Fenomenología y Emociones
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7/26/2019 Fenomenologa y Emociones
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ISSN: 0213-3563
EL CONTINENTE SUMERGIDO.
NOTAS SOBRE LOS FUNDAMENTOS
FENOM ENOLO GICOS DE UNA TEORA DE LA PERSONA
The
submerged continent. Remarks on the phenomeno logical
foundations ofa theory ofperson
Roberta DE MONTICELLI*
Universidad de Ginebra (Suiza)
BIBLID [(0213-356) 4, 2002, 139-161]
RESUMEN
Se lleva a cabo un intento de fundacin fenomenolgica de una psicologa de
la persona tomando como base relevantes escritos de Husserl, Scheler, Stein y Von
Hildebrand, entre otros. Se discute la contribucin original hecha por estos fenome-
nlogos (ms all de la Ontologa Personal) y se introduce as al lector en una rica
fenomenologa de la vida emocional, su estructura, el papel que juega en la consti
tucin del
ethos
de la persona. La fenomenologa en esta versin realista menos
cono cida ofrece un po der d e anlisis no so ado ni siquiera po r la filosofa analtica
de la me nte y de las emo ciones, al me nos e n el mo me nto presente. Se bosqueja una
introduccin del ncleo de la teora fenomenolgica de la identidad personal (actos
egolg icos de la vida emocional estratificada) y se pr op on e un a revisin de conjunto
de ideas tpicas sobre la fenomenologa husserliana y no-husserliana.
Palabras clave,
fenom enologa, realismo, identidad personal, persona , emocio
nes, sentimientos, estados de nimo, valores, ethos,realismo e mocion al.
* Traducido del francs por Jess Vega Encabo.
Edicio nes Univ ersidad de Salama nca Azafea. Rev. f i los . 4, 2002, pp . 139-161
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ROBERT DEMONTICELLI
EL CONTINENTE SUMERGIDO
ABSTRACT
An attempt at a pheno men ological foundation of a psychology of the perso n is
made on the basis of relevant writings by Husserl, Scheler, Geiger, Stein, and von
Hildebrand among others. The original contribution made by these phenom enologists
(over and above Husserl's Personal Ontology) is discussed, thereby introducing the
reader to a rich phenomenology of the emotional Ufe, its structure, the role it plays
in the constitution of a person's ethos.Ph eno me nolo gy in this realist, less k no wn
versin of it displays a power of analysis which is not even dreamt of by analytical
philosophy of mind and the emotions, at least in its present state. An introduction to
the core of a phenomenological theory of personal identity (egological acts of the
stratified emotional life) is outlined. An overall revisin of commonplace ideas on
Husserlian and non-Husserlian phenomenology is proposed.
Key words: phenomenology, real ism, personal identi ty, person, emotions,
feelings, moods, vales, ethos, emotional realism.
La fenomenolog a , como es sab ido , conoc i su p r imer g ran desa r ro l lo an te s
de l a ca t s tro fe q ue d i sp e rs l a me jor he ren c ia de l pens am ien to f il osf ico a l em n .
Pe ro qu hemos rec ib ido de e s t a he renc ia? Poca cosa . En pr imer luga r , l o que ha
podido pasa r a t r avs de los f i l t ros sa r t reano , despus mer l eau-pont i ano , y f ina l
m e n t e h e i d e g g e r i a n o .
Las ciencias cog nit ivas, y la fi losofa d e la m en te q u e se inspira en el las, pl an tea n
ho y bastantes desaf os a tod os los qu e no co nsig uen qu ed ar sa t isfechos ni con la a lte r
na t iva en t re na tu ra l i zac in de l a mente y dua l i smo mente -ce rebro , n i con n inguna
de las di ferentes est ra tegias disponibles para la na tura l izac in de la mente .
De sgra c iada me nte , la t r ad ic in fenom enol g ica , t al co m o es p rac t i cada hoy e n
d a por va r ios de en t re aque l los que se d i cen sus he rede ros , no o f rece t ampoco
gran ayuda a los que quisieran recoger estos desaf os. Se apl ica esta consta tac in
igua lmente a l a f enomenolog a p re -he idegger i ana o no-he idegger i ana?
Las pg inas q ue s iguen sug ie ren qu e no . Se t r a ta de no ta s de v ia je , nac idas de
un recor r ido a t r avs de los p r imeros g randes t ex tos de l movimien to fenomenol-
g ico . Ent re e l los debe co loca rse un buen nmero de l a s con t r ibuc iones a los muy
r i c o s v o l m e n e s d e lJahrbuch fr Philosophie und Phanom enologische Forschung
( l a r ev i s t a ed i t ada t an to por Husse r l como por Max Sche le r , Alexander Pfaende r y
Mor i t z Ge ige r )
1
.
1. Y tambin por A. Reinach hasta 1917, fecha de su prematura desaparicin, durante la guerra.
Entre los textos a los cuales nos referimos en estas pginas (adems de evidentemente M. SCHELER,
Der
Formalism us in der Ethik und die materiale Wertethik, 1916), se encuentran los siguientes: M. SCHELER,
Die Idole der Selbsterkenntnis, en
Gesammelte Werke,
3 :
Vom Umsturz der
Werte,Francke Verlag Bern
und M nchen, 1972; E.STEIN,ZumP roblem derEinfhlung. ReprintKaffke, 1917,Mnc hen, 1980; E.STEIN,
Beitrge zur philosophischen Begrndung der Psychologie und der Geisteswissenschaften,/ar>uc/?/r
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ROBERTADEMONTICELU l 4 l
EL CONTINENTE SUMERGIDO
En esta presentacin se esbozar, en primer lugar, una formulacin de las
cuestiones que plantean las ciencias cognitivas y la filosofa contempornea de la
mente. A continuacin, se resumen las sugerencias y se recopilan las herramientas
conceptuales que estos fenomenlogos de las escuelas de Gotinga y de Munich
pu ed en ofrecer al filsofo con tem por ne o. En cua nto al fragmento ya bien funda do
y bien desarrol lado sobre la fenomenologa de la persona que estos fenomenlo
gos nos ofrecen, no se tratar en esta presentacin ms que el aspecto complejo
de una fenomenologa de la afectividad, y se dejar en la sombra el otro pilar de la
teora de los actos egolgicos, o constitutivos de la persona, es decir, la fenome
nologa d el querer. Rem itamos para ilustrar este ltimo al largo artculo de Pfaend er
(1911), do nd e l mism o resume los elem entos de una fenom enologa del quere r (tal
como los haba desarrollado en su obra ms extensa de 1900, Phanomenologie des
Wollens)
2
,
una breve obra maestra, que ha tenido bastante influencia sobre varios
fenomenlogos posteriores (entre ellos Ricoeur)
3
.
Lo qu e p are ce perfilarse a travs de la superficie, u na s veces lm pida y otras agi
tada, de este mar del pensam iento es la silueta de un co ntinente sum ergido. Podra
mo s deno m inarlo la Atlntida de la realidad personal, un con tinente sum ergido o, e n
todo caso, un mundo desde hace mucho tiempo sustrado a la luz de la reflexin y
de alguna manera perdido para nuestra conciencia: un mundo reprimido.
1. EN QU SE HA CONVERTIDO LARE LID DDE LAS PERSONAS?
Qu hemos reprimido entonces hasta el olvido, a partir de cundo y por qu?
Por desconcertante y paradjico que sea, el vaco que ha producido esta represin
est a la vista de todo s: es el vaco en el cual se pier de nue stro pen sam iento cu and o
Philosophie undPhnomenologischePorschung, Halle, 1922; M. GEIGER,
The
philosoph ical at ti tudes and
th e
Problem of Subsistence and Essence, en Proceedings ofthe Sixth International Cong ress ofPhilo-
sophy,
Harvard, 1926, New York, 1927; M. GEIGER, (publ icad o tras su muerte) , Die Wirklichkeit der Wis-
senschaften und die Metaphysik, Hi ldesh eim, 1966; M. GEIGER, Das Bewusstsein von Gefhlen,
Mnchener philosophische Abhandlungen,
1911; M.
GEIGER,
Fragment ber den Begriff des Unbe-
wuss t s e ins und die psychische Realitat, M. HALLE, 1921 Qahrbuch); A. PFAENDER, Phanomenologie des
Wollens,
19 00; A. PFAENDER, Motive undMotivation, 1911,Mnc hen , Barth
Verlag,
1963;A . PFAENDER, Ein-
fhrung
in die Psychologie. Leipzig, 1904, 2-Auflage L eipzig, 1920; A. PFAENDER, Zur Psychologie der
Gesinnungen,Jahrbuch fr Philosophie und Phnomen ologische Forschun g. M. HALLE, Niemayer Ver
lag, 1913-1916, Bd. 1, pp . 325-404, Bd. III, pp . 1-125; A. PFAENDER,Die Seele des
Menschen.
Versuch einer
verstehender Psychologie,
M.HALLE,N iemay e rVerlag,1933; D. VON HILDERBRAND,Die Idee der sittlichen
Handlung, Jahrbuch, 1916, pp . 126-151; D . VON HILDERBRAND, Sittlichkeit un d eth isch e Wertkenntnis,
Jahrbuch (1922), pp . 463-602, Tb ingen , Niemayer Verlag, 1969-
2. Vas e la nota pr ece den te. Para una trad ucci n i taliana de una bu en a seleccin de las obra s ci ta
das ,
vase la recopilacin de textos editada por R.
DE MONTICELLI,
La persona, apparenza e realta. Testi
fenomenologici
1901-1933, Milan o, Cortina, 2000.
3.
P.
RICOEUR,
Philosophie de la volont 1. Le volontaire et l involontaire,
(1950),
A ubier Monta igne ,
1988.
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intenta captar en qu consiste la realidad de una persona. Si uno confa en los
m odo s habituales de pensar, cualquiera qu e sea el pu nto de vista que se elija sobre
este proble ma , esta realidad personal parece de svan ecerse e n beneficio de una rea
lidad impersonal.
Los mod os pe rson ales de pe nsar a los que m e refiero son e n definitiva la vulgata
de los dos modelos principales de refundacin de la psicologa que se enfrentan al
final del siglo xx: el modelo freudiano y el modelo cognitivista. Si este ltimo
conoc e, desde h ace una veintena de a os, un xi to acadmico cada vez ms vigo
roso,
el primero resiste an en la cultura general y la mentalidad comn, a pesar
de numerosos signos de declive que parecen minar su posicin antes dominante.
Todo el mundo sabe cmo funciona, en sus grandes l neas, la reduccin de
lo personal a lo impersonal en la metapsicologa de raz freudiana. Uno de los
prob lem as de fondo de este acercam iento se plantea e n la interseccin d e la teo
ra y de la prctica psicoanaltica. He aqu la formulacin que un filsofo anal
tico dio de ella hace ya veinte aos:
Freud dice al paciente: Una parte de la actividad de su propia mente ha estado
sustrada a su conocimiento y al control de su voluntad . Sus instintos ... le han arre
batado sus derechos de una manera que no pu ede usted sancionar. Pero las met
foras polticas de Freud nos dejan desprovistos de todo critero de distincin entre
(1) las actitudes que realmente nos pertenecen y (2) las ideas e impulsos riva
les, que se supone que superan nuestras propias actitudesyusu rpan el control de
nuestros comportamientos. Tras un examen sistemtico del problema, me inclino
a negar que la teora psicoanaltica... sepa ofrecer una explicacin coherente de la
distincin en cuestin
4
.
Qu sucede con la selfhood en el modelo cognitivista? Incluso los no-espe
cialistas van a ser sensibles de aqu en adelante a la sospechosa renovacin que
inspira la filosofa con tem por ne a de la men te con res pecto al sentimien to ordina
rio que cada uno t iene de s mismo.
Para ver esta sosp echa en funcionamiento, intentem os resp ond er a la cuestin
de qu es una persona. Una persona es un agente voluntario y responsable: res
po nd e de sus acciones voluntarias, es decir, de las que n o son ejecutadas bajo coac
cin. Sea. Pero
mi
volu ntad, soy yo q uien la determina? Esta decisin, po r ejemplo,
soy j o quien la toma? En seguida, el temor d e decir algo absur do, o al m eno s algo
demasiado ingenuo desde el punto de vista del estado actual de la ciencia, nos
frena; qu significa: soy yo quien toma la decisin? No querramos incluso vol
ver a la idea de una causa no causada? Nos viene a la mente que sta era preci
samente la definicin tradicional de la voluntad, la manera de caracterizarla ab ovo
como siendo
libre,
la capacidad de hacer comenzar una serie causal, deca Kant.
4. I. THALBERG,Motivational Distu rban ces and Free Will, en H. T. ENGELHARDTy S. E. SPICKER,(eds.),
Mental Health: Philosophical Perspectives,
Dordrecht, Reidel Publishing Company, 1976, pp. 201-220.
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Pero justamente, l lo saba tam bin, algo semejante n o se encue ntra en la natura
leza. No, una decisin es un acontecim iento y como todo a contecim iento est nt i
m am ente relacionad o con una caden a causal ligada a otros acontecimientos. Es un
efecto determinado o probable, relativamente previsible. Quiz no sea ms que el
aspecto mental de un acontecimiento neuronal . En todo caso, no t iene sent ido
decir que yo soy la causa primera del mismo. Una causa primera no existe en la
naturaleza. Este camino no tiene salida: no parece que la realidad de una persona
pueda ser pensada como causal idad de un sujeto, o como su efect ividad (Wir-
klichkeit),
que era precisamente una manera de pensar su realidad.
Intentemos o tro cam ino. Una persona es un sujeto d e experiencia. Bien, pe ro
esto quiere decir qu e una p ers on a e s una en tidad p rovista de una mente, es decir,
de u n receptor-elaborador de informacin. No hay, en principio, ningn obstculo
a la posibilidad d e imaginar y esb oza r
ta l
me nte. Num erosos orde nadore s, los idio
tas rpidos de la ltima generacin, con tal de que estn dotados de la potencia y
la memoria necesarias para hacer girar mentes artificiales, son ya mejores que
nosotros para ejecutar ciertas funciones especficas. Sin embargo, sea cual sea el
modo en que describa estas mentes posibles, teniendo en cuenta todas sus capa
cidades de interaccin con el entorno, sus estados funcionales cognitivos, emoti
vos , activos, habr descrito slo cmo funciona una mente o una entidad dotada
de mente (comprendido yo mismo); pero no habr dicho nada sobre qu efecto
p roduce se r una cosa semejante. Habr descri to lo que he l lamado un sujeto de
experiencia, pero lo habr descri to como un objeto que funciona de tal o cual
modo: no habr descri to nada de lo que es ser un
sujeto
de experiencia. Ni habr
descrito la experiencia de un sujeto desde el punto de vista del sujeto mismo, ni
habr dicho lo que son las emociones, decisiones, percepciones segn la concien
cia qu e tengo de ellas cua ndo e xper ime nto una em ocin, tom o una d ecisin o per
cibo un objeto. En suma, mientras describa el funcionamiento de una entidad
dotada de mente, no tendr ningn indicio sobre lo que significa ser una persona
segn la conciencia que sta t iene de ello.
Por qu este hec ho deb era inquietarme? Pues vaya No deseara m os, en cual
quier c aso, volver a una idea arcaica y mstica del conoc imie nto, s eg n la cual, par a
conocer una cosa de cierto tipo, hay que ser una cosa de este mismo tipo. En qu
se convertira en este caso la objetividad del conocimiento? La virtud principal de
la ciencia no es precisamente la de despojar a la realidad de atributos ligados a
nuestro punto de vista l imitado? Haced desaparecer la nariz y no habr ms olores,
deca ya Galileo...
Intentemos entonces tomar an otro camino diferente. No hay ent idad sin
identidad; por esta razn, si conseguimos definir las condiciones de la identidad
personal , estaremos en posicin de c om pre nde r q u es la real idad de las personas.
Bien, digamo s en tonc es q ue A y B (po r ejem plo un n io y un viejo) son la mism a
persona si y slo si .. . Podramos proponer numerosos criterios. Por ejemplo, la con
tinuidad fsica. O tambin la inclusin de contenidos mentales: B es la misma per
sona que A si los recuerdos de A forman parte de los recuerdos de B. O, an,
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razonar sobre el concepto de pertenencia: dos fases cualesquiera de existencia o
de experienc ia per tene cen a la misma perso na si estn vinculadas p or ciertas cone
xiones diferentes a las de la sucesin tem poral ( por ejemp lo, causa les). Dejando a
un lado el hecho de que cada uno de estos criterios, si se analiza de cerca, est
sujeto a contraejemplos imaginables, n o que da ya ni un solo caso en q ue, sea cual
sea el criterio de identidad de objetos, ste no presuponga un punto de vista sobre
el yo que no es el mo; dicho de otro modo, una perspectiva sobre la vida de una
persona que no es la de la persona que la vive, o la de la vida
vivida,
sino al con
t ado , la de un tercero, o de la vida observada.
Es verdad, por ejemplo, que para saber si el nio que he encontrado en 1908
es la misma persona que este anciano de los aos 90, podra preguntar a este
ltimo si se acuerda de nu estro lejano encuen tro. Pero, una vez qu e se deja d e lado
el he ch o de q ue su respues ta negativa no excluira el he cho d e que fuera el ancian o
en cuest in, este lt imo no se percibe a s mismo de m odo alguno c om o un con
junto de individuos fsicamente distintos en diferentes m om entos , individuos de los
que habra an que decidir si son diferentes aspectos temporales de la misma per
sona. Serum persona no quiere decir percibirse as. Esta ltima no es precisamente
la perspectiva de la primera persona o de l viviente, sino una perspectiva externa
sobreel ser viviente. Lo qu e es cap a a sta es justamente la realidad particular q ue
hay quepresuponer para distinguir los dos pu nto s de vista: el qu e tiene la persona
de s misma y el de un tercero sobre esta misma persona.
De nuevo, parece que mi intuicin del ser personal se reduce a la nada o, en
todo caso, se traduce a los trminos de una realidad impersonal, la de un
objeto
que hay que identificar.
Podramos resumir esta aparente imposibilidad de comprender la esfera de lo
personal con esta amarga constatacin que se repite cada vez: pero aqu, yo no
cuento para nada. Yo, tal como mevivo en el acto de tomar una decisin, o en el
acto de escribir el texto de una conferencia, o en el de alegrarme del retorno de
un amigo; o, finalmente, en el acto de constatar las lagunas de los recuerdos que
teng o de mi vida pasad a, qu e con tino, sin em bargo , llam ando la ma. En resumen,
lo que escapa a todas estas descripciones soy yo mismo, al menos tal y como yo
me
cap to (aunque inadecuadamente)
en el ejercicio de vivir.
Esto tendra poca
importancia si esta constatacin pudiera limitarse a la pequea cosa que soy, pero
naturalmente no puede hacerlo. De hecho, la nocin que tengo -o creo tener- de
una persona responsable o de un sujeto de experiencias o incluso de una indivi
dualidad irrepetible, no se aplica ms a m que a mi hijo, a mi amigo, al Papa o
cualquier persona del mundo. Toda mi conducta respecto a ellos -y la suya res
pecto a la ma- i lustra precisamente lo que significa que nos consideremos rec
procam ente como siendo person as. Hasta tal pun to que yo no co nsigo imaginar lo
que sera un mundo sin esta realidad personal. Y, sin embargo, por lo que parece,
no estoy en disposicin de comprender este mundo a t ravs del pensamiento.
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2. EL MUNDO DE LA VID Y EL DE LANEUROFILOSOF
Todas estas reflexiones perplejas, y muchas otras, las resumi Husserl en una
conc isa frase q ue figura e n el parg rafo 53 de laCrisisde las ciencias europeas. Es la
paradoja de la subjetividad hu ma na de ser a la vez sujeto y objeto del mundo. Pero
es esa circunstancia realmente una paradoja, o se ha convertido en una paradoja a
causa de un p aso e n falso da do po r nuestro pensamiento?Y,si tal es el caso , de q u
pa so e n falso se trata y a partir de cu n do se ha manifiestado po r primera vez?
Nadie ignora la reconstruccin q ue l lev a cab o Husserl , duran te los aos 30,
de la l nea principal de desarrollo del pen sam iento postcartesiano. Podramos resu
mirla as . La herencia de Descartes hoy no es una forma de mentalismo, aquella
forma que, con su fantasma en la mquina, era una especie de orgullosa ostenta
cin d e la glndula pineal. Lo que sobrevive del pensa mien to cartesiano es ms b ien
un modelo del conocimiento que l lamamos objetivo y que consiste en despojar al
verdadero saber de todo lo que est ligado a nuestro punto de vista. Hemos, por
ejemplo, renunciado desde hace tiempo a atribuir al movimiento de las estrellas
errantes la misma naturaleza, voluntaria, que a nosotros. Las estrellas han perdido
desde entonces la mente anglica que las animaba. Lamentable para la poesa de
la naturaleza, pero, finalmente, adquisicin inevitable para su ciencia.
El hecho es que, una vez introducido este principio de expoliacin, sus efectos
sobre el m un do h um an o son de spiadad os. El espacio vaco de la accin y de la per
cepcin humana, con sus ejes naturales y su horizonte, con el arr iba y abajo; la
escena d e la ambicin
5
de toda vida, de su ascens in y de su declive; tod o esto se
ve confinado en lo imaginario. Sabores, olores y colores desaparecen de los ver^
daderos objeto s, etc .
Hay un lmite a la aplicacin cada vez ms extendida de este principio? Quiz
haya uno, en efecto. La cuestin es saber hasta qu punto es legt imo decidir lo
que se debe entender por realidad a partir de un modelo dado de conocimiento .
Por ejemp lo, el espacio vivido y vivible, con sus direccione s de sentido y de accin,
el mundo de la vida cotidiana con su abundancia de cosas ti les y lujosas, el
mundo de las personas con sus ins t i tuciones , sus b ienes y sus valores , su geo
grafa y su his toria: todo esto pertenece manifiestamente a lo que entendemos
habitualmente por realidad. Diversas disciplinas cientf icas recortan all sus
dominios .
Convengamos en llamar fisicalismo a la ontologa que resulta del despoja-
m ien to de la realida d de tod o atributo ligado a nu estr o pu nt o de vista. El fisicalismo
parece entonces injustificable si implica que todo acercamiento cientfico a esta
realidad debe tener su origen en la fsica, pero est vaco o desprovisto de conse
cuen cias intelectuales s i no lo implica. ste es en el fondo el dilema d e la co ntem
pornea filosofa naturalista de la mente.
5.
Ambire
es u n trm ino latino qu e significa medir el espacio de sus pasos.
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Pero el precio de una extensin il imitada del modelo cartesiano -o galileano,
deca Husserl- del conocimiento objetivo no es tanto la prdida de alma del saber,
sino la pr dida de la significacin de las pala bra s. Las palab ras po r me dio d e las cua
les nos describimos como sujetos del mundo que habitamos, ms que como cosas
que contendra, estn amenazadas de vacuidad, hasta de sinsentido. Y no slo
palabras como persona, voluntad, libertad, sino tambin otras como lamento,
remordimientos, proyecto, eleccin, decisin, y con ellas to da s las cate go ras
de la psicologa del sentido com n, la mism a q ue util izamos tod os los das: se ha
arrepentido de verdad, un chico orgulloso, una profunda tristeza. Y, junto con
ellas, se ven amenazadas el resto de las palabras, las que describen el mundo tal y
co m o nos apa rece , qu e califican, po r ejemplo, de se reno al cielo, o de oscura a un a
atmsfera, de slida a la tierra firme, de confortable a una estancia, de elegante a
un porte, de majestuosa a una montaa, de digno de confianza a un amigo, de cul
pa ble a un h om bre . Algunos filsofos de la m ente afirman h oy qu e toda esta feno
menologa encierra conceptos no menos errneos que aquellos de los que se
servan los astrlogos y alquimistas, y eminentes investigadores pretenden haber
aislado en el cerebro la esfera de libre albedro (poco importa en cul de las 32
acepc iones d e este trmino, au nqu e sera interesante saber si nuestros cerebros son
ms bien molinistas que luteranos, ms bien cartesianos que leibnizianos, o quin
sabe, lockean os y davidsonianos).
El diagnstico husserliano parece, pues, de una notable actualidad. Adems,
sus implicaciones se ven an ms claramente hoy, cuando -por decirlo en pocas
pa la br as - el conflicto sem ntico entre el lenguaje del mu nd o de la vida (y de nu m e
rosas disciplinas que lo consideran digno de inters) y el de la neurofilosofa esta
lla ante los ojos de todos.
Pero, en lo que nos concierne, habamos part ido de un problema ms espec
fico,
el de la realidad personal, y querramos volver a l.
3. LA FUNCIONES PSQUICAS Y SU EJERCICIO
Un inters profundo y apasionad o u ne las investigaciones de los mejores feno-
menlogos de la primera generacin, cuya formacin ha sido al menos indepen
diente de Husserl (como Alexander Pfaender y Max Scheler), y de los ms jvenes
discpulos o admiradores de Husserl, Pfaender y Scheler, los miembros de los crcu
los de Gotinga y Munich (como Adolphe Reinach, Edith Stein, Hedwig Conrad-Mar-
tius,
Moritz Geiger, Dietrich von Hildebrand). Los fundamentos de la psicologa son
el objeto de este inters, una disciplina qu e, quiz m s que n ingun a otra en el curso
de este siglo, ha cono cido un desarrollo mov ido y proteiforme, ac om pa ad o de una
oscuridad persistente de sus fundamentos conceptuales y metodolgicos.
La fundacin de la psicologa aparece, en los escri tos de estos fenomenlo-
gos ,
co m o la tarea fundamental del pen sam iento co ntem por ne o. Si se cree en sus
palabras l lenas de esperanza, se t rata para el los de mantener una de las grandes
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promesas del siglo que acababa de comenzar, a saber, el proyecto de una psicolo
ga, por as decirlo, de doble registro. Esta ciencia les parece llamada, por un lado,
al estudio de las
funciones
dentr o de las cuales nuestra vida psquica se desarrolla
segn leyes causales propias, sin estar sometida a nuestra voluntad ni ser transpa
rente a nuestra conciencia. Pero, por otro lado, son las modal idades del ejerci
cio de estas funciones las que hacen de una vida psquica una vidapersonal. El
estudio de las relaciones esenciales que vinculan los actosque forman tal vida va a
constituir un dominio tambin importante de esta disciplina. Las leyes que descri
ben estas relaciones esenciales -que ligan, por ejemplo, creencias y sentimientos a
decis iones- pro ced en de la categora de motivacin. Funciones y actos, causalidad
y motivacin van a constituir respectivamente las condiciones dadas y las posibili
dad es abiertas al ejercicio d e una vida de un a pe rso na. Se entre v, tras este proy ecto
de una psicologa de la persona, la articulacin husserliana de las ontologas regio
nales de la naturaleza y de la mente, segn el poderoso esquema del segundo libro
d e Ideas.Pero la soldadura de estas dos dimensiones de la investigacin en el perfil
de una psicologa fenom enolgica, q ue Husserl dej en estado de esb ozo, no se rea
liza ms qu e entre n uestro s fenomenlogos del con tinente sumergido. Es lo que no s
queda por ver, antes de echar un vistazo al horizonte de esta investigacin, que
espera fundar una psicologa capaz, no ciertamente de ponerse en el lugar de la
aventura individual que es el conocimiento d e s mism o y los otros, sino de propor
cionarle un verdadero instrumento; puesto que, y sta es sin duda la raz del inters
qu e una co rriente de la psiquiatra t iene en estos fenomenlogo s, este cono cimiento
falible y parcial no es un lujo, sino una parte de la empresa que nos distingue, para
lo mejor y lo peor, de otros mamferos superiores, la difcil empresa de la
indivi
duacin
de nosotros m ismos, cuyo raro xito est en la base del poc o grado d e cre
atividad y de libertad de que gozamos y cuyo fracaso acarrea un buen nmero de
nuestras desgracias, hasta de nuestras patologas mentales, sordas o trgicas.
4 . LA PERSONA: CONCIENCIA DE TIPO
Deten gm onos en estos dos aspectos de nuestra vida, las funciones impersona
les y su ejercicio personal. Intuitivamente, la distincin es bastante clara, por difcil
que p ued a ser su aplicacin en casos determina dos. Una cosa es el funcionamiento,
po r ejem plo, d e los rgan os sen soriale s: la vista, el od o, etc.; otra distinta es elejer
cicio de cada una de sus funciones: mirar, escuchar. Consideremos algunas fun
ciones superiores: una cosa es, por ejemplo, la memoria como capacidad que
distingue a los hipermnsicos de las personas normales, otra distinta es la manera
por la cual nos dejamos motivar por los recuerdos, cualquiera que sea su exten
sin, y el peso relativo que les acordamos en cada situacin dada. Una cosa es la
com petencia lingstica norma l (ms o m eno s refinada), otra distinta es el uso qu e
se hace de la misma. Consideremos para finalizar la esfera afectiva. Una cosa es,
por ejemplo, un dolor fsico; otra distinta es el modo en que se vive, por ejemplo,
E d i c i o n e s U n i v e r s i d a d d e S a l a m a n c a A z a f e a . R e v . f i l o s. 4 , 2 0 0 2 , p p . 1 3 9 - 1 6 1
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ROBERTA DE MONTICELII
EL CONTINENTE SUMERGIDO
resist indolo, soportndolo, entregndose a l , incluso, en el caso de un maso-
quista, disfrutando de l.
Se podra mostrar que la actitud naturalista que habamos adoptado implcita
m ente al inicio, y que nos impeda com pren der la esencia de la person a, consiste
en reducir arbitrariamente el ser de las personas al aspecto funcional de su manera
de vivir. Pero ento nce s, cmo ac cede r al otro aspecto? Cul es la modificacin de
actitud que es necesaria?
El primer paso que hay que dar parece simple. Nos es sugerido por el desa
cuerdo entre lo que sabemos -o lo que creamos saber- en relacin al ser perso
nal,
y lo qu e po de m os decir del mism o. Puesto que no era el aspec to funcional el
que nos interesaba sino el personal , debemos, antes de nada, detenernos a refle
xionar sobre el modo en que
nos es dado
este aspecto, pues lo es, sin duda, intui
t ivamente . Desde e l momento en que ref lex ionamos sobre e l lo , en seguida
comprobamos dos cosas: en primer lugar, que tenemos, tanto otras personas
como nosot ros mismos, una conciencia inm ediata qu e se calificar de especfica;
en segundo lugar, que tenemos en ambos casos un conocimiento del individuo en
cuestin, que es siempre, incluso en el mejor de los casos, radicalmente inade
cuado. Las personas no dejan de sorprendernos, y entre las mayores sorpresas
estn algunas que proc ede n de nuestra propia per sona . Por un lado, estam os frente
a una evidencia; por otro, confrontados al enigma. Intentemos comprender mejor
estos dos puntos.
Tenemos una
conciencia inmediata
tanto de nosotros mism os com o de otras
personas que encontramos. Consideremos muy especialmente a los otros: no hay
duda de que lospercibimos como tales, comopersonas, es decir, como centros de
accin, sujetos de exper iencias, pasio nes y sufrimiento, ind ividuos provistos de un a
fisionoma. Veamos.
El trmino conciencia debe ser tomado aqu en su sentido fenomenolgico
ms amplio de presencia de un objeto cualquiera en una cierta modalidad inten
cional (por ejemplo, la vida de Ginebra se m e pu ed e pres entar com o un objeto d e
percepcin, de imaginacin, de memoria, de un juicio, de una volicin, de una
vivencia afectiva, etc). Las per son as, incluida la nuestra, form an parte de lo qu e se
encuent ra habi tua lmente en e l mundo
real,
a diferencia de los hipogrifos, no son
solamente imaginadas y pueden sernos dadas en carne y hueso.
Al decir que tenemos una conciencia inmediata de las personas, se quiere
decir que la realidad de las entidades que llamamos personas no es inferida o pos
tulada como la de las entidades fsicas (partculas) lo es a partir de entidades per
ceptibles (piedras y rboles). La realidad de las personas se da de modo inmediato,
justamente como la de las piedras y los rboles,
en cuanto tales.
Tener una conciencia inmediata de algo no se redu ce, dicho sea de
paso,
al
he ch o de tene r un a noc in de la mism a, o sabe r util izar la palab ra corres pond iente.
Es ms bien el t ipo de
acquaintance (familiaridad)
tci ta qu e pre sup on e la com
petencia lingstica.
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ROBERTA DE M ONTICEIXI
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Por otro lado, la conciencia inmed iata que te nem os de las otras per son as t iene
indudablemente una modalidad intencional diferente de la de la conciencia inme
diata que tenemos de nosotros mismos. En primer lugar, otro se me da inmediata
mente como un alterego, pero no como u n otro yo mismol Sobre este punto reina
todava una sorprendente confusin entre la mayora de los comentarios (e inter
pretaciones) de la fenomenologa de la intersubjetividad. La diferencia es la que
hay entre token y type. Me encuentro al otro como otro ejemplar del t ipo persona,
el mismo tipo del que yo soy un ejemplar: es decir del tipo ser un sujeto o ser un
yo.
A este t tulo, entre otros, le de bo resp eto o incluso m s que respeto , segn vie
nen a decirnos las retricas recientes del T, del Rostro del Otro, etc. Por el con
trario, no encuentro al otro como una rplica o un ejemplar de m mismo, lo que
sera absurdo (salvo en caso de clonacin): ningn fenomenlogo, por supuesto,
habra podido sostener semejante tontera. Es lamentable que este sorprendente
malentendido haya hecho creer a generaciones de es tudiantes que los fenomen-
logos (a l me nos a la Hussert)estn cond en ad os al solipsismo, y no con sigue n esca
parse a l.
La otra persona es el correlato de una modalidad de conciencia y de expe
riencia diferentes de las que tengo de m mismo, y ello aunque las dos modalida
des estn vinculadas. Es sta una tesis capital para evitar el malentendido que se
acaba de recordar, una tesis a favor de la cual se encontrar toda la evidencia posi
ble en la disertacin de Edith Stein sobre
El problema de la empatia
(1917).
La joven alumna de Husserl muestra en ella esta diferencia y este vnculo. Yo
me vivo,
pero re-vivo solamente el
Erleben
del otro: este revivir es el que carac
teriza a la emp atia, de igual ma nera qu e el sentim iento de s se dis tingue del h ec ho
de sentir al otro como un s mismo, y no, lo que sera el absurdo arr iba evocado,
com o otro yo mismo.Esto planteara, primero, la cuestin: cmo es que lo distingo
de m mismo? A continuacin me impedira darme cuenta de la viviencia del otro
en tanto que dif iere de la ma actual, vaciando de contenido la nocin misma de
empatia. No podra nunca apercibir al otro como tal .
Estos dos modos vinculados pero diferentes de conciencia inmediata estn
(ambos ) en la base de la nocin que aplicamos indiferentemente a nosotros mis
mos y a los otros, la de persona, ms concretamente, de la intuicin de tipo o de
esencia
que est en la base de esta nocin, o es presupuesta por nuestro dominio
del trmino y le da su plen itud intuitiva de sentido .
Esta nocin de persona, y la intuicin de esencia que la sostiene, est pues
ejemplificada tanto por nosotros mismos como por los otros, puesto que se enraiza
en las dos modalidades de la experiencia del tipo persona.
Pero para nues tro prop s i to , que es una mejor compren s in de es te t ipo, espe
cie o esencia, bastar co n reflexionar so bre esta experiencia o conc iencia inmediata
de la realidad personal que es el encuentro del otro.
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5 . L A E X P E R I E N C I A D E L O T R O
Y LOS FUNDAMENTOS
D E
LA PSICOLOGA
La manera que t ienen de
darse a conocer
los seres que aprendemos a llamar
personas, los m odo s q ue tien en d e interesarnos, de dejarnos indiferentes, d e sus
citar em ocione s y acciones, difieren am pliam ente d e los mod os qu e tienen d e ofre
cerse a la experiencia otros tipos de entidades: sil las, mesas, l ibros, montaas o
teoremas -y cada t ipo tiene sus mod os de presencia propios.
El rasgo ms caracterstico de la presencia personal es el carcter de ser con
gnere
(connaturalitas,
seg n la frmula escolstica). No se trata de un a hiptesis,
sino de un aspecto tpico de la percepcin de los otros: como otros yo. Tal es la
manera por la cual el otro me es inmediatamente presente (modo al cual Husserl y
Edith Stein dan precisamente el nombre de empatia, Einfhlung).
Pocas cosas son tan siniestras y turbadoras, tanto para un nio como para un
adulto, com o esos seres que t ienen una apariencia de persona y unapresencia de
autmata. Numerosos son los nios que tienen miedo de las estatuas porque tie
nen los ojos ciegos. Sin embargo, no tienen miedo de las sil las porque no ven.
Pero qu quiere decir ser percibido como otro yo? Otro yo es un ser vivo que no
slo vive sino qu e se vive, com o yo m e vivo a m mismo ; y yo lo perc ibo com o tal
yo.
Alguien que est presente a s mismo, implcita o explcitamente, de todas las
man eras en las que pu ed o estarlo a m mismo. Una persona es
visiblemente
un ser
viviente qu e se vive com o yo m e vivo. Es el origen d e su espacio orientado , de sus
acciones, est sujeto a emociones , se expresa.
He aqu el punto decisivo que buscbamos. Yo, pues, cuento como algo
cu an do se trata de com pre nd er e n qu consiste el aspecto person al del ser-persona.
No cuento como el individuo particular que yo soy, sino como paradigma o
ejem
plo de lo que es, en general y por esencia, ser una persona. El ser dado (implcita
m ente) a s mism o com o origen de su propio ho rizonte espacial y tem poral, centro
de un espacio de accin y de percepcin, origen de los actos de los que responde,
causa de efectos que se siguen de ello, afectado por toda clase de impresiones y
tocado por toda clase de emociones, todo esto es
constitutivo de lo que se entiende
por persona. Si que rem os llegar a increm entar o restringir la extensin de este con
cepto (como se hace en nuestros das en las discusiones de tica aplicada), debe
mos partir de este ncleo que le es propio.
El punto en cuestin es decisivo porque nos dice no slo cmo una persona
se distingue de una silla, de un autmata o de un teorema, sino porque nos dice
que esta caracterstica esencial, la de vivirse como yo me vivo o tener (por decirlo
brev em ente) un a vida interior, no es en ning n caso una hip tesis emp rica que los
hechos puedan contradecir. No es tampoco una definicin conceptual que haga
abstraccin de toda experiencia; an menos una hiptesis metafsica que consista
en imaginar una cosa invisible llamada alma, alojada, po ng am os, e n el cuerp o visi
ble de mi to. Es en cambio la esencia de las personas, tal como se ofrece a nues
tra experiencia
especfica.
Cada experiencia es especfica, es decir, debe hacerse
de manera apropiada. No se puede, por ejemplo, util izar el l ienzo de la Gioconda
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de Leonardo da Vinci como soporte de su colchn y pretender al mismo t iempo
tener una experiencia especfica de la Gioconda, es decir, en este caso, una expe
riencia estt ica. No se pued e, simplem ente, po rqu e n o t iene sent ido. No es el sen
tido que tiene ser la Gioconda. As, no se puede estudiar la manera de ser de las
personas abstrayendo de la experiencia especfica que tenemos de ellas, y cuyo
esti lo prop io no s es prescri to po r su sentido de ser.
Por supuesto, una persona humana no es solamente una persona, como tam
po co el cua dro de la Giocon da es slo el objeto esttico que tod o el m un do co no ce.
El bu en restau rador de cuadros se preoc upa r quiz ms de la com posicin qumica
de los colores de fondo q ue de un a m editacin sobre el valor de los fondos e n Leo
nardo ; por lo mismo, el bu en dentista qu e m e cura una caries se preocup ar m s del
estado de la raz de mi diente que del eventual encanto de mi sonrisa, al menos se
puede esperar as. Y, sin embargo, es evidente que nadie se atrevera a negar que si
los dientes no estn bien implantados en las encas, uno acaba con una bella sonrisa;
o qu e, si el pigm ento se gasta dema siado, un o acaba c on el enigma d e la G ioconda.
As, a nadie s e le debera ocurrir nega r qu e, sin cerebro, sin sistema n ervio so y
sin rganos sensoriales, todos los aspectos funcionales de nuestro vivir se apaga
ran y, en consecuencia, tambin los aspectos personales, pue sto qu e los presu po
nen: nadie puede usar su vista si no la t iene. No obstante, uno no debera por ello
ser acusado de mentalismo si hace notar que, en una descripcin funcionalista de
la persona, se pierde lo esencial, como en una descripcin qumica de la Gioconda.
Este prim er pas o que he m os d ad o al reflexionar sobre la m aner a tpica qu e tie
nen las personas de ofrecerse a nuestra experiencia -o a nuestra conciencia- no
parecer especialmente trascendental. Nos ayuda, sin embargo, a comprender lo
que haba de errneo en el acercamiento con el que hemos comenzado, dicho de
otro m od o, lo qu e hay de err neo en la general izacin improp ia de la act i tud natu
ralista. El error consista en olvidar que la esencia especfica de las personas es
correlativa a la experiencia especfica que se puede hacer de el las en una actitud
apropiada; y que es esta experiencia, y no la metafsica ni el apriorismo concep
tual, lo que nos indica que un vida vivida en primera persona es constitutiva del
hecho de ser una persona.
La importancia de este primer paso n o debera subest imarse. De he cho , no es
ms que una aplicacin del primer principio de la fenomenologa, segn el cual
cada tipo de objeto tiene su manera propia de darse a la experiencia, o a la con
ciencia. Poco importa, a la conciencia de quin, puesto que este principio identi
fica precisamente la conciencia con la presencia de las cosas, al afirmar qu e ca da
tipo de objeto tiene su manera especfica de presentarse y de esbozarse, de ofre
cerse a la experiencia y de trascenderla, y que reclama de nuestra parte, para ser
captada en su esencia especfica, una actitud apropiada. El estudio de los diversos
modos que tienen los diferentes tipos de objetos de darse a la conciencia y de tras
cenderla, lo denomina Husserl, sirvindose de un trmino bastante poco afortu
nad o dado s sus ascendientes kant ianos, fenomenologa t rascendental .
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Sin embargo, con este primer paso no hemos hecho ms que explicitar lo que
va de su yo po r lo que resp ecta a la realidad d e las pers ona s. El enigm a, por el con
trario, permanece intacto: nuestro avance es ms til a la filosofa general que al
conocimiento del ser personal. Ciertamente, nos dice de qu modo una persona se
distingue a la larga de un autmata, por ejemplo, pero no nos indica en qu con
siste exactamente el he ch o de vivirse co m o un yo que es la caracterstica ese ncial
de una persona, y no nos indica tampoco de qu manera debemos pensar esta
individualidad
de las pe rso nas q ue es, en definitiva, el rasgo caracterstico de su
manera de darse. No hay persona sin fisionoma.
Estas ltimas preguntas son las que intentan responder estos fenomenlogos,
que ,
decamos, parecen aventurarse a la bsqued a de un con t inente sumergido de
la realidad personal. Hacer frente a estas cuestiones es un po co co m o hace r frente
al misterio, tras haber esclarecido lo que va de suyo. Es mucho ms fcil distinguir
una persona de un autmata que conseguir no equivocarse en cuanto a su propia
persona o la del otro.
El dato irrefutable es que la conciencia de s (y de los otros) est muy lejos de
ser conocimiento de s (y de los otros). Por qu razn, mientras estamo s pr esen
tes inmediatamente a nosotros mismos, es tan difcil conocerse y tan fcil equivo
carse, ignorarse, o confundirse sobre uno mismo? Y qu quiere decir, en efecto,
conocerse?
6 . D E LA EVIDENCIA AL ENIGMA. LA CONCIENCIA Y LO QUE LA TRASCIENDE
Nos limitaremos nicamente a esbozar en sus grandes lneas la idea funda
mental que encontramos en las pginas de Pfaender, Scheler, Geiger, von Hilde-
brand y Edith Stein. Esta idea es la otra vertiente del principio fenomenolgico de
fidelidad al m od o qu e tienen las cosas de darse a conocer. Hasta el m om ento hem os
visto tan slo la vertiente husserliana, que es, en definitiva, la desrealizacin de la
conciencia. La conciencia, segn el mo do hu sserliano en que n os hem os servido del
trmino , no es una realidad, sino la presencia inade cuada de una realidad, segn el
tipo de trascendencia que le es propio. Esta desrealizacin de la conciencia corres
ponde a la distincin entre fenomenologa y psicologa. Es el avance caracterstico
del pensamiento de Husserl, as como la direccin del camino que ha seguido la
fenomenologa husserliana, al distinguirse de la psicologa de Brentano.
Pero esta misma distincin sugiere una refundacin de la psicologa, por o po
sicin a la manera en que se delimita su objeto, por ejemplo, en Brentano. Preci
samente porque la conciencia no es ella misma la realidad psquica de los
individuos, la psicologa no puede definirse com o el estudio de los modos de la con
ciencia, sino de una de las realidades que se manifiestan inadecuadam ente en ella.
ste es el hilo conductor comn de las investigaciones de los fenomenlogos en
materia de fundamentos de la psicologa.
E d i c i o n e s U n i v e r s i d a d d e S a l a m a n c a
Azafea . Rev . f i los . 4 , 2002 , pp . 139-161
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ROBERTA DE MONTICELLI
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Este camino comporta dos giros de un gran alcance filosfico. El primero es
el rechazo del mito cartesiano de la transparencia, segn el cual el ser del sujeto y
sus estad os (e n lenguaje cartesian o, lo mental) es aque llo sob re lo cua l
no
es posi
ble equivo carse o i lusionarse ( tener i lusiones) . Podramo s l lamarlo el principio de
la trascendencia intern a, o pe rso na l. El otro es la fidelidad al perfil carac terstico
de la realidad que se manifiesta, incluso s i es de manera inadecuada, a la expe
riencia que te nem os de noso tros mismos. Esta aplicacin delprincipio de fidelidad
a la experiencia de la realidad personal fija los lmites dentro de los cuales, sir
vindose de trminos contemporneos, t iene sentido proceder a una naturaliza
cin de la mente. En otras palabras, fija los lmites en cuyo seno la actitud
naturalis ta es apro piad a p ara el estudio de la realidad persona l.
6.1.
El principio de trascendenc ia
Veamos el primer p un to, el rechazo d el mito cartesiano de la transparencia. Es
sorprendente constatar cunto t iempo la psicologa ha s ido tr ibutaria del dogma
cartesiano de la adecuacin de la apariencia a la realidad, por lo que se refiere a
la realidad psquica o mental, o incluso al ser que cada uno llama s-mismo. Y,
en especial, es sorprenden te comproba r cunto t iem po conciencia y conocimiento
de s han sido confundidos por los filsofos, a pesar de que toda la experiencia
humana demuestra el carcter errneo de esta identif icacin. Y esto vale ya se
comprendiera la conciencia de s en su versin puntual, inextensa temporalmente,
cartesiana, ya en su versin lockeana, que comprende la memoria de sus propias
expe riencias y acciones pasa das, hasta tal pu nto qu e se defina la psicologa posi
tiva a principios de siglo como la ciencia de la conciencia, o de los fenmenos
psquicos, por oposicin a la fsica o ciencia de los fenmenos fsicos.
Si prestam os aten cin ah ora a los dos m odo s principales , incluso actuales , po r
los cuales la psicologa ha superado los lmites de la conciencia, el de las escue
las psicoanalticas y el de las escuelas cognitivistas, podemos ver que el presu
pues to ca r tes iano- lockeano de l a coincidenc ia entre identidad personal y
(auto)conciencia, entre smismo y representacin de s, ha permanecido inalte
rada. De hec ho , los psiclogos n o se l imitan ya a aque l dom inio. No obstan te, to do
lo que no forma parte de la (auto)conciencia es del orden de lo impersonal, b ien
sea lo inconsciente, entendido como un conjunto de tendencias que interfieren
con las que son vividas o conscientes y que, en parte, toman el lugar de la per
sona y dir igen su com portam iento, o bien sea, en to do ca so, el inconscien te co g-
nitivo (inconscious mind), entendido como conjunto de funciones parciales , no
conscientes , de elaboracin de la informacin (por ejemplo, reconocer un rostro o
un objeto, recordar un nombre, etc.) .
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6.2. El principio de fidelidad
Esta observacin nos conduce al segundo punto, al principio de la fidelidad
descriptiva al ser personal, tal como nos es dado. Indudablemente, estoy dado o
pres ente a m mismo, pero exa ctam ente co m o cualquier otra realidad, es decir, de
manera inadecuada. Del mismo modo que la montaa tiene numerosas vertientes
que no veo, y por esto mismo trasciende el aspecto que veo de ella, me es dada
cada vez desde un punto de vista particular, as mi ser no est ms que esbozado
o anunciado en cada estado de conciencia presente. Y, sin embargo, soy
yo
quien
siempre escapa en gran parte a la conciencia que tengo de m mismo; es justo lo
que llamo m mismo, el ser personal, el que al mismo tiempo se anuncia y se
oculta. Precisame nte com o la monta a: slo el m od o de trascenden cia es diferente,
como es diferente el modo de aparicin. Pero tal y como la montaa sigue siendo
la montaa, la vea o no, as yo sigo siendo yo all donde no me veo. Es esto lo
que dice el principio de fidelidad. La apariencia no es en ningn caso toda la esen
cia, sino qu e es la manifestacin de la esencia y nada m s. Por supu esto, se co me
ten errores sobre uno mismo y lo que es especfico de este cometer error es que
uno se
equivoca,
propiamente hablando, en los dos sentidos del trmino: el error,
o mejor, la i lusin puede contener una dosis de (auto)engao. Pero no se engaa
un o a s mismo categorialmente u ontolgicamente como en el fondo lo pretende
todo el pensamiento filosfico de este siglo, y como efectivamente lo pretenden
tanto Freud com o, por ejemplo, Daniel Denn ett . En este sentido, el principio feno-
menolgico de fidelidad expresa una
actitud fundamental del pensam iento
que es
opu esta a la que es caracterstica de la cultura de la sospecha y de su desconfianza
radical respecto a lo dado o al fenmeno.
Y es opuesta hasta el punto de adoptar, respecto a lo dado, exactamente la
actitud que se tiene respecto al don, a aquello que es dado u ofrecido (son, por
otro lado, los verbo s tcnicos ms frecuentes en los textos fenomenolgicos). Uno
no se limita a recibir un don, es necesario acogerlo. Pero nosotros nos damos a
nosotros mismos igualmente en este otro sentido. En cierto modo, conocerse es
acoge rse tal com o un o se da, tal como u no se ofrece a s mism o. El estilo de ex pe
riencia ap ropia do a lo que so mo s est prescrito por lo que som os: no es, o en todo
caso lo es slo dentro de ciertos lmites, el estilo del
conocimiento objetivo
(vase
antes) , porque es en cuanto sujetoscomo no s dam os a nosotros mismos.
7. LA PSICOLOGA COMO INSTRUMENTO DEL CONOCIMIENTO DE S
Qu quiere decir conocerse a s mismo? No quiere decir lo mismo q ue cono
cer un ejemplar de una cierta categora de objetos.(H e aqu por qu hay algo incon
gruente y molesto en el hecho de sustantivar los pronombres personales -el s
mismo, el yo). sta es una de las verdades que los filsofos reaprenden oca
sionalmente: el primero en enunciarla fue Platn en el Crmides -una verdad por
la cual redescubren una de las razones de ser de la filosofa-. Los filsofos del
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continente sumergido comparten todos este redescubrimiento, y a su luz entien
den que hay que definir
la tarea
y
el dominio
de la psicologa.
La tarea. Echemos una mirada sobre lo que nos ha surgido como constitutivo
de las personas segn la experiencia especfica que tenemos de stas, de los otros
y de nosotros mismos. Es el hecho de vivirse como sujetos (principio de fidelidad).
Pero es tambin el hecho de desbordar en realidad y efectividad este polo de lo
vivido que es actual en cada instante, este punto que Husserl llamaba yo puro:
el yo que escribe en este momento, usted que est leyendo (principio de trans
cendencia). Somos hechos de una cierta manera (real idad). Y debemos siempre
hacer algo
de noso tros mism os (efectividad). El cono cim iento d e s, qu e com o tod o
conocimiento de lo individual no puede jams agotarse, es lo que resulta necesa
rio para traducir la realidad en efectividad. En este sentido, conocerse significa
ms que captaruna realidad, significa acogerla para hacerla efectiva, es decir, para
hacerla vivir.Aqu la fenomen ologa se parec e a una intuicin central de Jun g. Por
que en definitiva sta es la tarea de la individuacin. sta no es un lujo sino una
nec esida d constitutiva de la vida hum ana qu e apar ente m ente la distingue de la vida
del resto de los animales, con la cual t iene tantos puntos comunes. Aqu cada ilu
sin a propsito de la realidad se paga, y se hace pagar, en forma de sufrimiento
propio e infligido a los otros.
En razn de su vnculo esencial con el proceso de individuacin, el conoci
miento de s no es slo un saber: es, en el fondo, conocimiento en el sentido de
experiencia viva, en el sentido de un encuentro consigo mismo. Este conoci
miento de s se vive esencialmente bajo la forma de una bsqueda que no es de
carcter terico ni simplemente la aplicacin de un saber terico. No
es ,
pues, lo
que podemos pedir a la psicologa. No es por cierto una casualidad que la mayo
ra de los fenomenlogos del continente sumergido hayan aportado cada uno una
contribucin diferente y significativa a la reflexin sobre la forma que puede tomar
la vida com o cam ino interior y b squ eda existencial. Para alguno s de entre ellos, po r
ejemplo, este camino fue el conocimiento de s a travs del arte. Para otros, fue una
tica vivida como la bsqueda de una vocacin personal. Para Edith Stein fue el
camino del Carmelo.
Sin embargo, lo que podemos pedir a la psicologa es que sea un
instrumento,
en el fondo, de este conocimiento, un instrumento que nos permita comprender
cmo estamos hechos. Aqu, lo individual no puede captarse sobre el fondo de lo
tpico, de la estructura ontolgica de la persona.
Y los diferentes niveles de esta realidad, tal y como se da, inade cuad am ente, a
nuestra conciencia definen los dominios de la psicologa. Podemos interesarnos en
el aspecto funcional de nuestra vida psquica, en las leyes causales que la gobier
nan y en las fuerzas qu e la nutren. Aqu tamb in existe una
identidad psquica
que
no es an la identidad personal de un hombre sino que, en su desarrollo ligado a
la vida biolgica del individuo, es su soporte permanente y la condicin de des
pliegue. Esta realidad es el dominio de la psicologa como ciencia natural.
Edicion es Univ ersidad de Salamanca Azafea. Rev. f i los . 4, 2002, pp . 139-161
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DE
MONTICELU
EL CONTINENTE SUMERGIDO
Y podemos adems interesarnos en esta identidad personal que se sustrae
muy a me nu do a la conciencia pro pia y a la voluntad co nsciente de un a persona,
Esta ident idad que se puede tambin comprender mal o negar toda la vida, que
pu ed e justamente no ser acogida y hecha efectiva, pero cuya enigmtica facticidad
no es menos manifiestamente eficaz, y a veces eficaz hasta lo trgico. De hecho,
una de las l ibertades que
no
tenemos es la de
estar bien cuando no nos est dado
hacer vivir esta identidad.
En este dominio, una psicologa pu ed e configurarse ms concretam ente como
un instrumento de conocimiento del ser personal. sta se configura, en efecto,
entre los fenomenlogos del cont inente sumergido no slo como una
fenomeno
loga de la experiencia des sino igualmente como una morfologa de las i lusiones
de esta experiencia: con Scheler, una doctrina de los
dolos del conocimiento de s
se pr op on e a t tulo de fundam ento de unapsicopatologa. El psicote rapeu ta pod r
extraer de ah sus conocimientos, sin que puedan sustituirse por el encuentro per
sonal y el descenso a la profundidad de la persona que una terapia a travs de lo
psquico lleva consigo. Scheler, al oponerlo a la ciruga psquica que juzga propia
de ciertas tcnica s psico analticas, llegar a calificar d e socrtico el m tod o d el psi
coterapeuta de la persona
6
.
8. PSICOLOGA FENOMENOLGICA Y PSICOLOGA DEL SENTIDO COMN
Tanto en una direccin como en la otra, una psicologa as entendida procede
en el sentido de las intenciones que presiden la psicologa del sentido comn.
Reconocemos todos que las condiciones funcionales del ejercicio del vivir abren
causa lme nte al con tenid o de es te ejercicio mism o, y estn a su vez sujetas a la cau
salidad. La fatiga y la ebriedad, la ceguera y el sndrome de Parkinson no pueden
perm ane cer sin influencia s obre el con tenid o de este ejercicio; y esto es verd adero
tam bin d e la angustia y de la dep resi n, de la ans ieda d y de la euforia. Pero com
prender lasacciones y pasiones de las personas, para nosotros, significa percibirlas
como estando l igadas por lazos de motivaciones que implican la sensibilidad, las
6. Por su pu est o hay que en ten der el trm ino experiencia de s en el sen tido comp lejo qu e se ha
visto
y que impl ica , como s iempre , que la percepcin de la rea l idad soporta e l sen t imiento de va lor ,
var iosactos, cada uno de los cuales no t iene necesidad de ser cumplido de manera consciente o refle
xiva.
En efecto, dice Scheler, el fundamento terico de este ideal teraputico es la idea segn la cual
u n a
especie a l menos de enfermedad del a lma no se enra iza de n inguna manera en los acontec imien
to s ps quicos rea lm ente v iv idos por e l pac ien te , en su con ten ido y en su sucesin , s ino en la manera
en
que son , por las funciones d e la percepcin in terna y de s mism o, cap tado s , reprimidos, comp ren
didos ,
in terpre tados y juzgados, en nue st ras tomas de posic in respec to a e llos , en e l m od o en qu e los
r e c o n o c e m o s . . . nicam ente desde es te pu nto de v is ta e l con cep to de au to i lus in adquiere su s ign if i
c a d o
p len o y principal(IDOLE,op. cit.p p .220-221).Hay pues un mu nd o de ac tos perso nales , por m edio
d e
los cuales nos definimos e sc ap an do a noso tros mism os, en la esfera de la exp erien cia de s . Hay que
ver
en este texto una de las races de la psiquiatra fenomenolgica.
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R O B E R T D E M O N T I C E L U
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CONTINENTESUMERGIDO
preferencias, las elecciones d e las person as. Es precisam ente u na de las tareas fun
dacionales la de distinguir fenomenolgicamente las relaciones de causalidad de
las de motivacin. Son en efecto las dos categoras fundamentales de las ontolo-
gas husserlianas de la naturaleza y de la persona.
La psicologa cotidiana o del sen tido com n con oce y aplica ya una distincin
implcita entre las cualidades de un ser humano que se manifiestan en sus presta
ciones y aqu ellas a travs de las cuales
l mismo
se manifiesta, o digam os ms bien ,
a travs de las cuales su personalidad se expre sa. Entre las prime ras con tam os por
ejemplo con la constitucin fsica, las actitudes de las esferas cognitivas inferiores
y superiores (las que son cuantificadas por los tests: odo, sentido de la forma,
capacidad verbal, capacidad lgica, memoria...) y las que conciernen a la esfera
motriz (equilibrio, coordinacin, etc.). Se trata de la esfera de las disposiciones
innatas que cada un o pose e en diferentes grados, pero que p ue de n ser reforzadas
y desarrolladas en verdaderas capacidades mediante el aprendizaje y el ejercicio.
Es ms difcil identificar la segunda clase de cualidades, que nos parecen manifes
tar menos los teneres de una persona que su propio ser. Tal persona tiene una
buena memoria o no la tiene, pe ro es ms o menos generoso , ms o me nos mez
quino. Hablamos del t ipo de carcter y de personalidad, pero no nos referimos
exclusivamente a las cualidades morales que hacen un buen o mal carcter. Y,
por otra parte , dist inguimos en la educacin global de una persona el compo
nen te entrenamiento de l com ponen te formacin-maduracin.
El estudio de los fundamentos de la psicologa del sentido comn, que Stein
lleva a cabo concretamente en su anlisis de la empatia, nos indica la direccin en
la cual buscar la raz de esta distincin. Si el ser personal se da en ciertas vivencias
y no e n otras, es necesario ento nce s rem ontarse a las vivencias en las cuales ste se
da originariamente para comprender su estilo de trascendencia caracterstica.
9. INTERIORIDAD O PROFUNDIDAD DE LA PERSONA
Concluiremos esta reflexin esbozando la descripcin de este ser segn las
principales ideas directrices de los fenomenlogos del continente sumergido.
Toda experiencia no es experiencia de s . Qu m odo s especficos del
Erleben
son, en efecto, modos de experiencia de s? De acuerdo con los fenomenlogos
mencionados, Edith Stein distingue las vivencias egolgicas de las vivencias no
egolgicas. En pocas palab ras, son no egolgicos todo s los actos de la esfera cog-
nitiva, de la percepcin al pens am iento, de ntro de la cual se presentan
objetos.
Son
egolgicos, por el contrario, los actos de la esfera afectiva y volitiva, en los cuales
me siento precisamente ms o menos profundamente implicado, respectivamente
como sujeto-a, es decir, en el sentido pasivo del trmino sujeto (subjacere),y como
sujeto-de, es decir, en el sentido activo del trmino, el que una larga tradicin de
pen sam ien to tico identifica con la causalidad del age nte, la causalidad libre.
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Esta distincin colma de contenido intuitivo el concepto fenomenolgico de
constitucin: nos muestra que ciertas clases de experiencias, pero no otras, son
constitutivas de lo que cada uno de entre nosotros llama s-mismo,
en el sentido de
que son justamente los modos por los cuales este s-mismo es dado, hecho pre
sente. Son las experiencias en las cuales el ser de cada uno se vive, actualmente.
En la pura m irada, en la escucha, e n el pen sam iento y el razon am iento, ciertamente
vivo y, sin emb argo, n o me vivo, no me siento vivir, si no es en tanto que el ejer
cicio de la vista, del odo, de la inteligencia comporta emociones y elecciones. Por
el contrario, desde el ms ligero dolor de cabeza hasta el duelo ms irremediable,
es im posible sentir sin sentirse afectados.
Y,
d esd e el acto de levantarse y andar h asta
el acto de tomar la decisin su prem a d e su vida, no es posible actuar y deter m inarse
a actuar sin vivirse como sujeto efectivo de estos actos, de los que dependen irre
me diablem ente la accin y la decisin.
La esfera afectiva es precisamente la esfera de experiencia de lo que podemos
llamar laprofundidad o incluso la interioridad del ser propio.
El anlisis de la estratificacin de la vida afectiva es la obra maestra de la psi
cologa fenomenolgica de la persona: es inicialmente y de manera genial esbo
zada por Scheler, despus desarrollada bajo ngulos bastante diferentes por Von
Hildebrand, Stein y los otros (entre los cuales se encu entra v on H artm ann) . Se trata
de un ejemplo muy clarificador de aplicacin del principio de fidelidad, que es
tambin un principio de confianza en el sentido de las expresiones del lenguaje
comn; indica concretamente en qu direccin investigar los fundamentos de evi
dencia
de este lenguaje que es justamente el de la psicologa del sentido comn.
Decimos que una emocin es ms o menos profunda, que una experiencia es
vivida ms o menos en profundidad, que en tal gesto una persona expresa su ser
ntimo , y as sucesivam ente. En otras po cas, a partir de las mismas fuentes de evi
dencia q ue alimentan este lenguaje ordinario y consintiendo en seguir el recorrido
de la experiencia de s que este lenguaje anuncia como posible, se construy una
tipologa del espacio interior, poco ms o menos un mapa necesario para la bs
queda de s mismo. En la nuestra, no slo se ha rechazado el envoltorio doctrinal
y confesional qu e estas topologas hab an revestido, sino tambin la bas e fenom e
nolgica de evidencia que la alimenta y el saber implcito que este lenguaje con
tiene. Interioridad y profundidad del vivir, as como el ser personal, se han
convertido para la mayora de nosotros en metforas vacas, residuos ideolgicos
y culturales del pa sa do , mitos en el sentido p eyor ativo del trm ino. En es te siglo,
los fenom enlogos del continente sum ergido son los nicos entre los filsofos que
han reavivado, en la ms rigurosa libertad de presupuestos doctrinales, el
conte
nido de experiencia de este lenguaje.
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10. LA ESTR TIFIC CIN DE LA VID FECTIV
Retom em os, pues , con ellos el hilo con duc tor del lenguaje c om n: se est ms
o menos profunda o ntimamente implicado en una experiencia afectiva. O,
co m o tambi n se dice, se est implicad o en ella con una parte ms o m eno s gr and e
de s mismo.
10.1.
Los sentimiento s sensoriales
Lo que se vive en la esfera de los sentimientos sensoriales -placer y dolor
fsicos inherentes a las sensaciones- es la superficie o el exterior del ser pro
pio: las partes d el cuerp o en las cuales estos sentimientos sensoriales estn locali
zados, pero, ms generalmente, las partes del cuerpo que son solicitadas por el
ejercicio de las funciones vitales y sensoriales. Sin em ba rgo , es slo en la pa sivid ad
del placer o del dolor fsico como se me dan, por as decir, los lmites fsicos de mi
ser: desde la cabeza que me duele al pie que alguien pisa.
10.2.Lossentimientos vitales y la dinm ica vital
Ms profunda es la capa de s que se vive en los sentimientos vitales, por
los cuales se anuncia el estado vital propio: el estado fsico (son los modos de
sen tirse e n el cuerpo , la fatiga, el frescor, e l bie nes tar, el m ales tar); y el esta do ps
quico (son los hum ores o estados de nimo, con su gam a co ntinua, d esd e el po lo
de la depresin al de la euforia pasando por todos los matices de la ansiedad y de
la confianza, d e la inseguridad y del bienestar , de la inquie tud y de la se reni dad . . . ) .
Estas
Stimmungen
no s dice n pre cisa m ente cmo estamos, constituy en la esfera
de la BefindlichkeiP. adquir i rn poco a po co un a impor tancia mayor, y no slo en
el pensamiento de Edith Stein. No es una casualidad que la Befindlichkeit se con
vierta, en el pensamiento de Heidegger, en la categora central de la finitud. Pero
antes de perderse en las vastas extensiones de la anal t ica existencial , la fenome
nologa de los sentimientos vitales abre verd ade ram ent e n uev as vas a lo qu e p od e
mos l lamar el conocimiento de s . Los sentimientos vitales , en efecto, adems del
he ch o de q ue destien sobre la realidad, colo rean do d e rosa o de negro la atms
fera que rodea al sujeto, anuncian el estado vital efectivo de ste. No dicen en qu
consisto yo s ino slo cmo m e encuentro, cul es mi estado. De esta manera, sea
lan una caracterstica esencial que la persona (Edith Stein dir: la persona finita)
comparte con cada ser viviente que depende de algo diferente para vivir , o cuya
vida debe ser cont inuamente alimentada.
Disting uim os la vida co m o sucesi n de es tad os funcionales de un organ ismo ,
de la vida co mo historia de una persona; ningu na m encin d e la primera se encon
trar en una biografa, si no es en tanto que interfiere y condiciona la segunda. Del
mismo m odo , independienteme nte de todos los prejuicios doctr inales , com pren dem os
la distincin que los fenomenlogos nos sugieren, entre lo que nutre la primera y
lo que nutre la segunda. Es concretamente as como lo entendemos, en efecto,
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cuando nos preguntamos: pero de qu vivo, yo?. Precisamente no slo de pan.
Demos un paso ms y reflexionemos sobre el hecho de que, en efecto, ciertas
exp erienc ias nos consumen (se lo llama co m n m en te amor, o tam bin dolor, p ero
el ejemplo m s evidente es tod o estado de stress y qu e otras no s llenan, no s dan
vida, no s recrean (el amor m ismo, d esd e otro pu nto de vista, pero tam bin la lec
tura de un poe ma o el encu entro d e una persona , incluso una s imple conversacin).
Desde entonces, esto nos conducir naturalmente a descubrir el vnculo entre estos
sentimientos vitales que son los estados de nimo o los humores y los estados de
energa vital de los qu e se nutre nue stra existencia personal. Distinguiremos as dos
niveles de la dinmica del vivir y, relativamente in dep end iente s, do s tipos respecti
vos de energa que lo alimenta: la que est en la base del desarrollo psicofsico y
del funcionamiento normal de todas las funciones (ciclos de variacin de la canti
dad de energa, desde el ciclo biolgico entero del nacimiento a la muerte, a los
ciclos de biorritmos cotidianos); y la que sirve al
despliegue
o al hecho de reali
zarse, de actualizar la poten cialidad existencial de cada un o q ue la alimenta, p or as
decir, la madura cin y la historia interior de u na perso na
7
.
Este lenguaje energetista un p oc o pa sad o d e mo da p ue de sin du da extraar. Sin
emb argo, no hace falta p erde r de vista losfenmenos que
estos
anlisis describen.Una
fenomenologa de la fatiga -inclu so del ag otam ient o- est an por hacer, y tamb in
una fenomenologa de la recreacin. Cmo es posible qu e una con versacin baste a
veces para d arnos energas, qu e una simp le emoci n esttica nos apo rte nueva s fuer
zas para actuar y crear? Cmo es posible q ue los sentimientos positivos parez can col
mamos
y aportarnos una afluencia de nueva vida, mientras que los sentimientos
negativos parezcan vaciamos de la qu e tenamos? Cul es la relacin entre d epre sin
y agotamiento? A travs de todos estos fenmenos, y muchos otros, se manifiesta la
dep end enc ia que tiene nuestro psiquism o co n respecto a las circunstancias causales.
Estos fenm enos colman d e conte nido intuitivo la nocin de causalidad psquica.
Un pequeo paso an y descubriremos que las fuentes de estas energas son
diversas y que una de ellas es alimentada y consumida en los intercambios con el
entorno fsico, mientras que la otra lo es en los intercambios con el mundo circun
dante y, sobre todo, en los intercambios interpersonales, directos o indirectos. Los
estados de nimo son, por as decir, los indicadores de esta gracia en la que vivimos
y, por consiguiente, nos orientan justamente hacia n uestro
ubi consistam.
La fenom e
nologa reencu entra as a su mane ra un a de las grandes intuiciones de la psicologa
7. La dis tincin entre Entwicklung y Entfaltung ocup a un lugar impor tan te especia lmente en el
pensamiento de E. Stein. Los Beitrage (op. cit .) se organizan en torno al problema de la dinmica de
una vida personal, al identif icar los factores fundamentales de esta dinmica. En el marco de este an
lisis,
y especialmente junto a esta dinmica que depende de nosotros, E. Stein propone su impresio
n a n t e
teora fenomenolgica de los actos voluntarios,
qu e desarro lla y profun diza las intuicio nes
pr incipales de Pfaender , p roporc ionan do los e lementos de una fenomenologa del querer lib re y del que
rer cautivo. Los desarrollos ms tardos de una ontologa del ser en potencia deberan leerse a partir de
estos fundamentos fenomenolgicos de una psicologa dinmica.
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existencial de la tradicin platnica: pensemos, por ejemplo, en la inquietud segn
San Agustn, este indicador psicolgico de la inconstancia existencial d e la criatura.
Cada vivencia afectiva p os ee su pro pio c om po ne nte humoral y el alcance d e ste,
su poder de influir en una parte ms o menos grande de nuestros actos, y de manera
ms o menos duradera, depende de la profundidad de la capa de nuestro ser que
esta vivencia activa o solicita. Pero con este paso hemos superado la esfera de los
sentimientos vitales. Lo que no est an tocado o implicado directamente, sino
slo de manera indicativa, sintomticamente, en los sentimientos vitales esla
per
sonalidad, en su ser t pico y en su ser individual. Sin em bar go, cualquiera pu ed e
ver los horizontes fecundos que la fenomenologa de la Befindlichkeit ofrece a la
psicopatologa de los humores, en su relacin con la dinmica de la realizacin de
s,
de la vida personal y las fuentes que la alimentan.
10.3.
Lossentimientos intencionales y la estructura de la persona
In te ipsum rede,
entona la divisa de la filosofa agustiniana de la interioridad:
in interiore homine habitat vertas. Pero qu es la introspeccin? Qu significa
mirar en el interior de s? Es aqu d on de la distincin en tre v ivencias egolgicas
y no-egolgicas manifiesta toda su fecundidad.
Es en el sentir, no en el sentir dolor o placer fsico, sino al sentir el valor rela
tivo de las cosas , incluido el dolor y los place res fsicos, do nd e cad a un o se e nc ue n
tra a s m ism o. Es en el
asentimiento y
en el
disentimiento
don de cada sent imiento
se activa en el contacto de las cosas o de las personas que lo suscitan o lo alimen
tan, donde me doy, ms o menos profundamente a m mismo. Lo soy ms o
menos profundamente en funcin del
grado de valor
que estos consent imientos y
estas desapro bacio nes me revelan en su objeto. La prdida del ser am ado me toca
ms en profundidad qu e la prdida de un objeto qu e m e lo recuerda, y la prdida
de este objeto ms en profundidad an que la prdida de una cosa cualquiera, y
esto me acerca a la mayor parte de mis semejantes. Pero es un hecho que, entre
los num eroso s l ibros qu e existen, slo un os poc os enc iend en en m un gozo capaz
de alimentar arduas esperanzas y motivar elecciones y fatigas; y que, entre las
numerosas personas que encuentro, pocas despiertan en m el coraje fel iz de una
vocacin; y que, entre los numerosos paisajes que se me ofrecen, pocos me aco
gen com o lugares de nt ima pertene ncia. Para cada un o de estos encuen tros, diver
sas son las ocasiones que suscitan este acercarse a uno mismo abrindose al
m und o, m ovimiento q ue pod ramo s l lamar, segn la feliz ex presin de Geiger, con
centracin externa, una frmula que expresa la idea fundamental de la fenome
nologa de la afectividad, para la cual cada abertura en la percepcin afectiva del
reino de los valores es una conquista de una parcela del ser
propio.
Son nuestros amores los que nos revelan a nosotros mismos y a los dems, o
mejor, son nuestras tomas de posicin afectivas las que nos revelan el orden de lo
que nos llega al corazn. Y no existe ningn otro acceso al corazn de una per
sona que el orden de su amores: su ethos, como lo llamaba Scheler.
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