Ferrara Francisco La clinica en El Galpon

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¿La clínica en el galpón? Francisco Ferrara Libro: “Pensando Ulloa” (2005) Taber, B y Altshul, C compiladores. Buenos Aires, Libros del Zorzal. Licenciado en Psicología, docente en Universidad de Quilmes (Curso de Operadores Socio-terapéuticos) y en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo (Carrera de Psicología Social), miembro del Área de Salud del Movimiento de Trabajadores Desocupados Solano. Autor de Más allá del corte de rutas. La lucha por una nueva subjetividad. Un galpón, sí. Un galpón grande de techo de chapas y ladrillos sin revocar. Cuelgan en esas paredes listados de diversas comisiones con los nombres de sus integrantes, tareas, horarios. También dibujos con los rostros del Che, de Maximilano Kosteki y Darío Santillán, una bandera del Movimiento Sin Tierra de Brasil, algunas frases pintadas a mano: "Trabajo, Dignidad, Cambio Social", "Nosotros, hambreados y en patas somos la violencia, y ellos, armados, hablan de paz". Rodean las paredes toscos bancos largos, algunas sillas desfondadas, latas de veinte litros en donde se van acomodando, de a poco, los miembros de este movimiento de desocupados, la mayoría mujeres, algunas con sus chicos. Son las nueve de la mañana. Hace una semana la asamblea del barrio recibió nuestra propuesta de hacer un "grupo de reflexión", un espacio para charlar de las cosas que nos ocurren con lo que ocurre, pensar acerca de los vínculos, los proyectos, los problemas en tanto nos afectan personalmente, nos promueven sentimientos. La asamblea aceptó la propuesta y aquí estamos, un psicólogo y un psicólogo social dispuestos a enfrentar el desafío de una situación que debe tener pocos antecedentes. Cuando en el Área de Salud del Movimiento se discutió la necesidad de abrir estos espacios para la reflexión, se estaba poniendo el acento en un tema escasamente considerado en la historia de los movimientos sociales o los partidos de izquierda: los avalares de la vida cotidiana, de los vínculos, de la vida afectiva. Algo que John Holloway registró como una constante histórica: "En la cima de la jerarquía aprendemos a colocar aquella parte de nuestra actividad que contribuye a “hacer la revolución”; en la base ubicamos frivolidades personales como las relaciones afectivas, la sensualidad, el juego, la risa, el amor" 1 . A cambio, el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) decidió apostar a la posibilidad de trabajar esos aspectos, tradicionalmente postergados, como una vía para hacer po- sible un crecimiento subjetivo de sus integrantes. Aquí estamos, entonces. Nueve de la mañana en un galpón ubicado en una típica barriada pobre del sur del conurbano bonaerense. Calles de tierra casi intransitables, montones de basura, perros flacos y sarnosos, chicos jugando con esos mismos perros, hombres y mujeres, obviamente desocupados, tomando mate o simplemente viendo pasar el tiempo. La gente sigue llegando al galpón. Vienen de a dos o tres, lentamente, se van ubicando lejos de donde estamos los coordinadores, creando una franja entre ellos y nosotros que se irá cerrando parcialmente a medida que no 1 Holloway, J., Cambiar el mundo sin tomar el poder Buenos Aires, Herramienta, 2002, pág. 35,

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¿La clínica en el galpón? Francisco FerraraLibro: “Pensando Ulloa” (2005) Taber, B y Altshul, C compiladores. Buenos Aires, Libros del Zorzal.

Licenciado en Psicología, docente en Universidad de Quilmes (Curso de Operadores Socio-terapéuticos) y en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo (Carrera de Psicología Social), miembro del Área de Salud del Movimiento de Trabajadores Desocupados Solano. Autor de Más allá del corte de rutas. La lucha por una nueva subjetividad.

Un galpón, sí. Un galpón grande de techo de chapas y ladrillos sin revocar. Cuelgan en esas paredes listados de diversas comisiones con los nombres de sus integrantes, tareas, horarios. También dibujos con los rostros del Che, de Maximilano Kosteki y Darío Santillán, una bandera del Movimiento Sin Tierra de Brasil, algunas frases pintadas a mano: "Trabajo, Dignidad, Cambio Social", "Nosotros, hambreados y en patas somos la violencia, y ellos, armados, hablan de paz". Rodean las paredes toscos bancos largos, algunas sillas desfondadas, latas de veinte litros en donde se van acomodando, de a poco, los miembros de este movimiento de desocupados, la mayoría mujeres, algunas con sus chicos. Son las nueve de la mañana. Hace una semana la asamblea del barrio recibió nuestra propuesta de hacer un "grupo de reflexión", un espacio para charlar de las cosas que nos ocurren con lo que ocurre, pensar acerca de los vínculos, los proyectos, los problemas en tanto nos afectan personalmente, nos promueven sentimientos. La asamblea aceptó la propuesta y aquí estamos, un psicólogo y un psicólogo social dispuestos a enfrentar el desafío de una situación que debe tener pocos antecedentes.Cuando en el Área de Salud del Movimiento se discutió la necesidad de abrir estos espacios para la reflexión, se estaba poniendo el acento en un tema escasamente considerado en la historia de los movimientos sociales o los partidos de izquierda: los avalares de la vida cotidiana, de los vínculos, de la vida afectiva. Algo que John Holloway registró como una constante histórica: "En la cima de la jerarquía aprendemos a colocar aquella parte de nuestra actividad que contribuye a “hacer la revolución”; en la base ubicamos frivolidades personales como las relaciones afectivas, la sensualidad, el juego, la risa, el amor"1. A cambio, el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) decidió apostar a la posibilidad de trabajar esos aspectos, tradicionalmente postergados, como una vía para hacer posible un crecimiento subjetivo de sus integrantes.Aquí estamos, entonces. Nueve de la mañana en un galpón ubicado en una típica barriada pobre del sur del conurbano bonaerense. Calles de tierra casi intransitables, montones de basura, perros flacos y sarnosos, chicos jugando con esos mismos perros, hombres y mujeres, obviamente desocupados, tomando mate o simplemente viendo pasar el tiempo.La gente sigue llegando al galpón. Vienen de a dos o tres, lentamente, se van ubicando lejos de donde estamos los coordinadores, creando una franja entre ellos y nosotros que se irá cerrando parcialmente a medida que no queden lugares lejanos. Ya debe de haber unas quince o dieciocho personas, el número óptimo para el funcionamiento de un grupo operativo, según la tradición de la psicología social. Pero alcanzo a ver que aún hay gente afuera.Hace frío, como que estamos en el mes de junio. Los miembros del MTD que van llegando se arrebujan en viejos abrigos, ponchos, sacos, buscando en el galpón protección contra el viento helado de afuera. Continúan entrando, ahora debe haber unas treinta personas y, con la ampliación del grupo, crece nuestra preocupación por no saber, en definitiva, cuántos serán los que se llegarán hasta este taller, este grupo de reflexión que, en principio, no estaba pensado para tanta gente. Nuestra experiencia de coordinadores de grupos, más lo que hemos leído, más la enseñanza impartida en las distintas escuelas que se ocupan de la grupalidad, no contemplan el trabajo con colectivos muy grandes.Y siguen entrando. Son cuarenta, cincuenta y no paran de llegar. Sesenta, setenta, setenta y cinco. Son las nueve y veinte, y la llegada parece haberse detenido. Hay más de setenta personas en este ámbito. Todas nos miran, todas esperan algo de esta convocatoria que hemos hecho y que, ahora, ante esta multitud agolpada en el galpón, no sabemos cómo manejar. Nuestro "saber" se encuentra fuertemente sacudido por esta emergencia. ¡Setenta y cinco personas para un grupo de reflexión!Dentro del desconcierto que nos domina, queda claro que no pudimos valorar el impacto de esta convocatoria, que esperábamos, en nuestra estereotipada formación de coordinadores grupales de clase media urbana, un grupo de a lo sumo veintipico de personas con las que poner en juego las herramientas de nuestra caja. Pero no, aquí parece que uno dice "grupo de reflexión" y acuden personas por decenas.Asistiendo inermes a la "quema de nuestros papeles", tratamos de enhebrar alguna conducta apropiada. Por lo pronto, acudimos a las presentaciones, que además de ser necesarias para el comienzo de cualquier actividad grupal, nos permiten ganar tiempo. Se me ocurre que, más que a un grupo de reflexión, esto se parece a una asamblea. ¿Asamblea? Como un rayo cruza mi memoria un experiencia lejana y un nombre: Asamblea Clínica.

1 Holloway, J., Cambiar el mundo sin tomar el poder Buenos Aires, Herramienta, 2002, pág. 35,

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Y una figura, que a partir de allí sería una constante referencia para mí en el trabajo grupal o institucional: Fernando Ulloa.Sería el año 1973. Por entonces se probaba todo, se experimentaban aperturas, se buscaba sin freno. Y en esas búsquedas surgió, en la Facultad de Psicología de la UBA, un invento que tenía reminiscencias de actividades promovidas por Enrique Pichón Riviére algún tiempo antes, en lo que se llamó "la experiencia Rosario". Fernando Ulloa, por entonces profesor titular de la cátedra Clínica de Adultos, incorpora como parte del dictado de la materia lo que denominaría Asamblea Clínica: reuniones en las que participaban todos los alumnos y do-centes de la cátedra, entre cien y doscientas personas. Era un antecedente, al menos uno que yo recordara y que aliviaba ese no saber qué hacer con tanta gente, en ese comienzo de grupo de reflexión con setenta y cinco participantes.2

Después de las presentaciones, iniciamos la reunión con una pregunta abierta: ¿alguien quiere decir algo? Fue como abrir una canilla. Casi sin demora, una señora comenzó, acongojadamente, a relatar que siendo chica había sufrido abusos sexuales por parte de su padre. El relato eirá entrecortado, sollozaba en medio de las frases, alcanzó a componer un cuadro frecuente en los hogares pobres de provincianos arrojados a las orillas de la gran ciudad. Hacinamiento, promiscuidad, varones y mujeres durmiendo en el mismo cuarto... y las consecuentes violaciones como parte de la vida familiar. Cuando finaliza su doloroso relato se hace un silencio poderoso, un silencio hecho de setenta y pico de bocas calladas, un silencio de no saber qué hacer entre todos con tanto antiguo dolor que venía a estallar ahora, cuarenta o cincuenta años más tarde, en este ámbito, buscando quién sabe qué respuesta o resonancia o comprensión o perdón o simplemente escucha. El grupo, esta asamblea, se siente convocada a contener de alguna manera este gesto de la compañera y no acierta cómo. Por mi parte, siento que me faltan o que me sobran palabras. Por fin, atino a señalar algo: que la compañera nos hace partícipes de su dolor y que hay que ver qué podemos hacer con eso. Apenas un simple señalamiento, pero que tiene la condición de habilitar otras voces, Hay palabras de consuelo, de comprensión, abrazos, gestos de solidaridad, en muchos casos, de parte de quienes se reconocen en esos y otros sufrimientos.No vale la pena continuar con una crónica. Ya pasaron nueve meses desde aquel comienzo inquietante. El grupo, que continuó oscilando entre cincuenta y setenta participantes, atravesó momentos de mayor intensidad y jornadas anodinas, puso en foco crudas problemáticas personales, temas colectivos como los proyectos productivos, referencias a sucesos externos como medidas del gobierno o movilizaciones, el pasado, los proyectos, los conflictos entre algunos de los miembros. Fue -y sigue siendo- un grupo de reflexión aunque todavía no sepamos muy bien qué es eso.Pero, posiblemente, ganemos algo si analizarnos el otro grupo también, el que operó conjuntamente con éste y otros organizados en diferentes barrios del movimiento, el grupo de los coordinadores, una instancia que intentó establecer algún modo de reflexión sobre la tarea que estábamos llevando a cabo. En este otro espacio se produjeron y aún se producen intensas discusiones, apasionados intercambios promovidos por la novedad de lo que estábamos haciendo y la necesidad de "pasar en limpio", organizar conceptualmente ese quehacer. Los seis coordinadores de los tres grupos barriales en funcionamiento nos trenzamos en debates con acusaciones cruzadas sobre las supuestas ortodoxia o herejía de lo que hacíamos. Era mucho lo que se nos "movía" como para transitarlo tranquilos.El tamaño de los grupos, por ejemplo. Un grupo de más de setenta miembros pone en cuestión un conjunto de herramientas acuñadas por la mejor tradición grupalista. Pichón Riviére, por ejemplo, funda la noción de mutua representación interna. A partir de esta idea, Pichón establece la necesidad de que el tamaño cíe los grupos no sea demasiado grande para permitir que cada miembro se pueda incluir en un interjuego con los otros, en una relación en la que intervienen tanto los elementos del mundo externo, el contexto, los otros, como los contenidos y articulaciones intrapsíquicos. Pero, ¿qué hacer cuando no se trata de un grupo pequeño y la trama de relaciones se diluye en un conjunto extenso de personas? ¿Hay alguna posibilidad de recuperar en otra dimensión esa función o ésta se pierde irremisiblemente en un grupo grande o, mejor dicho, muy grande? En principio debemos admitir que se trata de un contexto distinto, que setenta y cinco personas forman un conjunto muy diferente del que integran quince o dieciocho. Y que, para investigar qué ocurre en estos casos es preciso soportar la tensión de funcionar en ese grupo grande. Y para eso habrá que poner en suspenso algunas certezas y atreverse a internarse en terreno desconocido. Al fin y al cabo, ¿no fue eso lo que hicieron Pichón Riviére antes de construir su Esquema Conceptual Referencial Operativo o Ulloa con su Asamblea Clínica? Aunque cueste, será necesario resistirse a las fórmulas simplistas del tipo "¡Eso no es un grupo!", "Se pierde la Mutua Representación Interna", "Es imposible tener idea de qué está pasando en un grupo de esas dimensiones", con las que solemos resistirnos a abandonar el lugar seguro del "saber" probado. Es cierto, no estamos cerca, no podemos mirarnos a los ojos, no percibimos muchos gestos, pero... ¿quién puede afirmar que la persona que se

2 Ulloa, R, Novela dínüa psicoanalítica..., Buenos Aires, Paidós, 1995, pág. 69 y siguientes

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encuentra más alejada espacialmente, en un rincón, está menos involucrada afectivamente con lo que ocurre en el grupo que la que está al lado de los coordinadores? O al revés.Pero hay más. La necesidad de una mutua representación se emplea en grupos cuyos integrantes no se conocen. Pero, acá, estos vecinos forman parte de un movimiento, se tratan, se conocen, comparten una cantidad de actividades, comen juntos, salen a cortar las rutas, no son precisamente desconocidos. Se podrá decir que se conocen fragmentariamente, que la identidad que cada uno porta opera, precisamente, impidiendo el mutuo conocimiento en función de lo que fija en su pretensión de totalidad, pero hacen cosas juntos, poseen, tal vez os-curamente, un sentimiento de colectividad, de interdependencia, de necesidad de compartir. Se han juntado en circunstancias muy difíciles: en la desocupación, en el desamparo, lo poco o mucho que lograron lo hicieron juntos; si están en el movimiento y no miserabilizados, es por una voluntad de juntarse. Por ese mismo sentimiento, se juntan, de a decenas, para participar en un grupo de reflexión.Entonces habría que reformular lo de la mutua representación, hacerle lugar a esta novedad de hombres, mujeres y chicos peleándole a la miseria en un sentido ontológico3 y pensar qué puede estar aportando esta condición a la hora de juntarse en grupos, aun en un grupo de setenta integrantes. Por un camino inverso al de la soledad individual del mercado, estos compañeros exploran las mil dificultades del quehacer comunitario. La hipótesis que se desprende de estas reflexiones es que hay "algo" que funciona como la MRI aun en grupos extensos, una suerte de percepción difusa pero efectiva del otro, de los otros. Puedo no saber quién es quién puntualmente, pero sé que lo necesito a la hora de cortar una ruta, de construir un galpón, de hacer una toma de tierras. Algo de pertenecer a una colmena se establece entre los cientos de integrantes del MTD, algo que va más allá de las prácticas de reconocimiento acostumbradas en la subjetividad mercantil, como las conocemos en nuestros ámbitos habituales de trabajo. Y ese algo merece ser considerado como un ingrediente especial a la hora de evaluar lo que ocurre en un grupo.Otro tema que ocupó largas discusiones en el equipo de coordinadores fue el de la neutralidad. ¿A qué queda reducida esta "regla de oro" si los que tienen por misión "coordinar" los grupos de reflexión son, a su vez, miembros del mismo movimiento? ¿Qué hacer cuando los temas son políticos, cuando se discuten controversias internas en el MTD? ¿Es posible lograr algún equilibrio entre nuestras propias posiciones respecto de esos temas y la necesidad de no contaminar las discusiones grupales? ¿O irremisiblemente se cae en alguna infracción insoportable?Aquí también vale la pena puntualizar algunas distinciones. En principio, frente a la elección de coordinadores sólo caben dos opciones: o bien se elige alguien externo al movimiento, privilegiando su posibilidad de tomar distancia y poner en juego su condición "profesional", o bien, como en nuestro caso, se plantea conjugar la capacidad técnica con el compromiso con el movimiento. La primera cuestión alimenta la esperanza de que se pueda hacer un trabajo aséptico, puramente profesional, sin verse afectado el coordinador de manera alguna por las contingencias de la vida de los miembros del MTD, ni sus avalares políticos, ni su búsqueda de la autonomía. Una antigua ilusión con honda raigambre en el campo "psi" que vuelve recurrentemente cada vez que se enfrenta alguna circunstancia brava, de esas que no están en los manuales. Y ésta de coordinar grupos de reflexión en el MTD es una de esas circunstancias que promueven inquietantes interrogantes, generan dudas, alimentan inseguridades. Por eso, si no nos tragamos la píldora de la neutralidad, si somos capaces de advertir el contrabando cientificista de esa postura, deberemos aceptar el desafío de hurgar en terreno desconocido, en territorios salvajes donde nuestra soledad será casi total. Apenas si Pichón Riviére, Ulloa y algún otro nos acompañan algunos tramos. ¿Que corremos el riesgo de quedar tomados por las problemáticas que conmueven al grupo? Es que no hay posibilidad de no quedar tomados. En ningún caso. No hay lugares estables y seguros. Esta época de la fluidez barrió con la consistencia de las instituciones modernas y plantea el juego en terrenos imprecisos, fugaces, altamente inestables, en los que las respuestas pertinentes deben tener poco de sólidas y estables, deben ser capaces de pensar en situación, con los elementos que la situación provee, en inmanencia. La propia existencia de los MTD, movimientos organizados a partir de una materia tan poco confiable en las teorías clásicas como la de los desocupados, exigió un mirar hacia donde no había nada, e imaginar, a partir de ahí, un recorrido, una búsqueda que requiere poco equipaje y mucho desapego a las certidumbres.Claro que todo esto suele ser para nosotros, formados en encuadres modernos (de izquierda o de derecha, conductistas o psicoanalíticos, poco importa) motivo de profundas inquietudes. La pérdida de los parámetros desde los que estamos acostumbrados a interpretar las situaciones provoca vértigo. Se pierden el control y el saber, toda una formación tambalea y es comprensible el surgimiento de rígidas defensas de encuadres y neutralidades, aun en gente que quiere cambiar la sociedad, pero que se asusta mucho del desamparo en el que

3 Ver, al respecto, mi trabajo Más allá del corte de rutas. La lucha por una, nueva subjetividad, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2003.

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debemos movernos si aceptamos que estos grupos y nuestra tarea no deben hacer ofrendas en el altar de ninguna teoría previa.En rigor, antes que buscar la página en la que se describa lo que estamos haciendo, deberíamos aceptar que un grupo, por ceñirnos a nuestro ejemplo, es lo que hace, que las cosas se definen por lo que pueden más que por lo que son a priori que, siguiendo la pista spinozista, no es posible saber de antemano de qué es capaz un cuerpo, o un grupo o una situación.Un coordinador, por más vueltas que se le dé al concepto y a la función, es alguien colocado asimétricamente en un grupo, alguien capaz de ver lo que nadie ve y de hacer intervenciones que "ayuden" al grupo a ver eso que no está pudiendo ver. Con tamaños atributos, deberíamos preguntarnos: ¿no impregna esa asimetría toda la situa -ción e instala sordamente una conducción llamada eufemísticamente coordinación? Tal vez el término "convocador", utilizado por Patrick de Maré permita una nominación más abierta en la medida en que es posible imaginar a alguien que cumpla un papel convocante, fijando apenas fecha y hora de los encuentros, "una estructura formal en tiempo y espacio que permita el encuentro regular del grupo que va a ser por él convocado"4. De todos modos, es importante señalar la necesidad de mantener abierta esta discusión acerca de la coordinación para permitir la consideración de fenómenos grupales, como éste del MTD, y extraerle toda su riqueza.¿Qué se ha ganado en este tiempo de funcionamiento de los grupos de reflexión? Es difícil de precisar, en parte por lo reciente de la experiencia, en parte porque tratamos con una materia evanescente que se resiste a entrar en operaciones de suma y resta. Sin embargo, es posible imaginar, en estos casi diez meses de existencia de los grupos en dos barrios algunos efectos, sobre todo si tenemos en cuenta la continuidad alcanzada en los encuentros semanales.De algún modo la práctica del diálogo grupal de los intercambios en torno de a los temas trabajados pueden estar operando, tomando otra vez como referente a de Maré, como un ejercicio de aprendizaje, "el diálogo sería una forma de interaccionar sin buscar verdades finales"5. En ocasión de un taller en el que se presentaba esta experiencia, una compañera del barrio dijo que el grupo de reflexión la había ayudado a "sacarse el miedo". ¿De qué miedo estaba hablando? Posiblemente, del de confrontar su ser persona con otros en los momentos en los que uno escucha y es escuchado, de toda esa experiencia que permite contradecir el destino de aislamiento, de soledad, de arrinconamiento en la pobreza y la precariedad a que son condenados los excluidos del sistema. Este ejercicio de diálogo grupal puede estar operando como reconfigurador de subjetividades, una suerte de espacio transicional, según Winnicot, en el que se ponen a prueba las potencialidades vinculares facilitadas por el grupo de reflexión, el descubrimiento de horizontes que están más allá de las desdichas personales y que se conjugan con el ejercicio del reconocimiento.En suma, esta experiencia, que nos provocó la necesidad de evocar los trabajos pioneros de maestros como Pichón Riviére o Fernando Ulloa, nos obliga también a la fidelidad que se juega en la obstinación de internarnos en terrenos inexplorados y a la necesidad de sostener los interrogantes que, más que las certezas, nos produce el trabajo en los grupos de reflexión.

4 Martínez Azumendi, O.. ''Introducción terminológica a la conceptualización de Patrick de Maré". Texto publicado por A.P.A.G. en 'Agrandando el (tamaño del) grupo pequeño". II Congreso Nacional. Getxo, 1995, págs. 57 a 68.5 Op.cit.