Exposicion de la ciudad de dios.
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LIBRO DECIMONOVENO
FINES DE
LAS
CIUDADES
Capitulo primeroFines di una y otra ciudad, de la terrena de la
celestial, declararé en primer lugar (cuanto fuere
necesario para finalizar esta obra) los argumentos
con que han procurado los hombres constituirse la
bienaventuranza en la desventura de la vida presente
CAPITULO II
Marco Varrón, señalando estas cuatro diferencias, es a saber,
de la vida social, de
los académicos nuevos, de los cínicos y de estos tres géneros
de vivir, llegó a referir hasta
doscientas ochenta y ocho sectas, y aunque haya otras
semejantes que puedan añadirse; deja todas aparte porque
no afectan a la cuestión del sumo bien, y ni son ni deben
llamarse sectas
CAPITULO III
Dice que el hombre ni es el alma sola, ni sólo el
cuerpo, sino juntamente el alma y el cuerpo; por lo
cual añade que el sumo bien del hombre con que
viene a ser bienaventurado consta de los bienes del;
alma y de cuerpo.
CAPITULO IV
Sumo bien y del Sumo mal
La Escritura dice «que el justo vive por la fe»;
CAPITULO V
Por ventura no está llena ellas del todo y por todo la vida
humana, en la cual experimentamos agravios, sospechas, enemistades,
guerra como males
ciertos? La paz la experimentamos como bien incierto y dudoso; porque
no sabemos, ni la
limitación de nuestras luces puede penetrar los corazones de aquellos con
quienes la
deseamos tener y conservar, y cuando hoy los pudiésemos conocer, sin
duda no sabríamos
cuáles serían mañana
CAPITULO VI
Del error en los actos judiciales de los hombres,
cuando está oculta la verdad
CAPITULO VII
Así que todo el que considera con dolor estas
calamidades tan grandes, tan horrendas, tan
inhumanas, es necesario que confiese la miseria; y
cualquiera que las padece, o las considera sin
sentimiento de su alma, errónea y miserablemente
se tiene por bienaventurado, pues ha borrado de su
corazón todo sentimiento humano.
CAPITULO VIII
Cómo la amistad de los buenos no puede ser segura, mientras
sea necesario temer los peligros de esta vida Aunque suceda
que no haya una ignorancia tan depravada, como
ordinariamente ocurre en la miserable condición de esta vida,
que, o tengamos por amigo al que realmente es enemigo, o por
enemigo al que es amigo, ¿qué objeto hay que nos pueda
consolar en esta sociedad humana, tan llena de errores y
trabajos, sino la fe no fingida Y el amor que se profesan unos a
otros los verdaderos y buenos amigos?
CAPITULO IX
ANGELES BUENOS
Es necesaria grande misericordia de Dios: para que
ninguno, cuando piensa que tiene por amigos a los
ángeles buenos, no tenga por amigos fingidos a los
malos demonios, que le sean enemigos, tanto más
dañosos y perjudiciales cuanto son más astutos y
engañosos
CAPITULO X
Ni los santos ni los fieles que adoran a un solo,
verdadero y sumo Dios están seguros de los engaños
y varias tentaciones
CAPITULO XI
Cómo en la bienaventuranza de la paz eterna tienen
los santos su fin esto la verdadera perfección
Podemos, decir que el fin nuestros bienes es la paz.
paz que queremos manifestar que es la final.
CAPITULO XII
Quien considere en cierto modo las cosas humanas y
la naturaleza común, advertirá que así como no hay
quien no guste de alegrarse, tampoco hay quien no
guste de tener paz. Pues hasta los mismos que
desean la guerra apetecen vencer, y, guerreando,
llegar a una gloriosa paz.
CAPITULO XIII
La paz del cuerpo es la ordenada disposición y
templanza de las partes. La paz del alma irracional,
la ordenada quietud de sus apetitos. La paz del alma
racional, a ordenada conformidad y concordia de la
parte intelectual y activa. La paz del cuerpo y del
alma, la vida metódica y la salud del viviente.
CAPITULO XIV
El hombre posee alma racional, todo esto que tiene
de común con las bestias lo sujeta a la paz del alma
racional, para que pueda contemplar con el
entendimiento, y con esto hacer también alguna
cosa, para que tenga una ordenada conformidad en
la parte intelectual y activa, la cual dijimos que era
la paz del alma racional
CAPITULO XV
De la libertad natural y de, la servidumbre, cuya
primera causa es pecado, por lo cual el hombre que
de perversa voluntad, aunque no sea esclavo de otro
hombre, lo es de su propio apetito Esto prescribe la
ley natural, y crié Dios al hombre.
CAPITULO XVI
De cómo debe ser justo y benigno el mando y
gobierno de los señores Aunque tuvieron siervos y
esclavos los justos, nuestros predecesores de tal
modo gobernaban la paz de su casa que en lo
tocante a estos bienes temporales diferenciaban la
fortuna y hacienda de sus hijos de la condición de
sus siervos.
CAPITULO XVII
Ciudad celestial viene a estar en paz con la Ciudad terrena.
La Ciudad celestial, o, por mejor decir, una parte de ella que anda
peregrinando en esta mortalidad y vive de la fe, también tiene
necesidad de semejante paz, y mientras en la Ciudad terrena pasa
como cautiva la vida de su peregrinación, como tiene ya la promesa
de la redención y el don espiritual como prenda, no duda sujetarse a
las leyes en la Ciudad terrena, con que se administran y gobiernan
las cosas que son a propósito y acomodadas para sustentar esta vida
mortal; porque así como es común a ambas la misma mortalidad.
CAPITULO XVIII
La duda que la nueva Academia pone en todo es
contraria a la certidumbre y constancia de la fe
cristiana Respecto a la diferencia que cita Varrón
CAPITULO XIX
Por eso la diferencia que trae Varrón en el vestir de los
cínicos, si no cometen acción torpe o deshonesta, no cuida
de ella. Pero en los tres géneros de vida: ocioso, activo y
compuesto, de uno y otro, aunque se pueda en cada uno de
ellos pasar la vida sin detrimento de la fe y llegar a
conseguir los premios eternos, todavía importa averiguar
qué es lo que profesa por amor de la verdad y qué es lo
qué emplea en el oficio de la caridad
CAPITULO XX
Que los ciudadanos de la ciudad de los santos, en
esta vida temporal, son bienaventurados en la
esperanza Por lo cual, siendo el sumo bien de la
Ciudad de Dios la paz eterna y perfecta, no por la
qué los mortales pasan naciendo y muriendo, sino en
la que perseveran inmortales, sin padecer
adversidad,
CAPITULO XXI
Descripión, que trae Cicerón en su diálogo, hubo jamás república
romana Ya es tiempo que lo más sucinta compendiosa y
claramente que pudiéremos, se averigüe lo que prometí
manifestar en el libro segundo de e obra, es a saber, que según las
definiciones de que usa Escipión en los libros de la república de
Cicerón, jamás hubo república romana. Porque brevemente define
la república, diciendo que es cosa del pueblo, cuya definición si es
verdadera, nunca hubo república romana, porque nunca hubo
cosa pueblo, cual quiere que sea la definición de la república.
CAPITULO XXII
Quién es este Dios, o con qué testimonios se prueba
ser digno de que le debieran obedecer los romanos,
no adorando ni ofreciendo sacrificios a otro alguno
de los dioses, a excepción de este nuestro Dios y
Señor?
CAPITULO XXIII
Dios se valdría para poder desviar a su mujer de la
religión de los cristianos, respondió Apolo con unos
versos que comprenden estas palabras, como si
fueran de Apolo: «Antes podrás escribir en el agua o
aventando las ligeras plumas, como una ave, volar
por el aire, que separes de su propósito a tu impía
mujer, una vez que se ha profanado.
CAPITULO XXIV
Si definiésemos al pueblo; no de ésta, sino de otra
manera, como si dijésemos: el pueblo es una
congregación de muchas personas, unidas entre sí
con la comunión y conformidad de los objetos que
ama, sin duda para averiguar que hay un pueble será
menester considerar las cosas que urna y necesita.
CAPITULO XXV
Que no puede haber, verdadera virtud donde no hay
verdadera religión.
Por más probablemente que parezca que manda el
alma al cuerpo, y la razón a los vicios, si el alma y la
misma razón no sirven a Dios.
CAPITULO XXVI
De la paz que tiene el pueblo que no conoce a Dios.
«Bienaventurado es el pueblo cuyo Señor es su
Dios.»
Luego miserable e infeliz será el pueblo que no
conoce a este Dios.
CAPITULO XXVII
De la paz que tienen los que sirven a Dios, cuya
perfecta tranquilidad se puede con, seguir en esta
vida temporal La paz, que es la propia de nosotros,
no sólo la disfrutamos en esta vida con Dios por la fe,
sino que eternamente la tendremos con él, y la
gozaremos, no ya por la fe, ni por visión sino
claramente.
CAPITULO XXVIII
Qué fin han de tener los impíos Pero, al contrario, la
miseria de los que no pertenecen a esta ciudad será
eterna, a la cual llaman también segunda muerte.
Porque ni el alma podrá decirse que vive allí, pues
estará privada de la vida de Dios, ni tampoco el
cuerpo, puesto que estará sujeto a los dolores y
tormentos eternos.
ALUMNA: Stephanie Iran Ajuech Moreno
MATERIA: Historia II