Experiencia Cultura politica
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TRABAJO PRACTICO 2
Autor: HERNANDO ENRIQUE BOHORQUEZ ARIZA
Código: 19259156
Grupo: 90007-23
INGENIERIA INDUSTRIAL
CULTURA POLÍTICA
Presentado a la Tutor:
ANTONIO MARIA DAVILA
UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA Y A DISTANCIA
INGENIERIA INDUSTRIAL
Bogotá Octubre de 2015
1. OBJETIVOS
2. RESPUESTAS DE LAS PREGUNTAS PROPUESTAS EN LA GUÍA.
3. BIBLIOGRAFÍA
1. OBJETIVOS DEL TRABAJO PRÁCTICO
Identificar el problema que se aborda para la ejecución del trabajo colaborativo
2 del curso de Cultura Política
Establecer el tipo de mecanismos que usó la comunidad identificada el
problema identificado
Reconocer los actores sociales intervinieron en el problema identificado
Describir los espacios de interacción que encontraron los atores sociales
pertenecientes a la comunidad en el problema identificado
Referir como se organizó la comunidad el problema identificado
6. evidenciar la experiencia el problema identificado
2. RESPUESTAS DE LAS PREGUNTAS PROPUESTAS EN LA GUÍA.
1. Problema que se abordó.
el Paro Agrario Nacional
2. Qué tipo de mecanismos se usó por la comunidad identificada.
Reunión y manifestación pública y pacífica
La constitución Política de Colombia ampara este mecanismo de participación y lo consagra como derecho de las comunidades para hacer saber sus necesidades más sentidas al gobierno.
Constitución Política de Colombia
“ARTICULO 37. Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente. Sólo la ley podrá establecer de manera expresa los casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho.”
3. Que actores sociales intervinieron. (Recuerde como se diligenció la matriz de problemas y actores sociales
Campesinos, productores de Café, Camioneros, Estudiantes
El otro actor que intervino como interlocutor obligado por las circunstancias debido a su carácter Nacional, las condiciones que rodearon el paro, fue el estado en representación de sus fuerza militares y de Policia; la respuesta del gobierno no fue diligente, pronta e inmediata y dejó crecer el problema hasta salírsele e las manos
4. Que espacios de interacción encontraron.
La comunidad no tuvo otra alternativa que tomarse las autopistas, carretaras y vías nacionales, además de las plazas públicas
El gobierno tarda en reaccionar y envía la fuerza pública para reprimir el paro Nacional Agrario.
El pulso lo ganan los campesinos y ganan un espacio de interacción como lo fue la mesa de negociación, donde el gobierno otorga subsidios a los precios algunos productos como la papa y el caé
5. Como se organizó la comunidad para realizarlo.
La estructura organizacional de Campesinos, productores de Café, Camioneros, Estudiantes fue espontánea
La dinámica del paro generó expresiones espontáneas organizativas alrededor de las necesidades más sentidas de los actores involucrados en el sector rural, bajos precios de los productos agrícolas, el abandono del estado del campo r d{décadas, la importación masiva de alimentos llegando a las 10 millones de toneladas anuales en detrimento de la producción nacional, la pobreza extrema en la inmensa mayoría de los habitantes del campo colombiano cerca del 90% que vive en la pobreza y extrema pobreza
6. Una imagen que permita evidenciar la experiencia (foto, reporte de prensa, nota periodística).
REPORTE DE PRENSA, NOTA PERIODÍSTICA
“PARO AGRARIO: LAS DOS CARAS DE LA PROTESTA” (Recuperado de la
revista semana .com http://www.semana.com/nacion/articulo/paro-agrario-las-dos-
caras-de-la-protesta/356110-3 (semana.com, 2012) (Valvuena, 2008))
Las manifestaciones pasaron de reclamos justos al vandalismo. ¿Qué hay tras de
la agitación social y la violencia?
Paro agrario: las dos caras de la protesta
Imágenes Relacionadas
“Estamos atravesando una tormenta”, afirmó el presidente Juan Manuel Santos en
su alocución matutina del pasado jueves, día para el que estaban convocadas
marchas de apoyo al paro agrario en varias ciudades del país. A la tensión política
se empezaban a sumar problemas de abastecimiento de alimentos por los
bloqueos en varias regiones del país.
Pero ni siquiera el primer mandatario podía anticipar cómo el creciente respaldo
ciudadano a los legítimos reclamos de los campesinos desembocaría en episodios
dantescos de vandalismo, saqueos y la militarización de Bogotá con un saldo de
cuatro muertos, más de 200 heridos y 512 detenidos.
Al comienzo de la semana, al ver que miles de habitantes urbanos y estudiantes
universitarios se solidarizaban con los reclamos campesinos, algunos analistas se
preguntaron si estas manifestaciones marcarían el inicio de un movimiento cívico
al estilo primavera árabe, Indignados o las protestas de los brasileños. No
obstante, con el transcurrir de los días, la ola de violencia y destrucción de unos
pocos sustituyó el inconformismo y la rabia contenida de la mayoría. La piedra
reemplazó a la ruana como símbolo de la jornada.
Las imágenes dolorosas de los choques entre manifestantes y la Policía, de los
destrozos en locales comerciales, de los saqueos a los supermercados y de la
impotencia de usuarios del transporte público se tomaron los medios de
comunicación. La Plaza de Bolívar de la capital de la República fue el escenario
de una batalla campal que terminó con jóvenes que protegieron con sus cuerpos a
los miembros del Esmad del ataque de encapuchados.
En el centro de Medellín se registraron disturbios y vándalos atacaron el edificio de
la Ruta N, programa de innovación tecnológica de la capital antioqueña, en medio
de arengas contra el ‘neoliberalismo’. Manifestantes quemaron dos CAI de la
Policía en Ibagué y, al caer la noche, la Alcaldía de Bogotá decretó toque de
queda en cuatro localidades de la ciudad.
La noche del jueves y las primeras horas del viernes simbolizaron las dos caras de
la ‘tormenta’ presidencial. Mientras en Tunja una delegación de alto nivel del
gobierno nacional en cabeza del ministro del Interior, Fernando Carrillo, negociaba
en la mesa con campesinos de Boyacá, Nariño y Cundinamarca, en la Casa de
Nariño el presidente Santos y su consejo de ministros evaluaban la crisis de orden
público. Con pocas horas de diferencia el gobierno envió mensajes positivos sobre
una “política agraria concertada” desde la capital boyacense y, en otra alocución
mañanera el viernes, el propio mandatario endureció su postura.
Santos respondió a la jornada violenta de protestas con la militarización de la
capital del país, el ingreso de 50.000 soldados del Ejército para controlar los
bloqueos y la invitación a la ciudadanía a denunciar a los responsables de los
actos de destrucción a quienes llamó “cartel de los vándalos”.
En materia política el presidente de la República criticó las influencias externas
que estarían recibiendo los delegados campesinos en la mesa de negociación de
Tunja y señaló al movimiento Marcha Patriótica de buscar “llevarnos a una
situación sin salida”. Por orden presidencial la delegación del gobierno en Tunja
dejó sus propuestas de negociación, que incluyen bajas arancelarias y control de
precios de insumos, y se levantó de la mesa.
Al cierre de esta edición, la delegación campesina aceptó levantar los bloqueos y
retomar la negociación, pero mantuvo la orden de paro. El equipo negociador
regresó a Bogotá para acompañar al presidente al lanzamiento de un pacto
agrario con alcaldes y gobernadores.
Naturaleza de la protesta
Es inevitable tratar de enmarcar esta oleada de protestas –que incluye el
Catatumbo y los mineros– en los movimientos que en todo el mundo se han
desatado en años recientes. ¿Son los paros la chispa de una ‘primavera’ a la
colombiana que, como en el caso árabe y de la Plaza Taksim en Turquía, buscan
profundas transformaciones democráticas?
¿Constituyen las marchas de apoyo a los campesinos el equivalente nacional de
los Indignados europeos y de Wall Street que se levantan contra el sistema
económico? ¿O la combinación de paro agrario y marchas urbanas puede
explicarse con las mismas claves de rechazo a los políticos que caracterizaron las
protestas recientes en Brasil? ¿O, más bien, son protestas sectoriales que
defienden intereses específicos y son manipulados por otros intereses a la hora de
salir a la calle?
En la ‘rabia’ colombiana hay de todo un poco. No es una primavera árabe pero
contiene reclamos históricos de abandono como los de los productores agrarios y
los campesinos de frontera del Catatumbo. Tampoco clasifica en una
manifestación de indignados, pero existen quejas económicas contra los tratados
de libre comercio y las medidas de liberalización de los mercados. Y tampoco fue
la reacción de 4 millones de brasileños a manifestar su descontento contra la clase
política, pero había muchos críticos de las políticas del gobierno de Santos en las
marchas.
Una constelación de grupos, quejas e intereses explica el porqué de la
movilización ocurrida la semana pasada en Colombia. Hay marchas de
campesinos protestando porque su situación es crítica, hay bloqueos de vías de
campesinos o de vándalos; hay estudiantes que salen a la calle para impulsar una
reforma educativa; hay camioneros que se quejan de los precios de los
combustibles; hay trabajadores y sindicalistas que reclaman sus derechos y se
suman a los paros, entre muchos otros.
Y claro, hay oportunistas que pescan en río revuelto y vándalos que buscan
generar caos. Todo lo anterior sumado a las denuncias de las autoridades de
infiltración de guerrilleros así como opositores al gobierno que capitalizan el
descontento popular de cara a las elecciones del año entrante.
Esta combinación variopinta de intereses confirma que tanto el germen de estas
protestas como sus consecuencias no sean tan simples de explicar. Limitar la
rabia a la firma de tratados de libre comercio o aducir que una eventual reelección
de Juan Manuel Santos ha quedado derrotada por los paros reduce a un eslogan
político un fenómeno social y económico mucho más complejo y no menos
preocupante.
¿Cómo se llegó a este punto?
La protesta social ha marcado el tercer año de la administración Santos. En el
primer semestre de 2013 el paro de los cafeteros, gracias a la millonaria concesión
económica del gobierno, abrió el camino para la expresión de otros sectores
agrarios. A los cultivadores del grano se sumaron los campesinos de la región del
Catatumbo, luego los mineros informales y para terminar la oleada de reclamos,
se convocó al paro agrario el pasado 19 de agosto junto a camioneros y
trabajadores de la salud.
Cada uno de estos grupos sufre problemas de vieja data y de corte estructural que
justifican sus malestares. Los campesinos de Boyacá, Cundinamarca y Nariño, por
ejemplo, han sido golpeados por una combinación de factores económicos y
comerciales (ver siguiente artículo). Los estudiantes universitarios, que se
sumaron a partir del jueves pasado, llevan más de un año en la construcción de su
propuesta de reforma educativa. Los habitantes del Catatumbo, por su parte,
llevan peleando contra la erradicación de cultivos ilícitos por varios años a falta de
una presencia del Estado que les dé otra opción de vida.
El hecho que sí generó sorpresa dentro de la constelación de protestas han sido
los cacerolazos. En especial, el celebrado en la Plaza de Bolívar de Tunja en la
noche del domingo 25 de agosto. Por una semana, el paro agrario se había
desarrollado en los bloqueos de las vías en varias regiones del país con gran
impacto en los departamentos de Boyacá y Cundinamarca.
Ese día el presidente Juan Manuel Santos lanzó la tristemente célebre frase según
la cual: “El tal paro nacional agrario no existe”. Cansados del desabastecimiento
de alimentos y del cierre de vías y molestos con las declaraciones presidenciales,
varios sectores urbanos le respondieron al mandatario con la inclusión de un
nuevo factor de protesta: la solidaridad urbana con los campesinos.
Una herramienta fundamental en el crecimiento de la ‘rabia’ urbana ha sido las
redes sociales. Las plataformas de Twitter y Facebook sirvieron para que los
ciudadanos, y también instigadores virtuales, monten videos filmados en teléfonos
celulares, cámaras y tabletas con las acciones represivas del escuadrón
antimotines de la Policía (Esmad). Fotos e imágenes de los bloqueos, las marchas
y los actos vandálicos han circulado sin parar en los últimos días.
Si bien varios videos eran falsos, en la mayoría de las ocasiones ayudaron a los
espectadores a contrastar las versiones oficiales. Al final, el propio presidente
pediría a los ciudadanos enviar sus videos a las autoridades para la identificación
del “cartel de los vándalos”.
No es la primera vez que minorías encapuchadas contaminan una marcha de
protesta en Bogotá; de hecho, es algo frecuente. Tampoco es inédito el impacto
de las redes sociales en el debate político o en las denuncias contra el Estado. Y
cacerolazos ciudadanos ha habido muchos así como otras expresiones de
protestas cívicas. La novedad está en la combinación de las tres en la promoción
de una agenda agropecuaria, por muchos años olvidada en el país.
¿Cuál ha sido la estrategia?
Desde el inicio del bloqueo en el Catatumbo y tras dos semanas del paro agrario,
el gobierno no ha logrado hacer una interpretación política adecuada de los paros,
ni ha conseguido construir un discurso cuyos simbolismos generen tranquilidad
ciudadana y control de la situación. En primera instancia, el presidente Santos
ordenó impedir los bloqueos de vías, señaló la infiltración guerrillera y minimizó el
carácter nacional de la protesta.
Tras los videos en las redes sociales contra la Policía, los cacerolazos y una
decena de departamentos afectados por cierres viales, la percepción de la
autoridad de la Casa de Nariño empezó a debilitarse y mucha gente pensó que la
situación se estaba saliendo de las manos.
El gobierno claramente no estaba de brazos cruzados: tenía tres mesas de diálogo
en simultánea con los campesinos del Catatumbo, los mineros informales y la
recién creada con los representantes del paro agrario. Pero el gobierno llegó al
jueves, día de las marchas de apoyo, proyectando una imagen de no tener el
control de la situación. De hecho, una expresión de fuerza de los delegados
campesinos fue sentar al gobierno a la mesa sin tener que levantar los bloqueos
viales.
Pero la violencia de la jornada del jueves cambió esa dinámica. Las escenas de
los criminales destruyendo los bienes públicos y atacando a la Policía indignaron a
los colombianos. Los duros anuncios presidenciales del viernes en la mañana, el
ingreso de militares al control de bloqueos y el levantamiento del equipo del
gobierno de la mesa en Tunja generaron el primer acuerdo tras 100 horas de
negociación: el fin de las barricadas en las vías y la continuación de la
negociación.
La duda que persiste es si, ante la naturaleza descentralizada de las protestas, los
avances que salgan de la mesa de diálogo en la capital boyacense calmen los
ánimos en otras regiones caldeadas como Nariño, Antioquia, Cundinamarca y
Tolima.
De la manera como el gobierno cierre finalmente esta temporada de descontento
social dependerá no solo el costo fiscal de los acuerdos con los sectores en
rebeldía, sino también los efectos sobre el ajedrez electoral. La ola de protestas ha
servido para hacerles eco a varias banderas tradicionales de la izquierda, en
especial del Polo Democrático, como la crítica a los tratados de libre comercio y al
abandono del campo. Pero más allá de los coletazos electorales, que son
imprevisibles por la dinámica de la política, lo que ha pasado con los paros deja
varias lecciones.
La primera, en el alto gobierno. Cuando el sol empieza a caer a las espaldas en el
tercer año de mandato y se asoma la reelección es cuando mejor rodeado debe
estar el presidente. Más allá de la maniobra de los ministros, la Casa de Nariño es
el epicentro del poder y la cabina de mando de la política. Esta crisis dejó en
evidencia la vulnerabilidad del palacio presidencial y la falta de una guardia
pretoriana que proteja políticamente al presidente.
La segunda, en los gobernantes locales. A pesar de que los paros eran
eminentemente regionales, los alcaldes y gobernadores que tienen en sus manos
el manejo del orden público en sus departamentos y municipios, no tuvieron velas
en esta coyuntura y algunos hasta criticaron al presidente. ¿Interés político de
cara a las elecciones, falta de liderazgo, crisis institucional? Quizás el único que se
vio fue al alcalde Petro, que en la mañana invitaba a marchar y en la noche tuvo
que decretar el toque de queda en Bogotá porque estaban destruyendo la ciudad.
Y la tercera, es la importancia de la eficacia simbólica del poder, es decir de la
construcción de un discurso claro y coherente que logre calar y sintonizarse con la
opinión para hacerla sentir segura. Los bandazos que ha dado el gobierno solo
alimentan una percepción de inseguridad política. A los colombianos les gusta que
les hablen duro y con carácter. En política no solo es importante el mundo real,
donde se debe ejercer el control, sino el mundo simbólico, donde los ciudadanos
se van a dormir tranquilos, así subsistan los problemas.
Sin embargo, más allá de cómo se desenvuelva el gobierno ahora que ha
recuperado la iniciativa con el acuerdo conseguido el viernes pasado, la
temporada de paros dejó tres desafíos en los que el gobierno tendrá que trabajar
si pretende reelegirse: su manera de conectar con la gente, la coherencia y
carácter de su discurso y el ejercicio de la autoridad.
3. BIBLIOGRAFÍA
semana.com. (2012). Paro agrario: las dos caras de la protesta. semana, 1-2.
Valvuena, J. (2008). CURSO ACADÉMICO DE CULTURA POLÍTICA. Bogotá:
UNAD.