Ficha - La Caída Del Imperio Romano - Jesús Huerta de Soto

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Ceballos Córdova, Alan Roger Universidad de Concepción Historia Económica 2º Año / 2015 Prof. José Manuel Ventura Rojas FICHA DE CRÍTICA A LA LECCIÓN DE: Jesús Huerta de Soto: “La caída del Imperio Romano”, Curso 2009-2010. En: http://www.youtube.com/watch?v=6PcaciZean4 HIPÓTESIS CENTRAL DEL PROFESOR HUERTA DE SOTO Roma, a fines de su período republicano y a comienzos de su etapa imperial, había alcanzado un desarrollo económico tal, un “próspero mundo liberal [dice el profesor Huerta de Soto] de la economía de mercado”, que habría sido destruido no por una causa externa, sino interna, el Socialismo implantado por sus gobernantes, por medio del Estado de Bienestar, ejemplo que basta al profesor Huerta de Soto, para sostener la manera en cómo la civilización humana puede autodestruirse, sobre todo si consideramos (como él lo afirma) que el desarrollo económico alcanzado hacia esa altura por Roma, no se recuperaría sino hasta el siglo XVII, e incluso comenzado el XVIII. Dicho Estado de Bienestar, se habría caracterizado por un lema impuesto por los gobernantes romanos: “panem et circenses” (pan y circo), especialmente a las clases pobres. Es decir, se abastecía de alimentación (y se divertía) a esta población más necesitada, logrando de esta forma mantenerles contentos, y así obtener de ellos el favor político. Huerta de Soto lo explica, por medio de la repartición gratuita de trigo a esta gente en las ciudades, en especial Roma, lo que habría detonado en las consecuencias del fin imperial. Las clases medias trabajadores, no habrían hallado competencia ante tal reparto gratuito. A ello, derivaría un aumento progresivo de la población urbana, incluidos los productores. “La ayuda a la pobreza [sostendrá Huerta de Soto], genera pobreza”, sobre todo cuando ante el incremento, los recursos se agotan más rápido, dificultando el mantenimiento de la población. Le sigue, y como medida, la aplicación de la inflación, que se habría traducido en un frecuente incremento de los precios, empeorando aún más la

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Ceballos Córdova, Alan Roger

Universidad de ConcepciónHistoria Económica2º Año / 2015Prof. José Manuel Ventura Rojas

FICHA DE CRÍTICA A LA LECCIÓN DE: Jesús Huerta de Soto: “La caída del Imperio Romano”, Curso 2009-2010. En: http://www.youtube.com/watch?v=6PcaciZean4

HIPÓTESIS CENTRAL DEL PROFESOR HUERTA DE SOTO

Roma, a fines de su período republicano y a comienzos de su etapa imperial, había alcanzado un desarrollo económico tal, un “próspero mundo liberal [dice el profesor Huerta de Soto] de la economía de mercado”, que habría sido destruido no por una causa externa, sino interna, el Socialismo implantado por sus gobernantes, por medio del Estado de Bienestar, ejemplo que basta al profesor Huerta de Soto, para sostener la manera en cómo la civilización humana puede autodestruirse, sobre todo si consideramos (como él lo afirma) que el desarrollo económico alcanzado hacia esa altura por Roma, no se recuperaría sino hasta el siglo XVII, e incluso comenzado el XVIII. Dicho Estado de Bienestar, se habría caracterizado por un lema impuesto por los gobernantes romanos: “panem et circenses” (pan y circo), especialmente a las clases pobres. Es decir, se abastecía de alimentación (y se divertía) a esta población más necesitada, logrando de esta forma mantenerles contentos, y así obtener de ellos el favor político. Huerta de Soto lo explica, por medio de la repartición gratuita de trigo a esta gente en las ciudades, en especial Roma, lo que habría detonado en las consecuencias del fin imperial. Las clases medias trabajadores, no habrían hallado competencia ante tal reparto gratuito. A ello, derivaría un aumento progresivo de la población urbana, incluidos los productores. “La ayuda a la pobreza [sostendrá Huerta de Soto], genera pobreza”, sobre todo cuando ante el incremento, los recursos se agotan más rápido, dificultando el mantenimiento de la población. Le sigue, y como medida, la aplicación de la inflación, que se habría traducido en un frecuente incremento de los precios, empeorando aún más la situación. El gobierno hubo reaccionado, estableciendo precios máximos, beneficiando sólo a los consumidores, y estimulándoles a un mayor consumo ante la situación hipotética de presenciar precios artificialmente bajos. Por último, los gobernantes habrían impedido la migración campo-ciudad, dejando a los pobladores adscritos a sus tierras, promoviendo la autarquía, poniendo fin de esta forma al comercio, y por ende, al mercado. La caída del Imperio Romano, según lo descrito, habría dado paso entonces al feudalismo, y la Edad Media. Así, dicha caída, no se pudo haber producido como tradicionalmente se estima, a causa de las invasiones bárbaras, débiles y limitadas en comparación a las legiones romanas que ya les habían resistido antes, sino por causa del Socialismo, a través del Estado de Bienestar implantado por los gobernantes de Roma, bajo el lema “panem et circenses”, pan y circo.

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IDEAS PRINCIPALES Y SECUNDARIAS

Contrario a la versión oficial, aquella que como señala el mismo Huerta de Soto, “hemos escuchado o hemos leído, o hemos estudiado en los libros del colegio o en el instituto”, descarta que el origen y la causa de la caída del Imperio Romano, se haya debido a los bárbaros, puesto que el tema de las invasiones protagonizadas por ellos, no era algo nuevo para los romanos, quienes ya les habían resistido en ocasiones anteriores, inclusive absorbiéndoles e incluyéndoles dentro de su civilización, en lo que sería una búsqueda de dichos bárbaros por mejorar su vida en un mundo más civilizado, por lo que la invasión que ellos protagonizan, habría significado sólo la ocupación de los restos de un antiguo Imperio que ya había sido destruido por causas anexas a dichas invasiones.

- Los bárbaros, en la parte final del Imperio Romano, pasarán a un segundo plano para los ciudadanos, prefiriendo de hecho, en una situación hipotética, ser sus esclavos, antes que víctimas de la opresión fiscal y el intervencionismo de Estado que les propugnaban los gobernantes y los recaudadores de impuestos, en quienes recaía su principal preocupación.

El Imperio Romano se habría desmoronado por el Socialismo, por la política acogida de los gobernadores romanos de instaurar un Estado de Bienestar, bajo el lema panem et circenses, que traducido es: “pan y circo”, con el fin de ganar el favor de los pobres, a la vez que ellos les aprovisionaban de alimento y diversión, por lo que la caída se habría producido, al hacer insostenible la decisión de repartir el trigo de manera gratuita dadas sus consecuencias socioeconómicas.

- Por una parte, la de los trabajadores del trigo, clases medias y agricultores, que al no hallar competencia debido al reparto gratuito o casi gratuito de lo que ellos producían, perdiendo así la rentabilidad de la agricultura, debían abandonar sus tierras y emigrar a la ciudad, hacerse parte del sistema impuesto por los gobernadores, quienes se verán en la dificultad de seguir manteniendo a la población a medida que ésta acelera su ritmo de crecimiento.

- Por otro lado, la “solución” que otorgarán dichos gobernadores ante tal problema, el aplicar la inflación, donde se desvaloriza la moneda por medio de la división de la misma para así incrementar la cantidad de dinero, traerá consigo un aumento considerable de los precios y de todos los bienes, en especial los de subsistencia como los agrícolas.

Hacia el siglo III, y en vista de la situación vivida en el Imperio Romano a raíz del Estado de Bienestar implantado por los gobernantes, éstos trataron de solventar la inflación, buscando “atacar [sostiene Huerta de Soto] los efectos y no las causas profundas”, al establecer leyes que fijan precios máximos, un precio determinado sobre el cual no se podía vender ni comprar, aumentando así una demanda que detonaría en la escasez del producto en cuestión, el trigo, dando pie para que se presenten otras ofertas mayores a la estipulada por el precio máximo, lo que resultaría contraproducente para los productores, quienes además ya no hallarían en la agricultura su remuneración. Por el contrario, beneficiaría a los consumidores, sobre todo a los de primera necesidad, los pobres, quienes ante la existencia de un precio artificialmente bajo, aumentarían todavía más su demanda. Se deshacería así el equilibrio entre oferta y demanda, dando como resultado final, la destrucción del mercado.

Huerta de Soto sostiene que la Roma imperial habría desarrollado la servidumbre feudal, engendrando con ella el feudalismo, y por tanto, la Edad Media. Esto, tras al decreto que acogerán los gobernantes romanos ante la migración que va teniendo la ciudadanía desde el campo a la ciudad. Allí prohíben el abandono de las tierras, obligando a los pobladores a quedar adscritos a ellas, provocando la autarquía, una política de autoabastecimiento en la que cesarían los intercambios comerciales, desapareciendo así los mercados.

- El trabajador quedaría, por tanto, como dependiente de un señor, con quien debe realizar un contrato en el que ofrece sus servicios, a cambio de la seguridad que éste último le brinde en un territorio determinado, es decir, características propias del sistema feudal.

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ANÁLISIS Y COMENTARIO CRÍTICO

Antes que todo, resulta prudente conocer el entorno en el cual Jesús Huerta de Soto se mueve. La fuente más directa para conocer aquello, lo encontramos en su propia página web (http://www.jesushuertadesoto.com), donde de manera transparente, nos presenta sus datos personales y de formación, dándose a conocer como Catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, España, así como de la Universidad Complutense de Madrid, cuya especialidad es la Economía Aplicada, es decir, desde un enfoque político y de análisis económico institucional. Apreciamos que cuenta, además, con doctorados en Economía, así como en Derecho, en instituciones no sólo de España, de donde él procede, sino de Estados Unidos, Guatemala, Rumania y Rusia. Los títulos de sus obras nos reflejan un tanto, de manera implícita, las líneas en las cuales enfoca su pensamiento. Entre ellas encontramos libros y escritos como: Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos, Unión Editorial, Madrid, 1998, 681 pp., Los Principios del Liberalismo, Ed. CEDICE, Caracas, 2000, 18 pp., Ahorro y Previsión en el Seguro de Vida y otros ensayos sobre Seguridad Social y Planes Privados de Pensiones, Unión Editorial, Madrid, 2006, 309 pp.; y capítulos como: “Socialismo, Corrupción Ética y Economía de Mercado”, en Luis NUÑEZ, Ética Pública y Moral Social, Ed. Noesis, Madrid, 1996, pp. 101-132, “El Fracaso del Estado Social”, Veintiuno, revista de pensamiento y cultura, Nº 24, Madrid, Invierno 1994, pp. 49-54, “Eficiencia y Justicia del Capitalismo”, Empresa y Humanismo Vol. III, Nº 1, Universidad de Navarra, 2001, pp. 101-124, “Socialismo y descivilización”, Procesos de Mercado Vol. IX, Nº 1, Primavera 2012, pp. 343-352, “El socialismo como error”, El espectador incorrecto, Nº 2, Marzo 2015, pp. 88-92.

Cabe señalar que las obras mencionadas, fueron seleccionadas en vista de la perspectiva que Huerta de Soto sostiene acerca de la caída del Imperio Romano, donde pueden verse ciertos paralelos entre algunos de sus postulados y los títulos de las mismas, aunque es recurrente observar dentro de sus publicaciones títulos similares, de hecho, si pudiesen resumirse las áreas que más trata ateniéndose a ellos, los tres temas que más se leen son acerca del Liberalismo, como doctrina política y económica; el Socialismo, como un sistema contrario al liberalismo que defiende, y que por ende, lo pervierte; y la Escuela Austriaca de Economía, de la cual es adepto. Conocer esta parte correspondiente a su investigación, nos permite crearnos una cierta imagen (prejuicio) acerca de este profesor, pero más allá de definir su persona o su posición, y emitir juicios sobre las mismas, lo que nos interesa con relación a ello, es que este conocimiento nos ayude a entender su perspectiva acerca de la caída del Imperio Romano, y criticar, de manera constructiva, nada más que sus ideas. Para ello, nos serán de ayuda tres obras, que en mayor o menor medida nos basaremos para respaldar dicha crítica, estas son: Norman J. G. POUNDS: Historia económica de la Europa medieval, Ed. Crítica, Barcelona, 1987, 616 pp., centrándonos en el Capítulo 1, “El Bajo Imperio Romano” (pp. 9-51); AA. VV.: La transición del esclavismo al feudalismo, Ed. Akal, Madrid, 1989, 220 pp., donde nos interesa la Introducción (pp. 13-17) y el capítulo escrito por Max Weber, titulado “La decadencia de la cultura antigua. Sus causas sociales” (pp. 35-57); y por último, aunque en menor grado: Peter SPUFFORD: Dinero y moneda en la Europa medieval, Crítica, Barcelona, 1991, 604 pp., deteniéndonos en el Capítulo 1, “La discontinuidad romano-bárbara” (pp. 19-44).

Hablar sobre lo que Huerta de Soto nos comparte acerca de la caída del Imperio Romano en este video de una de sus clases, de partida nos resulta un tanto complejo, por la razón de que la teoría que él presenta está resumida en las ideas más importantes que compartió en aquella clase, dejándonos en la incógnita aquellas otras que no aparecen. Sin embargo, lo que se nos muestra, es suficiente para conocer y entender su perspectiva, la que es presentada de manera lógica y estructurada, y respaldada, además, por citas que nos dan por aludidos se usó también para fundamentar sus argumentos, mencionando incluso uno de ellos al comienzo del video. La causa que él da a conocer, es unidireccional, y no la presenta como una posibilidad, sino como una afirmación, que de manera secuenciada va defendiendo. Tenemos con esto, que él no escatima en sobreponer su pensamiento a un fenómeno histórico que mucho ha dado que hablar, y del cual, son

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variadas las teorías en cuanto a su explicación. Es decir, partir afirmando que “…el Imperio Romano se derrumba como consecuencia del Socialismo”, es viciar desde un comienzo el resto de la explicación, puesto que, se conoce de antemano que todo argumento será usado para defender dicha tesis, o bien, es lo que sucede en este caso. No es imprudente defender una posición, pero sí lo es cuando existen otras y no se consideran, o simplemente, se desestiman sin confrontarlas. La Historia como forma de estudio y de investigación, dejó de considerarse de manera unidireccional, como lo comprendía el enfoque hegeliano, o el Marxismo, que ven en la Historia un único fin por el cual se han desarrollado todos los acontecimientos, actuando de modo tal que ese fin pueda ser cumplido. La complicidad está en que acoger a la Historia desde esta perspectiva, obliga a presentar en ella una verdad, y no está mal, es la búsqueda de todo ser humano, el descubrir y explicar las cosas como en realidad son, pero el problema radica en que no existe sólo una verdad, o bien, tal vez existe como tal, pero las versiones son muchas, y detrás de aquellas, hay pasiones de las cuales nadie puede desprenderse, y esto, es un hecho que no se puede ignorar. Ahora bien, y considerando esto último, si nadie puede desprenderse de las pasiones como consecuencia de su propia verdad, ¿todos estamos equivocados? La respuesta es no. Pero tampoco todos estamos en lo correcto. Lo primordial es estudiar el hecho histórico, no como una unidad orientada por una dirección, sino como una pluralidad en la cual se hallan variados sucesos, estimulados por las ideas, sentimientos, y pasiones de los diferentes actores que forman parte de aquel hecho, con los cuales es posible lograr entender el pensamiento de una época en particular, y las motivaciones por las cuales ocurrió tal y tal suceso, y para dicho fin, creo que podemos comprender la traba que nos supone vernos viciados por una premisa tomada de antemano. Aun así, el desafío es grande, idílico para algunos quizás, pero posible de alcanzar.

El error del profesor Huerta de Soto, no está en poseer una visión de lo que ocurrió con la caída del Imperio Romano, sino el ignorar las demás posibilidades en juego, y considerar el hecho a partir de su propio alcance, la Economía Política, y desde allí, el análisis de otros factores, como el social, no permitiendo otras opciones, ignorando así también otros focos de análisis sobre el tema. En otras palabras, sus ideas hacen ver fácil un proceso del que hasta hoy no se tiene una acabada certeza. Sería inconsecuente de todas formas condenar del todo la manera en la cual procede para relacionarse con este hecho histórico, si muchas veces para el mismo historiador es complejo tratar acerca de ello. El propósito es señalar las directrices para una buena investigación del mismo.

Tanto Pounds como el autor de la Introducción en “La transición del esclavismo al feudalismo” hablan acerca de la dificultad que conlleva hablar de la caída del Imperio Romano, desde una sola perspectiva, mientras el primero señala de que “…hoy día nadie osaría tratar de explicarlo en términos de un solo factor decisivo […] fue demasiado complejo para tratar de explicarlo de un modo simplista […] El cambio económico que se produjo en esos siglos es difícil de investigar e imposible de expresar de manera cuantitativa” (1987, pp. 9-10), el segundo que “la mayoría de las opiniones planteadas sobre el fin del mundo antiguo pecan de unilateridad [sic], centrando la causa en una sola dirección” (1989, p. 13). De esa forma, en ninguna de las obras se parte desde una premisa para explicar dicho fenómeno, sino que se emplean de manera detallada los distintos aspectos que habrían ayudado a la crisis y posterior caída del Imperio, resaltando los internos, que sin embargo, apoyaron también los externos. Así entonces, se revisan los aspectos políticos, sociales, económicos e ideológicos-culturales (1989, pp. 14-17), es decir, con una visión más holística en cuanto al contexto de una crisis que no se habría abocado sólo a uno o dos aspectos, y que sería difícil de abarcar si así se considerasen, sino como un todo, donde todos los actores contribuyeron en la caída imperial de Roma. Es preciso advertir que muchas de las ideas que estas obras entregan, guardan mucha simpatía con las expuestas por Huerta de Soto, pero con la diferencia ya señalada. Tienen la particularidad de presentarlas con el fin de contextualizarnos en los siglos finales del Imperio y así poseer una visión más amplia de lo que ocurrió con él, y no al revés.

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Así, para Pounds la decadencia no se dio de la misma manera en todo el Imperio, e invita recordar que el de Oriente, sobrevivió otros mil años tras la caída de Occidente, y que además, esta no se dio de manera continua y uniforme, puesto que, en muchas ocasiones la situación parecía no ir del todo mal, pues se experimentaron también períodos de crecimiento económico, “cuando los mandos militares tenían éxito en las fronteras y los emperadores, por medio de sus edictos, intentaban con gran ímpetu, aunque al fin y al cabo sin éxito, poner remedio a las lacras sociales de la época” (1987, p. 10). Dentro de los cambios económicos, presenta uno que se habría dado hacia el siglo III, pero de manera muy cambiante, esto es, la desintegración del comercio, que después de haber generado una “amplia interdependencia entre la ciudad y el campo y entre una provincia y otra” (1987, p. 11), se habría pasado a la autosuficiencia y al aislamiento local, pero que vio luces de recuperación, sin mayores repercusiones, en el siglo IV.

Con respecto a los pueblos bárbaros, Pounds compartirá, así como Huerta de Soto, que no fueron ellos la razón principal de la caída, pero el primero explicará eso sí la manera en cómo ellos influyeron en la crisis, pues su intervención no habría sido sin más sólo en las invasiones, ya que, al presentarse éstas con mayor fuerza desde el siglo II, obligaban a las legiones romanas a un constante aprovisionamiento, no sólo de suministros, sino también de reclutas, gravando totalmente los recursos imperiales de Occidente, considerando, además, que el servicio militar se valía de los hombres del campo, dejando a la agricultura sin ellos, queriendo darle solución a esta escasez en la mano de obra, reclutando a los bárbaros, en su mayoría germanos, en el ejército, aunque el problema no pasaría por ellos, pues demostraban fidelidad, sino por las tropas federadas, los foederati (tribus bárbaras no germanas), en quienes no se confiaba a raíz de su indisciplina. Weber, añadirá, por su parte, quizás ante la irrupción cada vez más frecuente del elemento bárbaro, una crisis cultural, reflejada en el agotamiento de la literatura hacia el siglo III, donde el arte de los juristas y sus escuelas habían declinado, y ya no se hacía sentir la poesía latina y griega, viéndose afectada incluso la historiografía, y donde aún las inscripciones desaparecían, siguiendo la lengua latina este proceso de descomposición, dejando como indicio el triunfo bárbaro que de hacía tiempo lo habían logrado, pero al interior del Imperio (1989, pp. 35-36).

Para el mantenimiento del ejército, que como señala Spufford, fue “la principal carga de las finanzas del estado” (1991, p. 20), se echó mano de los impuestos, que habrían recaído, “sobre una base [dirá Pounds] cada vez más empobrecida” (1987, p. 12), y en donde la producción no estaba siendo fructífera, debido al atraso tecnológico del Imperio, gatillada en cierta medida por la esclavitud instaurada. De hecho, la principal fuente de ingresos del gobierno, se habría valido de un impuesto, el de la tierra, reclamado principalmente al pequeño propietario. A esto, habría que sumarle la limitada esperanza de vida al nacer, que en promedio, no pasaría más allá de los 20 años, aunque un adulto tal parece moría llegados los 30. Dicha tasa, encontraba apoyo a la vez por la de mortalidad infantil, que reflejaba un alto nivel. Podrían haber estado condicionadas quizás por los frecuentes brotes de enfermedades que se daban, siendo común la de desnutrición. Vemos, por tanto, que respecto a lo socioeconómico, la situación no era de las mejores.

Otro dato importante de considerar, y que podría echar por tierra la teoría del profesor Huerta de Soto según lo presentado en las obras, es con respecto a la producción y la fuente de abastecimiento de la población. Pounds, sostiene que la principal cosecha era constituida por los cereales panificables, pero con relación al trigo, su predominancia se abocaría en los territorios de Egipto y Siria, aunque se habría dado una especialización también en Sicilia, pero su procedencia principal sería desde el norte de África, y más aún, desde Egipto. Las pautas de cultivo, además, no siempre habían sido las mismas durante el Imperio, y en Italia misma el cultivo de grano habría perdido importancia, optando por la ganadería ovina y boina, así como el cultivo del olivo y de la vid. Este último producto, la vid, habría constituido uno de los más importantes consumos en el Imperio, guardando una amplia difusión en él. Le acompañan, los guisantes y alubias, y en menor medida, verduras y hierbas aromáticas, así como los alimentos exóticos, por lo que no sólo de pan

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vivía la plebe. Volviendo a la agricultura, ésta no estaba logrando la productividad que se esperaba de ella, pero sí era considerable la exigencia que se colocaba a quienes la trabajaban. Uno de los detonantes de dicha crisis agraria, la coloca Pounds haciendo mención a una de las ideas de Toynbee, quien en un escrito sobre Aníbal, el general cartaginés (Hannibal’s Legacy, 1965, II, pp. 36-105), sugirió que “el campesino romano recibió un golpe mortal con las guerras púnicas” (1987, p. 24), donde gran parte de Italia, no se había vuelto a recuperar, obligando así a este trabajador, al abandono de las tierras, que bajo el Imperio, continuaba siendo una tónica (1987, p. 29), lo que se hace comprensible, si aceptamos lo que nos comparte Pounds, que más allá de considerar exagerada o no la condición de pobreza del campesino, ve como un hecho que el dinero apenas le alcanzaba para el pago de los impuestos, e inclusive para el alquiler, sin considerar su propio mantenimiento, situación que hacia los siglos II y III habría empeorado, debido a la inflación, forzando a los campesinos el pago de cantidades todavía más altas, y obligándole en última instancia, la venta de su propiedad para hacer pie a estas deudas, quedando relegado en tierras ajenas como un inquilino, y la situación se tornaba aún peor, cuando el campesino, ya empobrecido debía vender o abandonar a sus hijos, para lidiar con el pago del alquiler y los impuestos, quedando de esa forma, propenso a la esclavitud, de la cual, dice Pounds, se tienen indicios pese a los edictos imperiales que la impedían. Y este hecho, beneficiaba sin dudas, al sistema que se apoyaba en el trabajo servil, por ende, mientras más se acumulaban hombres para el trabajo, mejor era para sus propósitos, puesto que, “cuanto mayor [dice Weber] sea el número de esclavos o vasallos, más posible resulta la especialización de los oficios serviles […] las explotaciones por esclavos eran el elemento progresivo. Los escritores agrarios de Roma ven en el trabajo de los esclavos, la base evidente de la organización del trabajo” (1989, pp. 39 y 42).

La devaluación de la moneda, debido a la inflación, y la consiguiente acuñación de un mayor número de ellas, sin por ello, presenciar un aumento de la productividad, conllevó a un aumento de precios, que intentó remediarse con el establecimiento de precios máximos y topes salariales, a la vez que se emitió una nueva moneda, pero todas las medidas fueron insuficientes al lado de una inflación que era mucho más fuerte. Así, el Imperio prosiguió con la emisión monetaria, quedándose finalmente con el sólido y otras monedas menores, derivadas del mismo, logrando una relativa estabilidad entre los valores, que benefició mayormente a Oriente, pues Occidente ante dichos procesos, veía transformarse su economía, cada vez menos dependiente de la moneda, hacia un sistema de hacienda autosuficiente, como lo reflejase también Spufford, quien expresa que ante una sociedad totalmente rural como se estaba transformando Occidente, la moneda devaluada, la de cobre en su mención, desempeñaría un papel mucho menor. Esto habría dado pie, y con una sociedad que se hacía cada vez más rural, para que el sistema de trabajo romano, se acercase con mayor ahínco hacia el de servidumbre feudal, donde los terratenientes, acostumbrados a su vida de lujo como sostendrá Weber, y los capataces, “no dudaban en explotar a los pobres en el servicio del amo” (1987, p. 28).

De especial atención, será para Weber, explicar esta transición del esclavismo al feudalismo, tal como lo refleja el título de la obra en la cual interviene. Primero, describe a grandes rasgos, la situación del esclavo con relación al señor por el cual estaba sometido, y luego su expulsión, como “consecuencia de la decreciente repoblación del cuartel de esclavos por sí mismo” (1989, p. 47), del oikos. El siervo, por el contrario, había sido devuelto a la familia. Sin embargo, pronto el señor se percatará que incluir al esclavo en el seno de la familia, le aseguraba el renuevo y, por ende, “una provisión permanente de fuerza de trabajo que ya no podía procurarse por la compra de esclavos en el mercado exhausto…” (1989, p. 47). Así, el señor se desligaba de la mantención del esclavo, quien desde ese entonces, debió procurársela por sí mismo. Con el caso del colono, ocurrió algo similar, y se convirtió en un siervo de la tierra, unido para siempre a la circunscripción del señor, y de esa forma, al señorío del propietario. Dicho esto, se pondría en duda la manera en cómo Huerta de Soto, presenta de manera hipotética, pero segura para él, lo que los ciudadanos habrían manifestado al final del Imperio: “Preferimos ser esclavos nominales de los

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bárbaros, que ciudadanos bajo la bota opresora fiscal e intervencionista del Imperio Romano”, sin descuidar lo que ya vimos más atrás, acerca del cuidado que se debe tener al tratar el hecho histórico, porque aquí vemos cómo este catedrático coloca en boca de los ciudadanos romanos, palabras que provienen desde su propia perspectiva del tema en cuestión.

La migración de la ciudad al campo, destruyó las bases de la primera, y ante la extensión del área rural, algunas redujeron su área, y otras fueron abandonadas, pero en general, todas decayeron, incluida Roma. Los emperadores, designaron, por su parte, a curatores, con el fin de supervisar las finanzas urbanas, y exactores, quienes cobraban los impuestos, los cuales significaron un gran foco de opresión para los colonos. La clase senatorial, que formaba parte de la reducida élite, era sin dudas la más beneficiada con el pago de impuestos, y ante su vida acomodada en el ambiente de crisis en que estaba sumido el Imperio, pero que a ellos claramente no les afectaba, despreocupados estaban de servir en él, pero sí contribuían a un mayor desgaste del mismo, a raíz de las exigencias que propugnaban. Cabe señalar, en este punto, que en muchas ocasiones para la mantención del ejército, los emperadores debieron echar mano de su patrimonio, puesto que, las arcas del Imperio comenzaron a desgastarse, producto del fin a la tendencia expansiva del Imperio, y la consiguiente “pacificación” del interior, pues dicha tendencia, era la que en su tiempo mantenía al ejército, ante las ganancias percibidas en las conquistas de los territorios hacia donde se expandían. Todo esto, gatillado por las causas presentadas con antelación, no porque, de manera simple, a los emperadores se les haya ocurrido instituir un Estado de Bienestar que acabaría con tales consecuencias.

Ante el abuso sufrido por los campesinos, y un sistema que estaba del lado de los terratenientes, por lo que era inútil esperar, por tanto, una ayuda gubernamental, hacia finales del siglo III y a lo largo del IV, sucedieron, no se sabe con cuánta intensidad, pero fueron un hecho, insurrecciones por parte del campesinado en diversas áreas del Imperio.

Manifiesta Pounds, que la destrucción del comercio, es “una de las explicaciones más ampliamente divulgadas y aceptadas en un momento dado sobre la decadencia del Imperio romano” (1987, p. 37), y no es la excepción, por ejemplo, en lo que respecta a los argumentos dados por Huerta de Soto. Se trataba de un comercio estacional y unidireccional, cuyo volumen y papel en la mantención del Imperio muchas veces se exagera, sostendrá el primero, para quien, este comercio era reducido, y de un tráfico de productos muy caro, con relación al tamaño, variedad y población de dicho Imperio, que es conocido también por la compleja red de caminos, los cuales habrían sido hechos para fines militares, pues para los comerciales, cuando se permitía usarlos para ello, se debía pagar previamente un peaje. Weber, en cuanto a ello, decía que estar cerca de las rutas terrestres, no se consideraba “en los tiempos de Roma como una ventaja, sino como una calamidad, a causa del alojamiento y de la piojería, porque eran caminos militares y no vías de comercio” (1989, p. 38). Por mar, la situación no era mayormente favorable, pese a que el transporte a través de este medio era el más importante, pero la navegación era estacional, y se abocaba sólo a los cuatro meses de la estación estival, pues en el resto del año, los barcos pasaban amarrados en el puerto, debido a que en cierta época, la navegación se consideraba peligrosa. Así, los fines comerciales de la navegación, sólo “se justificaban [dice Pounds] debido al volumen e importancia del comercio de grano para Roma que allí se llevaba a cabo” (1987, p. 39), aunque por este medio tampoco el comercio era próspero ni rentable. Ni decir por tierra, donde el transporte de granos, a raíz de la distancia que debía recorrer, llegaba con un precio que casi se duplicaba, dificultando el abastecimiento de una población hambrienta, y en gran parte desnutrida como mencionábamos anteriormente. Weber, será incluso más determinante a este respecto, pues no duda en decir que Roma, era un mercado cerrado a la entrada de trigo, por un lado, porque el aprovisionamiento era público, a manos del Estado, y porque el precio, generalmente, no soportaba el transporte desde el interior (p. 43). Tal parece, estos detalles no fueron considerados por Huerta de Soto a la hora de hablar de manera tan superficial acerca del lema “panem et circenses”, y usarlo como la estrategia usada por los gobernadores para

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establecer el Estado de Bienestar. Y así como para este último, el aprovisionamiento de trigo era una causa de la crisis, Weber lo presenta, sin más, como una característica del sistema económico de Roma.

Todo lo expuesto, habría producido que cada región fuese prácticamente autosuficiente, dejando al comercio interregional restringido sólo a unos cuantos productos de calidad, quedando demostrado que el comercio imperial no era de gran importancia, mostrando incluso la incógnita de si los artículos producidos en las provincias romanas, habían desplazado a los italianos en el mercado “doméstico”, pero ofreciendo como una real posibilidad de que la manufactura de Italia haya caído al desarrollarse la de las provincias. Pero Weber, va más allá, e indica que esta política de autoabastecimiento, que denomina como economía natural, habría ido en aumento, a la vez que el Imperio dejaba de presentarse como un conjunto urbano que explotaba el campo, y comenzara a transformarse “en un Estado que intentaba incorporar y organizar comarcas interiores que vivían de su economía natural” (1989, p. 51), pero el tráfico, la pequeña capa que quedaba, no alcanzaba a cubrir en efectivo las necesidades del Estado, optando entonces por el aumento hasta el máximo en las finanzas del Estado del factor económico natural. Esto conllevó a la pérdida de las posibilidades de obtener crecientes impuestos en dinero, necesarios para el sostenimiento de un ejército a sueldo.

Desde esta perspectiva, la destrucción del comercio, por la transición hacia la economía natural, fue el motivo ulterior que habría causado la caída del Imperio. Ni Pounds, ni Weber, quienes revisan las probables causantes de la mencionada caída, expresarán alguna idea respecto a la repartición gratis de trigo en Roma como una causa directa en la crisis, o como detonante de ella, y que supondría, en primer lugar, una migración del campo a la ciudad, y luego una sujeción del campesino en el área rural, que habría generado el paso hacia la servidumbre feudal, como sí lo presenta Huerta de Soto. Tampoco Spufford, que si bien, es en su mayor parte, descontextualizado en cuanto al período anterior a la caída del Imperio, es importante para conocer lo que siguió tras la ocupación bárbara de Occidente, una discontinuidad, como bien lo señala el título del capítulo 1 de su obra, romano-bárbara en cuanto a lo monetario. Pero sí señala, y esto contrasta con Huerta de Soto, con respecto a su idea de inflación, de que “el hundimiento del imperio romano en occidente fue un proceso tan dilatado que no sería razonable esperar encontrar un cambio catastrófico en el sistema monetario” (1991, p. 22).

El análisis realizado por los autores que acabamos de mencionar, distan bastante de la perspectiva de la que se usa Huerta de Soto para sostener sus argumentos, los cuales nos pudimos percatar, no estaban del todo incorrectos, pero sí dejaba grandes vacíos que no consideraba y conexiones que no calzaban de acuerdo a su teoría. Y como decíamos en un principio, no está mal el que personalmente tenga una teoría acerca del tema, pero sí está errado su enfoque, por el vicio que entrega a sus argumentos al considerar de antemano una premisa que los condiciona a ella. Y finalmente, es precipitada su idea hipotética en caso de que el Imperio Romano no hubiese caído, pues expresa de que quizás el hombre pudo haber llegado a la Luna en el año 800 o 900, pero nuevamente lo sostiene, debido a su enfoque, ya que, ignora a la Edad Media al sostener un poco antes, que en ella se vivieron mil años de oscurantismo. Es decir, hecha por la borda su idea de que el devenir histórico no es un continuo avanzar en base a progreso o desarrollo, porque ateniéndonos a lo que verdaderamente ocurrió, sí fue necesaria la Edad Media para lo que ocurrió más tarde. Sí fue necesario, más allá de estar de acuerdo o no con aquel postulado, el desarrollo de la humanidad, y el progreso de ella, en lo ideológico, lo científico, y lo tecnológico, y así alcanzar un fin como el que él menciona, la llegada del hombre a la Luna.