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  • Feminismo: un movimiento crtico

    Feminism: a critical social movement

    Justa MONTERO*

    RESUMENEl artculo parte de la consideracin del feminismo como un movimiento plural y crtico;

    de ideas, denuncia y reivindicacin, producto del conflicto social que genera una posicinde subordinacin y desigualdad de las mujeres. Se describen algunas de sus caractersti-cas como la configuracin de un nuevo sujeto a partir de un doble proceso: individual ycolectivo de las mujeres, o el carcter multidimensional de su accin y su carcter trans-formador.

    En una segunda parte se plantean las peculiares relaciones del movimiento con lasociedad a partir de considerar algunos de los dilemas a los que se enfrenta. Se analiza laconstante redefinicin, a partir de su accin en el campo social, de la dialctica entre loprivado y lo pblico. Se abordan las implicaciones tericas y prctica de la tensin entre laindividualidad de las mujeres y su pertenencia de gnero. Y por ltimo se defiende unaprctica feminista que combine elementos culturales de identidad con una poltica socialde justicia e igualdad, medidas de proteccin junto con polticas que avancen en la auto-noma y libertad de las mujeres.

    PALABRAS CLAVEFeminismo, Pensamiento crtico, Proteccionismo, Justicia social, Identidad cultural.

    ABSTRACTThe article sets off considering the Feminist Movement as something critical and plural;

    in ideas, reports, and claims as a result of the social conflict generated by womens subor-

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    Intervencin Psicosocial, 2006, Vol. 15 N. 2 Pgs. 167-180. ISSN: 1132-0559

    DOSSIER

    * Asamblea Feminista de Madrid. [email protected]

    Fecha de Recepcin: 25-09-2006 Fecha de Aceptacin: 06-11-2006

  • dination and inequality position. Some of its characteristics are described as a new sub-ject configuration coming from women double process: individual and collective, or multidi-mensional character of their action, and its transformer character.

    In a second part the peculiar relationship between the Movement and society is raised,after considering some of the dilemmas, which faces. The constant redefinition of dialecticbetween public and private is analyzed from its action in social ground. Practical and theo-retic implications of women tenseness between their individuality and gender belongingare expounded. And finally a feminist practice, which combines cultural identity elementswith a social politics of justice and equality, protection measures together with politics,which promote autonomy and freedom for women, is defined.

    KEY WORDSFeminism, Critical thiking, Protectionism, Social justice, cultural identity.

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  • LAS MUJERES: SUJETOS DE UNCONFLICTO

    El movimiento feminista surge ante lanecesidad de actuar sobre un arraigadoconflicto, que atraviesa a la sociedad,determinado por el hecho de nacer mujero varn. Si bien el anlisis sobre el ori-gen y las consecuencias de la subordina-cin de las mujeres ha dado lugar a dis-tintas teoras, y en ocasiones a infruc-tuosos debates, parto de la considera-cin de que es sobre esa diferencia biol-gica inicial como se articulan los proce-sos que otorgan poder a los hombressobre las mujeres y generan discrimina-cin y desigualdad que se manifiestansocial, cultural y econmicamente. Setrata por tanto de un conflicto que con-forma una de las caractersticas estruc-turales del actual modelo de organiza-cin social.

    La categora gnero, acuada por elfeminismo, remite precisamente al carc-ter social y cultural del proceso por elque se atribuyen caractersticas y signifi-cados diferenciados y jerarquizados amujeres y hombres, constituyendo este-reotipos que varan geogrfica y tempo-ralmente, sobre lo que es y debe repre-sentar nacer varn o mujer. Sin embargoconviene sealar que al generalizarse eluso de este trmino, con frecuencia sevaca su contenido crtico integrndoloen discursos polticos, acadmicos, deONGs y medios de comunicacin, en losque no siempre designa relaciones depoder y procesos sociales de discrimina-cin. Esta ltima es la acepcin que uti-lizar a lo largo del texto.

    El conflicto al que me he referidorequiere y define un nuevo sujeto social,las mujeres, que vertebran y protagoni-zan el discurso y la accin colectiva dedenuncia y contestacin a los lmites quea su libertad establece la sociedadpatriarcal, en una dinmica de transfor-

    macin profunda de la sociedad. Elmovimiento feminista que da expresin aeste sujeto se configura a partir de undoble proceso: el personal e individualpor el que, de muy distintas formas(todas ellas necesarias, valiosas y legti-mas), se rebelan contra aspectos particu-lares de su condicin y manifiestan lassituaciones que viven y perciben comoinjustas; y la dinmica colectiva quegenera la identificacin de unas conotras, la voluntad de actuar colectiva-mente contra el sistema de prohibicionesy exclusiones que las encierra en identi-dades impuestas y la necesidad de abrirnuevos horizontes en sus vidas. Estaaccin conjunta, basada en una inter-pretacin de los deseos y necesidades delas mujeres, configura una identidadcolectiva e inestable, que va a estar per-manentemente mediada por las mlti-ples individualidades, identidades diver-sas y cambiantes de las mujeres, de susexperiencias, criterios y prcticas. Por-que es a travs de su propia accin comoel movimiento va a ir definiendo y redefi-niendo su identidad colectiva, su ideolo-ga y sus reivindicaciones (De Miguel,2000). Y esta doble dimensin: indivi-dual y colectiva, le otorga singularidad almovimiento y una enorme fuerza alsituarse como referente para muchasmujeres.

    Por ltimo, aunque pueda pareceruna obviedad, considero imprescindibledestacar el carcter plural del movimien-to, de su teora, prctica y realidad orga-nizativa, frente a cualquier visin dog-mtica, pues no existe una nica formade analizar y representar la subordina-cin de las mujeres. El feminismo no esun dogma (Agra, 2000) ni un procesoacabado; no dispone de una teora y pro-yecto cerrado ni de una prctica preesta-blecida. Se trata de un movimiento socialcrtico que, a partir de su intervencinconcreta, se sita en permanente con-frontacin y dilogo con la realidad

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  • social y con su propia evolucin interna.En este proceso va a desarrollar su capa-cidad para examinar y poner de mani-fiesto sus propias tensiones.

    LA MULTIDIMENSIONALIDAD DE LA CONTESTACIN FEMINISTA

    Hacer frente a las causas y manifesta-ciones de la subordinacin requiereidentificar y actuar sobre los muy diver-sos mecanismos por los que la sociedadjerarquiza la diferencia sexual y afianzauna asimetra que se traduce en relacio-nes de poder muy precisas. As, tanto lalucha por reformas y mejoras concretascomo la crtica y propuestas de transfor-macin ms radical, lleva a transitar porla familia, la escuela, las leyes, el modelosexual, las prcticas sociales, las relacio-nes personales, la subjetividad, la econo-ma, las instituciones representativas, yun largo etctera.

    La multidimensionalidad y transver-salidad de sus mbitos de actuacin esotro rasgo relevante del movimiento.Siendo el gnero un elemento de organi-zacin social, las propuestas feministasno se pueden circunscribir a un solocampo, sea ste el econmico, social,cultural o poltico, por ms que resultenecesario avanzar en cada uno de ellos.Es ms, no se puede prescindir de laforma en que interactan pues en todosellos se manifiesta la adjudicacin yjerarquizacin de los gneros (Frasser,1996). Ninguno de ellos por s solo expli-ca ni la naturaleza ni la profundidad dela opresin de las mujeres, por tanto losanlisis que hacen recaer en la economao en la cultura la causa primigenia de lasubordinacin limitan o distorsionan elalcance y el xito de las propuestas detransformacin. Por tanto, identificar losmecanismos por los que la diferenciasexual se traduce en posicin de subor-dinacin para las mujeres, requiere una

    visin interactiva del funcionamientosocial y cualquier alternativa deberaarticular el conjunto de factores de esacompleja realidad.

    A modo de ejemplo sirva el anlisisde la relacin de las mujeres con el mer-cado laboral. Su participacin en el tra-bajo asalariado es un elemento funda-mental para su autonoma econmica ala vez que una fuente de sobreexplota-cin laboral y discriminacin social.Para constatarlo valga la referencia aalgunos datos actuales: en el Estadoespaol el salario medio de las mujereses entre un 25% y un 33% inferior al delos hombres, su tasa de paro es siempresuperior, la de ocupacin siempre infe-rior, y la feminizacin de un sector de laeconoma lleva aparejada su desvalori-zacin social y la reduccin relativa desus salarios.

    Pero la explicacin a esta situacinno se encuentra en los requisitos de unsistema capitalista basado en la apropia-cin de la fuerza de trabajo de las perso-nas, pues de ser as sera indiferente quefueran mujeres u hombres quienes tra-bajan. La existencia de formas de explo-tacin especficas y diferenciadas, enfuncin del sexo, hay que buscarla en laintegracin de los imperativos econmi-cos del sistema en la bsqueda del mxi-mo beneficio, con lo que se ha llamado elsistema sexo-gnero, que hace funcionalal sistema la separacin entre produc-cin y reproduccin, entre el trabajo asa-lariado y el trabajo domstico y de cuida-dos.

    La opinin recogida en las encuestas,que de forma generalizada es favorableal reparto del trabajo domstico y decuidados, no se acompaa de un cambiosimilar de comportamientos: el 83% dequienes cuidan a personas dependientesson mujeres, y el aumento de la partici-pacin masculina en el trabajo domsti-

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  • co ha sufrido una variacin mnima enlos ltimos diez aos. Este anacronismose sustenta en elaboraciones e interpre-taciones culturales y simblicas queatribuyen a las mujeres cualidadescomo la paciencia o la capacidad desacrificio, que al presentarlas como atri-butos propios y naturales establece laidea de su mayor idoneidad para el tra-bajo de cuidados, y enmascara la divi-sin sexual del trabajo que subyace. Deesta forma se legitima su inestable, pre-caria y discriminatoria participacin enel mundo laboral, y el perverso efecto devuelta, al servir de justificacin para quelas mujeres sigan responsabilizndosedel trabajo domstico. La conciliacin dela vida familiar y laboral parece ser pri-vativa de las mujeres (en el ao 2004,por razones personales, 379.500 muje-res tuvieron que abandonar el mercadolaboral). El fenmeno de la doble pre-sencia en lo pblico y lo privado, seconvierte en un elemento de conflicto yescisin de la propia vida de las muje-res.

    De todo ello se deduce que, junto conla lucha por reformas y cambios concre-tos en la exigencia de igualdad laboral(acceso, salarios, formacin) una estrate-gia de cambio real implica tambin elreparto del trabajo reproductivo con loshombres y la responsabilizacin delEstado en garantizar recursos pblicos.Pero tambin muestran la necesidad decambios estructurales que apunten a lareorganizacin de la produccin y lareproduccin, es decir a la propia organi-zacin social. Sin nimo de ser exhausti-va entre esos cambios cabra citar: lostiempos de trabajo y de ocio, las estruc-turas de convivencia, la estructura de laciudad, la distribucin de recursos natu-rales, sociales y econmicos, la socializa-cin de los valores que las mujeres apor-tan por su experiencia relacional y decuidados, y el cambio de las polticaseconmicas neoliberales.

    En definitiva, se trata de modificar lapropia conceptualizacin del trabajo,identificada slo con empleo, paraincorporar el trabajo domstico y de cui-dados, y ampliar la idea de productivi-dad social incluyendo las tareas dereproduccin, atencin y mantenimientode los seres humanos, lo que obliga auna nueva idea de lo que representa yrequiere la sostenibilidad de la vida(Carrasco, 1999).

    PENSAMIENTO CRTICO

    El feminismo es tambin un pensa-miento crtico. Sus objetivos de trans-formacin obligan a actuar en el terre-no de las ideas a fin de subvertir arrai-gados cdigos culturales, normas yvalores, as como el sistema simblicode interpretacin y representacin quehace aparecer normales comportamien-tos y actitudes sexistas, que privilegianlo masculino y las relaciones de poderpatriarcal. En este contexto el feminis-mo desarticula los discursos y prcti-cas que tratan de legitimar la domina-cin sexual desde la ciencia, lareligin, la filosofa o la poltica. Porejemplo el fundamentalismo de la Con-ferencia episcopal formula un modelode sometimiento sin fisuras posibles einscrito en la familia tradicional y lanegacin de la libertad para las muje-res; tampoco hay que olvidar los distin-tos discursos populares o instituciona-les que estimulan en el imaginariocolectivo la idea de la supremaca mas-culina. Esta afirmacin de virilidadresulta un elemento de identidad de loshombres ante la percepcin de unasuperioridad maltrecha por el cambiode las mujeres. Afortunadamente enlos ltimos aos empiezan a aparecerpblicamente nuevos referentes demasculinidad a raz de la activa y com-prometida actitud de algunos hombresen el rechazo a la violencia sexista.

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  • La frase que en su da formulara lapensadora francesa Simone de Beau-voir mujer no se nace, se hace, ilus-tra el empeo que gui y gua al femi-nismo por rechazar el determinismobiolgico que de forma reiterada y conrenovados discursos sustentan lasteoras que asocian a los hombres conla cultura y a las mujeres con lanaturaleza. Desde todas las teorasfeministas, independientemente de suposterior concrecin, se formula unafuerte crtica a la acepcin androcn-tica de categoras supuestamente uni-versales y aparentemente neutras quehan sido el soporte del pensamientode la modernidad: desde el sujeto y lahistoria, pasando por la libertad, ciu-dadana, democracia y justicia, alcontemplar el mundo, los aconteci-mientos y los sujetos sociales desde lacentralidad del varn, propiciando portanto la identificacin de las personascon los hombres y de stos con lossujetos universales portadores dederechos (Amors, 1997, Varikas). Laformulacin en positivo de estas cate-goras, una vez realizada esa de-cons-truccin, es el centro de las contro-versias y tribulaciones del feminismomoderno.

    El feminismo aporta al conjunto dela sociedad un prisma singular desdeel que analizar y ver el mundo, porquelas mujeres constituidas en sujetosactivos cuestionan e interrogan a lasociedad y a ellas mismas sobre lo queson, lo que hacen, sobre la organiza-cin social y el mundo que les rodea.Realizan de este modo un procesocolectivo de reinterpretacin de la rea-lidad, de elaboracin de nuevos cdi-gos y significados para interpretarla,para lo que construyen trminos conlos que nombrar los nuevos fenmenosque el feminismo destapa: acososexual, maltrato domstico, violenciaconyugal, doble jornada.

    LO PERSONAL ES POLTICO?

    En el marco de esta sucinta caracteri-zacin del movimiento quisiera apuntarla profunda transformacin que el femi-nismo ha provocado en la relacionesentre los mbitos en los que discurre suaccin: el pblico donde concurre lo quese considera de inters general, y el pri-vado, entendido como el mbito de lopersonal. El tratamiento de la relacinentre ambos es de sumo inters ya queestos espacios no slo designan mbitossociales, sino que actan como trminosque otorgan o quitan legitimidad a inte-reses, opiniones y problemas. Son espa-cios a los que se asignan distintos valo-res y funciones y, como incisivamentehan planteado algunas autoras, a losque incluso se aplica ticas diferencia-das: la tica de la justicia basada en laimparcialidad y reciprocidad que rige lopblico y la tica relacional del cuidadoque se proyecta en lo privado. Esta sepa-racin, como se ha visto en el ejemplodel trabajo, resulta enormemente funcio-nal para la construccin de los estereoti-pos de feminidad y masculinidad quesiguen operando hoy, aunque no tanrgidamente como hace unos aos debi-do a las fisuras introducidas por el movi-miento.

    Ahora bien, lo que pertenece a uno uotro espacio no es algo dado ni tienefronteras establecidas, es producto pre-cisamente de una confrontacin polticae ideolgica en la que intervienen acto-res con distintos intereses sociales yeconmicos. El movimiento con su acti-vidad ha modificado esas fronteras y haestablecido el mbito social como elterreno en el que se dirime lo que perte-nece a un espacio u otro y por tanto loque es de inters colectivo y requiereuna participacin pblica y poltica. Deeste modo se introducen importantesfisuras en una de las dicotomas msfuertemente desarrolladas por la moder-

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  • nidad: la que separa lo privado y lopblico. La consigna que levant en losaos 70 lo personal es poltico, sigueteniendo vigencia, aunque haya queliberarla de algunas interpretacionesexcesivamente lineales. Permite ampliarsu espacio de actuacin y hacer quenecesidades derivadas de una vida pri-vada en la que se manifiestan relacionesde poder amparadas en esa privacidad,adquieran legitimidad por su carctersocial, poniendo adems en evidencialos procesos de exclusin que tienencomo origen la separacin entre el espa-cio pblico y el privado.

    Pero, como mencionaba, tambinactan otros actores que presionan ensentido contrario. Desde planteamientosliberales, y en el contexto de crisis delEstado del bienestar, se busca reprivati-zar las necesidades y recuperar una pri-vacidad que necesariamente cercena lalibertad de las mujeres. Se entra as delleno en la pugna por la redefinicin delo que el feminismo ha formulado. Hayalgunos ejemplos que considero signifi-cativos, aunque evidentemente mscomplejos de lo que aqu se puede refle-jar.

    En el contexto del debate sobre laampliacin de la limitada despenaliza-cin actual del aborto, aparecen pro-puestas que vinculan la aceptacin de ladecisin de la mujer como motivo paraabortar, a su exclusin, por tratarse deuna opcin personal, de cualquier finan-ciacin pblica. Sin embargo, la lgicadebiera ser la contraria: puesto que esun derecho no se puede privatizar msbien al contrario se debera garantizar suejercicio sin limitar el acceso a la sani-dad pblica.

    Otro ejemplo. En el debate sobre laconfiguracin de un Sistema Nacionalde atencin a las personas dependientespreocupa en el feminismo que se esta-

    blezcan mecanismos que institucionali-cen la figura de la mujer cuidadora desu familia. Instituir esa figura como unava de solucin a la actual crisis de loscuidados supone transferir los costes yla responsabilidad en la creacin losservicios pblicos necesarios al mbitoprivado, es decir, a las mujeres en lafamilia. Un dato significativo en estesentido es que se prev que para el ao2010 habr mas mujeres cuidadorasque plazas de Centros de Da y Residen-cia juntas.

    En definitiva, no existe una fronterantida y estable entre lo privado y lopblico, ni tampoco existe una normasobre cmo tratar los aspectos de la vidaprivada que pasan a la escena pblica:qu aspectos hay que regular, sobre cu-les se debe legislar y cules tienen queresolverse en el mbito estrictamentesocial. En este sentido las leyes y medi-das institucionales no pueden conside-rarse en s mismas la solucin del con-flicto, y mucho menos en detrimento dela accin y la movilizacin social comoinstrumento para transformar la reali-dad. La historia del movimiento feminis-ta en el Estado espaol es ilustrativa eneste sentido.

    LAS IMPLICACIONES DE LAADSCRIPCIN DE GNERO DE LAS MUJERES

    A partir de esta visin sinttica dealgunas caractersticas del movimientofeminista. paso a tratar en las siguienteslneas alguno de los dilemas a los que enla actualidad se enfrenta. Hay que consi-derar que emergen como producto devarios factores: de los cambios que lalucha feminista propicia en las mujerespor el acceso a nuevos derechos, en susubjetividad, en la distinta forma de per-cibirse a s mismas y por lo tanto desituarse ante la vida; de cambios genera-

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  • les de las estructuras sociales; finalmen-te tambin por la acumulacin de expe-riencias y maduracin del movimiento.El resultado es la aparicin de nuevosretos ante una realidad de las mujeresque es y/o se percibe ms compleja, yque urge revisar y readecuar estrategias,discursos y propuestas.

    Uno de los aspectos que resultan con-flictivos es la distinta interpretacin de loque supone para las mujeres su adscrip-cin de gnero. Comenzar haciendo unabreve referencia a algunos argumentosque se sitan en los extremos de unamplio abanico de posiciones (de los queexiste abundante literatura) presentes enpolmicas y propuestas feministasactuales (Alcoff, 2002).

    Por un lado desde posiciones que deri-van del feminismo cultural (corrienteque surge en EEUU en la dcada de los80, siendo Katheleen Bary y AdrianneRich algunas de sus autoras ms conoci-das) se establece la existencia de unanaturaleza femenina definida bien por lacondicin biolgica y su proximidad a lanaturaleza al ser generadoras de vida,bien por su sexualidad, o por diferencia-ciones culturales fuertemente interioriza-das. Independientemente de estas dife-rencias en su definicin, se la consideraprovista de valores femeninos como laternura, entrega, paciencia y espritupacfico, asociados a su funcin mater-nal, a una sexualidad diferenciada, o asu capacidad relacional. Es la represinde estos valores por la cultura masculi-na, es decir la negacin de su naturale-za, lo que origina la opresin. El objetivodel movimiento es desarrollar esa cultu-ra femenina frente a la masculinidad quese sita como el verdadero problema.Mujeres y hombres constituyen de estemodo dos colectivos con intereses opues-tos e identidades homogneas que, enalgunas versiones se consideran innatasy en otras adquiridas, pero en ambos

    casos se definen como identidadeshomogneas y estables. El gnero es lodeterminante para todas las mujeres, y apartir de las caractersticas generaliza-bles que establece se presupone la exis-tencia de uniformidad en sus experien-cias (al igual que entre los hombres) loque permite hablar de unidad naturalentra las mismas. Sobre sta debe basarel feminismo su estrategia pues las dife-rencias entre las mujeres, aun recono-cindolas, no se consideran relevantespara la propuesta feminista al debilitaresa unidad que el gnero establece.

    La consideracin de una naturalezafemenina y los valores a ella asociados,as como la consiguiente poltica de reva-lorizacin de la diferencia como lo propiode las mujeres, son planteamientos com-partidos por el llamado feminismo de ladiferencia, que surge en Italia y Francia,siendo Luisa Murazo, Luce Irigaray,Milagros Rivera algunas de sus autoras.Esta corriente, que aparece en confron-tacin con el feminismo de la igualdad,si seala como significtivas las diferen-cias entre las mujeres pero las sitan enel mundo femenino que define su exis-tencia diferente al de los hombres y en elque debe circunscribirse la actuacin delfeminismo.

    La polmica con estas posiciones seha producido tanto en el campo de lateora como en el de la prctica del movi-miento. Situar como objetivo polticorevalorizar lo femenino, entendidocomo lo que hacen y representan lasmujeres, tiene sin duda un efecto positi-vo al dar fuerza a las propias mujeres alverse as reconocidas. El problema esconvertirlo en el centro de la polticafeminista, pues reivindicarlo sin some-terlo a crtica, es decir tal y como hoy semanifiesta, es aceptar lo adjudicado porla cultura patriarcal y que tan til resul-ta para justificar situaciones de opre-sin; por otro lado, a mi modo de ver,

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  • dificulta la posibilidad de alterar su sig-nificado dominante, porque la utilidad delas argumentaciones depende no slo delvalor que tengan en s, sino del contextodiscursivo en que se formulen. Enmomentos se requiere poner en primerplano la revalorizacin, por ejemplo, deltrabajo de cuidados para darle visibili-dad y reconocimiento social, pero enotros puede servir de excusa para, aso-cindolo a las supuestas cualidadesfemeninas, asignar la obligatoriedadsocial de cuidar a los dems, lo que en lahistoria de las mujeres ha estado asocia-do a sumisin, dependencia y lmites asu libertad.

    Por otro lado, mantener que las dife-rencias entre mujeres y hombres soninnatas, deriva en cierto esencialismoque, aparte de otras consideraciones,plantea la imposibilidad de cambio enlos propios hombres. Pero adems con-templar la pertenencia al gnero femeni-no como lo nico realmente significantepara las mujeres, es decir dar por buenala exclusiva identificacin de las mujerescomo miembros de un grupo social defi-nido por su pertenencia de gnero, llevaa un tratamiento abstracto de las muje-res que dificulta la comprensin de sudiversidad y de sus cambios. Prescindedel hecho de que las identidades indivi-duales de las mujeres no estn determi-nadas slo por su pertenencia al gnerosino tambin por otras adscripcionessociales: de clase, raza, sexuales, etc.que interactan con l, y generan necesi-dades, prcticas e identidades socialesmucho ms complejas. Nadie es slomujer. Adems, puede llevar a posicionesnormativizadoras puesto que, de hecho,formula una propuesta de lo que debeser la mujer en funcin de la naturalezaque la define, sea esta de origen biolgi-co, sexual o cultural.

    A la reflexin sobre todo ello ha con-tribuido extraordinariamente la aguda

    crtica formulada al movimiento por lasfeministas negras y las feministas lesbia-nas, calificndolo de excluyente porreflejar slo la realidad de una parte delas mujeres: las blancas y heterosexua-les, y no incorporar sus particularesperspectivas y necesidades.

    En el otro extremo se sitan las pos-turas que, influidas por el post-estructu-ralimo francs (Lacan, Julia Kristeva,entre otros) y por la revisin que introdu-ce el post-modernismo, buscan precisa-mente lo contrario: restar relevancia a loque el establecimiento del sistema degneros representa, minimizar su signifi-cado y por tanto relativizar las categorasmujer y hombre al considerar que cual-quier categora identitaria es normativa yexcluyente. As, an reconociendo lasdiferencias que la asignacin de gnerosestablece entre mujeres y hombres, con-sideran que el objetivo del feminismo esquitarles valor poltico y partir del valorde las experiencias singulares de cadamujer, dando un tratamiento ms com-plejo a la subjetividad. Abogan por tantopor identidades contingentes que no per-mitan establecer una definicin de lo quees la mujer ni por tanto, hablar en sunombre.

    Estos planteamientos han tenido unefecto positivo pues ayudan a formularuna crtica a cualquier veleidad esencia-lista y, por tanto, a las polticas normati-vizadoras que de ellas se derivan: ascomo a situar la centralidad que para elfeminismo debe tener el acercamiento ala construccin de la subjetividad. Perotambin implican problemas de fondo.Privar, como se hace, al anlisis sobre lasituacin de las mujeres de la perspecti-va de gnero significa prescindir de ana-lizar y actuar sobre el conflicto querepresentan las prcticas sociales desubordinacin y discriminacin que,pese a los cambios logrados, persisten ennuestra realidad, as como de los ele-

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  • mentos de identificacin que establece,por contingentes que sean. Al obviarcualquier otra categorizacin social yconsiderar determinante la experienciade cada mujer, introduce cierto relativis-mo y una visin acrtica sobre las ideas yprocesos sociales que subyacen a dichasprcticas. No me refiero con ello a laprctica que muchas mujeres inicianajena a cualquier consideracin feminis-ta, pero que deriva en experiencias dedefensa de espacios de libertad; sino alas que se enfrentan a la autonoma delas mujeres y afianzan la subordinacin,o fundamentan relaciones de poder entrelas propias mujeres, aspectos que, endistintas versiones, desarrolla el movi-miento femenino de derechas.

    Desde un punto de vista poltico, notodo es igualmente relevante para el pro-yecto feminista, pues la especificad de laexperiencia de una mujer no garantizasu valor poltico so pena de caer en loque las feministas mexicanas llaman elmujerismo. Cuestionar, someter a crti-ca experiencias, intereses y procesossociales que subyacen en dichas prcti-cas resulta fundamental para formularun discurso crtico y propuestas de cam-bio.

    Por otro lado, si no es posible ningunaconsideracin de la mujeres como colec-tivo, y se prescinde de la discriminacinsexista, dejan de resultar pertinentes lasreivindicaciones especficas e incluso elpropio movimiento y la propuesta resultaparalizante para la accin feminista, difi-culta la crtica social y la connceptuali-zacin de la opresin como un procesoestructurado (Young, 2000).

    PROTECCIONISMO/AUTONOMASEXUAL

    La disyuntiva que plantan estas posi-ciones se refleja, con sus particularida-

    des, en un campo tan relevante para lateora y prctica feminista, como es el dela sexualidad, al ser un elemento centralen la identidad de mujeres y hombres.Por un lado se establece una oposicinentre la sexualidad masculina: agresiva,violenta y genital, y la femenina que porel contrario se describe como suave, sen-sual y no genital. La violencia sexualestara pues intrnsecamente unida a lanaturaleza violenta del varn, por lo quecombatirla se convierte en el eje de lapoltica sexual del movimiento.

    En el otro extremo estn las posicio-nes que se limitan a reconocer y dar porvlidas las distintas prcticas sexuale,haciendo del placer el nico eje de inter-vencin feminista y por tanto dejando delado las relaciones de poder a las que lasexualidad no escapa.

    Diversas autoras (Vance, 1989) hanllamado la atencin sobre algunos pro-blemas que plantean estas posiciones.Por un lado sobre la tentacin de esta-blecer un nuevo modelo sexual, necesa-riamente normativo, al definir a partir degeneralizar una parte de la conductasexual de algunas mujeres cmo debenser sexualmente todas ellas, y por tantonegando sus distintas manifestacionesde deseo, fantasas y experiencias sexua-les. Y por otro lado, el obviar que lasexualidad, aun presentando cierta auto-noma respecto al gnero, es una cons-truccin social y por tanto susceptible demodificacin.

    Una poltica que slo se centra en elpeligro, la violencia sexual, lo hace apa-recer tan determinante que excluye cual-quier otra posibilidad de actuacin queno sea la proteccin frente al deseo mas-culino, y deja de lado el discurso del pla-cer, de la autonoma sexual de las muje-res. Pero enfatizar slo el placer y pres-cindir del peligro supone ignorar las rela-ciones de poder en las que se inscribe la

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  • sexualidad y el modelo sexual dominan-te. Al feminismo no le queda otra quetranscurrir entre la tensin del placer yel peligro, y aunar la lucha contra todaslas expresiones de violencia sexual juntocon la defensa del placer, la autonoma ylibertad sexual de las mujeres.

    LAS DIVERSAS IDENTIDADES DE LAS MUJERES

    La reflexin y reorientacin prcticaque suscita asumir la diversidad partede considerar, en primer lugar que elsexismo se manifiesta en distintas reali-dades culturales, econmicas y socialespor las que discurre la vida de las muje-res: es decir que, aunque la subordina-cin de gnero es comn, no son necesa-riamente idnticas las formas en que seconcreta, como tampoco lo son los proce-sos que tiene que levantar el feminismoen cada lugar del mundo para enfrentar-se a ellas. Requiere por tanto un feminis-mo situado histrica y culturalmente.

    En segundo lugar, la ubicacin socialen funcin del gnero tiene distintasimplicaciones en la subjetividad de lasmujeres. Indudablemente genera ele-mentos comunes a partir de experienciascompartidas de exclusin y discrimina-cin, por ms variados que sean losmbitos en los que se producen: la per-cepcin que se tiene de las diferenciasbiolgicas, sentimientos compartidos deinjusticia, lo que representa la asigna-cin de las tareas relacionales y la dife-rente forma de organizar la vida queimplica, o la empata que produce labsqueda de espacios de libertad perso-nal, cualesquiera que sean estos y lasformas de hacerlo. Pero dicho esto, no sepuede afirmar que todas tienen necesa-riamente las mismas experiencias: notodas las mujeres sufren agresiones, nitodas son madres, o heterosexuales, niproceden del mismo pas; los mismos

    problemas se pueden vivir de distintaforma, o en distintos momentos; y lossentimientos que una misma situacinprovoca pueden ser muy diversos, comolo son los recursos que tienen paraenfrentarse a ella.

    El gnero no define por tanto un modode ser estable y universal pues la identi-dad de las mujeres es diversa y complejaen la medida que acta en una plurali-dad de contextos sociales. El feminismopor tanto se enfrenta al reto de acoger einterpretar la variedad de formas queadopta el ser mujer. Esos inters e iden-tidad cabiante de las mujeres tambinconvierte en ms compleja, y algo deses-tabilizador, la accin del movimiento.

    Un ejemplo que puede resultar ilus-trativo de los problemas que plantea arti-cular en la prctica la diversidad loencontramos en la dificultad de las leyespara atender realidades tan complejas.La ley integral contra la violencia degnero hace de la denuncia de las muje-res el centro neurlgico de intervencin,dejando por tanto fuera del acceso a losrecursos sociales, laborales y econmi-cos a quienes no optan por la va judicialcomo camino de resolucin del conflicto.Pese a que el nmero de denuncias haido en aumento sigue representando tanslo el 5% de las mujeres que sufrenmalos tratos por parte de su pareja o expareja. Las mujeres no denuncian pormuy distintas causas: por miedo a lareaccin del agresor; porque no confanen la justicia al ver los prejuicios y laimprudencia con que actan algunosjueces dejndolas en una situacin demayor riesgo por no adoptar en tiempo yforma las medidas cautelares necesarias;o bien porque no quieren judicializar sucaso, quieren acabar con la violencia queviven pero no que el padre de sus hijosacabe en la crcel. La denuncia es fun-damental en muchos procesos de violen-cia, pero no acoge a todas las mujeres, y

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  • al no contemplar la enorme complejidadde los itinerarios vitales de las mujeres,las deja fuera del amparo de las medidaspblicas.

    Otro tipo de problemas derivan denegar la diversidad. Es el caso del trata-miento de las demandas de las trabaja-doras del sexo. Dejando a un lado elintenso debate que suscita, me remito alo que ellas plantean, porque las prosti-tutas han tomado la voz y planteancosas muy distintas. Se atiende a quie-nes desean dejar la prostitucin ydenuncian las mafias que las fuerzanmediante engao y coaccin a trabajarprivadas de libertad y en condicionesprcticamente de esclavitud. Pero desdedistintas Administraciones y sectores delfeminismo se niega la voz, incluso supropia existencia, a quienes autodefi-nindose como trabajadoras del sexoafirman que la prostitucin no siemprees producto de la coaccin, que no lo esen su caso y quieren continuar trabajan-do como prostitutas. Sin dejar de cues-tionar el modelo sexual heterosexista y laprogresiva mercantilizacin de cada vezms aspectos de la vida, resulta evidenteque no abordar la estigmatizacin socialque recae sobre ellas y defender susderechos es situarlas en los mrgenes deuna legalidad donde se produce mayorindefensin y abusos.

    Y por ltimo quisiera sealar un ter-cer tipo de problemas: la deriva discursi-va y prctica de victimizacin permanen-temente de las mujeres (que obviamenteno significa dejar de actuar sobre situa-ciones de opresin y desigualdad). Merefiero al reiterado tratamiento de lasmujeres como sujetos pasivos de ladominacin masculina, necesitadas depermanente tutela y proteccin. Esteenfoque muchas veces va en detrimentode su consideracin como sujetos acti-vos, capaces, incluso en situaciones tre-mendamente duras, de desarrollar habi-

    lidades para formular sus deseos y exi-gencias, en base a su capacidad ticapara decidir sobre su vida. Este discursoque encuentra un particular rechazoentre las mujeres jvenes.

    JUSTICIA SOCIAL E IDENTIDADCULTURAL

    Establecer si las mujeres ganan mscon polticas en las que la diferenciasexual se hace irrelevante o por el con-trario en las que constituyen el funda-mento de cualquier propuesta; reclamarmedidas especficas, proteccionistas, for-mulando derechos especficos o medidasque partan de un trato igual a hombres ymujeres bajo el paraguas de los derechosgenerales no deja de ser una discusinpragmtica. Las distintas argumentacio-nes y medidas pueden tener ms omenos inters y eficacia para lograr cam-bios dependiendo de muchos factores: dela oportunidad del momento, dnde estsituado el debate de partida en la socie-dad, la dinmica de lucha en la que seinscribe la reivindicacin, y cmo sevalora la situacin de partida de lasmujeres. En este sentido no se puedeobviar que, tras ms de treinta aos depresencia activa del feminismo los cam-bios logrados en la sociedad y en las pro-pias mujeres no han sido lineales y hangenerado distintos niveles de autonomaeconmica, sexual y social.

    Visibilizar y dar valor al trabajo decuidados que realizan las mujeres es dejusticia pero si esta afirmacin no se ins-cribe en una dinmica de justicia socialen la que se exija la redistribucin de losrecursos y la responsabilizacin de loshombres y los gobiernos, caera en corro-borar la identificacin del cuidado con lofemenino como si fuera algo inamovible.Su sentido no es afirmar la divisin deltrabajo en funcin del sexo, sino al con-trario tratar de desestructurarla.

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  • En un momento dado puede ser via-ble la exigencia de medidas proteccio-nistas como son las de accin compen-satoria o discriminacin positiva en elmbito laboral (dejo a un lado la discri-minacin positiva en la representacinpoltica pues incorpora elementos que lohacen ms complejo, como la represen-tacin de grupo en el terreno de lasideas). Se parte de una situacin dedesigualdad profunda y prolongada y seenfrentan a las resistencias de unempresariado anti-igualitrista y pre-constitucional. A mi modo de ver setrata de medidas puntuales, evaluablesy modificables en funcin de la eficaciay efectos producidos.

    Sin embargo y acercndonos a otrotema de actualidad, la defensa de la cus-todia compartida, al igual que la exigen-cia de un permiso de paternidad propiopor el nacimiento de un hijo o hija, sebasa en el objetivo de lograr generalizarlo que hoy resulta una prctica minorita-ria: que los hombres asuman la paterni-dad social, facilitando que la maternidaddeje de ser un handicap en la vida demuchas mujeres, condicionando su des-arrollo personal en otras facetas perso-nales y laborales, sin por ello lesionar losderechos de las mujeres que por habersededicado al cuidado de hijos e hijas se

    encuentren sin recursos propios anteuna separacin y por tanto requieranmedidas especficas.

    Enfrentarse a estos dilemas es unestmulo y plantea nuevas tensiones almovimiento feminista a su prctica dia-ria, al enfoque de las reivindicaciones, ya su estrategia.

    No dar por lgica y natural la unidadentre las mujeres no implica negar laexistencia de elementos comunes,supone tratar de articular las diferen-ciar para ir trabando esa unidad y eldilogo entre las distintas experienciasy prcticas feministas y priorizarunapoltica de alianzas sobre las propues-tas y reivindicaciones que se formulandesde las distintas organizaciones femi-nistas.

    Requiere tambin desarrollar polticasy discursos que integren el reconoci-miento de cierta identidad cultural de lasmujeres, la bsqueda de su reconoci-miento social en tanto que tales juntocon polticas de justicia social e igualdadque permitan romper lo que el gnerodetermina, enfrentarse a las desigualda-des y discriminaciones que genera la cul-tura patriarcal, las estructuras sociales yeconmicas.

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