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Los Cuadernos del Pensamiento Los educadores tendrán que encarar cada vez con mayor urgencia la viva controversia desata- da entre evolucionistas y creacionistas. Debido a la presión de los grupos creacionistas, casi dos docenas de Estados de la Unión se hallan en este momento considerando la posibilidad de elaborar leyes que obliguen a la enseñanza de la versión cristiana de la creación en las escuelas públicas. Otros proyectos de ley proponen la eli- minación de la evolución de los libros de texto. Es increíble que una minoría organizada, que se da a sí misma el nombre de «mayoría moral», pueda provocar semejante conmoción. Aunque es cierto que las virtudes cristianas son victorias para la condición humana, de ello no se sigue que el «creacionismo científico» sea en modo alguno científico. La religión no es una ciencia; es algo así como comparar peras con na- ranjas. En los artículos que siguen los autores (am- bos de rmación prondamente religiosa) ana- lizan estas peras y estas manzanas, con la tradi- cional contención científica. Es posible que haya llegado el momento de que la comunidad cientí- fica caiga en la cuenta de la amenaza que todo esto supone para la disión del conocimiento científico. Luci/le B. rten ldaho Museum of Natural History 56 EVOLUCION ¿HECHO O FE? Allen C. Tuer U no de los retos a los que debe hacer ente la comunidad científica en estos días se halla ejemplificado en el proyec- to de ley Denmeyer, orientado a «pro- teger la libertad académica y evitar la censura - deral sobre la investigación científica financiada con ndos de impuestos derales». En interés de ese viejo valor americano que es el juego lim- pio, dicho proyecto de ley intenta conceder igual dotación de ndos de la National Science Foundation para las posiciones creacionistas y evolucionistas en la Smithonian Institution y en el National Park Service. El proyecto Denmeyer se nda en que la ciencia es un credo y no pue- de ser por tanto regulada por el Estado, y a la in- versa, que el creacionismo es una ciencia y debe por tanto recibir igual tiempo de presentación. Como antropólogo, nunca he negado que el creacionismo pueda ser una creencia válida. Sostendría, sin embargo, que hay un tiempo y un lugar adecuados para su enseñanza, y que la clase de ciencias no es el lugar apropiado. Ni hay tampoco tiempo para presentar todos los puntos de vista rivales sobre la creación, a menos que se dé un curso de religión comparada. A lo largo de los años he sido muchas veces cuestionado en mis clases universitarias por diversos estu- diantes. Uno, un indio navajo, objetaba de mi exposición de los datos antropológicos sobre el origen asiático de los primeros americanos. Su objeción se ndaba en que no concedía igual tiempo al mito navajo de la creación, con su Mer Cambiante y su milagrosa concepción del Sol. Otro estudiante, hopi esta vez, me recordó que los hopi habían surgido del subsuelo, donde habían llevado una existencia anterior. Un estu- diante cheyenne me habló del mito del somor- mujo terrestre en el que la polla de agua era en- viada al ndo de un lago a buscar el barro acu- mulado sobre el lomo de la tortuga, con el que rmaría la tierra. Ninguna de estas creencias es ciencia. Pueden ser coherentes con otros varios elementos de las respectivas visiones del mundo de diversos pueblos, pero no constituyen ciencia. Las historias del pensamiento evolucionista y del pensamiento creacionista abarcan millares de años. Los antiguos griegos creían que toda vida es cambiante; esto es, mutable. Por otro la- do, está la aún altamente considerada creencia hebráica de que Yahvé creó la tierra y todo lo ·que en ella hay. Esta creación, según el obispo Ussher, ocurrió en el 4.004 A. C. Así pues hay una división radical entre ambas filosoas: la

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Los Cuadernos del Pensamiento

Los educadores tendrán que encarar cada vez con mayor urgencia la viva controversia desata­da entre evolucionistas y creacionistas. Debido a la presión de los grupos creacionistas, casi dos docenas de Estados de la Unión se hallan en este momento considerando la posibilidad de elaborar leyes que obliguen a la enseñanza de la versión cristiana de la creación en las escuelas públicas. Otros proyectos de ley proponen la eli­minación de la evolución de los libros de texto. Es increíble que una minoría organizada, que se da a sí misma el nombre de «mayoría moral», pueda provocar semejante conmoción.

Aunque es cierto que las virtudes cristianas son victorias para la condición humana, de ello no se sigue que el «creacionismo científico» sea en modo alguno científico. La religión no es una ciencia; es algo así como comparar peras con na­ranjas.

En los artículos que siguen los autores (am­bos de formación profundamente religiosa) ana­lizan estas peras y estas manzanas, con la tradi­cional contención científica. Es posible que haya llegado el momento de que la comunidad cientí­fica caiga en la cuenta de la amenaza que todo esto supone para la difusión del conocimiento científico.

Luci/le B. Harten

ldaho Museum of Natural History

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EVOLUCION

¿HECHO O FE?

Allen C. Turner

U no de los retos a los que debe hacer frente la comunidad científica en estos días se halla ejemplificado en el proyec­to de ley Denmeyer, orientado a «pro­

teger la libertad académica y evitar la censura fe­deral sobre la investigación científica financiada con fondos de impuestos federales». En interés de ese viejo valor americano que es el juego lim­pio, dicho proyecto de ley intenta conceder igual dotación de fondos de la National Science Foundation para las posiciones creacionistas y evolucionistas en la Smithonian Institution y en el National Park Service. El proyecto Denmeyer se funda en que la ciencia es un credo y no pue­de ser por tanto regulada por el Estado, y a la in­versa, que el creacionismo es una ciencia y debe por tanto recibir igual tiempo de presentación.

Como antropólogo, nunca he negado que el creacionismo pueda ser una creencia válida. Sostendría, sin embargo, que hay un tiempo y un lugar adecuados para su enseñanza, y que la clase de ciencias no es el lugar apropiado. Ni hay tampoco tiempo para presentar todos los puntos de vista rivales sobre la creación, a menos que se dé un curso de religión comparada. A lo largo de los años he sido muchas veces cuestionado en mis clases universitarias por diversos estu­diantes. Uno, un indio navajo, objetaba de mi exposición de los datos antropológicos sobre el origen asiático de los primeros americanos. Su objeción se fundaba en que no concedía igual tiempo al mito navajo de la creación, con su Mujer Cambiante y su milagrosa concepción del Sol. Otro estudiante, hopi esta vez, me recordó que los hopi habían surgido del subsuelo, donde habían llevado una existencia anterior. Un estu­diante cheyenne me habló del mito del somor­mujo terrestre en el que la polla de agua era en­viada al fondo de un lago a buscar el barro acu­mulado sobre el lomo de la tortuga, con el que formaría la tierra. Ninguna de estas creencias es ciencia. Pueden ser coherentes con otros varios elementos de las respectivas visiones del mundo de diversos pueblos, pero no constituyen ciencia.

Las historias del pensamiento evolucionista y del pensamiento creacionista abarcan millares de años. Los antiguos griegos creían que toda vida es cambiante; esto es, mutable. Por otro la­do, está la aún altamente considerada creencia hebráica de que Yahvé creó la tierra y todo lo ·que en ella hay. Esta creación, según el obispoUssher, ocurrió en el 4.004 A. C. Así pues hayuna división radical entre ambas filosofías: la

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mutabilidad de las formas de vida en cuanto contrapuesta a la idea del carácter fijo de las es­pecies.

A lo largo de todos los Siglos Oscuros y hasta la Ilustración, el fijismo fue la visión predomi­nante. A mediados del siglo XVIII, no obstante, empezó a tomar forma la investigación científi­ca. Guy De Maupertuis y otros defendieron que, debido a las similitudes entre las formas de vida, debía existir algún antepasado común no diferenciado. En el 700, el botánico sueco Caro­lus Linneo, partidario del fijismo, se impuso co­mo obligación religiosa clasificar todas las varie­dades de la vida creada por Dios, en forma de un gran sistema taxonómico, el Systema Naturae (1735). Paradójicamente, ese mismo sistema es usado actualmente como un modelo de evolu­ción. El hombre, en dicho sistema, es reconoci­do como un animal, Hamo, y es clasificado como primate junto con otros .primates, entre los que se incluyen los grandes monos (gorilas, chimpancés y orangutanes) y los monos. El con-

PROCONSUL.

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de Buffon observó la existencia de variaciones entre las formas de vida y consideró que los cambios orgánicos eran debidos a leyes natura­les, y no sobrenaturales.

Fue Lammarck quien realmente popularizó la idea de evolución y la teoría de que los organis­mos estaban sometidos a fuerzas internas que provocaban su cambio. Por otro lado, afirmó que los caracteres adquiridos podían ser trasmi­tidos. Así, la jirafa, que había adquirido su largo cuello estirándolo, podía trasmitir dicho rasgo a su descendencia. Mucha gente entiende aún la evolución en tales términos.

Georges Cuvier, el «Papa de los Huesos», puede ser considerado como el fundador del creacionismo científico. Su idea era que no había cambio, que los fósiles de los distintos es­tratos representaban creaciones distintas, catas­tróficamente extintas por fuerzas sobrenatura­les. La idea del uniformismo, postulado por Charles Lyell, el «padre» de la geología, contra­decía el catastrofismo de Cuvier. Lyell afirmaba que los procesos naturales actualmente actuan­tes eran los mismos que habían actuado siem­pre. Creía en el fijismo de las especies pero su perspectiva daba a entender que la tierra tenía que tener muchos más que sólo 5.000 años.

Charles Darwin, criado en un entorno religio­samente conservador, creía en la creación y el fi­jismo de las especies, pero la combinación de sus propias observaciones durante su viaje en la fragata «Beagle», y su lectura de las obras de Lyell y de Thomas Malthus le llevaron a aceptar la idea de una tierra más vieja, y puesto que ha­bía más producción de seres vivos de los que so­brevivían, creyó que debía haber un proceso de selección por parte del medio -selección natu­ral-, que favorecía a la descendencia de los su­pervivientes. Darwin se convirtió así en un evo­lucionista.

Aunque no llegó a entender el mecanismo de la evolución ( éstos no habían sido aún articula­dos), en general su posición fue la correcta. Le tocó a los humildes experimentos de Gregor Mendel con su cuadro de guisantes hacer avan­zar la idea de las partículas genéticas y los prin­cipios de segregación y distribución indepen­dientes, así como las nociones de caracteres re­cesivos y dominantes (invisibles y visibles). La moderna genética de las poblaciones ha venido a quedar sintetizada con anteriores sistemas evolucionistas, en un conjunto continuamente puesto al día de principios evolucionistas uni­versalmente aplicables a todas las formas de vida, desde los guisantes hasta las personas. La mayor parte de los granjeros comprenden los procesos evolutivos gracias a su propia experien­cia de la cría selectiva.

Ciencia y religión constituyen intentos cate­góricamente distintos de comprender la natura­leza del universo, sus orígenes y, como último punto de interés, los orígenes de la humanidad. La religión se define antropológicamente como

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la creencia en fenómenos y seres sobrenaturales o, como Medford Schapiro dice, «interacción culturalmente prescrita con seres sobrehumanos culturalmente postulados». Bajo tal definición pueden incluirse una gran variedad de religio­nes, cada una de las cuales puede contradecir o negar la validez de las otras. No ocurre lo mismo con la ciencia. No hay más que un método científico aceptado. El lenguaje de la ciencia y los métodos mediante los cuales se adquiere el conocimiento científico son esencialmente los mismos dondequiera que se practique la ciencia.

Espero poder demostrar que la ciencia no es religión, sino más bien un método de explica-

OREOPITECO.

ción de las observaciones que han podido reu­nirse acerca del universo. Haré particular refe­rencia al registro fósil que muestra la evolución del hombre.

La evolución, en su definición más simple, hace referencia a la mutabilidad o cambiabilidad de las formas de vida, concebidas como proce­sos naturales.

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Habitualmente, en la primera o segunda clase de mis cursos de antropología, suelo preguntar a los alumnos: «lCuántos de ustedes creen en la teoría de la evolución?» Generalmente, una sig­nificativa mayoría levanta la mano, algunos con timidez. Unos pocos más dicen que no creen. Mi respuesta resulta un tanto chocante. Aunque suene extraño en un antropólogo, yo no creo en la teoría de la evolución. lPor qué digo esto? En primer lugar, las teorías científicas no son algo en lo que pueda creerse por acto de fé. La f é pertenece al reino de la religión. Las teorías, en el lenguaje de la ciencia, no son especulaciones, ni sospechas, ni actos de fé -son simplemente conjuntos de proposiciones generados sobre la base de datos que explican fenómenos empíri­cos- cosas que pueden ser vistas, oídas, senti­das o gustadas en el mundo real. De modo que la «creencia» o la «fé» en las teorías científicas resultan irrelevantes.

Las teorías científicas también deben ser fal­sables. Es decir, también pueden demostrarse su invalidez sometiéndolas a prueba. Si, por ejem­plo, caso de encontrarse un cráneo humano mo­derno en un estrato subterráneo que indicara que tenía cinco millones de años, la teoría de la evolución tal como actualmente se expone que­daría falsada. La teoría, esto es, las proposicio­nes que la constituyen, tendrían que ser recon­sideradas y reestructuradas. Las explicaciones científicas se modifican de continuo según van produciéndose nuevos datos.

Las teorías científicas no sólo dan cuenta o «explican» datos, sino que los predicen, tam­bién. La evolución ha sido criticada sobre la base de que no puede predecir el futuro, que no hay tests o experimentos de laboratorio que puedan producirse para demostrar su validez. Pero, hay que aclarar que las teorías científicas no se «demuestran». Sólo pueden ser desapro­badas o invalidadas. Y en segundo lugar, hay en realidad experimentos naturales. Por ejemplo, ahí está el reciente descubrimiento de un regis­tro continuo y sin corte en el cambio o evolu­ción de los moluscos del lago Turkana, Kenia, que abarca millones de años. Según Peter Wi­lliamson, paleontólogo de Harvard, no existe corte en este registro fósil que configura la pri­mera documentación detallada de la evolución entre dos especies (Nature, 1981). En tercer lu­gar, las predicciones no necesariamente hacen referencia al futuro, sino que apuntan más bien hacia nuevos descubrimientos en el reino de lo desconocido. La teoría evolucionista podría pre­decir, por ejemplo, el hallazgo de homínidos con menor capacidad craneana en estratos geológi­cos más profundos.

La evolución en el moderno sentido post-dar­winiano, ha sido definida por los genetistas de la población como un cambio en la frecuencia ge­nética de una población, en el paso entre gene­raciones. Lo que resulta bastante sencillo de de­mostrar mediante técnicas de análisis genético.

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Los principios implicados no fácilmente enten­dibles. Si existe variación en el pool genético (y la hay, puesto que si no todos seríamos idénti­cos), es a partir de esta variación de donde se se­lecciona. La selección natural implica la capaci­dad de ciertas variantes de alcanzar un mayor

A USTRALOPITECO.

éxito reproductivo. Un ejemplo puede verse en el experimento biológico en el que se vierte una dosis de DDT sobre una caja de mosquitos. La mayor parte de ellos resultan muertos, pero los que sobreviven, viven para poder reproducir su genéticamente resistente progenie. Se requeri­rán entonces dosis mayores para matar dicha progenie. Lo mismo ocurre con las bacterias que desarrollan cada vez más una mayor resistencia a la penicilina. Los supervivientes de las dosis bajas requerirán dosis cada vez mayores para po­der ser eliminados.

Hay también una incomprensión por parte del gran público sobre el hecho de que la mutación habitualmente, si no siempre, resulta dañina. La mutación es el mecanismmo mediante el cual la

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nueva información genética llega a manifestar­se. Ya sea por radiación o por medios químicos, cuando el código genético resulta alterado, nue­va información genética (y, por tanto, nuevas formas de vida) hace su aparición. Tales muta­ciones no van en detrimento de la continuidad de la vida en el pool genético; las mutaciones que proporcionan una más satisfactoria adapta­ción son las que resultan seleccionadas.

La segunda ley de la termodinámica es con­templada por muchos como contradictoria con la teoría de la evolución. Dicha ley newtoniana sostiene que cuando la energía cambia de una forma a otra, una parte se pierde en forma de calor irrecuperable. En sus definiciones más am­plias, esto significa que el universo está efectiva­mente agotándose. Los detractores aseguran, así pues, que no pueden generarse niveles de orga­nización más elevados a partir de los más sim­ples. Aunque esto es verdad para los sistemas termodinámicos cerrados (intercambio de ener­gía calórica), no lo es para los sistemas abiertos, uno de los cuales es la vida. En la organización de la vida y su perpetuación en los individuos, la energía libre proviene en último término del sol. Así, mientras que se pierde calor cuando, por ejemplo, los animales metabolizan su comida, porque se captura energía. Las plantas, en cam­bio, trasfieren energía solar en forma de luz a los carbohidratos mediante el proceso de la fo­tosíntesis. Lo que, a su vez, proporciona energía para los herbívoros.

Los supuestos cortes en el registro fósil plan­tean un problema para los evolucionistas. Esto se debe a que la investigación científica no está en modo alguno aún completa. Como antes apuntaba, no hay por ejemplo corte en el regis­tro evolutivo de los moluscos del lago Turkana. El problema está en la necesidad de hallar sufi­cientes fósiles para proporcionar los eslabones perdidos que llenen los huecos.

La evolución darwiniana que predice que la transición de formas conducentes a la especia­ción se halla bajo reconsideración, a la luz de los datos recientemente descubiertos. En el registro fósil aparecen largos períodos de estasis, o falta de cambio, seguidos por cambios más bien abruptos en los que empiezan a aparecer nuevas formas. Esto recibe el nombre de «modelo de evolución puntuada». «Abrupto» hace en este caso referencia a períodos de 5.000 a 50.000 años, en el contexto de espacios de tiempo geo­lógico de varios millones de años ... Según J. S. Jones, del University College de Londres, esto equivale a 1.000 años de cría aprovechada, a 6.000 años de experimentos en selección de ra­tones, o a 40.000 años de selección y cría de es­pecies domésticas, como el perro.

Probablemente, el más fundamental reto que tiene planteada la teoría evolutiva es la legitima­ción de las técnicas radiométricas de datación. Cuando los científicos dicen que hay una varia­ción de más o menos 500 años en una datación

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PITECANTROPO.

por carbono-14, el público lego puede llegar a inferir que se trata de una diferencia bastante grande. Pero se trata de algo relativo. La supues­ta diferencia resulta aún mayor si se emplea ar­gón-potasio, siendo en este caso la variación de hasta 50.000 años, tiempo considerablemente mayor al que el obispo Ussher especulaba como edad de la tierra.

Hay un reto para la ciencia proveniente de la legión de los creacionsitas. A primera vista, el creacionismo podría aparecer como una amena­za para los métodos científicos de investigación. Y, aunque la comunidad científica no suscribe la idea de que el creacionismo deba ser enseña­do como si se tratara de una ciencia, ciertamen­te su existencia le ha planteado el reto de articu­lar sus supuestos de forma que puedan ser com­prensibles para un público que carece de nocio­nes sobre genética de las poblaciones o de teo­rías evolutivas. No debe sorprender que, en in­terés del libre juego limpio y la igualdad, tan pa­tentes en la cultura americana, el 76 % de los en-

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cuestados en una encuesta nacional hayan abo­gado por una igualdad de tratamiento, en lo que a tiempo de clases se refiere, para el creacionis­mo «científico» y la teoría de la evolución. Lo que resulta sorprendente es que tantos parla­mentos estatales se hallen dispuestos a decretar la concesión de tiempos de exposición iguales para el punto de vista religioso y el no religioso. Tal es la esencia de varios procesos judiciales que en este momento se desarrollan por todo el país.

lQuiere esto decir que para ser científico hace falta también acudir durante cuatro años a un seminario? Una adecuada reparación de coches no tiene por qué basarse en la f é del mecánico. Ni tampoco la competencia de los dentistas. lPor qué habrían las ciencias de amenazar los fundamentos espirituales de las personas?

El creacionismo no es una ciencia. No es fal­seable; no hay datos aceptables que puedan per­mitimos falsear la existencia de un dios creador. Se me viene a la memoria a este respecto la anécdota de aquellos cosmonautas rusos que volvieron del espacio exterior, diciendo que no habían encontrado a Dios allí. lDemuestra acaso esto la inexistencia de Dios? iCiertamente no!

Hay un reto, ciertamente, pero no para los científicos normales. El reto es para los creacio­nistas científicos radicales. lPueden acaso ellos proporcionar datos que demuestren una crea­ción específica, un diluvio universal, y pequeñas poblaciones animales tras el diluvio? lPueden explicar cómo se hallan los fósiles enterrados bajo tantos y tantos metros de roca, por qué no hay hombres modernos en estratos inferiores a los de los autralopitécidos, y hacerlo sin recurrir a explicaciones no científicas, teológicas? Se re­quiere un modelo alternativo, no meras decla­maciones en contra del evolucionismo. No es lógico ni basta decir que debido a que el modelo científico se halla sujeto a falsación la idea crea­cionista es correcta. «En un país libre es posible decidir cada uno para sí sobre estas cuestiones. Cualquiera es libre de hacer la elección que de­see. Pero no para hacer que las elecciones que se hagan sean las correctas. Hay, por tanto, que elegir prudentemente». (Frederick Ed- ewards, 1980, Programas Educativos de Extensión Humanística, S. Diego).

(Traducción: Alberto Cardín)