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Ibagué, 31 de mayo de 2009

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2 FACETAS>

> LA PALABRA DEL DÍABoicoteo

Por Jaime Lopera*

a literatura está vigente, quién lo duda. Muchísimos lec-tores acuden a la literatura fantástica. La de “autoayuda” o espiritualidad no se queda atrás y tampoco las narra-ciones románticas. Tongoy, un personaje de Vila Matas, dice que la literatura está acechada de muchos peligros en esta época. Posibilidades.

1. La enfermedad de Montano era la literatura. Durante mucho tiempo el personaje de Vila-Matas estaba tan enfermo de ella que lo condujo al hastío. Cuando ese mal se le hizo insuperable, parecía que la única conclusión de Montano era aceptar la muerte de la literatura, vale decir, aquel momento en que ya se hubiese escrito Todo. Esta alegoría de Enrique Vila-Matas en su novela El Mal de Montano se constituye en otra obra sugestiva de este autor español que cada día nos sorprende con sus desusadas narraciones. La originalidad de Vila-Matas radica en su versatilidad. Lector de miles de páginas, explorador de variedades literarias, este catalán cabalga entre la ficción y el ensayo literario como si fuera una carrera sin obstáculos. 2. La literatura está vigente, quién lo duda; pero ese tema de la muerte de la literatura permite otras reflexiones. Estadísticamente hay una cifra que denota la creciente baja de lectores, pero es pre-ciso andar con cuidado antes de admitir que por eso la guillotina le haya llegado a la literatura. ¿En qué consistiría entonces la muerte de la literatura si todavía hay millares de lectores? ¿Ó será que los ejemplares vendidos por la señora J.K. Rowling con sus historias de Harry Potter solamente se pueden ver como un robustecimiento de la imaginación infantil a costa de esa larga leyenda inglesa que nos ingresa al mundo sombrío de los prestidigitadores? (O peor:

¿es eso literatura?) No quiero decir que los británicos sean autores clarividentes aunque lo parecen: Lewis Carroll, George Orwell, C. S. Lewis, To-lkien, cuya fantasía épica El Señor de los Anillos fue elegida en su país como el mejor libro del siglo, sino que algo diferente está ocu-rriendo en el alma de los miles de lectores adultos de todo el mundo que eligieron esos textos anglosajones como un estímulo de sus ilusiones. La literatura contemporánea, vistos estos resultados por el volu-men de ejemplares adquiridos, ¿quiere nutrirse de sueños, y no de realidades? Los Hobbits, Bilbo, el Silmarillon, el malo de Voldemort, el Príncipe de Caspian, no hacen más que proyectar la imaginación del niño que llevamos adentro (o revalidarlo), a cambio de escamo-tear una realidad difícil que ronda la vida de los que habitamos en este mundo. Pero entonces la hipótesis del sesgo hacia la literatura fantástica se caería y no habría explicación alguna para que Ste-phen King, Tom Clancy, Frederick Forsyth, Michel Crichton, o Syd-ney Sheldon, vendieran tan formidables cantidades de ejemplares de sus novelas de acción. ¿Serán acaso éstos lectores adultos del realismo aventurero los mismos que consumen la fantasía de Harry en Hogwarts, y los gnomos del Reino de Narnia? 3. De seguir la estadística del mercado editorial, nada nos im-pide mencionar otra tendencia de los lectores de libros modernos cuando se ocupan de lo que suelen llamar, a veces paródicamente, libros de “autoayuda” o de espiritualidad. Aquí se observa de nuevo que la literatura no ha declinado todavía. Y para demostrarlo, no es sino contar con la enorme cantidad de ejemplares que salen de las editoriales para alimentar un elevado mundo de creyentes que re-claman a Pablo Coelho, a Gurdjieff, a Lao Tse, a Khalil Gibran, a An-thony de Mello, a Castaneda, a Osho, y a Krishnamurti, entre otros, para fantasear acerca del apoyo trascendental que podría tener la vida de uno en aquella zona de espiritualidad donde nuevamente los pormenores de la sociedad se pueden olvidar por un rato. 4. Pero el mundo de las narraciones románticas no se queda atrás: la venta de los relatos acaramelados de Bárbara Cartland, Jude Devereaux y Corin Tellado no se ha detenido por muchos años, así como los libros de Danielle Steele no dejan de explicar algunos lagrimones en los ojos de las adolescentes. Los universos alternados ( Narnia ), el pasado místico de la Tie-rra Media (El Señor de los Anillos) y el mundo paralelo de la magia ( Harry Potter ), son formulaciones de la literatura fantástica a la cual acuden diariamente muchísimos lectores. Lo mismo cabe decir de los textos de confabulación religiosa (El Código Da Vinci), los lecto-res de las autoayudas y los románticos, que también hacen sonar

los timbres de la caja de los libreros aunque algunos se resientan porque la literatura es escasa en ellos. De este modo, la única pregunta que queda es saber si todas estas expresiones son o no son literatura, lo cual nos regresa al principio: ¿para sentenciar la muerte de la literatura será preciso pensarla de una manera tal que ella se no se encuentre sino en Joy-ce, Machado, Proust y muchos más, y ausente en los universos de Hermoine, los héroes de Clancy, y los desahogos del Victoria Holt? ¿Solamente aquellos son LA literatura? Faltaría mencionar a los verdugos de la literatura: me refiero a las búsquedas de Alain Robbe-Grillet y los de Georges Perec, para citar solo estos dos franceses, que se propusieron modificar la conformación o formato de las narraciones literarias de tal modo que los escritores se vieran enfrentados a combinar las diferentes formas de escritura a su gusto. De allí a la metanovela, que inau-guró un provocador estilo con Paul Auster, DeLillo y Gaddis en los Estados Unidos, no hay sino un sólo paso. No se diga si hubo éxito en la propagación de tales experiencias formales, porque no viene al caso; pero ellos decidieron mortificar a la literatura, no hasta el pun-to de asesinarla, sino con el ánimo de revelar sus múltiples facetas y posibilidades. 5. En un momento dado Tongoy, otro personaje de Vila Matas, dice que la pobre literatura está acechada de muchos peligros y casi amenazada de muerte en esta época salvaje en que vivimos. No obstante, páginas más adelante, Montano proporciona una respuesta decisiva y heroica con la afirmación de que él puede encarnarse en la literatura misma y que la memoria de una biblio-teca universal, como la quería Borges, era la mejor refutación a los conjurados. Así se acabó -dichosamente- la mencionada rebelión y todos, incluso Enrique/Montano, descansamos tranquilos.

*Escritor. Presidente de la Academia de Historia del Quindío.

En las últimas décadas del siglo XIX, el nacionalista irlandés Michael Davitt dirigía una organización, la Liga Ir-landesa de la Tierra, creada para acelerar la reforma agra-ria, reducir impuestos e implementar otras disposiciones que ayudaran a los campesinos pobres a sobrevivir.

Los que no estaban de acuerdo con las demandas de la Liga eran sometidos a una campaña popular organizada en su contra; no eran objeto de violencia física, pero nadie hablaba con ellos, eran ignorados por el pue-blo. Uno de los primeros en ser sometidos a

esa campaña fue el capitán Charles Cunningham Boycott, un mayoral británico que estaba a cargo de una gran pro-piedad rural. A partir del apellido de este mayoral, surgió en inglés el verbo to boycott, con el sentido de ignorar el

pueblo o un grupo a alguien. En la actualidad, el boico-teo (también se puede decir boicot) se aplica con poca frecuencia, pero cuando esto ocurre, lo más común es que se refiera a dejar de comprar cierta mercadería o los productos de determinado fabricante o comerciante, o los de una procedencia concreta. En el Diccionario de la Academia se registró por prime-ra vez en la edición de 1927: boicotear. Privar a una persona o entidad de toda relación social o comercial, para perjudicarla y obligarla a ceder lo que de ella se exige.

Enrique Vila Matas

La muerte de la literatura

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La estética del contrapunto La estética del contrapunto en Los viajes del viento en Los viajes del viento

os viajes del viento, la segunda pelícu-la de Ciro Guerra (Río de Oro, Cesar, 1981), estrenada en Colombia en mayo del 2009, es un homenaje al género mu-sical más tradicional de la Costa Caribe, a los juglares antes de que se posicio-

nara comercialmente el Festival de la Leyenda Vallenata (el primero de los cuales fue en 1968, año en que trascurre la trama) y a los diversos subgéneros que lo componen (Paseo, Meren-gue, Puya, Son, Tambora, Romanza vallenata), a través de una historia que, en contravía de los ritmos interpretados, está cargada de tristeza pues aborda el viaje a lomo de burro de un ju-glar que pretende renunciar a su arte. La belleza de los paisajes captados por las cámaras (del César, Guajira, Bolívar, Magdalena y Atlántico), en su colorido y los cantos que allí se generan contrasta con el cansancio, la resignación y tez desencantada del protagonista, Ignacio Carrillo. Éste, en compañía de un joven (Fermín, quien inútilmente intenta convencerlo de que le enseñe a tocar el acordeón), decide ir desde Majagual, Sucre, hasta Taroa, en la Guajira, en busca del maestro Guerra para entregarle, como queriendo cerrar un círculo maldito, el acordeón que éste le diera condenándolo a ser un artista errante. Acaso el valor de la cinta de Ciro Guerra (di-rector y guionista) sea la construcción de una estética del contrapunto: uno es el allegro de los paisajes, el re-tumbar de las cajas y la euforia en la piquería; otro el adagio que componen los gestos resignados, los balan-ces funestos y los largos, pero elocuentes silencios de Ignacio, quien en su melancolía (ese sol negro del que hablara Nerval en sus poemas) le transmite al espectador y al ritmo lento de la historia una sensación de orfandad y sinsentido. Lo que para la mirada ajena suscita admi-ración (su talento con el acordeón y el verseo repentino) para él es el peso de una condena. De ahí que intente deshacerse de su instrumento y su maldición (los rumo-res y el mamagallismo dicen que proviene del diablo, a quien venció en una piquería su maestro Guerra, como también lo hiciera Francisco, el Hombre). El acordeón que anima a los otros cuando escuchan o bailan es el mismo que desalienta a su ejecutante, un hombre con hijos abandonados, pobre, solitario y cercano a la vejez sin posibilidad de hogar por las renuncias a las que lo sometiera la parranda. Los protagonistas (quien intenta renunciar al acor-deón y quien quiere ser un iniciado) emprenden un viaje que comienza y termina en fracaso, a diferencia de tan-

tos de carácter arquetípico donde los héroes tras prue-bas y aventuras fortalecen su nombre y se salvan a sí mismos o a su pueblo. De ahí el final nebuloso de la cinta donde, aunque se conoce que los protagonistas llegan al punto esperado (la casa del Maestro Guerra en la Guajira), no es evidente el sentido de la llegada pues nada interesante pareciera quedarles en sus pasos futu-ros, ni a Ignacio (una suerte de contraquijote) por más que pueda liberarse del instrumento más no de sus se-cuelas, ni a Fermín en tanto no logra que su compañero de ruta -de quien nunca se sabe si es su padre- le de las claves de su talento. Las envolventes atmósferas de tristeza y desolación que se perciben cuando los protagonistas están solos en su recorrido son puntos destacados de la película, gracias a la versatilidad, los gestos y discursos de los actores. Es de reconocer que la verosimilitud de la cinta se alcanza por los registros de actores costeños que, sin ser de la farándula, fueron preparados durante un año en aras de construir una historia cuyos actantes y locaciones fueran autóctonos del folclore Caribe y del sentir vallenato. No es gratuita la elección de Marciano Martínez para el papel de Ignacio. Recuérdese que él, nacido en La Junta (Guajira) en 1957, fue ganador del

Concurso de la canción vallenata inédita en El Festival de la Leyenda Vallenata en 1988 con la canción “Con el alma en la mano”, autor también de “Amarte más no pude” y “El sentir de mi pueblo”, entre muchas (algunas populari-zadas por Diomedes Díaz). La película de Ciro Guerra, quien a sus 28 años ya suma varios cortos, un documental y dos largometrajes (siendo La sombra del caminante su ópera prima en el 2003), ofrece en sus 117 minutos de duración una historia que en sus contrastes (la lentitud de la trama frente al vértigo de los acordeones y tamboras, la oda del folclore de la Costa Caribe, su música y supersticiones frente a la elegía que sugieren las vidas particulares de sus protagonistas) per-mite cautivar a los espectadores con una excelente música y fotografía, a la vez que conmoverlos con la desazón de sus protagonistas. Acaso una de sus debilidades sea que por mostrar el marco de fondo por donde deambulan los personajes se cargue de imágenes la cinta, de las cuales varias no tienen demasiada relación con situaciones exis-tenciales, si bien es respetable que sea una obra fílmica que aprovecha su historia para promover el turismo.

*Integrante del Grupo de Investigación de literatura del Tolima de la UT, [email protected]

Por Jorge Ladino Gaitán Bayona*

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res elementos importantes, la naturaleza, el hombre y la razón, le imprimen a MASA, la exposición de Mario Morales Duque en el MAT, la fuerza necesaria para no pasar desapercibida en el mundo del arte colombiano. La serie está inspirada en la problemática ambiental que vivimos en el planeta tierra. Y cuestiona, según su autor, la capacidad de razonar y pensar que enorgullece tanto al hombre, porque pese a avanzar en la tecnología pareciera

que con ello se estuviera alterando el entorno y la naturaleza. “Me parece preocupante que no podamos darle un futuro a nuestros hijos. Con Natu-raleza, Hombre y Razón quise cuestionar eso y mostrar como ese hombre toma la natura-leza y por medio de la razón convierte todo, como si fuera un filtro, o una especie de reactor químico que coge de ahí y allá y produce diferentes re-acciones”, sostuvo Morales. La obra se caracteriza por gene-rar movimiento, trabajar un poco la mancha y el dibujo, porque en cier-ta forma es dibujar con pintura. Las tonalidades utilizadas toman forma y fuerza por la esencia misma de la idea. “El uso del color en esta serie MASA era tomar tonalidades piel y ponerlas en formas bacterianas y de esporas para hacer una metá-fora, con el color y la forma, para poder hablar de lo humano y como

éste termina siendo una especie de microorganismo en el universo. Una bacteria en la tierra es un ser humano en el universo...es algo muy pequeño que no alcanza a comprender la magnitud de donde está”, indicó el artista. En la obra MASA de Moisés Morales Duque predomina la vida, está inmersa en cada uno de sus cuadros. Eso se refleja en el pensamiento del autor que cree que la vida está implícita en el universo.

El artista refleja su entorno, la naturaleza, el hombre y la razónEl artista refleja su entorno, la naturaleza, el hombre y la razón

Moisés Morales Duque y su obra MASATT

Fotos Helmer Parra/ EL NUEVO DÍA

Los colores contrastan y vibran en los cuadros e intentan crear figuras tridimensionales.

“La imaginación de Moisés, mi hijo, es espectacular, su obra me dio una tranquilidad grande porque en su pintura no hay violencia sino espiritualidad”, Moises Morales, padre. En la foto, Moisés Morales, con sus padres y hermana.

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“No sé si habrá más planetas como la tierra, pero en un universo tan grande tiene que haber algo más que nosotros y tal vez el reto de la razón es preguntarnos hasta qué punto podremos sobrellevar esto o esa misma razón es lo que nos va hacer desaparecer”, cuestio-na Moisés En la obra se refleja la evolución del hombre, desde una esfera, que es una forma or-gánica en la naturaleza, comenta Morales. “Me parece que la esfera, es la más perfecta, porque todos tienden a esa forma geométrica, el sol y los planetas, mientras que la forma más humana es el cuadrado, el cubo, por eso quise trabajar con la esfera deformarla a una figura humana para que la gente la relacione y luego al cubo que representaría a la razón”, explicó. La idea de Morales, al realizar la obra, era poder unir la razón y la vida, dos variables tan opuestas, pero que se necesitan una de la otra.

La obra recibió buenas críticas entre los asistentes a la

inauguración de la exposición en el Museo de Arte del Tolima.

El Tolima tiene una vena artística muy fuerte: Moises Morales Duque.

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Primera exposición MASA- naturaleza, hombre, razón -es la primera exposición individual del artista plástico bo-gotano, de raíces tolimenses, Moisés Morales Duque. Antes había dado a conocer sus obras en muestras colectivas en Estados Unidos Para esta primera muestra, a Morales le tomó dos años en investigar y encontrar la manera adecuada de transmitir el mensaje de la obra, de una manera limpia y pura en las tonalidades, que contrastaran y vibraran con el color, a través de figuras tridimensionales en los cuadros. Las obras de esta muestra son el reflejo de todo el entorno y el mundo real en el que se desen-vuelve el artista, al que siempre le ha interesado el mundo microbiológico. La idea de Morales, sin importar el estilo que decida trabajar en la serie, la preocupación y la temática va a ser la misma, según lo manifiesta. “La pintura merece tener serie, trabajos, de un solo lenguaje estético, pero también es bueno irla modificando poco a poco”, opinó el artista.

El arte, la esencia Moisés Morales Duque nació hace 28 años en Bogotá, en el seno de una familia de origen tolimense y llanera. Su padre, oriundo del Tolima, es el encargado de transmitirle toda la cultura de esta tierra y su cercanía con la capital musical lo lleva a considerar a Ibagué como su segunda ciudad. Y es precisamente aquí, el lugar escogido para mostrar de manera individual su obra. Morales Duque desde un comienzo se inclinó por el arte, pero primero estudió dos semestres de administración de empresas en la Universidad Javeriana, luego se fue a los Estados Unidos y después cursó su carrera profesional de Arte en la Universidad de los Andes. Esta decisión fue apoyada por sus padres, Moisés Morales y Sara Duque. “En el caso mío me satisface inmensamente y mi deseo es apoyarlo en lo más que pueda”, indicó Morales padre. “Por los comentarios positivos de personas que saben de arte, conlleva a pensar que su futuro, si Dios quiere y la Virgen, será promisorio”, puntualizó su padre.

“Me parece que es un artista contemporáneo con mucha proyección y fuerza en su trabajo”, Margaret Bonilla.

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POESÍA>

Poeta español.

Alfredo BuxánAlfredo BuxánEL CUENTO>

Con tu mirada en mi almaPor Milia Gayoso Manzur*

Ilustraciones de la artista Constanza Aguirre

Como todos los días, estaba esperando el colecti-vo, en la misma esquina, hasta creo que en la misma baldosa, como desde hacía tres años. Sólo pensaba en Hernán. Hernán en el colectivo, Hernán en el cole-gio, Hernán en la plaza, los domingos, Hernán en mi corazón, por siempre. Recordarlo dolía más que dejar de hacerlo.Creo que era finales de julio, porque todavía hacía frío. Sí, hacía frío, lo sé porque recuerdo tu pulóver azul francia y tu camisa celeste. Cuando, por supuesto, estaba pensando en Her-nán, pasaste caminando a mi lado y mis ojos se fueron detrás de los tuyos, porque me miraste como distraídamente. Moreno, ojos achinados, sonrisa gen-til, dientes separados de conejo, con pasos rápidos y fuertes. ¡Ah!, suspiré tan fuerte que las personas que también esperaban el colectivo, me miraron diverti-das. Por alguien así ya te olvido, dije, pensando en Hernán. Pasaron los días. Volví a verte media docena de veces, pero pasabas sin mirarme, o en auto. Pantalones grises o azules, camisas claras y el pulóver azul que te quedaba divino. Transcurrieron varios días sin volver a verte, hasta que una tarde cualquiera, cuando tocaba el picaporte de la oficina para salir, me encontré con tus ojos. No lo podía creer. Allí esta-bas, tratando de sonar indiferente, solicitando unos datos que en ese momento no podía darte, entonces prometiste regresar por ellos otro día. Volví al baño a mirar mi rostro ardiente, en el espejo, a perfumar-me, a volverme a poner brillo en los labios. Salí. Y allí estabas, recosta-do en la baranda, esperándome. ¿Sí?, pregunto con apenas un hilo de voz. Te mentí, dijiste. No precisaba nada más que verte y hablar contigo. Llevabas puesto tu pulóver azul. Me acompañaste a la parada donde hablamos casi duran-te tres horas y yo comencé a sentir frío. Me fui a casa con tu pulóver, tu perfume y tu mirada metida en el fondo de mi alma. Me internaron esa madrugada. Un mes sin saber de ti, un mes pen-sando que fue un sueño. Estaba en-

ferma, débil, sola... Extrañaba a Hernán, quería verlo. En todo el tiempo en que estuve internada, se fue una sola vez a visitarme, con su madre. Me moría porque me diera un solo beso o pudiéramos conversar a so-las, pero no fue posible. Al retirarse me dijo una frase cariñosa y me acarició los dedos del pie, debajo de la sábana. Su antiguo sentimiento hacia mí se redujo a una caricia a mi dedo gordo. Creo que también fue el final de mi largo e intenso amor por él. Ya era agosto cuando volví a mi trabajo de se-cretaria, con varios kilos menos y muchas ganas de volverte a ver y comprobar que no fue un sueño. Mis compañeras de trabajo me contaron que un misterio-so admirador no dejó de llamar ni un solo día, para preguntar por mi salud. Salí a las 12 para ir a comer a casa y volver para las 3, al trabajo. Allí estabas, en la parada, con un ramo de flores en la mano.

*Escritora paraguasya

Música de silencio

Solamente es posible envejecer lo mismo que la música, acorde tras acorde hasta la nada, el éxtasis, la cumbre. Queda la música prendida en la conciencia como lapa tenaz, como alfiler de sombra, y nuestra cima es el silencio, el inmóvil paisaje de la muerte. La vida, en cambio, espuma diluida en la breve tarea de latir. El resentido

¿Qué bien echas en falta si respiras, si cuelga en tu mirada la memoria de aquel fuego? No todos tuvieron en las manos la dádiva del gozo que dejaste escapar, torpe mortal, a sabiendas de que una vez tan sólo apoya su tibieza en nuestra puerta. ¿Qué desgracia te aturde si viviste? Eternidad de la ceniza

Morir es un momento, lo demás un vacío que colmamos de tiempo y de silencio. Vivir, en cambio, es fácil: proseguir. Esta severa duda que atraviesa los cuerpos. Pisar la huella de otros pies sobre la grava, aprender con certero dolor el modo más sereno de enfrentar el instante: desnudo y sin aullar, apegado a la paz de quien conoce que no puede saber porque es partícula y no germen, fragmento en el espacio, mojada brizna que se extingue y enmudece en silencio bajo el sol, sobre la piedra casi eterna que lo acoge.

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DIRECTOR: Antonio Melo Salazar JEFE DE REDACCIÓN: Martha Myriam Páez Morales PERIODISTA: Monica Saez COORDINADOR: Benhur Sánchez Suárez, Redacción cultural EL NUEVO DÍA, DIRECTOR GRÁFICO: Ernesto Lombana, ASISTENTE: Ingrith Johanna Buitrago, FOTOGRAFÍA: Ilustraciones de la artista Constanza Aguirre, Fotos Helmer Parra/ EL NUEVO DÍA, Carrera 6 No. 12-09 Tels. 2770050 - 2610966 Ibagué - Tolima - Colombia Apartado Aéreo 5476908-K www.elnuevodia.com.co Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa del Grupo Editorial Aguasclaras S.A.. ISSN: 021545-8.

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Por Marcela Anzola y Francisco Thoumi*

acer empresa, hacer negocios. La diferencia entre “ha-cer empresa” y “hacer negocios” consiste en que la em-presa implica una visión de largo plazo y una continuidad de la acción productiva, mientras que el “negocio” se agota en el momento de la transacción. Hacer empresa significa innovación, producción de bienes y servicios,

generación de empleo, control de calidad, búsqueda de una repu-tación sólida, de manera que se genere riqueza en el largo plazo; el “negocio” consiste en aprovechar la oportunidad y obtener ganancias grandes en el corto plazo. Hacer negocios no es necesariamente re-prochable ni contraproducente para la sociedad; sin embargo el “ne-gocio” no es lo más deseable desde el punto de vista del bienestar social. En Colombia existe una gran tendencia a hacer negocios, sin hacer empresa. La falta de continuidad en la actividad comercial es un fenómeno bastante común en nuestro medio, como se manifiesta en la dificultad que encuentran los programas que pretenden estimular el emprendimiento o aumentar la competitividad. La riqueza como botín. Esto se explica en buena parte por una tradición que concibe la riqueza como un “hallazgo” más que como una “creación”. En otras palabras, se trata prevalentemente de una cultura, validada por la abundancia de recursos naturales. Para el imaginario del colombiano, la riqueza se obtiene en una batalla vir-tual o real por los recursos que se encuentran en el mundo; “hacer negocios” forma parte de esta lucha en este caso virtual e implica comprar u obtener al menor precio posible y vender caro, sin importar la contribución social de esas actividades. La visión anterior también implica que la dimensión ética no sea un componente importante en la toma de decisiones, razón por la cual todo bien existente es susceptible de ser “capturado” entre estos bienes se incluye el Estado. De ahí que muchos políticos, mientras disfrutan “su cuarto de hora”, hagan “negocios” donde obtienen grandes beneficios privados relacionados con las actividades estatales. El Estado se convierte así en un botín, que se captura a través del gasto público o mediante la manipulación de las leyes para obtener ventajas privadas. Las actitudes mencionadas tendrían profundas raíces culturales en nuestra larga historia de “con-quista”, donde la riqueza se encuentra y no se crea, y donde la propiedad se obtiene a través de privilegios, y en algunos casos por medios violentos. Como solía decir en sus tertulias Carlos Lleras Restrepo “hay muy poca riqueza amasada con trabajo, sudor y ahorro“. Por la misma razón, una gran parte de las transacciones en Colombia son percibidas como juegos de “suma cero”, o donde se requiere que alguien pierda para que alguien gane; pero esto contradice toda la teoría económica moderna, que justifica el merca-do precisamente porque en una transacción ganan tanto el vendedor como el comprador. Es interesante notar que en la jerga común se haya acuñado el verbo “tumbar” para referirse a muchas transaccio-nes donde alguien obtiene algo a expensas del otro, haciendo eviden-te el hecho de que la actividad comercial no se rige por elementos de confianza mutua: hay que saber cuidarse para no ser “tumbado”. No es de extrañar entonces que en Colombia los “costos de transacción” sean muy altos. Para llevar a cabo cualquier intercambio importante, como la compra o la venta de un auto o de una vivienda, se necesita averiguar quién es la contraparte y hay que tomar medidas para evitar ser estafado. La muestra de DMG. La concepción de la riqueza como el resul-tado de grandes ganancias extractivas o como el producto de tran-sacciones entre desiguales está tan interiorizada que un grupo impor-tante de colombianos considera que la gran pirámide de DMG no era

pirámide, y que sus prometidos retornos del 100% o más, en un par de meses, son “normales” en un sistema de mercado moderno. Por eso en las marchas de protesta de los depositantes en DMG eran co-munes slogans como “dejen trabajar“. Y en los blogs se afirma que el problema de DMG consiste en que le hacía competencia a los bancos de los oligarcas, “los que todos sabemos“, que invierten en merca-dos de futuros de divisas (forex) y obtienen rendimientos muy altos; el gobierno decidió cerrar a DMG para eliminar esa competencia. Es notable que el fracaso en el referendo del 2004, los falsos positivos, o los vínculos de la bancada oficialista con el paramilitarismo no ha-yan disminuido la aceptación y popularidad del Presidente, y que ésta hubiera caído solamente cuando “nos quitó a DMG“. Tampoco sor-prende que hoy se hable de crear el partido político DMG. El narco y el contrabando. Dado el concepto colombiano de ri-queza, el narcotráfico fue aceptado como algo normal. Las enormes ganancias hicieron que los traficantes se vieran como personajes dig-nos de admiración. La ilegalidad del negocio se percibe apenas como la fuente de los obstáculos o desafíos que el “traqueto” o la “mula” tienen que superar. Así, un envío de drogas que llega a su destino y se vende “corona”, es decir, quien lo hace gana, como si el narcotráfico fuera un juego de damas. Otra expresión de esta lógica se encuentra en el contrabando aceptado de modo consuetudinario y hasta el pun-to de que en algunas zonas fronterizas se han dado marchas cívicas que exigen el “derecho adquirido” al contrabando, el cual se justifica como una forma del derecho al trabajo. Lo mismo ocurre cuando las autoridades efectúan algún operativo en los conocidos “San Andresi-tos”.

La deslegitimación de la propiedad. La consecuencia de estos mecanismos de obtención de la riqueza es la falta de legitimidad de la propiedad, la cual no es reconocida por grupos importantes de la sociedad, y en muchas ocasiones ni siquiera puede ser reivindicada legalmente porque no se ha obtenido de conformidad con la normas. Por eso hay anuncios como “esta propiedad no está en venta“, para evitar robos por medio de escrituras falsas. Un reflejo mucho más grave de la poca validez social de la propiedad es el secuestro ex-torsivo, un crimen de lesa humanidad que sin embargo es visto por muchos como un simple mecanismo de transferencia de rentas y privilegios: “si la riqueza se obtiene por privilegios, manipulación de leyes, buena suerte o violencia, y yo no tengo acceso a esos mé-todos, mi mejor estrategia es secuestrar a quien si tuvo acceso y transferir las respectivas rentas“. Para que la propiedad privada sea reconocida como válida y dig-na de ser respetada por terceros, es necesario no sólo que su proceso de acumulación sea legal (legítimo) sino que tenga efectos positivos

sobre la sociedad: producción de bienes y servicios útiles o in-novadores, generación de empleo, aumentos en la productividad de otras empresas, y en general, mejoramiento en la calidad de vida del país. Este proceso de validación de la propiedad privada contrasta con procesos extractivos o aleatorios donde la riqueza privada se asocia con la manipulación de normas, la obtención de privilegios, la buena suerte, la violencia contra otros ciudadanos o aún con el arbitraje entre mercados, para lo cual se requiere tener información privilegiada. En tales casos no hay validación social de la propiedad privada o su validación es muy débil. Esto acarrea costos de transacción enormes y exige un mayor esfuerzo para proteger las propiedades; por eso una de las industrias más pu-jantes en Colombia es la seguridad privada la cual, incluso, cuenta con más personal que la policía. Una ética costosa. Todo lo anterior ha generado una paradoja notable en el comportamiento de los colombianos. Por un lado luchan por obtener riqueza, pero por otro lado tienen que gastar tiempo, recursos y esfuerzos para proteger sus derechos de pro-piedad: temen sacar sumas “grandes” en efectivo de los bancos (por ejemplo 300 mil pesos) por temor a ser víctimas del “fleteo”; todos los apartamentos y condominios tienen sofisticados y cos-tosos sistemas de seguridad; los morrales se usan al revés, al frente, para evitar robos; en las calles se deben hacer rodeos para no pasar por zonas que se consideran peligrosas; para tomar un taxi lo mejor es llamarlo por teléfono porque hacerlo en la calle es arriesgado, tanto para el pasajero como para el chofer; para cobrar un cheque por sumas no muy altas es necesario poner

la huella digital; los precios por metro cuadrado de los aparta-mentos son más altos que los de las casas, que son menos seguras; y así sucesivamente. En suma, los colombianos viven permanentemente a la “defensiva”, cuidándose de los demás colombianos. Los hijos negociantes. Tomás y Jerónimo, no hay duda, tie-nen derecho a “hacer negocios” y es muy probable que en el que hicieron al comprar las tierras en Mosquera que al parecer se valorizaron muy rápidamente no hayan violado ninguna ley. Sin embargo, su conducta muestra que ellos siguen siendo negociantes más que empresarios. Si fueran empresarios las ganancias de su inversión en Mosquera provendrían de las empresas que se establezcan en la futura zona franca; proven-drían de la innovación y el empleo que generan dichas activida-des, no de las rentas obtenidas por la valorización de la tierra o por la negociación exitosa en la que obtuvieran un “buen pre-cio”. Adicionalmente, aunque no lo quieran, son

personajes públicos. Su padre es el Presidente más popular que ha tenido Colombia desde que se hicieran encuestas al respecto. Más aún, posiblemente ha sido el mejor Presidente que ha teni-do el país en mucho tiempo: durante su gobierno han disminuido sustancialmente los secuestros y las muertes violentas, la gue-rrilla ha sido debilitada, y ha negociado el desarme de algunos grupos paramilitares. No obstante, hay profundas dudas respecto a que haya contribuido a modernizar al país esto es, a cambiar la cultura tradicional por una que permita competir exitosamente en un mundo globalizado. Dos simples consejos para Tomás y Jerónimo: primero, re-cuerden que la mujer del César no tiene solamente que ser ho-nesta, sino que además debe parecerlo; y segundo, que mientras ustedes sean empresarios y generen riqueza para la población, no tendrán los problemas que tienen por ser buenos negociantes.

Revista virtual Razón Pública. Colombia Plural/Inestco

Los hijos del Presidente: ¿empresarios o negociantes?

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