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Ceballos Córdova, Alan Roger

Universidad de ConcepciónHistoria Moderna2º Año / 2015Prof. José Manuel Ventura Rojas

Alain CORBIN: El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social. Siglos XVlII y XIX, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, 252 pp.

RESUMEN

La historia de la percepción olfativa, ignorada hacia la época de Corbin, no así la del olfato y el oído (segunda mitad del siglo XX), es el foco de atención en su obra, enseñando la forma en cómo el sentido del olfato ha sido determinante en la conducta humana. Si bien, repasa la evolución que han tenido los olores, en su concepción e importancia dadas, desde Hipócrates (siglo V a.C.), pasando por Bacon (siglo XVII), hasta el siglo XIX, su centro está en el París del siglo XVIII y XIX, específicamente entre los años 1750 y 1880, época de las mitologías prepasteurianas, aquel conjunto de creencias previas a Louis Pasteur (siglo XIX), quien ofrecerá importantes descubrimientos para la ciencia, en especial la química, impulsando, por ejemplo, la microbiología. Es fundamental señalar que la motivación por estudiar los olores, no nace precisamente por lo agradable al olfato, sino muy por el contrario, a aquello que le es molesto, a lo maloliente, a lo pútrido, por el miasma. Se toma de la figura del doctor francés Jean Nöel Hallé, precursor de la higiene pública moderna, y de sus Memorias, de donde se observa, fue quien dirigió en el siglo XVIII el esfuerzo por la desodorización. Cabe constatar que estos siglos son determinantes también en la historia francesa, en su configuración como República, por lo que sus procesos, en mayor o menor medida influyen en el desarrollo de esta historia de la percepción olfativa.

Después de un Preámbulo, donde Corbin introduce al lector en la cuestión de la desodorización y la historia de la percepción, así como en la concepción del olfato hacia el siglo XVIII, presenta su trabajo, dividido en tres grandes temáticas: La revolución perceptiva y el olor sospechoso; Purificar el espacio público; y, Olores, símbolos y representaciones sociales. La primera parte, situada a mediados del siglo mencionado, nos entrega un esquema de los estudios acerca de la putridez, las ideas del aire en torno a la neumática, presentando al miasma como la amenaza urbana, que ante la intolerancia, debía ser destruida. Las capas más altas de la sociedad optan por el retiro, huir de las emanaciones sociales, adonde realmente se respire un aire puro, en su búsqueda por la auto-satisfacción. Aparecen los perfumes, con los que se intenta opacar al miasma, que parece estar estancado. Provistos de una nueva sensibilidad, en una sociedad cada vez más estratificada, el almizcle es rechazado por las élites, al asociarse con el olor animal y genital, propio de las clases pobres. Los higienistas, ya en la segunda parte, idearán las estrategias para purificar, desodorizar y desinfectar el espacio público, imponiendo con ello hábitos y normas, que ya en la tercera parte, junto con el ordenamiento espacial urbano, orientado a la privatización de los espacios, y posterior a la Restauración, tomarán mayor seriedad. Los aportes de Lavoisier serán claves; conformando también un imaginario social más notorio, pues establecerá muchas relaciones en torno a lo observado, promoviendo variados prejuicios y estereotipos. Al final de la obra, aparece un Desenlace, titulado “Los olores de París”, cuando ya los descubrimientos pasteurianos son un hecho (fines del siglo XIX), guiando a París en la recta final por liberarse de los malos olores, pero encontrando en el siglo XX una nueva amenaza, la industria.

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IDEAS PRINCIPALES Y SECUNDARIAS

El miasma, como un “espíritu inmundo” [diría Michelet], es la causa de las desgracias en Francia, París en lo específico, sobretodo hacia el siglo XVIII, en donde, como una idea implícita, Corbin, quiere mostrar que en dicha época estaba fundada la teoría miasmática de la enfermedad, pudiendo París convivir en este ambiente plagado de olores pútridos que contaminan el aire puro, [y respaldado por Louis-Sébastien Mercier] por el hábito, es decir, la costumbre de lo que se respira, se termina por familiarizar, y de tal modo, llegar al punto de ya no percibir el miasma, en una sociedad que tiende al hacinamiento, lo que habla, además, del desorden existente en sus localidades, ausente de normas que configuren un buen ordenamiento urbano y libre de miasmas, lo que no hace otra cosa que favorecer las emanaciones sociales.

- En el ámbito rural, y como el suelo terrestre recoge los aires que están sobre él, sucede que si dicho suelo ha sido contaminado volviéndose nauseabundo, es al fin, un suelo perdido, y amenazante para el campesino, así como en la ciudad las neuralgias agudas y afecciones articulares o musculares, serían consecuencia del olor a yeso, desprendido por los muros de las construcciones recientes.

- Por otro lado, y de manera más notoria, se encuentra el hedor excremencial, sobretodo el que perdura más tiempo, ya sea, por la limpieza de las letrinas o la infección de los retretes, pasando a ser heterogéneo con los distintos olores del ambiente, lo que se torna preocupante, tal como el olor expelido por los cadáveres, advirtiendo la descomposición del equilibrio vital, siendo insignificantes las barreras que suponían las tumbas.

- Inclusive el agua se vuelve peligrosa, por el riesgo de su estancamiento, y la humedad que desencadenaría efluvios nocivos en el aire, sobretodo si se trata de estanques o pantanos.

- En cuanto a emanaciones sociales, tenemos la dada en los navíos, infestados de malos olores al filtrarse en ellos las aguas del mar, siendo en la sentina, donde se sintetizaban todas las hediondeces. Por tierra, lo son las cárceles, seguidas de cerca por los hospitales. Para Bacon, el olor de la cárcel, sería la infección más peligrosa después de la peste. Numerosas son, por ejemplo, las catástrofes producidas en las audiencias de distintas cárceles, como la de Oxford, debido a los olores pútridos que de allí destilaban. Y lo que para los navíos, era la sentina, para las cárceles, lo era la mazmorra.

El olfato, a principios del siglo XVIII, es definido como una percepción sensorial, no racional, y por delante de lo científico, al considerar que las sensaciones combinan las operaciones del alma (imaginación, ciencia, conocimiento e inteligencia), transformándolas en experiencias sensoriales, hallando así consenso entre lo sensitivo y lo racional. Y a juzgar por la época, prevalece ante los demás sentidos, por ser el único capaz de detectar, y a largas distancias el miasma, definiendo y distinguiendo lo sano de lo malsano.

Previo a los descubrimientos de Lavoisier, sobretodo en la segunda mitad del siglo XVIII son constantes los estudios científicos acerca de los gases, su composición y acción. Se concibe al aire, como un organismo vivo que incide en la vida de los demás seres vivos, creando el ambiente donde este gas, puede servir para la purificción, y al mismo tiempo, para el transporte de materias nocivas, que conducen a la putrefacción, mas no asumiéndolo como el sitio donde florece la vitalidad, sino donde trabaja la descomposición.

- Más allá de las diferencias entre sabios y científicos, se mantendrá la idea de que el miasma recogido por el organismo, afecta el olor de la persona, premisa que será ratificada a finales de siglo cuando la medicina crea en la particularidad de los cuerpos según las distintas categorías con que se pueden identificar (estructura, forma, manera de ser, sentir, actuar, entre otras), pero más específicamente, respecto al olor que ellos poseen.

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- Se distinguen, por tanto, y se detallan los olores en los distintos órganos y humores del cuerpo humano, para identificar en ellos fuentes de la putridez, incidiendo directamente “el clima donde habita, las estaciones que soporta, los alimentos que lo nutren, las pasiones a que se entrega, la clase de trabajo en que se ocupa, las artes que ejerce, la tierra por donde camina, el aire que respira” (p. 48), a lo que se suman, e influyendo en ellas también, sus etapas de vida (infancia, juventud, adultez y vejez), características que modificarán sus humores, tanto en su composición, como en los aires que de ellos se desprendan, confirmando así la variedad de olores.

- El hombre se identifica con poseer un olor emanado de sus vías espermáticas, lo que se relacionará con su animalización, y será característica de su hombría, pero significará también el “motor” que despierte el deseo en la mujer, que por su lado, producirá lo mismo con sus olores menstruales. Estas conexiones, que adquieren una connotación sexual, crearán, por ende, estereotipos del hombre y la mujer, y nacerán, a la vez, ciertos fetiches.

Con el despegue de la química (1760-1769), y la posterior identificación y clasificación de los gases, sumado a los hedores provenientes de los cadáveres, que aún no contaban con un espacio totalmente específico y apartado de quienes vivían, y de la putridez de las viandas y metales, que generaron tal ansiedad en la población, temiendo incluso a la muerte, se disminuyeron, por consiguiente, los umbrales de tolerancia hacia el miasma, dando paso a una nueva sensibilidad olfativa, proliferando así las sustancias aromáticas, que poseerán una doble función con el fin de combatir posibles contagios e infecciones: (1) combatir los vicios de la atmósfera, y; (2) aumentar la resistencia del organismo.

- El hecho se vio reflejado por la multitud de protestas públicas hacia los años 80 del siglo XVIII, reclamando la limpieza de la ciudad, y donde el “miedo olfativo” hacia los hospitales y las cárceles, se hizo popular nuevamente, ya que, [y como Corbin citase de Michael Foucalt] “todo peligro se manifiesta mediante los sentidos” (p. 72).

- De las sustancias fabricadas, diversos son los aromas y sus funciones, que dependerán de la necesidad del individuo que las utilice. Antisépticos, astringentes, y balsámicos, surgiendo más tarde de estos últimos, cierto rechazo por la composición que tendrían algunas de sus sustancias, por contribuir al lujo, al artificio, al desorden y/o al hedonismo.

- Para corregir el ambiente, desinfectarlo de los miasmas, y mediante varios procedimientos, comienza la fumigación, principalmente en los espacios que tienden al hacinamiento. Pero pronto se llega al punto de que la desinfección, no lo es todo, sino se emplea la ventilación, puesto que, se debe lograr la elasticidad del aire, eliminando sustancias preexistentes, y produciendo otras, que realmente aromaticen, sin encerrar aún más el aire infectado.

Influenciado probablemente por la disminución de los umbrales de tolerancia, se gesta en las últimas décadas del siglo XVIII un nuevo cambio de sensibilidad y mentalidad, y que se caracterizó por una redefinición de los perfumes, de preferencia los de aromas más suaves y armónicos para el ambiente, lejos de lo presuntuoso, teniendo el hombre que percibir su propia atmósfera y acostumbrarse a ella, a amarse a sí mismo (narcisismo), comenzando a la vez a priorizar el aire puro y limpio del entorno natural, lo que le obligaba a retirarse a lugares que le fueron predilectos, como el jardín y la montaña, situaciones que le llevaron a la búsqueda de su propia satisfacción, de lo inmediato, por lo que la vista tomó un mayor auge, y aunque era el más cercano al ideal moderno, el olfato se destinó sólo a funciones específicas. Dichos aspectos evidencian, por tanto, los inicios del Romanticismo.

- Si bien, hasta finales del siglo en estudio, el propósito del perfume fue sólo el de generar placer, por unas décadas más, posterior a la Revolución se relegó a las clases bajas, por la acentuación de los olores animales en perfumes fuertes como el ámbar y el almizcle, lo que era contraproducente para la aristocracia, que buscaba la elegancia, mediante aromas suaves y agradables al olfato, como lo era el agua de rosas. De esta manera, y más aún luego de la

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época napoleónica, cuando la estratificación se hizo más patente, floreciendo la burguesía y la nobleza imperial, el perfume denotaba la posición social, económica y política, por el uso que hacían de él estas élites, identificando todo lo malsano y lo pútrido con la podredumbre, que despreocupada estaba de ello, puesto que, deshacerse de las inmundicias pasó a ser un tema de reconocimiento de posición, la cual, y por el hábito, no querían perder.

- Con el jardín, como lugar de retiro, la vista empezó a ejercer cierto predominio ante los demás sentidos, pasando el olfato a ser requerido “ante todo [dice Corbin] cuando se manifiesta el deseo del reposo” (p. 95), gozando, sin embargo, del privilegio de recoger los aromas que la naturaleza le ofrece, llevando al hombre a la ensoñación, separándolo de su realidad para autocomplacerse, siendo el sentido que entrega las primeras sensaciones, dada su fugacidad y alcance con las percepciones íntimas. Revela, por tanto, la idiosincrasia del hombre, conoce los tiempos y estimula la reminiscencia, resucitando vivencias y épocas pasadas, fiel al ideal moderno, que ignora a la muerte, en la espera de un mundo mejor.

Evidencia de la intolerancia que mencionábamos, junto al esfuerzo de los higienistas, surge ante la ansiedad y preocupación, un proyecto que en sus inicios parece utópico, purificar el espacio público, por medio de la desinfección y desodorización, así como de la ventilación y la circulación, lo que promoverá, gracias a las nuevas formas de organizar el espacio, la individualización de ellos, proceso que será condicionado en momentos por el utilitarismo, y el agustinismo, y ya encontrando mayor respaldo cuando entrado el siglo XIX, luego de la Restauración, la higiene pública y la medicina, principien su reglamentación.

- Pavimentar y embaldosar, es de urgencia, sobretodo para ciertos lugares, pero al favorecer el estancamiento, impide la renovación de aguas subterráneas, cuando el objetivo es drenar, controlar y movilizar las aguas para evacuar toda inmundicia, usando como primer método, y que resulta en la salubridad de la ciudad, el lecho del río Sena.

- La ventilación se convierte en el eje de la estrategia higienista, que en la década de 1740 vio nacer la policía sanitaria de París, cuyas metas se basaron en controlar la corriente de aire, y así restaurar su elasticidad y calidad antiséptica, para lo cual se implementaron distintas y variadas herramientas y métodos, tendiendo, además, a que la organización de los espacios, ahora individuales, confluyesen a la ventilación, acogiendo a los hospitales y buques como laboratorios de prueba, para cuyo fin, se idearon también diversos métodos, como las fumigaciones ideadas por Guyton, Vicq d’ Azyr y Carmichael-Smith (p. 120-121). Aparecerá un problema: la circulación atrae otros miasmas, concluyendo que no basta con que el aire solamente circule, sino que a la vez, debe ser dirigido.

- Entrado el siglo XIX, ya asumiendo que el miasma, es propio del olfato, y no de la química, y con la filosofía del agustinismo, soportar los males necesarios, que favorecía la tolerancia, el utilitarismo cambió un tanto la manera de cómo se intentaba eliminar los desechos, viéndolos ahora como algo rentable que podría ser mejor reutilizado, y no como desperdicios. Comenzó así la colecta de los desechos, sobre todo los derivados de animales y humanos, así como del excremento, que más adelante adquiriría un valor terapéutico.

- Poco después de la introducción del cloruro de cal, y el polvo de carbón, desinfectantes que fueron efectivos en su tiempo, aparecen variadas reglamentaciones a favor de la higiene pública, así como ciertas reglas que por el hábito, costaron un poco ser impuestas. Se clasificaron los espacios en salubres e insalubres, promoviendo su control y vigilancia. Sucedió, por ejemplo, con la industria, ayudándola a entrar en equilibrio con el vecindario.

Posterior a los descubrimientos e ideas de Lavoisier, el escenario científico cambiará en muchos ámbitos, comprendiendo al olfato y a la higiene, dando paso a nuevos significados, símbolos y representaciones de la sociedad. Caracterizado como el sentido de la simpatía y antipatía de los seres, el olfato se liga a otros sentidos, observándose las relaciones entre ellos, olvidando la distinción que de él se hacía respecto a la edad, al sexo y al clima,

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pasando ahora a ser individual en cada persona. Se superan en gran medida ciertas preocupaciones en torno al hedor de la tierra, el agua estancada y el cadáver, y se traspasan a la esfera social, se asume justamente, un traslado de lo vital a lo social, tomando fuerza la división de clases, lo que obliga a ordenar las relaciones, y a delimitar el espacio social, que sufre también un traslado, desde lo público a lo privado, impulsando aún más la estratificación, los estereotipos, y toda imagen que se creará a partir de estas transformaciones en el siglo XIX.

- Al hogar del pobre, se le asocia con la madriguera, convencidos de que la promiscuidad en él, y por su miseria, es mayor que el excremento. A mediados de siglo, la madriguera pasará al espacio rural, al hogar del campesino. Y al del proletario, ante la estrechez de espacios, por los estorbos, las herramientas, la ropa y loza sucia, a la jaula, naciendo así el peligro de la asfixia en espacios individuales estrechos o espacios amplios, pero de mucha afluencia. Médicos y sociólogos, afirman de que esta población favorece a la epidemia.

- Los progresos de la higiene, establecerán nuevas normas y hábitos, así como nuevas ideas, como la del olor familiar y la herencia miasmática. El aseo doméstico, con la introducción de la escoba, generará una breve neurosis por el polvo, pero se verá complementado y mejorado, cuando se replantee y remodele la casa tradicional, conforme al ejemplo inglés, ajustando los espacios y el cuerpo orgánico de la misma, regularizando las corrientes de agua, y el control circulatorio del aire, y así expulsar de forma automática la inmundicia, haciendo su entrada a la vez, el excusado que conocemos hoy en día. Las buenas costumbres a la hora de defecar, la limpieza personal perseverante, que acentúa el pudor, el lavado de dientes, y todo ritual a la hora del baño, serán prueba del progreso que mencionábamos, aunque es paulatino, y no simultáneo en cada lugar de Francia. Poco antes de 1860, se introducen los códigos de higiene en las escuelas.

- Baudelaire, emplea una nueva representación para la mujer, contrario a su contemporáneo Balzac, que la relacionaba con la flor, y así pues “la mujer deja de ser un lirio; se vuelve almohadilla perfumada” (p. 224), entendiéndose la idea de asumir a la mujer con el “incensario de alcoba”, o sea, como una fuente aromática, de donde destilan los buenos olores, generando una atracción que se ligará frecuentemente a lo erótico. La flor, por su parte, se individualiza, y pasa a los invernaderos y jardínes, y a ocupar su lugar en el espacio doméstico, extendiéndose a la vestimenta, lo que estimulará con ello el comercio floral, y más tarde, por su relación directa con las plantas, a la industrialización de la producción hortícola que vinculará a la mujer con los vegetales, y nuevamente, con el lirio, todo con el afán de buscar y tender siempre por el olor natural, en desmedro del perfume.

Hacia 1880, el miasma llega a niveles extremos, conmoviendo la opinión pública. Los comités y consejos de higiene, buscan solución a un problema que con la revolución pasteuriana, ya no produce la misma importancia, al concluirse que son los gérmenes infecciosos los que transmiten el mal, instalándose ahora la teoría microbiana de la enfermedad. Así, mientras los lugares, por más que infectos, no promuevan los microbios, se puede permanecer en “tranquilidad”, aunque sí se está de acuerdo en que aquellos que promuevan el vicio y la suciedad, son de mayor peligro, y se asocian, más que nada, a los barrios pobres. Por dicho motivo, y por la idea de que ante la amenaza microbiana, todos están propensos al contagio, y más aún cuando se piensa en la herencia de los gérmenes, se replantean las estrategias higienistas. En 1889, y siguiendo el ejemplo inglés y de otras ciudades europeas, triunfó la idea del “todo a la atarjea” con relación a la expulsión del excremento, y en 1895, para el transporte de las aguas, culmina la obra del Acueducto de Achères, pero aún así, París sigue expeliendo mal olor, sobretodo en verano, y en 1911 estalla una nueva crisis ante este problema, cuyo foco estaba en las fábricas de superfosfatos. De esta forma, “La industria [apunta Corbin] sustituyó al excremento dentro de la jerarquía nauseosa. Se perfila la nueva sensibilidad ecológica.” (p. 246).

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ANÁLISIS Y COMENTARIO CRÍTICO

Si nos detenemos en la realidad en que estaba inserta la historiografía hacia la década de los 80 en el siglo XX, podremos entender la motivación que Alain Corbin tuvo para interesarse e investigar acerca de la historia de la percepción olfativa, ya que, como mencionamos en un momento, hasta ese entonces había sido ignorada, prevaleciendo los estudios con relación a la vista y a la audición, pero aún así, no desarrollados del todo. Su preocupación, por tanto, por la historia de lo sensible, y en este caso puntual con El perfume o el miasma. El olfato y el imaginario social. Siglos XVIII y XIX, nos desafía a comprender, y a tomarle mayor valor a los sentidos, que han condicionado el comportamiento del ser humano en la historia, siendo piezas importantes, por ende, en su desarrollo, modelando conductas, ideas y pensamientos que han influido en el quehacer del hombre, tal como lo observamos en este ensayo de Corbin, que focalizó su investigación en el París moderno de los siglos XVIII y XIX. Este historiador francés, inclinado a la historia de las mentalidades, línea que inició Lucien Fevbre, junto a Marc Bloch, y que dio origen a la Escuela de los Anales, es el enfoque teórico de este autor, que además de preocuparse de la historia de la percepción olfativa, lo ha hecho también con la de la audición en Las campanas de la tierra. Paisaje sonoro y cultura sensible en los campos del siglo XIX (1994), indagando también otros fenómenos como el de la prostitución, que lo motivó a escribir su primera obra, y luego, en una visión más amplia, la sexualidad con La boda de las niñas. La miseria sexual y la prostitución en el siglo XIX (1978), y La armonía de los placeres. Las formas de disfrutar desde el Siglo de la Ilustración hasta la llegada de la sexología (2008), respectivamente. Y su último escrito, La suavidad de las sombras. El árbol, fuente de emociones, desde la antigüedad hasta nuestros días (2013), analizando lo que ha significado el árbol, como fuente de emociones, en el desarrollo histórico y cultural de la humanidad. Con este breve repaso de algunas de sus obras, podemos percatarnos de la manera en cómo Corbin ha contribuido a la historia de las mentalidades, o de la sensibilidad como se suele llamar actualmente.

Es inquietante concebir el hecho de que sólo cuando el mal olor irrumpió con fuerza en los lugares públicos y privados del París del siglo XVIII, la preocupación científica volcó su investigación hacia él, y así hallar los métodos para poder eliminarlos. En el transcurso de la obra, nos damos cuenta de la importancia que propiciaba estudiar acerca de esta historia, y por qué Corbin se adhiere a ella, pues como alude en la Conclusión, era ya hora de despojarse acerca de los prejuicios y el desinterés que otros autores habían suscitado acerca del olfato, obviando incluso las prescripciones que Lucien Fevbre entregó acerca de la percepción sensorial, por lo que dice: “A pesar de las prescripciones de Lucien Febvre, los historiadores dejaron a un lado ese tipo de documentos sensoriales. La descalificación del olfato, sentido de la animalidad según Buffon, excluido por Kant del campo de la estética, considerado más tarde por los fisiólogos como simple residuo de la evolución, adscrito por Freud a la analidad, lanzó un entredicho sobre el discurso que sostienen los olores. Sin embargo, ya no es posible acallar la revolución perceptiva, prehistoria del silencio olfativo de nuestro entorno.” (p. 247). Corbin, desafía, por tanto, estas ideas, confirmando su premisa de que al ignorar un tema que podía ser digno de historizar, se ignora también el desarrollo histórico, limitándolo sólo a aquellas áreas mayores de la cual todos hemos escuchado hablar alguna vez, lo político, lo económico y lo social. Le atribuye al olfato, y a su acción, un profundo sentido social, siendo recurrentes las citas filosóficas y científicas que usa para demostrarlo, siendo en la tercera parte de este escrito, Olores, símbolos y representaciones sociales, donde podemos observar con mayor claridad dicha atribución, presentando los alcances que puede llegar a desarrollar el imaginario social, quedándose no sólo en las imágenes y los símbolos para representar una realidad, sino estableciendo las relaciones que un sujeto, o la sociedad, tiene para con tal imagen u objeto, a los cuales se les atribuyen valores que tienden a condicionar una conducta, ya sea, individual o colectiva. Por ende, las representaciones, trabajan como estructuras mentales que influyen en los comportamientos y las actitudes, es decir, construyen identidades, las

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que pueden ser impuestas, pero al fin y al cabo, dependerá de cada persona o grupo social, la decisión y definición de su propia representación, y así lo vemos en uno de los pasajes de la obra de Corbin, “Mientras los aristócratas continúan, durante cierto tiempo, dando pruebas de mayor desenvoltura respecto a las prescripciones de ese capítulo del código de los buenos modales, el pueblo se empeña en manifestar a la luz del día su alianza con la inmundicia; clama su absoluta preferencia por la degradación frente a la sublimación, mira de la burguesía [...] La fascinación que ejerce la podredumbre, no es quizá sino la forma popular de esa obsesión por lo putrefacto, que agobia entonces a las clases dirigentes [...] El pueblo, consciente de la diferencia de los umbrales de la tolerancia olfativa, asume esa estratificación y se empeña en situarse a sí mismo más allá de las prácticas desodorizantes, y no teme mostrarlo. Más que rechazo de las disciplinas, el echar fuera las basuras, o su simulacro verbal, se tornan reconocimiento de una posición. Al tirar sus inmundicias el miserable no hace sino lanzar un reto al que evita su contacto, tanto como éste lo hace cuando se aparta de su inmundicia; reconforta mediante el gesto o por medio del habla su estatuto sobre lo excrementoso.” (pp. 233-234).

Entre los otros aspectos, que motivaron a Corbin para tratar acerca de la percepción olfativa, fue (y como él mismo lo reconoce al comienzo) la lectura acerca de las Memorias de Jean Nöel Hallé, que vemos citadas en el Preámbulo, Procès-verbal de la visite faite le long des deux rives de la rivière Seine, depuis le Pont-Neuf jusqu'à la Rappée et la Garre (1790), y Recherches surla nature et les effets au méphitisme des fosses d'aisances (1785), pero como veremos a lo largo de la lectura, hay un punto característico en ella, y se trata de las múltiples fuentes que utiliza el autor para el desarrollo de su obra, tanto primarias como secundarias, citando a variados intelectuales, como filósofos, historiadores, científicos, médicos, filántropos, entre otros, y de éste último grupo, y a quien alude mucho durante la obra, está John Howard, por ejemplo, con su publicación Etat des prisons, des hôpitaux et des maisons de force (1788), lo mismo que con Boissier de Sauvages, un médico y botánico francés, a quien se refiere, entre otros textos, con Journal des Avant (1746), Jacques-Henri Bernardin, escritor y botánico, con Les Etudes de la nature (1784), Alexandre Parent du Châtelet, médico, y uno de los higienistas del París del siglo XIX, con Recherches et considérations sur la rivière de Bièvre, ou des Gobelins, et sur les moyens d'améliorer son cours relativement à la salubrité publique et à l'industrie manufacturière de la ville de Paris, lues à l'Académie royale de médecine (1822), entre los historiadores, a Jules Michelet, con La femme (1860), y se destaca también ver citado al novelista Víctor Hugo, con Les Misérables (1862), puesto que, la construcción de ideas en aquella época, muchas veces se basó en las obras literarias, sobre todo, las referentes al entorno rural, viciadas por el pensamiento romántico que se movió mucho en esa esfera de lo literario. Todas las fuentes mencionadas, son de la época de estudio de la obra de Corbin, lo que ayuda a comprender de una forma más cercana aquel pasado, permitiendo al lector poder recrear en muchas ocasiones el espíritu de tales años. Como fuentes secundarias, es recurrente ver citado, entre otros, a Jean Ehrard, quien fuera profesor y decano de la Universidad Blaise Pascal, y presidente de la Sociedad Francesa para el siglo XVIII, quien centró su investigación en el Siglo de la Ilustración, y entre las citas que le aluden, se encuentra Opinions médicales en France au XVIIIe siècle: la peste et l'idée de contagion (1957), y al historiador Philippe Ariès, por ejemplo, con su obra L'Homme devant la mort (1978).

Es interesante observar que la historia que nos presenta Corbin, nos permite ver ciertos patrones aún vigentes; la de aquella sociedad hedonista, abocada al narcisismo, y por consiguiente, la inclinación hacia el espacio privado. La mirada prejuiciosa de aquellos que no son igual a nosotros, formando estereotipos que realzan una posición por sobre otra, favoreciendo la estratificación, ya sea, social, económica, política o religiosa; y el esfuerzo por mejorar realidades buscando la comodidad para las élites, como sucedía para con la aristocracia y la burguesía. En otras palabras, cuando leemos esta historia de la percepción olfativa, remontada hacia el siglo XVIII y XIX, podemos leernos también a nosotros, y ver reflejada nuestra propia realidad en el siglo XXI.