FAMILIA, TIERRA DE LA LIBERTAD · 2020. 3. 27. · En las sociedades en las que falta la libertad...

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"LafiJiniIui miHü ¡u¡^iii- ¡Id iiucnuieiito y (íf /ÍÍ Í'ÍÍUÜUÍÓII ÍÍW iioinbre, pur ileciilo con Sdii A^usiúi, :<es en cierto setttido e! viivw de la ciudad« ("quodávn ^enminrinni csf civitnfis»). «La cusa del hombre debe ^ siT ('/ ûii^L'u 1/ ia célula de la áiidad" («iiomitüs douius iiiiiium sive pnrticula delvl twc civitatis»)«. V En la familia s^ decide el destino de la ¡lumanidad y del mundo".

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"LafiJiniIui miHü ¡u¡^iii- ¡Id iiucnuieiito y (íf /ÍÍ Í'ÍÍUÜUÍÓII ÍÍW iioinbre, pur ileciilo con Sdii A^usiúi,:<es en cierto setttido e! viivw de la ciudad« ("quodávn ^enminrinni csf civitnfis»). «La cusa del hombre debe ^

siT ('/ ûii^L'u 1/ ia célula de la áiidad" («iiomitüs douius iiiiiium sive pnrticula delvl twc civitatis»)«. VEn la familia s^ decide el destino de la ¡lumanidad y del mundo".

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FAMILIA, TIERRA DE LA LIBERTADPOR STANISLAW GRYGIEL

H.ablando en Kinshasa de la familia, Juan Pablo II dijo: «El ar-gumento es maravilloso, pero la realidad es difícil». En efecto, lafamilia es un argumento maravilloso y una realidad difícil porqueexige al hombre que mire cada día hacia lo gratuito, cuyo ideal de-semboca en lo divino. Querer ser hombre significa querer llegar a serDios. Por tanto, para poder ser humano hace falta ser sobrehumano.Precisamente por esto la familia, siendo una realidad difícil, es unargumento fascinante.En esa mirada a lo divino gratuito se revela y se realiza nuestra li-bertad. El hombre es libre cuando habita en su propia casa que nose encuentra ni entre las cosas ni entre los «animales» (cfr. Gn 2, 20).El espacio de su casa comienza en otra persona, en la medida en queésta le indica a Dios y hacia Él lo conduce. Sólo habitando juntos enDios, los hombres disfrutan de la verdad de su divino amor, que esla libertad.En este tipo de libertad nacen las familias en el sentido pleno y pro-fundo del término, porque en ellas es donde la libertad se cumple,cuando se da continuamente la propia vida no sólo a los demás, sinotambién por los demás. En las sociedades en las que falta la libertadpropia de las personas, aunque haya las así llamadas libertades, faltanlas familias, porque falta esta entrega de la vida por los demás.El que vive en la libertad que está a la base de la familia, mira a lodivino. Y a través de la familia es como él recibe de lo divino su propiaidentidad. La familia, al poner de manifiesto el carácter divino delhombre, lo defiende del mecanismo social que tiende a reducirlo auna de sus funciones. En efecto, la libertad es divina porque es amorque transfigura incluso las funciones.El amor está inscrito en la estructura del ser 'persona humana': essu nombre.El nombre se dirige al nombre. El amor provoca el amor. Noimpone nada a nadie. El amor tan sólo ama. El que ama obliga alamado sólo a amar, es decir, a darlo todo, incluso la vida, al otro. Yesto tiene que ver con la esencia de la libertad, sin la cual no hayninguna posibilidad de comunión de las personas. Tenemos miedode ser libres porque el carácter dialogal de la libertad nos exige queseamos siempre más grandes que nosotros mismos. De lo contrario,no podemos recibir ni dar nada.

LA IGUALDAD, LA

FRATERNIDAD Y LALIBERTAD. PALABRAS QUE LA

ILUSTRACIÓN HA VACIADO DE

CONTENIDO, NACEN EN ESTAS

CASAS Y DESPUÉS FORMANLA SOCIEDAD, SÓLO EN ESTAS

CASAS LOS HOMBRES LLEVAN

EL MISMO APELLIDO, QUE

INDICA SU PROVENIENCIA

DIVINA. ÉSTA LOS HACE A

TODOS PRIMEROS. NINGUNO

ALLÍ ES SEGUNDO,

Pag. iz(j.: "Descanso en la huidaa Egipto" (detalle), 1647.Oleo de Rembrandt.

HUMANITAS N° 68 pp, 236 - 253 237

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EL HOMBRE QUE NO ES

LIBRE. EL HOMBRE QUE

DEPENDE DE ESTA ODE

AQUELLA COSA, SE VUELVE

CADA VEZ MÁS PEREZOSO.

AUNQUE PRODUJERA MUCHAS

COSAS ÚTILES.O INCLUSO

INDISPENSABLES PARALA

SUPERVIVENCIA. ES MÁS, LOS

ESCLAVOS ESTÁN SIEMPRE

OCUPADOS POR MIEDO A

TENER QUE TRABAJAR. EN

EFECTO, ELLOS NO CONOCEN

LAESENCIADELTRABAJO.DE

ESE ENTRAR EN LO SAGRADO

DEL OTRO HOMBRE,

El hombre tocado por el amor, es decir, el hombre llamado a serlo, serecoge en su propio ser y, volviendo a poseerse y haciéndose dueñode sí mismo idominus sui), responde al amor adecuadamente, es decir, contodo su ser. En este diálogo, cuya esencia consiste en ofrecer la propiavida al otro, nace la autoconciencia del hombre. Cuando se ofrece asf mismo, él es aún más él mismo, porque aquel a quien se ofreceintenta responderle a su vez con el amor. La presencia del uno ydel otro, esa recíproca «parusía» (en griego par-ousia significa estarpresente para alguien), constituye el espacio en el que el hombre serevela a todos, incluso a sí mismo. Todas las palabras y todos losactos que el hombre hace, si no están llenos de esta presencia, estánvacíos; no hacen lo que dicen y no dicen lo que hacen. No revelan alhombre, porque son una mentira. Los discípulos de Emaús, escribeSan Lucas, «le habían conocido en la fracción del pan» (Le 24, 35).Pensemos en las cenas, en los almuerzos de las familias, en los queel uno está presente para el otro, y pensemos también en los ámbitosen donde, en cambio, falta tal presencia. La mentira es siempre unatrampa que uno pone al otro. La Eucaristía es una realidad propiade la familia. En la Eucaristía es donde se revela el amor en el que serealiza la libertad.

Las personas, al revelarse la una a la otra, crean un espacio en don-de habitar. La una habita en presencia de la otra y, habitando en esapresencia, le ofrece su propia presencia para que la habite. En otrostérminos, el hombre, habitando en la parusía del otro, participa desu ser y del habitar que de éste deriva, es decir, de su conocer laverdad y de su hacer el bien, viviendo en la misma casa.La casa es el lugar en el que el hombre se siente bien, porque allíha nacido del amor y no por casualidad. Este sentirse a gusto, osentirse amado, se expresa en el apellido que él añade al verbo «soy».El hombre se presenta indicando, con la ayuda del apellido, lacasa familiar, es decir, el amor del que proviene. Es como si dijese:«¡Mirad, soy amado! He aquí el amor en el que habito y queconstituye mi dignidad». En algunas lenguas eslavas, el apellidoo patronímico con el que el hombre se identifica revela la filiación ysu origen, que es el padre. En cierto sentido, quien ve al hijo tambiénve ai padre, porque en el amor del padre es donde el hijo habita. Estaes la salvación y la beatitud del hombre.Por tanto el hombre, buscando ser feliz, sale de sí mismo en buscadel otro, porque sólo con la ayuda de otra persona logrará edificarla casa de la beatitud.El libro del Génesis es insuperable en la descripción de este caminary edificar la casa de los hombres. Adán busca ayuda en primerlugar en las cosas y en los animales, pero aun habiéndoles dadonombres, se da cuenta de que en vez de ser ayudado pierde la

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libertad, porque se reduce a una realidad que no lo conduce haciaaquello de lo cual él es deseo, Al identificarse con las cosas y con losanimales, se convierte en una ridicula imitación de éstos. Busca enellos la «ayuda» para él, pero no puede nunca alcanzar el nivel dela vida de éstos, y construye así una mentira que oculta la verdadde su ser y sofoca su libertad y, sofocado, trata a los demás y a símismo como si él mismo fuese un «animal». El hombre, en cambio,encuentra la ayuda en la persona de Eva, que al revelarle su propioser en tensión hacia el infinito, es decir, el ser que mira hacia lo divi-no gratuito, le revela la verdad de su deseo de ser más y su destino.En la diversidad de Eva se le delinea la verdad futura de su propioser y en la comunión con ella se le da la fianza de su plenitud. Enla fascinación y en el entusiasmo por emprender este camino, Adángrita: «Esta vez sí que es hueso de mis huesosy carne de mi carne, [ ,.. ] Del varón ha sidotomada» (cfr. Gn 2, 23).Fascinados por la libertad que emerge comoun don del deseo de ambos de ser divinos,entran en lo sagrado de sus identidades. Eluno habita en el apellido del otro, apellidoque indica la casa familiar, que es Dios mismo.Mirándose cara a cara el uno al otro, cada unomuere a sí mismo para renacer en el «nosotros»como «yo» y «tú» propios de las personas. Portanto, renacen enriquecidos el uno con el otro.Este mirarse cara a cara el uno al otro, esta muer-te y resurrección nos permiten entrever lo quesucederá cuando, mirando a Dios cara a cara,moriremos para resucitar.La grandeza de la libertad que se realiza y se revela en este recíprocoayudarse el uno al otro depende de la respuesta a la pregunta: ¿hastaqué punto el uno está dispuesto a morir por el otro?La muerte de quien da la vida por el otro constituye una presenciatal que aquel que en ella entra y en ella habita se siente salvado. Enotros términos, aquel por quien el otro da la vida, tiene casa. Tienea dónde volver. La salvación del hombre, por tanto, se encuentra enla muerte, que es entrega absoluta y pura. Pero así puede morir sóloaquel que, como dijo Clive Staples Lewis, sirve en nuestro batallóncomo voluntario. Nuestras muertes no son suficientemente purascomo para poder ser las casas de la salvación. En la comunión, laspersonas, disfrutando la una de la otra y ayudándose la una a la otra,se comprenden a ellas mismas. Sus cuerpos, en particular cuando laspersonas están unidas en matrimonio, se vuelven trasparentes deforma que a través de ellos se difunde alrededor la luz del misterio

"Deicanso en la huida a Egipto", 1647. Rembrandt.Dublin, National Galleiy of Ireland.

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"La casa es el lugar en el que el hombre se siente bien, porque allí ha nacido del amor y no por casualidad.Este sentirse a gusto, o sentirse amado, se expresa en el apellido que él añade al verbo «soy».

El hombre se presenta indicando, con la ayuda del apellido, la casa familiar, es decir, el amor del que proviene.Es como si dijese: «¡Mirad, soy amado! He aquí'el amor en el que habito y que constituye mi dignidad».

En algunas lenguas eslaims, el apellido o patronímico con el que el hombre se identifica revela ¡afiliación ysu origen, que es el padre. En cierto sentido, quien ve al hijo también ve al padre, porque en el amor del padre

es donde el hija habita. Esta es la salvación y la beatitud del hombre".("Abraham liablando a Isaac", grabado de Rembrandt).

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del amor y de la libertad de Dios. Está claro que esto no lo puedenhacer cuando el uno representa para el otro tan sólo el objeto de unhacer que imita al amor y a la libertad. En la morada matrimonial,es decir, en la presencia de la mujer para el marido y del marido parala mujer, orientadas ambas hacia el amor que es Dios, no acaba, sinoque se inicia, la edificación de la casa. La comunión matrimonial,por tanto, no apaga el deseo que tienen de ser felices, deseo insacia-ble hasta la muerte, pero permite no confundir la beatitud con undisfrute cualquiera.En la casa edificada con la presencia del marido para la mujer yde la mujer para el marido, habitarán también los demás; en ciertosentido, allí habitará toda la sociedad. En la medida en la que allíhabite toda la sociedad, cada uno, como habría dicho Platón, «seaquien sea el que se encuentre, considerará que se ha encontrado conun hermano, o con una hermana, o con un padre, o una o unhijo, o una hija, o con algún ascendiente o descendiente de éstos'«.La igualdad, la fraternidad y la libertad, palabras que la Ilustraciónha vaciado de contenido, nacen en estas casas y después forman lasociedad. Sólo en estas casas los hombres llevan el mismo apellido,que indica su proveniencia divina. Ésta los hace a todos primeros.Ninguno allí es segundo.Al unirse a la persona amada, el hombre la engendra y es engendradopor ella; juntos dan inicio a un nuevo mundo, mundo comunio-nal. El marido, engendrando a la mujer, y la mujer, engendrando almarido, crean un espacio para el acto creador de Dios cuyo amor, casiprovocado por el de ellos y aprovechándose de éste, llama a una nuevapersona a ser amor: un hijo que es de Dios más de lo que pueda serlode sus padres. La identidad de la persona, por tanto, no depende dela sociedad porque no depende ni siquiera de sus padres.La comunión de las personas, sobre todo las del matrimonio y lafamilia, constituye siempre una provocación al amor. El amor esun trabajo difícil. Por eso, ante el matrimonio y ante las familias sedespierta en los hombres o el amor o el odio. Todo amor es signode contradicción.El matrimonio y la familia miran hacia la Familia trinitaria, cuyoamor se desborda desde las orillas de lo divino, creando los seres ca-paces de recibirlo. Detenidos en algún aspecto «demasiado humano»,el marido, la mujer y también el hijo, se dirigen el uno al otro no porel nombre, que expresa el ser y el amor, sino en términos que respon-den a las funciones a las que el uno somete al otro. Así, retenidos,los hombres dejan de ser una «pro-vocación», una llamada al amor yal trabajo. Cada uno de ellos, reducido a una función (por ejemplola de ministro, o la de zapatero...), impone al otro la función que ac-tualmente le sirve. La función no llama y no obliga a nadie. Obliga a

FUERA DE LA CASAFAMILIAR, CAÍDO EN EL CAOS

PERSONAL Y SOCIAL, ELHOMBRE NO ES MÁS QUE UNSIN TECHO: AL NO SENTIRSE

AMADO. NO AMA. AL OLVIDARSU PROVENIENCIA. PIERDE LASOBERANÍA. NO SE PRESENTACON EL APELLIDO, SINO CONUNA PRAXIS QUE LO RETIENEEN LAS COSAS QUE LE SIRVEN

COMO SUSTITUTO DE LADIGNIDAD QUE SE MANIRESTA

EN EL APELLIDO. SU .SOY»,PUESTO QUE NO ES YA DIVINO.

ESTÁ VACÍO. (,,,)

1 Platón, La República. V, 463 c.

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(...) HACE FALTA

LLENARLO CON ALGO QUE

FUNCIONE COMO SJ FUESE

PRECJSAMENTESUAPELLJDO.

POR TANTO. CUANDO SE LE

PREGUNTA «¿POR QUÉ TE

COMPORTAS ASJ\ ,

NO RESPONDE CON

«¡PORQUE YO SOY ASÍ!»,

SINO CON «PORQUE YO SOY

ESTA O AQUELLA OTRA

FUNCIÓN SOCIAL«. O LO QUE

ES LO MISMO. «NO QUIERO

PERDER LO QUE TENGO«.

SE ALEJA CADA VEZ MÁS DE

si MISMO. VIVE EN «UN PAÍS

LEJANO», DONDE INTENTA

-^LLENAR SU VIENTRE CON

LAS ALGARROBAS QUE

COMEN LOS PUERCOS«

(CFR. LC15.13-16).

todos a hacer ciertas cosas mientras que son capaces de hacerlas. Elque ya no funciona así, o el que todavía no funciona así, es eliminadodel juego automáticamente.El que esquiva la «pro-vocación» al amor escapa de la libertad. Noacepta que el otro lo llame, y él mismo no llama a nadie. En cambio,acepta que se le trate como a una manzana buena para comer, agra-dable a la vista y útil para adquirir de ella la capacidad de haceralgo distinto de lo que en realidad desea en ese momento. Lo aceptaporque él mismo quiere tratar así a los demás.El hombre que no es libre, el hombre que depende de esta o deaquella cosa, se vuelve cada vez más perezoso, aunque produjera mu-chas cosas útiles, o incluso indispensables para la supervivencia.Es más, los esclavos están siempre ocupados por miedo a tener quetrabajar. En efecto, ellos no conocen la esencia del trabajo, de eseentrar en lo sagrado del otro hombre.

No amar al otro, hasta el punto de darle la propia vida, es algoque acaba en el ateísmo porque no mira hacia lo divino gratuito. Elateísmo humilla al hombre mucho más de lo que lo haya hecho elpaganismo que, al admitir que el hombre esté ligado a otra cosaaparte de a aquellas del mundo pasajero, no lo reduce a una manzanabuena para comer, agradable a la vista y útil para saber hacer otrascosas igualmente agradables y útiles (cfr. Gn 3, 6}. Así es obvio porqué el ateísmo no sostiene el matrimonio ni la familia.Habitar fielmente en la presencia fíel del otro hace que el hombrese defienda del tiempo que pasa y devora todo lo que se le somete:en la casa familiar el hombre sigue siendo él mismo. La presenciafiel del otro ayuda al hombre a no identificarse con el tiempo, y portanto a salvarse, permitiendo que entrevea la presencia de lo divinoque no pasa. Ésta, al ser la presencia por siempre, exige al hombreque sea fiel en su estar presente para los demás hombres, El bombreahonda raíces en la infinitud de Dios precisamente con la «ayuda»de los demás a quien él es fiel. La fidelidad propia del matrimonio,al alcanzar la eternidad y al echar en ella ios cimientos de la casafamiliar, que resiste al tiempo y a sus insidias, refleja, tal vez de lamanera más adecuada posible, la fidelidad con la que Dios contraematrimonio con el hombre.En la casa que se ha edificado con estas presencias fieles, el hombrese siente «a gusto». Comienza a sentirse «a gusto» en el amor de lospadres. El amor de éstos al revelar cuál es su propia procedencia,dice al hijo su destino. En la presencia recíproca de los padres, deluno para el otro, trasluce para el hijo la presencia de Dios. Con la«ayuda» del amor de los padres, el hijo camina hacia esa presencia ytrasciende a la familia misma, puesto que desde la familia empiezaa estar presente para los demás hombres. La familia que retiene al

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hijo y no lo «ayuda» a mirar a lo divino a través de los demás no esfamilia, y el matrimonio que la ha iniciado no es matrimonio, sinotan sólo yuxtaposición de individuos que no «son», sino que sólo«hacen» algo, juntos. Su convivencia, incluso la sexual, es una con-vivencia forzada. Los individuos «yuxtapuestos» de esta manerasometen a los hijos a una educación igualmente forzada, que a veceses muy liberal.De cómo uno entienda su propia casa depende también su relacióncon el mundo. Las palabras «Sed fecundos y multiplicaos y hen-chid ía tierra y sometedla; mandad [...] en todo animal que serpeasobre la tierra» (cfr. Gn 1, 28), fueron dichas no a Adán o a Eva, sinoa la comunión de sus personas. Y en función de cómo entiende lapalabra «multiplicaos», así entiende la palabra «someted la tierra».Según cómo él entiende el amor lo entiende todo, incluyéndose a símismo. Aquel que considere al otro hombre como si fuese de usar ytirar, a fortiori considerará así el entero mundo. El hacer en el queun hombre no está presente para el otro hombre hasta dar la vidapor él, y que por este motivo es tan sólo una realización del deseodesenfrenado de poseer el mundo y al hombre mismo, no «educe»(no saca) a nadie de «un país lejano» y no introduce a nadie en lacasa familiar. Este hacer no sólo destruye al hombre, sino tambiénal mundo que «desea vivamente la revelación de los hijos de Dios [...]para participar en la gloriosa libertad [de ellos]» (cfr. Rm 8,19-21).La descendencia y los frutos de la tierra han sido dados como unapromesa a nuestra esperanza. Por eso, ni la tierra ni la descendenciaconstituyen el objeto de nuestro puro hacer técnico, sino que exigenla acción propia de nuestra libertad, que se expresa precisamente enla esperanza, en el amor y en la fe.Por consiguiente, los desastres ecológicos provocados por el hacertécnico rïo se pueden resolver con otro hacer igualmente técnico.Sólo la conversión de los hombres, es decir, que respondan con todosu ser a la llamada de los demás seres, hará justicia a los hombresy al mundo. Tampoco el mundo quiere ser tratado de forma pura-mente técnica. El signo de si se dan o no las conversiones son losmatrimonios o las familias cuya realidad no se reduce a un vaivénproductivo y consumista.El matrimonio y la familia, cimentados en lo divino, no se sometena las estadísticas, sobre las cuales las ciencias sociológicas, luego,intentan construir normas para la sociedad. «El peso de estas alianzasde oro», dijo el Joyero a los futuros esposos, «no es el peso del me-tal. Es el peso específico del ser humano, de cada uno de vosotros, yvosotros dos juntos» (Karol Wojtyla, El taller del Orfebre). La identidadde los hombres, su beatitud y el deseo que de ésta tienen, son undon del más allá, que las ciencias no son capaces de rozar siquiera.

EL QUE SE SIENTETRATADO COMO UN OBJETOTRATA A LOS DEMÁS DE LA

MISMA MANERA, UTILIZADO.UTILIZA TODO Y A TODOS.

EMPEZANDO POR SU PROPIOCUERPO Y POR EL DE LOSDEMÁS. LA TRAGEDIA DETANTOS MATRIMONIOS,

DETANTASEAMILIASYDELA SOCIEDAD, CONSISTE

PRECISAMENTE EN QUE SON

LAS DEBILIDADES LAS QUEUNEN EL HOMBRE A LA MUJER.

LOS HIJOS A LOS PADRES O LOSPADRES A LOS HUOS.

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ENTRE LOS «ESO«

PRIVADOS DE NOMBRES

Y APELLIDOS NO HAY

COMUNIÓN, SINO TAN SÓLO

UN CONFLICTO EN EL QUE

CADA UNO INTENTA DOMINAR

AL OTRO PARA QUE NO SEA

EL OTRO EL QUE LE DOMINE.

LA MUERTE AMENAZA A

QUIEN NO SABEYA.ONO SABE

TODAVÍA. DEFENDERSE

DE LOS DEMÁS. LA TRAGEDIA

DE LOS ABORTOS Y DE LA

EUTANASIA ES RESULTADO DE

LA FALTA DE COMUNIÓN DE

LAS PERSONAS.

Gracias a este peso específico de cada uno de los esposos, la verdadde las alianzas de matrimonio y la verdad de la familia no puedensometerse ni a la tiranía del más fuerte, ni a los votos o a la, así lla-mada, voluntad de la mayoría que, a veces, «democráticamente»sustituye a la propia tiranía. El amor significa la soberanía de laspersonas. Soberano, por tanto, es todo lo que nace. Soberana es lapersona humana y soberanos, por tanto, son el matrimonio y la fami-lia. Soberano e inviolable es el cuerpo del hombre, en la medida enque en él se cumple el amor. Soberana es también la casa familiar,en el sentido material del término, cuando constituye el espacio parala presencia de las personas. Soberana es la sociedad a la que estosmatrimonios y estas familias dan inicio. No se puede entrar sinpermiso, si puedo decirlo así, en la persona, en el matrimonio, enla familia, ni en la acción. Sería una agresión.El matrimonio y la familia, cuando se reducen a advenimientosfortuitos que separan a los hombres de la laboriosa presencia deluno para el otro, descomponen la sociedad. La descomponen porqueellos mismos se descomponen. A través de estos matrimonios y deestas familias entra en la sociedad el caos de los hombres que no sondueños de sí. En el caos, que es una consecuencia de la convivenciaforzada, todo se vuelve casual e hipotético; la praxis se convierteen el criterio de los propios efectos y de quien los produce: puestoque es factible, se hace. Lo categórico, que en el caos se pierde devista, emana del hombre en la medida en que desea ser alcanzadopor lo divino.

En las casas construidas hipotéticamente o caóticamente, todos sesienten mal. Los hijos son incluso destruidos, porque al no saberdesde el principio a quién responder (en efecto, no los llama nadie),no saben a dónde ir. Caen en la miseria. Los hijos a los que se privade la presencia del padre y de la madre, es decir, no inseridos en lalaboriosa comunión de la libertad, sino en una comodidad transitoria,que abusivamente es llamada matrimonio y familia; los hijos privadosdel apellido y del patronímico, van errantes por el mundo. De distintosmodos buscan no tanto olvidar lo que les falta, cuanto más bien auto-convencerse de que eso se encuentra al alcance de la mano.Fuera de la casa familiar, caído en el caos personal y social, el hombreno es más que un sin techo: al no sentirse amado, no ama. Al olvidarsu proveniencia, pierde la soberanía. No se presenta con el apellido,sino con una praxis que lo retiene en las cosas que le sirven comosustituto de la dignidad que se manifiesta en el apellido. Su «soy»,puesto que no es ya divino, está vacío. Hace falta llenarlo con algoque funcione como si fuese precisamente su apellido. Por tanto,cuando se le pregunta «¿por qué te comportas así?», no respondecon «¡porque yo soy así!», sino con «porque yo soy esta o aquella

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"E/ matrimonio y la familia, cimentados en lo divino, no se someten a las estadísticas,sobre las cuales las ciencias sociológicas, luego, intentan construir normas para la sociedad. «El peso de estas

alianzas de oro», dijo el Joyero a los futuros esposos, «no es el peso del metal. Es el peso especifico del serhumano, de cada uno de vosotros, i/ i'osotros dos juntos» (Karol Wojtyla, El taller del Orfebre).

La identidad de los hombres, su beatitud i/ el deseo que de ésta tienen, son un don del más allá, que lasciencias no son capaces de rozar siquiera".

(Dibujo de Honoré Daumier).

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DESEAR FALSAMENTE

A LA MUJER, AL MARIDO. A

LOS HIJOS, MANIFIESTA UN

FALSO DESEO DE DIOS MISMO.

LO QUE SE DESEA FALSAMENTE

NO EXISTE PARA QUIEN ASÍ

LO DESEA. EL HOMBRE QUE

DESEA A DIOS PARA

SERVIRSE DE ÉL COMO

SI FUERA UN OBJETO, LO

CONSTRUYE Y ESTÁ

DISPUESTO TAMBIÉN A

ASESINARLO POR SU

PROPIA COMODIDAD.

"El hombre deseado falsamente está expuesto al peligro de ser tratado técnicatnente desdela concepción hasta la muerte, sea cuaitdo se le da el permiso de vivir, porque ya o todavíafunciona, scd cuando se le quita, porque ya o todavía no funciona. El homunculus, aquelhombre producido en probeta según ¡as prescripciones alquimistas del científico Wagner,en el Fausto de Goethe, es decir, tratado técnicamente ya desde el inicio de su existencia,corre el riesgo de ser definitivamente llamado con un «eso» en lugar de con un «tú» ".("Fausto", grabado de Rembrandt).

otra función social», o lo que es lo mismo, «no quiero perder lo quetengo». Se aleja cada vez más de sí mismo, vive en «un país lejano»,donde intenta «llenar su vientre con las algarrobas que comen lospuercos» {cfr. Le 15, 13-16).Simone de Beauvoir confiesa que al encontrarse con ocho años deedad fuera de casa no podía justificar su propia existencia porque,habiendo perdido todos los puntos de referencia, no lograba autode-finirse. No sabía quién era en cuanto que no se sentía amada. Cayó

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presa de las cosas y de las necesidades, a cuyo orden reducfa el amory la libertad; se había perdido en el satisfacerlas. Se hizo objeto de losobjetos, objeto que sólo veía los objetos.El que se siente tratado como un objeto trata a los demás de lamisma manera. Utilizado, utiliza todo y a todos, empezando porsu propio cuerpo y por el de los demás. La tragedia de tantos matri-monios, de tantas familias y de la sociedad, consiste precisamente enque son las debilidades las que unen el hombre a la mujer, los hijosa los padres o los padres a los hijos.Usar y explotar al otro hasta el momento en que deja de ser comestible yagradable a la vista, constituye a menudo el único vínculo sobre el quese basan tantas amistades, tantos matrimonios, tantas familias, tantasfiliaciones... De tal matrimonio, tal familia; y de tal familia, tal sociedad.Esta tragedia deriva de la confusión entre amar al hombre, e intentarposeerlo como si fuese un objeto de usar y tirar. El que desea así alotro no desea su ser, sino su funcionamiento dentro de este o de aquelsistema. Es preciso no olvidarse de que los sacramentos conciernendirectamente al ser del hombre, y no a las funciones que pueda ono pueda desempeñar. Por consiguiente, el matrimonio sacramentalconsiste en revelar el propio ser al otro, y en entrar en su ser revelado.El sacramento del matrimonio se cumple en el desear cada vez más elser de la otra persona, es decir, en amarlo. Amar las funciones de unapersona en lugar de amar su ser significa desearla mal.Quien así desea a la mujer, al marido, a los hijos, no dará a ellos y porellos su propia vida para que ellos la tengan en abundancia, sino que,por su propia comodidad, les quitará incluso la vida que tienen.El hombre deseado falsamente está expuesto al peligro de ser tratadotécnicamente desde la concepción hasta la muerte, sea cuando se leda el permiso de vivir, porque ya o todavía funciona, sea cuando sele quita, porque ya o todavía no funciona. El homunculus, aquelhombre producido en probeta según las prescripciones alquimistasdel científico Wagner, en el Fausto de Goethe, es decir, tratado téc-nicamente ya desde el inicio de su existencia, corre el riesgo de serdefinitivamente llamado con un «eso» en lugar de con un «tú». Entrelos «eso» privados de nombres y apellidos no hay comunión, sino tansólo un conflicto en el que cada uno intenta dominar al otro paraque no sea el otro el que le domine. La muerte amenaza a quien nosabe ya, o no sabe todavía, defenderse de los demás. La tragedia de losabortos y de la eutanasia es resultado de la falta de comunión de laspersonas. El aborto, la eutanasia, pero también la produccióndel otro, in Vitro por ejemplo, al ser el resultado de la falta de diálogode la llamada y la respuesta entre los hombres, y por tanto de la faltade libertad son una expresión del falso deseo del otro hombre, y delas ganas de dominarlo.

CUALQUIER TÉCNICA

APLICADA AL HOMBRE, TANTO

EN EL GENERARLO COMO EN

EL EDUCARLO, INCIDE SOBRE

SU IDENTIDAD DE TAL MODO

QUE ÉL SE SIENTE DISMINUIDO.

DE ESTA TRAGEDIA NOS

DEFIENDEN LOS POETAS Y

LOS MÍSTICOS. LOS POETAS.

CUYA INTUICIÓN ROZA EL

PRINCIPIO Y EL FINAL DEL

SER, VEN CLARAMENTE LA

TRAGEDIA COTIDIANA D a

HOMVNCULUS.

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LA SOCIEDAD QUE HA

PERDIDO LA MEMORIA DE

ESTA TRADICIÓN NO PUEDE

.SER MÁS QUE UNA BANDA

DE NÓMADAS Y DE PARTIDOS

CUYAS TRADICIONES SE

REDUCEN A BAILAR EN TORNO

A LA HOGUERA POR EL MEJOR

BOCADO, LA SOCIEDAD PIERDE

LA MEMORIA CUANDO LA

PIERDEN LOS MATRIMONIOS

Y LAS FAMILIAS,

2 San Agustín, De tívitate Dei. 15,16, 3; 19.16.

Desear falsamente a la mujer, al marido, a los hijos, manifiesta un falsodeseo de Dios mismo. Lo que se desea falsamente no existe para quienasí lo desea. El hombre que desea a Dios para servirse de Él como sifuera un objeto, lo construye y está dispuesto también a asesinarlopor su propia comodidad.Cualquier técnica aplicada al hombre, tanto en el generarlo como enel educarlo, incide sobre su identidad, de tal modo que él se sientedisminuido. De esta tragedia nos defienden los poetas y los místicos.Los poetas, cuya intuición roza el Principio y el Final del ser, ven cla-ramente la tragedia cotidiana del homunculus.Tristram Shandy, el personaje de la novela de Laurence Sterne, Lavida y las opiniones de Tristram Shandy, gentilhombre, al sentirse unser fracasado, como si fuese un «juego de pequeños accidentes», y lla-mándose por esto <<homunculuSi> (precisamente de esta novela Goethetomó el término), encuentra la causa de su desventura en un hecho queel padre cuenta en su diario. La madre de Tristram Shandy disturbódesde fuera su concepción, al preguntar imprudentemente al padre:«Perdona, querido, ¿no te has olvidado de darle cuerda al reloj?». Lasconsecuencias de la lesión que se hace a la dignidad del hombretratado técnicamente al inicio de su vida, tendrán repercusiones im-previsibles. Hölderlin ha escrito (El Reno):

«Enigma es el surgir puro.También el canto puede desvelarlo apenas;Como comienzas, así te quedarás».

Si la identidad del hombre no proviene del amor en el que se tras-parenta el Amor de Dios que nos ha amado y elegido desde antesde la creación del mundo, para que seamos santos e inmaculadosante Él (cfr. £/l , 4), su vida corre el riesgo de desarrollarse como una«historia contada por un idiota» (Macbeth). Lo mismo sucede con lahistoria de todo matrimonio y de toda familia.Cualquier historia que se cuente en modo divino constituye unatradición. En cada una de ellas se cumple la historia de la presenciade Dios a los hombres. Y ésta es la que constituye la Tradición en elsentido metafísico y profundo del término. La sociedad que ha perdi-do la memoria de esta Tradición no puede ser más que una banda denómadas y de partidos cuyas tradiciones se reducen a bailar en tornoa la hoguera por el mejor bocado. La sociedad pierde la memoriacuando la pierden los matrimonios y las familias.La familia como lugar del nacimiento y de la educación del hom-bre, por decirlo con San Agustín, «es en cierto sentido el vivero dela ciudad» («quoddam seminarium est civitatis»). «La casa del hombredebe ser el origen y la célula de la ciudad» («hominis domus ijíitiumsive particula débet esse civitatis»)»} En la familia se decide el destinode la humanidad y del mundo.

2áS

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"AI unirse a ¡a persona amada, el hombre ¡a engendra y es engendrado por ella;juntos dan inicio a un i¡uez>o mundo, mundo comunional. El marido, engendrando a la mujer, y la mujer.

engendrando al marido, crean un espacio para el acto creador de Dios cuyo amor,casi proi'ocado por el de ellos y aproi'ecliándose de éste, llama a una nueva persona a ser amor:

un hijo que es de Dios mas de lo que pueda serlo de sus padres. La identidad de la persona, por tanto,no depende de la sociedad porque no depende ni siquiera de sus padres ".

(Grabado de Rembrandt).

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EL MAESTRO ABRE s u

PROPIA CASA AL DISCÍPULO Y

LO INTRODUCE EN ELLA.

EL ESTADO NO TIENE CASA.

LOS VALORES-DONES. SIN LOS

CUALES EL HOMBRE NO PUEDE

SER HOMBRE. SE TRANSMITEN

DE GENERACIÓN EN

GENERACIÓN EN LA INTIMIDAD

DE LA COMUNIÓN ENTRE

EL MAESTRO Y EL DISCÍPULO.

AUNQUE LOS ESTADOS

CAMBIEN.

3 Aristóteles,£tfcaaN/cdmaco, 1162a.

Me atrevería a decir que la familia es el ciudadano primordial delmundo, y que es precisamente ella la que confiere tal ciudadanía alEstado. Aristóteles dijo que «la familia es anterior y más necesariaque el Estado»^ No es el Estado el que legitima a la familia, sino quees la familia la que legitima al Estado, La familia, por tanto, deberíavigilarlo con atención, para que el Estado no usurpe el derecho adecidir acerca de la verdad del hombre, porque si lo hiciera, estaríausurpando el derecho a decidir sobre Dios mismo. La justicia delEstado, si no es vivificada y corregida por las presencias en las quelas personas habitan, se vuelve una injusticia, cada vez mayor enla medida en que sea cada vez más eficazmente calculada por lospartidos y por sus mayorías.

El Estado en sí no es educador, porque la educación adviene en laintimidad personal del hombre, en la cual sólo una persona puedeentrar y habitar. El educador educa revelándose a quien le ha sidoconfiado. Los padres no confían a sus hijos al Estado, porque este notiene nada que revelar a los hombres. El Estado es una exterioridadpura construida por ellos mismos.El maestro abre su propia casa al discípulo y lo introduce en ella. ElEstado no tiene casa. Los valores-dones, sin los cuales el hombre nopuede ser hombre, se transmiten de generación en generación en laintimidad de la comunión entre el maestro y el discípulo, aunque losEstados cambien. Platón, que lo había comprendido perfectamente,escribió que los viejos en una familia son una realidad más sagradaque las estatuas de los dioses. De esta sagrada presencia, plena detradición, es de donde surge el futuro de la sociedad.El Estado que escapa a la familia y aspira a educar a los ciudadanos, encuanto que éstos son hombres, les transmite sólo un saber funcionaren determinadas situaciones. Al final les obliga a resolverlas todas através de él. Tal Estado es siempre un «país lejano». Hoy lo llama-mos «Estado totalitario». Así se vuelve también el Estado democráticocuando con las votaciones intenta decidir el amor del hombre y porconsiguiente, aquello que Dios mismo es.El hombre no aprende el amor, la esperanza, la fe, como aprendeun oficio. El hombre aprende estas cosas cuando otro hombre lo«educe» (lo saca) de la soledad, llamándolo a que esté presente alos demás. En esta soledad es donde el hijo privado de la presenciade los padres, el marido privado de la presencia de la mujer y lamujer privada de la presencia del marido, buscan refugio en elmundo imaginario. En éste, separados el uno del otro, la madredeja de ser madre, el padre deja de ser padre y el hijo deja de serhijo: porque el hijo es hijo en la medida en que se identifica conel padre y con la madre, y éstos son padre y madre en la medidaen que se identifican con el hijo, identificándose primero el uno

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con el otro como esposos. Los padres que no saben quiénes sonellos mismos, quitan a su hijo la posibilidad de reencontrarse así mismo en la experiencia de la filiación. Puesto que no existe enel diálogo con ellos, el hijo no se siente responsable, porque ellosno lo llaman a responder con todo su ser a su amor. Cada unoabandona al otro, o mejor dicho, intenta olvidarse de haber sidoabandonado por todos. Falta la participación en el ser y en el actuarque se cumple en el conocer este ser en cuanto verdadero y en elamarlo en cuanto bueno, y por eso todos intentan buscar por supropia cuenta subrogaciones de verdad y de bien. Los padres, portanto, si quieren ir al origen de los problemas de los hijos, tienenprimero que ir al origen de sus propios problemas.La falta de libertad y de responsabilidad en la sociedad de hoy semanifiesta en la amplitud y en la violencia de las campañas contra lapaternidad, contra la maternidad y contra la filiación del hombre.Estas campañas demuestran hasta qué punto la sociedad se ha em-pantanado en una civilización construida por «haraganes», que noson lo bastante libres como para poder estar presentes los unos paralos otros y edificar la casa.Las historias contadas por idiotas son siempre fáciles y aburridas.Se basan en la falta de los principios del ser y del actuar, es decir, delconocer y del amar. La tristeza invade a quien no es, porque ni conoceni ama, y que por esta razón se siente fracasado e indefenso. Su volun-tad sale de aquí deformada y se desespera. Los monjes han llamadoa este estado del hombre acidia.En el retorno a los principios está la curación de la persona humana.Precisamente en la presencia del otro es donde el hombre comienzaa sanarse. El otro, por tanto, es el principio y el final en los que serevela el Principio y el Final del hombre.Por eso el matrimonio y la familia constituyen el primer y el últimobastión de la libertad y de la soberanía del hombre y de la sociedad. Sieste bastión cayese, estaríamos condenados a vivir en un gran campo(de concentración, adornado de banalidad. Si alguno quisiera destruirla sociedad, tendría que empezar destruyendo el matrimonio y lafamilia. Si quisiera en cambio regenerarla, tendría que cuidar de eseamor que los origina.La esperanza nos dice que los haraganes no prevalecerán. ¿Por qué?Porque habrían prevalecido ya si Dios no continuase amando alhombre, inscribiendo, en el acto de la creación, el amor humano en elAmor que Él mismo es. «En esto consiste el amor: no en que nosotroshayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijocomo propiciación por nuestros pecados». (1 Jn 4, 10) Sólo hay unamor. Todos los demás no son más que una respuesta a la Gracia,respuesta que es también una gracia. QI

LA FALTA DE LIBERTAD YDE RESPONSABILIDAD ENLA SOCIEDAD DE HOY SE

MANIRESTA EN LA AMPLITUDY EN LA VIOLENCIA DE LAS

CAMPAÑAS CONTRALAPATERNIDAD.CONTRALA

MATERNIDAD YCONTRA LA FILIACIÓN

DEL HOMBRE.

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