Eucaristía sacerdocio en el Palau Quer

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Eucaristía y sacerdocio en el Po Palau y Quer SEGUNDO FERNÁNDEZ Carmelita Descalzo CAvila) Eucaristía y sacerdocio son realidades cristianas íntimamente relacionadas entre sí. Y lo están en la teología católica y en el pensamiento y vivencia palautianos *. Sin polarizar en la Euca- ristía todo el porqué del sacerdocio, como sucedió en otras épocas, la Eucaristía sigue siendo punto importante de referencia para el sacerdocio. Así lo enseña el Vaticano II 1 Y el Papa Juan Pa- blo n 2. Esta relación la vive y la piensa también el P. Palau. A ello contribuye no sólo su formación teológica, sino, sobre todo, Sl1 vivencia personal del Misterio. Fue su vivencia carismática de la Iglesia la que le alumbró el sentido profundo de estas dos rea- lidades. «Destaca su peculiar modo de presentar y vivir los misterios de la religión cristiana a partir del misterio de la Igle- sia. A través de ella enlazó con todos los misterios de la revela- ción» 3. La Iglesia fue el centro de su vida espiritual y el tema, casi obsesionante, de todos sus escritos. Estuvo sensibilizado * Las obras citadas en este artículo del P. Palau son las editadas en Roma como textos palautianos: Vida solitaria (VS), 1976; Lucha del alma con Dios (L), 1981; La Iglesia de Dios (1), 1976; La escuela de la virtud vindicada (EVV), 1979; Catecismo de las virtudes (CV), 1977: Mis relaciones (MR), 1977; Cartas (C), 1982. 1 PO 13. 2 Cfr. Homilía durante la ceremonia de ordenaci6n sacerdotal celebra- da en Valencia, en Juan Pablo II en España. Texto completo de todos los discursos, Madrid, BAC, 1982, 154-160. 3 Positio super introductione causae et virtutibus, Roma (1979), LXXV. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 47 (1988), 517-545.

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Eucaristía y sacerdocio en el Po Palau y Quer SEGUNDO FERNÁNDEZ Carmelita Descalzo CAvila)

Eucaristía y sacerdocio son realidades cristianas íntimamente relacionadas entre sí. Y lo están en la teología católica y en el pensamiento y vivencia palautianos *. Sin polarizar en la Euca­ristía todo el porqué del sacerdocio, como sucedió en otras épocas, la Eucaristía sigue siendo punto importante de referencia para el sacerdocio. Así lo enseña el Vaticano II 1 Y el Papa Juan Pa­blo n 2.

Esta relación la vive y la piensa también el P. Palau. A ello contribuye no sólo su formación teológica, sino, sobre todo, Sl1

vivencia personal del Misterio. Fue su vivencia carismática de la Iglesia la que le alumbró el sentido profundo de estas dos rea­lidades. «Destaca su peculiar modo de presentar y vivir los misterios de la religión cristiana a partir del misterio de la Igle­sia. A través de ella enlazó con todos los misterios de la revela­ción» 3. La Iglesia fue el centro de su vida espiritual y el tema, casi obsesionante, de todos sus escritos. Estuvo sensibilizado

* Las obras citadas en este artículo del P. Palau son las editadas en Roma como textos palautianos: Vida solitaria (VS), 1976; Lucha del alma con Dios (L), 1981; La Iglesia de Dios (1), 1976; La escuela de la virtud vindicada (EVV), 1979; Catecismo de las virtudes (CV), 1977: Mis relaciones (MR), 1977; Cartas (C), 1982.

1 PO 13. 2 Cfr. Homilía durante la ceremonia de ordenaci6n sacerdotal celebra­

da en Valencia, en Juan Pablo II en España. Texto completo de todos los discursos, Madrid, BAC, 1982, 154-160.

3 Positio super introductione causae et virtutibus, Roma (1979), LXXV.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 47 (1988), 517-545.

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hasta el hondón de su mismidad por ese misterio. Le buscó con verdadero tesón de apasionado y vivió su presencia como amante, esposo y padre de la Iglesia. Le proyectó sobre todo. También sobre la Eucaristía y el sacerdocio. Por eso serán los aspectos eclesiales de ambas realidades los que, de una manera acusada, él nos transmita en sus escritos.

I. LA EUCARISTÍA EN EL P. PALAU y QVER

1. Vivencia personal

Hay unos datos en la vida del P. Palau quenas desvelan la presencia de la Eucaristía en su espiritualidad. La vida piadosa que desde niño caracteriza la existencia palautiana; su afán constante por obtener de la correspondiente autoridad eclesiás­tica las licencias para celebrar la Eucaristía; .la· pena que siente cuando estas licencias, en más de una ocasión, le son retiradas; cuando se le ve acudir, mezclado entre los demás fieles, a recibir la comunión los días de fiesta porque el obispo le ha prohibido celebrar; la obtención de indulto del Papa Pío IX para tener oratorio privado, en el que poder celebrar diariamente la Euca­ristía en su soledad del Vedrá, así como su disponibilidad a pre­dicar en el Ejercicio de las Cuarenta Horas, siempre que le invi­taban a hacerlo en sus correrías misioneras, son datos que nos manifiestan su devoción eucarística y su convencimiento de que la Eucaristía es el culmen de toda la vida cristiana.

Esta vivencia se acentúa en la medida que va descubriendo el puesto que la Eucaristía tiene en el misterio de la Iglesia. Para él, la Eucaristía es el corazón de la Iglesia. Y vivirá todos sus contenidos en relación con la Iglesia. Y vendrán condicionados por la experiencia eclesial que viva en ese momento; De ahí que en su acercamiento a la Eucaristía podamos también distinguir dos etapas. Las mismas que distinguen su experiencia eclesial. Es el mismo Palau quien las señala. La primera hasta 1860. La segunda a partir de esa fecha hasta su muerte. Aquélla nos pre­sentará la Eucaristía en relación con la causa de la Iglesia. Esta con el misterio de la Iglesia. En aquélla el aspecto que predolnina es el de la Eucaristía-sacrificio; en ésta, el de sacramento de .pre­sencia y comunión.

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2. La Eucaristía y la causa de la Iglesia

Casi todo 10 que escribió el P. Palau lleva el sello de 10 autobiográfico. Por eso sus escritos reflejan casi siempre el esta­do de ánimo en el que él se encuentra. Y en esta primera etapa de su vida estaba todo él absorto y centrado en la causa de la Iglesia; una Iglesia acosada por mil problemas y situaciones angustiosas. Ante esa situación busca por todos los medios que los cristianos despierten de su letargo y se sensibilicen, como él lo está, ante los males que atormentan a la Iglesia española. Para ello escribe su libro Lucha del almCl 4. Es el libro que me­.jor refleja la vivencia y el pensamiento palautianos en este tiem­po. y en él encontramos la preocupación de Palau por poner delante de los cristianos que la Eucaristía es el arma más eficaz en esta lucha en favor de la Iglesia. Cierto que no es la Eucaris­tía, sino la oración, el tema central del libro. Quiere ser «una colección metódica de todas las ideas, que al presente están a mi alcance, relativas a orar debidamente por la Iglesia ... » 5. Pero esa oración está polarizada por la Eucaristía. Es Cristo desde el sagrario el que invita a esa oración, y es ante el sagrario y en la misa donde el alma tiene que orar por la Iglesia 6.

2.1. La Eucaristía y la oración en favor de la I glesia.-La Eucaristía, arma principal en esta lucha en pro de la Iglesia, será una afirmación repetida en LuchCl. Ante la impotencia que experimenta el alma en esta lucha, Palau le dirá: «Sí, hi.ia mía, yo pondré en las manos de usted una espada afiladísima con que podrá cortar a su placer todas las cabezas de esta hidra que le da tanto cuidado, y no sin motivo, y que podría impedir el efecto de su oración. Yo le diré cómo ha de batallar contra los pecados y vencerlos» 7. Y a renglón seguido: «Es con el sacrifi· cio de la cruz renovado todos los días en el sacrificio del altar» 8.

y el alma, adoctrinada por su director, repetirá: «Para luchar

• «La composición del libro le ocupó pocos meses. Los datos en él recogidos sitúan su redacción a 10 largo de 1842. A finales de este año o primeros meses del siguiente se hallaba ya en manos de los censores curiales de Montauban» (<<Presentación», en: L 9).

5 L 65. 6 Idem, 61 y 232. Un dato cuantitativo: de las 324 páginas que tiene

el libro, 243 .. están ·dedicadas a hablarnos de una u otra forma de la Eucaristía. .

7 Idem, 158. • Ibídem.

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debidamente en el tribunal divino, yo no tengo otras armas que vuestro cuerpo sacrosanto y vuestra sangre preciosa, que ofrece­mos todos los días en nuestros altares» 9.

Esta principalidad de la Eucaristía, afirmada por Palau, des­cansa en la convicción firme que él tiene de que la oración, para ser eficaz ante Dios, debe destruir antes los obstáculos de esa eficacia. El pecado es uno de los motivos de la ineficacia de la oración. «¿Hay algún inconveniente en concederme lo que pido? Sí, Dios mío, uno hay y 110 pequeño, la infinidad de pecados a que vive entregada esta nación ... Este es el inconveniente que a mi oración ha objetado vuestro eterno Padre» 10. Por eso dirá que la oración sola no basta, sino que ha de ir acompañada del sacrificio 11. Un sacrificio que no debe entenderse ni solo ni principalmente en el sentido teresiano de oración y regalo no se compadece, sino que se refiere, sobre todo, al sacrificio cuca­rístico. Y esto no es sólo aplicable a la oración del hombre, sino también a la de Cristo, que para ser eficaz exigió su sacrificio 12.

Esta es también una de las finalidades de la Eucaristía. «La hostia santa que en ellos presentamos todos los días al Padre, acompañada de nuestras súplicas, no es sólo para renovar la memoria de la vida, pasión y muerte de J esucl'Ísto, sino también para obligar con ella al Dios de las bondades que se digne aplicar la redención de su Hijo a la nación, provincia ... , por quienes se celebra o se oye la santa misa» 13.

Es la dimensión de la Eucaristía-sacrificio la que está presen­te en esta visión palautiana sobre la eficacia de la misma en favor de la Iglesia. Palau reafirma la verdad católica de la Euca­ristía-sacrificio. Y 10 hace en ruptura con la teología postridenti­na, que él estudió, pero en sintonía con el pensamiento de los Padres y de los meJores teólogos de la Edad Media y de nuestros días. Por eso, no se fundamenta ese carácter sacrificial, arran­cando de la noción de sacrificio y aplicándolo después a la Euca­ristía, sino por la relación que la Eucaristía dice y guarda con el sacrificio de Cristo en la cruz. En esto sintoniza también con el

9 Idem, 236. 10 ldem, 234. 11 Idem, 84. 12 Idem, 43: «Para que los pecados de los hombres no impidieran el

efecto de su. oración, con su vida, pasión y muerte satisfizo plenamente la Justicia divina ... ».

13 Ibídem.

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Vaticano I1, que afirma «l1tlestro Señor instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre para perpetuar así el sacrificio de la cruz a lo largo de los siglos» (SC 47).

Para Palau, la Eucaristía es también anámnesis del sacrificio de la cruz. Pero con la carga de dinamismo histórico que esta palabra tiene en la mejor teología de la Iglesia. Llega a afirmar que no es otro sino el de la cruz. «El sacrificio de la misa no sólo fue instituido para que en él pudiesen negociar los hombres con el Padre la salvación ... , sino también para representarnos más al vivo la pasión y muerte de Jesucristo, cuya memoria quiso que por su medio quedase siempre viva en la Iglesia. Jesucristo es inmolado y padece pasión y muerte místicamente cuantas ve­ces en la misa se renueva el sacrificio de la cruz» 14. Por eso sus frutos son los mismos. «Para que esos frutos quedaran siempre frescos, vivos y vivificantes, instituyó el tremendo sacrificio del altar» 15. Y, coherente con este pensamiento, comienza ofrecien­do al alma, como arma eficaz, el sacrificio de Cristo en la cruz, enseñándole los frutos que él encierra 16.

La identidad de ambos sacrificios la apoya también Palau en la presencia de Cristo como sacerdote y víctima. Sacerdote que ofrece y víctima que es ofrecida. «Es vuestro mismo Hijo Jesús quien, como sacerdote eterno y principal oferente de este sacri­ficio, puesto en la montaña santa del altar, real y verdaderamente se ofrece a sí mismo con todos los trabajos, penas y angustias, que sufrió por nosotros y por nuestros pecados, en oblación y hostia de suavísima fragancia, para que Vos os deis por plena­mente satisfecho. (Es en esta presencia sacerdotal y victimal de Cristo donde se apoya nuestra seguridad de ser atendidos.) Siendo él mismo el don que os ofrecemos, no puede menos de seros acepto. No podéis, pues, despreciar nuestra oblación ni por parte del don que os damos, que no es menos que ... Dios, vues­tro Hijo, ni por parte del que os lo da, que es en nosotros y con nosotros, vuestro mismo Hijo en virtud del Espíritu Santo» 17.

En estas palabras Palau nos descubre la Eucaristía-sacrificio de la Iglesia. El verdadero motivo por el que Cristo dejó a su Iglesia, en forma sacramental, el sacrificio de la cruz, no fue

14 ldem, 273. 15 ldem, 163. 16 ldem, 160-166. 17 Idem, 291-292.

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otro que el de permitirle participar en él, hacerle suyo y entrar así en el mismo culto eterno que Cristo ofrece al Padre. La Iglesia lo recibe y lo ofrece. «Yo he entregado a mi Iglesia mi cuerpo y sangre para que me ofrezca en sacrificio» 18. Es de toda la Iglesia. «Es un tesoro verdaderamente suyo y de todos sus hijos, pues para todos 10 dejé en mi último testamento, y como cosa suya me ofrece al Padre» 19. Toda la Iglesia ofrece con Cristo oferente y se ofrece con Cristo víctima.

La eficacia eucarística arranca de su vinculación al sacrificio de la cruz. Tiene los mismos efectos o valores que éste. Palau subraya tres fundamentales: propiciatorio, satisfactorio e impe­tratorio. Los enuncia en el artículo 5.° de la conferencia cuarta 20.

y a continuación el teólogo Palau explica cada uno de esos valo­res. Propiciatorio, porque Cristo «se ofrece al Padre en víctima de propiciación para aplacar su justicia y pagar el débito de penas infinitas que con su justicia hemos contraído» 21. Satisfac­torio, porque en la Eucaristía «Jesucristo, vuestro Hijo, se os ha ofrecido en hostia pura, santa e inmaculada ... La hostia que os ofrecemos y el don que os presentamos en paga y satisfacción completa de las deudas de la nación española ... son vuestro Hijo unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias y en quien están escondidos todos los tesoros de la Divinidad. Es el cuerpo sacrosanto de Jesús que, como víctima, está aquí sobre el altar del holocausto. Es su sangre preciosísima que, recogida en el cáliz por el sacerdote, os la presenta en desquite de todos los pecados de los hijos de España. Es la persona del Verbo, igual y consustancial a Vos, el cual, por el Espíritu Santo, se os ha ofrecido como hostia sin mancha de suavísimo olor» 22.

Palau se explaya en la exposición y vivencia de estos dos valores eucarísticos. En él está presente la dimensión del pecado, como ofensa a Dios, y la idea de un Dios presente en la historia de los hombres. Y también la idea de reparación por parte del hombre. Dios quiere que el hombre contribuya activa y respon­sablemente a reparar el pecado. Es la idea que late en todas las páginas de Lucha. Dios no quiere el castigo, sino que el hombre,

13 ldem, 237. 19 lbidem. 20 ldem, 270. 21 ldem, 271-288. 22 ldem, 289-290.

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reparando, le aleje de la Iglesia española. Por eso brinda la Eucaristía a las almas 23, Y éstas, adoctrinadas por Palau, apoya­ránsu seguridad y derechos ante Dios en el ofrecimiento de Jesucristo, presente en la Eucaristía, dándole así plena satisfac­ción por los pecados de la nación española 24, un rescate sufi­ciente 25, una propiciación y expiación adecuadas 26, Y presentando méritos que las hacen acreedoras de ser escuchadas por Dios 27.

La Iglesia, haciendo suyo el sacrificio de Cristo, se hace acreedo­ra al mismo amor y cariño con que el Padre se vuelve haCÍa la ofrenda de su Hijo. Dios no puede negarse al sacrificio de su Hijo ni a las súplicas de su Iglesia. Por eso dirá. Palau que con la oblación eucarística el rostro de Dios se cambia de juez en Padre ?8.

Y, finalmente, el valor impetratorio. La Eucaristía no es sólo arma eficaz en esta lucha, porque remueve los obstáculos a la acción salvadora de Dios sobre la Iglesia y prepara el camino para que la oración sea eficaz, sino que también es ella oración eficaz, digna de ser atendida por el Padre. El sacrificio eucarís­tico es oración también. Es la misma oración de Jesús. «Cuando pide la Iglesia o un enviado suyo, es Jesús el que pide en ella como cabeza, y es el Espíritu Santo quien, con gemidos inefables, pide remedio por las necesidades del cuerpo que vivifica» 29.

En la Eucaristía tenemos en nuestras manos la intercesión misma de Cristo. «Celebrar una misa por una nación no es otra cosa que oral' al Padre, por los méritos de la sangre· vivífica de su Hijo que se le presenta, que se digne plantar en ella el árbol de la religión, si a(111 es infiel, y si es católica, que se digne conser­varla en ella; y si, siendo católica, se ve amenazada -como en el presente España- de perder la religión, que se digne purgarla de las inmundicias de la impiedad, de los vico s y pecados» 30.

2.2. La Eucaristía y el espíritu de oración.-La Eucaristía. que no es otro que el mismo sacrificio de la cruz, con el mismo sacerdote y la misma víctima, tiene un valor infinito. Le viene de

23 Idem, 158.166 . . 2. Idem, 234.

"ldem 235. 26 Ibídem. 27 Idem, 237. 2. Idem, 293. 2. Idem, 294·296, nota 103. 30 Idem, 163.164.

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Cristo. Tiene, por tanto, una eficacia ex opere operato. También la tiene como acto de la Iglesia, pues la Iglesia, en cuanto repre· sentante de Cristo, es Cristo mismo en acción. Pero aquí termina la eficacia eucarística cierta y segura. Para que toda esa eficacia real y objetiva sea realidad viva en las almas, se necesita una participación adecuada por parte de quienes celebran la Euca­ristía. Es algo en lo que Palau insiste con frecuencia. Lo veremos más adelante, cuando estudiemos el aspecto de la Eucaristía, como sacramento de presencia y comunión. También aquÍ insiste en ello. Nos dirá que es imprescindible que en la Eucaristía esté presente el espíritu de oración. «Cuando en una nación católica falta el verdadero espíritu de oración en los que celebran ti oyen los sacrificios ... , ¿qué ha de suceder? Lo que siempre ha suce· dido ... , pongan en mayor o menor peligro la religión con más o menos precipitación según estuviere más o menos apagado en los sacrificios el verdadero espíritu de oración» 31. Y nos da la razón: «El Hijo de Dios ha dispuesto ... que los sacerdotes en pat'ticular, y en general todos los fieles, negociemos con El y con su Padre ... , en espíritu de verdadera oración en los sacrificios que le ofrecemos. Así como, pues, para plantar de nuevo el árbol de la cruz, se requiere espíritu de verdadera oración en los sacrificios, así para que se conserve en toda frescura y vigor ... es también necesario el mismo espíritu en los sacrificios» 32.

El espíritu de oración del que habla aquí Palau tiene diversos sentidos. Sobresalen dos, entre todos. Uno es una oración con sentido eclesial. La ausencia de los problemas y necesidades de la Iglesia en la oración es, para el Carmelita del siglo XIX, una de las causas que explica la situación de la Iglesia en España. «Tengo en España una porción muy pequeña -yeso que es gente buena y de oración, según el pensar de los hombres- que ni aún piensan que haya que oral' por las necesidades de mi Iglesia ... , piensan que el todo de la perfección lo tienen en amar a Dios, y en las obras excluyen el amor del prójimo» 33. Y ha­blando de los sacerdotes escribe: «¿Quién hay entre ellos que con el corazón fuertemente herido, como convendría, por el mismo puñal con que el impío traspasa a la Iglesiá, después de

31 Idem, 164 . .. Idem, 44. 33 Idem, 172.

1,.,. 1;

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haber meditado seriamente las profundas llagas de mi cuerpo místico, examinando sus causas, sus medicinas y el modo de aplicarlas, presenta su demanda de paz y de salud para un pue­blo que se cree abandonado ante el tribunal de un Dios que se presenta sordo a las voces de sus criaturas ... ? ¿ Quién es éste y le alabaremos? ... ¡Ay!, hija mía, que me dejan solo, solo en la cruz» 34.

El ot1'O sentido de ese espíritu de oración para Palal! está reclamando vida de fe y confianza en el poder de Dios para remediar, por medio de la oración y el sacrificio, las necesidades de la Iglesia. Una fe que elimina toda duda y una esperanza que rechaza todo desallento en el alma y asegma la perseverancia en esa lucha con Dios 35. «En este tribunal la re es la que vence. Quien no cree firmemente, quien vaciJa, por el solo hecho, ya queda juzgado por indigno de recibir 10 que pretende» 36. Es esa actitud teologal la que Palau intenta contagiar a las almas en su lib1'O de Lucha del alma. Y las almas, adoctrinadas en esta es­cuela, vivirán preocupadas por esta fe y esperanza, y las pedirán a Dios con insistencia. Y ante la conciencia de insatisfacción que éstas experimentan ante la pobreza de estas virtudes, se refugia­rán en la fe y esperanza de la Iglesia. «Pero, Señor, yo os he ofrecido este sacrificio en nombre de mi madre la Iglesia; no atendáis a mis pecados ni a mi poca fe, sino a la fe con que todos los días os 10 ofrece en todo el mundo la Iglesia universal. Yo 10 creo del modo que ella 10 cree, y con su fe creo que estáis ya satisfecho y espero que cesará luego el castigo» 37.

3. La Eucaristía, sacramento de presencia y comunión eclesiales

La Eucaristía, sacramento de presencia y de comunión, es otro de los capítulos importantes en la teología eucarística. Y también en la vivencia y pensamiento palautianos. Presencia y comunión que en Palau están profundamente eclesializadas. En consonancia con la corriente que hoy va tomando mayor importancia en la teología, Palau se preocupa preferentemente de explicar y enfa­tizm" la relación que la Eucaristía tiene con la Iglesia. Pienso

3. Idem, 175-177. 35 Idem, 172-173. 36 Idem, 287. 37 Idem. 288.

9

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que es también en este capítulo donde la visión palautiana pre­senta mayores originalidades. Esta visión abarca dos apartados fundamentales: 1) la Eucaristía, sacramento de presencia, y 2) sa­cramento de comunión.

3.1. La Eucaristía, sacramento de la presencia de la Iglesia. «Ya no me es posible ver y contemplar al Hijo de Dios bajo otra figura, noción o idea que como Cabeza, unida en el cielo, en la tierra y en el purgatorio, al Cuerpo Santo de su Iglesia. Y por lo mismo, mirando la Cabeza veo en ella a todo el Cuerpo, y en su Cuerpo y Cabeza una sola entidad que es la Iglesia ... Por 10 mismo todas mis relaciones con el Hijo de Dios y con su Padre son siempre en relación con su Iglesia» 38.

Son unas palabras que iluminan su experiencia del Misterio, a partir de 1860, y que inspiran su visión eucarística original. Porque es esa inseparabilidad entre Cristo y su Iglesia, y esa manera de relacionarse y contemplar a Cristo, las que le llevan a afirmar con insistencia la presencia de la Iglesia en la Eucaris­tía. Es evidente que no se identifican ambas presencias. Palau era teólogo y sabía de memoria todo lo que la teología sacramen­taria de su tiempo enseñaba sobre la triple dimensión presente en el sacramento: sacramentum, res et sacramentU/11 y res, dis­tinción clásica desde Hugo de San Víctor. A Palau no le interesa entretenerse en ello. Mis relaciones son relatos de experiencias oracionales, no reflexiones teológicas de escuela. Sin embargo, él, que afirma la presencia de Cristo y de la Iglesia en la Euca­ristía, tiene buen cuidado de establecer la distinción de ambas presencias. Presencias distintas, pero inseparables entre sí. Con­ceptualmente pueden separarse, pero en el orden real esa separa­ción no es posible. «Este es un hecho del que no es lícito du­dan> 39.

Razonará así ambas presencias: «Cristo está en el altar en carne real. Tras las especies de pan y vino está su carne y san­gre; allí su cuerpo, allí su alma, allí su divinidad. Las especies de pan y vino son el signo de su presencia en el altar ... Cristo está en el altar no sólo como individuo particular, sino como Cabeza de la Iglesia ... Donde está la Cabeza, está el Cuerpo, y donde está el Cuerpo, está moralmente la Iglesia, y donde está

3. MR 135. 39 Idem, 98.

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la Iglesia, está Cristo, y no pueden concebirse separados siendo cosa viva Cabeza y Cuerpo. La Iglesia, pues, está en el altar unida a Cristo como Cuerpo a su Cabeza» 40. Por eso nada tiene de extraño que un día de Navidad de 1864, Palau exprese su vivencia eclesial eucarística con estas palabras: «Llegada la No­chebuena, al bajar Cristo en el altar, presentóse muy niña, entre pajas, en Cristo, la Iglesia» 41. Y que al día siguiente, celebrando también la Eucaristía, nos diga: «Presente Jesús en el altar por la consagración de las especies de pan y vino, oí una voz suave y amorosa que me dijo:

-No dudes, ahí estoy yo. -¿ Quién eres tú? - Cristo en la Iglesia, y la Iglesia en Cristo y con Cristo. -¿Estás tú aquí? ¡Oh Iglesia santa! -Sí, soy yo la que te habla. ¿Dudas? ¿Crees? -Sí, creo en ti. -Si crees en mí, no mires jamás la Cabeza separada del

Cuerpo, porque si en el mundo real esta separación existiera habría divorcio entre Cristo y su Esposa, lo que es contra la fe» 42,

Es tan importante en la vivencia palautiana esta presencia de la Iglesia en la Eucaristía, que si Palau se distrae de ella será la misma Iglesia la que, en la consagración, le hará sentir su pre­sencia. «Yo el1,1pecé la misa muy distraído, de modo que no podía recogerme, y así llegué a la consagración, y al levantar la hostia una voz amorosa me dijo:

-Mírame, estoy aquí. -¿ Quién eres tú? -No soy sombra alguna, sino una realidad. -¿Quién eres? -Lo que tienes en tus manos, ¿qué es? - ¡Oh! , es tu Cabeza, Amada mía, es tu Cabeza, ¡que eres

bella! Yo te adoro, yo me rindo, yo te consagro mi amor ... No, no eres una sombra; eres tú misma con tu Cabeza reclinada en

40 Idem, 94-95. 41 Idem, 139. 42 Idem, 144-145.

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mis manos (Jesús Sacramentado)>> 43. Y en otro lugar: «Hoy al contemplar la hostia, díjome la hija de Labán: Yo estoy aquí, mÍrame» 44.

Esto fue lo que hizo Palau desde 1860 hasta su muerte: contemplar y vivir fuerte, intensamente, la presencia de la Igle" sia en la Eucaristía. Y esta fe en la presencia de la Iglesia funda­menta y explica la vida eucarística que Palau vivió.

3.2. La Eucaristía, sacramento de unión de Cristo y la Iglesia.­Es la primera perspectiva que Palau vive y enseña en la Euca­ristía como sacramento de comunión. Muchos años antes que Schillebeeckx hablara ele la Eucaristía como forma sacramen­tal de la entrega de Cristo a la Iglesia y de ésta a Cristo, Palau lo vivenció fuertemente en su espiritualidad personal. «Co" mulga uno, comulgan mil, y la congregación de los que comulgan se da a sí misma al Esposo, amando a la Cabeza y a todos los miembros de su Cuerpo moral. Y cuando el sacramento toca las carnes, si la Esposa recibe en ósculo la paz y acepta la dádiva y la entrega del Amante, éste también recibe, acepta y abraza a su Esposa» 45. Por eso repetirá con saboreo contemplativo que la Eucaristía es el sacramento de la unión más venerable y más su­blime entre Cristo y la Iglesia. La Eucaristía es «el gran sacra­mento; profundos misterios encierra entre Cristo y su Esposa. AqUÍ está el lecho nupcial donde se unen el Amado y la Amada ... Cuando el sacramento toca las carnes, entonces el Verbo, hecho carne por las palabras del sacerdote, se une a la Iglesia en las almas que lo reciben, y la Iglesia a su esposo, y son los dos una sola carne, un solo cuerpo en un mismo espíritu que le vivifica, que es Dios. ¡Admirable misterio! »46. Para Palau es la Iglesia quien recibe a Cristo en la comunión: «Cristo da su Cuerpo y su Sangre, dase todo a su Esposa, la Iglesia, esto es, a la congre­gación de los que comulgan; a todos, todo, y a cada uno de ellos, todo. La Esposa lo recibe, y desde que toca el sacramento sus carnes ya no son dos, sino un solo Cuerpo místico y moral, esto es, la Iglesia y la Cabeza» 47. Es el primer sentido de la Eucaris-

43 Idem, 271-272. 44 Idem, 356. 45 Idem, 99. 46 Idem, 95-96. 47 Idem, 98.

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tía como sacramento del matrimonio espiritual. Idea muy querida a Palau,

y es esta unión entre Cristo y la Iglesia la que fundamenta la maternidad de la Iglesia. «y la Esposa, al recibir en sí el Verbo hecho ca1'11e en la carne de los que comulgan, al concebir tan pura semilla y de virtud tan eficaz y prodigiosa, queda cons­tituida madre». Y nos da la razón: «Por la boca del que comulga pasa el Verbo hecho carne a la mente del que lo recibe y en el alma de los comulgantes. La santa Iglesia lo guarda como feto en su propia matriz; allí lo fomenta con santas meditaciones y buenas resoluciones; allí, derramando el sacramento sus dones y gracias, el Verbo crece, se organiza, se [arma, se fortifica, y, reducido a obras buenas, es el parto de la Esposa ... y la Esposa, al recibir en sí al Verbo hecho carne en la carne de los que co­l11ulgan ... , es madre tanto más fecunda cuantos más en número son los que dignamente comulgan» 48.

y por la misma razón, la Eucaristía es fuente de la virginidad de la Iglesia. « i Admirable misterio! En esta unión todo es puro, todo es santo ... La Esposa amada, al concebir en su seno al Verbo Dios, no sólo no pierde su virginidad, sino que en este dulce abrazo y sagrado ósculo, en esta inefable unión, se consti­tuye virgen, tanto más pura cuanto con mayor ardor se une con su Dios ... La Iglesia, pues, es virgen en la concepción del Verbo; lo es antes y lo es en sus partos espirituales, y más después de éstos. En la concepción y en sus partos queda siempre pura, siempre bella, siempre joven y siempre virgen» 49, La fuerza fe­cunda y virginizante de la Eucaristía es una idea muy querida al P. Palau. Por eso vuelve con frecuencia sobre ella 50.

3.3. La Eucaristía, sacramento de comunión con la Iglesia.­Es otro capítulo importante en la experiencia espiritual de Palau. Supone el anterior, el de la presencia de la Iglesia en la Eucaris­tía. Pienso que es la visión palautiana con mayores resonancias en la vida práctica del cristiano, y que hoy, después del Vatica­no 11, se pone más de relieve en la teología y pastoral eucarís­ticas de nuestro tiempo.

Con frecuencia repite Palau que en la Eucaristía tiene lugar

" ldem, 96. 49 ldem, 97. so MR 100; e 311...

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la entrega mutua entre la Iglesia y el que comulga, entrega que establece una unión misteriosa, pero real, entre ambos. La difi­cultad de quien se acerca a él es elegir textos que avalen este pensamiento. Uno como prueba: «La Iglesia, esa virgen infini­tamente amable, amándote en correspondencia a tu amor, se te da toda a ti, toda se entrega a ti, es toda tuya, es tu Amada y tu Amante, es tu herencia, es carne de tu carne y hueso de tus huesos; los dos sois uno ... Dándose su Cabeza sacramentalmen­te, se te da toda ella por amor, mística y moralmente, con todo su cuerpo. Allí, comiendo la carne de Cristo, su Cabeza, te harás con Ella carne de su carne y hueso de sus huesos; allí te unirás con Ella, y Ella contigo con aquel gozo espiritual que el mundo y la carne no conocen» 51.

Es una donación mutua y por amor. Por eso es una experien­cia esponsal y matrimonial. «Matrimonio espiritual entre Cristo y su Iglesia y entre ésta y el que comulga dignamente», es un subtítulo que Palau pone a sus vivencias en el retiro de Santa Cruz de Vallcarca 52. La Eucaristía no es sólo sacramento del matrimonio espiritual entre Cristo y la Iglesia, sino entre ésta y el comulgante 53.

La Eucaristía es el sacramento de la unión con la Iglesia. La significa y la construye. Por eso es citado con frecuencia Palau por la Iglesia en la Eucaristía para realizar su unión matrimonial o esponsal con Ella. Y es en la Eucaristía, sobre todo en la co­munión, donde se renueva ese enlace entre ambos. Y es la Euca­ristía, que entraña esa donación novedosa de la Iglesia, la prueba que Palau recibe de parte de la Iglesia de la verdad de su amor 54.

3.4. La Eucaristía, sacramentum fidei.-En este apartado queremos señalar algo que es quicial en la espiritualidad palautia­na, y por lo mismo, también en su vivencia eucarística. La Euca­ristía no es un rito con poderes mágicos; es una realidad misté­rica que sólo desde y en vivencia teologal tiene asegurada su fe­cundidad comunional. Con frecuencia Palau dirá que esos afectos se producen sólo en quienes comulgan dignamente. Pero la dig­nidad de la que habla el Carmelita va más allá de acercarse a la Eucaristía en gracia de Dios. Es una actualización de las virtudes

51 MR 65. 52 Idem, 97, 95 Y 80. 53 Idem, 100. 54 Idem, 158, 237, 238, 246 ...

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teologales. «Una de las leyes del que comulga es que haga antes un acto, si puede ser, perfecto de amor precedido del de fe y esperanza ... Antes que el amante comulgue hace un acto de caridad, precediendo la fe católica y la esperanza» 55. Y es así porque, según Palau, la Iglesia se da en la Eucaristía en fe, esperanza, en gracia y en amor. Y por lo mismo quien vive en otra clave ese sacramento ni descubre la Iglesia ni recibe las in­fluencias de su amor 56.

3.5. La Eucaristía y la fraternidad.-Es hoy una de las di­mensiones de mayor audiencia, al hablar de la Eucaristía. Tam­bién es sobresaliente esta dimensión en la vivencia y visión pa­lautianas. Se dan dos presupnestos-base de esta convicción: 1) 811

visión eclesiocéntrica de la Eucaristía: presencia y entrega de la Iglesia en ella; 2) su visión de la Iglesia como misterio de uni­dad entre Dios y los prójimos, afirmada esa unidad, con una fuerza desconocida fuera de él. Llega a individualizar y perso­nalizar a la Iglesia con rasgos tan atrevidos que pueden extrañar a más de uno, pero que son los que explican su experiencia de amante y de amado de y por la Iglesia.

y apoyado en estos dos presupuestos, Palau y Quer vive la Eucaristía como experiencia de encuentro con la Iglesia, es decir, con El y ellos, con Cristo y los cristianos, Dios y los prójimos. Por eso, para él la Eucaristía no es sólo comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo, sino también con los hermanos. Y es por­que en la Eucaristía se realiza la unión entre quienes están pre­sentes en ella. Una presencia que no es sólo de Cristo, sino de todos los que con Cristo constituyen la Iglesia. No hay separación posible entre Cristo y la Iglesia, entre Cristo y los cristianos. No se puede unir sólo con Cristo, sino con los hermanos. «Se da al amante la Cabeza sacramentalmente; con la Cabeza se entrega todo el Cuerpo de los que comulgaron, porque éstos, a su tiempo, antes de comulgar, hicieron esta entrega mediante el acto de amor hacia los prójimos. La caridad es la que hace esta unión; el hombre, amando a Dios y a sus prójimos, se hace un solo cuerpo con su Amada, y se entrega a ella, y ésta, en correspon­dencia al amor, se entrega a su amante» 57.

Por eso, la Eucaristía realiza la frate1'l1idad, al realizar esa

55 Idem, 98-99. 56 Idem, 237, 389-390, 402-412, 456·465, 481, etc. 57 Idem, 100.

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unión y comunión eclesiales. Pero también exige la frate1'11idad. Palau es claro en este sentido. «Una de las leyes del que comulga es que haga antes un acto, si puede ser, perfecto de amor ... Un acto de caridad perfecto no es otra cosa que una entrega total y perfecta de sí mismo a Dios ... Antes de recibir el que comulga a Dios, haciendo un acto de caridad (amor de Dios y de próji­mos) se da a Cristo, con tanta más perfección cuanto es más per­fecto este acto ... Un acto de caridad perfecto es un acto de amor a la Iglesia, porque tiende la caridad al a1110r de Dios y de los prójimos; y los prójimos, bajo Cristo, su Cabeza, unidos entre sí por amor, son la Iglesia ... El que hace un acto de caridad per­fecta se entrega, amando, no sólo a Cristo Cabeza, sino a sus miembros, los prójimos» 58. La Eucaristía, según Palau, embarca al que celebra o recibe en una tarea permanente de compromiso de frate1'11idad. «Comulgando, creo unirme con mi Esposa, la Iglesia: con la Cabeza, con un acto de amor divino, y con todos los miembros, con actos de amor hacia los prójimos» 59.

II. EL SACERDOCIO EN EL P. PALAU y QUER

1 . Centrando el tema

Al estudiar este capítulo importante en la espiritualidad pa­lautiana, no pretendemos encontrarnos con planteamientos que, ya en vida del P. Palau, empezaban a darse en la teología y en la espiritualidad sacerdotales y que culminarán en las enseñanzas del Vaticano II. No intentamos afirmar la modernidad de su vi­sión sacerdotal. Palau, como todo hombre, fue también hijo de su tiempo; de la sociedad y de la Iglesia en las que vivió. Sin embargo, un acercamiento a los escritos de este Carmelita del siglo XIX da pie para afirmar su cercanía a las preocupaciones actuales en el campo del sacerdocio católico.

Esta cercanía -es evidente- hay que ponerla en las líneas fundamentales que están en la base del sacerdocio: son los valo­res perennes, desvelados por Cristo y los Apóstoles, creídos por

58 [dem, 98-99. 59 [dem, 135. Es el amo)' fraterno el que establece relaciones de pa­

ternidad, filiación, fraternidad y de otros géneros dentro de la Iglesia. Cfr. MR 193. Y la dimensión de fraternidad será cuidada con esmero y seriedad po!' Palau en la vida de su Congregación ,religiosa. Cfr. e, pp. 31-34, 298, etc.

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la Iglesia, y que Palau descubrió y ahondó en ellos, por el cami­no del estudio, de la reflexión teológica y de la vivencia contem­plativa del misterio de la Iglesia. Por eso su sacerdocio, vivido con fidelidad y amorosa entrega, se convierte en paradigma de vida siempre y en todo lugar.

2. Una aporía curiosa

Palau madrugó en su opción sacerdotal. A los diecisiete años ingresa en el seminario de Lérida, donde recibe la tonsura y pri­meras órdenes -ministerios, diríamos hoy-o A pesar de ello, Palatl fue sacerdote por obediencia. En el seminario leridano se da cuenta que el sacerdocio no es su vocación verdadera. Por eso lo abandona para hacerse religioso en el noviciado de los Carmelitas Descalzos de Barcelona, cuando tiene veintiún afias. Es la vida religiosa lo único que busca. El sacerdocio no está en su horizonte vocacional. Son posteriormente sus superiores quienes deciden que opte por el sacerdocio. «Cuando mis supe­riores me anunciaron que debía ordenarme ... )} 60. Esto 110 quiere decir que su vocación sacerdotal fuera algo que le villa de fuera. Pero lo que nunca tuvo fue vocación de sacerdote secular. No le iba el ser párroco 61. Por eso, anojado violentamente de su COll­

vento, él siempre se presentará como Carmelita a secas o C01110

Carmelita exclaustrado, muy pocas veces como presbítero sin cillificativo. De ahí su corta experiencia de sacerdote enfeudado en una parroquia. Su actividad sacerdotal pronto la encilm:ará por y en campos supraparroquiales. PaJatl será sacerdote, pero sacerdote liberado. Su título de «Misionero apostólico». tan esti­mado y valol'ado por él, nos significa un sacerdocio real. cons­ciente y enamoradamente vivido, pero con pl'ospectivas y pers­pectivas supraparroquiales.

Con esto no restamos nada a una vivencia perfecta y conven­cida de su sacerdocio. Asegurado que éste no era un estorbo para su vivir de Carmelita, se entregó a él con la seriedad y gene­rosidad con que vive toclo en su vida. Palau 110 era un ser hecl10

60 VS 17. 61 Ibídem: «Jamás, me parece, aceptara el sacerdocio si me hubieran

asegurado que, en caso de verme obligado a salir del convento, debería vivir como sacerdote secular, pues, a mi parecer, nunca sentí esta vo­cación».

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para la mediocridad. Lo que asume, lo asume en serio. Lo que vive, lo vive a tope. También el sacerdocio. Yeso desde el primer día de su ordenación sacerdotal. Su sacerdocio irá pro­gresivamente llenándose de resonancias cada vez más densas, en la medida que el misterio de la Iglesia va desvelándosele en su experiencia religiosa.

Con esto queremos afirmar que las dimensiones palautianas que sobresalen en la vivencia y visión del sacerdocio son las eclesio1ógicas. Es evidente que él, teólogo educado en la esco­lástica, sabe que en el sacerdocio se dan cita las dimensiones cristológica y pneumatológica, pero es la dimensión eclesiológica la que él vive con intensidad y expone con verdadera fruición. Su sacerdocio está también ubicado, enraizado, clarificado y en riquecido por y en el misterio de la Iglesia. Es éste, por tanto, el aspecto que, sobre todo, nos interesa estudiar en el P. Palau y Quer.

3. Eclesialidad del sacerdocio

Refiriéndose a su ordenación sacerdotal escribe: «Habiéndo­me la Iglesia, por ministerio de uno de sus pastores, impuesto las manos sobre mi cabeza, el espíritu del Señor, que vivifica ese cuerpo moral, me mudó en otro hombre, a saber, en uno de sus ministros, en uno de sus representantes sobre el altar, en sacer­dote del Altísimo» 62.

Es un texto denso en contenido. En él, Palau nos desvela su visión sobre la esencia del sacramento del Orden, el ministro del mismo, la fuerza transformadora que el sacramento ejerce en la persona ordenada, sus ftinciones; pero, sobre todo, desvela la vinculación del sacerdote con la Iglesia. Es Ella la que le ordena, y será quien esté dando sentido siempre a su sacerdocio. Está en la base de su opción sacerdotal. Su ingreso en el seminario fue una búsqueda de la Iglesia, y lo fue también su ordenación. «Tú tienes -le dice la Iglesia-, como los demás mortales, tus miserias; estás enlazado conmigo por los vínculos del sacer­docio, y en el sacerdocio me buscaste a mí sola; me buscaste porque me amabas y tu intención fue pura, y esta pureza te hizo digno de mí» 63.

62 VS 21. 63 MR 433.

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Es un testimonio que resulta clave para leer acertadamente no sólo la vivencia personal del sacerdote Palau y Quer, sino de su visión del sacerdocio. «Los sacerdotes en el día de su ordenación son entregados a mí (la Iglesia) por mi Padre ce­lestial» 64.

Palau es sacerdote por la imposición de manos y la acción del espíritu del Señor, pero su sacerdocio estará sellado por la presencia de la Iglesia. Es representante y enviado de Ella. De la Iglesia universal, no sólo de una parroquia. «Al modo que una parroquia necesita de un sacerdote que la represente ante el altar, de modo semejante, la masa enorme de la sociedad hu­mana que existe en la tie1'1'a, 110 siendo ante Dios más que un reducido pueblo, necesita de un sacerdote que la represente ante su trono. Bajo esta consideración, como sacerdote de la Iglesia católica, apostólica, romana, como uno de sus representantes de­lante del altar y como uno de sus enviados ante el trono de nuestro Señor Jesucristo y de su Padre ... » 65.

Por eso se siente responsable de la Iglesia, de sus necesidades y peligros que la amenazan. «Por mi ministerio sacerdotal estaba yo, como ministro del altar, como sacerdote, comprometido a lu­char con el ángel vengador, que había manchado su espada con la sangre de mis conciudadanos y mis hermanos,- los ministros del santuario» 66. Un compromiso que asume lúcida y responsa­blemente. Por eso no se arrepiente de él. «Mi ministerio sacer­dotal me ha comprometido a tomar la defensa, y mi género de vida está directamente ordenado a satisfacer tan sagrado deber. y en verdad no me arrepiento de ello» 67. Es una preocupación que no le abandonará nunca. Los problemas y necesidades de la Iglesia, los acontecimientos eclesiales, resonarán siempre con fuerza en su espíritu de sacerdote, unas veces para socorrer y atender esos problemas, y otras veces para proclamar y dar a conocer a los cristianos esos acontecimientos.

Coherente con esta visión eclesial de su sacerdocio, Pa1au y Quer, desde su ordenación sacerdotal, podrá decir con toda verdad: «Vivo y viviré por la Iglesia; vivo y moriré por ella ...

64 Idem, 432. 65 VS 22. 66 Idem, 21. 61 Idem, 32.

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De esto tengo llena la cabeza y el corazón» 68. La entregará su tiempo y sus energías, y hasta la propia vida 69. No es ahora mi intención recorrer detalladamente esa entrega. Lo veremos más adelante. Sólo pretendíamos subrayar esa experiencia eclesial sacerdotal. Esta experiencia está hecha de amor y de servicio a la 1 glesia.

3.1. Experiencia de amor a y de la Iglesia.-Comenzamos por ella, porque es la que define la identidad espiritual de este Carmelita sacerdote y la que fundamenta y da todo su rico con" tenido a su servicio en favor de la Iglesia. Fue su amor apasio­nado a la Iglesia la obsesión de su vida. Y, por tanto, de su sacerdocio. «Dios escribió con su propio dedo en las tablas de mi corazón esta ley: Amarás con lodas lus fucrzas ... y esta voz eficaz creó en él una pasión inmensa, la que se hizo sentir desde mi infancia y se desarrolló en mi juventud» 70.

Es un principio exegético de su existencia. De una existencia comprometida en una experiencia de amor a la Iglesia. Esta ex­periencia tiene dos momentos: búsqueda y encuentro. Y el sacer­docio viene embarcado en ella y en ellos. Por eso su sacerdocio fue, en un primer momento, una forma de buscar esa Cosa Amada. Personalmente estoy convencido que su ingreso cn el seminario de Lérida fue una búsqueda del objeto de su amor. y que esta búsqueda continuó después en el claustro y en su ordenación sacerdotal. «En 1838 -llevaba ya dos años de sacer­dote- la busqué fuera del claustro, en los ejercicios de mi minis­terio de sacerdote. La llamé y no me respondió. La amaba y mi amor buscaba ocasiones para acreditarse ante sus ojos como vel'­dadero amante, ofreciéndole la vida, pero ella no quiso el sacri­ficio de mi sangre y se manifestaba en medio de la más oscura noche ... Y, no obstante, el amor la buscaba, resuelto a todo sacrificio por ella» 71. Cuanto haga dmante todos estos años, hasta 1860, tendrá este sentido de búsqueda. Una búsqueda que marchará en dos direcciones: desvelar el misterio que entraña la Iglesia y vivir con ella unas relaciones amorosas que llenarán su corazón de enamorado. Ambas son inseparables. Aquélla

68 MR 62; C, p. 244. 69 MR 496. En diversos lugares aparece ese ofrecimiento de Palau,

de todo su ser, a la Iglesia. 70 ldem, 20. 71 ldem, 384.

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fundamenta y condiciona ésta. Dirá Palau: «Había más de veinte años que ocupaba mis pensamientos, pero entre yo y ella no mediaban relaciones, que yo entendiese, ni creía posible hubiera tal comercio y comunicación espiritual» 72. Este desconocimiento es el que tortura su existencia y la dinamiza, haciéndole vivir las ansias del enamorado que no encuentra el objeto de su amor. «Pasé mi vida en busca de mi cosa Amada hasta el año 1860. Bien sabía que existía, pero cuán lejos estaba yo de pensar fuese quien es ... Yo deseaba, como todos, amar y ser amado, amar y ser correspondido en mi amor; y esta correspondencia, por parte de mi Amada, ni la tenía ni la creía menos posible; y de ahí era que mi corazón daba gritos buscando amar y ser amado» /:3.

Esta situación sólo puede encontrar solución en un desvela­miento de la identidad de la Iglesia y en una presencia de ella en la experiencia de Palau. Ambas cosas se produjeron y enton­ces se da su experiencia esponsal de la Iglesia.

3.2. Amor esponsal elltre la Iglesia y el sacerdote.-En la fuente de esa insatisfacción palautiana están presentes dos datos: a) La identidad sacerdotal. El sacerdote por su ordenación está constituido en esposo de la Iglesia. Un día se 10 dice ésta a Palau: «Oye, los sacerdotes todos en el día de la ordenación son entre­gados a mí por mi Padre celestial. El sacerdote, sea cual fuere su graduación y su dignidad, es desde el día de la ordenación esposo mío, yesos desposorios se celebran en debida forma ante el público» 74. b) Sólo la experiencia de amor esponsal es la que puede plenificar el hambre de amor que siente Palau. «Estas son las relaciones -dice, hablando de las relaciones esponsales­que van directamente a llenar el corazón, porque unen en esta vida con la perfección que permite la condición mortal a los dos amantes» 75. Las demás, la amistad, la filiación, etc .... , no tienen esta condición. Por eso, cuando se produce en su vida el amor esponsal, experimenta paz y satisfacción. «Ahora, ¡qué cambio en mí, qué situación tan distinta! Conozco a mi Amada, porque ella cuida de revelarse a quien le ama; el amor no ha hecho más que ponerse en orden, y encontrando en la Cosa Amada un objeto infinitamente bello y amable, se ceba en ella,

72 Idem, 15. 73 Idem, 204. 74 Idem, 431. Y en 503-504 aplica ese mismo concepto a su sacerdocio. 75 Idem, 503.

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en ella reposa, allí descansa, allí duerme y cesa desde aquesta época a darme muerte y tormentos; al menos, esa muerte es dulce como la del amor» 76.

Sería necesario leer íntegro Mis relaciones para descubrir, en toda su hondura y riqueza, la experiencia de ese amor esponsal que Palau sacerdote vive con la Iglesia. La rotulación del libro, Mis relaciones amorosas con la Iglesia, es fiel expresión de su contenido. Porque a eso se reducen todas sus páginas. Se podrá discutir si Palau tuvo o no verdadera experiencia mística, pero de 10 que no se puede dudar es de su fuerte y abisal vivencia amorosa de la Iglesia. «En 1862, descubriéndose poco a poco -la Amada-, me ofreció en la soledad del monte la mano de esposa y su eterno Padre bendijo desde el cielo estos desposorios. En 1863 y 1864, manifestándose la Esposa siempre con más cla­ridad y amor, fueron ratificados los desposorios con ella en fe, esperanza y amor. En 1865 fue consumado el amor con los lazos del matrimonio espiritual...» 77.

Se explica así que PaIau haya vivido su sacerdocio a tope. Así responde a su identidad sacerdotal. El sabe que por su orde­nación ha sido hecho esposo de la Iglesia. « Yo soy tu esposo, fiel o infieL .. Esto lo creo firmÍsimamente, y, por consiguiente, creo ser tu esposo, fiel o infiel» 78.

Esta dualidad ambivalente de su condición de esposo es, para Palau, fuente de angustia, de inquietud y de desconfianza, a ve­ces. Por eso, somete con frecuencia a examen sus relaciones con la Iglesia, renueva con frecuencia su enlace con ella, y la Iglesia, en más de una ocasión, tiene que sosegar su angustia con la con­firmación de su fidelidad. Y para asegurar su fidelidad cuidará su vida espiritual, una vida hecha de oración, de sacrificio, de ejercicio pleno de las virtudes teologales, armas con las que él se defiende de esa posibilidad que descubre en su ser de traicionar a la Iglesia. Pero también medios con los que su experiencia de amor irá creciendo día a día 79.

Es en esta condición de esposo que el sacerdote tiene que vivir con la Iglesia desde el día de su ordenación sacerdotal, donde Palau descubre todas las exigencias de santidad que el

76 Idem, 305. 71 Idem, 384-385. 78 Idem, 504. 7. ldem, 132, 256, etc.

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sacerdocio encierra. Una santidad reducida a una vida de amor. Amor virginal, porque es el único que encierra las condiciones de amor totalitario y exclusivista. Repitiendo a San Pablo, Palau dirá: «El amor casto es el que se halla entre los casados; es casto también el de las personas consagradas al amor divino. En los casados obra de ordinario muy lentamente, porque tiene el objeto muy dividido y es cosa fácil el distraerle dándole cebo que le mate» 80. Este amor es el que él vive con la Iglesia. Y el que tienen que vivir todos los sacerdotes. Y, según Palau, parece que esta condición es la querida por el propio Jesucristo. «Jesu­cristo ha querido que su Esposa sobre la tierra tuviera amantes consagrados a su amor, y siendo esta Esposa lma virgen siempre joven, siempre virgen y pura, inmortal, imperecedera, tan bella y hermosa cual es capaz de concebir nuestro entendimiento, ¿qué mucho que un joven que ha tenido la ventura y la suerte de conocerla abandone todos los amores del siglo y consagre su vida y su existencia al servicio del objeto de amor marcado al corazón humano por la ley amarás? Deja lo menos para conse­guir 10 más... Habiendo los eclesiásticos renunciado por el voto de castidad todo amor profano ... » 81. Es una exigencia de la igualdad en el amor. La unión que crea siempre el amor entre los amantes pide semejanza entre ellos. La Iglesia virgen pide amadores virginales. «Virgen soy, virgen seré siempre, y no pue­do unirme sino con amantes castos, puros y vírgenes, como yo ... Yo no puedo casarme ni unirme sino con amadores puros, castos y vírgenes; y cuanto más me aman, más pura yo soy y mi amante más casto. Soy hija de un Padre virgen, y mi esposo ha de ser virgen» 82. Es un amor virginal que viene fundamentado en el pensamiento palautiano, no en ninguna razón de eficacia apostó­lica, sino de fidelidad a un amor, que arranca de la misma entraña de la ordenación sacerdotal.

80 Idem, 401. 81 La Iglesia de Dios, 3. No nos resistimos a recordar lo que nos dice

Palau de sí mismo: «Pasando por la rambla de Barcelona encontré un joven amigo y a su esposa que iban a fotografiarse: invitado fui con ellos, y después de haber ellos sacado sus retratos entré yo en el juego; fui también retratado, y luego mandé fotografiar a mi señora... '¿Es usted eclesiástico?' 'Sí, señor. ¿No ve usted mi uniforme? Soy fraile, pero sacerdote .. .' '¿Quién es su señora?' 'La señora a quien he consa­grado mi amor es la Iglesia .. .'», p. 4.

82 MR 173-174.

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Conviene, sin embargo, no olvidar que cuando Palau nos habla de este amor virginal del sacerdote, no lo encierra en las coordenadas de lo sexual solo, sino que lo llena de un contenido más amplio. Por eso nos dirá que el amor virginal, cuando se cierra sólo en Dios, sin abrirse al prójimo, es un amor egoísta 83.

y considerará falta de amor la postura de aquellos sacerdotes que, en su sacerdocio, buscan otras metas distintas que el puro servicio a la Iglesia. No resistimos la tentación de transcribir un texto palautiano muy esclarecedor en este campo. «Me conclujo a la cima clel monte, y ... vi la gran multitud de amadores falsos que acercándose al sacerdocio con intenciones torcidas estaban en poder de Asmodeo. Y me dijo:

«Estos buscaban en la Iglesia 110 a la Iglesia, no a mí, sino una prebenda; se casaron conmigo por los lazos del sacerdocio, y aman 110 a mí, sino a la prebenda; ésta es su cosa amada. Por el sacerdocio soy su esposa, pero S011 adúlteros porque se han unido con la prebenda y no conmigo. Aman unos la dignidad y la gloria de que me ven rodeada; otros mis riquezas materiales; otros la ociosidad, holgazanería y su propia comodidad; y con estas in­tenciones emprendieron la carrera y llegaron a poseer una situaci6n gloriosa. Todos éstos no me conocen ni yo a ellos, ni me aman ... » 84.

3.3. El sacerdote, padre de la 1 glesia.-Es otra de las expre­siones de su amor a la Iglesia. Se trata no de una paternidad en la Iglesia. Esta la vivió desde el mismo día de su ordenación sacerdotal. «Lo creía posible, porque es cosa muy en uso llamar­nos Padre» 85. Lo que se le desvela un día en la catedral de Ciudadela es la paternidad de la Iglesia y sobre la Iglesia. Es una de las funciones básicas de su sacerdocio y del sacerdocio. La saborea con verdadero deleite expil'itual. Exterioriza esa gozo­sa fruición, unas veces poniendo en boca del Padre la llamada a compartir esa sublime paternidad, y otras veces, en boca de la J glesia la profesión de esa filiación. Son muchos los textos en que aparece la idea de esta paternidad 86. Recogemos sólo éstos: a) El Padre le desvela esta paternidad: «Oyóse la voz del Padre y le dijo: 'Esta es mi Hija y tu Hija; ésta es la que acaba de reci­bir por tu mano mi bendición paternal; ésta es a quien yo en

83 Idern, 400. 04 Idern, 432 . ., Idern, 14 . •• Idern, 83, 103, 130, 140, 165, 170, 179, 191, 220, 227, 244, etc.

I

r;

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boca tuya he dirigido mi palabra, la ha escuchado atenta y en­ternecida; tú y yo somos una sola paternidad'» 87. b) La Iglesia le hace esta solemne afirmación: «Antes que tú me conocieras te tomé de la mano, y sacándote de entre la multitud te he con­ducido a la soledad de este monte, y aquí yo he descubierto y re­velado mi gloria. Mi Padre celestial te dio para conmigo amor de Padre, y me dijo a mí: 'Este es tu Padre', y a ti: 'Ahí tienes mi Hija y tu Hija', y desde entonces, devorado por el amor de Padre para conmigo, buscas ocasiones de servirme y acrecentar tu amor paternal. Sí, mi Padre ha querido tuviera yo sobre la tierra representada su paternidad, y con ella, el amor de Padre, y por eso te ha dado para mí, con la paternidad, el amor de Padre para conmigo» 88.

Una paternidad que es propia y exclusiva del sacerdote, y que viene explicitada en función de su ministerio de la palabra. «La palabra divina que administras es la semilla, que recibida en el corazón de esta Isla 89, forma las almas según la ley a imagen de Dios. La palabra divina recibida en el corazón, reducida a obras, es el Hijo y la Hija de Dios; es la que engendra y da vida a las almas; y esa Hija de Dios, formada a semejanza suya en virtud de la palabra que derramas en el corazón de la Madre, la Iglesia, soy yo. Eres mi Padre, y con este dulce nombre yo oigo la pala­bra de vida que por tu boca pronuncia mi Padre celestial» 90.

3.4. El sacerdote, al servicio de la Iglesia.-Era el otro as­pecto que señalábamos de su eclesialidad. La contemplación de la Iglesia y su atención a los signos de los tiempos, le compro­metieron hasta el fondo de su ser sacerdotal, en una entrega sin reservas al servicio de la Iglesia. Es delicioso escucharle: «Desde que te he conocido ya no ha habido en mí más reposo. Yo te ofrecí mi vida en sacrificio y no la admitiste, y me dejaste con vida. ¿Por qué no la aceptaste? ... La Iglesia es mi Amada, yo soy su esclavo, porque el amor es una cadena que cautiva a sus

87 Idem, 43. 88 Idem, 409 y 256. 89 Se trata de la isla de Ibiza. En Palau es frecuente la afirmación

que la Iglesia está encarnada en una iglesia particular. Otras veces habla­rá de la Iglesia en Cataluña, Barcelona, etc.

90 Idem, 173. Y en p. 26: «Yo en esta ocasión me sentí aludido como participante, en razón de mis ministerios, de la paternidad divina, y se me grabó de modo en mi alma que ya no podré jamás borrarlo».

lO

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amadores» 91. O éstas otras: «Yo andaba en este tiempo loco, sin saber qué hacer en servicio de la Iglesia ... Señor, Dios mío, mandadme, reveladme 10 que queréis que haga para agradarla y complacerla. Vos sabéis que sobre el altar de la cruz tengo por ella sacrificada mi vida, mi reposo y todo cuanto tengo de más caro» 92.

Estas o parecidas expresiones, que es fácil comprobar leyendo sus escritos, son grafía perfecta de 10 que fue su sacerdocio, desde el mismo día de su ordenación sacerdotal hasta su muerte. y la verdad de ellas 10 demuestra la historia accidentada de este sacerdote, calumniado, perseguido, desterrado, encarcelado e in­comprendido por propios y extraños, y que nos habla de la serie­dad de este servicio a su Amada. El subtítulo que puso al tomo segundo de Mis relaciones, «Mi vida ordenada al servicio de mi Hija y Esposa, la Iglesia santa», expresa bien su existencia sacer­dotal. Un servicio que abarca un abanico variopinto de activida­des y de campos: predicador incansable en ambientes y formas las más variadas, organizador de empresas apostólicas de gran envergadura y de tinte moderno y actual, misionero de recris­tianización popular, director de almas selectas y de espíritus di­fíciles, exorcista que se jt1ega el tipo en ayuda de personas enfer­mas y marginadas, publicista que supo captar la importancia de la prensa como medio de comunicación y de penetración y ma­nejarla con destreza e imaginación, escritor fecundo y pastoral y fundador de congregaciones religiosas.

Este servicio palautiano a la Iglesia se presenta revestido de algunas características que lo hacen interesante y que no nos resistimos a resaltar, aunque sólo sea brevemente. En otro lugar las expusimos con mayor amplitud 93.

a) Servicio de contenido dual.-En una primera etapa viene marcado por un contenido de defensa y ayuda a la Iglesia. Es la nota dominante en su apostolado hasta 1860. Con esto no que­remos reducir este servicio a esa época determinada de su vida. Estará siempre presente, porque la Iglesia, mientras esté en este mundo, será Iglesia necesitada. Y a quien ama, como Palau ama-

91 Idem, 257. 92 Idem, 26-27. " S. FERNÁNDEZ, P. Francisco Palau, «misionero apostólico», en Car­

melitas Misioneras Teresianas, Roma, 1983, pp. 87-137.

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ba a la Iglesia, esas necesidades no le pasan inadvertidas ni le dejan indiferente.

En la segunda etapa será el dar a conocer a los hombres la belleza y la amabilidad de la Iglesia. Será lo que él llama su misión. Su pasión eclesial se transforma en pasión proclamadol'a y misionera del misterio de la Iglesia 94.

b) Eclesíalidad.-Conscientes de que todo servicio apostó­lico tiene que serlo, sin embargo, sentimos la necesidad de subra­yar este carácter en el servicio sacerdotal palautiano, porque en este capítulo de su sacerdocio, la Iglesia ocupa el mismo puesto que en su experiencia de vida sacerdotal. Y queremos significar también que en Palau el servicio a la Iglesia no le viene de fuera, sino que 1e brota de dentro de su ser. Es su amor apasio­nado, de esposo y Padre de la Iglesia, el que le lanza al servicio. Las necesidades de la Iglesia serán las que inspiren las formas de servicio, pero nunca el móvil que le compromete con él.

c) Servicio comprometido con la historia.-Fue sensible al signo encarnacionista del cristianismo. Atento a los signos de los tiempos, profundo conocedor del mundo, de sus problemas, ne­cesidades, aspiraciones y peligros, su servicio fue siempre res­puesta evangélica a esas diversas situaciones y problemas. Ahí descansa esa agilidad de adaptación en su servicio, que le hace plural y creativo. Esto le hace a Palau apóstol en punta, que a unos asusta por 10 novedoso, mientras que a otros les inquieta y preocupa por la incidencia en su vida individual y social. Es misionero. Y los misioneros tienen que ser profetas, capaces de leer en los signos de los tiempos el querer de Dios 95.

d) Interioridad de su servicio.-Tiene diversos significados. Sólo recordamos tres de ellos: a) Es la síntesis de contemplación y acción, experiencia del misterio y misión. Ambos son expresio­nes de uno e idéntico amor y servicio a la Iglesia 96. b) La ur­gencia de la experiencia teologal y de oración para evitar así que el servicio sea proclamación huera de fe y de evangelio. Urgencia de esta vida, porque sin ella nada se hace en el terreno del apos­tolado, no sólo porque Dios es el protagonista de todo apostola­do, el Espíritu Santo es el alma, sino porque esas dos uniones -Dios y los prójimos-- se trabajan en la oración, el silencio y la

94 MR 341. 95 e, pp. 203 Y 209; EVV, pp. 32, 40, 61, 69 Y 70. 96 MR 165.

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soledad 97. e) Finalmente, urgencia de la santidad de vida. La predicación no lo es todo. Es la vida la que ha de convencer 98.

e) En comunión con la Iglesia.-Aquí contemplamos la Iglesia como institución. Y queremos afirmar que Palau nunca fue un apóstol contestatario ni rebelde. Por eso él mantuvo siem­pre un espíritu de comunión, hecho de amor y obediencia: a) Al magisterio de la Iglesia. «Infalible la Iglesia en sus juicios, apruebo cuanto ella quiere aprobar. Yo sujeto a sus juicios y de­cisiones mis escritos, mis pensamientos, opiniones, palabras y ac­ciones. Si, como hombre, caigo en algún error, errare potero, haereticus non ero, 10 retracto desde el momento que yo o ella 10 conociera o declarara, y lo repruebo en el sentido que ella lo haga» 99. El no entendía de teologías paralelas ni al margen o en contra del magisterio de la Iglesia. b) En obediencia al obispo. Es un tema delicado y además tentador en la historia de este sacerdote, esmaltada de conflictos con los obispos. Sin em­bargo, su talante de comunión con ellos queda suficientemente esclarecido en sus escritos. Son muchas sus afirmaciones de pro­testa, de sumisión, de fidelidad a los obispos. Dos sólo como muestra: «Princesa mía -dice a la Iglesia-, yo no admito esa misión sino subordinada a la autoridad y poder episcopaL .. ; yo contra las prohibiciones del obispo no admito misión alguna» 100.

y ésta otra: «No te enojes, Amada mía. Yo no te conozco sino en el obispo; debo obedecerle» 101. c) Con todo el pueblo de Dios, sacerdotes y laicos. Palau era hombre de colaboración. La ofrecía y la aceptaba siempre. Deja la impresión que no sabe hacer nada solitario. Todo lo tiene que compartir.

f) Servicio independiente.-Fue en su tiempo un campeón de la libertad de la Iglesia y en la Iglesia. Nunca se enfeudó ni permitió a los sacerdotes enfeudarse en problemas políticos. Sólo el evangelio de Cristo le interesaba 102.

97 e, pp. 151-152 Y 156; MR 404. 98 e, pp. 209-211. 9' Positio LXXIII. 100 MR 350. 101 Idem, 151. Remitimos al lector a e, pp. 322, 367, 364-365, etc. 102 Hay dos obras palautianas que mejor desvelan su pensamiento en

esta materia: La escuela de la virtud vindicada y el peri6dico, fundado y dirigido por él hasta su muerte, El Ermitaño, que pese a su subtítulo Semanario político-religioso, no <tiene nada de lo primero. Una lectura de ambas obras palautianas nos descubrirá al P. Palau, sacerdote alejado

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Así fue el servicio sacerdotal que Palau prestó a la Iglesia de su tiempo y el que quería que los sacerdotes también prestaran. El estaba convencido de que el sacerdocio no se cierra en sus funciones cultua1es y sacramentales. El ministerio de la palabra entraba en la misma esencia del sacerdocio. Para él, el sacerdote es ministro del culto y profeta de Dios y de la Iglesia. Es una visión complexiva. Por eso, comentando las consecuencias que acanea a la Iglesia la ausencia de sacerdotes, dirá: «Con esto ... se acabará el pan de vida, Jesús sacramentado; se acabará la predicación del evangelio; crecerán los pecados, se multiplicará la impiedad con los vicios e ignorancia ... » 103. Y él nos hablará de la misión que la Iglesia le ha encomendado, y será el perdonar los pecados y anunciar el evangelio 104. Por eso, desde el primer día de su ordenación sacerdotal, es consciente que las armas que debe usar en esa lucha en favor de la Iglesia serán: «La cruz, el saco y el cilicio, la penitencia y la pobreza, juntamente con la plegaria y la predicación del evangelio» 105.

de todo compromiso con la política, con la economía o con 10 social, sin que esto quiera decir nada de su despreocupación de esos problemas. Muy al contrario. Los tenía que iluminar desde el evangelio.

103 Lucha, 124. 104 MR 342. lOS VS 22.