Facetas Dic.14

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Ibagué, diciembre 14 de 2008

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2 FACETAS>

LA PALABRA DEL DÍA>

Papá NoelCuento de Navidadra la noche de Navidad. Un ángel se apareció a una familia rica y le dijo a la dueña de casa: —Te traigo una buena

noticia: esta noche el Señor Je-sús vendrá a visitar tu casa. La señora quedó entusias-mada: Nunca había creído po-sible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos, conser-vas y vinos importados. De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado. —Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme?. Estoy em-barazada y tengo mucha necesi-dad del trabajo. —¿Pero esta es hora de mo-lestar?. Vuelva otro día, respondió la dueña de casa. Ahora estoy ocupada con la cena para una importante visita. Poco después, un hombre sucio de grasa llamó a su puerta. —Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la esquina. ¿Por casualidad no tendría usted una caja de herramientas que me pueda prestar? La señora, como estaba ocupada limpiando los vasos de cristal y los platos de porcela-na, se irritó mucho: —¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así? Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos. La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso champaña en el refrigerador, escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos coctelitos. Mientras tanto alguien afuera batió las palmas. Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús. Era un niño harapiento de la calle. —Señora, me puede dar un plato de comida. —¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy atareada. Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia emocionada esperaba la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no aparecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, que al poco tiempo comenzaron a hacer efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos preparados. A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró, con gran espanto frente a un ángel. —¿Un ángel puede mentir? Gritó ella. Lo preparé todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma? —No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, dijo el ángel. Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer embarazada, en la persona del camionero y en el niño hambriento... pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo.

*Catecismo popular, Sao Pulo, 1989.

EL CUENTO>

Por Frai Betto *

E El viejecito de ropas rojas y barba blanca que vemos por estos días en los shoppings de todo el mundo se ha con-vertido en ícono cultural de la sociedad de consumo del tercer milenio. El son-riente personaje que encanta a los niños fue forjado a lo largo de los últimos dieci-siete siglos, con base en la historia de un obispo que vivió en el siglo IV. La ciudad de Mira, en el antiguo reino de Licia, en el actual territorio de Turquía, tuvo un prelado llamado Nicolás, quien fue célebre por la generosidad que mos-tró con los niños y los pobres, pero fue perseguido y encarcelado por el empera-dor Diocleciano. Con la llegada de Constantino al trono de Bizancio —ciudad que con I se llamó Constantinopla— Nicols quedó en liber-tad y pudo participar en el Concilio de Nicea (325). A su muerte, fue canonizado por la Iglesia católica como San Nicolás. Surgieron entonces innúmeras le-yendas sobre milagros realizados por el santo en beneficio de los pobres y los desamparados. Durante los primeros si-glos después de su muerte, San Nicolás se tornó patrono de Rusia y de Grecia, así como de incontables sociedades be-néficas y también de los niños, de las jó-venes solteras, de los marineros, de los mercaderes y de los prestamistas. Ya desde el siglo VI se habían veni-do irguiendo numerosas iglesias dedica-das al santo, pero esta tendencia quedó interrumpida con la Reforma, cuando el culto a San Nicolás desapareció de toda la Europa protestante excepto de Holan-da, donde se lo llamaba Sinterklaas (una forma de San Nicolás en neerlandés). En Holanda, la leyenda de Sinter-

klaas se fusionó con antiguas historias nórdicas sobre un mítico mago que an-daba en un trineo tirado por renos y que premiaba con regalos a los niños buenos y castigaba a los que se portaban mal. En el siglo XI, mercaderes italianos que pasaban por Mira robaron reliquias de San Nicolás y las llevaron a Bari, con lo que esa ciudad italiana, donde el santo nunca había puesto los pies, se convir-tió en centro de devoción y peregrinaje, al punto que hoy es conocido como San Nicolás de Bari. En el siglo XVII, emigrantes holande-ses llevaron la tradición de Sinterklaas a los Estados Unidos, cuyos habitantes anglófonos adaptaron el nombre a San-ta Claus, que les resultaba más fácil de pronunciar, y crearon una nueva leyenda, que acabó de cristalizar en el siglo XIX, sobre un anciano alegre y bonachón que en Navidad recorría el mundo en su trineo distribuyendo regalos de Navidad. En los Estados Unidos, Santa Claus se convirtió rápidamente en símbolo de la Navidad, en estímulo de las fantasías infantiles y, sobre todo, en ícono del co-mercio de regalos navideños, que anual-mente moviliza miles de millones de dó-lares. Esta tradición no demoró en cruzar nuevamente el Atlántico, ahora remoza-da, y extenderse hacia varios países eu-ropeos, en algunos de los cuales Santa Claus cambió de nombre. En el Reino Unido se le llamó Father Christmas (papá Navidad); en Francia fue traducido a Père Noël (con el mismo significado), nombre del cual los españoles tradujeron sólo la mitad, para adoptar Papá Noel, que se ex-tendió rápidamente a la América Latina.

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Por Hans Christian Andersen *

POESÍA>

ué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos. Tenía, en verdad, zapatos cuando

salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas. La niña caminaba, pues, con los piececitos desnu-dos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún com-prador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nie-ve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se perci-bía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta fes-tividad pensaba la infeliz niña. Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mu-cho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas esta-ban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien! Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pa-red, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cu-bierta por un blanco mantel resplandeciente con finas

porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta lle-gar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría. Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embele-sada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo

se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y com-prendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fue-go en el cielo. —Esto quiere decir que alguien ha muerto —pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: “Cuando cae una estre-lla, es que un alma sube hasta el trono de Dios”. Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y ra-diante. —¡Abuelita! —gritó la

niña—. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fós-foro, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desapare-cerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento! Después se atrevió a frotar el resto de la caja, por-que quería conservar la ilusión de que veía a su abue-lita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios. Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebue-na! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo. —¡Ha querido calentarse la pobrecita! —dijo al-guien. Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había en-trado con su anciana abuela en el reino de los cielos.

*Escritor danés

Quién ha entrado en el portal de Belén

Gerardo Diego *

¿Quién ha entrado en el portal,

en el portal de Belén?

¿Quién ha entrado por la puerta?

¿quién ha entrado, quién?.

La noche, el frío, la escarcha

y la espada de una estrella.

Un varón -vara florida-

y una doncella.

¿Quién ha entrado en el portal

por el techo abierto y roto?

¿Quién ha entrado que así suena

celeste alboroto?

Una escala de oro y música,

sostenidos y bemoles

y ángeles con panderetas

dorremifasoles.

¿Quién ha entrado en el portal,

en el portal de Belén,

no por la puerta y el techo

ni el aire del aire, quién?.

Flor sobre impacto capullo,

rocío sobre la flor.

Nadie sabe cómo vino

mi Niño, mi amor.

*Poeta español

María Madre

Gloria fuertes *

La Virgen,

sonríe muy bella.

¡Ya brotó el Rosal,

que bajó a la tierra

para perfumar!

La Virgen María

canta nanas ya.

Y canta a una estrella

que supo bajar

a Belén volando

como un pastor más.

Tres Reyes llegaron;

cesa de nevar.

¡La luna le ha visto,

cesa de llorar!

Su llanto de nieve

cuajó en el pinar.

Mil ángeles cantan

canción de cristal

que un Clavel nació

de un suave Rosal.

*Poeta española

Resplandor del ser

Rosario Castellanos *

Para la adoración no traje oro.

(Aquí muestro mis manos despo-

jadas)

Para la adoración no traje mirra.

(¿Quién cargaría tanta ciencia

amarga?)

Para la adoración traje un grano

de incienso:

mi corazón ardiendo en alabanzas

*Poeta mexicana

Romance del nacimiento

San Juan de la Cruz

Ya que era llegado el tiempo

en que de nacer había,

así como desposado

de su tálamo salía,

abrazado con su esposa,

que en sus brazos la traía,

al cual la graciosa Madre

en su pesebre ponía,

entre unos animales

que a la sazón allí había,

los hombres decían cantares,

los ángeles melodía,

festejando el desposorio

que entre tales dos había,

pero Dios en el pesebre

allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa

al desposorio traía,

y la Madre estaba en pasmo

de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,

y en el hombre la alegría,

lo cual del uno y del otro

tan ajeno ser solía.

*Poeta español

La niña de los fósforosEL CUENTO>

¡Q

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4 FACETAS>

Siniestras, torvas, misteriosas brujas,

negros fantasmas de la media noche

¿Qué estáis haciendo?

Macbeth

as escuelas, las universidades, los maestros, simplemente forman indi-viduos para que funcionen -funciona-

rios-, su quehacer se agota en el proceso de producción de sujetos sometidos, cuerpos dóciles e imperturbables a todo aquello con-siderado innecesario o accesorio. Estanislao Zuleta advirtió que quizás el mayor desastre de la educación contemporánea es que en-seña sin filosofía, es decir, sin amor por la sabiduría, desde una mentalidad pasiva, su-jeta, subalterna; incapaz de crítica y de auto-nomía. Solamente se educa para la adapta-ción, el acatamiento y la obediencia; para un “saber hacer” y estar informado y resignado. Así las cosas ¿Qué sentido tiene promover las humanidades, las ciencias sociales y las artes, sí, como se afirma desde la certeza del pragmatismo cínico imperante, representan tan sólo un “conocimiento inútil”?

Una moderna vocación instrumental y tecno-crática, sustentada en la competitividad y el cientifismo, ha hipotecado a las universida-des, convirtiéndolas en meras instituciones proveedoras de títulos y credenciales pro-fesionalistas, en contra de sus primigenias tendencias humanizadoras. Federico Nietzs-che presagió que la realización únicamente de objetivos economicistas -la ampliación de la productividad, de la utilidad y la rique-za- traería como resultado la conversión del sistema educativo en un simple mecanismo de domesticación social y calificación labo-ral, que más que fomentar la cultura y la ilus-tración, inexorablemente, se transformaría en un espacio para la extensión de la barba-rie. Ese espacio, promotor de la uniformidad, negado a la crítica, a las valoraciones éticas y a la dimensión estética, que hoy agobia al mundo con sus paradigmas homogeneizan-tes, sus orgullosas pretensiones de excelen-cia académica y que predica el ardid de una supuesta sociedad democrática de los co-nocimientos, ese espacio es la Universidad contemporánea. Ese bazar de conocimientos en el que predominan las matemáticas científico-téc-nicas, emporio en el que cada uno de los estudiantes asiste sólo para llevar lo que

le sirve, al decir de Karl Jaspers en Idea de la Universidad, frustrada por la pérdida de una función distinta a la de fabricar graduados, adminis-tradores y desocupados, aniquilada por el discurso empresarial y la lla-mada “cultura de masas” que, para garantizar su permanencia, le exige lograr puntos de equilibrio, utilidades netas en dinero, rentabilidad finan-ciera, calidad en los procesos y en los productos, como se lo “sugieren” las Organizaciones Internacionales de Normalización (ISO), debe, entre otras “estrategias de mercado”, re-novar permanentemente su portafo-lio de productos y servicios, de ma-nera tal que sean competitivas, en un “mercado” donde cada día son más y mejores los catálogos de las “em-presas del conocimiento” existentes. Frente a ese rumbo catastrófico

que pareciera corroborar la muerte no sólo de la filosofía, sino de toda la cultura occi-dental, paradójicamente, desde las entra-ñas mismas de una de estas instituciones -la Universidad del Tolima- históricamente comprometida con la minuciosa exclusión de las expresiones humanísticas: que hace treinta años cerró la Facultad de Bellas Ar-tes, por “no ser rentable”, que por mucho tiempo ha soportado la obstaculización de las actividades disciplinares de un agónico programa de ciencias sociales, (designado en su momento por los propios miembros de los organismos del Estado encargados del registro calificado de los currículos, como un “programa de pasarela y mixtura”) y que ha vivido el sistemático entorpecimiento rea-lizado contra su Centro Cultural Universitario, refugio obstinado de los cultores de las artes y las humanidades. Desde esta universidad regional y pro-vinciana que cada cierto tiempo despierta del letargo administrativista y burocrático en el que se encuentra sumida; tal vez queriendo fijar nuevas “estrategias empresariales”, tan atractivas como el lleve dos y pague uno; se entregan dos títulos en el mismo tiempo, se

garantiza la matrícula en una maestría como requisito de grado o las abundantes ofertas de intercambios, cursos de verano o de per-feccionamiento de una segunda lengua, etc., (lo que en última instancia permitirá –manes de Nietzsche- más y mejores oportunidades de empleo para los magísteres, doctores y posdoctores, que podrán verter sus saberes a una población homogeneizada y estanda-rizada). O quizá respondiendo a esa deuda histórica con la región… En fin, contra vien-tos y mareas se ha producido la creación de la Facultad de Ciencias Humanas y Artes… Acaso, por ventura, ¿debido a la tenacidad y porfía mostrada por esos conjurados de-fensores y cultores de los estudios huma-nísticos que, perteneciendo al linaje de las brujas, no cesaron jamás en sus designios? La Revista Aquelarre no puede ser ajena a una nueva aventura intelectual, saluda esta epifanía como un anhelado retorno de los brujos y pone en consideración de la comu-nidad el presente número, con material de discusión acerca de la vigencia de las cien-cias sociales, las humanidades y las artes.

Los editoresCentro Cultural de la Universidad del Tolima

Editorial de la Revista Aquelarre Número 15

El retorno de los brujos

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>FACETAS 5

o lo creí. Los ángeles tenían cosas más importantes que hacer con su tiempo que observar si yo era un niño bueno o malo. Aun con mi limitada sabiduría de un niño de siete años, había decidido que, en el

mejor de los casos, el Ángel sólo podía vigilar a dos o tres muchachos a la vez... y ¿por qué habría de ser yo uno de éstos? Las ventajas, ciertamente, estaban a mi favor. Y, sin embargo, mamá, que sabía todo, me había repetido una y otra vez que el Ángel de la Navidad sabía, veía y evaluaba todas nuestras acciones y que no podíamos compararlo con cualquier cosa que pudiéramos entender nosotros, los ig-norantes seres humanos. De todos modos, no estaba muy seguro de creer en el Ángel de la Navidad. Todos mis amigos del barrio me dijeron que Santa Claus era el que llegaba la víspera de la Navidad y que nunca supie-ron de un ángel que llevara regalos. Mamá vivió en América durante muchos años y bendecía a su nueva tierra como su hogar permanente, pero siempre fue tan italiana como la polenta y, para ella, siempre sería un ángel. “Quién es este Santa Claus?”, solía decir. “Y, ¿qué tiene que ver con la Na-vidad?”. Además, debo reconocer que nuestro ángel italiano me impresionaba mucho. Santa Claus siempre era más gene-roso e imaginativo. Les llevaba a mis amigos bicicletas, rompecabezas, bastones de caramelo y guantes de béisbol. Los ángeles italianos siempre llevaban manzanas, naranjas, nueces surtidas, pasas un pequeño pastel y unos pequeños dulces redondos de ‘orosuz’ que llamábamos bottone di pre-te (botones de sacerdote) porque se parecían a los botones que veíamos en la sotana del padrecito. Además, el Ángel siempre ponía en nuestras medias algunas castañas impor-tadas, tan duras como las piedras. Debo admitir que nunca supe qué hacer con las castañas. Finalmente se las dábamos a mamá para que las hirviera hasta que se sometieran y luego las pelábamos y las comía-mos de postre después de la cena de Navidad. Parecía un regalo poco apropiado para un niño de seis o siete años. A menudo pensé que el Ángel de la Navidad no era muy inteli-gente. Cuando cuestioné a mamá acerca de esto, ella solía contestar que no me correspondía a mí, “que todavía era un muchachito imberbe”, poner en tela de juicio a un ángel, especialmente al Ángel de la Navidad. En esta época navideña en particular, mi comportamien-to de un siete años era todo menos ejemplar. Mis hermanos y hermanas, todos mayores que yo, por lo visto nunca cau-saban problemas. En cambio yo siempre estaba en medio de todos los problemas. A la hora de la comida aborrecía todo. Me obligaban a probar un poco di tutto (de todo) y cada comida se convertía en un reto... Felice, como me llamaba la familia, contra el mundo de los adultos. Yo era el que nunca me acordaba de cerrar la puerta del gallinero, el que prefería leer a sacar la basura y el que, sobre todo, reclamaba todo lo que mamá y papá hacían, sentían u ordenaban. En pocas palabras, era un niño malcriado. Cuando menos un mes antes de la Navidad, mamá me advertía: “Te estás portando muy mal, Felice. Los ángeles de la Navidad no llevan regalo a los niños malcriados. Les llevan un palo de durazno para pegarte en las piernas. De modo que – me amenazaba – más vale que cambies tu comportamien-to. Yo no puedo portarme bien por ti. Sólo tu puedes optar por ser un buen niño”.

“¿Qué me importa? – contestaba yo - . De todos modos el ángel nunca me trae lo que quiero. “Y durante las siguien-tes semanas hacía muy poco para ‘mejorar mi comporta-miento’. Como sucede en la mayoría de los hogares, la Noche-buena era mágica. A pesar de que éramos muy pobres, siempre teníamos comida especial para la cena. Después de cenar nos sentábamos alrededor de la vieja estufa de leña que era el centro de nuestras vidas durante los largos me-ses de invierno y platicábamos y reíamos y escuchábamos cuentos. Pasábamos mucho tiempo planeando la fiesta del día siguiente, para la cual nos habíamos estado preparando toda la semana. Como éramos una familia católica, todos íbamos a confesarnos y después nos dedicábamos a deco-rar el árbol. La noche terminaba con una pequeña copa del maravilloso zabaglione de mamá. ¡No importaba que tuviera un poco de vino; la Navidad sólo llegaba una vez al año!. Estoy seguro de que sucede con todos los niños, pero no era casi imposible dormir en la Nochebuena. Mi mente divagaba. No pensaba en las golosinas, sino que me preocu-paba seriamente la posibilidad de que el ángel de la Navidad no llegara a mi casa o que se le acabaran los regalos. Me emocionaba mucho la posibilidad de que Santa Claus olvi-dara que éramos italianos y de cualquier modo nos visitara sin darse cuenta de que el Ángel ya me había visitado. ¡Así recibiría el doble de todo! ¿Por qué sucede que en la mañana de Navidad, por poco que se duerma la noche anterior, nunca resulta difícil des-pertar y levantarnos? Así ocurrió esa mañana en particular. Fue cuestión de minutos, después de escuchar los primeros movimientos, para que todos nos levantáramos y saliéramos disparados hacia la cocina y el tendedero donde estaban col-gadas nuestras medias y debajo de éstas se encontraban nuestros brillantes zapatos recién lustrados. Todo estaba tal como lo habíamos dejado la noche an-terior. Excepto que las medias y los zapatos estaban llenos hasta el tope con los generosos regales del Ángel de la Na-vidad... es decir, todos excepto los míos. Mis zapatos, muy brillantes, estaban vacíos. Mis medias colgaban sueltas en el tendedero y también estaban vacías, pero de una de ellas salía una larga rama seca de durazno. Alcancé a ver las miradas de horror en los rostros de mi hermano y mis hermanas. Todos nos detuvimos paralizados.

Todos los ojos se dirigieron hacia mamá y papá y luego re-gresaron a mí. - Ah, lo sabía – dijo mamá -. Al Ángel de la Navidad no se le va nada. El Ángel sólo nos deja lo que merecemos. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mis hermanas trataron de abrazarme para consolarme, pero las rechacé con furia. - Ni quería esos regalos tan tontos – exclamé -. Odio a ese estúpido Ángel. Ya no hay ningún Ángel de la Navidad.Me dejé caer en los brazos de mamá. Ella era una mujer vo-luminosa y su regazo me había salvado de la desesperación y de la soledad en muchas ocasiones. Noté que ella también lloraba mientras me consolaba. También papá. Los sollozos de mis hermanas y los lloriqueos de mi hermano llenaron el silencio de la mañana. Después de un rato, mi madre dijo, como si estuviera hablando con ella misma: - Felice no es malo. Sólo se porta mal de vez en cuando. El Ángel de la Navidad lo sabe. Felice sería un niño bueno si hubiera querido, pero este año prefirió ser malo. No le quedó alternativa al Ángel. Tal vez el próximo año decida portarse mejor. Pero, por el momento, todos debemos ser felices de nuevo. De inmediato todos vaciaron el contenido de sus zapatos y medias en mi regazo. - Ten – me dijeron -, toma esto. En poco tiempo otra vez la casa estaba llena de alegría, sonrisas y conversación. Recibí más de lo que cabía en mis zapatos y medias. Mamá y papá habían ido a misa temprano, como de costumbre. Juntaron las castañas y empezaron a hervirlas durante muchas horas en una maravillosa agua llena de es-pecias y había otra olla hirviendo entre las salsa. Los más delicados olores surgieron del horno como mágicas pocio-nes. Todo estaba preparado para nuestra milagrosa cena de Navidad. Nos alistamos para ir a la iglesia. Como era su costum-bre, mamá nos revisó, uno por uno; ajustaba un cuello aquí, jalaba el cabello por allá, una caricia suave para cada uno... Yo fui el último. Mamá fijó sus enormes ojos castaños en los míos. - Felice – me dijo -, ¿entiendes por qué el Ángel de la Navidad no pudo dejarte regalos? - Sí – respondí. - El Ángel nos recuerda que siempre tendremos lo que merecemos. No podemos evadirlo. Algunas veces resulta difícil entenderlo y nos duele y lloramos. Pero nos enseña lo que está bien hecho y lo que está mal y, así, cada año seremos mejores. No estoy muy seguro de haber entendido en aquellos momentos lo que mamá quiso decirme. Sólo estaba seguro de que yo era amado; que me habían perdonado por cual-quier cosa que hubiera hecho y que siempre me darían otra oportunidad. Jamás he olvidado aquella Navidad tan lejana. Desde en-tonces, la vida no siempre ha sido justa ni tampoco me ha ofrecido lo que creí merecer, ni se me ha recompensado por portarme bien. A lo largo de los años he llegado a compren-der que he sido egoísta, malcriado, imprudente y quizás, en ocasiones, hasta cruel... pero nunca olvidé que cuando hay perdón, cuando las cosas se comparten, cuando se da otra oportunidad y amor sin límite, el Ángel de la Navidad siempre está presente y siempre es Navidad.

* escritor estadounidense (1924-1998

Recuerdos de una mañana de Navidad Por Leo Buscaglia *

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uien no recuerda con alegría y por qué no decirlo con nostalgia su in-fancia y juventud al ritmo de “tutai-na tuturuma tutaina tuturumaina...” y

“con mi burrito sabanero voy camino de Belén”, en esta época: la Navidad, fecha de encuentro y reencuentro de familiares, amistades y seres queridos. EL NUEVO DÍA trae hoy para sus fieles lectores este especial en torno a algunos recuerdos de aquellas bellas navidades que no volverán. Aunque muchas tradiciones se con-servan y otras han sufrido cambios, la alegría y el jolgorio de chicos y grandes se mantiene latente, con la misma intensidad vivida por nuestros ancestros. Tal como recuerda, Bernardino Sosa Rubio, miembro de la Academia de His-

toria del Tolima, “en las décadas del 50 y 70 Ibagué se vestía de fiesta, con entu-siasmo la mayor parte de las familias se trasladaban al campo en busca del mejor chamizo para vestir su árbol”, comenta con un especial acento y mirando hacia el horizonte. Según él, la rama debía estar poblada de diversas astillas secas, para facilitar su envoltura en algodón o papel de colo-res. “Luego de forrado el chamizo se ador-naba con diversos elementos decorativos como bolas y lágrimas, algunos le ponían hasta frutas”, exclamó. Así mismo, comentó que año más tar-de, el árbol se vestía en el “pino” de la palma de cuesco. “Cuando el fruto se secaba quedaba una especie de pino, que era cortado con delicadeza para no dañarlo, muchas veces se pintaba de color plateado y se le ponían

los ac-cesorios

entre ellos instalacio-nes que le

daban un toque de fanta-

sía ”, añadió

El pesebre En las navidades de antaño, la representación del nacimiento de Jesús iba más allá que ubicar figuras en un espacio, pues se convertía en un verdadero acto ceremonioso. Cada pieza era elaborada deli-cadamente con semanas y hasta meses de antelación, ya sea en barro, madera, trapo, calceta de plátano y cáscara de mazorca. “La familia entera trabajaba con dedicación y esmero en su pesebre”, dijo Sosa, no sin antes manifestar que la gruta para el na-cimiento de Jesús era adornada con musgo, planta que hoy, es protegida por las autoridades am-bientales. “En la primera semana de di-ciembre eran frecuentes las ex-cursiones por los alrededores de la ciudad en busca de musgo y plantas para adornar el pesebre”, aseveró. Por su parte, Elvia Rueda co-mentó que este elemento navide-ño, no sólo representaba a Nazaret sino que en muchos hogares se construían pequeñas réplicas de pueblos tolimenses con personajes míticos y tradicionales de nuestro folclor. “Algunas personas consideraban que vestir el pesebre traía fortuna y cumplía deseos”, recordó al explicar que su abuela decía que si se se vestía el pesebre por siete años consecutivos, leyendo con fer-vor la novena de aguinaldos Jesús y María le retribuían. “El primer año mientras se vestía el pesebre, mentalmente se debía pedir con fe un deseo, y los años posteriores se le recordaba a los santos la petición”, con-

cluyó. A su turno, Hernando Bonilla, anotó que en su niñez, los pesebres eran gran-des y majestuosos. “En mi casa vestíamos un pesebre que ocupaba casi toda una habitación, cuya atracción principal era un enorme tren eléctrico importado de los Estados Unidos”, dijo Bonilla en medio de un fuerte suspiro.

La novena Un verdadero acontecimiento de inte-gración familiar y de vecindad se vivía del 16 al 24 de diciembre, durante la Novena de Aguinaldos, tradición que permanece, pero sin la misma religiosidad de antes. Orlando Navarro manifestó que en mu-chos barrios de la ciudad, sus moradores rezaban cada noche en una casa distinta la novena, al son de villancicos y música tradicional en vivo. “Cada familia preparaba platos para compartir con sus vecinos entre ellos, buñuelos, dulces caseros y natilla”, relató

Bellas navidades de antaño

Por Sandra Patricia Lombana Miranda

EL NUEVO DÍA

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Fotos Sandra Lombana Miranda / EL NUEVO DÍALa rama de un árbol recubierta con algodón era la pieza esencial para vestir el tradicional árbol na-videño.

Un árbol más ‘evolucionado’ era sencillamente la rama de una palma sin fruto, que pintaban y ador-naban para alegrar sus hogares.

Tal como acontecía décadas atrás los ibaguereños están haciendo uso de su creatividad para convertir semillas y cal-ceta de plátano en la escena del nacimiento de Jesús.

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no sin antes expresar que la quema de pólvora era esencial en estas integraciones. De acuerdo con los testimonios, el noveno día, en todas las casa donde se desarrollaba la novena se repartían dulces y obsequios a los niños.

La noche buena A las 11 de noche, las campanas de las parroquias sonaban a reventar, convocando a los feligreses a la misa navideña, acto religioso al que asistían solo los católicos, en acción de gracias.

Tras la liturgia, las familias retornaban a sus hoga-res a las 12 de noche, a degustar de la cena, bien sea pavo a la galantina, un plato de lechona o un suculento tamal. “La cena era preparada con toda la dedicación, dos días antes, las mujeres compraban todos los ingredien-tes en la plaza de mercado - en esa época estaba ins-talada en la calle 15 con carreras Tercera y Segunda- y los dejaban aliñados, para que a más tardar a tempra-nas horas del 24 la comida estuviera lista”. Luego de cenar empezaba la fiesta al ritmo de los éxitos de Guillermo Buitrago. Los bailes eran tan bue-nos que se postergaban hasta el 25 de diciembre, fecha

en la que se “remataba” con el esperado paseo de olla al río. “En algunos sectores la comunidad se unía para bailar en los andenes y calles de la cuadra, muchas de las cuales eran adornadas con pasa-calles de colores, mientras que en el pavimento se habían pintado imágenes y frases alusivas a la Na-vidad y al fin de año”, comentó Bernardino Sosa.

El Niño Dios Los regalos no se le atribuían a Papá Noel, como acontece en la mayor parte de los hogares actuales, sino al Niño Dios, como cariñosamente se le llama al niño Je-sús. “Todos los menores nos acos-tábamos a dormir muy temprano para que el

Niño Dios, nos dejara los regalos”, relató Hernando Bonilla, al mencionar que a las 12 de la noche, todos los niños que se ha-bían portado bien durante el año recibían juguetes y golosinas. Para ello, muchos escribían una carta y la deposi-taban en el pesebre, la cual desaparecía como por arte de magia. Testimonios señalan que los obsequios eran en-contrados debajo de la almohada o junto al pesebre. “Los regalos eran juguetes elaborados por los

mismos padres o importados. Muñecas en trapo era lo más usual para las niñas y carros en madera para los niños”, comentó Bernardino Sosa.

Los globos, una tradición obsoleta “Las navidades eran mucho más hermo-sas antes pues la gente era más amistosa, tanto así que el 24 se repartían galletas y vino entre vecinos, mientras se observaba el cielo iluminado con globos”, comentó María Leticia Anturi viuda de Hernández al mencionar que a las 12 de la noche, del 24 de diciembre, las familias soltaban decenas de globos multicolores que ellos mismo fabricaban.

“Azules, rojos, amarillos, blancos y verdes era los colores predilectos para estos objetos, que se elaboraban con un papel especial”, dijo, a la vez que explicó que la actividad fue suspendida dado que al ser impredecible el sitio de aterrizaje de los globos, algunas vivien-das fueron afectadas.

El juego de Aguinaldos y los agüeros En la Ciudad Musical, como en la mayor parte de Colombia, se tiene una

tradición muy jo-cosa para obtener un regalo, y más aún en las fiestas decembri-nas pasadas. Se trata del juego de Aguinaldos que se prac-tica del 16 al 24, ya sea en parejas o en numerosos grupos. “Algunos de estos juegos permane-

cen vivos. Los tradicionales en mi época era el de “Tres pies” en el cual con-

sistía en aprovechar la distracción del contrincante cuando esta-ba parado para meterle un pie entre los de él y se gritaba tres

pies, mis aguinaldo y como pe-nitencia el perdedor debía dar un

regalo en la noche buena”, narró Hernando Bonilla.

Y añadió que “otros de los juegos era pajita en boca, ha-

blar y no contestar, beso robado y al sí y al no”. Bonilla, también, dijo recordar con be-neplácito las hazañas que hacían las mujeres para conseguir que la primera persona que las felicitara a las 12 de la noche, de Navidad fuera un hombre, al parecer, porque tenían el agüero de que esto traía buena suerte. “Las mujeres nos pagaban o daban golosinas para que no-sotros fuéramos a darles la feliz Navidad, era algo muy curiosos y divertido”, aseveró en medio de una sonrisa.

Unión y reencuentro Para Olga Consuelo Var-gas, consejera de los sectores

>FACETAS 7

Ibagué, diciembre 14 de 2008

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8 FACETAS>indígenas de Ibagué, la Navidad es y ha sido la fecha más esperada de su comunidad en Coyaima, pues se reúnen todos los pa-rientes para compartir las experien-cias obtenidas durante el año, y para recordar aquellas historias míticas, en la ribera del río. “Durante la noche buena cantamos villancicos, a la vez que alistamos todo lo nece-sario para preparar el almuer-zo en el río. Cordero y pollo, son las carnes más apetecidas”, anotó mientras su mente se trans-portaba a su niñez, época en la que la Navidad era propicia para rescatar los juegos tradicionales del escon-dite y saltar en lazo. “Como no había pólvora la gente se divertía hablando y narrando histo-rias, mientras degustaban ex-quisitos dulces a base de cás-caras de limón, papaya verde y turrones de co-lores”, adujo.

Actos piadosos Con la Navidad los corazones de los más afortu-nados de invaden de amor y deseos de compartir un poco de lo que tiene con los más necesitados. Así es que muchos, recuerdan las acciones ade-lantadas por los años 50, por el grupo Damas de la Caridad, para alegrar la Navidad de las familias des-arraigadas por la violencia, y que se asentaron en los cerros de Ibagué. “Viendo el dolor y la pobreza que invadía a estas familias que habían dejado todo por temor a perder el bien más preciado: sus vidas, este grupo de mu-

jeres se dieron a la tarea de recorrer los cerros hacien-

do censos que les permitie-ra conocer cuántas per-

sonas pernoc-taban allí y sus

principales necesidades.

Con esta infor-mación empe-

zaron a ges-tionar ayudas humanitarias,

pañales y rega-los, dijo una fuente

cercana. “Este censo lo continuaron ha-ciendo año tras año y en Navidad en cada casa entregaban obse-quios, ropa y zapatos a los niños dependiendo la edad”, prosiguió. A esta labor, también se unió la Fundación Cáritas, quien fundó un banco de leche en polvo y harina, en el sótano del Colegio San Luis Gonzaga, que semanalmente surtía de estos produc-tos a las familias. “Con el fin de llevar las ayudas en la institución se cancelaron las clases el jueves, pues todos trabajaban en esta noble causa”, comentaron testigos.

No olvide que... En las décadas de los 50 y 60, el frondoso palo de mango del parque Manuel Murillo Toro, era adornado como árbol de Navidad por personal de Bavaria. Hasta allí las familias ibaguereñas se trasladaban para obser-

var los majestuosos juegos pirotécnicos presentados por la compañía que a la vez entregada obsequios a los espectadores. Durante la construcción de la vía al Quin-dío, algunas afamadas familias se reunían con sus parientes en Cajamarca, a fin de pasar esta fecha. En estas reuniones compositores como Leonor Buenaventura de Valencia, “la no-via de Ibagué”, compuso diversos villan-cicos. Una verdadera Navidad de ensueño se vivía en la hacienda Tolima, de Martín Restrepo, ubicada a la entrada del Cañón del Combeima, no sólo por la imponente decoración sino por los bellos y sentidos villancicos que cada año componían sus visitantes.