: «la enemistad con esos enemigos viene de tiempos del padre de Alonso, porque aquellos eran cristianos nuevos», asegura el licenciado Lucas de pasos, también familiar del Santo Oficio; y Domingo do Bouzo (vecino de Verín y Labrador) indica que co-noce a Alonso y a su padre, «quien hizo preso a la mujer de Enrique González Plato y a otros mal cristianos nuevos, vecinos de Verín y los envió a Santiago donde fueron castigados por la Inquisición».

El expediente, que se recoge a lo largo de más de ciento setenta folios, finaliza con el auto de los Inquisidores del Tribunal de Santiago de Compostela por el que se declaran competentes en el caso y soli-citan toda la documentación existente a la Audiencia Real para encargarse a partir de ese momento de los «pleitos y querellas» de los que se acusaba al familiar del Santo Oficio, Alonso Hidalgo.

Por tanto, finalmente prevalece la jurisdicción inquisitorial frente al resto de órdenes del sistema jurí-dico existente en la España de la época. Lo que refuerza la idea del privilegio que representa el aforamiento y la ventaja de la que disfruta el aforado frente al resto de la sociedad.•

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Mª Isabel Sánchez Duque I [email protected] del Museo Histórico “Juan Mayordomo”, Pedro Muñoz (Ciudad Real.

Este trabajo se centra principalmente en el estudio del Camino Toledo a Murcia a su paso por Manjavacas, también conocido como Camino de la Seda o Camino de los Valencianos. Ruta que menciona Miguel de Cer-vantes en El Quijote y que no había sido analizada has-ta ahora desde el punto de vista arqueológico y docu-mental. Redescubriremos una zona asentada junto a una laguna de alta importancia ecológica, poblada ya desde la Edad del Bronce y que adquirirá su mayor re-levancia en época romana.

CAMINOMODELOS DE ASENTAMIENTO

PREHISTÓRICO EN EL

DE TOLEDO A MURCIA:

Palabras clave: vía de comunicación; fondos de cabaña; oppidum; Común de La Mancha; lapis specularis.

MANJAVACAS (MOTA DEL CUERVO, CUENCA)

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Manjavacas es un paraje conocido por su laguna, que se incluye dentro del sistema de humedales de carácter estacional que se encuentran en la denominada Mancha Húmeda. Ha sido declarada Reserva de la Biosfera por su altísimo valor ecológico, tanto por su fauna como por su flora, siendo lugar de parada de importantes especias de aves. Se trata de uno de los enclaves naturales más importantes de Castilla-La Mancha. Se localiza en el término municipal de Mota del Cuervo, en la provincia de Cuenca, limítrofe con El Toboso (Toledo), Pedro Muñoz (Ciudad Real) y Las Mesas (Cuenca).

Por su término, pasa la Cañada Real de los Serranos, varias veredas y, sobre todo, el Camino Toledo a Murcia; punto de unión con otras zonas importantes en la Antigüedad y lugar de paso norte-sur de la Penín-sula. El paisaje que nos encontramos en la actualidad es una zona presidida por la laguna de Manjavacas, rodeada de suaves lomas, con cultivos de vid y secano, y teniendo como protagonista uno de los cerros o lomas más elevados donde se encuentra la Ermita de Nuestra Señora de Manjavacas.

Para poder estudiar el Camino Toledo a Murcia es necesario consultar el Repertorio de Caminos de Juan Villuga de 1546 y, en menor medida, el de Meneses de 1576. Así, localizamos con exactitud por dónde transita este recorrido tan quijotesco. Según este repertorio, el camino discurre dentro de La Mancha por los términos municipales de Villa de Don Fadrique, Miguel Esteban, El Toboso, Pedro Muñoz, Manjavacas, Las Mesas, El Provencio, etc. Además del camino principal, existían ramales que conectaban con este y, casi siempre, coincidiendo en El Toboso, núcleo central del mismo. Además de tener una distancia muy corta entre todas las poblaciones, lo que favorecería el trasiego por el mismo, hemos podido observar que desde la Prehistoria a lo largo de esta vía se suceden gran cantidad de asentamientos con un tamaño considerable, sobre todo en épocas de la II Edad del Hierro y romana, perdiendo envergadura en años pos-teriores, pero sin dejar de tener el territorio ocupación humana.

De todo el Camino a Murcia, nos centraremos en el estudio de este asentamiento por la importancia del mismo desde la Edad del Bronce hasta época moderna, y por su cercanía a los escenarios donde tras-curre El Quijote, como es El Toboso, a 11 km del mismo, y la interacción con los demás asentamientos de la comarca.

Se tenía noticia de la existencia de una población anterior ―hoy desaparecida― que aparece en las fuentes desde 1243, dentro de la organización territorial del Común de La Mancha de la Orden de Santiago (Escudero Buendía 2013: p. 4), con el nombre actual de Manjavacas. Se trataría de un despoblado medieval que dejaría de existir como tal en el siglo XVI, y que aparece mencionado en la documentación de la Orden de Santiago.

De este lugar, los estudios previos existentes hablaban solamente del despoblado medieval, su ermi-

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ta vieja (hoy todo desaparecido y sin conocer su situación exacta), la ermita actual, la laguna y poco más. Ni siquiera la carta arqueológica recogía mención alguna a la existencia de asentamientos anteriores a la Edad Media.

Las prospecciones en el terreno ―aún sin ser muy intensivas― han dado como resultado datos muy interesantes y que ayudaran en estudios futuros a complementar la línea cronológica de ocupación de este entorno junto a la laguna, así como la reconstrucción del paisaje.

Del Paleolítico no se han encontrado indicios, pero esto no significa que no se puedan localizar mate-riales con un estudio más exhaustivo de la zona, ya que en otras áreas similares y cercanas sí se han recu-perado restos de industria lítica. Los reconocidos en las terrazas altas del Guadiana (por el lado derecho del Jabalón, el Azuer, el Záncara y el Córcoles), dados a conocer por Santoja y estudiados por Ciudad Serrano, con una adscripción cultural del Achelense Inferior Arcaico Evolucionado, se encontrarían en Santa María del Guadiana (Argamasilla de Alba). Del Achelense Medio tenemos noticia en el término de Porzuma gra-cias a los trabajos publicados por Vallespí Pérez, Ciudad Serrano y García Serrano. Recientemente también se han recogido posibles hallazgos de esta época en la zona de Santa Ana (El Toboso), con restos de can-tos trabajados de manera somera acercándose a la tipología del chopping tooll. Las cartas arqueológicas recientes de la comarca también han aportado nuevos hallazgos del Paleolítico Inferior, destacando El Minguillo, Las Hondonadas del Cristo de Villajos en Campo de Criptana, las terrazas de Arenales de San Gregorio, el Cerro de las Nieves (Pedro Muñoz), Piédrola en Alcázar de San Juan, la cuenca del Záncara en Socuéllamos y Las Canteras en Tomelloso (Sánchez Duque 2013: p. 13), así como los interesantes hallazgos de El Pedernoso y Las Pedroñeras en la provincia de Cuenca.

En toda la zona conocida como El Común de La Mancha se reconocen más restos de industria lítica durante el Paleolítico Medio y el Musteriense debido a un aumento de la población y a las mejoras de las condiciones climatológicas. Este incremento de asentamientos es considerable en terrenos cercanos

Cristo de Villajos, motilla de la Edad del Bronce. Campo de Criptana, Ciudad Real.

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a Manjavacas, como en la zona de Socuéllamos, donde los hallazgos de industrias líticas musterienses se dan con gran profusión (Hoya Bartolo, Villarejo Rubio, Lavajo Rubio, Bodega de Felipa Mayor, Vejezate I, Cerro Caicedo, El Chaparral, La Hijosa, Titos, La Tejera), en Manjavacas y la Sierra de los Molinos en Mota del Cuervo, Arenales de San Gregorio, Cerro de las Nieves (Pedro Muñoz), Santa Ana (El Toboso), Santa María del Guadiana y Peñarroya (Argamasilla de Alba), Las Hondonadas del Cristo de Villajos (Campo de Criptana), Tomelloso, La Pinilla, Las Canteras y, especialmente, Las Balsillas (Sánchez Duque 2013: p. 15). Además de todos los asentamientos adscritos a esta época del termino de Mota del Cuervo como Los Re-codos, Monte de Escama, Las Hoyuelas, Monte Chico, El Árbol, Los Mielgares o el Guijoso.

Ante tanta evidencia de ocupación de la zona durante el Paleolítico resulta extraño que junto a la laguna no existan evidencias de ocupación. Seguramente, con un estudio más exhaustivo del territorio ten-dríamos hallazgos materiales de esta época. Sabemos que este tipo de hábitats también se encontraban en llano junto a puntos importantes de agua, como cauces de ríos, lagunas, charcas…, construyendo sus viviendas de manera perecedera con ramajes y, a veces, con poblados estacionales. Por ello, se localizan en abundancia en zonas muy cercanas entre sí.

Con lo aparecido en la comarca y en Mota del Cuervo, puede decirse que la zona estaba aprovechada de manera exhaustiva, circulando los grupos humanos por todo el territorio, aprovechando todos los recur-sos y creando las primeras rutas de comunicación preludio de una compleja red viaria posterior.

Pero no será hasta el Calcolítico cuando se pueda hablar de una «repoblación» importante de la re-gión y de sedentarización, con la mejora en la explotación de los recursos, sobre todo los agrícolas y mine-ros. En Manjavacas, probablemente, también ocurra esto.

Con nuestras prospecciones sobre el terreno y la ayuda de la fotografía área, hemos visto indicios de ocupación junto a la laguna desde la Edad del Bronce; al menos desde el Bronce Final y la I Edad del Hierro. En la zona norte de la laguna, muy cerca de ella y junto al camino Toledo a Murcia, aparecen restos cerámicos en superficie correspondientes a las épocas mencionadas. Es una cerámica muy tosca, grisácea y rojiza de cocción reductora, de mala calidad, con desgrasantes muy gruesos, casi toda ella de cocina. El posible hábitat se encuentra en llano, en el lado norte de la laguna (hoy tierra de cultivo y vid) y junto a una vía de comunicación como es el propio camino Toledo a Murcia. No parece un asentamiento muy grande por la dispersión de cerámica en superficie. En el terreno no se aprecian ningún tipo de estructura identificable, tan solo tierras de cultivo. En cambio, desde el aire parecen observarse manchas circulares de distinto tamaño, con una coloración más oscura y una organización irregular. Podrían corresponder a posibles «fondos de cabaña».

Estos fondos de cabaña no serían de la época anterior, el Calcolítico, como sucede en los alrededores que presentan una amplia tipología de asentamientos desde los poblados en altura (en cerros más o menos elevados, con un valor estratégico de control de vías de comunicación heredadas del Paleolítico y Neolíti-co) y los asentamientos en llano junto a zonas de agua permanentes como cuencas fluviales o lagunares, como es el caso de Campo de Criptana, el Cerro de las Nieves de Pedro Muñoz o Vejezate en Socuéllamos. Casi todos los yacimientos documentados en la zona de esta época marcarían un patrón de asentamiento similar, cercanos a los cauces de los ríos, lagunas, zonas inundables y puntos de agua, junto a caminos o vías de comunicación, así como control de vados, tanto en llano o en ladera protegidos de las inclemencias del clima y con buena visibilidad. Manjavacas cumple estos requisitos (Pereira Sieso 2007).

En general, nos encontraríamos con grupos que han reocupado el territorio basándose en cuestio-nes económicas apoyados en la explotación de los recursos agrícolas y ganaderos del territorio, dando preferencia a esta última. Son conscientes de la posición geográfica estratégica y la ya existencia de vías de comunicación en todas las direcciones de época anterior. Ello permitirá el desarrollo de un complejo sistema de intercambios (como se ha demostrado con ciertos hallazgos de materiales foráneos en algunos yacimientos de esta época), con el norte, el sur y el Mediterráneo. Así pues, podríamos estar ante un sis-tema comercial de alto nivel cuya red principal pasaría por este territorio, siendo la base para el patrón de asentamiento en las etapas del Bronce y de la Edad del Hierro, convirtiendo el Camino Toledo a Murcia en una de las principales vías comerciales de la meseta sur, uniendo el centro con Cartagena, en este caso, la salida al mar.

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Lo cierto es que Manjavacas será elegido como un lugar de asentamiento por encontrarse junto a caminos importantes y punto de agua permanente. Será en esta época, durante el Bronce, cuando se in-crementen las vías de comunicación, los lugares de extracción de materias primas comercializables y el surgimiento de una clase social poderosa ante los demás. (Arias Aparicio 2013). Se empiezan a configurar los caminos y vías que unirán el norte peninsular con el sur y el este con el oeste; probablemente sea ahora cuando empiecen a coger forma las relaciones comerciales entre La Mancha con el valle de Alcudia y con los valles del Duero y Tajo y la salida al mar por Cartagena. Además, todos estos caminos ponen en contac-to a Manjavacas directamente con Mota del Cuervo, Toboso, Vejezate, El Zagarrón, Pedro Muñoz…, todos ellos importantes asentamientos del Bronce, Hierro, romano, etc.

Durante la Edad del Bronce, si tenemos en cuenta no solo los yacimientos hallados en el término municipal de Mota del Cuervo sino también los de los alrededores, ello nos permite realizar una serie de grupos y tipologías de asentamientos. En el término de Mota del Cuervo no se han documentado muchos restos del Bronce, pero los que sí han sido encontrados son de cierta relevancia y de distintas tipologías. Estos grupos surgen teniendo en cuenta las características del terreno las cuales determinaran unos patro-nes de asentamientos diferentes en el territorio del Común de La Mancha. (Ruiz Taboada 1996: p.221-224).

Podemos agrupar los distintos asentamientos de esta época del territorio cercano a Manjavacas de la siguiente manera, faltando alguno que otro por no tener todavía todo la zona analizada:

• Los asentamientos en altura conocidos como «castillejos» (Klint 1980). Ubicados bien en cerros al-tos o en pequeñas elevaciones naturales, cercanos a un río o zona de agua, cercanos también a un camino o vía de comunicación: Cerro Picorzo, Vejezate (Socuéllamos); Cerro Blanco (Pedro Muñoz); Sierra de los Molinos, Pozo Nieve (Mota del Cuervo); Piedrola, Cerro de San Antón, Cerro de San Martín, Cerro Gordo, Cerro de Martín Juan, Cerro de la Horca (Alcázar de San Juan); El Pico, Valrepiso, El Real, Pozos de Villalgor-do, Sierra de los Molinos, Cerro de la Virgen, Villajos (Campo de Criptana); El Cabalgador, Cerro Cabeza de los Frailes, Las Balsillas (Tomelloso).

• Poblados en llano formando tells artificiales. Se les conoce como «motillas» o «morras». Se locali-zan en terreno llano, junto a zonas lagunares o cauces de ríos, en vados… próximos o junto al camino: La Motilla (Mota del Cuervo); La Motilla, el Cerro de las Nieves (Pedro Muñoz); Motilla de los Romeros, Villar de las Motillas, Motilla de Pedro Alonso, Motilla de Brocheros, Motilla de Casa de Mancha (Alcázar de San Juan); Montón de Trigo, la Atalaya, El Villargordo, Los Enterramientos, Motilla del Juez, Motilla del Cuervo (Campo de Criptana); el Morrión (El Toboso); El Altillo (Tomelloso).

• Poblados en llano denominados «campos de hoyos». Localizados también cercanos a cursos de ríos, zonas inundables, lagunas, vados…; algunas veces este tipo de asentamientos también se presentan en las laderas: Barreros, Camino de Cotos, Camino Valencia (Pedro Muñoz); Los Cebadales, Titos, Casas de los Alto (Pozo Bernaldo), El Chaparral, Doña Julia, Villa de la Laguna, La Tejera (Socuéllamos); Los Enterra-mientos, Hondonadas de Villajos, Senda de los Cantareros, El Villargordo (Campo de Criptana); La Cubeta, Casa de Manzanaque (Tomelloso); Manjavacas, Corral de Mata (Mota del Cuervo).

Todos ellos se encuentran entre los ríos Záncara y Córcoles, limitados al norte la Sierra de Criptana y el río Cigüela, al este la Sierra de Mota del Cuervo y al oeste la Sierra de Herencia, siendo la zona central una extensísima dehesa de monte bajo mediterráneo, bosque frondoso de encinas y pastos para el ganado, atravesados por importantes caminos. Estos poblados se adaptarán al terreno perfectamente, de ahí la variedad de los mismos, aprovechando los recursos que tienen en su entorno.

Con carácter general podemos deducir que se produjo una gran explosión de asentamientos en esta etapa, cuya distribución sugiere que se tuvo en cuenta la existencia de valles fluviales y cañadas, cercanos a tierras aptas a la práctica de la ganadería y la agricultura. El hábitat sería muy numeroso y disperso, con lu-gares más bien de pequeño tamaño y otros un poco superiores (Uroz Sáez 2003: 221). Los yacimientos más

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significativos de esta etapa del Bronce, contemporáneos a Manjavacas, se encuentran repartidos por todo el territorio del antiguo Común de La Mancha, destacando los que aparecen en el recorrido del Camino Toledo a Murcia, los propios del término municipal de Mota del Cuervo documentados y aquellos cercanos a Manjacavas y esta vía de comunicación.

Así, uno de los puntos destacables es el conjunto de yacimientos de Vejezate (Socuéllamos, Ciudad Real) con una cronología que abarcaría desde el Paleolítico hasta la Baja Edad Media. Se localiza a orillas del río Záncara, en una elevación desde donde se divisan varios kilómetros a la redonda, con buena defensa por el lado norte donde se encuentra el río. Es un conjunto de yacimientos que forman uno solo a ambos lados del Záncara. Tiene unas dimensiones aproximadas de tres hectáreas. Nos encontramos dos cerros, uno frente del otro, con buena visibilidad entre sí, controlando el río y el camino, en este caso el Camino Real de Pedro Muñoz a Villarrobledo. Uno de ellos está ubicado en unas suaves pendientes de uno de los meandros que forman el río, en una de las lomas hacia la corriente se situaría la población, protegidos de las inclemencias atmosféricas. Aquí es donde se han localizado restos de cerámica de la época del Bronce. Es de suponer que se trate de un poblado sin amurallar, aprovechando la defensa natural de la propia loma que hace que sean casi invisibles por ciertos lados de la misma. (Sánchez Duque 2013).

El Cerro de la Virgen de Criptana: se trata de una loma amesetada de grandes dimensiones donde actualmente se encuentra el santuario de la Virgen de Criptana. Con pocos restos del Bronce, en la etapa posterior adquirirá gran importancia. Desde su cima se divisa toda la llanura manchega hasta el Campo de Montiel. Sería un poblado en altura fortificado. Su extensión ronda las cuatro o cinco hectáreas.

El Cerro de las Nieves (Pedro Muñoz): no es una motilla propiamente dicha, más bien se trata de un tell artificial que tendrá continuidad en la etapa posterior. Se encuentra junto a la laguna del pueblo y el ca-

Yacimiento de Montón de Trigo, Campo de Criptana, Ciudad Real. Edad del Bronce y I-II Edad del Hierro.

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mino que lleva de Pedro Muñoz a Mota del Cuervo; tiene una buena visibilidad y contacto visual con el Ce-rro de la Virgen de Criptana y el Cerro de Santa Ana en El Toboso. Poco se conoce de esta etapa del poblado a pesar de haber sido excavado. Siempre se pensó que el comienzo de la ocupación en el asentamiento fue en el siglo VII a. C. Alrededor de la laguna y junto a este yacimiento se encuentran otros de características similares y de pequeño tamaño. Se encuentra en el paso con El Morrión (El Toboso), Vejezate (Socuélla-mos), Criptana, y en comunicación con ellos en esta época. Es similar a los yacimientos de Montón de Trigo (Campo de Criptana), La Atalaya (Campo de Criptana), Villajos (Campo de Criptana), La Motilla y Pozo Nie-ve en Mota del Cuervo. Determinar el tamaño de este sitio en época del Bronce es casi imposible por las transformaciones que ha sufrido al encontrarse en el casco urbano.

De Montón de Trigo (Campo de Criptana) llama la atención el aspecto monumental de este asenta-miento al norte de Criptana, dentro del conjunto arqueológico de Villajos, junto a un camino de Madrid, paralelo a la Vía XXX del Itinerario de Antonino y cercano a La Hidalga (según Blázquez, la antigua Alces celtibérica). También se encuentra junto a la laguna de Salicor, una zona inundable y rica en sal. Es un tell de forma cónica, aterrazado, con estructuras en piedra donde se pueden ver líneas de muros de gran espesor. Las dimensiones del tell son bastante considerables siendo uno de los más grandes de la comarca, seme-jante en tamaño a Motilla de Azuer (Daimiel). Está aislado, con buena visibilidad de todo el entorno tenien-do comunicación visual con Villajos, Cerro San Antón y Cerro Gordo (Alcázar de San Juan). No es la clásica motilla con torre-aljibe en el centro, sino más bien un castro, con la parte superior de la cima amesetada.

De lo más interesante es el conjunto arqueológico de Villajos, donde nos encontramos con cinco motillas de distintos tamaños a poca distancia unas de otras formando un solo asentamiento. Localizadas en una zona inundable y de alto valor para la agricultura y la ganadería, predomina un montículo frente a los demás siendo probablemente el asentamiento principal, frente a los otros. El yacimiento de La Motilla (Mota del Cuervo), situado al sur del término era de las mismas características que las motillas anterior-mente descritas, un pequeño tell artificial con dispersión de cerámica hecha a mano, controlando un arro-yo y un camino, muy cerca de la Cañada Real. A día de hoy, este yacimiento ha desaparecido.

En la Carta Arqueológica aparece un lugar como posible yacimiento del Bronce, pero no viene la des-cripción del mismo y si está en llano o en altura, es el de Corral de Mata, también en Mota del Cuervo.

Interesante resulta el yacimiento de la Motilla de Pozo Nieve (Mota del Cuervo), en la misma Sierra de los Molinos y casco urbano de Mota. Es una elevación o tell artificial donde se han documentado restos cerámicos de la Edad del Bronce. Parece ser un asentamiento en altura, más un poblado que una motilla propiamente dicha, que quizás hubiera estado fortificado aunque tiene buenas defensas naturales en la parte trasera del mismo. Presenta una buena visibilidad de la zona dada su altitud. Se le conoce por este nombre porque en los alrededores se conserva un pozo de nieve.

En el propio Camino Toledo a Murcia destaca El Morrión (El Toboso). Al igual que los anteriormente descritos no parece una motilla propiamente dicha. Localizado junto a un arroyo, domina un extenso valle en torno a este camino que uniría a Manjavacas con El Morrión. Actualmente se encuentra destrozada pero sigue el esquema de tell artificial formado por la superposición de estructuras construidas en mampostería en piedra.

El yacimiento de Manjavacas se encuentra en zona llana, junto a la laguna y la nombrada vía de co-municación. Hay poca dispersión cerámica en superficie y no se aprecia ninguna estructura de habitación, pero desde el aire parece que estuviéramos ante fondos de cabaña. Las viviendas estaban construidas con materiales perecederos por lo que no han llegado a nosotros. Hoyos excavados en la tierra utilizados como silos para almacenamiento o como basureros. El material aparecido en superficie habla más de un Bronce Final que del Pleno. Recuerda a los restos encontrados recientemente en Villajos donde han aparecido fon-dos de cabaña o silos atribuibles al Bronce y que han aportado algo de luz para este tipo de asentamientos en la comarca (Malalana Ureña 2012: p. 172) pudiendo reconstruir el hábitat de estas gentes. Asimismo, también recuerda a otros yacimientos de ambas mesetas, localizados en llano y junto a puntos de agua. Cercanos a nosotros, a parte del recientemente hallado y estudiado en Villajos, podemos situar la mayoría de ellos en el corredor del Henares, en la confluencia del río Manzanares con el Jarama y en el Valle del Tajo.

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(Fernández 2002: p. 85).Al igual que sucede en la Edad del Bronce, a partir de la I Edad del Hierro se pueden determinar una

serie de tipologías de asentamientos. Muchos de ellos ya existían y en esta etapa continúan haciéndose más grandes o más importantes; por lo tanto podemos hablar claramente de una continuidad en la ocupa-ción del territorio. Así, la principal característica de los asentamientos correspondientes al Camino Toledo a Murcia sería la mayor concentración junto a los ríos y lagunas, siendo el río el eje vertebrador del pobla-miento, como vemos en el Cigüela y en el Záncara (Domingo Puertas). Es ahora cuando surgen los oppida, centralizando el control del territorio en un lugar concreto, fácilmente defendible, con buena visibilidad, junto a vías de comunicación importantes, en puntos estratégicos de caminos. Observamos gran cantidad de yacimientos que se desarrollan durante esta etapa ―sobre todo durante la II Edad del Hierro― con gran variedad tamaño. Algunos yacimientos se localizan muy próximos entre sí, lo normal son unos tres ó cuatro kilómetros y, como máximo, cinco o seis. Casi todos ellos se encuentran junto a los ríos, lagunas o pozos donde se tiene fácil acceso al agua. Además de encontrarse al lado de vías importantes de comuni-cación que conectaban el centro peninsular con la salida al mar. Observamos que en Manjavacas durante la II Edad del Hierro el asentamiento sufre un aumento de densidad de población considerable y, por ende, un crecimiento de la ciudad. La ocupación se extenderá hacia el norte de la laguna, ocupando todos los terrenos hasta el Camino de los Valencianos, la carretera de Las Mesas (Camino Toledo a Murcia), sumando alrededor de unas 15 Has. Estamos hablando de una ciudad celtibérica de cierta envergadura, un oppidum en toda regla, junto a una vía de comunicación importante y de bastantes habitantes, algo desconocido para la zona, pero no el único caso, y que nos habla de la importancia que ha podido tener el asentamiento de Manjavacas y de este camino que iba al mar en la II Edad del Hierro. Por todo este recorrido y territorio cercano ―al igual que sucede durante la Edad del Bronce― parece que se vuelve a repetir de manera rei-terada el tipo de asentamiento en los distintos puntos del territorio. Los hábitats se bajan al llano y crecen en dimensiones.

En el valle del Cigüela, al norte de Mota del Cuervo destaca El Albardinal (Villanueva de Alcardete, Toledo). Se trata de un espolón rocoso localizado a unos 150 m del río Cigüela en su margen izquierda, con buen campo de visión. Poblado de planta ovalada y unas dimensiones en torno a 1,8 ha. Estaríamos ante un recinto amurallado con foso, fácilmente defendible y con mucha dispersión cerámica. Presenta ocupación desde la II Edad del Hierro.

Otro yacimiento a destacar es El Pradejón (Quintanar de la Orden, Toledo), con relación visual con El Albardinal. También situado sobre un espolón rocoso y junto al río Cigüela. Presenta un paramento de muralla y un posible foso, con mucha cerámica también de la II Edad del Hierro.

El Cervero (Villanueva del Alcardete) ya es un hábitat en llano, también junto al camino y la Cañada Real que se dirige a Alcázar de San Juan. El Cervero II (Quintanar de la Orden) es otro yacimiento en llano, cercano a los anteriores, sin estructuras visibles y con poco material en superficie.

También en la margen del río Cigüela se ha documentado el yacimiento de Vega de Escardillo (Vi-llanueva de Alcardete). Ocupado desde la Edad del Bronce, tiene su mayor crecimiento en la II Edad del Hierro, pero no superando las 2 ha.

Alejado del río se encuentra el yacimiento de Guzquez (Quintanar de la Orden). Cerro testigo o tell artificial fortificado con ocupación notable durante el Bronce.

En Mota del Cuervo similares a este tipo de asentamientos podemos adscribir los de Pozo Zagarrón, El Castellar y La Torca del Cura. Todos ellos y los documentados en el valle del Cigüela serían asentamientos pequeños, no superando las 2 ha y seguramente dependientes de otros hábitats mayores.

Semejantes a Manjavacas hemos podido documentar una serie de yacimientos a lo largo del Camino Toledo a Murcia en la parte manchega. Así por ejemplo El Morrión (El Toboso, Toledo), ahora durante el Hierro la población se ha bajado al llano, situándose en una zona de ladera junto al arroyo Cuadrejón y a unos 200 m de la laguna de La Nava (hoy desaparecida) y en pleno Camino Toledo a Murcia. Será en esta época cuando aumente considerablemente la población, adquiriendo el asentamiento unas grandes di-mensiones hasta la fecha no vistas en la zona. Presenta el territorio gran dispersión de material cerámico; no aparecen estructuras visibles, probablemente las edificaciones estuvieran construidas con materiales

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perecederos tales como el adobe o el tapial. Podemos estar hablando de casi 15 ha de yacimiento. Otro similar será Pozo Villarejo I y II (Villanueva de Alcardete y Quintanar de la Orden), cercano al río

Cigüela, con la presencia de un vado y al lado de la Cañada de los Hinojosos. Se trata de un aterrazamiento cercano al lecho fluvial y también de grandes dimensiones.

El Cerro de las Nieves (Pedro Muñoz, Ciudad Real) se localiza cercano al camino pero dentro de su territorio de acción. Se trata de otro yacimiento arqueológico similar a Manjavacas y comunicado con este mediante una vía. Al igual que los anteriores se ocupa como una motilla durante el Bronce pero será en la II Edad del Hierro cuando empiece a constatarse un aumento de población y a extenderse por el llano. Tam-bién se encuentra junto a la laguna del pueblo y en su día debió poseer grandes dimensiones pero actual-mente a penas se conservan restos por encontrarse en pleno casco urbano. Sin embargo se ha excavado mediante intervención sistemática.

Por último, mencionaremos un conjunto de yacimientos que supera con creces las dimensiones de Manjavacas, sin antes olvidar el anteriormente mencionado Vejezate y Ruidera. Este es el sitio de Villajos y Critana (Campo de Criptana, Ciudad Real) dentro de otro de los ramales del Camino Toledo a Murcia.

Llama la atención las dimensiones, concentración de yacimientos y situación estratégica de los asen-tamientos de Campo de Criptana, sobre todo el cerro donde se encontraba la antigua Critana como así aparece en la documentación medieval. Es un auténtico oppidum, de gran tamaño, siendo el mayor pobla-do de toda la comarca. Con forma de tell artificial, aterrazado, similar al Cerro de Santa Quiteria en Tébar (Cuenca), también con una ermita de culto mariano; nos encontraríamos ante un poblado bien organizado, con urbanismo de casas, calles, zonas públicas, recinto amurallado, laderas antropizadas y cima plana. A este yacimiento hay que unir el conjunto de yacimientos de Villajos con más de cinco motillas o tells artifi-ciales. En la actualidad hay una ermita con las mismas características que el poblado de Critana, sin olvidar que al norte de Villajos se encuentra el yacimiento de La Hidalga de gran extensión en dispersión cerámica.

Vista general de la laguna de Manjavacas, Mota del Cuervo, Cuenca.

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Tenemos ejemplos similares de control del territorio en zona de frontera como es el espectacular yacimiento de Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia), el cual controla el paso entre la Meseta y la cordillera cantábrica (vacceos y cántabros). Otro más cercano y que pudiera tener relación con este entor-no seria el oppidum de Libisosa (Lezuza, Albacete) que controlaría el Campo de Montiel. Parece claro que este yacimiento no solo regularía el territorio sino también los recursos económicos tales como la ganade-ría, agricultura, minería y las vías comerciales. Estos asentamientos de grandes dimensiones, como Man-javacas, tuvieron presencia importante en el camino, haciéndonos suponer que desde la II Edad del Hierro esta vía de Toledo a Murcia tenía un tránsito de mercaderías muy importante, facilitando el crecimiento y prosperidad de las poblaciones asentadas junto a esta ruta.

Parece que durante la II Edad del Hierro el poblamiento de esta parte del camino viene vertebrado por las zonas donde hay abundante agua, ya sea un río o una laguna. La gran concentración de yacimientos en un territorio pequeño (unos 20 km a la redonda) denota una estructuración del poblamiento en la llanura basada en la proximidad de estos cursos fluviales, aparición de vados y control de los mismos mediante el emplazamiento de puntos para facilitar y controlar el paso de gente. Esta distribución de asentamientos diseminados por toda la comarca nos habla de la fuerte jerarquización de la sociedad que ocupaba estas tierras, dependiendo de una élite que controla los principales recursos económicos, sobre todo, el comer-cio. No obstante, la actividad principal sería la ganadería debido también al tipo de paisaje donde predo-minaba el bosque mediterráneo con pastos y dehesas, sin dejar de practicar la agricultura, pero en menor medida.

Con la llegada de los romanos este planteamiento territorial comenzaría a cambiar para adaptarse a la nueva administración. Ante este poblamiento de oppida, los romanos se comportan de distinta manera, parece ser que en La Mancha se crearon los forum (Poveda Navarro 2002: p. 5), entidades de referencia en el mundo de las aldeas y comunidades rurales, centralizando la actividad comercial en el ámbito rural. Serían centros comerciales con predominio de hábitat disperso, situados en el entorno de una importante vía de comunicación (Uroz Sáez 2003: p. 230), sobre todo en aquellos lugares donde existía una zona muy ruralizada y con poblamiento muy disperso. Aquí parece que la minería podría tener algo que ver. Además también se produjo otra actuación, pues al ser un lugar estratégico, de frontera y de paso hacia otras zo-nas de interés para Roma, casi todas las tropas tuvieron que atravesar este territorio formalizándose así las vías romanas. Después de la conquista latina se produjeron movimientos de población, concentrando esta para así aplicar mejor la administración, además de recompensar a soldados retirados con tierras en Hispania. Este proceso facilitó la desaparición de la mayoría de los asentamientos indígenas fortificados en beneficio de otros mejor situados y controlados por el poder romano. Un ejemplo de ello pudiera ser el de Critana, semiabandonado debido a la creación a 2 km de distancia de El Campo, por donde pasará la Vía XXIX (Laminium-Titulcia) (Fuentes Dominguez 2006: p. 66)

Manjavacas, al igual que sucede en El Morrión o El Cerro de las Nieves en época romana, ve aumen-tar la población y su traslado por parte de Roma a otro lugar de habitación, acercándose más a la vía de comunicación y curso de agua. Aquí se observa que la población en época romana se ubicó en dos ámbitos diferentes: por un lado se mantendría el asentamiento en el cerro donde se encuentra la actual ermita de la Virgen de Manjavacas, población ésta de carácter indígena, siendo la misma que estaba con anterioridad. Por otro lado, cerca de la laguna, junto al Camino Toledo a Murcia, se aprecia a través de las prospecciones gran cantidad de material cerámico de época romana, además de construir probablemente una acequia para desviar el agua de la laguna, creando zonas de regadío y evitar inundaciones. La extensión en esta época es considerable, cerca de 20 ha. Nos encontraríamos ya con una ciudad y no con una villa. Además de localizar cerámica también se ha documentado gran cantidad de espejuelo o lapis specularis, el material que los romanos extraían de la Península para la realización de ventanas (el denominado cristal de Hispa-nia).

El lapis specularis supuso en esta época para el centro peninsular una verdadera revolución por la riqueza aparejada, sobre todo para ciudades como Segóbriga (Saelices, Cuenca). El lapis specularis es un mineral de yeso que se utilizaba para el cerramiento de vanos y como piedra ornamental para revestir pa-redes y suelos de edificaciones de cierta relevancia. (Guisado di Monti 2002: p. 405).

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El área de explotación del lapis comprende las actuales provincias de Toledo y Cuenca, en tierras de carpetanos y celtíberos. El espejuelo ya era conocido por las poblaciones autóctonas y utilizado en la arqui-tectura doméstica de sus edificaciones, así como para la elaboración de yesos.

En todos aquellos lugares donde se extrajo espejuelo se originaron unos patrones de asentamiento propios que consistían en potenciar los núcleos prerromanos ya existentes. Junto a las ciudades principales como Segobriga se crearan otras satélites –que ya existían antes- pero que adquirieron mayor importancia por encontrarse cerca de los núcleos mineros. Manjavacas podría estar dentro de este grupo, al igual que El Morrión, La Hidalga y Ruidera. (Bernader Gómez 2006).

Si observamos y analizamos los yacimientos romanos de la zona nos damos cuenta que estamos den-tro del territorio de acción de la minería del lapis specualaris, teniendo muy cerca los famosos yacimientos de Osa de la Vega y Monreal, con una fuerte romanización y donde los asentamientos presentan distintas tipologías entre sí. Hay desde núcleos muy grandes hasta muy pequeños y algunos de carácter especial, como son los de los pozos fortificados, como Pozo Zangarrón (Mota del Cuervo), Pozo Bernaldo (Socuélla-mos), Pozo Sevilla (Alcázar de San Juan) entre otros (Morín de Pablos 2011: p. 28). Todos estos poblados o urbes se encontraban cerca de los principales caminos, como hemos mencionado con anterioridad; en el caso del lapis la principal vía de exportación era la Vía Spartaria o C-1. El trazado minero del lapis sería el eje Ercávica-Segóbriga-Carthago Nova, ruta prerromana que unía la zona centro de la Península con el área del sureste, teniendo bifurcaciones en dirección a Complutum (Alcalá de Henares, Madrid) (calzada IB) y a Ercávica (Cañaveruelas, Cuenca) (Regulez Muñoz 2006).

Al analizar la situación geográfica, las dimensiones y materiales, podemos decir que Manjavacas po-dría hacer sido uno de estos núcleos mineros del territorio del lapis specularis. Por su terreno cercano a la laguna, encontramos gran cantidad de este material, además de encontrarse en el Camino de Toledo a Murcia, antiguo ramal que comunicaba con la Vía C-1. Las dimensiones del asentamiento en esta época son considerables a pesar de no haberse encontrado restos arquitectónicos, la potencia de material arqueoló-gico con adscripción romana es muy alta. Con los pocos datos que barajamos a través de la prospección extensiva realizada, sí podemos determinar que estaríamos ante una urbe con organización urbana, con espacios domésticos y espacios públicos, la construcción de una acequia para desaguar el vado del río y la laguna y así poder facilitar el paso por el mismo; probablemente tuvieran espacios públicos y hasta un templo o lugar sagrado dedicado al agua por la cercanía de la misma y por la construcción en épocas pos-teriores desde la tardoantigüedad de una ermita junto a la laguna y de un poblado de repoblación bajo la tutela de la Orden de Santiago.•

Lapis specularis o es-pejón de la laguna de Manjavacas, y fragmen-to de cerámica pintada prerromana del pobla-do de Manjavacas

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Alicia Gómez Pérez I [email protected]

La Fundación Torquemada-Rodríguez Bustos ha crea-do en la localidad palentina de Torquemada el Museo Bustos como exponente de la Castilla rural de media-dos del siglo XX. Continente y contenido pertenecieron a la familia Rodríguez Bustos que, resistiendo los duros años de guerra y posguerra, son reflejo también de la recuperación económica de los años sesenta. El artífi-ce de esta iniciativa, D. José María Rodríguez Bustos, personaje polifacético que compaginó vida religiosa y artística, incluyó además en el proyecto una oficina de turismo como espacio propio para su Torquemada na-tal.

BUSTOSMUSEO

MEMORIA DE UNA FAMILIA,CRÓNICA DE UN PUEBLO

Palabras clave: museo; casa; social; Torquemada.

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Presentación

La Fundación Torquemada-Rodríguez Bustos, creada en marzo de 2008, tiene como fines principa-les: «preservar el gran legado artístico-cultural cedido por el Presidente Fundador, D. José Mª Rodríguez Bustos, relacionado con el municipio de Torquemada y la comarca del Cerrato, así como revalorizar todo lo concerniente con dicha localidad y alrededores, ya sea histórico, artístico o cultural». Bajo esta óptica, dicha Fundación contacta en 2009 con SERCAM, S. Coop. para crear un museo de carácter etnográfico en Torquemada. Claramente se parte de unas premisas:

- Un personaje, José Mª Rodríguez Bustos, nacido en Torquemada en 1923, que pretende crear un museo en su población natal. Fundador y actual Presidente Honorifico de la Fundación Torquemada-Ro-dríguez Bustos.

- Un contenido: la colección formada por los bienes culturales que José Mª Rodríguez Bustos ha reu-nido y proporcionado, por un lado, provenientes del patrimonio personal y familiar y, por otro, los que fue adquiriendo para la ambientación etnográfica que pretendía asociar a su museo.

- Un contenedor: el edificio colindante a la vivienda que José Mª Rodríguez Bustos habitó en su infan-cia, la cual mandó construir su abuelo (Benigno Rodríguez) en 1873.

El planteamiento museológico que surge con ello: diseñar un complejo turístico y cultural en el que el

Museo se erija como espacio para la difusión y recuperación de la gran importancia de Torquemada como nudo de comunicaciones, para convertirse en punto de encuentro y lugar de recepción para un visitante que demanda información y entretenimiento en su visita por los enclaves más significativos del Cerrato palentino. Más aún, el Museo, susceptible de desarrollar también aspectos de la cultura tradicional de ca-rácter global, no ha de limitarse a la exposición de las peculiaridades torquemadinas, sino que se sumergirá igualmente en el transcurrir cotidiano que desde la segunda mitad del siglo XX repercute de forma muy similar ya no sólo en el Cerrato, sino en el medio rural de Castilla y León con el que comparte el abandono de los campos y de la cultura y formas de vida tradicionales bajo el espejismo deslumbrante de la industria-lización y el consumismo.

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Acceso al Museo Bustos y Oficina de Turismo, y torre mirador del Museo

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Aprobado dicho planteamiento, la Fundación Torquemada-Rodríguez Bustos, acomete, por un lado, el inventario de objetos y piezas representativas de la desfasada economía agraria tradicional que el oc-togenario promotor había reunido con el fin de crear su particular museo. Registro que se hace extensible al fondo que constituye el propio patrimonio familiar y personal, conformando todo ello una importante colección de bienes culturales expresiva de la etapa histórica que nos ocupa. Por otro lado, se lleva a cabo la rehabilitación de la casa destinada a contenedor del Museo. Ésta proyecta ambientarse como una casa «tipo» cerrateña, respetando los espacios y los usos tradicionales que tuvo, para presentarla como un Mu-seo singular en el que paralelamente se inserta una muestra de la vida cotidiana, familiar e inquietudes artísticas y culturales del fundador (entre las que destacan la persistente devoción y fidelidad hacia su tie-rra) y la admiración de los bienes patrimoniales, formas de vida y tradiciones mantenidas por las gentes de Torquemada (que tantas veces representó en sus cuadros).

Con todo, el Museo Bustos apuesta por convertirse en un centro de recepción, un lugar de reunión y un nexo con el territorio y su historia más reciente, una historia que recorreremos guiados por la familia Rodríguez Bustos.

Planteamiento museológico

El Museo Bustos se organiza en 2 secciones: 1) la Oficina de Turismo y, 2) la Casa Museo. El área de recepción a este complejo se realiza por la Oficina de Turismo, instalada en un edificio de nueva creación, con forma de torre almenada. Consta de una planta baja, una terraza a media altura y un mirador superior acotado por novísimas almenas.

Bajo el lema «Recorre las calles, respira el campo y disfruta las fiestas», se invita al visitante a conocer la localidad de Torquemada transitando por su trama urbana, disfrutando de su entorno natural o parti-cipando en sus festejos y celebraciones. De éstas son señaladas: la popular fiesta de Quintos en la Noche de Reyes (con mozos y mozas ataviados con leguis ―polainas― de cuero, cantando las redes ―coplillas picarescas y satíricas creadas por los propios quintos―), San Marcos (25 de abril, con romería al Santuario de Valdesalce y reparto de pan y queso entre los asistentes), La Virgen y San Roque (15 y 16 de agosto, las Fiestas Mayores), San Mateo (21 de septiembre y segunda romería a Valdesalce, con procesión de la Vir-

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Iglesia de Santa Eulalia vista desde el mirador de la torre del Museo.

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gen precedida de danzantes al uso tradicional y guiados por el «Birria»). La Feria del Pimiento, a finales de septiembre, o la representación del Cortejo Fúnebre de Dña. Juana, en junio, suponen dos nuevos eventos creados por los torquemadinos, apostando por la exaltación y promoción de recursos propios, ya sea el producto estrella de la huerta local, ya un acontecimiento histórico insólito (la llegada a Torquemada en 1507 de Juana ―hija de los Reyes Católicos― en avanzado estado de gestación, al frente del féretro de su esposo, propició el nacimiento en la localidad de la princesa Catalina, apodada «la Torquemadina»).

En la parte urbana destacan como puntos o elementos singulares: la ermita de Santa Cruz fue (s. XII), el santuario de la Virgen de Valdesalce (s. XIII), la iglesia de Santa Eulalia (ss. XIV al XVIII), el puente sobre el Pisuerga (levantado en el siglo XVI con veintidós ojos, ampliados a 25 entre el XVII y XVIII) o la casa familiar de Zorrilla, localizada en la calle Mayor, de la que el propio dramaturgo dijo: «Mi casa era la mejor de la villa, formaba en su interior un ángulo al poniente y al mediodía, cuyas líneas encerraban unos extensos corrales, en donde se gozaba en invierno de un sol vivificador que adelantaba en un mes la maduración de los racimos de las parradas y de los frutales por mí plantados».

En el entorno inmediato se conserva en un estado de mantenimiento aceptable un llamativo barrio de bodegas, importante conjunto de arquitectura tradicional sometido a un proceso de recuperación y conservación a través de un plan de rehabilitación y señalización que cuenta incluso con una marca de calidad. Constituye un valioso testimonio de la fama que alcanzaron los vinos cerrateños durante los siglos XVI y XVII.

Alzando un poco más la vista, desde la terraza de la torre y sobre todo desde el mirador, se fijan varios puntos de atención sobre la ribera del Pisuerga y el monte, un relieve de páramo modelado por el río y res-quebrajado por pequeños valles secundarios aún poblados, en parte, de encina y quejigo.

La Oficina de Turismo abre al patio de la Casa, comenzando ya propiamente el recorrido por el es-pacio museístico de la misma. Así, en el corral, y protegida por unos sotechados construidos para tal fin, se expone parte de la colección etnográfica, cuya simple contemplación nos enfrenta ante el momento de decadencia de la economía agraria en el siglo XX, pero también ilustra los inicios del crecimiento económico en la década de los sesenta, los incipientes momentos de la industrialización, la llegada de nuevas ideas, modas,...

Seguidamente ingresamos a la casa por la cuadra y recorremos las diversas estancias que conforman la planta baja: una pequeña bodega a modo de despensa, cocina y comedor, zaguán y sala de estar. El recorrido de estas dependencias se acompaña de un suplemento museográfico que nos acerca a temas como la sociedad, la vivienda y la familia en las décadas de los 60 y 70.

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Izq.: Corral. Dcha.: Grabado de la Virgen de Valdesalce, 1748. Colección Fundación Torquemada Rodríguez Bustos

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En la cuadra, continuando con la temática de la decadencia de la economía agraria de mediados del siglo XX, se produce ya el tránsito hacia la visita de una vivienda «tipo» de la comarca castellana del Ce-rrato. La planta baja del museo refleja, pues, el ambiente de cambio hacia ese crecimiento económico que experimenta España a partir de 1960: la transformación de una casa de labranza de Torquemada que no puede sustraerse a los avances y cambios en la decoración y mobiliario que van siendo introducidos a través de la radio y la televisión. Junto al zaguán -que conserva una gloria como sistema de calefacción-, la bodega y la falta de aseo se presentan como elementos residuales de un contexto puramente tradicional. Frente a ello se muestran la cocina, el comedor y la sala de estar como piezas especialmente hogareñas en las que se introducen ya elementos propios del avance económico citado y el incipiente consumismo.

La Sala de Estar exhibe, además, una ambientación particularmente familiar, con un muestrario de retratos y fotografías de los padres, hermanas y el propio José Mª, del que se podrán contemplar también algunas de sus obras pictóricas de temática religiosa. De las hermanas se hace referencia a sus trabajos de costura, desde el uso de un antiguo telar al manejo de una máquina de coser y hasta de una moderna trico-tosa que, junto a la televisión, supone una importante novedad de esta etapa del desarrollismo.

El descansillo de escalera que facilita el acceso a la primera planta es aprovechado para incidir en la persona de D. José Mª como sacerdote, educador y artista dedicado a la pintura de paisajes, monumentos y personajes históricos de su tierra.

La Primera Planta es la zona de la vivienda reservada para el descanso familiar y se organiza en torno a un distribuidor en el que se mantiene la imagen de la vivienda que veníamos contemplando en la planta baja. A él abren 4 puertas que corresponden a otros tantos supuestos aposentos o dormitorios. El primero de ellos está ambientado como despacho de D. José Mª, que a su vez comunica con una alcoba, estan-cias éstas en las que podemos contemplarlo como hombre hogareño que, sin desprenderse de su faceta religiosa, nos muestra su vertiente artística e investigadora fundamentalmente asociada a la Historia y Tradiciones de Torquemada.

De vuelta en el distribuidor, las estancias que quedan por visitar tienen como elemento protagonista Torquemada, cambiando radicalmente el desarrollo museográfico predominante hasta el momento. Para que el giro no resulte tan brusco, se acondiciona una pequeña habitación a modo de nexo o transición entre la casa (la vivienda que venimos contemplando en el contexto rural de los años 60 del siglo XX) y la localidad que motiva e inspira los estudios y obras de D. José Mª, Torquemada. Y el tránsito se basa en el constante ir y volver: el paso del tiempo a caballo entre Comillas, donde desarrolló la mayor parte de su labor docente, y Torquemada, su localidad natal y una de sus principales fuentes de inspiración. Las vías de

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José Mª Rodríguez Bustos en el día de la inauguración del Museo, 12 de julio de 2012, y sala de estar del museo.

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comunicación que se establecen desde esta última población quedan recogidas como nudo de comunica-ciones en un multimedia con un programa interactivo.

Con la licencia que la interpretación museológica nos permite y persuadidos por las propias investi-gaciones de nuestro protagonista sobre Torquemada, se habilitan los dos últimos cuartos como un único espacio especialmente diseñado para la presentación de la localidad. Se puede decir que en esta nueva sala se muestran las inquietudes de D. José Mª por el devenir histórico y patrimonio cultural y natural de Torquemada, con datos concisos y señalados y su inseparable asociación a unos personajes de renombre (Fray Tomás de Torquemada), distinción (la reina Juana de Castilla o sus hijos Catalina y Carlos) y hasta re-probado prestigio militar (general francés Lasalle) o reconocido quehacer literario (José Zorrilla).

Bajo cubierta se localiza la última planta de la casa, que corresponde con el desván, convertido ahora en un amplio espacio diáfano que, sin embargo, no es accesible al visitante en toda su superficie, ya que la caída del tejado, a dos aguas, inutiliza las zonas de menor altura. No obstante, se han diseñado dos tipos de estructuras para dichas zonas que cumplen al mismo tiempo las funciones de soportes expositivos y ba-rreras de acercamiento para el visitante, de forma que se crean dos ambientes: uno que preserva la imagen propiamente del desván como espacio de almacenamiento de enseres sin uso y otro, más desahogado, para transitar, que se destina a sala de exposiciones temporales. El equipamiento se completa con un mó-dulo audiovisual con atractivas imágenes del Cerrato y de Torquemada, complementado con banda sonora original creada por el compositor vallisoletano Eduardo Tarilonte.

Como parte del montaje museográfico inicial de la Casa Museo se ha diseñado una muestra tempo-ral sobre la obra pictórica de José Mª Rodríguez Bustos relacionada con Torquemada y el Cerrato. Así, pues, de mano de D. José Mª como insigne anfitrión, el visitante finalizará la visita a esta casa disfrutando de monumentos y tradiciones, paisajes y cambios estacionales, personajes anónimos o históricos y figuras religiosas a las que el autor vincula con su población natal.

Desde el desván se deshace lo andado y continúa la visita al museo en el corral, de nuevo. En un rincón del mismo, cerrado a chaflán, se contempla primeramente la capilla, espacio cuya ambientación pretende ser un recordatorio del santuario de la Virgen de Valdesalce, patrona de Torquemada. En una señal infor-mativa adjunta se hace constar que sus orígenes remonta al siglo XIII, «como ha demostrado el hallazgo de una escultura de la Virgen de este siglo. El culto a esta imagen en el Cerrato ha tenido continuidad hasta la actualidad, como evidencian los exvotos conservados del siglo XVIII, habiendo constancia de ellos también en el XVII, y la pervivencia de las romerías, novenas y misas que en honor a la Virgen se celebran a lo largo

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del año. Se mantiene viva igualmente una cofradía encargada fundamentalmente del cuidado de la Virgen y su santuario».

Finalmente, el patio, último espacio museístico, simula quizá ese terreno próxima al santuario, ocu-pado en las romerías para bailes y juegos o la holganza. Una señal expositiva le hace la presentación como «lugar de recreo de la casa a la vera de la capilla. ¡Qué de recuerdos de la infancia!, de las horas pasadas en la pradera de la ermita compartidas con los amigos y aquellos juegos sencillos, trenzados con objetos cotidianos y simples. (...) es utilizado por el niño para su entretenimiento, por el joven para el descanso y la charla pausada con los amigos y por el viejo para la meditación y el recuerdo. En este pequeño lugar se aglutinan las tres etapas de la vida».

El patio está dotado con un equipamiento museográfico basado fundamentalmente en juegos y ob-jetos de uso cotidiano en la infancia y adolescencia de los jóvenes actuales, los de hace treinta-cuarenta años y los de hace más de sesenta. Separados en tres series o lotes, su manipulación pretende provocar la simple actividad de: revivir el propio pasado personal, provocar conexiones entre las tres generaciones y poner todo ello en relación con el hecho de la visita que se acaba de efectuar a esta singular Casa Museo, ambientada, recordemos una vez más, en el medio rural en pleno cambio hacia la era industrial y globali-zadora de mediados del siglo XX.

El Museo Bustos fue inaugurado el 12 de julio de 2012, asistiendo José Mª Rodríguez Bustos, con 88 años cumplidos y un estado de salud delicado, rodeado de autoridades y vecinos de la localidad y la comar-ca. Desde entonces, el Museo es gestionado por la Fundación, que programa en verano campañas de ac-tividades, principalmente destinadas a público infantil, pero también para adultos, diseñadas y realizadas por la monitora cultural Eva Enríquez. Mencionar, como nota singular, la puesta en escena en el desván de la Casa de la obra La mujer de negro, obra escrita por Zorrilla en Torquemada, representada por el grupo de teatro Mercucho Producciones bajo la versión dirigida y creada por Cruz García: Los ecos de la Santa Cruz. Evocando a Zorrilla.

Años 50. Danzantes durante una Romería en el Santuario de Valdesalce. Colección Fundación Torquemada Rodríguez Bustos.

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A modo de despedida, se inserta seguidamente el texto proporcionado por el periodista Jesús Hermi-da al solicitarse su colaboración para el Museo Bustos en ciernes. Corría el mes de julio, año 2011:

Aquel 68. Luego, cuando ya pasó todo, alguien los llamó «década prodigiosa» y bien lo pudo ser, quizá el prodigio de un cambio: de tal como éramos a lo que entonces y desde entonces ya fuimos.Pero si en aquellos años sesenta hubo alguno verdaderamente prodigioso (para bien, para mal y para todo) ese fue el flamígero sesenta y ocho, annus mirabilis y portento alucinante del calenda-rio. De hecho, 1968 ya nació con el pan de lo nuevo, lo inquietante y lo deslumbrador bajo el bra-zo. En su partida de bautismo aparecían tres de los apellidos recién incorporados al registro civil de las novedades que trastocaron la biografía de aquellos tiempos: minifalda, Seat 600 y Beatles. Toda una laica santísima trinidad.Pero 1968, heredero sin duda del tumulto juvenil e incandescente de sus ocho hermanos mayo-res, pronto alzó la voz y quiso tener vida e historia propias: coléricas, imprevisibles, siempre al filo de la navaja y siempre más allá. Su curriculum es un rosario que nos sobresaltó, manantial de hechos, sentimientos y pasiones que nunca cesaba.Veamos: en febrero, apenas balbuceante, 1968 encendió su primera traca: la guerra de Vietnam, injusta y hasta obscena, maldita por toda una joven generación, alcanzó su cima de sangre. Un

Despacho, Comedor,Bodega-despensa,y Zaguán.

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mes más tarde, el presidente norteamericano Johnson tuvo que renunciar a su reelección. En abril, matan a Martin Luther King, el que tenía un sueño. En mayo, la juventud de Francia pide el poder para la imaginación y enciende con sus ansias de más libertad a la juventud de medio mundo. Nace una nueva primavera.Llega junio y otra bala sacude al mundo: la que mata a Robert Kennedy, hermano y sucesor del presidente asesinado cinco años antes. Las calores de julio hacen hervir de violencia, fusiles, gas lacrimógeno y flores hippies las elecciones norteamericanas. En agosto, las botas y los tanques soviéticos aplastan otra primavera: la de Praga con sus sueños de libertad. Y suma y sigue.El otoño comienza con una condena: la del papa contra la píldora anticonceptiva, un símbolo universal de los sesenta. Hay crisis de conciencias. El otoño sigue con el anuncio de que «la reina viuda» de toda una generación se casa con un corsario de los negocios. La adorada Jackie Kenne-dy y el ricacho Onassis. Estupor, decepción y vergüenza ajena. El otoño termina con una moneda que cae de perfil: en noviembre el por tantos odiado Nixon es elegido presidente. Comienza, sin que nadie lo adivinara entonces el camino hacia la corrupción y el desencanto del Watergate, un tumor de la democracia.Pero diciembre, al fin da un respiro, una ilusión y unas ganas de vivir, el gran y gozoso espectáculo de las buenas nuevas. Un vehículo espacial tripulado ―Apolo 8― llega por primera vez a la luna y, desde allí, nos felicita la navidad a todos.Y así, con la promesa de que al fin pasearíamos por la luna y que la humanidad, toda ella, cruzaría otra nueva frontera se nos va el sesenta y ocho.El año de los años en la década de las décadas. Si prodigiosa o no, lo ignoro. Si se que, vivirla, daba vértigos. •

Años 50. Las hermanas Rodríguez Bustos durante unas clases de costura.Colección Fundación Torquemada Rodríguez Bustos

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José Luis Ascensión Gómez Blanco I Arqueólogo y etnógrafo I [email protected]

En la localidad vallisoletana de Mucientes se localiza una singular construcción, un refugio de pastores ―chozo― subterráneo rodeado de los pertinentes corra-les o majadas en superficie. Su estructura, sus grandes dimensiones, la ubicación junto a la Cañada Real Leo-nesa, etc. son elementos que hablan de una edificación común asociado a las vías pecuarias que se desarrolla-ron desde la antigüedad hasta los años cuarenta del pasado siglo, pero que deja de ser común al haber sido construida bajo tierra.

CHOZOEL

UN DESCANSADERO HIPOGEO DE MERINASEN MUCIENTES (VALLADOLID).

DE GASPAR

Palabras clave: chozo; pastor; merina; cañada.

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Pastor que estás en el montecomiendo pan de centeno,

si te casaras conmigocomerías pan del bueno.

Anónimo tradicional

Trashumancia y vías pecuarias

Se entiende por trashumancia el desplazamiento anual de los rebaños desde las zonas bajas, donde el ganado pasa el invierno, hasta las zonas altas, lugar en que mejor se mantienen los pastos en verano. La trashumancia se basa, por tanto, en la adaptación de los rebaños a los ciclos climáticos, de manera que durante el invierno, los ganados quedan en los valles, dehesas y tierras bajas del sur y oeste de la península ibérica, los llamados invernaderos o extremos, donde el clima es más llevadero y a finales de la primavera se trasladan hacia las montañas del norte y el este, a los denominados agostaderos.

Este traslado ganadero se realiza por las cañadas, antiguas rutas que cruzan el país de norte a sur, formando un amplísimo sistema de caminos de distintas anchuras, hasta un máximo de 70-100 metros. Dichas cañadas y caminos accesorios reciben en conjunto el nombre de vías pecuarias. Alfonso X el Sabio en el siglo XIII fundó el Honrado Concejo de la Mesta, institución encargada de organizar, estructurar y ve-lar por los intereses de esta importantísima industria. Aún hoy se mantienen vigentes muchos de aquellas ordenanzas en cuanto a la caminería se refiere, ratificadas por la Ley de Vías Pecuarias de 1995.

Para dar una imagen de su importancia, baste decir que el total de las vías integran más de 124.000 kilómetros de longitud (quince veces más que la actual red ferroviaria) y un total de 421.000 hectáreas de superficie, prácticamente el 1% del territorio nacional.

A lo largo de estas rutas antiquísimas se conservan vestigios de las principales culturas ibéricas: dól-menes, verracos, abrevaderos, fuentes y castros, calzadas, puentes, santuarios y ermitas, ventas, pueblos y ciudades. La mayoría de las calles principales de nuestras poblaciones aún son vías pecuarias, por donde, durante siglos, han circulado los rebaños.

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Estas vías pecuarias se clasifican, según sus medidas, de la siguiente forma:• Cañada: 75 metros de anchura (90 varas castellanas=75,22 metros).• Cordel: 38 metros.• Vereda: 21 metros.• Colada: de anchura variable.

Citaremos también, y es el objeto de este breve artículo, ciertos ensanchamientos de las vías desti-nados al descanso al final de la jornada trashumante. Dentro de estos descansaderos se encontraban los abrevaderos, pilones, arroyos o remansos para que el ganado saciara la sed; las majadas, corrales donde se recogía al ganado para pasar la noche mientras los pastores quedaban a resguardo en los chozos (García Martín 2005).

Localización

Las primeras noticias sobre la existencia del Chozo de Gaspar, nos llegan a través de la familia Paunero de la localidad vallisoletana de Mucientes. Se trata de una construcción hipogea situada en el término en-tre el Pago de Barriga y el Picón de López y cuya ocupación principal fue la de refugio de pastores aunque, en época posterior, también se usó como cobijo durante el aprovechamiento del monte en época invernal.

El chozo se localiza a unos seis kilómetros de la localidad de Mucientes a cuyo término municipal per-tenece, en las proximidades del antiguo Camino de Valladolid a Ampudia (Palencia). El entorno donde se ubica es la llanura de la paramera, en el borde del monte de Cigales (Valladolid), en un paraje de encinar. El chozo se encuentra rodeado de más de una docena de corrales ―majadas― construidos a base de murete de piedra en seco y junto a un par de pilones o abrevaderos tallados en piedra de una solo pieza. Uno de ellos, circular, es el resultado del aprovechamiento de una rueda de molino con los bordes realzados en ladrillo. El otro presenta formato rectangular.

Desconocemos la existencia de documentación al respecto, no obstante la tipología del emplaza-

Abrevaderos para el ganado.

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miento, las características constructivas y la proximidad a la Cañada Real nos permitió aventurar la hipóte-sis de encontrarnos ante un descansadero de ganado merino junto a la vía, para dar cobijo a las ovejas en los corrales y a los pastores en el chozo o, en tiempo desapacible, a ambos en el chozo, dadas sus dimen-siones.

En la planimetría se recoge el topónimo específico de «Casa de Gaspar» y el de «Chozo de Barrigón» para denominar a todo el pago, aunque esto no es del todo seguro dada la tendencia utilizada en los mapas de unificar el nombre de varios pagos en uno solo.

Lo cierto es que la localización del chozo obedece a criterios estratégicos, ya que se encuentra en el citado Camino de Valladolid a Ampudia, muy próximo al cruce de este con el Camino de (Medina de) Rioseco a Cigales. Por esa estrecha área también confluyen el Camino de los Serranos hacia el sureste y el Camino de los Carboneros hacia el noroeste.

Estructura

Durante nuestra primera visita, un lejano 22 de abril de 1998, el deterioro del complejo ya era con-siderable: buena parte del chozo se había derrumbado y los muretes de los corrales hundidos e, incluso, expoliados.

La entrada al chozo se realizaba por el sur, por una rampa de buzamiento suave que daba paso a una arcada construida en sillería, umbral de la puerta de acceso. La crujía principal discurre sur-norte con una anchura de 2.50 m y una longitud de 18 m, con la techumbre apuntada y de 2.80 m de altura. Las paredes se afirmaban mediante zócalo de piedras de 1 m de alto unidas con barro.

Poco antes del final del corredor, que se remata en forma de semicírculo, se abre en el techo una chi-

Plano general de localización del chozo y fotografía aérea.

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menea de forma circular y diámetro de 0.80 m con la pared reforzada con murete de piedra. En el exterior esta se delimitaba con un círculo de piedras.

Muy próxima a la entrada, en el lado oeste (lado izquierdo del corredor) se abría otra crujía de 4 me-tros de anchura por 8.40 de longitud y ya totalmente hundida. Contigua a esta, se excavó otra sala de 2.60 m de ancho y misma largura. En el fondo de la misma, con la misma anchura de la sala, una profundidad de 1.40 m y 0.60 m de altura, se construyó una poyata que, posiblemente, constituyera el lecho de descanso para el pastor. Junto a esta estructura arranca una cuarta crujía, una pequeña estancia de 1.40 metros de anchura, 4.50 de fondo y, como en el resto de la construcción, 2.80 m de alto. También provista de abertura en el techo para la salida de humos. En esta estancia se realizarían las labores culinarias.

Durante los años que siguieron a la Guerra Civil nuestro informante afirmó haber utilizado el chozo con asiduidad para esconderse de los guardas del monte en sus furtiveos cinegéticos. También era conoci-do que el personal que trabajaba en el aprovechamiento del monte lo usaba como residencia ocasional. Al parecer la frondosidad de la zona en esa época hacía pasar desapercibida esta construcción subterránea.

La Cañada Real Leonesa

El Chozo de Gaspar se encuentra asociado a la denominada Cañada Real Leonesa. El tramo que atra-viesa los Montes Torozos, se la conoce como Cañada Leonesa Oriental, que baja desde el nordeste de la provincia de León y norte de la de Palencia hasta Badajoz. Esta vía es antiquísima, su trazado viene a coin-cidir con el itinerario Palencia-Montealegre, siguiendo hasta La Mudarra, Peñaflor y Torrelobatón ―pobla-ciones todas ellas de la provincia de Valladolid― y que ya existía en el siglo II a. C.

Planta y sección del chozo, indicando las partes conservadas y las arruinadas en 1998. Fotografía aérea del emplazamiento del chozo en la actualidad.

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Durante el cruce de los Torozos, los rebaños encontraban amplios territorios, abundantes pastos, agua y descansaderos apropiados.

Viviendas hipogeas

Las construcciones bajo tierra no son raras aún en nuestros días, ya entrando en el siglo XXI. Podría-mos hacer mención someramente de las famosas viviendas de la Vega de Granada, de Guadix o las más conocidas aún cuevas del Sacromonte en el Barranco de los Negros, frente por frente de La Alhambra.

También en la propia provincia de Valladolid, sin alejarnos demasiado, es fácil encontrar ejemplos de este tipo de vivienda en Aguilar de Campos, Cabezón de Pisuerga y varias poblaciones del valle de la Esgueva (Roldán Morales 1996) y de la comarca del Cerrato palentino, como las casas de Alba de Cerrato (Martín Criado 1997).

El hecho de que fuera muy barata la construcción hizo siempre proliferar este tipo de casas. No se trataba de añadir materiales sino de lo contrario, extraer tierra hasta lograr el hueco necesario para la vida de personas y animales.

En ocasiones, como en Granada y otros lugares, se realizan construcciones convencionales adosadas a la boca y, a diferencia del caso que nos ocupa, se aprovechaba el alomamiento del terreno. La tempera-tura constante durante todo el año y la ausencia de humedad, hacía que estas viviendas resultaran sanas además de baratas. Constituían, por lo general el área de residencia de la clase social más baja, dentro de la distribución urbana de la población (Sarabia López 1986). Muchas veces, la ausencia de piedra y materiales de construcción en el entorno hacia que fuera la única solución. Bien pudo ser este el motivo de la cons-trucción del Chozo de Gaspar, ya que el espacio necesario para un gran rebaño que se precisara poner bajo techo había de ser así de grande. En una construcción convencional, el costo hubiera sido muy elevado.

Con respecto a estas construcciones para viviendas en el resto del país, son muchas las denomina-ciones, si bien lo más común viene a ser casa-cueva o simplemente cueva. En La Mancha, en la zona de

Entrada al refugio pastoril en 1998, y una de las dos chimeneas con las que contaba el complejo vista desde el interior.

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Villacañas y el valle del Tembleque encontramos la denominación de silo (García Mercadal 1986).Desconocemos el estado en que se encuentra actualmente el Chozo de Gaspar. No nos queda más

que lamentar, una vez más, la situación de abandono de nuestro patrimonio arquitectónico popular. Es-tos escasos ejemplares que han llegado a nuestros días, deberían ser mimados, cuidados y bien podrían constituir un atractivo más que añadir a las poblaciones que los poseen; el mantenimiento sería mínimo, una señalización indispensable y poco más. Si apenas son reconocibles hoy las cañadas, apareciendo cons-trucciones y otras tropelías en ellas, es de temer, con pesar, que el abandono y las inclemencias naturales borren definitivamente de nuestra memoria estos mudos testigos de una actividad de tanta importancia.•

BibliografíaGARCÍA MARTÍN, P. 2005: Cañadas, cordeles y veredas. Junta de Castilla y León, 2005.GARCÍA MERCADAL, F. 1984: La casa popular en España. Monografías de la Dirección General de Arquitectura y Vivienda. Madrid.MARTÍN CRIADO, A. 1997: Las casas subterráneas de Alba de Cerrato. Revista de Folklore 22. Valladolid.ROLDÁN MORALES, P. 1996: Arquitectura popular de la provincia de Valladolid. Diputación Provincial de Valladolid. SARABIA LOPEZ, M. P. 1986: IV Jornadas de Etnología de Castilla-La Mancha, Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Albacete.

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Eva María Martín Rodríguez I Arqueóloga

Los trabajos arqueológicos derivados de la construc-ción del Polígono Industrial de Baltanás (Palencia) ha permitido estudiar un importante asentamiento cono-cido como Santa María de la Aldea, desde sus orígenes en el siglo VI hasta su abandono diez siglos más tarde (siglo XVI). En el presente artículo nos centramos en el edificio de culto localizado y sus diferentes fases edili-cias.

SANTA MARÍADE LA ALDEA

EL YACIMIENTO DE

(BALTANÁS, PALENCIA)

Palabras clave: hispanovisigodo; Baltanás; Edad Media; aldea; necrópolis.

EVOLUCIÓN DE SU IGLESIA

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La localización y la posterior excavación del yacimiento situado en el pago conocido como La Poza, en el municipio de Baltanás (Palencia), debemos inscribirla dentro de las obras de urbanización del futuro polígono de industrial de la localidad, promovidas por ADE Parques y ejecutadas por la constructora Comsa Emte, que se iniciaron en noviembre del año 2009. Todo este trabajo nos ha definido un poblado que pervi-ve a lo largo de casi diez siglos de historia, desde finales del siglo VII hasta el siglo XVI.

Un asentamiento que tiene su núcleo principal en el edifico eclesiástico que hemos documentado en lo alto del teso. Asociado a esta iglesia se ha podido excavar una extensa y prolífica necrópolis de hasta un millar de enterramientos, que, aunque muy interesante, no es ni debe ser lo más determinante de este yacimiento.

A la hora de buscar documentación y referencias históricas de este asentamiento, hemos recurrido al libro escrito por San Martín Payo en 1951, La más antigua estadística de la Diócesis Palentina, en el que hace un repaso a todas las parroquias de la provincia de Palencia del año 1345, la que nos interesa para este estudio es el arciprestazgo de Baltanás, están todas localizadas según el de Inventario Arqueológico de la Junta de Castilla y León menos una, la conocida como Santa María de La Aldea.

A este asentamiento hace referencia también Manuel Ruifernández en su libro Descripción de Valta-nás. En el siglo XVIII, cuando escribe este libro, el asentamiento de la Aldea y su iglesia dedicada a Nuestra Señora está ya abandonado, pero todavía se reconoce en el terreno, lo sitúa a media legua del pueblo de Baltanás y a otra media legua del despoblado de Funetecirio, en el camino que lleva a Palencia. Este autor se refiere a este paraje como la Aldea y su Castillo, no sabemos si con este nombre se refiere a una impo-nente construcción que se localiza en el punto más alto del teso o si por el contrario se refiere al cotarro situado al noroeste de nuestra zona de trabajo, punto que es conocido tradicionalmente en el pueblo de Baltanás como El Castillo.

Todos los asentamientos de los alrededores desarrollan una población que, por la documentación es-crita que nos ha llegado, son de dimensiones muy similares, compartiendo parte de la tierra de labranza y del monte; de hecho hemos podido encontrar documentación que hace referencia a disputas por el monte entre Fuentecirio, Santa María de la Aldea, Villaviudas y Tablada. También hemos comprobado que nuestro pequeño poblado pasa de manos de dueño con cierta frecuencia. Así, sabemos que en el año 1475 Pedro de Acuña, segundo hijo del señor de Villaviudas (Luis Fernández 1998), recibe estas tierras como arras de su matrimonio con Teresa Sarmiento, junto a Villaviudas, Fuentelcirio y Renedo de Cerrato, pasando después a tributar con el pueblo de Baltanás, un total de 17799 maravedíes entre los dos, pasa en el siglo XVI a for-mar parte de las tierras del pueblo de Baltanás y despoblándose (Vallejo 1978).

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A partir de este abandono, el asentamiento pasa a ser una cantera del pueblo más cercano, hasta que ya no queda de él más que las zanjas del expolio de los cimientos de los grandes edificios. Llega a tal punto el arrasamiento que cuando Madoz escribe su Diccionario Estadístico, en la primera mitad del siglo XIX, ya nada queda del asentamiento, únicamente parecen intuirse los cimientos del templo y lo que él geógrafo denomina cuevas y túneles subterráneos (Madoz 1845), refiriéndose así a los silos basureros que en estos años todavía estarían algunos sin colmatar.

Los materiales recuperados, así como las estructuras estudiadas, nos permiten enmarcar cronoló-gicamente el asentamiento en distintas fases de ocupación:

Fase I HispanovisigodaFase II Construcción de la primera iglesiaFase III Silos del interior de la iglesiaFase IVa Construcción de la segunda iglesiaFase IVb Construcción de la habitación adosadaFase V Abandono

Fase I

La fase hispanovisigoda se encuentra representada en nuestro yacimiento por los restos recuperados en la necrópolis, sin que hayamos podido determinar si estas inhumaciones se encuentran en relación con algún núcleo poblacional o bien se trate de tumbas plein champ.

De la totalidad de los enterramientos excavados (977), podemos identificar cinco de ellos como hispa-novisigodos, enmarcados cronológicamente entre los siglos VII y VIII.

En toda la necrópolis de Santa María de la Aldea, únicamente dos tumbas presentan ajuar cerámico; se trata en ambos casos de inhumaciones en cista que albergan los restos de un individuo infantil enterrado en ataúd de madera. En una de ellas (tumba 711) se pudo recuperar una pequeña ollita de perfil globular realizada a torneta, una pieza muy común, que no presenta características muy definidas. Sin embargo, el hecho de encontrar un vaso cerámico en el interior de un ataúd supone una intencionalidad que no hemos visto más que en otra inhumación en toda la necrópolis. En la tumba 507, es dónde encontramos el segun-

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do de los ajuares cerámicos. En esta ocasión, es una jarrita con pico vertedor independiente y asa de cinta que sale directamente del labio y se une al cuerpo globular, sin decoración alguna. Esta forma cerámica la podemos encontrar en la los yacimientos de la submeseta norte desde el siglo VI, hasta el siglo IX. Sin embargo la cocción oxidante a la que fue sometida nuestra pieza, así como el color anaranjado de la mis-ma nos permiten retrasar su cronología y situarla entre la segunda mitad del siglo VI y el VII (Larrén 2003), asimilando nuestra pieza a las aparecidas el yacimiento madrileño de Górquez de Arriba (San Martín de la Vega) (Vigil 1999).

A estas dos inhumaciones hispanovisigodas hay que sumar otras tres en las que se ha documentado sendas hebillas de cinturón de bronce. De estas tres, la localizada en la tumba 332 es la que más infor-mación nos puede proporcionar, por encontrarse completa, placa y hebilla, y por su excelente estado de conservación. Es un broche de cinturón de placa liriforme en bronce fundido. Se compone de una hebilla en forma de anillo ovalado de sección circular, articulado a una placa de bronce fundido de silueta liriforme por medio de una charnela, pasador de la hebilla es de hierro y se encuentra en un lamentable estado de conservación. La placa está compuesta por tres espacios bien diferenciados y separados entre ellos por un motivo cordado que discurre por todo el perímetro de la pieza. El extremo anterior lleva un apéndice sobre-saliente al perfil externo. En los tres espacios decorados se pueden apreciar motivos vegetales, simétricos

Jarra con pico vertedor. Tumba 507

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en los dos más cercanos a la hebilla y con un desarrollo circular en el extremo anterior. Los motivos son di-fíciles de determinar, dado en estado de conservación de la pieza, pero parecen apreciarse hojas de acanto.

Este tipo de placas se encuentran en la Península Ibérica a partir de la segunda mitad del siglo VI y a principios del siglo VII, son productos locales que imitan modelos orientales.

El ejemplar recuperado en la tumba 332 de la necrópolis muestra innegables paralelos con buena parte de las tumbas hispanas (El Carpio de Tajo, Gerena, Villar de la Encina, Carboneras de Guadazón, Yecla, etc.), hecho que permite situar nuestra pieza dentro del grupo datado en la primera mitad del siglo VII.

A estos materiales de origen hispanovisigodo hemos de sumar una pieza que merece una especial

Broche liriforme. Tumba 332

Scramasax localizado en uno de los silos de la iglesia.

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atención. En uno de la treintena de silos excavados en el interior de la primera de las iglesias y perfecta-mente sellado por el suelo de la segunda, se pudo recuperar una kurzsax o scramasax con empuñadura lignea, una espada corta y pesada de un solo filo y contrafilo acanalado de indudable influencia merovingia (Martín 1993), un arma que Mezquíriz pudo documentar también en la necrópolis visigoda de Pamplona, datada en su día entre los siglos VI y VII (Mezquiriz 1965).

Lamentablemente, la estratigrafía no nos ha permitido determinar si estas inhumaciones hispanovi-sigodas se encuentran en relación con unidades de habitación o con algún edificio de culto.

Fase II Sobre los cimientos de esta necrópolis hispanovisigoda se edifica el primero de los edificios de culto

que hemos podido documentar. Esta construcción edilicia arrasada hasta los cimientos se corresponde con la segunda fase de ocupación del yacimiento.

La primera iglesia construida en La Aldea presenta unos muros estrechos de apenas 1 m de ancho de mampuesto de piedra caliza de calibre medio trabadas con argamasa. Estos muros conforman una planta

Planta del primer edificio de culto. Fase II

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de una iglesia rectangular con tres naves y una cabecera cuadrada que coincide con la nave central. El altar estaría separado de las naves por un iconostasio de piedra caliza, de la que hemos podido

documentar varios fragmentos durante el proceso de excavación. Los restos del cancel que han llegado hasta nosotros son los de una barrotera fragmentada de 136

cm de altura con todas sus caras trabajadas, en una de ellas está decorada con motivos de cuadrifolias en círculos secantes separadas por botones, mientas que en lado contrario encontramos una serie de semicír-culos secantes formando una retícula, en el lateral está esculpida en bajorrelieve una columna salomónica rematada por un capitel jónico con sus correspondientes volutas, en el lado contrario a esta columna lo que encontramos es una ranura destinada a encajar las placas del cancel.

De estas tenemos fragmentos de tres ejemplos distintitos, una de ellas representa el mismo motivo de cuadrifolias separadas por botones a la que ya hemos hecho alusión, otra de ellas presenta el motivo de semicírculos secantes con botones centrales y el último de los modelos presenta este modelo, pero más estilizado, y con dos círculos concéntricos donde antes había botones.

De nuevo el motivo de semicírculos concéntricos se repite en los fragmentos de las dos celosías de piedra caliza recuperadas, una formando un patrón rectangular y otra uno circular, ambos de gran tamaño, por lo que es poco probable que estemos ante una ventana, parece más acertado pensar en una celosía del cancel.

Podemos poner en relación estas piezas con las iglesias de Quintanilla de las Viñas, San Pedro de la Nave, Santa María de Melque o Bande, lo que nos situaría entre los siglos VII y IX. Sin embargo el referente más claro por proximidad geográfica así como por comparación estilística es sin lugar a dudas la basílica de San Juan de Baños (Baños de Cerrato, Palencia). Este edificio tradicionalmente se fechaba en el año 661, durante el reinado de Recesvinto, no obstante esta cronología hasta ahora irrefutable para todos los edi-ficios visigodos de la Península Ibérica se encuentra en entredicho (Caballero 2001) y ha abierto un debate que nos impulsa a realizar un estudio más exhaustivo de las piezas arriba descritas. Un estudio que no tiene cabida en la presente publicación y que esperamos presentar en un futuro no muy lejano.

Con este edificio relacionamos una gran necrópolis usada por toda la población durante un periodo plurisecular, lo que es sin duda el mejor testimonio arqueológico de la existencia de una comunidad aldea-na, ya que no se ha podido asociar estructuras de habitación a este momento cronológico, aunque sí un importante material cerámico recuperado en los silos/basureros situados en el extremo más oriental de nuestra área de trabajo.

Barrotera de la iconostasis del primer edificio de culto. Fase II.

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Fase III

La tercera fase de ocupación del yacimiento viene marcada por el abandono de este primer edificio como centro de culto y la paulatina excavación de silos/basureros en su interior.

Parece que cuando pierde el culto, esta primera iglesia es utilizada como granero en un periodo dila-tado en el tiempo, horadando el interior con un total de 38 silos/basureros, aunque no todos ellos fueron coetáneos, hemos podido documentar por estratigrafía como unos cortan a otros, para, posteriormente ser amortizados y rellenados de manera intencionada con escombros, presumiblemente de la iglesia de la Fase II. Es entre estos escombros donde hemos localizado los fragmentos de la iconostasis, así como varios fragmentos de la celosía de piedra caliza. Los rellenos de estas estructuras negativas nos da fecha para el abandono y destrucción del primer templo, así una pequeña figura humana decorada con esmalte de tipo champlevé, se trata de la representación de un evangelista, una figura imberbe, vestida con una túnica larga.

En su ropaje es donde se ha utilizado la técnica del esmalte excavado, rellenando los huecos con polvo en colores azul, verde, rojo, los ribetes de separación van en oro, al igual que la cara y las manos, estas muy esquematizadas, la derecha no la apreciamos pero la izquierda la vemos sobre el vientre de la figura. Los ojos son dos pequeños granos de esmalte azul, aunque sólo conserva uno de ellos, sus labios dan a la figura una inexpresividad total. Sobre su cabeza se insinúa una toca. En la parte superior del pecho y en la inferior del vestido se ven dos perforaciones destinadas a la inserción de sendos clavos para colocar esta pequeña figura. Algunos autores nos dicen que este tipo de figuras estaban destinadas a pequeñas arquetas, como las del taller de Silos, aunque también otros autores le dan un destino distinto, colocándolas en los brazos de las cruces procesionales (De la Casa 1992).

El conjunto de materiales arqueológicos nos permite fechar en el siglo XIII el momento en el que los silos/basureros se amortizan, la iglesia se derrumba y se explana el terreno preparándolo para construir un segundo edificio que se corresponde con la Fase IV.

Celosía del cancel de la iconostasis del primer edificio de culto (Fase II), y planta de la iglesia y silos (Fase III).

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Fase IV

A finales del siglo XIII cuando se inicia la construcción del segundo edifico de culto del poblado de Santa María de la Aldea o La Aldea, correspondiéndose con la que hemos denominada Fase IV.

El material arqueológico recuperado tanto en las estructuras domésticas como en las eclesiásticas nos sitúan esta fase desde finales del siglo XIII hasta el abandono paulatino del poblado (siglo XVI). A este periodo se corresponde el grueso del material cerámico recuperado, con muchos fragmentos del tipo du-que de la Victoria y alguna esmaltada, aunque son muy pocas las cerámicas de este tipo, pero sobre todo mucha cerámica común, sin decoración de pastas anaranjadas con desgrasante calizos.

En relación con el edificio de la iglesia hemos dividido esta fase en dos subfases, la primera de ellas (Fase IVa) se corresponde con la construcción de un nuevo edificio de culto sobre los cimientos del anterior, una construcción rectangular a la que años más tarde (Fase IVb) se le adosa una habitación cuadrada y un pequeño pórtico.

Fase IVaEs sobre el espacio preparado, sobre un nivel de arcilla blanquecina muy pobre en evidencias mate-

riales en el que se construye el segundo templo. Un edificio rectangular de 12.5 m en su lado más corto 10 m en el más largo. En el muro sur, se puede apreciar una diferencia de cota en la zanja de cimentación del muro, que interpretamos como la puerta de acceso a esta iglesia.

La cimentación de esta construcción está compuesta por potentes muros de 180 cm de grosor en sus puntos más estrechos y hasta 230 cm en los más anchos, de piedras calizas sin trabajar entra las que se pueden apreciar restos de estelas y de sarcófagos reutilizados, que podemos fechar en momentos alto-medievales.

En el paramento sur, se aprecia un contrafuerte de sillares de piedra caliza bien escuadrados y traba-dos con argamasa, siendo este el único conservado. Sin embargo, estudiando la situación de éste y utili-zando el sentido común, es muy probable que fueran seis los contrafuertes del interior, tres en el muro sur y tres en el norte.

El solado de este edifico era un nivel de yeso pulido, asentado sobre un potente estrato de piedras calizas que se corresponde con el derrumbe del edifico anterior, derrumbe que amortiza los silos/basureros

Esmalte champlevé, y planta y alzado del segundo templo (Fase IV).

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de la Fase III. Entre las inhumaciones relacionadas con esta fase edilicia, destacamos un enterramiento localizado

en el altar. En una fosa simple excavada en el sustrato geológico se localizó los restos óseos de un varón, presumiblemente un sacerdote, enterrado con su ajuar litúrgico de peltre, una patena y un cáliz de cuerpo amplio unido a la peana por un pie con un nudo con cuatro bustos, los evangelistas, que podemos fechar entre los siglo XIV y XV, una pieza muy similar se puede ver en la colección permanente del Museo Arqueo-lógico Provincial de Ávila, proveniente de Pajares de Adaja. Esta pieza nos permite fechar el momento en el que se encuentra en uso el templo.

Fase IVbEn un momento posterior, sin que las evidencias arqueológicas nos hayan permitido determinar cuán-do, se adosa a la pared sur de esta iglesia una pequeña habitación para rectangular de 8 m de ancho y 10 m de largo, con cimientos excavados en el sustrato geológico con muros de grandes bloques de piedra caliza trabados con argamasa, sin que veamos ya ni rastro de sarcófagos reutilizados. Esta habitación tiene su acceso en el muro oeste, accediendo a un pórtico, coetáneo, que se sustenta sobre dos potentes apoyos de grandes bloques de piedra caliza sin trabajar y unos postes de madera, que han dejado su evi-dencia arqueológica en tres pequeños hoyos circulares de aproximadamente 60 cm de diámetro.

Fase V

Por último, el abandono del poblado podemos situarlo en torno al siglo XVI, aunque en 1475 se encuen-tra documentación en la que se asegura que La Aldea tributa junto a Baltanás, en total 24.499 maravedíes.

Coincide esta fecha con un importante desarrollo económico y político de Baltanás, el pueblo se nom-brada capital del Cerrato, no parece descabellado pensar que con el desarrollo de este núcleo atraiga a la gente de las poblaciones cercanas.

Tenemos que entender este proceso como un hecho dilatado en el tiempo, con el abandono paulatino de sus gentes del asentamiento, no como una ruptura traumática.

A pesar de ello, apenas encontramos cerámicas del siglo XVII y XVIII, algún fragmento rodado que no indica de ninguna de las maneras que todavía hubiera asentamiento de población, conocemos por la histo-riografía que ya en el siglo XVIII el poblado está en ruinas. •

Cáliz localizado en enterramiento (Fase IV), yreconstrucción virtual (Fase IV).

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Bibliografía

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EXCURSIÓN A TIERRA DE CAMPOSTexto y fotografías de J. Álvaro Arranz Mínguez.

epc I dossier fotográfico

Tierra de Campos, esa región natural española de la que hablara profunda y ex-tensamente don Justo González Garrido, prócer de Medina de Rioseco, en su ya famoso estudio realizado en los primeros años 40 del siglo XX, nos aguardaba al final de la tarde aún invernal, pero de la que nos favorecimos de una temperatura renacida que se atisbaba en el sol dorado del atardecer prematuro. Un sol que imprimía una fuerte coloración áurea a las imágenes que tomamos en este viaje atemporal, realizado once años después de aquel otro ―primerizo― y donde los estragos del tiempo se hacen más apreciables. Solamente una década después, y las ruinas de lo que ya entonces era ruinoso han avanzado fatalmente hacia su fin, prolongando una agonía pareja a la de los pueblos que les dieron sustento. Solamente en un caso, la ermita de Villabaruz de Campos (Valladolid), localidad de apenas cuarenta habitantes, se ha conver-tido en excepción al restaurarse o quizá reconstruirse o, incluso, fabricarse ex novo, no lo sabemos a ciencia cierta. Igual da en este caso, pues ya es un gran mérito que una población de tan pequeño recurso humano pueda y, sobre todo, desee recuperar parte de su pasado, por más que sea con la aquiescencia y apo-yo económico de la administración.Nuestra excursión ha recorrido un pequeño muestrario de poblaciones notable-mente desfavorecidas por el devenir del siglo XX y el desarrollismo económi-co de la España de la década de los 60. No toda la Tierra de Campos es como la mostramos en estas páginas, pero sí supone un dato significativo de lo que nos encontramos al paso en nuestra urgente travesía: Montealegre de Campos (Valladolid) con cerca de 125 habitantes, Boada de Campos (Palencia) en torno a 20 habitantes, Tamariz de Campos (Valladolid) con 75 personas censadas, Vi-llabaruz de Campos (Valladolid) unas 40 y Belmonte de Campos (Palencia) so-bre unos 30 habitantes. El panorama ciertamente es desolador y así lo hemos querido reflejar en nuestras instantáneas. Esto no significa que no haya margen para la esperanza, pero el devenir de los tiempos modernos parece abocar a lo contrario. Quizá nos encontremos con los despoblados de la presente centuria, que estudiarán los arqueólogos e historiadores de un futuro que prevemos no será muy lejano. Espero que nuestros ojos no tengan que verlo.La primera excursión a Tierra de Campos la realizamos en un lejano mes de abril de 2004 y la segunda se ha producido en este marzo de 2015. Casi once años de distancia en la que nuestros aparatos fotográficos sí han cambiado pero no nuestra mirada de testigos ―nada impasibles, pero sí resignados― dedicados a constatar, a documentar el paso del tiempo por los edificios en que más patente se muestra el abandono y el olvido.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzMontealegre de Campos (Valladolid). 2004

Las glorias del pasado: el imponente castillo y la no menos monumental iglesia (la población aún conserva otra parroquia), ubicadas estratégica-mente en el borde de la paramera de los Montes Torozos, su silueta, su pre-sencia, se hace omnipresente desde las tierras llanas de la Tierra de Campos extendidas a sus pies.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzMontealegre de Campos (Valladolid). 2015

La mecanización del labrantío ha añadido al paisaje nuevos elementos, nueva sofisticación, en este caso en aras de la conservación del producto. Gigantescas balas o pacas de paja que forman una muralla visual muy po-tente. Lo poco que en años ha variado el caserío de la población se debe a la proliferación de grandes naves agrícolas en el extrarradio, en lo que fueron las eras donde se trillaba la mies.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzMontealegre de Campos (Valladolid). 2004

Tierra sobre tierra, adobe sobre adobe. Las antiguas casillas o casetas de era que, prácticamente han perdido su utilidad como almacén de aperos agrícolas, aposento del ganado de labor y salvaguarda veraniega del agri-cultor, se mantienen en pie más por la inercia del tiempo o la benignidad de los agentes atmosféricos que por interés del propietario. Perdida la carpin-tería de madera original, esta no se sustituye sino que se recubre el hueco con el material más a mano o más barato en un vano intento de parar lo im-parable, aún sabiendo que la falta de utilidad de las cosas o de los edificios es lo que más rápidamente favorece su ruina.a

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzMontealegre de Campos (Valladolid). 2015

Allá quedan los monumentos –conservados mayoritariamente gracias a las administraciones-. Allá queda el caserío habitado, más o menos remozado si los propietarios son vecinos habituales o de fin de semana. Pero el aban-dono de lo inútil se hace patente en esas construcciones humildes como las casillas de era o en los soberbios palomares, otrora símbolos de la Tierra de Campos.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBoada de Campos (Palencia). 2015

Palomares en ruina, imagen fija que se repite de pueblo en pueblo por don-de quiera que el viajero pase, arrinconados por la feroz labranza que espera paciente su fin.En estos últimos años y, gracias al apoyo económico de la Europa comuni-taria, se han podido rehabilitar (pero no sé si poner en uso) estas magníficas construcciones, iconos indiscutibles de otra época.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBoada de Campos (Palencia). 2015

En la Tierra de Campos escasea la piedra –planicie terrosa que dijera D. Jus-to González- y en muchos de sus edificios notables la presencia del ladrillo es lo que marca la distinción entre el común y la excepción. Sin embargo las heladas invernales y la canícula estival hacen mella en el barro cocido. La torre de la iglesia de Boada luce una extraña composición geométrica de discos que refulgen a la luz del sol, entramado interior de cables –músculos del cuerpo humano- que impiden que se desmorone.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBoada de Campos (Palencia). 2015

Las ventanas –corroídas por el tiempo- protegen el cielo. Tras ellas solo hay viento; los moradores salieron en exilio casi forzoso, los muros se derrum-baron y apenas si quedan vestigios de lo que antes fue un hogar. l Parterre de Palacio está adornado con jarrones de plomo y flanqueado por bancos y por estatuas de mármol: en el lado derecho, El Otoño o Baco, América, El Verano o Ceres; en el izquierdo, África, Milón de Crotona y La Fidelidad.. Pa

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBoada de Campos (Palencia). 2015

Nuestra propia sombra, como si la de un espectro fuera, es la única que dejará huella indeleble sobre el humilde enlucido de barro. Sombra ligera de nuestro esquivo paso por esta tierra, que quedó impresa para siempre en la estampa.a

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBoada de Campos (Palencia). 2015

El espejismo de los campos sembrados y los amontonamientos de pacas de paja que hablan de cosechas pasadas. Ensueño del que nos despierta la desolación que transmiten las ruinas de las construcciones auxiliares de la agricultura y, sobre todo, las de la ermita que se eleva sobre el leve promon-torio que domina la planicie.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBoada de Campos (Palencia). 2015

La viajera contempla las ruinas doradas por el sol del atardecer, los vestigios de la vieja ermita de Nuestra Señora del Castillo, que se levantaba orgullosa tiempo atrás, cuando aún las mujeres venían a rezar la novena, cuando los hombres bajaban por los cántaros de vino a las bodegas que recorrían el subsuelo del cerro y los niños jugaban a los pies de los muros vanidosos.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBoada de Campos (Palencia). 2015

La puerta, seguramente trasladada desde otro edificio de más espléndidas características, conoció tiempos mejores. Ahora, aunque aún guarda cierta prestancia, muestra los estragos de las estaciones, pero lo más triste de esta historia es que ya nunca más volverá a abrirse.Pa

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzValladolid-Santovenia de Pisuerga I 1996

La puerta –que ya no volverá a abrirse- concierne a esta caseta de era que ha perdido la pared del fondo disgregado el adobe por días de lluvia y vien-to –tierra a la tierra-, el tejado rebosa de goteras, no queda más que el mar-co de las ventanas, los muros agrietados y una beldadora, antigualla de los años 50, como el tesoro más preciado. Ahora ese lienzo desaparecido se ha convertido en un gran ventanal desde el que contemplar la inmensidad de la llanura.a

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBoada de Campos (Palencia). 2015

Desde la lontananza o desde la semioscuridad del atardecer parece que el tiempo se ha detenido y nos hemos trasladado a otra época en la que estos refugios y lo que a ellos atañía aún tenían vida. Solamente el desigual alero advierte de una realidad bien distinta. Pero, aunque solo sea por un instan-te, podemos soñar con otra época en la que, si no eran mejores tiempos, al menos éramos más jóvenes.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzTamariz de Campos (Valladolid). 2004

Torre de la iglesia de San Juan Bautista. Hendida en canal como si de un animal colgado en los ganchos del matadero se tratase. Herida abierta en el cielo terracampino. Soledad y ruina. Soledad y abandono, desidia, apa-tía, incuria. Desánimo. Solo los pájaros revolotean entre sus vacíos y anidan entre los recovecos de sus piedras. Solo ellos parecen entender las lacera-ciones de los muros históricos.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzTamariz de Campos (Valladolid). 2004

Iglesia de San Juan Bautista. Y como si una burla de los hados que propicia-ron el fatal desenlace se tratara, se conservó completa una esquina de la torre: moldura, jaqueado y cornisa, tejas e, incluso, los palos con los que las cigüeñas tejieron su nido.a

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzTamariz de Campos (Valladolid). 2004

Iglesia de San Juan Bautista. El pequeño infante parece querer sostener él solo todo el peso de la ruina. Demasiada carga a sus espaldas en estos cuatrocientos sesenta y dos años de existencia, aunque no parezca que los años hayan pasado para él que aún se luce orgulloso en la portada aunque a sus espaldas no quede nada del antiguo esplendor. Pa

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzTamariz de Campos (Valladolid). 2004

Iglesia de San Juan Bautista. Dios todopoderoso. Pantocrátor de mirada vacía que preside, con el mundo entre sus manos, la vida y la muerte, las esperanzas, los sueños y las decepciones de los habitantes de esta pequeña población. Ni siquiera Él ha podido evitar el naufragio de su casa vacía.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzTamariz de Campos (Valladolid). 2004

Recuerdo de otras glorias pasadas, también imperiales, pero de escaso calado y menos raigambre, aunque acompañaron a los españoles durante cuarenta años. Falange Española, el partido único tras la Guerra Civil. Pero no todo fue nefasto. Siempre hay que intentar ver o buscar el lado bueno de las cosas.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzVillabaruz de Campos (Valladolid). 2004

Tiempos distintos. Ritmos de vida desiguales. El gran templo, que preside y destaca sobre el resto de construcciones, refleja la disparidad de épocas y situaciones: cabecera de sillares, nave de tapial o adobe revestida de ladrillo y torre, posiblemente posterior en el tiempo, en la que se ajustan el barro cocido y la piedra. En primer término signos de la sociedad rural tradicional.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzVillabaruz de Campos (Valladolid). 2004

Las huellas de un pasado no tan lejano. El progreso arrinconó los trastos inútiles en construcciones inservibles. La despoblación del medio rural con-llevó la pérdida, no solo de la historia material, sino también de las raíces, de las ligaduras que los ataban al terruño, siempre en aras de una vida mejor.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzVillabaruz de Campos (Valladolid). 2004

La ermita de San Pelayo se reconstruyó o reedificó en 2008. Mientras man-tuvo sus tristes restos apuntalados, lo que permitió conservar en pie su estructura fundamental, la de noble ladrillo frente al humilde barro que se diluyó «como lágrimas en la lluvia».

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBelmonte de Campos (Palencia). 2004

El Canal de Castilla, notable obra de la ingeniería española del siglo XVIII, languidece y desaparece silenciosamente entre relumbres turísticos soste-nibles. Solo el agua fluye mientras que en sus orillas los antaño señoriales edificios caen en un lento pero imparable desamparo.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBelmonte de Campos (Palencia). 2004

La personalísima impronta que los palomares han estampado en la Tierra de Campos va desapareciendo a la par que avanza su degradación. El agro olvidado en pos de la riqueza que en otros tiempos ofreció la industria o, ahora, el espejismo de lo urbano, de la colmena donde el anonimato es más patente aunque lo que se busque sea precisamente lo contrario.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBelmonte de Campos (Palencia). 2004

Ermita del Cristo de Santa Marina. Otra atalaya terracampina caída de las manos de Dios. ¿Por qué el olvido se llevó tantos y tantos sueños? No hay una sola respuesta, cada uno tiene la propia, pero hay una razón –sinrazón- que unifica todas: la despoblación.

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Foto: Alicia Gómez y J. Álvaro ArranzBelmonte de Campos (Palencia). 2004

Ya no quedan puertas a las que llamar. Desencajadas de sus goznes, sin clavazón, descompuestas, dejan el paso libre a territorios de entelequias. ¿Aún queda esperanza?

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POR TIERRAS DE PALESTINAJesús Álvaro Arranz Mínguez

Yo he recorrido la triste Galilea durante la prima-vera y la he hallado muda bajo un inmenso manto de flores […]. Los grandes recuerdos, los despojos, las osamentas parecían dormitar allí más profunda-mente bajo el silencio de renovación de las plantas…

Pierre Loti, impenitente viajero francés, de prosa suave y cuidada, poética, viajó por Palesti-na allá por 1894, en los finales del fascinante siglo XIX, cuando casi todo estaba por hacer y descubrir (siempre está casi todo por hacer y descubrir) de-jándonos memorable relato de sus visiones. Loti no es el obsesivo analista de territorios y personas como antropólogo exigente, más bien liviano via-jero de prisas infinitas pero, consciente de la inme-diatez que implica su periplo, delimita su diario, su cuaderno de bitácora terrestre, con precisión, sin abandonar ese detalle significativo que es capaz de sugerir, de prestar a la imaginación del lector la fuerza suficiente para volar por sí misma:

Cae la noche por completo cuando estamos ya sentados en nuestras tiendas. Nazarenos y naza-renas van llegando unos tras otros, levantando discretamente la tela de nuestra puerta, pidiendo permiso para entrar. Los hombres, para vender-nos vasos de barro, irisados, hallados en los sepul-cros; las mujeres, lindísimas todas, para ofrecer-nos velos de muselina bordados por ellas, según las tradiciones de dibujo peculiares de este país.

El domingo 22 de abril de 1894 Pierre Loti se acercó a Cafarnaúm. Desde Tiberiades despacha monturas e impedimenta hacia Betsaida por la costa mientras que el aventurero, junto a unos sa-cerdotes que lo acompañarán en esta jornada, se embarca «en este tranquilo mar sin navíos» hacia ciudades bíblicas desaparecidas de las que solo en ciertos lugares «bajo los henos y las flores, mon-tones de grandes piedras talladas, grupos de co-lumnas, tendidas, como los muertos, después de las batallas. Pero ya no se sabe de cierto a qué des-truidas ciudades corresponden estos despojos, ni qué nombre darles».

Después de dos o tres horas de camino, llegamos por fin, entre cañaverales y laureles rosa, a un lugar llamado Tell-Hum, que desde el siglo XVII está repu-tado por ser el Cafarnaúm escogido por Jesús […]. Preciso es abrirse camino a fuerza de palos entre las plantas enredadas, por entre los cañaverales, los car-dos y los acantos para llegar a las ruinas. […] Siempre hay beduinos por aquí acampados sobre las ruinas, ante la esperanza de hallar algún tesoro. Tendidas y casi enterradas yacen por el suelo columnas de or-den corintio, de basalto negro, basas y frisos esculpi-dos, ahogado todo por esa vegetación exuberante.

Aunque el mismo Loti desconfía de encon-trarse ante las ruinas de la Cafarnaúm bíblica, por ciertas alusiones geográficas del historiador Fla-vio Josefo que no se cumplen, sí parece recono-cer ―supongo que influido por las explicaciones de sus guías eclesiásticos― que puede tratarse de «alguna hermosa sinagoga de la época talmu-dista, de los siglos en que la civilización mosaica reflorecía influyente y completa en esta pequeña región aislada…».

Los vestigios de la Cafarnaúm histórica dela-tan una población cuyo desarrollo más significati-vo se produjo entre los siglos II a. C. y XI d. C. cuan-do su abandono parece definitivo a excepción de los asentamientos beduinos. Los edificios más representativos corresponden a una sinagoga del siglo III ó IV y una iglesia de planta octogonal de época bizantina (siglo V d. C.).

El lugar fue descubierto para la ciencia en 1838 por el geógrafo bíblico estadounidense Ed-ward Robinson. En 1866 el británico Charles W. Wilson identificó los restos de una gran sinagoga y en 1894 los franciscanos adquieren el lugar para preservarlo y recibir a los peregrinos. Los alemanes Heinrich Kohl y Carl Watzinger iniciaron excavacio-nes en 1905 que serían continuadas sucesivamente por los franciscanos Vendelin von Benden, Gauden-cio Orfali y otros hasta los años 80 del siglo XX.

epc I Fragmentos escogidos

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Imagen: The Griffith Institute. University of Oxford.

El autor de la fotografía es el francés Félix Bonfils que abrió estudio fotográfico en Beirut.La instantánea se tomó en la década de 1870.

LOTI, P. (s/f): Galilea. Editorial Cervantes. Barcelona.

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EPC 13I marzo 2015