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370 ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN Y PROCLAMACIÓN DEL PATRONAZGO DE LA VIRGEN DE LOS MILAGROS SOBRE

LA VILLA DE ÁGREDA Y SU TIERRA

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Estimados agredeños/as, vecinos y vi-sitantes:

Un año más las Fiestas Pa-tronales en honor de Ntra. Sra. de los Milagros acu-den, puntuales a su cita, revolucionando nuestras

vidas y sacando a la localidad del le-targo primaveral, constituyendo una referencia a nivel comarcal.

Nuestras fiestas están llenas de tradi-ción, lo que las hace diferentes ya que cada año las vivimos con renovado entusiasmo e ilusión, y así debe ser este año, en el que se cumplen 370 años de la declaración y proclamación oficial del Patronazgo de la Virgen de los Milagros, sobre la Villa de Ágreda y su Tierra.

Un 28 de mayo de 1644 nuestros an-tepasados optaron por el señorío de amor a nuestra Virgen de los Mila-gros, y posteriormente fue renovado el voto un 10 de junio de 1944, con motivo del III Centenario de dicho Pa-tronazgo.

Ahora nos toca a nosotros renovar ese amor y testimonio sincero a nuestra querida Virgen, con el entusiasmo re-mozado de unos hijos que se honran de serlo de tan generosa Madre.

No podemos olvidar que la fiesta está en el interior de cada uno de nosotros. Es el momento de compartirlo con el resto, vivir y sentir nuestras Fiestas en honor a nuestra Patrona la Virgen de los Milagros.

Salid a la calle, llenad plazas y recin-tos, compartir momentos de alegría y

diversión con amigos y familiares, ex-plotar de alegría, pero todo ello desde el respeto a las personas y las cosas, la tolerancia y el saber estar, reservando unos minutos para dedicar un recuer-do a quienes compartieron fechas pasadas y hoy no se encuentran entre nosotros.

Aprovecho la ocasión para dar la bien-venida a quienes se acercan en estos días hasta Ágreda, desde ese momen-to sois uno más de nosotros, vivir y disfrutar de las fiestas.

En nombre de toda la Corporación Municipal y en el mío propio que pa-séis unas muy felices fiestas.

Un saludo

Jesús Manuel Alonso JiménezAlcalde de Ágreda

Saluda del alcalde

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Sumario

Ágreda FIESTAS DE NTRA. SRA. DE LOS MILAGROS 2014

• 370 Aniversario del Patronazgo de la Virgen de los Milagros ...........................................................................3• Saluda del Alcalde ...........................................................................................................................................................5• Saluda del Pregonero de las Fiestas ..........................................................................................................................9• Reina y Damas de las Fiestas ..................................................................................................................................... 10• Saluda de la Parroquia ................................................................................................................................................ 13• Celebraciones Litúrgicas y Actos Religiosos ........................................................................................................ 14• Saluda de la Comisión de Cultura y Festejos ...................................................................................................... 17• Programa de Fiestas ..................................................................................................................................................... 18• Petición Popular de Renovación del Voto del Patronazgo de la Virgen

de los Milagros, año 1944 .......................................................................................................................................... 20• Programa de Festejos del año 1944. III Centenario del Patronazgo de Nuestra Señora

de los Milagros ............................................................................................................................................................... 22• El Moncayo de Foucault ............................................................................................................................................. 24

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Edita: Excmo. Ayuntamiento de ÁgredaD.L.: SO28/2012

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Saluda del Pregonero de laS FieStaS de ntra. Sra. de loS milagroSHe tenido el gusto de visitar esta querida villa de Ágreda en numerosas ocasiones, de recorrer sus calles y mo-numentos, de disfrutar de su gastronomía y de reu-nirme y poder compartir agradables tertulias con las ágredanas y ágredanos.

Será para mí un honor vol-ver a Ágreda como prego-nero de las Fiestas de vues-tra Patrona la Virgen de los Milagros.

Deseo unas muy felices fiestas a todos los vecinos de Ágreda y a quienes os acompañen durante estos días tan especiales de ale-gría y hermandad.

Jorge Fernández Díaz Ministro del Interior

TRAYECTORIALugar de nacimiento: Valladolid (España)Año de nacimiento: 1950Formación: Ingeniero Industrial, pertenece al Cuerpo de Inspectores Superiores de Trabajo y Seguridad Social del Estado.Toma de posesión como Ministro del Interior: 22 de diciembre de 2011

DATOS RELEVANTES• Fue Subdelegado

y Delegado del Ministerio de Trabajo en Barcelona (1979-1980)

• Gobernador Civil de Asturias. (1980-1981)

• Gobernador Civil de Barcelona. (1981-1982)

• Concejal en el Ayuntamiento de Barcelona. (1983-1984)

• Diputado en el Parlamento de Cataluña. (1984-1989)

• Diputado por Barcelona en el Congreso de los Diputados. (1989-1996)

• Secretario de Estado para las Administraciones Territoriales. (1996-1999)

• Secretario de Estado de Educación, Universidades, Investigación y Desarrollo. (1999-2000)

• Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes. (2000-2004)

• Desde 2004, es Diputado por Barcelona en el Congreso de los Diputados.

• Durante la IX Legislatura (2008-2011), ha sido Vicepresidente Tercero del Congreso de los Diputados.

• Es Ministro del Interior desde el 22 de diciembre de 2011.

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10 A nuestro querido pueblo de Ágreda

El haber sido elegidas reina y da-mas de las Fiestas de Ntra. Sra. la Virgen de los Milagros, es para no-

sotras motivo de una inmensa alegría.

Queremos agradecer a nuestros quin-tos, el habernos confiado la bonita

tarea de representar a la juventud agredeña, y como agredeñas que so-mos lo haremos con cariño y sencillez.

Deseamos que tanto lugareños como visitantes disfrutemos un año más en estos días tan entrañables, que man-tengamos todos juntos la tradición en torno a nuestra patrona.

Que no falten la alegría y diversión, el fervor y la oración, la generosidad y el amor.

Un cordial saludo de la Reina y Damas.

¡Felices Fiestas!

Saluda

NOELIA BATOR RUBIOReina

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MARIA NIEVES MOLERO ORTEGA Dama

YAëL PALACIOS PEINADO Dama

SARA JIMéNEZ PéREZ Dama

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Querida Madre: Me alegraría que al recibo de ésta te encuentres bien, sonriente, como siempre. Aunque me temo que preo-cupada y con el corazón algo encogi-do por las penas de tus hijos. Yo, estoy bien, muy ocupado en mis cosas y preocupado por mi mañana. Me figuro, que estarás esperan-do ya a los peregrinos que estos días atraídos por tu luz y dulce mirar entu-siasmados recurren a Ti. Sabes, Virgen bendita, que a mu-chos les duele el camino y les pesa el cansancio, caminar en medio de la noche no es fácil. Tú, además de escu-charlos, acompañarlos con tu mano y acogerlos en el regazo de tu consuelo, puedes hacer los milagros de llevarlos a tu Hijo, para que Él los sane y los cure, y llenar sus vidas de gozo y esperanza. Hace 370 años los diecisiete pueblos, que ayer fueron, te eligieron como Pa-trona, hoy , casi despoblados, te siguen venerando y pletóricos de emoción te dicen: Gracias, Señora nuestra, por ha-bernos acompañado, gracias porque siempre nos darás tu amparo. Es tu gran día, es nuestra fiesta, la que alegra la cara y llena el alma. Esta villa se adorna en tu honor, te canta con cariño y te ofrece el perfume y el colorido de las flores, que son plegaria y fervor.

Suplica al Espíritu Santo, que divi-nizó tu ser, para que la paz y la unidad sea una realidad en nuestras relacio-nes, en las familias y entre todos los pueblos de la Tierra. Tú, la elegida por Dios, ruega por los pecadores y atribulados, fortalece a los enfermos, reconforta a los para-dos, que todos nosotros crezcamos en caridad para estar cerca de los que necesitan calor. Se dice que, “La historia de cada persona está escrita en el corazón de su madre”. Yo, estoy en el tuyo, es lo que me estimula y me da sosiego. ¡Ah! Iré a tu fiesta, no quiero perder-me las rosquillas de tu prudencia, el bizcocho suave de tu ternura y la tarta de tu compasión.

Se despide ésta, tu hija, que te quie-re y no te olvida: La Parroquia

Saluda de la ParroQuia

“Y, para que el sol de justicia, Cristo Señor nuestro, naciese, envió delante los resplandores lúcidos de María Santísima,….. con esta Seño-ra: todo es gracia, y nos la trajo a los que en Adán y Eva la perdimos” (La Venerable, Sor María de Jesús)

“María, es una mamá que piensa en la salud de sus hijos, educándolos también a afrontar las dificulta-des de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los proble-mas, como si la vida fuera una auto-pista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perder-se en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles, y saberlos superar, …. Y esto una madre sabe hacerlo”.

“María, haznos sentir tu mirada de madre, guíanos a tu Hijo, haz que no seamos cristianos de escaparate, sino de los que saben mancharse las manos para construir con tu Hijo Je-sús su Reino de amor, de alegría y de paz”. (El Papa Francisco)

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SÁBADO 14 DE JUNIO• 13,00 h. Volteo de campanas.• 19,00 h. Celebración vespertina de

la Eucaristía.

DOMINGO 15 DE JUNIOSOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD. FIESTA VOTIVA DEL PUEBLO EN HONOR DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LOS MILAGROS. • 08,00 h. Rosario de la Aurora• 11,00 h. Eucaristía y Consagración

del Pueblo a la Santísima Virgen. Día “PRO ORANTIBUS”.

LUNES 16 DE JUNIO• 20,00 h. Celebración Comunitaria

de la Penitencia

MIéRCOLES 18 DE JUNIO• 22,00 h. Adoración nocturna,

a la que queda invitada toda la Parroquia.

JUEVES 19 DE JUNIOFIESTA PATRONAL VOTIVA DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO• 11,00 h. Eucaristía y Procesión

con el Santísimo y asistencia del M.I. Ayuntamiento, Autoridades y Pueblo. Exposición y Adoración del Santísimo Sacramento.

• 18,30 h. Hora Santa. Reserva y celebración vespertina de la Eucaristía.

VIERNES 20 DE JUNIOVÍSPERA DE LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LOS MILAGROS• 12,00 h. Eucaristía votiva en la

Ermita del Barrio, en recuerdo del “Milagro del Zapatero”, con asistencia del M.I. Ayuntamiento.

• 18,30 h. Ofrenda de Flores a la Virgen. Al finalizar este acto y con anuncio de campanas, comenzará el primer día de la Novena. La Novena se celebrará todos los días a las 20:00h.

• 22,00 h. Santo Rosario de Cristal y Pregón Mariano. A cargo de D. Jesús Zardoya Sangüesa, ex deán de la Catedral de Tudela (Navarra). Se recuerda que aquellos cofrades que hayan sido citados para farol, deberán estar en el Fuerte a las 21:15 h. para recogerlo. A partir de las 21:30 h, se entregarán libremente a las personas que estén esperando.

SÁBADO 21 DE JUNIOSOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA VIRGEN DE LOS MILAGROS PATRONA DE VILLA Y TIERRA• 07,00 h. Recepción de peregrinos y

primera Eucaristía• 11,00 h. Concelebración de la

Eucaristía, presidida por el Rvdo. Sr. D. Esteban M. Aranaz Aranda, Vicario General de la Diócesis de Tarazona, con asistencia del M.I. Ayuntamiento de Ágreda, de los pueblos del Patronazgo, Autoridades y Cofradías. Procesión por las calles de la Villa.

• Otras celebraciones de la Eucaristía: 8,30; 9,30 y 13 h. por la mañana.

• 16,00 h. Apertura del Camarín de la Virgen.

• 18,45 h. Eucaristía Vespertina y segundo día de la novena.

DOMINGO 22 DE JUNIOSOLEMNIDAD DEL “CORPUS CHRISTI”• 11,00 h. Eucaristía.• 13,00 h Eucaristía.• 16,00 h. Apertura del Camarín de

la Virgen.• 18,45 h. Eucaristía Vespertina y

tercer día de la novena.

VIERNES 27 DE JUNIOSOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS• 19,30 h. Procesión y consagración

del Pueblo al Sagrado Corazón de Jesús. Celebración del octavo día de la novena

SÁBADO 28 DE JUNIOFIESTA DE LA OCTAVA DE LA STMA. VIRGEN DE LOS MILAGROS• 11,00 h. Eucaristía y Exposición del

Santísimo Sacramento.• 18,30 h. Hora Santa. Procesión con

el Santísimo. Reserva. Eucaristía y último día de la novena. Himno a la Virgen de los Milagros y Subida al Camarín.

celeBracioneS litÚrgicaS Y actoS religioSoS en Honor al SantÍSimo cuerPo Y Sangre de criSto Y de la SantÍSima Virgen de loS milagroS, 2014

NOTA: La novena de la Virgen de los Milagros en el resto de los días se celebrará a las 20,00 h. Para la atención a los enfermos, durante la novena, comunicar a la Parroquia.

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Querida Villa de Ágreda:

Es motivo de alegría para nosotras saludaros en estas Fiestas Patro-nales en honor a la Vírgen de los

Milagros. De nuevo nos encontramos en el mes de junio, y es que ya ha pa-sado un año, aunque parezca que fue ayer cuando andábamos de celebra-ción. En este tiempo hemos trabajado con empeño y con mucha ilusión para poder ejercer nuestro cargo de la me-jor forma posible.Nos gustaría, desde estas líneas, mos-trar nuestro agradecimiento a los empleados municipales, a todas las asociaciones y vecinos en general que hacen posible y colaboran en la orga-nización y desarrollo de las fiestas y en otros tantos eventos que se realizan durante el año.La Cofradía de la Vírgen de los Mila-gros es la responsable de organizar, conjuntamente con la Parroquia, los actos religiosos. Sin lugar a dudas, la procesión del Corpus, la ofrenda de flores, el rosario de Cristal, la proce-sión de la Vírgen y la Novena son los actos más relevantes, que nadie se puede perder. A ellos también nues-tro más sincero agradecimiento por su gran labor y esfuerzo. Creemos que en el futuro, ésta es la forma que debemos mantener, pues-to que estamos convencidas de que cuántos más colaboremos y participe-mos de las decisiones, mejores serán los resultados. A todos vecinos y visitantes en estos días os pedimos que participéis, que os divirtáis, que durante estos días seamos capaces de aparcar los pro-blemas del día a día, sabemos que en algunos casos es muy difícil, que socialicemos unos con otros, que con-vivamos en armonía, en definitiva que disfrutemos de estos días de fiesta.Si algo caracteriza a este pueblo y su gente, es el orgullo de ser agredeños, su capacidad de trabajo y el amor a

nuestra tierra y sus tradiciones, todo ello perfectamente combinado con el buen carácter, la amabilidad y el espí-ritu festero.Aunque nos consideramos optimistas y miramos siempre la vida con espe-ranza, no queremos pasar por alto a nuestros vecinos que están atravesan-do momentos difíciles. También recor-dar a los que se encuentran ausentes o a aquellos que ya no están entre no-sotros y que nos vienen a la memoria en estos días. Para todos ellos nuestro más sincero recuerdo y nuestra solida-ridad para con sus familias.En estos momentos de crisis y apretu-ras, sería bueno que recuperáramos el espíritu positivo y emprendedor de nuestros padres y abuelos que, sin apenas medios, vivían la vida con sen-cillez y la celebración con auténtica alegría. Eran tiempos donde las puer-tas y los corazones estaban abiertos, en los que se sabía compartir, en los que la hospitalidad era algo sagrado.Como aquellos hombres y mujeres nos encomendamos a la Vírgen de los Milagros y le pedimos que siga protegiendo a Ágreda “como lo lleva haciendo desde hace siglos” contra el peligro de caer en el derrotismo, la tristeza o la desesperación. Confiamos en su protección y estamos seguros de que, con nuestro esfuerzo y su ayu-da, conseguiremos superar la crisis si aprendemos a vivir de una forma más sencilla pero más auténtica.Para finalizar, os deseamos en nues-tro nombre y en el de todos los que formamos la Corporación Municipal, a todos los vecinos y visitantes de Ágre-da unas FELICES FIESTAS PATRONALES 2014. COMISIÓN DE CULTURA Y FESTEJOS,

Mirian Alonso Hernándeze Isabel Mena Ruiz

Saluda de la comiSiÓn

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FieStaS de ntra. Sra. de loS milagroS 2014

FIESTAS DE NTRA. SRA. DE LOS MILAGROS 2014

FESTEJOS POPULARES

LUNES 9 Y MARTES 10 DE JUNIO• 16,00 h, Partidos de Fútbol-Sala

Ágreda-Olvega, categorías pre-benjamín y benjamín. Polideportivo Municipal.

• 19,30 h. Torneo “Virgen de los Milagros” de Bádminton. Polideportivo Municipal.

MIéRCOLES 11 Y JUEVES 12 DE JUNIO• 19,30 h. Torneo “Virgen de los

Milagros” de Frontenis por parejas. Polideportivo Municipal.

VIERNES 13 DE JUNIO• 19,30 h. Torneo “Virgen de

los Milagros” Tenis de mesa. Polideportivo Municipal. PARA MAYORES DE 16 AÑOS, CATEGORIAS MASCULINA, FEMENINA Y MIXTA. ORGANIZA AYUNTAMIENTO DE ÁGREDA Y COLABORA AJA.

• 19,00 h. Concierto fin de curso de la Banda Chiqui. En “El Fuerte”.

SABADO 14 DE JUNIO• 18,00 h. Torneo “Virgen de los

Milagros” de Balonmano.• 18,30 h. Desfile de cabezudos.

Salida del Ayuntamiento.• 21,00 h. Presentación de la Reina y

Damas. Palacio de los Castejón. A cargo de: Dª Sonia Moya Vázquez, periodista.

• 21,30 h. Concierto Banda Municipal de Ágreda. Plaza Mayor.

DOMINGO 15 DE JUNIO. FESTIVIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. FIESTA DEL PUEBLO• 09,00 h. Diana. Banda Municipal.

Recorrido por la calles de la Villa.

• 12,00 h. Homenaje al grupo de balonmano de Ágreda por su exitosa trayectoria deportiva y social Lugar: Palacio de los Castejón

• 13,30 h. Concierto. Plaza Mayor. Orquesta “La Dama”.

• 17,30 h. Exhibición de Gimnasia Rítmica.

• 19,30 h. Concierto de Primavera. Banda Municipal. Dirigida por D. Rubén Cueva Gil. Lugar: Fuerte Parroquial.

• 20,45 h. Baile público. Orquesta “La Dama ”

LUNES 16 DE JUNIO• 10,00 h. Partidos de Fútbol Sala

Ágreda-Olvega. Categorías pre-benjamín y benjamín. Polideportivo Municipal.

• 19,00 h. Concierto Escuela de Música de fin de curso. Palacio.

MIéRCOLES 18 DE JUNIO• 13,30 h. Chupinazo, disparo de

cohetes y bombas japonesas. Plaza Mayor.

• 17,30 h. Charanga y cabezudos. Salida del Ayuntamiento.

• 21,00 h. Pregón de Fiestas. Desde el Balcón del Ayuntamiento. A cargo del Excmo. Sr. D. Jorge Fernández Díez, Ministro del Interior.

• 21,30 h. Baile público. Plaza Mayor. Orquesta: “Nueva Orfeo”.

• 00,00 h. Baile Público. Plaza Mayor. Orquesta: “Nueva Orfeo”.

JUEVES 19 DE JUNIO. FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI• 09,00 h. Diana. Banda Municipal.

Recorrido por las calles de la Villa.• 13,30 h. Concierto. Plaza Mayor.

Orquesta: “Tarantella”.• 19,00 h. Espectáculo Infantil: “Pitu-

Titu y la Vaca”. Cuentos y marionetas alusivos a animales de granja. Plaza Mayor.

• 20,00 h. Concierto de la Coral y Orquesta “Villa de Ágreda”. Director: D. Jesús Villarroya Lancis. Iglesia de San Miguel.

• 21,15 h. Baile público. Plaza Mayor. Orquesta: “Tarantella”. Durante la sesión se entregarán los trofeos de los torneos de Bádminton, Tenis de mesa y Frontenis de mayores de 16 años.

• 00,00 h. Baile público. Plaza Mayor. Orquesta: “Tarantella”.

VIERNES 20 DE JUNIO. DÍA DEL NIÑO• 12,00 a 14,00 h. Parque infantil

municipal. Plaza Mayor. Globo Aerostático, patrocinado por:

• 20,30 h. Baile público. Plaza Mayor. Orquesta: “Oasis Musical Show”.

• 00,00 h. Baile público. Plaza Mayor. Orquesta: “Oasis Musical Show”. (Descuentos del 50% en todas las atracciones. Parque de la Dehesa).

SÁBADO 21 DE JUNIO. FESTIVIDAD DE NTRA. SRA. DE LOS MILAGROS• 08,00 h. Diana. Banda Municipal.

Recorrido por las calles de la Villa.• 13,30 h. Concierto. Orquesta:

“La Fania”. Plaza Mayor.• 21,00 h. Baile público.

Orquesta: “La Fania”. Plaza Mayor. • 00,00 h. Fuegos artificiales.

Quema de una colección de fuegos artificiales en huerta de C/ Estudios (junto al antiguo Instituto).

• 00,30 h. Baile público. Orquesta: “La Fania”. Plaza Mayor.

SÁBADO 21 Y DOMINGO 22 DE JUNIOTORNEO 3 CULTURAS DE FÚTBOL 8 BENJAMIN. Organiza Campus de Fútbol Juan Señor

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DOMINGO 22 DE JUNIO• 13,30 h. Baile público.

Orquesta: “La Fania”. Plaza Mayor.• 18,00 h. PELOTA MANO

PROFESIONAL. Gran Final del I Open del Moncayo. Polideportivo Municipal. 1º Partido – Escuela de pelota 2º Partido – Final élite

• 19,00 h. Chocolatada ofrecida por churrería “La Laguna”. Plaza Mayor.

• 20,30 h. Baile público. Orquesta: “La Fania”. Plaza Mayor.

DEL 23 DE JUNIO AL 27 DE JUNIO Torneos “Virgen de los Milagros” de Bádminton-Frontenis-Tenis de mesa, para menores de 16 años. Masculino, Femenino y Mixto.

JUEVES 26 DE JUNIO.“HACIENDO PIÑA” (Jornada de convivencia de los niños de Ágreda y Olvega)Durante todo el día. Lugar: Ludoteca y Parque de la Dehesa.

SÁBADO 28 DE JUNIO. FIESTA DE LA OCTAVA DE LA VIRGEN• 12,00 h. X Cross Popular “Virgen de

los Milagros”. Todas las categorías. (Inscripciones hasta antes de la salida en el Polideportivo Municipal). Recorrido Parque de la Dehesa.

• 20,30 h. Grupo de Jota Aragonesa y actuación de la Escuela Municipal de Jotas. Plaza Mayor.

DOMINGO 29 DE JUNIO• 20,30 h. Actuación de la Escuela

Municipal de Sevillanas. Plaza Mayor. Con la colaboración de bailaoras de Tarazona.

SEMANA CULTURAL DE PRIMAVERA DE LA ASOCIACIÓN DE JUBILADOS Y PENSIONISTAS DE ÁGREDA

LUNES 23 DE JUNIO• 17,00 h. Campeonato de Juegos

populares, en “EL FUERTE”.

MARTES 24 DE JUNIOViaje turístico-comercial a Tarazona

MIéRCOLES 25 DE JUNIO• 17,00 h. Acto cultural para todo el

público en el Centro Social.

JUEVES 26 DE JUNIODÍA DE CONVIVENCIA• 12,30 h. Celebración de la

Eucaristía en la Iglesia de Ntra. Sra. de los Milagros. Asociación de Jubilados y Pensionistas de Ágreda.

• 14,00 h. Vino Español, obsequio de la Asociación en su Centro Social.

• 15,00 h. Comida de Hermandad de la Asociación de Jubilados y Pensionistas de Ágreda.

• 17,00h. Homenaje tradicional anual a la persona mayor de la Asociación, y mención de obsequios que se han dado a los socios más imposibilitados de la Asociación.

• 17,30 h. Entrega de trofeos a los ganadores de los Juegos Populares.

• 18,00 h. Fin de fiesta de la Semana Cultural.

SÁBADO 5 DE JULIO• 20,00 h. Entrega de Premios del X

Concurso de Pintura Villa de Ágreda y concierto de Manuel Madrid en el jardín del Palacio

EXPOSICIÓN DE PINTURA: “abstRacción De luz y coloR” Autor: Alberto Delso SalvadorLugar: Palacio de los Castejón. Del 14 de junio al 29 de junio.Inauguración oficial: 21 junio. Horario: de 19 a 21 h. de jueves a domingo

EXPOSICIÓN DE FOTOS DE LOS QUINTOS DEL 64Lugar: Patio del Palacio de los Castejón. Inauguración: 14 de junio

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PeticiÓn PoPular de renoVaciÓn Voto del Patronazgo de la Virgen de loS milagroS año 1944

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Programa de FeStejoS del año 1944 iii centenerio Patronazgo de ntra. Sra. de loS milagroS

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A MODO DE PRESENTACIÓN

El 18 de julio de 1860 tuvo lugar uno de los mayores eclipses de sol conocidos has-ta aquella época. Hubo otro anterior, en la década de 1840, pero faltaron los me-dios suficientes para seguirlo. Para 1860 la ciencia astronómica había avanzado lo suficiente como para tener un conoci-miento más exacto del tiempo de dura-ción así como de la línea que seguiría y de los lugares desde donde mejor poderlo observar. De entre toda Europa, y a través de los distintos observatorios, se llegó a la conclusión de que España era el lugar más apropiado para la observación.

El eclipse tendría lugar después del me-diodía, en torno a las 13,30 horas, señala-das para su comienzo en la línea cantábri-ca, concluyendo por la mediterránea en torno a las 14 horas.

España se convirtió en el espejo de me-dio mundo, puesto que desde la inmensa mayoría de los observatorios europeos se mostró el deseo de viajar a España para llevar a cabo la observación y el estudio del fenómeno. Se barajaron distintos pun-tos en los que reunir a la que bien pudiera denominarse alta clase social de la astro-nomía europea, desde Atienza, mi pueblo, en la provincia de Guadalajara, a distintos puntos entre Santander y Valencia.

Era también una ocasión llamativa para demostrar a Europa que España podía po-nerse a la altura de todos aquellos países

que enviaban corresponsales, puesto que España a lo largo del siglo XIX había per-dido mucho de su prestigio, ahogado en guerras civiles, coloniales e incluso en la mal llamada de Independencia. Era el mo-mento de demostrar a Europa que la cien-cia española avanzaba, y que el pueblo español colaboraba en el avance. Aunque claro está, también en aquel mundo había dos Españas, la de la ciencia y el mundo cortesano y la del pueblo llano que trata-ba de sobrevivir al día a día, rodeado de sus misterios, leyendas o supersticiones.

España, y la línea trazada a través de la que mejor podía seguirse el eclipse ocupó por espacio de más de un mes los titulares de los periódicos de toda Europa, ocupados en dar la noticia de la llegada de las distin-tas comisiones, de las instrucciones para su seguimiento, o de lo que, puestos en lo peor, pudiera suceder.

A España, y tomada la cima del Moncayo como centro de observación, llegó Léon Foucault (el del péndulo), entonces y ahora uno de los más prestigiosos hom-bres de ciencia de Francia; junto a Urbain Le Verrier, Hervé Faye y tantos más cuyos nombres se nos perderían en el tiempo y la memoria.

La comarca del Moncayo se vio sorprendi-da por aquel cúmulo de noticias, y de per-sonalidades que la visitaron, y a donde se trasladaron desde Madrid las eminencias astronómicas de la España del siglo XIX encabezadas por su entonces Ministro de

Fomento, don José de Posada Herrera, a fin de ir preparando la llegada incluso de la propia reina de España, Isabel II.

Más de mil personas se dieron cita en aquellas cumbres, a cuyas líneas, y desde cualquier punto de España, trataron de aproximarse desde distintas ciudades en la creencia de que únicamente en la línea trazada podría verse la veladura del sol por la luna. Se organizaron viajes en tren y diligencia, se ocuparon fondas y posadas y, en fin, el tiempo se paró a la espera de aquellos tres o cuatro minutos que en ple-no día se cubrirían de oscuridad.

A Atienza, mi pueblo, llegaron decenas de observadores y curiosos, como a Sigüen-za y a Jadraque, e incluso don Fernando de Salamanca, hijo de don José, el famo-so marqués de Salamanca, fletó un tren especial para, al tiempo que presentaba la naciente vía férrea que llegaría hasta Sigüenza y Zaragoza, llevarse en comi-sión científico-curioso-festiva, a políticos, banqueros y nobles madrileños a ver el eclipse.

Es el argumento de “El Moncayo de Fou-cault”, que rescata la memoria de aquel tiempo, y de todo lo que antes y después sucedió.

Encontrar esta historia se debió a la mera casualidad, al ver el nombre de mi pueblo de nacimiento, Atienza, en aquellas re-ferencias. Atienza se quedó a un lado en esto de la observación, pues los grandes

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científicos, al no poder llegar a mi pueblo por falta de medios de locomoción eligie-ron el Moncayo. La satisfacción personal fue que, siguiendo aquel hilo llegué a Ágreda, población muy unida a mi familia paterna, ya que una de mis tatarabuelas, allá por los tiempos del eclipse vivía en Ágreda, de donde era originaria parte de su familia que, después de pasar por Berlanga, Alma-zán, Medinaceli y Barahona terminaron en Atienza, población que a lo largo de los siglos perteneció a la provincia de Soria, hasta poco antes del eclipse.Todos los años mi abuelo, en Atienza co-nocido como “el tío Soria”, como hombre de feria visitaba Berlanga y Ágreda, en donde tenía a muchos conocidos, regre-sando al pueblo con un montón de histo-rias de sus tiempos de mozo. Historias que me sirvieron para una vez conocido este

certamen literario ir hilvanando la historia real con el recuerdo familiar.

Un disfrute personal, por lo que tiene de añoranza, y una satisfacción propia el de poder devolver la memoria de un tiempo pasado y olvidado a un pueblo y tierra her-mosa.

Lo que sucedió antes y después, sus resulta-dos y las vivencias de aquellas gentes sen-cillas de Ágreda y su entorno están dentro de este relato que espero que quienes lo lean disfruten, al tiempo que quienes no lo conociesen puedan enorgullecerse de una tierra hermosa que por unos días estuvo en la mirada de toda Europa, y para bien.

Yo ya disfruté llevando a cabo la investi-gación, escribiendo el relato y regresando

a la tierra de mis mayores, de donde me traje la satisfacción y alegría de un cordial recibimiento de su Ayuntamiento, y de las personas encargadas de aquellos actos que culminaron con la entrega del premio. El eclipse de sol de 1860 se quedó en la memoria de Ágreda y del Moncayo, y en la mía permanecerá la jornada que allí pasé.

Gracias a todos, y disfrutad y presumir de esta historia, que a vosotros os pertenece, como pertenece a vuestra tierra.

¡Ah, lo olvidaba! Todo lo que se cuenta suce-dió en la realidad, incluso esa procesión de gentes humildes que ascendieron a la cum-bre cuando dejó de llover.

Tomás Gismera Velasco

Las crónicas de Jean Bernard Léon Foucault estaban en lo cierto. Desde aquellas alturas el horizonte no pa-

recía tener fin, y casi podían tocarse las nubes con la punta de los dedos cuan-do pasaban lentas, como veleros que se deslizan sobre la suavidad de las aguas, por encima de nuestras cabezas como lo hicieron por encima de la cabeza del emi-nente físico francés y de sus compañeros de expedición, en el lejano mes de julio de 1860. Parecía increíble, pero la atracción continuaba siendo la misma, como el pai-saje; lo mismo que todo aquello que retra-

tase para dejar constancia de que allí, en las

cimas del Moncayo, entre el cielo y la tierra no parecía haber distancia.

A la cumbre del Moncayo llegó Foucault sin su péndulo, pero le acompañaba la inmensa fama adquirida en las academias de Francia, y en media Europa. Había de-mostrado que la tierra rotaba, que el plane-ta sobre el que aquellos incrédulos franceses ponían los pies se encontraba en continuo movimiento. Flotando quién sabe sobre qué mar de espumas. Ahora tenía que demostrar que el sol podía plasmarse, lo mismo que la luna, sobre la superficie de un papel tratado. Plasmar la imagen del sol, y de la luna y de los astros, para que la física pudiera calcu-

lar sus medidas y ciento y una cosa más. Asunto de físicos, científicos y astrónomos obsesionados con aquel gran eclipse que tenía alborotado a medio mundo.

Los pueblos, desde esas alturas en las que nada se esconde, se tendían a nuestros pies como rosario que dio rienda suelta a sus cuentas para que cada una de ellas pudiera elegir la conveniencia más propi-cia al asentamiento, formando un peque-ño caserío que después fue creciendo y levantó torres y tejió caminos entre ellos para unirlos entre sí. El apellido común de algunos de ellos hacía referencia, como no podía ser de otra forma, a la cumbre que los dominaba: Moncayo. San Martín de Moncayo; Añón de Moncayo; Vera de Mon-

el moncaYo de Foucault

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cayo; Santa Cruz de Moncayo; Al-calá de Moncayo…; siempre el Moncayo, y su tierra. La tierra de Ágreda, la de las leyendas de Al-vargonzález, las de Veruela, las de los siete Infantes de Lara…

la tierra de las fronteras me-dievales. La de Gómara, la

de Tarazona, Tudela, la Rinconada. Tierra y más

tierra. Diferente toda; cada cual, con su propia historia.

Allí estaba, envuelto en nieves casi per-manentes a la umbría, como para señalar que, siendo rey, la capa que comenzase en bosques de hayas y se fuese tejiendo en robledales, encina, pino o abedul, ascen-diendo desde los mismos pies, concluía en piel nevada simulando armiño echado a los hombros de la cumbre; nieves que otros comparasen con el cabello encane-cido a causa de la edad majestuosa de la montaña casi sagrada y siempre mítica a los ojos de quienes siempre la vieron allí. Nieves que los arrieros de los contornos trasportaron a lomos de mulas correosas a los mercados de Tudela, de Ágreda o Tara-zona, allá en los tiempos en los que a Fou-cault y a los suyos se les miraba de soslayo al paso por estas tierras, imaginando que aquellos que tan ampliamente sonreían y estrechaban manos con complacencia, algo vendrían a llevarse. Como cuantos con anterioridad pisaron los mismos ca-minos.

La cima de los tres reinos pudiera haberse titulado el espinazo encrestado que todo lo pareciera dominar, pues como fiel de balanza que señala el punto exacto, des-de la cumbre los ojos podían contemplar los tres que fueron grandes a través de la historia y dieron pie a que, a través de ellos, la tierra se expandiera y se uniese en uno solo. Tres reinos: Castilla, Aragón y Navarra; como esos tres montes cuyas cumbres parecieran hermanarse a través del ángulo marcado en el lejano horizon-te: Moncayo, Ocejón y Santo Alto Rey de la Majestad; tres picos lejanos y hermanados en los mismos tres que se alzasen sobre el espinazo del macizo: Peña Negra, Lobera y, claro está, Moncayo; hermanos todos en la fábula de los tiempos y en lo parejo de la historia, pues a sus pies corretearon los mismos caballeros que trataron de ganar un palmo más de tierra, hasta que toda unida se juntó en una sola. La tierra vieja de la gran Castilla amarrada con la añeja de Aragón y unida con la andariega de Navarra.

La piel de armiño, el manto de nieve, pa-reciera resbalar desde la cumbre forman-do primero fuentes y luego arroyos y más tarde caudales haciendo crecer ríos plenos

de vida por los que llevar las benefacto-ras aguas a los terrenos de sus dominios; creando riqueza a través de los molinos que a la vera de las aguas se levantaron para molturar el grano y dar pan a aque-llos pueblos, o sirviendo de cuna a mil y una especie de pescados de lomos platea-dos dispuestos a convertir cualquier plato en un festín. A medio camino entre el río hecho hombre y la fuente comenzada a nacer no faltaban, señaladas por el cristal en el que las nubes se mirasen, las lagunas en las que la leyenda tejió en hilo de oro su historia envuelta en amores imposibles, o la triste letanía de una muerte que las plácidas aguas silenciaron guardándose el secreto en la memoria de los siglos.

Imposible no detenerse a respirar el aire puro u observar la majestuosidad del vue-lo de algún ave rapaz dejándose mecer por las corrientes del aire en la inspección aérea de su reino, mientras nuestros ojos se regocijaban en un espectáculo que la Naturaleza creó para ser admirado. Des-de la mismísima morada que eligieron los dioses mitológicos. Moncayo, el monte del dios Caco desde el que contemplar los tri-gales castellanos y los surcos de tierra re-gados por el Ebro, en plenitud de vida ca-mino de los anchurosos abismos de la mar.

-Llamaban a este pico los romanos Monte Cauno, aludiendo a las nieves de que suele estar cubierto la mayor parte del año, y en él comenzaba la región propiamente llamada Celtiberia.

Nos lo dictaba, desde las páginas de los libros en los que dejaba reflejo de su his-toria soriana, el catedrático Nicolás Rabal.

La curiosidad y el ansía por contemplar lo que otros ojos vieron nos llevaba a la cum-bre. Habíamos seguido los caminos de Ágreda, con los dedos de sus torres apun-tando al espeso azul del cielo; los de Tara-zona, con las agujas de su catedral sirvien-do de reposo al vuelo de las cigüeñas o los de Tudela, con su oronda torre de Monreal.

Arriba, en lo alto, tratando de situar los ca-seríos que conforme íbamos ascendiendo se dibujaban a nuestra presencia, el an-tiguo retrato de Ágreda se nos antojaba escrito para la ocasión: es muy antigua, y está situada a las faldas del encumbrado monte de Moncayo, sobre peña viva; la ma-yor parte a las orillas del río Cayles que pasa por medio y por debajo de un hermoso arco de sillería sobre el cual está la Casa Consis-torial…

El río, con aguas moncayas, que tenía la virtud de dar un temple especial al acero de las espadas y que luego de pasear por Ágreda, se fuese a unir al Ebro. Y aún decía

más aquella crónica: El famoso Moncayo a cuyas faldas está situada la villa, tiene casi dos leguas de elevación y más de tres de lon-gitud, de él sale un número considerable de fuentes, que riegan las campiñas de algunos lugares y les proveen de truchas delicadas, de muchas frutas silvestres, especialmente manzanas y chordones, exquisitas hierbas medicinales y se tiene por cierto que hay minerales de oro, plata, hierro y almagre, y en la cima hay un santuario de la Madre de Dios, con disposición para alojarse bien 200 personas.

La crónica que nos servía de guía estaba escrita en los años finales del siglo XVIII, pero pareciese a nuestros ojos que nada había cambiado en algo más de dos siglos; si acaso, aquellos palos del telégrafo que Bécquer pintase en sus trazas literarias y que parecieran correr hacia atrás al ritmo vertiginoso del paso del ferrocarril. Los palos del telégrafo estaban convertidos en gigantescos brazos metálicos lanzando sus redes en cualquier dirección. También habían cambiado los medios de locomo-ción, las mulas con las que accedieron a la cumbre Foucault y sus colegas, por los autos, y los faroles de luces tenues por la electricidad y… tantas cosas más, que for-maban mundo propio. También el clima. Aquellos antiguos tratados advertían de que la pelambrera constante de las nubes impedía la mayor de las veces contemplar la amplitud de la tierra desde la cumbre, y se nos ofrecía amplia, rugosa como frente anciana, pero limpia y clara. Y las comu-nicaciones. Ahora, desde aquellas cum-bres, podía cualquiera comunicarse con el mundo. Entonces no; entonces, cuando Foucault anduvo por aquí había que ir en busca de la línea telegráfica donde la hu-biera. Foucault y los suyos la encontraron en Tudela.

Resonaban a nuestros oídos, como aca-badas de escuchar, las palabras del tele-grafista de aquella villa cuando transmitió la noticia al mundo de lo sucedido en el Moncayo, y conoció que, lo sucedido por aquí, se conoció por toda Europa en ape-nas cuatro o cinco horas:

-El mismo Leverrier, al cabo de las horas, nos dijo que su despacho telegráfico acababa de salir a la luz en El Monitor de París para di-fundirse por todos los ángulos de la Europa con casi igual celeridad con que había sido enviado desde aquí. ¡Asombroso ejemplo del progreso de las ciencias contemporá-neas, que envidiarán las futuras generacio-nes!

Leverrier. Urbain Jean Joseph Le Verrier. El hombre de los cabellos rubios que situó en el mapa de los cielos el planeta Nep-tuno y lo comunicó a través de una carta

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que tardó cinco días en llegar a su destino. Casi los mismos días que tardó en llegar la expedición desde la frontera al santuario de la Virgen del Moncayo.

Lo habíamos admirado. Habíamos admira-do el santuario de la Virgen del Moncayo nacido, como tantos más, de la leyenda que comienza a trenzarse en los tiempos medievales y va creciendo hasta ser piel en la piel de los pueblos. El santuario de la Virgen del Moncayo había nacido para nuestro conocimiento en la propia pobla-ción origen de nuestra aventura, en la an-tigua crónica de Ágreda.

Protegidas las espaldas por la impresio-nante fortaleza de la roca que se alza cor-tando malos vientos, claro está que nació para acoger la imagen milagrosa. Hubo quien dijo que aquellas cumbres rocosas no eran otra cosa que el laboratorio donde se fabrican las tormentas y vendavales que golpean Aragón, que de allí sale el pedris-co y los jirones de niebla que bajan en for-ma de castigo al valle. Y que por eso, una vez al año al menos, la víspera de la Visita-ción generalmente, suben desde Tarazona en procesión de cruces y con música que anima el ascenso; en romería al santuario, a la que se unen los pueblos que salen al camino retorcido del ascenso por los que la cruz de Tarazona y los cofrades de San Lamberto van pasando. En el tiempo bue-no podía subirse más veces, puesto que del comienzo del otoño al principio de la primavera cerraba puertas y ventanas y quedaba al amparo de la divina mano, oculto entre las nieblas y arropado la ma-yor parte de ese tiempo por el manto blan-co de las nieves.

Aquella crónica vieja de la que antes ha-blamos nos decía al respecto del paso del invierno: se tapian convenientemente las ventanas y puertas de la iglesia y caserío, se retiran todos y allí quedan la sagrada ima-gen encerrada en su ermita y los edificios abandonados a las tormentas y las nieves.

La peñasca que le cubre las espaldas pa-rece que se pintase de negro, y como casi todo en la Naturaleza va tomando nom-bre de lo que tiene a su vera, la Virgen del Moncayo se llamó, en su tiempo, la Virgen de la Peña Negra. La ermita es y ha sido siempre pequeña, lo justo para el cobijo de un buen racimo de devotos, puesto que al contrario que otras crecidas en las cumbres, esta no necesitaba dar cobijo, puesto que al lado tenía casa para los san-teros, y casa para el hospedaje de los pe-regrinos. Por supuesto que nada tenía que ver la humildad de este santuario con la elegancia labrada en la piedra del monas-terio de Veruela, del que en algún tiempo dependió.

-Se apareció a un pastor de Ablitas entre los ramajos de unas hayas a las faldas del monte, el pastor la llevó a casa y la mujer, pensando que algo podría sacar de aquella especie de muñeca, pues tal le pareció, la vendió en el mercado. A la Virgen no le gustó el trato que la dieron y se volvió al lugar del que salió, a los ramajos de las hayas, donde la encontró de nuevo el pastor, y ya conmo-vido…

Allí le alzaron santuario para irla a venerar en el buen tiempo. Santuario que quién sabe si levantaron las mismas manos, o caudales, de quien entonces era señor de todas estas tierras, Fortún Aznar, allá por el siglo XII.

La crónica del paso de Foucault, y de cuan-tos subieron a la cumbre y se alojaron en la hospedería y levantaron la torre que causó el asombro de los lugareños, venía a decir que la hospedería, aunque acogedora, to-davía podía mejorar:

-Habría muchas familias que pasarían lar-gas temporadas en aquellas alturas, las más saludables, frescas y hermosas de Aragón, si el cabildo de Tarazona, bajo cuyo mando se encuentra, se atreviera a hacer de una vez por todas los gastos que tiene que hacer to-dos los años. Tirando la antigua hospedería y construyendo otra de muros espesos e im-permeables, con los tejados muy pendientes y habitaciones de aire y luz abundantes.

Nos faltaba situar entre aquel laberinto de cerros la torre del Trovador, o de Fores-tán, donde este fue encerrado, y de la que obligatoriamente dudábamos hubiese tenido una existencia más allá de la mera literaria, escapada de la imaginación exa-gerada y pluma granadina de Torcuato Tá-rrago y Mateos; el propio Torcuato dejaba dicho que entonces, allá por los tiempos de Foucault, estaba ya arruinada: aunque todos los campesinos de la comarca oían de noche, en el fondo de aquella torre, una voz dulce y sonora que cantaba tristísimas en-dechas. A pesar de que por allá, por aquél laberinto encumbrado, torres hubo desde las que visualizar el paso de los caballeros medievales a través de las fronteras mar-cadas por el Ebro.

A las cumbres, al tiempo que observába-mos todo aquello, nos llevaba la curiosa historia del famoso eclipse. Aquél que atrajo la atención de Europa entera, la científica de altos vuelos enfundada en elegantes levitas y sombreros de copa, y la más humilde del pensar en el sobrevivir a cada nuevo día; cuando el siglo XIX, su-perada la mitad de su edad comenzaba la cuesta abajo de sus años. Aquel inolvida-ble, para quienes vivieron la aventura, mes

de julio de 1860 que atrajo a España a más de ciento cincuenta astrónomos de toda Europa y más de mil observadores, y como el Moncayo fue uno de los puntos señala-dos desde el que mejor poderlo observar, la afluencia de curiosos de cualquier parte llegó a ser tal que las diligencias llegaban a los pueblos abarrotadas; las posadas se encontraban llenas y ni en las cuadras y pajares se hallaba rincón en el que echar una simple cabezada.

Nos pareció increíble imaginar que por ser uno de los lugares desde donde mejor podría contemplarse el acontecimiento, la propia reina Isabel se dispusiese a viajar a Ágreda o Tarazona para subir hasta Santa María del Moncayo con toda la corte real; y más increíble todavía que, tras el anun-cio de que la reina podría venir al lugar al que nosotros acudíamos, también lo fuese a hacer con su propia corte de intrigan-tes y aduladores el duque de Montpen-sier, lo que significaba que imaginando encontrarse la una al otro y puesto que ambos eran desde que tenían uso de ra-zón enemigos hasta las muerte, ninguno de los dos acudiría; como así sucedió. La reina se marchó a Aranda de Duero y el duque, luego de contemplar la posibili-dad de asomarse a la torre del Miguelete de Valencia, se marchó a verlo al faro de Oropesa; cuanto más lejos de su cuñada la reina, mejor.

Si bien es cierto que momentos hubo en los que los pueblos, al ver llegar y pasar a tanto personal y de tan elevada condición, creyendo que Madrid entero se trasladaba a sus tierras, encontraron la ocasión pro-picia para hacer las peticiones que nunca se atendieron: la construcción de caminos carreteros; alguna fuente; una rebaja en las contribuciones… Algo que los hiciera estar más cerca de la civilización gozosa de los hijos de la capital y no los condena-se al olvido, al abandono o la miseria es-peranzadora del sobrevivir a las malas co-sechas y los caprichos del ir y venir de las tormentas arrebatándoles la cada vez más sombría esperanza de morir en la tierra en que nacieron. Porque a ellos, a los lugare-ños, el eclipse, sus consecuencias y obser-vaciones les pillaba, como se suele decir, fuera de onda. Antes bien, aquél fenóme-no de la Naturaleza lo único que traería, de traer, serían mayores calamidades.

De pueblo en pueblo fue pasando el ban-do municipal sin que nadie supiese en cuál de ellos nació, que trató de llevarles a la confianza de que, después de aquello, la vida seguiría igual que antes, lo mismo que siempre: los eclipses de sol son unos fe-nómenos que no son ya fenómenos, porque son muy propios de los países civilizados de la Europa, y al representarse en la España,

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nos civiliza y hermana con los pue-blos de allende las fronteras.

El paisaje que nos rodeaba por los cuatro puntos cardinales se

prestaba a todas aquellas le-yendas de ánimas y vientos

lóbregos que con tanta maestría escribiese Gus-tavo Adolfo Bécquer

asomándose a ellos, e incluso de rebaños de lobos bajando cautelosos

a los pueblos vecinos; lobos en manadas que habitaban en las leyendas sorianas en torno a las festividad de las ánimas, cuando parece que el misterio comienza a adueñarse, aunque sólo sea por unas po-cas horas, del alma de los mortales. ¡Qué maestría la de Bécquer al relatar las leyen-das del Moncayo envueltas en misterio! In-cluso las leyendas aragonesas de los gno-mos: Cuando el Moncayo se cubre de nieve, los lobos arrojados de sus guaridas bajan en rebaños por su falda, y más de una vez lo hemos oído aullar en el horroroso concierto, no sólo en los alrededores… sino en las mis-mas calles del lugar… ¡Qué gran trío para la noche de todos los misterios! Moncayo; nevada y manada de lobos.

Habíamos escuchado, al unir la neva-da a las manadas de lobos que en algún tiempo anduvieron en aquel territorio del Moncayo, como su casa que fue como lo fuese de todos los seres vivos que la Na-turaleza fue formando, algunas historias tétricas que nos hacían remontar el pensa-miento a muchos años atrás: Algunas veces atacaban los lobos a manadas el ganado, teniendo que reunirse las gentes de varios pueblos para organizar batidas, y el gana-do vacuno se defendía formando círculo en cuyo interior quedaban los terneros defendi-dos por las astas de las vacas y toros seme-jantes a exterior erizo, mientras las caba-llerías, llegado el caso, formaban el cuadro al revés, o sea dejando hacia el centro del círculo las cabezas para defenderse a coces. Durante las persistentes nevadas, el hambre hacía que aquellas alimañas asaltaran los cementerios desenterrando los cadáveres, por cuyo motivo, para asustar a los lobos acostumbraban los montañeses a encender hogueras por la noche sobre la tumba de sus muertos recientes. Y nos añadían las cróni-cas a modo de sentencia: En invierno no era costumbre acompañar los restos morta-les de los difuntos al camposanto, sino que metido el cadáver en su ataúd y cargado sobre una mula, se llevaba al cementerio, y ocasiones hubo en las que mientras los deudos del difunto lo entregaban a la tierra dejando la mula atada a la puerta, los lobos la devoraron.

Sí, este y otros muchos sucesos semejan-tes confirmaban que las noches inverna-

les a la tenebrosa luz de las llamas de la lumbre, fueron siempre el mejor escenario para escuchar el relato de lo acontecido a lo largo del tiempo en torno al mítico Moncayo.

Por supuesto que eran lobos los que au-llaban en las grietas de las peñas, nunca el viento colándose de rondón y traspasando las simas; incluso los mismos lobos, como animales extraordinarios, podían saltar de roca en roca sobre las aguas de cualquier laguna y aparecer, en un tris tras, en la otra orilla. Los lobos empujaban las bolas de nieve desde la cumbre, provocando las avalanchas; y con sus aullidos llamaban al pedrisco; los lobos, los gnomos… los habitantes del mágico mundo del Mon-cayo. Quizá todas aquellas bestias en las que quedó convertido el Caco ladrón de bueyes luego que Hércules lo castigase echándole el monte encima de su guarida.

Y la nieve, y las gentes pobres de estas tierras que vivieron en ellas cuando Fou-cault y los suyos las sacaban al mundo de la ciencia: Quien haya recorrido, entre otros puntos que citar pudiéramos, esos puebleci-tos reclinados sobre los riscos del Moncayo, comprenderá perfectamente cuántas lágri-mas enjugan los bosques y cuántas desven-turas mitigan. Allí, desafiando todos los pe-ligros, cuando la nieve borra hasta los lindes de los senderos, miles de familias pobres se descuelgan por aquellas breñas, sombrea-das por espesos e intrincados bosques, para hacer su propio acopio de leña, que dejan en la villa o ciudad próxima a cambio de cinco o seis reales. Y, a pesar de esto, ateridas de frío, fatigadas por una larga caminata y el trabajo sin descanso de todo el día, vuelven esas gentes a sus casas felices y gozosas con su mezquino jornal, satisfechas y ufanas, porque llevan un pedazo de pan negro a sus pequeñuelos; cuánta virtud y cuánta fe guarda aún el corazón de esa parte del pueblo, alejada de los grandes centros y que sube a la áspera cumbre de la vida con el pe-sado fardo de la miseria sobre los hombros.

El eclipse debía comenzar en España vi-niendo por las costas cántabras, y como si de la diligencia que va haciendo paradas en las postas se tratase, se trazó el mapa com-pleto de su paso; por las costas de Oviedo y Santander debía de hacer su aparición en torno a la una y diecinueve minutos de la mañana del día 18 de julio, y dejaría la Pe-nínsula por Ibiza en torno a las dos y seis mi-nutos. Por Soria debería de pasar a la 1,41; a la 1,42 llegada a Ágreda, un segundo des-pués a Osma y luego al Moncayo.

Al Moncayo tendría que llegar a la una y cuarenta minutos y tres segundos y cinco décimas, ni una abajo ni una arriba y el es-pectáculo del sol escondido detrás de la

luna ofreciendo sombras sobre la faz de la tierra debería de durar, en el Moncayo, tres minutos y veintisiete segundos, precisión medida desde todos los observatorios. Tiempo suficiente para estudiarlo todo.

La hospedería del santuario se reservó al completo para las gentes de categoría que llegarían desde Madrid, Zaragoza, Lisboa y de aquel París de la Francia imperial del tercer Napoleón que tenía por emperatriz a la española Eugenia de Guzmán. Sí. El Moncayo había sido designado por el Gobierno de Su Majestad para hacer las observaciones oficiales del eclipse de sol y el santuario de la Virgen el lugar al que acudirían los principales astrónomos es-pañoles, franceses, alemanes o suizos para verificar las observaciones y tomar los da-tos oportunos. A España también viajarían astrónomos de Inglaterra, pero estos se quedarían en Reinosa.

La expedición al Moncayo saldría de Ma-drid en el momento en que se diesen las condiciones. Previamente habrían salido los equipos, y los ayudantes con los equi-pos, y los obreros que acompañarían a los ayudantes para levantar las torres, abrir caminos y preparar el alojamiento de las personalidades que por espacio de tres o cuatro días tendrían en el lugar su mora-da. Allí estarían el propio ministro de Fo-mento, don José de Posada y Herrera, y el ingeniero don Constantino de Ardanaz y Undabarrena en comisión de Gobierno; y el director del Real Observatorio Astronó-mico de Madrid, don Antonio de Aguilar y Vela, destacando entre una docena más de ilustres nombres y apellidos.

Por supuesto que el señor Ministro viaja-ba con todo su personal de confianza; y don Antonio de Aguilar con los miembros destacados del Real Observatorio: don Eduardo Novella como primer astrónomo y sus tres ayudantes, don Cayetano Agui-lar, don Tomás Ariño y don José María Vela. Los tres ayudantes, además, ejercían como corresponsales de prensa para los diarios y revistas de Madrid. Y a estos se unirían, desde Zaragoza, don Manuel Sáenz y Díaz, catedrático de química de aquella Univer-sidad, y su catedrático de física, don Valero Causada con el ingeniero de caminos don Celestino de Olózaga, comisionados por sus respectivas cátedras.

El Gobierno también había barajado dis-tintos puntos para la observación: Atienza, en la provincia de Guadalajara como más cercano a la Corte; Oropesa de Castellón y Sagunto de Valencia, o mejor, Murviedro. Pero todos los entendidos señalaron que el lugar ideal no era otro que el monte de Caco, el Moncayo. La cumbre dominante de los tres reinos.

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Los corresponsales escribían lo ya conoci-do hasta el momento, y que cualquiera se pudiese esperar en torno al fenómeno que comenzaba a marcar la vida social, y has-ta política de España. Pues que desde los días primeros de julio todo parecía haber quedado suspendido hasta que pasase el eclipse. Como si hubiese dudas de que tras ese enfrentamiento entre el sol y la luna el mundo siguiese cual tal cosa.

Contaba don Tomás Ariño que la afluen-cia de curiosos es cada día mayor. Y a nadie extrañaba. Lo cierto es que desde Madrid se habían habilitado diligencias especiales con dirección a las sierras altas de Guada-lajara; y ferrocarriles a Valencia y Zaragoza con paradas en Taracena y llegadas a Tude-la; incluso el propio Gobierno, para los mi-nistros que quedaron en Madrid, organizó una excursión a Sigüenza en unión de los financieros, de los grandes banqueros na-cionales para, con la escusa de comprobar el adelanto en las obras de la línea férrea en-tre Madrid y Zaragoza, hacer una parada por los altos de Jadraque en el momento en que la luna echase al sol sus cortinajes. Porque todo el mundo pareciera que quería obser-var, lo más cerca posible del cielo, aquel mis-terioso fenómeno de la Naturaleza. Los tres corresponsales escribían sus notas a pie de santuario, y con espolique a lomos de mula lo mandaban al telégrafo de Tudela, para que el telegrafista de Tudela lo remitiese al telégrafo de Madrid.

Los astrónomos franceses comenzaron a llegar al Santuario el 14 de julio, cuatro días antes, y parecían ser los mejor prepa-rados en cuanto a equipo. Suerte que el

Gobierno había dictado una norma me-diante la cual todos aquellos que venían de las academias científicas a observar el eclipse en España podían pasar libremen-te con sus bártulos: Que entren en España libres de derechos los instrumentos astronó-micos o meteorológicos que consigo porten los extranjeros.

Léon Foucault, apenas llegó al Santuario, comenzó a preparar su complejo y cos-toso equipo. Decía don Eduardo Novella, metido también a cronista de excepción: Francia envía a nuestro país a sus más cé-lebres astrónomos de la época actual. El famoso Leverrier, individuo de la Academia de Ciencias y Senador del Imperio; monsieur Foucault; Faye y otros hombres científicos de gran nombradía para llevar a cabo sus ob-servaciones…

El tal Faye era Hervé Faye, del Real Ob-servatorio de París, quien tiempo atrás descubrió un cometa al que puso su pro-pio nombre, Cometa Faye. Entre los otros hombres científicos de gran nombradía: Jean Chacornac, del observatorio de Mar-sella; Ismail Effendi, del egipcio, afincado en París; Karl Bruhns, del astronómico de Leipzig o Ivon Villarceau, primer astróno-mo de Francia. Y el suizo Tissot, con sus pe-queños telescopios al hombro: para encar-garse de registrar la región del ciclo en que podría hallarse el planeta intra mercurial de Lescarbault, con su colega, el coronel Gau-tier; sin que faltase, en nombre del comer-cio, también suizo, le Monsieur Auerbach.

También había dado instrucciones el Go-bierno de cómo observar aquel misterio

que había dejado de serlo porque la cien-cia dijo que era cosa habitual que sucede cada cierto tiempo: nada de mirarlo de frente. Se tiene que mirar con un cristal ahu-mado. Aunque en los humanos siempre quedase la duda. De ahí que los astróno-mos, físicos y científicos, tendrían la ne-cesidad de fijarse en cualquier pequeño detalle; incluso en el comportamiento hu-mano. Aunque lo de fijarse en el compor-tamiento de los hombres en momentos de trance como aquél, no pertenecía a hom-bres de ciencia: Esta clase de observaciones deben quedar a cargo de los aficionados porque los astrónomos en aquellos cortísi-mos instantes que dura el eclipse tienen fija su atención en fenómenos de mayor interés.

Eso sí, había de notarse un silencio sepul-cral entre las gentes, para no perder la atención debida que el fenómeno obliga-ba a congregar. Y siempre, allá en los lu-gares más apartados del mundo, el efecto de la Naturaleza tendría que tener su lado oscuro: entre las personas rústicas que igno-ran lo que va a suceder, y que sin causa apa-rente ven desaparecer el sol, ese sentimiento suele convertirse en preludio seguro de algu-na gran catástrofe.

También en el Moncayo, porque en los pueblos del entorno ya se advertía que tanto trasto apuntando al cielo, algo malo dejaría.

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Aunque eso sí, los animales, con mayor olfato que los humanos, lo vivían desde el comienzo con otro sentido: En el momento en que las tinieblas suceden a la

claridad del día, los animales todos parecen consternados;

los pájaros cesan de cantar y se retiran a sus nidos, algunos caen muertos o

aturdidos por haber chocado en su precipitado vuelo contra algún obstá-

culo; huyen las gallinas a sus abrigos, y los murciélagos y demás aves nocturnas salen de sus madrigueras. Las reatas de los carros suelen pararse en el camino, y los caballos se plantan o saltan, por lo que convendrá que los jinetes estén apercibidos…

El día 16 todo estaba dispuesto: la torre de madera acercando un poco más a los hom-bres al cielo; las casetas de piedra seca en las que albergar los telescopios; las bote-llas de champán francés y vinos de Oporto y de Jerez, dispuestos para los brindis pos-teriores; los catalejos apuntando al cielo, las cámaras fotográficas de Léon Foucault dispuestas para sus experimentos de ico-tometría fotográfica demostrando que la aureola se imprimía en algunos segundos para alcanzar el importantísimo resultado de tomar microscópicamente todas las medidas necesarias para después fijarse sobre el origen de las ráfagas luminosas; y los astrónomos se disponían a no perder el más mínimo detalle.

Y cuando menos se esperaba, comenzó el tiempo a cambiar. De pronto y sin previo aviso, como haciendo caso a todas aque-llas predicciones lugareñas de lo que pu-diera pasar cuando se castiga más de la cuenta a la montaña, comenzó a crecer la tormenta. Las nubes se fueron hilvanando unas a otras hasta hacer del cielo un tupi-do manto oscuro que, a media mañana, comenzó a descargar agua, granizo, true-nos, rayos y centellas.

En apenas unos minutos todos los equi-pos comenzaron a desmantelarse ante el temor de que el agua y la piedra caída del cielo los inutilizase. Después, al cabo de un par de horas de pasearse las nubes a capri-cho por encima de todas aquellas cabezas que aguardaban impacientes su partida y que tras la cortina dejasen ver la claridad del sol, se tendió el espeso visillo de la nie-bla, denso, húmedo, sin apenas dejar ver el camino de la ermita al refugio y del refu-gio a la ermita. Los caminos que desde la montaña bajaban al valle se escondieron en aquel algodonoso manto y los arrieros que guardaban sus mulas al pie del peñas-co del Cucharón se negaron a meterse en-tre aquellos cortinajes tendidos, sin duda alguna, por los dioses malignos de los

abismos a la espera de que los ingenuos se metiesen entre ellos, como los insectos en las redes de la araña, para servir de ali-mento a la leyenda.

-¡Malditas supersticiones!

No sólo lo vociferó el señor Ministro de Fomento o los astrónomos y científicos al observar que los espoliques no estaban dispuestos a ponerse en el camino. Tam-bién, entendiendo los razonamientos cul-turales de los pueblos, quienes venían de allende las fronteras. El camino de vuelta, sin espoliques, tendría que hacerse a pie, cuanto antes. Había que buscar lugar pro-picio donde las nubes y la niebla dejasen ver aquello que tenía que ser visto: el sol y la luna.

Tampoco había ya mucho tiempo para es-capar de allí y sacar el equipo, desmontar catalejos y torres y marchar a otro lugar. Los grandes astrónomos venidos de Eu-ropa estaban confundidos ante tamaña e inesperada desgracia. Había que esperar, y confiar.

Pudiera dar la impresión de que todo el trabajo, a causa de la tormenta, se per-dería. Más de un mes de trabajo, pues los primeros operarios con los primeros ins-trumentos de medidas salieron del Obser-vatorio de Madrid el 20 de junio al mando de don Luis Muñoz, con la escolta de dos artilleros y algunos otros hombres al man-do del sargento Spínola.

Algo despejó por la tarde, recobrando las esperanzas de que, a falta de casi dos días, el tiempo retornase a los anteriores a la tormenta. Pero no, el 17 amaneció con fiebre de nieblas, sin que se apartasen a lo largo del día, antes bien, al cabo de la tarde la bufanda se apretó con ganas a la garganta del monte, como si tratase de estrangular aquella parte repleta de cien-tíficos que vinieron a perturbar la paz de un entorno inigualable. Y lo mismo el 18. El gran día. El esperado. El anunciado para que la vida continuase, o se parase el mun-do para siempre.

La nota que escribió el Sr. Novella para ser remitida a Madrid en el momento en que alguien pudiera llegar hasta el telégrafo, decía: Se han confirmado mis temores de ayer. El día ha amanecido anubarrado y continúa lo mismo a esta hora en que escri-bo a Vds., que son las diez y media de la ma-ñana. Si no levanta para las doce podemos considerar perdidos en su objeto principal los trabajos de esta estación, una de las más importantes sin duda entre las infinitas que los cuerpos científicos de todas las naciones de Europa han establecido para la obser-vación del eclipse que debe de verificarse

dentro de poco. De vez en cuando quiere aparecer el sol, pero vuelve a oscurecerse al momento entre montones de nubes de un cielo plomizo.

Había que salir de allí pitando, también nos lo contó, a través de las notas que el paso del tiempo puso en nuestras manos, el Sr. Novella:

-En vista de esta situación, se acordó dividir las comisiones. Los Sres. Villarceau y Chacor-nac de de la comisión francesa, y los Sres. Sáenz, Causada, Ariño y Olózaga de la es-pañola quedaron en el santuario con los ins-trumentos mejores y más pesados. Leverrier director del observatorio de París, Foucault, Bruhns, el Sr. Ardanaz y yo bajamos al llano con instrumentos transportables, y viendo que el horizonte se aclaraba hacía Tarazona, allá nos dirigimos.

Demasiado tarde para desmontar el equi-po del santuario y transportarlo a lomos de mula y montarlo en otro lugar. Además, faltaban arrieros, y hombres, y sobraban interpretaciones a la gran desgracia.

El equipo de Léon Foucault quedó allí, de-lante del santuario, varado como un barco que queda a la deriva en alta mar, espe-rando a que alguien acuda a rescatarlo mientras Foucault corría con los otros as-trónomos franceses y algunos españoles laderas abajo en dirección a Tarazona, en la esperanza de alcanzar un punto desde el que situarse antes de que comenzase a oscurecerse el sol devorado por el espec-tro de la luna.

La desesperación hizo mella en los que quedaron, pues conforme pasaron las ho-ras y se fue acercando el momento la nie-bla, en lugar de aclarar, espesaba. No dijo nadie si pudo deberse a un milagro, pues-to que las puertas abiertas del santuario acogieron los rezos lo mismo que los aco-gían en las iglesias de la comarca; o fue cosa de la Naturaleza, caprichosa siempre, a la que se le antojó que el Moncayo no se perdiese aquel espectáculo que tenía al mundo con el alma en vilo.

De pronto, poco antes de que el sol empe-zase a velarse, el viento del Norte comen-zó a soplar, al comienzo suave y luego con fuerza, llevándose la niebla y despejando el cielo.

-Fue cosa de la inesperada fortuna. Porque el viento fresco del Noroeste había arrollado las nubes sobre el Moncayo, y apenas que-daban agarradas a algunos cerros que no nos inquietaban.

Nos lo contó Novella, henchido de sa-tisfacción al observar que, después de

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todo, para algo sirvieron las esperanzas puestas en los mitológicos dioses de los vientos.

En esas, llegada que fue la hora, apare-ció la sombra de la luna, comenzando a extenderse sobre la tierra, haciendo en-mudecer el universo. A medida que iba avanzando, la decoración del horizonte adquiría un color más sombrío, después, cuando cubrió casi por completo a su galán diurno dejando ver solamente la cinta del redondel las gentes contuvie-ron la respiración.

Luego que pasó se contó que en Tara-zona una bandada de palomas que en esos momentos sobrevolaba las torres de la catedral, al cubrirse el sol caye-ron como muertas; y en un corral de Ágreda, donde las gallinas se encon-traban comiendo, en el acto de oscu-recerse se metieron precipitadamente en el sitio destinado para dormir no saliendo de él hasta que el sol volvió a reaparecer; y en Ólvega se escuchó el canto del gallo después de aparecer el sol de nuevo. Y que en Gómara un perro no quiso comer mientras no vi-nieron las luces a borrar aquellas tene-brosas y momentáneas sombras; y que en Matalebreras se sintió un frío inver-nal; o que en Tudela, donde el gentío se subió, por contemplar mejor el ho-rizonte, a los tejados, cuando la luna se retiró luego de su aparente y verti-ginosa cópula con el rey de los astros, todo el pueblo pareciera tuerto, tras haber estado mirando el espectáculo a través de los cristales ahumados con un ojo abierto y cerrado el otro, por si acaso. El aullar del lobo, el berrear del ciervo y el espanto del corzo, hicieron retemblar la montaña entera. En cam-bio, nos contó el Sr. Novella:

-Después hemos oído mucho de lo que se observó en los animales, pero un perro que nos acompañaba no dio la menor seña de inquietud, y hemos sabido que las aves de corral de nuestros conocidos y amistades, solo manifestaron aquellas señales con las que se suelen manejar cuando hay tormenta.

El Sr. Ariño, escribió al pie del Santuario en su cuaderno de notas: Acabo de ver el eclipse. Aún tengo la vista fatigada y no puedo escribir bien. El sol ha desapa-recido completamente, dejando sin em-bargo alrededor de la luna un aro per-fecto luminoso, por consiguiente, aquí ha sido el eclipse anular, se han visto las estrellas…

Sí. Se habían visto, veladas por aquella oscuridad provisional, las estrellas, res-plandeciendo Venus y Júpiter cual en sere-na y fría noche de enero. Y la temperatura apenas bajó tres grados.

Si. Había ocurrido, de pronto también allá arriba, a las puertas del santuario, como si la Virgen del Moncayo hubiese querido demostrar su fuerza produ-ciendo el milagro, poco antes de que el sol comenzase a velarse, el viento comenzó a soplar, al comienzo suave y luego con fuerza, llevándose la niebla, despejando el horizonte y mostrando en toda su orgullosa vergüenza al astro sol, buscando el abrazo lunar.

-Sorprendido quedé por el magnífico es-pectáculo del fenómeno, único en el mun-do, y cuya mágica belleza todos la habrán sentido, pero pocos sabrán describirla.

Las líneas de Novella a través del telé-grafo de Tudela, irradiaban la satisfac-ción de cuantos se reunieron a observar el fenómeno.

Cuando los franceses regresaron a recoger sus equipos, las muestras de felicidad eran notorias. No se preci-saba decir nada, puesto que todos, cada cual desde su distinta observa-ción, tenía algo que contar de lo visto y percibido.

El señor Le Verrier había corrido, antes de subir de nuevo al santuario, para escribir sus impresiones y transmi-tirlas a París a través del telégrafo de Tudela. De paso, su ayudante, guiado por un buen espolique, tenía la misión de encontrar lugar en el que hacer la fiesta final y despedir a los amigos, mostrando así la caballerosidad de los franceses. Un almuerzo que más bien fue merienda cena, por las horas, y en el que, además de los mejores manja-res de la tierra que rodea el Moncayo, y traído para la ocasión, se brindaría con champán francés; los españoles por el tercer Napoleón y los franceses por la segunda Isabel. El Sr. Novella todavía añadió un tercer brindis:

-Demos gracias a Dios, señores que nos ha permitido ver el magnífico fenómeno que tanto ha conmovido al mundo científico y que para el vulgo es una nueva prueba de que no son vanas especulaciones las ob-servaciones de los astrónomos. Además este eclipse ha proporcionado la ocasión de manifestar a la Europa el interés con que en España se miran las ciencias, y a

nosotros los españoles, la satisfacción de conocer y apreciar a los distinguidos sa-bios que forman la comisión francesa.

Todavía levantó su copa uno de aque-llos alcaldes que, sobre los lomos de sus mulas, había subido y bajado del monte el equipo de aquellos astróno-mos, y los equipajes de gentes tan im-portantes. Seguramente que también parte de aquellas viandas y bebidas con las que en el momento de la des-pedida los obsequiaban.

-Yo brindo señores –dijo-, porque la lo-comotora, uno de los portentos moder-nos de la inteligencia humana horade cuanto antes los campos y borrando las distancias, nos acerque al mundo, y per-mita que…

No pudo concluir porque el entrechocar de las copas apagó sus palabras. Des-pués, cuando todo acabó. El Moncayo y sus pueblos volvieron a la monotonía del diario contemplar su montaña casi sagrada, refugio de águilas, cueva de lobos y templo casi mítico de dioses mi-tológicos.

Todavía regresó Eduardo Novella a las alturas del Moncayo, a determinar la altura sobre el nivel del mar, con toda la exactitud de que son susceptibles estas operaciones.

Algo había cambió a partir de aquel día. En las tierras amparadas por aquel monte de Caco, Moncayo, dejó de llover. Ya no quedaba la menor duda. Todos aquellos instrumentos que su-bieron a la torre levantada en la expla-nada del santuario de Nuestra Señora del Moncayo espantaba las nubes; o lo que pudiera ser peor, aquellos que vinieron, con sus indescriptibles ins-trumentos se llevaron el agua de sus cielos allende las fronteras. Hasta que un día acordaron subir de aquellos pueblos a los que comenzaba a secár-seles la garganta. Subieron a derribar la torre y, al poco tiempo, llovió.

Uno más, de los muchos misterios del Moncayo, de ese monte de Caco, o de los tres reinos, que nos había llevado para contarnos una historia, y que se nos mostraba en toda su majestad.

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