Federico Di Roberto-ESPASMO

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FEDERICO DI ROBERTO: ESPASMO. Biblioteca de «LA NACION».B. Aires, 1909 Índice: —El hecho 1 —Las primeras indagaciones 9 —Los recuerdos de Roberto Vérod 28 —Historia de un alma 39 —Duelo 56 —La investigación 69 —La confesión 84 —La carta 97 —Espasmo 100 EL HECHO Todos los que pasaron el otoño de 1894 en las orillas del lago de Ginebra, recuerdan sin duda todavía el trágico suceso de Ouchy, que produjo tanta impresión y proporcionó tan abundante alimento a la curiosidad, no sólo de las colonias de gente en vacaciones esparcidas en todas las estaciones del lago, sino también del gran público cosmopolita, al que los diarios lo refirieron. El 5 de octubre, pocos minutos antes de mediodía, el estampido de un arma de fuego y gritos confusos salidos de la villa Cyclamens, situada en mitad del camino de Lausana a Ouchy, interrumpieron violentamente la habitual tranquilidad del lugar y atrajeron a los vecinos y transeúntes. La villa Cyclamens estaba alquilada a una señora milanesa, la Condesa d'Arda, que la ocupaba todos los años, de junio a noviembre. La amistad de la Condesa con el Príncipe Alejo Zakunine, revolucionario ruso que había sido condenado primero en su país, expulsado en seguida de todos los Estados de Europa y 1

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Novela muy representativa del autor, Federico di Roberto, junto al más conocido Lampedussa, pero anterior, el gran escritor siciliano.

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FEDERICO DI ROBERTO: ESPASMO. Biblioteca de LA NACION.B. Aires, 1909ndice:El hecho 1Las primeras indagaciones 9Los recuerdos de Roberto Vrod 28Historia de un alma 39Duelo 56La investigacin 69La confesin 84La carta 97Espasmo 100

EL HECHO

Todos los que pasaron el otoo de 1894 en las orillas del lago de Ginebra, recuerdan sin duda todava el trgico suceso de Ouchy, que produjo tanta impresin y proporcion tan abundante alimento a la curiosidad, no slo de las colonias de gente en vacaciones esparcidas en todas las estaciones del lago, sino tambin del gran pblico cosmopolita, al que los diarios lo refirieron.El 5 de octubre, pocos minutos antes de medioda, el estampido de un arma de fuego y gritos confusos salidos de la villa Cyclamens, situada en mitad del camino de Lausana a Ouchy, interrumpieron violentamente la habitual tranquilidad del lugar y atrajeron a los vecinos y transentes. La villa Cyclamens estaba alquilada a una seora milanesa, la Condesa d'Arda, que la ocupaba todos los aos, de junio a noviembre. La amistad de la Condesa con el Prncipe Alejo Zakunine, revolucionario ruso que haba sido condenado primero en su pas, expulsado en seguida de todos los Estados de Europa y refugiado ltimamente en el territorio de la Confederacin, era conocida desde tiempo atrs.Los dos amantes se encontraban en la villa el da de la tragedia; y los gritos, del mismo Prncipe Zakunine, junto con la detonacin del arma, hicieron acudir a los sirvientes despavoridos, a cuyos ojos apareci un tremendo espectculo: la Condesa yaca exnime al pie de la cama, la sien derecha perforada por un proyectil, y un revlver cerca de su mano. Y por ms que la vista de la muerte, de la muerte repentina y violenta, sea tal que ninguna otra la aventaje en horror, la presencia de ese cadver no era, sin embargo, lo que produca una emocin ms fuerte, sino el aspecto del sobreviviente. Semejante a una plida azalea cruzada por rayas rojas, el fro rostro de la infeliz, manchado parcialmente de sangre, tena el color de la cera, pero nada en l revelaba las contracciones de la agona: por el contrario, una serena confianza y algo como una sonrisa todava viviente le animaban; Levemente apartados los violceos labios, detrs de los cuales asomaba apenas la perlada lnea de los dientes; abiertos los prpados, las pupilas vueltas hacia el cielo, la muerta pareca estar en xtasis, como si an no hubiese abandonado la existencia del todo, deseosa de poder atestiguar que fuera de la vida humana, en el silencio y en la sombra, haba por fin hallado el bienestar y la alegra. Lvido, desencajadas las facciones, los cabellos en desorden sobre la frente empapada en sudor glacial, loca la mirada, temblorosos los labios, las manos, todo el cuerpo, como si fuera presa de la fiebre, el Prncipe Alejo infunda pavor. Despus de haber pedido auxilio con voz ronca y a gritos, se haba arrodillado junto al cadver y lo abrazaba, ensangrentndose todo, y de su convulsa boca no salan ms que dos palabras breves y montonas:Se acab!... Se acab!...En aquellas palabras, en el desgarrado acento con que las repeta, haba un desconsuelo, una amargura, una desesperacin tan grande, que la muerta no pareca ya merecer tanta compasin como el vivo, como aquel hombre inconsolable, abrumado por el dolor, que pareca, l tambin, prximo a perder el aliento. Y a ratos, cuando sus manos se cansaban de acariciar las manos, los cabellos, las ropas de la muerta, se las llevaba al cuello con ademn violento, cual si quisiera estrangularse: entonces los criados, todas las personas que haban acudido, trataban de consolarle, de arrancarle a ese espectculo cruel; pero l, con mpetu salvaje, rechazaba a todos lejos de s, extenda los brazos, se paraba, y despus de recorrer con paso inseguro, cual si estuviera ebrio, el cuarto mortuorio, volva a desplomarse junto al cadver.La villa estaba abierta para todos; nadie pensaba en impedirles su acceso. De la cercana Casa de Salud haba acudido prontamente el doctor Brard, quien slo haba podido comprobar la muerte instantnea. La noticia se iba propagando rpidamente entre la colonia de extranjeros, y los curiosos afluan a la villa, en especial los que conocan a la Condesa y al Prncipe; pero ninguno poda obtener noticias de lo acontecido, a no ser de los sirvientes. Zakunine pareca sordo y ciego, no reconoca a las personas que se le acercaban, que intentaban estrecharle la mano, ni oa las palabras de psame, las frases de dolorida simpata que le dirigan.Tampoco las respuestas de los criados arrojaban mucha luz sobre el suceso. Refirindose solamente a las circunstancias exteriores de la catstrofe, contaban todos que el Prncipe haba vuelto a la villa dos das antes, despus de una ausencia de algunas semanas; que la seora se haba levantado esa maana ms temprano que de costumbre y haba permanecido como una hora en el terrado, mientras su compaero trabajaba en el escritorio, con una dama que haba llegado como a las nueve; que antes del almuerzo la Condesa haba enviado a la ciudad, con unos encargos, a Julia, la doncella italiana que tena desde haca largo tiempo; que, cuando ya iba el almuerzo a ser servido, el disparo haba hecho estremecer a todos: que del segundo piso, donde estaban las habitaciones de los patrones, se haba lanzado el Prncipe al piso bajo como un loco, pidiendo que se llamara a un mdico, y que todos haban subido precipitadamente al cuarto de la Condesa, donde la extranjera, despus de intentar en vano socorrer a aqulla, haba tratado, igualmente en vano, consolar al desesperado Prncipe.En medio de la confusin pocos haban notado la presencia de la extranjera. Era sta una joven de veinte aos apenas; cabellos de un rubio azafranado, cortos, peinados como los de un hombre; ojos claros y mirada fra; estatura ms bien pequea: estaba vestida de negro de pies a cabeza. Se mantena derecha e inmvil en el ngulo de una ventana, los brazos cruzados, la cabeza inclinada, y casi no se daba cuenta de la curiosidad que su presencia comenzaba a excitar.En el crculo que formaban los ms curiosos de los presentes, estaba la Baronesa de Brne, dama austriaca, gruesa y de baja estatura, la nica de su sexo que haba acudido a la villa, y que miraba fijamente a la extranjera, abrumando al mismo tiempo con sus preguntas a los criados, quienes no sabiendo qu contestar se mezclaban en los grupos a comentar lo ocurrido.Pobre mujer!... Pobre amiga!...exclamaba la Baronesa.Pero por qu?... Cmo ha podido?... Y no ha escrito nada? No han encontrado algo dejado por ella?... Tiene que haber algo... buscando... Muri en el instante?... Sufra, es cierto; pero no tanto que no pudiera resistir!... Era fuerte, una mujer muy fuerte, a pesar de su cuerpecito tenue y delicado... Los dolores morales...Y en voz ms baja, dirigiendo la palabra a un joven ingls de bigotes colorados, ojos azules y frente calva, le insinu:Cree usted que fuera feliz?El interrogado respondi con un ademn ambiguo, que tanto poda significar asentimiento como duda o ignorancia.Y ese pobre Prncipe!...continu la Baronesa, siempre mirando por lo bajo, continuamente, a la extranjera.Es un dolor verle sufrir as... Sera necesario que alguien le persuadiera de que se alejara...Y estas palabras iban encaminadas directamente a la joven desconocida; pero como sta no contestara, la Baronesa propuso:Por qu no ponen por lo menos el cadver sobre la cama?Hablaba desde el grupo formado en torno del cadver, y, al ver que los circunstantes, aprobaban sus observaciones, pidi y obtuvo que la dejaran pasar. Entonces se acerc al Prncipe, que estaba en ese momento apoyado contra la cama, los brazos colgando, contradas las manos y los extraviados ojos todava vueltos hacia la muerta.No podemos dejarla as... deseamos ponerla sobre la cama... Quiere usted?Pero l no contest, ni pareci siquiera haber odo, y al ponerle la Baronesa una mano en el hombro, tembl como sacudido por una corriente magntica: su mirada extraviada, perdida, desconsolada expresaba una angustia tan pavorosa, que la locuaz seora se encontr por un momento con que le faltaban las palabras.Qu desgracia!... Qu dolor!...dijo turbada.Pero hay, sin embargo, que tener fuerza suficiente para resignarse al destino!... Doctoragreg, volvindose hacia Brard, que se acercaba en ese momento al Prncipe.Desearamos retirar de all el cadver... Me figuro a ratos que la pobrecilla sufre en el suelo!... Y a toda esta gente, no se la podra pedir que se alejara?S... cierto...contest el doctor vacilante y sin saber qu hacer.Pero antes de resolver nada, hay que esperar la llegada de los magistrados...Se les ha avisado?Aqu llegan.Efectivamente, el murmullo de las voces acababa de extinguirse en la sala contigua, y en ese instante entraba el juez de paz del circuito Lausana, el comisario de polica, un mdico y dos gendarmes.Lo primero que hizo el juez fue ordenar que se alejara a los indiscretos del cuarto mortuorio y de la sala, y cumplida esta orden, los gendarmes se colocaron en la puerta que comunicaba aquella sala con el otro saloncito, para impedir que la gente volviera. Slo quedaron con el cadver, la extranjera, el doctor Brard, y su colega de la polica, a quien explicaba la inutilidad de toda curacin y la rapidez de la muerte; la Baronesa de Brne, que sin que nadie se lo pidiera, informaba de lo sucedido al juez; ste, el Prncipe y el comisario.A qu se atribuye su funesta resolucin? No haba algo que la hiciese prever?pregunt el juez; y la Baronesa, no obstante ser incapaz de callarse, por esa vez se limit a encogerse de hombros y mirar al Prncipe, para significar que ste era el nico que poda contestar.Zakunine se pas una mano por la frente, como si se despertara de un profundo sueo, y dijo:S, haba que preverlo... Yo he debido preverlo...Sufra mucho?Sufra tanto... tanto!...respondi el Prncipe, con una entonacin de tristeza tan profunda, que el mismo magistrado se sinti conmovido.Estaba enferma?pregunt el juez al doctor, despus de un breve silencio.S: de una afeccin del pecho.Saba lo que tena?Sin duda. No era posible ocultarle nada. Era tan inteligente y valerosa, que las mentiras compasivas eran intiles con ella.No se poda tener esperanzas de salvarla?Su enfermedad era de aquellas sobre el desenlace de las cuales no cabe engao, pero que mediante un rgimen apropiado permiten vivir an largos aos.Entonces no es la enfermedad lo nico que la ha impulsado a matarse?No es lo nicorepiti como un eco el Prncipe Alejo.Muy curiosa, casi cmica, era durante aquel triste interrogatorio la actitud de la Baronesa de Brne, la cual, ya que no poda hablar apretaba los labios, mova los ojos, sacuda la cabeza, inclinaba todo el cuerpo, como si sucesivamente repitiera las preguntas del juez y confirmara las respuestas del mdico y del Prncipe, para hacer ver que ella haba previsto las unas y las otras, y advertir por seas que tambin ella tena una observacin que hacer. Y de vez en cuando interrumpa:Eso es!... Asimismo!... Exactamente!... Y teniendo los sentimientos religiosos que tena...Cules eran?pregunt el juez.Pocas mujeres he conocido de una fe tan slida y ardientecontest el doctor.Es cierto?...interrumpi otra vez la Baronesa.Parece increble lo grande que era su fervor! Yo tengo motivos para saberlo. No daba un paseo sin que su trmino no fuera una iglesia. Sus excursiones preferidas eran en el distrito de Echallens, a Bretigny, a Assens, a Villars-le-Terroir, a causa de las iglesias catlicas que encontraba por all.Los domingos y fiestas pasaba largas horas aqu, en San Luis, arrodillada hasta que le faltaban las fuerzas... Y esa era la observacin que yo quera hacer a usted: que es por dems increble cmo, con tanta fe, ha podido hacer lo que ha hecho.El Prncipe no hablaba. El temblor nervioso que al principio le sacuda iba calmndose; la convulsa, violenta, pavorosa expresin de su rostro lvido y de sus ojos enrojecidos se iba transformando: plido, agotado, sin fuerzas, pareca l tambin prximo a caer.Estaba sola cuando se mat?Sola.Habl usted con ella esta maana?S; habl con ella.Estaba triste?Mortalmente.Podramos ver si ha dejado algo escrito.La Baronesa dio una palmada y exclam:Eso es lo que yo he dicho desde el principio!El comisario, a una seal del juez, se puso a buscar.Pocos muebles haba en el cuarto de la muerta. La cama, un ropero con espejo, una cmoda, un pequeo escritorio colocado contra la ventana, en plena luz, y en un ngulo una mesita de trabajo, era todo lo que formaba el menaje. Sobre el escritorio haba dos pilas de libros ingleses con cubiertas blancas; una caja de papel de cartas; una bombonera antigua, y un saco de viaje. En la mesita de trabajo y en el velador haba ms libros. El comisario los registraba uno por uno, abra los cajones de los muebles, ninguno de los cuales estaba cerrado con llave, y despus de echar una ojeada a los objetos de elegancia femenina de que estaban llenos, los volva a cerrar. En el escritorio estaba la correspondencia de la difunta, en cajas de cartn bastante viejas y una cartera llena de valores italianos y franceses as como algunos miles de pesos en monedas de oro y plata. En el fondo de la gaveta de la derecha encontr el comisario un estuche en forma de libro forrado en terciopelo negro, y cerrado con una minscula llave: ya iba a abrirlo, cuando el Prncipe dio un paso hacia l, diciendo:Ese es un libro de memorias... el diario de su vida...Por el tono en que haca esa indicacin, por la actitud de toda su persona, pareca que quisiera defender contra las miradas indiscretas el pensamiento ntimo de su pobre amiga; pero la Baronesa de Brne exclam, aproximndose al juez, que ya haba tomado de las manos del comisario el libro extrado por ste de su negra caja:All precisamente se puede encontrar algo!...Tambin la cubierta del libro era negra, con broches de plata, como un libro mortuorio y su sola vista expresaba la tristeza y el dolor que deban haber amargado la vida de aquella desventurada. El juez recorri rpidamente las tapas: la letra era ms bien grande, delgada, poco acentuada, elegante y de una nitidez admirable. Casi las tres cuartas partes del libro estaban escritas. El juez consagr su mayor atencin a las ltimas pginas; pero despus de haber ledo, dej caer la cabeza y:No se entiendedijono es una confesin...Mientras tanto, el comisario continuaba sus investigaciones en una pequea habitacin contigua al cuarto de vestirse, donde otro ropero, el lavatorio y los bales ocupaban todo el lugar disponible. Pero tampoco all encontr ninguna carta. Entonces volvi al dormitorio, lo atraves, y entr en la sala: all el registro fue an ms breve o intil, pues aparte del divn y los sillones, slo haba una mesa llena de menudos objetos de uso, y luego el piano, sobre el cual se vea un cuaderno con composiciones de Pessard. Ya el comisario volva sobre sus propios pasos, cuando un ruido de voces, exclamaciones de angustia le hicieron regresar; los gendarmes, obedientes a las rdenes que haban recibido, impedan la entrada a una mujer vestida de obscuro, que llevaba en la cabeza el velo negro de la gente del pueblo lombardo.Ah, seor! Ah, seor!...exclamaba la mujer, juntando las manos, el flaco rostro surcado por ardientes lgrimas.Quiero verla!... Verla una vez ms!... Mi patrona... mi buena patrona! Ah, seor, verla!...Era Julia, que en ese momento volva de la ciudad. Bajita y delgada, algo entrada en aos, pareca anonadada por la angustia.Dejadla pasarorden el magistrado, a quien la Baronesa explicaba que, sirvienta de la Condesa durante muchos aos, esa mujer haba gozado de toda su confianza.Y cuando entr, sollozante y lacrimosa, juntas las manos, y se adelant hacia el cadver, el mismo estremecimiento nervioso de antes volvi a sacudir el cuerpo del Prncipe; en su rostro volvieron a leerse aquel desfallecimiento de terror, aquel pavoroso dolor, como si la vista de una persona cara a la muerta, su presencia all, hicieran recrudecer su tormento. Ya no miraba al cadver sino a la desconsolada mujer, y pareca querer acercrsela, juntarse con ella, como para unir los dolores de ambos, para hablarla de la muerta, para orla hablar de ella. Todos, hombres de justicia, mdicos, hasta la misma Baronesa se sentan impresionados por la ansiosa actitud de aquel desdichado: slo la extranjera permaneca inmvil y rgida, impasible y casi sin mirar a nadie.Lo deca y lo ha hecho!... Ha hecho lo que deca!...gema la mujer junto al cadver.Deseaba la muerte, la llamaba... Ah, pobrecilla!... Ah, seores!... Y me mand afuera, me mand... para estar libre... para que no se lo leyese en la cara! Ah, si hubiera estado junto a ella!... Cuntas veces, pobrecita, cuntas veces, rog a Dios que la hiciera morir!... Y se ha matado!...repeta con voz an ms afligida, como si hasta ese momento hubiera podido dudar y esperar, y de repente recibiera la confirmacin indudable de semejante desgracia. Se ha matado!... Est muerta! Seor! Seor!...La Baronesa se pas la mano por los ojos, suspir y atrajo hacia su pecho a la criada.Basta, basta, pobre mujer!... No hay ms remedio que conformarse!... Clmese usted!.... Basta!... Lo mejor es que diga usted a estos seores, a la justicia, adonde la mand, a usted? A qu la mand?A la ciudad, a pagar unas cuentas... a comprar cosas... Yo no s ms... Pareca, cuando se levant de la cama, como si quisiera ir conmigo... despus cambi de opinin, y me mand...La dio a usted alguna carta? Sabe usted si escribi alguna carta, anoche o esta maana?Anoche no: esta maana. Esta maana escribi una carta.A quin estaba dirigida?A sor Ana.Quin es sor Ana?pregunt el magistrado, que haba dejado pacientemente a la verbosa seora formular el interrogatorio.Sor Ana Brighton, su antigua maestra inglesa.Dnde est?No s. En el sobre estaba el nombre del lugar, un nombre extranjero.Usted tampoco sabe esa direccin?pregunt el juez, volvindose hacia el Prncipe Alejo.La ignoro, pero...Su ansiedad pareca ir calmndose. Ya iba a decir algo, cuando se volvi a or en el fondo de la sala a los agentes de polica que impedan la entrada a alguien. Pero esa vez la inesperada persona no se lamentaba, no lloraba; con voz vibrante, irritada y casi imperiosa, deca:Djenme pasar!... necesito entrar, les digo!...Al mismo tiempo que el comisario iba a ver quin era, Brard y la Baronesa de Brne se acercaban a la puerta.Vrod!exclam la Baronesa al ver a un joven alto, corpulento, de cabellos negros y bigote rubio, que decidido a forzar la consigna, entr a prisa cuando los guardias, a una sea de su superior, se hicieron a un lado. Pero despus de haber realizado su intento y avanzar rpidamente los primeros pasos, el recin venido pareci de pronto titubear, vacilante: la irritacin que le encenda el rostro fue cediendo ante la confusin y la angustia. Al llegar al umbral y ver al cadver se llev una mano al corazn, se recost contra el marco de la puerta, intensamente plido, a punto casi de desmayarse.Nuestra pobre amiga!exclam otra vez la Baronesa, tendindole la diestra, cual si quisiera confortarle, infundirle valor.Quin lo habra dicho!... No parece un sueo?... Pobre, pobre amiga!... Matarse as...Pero el joven se repuso, y avanzando un paso ms dijo con fuerte voz:No.Un movimiento de inquietud y estupor pas por entre los presentes.Qu dice usted?pregunt el juez, acercndose a Vrod y mirndole fijamente en los ojos.Digo que esta seora no se ha matado. Digo que ha sido asesinada.Su voz resonaba de manera extraa, pareca que hablara en un lugar vaco, tan glacial era el silencio que reinaba en torno suyo, tan suspensos y sorprendidos se encontraban los nimos de todos los presentes. El Prncipe Alejo, erguido, inmvil, alta la frente, miraba tambin fijamente a su inesperado acusador.Cmo puede usted asegurarlo?pregunt an el juez.Lo s.Cules son las pruebas que tiene usted?Ninguna prueba material. Todas las certidumbres morales.Quin cree usted que la ha muerto?El joven extendi el brazo, seal con el ndice al Prncipe y la extranjera, y dijo:Todos los presentes volvieron las atnitas miradas hacia los acusados.En el primer momento la fisonoma del Prncipe Zakunine haba permanecido sin expresin; pareca que ste no hubiera odo, o que no hubiera comprendido; pero, poco a poco, una amarga e irnica contraccin de los labios, un encogimiento de las cejas sobre los ojos de pronto hundidos y casi risueos, animados por una risa casi dolorosa, revelaron la sensacin de estupor, de incredulidad y en cierto modo de diversin, que tan inopinado cargo despertaba en su nimo. En cuanto a la desconocida, segua con los brazos cruzados sobre el pecho, mirando al acusador, sin que su rostro de estatua despertara desdn ni estupor.Antes de decir nada contra alguienrepuso el juez en tono de amonestacines preciso estar cierto de lo que se dice.Si no estuviera cierto no habra hablado.Qu inters puede haber armado el brazo de estas personas?El joven rompi a hablar con una violencia que en vano trataba de contener.La maldad del alma de uno y otro, el placer salvaje de hacer mal, de destruir una vida, de derramar sangre. La voluptuosidad de poner fin con la muerte al largo martirio que han infligido a esa infeliz.La voz le temblaba, sus manos tambin estaban trmulas, sus ojos estaban preados de lgrimas. Pero a la emocin que aquellas palabras haban producido en los circunstantes, sucedi de improviso otro sentimiento de verdadero pavor, cuando el Prncipe, acercndose a su acusador, el puo tendido, las facciones contradas, clav en l una mirada dura, rencorosa, y le apostrof as:Loco! Qu dices?Los dos hombres se miraron cara a cara. Aceros afilados y agudos, aceros que despedan centellas eran las miradas de ambos. Parecan querer uno y otro penetrar con ellas hasta el alma.El juez y el comisario se vieron obligados a interponerse.Diga usted de dnde viene su certidumbre!intim el primero.De todo, de todo! De los sentimientos de esta criatura, que yo conoca y apreciaba; de la cristiana resignacin, de la anglica bondad de su alma. De la conducta de estos dos, de sus instintos sanguinarios, de su complicidad en el mal a que viven consagrados. Nadie que la haya conocido creer nunca que sea ella misma quien se ha dado muerte.Pregntenlo a quien quieran, pregntenlo a todos... digan ustedesagreg dirigindose a los criados, que se miraban azorados: deseaba provocar en el acto el testimonio de los presentesdigan ustedes que la conocieron, que poseyeron su afecto, si es posible, si es creble...El juez le interrumpi, clavando otra vez en su rostro una mirada escrutadora:Esta mujer ha dicho lo contrario: ha declarado que su patrona ha intentado otras veces matarse; que esta maana la alej deliberadamente y que hoy no ha hecho ms que poner en prctica un propsito antiguo y firme.Usted cree eso?exclam el joven desconcertadousted ha dicho eso?La mujer no contest. Miraba en torno suyo, extraviada, como ausente; pareca no comprender ni ver.De quin era esta arma?la pregunt el magistrado.Suya.Poda alguien tomarla? Dnde la tena?Encerrada, escondida.Ve usteddijo otra vez el juez, volvindose hacia el jovenque nada confirma sus acusaciones? Insiste usted en ellas?El magistrado hablaba con gravedad, casi en tono de desdeoso reproche por la ligereza de que el joven daba pruebas. Pero ste, despus de un momento de silencio durante el cual se pas una mano por la frente y lanz en su derredor una mirada de duda, contempl una vez ms el cuerpo exnime que yaca en el suelo, las formas rgidas de la muerta, el rostro ms blanco an que al principio, sobre el cual las manchas de sangre iban perdiendo su color purpreo al secarse, la boca todava entreabierta, los ojos fijos, ya no en xtasis, sino tremendos; y entonces, extendiendo el brazo, repiti con voz sorda y agitada:Atestiguo que esta mujer ha sido asesinada. Pido que se me deje hablar con el juez de instruccin.

LAS PRIMERAS INDAGACIONES

Francisco Ferpierre, juez de instruccin adscripto al tribunal cantonal de Lausana, era muy joven: todava no tena cuarenta aos. Una cultura legal solidsima, mucha ciencia de la vida y del corazn humano, una natural aptitud para la observacin, que en el ejercicio de su profesin se haba convertido en genial clarovidencia y casi en presciencia inerrable, eran circunstancias reunidas para hacer de l una de las mejores autoridades de la magistratura helvtica. Y, sin embargo, su primera vocacin haba sido otra.Amante de las letras, haba comenzado a cultivarlas, descuidando por ellas en un principio, los estudios legales como intiles e ingratos, y llegando hasta a alimentar una especie de rencor hacia su familia, que lo exhortaba a seguirlos. Escribiendo versos de amor y prosa de novelas, ejercitando la divina y creadora facultad de la imaginacin, era como pensaba conquistarse la gloria, desdeoso y para nada necesitado de compensaciones ms reales. La muerte de su padre, sostn de la numerosa familia, le despert de su sueo. Comprendi entonces que su deber era sustituir a su padre y de la noche a la maana dijo adis a la fantasa y a la fbula, para dirigir su actividad por un camino ms positivo. Sus primeros trabajos no le haban sido intiles del todo: el hbito de la investigacin contrado al reflexionar sobre argumentos ficticios, lo haban hecho hbil para desentraar los misterios con que lucha la justicia. Haba comenzado a estudiar la vida en los libros, y gracias a ellos poda comprender sin gran trabajo, cmo era en realidad.La profesin poltica y la judicial son sin duda las que mejor y con ms rapidez permiten conocer a los hombres; pero hay casos en que el hombre poltico es presa de alguna de las mismas pasiones que presume poder juzgar en los otros, mientras que el magistrado, indiferente, sereno, extrao a los intereses que ve agitarse en torno suyo, est ms que cualquier otro en situacin de leer en el libro del corazn. Y Ferpierre, despus de haber dado libre desahogo en los artsticos trabajos, de su primera juventud a sus pasiones vivaces, haba comprendido a tiempo todo cuanto hay de exagerado, de falso y malsano en una concepcin demasiado amplia y potica de la existencia, y como sus sentimientos haban llegado a ser ms austeros, ms severos eran por consiguiente sus juicios. El antiguo fondo moral de la raza helvtica, la seriedad y la tristeza acumuladas en el corazn de la raza por efecto de la contemplacin de los gigantescos Alpes; la rigidez casi ingrata de aquel protestantismo que excluyera de Ginebra durante un tiempo la msica por ser un arte demasiado voluptuoso, se despertaron en l despus de los primeros ardores, y a la ligereza algo intencional del joven poeta, sucedi la rectitud inflexible del hombre maduro.Ferpierre se senta, por lo tanto, animado de una secreta desconfianza contra los personajes del drama de Ouchy, que le fue narrado por el juez de paz en la villa Cyclamens, adonde haba acudido al primer llamamiento. La muerta le inspiraba mucha lstima, cierto, pero si resultaba cierto que ella misma haba querido abandonar la vida, tan merecedora sera del reproche como de la compasin. Adems, los vnculos que la haban ligado con el Prncipe Zakunine estaban fuera de la ley, y su amistad con Vrod estaba contaminada tambin. Sin haber todava visto al acusador, con slo or su nombre, crea el magistrado reconocer en l a Roberto Vrod, el escritor ginebrino que viva desde muchos aos antes en Pars y de all esparca por el mundo sus libros llenos de amargas enseanzas. De modo que, si no se engaaba, ese personaje deba serle conocido ntimamente: Vrod haba entrado quince aos antes en la Universidad de Ginebra, cuando Ferpierre segua el penltimo curso de leyes, y un crculo de estudiantes les haba contado a ambos en el nmero de sus socios durante dos aos. Pero por qu vea el joven en la muerte de la Condesa un asesinato y se empeaba en vengarlo, sino porque haba sido rival del Prncipe, es decir, amante de la difunta? La actitud de soberbio desafo de la extranjera, la certidumbre de que tambin ella deba estar afiliada al nihilismo, haba predispuesto en su contra al juez de paz; pero toda la severidad de Ferpierre se acumulaba sobre la cabeza del Prncipe.Desde largo tiempo atrs conoca su reputacin. Saba que, dueo de uno de los primeros nombres y de una de las ms cuantiosas fortunas de su pas, haba sido desterrado por complicidad en una conspiracin contra la vida de un general. Saba que, desterrado, haba continuado conspirando con mayor empeo, que haba llegado a ser uno de los ms temibles directores del partido revolucionario europeo, que una condena de muerte penda sobre su cabeza. Y saba tambin que, no obstante que en apariencia la obra poltica del rebelde absorba toda su actividad, todava dispona de tiempo para llevar una existencia llena de aventuras galantes, pasando de un amor a otro, recompensando con el dolor del abandono y la traicin a las desventuradas incapaces de resistir a sus seducciones. Y por ese rebelde sanguinario, por ese indigno don Juan, se haba dejado seducir la Condesa d'Arda!... Pero, en fin, habra la Condesa querido morir, para no presenciar la ruina de sus sueos de amor fiel, o haba sido asesinada por el Prncipe y la nihilista?Ferpierre, desconcertado y confuso ante aquel misterio, discuta estas y otras cuestiones con el juez de paz en la villa, la misma tarde de la catstrofe, despus de haber ordenado la traslacin del cadver a la sala de autopsias, y el embargo de todos los papeles que se encontraron en la villa Cyclamens. En la suposicin de que el amor o el capricho del Prncipe por la Condesa hubiera concluido, bastaban el desagrado, el fastidio, o si se quiere, la desinteligencia, el desacuerdo para explicar el homicidio, si acaso se haba cometido un homicidio? La razn aducida por el acusador y referida a Ferpierre por el juez de paz, es decir, la maldad de los nihilistas, careca de valor mientras no se encontrara acompaada de un mvil ms particular y eficaz. Destruir una vida por el solo placer de destruirla, no era propio de nihilistas, sino de locos. Se necesitaba, pues, que los asesinos hubieran sido impulsados por una pasin o por cualquier inters. Quizs si las maldades que la Condesa vea urdir al Prncipe, las conspiraciones en que saba estaba mezclado, la sangre que, segn oa decir, se derramaba por obra suya, haba aterrado a la pobre mujer, y deseosa de impedir que perseverara en su labor tremenda, poda haber sorprendido alguno de sus secretos, o un secreto que, no fuera suyo: habra entonces, la rgida disciplina de la secta misteriosa, armado el brazo de aquel hombre y de su cmplice? El juez de paz atribua a esta suposicin algn fundamento; pero a Ferpierre le pareca, si no del todo inadmisible, por lo menos poco probable.Ms admisible era que, si exista un delito, se tratara de un delito de amor. No habra el Prncipe muerto por celos a la Condesa, enamorado nuevamente de ella despus de haberla dejado de amar? Y de quin poda haber estado celoso, sino de ese Vrod que se mostraba tan afligido de la muerte de la Condesa, y asuma, sin que nadie se lo pidiera, el papel de acusador y de vengador? O no sera ms bien la extranjera quien haba cometido el crimen, celosa del amor que tena por la italiana el hombre que ella amaba?... El delito, quien quiera que fuese el culpable, cualquiera que fuese el mvil, no poda tampoco haberse consumado sin que entre el asesino y la vctima hubiera habido una lucha, aun cuando hubiera sido muy breve; pero ni en el cuarto mortuorio ni en la persona de la muerta se hallaba el menor vestigio de esa lucha. De la posicin del arma, la empuadura hacia fuera, y el can apuntando al cadver, deducan, los doctores que si la Condesa se haba matado, deba haberse hecho el tiro estando parada: de ese modo el revlver, al caer al suelo, se haba dado vuelta. Y aunque no pareca muy natural que la infeliz, contrariamente a lo que hacen todos los suicidas, hubiera escogido esa posicin para ultimarse, la circunstancia de ser suyo el revlver y haberlo tenido oculto, exclua la suposicin de que un asesino hubiera podido servirse de l. Adems, el revlver estaba mal cerrado y en la cada se le haba salido una cpsula cosa que se explicaba perfectamente de parte de una mujer poco prctica en el manejo de las armas, de una suicida cuyas manos deban temblar por otras razones; pero que en un asesino sera inexplicable.Mas para detenerse sobre una hiptesis cualquiera, era necesario todava esperar el resultado de la autopsia; y mientras tanto, Ferpierre, que haba establecido en el comedor de la villa su gabinete para la necesaria averiguacin en el lugar del suceso, orden que hicieran entrar a Vrod.Cuando el joven se present a Ferpierre, ste vio en la palidez de su rostro, en la angustia de su mirada, en la turbacin de su actitud, la confirmacin evidente de que Vrod deba haber estado vinculado con la difunta por un sentimiento a la par muy fuerte y muy delicado, y en el instante, reconoci en l, sin la menor vacilacin, al estudiante del curso de letras, por ms largo que fuera ya el tiempo transcurrido desde la poca en que ambos eran condiscpulos. Y al verlo record tambin la frecuencia con que lo haba encontrado en el crculo universitario ginebrino, durante dos aos seguidos, y record igualmente que entre ellos no haba mediado una sola palabra de simpata. La ndole triste de Vrod se haba revelado desde aquellos das lejanos, en las discusiones juveniles con los camaradas: ninguno de los sentimientos a que Ferpierre haba obedecido sucesivamente, ni los entusiasmos poticos, ni el severo deber parecan inteligibles a esa alma cerrada. Se acordara l tambin de aquellas antiguas relaciones? Haba pedido ver al juez instructor por qu saba quin era? Iba a darse a conocer?Usted ha querido hablarmedijo Ferpierre mientras se diriga mentalmente estas preguntas y pona en orden en la mesa los papeles, secuestrados en la habitacin de la muerta y del Prncipe;aqu me tiene usted. Y ante todo su nombre, su edad?Roberto Vrod, treinta y cuatro aos.Es usted Vrod, el escritor?S.Nacido en Ginebra, domiciliado en Pars?S.O el joven no le reconoca, o no quera decirle que le reconoca.Bueno. Cules son las pruebas que quiere usted comunicarme?No solamente Vrod no estaba ya seguro de s mismo, como al principio, sino que de acusador pareca haberse convertido de improviso en acusado, tan grande fue su confusin al or la pregunta que el juez le haca. Guard silencio por un momento, trat de decir cualquier cosa, y luego, arrepentido y ms vacilante que nunca, se acerc al juez y le tendi la mano.Si usted supiera, seorle dijo con voz insegura y sumisa,qu tumulto de sentimientos agita mi corazn, cunto miedo tengo de hablar, cunto necesito confiarme a su indulgencia, a su discrecin, para decirle lo que tengo que decirle!Con tanta delicadeza y sinceridad formul su invocacin, que Ferpierre se sinti conmovido. Pero todava no quiso provocarlo a que se hiciera reconocer, esperando ver si l mismo aluda a las relaciones que los haban unido en otros tiempos. Solt los papeles y estrechando la mano que el joven le tenda con tanta ansiedad como si quisiera, agarrarse a l, contest:Con eso no hara ms que cumplir con mi deber; pero hagamos algo mejor: olvidemos nuestras respectivas condiciones y confese usted no al magistrado, sino al hombre.Gracias, seor! Mucho le agradezco sus bondadosas palabras!... Al magistrado no tendra, efectivamente, mucho que decir, ni conseguira probablemente comunicarle, faltndome las pruebas materiales, mi conviccin moral...Y al hombre?Al hombre... al hombre le preguntar: cree usted que quien ha soportado una vida siempre tenebrosa, huya de ella cuando ve que por fin resplandece la luz? que quien ha sufrido con resignacin, en silencio, puede exasperarse, rebelarse contra una esperanza imprevista?El juez le escuchaba con la cabeza inclinada, sin mirarlo, y de pronto no contest.Pero alzando luego la vista y fijndola en Vrod, se puso a su vez a interrogarle:Tena usted mucha intimidad con la difunta?El joven no respondi. Lentamente los ojos se le llenaron de lgrimas.No debo, no, decirlo...murmur con voz ahogada.A nadie revelar un secreto que no es mo... que no es del todo mo... Y hasta creo, mire usted, que a ella la lastimara, que ella me prohbe decirlo.La amaba usted?S.Sus lgrimas se haban detenido, su mirada expresaba el orgullo y la alegra, una altiva felicidad.S; con un amor que puede ser confesado, alta la frente, delante de cualquiera. Por qu lo habra de negar?Y ella le amaba a usted?S!... Y el mundo no sabe, jams sabr, lo que fue nuestro amor. El mundo es triste, y a poco andar la vida lo amarga todo. Pero nada, ni un acto, ni una palabra, ni un pensamiento contamin una sola vez ese sentimiento que nos haca vivir.De modo que al Prncipe no le faltara razn de estar celoso?A la expresin de soberbio gozo que animaba el rostro de Vrod, sucedi un amarga contraccin de desdn.Celoso?... Para estar celoso habra debido amarla! Y si la hubiera amado fielmente, a ella sola, me habra ella amado a m?Ferpierre se qued estupefacto ante la manifestacin de semejante idea. O conservaba un mal recuerdo de las verdades brutales e ingratas de que Vrod haba sido apstol desde joven, o el pesimista, el escptico se haba convertido.Pero entonces en qu estado se encontraban las relaciones del Prncipe con la Condesa?sigui preguntando mientras tanto.No cabe duda de que hubo un tiempo en que se amaron!Usted sabe, seor, que este nombre, el nombre de amor, se da a tantas cosas diversas: a nuestras ilusiones, a nuestros caprichos, a nuestra codicia... Si; ella le am, con un amor que fue ilusin y engao. Le am porque crey ser amada por l, por l, que solamente sabe odiar!Cmo fue, entonces, que no llegaron a separarse?Por la parte de l s: l quiso separarse. Se lo dijo, le ech en cara, como un reproche, su fidelidad, y varias veces la abandon. Pero ella no quiso reconocer que se haba engaado, o lo reconoca nicamente en su interior, y, pensando que los engaos se pagan, que hay que sufrir las consecuencias del error, acept el martirio.Podra usted precisar en qu consisti ese mal trato?Quin podra referirlo punto por punto? Todos sus actos, todas sus palabras envolvan una ofensa, un agravio.Cmo lo saba usted? Quin se lo dijo?No ella, seor! Nunca o de sus labios una queja contra ese hombre!... Yo lo supe, lo o personalmente... Haba conocido al hombre en Pars, muchos aos atrs, antes de que estuviera con ella, y saba lo que vala. En esto no estaba solo, pues todo el mundo sabe lo mismo que yo a su respecto.Se encontr usted con l alguna vez despus de haber conocido a la Condesa?Nunca. El ao pasado ya pareca haberla abandonado para siempre, y ahora, despus de su vuelta, no lo he visto sino de lejos, una o dos veces.Qu sabe usted respecto a lo que ella pensaba de su actividad poltica?Que eso no fue uno de los dolores menos crueles de la infeliz.Ignoraba ella, cuando lo encontr por primera vez, los fines que persegua?No s... no creo... Pero si acaso supo que lo haban desterrado de su patria y condenado a muerte, buena y sensible como era, debi temblar de compasin por l. Y si l la dijo que su sed de sangre no era otra cosa que amor a la libertad y a la justicia, caridad hacia los oprimidos y sueos de perfeccin, el alma de la desventurada, ignorante del mal, debi seguramente inflamarse de entusiasmo y admiracin.Cree usted que el desengao le haya sobrevenido muy pronto?Muy pronto... y demasiado tarde! S!Cundo la conoci usted?El ao pasado.Dnde?Aqu, en el Beau Sjour.Todava no haba alquilado la villa?S, pero pas algunas semanas en el hotel.Dnde viva en invierno?En Niza.Entonces el ao pasado ya no estaban juntos?No.Y ahora, haca poco tiempo que l haba vuelto a unrsele?En estos ltimos meses.Esa mujer, esa joven, podra usted decirme quin es?Una compatriota y correligionaria suya.Conoce usted la naturaleza de sus relaciones?No, pero no es difcil adivinarla.Sera ella tambin su querida?Se asombrara usted de ello? No sabe usted que estos vengadores de la oprimida humanidad aman el placer, lo buscan, tienen mucho gusto en asociarse al deber?La manera de expresarse del joven era ms y ms amarga cuando hablaba de aquellos que en su concepto deban haber deseado la muerte de la criatura adorada por l.De modo que, supongamos, que esa joven sea querida del Prncipe. Habr, por celos, asesinado a la Condesa? Pero, de quin poda haber estado celosa? No de la Condesa, a mi parecer, porque sta no amaba ya al Prncipe sino a usted. Ni tampoco ciertamente del Prncipe, que no amaba ya a la Condesa, sino a ella!... Y l mismo, siendo esta la condicin de las cosas, qu motivo habra tenido para cometer ese delito?... Por otra parte, usted ha invocado el testimonio de la criada para confirmar su acusacin. Cmo se explica usted que esta mujer, apenas viera el cadver, dijera que su patrona, al matarse, haba puesto en prctica un antiguo propsito?Eso no le prueba a ustedexclam el joven, sin contestar directamente a la pregunta, si no formulando el a su vez una nueva interrogacin,eso no le prueba a usted en qu abismos de desesperacin haba cado? No es cierto que para que, inspirada y sostenida siempre por una fe como la suya llegara a hablar de darse la muerte, la vida deba habrsele hecho odiosa o intolerable?... S, hubo un momento en que dese morir. Yo mismo o de su boca la tremenda palabra. Pero eso fue un momento, y no ahora... Debo decir a usted cul era la esperanza que despus nos mantena a ambos... el sueo divino de una felicidad?...Ahogado repentinamente por los sollozos, le fue imposible proseguir. Y el juez, a cada momento ms impresionado al ver que la fisonoma moral del joven era muy distinta de la que l le haba atribuido guindose de sus propios recuerdos y de la reputacin que aqul tena, examinaba mentalmente la eficacia de la prueba moral que por fin precisaba el acusador.Si era cierto lo que deca, si la muerta le haba amado, la acusacin pareca ya menos improbable. Que el sentimiento del ms all hubiera debido impedir matarse a aquella mujer, era cosa que Ferpierre crea hasta cierto punto; pero que un sentimiento ms humano, enteramente humano, hubiera podido disuadirla de su funesto propsito, no le pareca improbable. La calidad de los motivos a que el hombre obedece es muy diversa, y en la jerarqua de los sentimientos la fe tiene el puesto ms alto; pero, en la prctica, sus virtudes no estn en relacin con el grado que ocupan en esa escala ideal, y con mucha frecuencia pueden ms, no solamente las pasiones inferiores, sino hasta los nfimos instintos. Contra los dolores insoportables, contra la necesidad de inquietud y reposo, el sentimiento religioso que prohbe la muerte voluntaria puede ser ineficaz; el amor, la esperanza de satisfacer una pasin esencialmente vital, reconcilian ms prontamente con la vida.Pero qu vala aquella presuncin? Cmo servirse de ella para inculpar a dos personas?Usted comprenderrepuso el magistrado cuando vio calmarse la angustia de Vrod,la necesidad que me obliga a hacerle ciertas preguntas que le sern dolorosas. Me parece haber comprendido bien el sentimiento en fuerza del cual la Condesa, a juicio de usted, habra permanecido con un hombre con quien ya nada la ligaba. Quera aceptar, casi sufrir, no es cierto? como un castigo merecido, hasta el ltimo, las consecuencias de su error... Pero si eso le haba sido posible antes de conocer a usted, cmo no recuper su libertad el da que otra esperanza la sonri?S, por qu no la recuper?replic Vrod, como hablando consigo mismo.Usted no sospech el motivo?Ella misma me lo dijo.Y fue?...Que ya no se crea, no se senta libre... El compromiso que haba contrado un da al aceptar la vida comn con ese hombre, era para ella un compromiso sagrado... No quera pasar de un hombre a otro... Ni yo tampoco la quera de esa manera...Era creble el escrpulo que manifestaba Vrod? Un hombre enamorado que se siente amado conoce obstculos por el cumplimiento de sus anhelos? Cierto es que en las almas capaces de abrigar ideas generosas y escrpulos delicados, tienen stos y aqullas mucha fuerza, principalmente en los comienzos de la pasin, y de las mismas declaraciones del joven resultaba que su amor estaba en la base inicial. Despus, se presentaba tan distinto de lo que deba ser segn su reputacin, hablaba con un acento tan profundamente triste, haba en su voz un temblor tan vecino del llanto, que Ferpierre no quiso sospechar de su sinceridad.Pero entoncesreplic,si esa seora le amaba a usted y no se crea libre; si por una parte quera y por otra no poda romper un vnculo ya mortificante para ella; si el nuevo amor en que se concentraba su sola razn de continuar viviendo le estaba vedado por escrpulos morales, ese mismo argumento que usted aduce para reforzar su acusacin, no se vuelve en contra de sta? La esperanza que habra debido sostener a esa mujer no se habra convertido ms bien, en un nuevo y ltimo motivo de desesperacin?Cmo?... Por qu?...balbuce Vrod, aturdido.Digo que, querindole a usted esa seora y no pudiendo amarle sino a costa del respeto que se tena a s misma, no encontr en el amor que usted la tena el consuelo que usted dice. Por el contrario, ese fue su dolor extremo, la razn definida que tuvo para abandonar la vida.Como si el joven no hubiera comprendido al principio, o le pareciera haber comprendido mal, miraba a su interlocutor con ojos despavoridos, y en toda su actitud, en sus labios entreabiertos, en su respiracin breve y precipitada, en el tembloroso ademn con que alzaba el brazo y se oprima el pecho con la mano, se vea como si de repente hubiera sentido el corazn atravesado por un dolor agudsimo.Yo?... Yo?... Dice usted que por causa ma?... Yo la he muerto?... Oh!Y, ocultando la cara entre las manos, sofoc un grito de dolor sobrehumano.Ferpierre se vio obligado a guardar silencio, no tanto por discrecin como porque sinti una inslita turbacin. Haba ido all a instruir un proceso y mientras tanto asista a un drama. El espectculo de las pasiones le era habitual, pero la casualidad lo pona en ese momento en presencia de una alma con la que lo unan los recuerdos de la juventud despertados de improviso. El hombre que estaba all con l no era solamente el antiguo compaero con quien en otros tiempos haba tenido frecuentes conversaciones, era tambin uno de los ms claros ingenios de su poca. La naturaleza de este ingenio no le haba inspirado simpata, y aunque no hubiera descubierto, como acababa de descubrir, cun poco se asemejaba el hombre al escritor, esa misma rivalidad intelectual que mediaba entre ambos lo turbaba, lo substraa de su ordinaria indiferencia, de la necesaria serenidad. Y ante aquel dolor se senta conmovido, cuando precisamente tena necesidad de toda la lucidez de su espritu para estudiar la acusacin.Pero, una vez que el joven estaba abrumado por la sospecha de haber sido l mismo la causa involuntaria del suicidio de la Condesa, era necesario, no solamente hacerle creer que esa sospecha no era inverosmil, sino tambin dejar que lo atormentase como un remordimiento. Sin embargo, el juez, en su fuero interno, no quera atribuirle an demasiado valor. Faltando como faltaban las pruebas materiales, no era posible formarse una opinin sino sobre meras inducciones, y entre la afirmacin de Vrod, de que la Condesa no haba podido darse la muerte cuando la luz de un nuevo afecto iluminaba su tenebrosa vida, y la sospecha contraria, de que la misma imposibilidad de obedecer a este sentimiento la hubiese revelado la incurable desdicha de su propia existencia cul de las dos mereca ms crdito?Avezado al ejercicio de su facultad de anlisis en casos muy dudosos y obscuros, el juez no se haba sentido an confuso; pero, sin embargo, en vez de discutir entre s las varias hiptesis, haca todo lo posible por distraerse, por impedir que una de stas, contra su voluntad, echara races y le estorbara la exacta percepcin de la verdad. Saba Ferpierre que la vegetacin de las ideas es mucho ms rpida que la de ciertas plantas que en breve tiempo extienden en torno suyo un bosque de ramas frondosas, y que la opinin, por ms que su vida parezca depender de la voluntad, y cesar bajo la influencia de la opinin contraria, es sin embargo tenacsima y a veces resiste a los mayores esfuerzos.As, Vrod, que pareca tan confuso y anonadado, se alz bien pronto al impulso de una viva reaccin.No!...dijo bruscamente, alzando la cabeza y sacudindola con ademn de protesta.No!... No es posible!... Eso no puede ser!...Si hubiera muerto por m, no me lo habra dicho, no me habra dejado una palabra, la palabra de su dolor, un saludo, un adis?... Ayer habl con ella, y nada, nada poda hacerme sospechar que tuviera la idea de la muerte, al contrario!... No!repiti con voz que se iba haciendo ms firme a medida que su convencimiento iba reforzndose:No! Ella no se ha matado! Ha sido asesinada!Usted no lo cree porque no sabe, porque no la ha conocido!... Usted tiene necesidad de tocar con las manos para creer; pero yo estoy seguro de que aqu se ha cometido hoy un infame delito. Y me comprometo confundir a los asesinos, a vengar a la muerta. Deber de usted es no creer nada por ahora; de averiguar, de ayudarme a buscar las pruebas que hacen falta. Ellas existen, y yo las encontrar!Tanto mejor!contest Ferpierrey puede usted estar cierto de que tambin yo las buscar, de que las busco!...Y antes de dejarse persuadir por la fuerza de aquella fe, despidi a Vrod y dio orden de que hicieran entrar a la joven desconocida.Su nombre?le pregunt.Alejandra Paskovina Natzichet.Nacida en?...Cracovia.Cuntos aos?Veintids.Qu profesin?Estudiante de medicina.Domicilio?Zurich.La joven contestaba con voz breve y tono seco casi sin or las preguntas.Cmo se encuentra usted en esta casa?Vine a hablar con Alejo Zakunine.A hablarle de qu?De cosas que no interesan a la justicia.O que la interesan mucho!La joven no contest.Es usted su correligionaria?S.Vino usted a hablarle de asuntos polticos?Nuevo silencio.El juez aguard un momento la respuesta, y en seguida continu lentamente:Advierto a usted que las reticencias podran perjudicarla.La nihilista manifest su indiferencia encogindose de hombros desdeosamente.A quin acusa usted? A m, o a Alejo Petrovich, o a ambos?Me parece que usted quiere invertir los papeles! A usted le toca contestar. No es usted otra cosa que correligionaria del Prncipe?No comprendo.Es usted tambin su querida?La joven mir a su interpelante con ojos inflamados, casi con expresin de ira, pero no dijo una palabra.Tampoco a esto quiere usted contestar? Voy a hacerle otra pregunta: Dnde estaba usted en el momento de la muerte de la Condesa?En el escritorio del Prncipe.Y l dnde estaba?Conmigo.Conoca usted a la muerta?Nunca habl con ella.Hoy la vio usted?No.Saba usted que haca aos que viva con su amigo, que le amaba, que se amaban?Al prolongar el juez esta pregunta, en la cual haca especial hincapi a fin de leer en el nimo de la nihilista, no quitaba los ojos de los de sta. Pero la joven contest, impasible:S.Saba usted que estaban celosos el uno del otro?No.Tena usted conocimiento de que, despus de haberse amado, estuvieran por largo tiempo en desacuerdo?No.Qu hizo usted cuando oy la detonacin?Acud.Esta respuesta llam la atencin de Ferpierre. Si era verdad que el Prncipe y ella haban estado juntos, por qu no contestaba: Acudimos?Sola?le pregunt.Con l.Y estaba muerta?Expiraba.Por qu se habr matado?No lo s.Qu dijo el Prncipe?Llor.Cuntas veces ha venido usted a esta casa?Dos o tres veces.No desagradaban a la difunta esas visitas de usted?No s.Conoce usted a Vrod?No s quin ser.La persona que denuncia el asesinato.No lo conozco.El juez ces de interrogarla.La ignorancia de usted es demasiado grande. Ya procuraremos ayudarla a usted a acordarse. Mientras tanto, permanecer usted a disposicin de la justicia.La joven se march, alta la frente, impasible como haba estado durante todo el interrogatorio, y Ferpierre, contemplndola mientras se alejaba, reflexionaba que por ese lado nada sabra.Ya haba tenido ocasin de conocer a ms de una de esas eslavas de alma misteriosa, de esas jvenes que en la flor de la edad, tras de estudios ms que severos, persiguen con frreo corazn un trgico ideal, y por l, para asegurar su triunfo, no solamente saban desafiar y vencer toda clase de resistencias y obstculos, sino tambin sacrificar la vida. La obscuridad que rodeaba el suceso, en vez de disiparse, iba condensndose; el juez senta impaciencia por hallarse cara a cara con aquel que deba ser seguramente el principal actor.Cuando el Prncipe entr en la habitacin, el magistrado observ atentamente su persona. Era sin duda uno de los hombres ms hermosos que Ferpierre haba visto en su vida: alto, robusto, gil, las mejillas encuadradas en una barba rubia y sedosa, los cabellos castaos algo enrarecidos junto a la frente, con lo que sta pareca ms ancha; el cutis blanco, algo plido y como macerado, cual sucede en los descendientes de las razas ms selectas; los ojos azules, la mirada profunda bajo el puro arco de las cejas; la nariz aguilea, el ademn nervioso, los vestidos elegantes, todo el porte verdaderamente principal.Al verlo, cualquiera habra reconocido en l al gran seor y al hombre galante, nadie al revolucionario. Su semblante, primero descompuesto por la desesperacin en presencia del cadver de la amiga, despus por la ira causada por la acusacin de Vrod, se haba calmado y llevaba el sello de una profunda tristeza.Usted es el Prncipe Alejo Petrovich Zakunine? Dnde naci usted?En Cernigov, en 1855.Ha sido usted condenado alguna vez?Fui condenado, por conspiracin; a relegacin en Siberia; despus he sido graciado y expulsado de Rusia.No ha sufrido usted una condena ms grave?Todos los sucesivos castigos que se han dictado contra m se han confundido en la pena capital, por alta traicin y regicidio.Ya ha odo usted de qu le acusa Vrod.A estas palabras, la sangre enrojeci el rostro del Prncipe, y sus ojos volvieron a brillar.Qu contesta usted?Zakunine se oprimi la frente con las dos manos, como queriendo reprimir su clera, y luego dijo:Es cierto...Confesaba? Se declaraba culpable? Reconoca haberla asesinado? El juez casi dud de haber odo bien, tan inverosmil le pareca que aquel hombre se contradijera de un momento a otro; pero su duda fue de corta duracin, pues el Prncipe precis as su pensamiento:Es cierto... Yo la he muerto... Por m ha muerto.Hablaba lentamente, inmvil, con voz tan sorda, que el juez le oa apenas.Ha sido muerta por usted, por su mano?Qu importa? Yo soy responsable...Importa muchsimo, por el contrario, y creo que no necesito explicarle a usted la diferencia!... Usted confiesa haberla empujado al suicidio, no haberla muerto materialmente? Cmo, por qu la empuj usted al suicidio?Porque yo era indigno de ella. Porque la ofend.No la amaba usted ya?No la amaba.Y sin embargo la llora usted?Efectivamente, en su voz haba lgrimas. Y como dejara sin respuesta la pregunta del juez, ste repuso:Quera usted abandonarla?La abandon.Por qu volvi usted a su lado? La amaba usted todava algo? La tena usted lstima?Tanta!Ella le am a usted mucho?Como yo la am un tiempo.Fueron felices?Los ojos del Prncipe se enrojecieron.Todava le amaba a usted?Por toda respuesta el Prncipe movi la cabeza lentamente, con desesperacin.Le dio a usted motivos de celos?A esta nueva pregunta contest con un gesto dudoso.Saba usted, s o no, que alimentaba un nuevo afecto?Lo supona.La reproch usted alguna vez su amistad por Vrod?Al or el Prncipe este nombre, frunci el entrecejo y se estremeci otra vez.Nocontest con voz sorda.Qu puede impulsar a Vrod a acusarle a usted?No s.El dolor? Los celos?Seguramente.Cunto tiempo tenan las relaciones de usted con la Condesa?Cinco aos.Era libre cuando la conoci usted?S, libre. Viuda.Dnde la encontr usted?En Aberdeen, en Escocia.Cuntos aos tena?Veintinueve.Ahora o entonces?Ahora.Nunca pensaron, ni siquiera en los primeros tiempos, en unirse legalmente en matrimonio?Yo desconozco esa ley.Ella no sufra con una situacin que para sus sentimientos cristianos deba ser inmoral y punible?Haba contrado el compromiso ante su Dios.Viviendo con ella, durmiendo bajo el mismo techo, conocindola ntimamente, es imposible que no haya visto usted prepararse la catstrofe.Yo no viva ya con ella. Vena a verla de vez en cuando.Entonces, dnde tiene usted su domicilio?En Zurich.Cundo lleg usted?Anteayer.Nada le hizo a usted sospechar su desesperado propsito?Not que sufra ms que de costumbre.Alguna vez le propuso a usted separarse?Nunca.Qu pensaba de las ideas polticas de usted, de sus actos?La idea de la reivindicacin humana la entusiasmaba, los actos la repugnaban.Quiso alguna vez impedir a usted que cometiera esos actos? Intent disuadirle de sus trabajos?Muchas veces.De qu modo?Dicindome que en el amor, no en el odio, est el remedio.La pona usted al corriente en sus secretos polticos?En un tiempo.Y ahora no? Trat ella alguna vez de sorprenderlos?Oh! Nunca!Qu relaciones existen entre usted y Alejandra Natzichet?Pensamos del mismo modo.Trabajan juntos en la propaganda?S.Tena la difunta motivos de estar celosa de esa joven?Ninguno.No est usted vinculado con ella por otra cosa que un ideal comn? No mienta usted: as sabremos la verdad.Afirmo que nada ms nos liga.Su acento pareca sincero.No poda ser que, sin que usted lo supiera, la joven le amara y eso haya hecho que est secretamente celosa de la Condesa?El interrogado tard un instante en contestar.Nodijo por ltimo.Dnde estaba usted cuando oy el disparo?En mi cuarto.En su cuarto de dormir?En el escritorio.A qu hora precisa ocurri el suicidio?A las once y tres cuartos.Qu hizo usted al or el tiro?Acud.Su compaera acudi despus?pregunt el juez, tratando de dar a su voz un tono de cansancio y casi de fastidio para ocultar la importancia de la pregunta.Acudi conmigo.Ambos, en el primer momento, haban contestado en singular, cuando lo natural era que hubieran dicho: Acudimos. Ferpierre conceda cierta importancia a este hecho, del que le pareca poder deducir que no haban estado los dos juntos, como lo aseveraban. Pero cul de los dos se encontraba con la Condesa? Quin menta? Sobre quin recaan las sospechas?Usted recuerda cundo compr el arma la difunta?La gan en una rifa, hace tiempo.Y las cpsulas?Las compr despus, queriendo ejercitarse en el tiro.Entonces, resumiendo: la Condesa se ha dado la muerte por causa de los dolores que usted le ha ocasionado; porque, desposada con usted sin ceremonia ritual, no poda soportar su abandono? Pero, y si amaba a otro?... Usted ha confesado que sospechaba su nuevo amor... Por qu haba de matarse si amaba a otro? De quin podan venir los obstculos e impedimentos para su nueva felicidad?De ella misma.Qu quiere usted decir?Sus sentimientos sobre el deber, el respeto, la honradez eran elevadsimos.Si usted sospechaba que quera matarse, cmo no le quit esa arma?No lo sospech.Su doncella ha dicho, por el contrario, que lo que ha pasado era de prever!Ella gozaba de su confianza; yo no.Es creble, puesto que usted era la causa de sus penas!... Pero nunca le previno a usted la criada? Nunca le dijo que tuviera cuidado?No.Ahora vamos a or lo que ella dice.El magistrado se haba decidido de repente a ponerlos el uno en presencia de la otra.Recordando Ferpierre el relato del juez de paz, segn el cual el Prncipe, a la llegada de Julia Pico, se haba turbado, ponindose otra vez a temblar nerviosamente y a respirar con ansia, pensaba que tal vez Alejo Zakunine hubiese visto en la mujer una acusadora, y que de all proviniera su turbacin. Pero nada en su expresin revelaba, al anuncio del careo a que iba a ser sometido, que la prueba le pareciera temible.La doncella estaba en el cuarto mortuorio, prestando al cuerpo de su patrona, antes de que se lo llevaran, los ltimos servicios piadosos; despus de haber lavado la sangre de la frente y la mejilla, le haba arreglado los cabellos y cruzado las manos sobre el pecho, poniendo entre ellas un rosario. La pobrecilla no vea lo que haca, tan espeso era el velo de lgrimas que le cubra los ojos. A su lado estaba la Baronesa de Brne, tratando tambin de hacer algo, cuidadosa y locuaz, y cuando llamaron a la criada, poco falt para que la siguiera.Dos, tres veces tuvo Ferpierre que repetir sus preguntas a la pobre mujer, a tal extremo se encontraba sta trastornada por el dolor. Julia Pico, de cuarenta y cinco aos, nacida en Bellano, en las mrgenes del lago de Como, estaba en el servicio de la Condesa d'Arda desde la niez de sta, cuando viva en la casa paterna en Miln.Usted ha dicho que en patrona manifest varias veces el propsito de morir?S.Desde cundo?Desde hace mucho tiempo... ms de un ao.Nunca habl usted de ese peligro al amigo de la Condesa?S.Como si no hubiera odo esta afirmacin, que desmenta las del Prncipe, ni ste se hallase presente, el juez continu interrogando a la criada sin siquiera volverse hacia el acusado.Cundo se lo comunic usted? En qu circunstancias? Procure usted precisar.El ao pasado, un da en que el seor se fue... La seora le rog mucho que no la dejara sola... Pero l se march, y entonces la seora llor mucho, mucho, y habl de la muerte... Cuando el seor volvi, yo le dije que tuviera cuidado con lo que ella pudiera hacer.Qu tiene usted que contestar a esto?dijo con frialdad Ferpierre, volvindose hacia el Prncipe y mirndolo fijamente.No recuerdo el hechorespondi ste sosteniendo firmemente la mirada del juez.He confesado mis faltas, esta mujer me habl alguna vez de ellas, y sin duda quera sealarme el peligro, pero nunca me dijo con claridad lo que crea tener razn de temer.Todava en los ltimos tiemposrepuso el juez dirigindose a la mujerhablaba de su propsito?No.Cmo explicaba usted este hecho? No tena siempre las mismas razones de quejarse?El seor la trataba mejor desde haca algn tiempo.Es cierto lo que dice?No es cierto. Si yo hubiese reconocido ante la Condesa mis faltas, si la hubiera pedido que me excusara, todava estara viva.Zakunine haba bajado la vista; hablaba con un acento de remordimiento tan sincero que Ferpierre se sinti impresionado. El dicho de la doncella de que su patrn haba comenzado a tratar mejor a la Condesa, y el de haber ste negado tal cosa al principio, e insistir despus en su negativa, perseverando, por el contrario, en culparse, hacan que la acusacin fuera pareciendo menos fundada. Y entonces, siguiendo los argumentos de Vrod, habra que volver las sospechas hacia el lado de la joven estudiante? Querra el Prncipe demostrar que se trataba de un suicidio, para salvar a su compaera de fe poltica?Qu pensaba su patrona de esa mujer que estaba en la casa, de la Natzichet?No s. No la vea.Pero tena conocimiento de sus visitas? Estas le desagradaban?No se...El juez crey ver que la presencia del acusado impeda a la criada hablar libremente.Djenos usted solosdijo a Zakunine.Cuando ste desapareci, inclinada la cabeza por la puerta donde vigilaban los gendarmes, el juez se acerc a la criada.Oiga ustedla dijo en voz baja, pero con vivacidad y en tono de persuasin confidencial;nos encontramos en presencia de una grave duda. Mientras las apariencias demuestran que la patrona se ha matado, hay quien asegura que ha sido asesinada. Nadie mejor que usted puede ayudar a la justicia a descubrir la verdad. Usted crea que ella misma se haba quitado la vida: ahora que conoce usted la acusacin, no duda usted?La mujer junt las manos, indecisa, confusa.Qu podra decir yo, seor!... Esto es espantoso!... Yo no s.Qu piensa usted de su patrn? Lo cree usted capaz de haber cometido un delito como ese?La mujer vacil durante un momento, pero luego contest resueltamente:No.Por qu cree usted que no?Quera mucho a la seora cuando se conocieron. La quera locamente. La consol tanto de sus dolores!Qu dolores?La seora sufra, estaba mortalmente dolorida. En el espacio de pocos meses haba perdido a su padre y a su marido, se haba quedado sola en el mundo. Tambin el seor Conde muri de una manera espantosa, aplastado por un tren.Pero despus la trat mal el Prncipe?S; ofendi sus creencias; la abandon; pero eso no es una razn para sospechar tan horrible cosa.Se acuerda usted cundo, cmo y por qu comenzaron los malos tratos?En Italia, cuando el seor fue expulsado de nuestro pas.Cunto tiempo hace de eso?Hace dos aos. Haba sido tan grande la esperanza de que all fuera ms bueno, y ms suyo!..Notaba usted disputas entre ellos?No precisamente disputas... La seora, cuando quera algo, rogaba; el seor la dejaba hablar, no contestaba, y despus haca lo que se le antojaba.Le engaaba con otras?No s. Quin podra saber lo que haca en las largas temporadas que estaba ausente?Ha dicho usted que desde hace poco la trataba mejor. Cunto tiempo hace de eso?Tres o cuatro meses.Cmo not usted ese cambio?Vino a buscarla despus de una ausencia muy larga, cuando yo crea que no iba a volver nunca.Vena de Zurich?Creo que de Zurich.Se qued mucho tiempo?Pocos das, pero despus volvi muchas veces, estando nosotros en Niza y aqu. Pareca otro. Pareca temerla.Cmo se explica usted tal cambio?No sabra decirlo. Sin duda, al verla tan triste y enferma, reconoca haber procedido mal.Fjese usted bien en la pregunta que voy a hacerla: qu era para su patrona el seor Vrod?... Dgame usted lo que sepa. Es necesario descubrir la verdad, castigar a los culpables, si los hay, vengar la muerte de esa pobre seora, en el caso de que haya sido asesinada. Querra usted que los asesinos quedaran impunes?Voy a decir a usted lo que yo cre comprender. La pobrecilla no me habl nunca de l. Slo una vez me dijo:Qu amable es el seor Vrod, no es cierto?...Yo comprend que su compaa, su amistad le eran muy gratas, por ms que a veces evitase el encontrarse con l.Cmo era eso?No s; pero a veces pareca que hasta le tuviera aversin. Pero aquello pasaba pronto...Tema, quiz, que el seor Vrod, como todos los hombres, llegara a la larga a no tratarla con la delicadeza que al principio?No lo creo. Es tan bueno el seor Vrod! Sin duda tema algo, s, pero...Qu tema?Se tema a s misma.Entonces, si la Condesa abrigaba esa simpata, y en el caso de que el Prncipe, como usted, la hubiera notado, no cree usted que cuando comenz a tratarla mejor fue por miedo de perderla, celoso de Vrod?La mujer abri los brazos y mene la cabeza.No podra decirlo, seor.De la rusa, de esa estudiante, qu piensa usted?... Qu vena a hacer aqu?Yo no s, porque, siempre se encerraba con el seor en el escritorio.Cuntas veces ha estado aqu?Tres o cuatro veces.Nunca sospech usted que hubiera entre ellos una relacin muy ntima... que ella fuese su querida?...No podra decirlo. Un da...Qu?La vi besar la mano al seor.No oy usted lo que decan?Hablaban en ruso. Yo no poda entender.Hagamos una suposicin. Admitamos que esa mujer amara al Prncipe. No es verdad que entonces habra tenido celos de la Condesa?La criada contest con una ambigua expresin del rostro, que tanto poda significar ignorancia como asentimiento.Sin embargo, si conoca su desunin, esos celos no habran sido muy justificados...insinu Ferpierre, oponindose a s mismo esta objecin, pues en su esfuerzo por ver claro en aquel misterio expresaba todas las ideas que se le iban presentando.Saba la rusa que entre los patrones de usted haba discordia?No podra decirlo.Habra notado que el Prncipe trataba mejor ltimamente a la difunta?No s, seor.Y si lo hubiera notado amando al Prncipe, no podran los celos haber armado su brazo?La criada no contest, casi comprendiendo que el magistrado, ms que interrogarla, no haca sino hablar consigo mismo, pensar en alta voz.

LOS RECUERDOS DE ROBERTO VROD

El sol se pona. Detrs de la cadena del Jura, los rayos de oro que hendan las nubes aglomeradas sobre las cumbres, semejaban un inmenso trofeo de espadas. El lago, hacia la ribera occidental, pareca una inmensa pizarra; despus, verde como un estanque por entre las orillas bajas y boscosas de San Sulpicio, recuperaba todo su color azulado all lejos, en la alta cuenca cerrada por los Alpes, cuyas nieves se inflamaban con los ltimos fulgores del astro. Dos velas inmviles, cruzadas como dos alas sobre el agua inmvil tambin; una tenue lnea de humo por el lado de Collonges, y ningn otro signo de vida. En medio del silencio infinito, lejanos toques de campana anunciaban que una vida acababa de extinguirse.Al Cielo, a la tierra, a la luz, Roberto Vrod peda cuentas de aquella vida. A ratos llegaba a perder la conciencia de la increble verdad: ante el espectculo que tantas veces haba admirado junto con ella, le pareca tenerla an a su lado; pero despus, tornando la mirada ansiosa, la soledad lo aterraba, el horror pesaba ms y ms sobre l. Y andaba, andaba, sin saber adonde, ansioso de respirar: la inmovilidad lo habra ahogado. En la cuesta de Lausana, ms all de la Cruz, lo pas un carruaje. Y entonces se detuvo, temblando.En ese camino, en ese sitio, a esa misma hora, la haba visto por la primera vez: un ao antes, un da que erraba por esos lugares, haba pasado ella en carruaje, quin sabe si en ese mismo que acababa de dejarlo atrs. Y su imagen resurgi vivsima, con una luz que lo deslumbr.Qu haca l en aquel tiempo? En qu pensaba? Cules eran sus esperanzas? Su existencia no tena objeto; era una existencia vaca, gris. Treinta y cuatro aos, ninguna arruga en la frente; pero cuntas arrugas en el alma! El recogimiento en la reflexin, el asiduo examen interior, el inveterado instinto y la obstinada necesidad de mirar dentro de s mismo, lo haban envenenado. Vuelve jams la gota de agua a parecer lquida perla despus de que el ojo armado de una lente ha visto dentro de ella un mundo horrible?Vrod se haba contemplado demasiado a s mismo con el pensamiento, y las cosas, y la belleza, haban perdido para l todo su encanto, y lo que cuesta el gozo lo saba ya demasiado, y la esperanza se haba consumido en su pecho. En otros tiempos, en edad ms temprana, se haba sentido orgulloso de su facultad para el examen como de una verdadera potencia; pero los aos le haban hecho ver que en aquello estaba precisamente su desgracia. En el mundo de las ideas, los horizontes extremos, las altas cimas le eran familiares; en la vida prctica, sus pasos eran menos firmes an que los de un nio. Y cuando intentaba una reaccin contra esa impotencia, reconoca que su voluntad era ineficaz para conseguirla, que se encontraba condenado a una vida infecunda. Nacido en la confluencia de tres civilizaciones, procedente de una raza, en la cual se haban confundido demasiados elementos tnicos, atrado en diversos sentidos por los instintos hereditarios y por los conceptos adquiridos, vea que no poda gustar otros goces que los del rido pensamiento.Haba vivido: pero cmo? Como el visitante de un cosmorama que creyera en algn momento estar delante de los espectculos representados en ste; es decir, a sabiendas de que estn pintados en cartn, Vrod no crea en la vida. Los insensibles objetos, las inanimadas obras de arte pueden ser iluminadas, pero siempre quedarn como son, fras, mudas, inertes; as haba amado l a las criaturas vivientes. Y en cuanto al sentimiento, en un tiempo haba soado, no en cambiar la naturaleza de las cosas, porque ello era imposible, pero s en ser comprendido de alguno de sus semejantes; y porque jams ese sueo se haba realizado, una expresin de soberbia lo haba persuadido de que tena una alma distinta de las dems, de que vala ms que los otros. Y su soberbia haba sido castigada con la espantosa soledad que lo rodeaba. Entristecido ms an por efecto de la soledad, una idea subsecuente le haba demostrado que, sin embargo de valer las criaturas humanas, poco ms o menos, las unas tanto como las otras, todas estn condenadas a no entenderse jams.As, con esa fe desesperada, con la amarga complacencia de haber sabido comprender la estril verdad, haba vivido aos, y estas opiniones se reflejaban demasiado fielmente en su arte, que era negador, fro y amargo. Proclamando que la vida es un engao, que no hay distincin entre los sentimientos del nombre consciente y las ciegas potencias de la Naturaleza, que todo se reduce en el mundo a un mecanismo impasible, no crea tener ya razn de vivir y su vida era una continua muerte. Refrenaba todas sus tentaciones, comenzando por la de morir, y con el furor de un iconoclasta, destrua dentro de s todas las imgenes de las cosas y de los seres. Aos haca que viva as, cuando ella se le apareci.Y all la volva a ver, en el carruaje que suba lentamente la cuesta, acompaada de otra dama: sus miradas se cruzaron rpidamente. Su aparicin lo haba dejado aturdido: qu blanca, qu plida estaba! qu cansada pareca! Y qu deca esa mirada?La misma noche la haba vuelto a encontrar en la Casa de Salud, donde un mdico amigo trataba de persuadirlo de que, con un poco de agua tibia sobre las espaldas, se curan los males del espritu. Otro era el remedio que l necesitaba! Ni las duchas, ni el aire, ni el ejercicio de los msculos podan nada contra su dolor. Y otra vez, en el terrado de la Casa de Salud, haba pasado por delante de ella, ms de cerca, y por mucho que ese encuentro hubiera sido tan rpido como el primero, haba tenido tiempo de notar que su extenuada belleza se haba reanimado e iluminado de improviso. Qu deca esa mirada?...Las sombras surgan ya ms densas de la cuenca del lago. Las nubes, antes doradas, se haban puesto grises, y slo en algunas fajas cobrizas y violceas se vea que la luz no haba muerto del todo. Un reflejo de aquellas coloraciones daba al agua estancada los tonos de una lmina metlica. Las rpidas faldas de los montes saboyanos parecan caer a pique sobre el lago, y las cimas se destacaban negras sobre el claro fondo del hielo, como cortndola. Vrod ech nuevamente a andar, anhelante.La proximidad de la noche lo aterraba. Qu iba a hacer en la noche? De da, por lo menos, adonde quiera que volviese los ojos, vea algo que le hablaba de ella, y volvi a verla como tantas veces la haba visto, baada por los ltimos reflejos del sol, contemplando inmvil el mudo espectculo de la puesta del sol; y contena la respiracin y el paso, como antes en presencia del cuerpo viviente, temeroso de verla desvanecerse, de perderla. Y haba desaparecido, se haba desvanecido, la haba perdido! Cuntas veces le haba oprimido el corazn ese sentimiento de pavor! Era aquel un ser hecho para la vida terrenal? Cuntas veces la haba odo decir, hablando de lo futuro, de lo que deba hacer tal da: S estar todava en el mundo!... Y Vrod se detuvo sin poder ver nada ms, los ojos cargados por el llanto, y su dolor era tan agudo e inefable, que casi se converta en una mortal voluptuosidad. El llanto haba sido la voluptuosidad de ese amor: el gozo, la esperanza, la compasin, el miedo, el dolor, todo lo haba hecho llorar.La impresin que sintiera al verla por primera vez haba sido tan fuerte, que de pronto no haba podido darse cuenta de toda su hermosura. Consista su mayor seduccin acaso en la gracia lnguida y casi vacilante de su cuerpo alto y delgado, o en la pureza de las lneas del gracioso rostro, de la frente tersa como si fuera obra de un escultor, coronada por copiosos cabellos negros que le descendan en dos bandas por las sienes y la daban un parecido con la Virgen, o en la dolorosa dulzura de la mirada, en la expresin profunda de una alma ansiosa?Una contemplacin ms atenta le haba hecho comprender despus que todos esos detalles juntos formaban el evento de su persona; pero entonces tambin haba visto que aquella belleza no era durable. Haba das, haba horas, en que la flacura de las mejillas pareca demasiado grande: todas las lneas del rostro se alteraban, como prximas a desfigurarse; la tez, no iluminada en esos momentos por la llama interior, se pona lvida, la mirada apareca velada y casi ciega. Pero esos repentinos apagamientos que no parecan ms que las declaraciones de una belleza demasiado grande y casi fuera de lo humano, le haban hecho temblar de miedo a l, pues le revelaban la amenaza que penda sobre la vida de su amada. El sentimiento de admiracin que ese ser encantador despertaba por doquier en los momentos de su mximo esplendor, se tornaba entonces en solcita compasin; y la que embargaba el corazn de Vrod, por esa fugaz y frgil hermosura, tena mucha ms fuerza que lo que hubiera tenido su admiracin por cualquier otra hermosura soberbia y triunfante.Todava recordaba las palabras que haba odo en noche ya lejana, cuando en uno de esos momentos de tranquilidad demasiado raros, haba cedido a la insistencia de una multitud alegre, y se haba puesto a tocar el piano. Una msica embriagadora sala del sonoro instrumento, y la misteriosa virtud de la meloda era para el alma del joven una explicacin del por qu de la sobrehumana belleza que esa repentina animacin haca brillar en aquel rostro. Y ante tan mximo grado de maravilla, se senta humillado y casi ofendido, dicindose que cuanto mayor fuese la superioridad de esa mujer, mucho ms difcil le sera acercarse a ella y tanto ms insignificante o indigno deba juzgarse. Pero cuando ms oprimido senta el corazn, por la conciencia de la distancia que lo separaba de ella, vio de improviso, que sin que las manos de la pianista interrumpieran la ejecucin del Largo de Bach, que tocaba, la prpura de sus mejillas palideci, la maravillosa pureza de las lneas de su rostro se alter, se disolvi. En ese momento, uno de los espectadores, que l crea embargados por un sentimiento igual al suyo, se le acerc, y sealndosela le dijo:Mire usted! No es una lstima? A no ser esos repentinos desfallecimientos, qu hermosura tan perfecta! Sera verdaderamente insuperable si no decayera as, de un momento a otro!...Y entonces, de improviso, desaparecieron su angustia y su tristeza: ya no la senta tan alta y lejana de s; por el contrario, la vea cerca, la consideraba suya, pues en su alma naca, no el descontento que el otro expresaba, sino un mpetu de ternura que lo induca a pensar en la enferma, un sentimiento de pena y compasin, una necesidad de prodigar a la dolorida criatura los cuidados ms asiduos, el afecto ms solcito, de recompensarla de sus pasados dolores, de colmarla de felicidad.Haba conseguido realizar esa obra?...Otra vez su atencin se traslad del cielo de los recuerdos al espectculo que tena a la vista. Las primeras luces brillaban ya sobre el fondo plido del crepsculo, en las orillas del lago y por las faldas de los montes saboyanos; el fanal de una barquilla, cual astro luminoso, trazaba una estela en el agua. Marcharse, huir, desaparecer: slo as habra podido evitarla a ella otros dolores y evitrselos a s mismo. Tentado se haba sentido de huir, pues la turbacin que lo embargaba con slo mirarla de lejos, le haca considerar el fuego terrible que le abrasara al acercrsele. Y se acordaba de las cartas que haba escrito ese da para anunciar su partida, cartas en que la tristeza de la renuncia a una adoracin que presenta dominante, se ocultaba, se descargaba en acusaciones a la vulgaridad del lugar y de sus pobladores. Pero una vez resuelto a alejarse se haba quedado, aplazando la partida para saborear la perfumada dulzura de la ltima contemplacin, y, por fin, un da, pudo hablarla. Ya poda or su voz, una voz reposada, que era armona lenta, msica velada, eco de una alma profunda. Qu sutil virtud haba en sus palabras! Cada una de ellas le pareca no pronunciada antes por nadie, creada con talento supremo para que ella expresara sus pensamientos recnditos. Y para orla, se haba quedado.Su alma fue desde ese instante el asiento de la ms absoluta admiracin. Jams haba credo llegar a depender as de una criatura humana. Recorriendo con la memoria sus pasados amores, nada encontraba que se pareciera a la presente realidad. Esos amores haban muerto, totalmente, pero no por eso les negaba la fuerza que haban ejercido sobre l, ni tampoco le pareca que ahora desaparecieran ante esa ley natural que hace que los recuerdos tengan vida ms dbil e importen menos cuanto ms gratas sean las impresiones actuales: la nueva aparicin triunfaba enteramente por su propia virtud, desterraba todos los fantasmas o imgenes de lo pasado con la pureza de su luz.Y su admiracin por ella creca por lo mismo que ese amor repentino en l estaba dedicado a una alma que le era an desconocida. La idea de la belleza se asocia naturalmente a las de la bondad y de la virtud, que son contiguas, hasta el punto de que nada sea ms fcil que atribuir estas dotes a los seres hermosos; pero acaso no estaba acostumbrado, no solamente a defenderse de las deducciones demasiado naturales y no comprobadas todava, a observar con igual penetracin a los otros, a s mismo y a la vida; acaso no haba concluido por negar a sta toda importancia? De modo que iba a pagar su larga, enrgica, desesperada resistencia a todas las seducciones, con una alucinacin repentina? La mejor prueba del cambio que se haba operado en l, era sta: que ya no se complaca, como en otros tiempos, en la fatigosa e infecunda labor de examen ntimo, en la continua alternativa de la duda, sino que, dejando de mano toda discusin, casi obedeca a una voluntad extraa o imperiosa. La expresin de esa voluntad estaba en sus miradas, que le decan: Ama y vive, cree y vive, espera y vive. Y l se someti a esa orden.El acto de la fe que haba ejecutado al atribuir el ms aquilatado valor al ser de su eleccin, se fortificaba cotidianamente con mltiples pruebas. Poda pensar que estaba en un engao, cuando todos en torno suyo participaban de su sentimiento? En todos los labios haba palabras de admiracin hacia ella, y en los hechos se revelaba tal cual apareca a la vista; era buena, cariosa, compasiva, llena de gracia y encanto. Como no pareca hecha para la vida del mundo, tena constantemente fijos en el Cielo la mirada y el pensamiento. Cuando sala en su busca, cuando tena necesidad de verla, estaba seguro de encontrarla en alguna iglesia, de rodillas, humillada ante Dios. Cuntas veces, sin que ella le viera, haba entrado a verla en aquellos silenciosos lugares, y cuntas horas inefables haba vivido as! Recordando que l tambin haba credo, recordando el alma ingenua que haba muerto en l, ante la esperanza de poder creer todava para sentirse ms cerca de ella, para comunicarse con ella, cmo haba llorado, envuelto en una tranquila tristeza, en tmido gozo!Un da, en Evian, la haba acompaado a una capilla donde se celebraba una fiesta que atraa a los creyentes desde los lugares ms lejanos, y l tambin haba inclinado la descreda frente, lo mismo que todos aquellos seres humildes, pero no tanto para seguir el ejemplo de los fieles, como para ocultar el llanto que le cegaba. Otra vez, en la montaa, se haban detenido delante de la rajada puerta de una capillita, en cuya cerradura estaba puesta la vieja y mohosa llave; ella trat de abrir con su dbil y blanca mano, pero intilmente, y entonces l dio vuelta a la llave, y en el momento de abrir ante su devota compaera el sagrado lugar, pensaba cun grande era la secreta fuerza de esa debilidad aparente: la pobre mano se haba cansado en vano y pareca tener que renunciar a su intento; pero un musculoso brazo, puesto a su servicio, haba vencido por ella el obstculo.Y entonces, se haba sentido devorar por la necesidad imperiosa de besar esa mano dolorida, de besarla devotamente en el dorso, de besarla con avidez en la palma; se haba sentido devorado por el deseo de sentir el contacto de esa mano milagrosa en su clida frente. No era tan caritativa y bondadosa aquella mano? No la haba visto l un da curar cariosamente a un herido, a un pobre loco, de cuya insania moral todos rean y ella sola se compadeca? El hombre haba sufrido una cada, derramando sangre, y a la vista de sta, al or las palabras del infeliz, menos sensatas an que de ordinario, las risas crueles aumentaban: ella sola, como una hermana de caridad, haba sabido atenderlo y curarlo. Su mano, que era suave y gil, rpida y diestra en el ejercicio de la caridad, estaba animada por una vida prdiga de s misma; era una mano larga, flexible, fresca como una hoja; l, cuando la estrechaba, senta en realidad la frescura de una hoja lozana.Y los recuerdos, los dulces, luminosos, imperecederos recuerdos lo perseguan en la noche serena, bajo aquel cielo verde como la esperanza que ella haba despertado en su corazn. Ella haba infundido vida a su alma muerta, ella haba sido la vida de su alma. Todo aquello en que ella crea, lo simple, lo bueno, lo eterno, haba concluido por ser credo por l. Y ella haba realizado ese prodigio naturalmente, sin quererlo, con la sola virtud de su presencia, como la vista del sol hace creer en la luz, como practicaba el bien porque haba nacido para practicarlo. Y un sentimiento nuevo, inaudito, increble, haba invadido el corazn de Vrod, un sentimiento que habra debido ocasionarle una pena intolerable, pero que l soportaba con resignacin, casi con placer. El codicioso instinto quera apoderarse de aquel ser milagroso, hacerlo enteramente suyo, mientras la razn reconoca que el amor de uno solo no deba substraerlo a su ministerio de bondad para todos. Cul es el loco que pretendera que todo el aire fuese exclusivamente suyo?As, no haba sentido celos al saber que perteneca a otro. Haba pensado que, si era de otro, sin duda cumpla una obra fructuosa: nadie poda acusarla por eso, nadie poda distraerla de aquella obra. Conocedora de las vas secretas del corazn, saba cules son las palabras que mitigan y curan, las palabras suaves como un ungento. Y el hombre con quien se haba unido necesitaba su socorro: no persegua, por medios sangrientos, un propsito inalcanzable? No empujaba a las almas tmidas, con la eficacia de su desesperado ejemplo, a una lucha tremenda?Al lado de ese hombre lleno de odios, para quien la vida no tena valor, que sembraba de cadveres su camino, junto aquel hombre estaba su puesto. Nada de nuevo tena para ella el ideal de justicia y de paz en nombre del cual ese hombre se alzaba en armas: ella deba tambin defender aquellos sagrados dones de la tierra, librar la belleza de las ideas del contagio cruento, convertir a los fanticos, consolar a los desesperados. As vena a ser la razn junto al sofisma, la humanidad junto a la soberbia, el amor junto al odio; era la correccin del mal; su vista era el consuelo del mundo...El joven mir en su derredor y no supo dnde se encontraba. Tuvo necesidad de pasarse una mano por los ojos para darse cuenta de que se hallaba en el camino de Belmont. Y se dej caer sobre el parapeto del camino, exclamando:Alma! Alma! Alma!...Su desesperacin palpitaba sordamente bajo la fe que despertaba en su interior esta invocacin. No quera ni poda resignarse a la monstruosa realidad, y un mpetu violento de iracundo desdn le sublevaba. Turbias imgenes, crueles ideis le obscurecan la mirada y le hacan apretar los puos; palabras de desesperacin salan de sus labios:Nada existe en el mundo!... Todo es mentira!... El mal, eso es todo lo que existe!...Si la recompensa del amor es el odio, si la vida infeliz y dbil de aquella criatura de amor a la cual se deban prodigar los ms solcitos y tiernos cuidados haba sido destruida precisamente por quien conoca la benignidad de su corazn, nada haba en el mundo, nada ms que el mal...Pero Roberto Vrod reprima estas palabras. Desde el da en que la vista de todas las bellezas aunadas en aquella devota de Dios le haban apaciguado y convertido, un juez y un custodio velaban en su interior, lo defendan contra las ideas tristes, contra los propsitos indignos, contra las imgenes impuras. En todos los actos de la vida, en todas las disposiciones de la mente, haba querido ser digno de ella, y esa obra de preservacin le haba sido fcil hasta aquel da. Si la duda lo haba mordido alguna vez, el espectculo de la maldad se le haba aparecido con demasiada crudeza, slo con pensar que aquella criatura de amor exista, senta retemplarse su fe.Y haba muerto! Muerto! Delante de los ojos la tena, tendida en el suelo, inmvil, helada, con esa monstruosa mancha de sangre en la plida sien, y una ansia mortal lo sofocaba, porque quera creer que la muerte no la haba destruido enteramente; quera creer que su alma milagrosa viva an, velaba sobre l, le repeta sus palabras de fe y perdn; pero no poda, porque si la voz suave que todava le hablaba al odo le persuada de que s, la ultrahumana vida de aquella alma no bastaba a consolar su existencia: sus ojos mortales tenan necesidad de ver; sus odos mortales tenan necesidad de or, sus manos necesitaban estrechar aquellas otras manos, tocar el ruedo de aquella falda, y esa necesidad iba a quedar satisfecha para siempre! Perdonar a los asesinos? Su deber era vengarla!La ltima luz del crepsculo agonizaba, pero ya el alba lunar aclaraba el oriente. Reinaba una calma divina. Y en esa divina paz, en el silencio augusto, Roberto Vrod se oprima la cabeza con las manos para tratar de apaciguar la tempestad que lo conmova. Su razn vacilaba ante la idea de no haber sabido inspirar al juez su propia certidumbre. Por qu no haba estado ms convincente? Ya que la casualidad haba querido que el juez fuera uno de sus antiguos compaeros, por qu no se le haba dado a conocer, cmo no haba sabido persuadirlo de su sinceridad? No era nicamente la discrecin lo que le haba impedido recordar al juez sus antiguas relaciones, sino tambin el miedo, pues saba que era distinto de l, rgido y severo. Haba el juez visto con mayor lucidez? Se haba l engaado? Habra, en realidad, querido morir?...Y Vrod tornaba mentalmente a lo pasado, recordaba el angustioso estupor que se haba apoderado de l cuando descubri el mal secreto que agobiaba a aquella pobre alma. Salvaba a otros, pero mientras tanto ella misma estaba perdida. Las palabras que haba pronunciado un da volvan a la memoria de Vrod. Se hablaba de un desesperado que se haba quitado la vida, y los ms condenaban al suicida; pero ella haba expresado un sentimiento de que los creyentes no son capaces: no era cierto, deca, que la renuncia a la existencia acarreara una condena inevitable: no era cierto que la fe condenase en todos los casos la muerte voluntaria. La conciencia deba avaluar libremente los motivos de esa como de todas las otras acciones humanas, y aceptar las consecuencias del albedro, y si el engao, el miedo, la vileza merecan ser condenados y castigados, haba otras razones que deban inspirar mayor clemencia en los juicios.Para que concibiera y expresara esas ideas no era necesario que ella misma se encontrara reducida al extremo de tener que pensar en la muerte? Y cun grande era la compasin que haba invadido su corazn al ver que los hechos correspondan a los argumentos ms de lo que se hubiera credo!Pero ella no poda haber pensado en la muerte para huir del dolor. El dolor es la misma ley de la vida, sola decir, y lejos de huir de l, lo que se necesitaba