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FAMILIA, CULTURA MATERIAL Y FORMAS DE PODER EN LA ESPAÑA MODERNA III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna. Universidad de Valladolid 2 y 3 de julio del 2015 MÁXIMO GARCÍA FERNÁNDEZ (EDITOR)

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FAMILIA, CULTURA MATERIAL

Y FORMAS DE PODER

EN LA ESPAÑA MODERNA

III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna.

Universidad de Valladolid 2 y 3 de julio del 2015

MÁXIMO GARCÍA FERNÁNDEZ (EDITOR)

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III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna

FAMILIA, CULTURA MATERIAL

Y FORMAS DE PODER

EN LA ESPAÑA MODERNA

Valladolid 2 y 3 de julio del 2015

MÁXIMO GARCÍA FERNÁNDEZ (EDITOR)

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ISBN: 978-84-938044-6-6

© Los autores

© De esta edición Fundación Española de Historia Moderna, Madrid, 2016.

Editor: Máximo García Fernández.

Colaboradores: Francisco Fernández Izquierdo, Mª José López-Cózar Pita, Fundación

Española de Historia Moderna.

[email protected]

Fotografía de cubierta: Biblioteca Histórica Santa Cruz, Universidad de Valladolid.

Entidades colaboradoras en la convocatoria y celebración del Encuentro:

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Bajo el poder de la púrpura. La Compañía de Jesús

y el cardenal Moscoso, obispo de Jaén (1619-1646)

Under the purple power. The Compañía of Jesús and the cardinal

Moscoso, bishop of Jaén (1619-1646)

Francisco MARTÍNEZ GUTIÉRREZ

Universidad de Granada

Resumen:

Durante su largo pontificado giennense (1619-1646), el cardenal Baltasar de Moscoso y

Sandoval desplegó su protección sobre los jesuitas. Este artículo analiza el desarrollo de la

estrecha relación que se entabló entre la Compañía y el cardenal.

Palabras clave: Jaén, cardenal, obispo, Moscoso y Sandoval, jesuitas.

Abstract:

During his long episcopate in Jaén (1619-1646), the cardinal Baltasar de Moscoso y Sandoval

protected the Jesuits. This article analyses the development of the close relationship between

the cardinal and the Compañía.

Key words: Jaén, cardinal, bishop, Moscoso y Sandoval, Jesuits.

Sin lugar a dudas, la Compañía de Jesús fue percibida como uno de los principales

paradigmas de la Contrarreforma en la Europa Moderna1. A menudo cerca del poder,

durante el reinado de Felipe III las relaciones entre el duque de Lerma y el prepósito

general no estuvieron exentas de frecuentes desencuentros2. No ocurría lo mismo con

otros miembros de su facción. Gracias a la influencia de su poderoso tío, el sobrino de

Lerma, Baltasar de Moscoso y Sandoval, consiguió en 1615 el capelo cardenalicio3. En

señal de gratitud al valido, el nuevo purpurado, hijo de los condes de Altamira, decidió

cambiar el orden de sus apellidos4. En las páginas siguientes trataré de analizar la

estrecha vinculación que se entabló entre este cardenal y la Orden jesuita.

1. El cardenal de Jaén y los jesuitas. Los primeros años.

En mi opinión, a principios del siglo XVII la Compañía de Jesús podía considerarse

orgullosa de sus progresos en Andalucía. En la centuria precedente los jesuitas habían

logrado instalarse en lugares importantes gracias al apoyo de destacados miembros de la

Becario predoctoral FPU-MECD. Departamento de Historia Moderna y de América, Universidad de

Granada, correo electrónico: [email protected] 1 Esther Jiménez Pablo, La forja de una identidad. La Compañía de Jesús (1540-1640), Madrid,

Polifemo, 2014. 2 Julián José Lozano Navarro, La Compañía de Jesús y el poder en la España de los Austrias, Madrid,

Cátedra, 2005, pp. 187-295. Desde 1618, el Cardenal-Duque, ya caído en desgracia, escribía inútilmente a

Gregorio XV para que le permitiese entrar en la Compañía sin dejar de ser cardenal. Archivum Romanum

Societatis Iesu [ARSI], EPP. EXTERNORUM, 3, ff. 152-153. Cfr. Francisco de Cereceda (S.I.), “La

vocación jesuítica del duque de Lerma”, Razón y Fe, 137 (junio 1948), pp. 512-523. 3 Archivo General de Simancas [AGS], Estado [EST.], 1871, 120.

4 “…aunque su apellido paterno era Moscoso y Osorio, se intituló el Cardenal Sandoval, por respeto de su

tío Don Francisco de Roxas y Sandoval, Duque de Lerma, por cuyo medio avía recibido el Capelo” Cfr.

Alonso de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado, en la vida del Eminentíssimo Cardenal don Baltasar

de Moscoso y Sandoval, Arçobispo de Toledo, Primado de las Españas. Por el Padre Alonso de Andrade,

de la Compañía de Iesus, nl. De Toledo, Calificador del Consejo Supremo de la Santa y General

Inquisición, Madrid, Joseph de Buendía, 1668.

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nobleza5 o del alto clero

6. La renovación católica que la devotio jesuítica representaba

parecía extenderse por doquier en el seno de la sociedad andaluza del Siglo de Oro. Pero

estos triunfos contrastaban, en el caso giennense, con la ausencia de una fundación de la

Compañía en la capital. Finalmente, la ocasión propicia se presentó con la llegada a

Jaén del obispo Sancho Dávila y Toledo. Este antecesor del cardenal Moscoso llamó a

los jesuitas en 1611 a realizar una missión larga en la ciudad de Jaén. Entrando para

predicar consiguieron quedarse definitivamente, fundando primero una residencia y

luego el Colegio de San Eufrasio7.

Es fácil comprender que la llegada de un nuevo prelado en 1619 avivó en los

jesuitas giennenses el interés por atraerse su atención. Estaban de suerte. Como buena

parte de la alta nobleza durante el reinado de Felipe IV, el cardenal Moscoso buscó

siempre el consejo de la Compañía en el confesionario8. El padre Francisco Luis de

Sandoval fue el primer director espiritual del purpurado9. Con este religioso a su lado, el

cardenal tuvo siempre presente a la Compañía desde el principio de su episcopado. Así,

en octubre de 1625 secundó todos los preparativos que los jesuitas sugirieron al cabildo

catedralicio para celebrar la fiesta de san Francisco de Borja10

. A fin de cuentas, no hay

que olvidar que Moscoso era descendiente del tercer general de la Compañía11

. Tres

años más tarde, el cardenal autorizó oficialmente el rezo del oficio a san Ignacio de

Loyola en su diócesis12

. Pero, según su biógrafo jesuita, no sólo se trató de decretos

episcopales. La admiración de este príncipe de la Iglesia por la espiritualidad ignaciana

llegó a tal extremo que todos los años promovió dentro de su Casa la práctica de los

Ejercicios espirituales13

.

Tanta confianza depositó el cardenal en su confesor jesuita que pronto dio que

hablar. Desde 1620 el general de la Compañía, Muzio Vitelleschi, comenzó a

inquietarse. En su correspondencia con el superior de la residencia de Jaén, el general

temía que este especial ascendiente del director espiritual sobre su noble penitente

perjudicase seriamente la imagen pública de la Compañía. Sobre todo porque el

cardenal estaba comisionando a su confesor en asuntos especialmente vedados a los

jesuitas, como dictaminar en las oposiciones para la concesión de beneficios curados.

5 Julián José Lozano Navarro, La Compañía de Jesús en el estado de los duques de Arcos. El colegio de

Marchena (siglos XVI-XVII), Granada, EUG y Caja Sur publicaciones, 2002. 6 Francisco Juan Martínez Rojas, El Episcopado de D. Francisco Sarmiento de Mendoza (1580-1595). La

Reforma Eclesiástica en el Jaén del XVI, Jaén, Instituto de Estudios Giennenses y Diputación Provincial

de Jaén, 2002, pp. 335-354. 7 Mª Amparo López Arandia, La Compañía de Jesús en la ciudad de Jaén: el Colegio de san Eufrasio

(1611-1767), Jaén, Ayuntamiento de Jaén. Patronato de Cultura, Turismo y Fiestas. Servicio de

Publicaciones, 2005. 8 A. de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado…, p. 79.

9 Mª A. López Arandia, La Compañía de Jesús en la ciudad de Jaén…, pp. 310-311. El estado actual de

mis investigaciones no permite corroborar si este jesuita era, además, pariente del cardenal. No es

demasiado descabellado pensar que descendiese de una rama menor de los Rojas y Sandoval afincada

años antes en la capital giennense. 10

Archivo Histórico Diocesano de Jaén [AHDJ], Actas capitulares, 19, f. 129v. 11

“…y las demás demostraciones que los dichos señores fueren servidos de haçer a honra del santo y de

la Compañía, y por ser cosa que tanto toca al Ilustrísimo cardenal de Jaén, su prelado…”. Ibidem, f. 130r. 12

Citado de Francisco Juan Martínez Rojas, “El ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu), una fuente

documental para la Historia Moderna de Jaén (II)”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 183

(2003), p. 438. 13

“Todos los años por espacio de diez días hazían los exercicios de san Ignacio nuestro Padre.

Capitaneando la familia el mismo Cardenal; practicávalos su Confesor (que como se ha dicho) era

siempre de la Compañía...” A. de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado…, p. 325.

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Tampoco gustaba a Vitelleschi que el confesor del cardenal viajase en carroza o en

litera, contraviniendo nuevamente las Constituciones de la Compañía14

.

En julio de 1621, después de conocer la designación del jesuita como juez en un

concurso de prioratos, Vitelleschi escribió directamente al cardenal. Atentamente le

agradecía la confianza depositada en su jesuita. No obstante, le recordaba que los

religiosos de su Orden tenían expresamente prohibido inmiscuirse en estas cuestiones ya

que “podría ser causa de que algunos se quexasen de la Compañía”15

. Una amonestación

que, lejos de lo que se podría pensar, no quería enturbiar las buenas relaciones con el

cardenal. Lo demuestra el hecho de que, a renglón seguido, el general pusiese a

disposición de Moscoso al provincial de Andalucía. El purpurado debía escoger qué

religioso iba a reemplazar al padre Alonso de Valenzuela, quien acababa de agotar su

trienio como rector del Colegio de Úbeda16

.

Poco después de esta primera reconvención a propósito de su confesor ‒ por lo

demás, bastante frecuente en estos casos ‒, el cardenal solicitó ayuda del general en un

caso particular. El 8 de enero de 1622 escribió a Vitelleschi sobre el padre Matías

Izquierdo, del Colegio de Granada17

. En su misiva Moscoso pedía que este jesuita no

fuese trasladado de la ciudad. Hasta el momento no conozco qué relación existía entre el

cardenal y este otro religioso. Bien pudiera tratarse de un favor a petición de terceros.

Lo que sí está claro es la reacción del general. Vitelleschi ordenó responderle avisando

de que había leído su carta; pero no le complació. Todo lo contrario, mandó que Matías

Izquierdo fuese trasladado del Colegio granadino, que se le castigase y que luego se le

expulsase de la Compañía18

. Qué no haría este sujeto para que incluso la mediación de

un cardenal resultase inútil.

Sin embargo, a pesar de que desde Roma se cuidaban las relaciones con

Moscoso, Vitelleschi no quería que la Compañía estuviese en boca de todos. Con

especial atención vigilaba todo lo que atañía al confesor del cardenal y al rector del

Colegio de Jaén, el padre Juan de Santibáñez. A juicio del general, el padre Francisco

Luis cometía algunas negligencias aprovechándose del tácito consentimiento del

superior del colegio, quien, por si fuera poco, estaba demostrando falta de tacto en su

cargo19

. El 2 de junio de 1626 el general escribió alarmado al provincial alertando sobre

la dirección espiritual de una señora giennense por el padre Francisco Luis. Vitelleschi

mandaba que se llamase al orden al confesor, pues “la pribança del señor Cardenal

[hacia su director espiritual] no ha de servir para estar menos convenientes, antes le

debe ser freno para mejorarse, atento que Su Ilustrísima gustará que la Compañía ponga

en ello la mano según es grande la merced que en todo nos hace”20

.

14

Incluso escribió al Provincial de Andalucía para que investigase qué había de verdad en las acusaciones

contra Francisco Luis. F. J. Martínez Rojas, “El ARSI...”, pp. 459-461. 15

ARSI, PROV. BAETICA, 5 I, f. 47r. Carta al cardenal Sandoval, obispo de Jaén. 1621, con el ordinario

de 12 de julio. 16

Ibidem, f. 47v. 17

Vid. Joaquín de Béthencourt (S.I.) y Estanislao Olivares (S.I.) (eds.), Historia del Colegio de San

Pablo. Granada, 1554-1765, Granada, Facultad de Teología, 1991. No he podido encontrar ninguna

referencia al padre Izquierdo en esta obra. 18

Ibidem, f. 77v. 1622, con el ordinario de 21 de março. 19

El temperamento brusco de Santibáñez estaba dando motivos de quejas. Además, según parece, sus

frecuentes peticiones de limosnas a los de fuera de la Compañía daban mala imagen a los jesuitas. Citado

de F. J. Martínez Rojas, “El ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu)...”, p. 459. 20

Ibidem, p. 467.

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2. Tiempo de tribulaciones

Coincidiendo con estos acontecimientos, en 1627 la fundación de los Estudios Reales en

Madrid bajo los auspicios de la Corona puso en guardia a las universidades, que

percibían que la nueva institución madrileña les iba a restar influencia. Contribuían a

crispar aún más los ánimos disputas teológicas como la De auxiliis o la de la

Inmaculada Concepción. El silencio impuesto por el papa había acallado

momentáneamente unas discusiones que tenían entre sus protagonistas más destacados a

los jesuitas y a los dominicos21

. No hay que olvidar que estos últimos dominaban las

cátedras de teología tomista dentro de las universidades españolas.

En febrero de 1627 se presentó ante la Universidad de Salamanca Cornelius

Jansen. Venía como representante de la de Lovaina para informarles de los pleitos que

la institución tenía con la Compañía de Jesús. Según él, la situación era crítica. Si las

universidades de Castilla no apoyaban a la de Lovaina, su dominio sobre la educación

superior peligraría. Sólo tenían que recordar el reciente ejemplo de los Estudios Reales

de Madrid22

. Para Jansen, era necesario que todas, comenzando por la salmantina,

escribiesen al rey corroborando las quejas de Lovaina sobre la Compañía.

No se sabe si Jansen visitó otras instituciones universitarias. De lo que no cabe

duda es que el cardenal Moscoso estaba al tanto de que Salamanca enviaba cartas a

otras universidades para que secundasen su protesta. Así se lo comunicaba el 12 de

abril de 1627 a la única universidad de su diócesis, la de Baeza:

“He sabido de la manera que, a persuasión de un doctor de la Universidad de Lobayna, han

conspirado algunas Universidades contra la venerable religión de la Compañía de Jesús,

envidiando el fruto que sus hijos hazen siempre en los estudios públicos con tan gran crédito de

virtud, y con tan lucidos aprovechamientos de letras…”

Y añadía después, en tono paternalista:

“Yo en caso tan grave no tengo que desear mayor interés que el acierto de la Universidad, que

(a mí parecer) consistirá en mirar mucho por el crédito de la Compañía dando, antes de tomar

resolución en cosa de tanta importancia, cuenta al Rey y a sus Consejos de los inconvenientes

que en esta materia se ofrecen …”23

Así pues, en el conflicto entre las universidades y la Compañía, Moscoso se puso del

lado de los jesuitas. Una actitud que resulta lógica, habida cuenta de que el cardenal no

confiaba mucho en una institución como la Universidad de Baeza, que se escapaba a su

control. Por ello, paralelamente, había escrito a uno de sus contactos, el doctor Herrera,

catedrático de prima y patrón de la institución universitaria baezana. Le hacía llegar su

preocupación y su certeza de que los conspiradores contra la Compañía se estaban

comunicando con ellos: “…Yo quisiera en esta ocasión ser miembro de esa universidad

para tomar la pluma en respuesta de la carta que sé que ha tenido…”24

. Y lo que es más,

quería supervisar personalmente la respuesta que debía darse: “…y así le suplico vea yo

21

Paolo Broggio, La teologia e la política. Controversie dottrinali, Curia romana e Monarchia spagnola

tra Cinque e Seicento, Firenze, Leo S. Olschki Editore, 2009. Y concretamente, para el caso andaluz, vid.

Juan Aranda Doncel, “La ofensiva inmaculista en Córdoba durante la centuria del Seiscientos”, Boletín de

la Real Academia de la Historia de Córdoba, Córdoba, 151 (2006), pp. 147-164. 22

Antonio Astrain (S.I.), Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, Tomo V.

Vitelleschi, Carafa, Piccolomini (1615-1652), Madrid, Est. tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1916,

pp. 160-173. 23

Repositorio Institucional de la Universidad de Granada [DIGIBUG], Fondo Antiguo, Siglo XVII:

http://hdl.handle.net/10481/13251 [consultado el 19/V/2015]. 24

DIGIBUG, Fondo Antiguo, Siglo XVII: http://hdl.handle.net/10481/13252 [consultado el 19/V/2015].

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antes un borrador de la respuesta, que quiero tener este consuelo, y gozarme de que sea

la Universidad de Baeza, como sin duda lo será, poderosa para deshazer estos

nublados…”25

.

Finalmente, a pesar de cualquier impedimento en contra, Felipe IV y Olivares

reafirmaron su voluntad de abrir los Estudios Reales de San Isidro. Enterado del apoyo

particular de Moscoso en el asunto de las universidades, Vitelleschi ordenó escribir a su

confesor, el padre Francisco Luis:

“Muy bien ha mostrado el señor cardenal Sandoval en la contradiçión que las universidades

hazen a la Compañía el cordial afecto y devoçión que nos tiene, pues con tan grandes veras la

favoreçe y ampara, de que estoy con el reconoçimiento que es raçón. Agora escribo a Su

Ilustrísima agradeciéndoselo mucho…”26

En reconocimiento por su intermediación, el general añadía en su carta al confesor del

cardenal que el procurador de la provincia de Paraguay “lleva para Su Ilustrísima una

patente de participación de los sacrificios, oraçiones y pías obras de la Compañía, y una

reliquia de san Ignaçio…”27

. En mi opinión, era toda una declaración de intenciones. Si

Sandoval velaba por los asuntos terrenales de la Compañía, los jesuitas intercederían

por él con medios celestiales. No conforme con ello, en diciembre del mismo año el

general volvía a transmitir a Moscoso su contento, recordándole “su grande piedad e

inclinaçión a favoreçer y hazer merçed a la Compañía”. Acababa de leer una carta de su

puño y letra que le había entregado el maestro Domingo Pasano Casela, abad de la

Fuensanta. El cardenal de Jaén, aprovechando el envío de Pasano para realizar su

primera visita ad limina a Roma, le había ordenado que transmitiese sus respetos a

Vitelleschi28

.

Por desgracia, las relaciones de la Compañía no eran tan cordiales con otros

sectores eclesiásticos como con el cardenal Moscoso. El protagonismo que tan rápido

había conseguido y el alto grado de eficacia de las misiones jesuíticas estaban atrayendo

envidias y furibundos detractores contra la Compañía. Muchos de sus enemigos

militaban en las filas de las demás órdenes religiosas. Es cierto que siempre se habían

producido roces; pero en estos momentos parecieron agravarse29

.

Uno de los ejemplos más claros del aumento de la tensión en contra de la

Compañía sucedió en la ciudad de Córdoba30

. El origen del problema fue un breve

expedido por el papa Urbano VIII el 13 de octubre de 1627. Por él facultaba al obispo

de Córdoba, Cristóbal de Lobera y Torres (1624-1631), para examinar al clero regular

con objeto de obtener licencia para confesar y predicar. De manera casi automática, los

superiores de los conventos masculinos de Córdoba consideraron este documento un

atropello contra su independencia. Tras protestar sin resultados ante el Consejo de

Castilla, el prior de San Agustín, en connivencia con el superior de los dominicos del

25

Idem 26

ARSI, PROV. BAETICA, 5 I, f. 249. 1627, con el ordinario de 13 de julio. 27

Idem. 28

Archivio Segreto Vaticano [ASV], Congr. Concilio, Relat. Dioec., 364. 29

Entre otros motivos, hubo tensiones por cuestiones de honor y antigüedad en los actos públicos, por la

difusión del culto a una u otra advocación religiosa ‒ lo que redundaba en mayores limosnas para la

religión que la promovía ‒, o por envidia del éxito que la Compañía iba alcanzando en sus

establecimientos educativos. Cfr. Antonio Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas en la España del

Antiguo Régimen, Madrid, Istmo, 1973, p. 318. 30

Como en otras capitales andaluzas, en Córdoba la Compañía gozaba de considerable influencia social.

Cfr. Juan Aranda Doncel, “La influencia de los jesuitas en la sociedad cordobesa del siglo XVII”, en José

Martínez Millán, Henar Pizarro Llorente y Esther Jiménez Pablo (coords.), Los jesuitas. Religión, política

y educación (siglos XVI-XVIII), Madrid, IULCE Universidad Pontificia de Comillas, Tomo I, pp. 587-

670.

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convento de San Pablo y el guardián de los franciscanos observantes de San Pedro el

Real, convocó una junta general de las religiones con la intención de acordar una

postura común31

.

Pero el superior de los jesuitas cordobeses, escarmentado de un caso precedente

sucedido en Sevilla32

, no acudió a la junta. Conjuntamente con los basilios, los jesuitas

acataron el breve y obedecieron al obispo. En represalia por su actitud insolidaria, los

religiosos de la junta acordaron no acudir a los actos organizados por el colegio de la

Compañía. En primer lugar, empezaron por dejar plantados a los jesuitas en unas

conclusiones de teología a las que habían invitado a las demás órdenes33

. Luego,

decidieron ignorar las celebraciones por la proclamación de los santos Mártires de

Japón. Las campanas de sus conventos permanecieron mudas ante la solemnidad

religiosa, por lo que “se dio mucha desedificación al lugar”34

. Su oposición a la medida

del obispo llegó a tal extremo que el 4 de febrero de 1628 los priores de San Agustín y

San Pablo avisaron al cabildo catedralicio que las órdenes religiosas de la junta se

negarían a administrar la confesión y la comunión en la cuaresma35

. Pero el prelado

cordobés no estaba dispuesto a claudicar.

Lobera consideraba al prior de San Agustín y provincial de Andalucía, fray

Pedro de Góngora y Angulo, “el principal motor y autor de estas Juntas”36

. Él mismo

había impulsado una ambiciosa remodelación del interior de la iglesia de su convento

para mayor gloria de la Orden de san Agustín37

. A fin de cuentas, desde un punto de

vista artístico este proyecto suponía rivalizar con la iglesia de la Compañía. Estaba claro

que el fraile no estaba dispuesto a claudicar sin agotar sus recursos. Para presionar sobre

el obispo, decidió dar un peligroso giro al asunto haciendo que trascendiese el ámbito de

la capital cordobesa. Las órdenes religiosas representadas en la junta solicitaron el

apoyo de los conventos del obispado. Incluso comisionaron a un agustino para extender

sus reivindicaciones a los capítulos provinciales de dominicos y mercedarios, reunidos

en Granada y en Écija respectivamente. Lobera, alarmado por el rumbo que tomaba la

disputa, ordenó poner por escrito una información de todo el suceso38

. Tenía que enviar

memoriales para parar esta conspiración contra la Compañía y contra su autoridad y

31

Ibidem, p. 625. 32

Cfr. A. Astrain (S.I.), Historia de la Compañía de Jesús…, pp. 194-195. 33

Citado por J. Aranda Doncel, “La influencia de los jesuitas…”, p. 625, n. 91. Entre otras cosas,

algunos regulares también acusaban a los jesuitas de faltar a la caridad debida: “…decían que cuando les

avisaban a deshora para auxiliar a un moribundo preguntaban si era pobre o rico.” Citado por A.

Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas…, p. 320, n. 87. 34

Ibidem, pp. 625-626, n. 92. 35

“…y propusieron al cabildo en nombre suyo y de las Religiones desta ciudad de Córdoba, la

determinaçión que habían tomado de no confesar ni predicar atento que el señor obispo [D. Cristóbal de

Lobera y Torres] les quería notificar sigún lo avían entendido, que no confesasen ni pedricasen (sic) y por

ser cosa que a esta ciudad causaría novedad, daban quenta al cabildo…” Archivo de la Catedral de

Córdoba [ACC], Actas Capitulares, tomo 44, f. 209r. 36

El religioso agustino pertenecía a una familia de regidores y señores de vasallos bastante influyente en

la ciudad. Por línea paterna descendía de los Angulo, emparentados con los señores de La Morena. Por su

abuelo materno enlazaba con la rama de “los finos Góngoras”, otro linaje de regidores cordobeses,

emparentado lejanamente con el famoso poeta. Archivo Histórico del Palacio de Viana [AHPV], leg. 27,

exp. 4. Cfr. Enrique Soria Mesa, “Góngora judeoconverso. El fin de una vieja polémica”, en Begoña

Capllonch, Sara Pezzini, Giulia Poggi y Jesús Ponce Cárdenas (coords.), La Edad del Genio: España e

Italia en tiempos de Góngora, Pisa, ETS, 2013, pp. 415-433. 37

Marina Ruíz Gutiérrez, “Culto y cultura: el espíritu de la restauración de la Iglesia de san Agustín de

Córdoba”, Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 12 (2010), pp. 115-118. 38

Citado por Juan Aranda Doncel, “Los predicadores cuaresmales en el obispado de Córdoba durante el

siglo XVII”, en J. Aranda Doncel (coord.), Congreso de Religiosidad popular en Andalucía,

Ayuntamiento de Cabra y Obra Cultural de Cajasur, Cabra, 1994, p. 84, n. 21.

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buscó el apoyo de los cardenales Agustín Spínola, arzobispo de Granada39

, y Baltasar de

Moscoso, obispo de Jaén. En este sentido, merece la pena recordar que Moscoso y

Lobera tenían un punto de conexión entre sí nada despreciable. Ambos habían sido

protegidos del duque de Lerma40

.

El verano de 1628 fue escenario de una correspondencia frenética con las Cortes

de Madrid y de Roma. El 4 de julio Moscoso escribía una carta a Lobera

tranquilizándole sobre “la causa de Córdoba”41

. Le confirmaba el apoyo del Cardenal

Infante, arzobispo de Toledo, y del cardenal Antonio Zapata, Inquisidor General. El de

Jaén aún no creía necesario llevar la causa ante el papa; aunque, in extremis, ya había

pensado en los hombres idóneos para ello. Además, demostraba estar en inteligencia

tanto con el cardenal Spínola como con el arzobispo de Sevilla. Los obispos estaban

haciendo causa común del asunto para frenar a los regulares sediciosos. Al mes

siguiente, cuatro cartas fueron enviadas a la Corte de Felipe IV. En ellas se alertaba al

rey, al Conde-Duque, al cardenal Trejo ‒ presidente del Consejo de Castilla ‒, y al

cardenal Zapata, que fray Pedro de Góngora:

“…con poder de los conventos de Córdoba ha imbiado un religioso que por las más principales

ciudades de Castilla pida a las demás religiones, así juntas en capítulo como fuera dellos, que

no acudan a açión ninguna de la Compañía, de devoción, de letras, ni de lucimiento de

concurso, que no tengan ni lean sus libros, que no sigan sus opiniones, que no les conozcan,

traten, ni comuniquen como hermanos…”42

Esta petición de ayuda a Madrid no debía parecer suficiente. El 16 de septiembre el

cardenal Moscoso dio un paso más y puso al tanto de todo a Urbano VIII. En su carta le

pedía que “como cabeza, Padre Universal de todos, sea servido de amparar y defender

esta Religión, pues ay tantas raçones de conveniençia para esto […] mandando con

penas graves y eficazmente que çesen conjuraciones de tan mal exemplo…”43

. El

recurso al papa debió contribuir a lograr el efecto esperado, porque el 30 de enero de

1629 Urbano VIII expedía un breve confirmando la facultad del obispo de Córdoba para

examinar a cualquier eclesiástico que solicitase licencia para confesar y predicar44

.

Sin duda, al ponerse de parte de los obispos, la Compañía había apostado por el caballo

ganador.

3. “Lo que fuere más a gusto de su eminencia”

Es lógico pensar que, si alguna preocupación tenía Muzio Vitelleschi sobre el confesor

jesuita de Moscoso, a partir de estos acontecimientos se despejó. Resultó aún más

tranquilizador para el general conocer personalmente al cardenal y a su confesor en

Roma. La oportunidad de este encuentro llegó en 1630 como consecuencia del envío de

Moscoso junto a otros príncipes de la Iglesia españoles a la Corte de los Barberini. Una

convergencia de cardenales hispanos sobre la Ciudad Eterna, fraguada por el valido de

39

A. Astrain (S.I.), Historia de la Compañía de Jesús…, p. 197. 40

Oriundo de Plasencia, el obispo de Córdoba había sido abad de la Colegiata de Lerma gracias al

poderoso valido de Felipe III. Citado por Juan Gómez Bravo, Catálogo de los Obispos de Córdoba, y

breve notica histórica de su Iglesia Catedral y Obispado, Córdoba, Oficina de D. Juan Rodríguez, Tomo

II, 1778, p. 605. Tanto Lobera como Moscoso ordenaron rendir solemnes exequias en sus sedes

catedralicias al enterarse del fallecimiento del Cardenal-Duque en 1625. Cfr. J. Gómez Bravo, Catálogo

de los Obispos de Córdoba…, p. 606; AHDJ, Actas capitulares, 19, ff. 60v.-61r. 41

DIGIBUG, Fondo Antiguo, Siglo XVII: http://hdl.handle.net/10481/13246 [consultado el 19/V/2015]. 42

Biblioteca Nacional de España [BNE], mss. 11259/3. Papeles en pro y en contra de los jesuitas. 43

DIGIBUG, Fondo Antiguo, Siglo XVII: http://hdl.handle.net/10481/13247 [consultado el 19/V/2015]. 44

J. Aranda Doncel, “La influencia de los jesuitas…”, p. 628.

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Felipe IV, y que tuvo su punto álgido en 1632 con la Solemne Protesta del cardenal

Gaspar de Borja y Velasco ante Urbano VIII45

.

El 30 de julio de 1630 Vitellechi escribía ufano al Provincial de Andalucía para

felicitarle por permitir al padre Francisco Luis acompañar al cardenal Moscoso hasta

Roma. Si, años atrás, el general había albergado alguna duda, ahora “se había consolado

mucho” al encontrarse cara a cara con el confesor del obispo de Jaén46

. A lo largo de su

estancia italiana al cardenal no le faltó la acogida de los jesuitas allá por donde iba. Al

mismo tiempo, Vitelleschi pedía a su confesor que se esmerase en el trato con su ilustre

penitente47

. Por otro lado, Moscoso no dejaba de solicitarle peticiones especiales al

general de la Compañía. El 6 de febrero de 1630 Vitelleschi le escribía otorgándole su

consentimiento para que el P. Andrés de Palencia se quedase en Jaén como confesor del

deán de la catedral, Juan Francisco Pacheco, hijo del marqués de Villena48

.

Después de conocerlo personalmente, el general pudo corroborar que el modelo

de perfecto prelado emanado del concilio de Trento parecía encajar perfectamente con

el cardenal de Jaén49

. En aquel momento, los representantes de Felipe IV en Roma

escribían a favor del relevo de Gaspar de Borja como protector de España en Roma y

cardenal de la voz en el Cónclave. Parecía conveniente sustituirle porque su

contundente actividad diplomática comenzaba a desagradar a los Barberini. Incluso

pensaron en reemplazarle por el purpurado español más antiguo en la Ciudad Eterna,

que no era otro que Baltasar de Moscoso. A juicio del embajador español en Roma, el

conde de Monterrey, el cardenal era casi una rara avis:

“…Sandoval […] aunque no es sujeto de mucha maña, puede tanto y vale tan gran reputaçión y

autoridad la reformaçión con que vive él y toda su casa, y la limosna que haçe, que yo juro,

como quien soy, que entiendo que Su Magestad no ha tenido aquí cardenal de mayor

estima…”50

Un hecho que podía haberle venido muy bien a la Compañía; pero los acontecimientos

se desarrollaron de manera distinta y Moscoso volvió a su obispado. Durante esta

segunda etapa en Jaén, las relaciones entre el general y el entorno jesuítico del

purpurado ahondaron en una línea de mutuo entendimiento. Vitelleschi encomendaba a

cada nuevo superior del Colegio de Jaén que los jesuitas debían mostrarse solícitos “en

las ocasiones que se ofreçieren de servir al señor cardenal Sandoval”51

. Si antes el

general había albergado alguna duda sobre la privanza del confesor jesuita cerca de

Moscoso, ahora incluso favoreció su nombramiento como rector de Jaén en 163452

.

Justo al año siguiente, Vitelleschi, enterado de que el religioso ya no confesaba al

cardenal ‒ probablemente por sus nuevas obligaciones ‒, incluso llegó a pensar en

designarlo como director de otras fundaciones de la Compañía; pero eso sí, “siempre

45

Cfr. Maria Antonietta Visceglia, “Congiurarono nella degradazione del papa per via di un Concilio: la

protesta del cardinale Gaspare Borgia contro la politica papale nella guerra dei Trent´anni”, en Marina

Caffiero y Maria Antonietta Visceglia (eds.), Roma moderna e contemporanea, XI, 2003, pp. 167-193. 46

F. J. Martínez Rojas, “El ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu)...”, p. 473. 47

Ibidem, pp. 473-476. 48

Los Pacheco habían logrado sustituir en el deanato giennense a una rama menor de los Rojas y

Sandoval (parientes de Moscoso, del cardenal Bernardo de Sandoval y del mismísimo duque de Lerma).

El 27 de marzo de 1621 la Cámara Apostólica aceptaba la resignación del deanato de Diego Roque

Pacheco a favor de su hermanastro, Juan Francisco Pacheco. ASV, Cam. Ap., Consensus, 110, f. 294v.-

295r. 49

Cfr. Alonso de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado… 50

AGS, EST., leg. 2995, s/f. Carta descifrada del conde de Monterrey, embajador en Roma, al Conde-

Duque de Olivares, su primo. 51

ARSI, PROV. BAETICA, 6 I, f. 103r. Enviada el 28 de julio de 1633. 52

ARSI, PROV. BAETICA, 6 II, f. 71r. Enviada a 20 de octubre de 1634.

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que el señor cardenal Sandoval diese liçençia”53

. Por otro lado, el general también se

felicitaba por el éxito de las misiones de los jesuitas y de que “el señor cardenal

Sandoval esté tan satisfecho de lo que se ha trabajado en su obispado”54

.

Por su parte, el cardenal contando con la comprensión de Vitelleschi a la hora de

solicitar peticiones especiales. En enero de 1636 el general escribía al padre Francisco

Luis, superior del Colegio de Jaén, deseando que “en el negoçio que se trata del señor

cardenal se disponga lo que fuere más a gusto de Su Eminençia y de Su Magestad…”55

.

Vitelleschi incluso llegó a ser mucho más permisivo que de costumbre. En 1639

concedió a Moscoso que el jesuita Lázaro Martín, residente en Córdoba, pudiese

desplazarse a los estados señoriales de los Portocarrero “a fin de acomodar y poner en

orden los papeles y libros de cuentas del señor conde de Palma”56

. Un favor muy

personal, al fin y al cabo, porque la condesa consorte, Antonia Hurtado de Mendoza-

Moscoso, era sobrina-nieta del purpurado57

.

Al mismo tiempo, la colaboración de Moscoso con la Compañía parecía

inquebrantable. En septiembre de 1643 el doctor Espino, un viejo enemigo de los

jesuitas, volvía a las andadas. No contento con haber sido encarcelado antes por motivos

parecidos, comenzó a afirmar nuevamente contra la Compañía “que había en ella

herejes y que de su modo de proceder recibía la república cristiana gran detrimento en

lo espiritual”58

. El prepósito de Sevilla se querelló inmediatamente contra Espino ante la

Inquisición59

. En febrero del año siguiente, Moscoso se quejaba ante el cardenal nepote

Francesco Barberini:

“La Compañía de Jesús en esta Andaluçía se haya tan desconsolada y mortificada con la

persecución que han movido contra ella sus émulos por medio de un doctor Espino, expulso de

los Carmelitas descalços, que se ve obligada a ponerse a los santísimos pies de Su Santidad [...]

Suplico a Vuestra Eminencia se sirva de amparar causa tan justificada, honrando a la

Compañía y premiando lo mucho que está sirviendo a la religión católica...”60

4. Conclusión Final

Como puede verse, la buena sintonía entre el cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval

y la Compañía de Jesús se mantuvo durante todo su episcopado giennense. Este buen

entendimiento también prosiguió cuando el purpurado tomó posesión del arzobispado

de Toledo en 1646. Una estrecha relación que, lógicamente, pudo haber motivado que el

escritor jesuita Alonso de Andrade se convirtiese en el primer biógrafo conocido del

cardenal después de su muerte61

. Por otro lado, no hay que olvidar que la Orden había

rehusado a tener un cardenal protector nombrado por el papa62

. Paradójicamente, la falta

53

Ibidem, f. 150v. Se envió el 22 de diciembre de 1635. El cardenal se negó a que el P. Francisco Luis

fuese nombrado superior de la Casa profesa de Sevilla. Cfr. F. J. Martínez Rojas, “El ARSI (Archivum

Romanum Societatis Iesu)...”, p. 479. 54

Ibidem, ff. 195v.-196r. 24 de mayo de 1636. 55

Ibidem, ff. 173v.-174r. Enviáronse a 31 de enero de 1636. 56

Ibidem, f. 296v. 57

De hecho, el cardenal sería quien interviniese en 1651 en las negociaciones para concertar el segundo

matrimonio de la condesa con otro pariente suyo, su sobrino, el marqués de Távara. Archivo Histórico

Nacional Sección Nobleza [AHN-SN], Osuna, 291. 58

J. J. Lozano Navarro, La Compañía de Jesús en el estado de los duques de Arcos…, p. 301. 59

AHN, Inquisición, leg. 2061/2. 60

Biblioteca Apostólica Vaticana [BAV], Barb.lat., 8570, f. 49r. 61

A. de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado… op.cit. 62

El único protector oficial de la Compañía fue el cardenal Rodolfo Pío di Carpi (†1564). Cfr. Olivier

Poncet, “The cardinal-protectors of the Crowns in the Roman Curia during the first half of the

seventeenth century: the case of France”, en Gianvittorio Signorotto and Maria Antonietta Visceglia

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de un protector oficial de la Compañía había permitido a los jesuitas buscar y potenciar

varios apoyos extraoficiales entre diversos purpurados, entre los que se debe señalar el

caso del cardenal Moscoso. En definitiva, se trataba de unas relaciones mutuamente

beneficiosas. Para la Orden suponía cobijarse bajo el poder de la púrpura. Una postura

que, como creo haber dejado claro en este trabajo, muchas veces supuso una ayuda nada

despreciable contra los enemigos de la Compañía. Desde otra perspectiva, Moscoso no

sólo compartía afinidades con la espiritualidad propugnada por la Orden. El cardenal

entendía que era necesario defender a los jesuitas porque, frente a otras órdenes, se

sometían al control de los obispos, involucrándose activamente en las reformas

diocesanas. Años antes, así se lo había confesado al prelado de Córdoba:

“…pues es esta Religión la que con tan particular zelo y cuidado asiste siempre a las

obligaciones de los Prelados […] Yo he experimentado esto con gran consuelo mío, y así echo

de ver, que no es pasión ésta, aunque son tantas y de tan gran respeto las razones que me hacen

muy de la Compañía”63

.

(eds.), Court and politics in papal Rome 1492-1700, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, pp.

159-160. 63

DIGIBUG, Fondo Antiguo, Siglo XVII: http://hdl.handle.net/10481/13246 [consultado el 19/V/2015].