Exceso, representación y fronteras cruzables: "institucionalidad sucia", o la aporía del populismo...

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    EXCESO, REPRESENTACIN Y FRONTERAS CRUZABLES:INSTITUCIONALIDAD SUCIA, O LA APORA DELPOPULISMO EN EL PODER

    por Pierre Ostiguy*

    Este artculo pretende abordar desde la teora poltica y de un modooriginal el populismo en relacin particularmente a puntos de encuentrosinesperados entre la obra de Ernesto Laclau, las teoras mas que vienen deun sub-mundo bastante distinto y un texto llamativo de Julio Aibar Gaite(2007). Sugiero que hay una convergencia marcada e inesperada a nivelterico y poltico entre Laclau, Aibar y yo va la nocin de excesoy su repre-sentacin1. Este artculo, pues, se propone analizar la posible articulacin

    entre mis anteriores trabajos sobre lo bajo y lo alto (2009a, 2009b) enmi teora del populismo (2013b)2y del peronismo en particular (1999),

    * Profesor de ciencia poltica en el Instituto de Ciencia Poltica de la Pontificia Universi-dad Catlica de Chile, Chile. Doctor en ciencia poltica de la Universidad de Californiaen Berkeley. Quisiera agradecer a Mara Esperanza Casullo y Martn DAlessandro porsu extrema amabilidad en hacer lo necesario para que este texto terminado a ltimomomento llegara a tiempo para este nmero especial sobre populismo. E-mail:

    [email protected] En Aibar (2007) en particular, las nociones de exceso y (mal-)reconocimiento estnparticularmente vinculadas. Identidades y emociones fuertes son inevitables conse-cuencias.

    2 Este importante texto constituye uno de los tres enfoques tericos (con los de KurtWeyland y Cas Mudde) que orientan un masivoHandbook of Populism, en construc-cin, compilado por Paul Taggart, Cristobal Rovira y yo. El Workshop on the Conceptof Populism (citado en la bibliografa), donde fue presentado el texto, fue el primero detres talleres internacionales para la concrecin de ese Handbook. Aado que se presentparte de este trabajo en la Argentina en dos momentos del XI Congreso Nacional de

    Ciencia Poltica de la Sociedad Argentina de Anlisis Poltico (SAAP), Paran, 17 al 20de julio 2013.

    POSTData19, N2, Octubre/2014-Marzo/2015,ISSN 1515-209X,(pgs. 345-375)

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    con los de Ernesto Laclau (1977, 1985, 1994, 2005a, 2005b, 2006), mar-cados tambin por el populismo y, por qu no, el peronismo (tanto kirchneristacomo de Pern). Ah, la nocin de gramtica plebeya toma una importan-

    cia indita, ms cerca sin duda de mis propios trabajos.Segundo, este artculo pretende resolver una cuestin clave y algo

    misteriosa dejada incompleta en la obra maestra de Laclau del 2005. Elpueblo en Laclau est por definicin del lado oposicional de la fronteraantagnica, frente a la institucionalidad empoderada y administradora (dedemandas). Pues no por nada el pueblo demanda y reclama, lo que dalugar o no a cadenas de equivalencias o a demandas satisfechas. Esoimplica lgicamente y por definicin que no puede haber populismos

    institucionalmente en el poder. El populismo como lgica no estara en unaposicin para satisfacer o no demandas, pues el populismo es por defini-cin fundamentalmente un reclamo. No obstante, debido a la poltica queexiste efectivamente en la actualidad, para muchos sudamericanos esta afir-macin solamente puede parecer rara. Este artculo defiende la tesis origi-nal que un rasgo nico de la lgica populista es que el populismo comoforma de gobierno es al mismo tiempooposicin e institucionalidad, go-bierno y oposicin al sistema, protesta callejera y liderazgo nacional.

    Esta ambigua maleabilidad de la lgica populista es precisamente lo queprovoca la ira del campo institucionalista (equivocadamente llamado a micriterio republicano, en la Argentina), ya sea en el mundo acadmico,poltico o periodstico. Por aquel rasgo y motivo y varias otras razonestambin este artculo introduce el concepto terico nuevo deinstitucionalidad sucia, posiblemente compatible con, y hasta probable-mente deseable desde, lo popular-democrtico.

    Tercero, este artculo comparte algunos de mis avances, a nivel teri-

    co, sobre la lgica populista, incorporando tambin a nivel fundacional (ycomo Laclau) elementos del psicoanlisis, pero aqu en base a un Otroimpresentable, que es nada menos que uno mismo (self), frente a normas ysistemas que regulan normalmente el mundo un mundo que se ve a smismo como sinnimo de civilizacin y Norma. La nocin deimpresentabilidad tiene mucha afinidad con lo que escribe Aibar sobre eldao (que apela al reconocimiento) y lo fuera de lugar. Por supuesto, esalgica entre Otro y selfcomparte mucho con los trabajos de Panizza (2005),

    que evolucionaron en paralelo con los mos, sobre temas de juegos retricos,la relacin del ser al Otro, y la creacin relacional de identidades.

    Pierre Ostiguy

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    Sin dudas, sobre la teora del populismo autores argentinos, en parti-cular, hicieron enormes aportes a nivel latinoamericano y mundial: ErnestoLaclau (lgica de articulacin antagnica), Guillermo ODonnell (incorpo-

    racin), Torcuato Di Tella (elites y masas), Gino Germani (modernizacin),adems del uruguayo Francisco Panizza (identidades), as como autores deuna generacin nueva, tales como Julio Aibar, Marcos Novaro, Gerardo AboyCarls, Enrique Peruzzotti, Maristella Svampa, Carlos Malamud, FlaviaFreidenberg, Sebastin Barros, Mara Esperanza Casullo, Mara MatildeOllier, Martn Retamozo, por mencionar solamente algunos.

    Me interpel fuertemente la nocin frtil y original de gramticaplebeya, que habla directamente al concepto y categora de lo bajo que

    estuve desarrollando en las ltimas dos dcadas. Esta nocin surgi, a mientender, alrededor del mundo acadmico-poltico conformado por figurasy autores como Eduardo Rinesi, Claudio Veliz, Gabriel Vommaro, JorgeCalzoni, Roberto Follari, Sebastin Barros y otros colaboradores. No porcoincidencia, creo, a nivel poltico, ese grupo, Laclau y Aibar son partidariosexplcitos de los K y el proyecto afn. Sin embargo, llama la atencin cmoese crculo intelectual, alrededor de la gramtica plebeya, ha prestado muypoca atencin a la recepcin de los lenguajes, discursos e interpelaciones

    ya que estn hablando precisamente degramtica. Ms aun, un discur-so efectivopoltica y socialmente tiene, adems, que ser relacional, como lodesarrollar al final.

    A nivel terico, sorprende que una teora como la de Laclau, que tomaprestado explcitamente y en gran medida del psicoanlisis (no solo de Freud,sino de Lacan tambin), incluso en claves post-althusserianas, no tome msen serio la cuestin del reconocimiento del sujeto en un discurso y susinterpelaciones. Por supuesto, es normal que una teora post-moderna no

    valide y descarte la posibilidad de sujetos constituidos que luegose recono-cen polticamente. En ese sentido, no existira reconocimiento identitario,social, o gramatical. Sin embargo, el tema del reconocimiento, tal como esclave por ejemplo en los escritos de Charles Taylor (por ejemplo Taylor yGutmann 1994), no puede descartarse tan fcilmente haciendo recurso auna ausencia radical original. O para ponerlo en clave althusseriana (parael cual, como sabemos, la ideologa constituye a individuos en sujetos), a unsujeto inexistente antes de ser el blanco de invencibles interpelaciones de

    carcter orwelliano. El hecho que las interpelaciones siempre se originendesde afuera de la persona no equivale a una pasividad sin cuestionamientos

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    del pobre receptor y tampoco quiere decir a nivel del contenido de dichasinterpelaciones que haya equivalencia ciega (intercambiable) entre cual-quierinterpelacin para la persona, por poderosas y omnipresentes que sean.

    Hasta Lacan (1994) escribe que un infante de seis meses distingue y sereconoce en el espejo, lo que tiene importantes consecuencias psicolgicas eidentitarias. Pues, qu ocurre cuando el reconocimiento ocurre antesdetener identidadesyaconstituidas? Ocurre de verdad algo ms complejo yms realista entre, por una parte, la realidad experimentada por la personay, por otra, la interpelacin que la nombra y la identificacinposiblementeresultante. Para ponerlo en trminos tericos simples, la interpelacin tieneque tener resonancia, personal y social. Sobre eso escribo desde aos, con

    casos y en teora social.Laclau, en buena tradicin psicoanaltica, se centra (correctamente)en el deseo. Como lo escribi en lo que es para m su mejor texto, con LilianZac, Laclau (1994) construye su teora de la identificacin en la decepcinque inevitablemente produce el objeto de la identificacin, lo que en bs-queda de plenitud y por qu no de un mundo mejor para la comunidadnunca plena, provoca para el sujeto nuevasidentificaciones, en una rebusca(como un picaflor), una bsqueda interminable se supone en la versin de

    Mouffe que hacia un cierto horizonte. Todo eso es cierto. Pero el deseotampoco es se espera enteramente ciego. Y lo que hay en el espejo (deLacan), alrededor de uno, lo que a falta de otro trmino y citando alperspicaz Pern acerca de la nica verdad solamente puedo llamar conhesitacin realidad (aun si por cierto no siempre simbolizada), tambinpor supuesto importa. Y es por eso que la nocin de experiencia, que nopuede ser desvinculada de ningn modo de la de resonancia, tiene que seraqu ontolgicamente central, crucial (tanto en la teora, como en el anlisis

    de caso). La relacin entre discurso (constitutivo, para muchos) y personassolamente puede ser relacional pues es obviamente con seres vivientes,activos. Ontolgicamente, la verdad de la realidad pareciera estar ubica-da a medio camino entre el racionalismo liberal ingenuo y el esquemaalthusseriano-orwelliano. Slo de ese modo, adems, vuelve a re-aparecer laposibilidad de actores, sociales y polticos. Una pregunta que sin dudaorienta este artculo es en qu discurso y qu gramtica se puede reconocer,identificar o re-identificar una persona-sujeto? Considerando el hecho de

    la fuerte heterogeneidad social (sin hablar de la desigualdad), es de presumirque la respuesta solamente puede ser diferenciada por sujeto y mbitos.

    Pierre Ostiguy

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    Lenguajes fuera de lugar en lo bajo: de la heterogeneidadde lo social al triunfo de lo bajo con el populismo

    Laclau y dobles espectros polticos

    Tanto mis trabajos sobre el populismo, lo bajo y lo alto y, sinduda el anti-peronismo y el peronismo como los de Laclau sobre elpopulismo tienen en su ncleo una dicotoma, una dualidad3, que aparentaser, pero no es, de clase. En su obra del 1977, Laclau escriba en aquelentonces sobre tradiciones populares (Laclau 1977: 166-167) y sobre cmo,aqu parafraseando, modos populares en contraposicin con los que l llama

    el bloque dominante podan ser neutralizados o absorbidos como diferencia,o al contrario podan servir ideolgicamente para desarrollar antagonis-mos. Para el primer caso, Laclau habla por ejemplo del folklore y de loscaudillos (Laclau 1977: 173), en una buena premonicin del Menemperonista de los aos ochenta y noventa. Esos smbolos y valores (Laclau1977: 172) puestos en discurso pueden (aun si Laclau no usa esa termino-loga pero la implica claramente) utilizarse tanto desde la derecha, el centroo la izquierda, e incluso mutar histricamente en ese eje, si bien siempre

    implican un modopopular. Menciona como ejemplos el caso del nacionalis-mo mexicano en el siglo XX (de izquierda a derecha), el indigenismo enPer, y las reformulaciones opuestas de los smbolos ideolgicos del peronismopor sus fracciones de izquierda y de derecha (Laclau 1977: 172). Es decir,sin utilizar mi lenguaje, llega por otro camino pero de modo tericamenteafn, a lo que es bsicamente mi doble espectro poltico.

    Luego, en su obra maestra del 2005, Laclau se alej de la historia parabsicamente guardar un modelo terico ms purificado y esquemtico,

    basado en las cadenas de equivalencia y el establecimiento de la fronteraantagnica. En el proceso, en la articulacin creada entre demanda particu-lar especfica (que uno imagina social) cualquiera y el significantevaco tambin cualquiera en el que se condensa una cadena de equiva-lencia, se elimina toda huella, todo rasgo, toda carne de particularismohistrico (particularmente en el significante vaco) y de sensibilidad sociol-

    3 Por supuesto, este rasgo de dualidad no es nico a los estudios sobre el populismo. Lacomparten por ejemplo tanto el marxismo (con la lucha de clases, en determinados

    modos de produccin) como la teora de la modernizacin, para aqu mencionar solodos gigantes de la teora social. Pero tampoco es universal, al contrario.

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    gica diferenciada (particularmente en dicha articulacin). Toda bandera esintercambiable, mientras cumpla su funcin; y los dos nicos criterios dearticulacin equivalencial es que las demandas sean rechazadas y no sean

    incompatibles entre s. A nivel muy aterrizado, eso permite por ejemplo queen la Argentina el ao 2001-2002 pueda ser considerado como ao 0 y(como tuve la ocasin de discutirlo con el autor) que el kirchnerismo fueravisto sin tintes de peronismo! Para decirlo en el lenguaje del autor, la natura-leza o especificidad de la superficie de inscripcin importa, y bastante.Sino, y de manera extremadamente paradjica considerando la poltica delautor, se elimina la poltica concreta del mismo proceso. Segundo, y delmismo modo (creo que por las mismas razones), desaparece tambin la no-

    cin de interpelacincentral en sus escritos de los setenta y tambin, ami criterio, de la poltica real. Dicha interpelacin no puede sino ser lacontracara de la identificacin(desarrolladas en sus escritos de los noventa). Yeste proceso, si bien tiene un componente sin duda psicolgico, es de ndoletambin sociolgico, o sea diferenciado socialmente, y al mismo tiemporelacional. Es decir, simplemente, la identidad no es algo solamente psicol-gico, sino fundamentalmente social, pblico, grupal. Por eso, la im-portancia en mis trabajos de la obra de Elias (1982) y de Distinctionde

    Bourdieu (1979). Para citar un cntico futbolero, ser bostero, negro yperonista no es solamente psicolgico4, sino tambin obviamente social (enel sentido de diferenciacin de carcter sociolgico) aun como fantasaidentificatoria.

    Por tales razones, mis trabajos sobre lo bajo y lo alto introducencon fuerza cuestiones de lenguajes, de modales, de modos de hacer las cosas,de relacin a lo limpio y lo sucio, al barro y las formas. Interpelacionesen ese eje, como en el Laclau de 1977, pueden ser interpelaciones no clasis-

    tas pero, como las tradiciones populares all (1977), tienen sin embargouna relacin bastante ambigua con el mismo tema de clase. Los modernoshablaran, a nivel emprico, de una correlacin estadstica. Llama la atencincmo el calificador de clase en el texto de Laclau de 1977 es bsicamentesinnimo o intercambiable con de izquierda o de derecha (segn la clasealudida). Hablando en trminos de estrategia poltica, lo bajo y lo alto,pues, pueden entonces ser utilizados frtilmente a lo largo de todo ese espec-

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    La identificacin, y su componente psicolgico, es obvia en el amor a la camiseta, lapasin y hasta el fanatismo.

    Pierre Ostiguy

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    tro poltico. El asunto, al fin del da, es que la gente se reconozcadiscursivamente, facilitando la identificacin.

    De la heterogeneidad social a lo bajoen la poltica populista5

    Donde convergen, desde caminos y perspectivas realmente muy dis-tintas, la obra principal de Laclau sobre la lgica populista y mis trabajos deteora social sobre el populismo no es tanto en el esquema bsico de deman-das, equivalencias y antagonismos, al cual aludimos en la seccin anterior,

    sino ms bien en el captulo siguiente donde Laclau complejiza su anlisiscon la heterogeneidad (que entra en escena, como lo titula) y el exceso, queensucia sin duda la relacin entre lo interno (al campo de oposiciones) y loque le es externo, de sobra y ms difcilmente incorporable al proceso mis-mo de representacin discursiva. En esa convergencia tambin se junta, cree-mos, en el punto de llegada el texto de Aibar sobre exceso, desubicacin yestar fuera de lugar. Pero lo hace, como yo, ms desde lo sociolgico quedesde la pura construccin discursiva (post vaco) o equivalencia formal-

    poltica entre demandas rechazadas. No por coincidencia, en su discusindel exceso y de la heterogeneidad social, Laclau recurre ah largamente alejemplo (que es ms que un ejemplo) del lumpenproletariado en Marx yotros autores, polticamente articulable en todas direcciones.

    El argumento es relativamente simple. En todo sistema de represen-tacin discursiva, hay un residuo, material, particular, que le escapa. Entrminos de poltica comparada, hay un elemento en lo social que escapa ala(s) dicotoma(s) (organizadoras del campo poltico) como derecha-izquier-

    da, o la lucha de clases entre burguesa y proletariado, o sea, ms genrica-mente, la de todo sistemade pensamiento aplicado a la poltica. Un ejem-plo apreciado de eso para m es el tema del amor en ciencia poltica (Ostiguy2013a). Ms cerca de los ejemplos mencionados, no hay duda que en Chile(en contraste con la Argentina), loflaite6queda afuera de la poltica. Queda

    5 Quisiera agradecer para esta importante seccin la cooperacin y colaboracin intelec-tual de Mauricio Oportus, estudiante en mi clase sobre populismo.

    6 Este concepto de argot chileno es difcilmente traducible. Sera algo como mersa, de

    mal gusto, prepotente. Sin embargo, en la serie televisiva argentina El Puntero, hay unpersonaje que es la encarnacin misma delflaite: el Lombardo. Particularidad del modo

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    afuera porque no es legtimo; elflaiteno sabe hablar, y hasta peor, nopiensa el idioma de la poltica. Si la izquierda de tinte marxista es muchoms presente y articulada en Chile que en Argentina (incluso dentro de la

    poltica oficial), la distanciaentre la izquierda marxista y elflaitechileno esinmensa, inconmensurable. No es el caso, por supuesto, del peronismo delconurbano bonaerense. La ortodoxa revista peronista Mundo Peronista ya lohaba publicado, es decir, representado polticamente, en los aos 1950, yen trminos muy sociolgicos: a nivel programtico, deca, el Peronismoestara en algn lugar entre el liberalismo econmico a la derecha y el colec-tivismo marxista a la izquierda. Pero, Si la izquierda eslo popular y la dere-cha lo oligrquico y entonces lo anti-popular, la Doctrina Peronista est en-

    tonces a la izquierda an del colectivismo comunista, ya que el peronismopatroniza el acceso total del pueblo, de la gente trabajadora al gobernar.7

    Sin duda, el peronismo clsico se sale del lenguaje poltico comn o conven-cional, por ejemplo en su dcima verdad doctrinaria: Los dos brazosdelperonismo son la justicia social y la ayuda social. Con ellos damos al puebloun abrazo de justicia y amor, o la ms conocida duodcima En la Nueva

    Argentina, los nicos privilegiados son los nios. Its cute, como se dira eningls, pero para un politlogo, aparenta errneamente ser poco serio

    y no invita al respeto. Por otra parte, no queda duda de lo que es msentendible para un plebeyo como categora: proletariado o descamisadoo hasta el trmino duhaldista humildes. Del mismo modo, la incor-poracin del Padre Nuestro al chavismo (Chvez nuestro, que ests en elCielo, en la Oracin del Delegado) es sorprendente para un politlogo,inaceptable para un institucionalista chileno, y de mal gusto para un polti-co programtico. Pero este poco serio, para m, es lo que sin duda lo hacesumamente serio y meritorio de estudios.

    El anti-sociolgico Laclau, en sus pginas y citas sobre ellumpenproletariado, se vuelve ah sumamente sociolgico: cita ladrones,criminales, vagabundos, lazzaroni, proxenetas, la clase ms baja quevive de trabajillos una descripcin/representacin (depiction) bastanteidntica, ms an, a las caricaturas de La Hora (comunista) en el momento delsurgimiento del peronismo. Es cierto que en Laclau figuran como ejemplos.

    de proceder populista, elflaiteLombardo es muy parte de la poltica oficial argentina,

    mientras queda totalmente afuera de la poltica chilena, donde no hay rol y voz para l.7 Mundo Peronista,Ao 1, N 23 (15 de junio de 1952).

    Pierre Ostiguy

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    Pero llama la atencin que no hay otros tiposde ejemplos que los que yoasocio con lo bajo, en cuanto a forma. Ahora, es cierto que el populismo,exactamente como en su relacin con la institucionalidad de gobierno, no se

    queda slo del lado de lo excluido, lo daado o, si se quiere, metafricamentedel lumpen, puesto que afirma que le dio dignidad al trabajador, quetransform mujeres que podran haber terminado en la calle en trabajadorasdecentes va Hogares de Trnsito; afirma siempre un antes y un despusen relacin a condiciones sociales. El punto central, aqu, es que el populismoqueda de los dos ladosde lo representable y ya que estamos aqu, de lainstitucionalidad administrativa.

    Y ah, no podemos sino fuertemente coincidir con esta frase

    sorpresivamente sociolgica de Laclau sobre el tema:

    Por lo tanto, los trminos de la alternativa estn claros: si el excesoheterogneo puede ser contenido dentro de ciertos lmites, reducidoa una presencia marginal, la visin dialctica de [lo que l llama] unahistoria unificada8podr mantenerse. Si, por el contrario, prevalece laheterogeneidad, las lgicas sociales deberan ser concebidas de una mane-ra fundamentalmente diferente(Laclau 2005a: 180).

    Y no solamente las lgicas sociales, sino las lgicas polticas tambin(como lo diferencio abajo). Como no lo podra decir mejor Laclau: Existe unReal del pueblo que resiste la integracin simblica (Laclau 2005a: 191). Yeste real incluye, por qu no, la cumbia, los cantos de ftbol, etc. Cabe porsupuesto una aclaracin: dichos discursos y prcticas estn perfectamentesimbolizadas, pero no en el campo de la polticay de sus oposiciones internas. Yah entra otro tema importante (Ostiguy 2007), que es lo del sincretismo,

    de la contaminacin entre el interior y el exterior (Laclau 2005a: 186) y loque voy a llamar de aqu en adelante una institucionalidad sucia.Aqu, pensando particularmente en la relacin entre lo heterogneo

    social y el campo poltico, no cabe la menor duda que la consecuencia deesta presencia mltiple de lo heterogneo en la estructuracin del campopopular es que ste tiene una complejidad interna que resiste a cualquier tipo

    8 Desde el post-modernismo, Laclau est aqu interesado en atacar su pasado marxista.

    Pero bien podra ser aqu el sistema de partidos, por ejemplo, tambin, con sus oposi-ciones lgicamente estructuradas.

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    de homogeneizacin dialctica (Laclau 2005a: 191)9. Y creo precisamenteque es este exceso, estepor qu no ponerlo como sinnimo parcialvitalismodesorganizado y emotivo lo que le da fuerza al populismo como lgica. La

    radicalidad (para usar una expresin de Laclau) vendra no tanto de unplanteo ya simbolizado (que fuera por ejemplo de izquierda radical), sino deoriginar desde afuera del sistema de significadosen este caso, para mpol-ticos (en el sentido convencional de la palabra). Como lo escribe Laclau, estaexterioridad siempre va a empaarlas propias categoras que definen lainterioridad (Laclau 2005a: 191). Esta mancha es lo que provoca estainstitucionalidad sucia, desde una perspectiva plebeya (gramaticalmente,si se quiere). Es decir, de forma muy distinta, es poltica en lo bajo, tal

    como siempre lo he definido.El resto de los dos argumentos corre en paralelo. Lo heterogneo y loexterior puede, en la lucha poltica (sinnimos para Laclau), ser incorpo-rado, simbolizado, dicho en un nuevo sistema de oposicin, en unafrontera inestable y en procesos de desplazamiento constante (Laclau 2005a:193). Y lo que hace el populismo es precisamente una ampliacin de lasoperaciones discursivo-estratgicasque requiere la construccin del pueblo(Laclau 2005a: 192). Es decir en la interseccin que aqu notamos, con

    leves diferencias y a fines prcticos irse hacia lo bajo, si realmente sequiere ser/tener pueblo. Y de hecho, todo nuevo pueblo va a requerir lareconstitucin del espacio de representacin (Laclau 2005a: 193). Por esoprecisamente existe en la Argentina un doble espectro poltico (ver seccinanterior) y, en cambio, un espectro poltico simple (izquierda-derecha) enChile, que no por coincidencia es bsicamente alto. Lagramtica plebeya,pues, estara del lado atlntico de la cordillera, con el empaamientocorres-pondiente, ms all (o ac) de la buena administracin.

    El nico punto de diferencia, para este artculo, es ontolgico. ParaLaclau, lo social no existe en s: como el capital en relacin al trabajo, lo socialson prcticas sedimentadas (lo social no puesto en duda), mientras que lopoltico es cuestionamiento constitutivo, incluso de nuevos sujetos sociales, unpoco como en Arendt. Mi ontologa se niega a esta dicotoma entre pasivo(social) y activo (poltico). Para m, lo social es experiencial; es decir, es unavivencia de lo dado (como las condiciones sociales de existencia de Marx, o sea,

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    Esto se ve particularmente bien y ntidamente en el caso chileno post-1990, donde ladistancia entre los dos (el campo y el tipo de) es cada vez ms grande e infranqueable.

    Pierre Ostiguy

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    como vivir en una villa o en un barrio rico). Y lo poltico, si bien puede serorientado al cambio, al instituir, tambin puede ser sistema (lo que no es lomismo que osificado), como en un sistema de partidos dinmico, vibrante e

    institucionalizado10. La poltica sin duda es articulacin (en los sentidos msgenricos, incluso el constitutivo, de la palabra), pero como Laclau mismo loreconoce (2005b: 47-48)11, puede ocurrir de los dos ladosde la frontera. Y, porqu no, como voy a escandalosamente mostrar en la segunda parte, a travsdeella. Segundo, en la relacin sociedad-Estado, es limitado circunscribir la so-ciedad a la comunidad concebida como totalidad (Laclau 2005b: 48), yaque como lo menciona en otros escritos, all reside lo profundamente hetero-gneo. Es decir, la sociedad no es solamente una operacin retrica(un todo;

    una parte-como-todo; un pueblo; etc.), sino una materialidad(como en lasdemandas iniciales de aquel modelo) profundamente heterognea, que inclu-ye lo simbolizado (discursivamente) y sus restos o excesos. Que no sea siemprecomunidad (y menos an, totalidad) no quiere decir que no sea real en elsentido de material, y por ende locus de experiencias.

    Reconocimiento, desubicacin y dao: el sufrimiento de

    La Llorona (mexicana) en Aibar y el populismo comoreclamo de los fuera de lugar

    Hay un tringulo extrao entre La razn populista(particularmenteen el captulo que acabo de discutir), el texto de Julio Aibar en Vox Populi(2007) sobre la presentacin populista del dao, y mis propios trabajossobre populismo, con lo bajo y su alarde (Ostiguy 2013b). De un ciertomodo, se est diciendo exactamente lo mismo incluso en cuanto a agen-

    da poltica pero desde tradiciones muy distintas. El argumento generalde Aibar y el de Laclau sobre el exceso son idnticos (aun si Aibar no cita aLaclau). Sin embargo, Aibar tiene el mrito de volver a introducir el tema del

    10 A esos dos polos en lo poltico se suma ese lugar intermedio entre la pura constitucin(militante) y lo puramente sistmico, que es a mi criterio el espacio ms rico y, posible-mente, ms efectivamente transformador.

    11 Escribe Laclau ah: We only have politics through the gesture which embraces theexisting state of affairs as a system and presents an alternative to it (or, conversely, when we

    defend that system against existing potential alternatives). Itlicas mas. Esa afirmacinest en lnea con su discusin sobre significantes flotantes.

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    reconocimiento, muy laCharles Taylor (Taylor y Gutmann 1994), y elefecto daino que el mal-reconocimiento produce sobre el sujeto. Eso impli-ca, por cierto y tal como para m, que ya existen experiencias (en ese caso,

    dainas) y que ya existen subjetividades antes de la interpelacin, aun sipueden no ser bien simbolizadas (o puestas en palabras). Es decir, si enLaclau hay un sujeto vaco que busca una plenitud va la identificacin(recurrente), que lo hace sujeto concreto, identificado, en Aibar hay un su-

    jeto que sufre, aun si no siempre le puede poner nombre a su sufrimiento.El populismo viene en ese caso a ser presentacin del dao, del sufrimientoy del resentimiento, como el espectro de una Llorona, que viene a atormen-tar (haunt), a interpelar e impugnar, a la democracia liberal procedimental.

    Es de un cierto modo otra versin espectral del populismo, laArditi (2004).Ahora, lo que es extrao en el texto (casi catlico) de Aibar es que nohay en ningn lugar interpeladores populistas. No hay Cristina, HugoChvez, Domingo ni Eva Pern. Es puro pueblo sufriente, puros cholos,chinitos y cabecitas negras (Aibar 2007: 32), chusma heroicaygleba gloriosa(Braun 1985: 102), un exceso que se manifiesta, gente fuera de lugar queocupa la Plaza de Mayo, laDaniel James (1987; 1990). Laclau por lomenos tiene la virtud de tener el significante vaco, que condensa la cadena

    de equivalencia a la base de la construccin del pueblo, que acta comobandera, palabra abarcadora y, a su vez, como pantalla (la sonrisa de Pern)en la que se proyecta el deseo eterno de plenitud. Si Aibar hace una crticafuerte a los apstoles institucionalistas de la democracia procedimental (enbuena parte asociados al campo llamado republicano en la Argentina), notiene nada que decir sobre la relacin lder-pueblo, sobre el actuar y la palabradel lder populista, y sobre los polticos populistas numerosos hoy en da.

    Creo que el esquema de lo bajo y lo alto (que corresponden en

    gran medida a las dos categoras que Aibar pone en pugna) y que mi nocindel populismo como el hacer alarde de lo bajo quiz en tonos ms pca-ros y menos sufrientes; ms impdicos y menos llorosos preserva lo de

    Aibar, o sea lo del reconocimiento, la vivencia, la creacin de las identidadesa partir del nombramiento despectivo, la nocin ms explcita de sectoressociales pobres y menos educados; pero lo hace (como Panizza) sin perder lainterpelacin, el interpelador, el significante vaco activo12. Es sorprenden-

    12

    Conviene aclarar aqu que el significante vacono tiene porquser una persona, un lder(aun si en la mayora de las instancias lo es). Es mi tesis que en el Chile del 2011, con la

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    te constatar cmo en los anlisis de teora poltica sobre el populismo noexiste ningn poltico populista

    No cabe duda, como uno de los puntos centrales de este artculo, que

    ni la democracia liberal procedimental ni lo que yo llamo lo alto sonacogedores para la gramtica plebeya. No son tan fcilmente reconciliables.Ese es un punto que hasta los ms democrticos del debate republicano(culto), de la democracia deliberativa participativa, parecen perder de vis-ta. No hay salida en cuanto a democracia entre los cantos con el brazoalzado y el ruido para enterrar al no-pueblo, por un lado, y los debatesformato seminario o conferencia de conferencistas, por otra? Lo alto y lobajo tienen su legitimidad propia y respectiva, pero no son tan fcilmente

    conciliables. Volveremos sobre este tema abajo.El debate, para tomar prestado aqu un discurso muy gorila, es acercade si esas bestias tienen que callarse, por no saber cmo portarse como corres-ponde. En la mayora de los pases sin tradicin populista, la respuesta esclaramente s independientemente de si viene desde la derecha o desde laizquierda legtima . Ah, Aibar habla de falta y exceso simultneos, esdecir, una carencia de atributos y cualidades que conduce a un exceso depresencia que quiebra o transgrede las normas y buenas costumbres (Aibar

    2007: 33), o sea, lo alto. Lo bajo sera, en ese sentido, desubicado, aun sien la Argentina la desubicacin se ha convertido bastante en norma.Sin duda, lo que caracteriza a lo alto, para citar a Aibar quien a su

    vez cita a Rancire, es que tiene que ver con los nombres correctos, nombresque anclan (Aibar 2007: 31). Y eso no es muy distinto del campo simbli-co oposicional de Laclau, anterior a la desestabilizacin por el exceso.

    Ahora, donde Aibar se distingue de Laclau, an si quiz no siendoconsciente de eso, es en su dicotoma correctamente muy weberiana: la de-

    mocracia liberal procedimental llega a ser expresin pura de la legitimidadlegal-racional; mientras que el populismo, redentor, apelando a los instin-tos y lo irracional (Aibar 2007: 48), es bsicamente carismtico-catlico (elpueblo que sufre; la puesta en escena del dao; etc.). Y donde tiene entera-mente razn, a mi criterio, Aibar, es cuando critica al campo institucionalista

    protesta estudiantil que acab expresando una cadena de equivalencia larga y poderosa,la bandera del lucroactu como significante vaco. Es decir, en el lucro oficialmen-te, en la provisin de la educacin estaba condensado todos los malesde la sociedad

    chilena, por lo menos a partir de Pinochet. Por eso, acabar con el lucro lleg a ser casisinnimo de redencin y palingenesia chilena.

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    (cuesta llamarlo republicano, ya que la repblica de Rousseau es siemprepueblo soberano constituyente, ms all de las instituciones) por convertirlas reglas en un fin en s mismo, [terminando] por convertirlas en cerrojos y

    candados para la expresin de las interacciones sociales y del conflicto (Aibar2007: 50). Weber tema que el modo de hacer legal-racional terminaraosificndose, sofocando la vida (social). El carisma, por otra parte, tena elpeligro inverso. Y al respecto, uno no puede no pensar en la comparacinChile-Argentina. Esa dicotoma es adems muy vieja y, tambin, permea lateora poltica. Es la misma que las dos caras de la democracia en Canovan(1999), a su vez inspirada en Oakeshott (1998).

    Donde la metfora de Canovan es incorrecta, creo, es que no es que el

    populismo surja entre esas dos caras mencionadas. En su esquema, elpopulismo es ms bien, claramente, una expresin de la cara redentora (ymilitante) de la poltica, cuando la cara pragmtica echa demasiada sombra.

    Y es esa misma cara redentora (un adjetivo con el cual Weber se hubiesesentido muy cmodo) que acta, segn Arditi (2004), como un espectro,acompaando, visitando, la democracia. Un espectro, que en la versin de

    Aibar, tiene la forma de La Llorona.

    Perspectivas chilenas sobre institucionalidad,lo bajo y los fuera de lugar

    Aibar no lo sabe, pero su descripcin y crtica de la democracia liberalprocedimental le va como a un guante al sistema poltico chileno fuentede orgullo de ese lado de la cordillera, a pesar de las tasas bajsimas de parti-cipacin poltica y de la poca identificacin poltica o partidaria. En Chi-

    le, en contraste con la Argentina, bsicamente todo est en su lugar, yquiz precisamente por eso, segn el anlisis de Aibar, la conflictividad socialse expresapor afuerade la premiada institucionalidad, en contraste otra vezcon el peronismo, que es al mismo tiempo institucionalidad y anti-institucionalidad. En la Argentina, adems, quiz no hay tantos fuera delugar porque todos, de un cierto modo y particularmente del lado pol-ticamente gobernante estn (especialmente con criterios ms internacio-nales) medio fuera de lugar. De ah el trmino, desarrollado ms abajo, de

    institucionalidad sucia, posiblemente deseable, normativamente, desdeuna perspectiva popular-democrtica.

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    POSTData19, N 2,

    Como me lo afirm un estudiante chileno13, el lenguaje de lo bajo esbsicamente indecible por la institucionalidad (propiamente entendida),es improcesable por el bloque de poder. ste, y particularmente en un pas

    tan distinto de la Argentina como es Chile, funciona segn una lgica tc-nica, burocrtica, procedimental (pesada), institucional. Todas esas l-gicas estn muy lejanas de la gramtica plebeya. Si el Gran Buenos Airesdomina la poltica argentina (con su corazn en La Matanza)14, los barriosaltos hacen la poltica chilena real, en los dos bloques principales. Esposible que este lenguaje (que es ms que lenguaje y que es cognitivo) facilitelos acuerdos con excepcin de la UDI15.

    Pero el populismo es, insisto, y como lo dicen de un cierto modo y a

    su manera Aibar, Laclau y yo: la incorporacin de lenguajes populares, plebe-yos; de un excesono siempre simbolizado de antemano; de emocin/inversinradicalque problematizan la lgica de diferencia (pluralista, al fin y al cabo).Es identificacinpopular, antagnica y baja. Si bien es cierto que dentro deun sistemade representacin (dialctico, dira Laclau) puede haber unafuerte polarizacin antagnica, no es sorprendente que la incorporacin deformas y lenguajes bajos pueda, sin duda, fomentar el antagonismo, que espor definicin un rasgo constitutivo del populismo.

    Si en Laclau (2005), lo popular solamente puede emerger en contra-posicin a, y en relacin antagnica con, el bloque de poder y suinstitucionalidad, en el joven Laclau de 1977 lo popular puede ser o neutra-lizado/absorbido o puede servir polticamente para desarrollar antagonismos

    13 Se trata de Mauricio Oportus, mencionado arriba.14 Esta afirmacin puede parecer ingenua o provocar disonancia cuando se sabe que la

    elite gobernante peronista es particularmente adinerada (y no siempre de modo legti-

    mo), ms afincada en Puerto Madero que en La Matanza, en contraste con el procedercoherentemente izquierdista del otro lado del Ro de la Plata. Sin embargo, en generalno se trata de viejo dinero sino ms bien de plata hecha (para simplificar excesivamen-te) de modo a veces quiz ms afn a las pelculas norteamericanas que tratan sobre la cosanostra(plebeya a su modo) que de forma aristocrticamente high o culta. Quizconviene aqu la nocin de prcticas sedimentadas, sobre este modo de hacer, pararetomar las categoras de Laclau

    15 En el contexto chileno partidistamainstream, la UDI es particularmente dogmtica. Surazn de ser es preservar bsicamente todos los legados del rgimen militar y de sufundador Jaime Guzmn, lo que la hace poco proclive a acordar el desmantelamiento

    progresivo de ese legado. No es sorpresa que RN parece estar tentada de cooperar cadavez ms con la DC, que se encuentra en el otro bloque.

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    siendo todo una cuestin de articulacin. Mis trabajos radicalizan, peroen la direccin opuesta, el argumento de Laclau sobre la naturaleza polticadel populismo: si el populismo de Laclau en 2005 es prcticamente por

    definicin rupturista y, por qu no decirlo, de izquierdanacional, para my muchos otros autores, el populismo siempre puede ser de izquierda, cen-tro o derecha, pero siempre con un anclaje nacional y popular. Visto desdela izquierda, el populismo de derecha es eminentemente absorbente; peroeso no lo hace menos populista, si se mantiene una frontera (ver tambinCanovan 1999). Y tampoco lo hace menos nacional, con base popular. Esdecir, radicalizando el lenguaje de Laclau en su contra, el populismo es su-mamente indeterminado; y son precisamente las articulaciones las que le

    dan su orientacin en la dimensin perpendicular a lo popular-nacional/correcto. Eso nos permite, ahora, abordar la cuestin de la institucionalidadpopulista, un sinsentido lgico en el Laclau de 2005, pero una realidadmuy vigente en Amrica Latina.

    La institucionalidad populista: morales, sucios y antagnicos

    Puede el populismo ser gobierno? La respuesta, obvia para cualquiercomparativista, es que s. Sin embargo, en la obra maestra de Laclau (2005a)sobre el tema, la respuesta es ms complicada y se inclina ms bien, por lanaturaleza de la definicin misma, hacia la negativa. Si el pueblo (el sujetodel populismo) es constituido por una cadena de equivalencia entre deman-das rechazadas, insatisfechas por la institucionalidad gobernante del bloquede poder, es decir, si el populismo est por definicin del lado oposicional dela frontera antagnica, es difcil imaginarse una respuesta positiva. Eso choca

    contra la realidad latinoamericana de los ltimos diez aos realidad ade-ms a la cual Laclau no era de ningn modo ajeno.Hay un primer esbozo de solucin, coherente con la teora de Laclau

    pero nunca desarrollada en sus escritos tericos. No hay porqu, especial-mente en una perspectiva post-marxista, sostener que la institucionalidadgobernante del Estado y la del bloque de poder tengan que ser la misma.Una ecuacin entre las dos impedira lgicamente la posibilidad de gobier-nos de izquierda (ms o menos radical) contra la clase dominante, para reto-

    mar un anlisis de inspiracin marxista. Lo que hacen en la prctica todos losgobiernos populistas de izquierdaes desplazar la frontera (en lnea con los escri-

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    tos de Laclau) en contra de un bloque de poder (socio-econmico-poltico),nacional e internacional, ubicado retricamente fuera de, y en contra de, elgobierno. De un cierto modo, el gobierno populista llega a ser el significante

    vaco de la cadena de equivalencias en contra de las corporaciones, de losmedios de comunicacin, de la oligarqua, del imperialismo, del capital fi-nanciero internacional, etc16. Stricto sensu, entonces, losgobiernos populis-tas estaran en la oposicin. Esta perspectiva, incomprensible para elinstitucionalismo ortodoxo, no est muy lejos del sentido comn marxista.El gobierno populista vendra en esa perspectiva a ser vanguardia, pero convnculos populares, frente a los enemigos del pueblo trabajador17. Sin em-bargo, los gobiernos populistas son tambin gobierno. Por supuesto, ah

    reside el fuerte riesgo, tambin mencionado por Laclau (2005b: 47), de una16 Es interesante ah cmo el importante, alto e hper institucionalista poltico chileno

    Ignacio Walker afirma a contrario(sin haber ledo a Laclau) en una entrevista que Elprogresismo refundacional crey quegobernarera slo una cuestin de tomar las bande-ras de la calle [el significante vaco; en Chile, lo del lucro en la educacin] y la realidad esmucho ms compleja. Nostomamos en seriola responsabilidad de gobernar [comoadministracin] (La Tercera, 21 de septiembre 2014, p.10).

    17 Pero desde esa perspectiva, y en ese sentido preciso, no habra diferencias polticassignificativas entre gobierno populista de izquierda, gobierno revolucionario de iz-

    quierda y gobierno democrtico de izquierda popular. Podramos entonces simplemen-te abandonar el trmino populista y quedarnos con de izquierda popular (o demasa) y organizada. (Agradezco a Cristian Rustom, estudiante, por levantar nueva-mente esta cuestin importante.)En todo caso, se trata aqu de dos problemas distintospara resolver. Uno es lo especficodela forma de gobierno populista o de su lgica, incluso en relacin a las dos otras formasmencionadas en esa nota. (Ah los temas de institucionalidad sucia y de gramticasplebeyas toman toda su importancia.) Otro problema es si puede haber institucionalidadgubernamental en contra de una clase dominante, bloque de poder, fuerzas imperialistas,

    etc. Contestar afirmativamente lo ltimo no ayuda a resolver el primer problema.Laclau tiene sin duda que decidirse si el populismo es la dicotomizacin del camposocial en dos, con la institucionalidad gobernantepor definicinde un lado (la opuestaa la cadena de equivalencia) o si la institucionalidad gobernante puede ser del pueblo,en cuyo caso nos tiene que iluminar sobre lo que pasa con la frontera (post-populismo?institucionalidadadministradoraen contra del bloque de poder?) y la relacin pue-blo/ Estado. El problema es que la teora de Laclau sobre el populismo se deslizaimperceptible-mente hacia una teora de la lucha en contra de una clase/bloque domi-nante; incluso, retoma integralmente en una entrevista del 2012 un viejo anlisismarxista la institucionalidad como cristalizacin de las relaciones de fuerza entre los

    grupos alejado completamente de su ontologa post-moderna de 1985 en adelantey de la tesis de su libro de 2005.

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    distancia cada vez mayor entre el discurso equivalencial del gobierno y lasdemandas sociales reales.

    Absolutamente central en la teora de Laclau est la satisfaccin o no

    de demandas por la institucionalidad administrativa; y, que se diga lo que sediga, la principal forma de institucionalidad administrativa y el objeto alcual se dirigen la mayora de las demandas ejemplificadas en Laclau siguesiendo el gobierno(nacional, provincial, municipal). Puede entonces haberinstitucionalidad administrativa populista? En el esquema de Laclau en Larazn populista, la respuesta lgica solamente puede ser negativa. Y eso esmuy problemtico, ya que la realidad es obviamente otra.

    Aqu, avanzo la tesis original de que los gobiernos populistas se ubican

    de los dos ladosde la frontera creada por la cadena equivalencial. Eso espreci-samente su magia, y hasta dira su fuerza. Este punto es difcil de compren-der para la lgica institucionalista que domina la ciencia poltica: o uno esgobierno o es oposicin; y o uno opera dentro del sistema (gobierno /oposi-cin) o se opera desde afuera.

    Para retomar a modo de contraste nuestro ejemplo chileno, estaserie de dicotomas es especialmente problemtica en la vida poltica deaquel pas, donde esa lgica dicotmica es total. Por eso, cuando el PC

    (oposicional) ingres a la Nueva Mayora/Concertacin a principio de ladcada actual, se le pidi explcitamente que, de conseguir la NM sergobierno, no actuara de oposicin y gobierno al mismo tiempo; que tenaque elegir de qu lado estaba y como consecuencia ser consistente con esoy nunca hacer reclamo. El pedido fue aceptado, con un alto costo para lafaccin estudiantil y sindical del partido. Por eso, tambin, el ala radical(llamada ultra) del movimiento estudiantil, en ese caso anti-sistema, nopuede acceder a dialogar con el gobierno de Bachelet, ya que eso sera

    precisamente ser sistema. Queda entonces como alternativa (lgica) lasprotestas ms o menos violentas, las tomas, etc. Impensable en Chile (opara la lgica institucionalista pura, que aqu son sinnimos) invitar apiqueteros delincuentes a ser gobierno, invitar a los encapuchados a diri-gir secretaras del Estado, etc. Esa mezcla, ese revoltijo, esa zona gris es ami criterio tpicade la lgica populista. Alentar o apoyar desde el gobiernoacciones semi-ilegales vinculadas a movimientos sociales es visto psima-mente en Chile (no hay Milagro Sala), como sinnimo de lo que ocurri

    con el ala Altamirano del PS bajo Allende. Trae, segn esa lgica, desor-den, caos, ingobernabilidad y anarqua; mientrasque en la Argentina la

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    lgica misma de esa absorcin, de este revuelto, de ese revoltijo fueprecisamente el fundamento para recuperar el orden social (aceptable) y lagobernabilidad, despus del caos de 2001-2002 y las protestas radicales

    del 2002. Es del todo implausible o inadmisible para esa lgicainstitucionalista-legalista que incorporar a encapuchados al gobierno seareceta de estabilidad poltica y gobernabilidad. En contraste, era algo ob-vio y probablemente excitante para el liderazgo de Nstor Kirchner.

    Por esa misma ambigedad donde el populismo es a la vez gobierno yoposicin, la lealtad ciudadana no es hacia el Estado y sus leyes (o sea elsistema institucional gobernante), como lo preconiza el sentido comn libe-ral-democrtico, sino que es lealtadpopularhacia la figura del lder, ubicado

    de ambos lados de la frontera (y de la norma). Esa nocin es an ms obviay manifiesta en el caso de Chvez y el chavismo. Tambin se podra avanzar,aqu en clave bien kirchnerista ms que peronista, que es lealtad alproyecto

    poltico (nacional y popular) del lder, en detrimento muchas veces delEstado y sus leyes.

    En la muy clsica dicotoma entre autoritarismo y democracia liberal,la figura de un dictador opuesto al gobierno elegido, que toma el poder ycierra el Congreso con la fuerza de las armas, es emblemticamente autorita-

    rio, anti-democrtico. Sin lugar propio en ese esquema cognitivo-poltico esun gobierno elegido democrtico y con fuerte base popular que traiga abarras ruidosas al Congreso para acallar una oposicin que representa inte-reses o posiciones no populares y de los poderosos. Es la barra, oposicionalo parte del bloque de poder? Es protesta o fuerza para-gubernamental?Ibdem donde hay libertad de prensa absoluta pero una relacin antagnicacon la prensa. Dnde est el bloque de poder? Inversamente, los doctoreslegalistas y muy respetuosos de las normas constitucionales, son sistema o

    son oposicin?En una entrevista concedida a Aibar y Avaro (2006), Laclau trat deaclarar esas lagunas negras de su modelo. La respuesta, aun si fue sin dudaslgica, no parece tan frtil tericamente ni muy exacta empricamente: bsica-mente, argumenta ah a favor de un desarrollo horizontal de la protesta socialautnoma (el terreno de las cadenas de equivalencia) y de un eje vertical de laintegracin poltica. Aade: es necesario por un lado que las instituciones, elmomento de institucionalizacin exista [y] por el otro lado que est presente

    un movimiento popular no institucionalizado (ibd.: 193). Esta declaracinpreserva la pureza analtica de los dos lados de la frontera (ya no tan frontera),

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    La institucionalidad sucia est permeada, bsicamente, de lo bajo.La institucionalidad sucia, como lo quiere la lgica equivalencial de Laclau,confunde todo. Lo ltimo es lo que precisamente le da fuerza poltica.

    Aqu, por supuesto, interviene un gran debate que en parte eludo sobre lanaturaleza de la democracia. Para los demcratas liberales institucionalistas,cae de maduro que la institucionalidad sucia es una forma inferior y nodeseable de la democracia que hasta la corroe, desde adentro. Es conve-niente limpiarla de vez en cuando, para que sea transparente, con pro-gresismo o divisiones de poder republicanas, anti maquinarias polticas, etc.En la Argentina, Elisa Carri es una versin casi histrica y ciertamentesucio-fbica de dicha posicin. Pero tambin se puede argumentar con igual

    fuerza que la institucionalidad sucia es un producto inevitable y quiz a lavez deseable de una insercin realen lo democrtico-popular. Es un asuntode debate quin atiende ms a las demandas (del pueblo constituido): si lospunteros de barrios pobres o una institucionalidad oficial (publica) a veceslejana. Quin o qu, en ltima instancia, estar para resolverles los proble-mas a la gente que demanda? No es sorprendente que el populismo talcomo lo describimos est ausente en las democracias sociales de los pasesricos (como Noruega o Suecia); pero para pases de recursos medios, es

    preferible ser pobre en el Chile post-1990 de la Concertacin o en la Argen-tina? Ah el debate est abierto.El asunto no se limita solamente, adems, a la preocupacin de Laclau

    con las demandas, su unidad originaria. Afecta profundamente los discursosasunto que, en vista al enfoque discursivo de Laclau tanenfatizado enHegemony and Socialist Strategy, tendra que estar al centro de su atencinpero no lo es. Es decir, la institucionalidad sucia se maneja con un discur-so y un modo de hacer las cosas que no esprolijo, que no esproper. Se maneja

    bsicamente, pues, con discursos y prcticas que en otros trabajos (1999,2009a, 2009b) he caracterizado, en conjunto, como bajo (low), o lo bajo.El populismo es inseparable de los cnticos que lo acompaan (ya sea en la

    Argentina o en Venezuela), de las frases polticamente muy incorrectas queproduce (como Evo Morales y la causa de la calvicie en los hombres blan-

    18 En la Argentina, el proyecto de la UNEN es una manifestacin legtima y respetable dedicho liberalismo de izquierda o izquierda liberal (que incluye versiones como el PSOE

    espaol o la Concertacin chilena). Por supuesto, estn enfrentados como correspondecon el proyecto populista, en el sentido que aqu nos ocupa.

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    cos), del deporte nacional-y-popular (bisbol en Venezuela, ftbol en Ar-gentina). Precisamente porque el populismo no es proper tiene unainstitucionalidad sucia, tanto en cuanto a mtodos como a prcticas

    discursivas y simblicas. Y por eso, aadira, es un fenmeno polarizante.Para verlo desde otro ngulo y radicalizar a Laclau, el populismo es

    polarizante no solamente porque antagoniza la institucionalidad del bloquede poder socioeconmico, sino porque ataca, demuele o corroe lainstitucionalidad pura (si es que existe) a seca normalmente vista comoimparcial en una idealizacin del modelo Weberiano burocrtico y procedurallegal-racional reemplazndola por voluntad poltica pura. Precisamentepor eso Laclau escribe que el populismo es sinnimo de poltica, aun si eso es

    una definicin peculiar de lo poltico (pero con larga tradicin en teorapoltica).Y porque el populismo en su proyecto poltico tiene simultneamen-

    te (como lo quera Gramsci) metas anti-hegemnicas y hegemnicas, contri-buye a desnudar o por lo menos cuestionar la otra ideologa esa s,hegemnica de verdad que cobija el modelo o tipo ideal de administra-cin pura legal-racional, imparcial, prusiana. Por esa razn precisamen-te, el populismo siempre habla del retorno de la poltica. El producto no

    puede ser sino una institucionalidad sucia. Donde quedan las preferencias essin duda cuestin de preferencia personal y para analizar quiz de clasesocial/nivel educacional. Si el populismo provoca un mar ms agitado, quizal mismo tiempo incita algo ms democrtico-popular o por lo menosteido de aquel y con tasas ms altas de participacin, un criterio demo-crtico-republicano de base.

    El Uno como Otro impresentable y autntico:el populismo y lo nacional-y-popular militante

    Dnde nos deja todo eso? O sea, para resumir, la relativa congruenciaentre los trabajos de Laclau, Aibar y yo a cerca del exceso y su representacin:la presentacin del dao del desubicado; la ampliacin de las operacionesdiscursivos-estratgicas para construir el pueblo y la incorporacin simblicaen la representacin de lo que era pura heterogeneidad antes; todas, operacio-

    nes asociadas a la construccin de un underdog(Laclau 2005b: 47), a exclui-dos sociales (Aibar 2007), a la incorporacin de lo heterogneo al agonismo

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    poltico. Segundo, el populismo como ubicacin de los dos lados de la fron-tera, entre institucionalidad y demandas. Y tercero, ambos componentes delarticulo dando lugar al concepto de institucionalidad sucia, compatible a

    nivel de praxis con el involucramiento popular-democrtico.Retomemos algunos elementos tiles para una nueva sntesis. Como

    lo sugiere Aibar, sin dudas la temtica del exceso est vinculada al reconoci-miento, en el sentido de la poltica identitaria de Charles Taylor. Segundo, yahemos visto cmo tanto la incorporacin movediza del exceso, como el he-cho de ubicarse de ambos lados de la frontera (pueblo/institucionalidad,

    jams del todo reconciliable), tienden a conducir a lo que hemos llamadouna suciedad institucional, en contraste con un funcionamiento prolijo,

    no contaminado, puro en el sentido weberiano del legal-racionalismo.Tercero, no cabe duda (como no lo he enfatizado lo suficiente en el pasado)que en tanto lgica el populismo est asociado a un cierto antagonismo,efectivo y polarizante, a partir de una dicotoma creada con materiales prove-nientes de lo social. A nivel prctico, pues, hay una gran afinidad empricaentre la heterogeneidad social tal como es descrita por Laclau (2005b), sinhablar de los excluidos/ desubicados de Aibar, y lo que yo he llamado elcomponente sociocultural de lo bajo. Del mismo modo, por lo menos

    desde la negativa, el funcionamiento no procedimental de la toma de deci-siones, el funcionamiento de las instituciones segn un modo que dista de lolegal-racional de Weber es, la verdad, idntico (aqu desde la inversa tam-bin) con lo que he llamado la sub-dimensin poltico-cultural de lo alto.

    Yendo a la sntesis, las nociones de reconocimiento(central social y psicolgi-camente en el funcionamiento poltico de las categoras de bajo y alto) yde antagonismosirven de base para la segunda conceptualizacin importan-te, nueva y original de este artculo: el hacer alardede dichas cosas, en la

    escena pblica, poltica. O sea, para decirlo de una vez, concibo al populismocomo el alarde (antagnico) de lo bajo.Esta definicin, afn pero no idntica a la perspectiva de Aibar el

    populismo como lapresentacin, mostrada y escenificada (Aibar 2007: 40),Llorona y resentida del dao es con todo ontolgicamente distinta de lade Laclau, basada fundamentalmente en la lgica de la articulacin (en tra-dicin gramsciana), donde la poltica bsicamente instituye lo que noestabaah antes. Para m (y se supone que para Aibar tambin), claramente hay un

    antes al discurso que lejos de ser determinadoa partir de categoras sociol-gicas como lo aborrece Laclau, es una experiencia social y una diferencia

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    social, subjetiva y con fundamentos objetivos. Precisamente por eso, el nfa-sis est aqu ms en la re-presentacin y la cuestin identitaria (identidad,identificacin) que en la articulacin (de demandas materiales).

    En este artculo, tanto el psicoanlisis, central en Laclau, como elreconocimiento, fundamental en la teora de Taylor, juegan un papel impor-tante en el proceso no solamente identificatorio, sino tambin en el antago-nismo creado. Y de hecho, como se sabe, no hay identidad propia, de unomismo, sin Otro, y en consecuencia no hay identidad sociopoltica sin tam-bin un Otro sociopoltico.

    Este artculo llega pues exactamente al mismo lugar, pero por unaruta terica enteramente diferente, que mi escrito principal en ingls sobre

    el populismo: Haciendo alarde de lo bajo: un enfoque relacional-culturalal populismo (Ostiguy 2013b). ste fue escrito ms para un pblico depoltica comparada y tambin de teora social. Y no es especficamente sobre

    Amrica Latina, como muchos de los escritos en castellano sobre populismo.Sin duda el populismo es fundamentalmente hertico, independiente-

    mente del continente, y eso es una de las razones por las cuales desata tantahostilidad. Es en ese contexto que defino el populismo all (Ostiguy 2013b)a nivel ms genrico y lugar-free posible como una apropiacin antag-

    nicapor razones politicas de un Otro impresentable, creado en el proceso deun proyecto civilizacional proper particular. Dicho proyecto puede ser elliberalismo; el multiculturalismo en el hemisferio norte; adoptar las maneras,modos y modelos del Primer Mundo en Sudamrica, frica o el Medio Orien-te; la integracin europea en Europa; la macroeconoma de manuales de eco-noma estndares; la misin colonial civilizadora francesa; o lo que sea: sunaturaleza especfica no es el punto aqu19. Y de hecho el populismo tomaformas y contenidos muy distintos en varias partes del mundo. El asunto, sin

    embargo, es que esos proyectos normados que se ven a s mismos como civili-zadores, proper, provocan o generan otro, por su naturaleza misma (dialcti-ca, diran varios). Ese Otro es adems fcilmente reconocible para los queparticipan (en el sentido de compartirese proyecto, visto adems como nor-mal, estndar y deseable) en queprovoca vergenzapara la gente decente,bien educada, que se porta bien, y (especialmente en Europa) poltica-

    19 Conviene sin embargo notar que prcticamente todos esos proyectos implican una

    cierta maleabilidad (para ponerlo gentilmente como eufemismo) en relacin a unaidentidad nacional-popular histrica, viniendo desde atrs.

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    quedado histricamente en la sombra. En breve, si el populismo no provocaalgn tipo de escndalo, no es populismo.

    Terminemos finalmente, ahora, con la parte ms psicoanaltica. No

    cabe duda que lo que ms diferencia lo alto de lo bajo es el nivel desublimacin(y/o supresin), como lo hemos escrito en otra parte (Ostiguy2009a, 2009b, 2013a). Con eso viene tambin, como correlato, la cuestindel rol pblico del cuerpo en el escenario pblico, en atraer o repeler (Ostiguy2009a, 2009b, 2013a). Por eso, siempre he llamado mi enfoque relacional.

    En consonancia con lo escrito arriba, quisiera sin embargo sugerir aquuna lnea bastante ms polmica. En un cierto sentido, el populismo por loque pude observar es una afirmacin narcisista colectiva (y tambin personal,

    en el caso del o de la lder), combativa, con el dedo del medio levantado21

    .Para tomar prestado del lenguaje del psicoanlisis, hay en el populismo unimpulso redentor que desafa (a veces con xito) al principio de la realidad y susdesagradables lmites. Tentando mi suerte, hasta afirmara que el populismoes, bsicamente, un principio de placer combativo. Como se sabe, en loesencial de su doctrina (que los politlogos nunca se toman en serio), versinargentina, el populismo no busca otra cosa que lafelicidaddel pueblo y la

    grandezade la Nacin. Y lo busca del modo que sea. Lejos tambin de aqu

    estn los sacrificios del Che (Verdad 11: [El peronismo] desea hroes, nomrtires) o el racionalismo algo elitista del liberalismo. Felicidad, narcisismo(colectivo y del lder), ser grande e identificacin: ah tenemos elementosclaves y vinculados de la praxis y de la discursividad populista. Comoobstculos a stos, en todos los populismos, estn una minora poderosa yanti-popular y sus aliados internacionales (Ostiguy 2013b). Comodiscursivamente por definicin el pueblo est con el populismo, es inevitableque en el discurso y la praxis se haga entonces alarde de modo antagnico (y

    placentero) de lo bajo en la arena poltica. O sea, para hablar en lo bajo: eldedo del medio directamente, o va el/la lder22.

    21 Es interesante cmo Jorge Lanata, quien bien ha entendido (por lo menos intuitivamente)esa lgica, la ha invertido en su programa televisivo. En ese sentido, para m la Argentinaes desde 1945 una serie de inversiones, sin fin (los descamisados de los diarios anti-Pern; los mis queridos grasitas; la segunda tirana; el dedo del medio; etc.)

    22 Es de notar que aqu la lgica no es muy distinta de la de los partidos de ftbol, con ladiferencia que en los ltimos el otro/adversario es en teora un igual(a pesar de ladiferencia literalde estatus entre un bostero y un millonario, por ejemplo), mientras

    que en el caso del populismo el enemigo/otro es por definicin poderoso (superior, puesamenazante), en cuanto a capital econmico y/o cultural y evidentemente nefasto.

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    Una segunda lnea propuesta es que el significante vaco no est tanvaco (como tampoco lo es el sujeto) como lo quiere lgicamente Laclau.Pero s, es lugar de proyeccin del deseo, como l lo sugiere. Quiz no sea

    coincidencia que Evita, en fuerte contraste con Pepe Mujica, no solamenteayudaba muchsimo en cuerpo y alma a los pobres, sino que se vesta comomaravillosa princesa en las grandes galas. Evita es una de nosotras quecomo Cenicienta se hizo princesa y tambin encontr su prncipe, Pern. Al revs de Carri. Del lado masculino, tenemos evidentemente a CarlosMenem, conduciendo su Ferrari roja, quien las emboca todas y que juegaal ftbol. El sueo del pibe. Grande! Esos mecanismos de identificacin sonde hecho parte de la vida. Y fuera de todo populismo, tampoco es una

    sorpresa que en Inglaterra la commony bellaLadyDi fuera mucho mspopular que su esposo real (y feo) y su suegra. Como lo escribi Laclau(2005a), el lder populista es como yo e ideal de ego pero unoentendible y accesible.

    De cualquier manera, lo bajo es siempre ms clido, ms pican-te, ms enojado y sin duda ms fsicoen sus manifestaciones. Siempre hablde una forma ms inmanente de hacer poltica; de ah lo sucio de HueyLong (con la famosa frase de Penn Warren sobre el potencial valioso del dirt)

    o del peronismo, en contraste con los modos ms universalistas y abstractosde lo alto. Por eso, como lo escrib, el populismo es una celebracin de lareivindicacin antagonista de lo bajo. Con eso, es de esperar que se use(polticamente) una gramtica plebeya, incluso a fines relacionales eidentitarios.

    Ese rapportest en el corazn de mi concepcin del populismo y delanlisis asociado de lo culturalmente (social y polticamente) bajo (o sea,en las dos sub-dimensiones que distingo ah) en la poltica. Los populistas

    perform, muestran, representan algo al pblico la accin; la hazaa quelos ve y escucha, y asimismo representan una imagen del pueblo como esla forma/contenido; y por tanto, representan una representacin. Y lohacen con un enfoque performativo de cercana.

    Conclusin

    Espero con ese artculo haber creado un puente entre la (a veces her-mtica) teora poltica y (la ms accesible) poltica comparada cualitativa, as

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    como haber mostrado convergencias indicativas entre tres enfoques o autoresprovenientes de horizontes distintos. En una sociedad que oscila entre lafragmentacin y la polarizacin, espero que abra ventanas para dilogos inte-

    lectuales.Independientemente que uno hable Laclau o hable ODonnell, el

    populismo parece ser al final del da una categora que trata de la incorpora-cin, de la materialidad, de lo no-siempre-dicho en la heterogeneidad o enrelacin a los sectores populares (ODonnell 1973) realmente existentes. Ladisonancia (para usar un eufemismo) muy observada hacia una ciertainstitucionalidad es, tambin, entendible tericamente, tanto desde la pers-pectiva de Laclau con su pueblo de un lado de la frontera, como del campo

    republicano liberal (que incluye al ODonnell de la democracia delegativa)que desea de un pas (o institucionalidad) normal. Quiz la nocin deinstitucionalidad sucia contribuya a este eterno debate, en donde el populismotambin realmente existente se ubica de los dos lados de la frontera, entredemandas (incluso las equivalenciales) e institucionalidad gobernante. La po-ltica comparada ha sido generalmente hostil al uso del psicoanlisis, perohabra que acordar que es difcil sino imposible estudiar la cuestin de lasidentidades y de las identificaciones sin un mnimo de psicologa, incluso de

    psicologa poltica (una subdisciplina en auge en Estados Unidos).El gran terreno, en el hemisferio norte, donde la poltica del recono-cimiento y la poltica real (cotidiana, de los titulares) se encontraron fue lapoltica del multiculturalismo y de las minoras, desde por lo menos los aosnoventa (con la inmigracin, los gays, las minoras raciales) hasta ahora, conel Islam. En el hemisferio sur en las Amricas, ese terreno es, a mi criterio, eldel populismo. Cedo ahora la voz a otros.

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    Resumen

    Este artculo aborda la lgica del populismo,particularmente en su relacin al llamado ex-ceso y su representacin. En ese respecto,examina una relativa convergencia entre tra-bajos de Laclau, Aibar y yo, problematizandosin embargo la relacin entre interpelacin yreconocimiento, para el sujeto. En ese con-texto, la nocin de gramtica plebeya, no-tablemente cerca de mis trabajos sobre lobajo, toma una importancia no suficiente-mente analizada. Este artculo defiende la tesisque un rasgo nico del populismo en el po-der es estar ubicado de los dos lados de lafrontera, entre institucionalidad y deman-

    das. Una apora del populismo como modo

    de gobierno es ser al mismo tiempoinstitucionalidad y oposicin, gobierno y re-clamo. Juntos, esos argumentos nos hacenintroducir el nuevo concepto terico deinstitucionalidad sucia. La primera parte delartculo sugiere una conceptualizacin delpopulismo, especialmente a nivel de praxispoltica, como el alarde antagonista de lobajo. La segunda parte refuerza una defini-cin genrica del populismo que prove enotro lugar: como un Otro impresentable,que se presenta como nada menos que unomismo (el ms autntico ser de la Nacin),frente a normas y sistemas nefastos que nor-

    malizan el mundo.

    Pierre Ostiguy

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    Palabras clave

    populismo - Laclau - representacin - identificacin poltica - peronismo

    Abstract

    This article deals with the logic of populism,particularly in its relation to the so-calledexcess and its representation. In this regard,it examines a relative convergence between

    the works of Laclau, Aibar and myself, while,however, problematizing the relationbetween interpellation and recognition, forthe subject. In this context, the notion ofplebeian grammar, remarkably close to myown work on the low, takes on an under-analyzed importance. This article defendsthe thesis that a unique trait of populism inpower is its being located on both sides ofthe frontier, between institutionality anddemands. An aporia of populism as a mode

    of government reside in its being at the sametime institutionality and opposition,government and claims. Together, thesearguments give rise to the theoretical

    concept of dirty institutionality. The firstpart of the article leads to a conceptualizationof populism, especially at the level ofpolitical praxis, as a flaunting of the low.The second part reinforces a genericdefinition of populism I have offeredelsewhere: populism as an unpresentableOther, presenting itself as Self (the truest

    self of the nation), in of the face of nefariousnorms and systems that normalize theworld.

    Keywords

    populism - Laclau - representation - political identification - Peronism

    Exceso, representacin y fronteras cruzables...