Familias en Cambio en Un Mundo en Cambio Wanda Cabella

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familias en cambio en un mundo en cambio Clara Fassler coordinadora

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familias en cambio

en un mundo en cambio

Clara Fasslercoordinadora

Clara Fassler

coordinadora

Rosario Aguirre • Irma Arriagada Karina Batthyány • Claudia Bonan

Wanda Cabella • Virginia Guzmán • Inés Iens

FAMILIAS EN CAMBIO EN UN MUNDO EN CAMBIO

© 2006, Ediciones Trilce

Durazno 1888, 11200 Montevideo, Uruguay tel. y fax: (5982) 412 77 22 y 412 76 62 [email protected] www.trilce.com.uy

ISBN 9974-32-418-1

RED GÉNERO Y FAMILIA

18 de Julio 1645, 7º piso11200 Montevideo, Uruguaytel. 402 [email protected]@adinet.com.uy

CONTENIDO

PRESENTACIÓN .....................................................................................................5

APERTURA

Intervención del Vicepresidente de la República, Rodolfo Nin Novoa ........11

Intervención del Representante del Fondo de Población de las Naciones Unidas, Pablo Mandeville ...................18

Intervención del Representante Auxiliardel Fondo de Población de las Naciones Unidas, Juan José Calvo ...............20

Intervención de la Senadora, Margarita Percovich .........................................22

Intervención de la Diputada, Daisy Tourné ....................................................26

Intervención de la Directora delInstituto Nacional de las Mujeres, Carmen Beramendi .................................29

Intervención de la Coordinadora Ejecutiva de laComisión Nacional de Seguimiento, Lilián Abracinskas ...............................36

PANELES

CONFERENCIA

La participación de las mujeres en el contexto de la Modernidad, VIRGINIA GUZMÁN y CLAUDIA BONAN ............................................................45

TRANSFORMACIONES DE LAS FAMILIAS. NUEVOS PROBLEMAS SOCIALES

Transformaciones de las familias en América Latina, IRMA ARRIAGADA .............................................................................................63

Los cambios recientes de la familia uruguaya: la convergencia hacia la segunda transición demográfica, WANDA CABELLA ..........................................................................................80

Uso del tiempo en la vida cotidiana: trabajo doméstico y cuidados familiares, ROSARIO AGUIRRE .........................................................................................108

POLÍTICAS PÚBLICAS PARA LA EQUIDAD ENTRE GÉNERO Y GENERACIONES

Género y cuidados familiares ¿Quién se hace cargo del cuidado y la atención de los niños y de los adultos mayores?, KARINA BATTHYÁNY ....................................................................................123

Mundo del trabajo y mundo de la familia: ¿es posible la armonía?, INÉS IENS ......................................................................................................138

Noticia de las autoras ........................................................................................156

DIÁLOGO CON LOS PANELISTASLOS PARTICIPANTES OPINAN Y PROPONEN

Primer momento. Diálogo con los panelistas ...............................................159

Segundo momento. Los participantes opinan y proponen .........................172

Reflexiones finales, VIRGINIA GUZMÁN ......................................................177

Listado de participantes ...........................................................................181

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Wanda Cabella

LOS CAMBIOS RECIENTES DE LA FAMILIA URUGUAYA: LA CONVERGENCIA HACIA

LA SEGUNDA TRANSICIÓN DEMOGRÁFICA

INTRODUCCIÓN

Poco más de un siglo después del inicio de la primera transición demográfica, la población uruguaya está embarcada en otro gran proceso de cambio demográfico. En veinte años, todos los indica-dores demográficos de la vida familiar experimentaron cambios que condujeron a una imagen muy diferente de las familias que se for-maban durante los años setenta. Si las generaciones que alcanzaron su adultez en esos años fueron las protagonistas de la revolución sexual y contraceptiva, la siguiente generación protagonizó lo que Carlos Filgueira (1996) llamó “la revolución de los divorcios”.

Esta revolución vino acompañada de otros grandes cambios en las formas de organizar la vida conyugal y reproductiva entre las gene-raciones que iniciaron su vida conyugal a fines de los años ochenta: también proliferaron las uniones libres y aumentó drásticamente la natalidad extramatrimonial. Más recientemente, el descenso de la fecundidad determinó que en 2004 la tasa global de fecundidad cayera, por primera vez en la historia demográfica uruguaya, por debajo del nivel de reemplazo.

Mientras todavía es prematuro afirmar si esta última tendencia se va a mantener, agudizar o incluso revertir, la evidencia respecto al resto de los indicadores del cambio familiar sugiere que las trans-formaciones ocurridas en la vida conyugal están consolidadas. Ellas son el resultado acumulado de un proceso de cambio que si bien fue repentino y muy rápido, se caracterizó por su persistencia. Visto en el largo plazo, no es posible identificar otro período en la historia de la

TRANSFORMACIONES DE LAS FAMILIAS.

NUEVOS PROBLEMAS SOCIALES

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familia uruguaya del siglo XX en que se registren cambios simultáneos y sostenidos como los que tuvieron lugar en el período reciente. En este sentido, la población uruguaya parece converger hacia el proceso que se ha dado en llamar segunda transición demográfica (STD).

Este término fue originalmente concebido por Van de Kaa y Les-thaeghe para dar cuenta del conjunto de cambios que experimentó la familia occidental desde mediados de la década de 1960. Luego del período de recuperación de los nacimientos y matrimonios que siguió a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, caracterizado como una etapa de auge de la familia, los países europeos, seguidos por los Estados Unidos, comenzaron a mostrar significativas mo-dificaciones en diversas variables demográficas concernientes a las relaciones familiares. El divorció aumentó, la nupcialidad comenzó a descender, las uniones consensuales y los nacimientos fuera del matrimonio legal se extendieron y se registró una nueva reducción de la fecundidad, cuyo valor tendió a situarse por debajo del nivel de reemplazo.* Asimismo, se registraron modificaciones en la edad promedio de inicio de la vida conyugal y de la reproducción, cuya tendencia fue el retraso de estas transiciones hacia edades más tar-días. En términos generales, las transiciones familiares se volvieron más frecuentes, más complejas y menos previsibles (Lesthaeghe, 1995). La STD trajo aparejada una dosis mayor de flexibilidad en las relaciones conyugales, que vino a oponerse al modelo más o menos predecible que suponía la fuerte centralidad del matrimonio legal y la escasa incidencia del divorcio en las sociedades occiden-tales del mundo desarrollado. Los deseos de realización individual y una tendencia cada vez más acentuada a la autonomía personal, constituyen los cimientos sobre los que se construyen las relaciones familiares en el marco de la STD.

Aun cuando no se dispone en Uruguay de información adecua-da para acompañar la evolución de las actitudes hacia los lazos familiares, el comportamiento de los indicadores relativos a la vida conyugal sugiere que Uruguay está efectivamente procesando la STD. En el transcurso de las dos últimas décadas las características de la familia uruguaya experimentaron profundas transformaciones. Estas obedecieron por un lado a la profundización del envejecimiento demográfico, que contribuyó a aumentar la importancia de los ho-gares unipersonales y de las parejas solas, y por otro, a los cambios vertiginosos en la formación y disolución de las uniones. La des-

* Para una cronología y periodización de la STD véase Lesthaeghe, 1995.

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cripción que se presenta aquí se concentra en las transformaciones procesadas en esta última vertiente del cambio familiar.*

LOS CAMBIOS EN LA FORMACIÓN Y DISOLUCIÓN DE LAS UNIONES

La formación de las uniones

El Gráfico 1 sintetiza las dos grandes tendencias que han teni-do lugar en materia de formación de uniones durante los últimos años: el descenso sostenido del número de parejas que optan por el matrimonio y el aumento de la proporción de parejas en unión con-sensual. Si se observa el eje izquierdo, en el que se representan los valores que adopta la tasa de nupcialidad, se constata que durante el período considerado ésta experimentó una reducción drástica, en 2004 el valor de la tasa alcanza a 5.5, exactamente la mitad de su valor inicial (10.2).** Debe señalarse que ya desde la segunda mitad de los años setenta se registra una tendencia descendiente de la nupcialidad; sin embargo, el ritmo de descenso es notoriamente inferior al ocurrido desde inicios de los años noventa. Entre 1975 y 1989 la variación porcentual de este indicador alcanzó una reduc-ción de 16.5% (de 11.9 a 10.0), mientras que entre 1989 y 2004, la tasa se reduce 47.4%.

Cualquiera sea el indicador utilizado, el número absoluto de matrimonios, el indicador sintético de nupcialidad o la tasa de nupcialidad, los datos confirman la importancia del fenómeno y al patrón temporal de descenso: a partir de 1989 comienza un proce-so de descenso abrupto de la tasa que sólo se estabiliza once años después, en un valor que apenas supera el 5 por mil.***

* Para una descripción en detalle de las relaciones entre el cambio demográfico en Uruguay y las variables relativas a la vida familiar, véanse Filgueira (1996) y Paredes (2003b).

** La tasa de nupcialidad expresa el número de matrimonios contraídos anualmente sobre el total de población de 15 y más años de edad en cada año. La elaboración de las tasas ha sido realizada con base en los datos de matrimonios anuales pu-blicados por el Instituto Nacional de Estadística y las proyecciones de población realizadas por el INE.

*** Entre las mujeres, el indicador sintético de nupcialidad pasa de 1.100 en 1975 a 950 en 1989 para situarse en 500 en el año. Paredes, M. 2003a. “Trayectorias reproductivas, relaciones de género y dinámicas familiares en Uruguay”, Tesis doctoral, Departamento de Geografía, Centro de Estudios Demográficos, Univer-sidad Autónoma de Barcelona. De acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística, en 1970 se registran en el país 23.668 matrimonios, en 1980 este número alcanza a 22.448, en 1990 es 20084 y en 2000 es 13.888.

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Gráfico 1. Evolución de la tasa de nupcialidad y de las uniones consensuales (Uruguay, 1987-2004)

Fuente: Elaboración propia con base en Estadísticas Vitales, Proyecciones de Población y microdatos de la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE)*

En términos comparativos, el valor actual de la tasa es muy similar al encontrado en países como Francia y Suecia y bastante más bajo al registrado en varios países de América Latina.**

Otro aspecto que merece destaque en el comportamiento reciente de la nupcialidad, es su falta de reacción a los factores externos. Durante la mayor parte del siglo pasado, la tasa de nupcialidad pre-sentó oscilaciones cíclicas en respuesta a las coyunturas económicas, registrando aumentos en los períodos de prosperidad y caídas en los ciclos recesivos, pero en general retornando a un valor promedio de 11 o 12 por mil (Cabella et al., 1998). Durante la crisis financiera de

* La Encuesta Continua de Hogares es representativa del país urbano. ** De acuerdo a los datos de Eurostat, en 2003 la tasa bruta de nupcialidad, esto es

el número de matrimonios por cada mil habitantes, alcanzaba a 4.6 en Francia y a 4.4 en Suecia. En Brasil su valor era 5.8 (IBGE, 2003) y en México 6.6 (INEGI, 2001). En Uruguay la tasa bruta de nupcialidad en 2004 era 4.0 matrimonios por cada mil habitantes. Debe tenerse en cuenta que esta tasa está aún más afectada por la estructura etaria de la población que la tasa de nupcialidad calculada con base a las personas de 15 y más años.

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1982, por ejemplo, la nupcialidad presentó uno de los valores más bajos de la segunda mitad del siglo XX (Filgueira, 1996). Sin embargo, el período de descenso que inaugura la década de los noventa abre también una fase de insensibilidad de la nupcialidad a las condi-ciones económicas. Durante los últimos quince años hubo ciclos económicos favorables, particularmente en el primer quinquenio de los noventa, seguidos por una profunda crisis que alcanzó su peor momento en 2002. La falta de respuesta de la tasa de nupcialidad a la sucesión de coyunturas de este período, lleva a pensar que las decisiones matrimoniales de las parejas en la actualidad ya no están tan estrechamente vinculadas con el entorno económico como lo estuvieron en el pasado. La monotonía de la curva puede ser vista entonces como la expresión de un cambio estructural, en cuya base se encuentra la pérdida de primacía del vínculo legal como marco socialmente legítimo de inicio de la vida conyugal.

El aumento de las uniones consensuales constituye la contracara del fenómeno descrito.* Su evolución atestigua que el descenso de los matrimonios no es el resultado de la falta de estímulos de las nuevas generaciones para formar uniones, sino la consolidación de la desins-titucionalización de los vínculos conyugales. El matrimonio dejó de ser claramente la forma predominante de entrada en unión.

En contrapartida, las uniones libres experimentaron aumentos moderados desde la década del setenta y su ritmo de crecimiento se aceleró durante los últimos años de la década de los ochenta. Pero es en los primeros años de la década de 1990 cuando esta forma conyugal registra un crecimiento vertiginoso. La evolución de la pro-porción de personas en unión libre respecto al total de unidos entre 15 y 49 años (Gráfico 1, valores en eje derecho), permite constatar la notable expansión de las uniones consensuales a partir de 1992. Si se considera todo el período, en los diecisiete años que transcurren entre 1987 y 2004 la proporción de parejas que opta por la unión libre se triplicó, partiendo del 10% del total de unidos en esas edades, para situarse en 30% en el último año de la serie.

Dado que la medida anterior recoge la incidencia de las uniones libres sobre el total de unidos, podría pensarse que el aumento

* En este texto los términos “unión de hecho”, “unión consensual” y “unión libre” son utilizados como sinónimos. El gráfico representa el porcentaje de personas entre 15 y 49 años que está en unión libre respecto al total de personas en cualquier tipo de unión en ese mismo tramo de edad. El denominador es entonces la suma de personas casadas y en unión libre entre 15 y 49 años.

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de estas uniones se debe simplemente al descenso de las uniones legalizadas. Sin embargo, tomando como unidad de medida a las personas, se constata que también la incidencia de la consensualidad ha seguido un patrón similar al observado cuando se considera sólo a las personas en unión. De acuerdo a los datos del censo nacional de población de 1975, la proporción de personas en unión consensual entre 15 y 49 años era 4.6 %; en el censo de 1996 esta proporción alcanza a 12%.

Un análisis del aumento de las uniones consensuales en Uruguay

Si bien no se trata de un fenómeno nuevo, la extraordinaria pro-pagación de esta modalidad conyugal en las últimas dos décadas es una de las expresiones centrales del cambio familiar uruguayo de fines del siglo XX.

A diferencia de la mayoría de los países europeos, en los que la emergencia de la cohabitación es uno de los rasgos más novedosos del cambio familiar reciente (Kiernan, 2001), el concubinato, como solía ser denominado, fue un práctica conyugal frecuente entre los sectores pobres urbanos y en el medio rural uruguayo (Barrán y Nahum, 1979). Aun así, en el contexto de América Latina, Uruguay integra el grupo de países con niveles bajos de consensualidad (Ro-dríguez, 2004).*

En la actualidad, las uniones consensuales siguen siendo más frecuentes entre los sectores más desfavorecidos: la probabilidad de estar en una unión consensual es más alta entre las personas con menos educación y entre los pobres. Es también un tipo de unión que se encuentra con mayor frecuencia entre los estratos más jóvenes de la población. Lo que resulta novedoso del auge reciente de las uniones consensuales es que también los jóvenes con mayor nivel educativo y los no pobres comenzaron a optar crecientemente por esta modalidad conyugal. Si bien la consensualidad creció en todos los sectores educativos y a todas las edades, su aumento en los años recientes tuvo dos consecuencias: en primer lugar aumentó mucho la probabilidad de estar cohabitando entre las parejas jóvenes y en segundo lugar se redujo significativamente la brecha entre los más educados y los menos educados.

* De acuerdo a la clasificación de Quilodrán citada por este autor, Uruguay integra el grupo de países con baja incidencia de la unión libre, en este grupo, la proporción de mujeres entre 15 y 49 años en unión consensual no supera el 20%.

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En pocos años, este tipo de unión pasó de ser una forma mino-ritaria entre los jóvenes para transformarse en el tipo de vínculo más frecuente a la hora de iniciar la vida conyugal. En 1991, de las personas que estaban en unión entre los veinte y los veinticuatro años, 22.2% se encontraba en unión consensual, en 2004 esta pro-porción alcanza a los dos tercios de las parejas (64.1%), y en el grupo quinquenal siguiente (25 a 29 años) la mitad de los que conformaron una unión está en unión libre.

Como puede observarse en el Gráfico 2, la incidencia de la unión libre sigue el mismo patrón por edad en los dos años considerados: es más alta en las edades en que se inicia la vida conyugal y de-crece a medida que avanza la edad. Sin embargo, mientras que en 1991 el descenso es gradual, en 2004 la caída es vertiginosa hasta los 30-34 años de edad. La brusca caída en las edades centrales a la formación de uniones, sugiere que una parte importante de las uniones consensuales es posteriormente legalizada.* En este sentido, su aumento parece relacionarse con una tolerancia social creciente hacia los vínculos no institucionalizados en las generaciones más jóvenes.

La información utilizada, proveniente de las Encuestas Continuas de Hogares, no ofrece la información necesaria para estimar en qué medida se ha expandido la cohabitación prenupcial. Sin embargo, la Encuesta de Situaciones Familiares y Desempeños Sociales (ESF, 2001) revela que la unión consensual como preludio al matrimonio ha crecido en la sucesión de las cohortes matrimoniales y que el aumen-to ha sido particularmente importante en las promociones formadas a partir de la segunda mitad de la década de 1980. En Montevideo y área metropolitana, 22% de las mujeres casadas entre 1975 y 1984 pasó por una fase previa de cohabitación antes de legalizar el vínculo. Entre las cohortes matrimoniales formadas entre 1985 y 2000, esta proporción ascendía a 46% (Cabella et al., 2005).

* De acuerdo a los datos de ESF el 40% de las uniones comenzadas por la vía consensual habían sido legalizadas antes de alcanzar los cuatro años de duración.

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Gráfico 2. Proporción de uniones libres en el total de personas unidas entre 15 y 49 años (Uruguay, 1991 y 2004)

Fuente: Elaboración propia con base en microdatos de la Encuesta Continua de Hogares.

Cabe preguntarse cuáles han sido las subpoblaciones que con-tribuyeron al aumento de esta modalidad conyugal y en qué medida su crecimiento refleja comportamientos diferenciales de los distintos estratos sociales. En el Gráfico 3 se presenta información sobre la incidencia de la unión libre en el total de uniones, tomando en cuenta los años estudio acumulados según la edad de las mujeres para los años 1993 y 2004.* El gráfico pone de manifiesto el gran crecimiento de la cohabitación en todos los grupos educativos entre 1991 y 2004.

23,0 22,215,7

12,9 12,1 10,9 9,3

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grupos de edad (años)

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1991 2004

* Los varones presentan un comportamiento similar por edad, aunque con niveles levemente superiores a las mujeres.

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Gráfico 3. Proporción de mujeres en unión libre en el total de unidas según edad y años de estudio (Uruguay, 1991 y 2004)

Fuente: Elaboración propia con base en microdatos de la Encuesta Continua de Hogares.

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La transformación en la modalidad de inicio de la vida conyugal ha sido particularmente grande entre los sectores con mayor nivel edu-cativo. La diferencia en la magnitud del crecimiento de las uniones consensuales entre los estratos educativos trajo como resultado el acortamiento de las distancias entre sectores, particularmente entre las generaciones más nuevas. En 1991 las uniones libres entre los estratos más educados eran estadísticamente invisibles, sólo 6.6% de las mujeres unidas entre 20 y 24 años estaba en unión libre, y 5.8% entre las de 20-29 años. Pocos años después, la probabilidad de que una mujer entre 20 y 24 años con 13 o más años de estudio esté en unión libre es 51.2% y 36.1% en el grupo siguiente. En este estrato educativo, la proporción de mujeres de 20-24 años que es-taba en unión consensual era 24.2% en 1991 y alcanza a 67.7% en 2004. Por otro lado, se destaca que el descenso de la unión libre es más temprano cuanto mayor es el nivel educativo. Ello sugiere que entre los sectores más educados, la unión libre se asocia con mayor frecuencia a una fase transitoria, que entre aquellos que presentan escaso nivel educativo.

En resumen, la evolución de las uniones libres sugiere que en los últimos años ha habido dos cambios importantes en su tendencia: 1) su carácter de modalidad de inicio de la vida conyugal experimentó crecimientos notables, 2) se han incorporado subpoblaciones que sólo muy marginalmente optaban por este tipo de unión.

Cabe destacar que si bien su magnitud queda opacada por el comportamiento de los grupos más jóvenes, este tipo de unión ha crecido en todos los tramos etarios. El significativo aumento de las uniones consensuales pasados los 35 años, parece responder al efecto conjunto del aumento de las rupturas conyugales y a la preferencia por este tipo de unión por parte de las personas que vuelven a conformar pareja.

En definitiva y sin desconocer que existen diferencias tanto en las causas como en la valoración de este tipo de unión entre sectores so-ciales, la evidencia sugiere que se trata en primer lugar de un cambio generacional. En este sentido, esta es una de las pocas dimensiones del cambio familiar uruguayo en la que no se registra polarización social, si se considera la educación como indicador de estratificación social. En efecto, a pesar de que la unión libre aumentó en todos los niveles educativos, la brecha entre los sectores más educados y los menos educados se ha reducido, en función del notable aumento que registraron los jóvenes con alto nivel educativo.

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Los cambios en la edad a la primera unión

La evolución de la edad a la que las personas entran en unión está también en línea con las tendencias descritas en las socieda-des que están transitando la segunda transición demográfica. La edad media al matrimonio de las solteras, tomada como indicador del calendario de la primo-nupcialidad, registró un aumento de dos años entre 1990 y 2002, situándose en 27 años. Entre los varones el aumento fue similar y prácticamente alcanzó los 29 años.

Cuadro 1. Indicadores de edad al matrimonio de las personas solteras según sexo (Uruguay, 1993 y 2002)

Mujeres Varones 1993 2002 1993 2002 Edad media al matrimonio 24.5 26.7 27.0 28.8 Grupos de Distribución de solteras y solteros edad según edad al momento del casamiento

<20 27.3 15.1 8.7 3.3 20-24 37.6 31.0 38.9 31.0 25-29 20.8 31.6 31.,4 34.6 30-34 7.0 13.0 11.3 17.3 >34 7.3 9.3 9.7 13.8

Total 100 100 100 100

Fuente: Elaboración propia con base en datos de Estadísticas Vitales del Instituto Nacional de Estadísticas.

La amplitud de los cambios en el calendario de la nupcialidad de las nuevas generaciones se aprecia también en las diferencias en la distribución por edad de los contrayentes solteros. En el correr de la última década disminuyó sensiblemente la proporción de mujeres y varones que se casó a edades tempranas y aumentó la participación de los contrayentes en los grupos superiores de edad.

Dado que el aumento de las uniones consensuales ha tenido la importancia ya reseñada en la sección anterior, cabe preguntarse en qué medida el rezago en la edad de inicio de la vida conyugal se restringe sólo a aquellos que optan por la vía legal. A efectos de dar cuenta de los cambios en el calendario de las uniones, independien-temente de la naturaleza del vínculo (legal o de hecho), en el cuadro siguiente se presenta la evolución de la proporción de solteros en el grupo 25 a 29 años. La información surge de la Encuesta Continua de Hogares.

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Cuadro 2. Porcentaje de personas solteras a los 25-29 años según años de educación (Uruguay, 1991 y 2004)

Mujeres Varones Años de educación 1991 2004 Diferencia 1991 2004 Diferencia 0-8 21.1 25.3 4.2 35.0 47.9 12.9 9-12 28.3 35.9 7.6 41.5 49.7 8.2 13 y + 44.0 57.5 13.5 55.4 69.4 14.0

Total 29.1 40.0 10.9 42.8 54.1 11.3

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadísticas.

En el conjunto de la población comprendida entre los 25 y 29 años, se observa que tanto entre los varones como entre las mujeres la soltería aumentó once puntos porcentuales entre 1991 y 2004. Este indicador registra aumentos en todos los estratos educativos, pero revela diferencias significativas en función del número de años de estudio: el aumento de la proporción de solteras a esas edades ha sido muy escaso entre las que no superaron el primer ciclo de secundaria, un poco mayor en el estrato educativo siguiente y mucho más importante entre las que accedieron a la educación superior. Entre los varones, se encuentra que no existe una relación lineal en la evolución de la proporción de solteros y la educación. En par-ticular, llama la atención el aumento registrado entre los varones del estrato inferior. Dado que el trabajo continúa siendo uno de los imperativos masculinos para formar uniones, una posible explica-ción podría residir en la acentuación de las dificultades de inserción en el mercado laboral de las personas con escaso capital educativo durante la década de los noventa (Amarante y Arim, 2003).

Este diferencial se confirma con los datos de la Encuesta de Si-tuaciones Familiares y Desempeños Sociales (ESF); a partir de esta información se constata que existe en las nuevas generaciones una distancia de cuatro años en la edad mediana al contraer la primera unión (legal o de hecho) entre las mujeres que alcanzaron primaria y las que realizaron estudios terciarios, siendo el valor de este indi-cador de 21 y 25 años respectivamente.

En el cuadro siguiente se puede observar que mirado desde la perspectiva de la pobreza existen también profundas diferencias de calendario en la transición a la vida conyugal de varones y muje-res.

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Cuadro 3. Porcentaje de personas en unión legal o consensual según sexo, edad e incidencia de la pobreza (Uruguay, 2004)*

Grupo de Mujeres Varones edad No pobres Pobres No pobres Pobres 15-19 5.4 9.2 1.8 2.6 20-24 22.0 39.0 11.8 26.0 25-29 45.5 59.6 36.0 59.4 30-34 68.1 74.3 59.3 74.7 35-39 72.5 73.3 74.5 81.6 40-44 71.6 71.8 77.1 86.1 45-49 68.6 68.3 78.7 87.5

Total 50.4 53.1 46.5 52.1

Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Continua de Hogares.

A los 20-24 años la proporción de mujeres pobres que está en algún tipo de unión es prácticamente el doble de las mujeres que se encuentran por encima de la línea. Entre los varones el compor-tamiento es similar, aunque se observa una distancia aún mayor en la probabilidad de estar en unión a esas edades entre pobres y no pobres.

La evolución del divorcio y las separaciones conyugales

El crecimiento de las separaciones conyugales y los divorcios cons-tituye uno de los fenómenos más notables de la evolución reciente de las relaciones familiares. Hasta mediados de la década de 1980 el nivel de divorcio presentaba valores relativamente moderados, sin embargo, a instancias de su evolución reciente, Uruguay inte-gra el conjunto de países con tasas altas de divorcio. En el gráfico siguiente se presenta el comportamiento del Indicador Coyuntural de Divorcialidad (ICD) entre 1975 y 2002.

* La estimación de pobreza utilizada ha sido elaborada por la economista Andrea Vigorito con base en los datos de la Encuesta Continua de Hogares y de acuerdo a la línea de pobreza del Instituto Nacional de Estadística de 1997.

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Gráfico 4. Evolución del Indicador Coyuntural de Divorcialidad (Uruguay, 1975-2002)

Fuente: Elaboración propia con base en información de Estadísticas Vitales del Instituto Nacional de Estadística.

En el transcurso del período considerado, el ICD se duplicó: mientras que en 1975 las condiciones del momento auguraban que poco más de 16 de cada 100 matrimonios concluirían en divorcio, en 2002 este indicador revela que si las tasas de divorcio por du-ración del matrimonio se mantuvieran constantes, 34 de cada cien matrimonios serán disueltos por divorcio.

Es posible distinguir tres fases en la evolución del ICD: la primera de ellas se extiende hasta 1984 y se caracteriza por la relativa es-tabilidad del ICD, el mismo oscila en torno el valor inicial (17%). A partir de 1985 comienza la segunda fase, que inaugura un período de crecimiento vertiginoso del ICD, cuyo resultado es prácticamente la duplicación de los valores promediales de la fase anterior, los que entre 1990 y 1994 oscilan en torno a 30%.* A partir del segundo quinquenio de la década de los noventa, comienza una nueva fase de estabilidad; durante esta tercera fase, el ICD se consolida e incluso

* Los valores extremadamente altos que se observan en 1991 y 1992 deben ser tomados con cautela, ya que están afectados por el gran aumento en el registro provocado por la agilización de los procesos judiciales. En ese año entra en vigencia el juicio oral, que suplanta el antiguo procedimiento escrito.

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años

ICD

(en

%)

ICD 5 per. media móvil (ICD)

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experimenta crecimientos moderados. En los tres últimos años de la serie, el indicador coyuntural augura que cerca de treinta y cuatro de cada cien matrimonios celebrados en esos años concluirán en di-vorcio. A modo de comparación, en Francia el ICD en el año 2002 era 38.3, en el Reino Unido 42.6 y en Suecia 54.9% (Sardon, 2002).

Asimismo, cabe consignar que se ha registrado un fuerte au-mento de las rupturas legales a duraciones cortas y muy cortas. La intensidad del divorcio en las cohortes matrimoniales permite apreciar que no sólo el divorcio se ha vuelto una práctica cada vez frecuente, sino que la duración del vínculo matrimonial tiende a ser menor cuanto más reciente es la cohorte de matrimonio. El 13% de los casados en 1995 ya había disuelto su unión antes de cumplir siete años de vida en común, en tanto que a la cohorte conformada en 1975 le llevó más del doble de tiempo (dieciséis años) acumular la misma cantidad de disoluciones.

La evolución del divorcio legal ofrece una visión parcial de los niveles de ruptura que experimentó la sociedad uruguaya en los últimos años en la medida que las separaciones de uniones con-sensuales no son objeto de registro administrativo. En los párrafos que siguen se presenta información que da cuenta de la evolución cuantitativa de las personas que se encuentran separadas o divor-ciadas en 1991 y en 2004.

En primer lugar se observa que la proporción de personas fuera de unión a causa de una ruptura, aumentó en el total de la población comprendida en las edades consideradas, tanto entre los varones como entre las mujeres. Sin embargo, el aumento es el resultado de la evolución ocurrida particularmente en las edades superiores a los 35 años. Mientras que en los grupos más jóvenes se observa o bien la reducción del número de personas separadas o bien aumentos exiguos, entre las personas maduras se registran aumentos consi-derablemente más importantes. En principio cabe suponer que en la medida que aumentó la edad a la primera unión, la reducción o la estabilidad encontrada entre los más jóvenes es consecuencia de una transición más tardía hacia el inicio de la vida conyugal entre las generaciones recientes. Por otro lado, hay que considerar que cuanto más jóvenes son los individuos más alta es la probabilidad de que vuelvan a conformar otra unión y por lo tanto es más impro-bable que sean capturadas en la categoría “separado o divorciado”. Considerando que hubo un aumento de las rupturas a duraciones cortas, la información de corte transversal no es la más adecuada para capturar la evolución de las rupturas conyugales entre las

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generaciones más jóvenes. Pasados los 35 años, la probabilidad de reconstitución disminuye sensiblemente, por lo que la instantánea que se obtiene a partir de la ECH refleja con menores distorsiones el aumento en el nivel de las disoluciones conyugales.

Cuadro 4. Porcentaje de personas separadas y divorciadas según sexo y edad (Uruguay, 1991-2004)

Grupo de Mujeres Varones edad 1991 2004 1991 2004 20-24 1.2 0.6 2.8 2.5 25-29 2.2 2.0 5.3 6.2 30-34 4.3 4.4 7.7 9.8 35-39 3.7 6.4 9.0 12.3 40-44 5.5 8.0 12.4 15.5 45-49 5.7 9.7 11.7 16.6 50-54 5.8 9.7 11.5 18.9

Total 4.0 5.6 8.5 11.6

Fuente: Elaboración propia con base en información de la Encuesta Continua de Hogares.

Como se desprende del cuadro anterior, a partir de los 35 años la proporción de personas fuera de unión a causa de una ruptura experimenta aumentos de mayor orden, al punto que en el último grupo quinquenal se registra su virtual duplicación.

En lo que atañe a las diferencias de nivel entre ambos sexos, la variación porcentual más pronunciada entre los varones a partir de los 35 años, ha dado lugar a una reducción de la brecha entre varones y mujeres en el lapso de la última década. Aun así, es sig-nificativamente mayor la representación femenina en esta categoría. A los 50-54 años, uno de cada diez varones vive fuera de una unión conyugal a consecuencia de la ruptura conyugal, en tanto un quinto de las mujeres declara estar en esta situación.

LAS TENDENCIAS DE LA FECUNDIDAD Y DE LA EDAD A LA MATERNIDAD

La evolución de la fecundidad

A diferencia de lo ocurrido en la mayoría de los países de América Latina, los cambios propios de la primera transición demográfica tuvieron lugar en Uruguay a fines del siglo XIX y principios del XX. La precocidad de este proceso determinó que a mediados de la dé-cada del sesenta la fecundidad y la mortalidad alcanzaran niveles

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bajos, continuando posteriormente su proceso de descenso de forma paulatina, aunque a un ritmo muy menor al registrado durante la primera mitad del siglo (Pellegrino, 2003). Al promediar el siglo XX, la fecundidad había alcanzado el nivel de tres hijos por mujer. Entre 1975 y 1985 la tasa desciende a 2.5 y se mantiene inalterada durante la década siguiente de acuerdo a la estimación obtenida con la base poblacional del censo de 1996 (2.51 hijos por mujer).

El valor de la tasa global de fecundidad (TGF) estimada por el Instituto Nacional de Estadística en 2004, año en que se realiza un recuento de población, es 2.08. Si se toma en cuenta la moderada reducción que experimentó este indicador durante la segunda mitad del siglo XX, puede sostenerse que la última década fue el escenario de una reducción significativa de la fecundidad. De hecho, en 2004 la tasa cae por debajo del nivel de reemplazo por primera vez en la historia de la fecundidad uruguaya. Dado que la TGF es un indicador coyuntural habrá que observar el comportamiento de los próximos años para determinar si se trata de una tendencia sostenida, pero, considerando que la reducción anual ha sido constante en los ocho años de la serie estudiada, es factible que la TGF se estabilice en un nivel levemente inferior al reemplazo poblacional o que continúe incluso su camino de descenso.

Cuadro 5. Evolución de la tasa global de fecundidad (Uruguay, 1996-2004)

Año TGF 1996 2.51 1997 2.47 1998 2.30 1999 2.28 2000 2.23 2001 2.20 2002 2.22 2003 2.18

2004 2.08

Fuente: Instituto Nacional de Estadística.

Cabe señalar que se registran profundas diferencias sociales y territoriales en el comportamiento reproductivo uruguayo. Diversos autores han interpretado la escasa reducción de la fecundidad uru-guaya durante la década que transcurre entre 1985 y 1996 como el resultado de comportamientos reproductivos diferenciales de las distintas subpoblaciones (Calvo, 2002; Paredes y Varela, 2005; Pe-llegrino, 2003; Varela, 2004). Enfatizando distintos aspectos, estos

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trabajos señalan que las tendencias de la fecundidad por edad, por nivel educativo, según necesidades básicas o inserción laboral de las madres, presentaron grandes diferencias dependiendo de los sectores considerados. Así, en estos trabajos se concluye que las mujeres con bajo nivel educativo, las que no trabajan y las más pobres, tienen una fecundidad más alta y más temprana que las mujeres que presentan mejores desempeños sociales.

La evolución de la natalidad extramatrimonial

También el contexto conyugal de la reproducción presentó cam-bios de considerable magnitud en esta última década. Durante la mayor parte del siglo XX la proporción de nacimientos ocurridos fuera del matrimonio legal fluctuó entre 20% y 30% respecto al total de nacimientos anuales. Las décadas de 1950 y 1960 constituyen un período de gran estabilidad y baja frecuencia de la natalidad extramatrimonial, cuyo valor permanece casi estático en torno a 20%. Durante los años setenta alcanza promedialmente 23% de los nacimientos y aumenta a 28% en el promedio de los años ochenta. Su crecimiento, que comienza a notarse a partir del segundo quin-quenio de la década de 1980, hace eclosión en la década siguiente, en la que el promedio decenal muestra que 45% de los nacimientos ocurrió al margen de matrimonio legal. En 1990 los nacimientos extramatrimoniales representaban 31.5% del total de nacidos vivos, en el año 2000 ya son el 48%. Si se recuerda el patrón temporal de aumento de las uniones consensuales, resulta evidente que el cre-cimiento de los nacimientos “ilegítimos” es el correlato, en la esfera de la reproducción, de los cambios producidos en el ámbito de las relaciones conyugales.

Cuadro 6. Nacimientos según estado civil de la madre (Uruguay, años seleccionados)

Estado civil Año 1993 1999 2002 Casadas 64.4 47.0 44.4 Solteras 17.8 19.4 19.9 Unión libre 14.7 31.2 33.3 Otro 3.1 2.5 2.3

Total en unión 79.1 78.1 77.8

Fuente: Elaboración propia con base en microdatos de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud Pública.

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En consecuencia, el aumento de la natalidad extramatrimonial no es el resultado de un recrudecimiento de la maternidad “soltera”. Como puede observarse en el Cuadro 6, la proporción de nacimien-tos de madres que están fuera de unión se mantiene estable en los tres años considerados, en cuanto se produce un fuerte descenso de la proporción de nacimientos ocurridos de madres casadas, compensado por el aumento de los nacidos de uniones de hecho.

A partir de este tipo de información no es posible saber en qué medida las parejas legalizan su unión una vez ocurrido el nacimiento, pero sí parece claro que el matrimonio ya no es un requisito nece-sario para dar inicio a la vida reproductiva para sectores cada vez más importantes de la población.

La edad a la maternidad

El aumento de la edad a la maternidad es uno de los indicadores más reveladores del cambio en las actitudes frente a la vida familiar que caracteriza a la STD, en tanto se interpreta como un reflejo de la renuencia de las nuevas generaciones a asumir tempranamente compromisos familiares que puedan interferir con su desarrollo personal. En este sentido, el retraso de la vida reproductiva ha sido visto como el aplazamiento de la etapa de inversión en el cuidado de la próxima generación. En los países desarrollados son excep-cionales los casos en los que la edad promedio al primer hijo está por debajo de los 24 años y en la mayor parte de estas sociedades este indicador sobrepasa los 28 años (Van de Kaa, 2002).

La información provista por las encuestas de hogares y los censos uruguayos no permite evaluar cuál ha sido la tendencia observada en Uruguay en el terreno de la transición a la maternidad. El valor de este indicador puede ser estudiado, sin embargo, a partir de fuentes alternativas, aunque no es posible evaluar su tendencia en la sucesión de generaciones. La ESF reveló por ejemplo que la edad promedio a la maternidad de las mujeres montevideanas que en 2001 tenían entre 45 y 54 años se situaba en los 25.1 años; la encuesta Género y Generaciones, realizada en 2004, mostró que en ese mismo grupo de edad, pero en este caso para el total del país la edad promedio alcanzaba los 24.5 años.

El análisis de las estadísticas continuas de nacimientos permite evaluar las características de las mujeres que tuvieron su primer

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hijo en distintos años calendario.* Debe tenerse en cuenta que esta información no da cuenta del comportamiento de la población fe-menina en general, sino de la edad promedio a la maternidad de aquellas mujeres que pasaron a la condición de madres en cada año seleccionado. Esto es, refleja la edad a la maternidad de las mujeres que efectivamente fueron madres en ese año, pero permanecen inob-servadas aquellas mujeres que no han tenido su primer hijo en ese año, por lo cual el valor obtenido va a ser diferente al observado por las cohortes al final de la etapa reproductiva. De todos modos, si la edad a la maternidad experimenta aumentos entre las generaciones, es esperable encontrar que aumente la edad media de las mujeres que tienen su primer hijo a medida que avanza el tiempo.

En el Cuadro 7 se compara la edad media de las mujeres que tuvieron su primer hijo en 1993 y en 2002. En primer lugar se ob-serva que los cambios han sido muy escasos en el transcurso de la última década, si se considera el total de las madres en cada año. La edad media en ambos años está muy próxima a los 23 años. Se presenta además en este cuadro, la edad media de las madres según el nivel educativo que habían alcanzado al momento del parto. El tipo de información utilizada no permite extraer inferencias acerca de las diferencias de nivel observadas entre estratos en un mismo año calendario, ya que por definición aquellas que tienen su pri-mer hijo en un año dado antes de alcanzar, por ejemplo, los veinte años, no pueden haber completado el nivel terciario. Inversamente, aquellas que al momento de tener su primer hijo habían completado la universidad, deben haber sobrepasado por lo menos los 22 o 23 años. De modo que la comparación sólo es válida si se contrasta el valor de la edad a la maternidad a igual nivel educativo en los dos años considerados. El objetivo es entonces determinar si se registran cambios en el inicio a la maternidad a igual nivel educativo y analizar si estos cambios redundan en el acortamiento o ensanchamiento de las diferencias entre sectores educativos con el paso del tiempo.

* Los microdatos de nacimientos incluyen variables que permiten determinar cuántos hijos nacidos vivos han tenido las mujeres antes del nacimiento que está siendo registrado en ese año calendario.

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Cuadro 7. Edad media de las mujeres que tuvieron su primer hijo en 1993 y 2004 según nivel educativo alcanzado al momento del parto (Uruguay)*

Nivel 1993 educativo Media obs. Media (N)(+) Sesgo Error estándar

Muy bajo 20.8 20.4 21.1 0.006 0.19Bajo 21.6 21.5 21.7 0.257 0.47Medio 25.4 25.3 25.6 -0.015 0.77Alto 28.4 28.2 28.6 0.000 0.11Total 22.9 22.8 23.0 0.001 0.038Nivel 2004 educativo Media obs. Media (N)(+) Sesgo Error estándar

Muy bajo 20.0 19.6 20.4 -0.003 0.193Bajo 21.7 21.6 21.8 0.002 0.051Medio 26.6 26.4 26.8 -0.001 0.087Alto 30.1 29.9 30.3 -0.001 0.102

Total 23.6 23.5 23.7 0.001 0.046

Fuente: Elaboración propia con base en microdatos de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud Pública.

(+) Con 95% de confianza, 1000 replicaciones de tamaño igual al n muestral, utilizando bootstraps.Muy bajo: sin instrucción o primaria incompleta; bajo: primaria completa o secundaria o UTU incompleta; medio: secundaria o UTU completa o superior incompleta; alto: universidad completa.

La comparación de medias a igual nivel educativo revela que entre las mujeres que al momento del nacimiento de su primer hijo nacido vivo no alcanzaron a completar la primaria, la edad promedio de la maternidad ha descendido aunque esta reducción no alcanza a un año. En el estrato bajo, en el que están representadas las madres primerizas que no habían culminado la secundaria, la edad media se mantuvo incambiada, en 21.6 años. Mientras tanto, entre las madres de los estratos educativos superiores se observa una tendencia al aumento en que se produce el inicio de la etapa reproductiva, que alcanza a un año entre las mujeres del nivel medio y supera un año entre aquellas que culminaron la universidad. En resumidas cuentas, el estancamiento de la edad a la maternidad durante este período puede interpretarse entonces como la “suma cero” de los comportamientos de distintos grupos sociales.

En consecuencia, y quizá éste sea el resultado más destacable en lo que refiere al calendario de la reproducción, se ha producido

* En 1993 se produjeron 55.953 nacimientos, la muestra corresponde a 20.635 nacimientos de madres primíparas. En 2004 el total de nacimientos alcanzó a 50.052 y 17.760 fueron nacimientos de primer orden.

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un ensanchamiento de la brecha en la edad a la maternidad entre sectores educativos: si en 1993 la distancia entre el estrato más bajo y el superior era de 7.6 años a favor de las más educadas, en 2002 esta distancia alcanza 10.1 años. Entre las universitarias y aquellas que no completaron la secundaria se ha producido un aumento de la distancia de orden similar. En el gráfico siguiente se presenta la distribución por edad y nivel educativo de las madres en los dos años considerados.

Gráfico 5. Distribución de las madres al nacimiento del primer hijo según edad y nivel educativo (1993 y 2004)

Fuente: Elaboración propia con base en microdatos de nacimientos de Ministerio de Salud Pública.

Edad al primer hijo (Madres 1993)

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15-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44

grupos de edad (años)

%

Edad al primer hijo (Madres 2004)

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%

15-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44

Hasta secundaria incompletaSecundaria completa o superior incompleta Superior completa

grupos de edad (años)

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La edad a la maternidad está en relación con otra serie de tran-siciones anteriores, como la permanencia en el sistema educativo, la entrada al mercado de trabajo y la entrada en unión. Así, el aplazamiento del inicio de la etapa reproductiva está asociado a un mayor nivel educativo de las mujeres, mayores tasas de actividad femenina y también a una mayor estabilidad de las familias (Hobcraft y Kiernan, 1999; McLanahan, 2004).

La dilación en la edad a la maternidad es usualmente tomada como un indicador de bienestar femenino, en el sentido que se interpreta como la renuencia a asumir compromisos familiares en pos de la adquisición de capital educativo y de una inserción más sólida en el mercado laboral. Por otro lado, se entiende que redunda en un mayor bienestar de la situación económica de los niños, en el sentido de que los padres están en mejores condiciones para lograr el acceso a recursos económicos que les permita afrontar los costos de la crianza.

El gráfico anterior revela que los estímulos para rezagar la mater-nidad han influido profundamente la decisión del momento en que interviene el inicio de la etapa reproductiva entre las mujeres más educadas. Entre aquellas que culminaron estudios universitarios se observa que el aplazamiento de la edad a la maternidad ha implica-do un cambio en la forma de la cúspide: diez años atrás la mayoría de estas mujeres concentraban la transición a la maternidad en el grupo 25-29 años, en 2002 la proporción de madres universitarias que tiene su primer hijo entre los 30-34 años es la misma que la observada en el grupo 25-29. Un cambio similar, aunque menos pronunciado, se produce entre las que terminaron secundaria y eventualmente comenzaron estudios de nivel superior, entre estas mujeres la edad cúspide a la maternidad se desplaza desde los 20-24 años hacia el grupo siguiente. A diferencia de las mujeres que lograron acumular mayor capital educativo, no se observan cambios en la edad a la maternidad entre aquellas que no terminaron la enseñanza secundaria.

En resumen, si se relacionan estos resultados con los cambios en la edad al inicio de las uniones, se observa que en el total de la población, durante la última década se ha registrado una tendencia a posponer la edad de inicio de la vida conyugal. Esta tendencia no ha sido acompañada por el retraso en la edad al primer hijo si se consideran las mujeres en su conjunto, con los recaudos que exigen las limitaciones de los datos utilizados para analizar este último in-dicador. Sin embargo, los escasos cambios registrados en el retraso

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a la edad de entrada en unión de las mujeres con menos educación están en línea con la ausencia del retraso a la maternidad entre las mujeres poco educadas. Si bien no resultan llamativas las gran-des diferencias de calendario entre sectores sociales respecto a las transiciones conyugales y reproductivas, sí resulta preocupante que estas diferencias se hayan profundizado, dando lugar a una mayor polarización social en este terreno de la vida familiar.

¿HAY SEGUNDA TRANSICIÓN DEMOGRÁFICA EN URUGUAY?

El análisis de los indicadores relativos a la vida familiar no deja lugar a dudas respecto a la magnitud del cambio que ha tenido lugar en el pasado muy reciente. De la misma manera que ningún demógrafo dudaría en rotular de “transición demográfica” al pasaje de un régimen de altas tasas de natalidad y mortalidad hacia otro caracterizado por niveles bajos de natalidad y mortalidad, la direc-ción y la magnitud del conjunto de indicadores considerados, no dejan dudas respecto a la convergencia de Uruguay hacia la STD. De modo que si nos atenemos a una definición que contemple la STD como la expresión estilizada de la regularidad empírica del cambio familiar de fines del siglo XX, se puede afirmar que Uruguay se ha incorporado a este nuevo proceso de cambio poblacional.

¿Puede decirse que el cambio responde a transformaciones en las “orientaciones de valores” que predice la STD? Es probable que el cambio familiar esté en parte liderado por crecientes aspiracio-nes de autonomía individual y de igualdad de género, de la misma manera que puede decirse que en amplios sectores de la sociedad prevalecen fuertes rasgos patriarcales. Sin lugar a dudas, este pro-ceso tiene lugar en el marco de una sociedad desigual, empobrecida y con crecientes síntomas de exclusión social. Baste considerar las distancias recién señaladas respecto al inicio de la vida reproductiva, las que dan cuenta no sólo de las diferencias en el calendario de las transiciones a la vida adulta, sino de la bifurcación de los modelos reproductivos en función de las oportunidades encontradas tanto en el sistema educativo como en el mercado laboral.

En Uruguay los retornos de la educación fueron particularmente importantes en las dos últimas décadas y han jugado un rol pre-ponderante en la agudización de las brechas de ingreso, si a ello se suma que la tasa de actividad, la precariedad en el trabajo y la informalidad presentan marcadas diferencias en función del nivel educativo (Amarante y Arim, 2003), parece obvio que las transiciones

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que implican el abandono precoz del sistema de enseñanza, compro-meten el bienestar económico de los individuos y de su progenie.*

En consecuencia, si bien las últimas décadas se han caracteri-zado por la elevación de los años de estudio de la población y por el aumento de las tasas de participación laboral femenina, dos tendencias que seguramente favorecieron la expansión de valores igualitarios y fomentaron la autonomía individual, también es cierto que persisten fuertes diferencias sociales y que la pobreza aumentó en los últimos años (PNUD, 2005). Parece entonces innegable que el cambio familiar en Uruguay tiene lugar en un fuerte contexto de polarización social y demográfica.

Sin embargo, ¿significa esto que algunos sectores permanecen inmunes al proceso de difusión de los valores asociados a la STD? En un trabajo reciente sobre la importancia de los factores ideológicos en la adopción de distintos comportamientos familiares en Uruguay (cohabitación, trayectorias conyugales complejas, división sexual del trabajo), Peri concluye que aun controlando por edad, educación y nivel de bienestar económico, se encuentran diferencias significativas en la propensión femenina a adoptar comportamientos modernos en función de sus actitudes frente a la igualdad de género, a la regu-lación institucional de las relaciones conyugales y a la tolerancia a la diversidad sexual. De acuerdo a estos resultados, las elecciones relativas a las formas de conyugalidad no constituyen enteramente respuestas adaptativas al entorno socioeconómico, sino que están mediadas por procesos de conciencia en todas las posiciones de la estructura social (Peri, 2003).

Si bien es necesario contar con más información sobre los cam-bios en las actitudes y valores de la población uruguaya y sobre el significado de las transformaciones familiares en el espectro social, los indicios aportados por la investigación reciente sugieren que existe conexión entre la difusión de ideas menos convencionales y la adopción de nuevos estilos de vida familiar.

Una de las ventajas de asumir que la sociedad uruguaya ha en-trado en un nuevo régimen demográfico, basado en la precariedad de las relaciones conyugales, es que permitirá revisar la pertinencia de los mecanismos institucionales de protección a los diferentes miem-bros de las familias a la luz de la experiencia de los países que han

* De acuerdo a estos autores, en 2002 la tasa de actividad de las personas que habían terminado la primaria era 45.7, frente a 84.8 de las que habían completado estudios universitarios.

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tenido que ajustar sus marcos legales e institucionales en función de los cambios producidos en el ámbito de la familia.

A modo de ejemplo, y para finalizar, baste considerar las conse-cuencias del aumento de las rupturas conyugales sobre el bienestar para amplias capas de la población. La evidencia es unánime res-pecto a que el divorcio tiene consecuencias económicas negativas para la vida de las mujeres y los niños. Para el caso de Uruguay, la vulnerabilidad económica de los niños es quizá uno de los aspectos más preocupantes en un contexto de creciente infantilización de la pobreza (PNUD, 2005). Si bien no hay medios para evaluar cuál ha sido el papel jugado por los cambios en la familia en el aumento de la pobreza infantil, es razonable pensar que la inestabilidad familiar tiende a profundizar las desventajas de los pobres. La pérdida de un aportante (total o parcial) para los hogares pobres, que son además los que concentran mayor cantidad de niños, sumada a la pérdida de economías de escala, es probablemente determinante para la supervivencia de esos hogares.

De acuerdo a las cifras arrojadas por la ESF, 58% de los padres separados no realiza ningún aporte al hogar donde vive su ex cón-yuge y cuanto menor es el nivel de ingresos de los padres, cuanto más precaria su inserción en el mercado de trabajo, menor es la probabilidad de que el padre cumpla con sus obligaciones financieras después de la ruptura (Bucheli y Cabella, 2005; Bucheli, 2003). Se desprende que son las mujeres en peores condiciones económicas las que se ven más perjudicadas por la pérdida de un aportante cuando ocurre la ruptura. Y aunque es improbable que la pensión que trans-fiera un padre con escasos recursos a un hogar que seguramente era pobre antes de la ruptura logre sacar a ese hogar de la pobreza, la evidencia muestra que si el padre contribuye económicamente, sus hijos tienen la misma probabilidad pertenecer a un hogar con bajo nivel de bienestar que los niños y adolescentes que viven en hogares biparentales. Si por el contrario, el padre se desentiende de la manutención de sus hijos cuando deja de convivir con ellos, se duplican sus chances de pertenecer a un hogar con bajo nivel de bienestar económico (Bucheli y Cabella, 2005).

El nivel de incumplimiento en Uruguay no difiere del registrado hace veinte años en los países europeos y en el mundo anglosajón cuando ya era alta la frecuencia del divorcio. En éstos, una propor-ción de varones que variaba entre 50 y 60% desatendía el bienestar económico de sus hijos al interrumpirse su convivencia (Kunz et al., 1999; Meyer, 1996). En estos países se ha revisado la legislación y

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la institucionalidad relativa a las pensiones alimenticias y se han puesto en andamiento una serie de programas de política pública orientados no sólo a mejorar el cumplimiento sino a evitar los riesgos de exclusión del padre cuando ocurre un divorcio. Los resultados han sido variados, pero en muchos de ellos se ha logrado reducir a la mitad el nivel de incumplimiento.

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