Ficha credo-02

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Fichas sobre el Credo- 2. Capitulo 3 del libro de Josep Lluis Vives, "Creer el Credo" ed. Sal Terrae

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Decir de entrada que Dios es Padre Todopoderoso, tal vez podría provocar en algunos una cierta repulsa. Se podría pensar que concebimos a Dios como un padre prepotente y violento que aplasta a los hijos y no les deja crecer humana-mente. Y todos sabemos lo que dicen los psicólogos sobre la inevitable “rebelión contra el padre” que se produce en el paso hacia la edad adulta. Incluso tal vez se podría decir que en este dato radica la raíz última de muchas reacciones de ateismo militante y fanático.

Pero nuestro Credo no se refi ere a nada de esto. Ya sabemos de las insupe-rables defi ciencias y malentendidos que inevitablemente puede acarrear todo intento de hacernos una imagen de Dios. Cuando el Credo habla de Dios Padre Todopoderoso no quiere referirse a Dios como si de un Padre prepotente se tratara, sino como Padre amoroso, origen y protector indefectible de la vida del sus hijos. Él es el origen último de nuestra vida, y Él tiene la capacidad para conducirla hacia delante y darle pleno sentido, sin que nada se lo pueda impedir. Es así como es Padre Todopoderoso: Todopoderoso en el amor y en la donación de vida.

SOLO SI DIOS ES PADRE/MADRE PODEMOS VERDADERAMENTE “CREER” EN ÉL.

De esta suerte, los cristianos profesamos que no creemos solamente en una Primera Causa, o en un Ser Absoluto, o en un Primer Motor o en un supre-mo Legislador moral (un supremo “espantapájaros”). Éste parece ser el Dios en que mucha gente cree. Pero nosotros no creemos en un Dios solamente metafísico, mecanicista o moralista. Creemos en un Dios “Padre”. El centro y el peso de la realidad de nuestro Dios, aquello que hace que nosotros le podamos reconocer y aceptar como Dios, es que Él es el principio amoroso (Padre/Madre) de nuestra vida y del contexto en que ella se desarrolla: una vida a la cual Él da generosa protección, impulso y sentido. Solamente si Dios es Padre/Madre podemos verdaderamente “creer”, es decir, confi arnos plenamente a Él.

Creer El Credo2

Dios, Padre Todopoderoso1

(1) Resumen del capítulo 3 del libro “Creer el credo” de Josep Vives. Ed.

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Hace bastantes años un importante fi lóso-fo de la religión escribió que detrás de las religiones está presente el descubrimien-to del mysterium tremendum (el misterio temible, la incógnita perturbadora) bajo el cual se presenta en el fondo la realidad toda. De dónde viene todo?; Qué sentido tiene todo?; Cómo acabará todo?; Es la rea-lidad, en último término, benévola o ma-lévola? (R. Otto, Das Heilige). El hombre que es sufi cientemente sincero y profundo como para no contentarse con respuestas parciales o superfi ciales, se reconoce en-carado al supremo “Misterio” del mundo.

Las religiones surgen como intentos de propiciar los principios últimos y las fuer-zas ocultas del mundo reconocidas como realidades “divinas”. De aquí que los “sa-crifi cios” y ofrendas (de las cosas que más estimamos, de animales y bienes propios e incluso, en algunos casos, de los pro-pios hijos) hayan sido habituales en las religiones como intentos de ganarse la be-nevolencia de los dioses que pudieran ser hostiles. GRATUITAMENTE AMOROSO Y PROTECTOR

La peculiaridad del Dios de la Biblia es que, ya desde el inicio, se manifi esta a sus seguidores, no como un poder hostil, cuya benevolencia se ha de ganar con ofrendas y sacrifi cios, sino como un poder gratui-tamente amoroso y protector, que ama porque sí, porque Él es bueno, no por lo que nosotros le podamos dar. El mysterium tremendum se nos abre y aparece como mysterium amoris. Esto es lo que que-

remos decir cuando confesamos a Dios como Padre.

Dios es ciertamente un misterio inalcanza-ble, pero no es un misterio malévolo; es un misterio de benevolencia. Es alguien, cier-tamente desconocido, pero que nos dice: “Yo estoy a favor vuestro, no tengáis mie-do, no os quiero oprimir, no os quiero ha-cer ninguna mala pasada”. Es así como el pueble de Israel, en medio de pueblos que tenían dioses terribles y religiones crueles – de las cuales a menudo se contamina-ba -, fue descubriendo, poco a poco, el rostro del Dios verdadero, en un proceso que culminará con la revelación, que dará a conocer Jesús, de Dios como “mi Padre y vuestro Padre”. Hablar de Dios como Padre es ciertamente hablar en metáfora; pero es la metáfora más acertada que se haya podido encontrar para referirse a un Dios que se quiere defi nir como Amor.

Así pues, el Dios de la Biblia se nos pre-senta con dos aspectos contrapuestos pero bien conjugados dialécticamente: Dios es el Misterio supremo, inalcanzable, distante, por encima y más allá de cualquier realidad de este mundo (en el argot teológico diría-mos “el totalmente trascendente”), pero, al mismo tiempo, este Misterio es benévolo y cercano, inmanente, ya que es por su be-nevolencia que en Él vivimos, nos movemos y somos (Hechos 17, 28). Aparece así como una doble cara de Dios: la cara de lo miste-rioso y la cara de lo benevolente; su abso-luta soberanía y su cercana proximidad; su trascendencia y su inmanencia. El autor del Deuteronomio se maravilla de esto cuando expresa: “Qué nación, por grande que sea, tiene a sus dioses tan cerca de ella como el

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Señor, nuestro Dios, esta cerca de nosotros siempre que le invocamos?” (Dt. 4,7). Son estos dos aspectos, aparentemente opues-tos pero realmente complementarios, los que se quieren expresar con la metáfora de Padre.

UN AMOR AUTÉNTICO: EXIGEN-TE, PERO PERDONADOR

Esta metáfora aún podría sugerir otra connotación: un buen padre ama siem-pre; pero ama con un amor responsable y exigente. Todo amor auténtico ha de ser exigente, porque ha de desear el bien de aquél a quien ama. No le da igual lo que éste pueda ser o hacer. No puede tolerar indiferente que uno se haga daño a sí mis-mo o se degrade. Los padres buenos son exigentes con los hijos porque los aman, porque quieren su bien. Evidentemente, serán razonables en su exigencia; no pe-dirán más de lo que sea oportuno en cada caso o situación concreta, i sabrán perdo-nar las recaídas de los hijos. Todo amor auténtico es exigente pero es también per-donador. Es consciente de la debilidad del otro, y está dispuesto siempre a perdonar sus fallos y a ayudarlo a remontar.

También desde este punto de vista, la me-táfora del Padre resulta bien adecuada para hablar de Dios. En el contexto bíblico, si Dios prescribe sus mandamientos, es porque nos ama como un buen padre. Nos prescribe solo aquello que es para nuestro bien, y si fallamos en cumplir lo que nos prescribe, Él está siempre a punto para perdonarnos. Basta con recordar aquella perla del Evangelio que denominamos la “parábola del hijo pródigo”, y que es mas

bien “la parábola del amor incondicional y perdonador del padre” (Lc 15).

Resumiendo lo que hemos ido diciendo: el dios de las religiones es a menudo una fuerza ignota que uno ha de aplacar. Más bien da miedo; nunca se tiene la seguridad de su benevolencia. Por eso uno ha de ga-narse su favor con sacrifi cios, ritos y cultos. El Dios de la Biblia es también una fuerza misteriosa ante la cual uno siente respeto. Pero se manifi esta como Padre que quiere estar a favor nuestro, que ama gratuita-mente, que protege y que perdona.

PADRE TODOPODEROSO

Ahora bien, ¿por qué empezamos el Credo diciendo precisamente que este Padre es todopoderoso? Tal vez queremos sugerir que el poder es el atributo o la característi-ca más esencial de este Dios al que llama-mos “Padre”?

Pienso que no es exactamente así. Con la palabra griega que se usaba en los credos antiguos - pantokrator - parece que mas bien se quería sugerir que la paternidad del Dios-Padre se extiende absolutamente a todo, que nada queda fuera de esta pa-ternidad; que Dios es, sencillamente, Se-ñor y Padre de todo el universo, y nada se escapa de su acción creadora y protectora. No hay ningún poder que le haga compe-tencia. Es lo que el salmo 24 expresa di-ciendo: “Es del Señor la tierra y todo lo que en ella se mueve, el mundo y todos los que lo habitan”.

Decir que Dios es todopoderoso no quiere decir - como tal vez podríamos pensar, ha-

Dios, Padre Todopoderoso

ncondicional y

o

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bituados como estamos a un mundo de prepotencia - que Dios es un prin-cipio prepotente caprichoso que pue-de hacer cualquier cosa. No es ésta la omnipotencia de Dios. Dios, que es absolutamente bueno y esencialmente amor, sólo puede hacer el bien, sólo puede amar. Cuando confesamos a Dios como Padre todopoderoso quere-mos decir que nos abandonamos a Él confi ados en su amor porque sabemos que Él, que sólo quiere nuestro bien, podrá procurárnoslo. Puede suceder que Él quiera o permita cosas que nos contrarían y cuyo sentido no acaba-mos de comprender. Ya nos lo avisa-ba a través del profeta Isaías (55,8): “Mis intenciones no son las vuestras, y vuestros caminos no son mis cami-nos”. Quienes somos nosotros para juzgar los caminos por los que Dios nos conduce? Lo único cierto es que si le confesamos como Padre y todo-poderoso, sabemos que nos podemos fi ar de Él a pesar de que a veces nos pueda contrariar lo que Él hace o per-mite en nosotros.

Esta confi anza inicial anticipa de al-guna manera lo que tendremos que ir confi rmando a lo largo del Credo. Porque sólo podremos mantener una confi anza así si fi nalmente podemos confesar nuestra fe en la resurrección de la carne y la vida perdurable. Es decir, si podemos confesar que Dios,

porque es Padre y porque es todopo-deroso, puede hacer que superemos las fuerzas del mal y de la muerte que parecen acabar tragándonos en este revuelto mundo nuestro.

PADRE/MADRE

En nuestras sociedades patriarcales era inevitable que la metáfora del Pa-dre se impusiera de manera exclusiva para referirnos a Dios en cuanto ori-gen, impulsor y protector amoroso de toda vida. Pero también podríamos referirnos a Dios como “Madre” i, con ello, añadiríamos a las connotaciones de origen y protección nuevos matices como el de la ternura, la entrega, etc. Es evidente que Dios está más allá y por encima de la diferenciación sexual en la creación y fomento de la vida. Por eso podemos llamarle Padre/Ma-dre. La misma Biblia a veces habla de Dios atribuyéndole cualidades de Ma-dre: “¿Puede olvidarse una madre de su bebé, puede dejar de amar al hijo de sus entrañas?” (Is 49,15). Hemos de atribuir a Dios, sin límites, todo lo mejor que pueda sugerir la paternidad/maternidad humana. Es por esto que decimos “Creemos en Dios Padre/Ma-dre”. Con ello queremos decir que nos confi amos totalmente a Él, más que al mejor padre y que a la mejor madre del mundo.

un poder gratuitamente amoroso y protector, que ama porque sí, porque Él es bueno, no por lo que nosotros le podamos dar