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FRANCISCO CARTÍN RODRÍGUEZ Nació el 15 de abril de 1941 en San José, Costa Rica. Obtuvo el título de Médico Cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1966. Realizó estudios de posgrado en la Universidad de Costa Rica y en el “Mount Vernon Hospital” de Nueva York, sobre cirugía, medi- cina del adolescente y Gestión Local de Salud. Actualmente es médico jubilado de la Caja Costa- rricense de Seguro Social. Ha publicado ¡Baila rumbera baila! (novela), en 2000. La última caja de remedios (cuentos), en 2002. De molinos y otras cosas (cuentos y relatos), en 2006. Cuentos suyos aparecen publi- cados en las antologías: Florecen las palabras, en 1995. El jardín de la osadía, en 1998. Tras la ventana, en 2002. Poemas suyos aparecen en el libro colectivo Eterno Valor, en 2004. Pertenece al taller literario de Carmen Naranjo.

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FRANCISCO CARTÍN RODRÍGUEZ

Nació el 15 de abril de 1941 en San José, Costa Rica. Obtuvo el título de Médico Cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1966.

Realizó estudios de posgrado en la Universidad de Costa Rica y en el “Mount Vernon Hospital” de Nueva York, sobre cirugía, medi-cina del adolescente y Gestión Local de Salud. Actualmente es médico jubilado de la Caja Costa-rricense de Seguro Social.

Ha publicado ¡Baila rumbera baila! (novela), en 2000. La última caja de remedios (cuentos), en 2002. De molinos y otras cosas (cuentos y relatos), en 2006. Cuentos suyos aparecen publi-cados en las antologías: Florecen las palabras, en 1995. El jardín de la osadía, en 1998. Tras la ventana, en 2002. Poemas suyos aparecen en el libro colectivo Eterno Valor, en 2004.

Pertenece al taller literario de Carmen Naranjo.

Algunas publicaciones de Editorial Osadía. Fundada en mayo de 2001

Oficio de oficios Carmen Naranjo Poesía

Entre el hecho estético y la forma Dinora Carballo Ensayo

La soledad no se ve en los espejos Alejandrina Gutiérrez Cuentos

En tierras de la madera Yagube Himnos a Dios Humberto Bertolini Prosa

Cantos con destino Ligia Barboza Poesía

Escribo en la piel Leticia Taboada Poesía

Por el hilo del tiempo Virginia Borloz Poesía

Tríptico de las mareas Magda Zabala Poesía

Mis ángeles y otros cuentos Marta Barquero Cuentos

Tiempo escondido Irene Sancho-Artecona Novela

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La guerra de las chispas es una novela de nostalgia, amor y esperanza.

Carlos, el protagonista, es un niño universal, quien a pesar de las adversidades, carga sus sueños a cuestas y va descu-briendo la vida, al mismo tiempo forja su carácter gracias a los valores aprendidos de sus padres.

Por todo ello se puede afirmar que La guerra de las chispas es literatura realista por el abundante detalle en la descripción y la pintura de escenarios, hechos y personajes. El autor logra conmover a sus lectores, sin valerse de artificios de lenguaje. Su lectura fácil y amena, con un saludable sentido del humor si viene al caso, convierte este libro en una obra accesible a todo público.

Estos relatos llenos de una profunda humanidad, caracterís-tica del Dr. Cartín, poseen además un enorme valor histó-rico para las nuevas generaciones. A través de sus páginas, se retratan fielmente personajes, lugares, ambientes y costum-bres propias de una época de la cultura nacional.

No cabe la menor duda que La guerra de las chispas va hacer las delicias de los lectores por su contenido ameno y convin-cente, con mucha mayor razón en una época de retos como la que vivimos, cuando se hace más necesario el testimonio de lucha y superación para los niños y jóvenes que tengan la dicha de leer el libro.

Floria Jiménez

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A aquellas personas que promueven el

bienestar de los niños. En forma especial

a la Sra. Gloria Bejarano de Calderón

por su entrega a la niñez del país.

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Mi agradecimiento a la Lic. Floria

Jiménez Díaz por sus enseñanzas

filológicas y grata amistad.

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No olvidéis nunca que nada hay tan bello, tan

fuerte, tan sano y tan útil en la vida como los

buenos recuerdos de la infancia, los recuerdos del

hogar paterno. Mucho se habla de la educación de

los niños. ¡Pues bien! No existe mejor educación

que un buen recuerdo de nuestra infancia, y el

hombre que sabe guardar sus recuerdos a través de

cuantas vicisitudes sufra durante la vida, se salvará.

Aunque sólo conservemos uno de estos recuerdos,

éste bastará quizá por sí solo para conseguirlo.

Fedor Dostoyesky

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PRÓLOGO

La guerra de las chispas es una novela de nostalgia, amor y esperanza. como es la vida misma, una gama de sentimientos se entrelazan a lo largo de las historias, con sus momentos de tristeza, frustración y alegría.

carlos, el protagonista, es un niño universal, quien a pesar de las adversidades, carga sus sueños a cuestas y va descubriendo la vida, al mismo tiempo forja su carácter gracias a los valores aprendidos de sus padres.

a la par del protagonista, se puede afirmar, sin lugar a dudas, que la familia como institución preponderante es otro personaje de gran fuerza y relevancia en la obra. Da la impresión que la carencia material se convierte en motor de unión y en el vínculo de identidad entre los miembros, a lo largo de todo el libro. cabe destacar la hermosa hermandad de los chicos, tan solidaria y protectora,

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digno ejemplo para cualquier núcleo familiar, no importa el tiempo o espacio.

carlos, desde muy chico, se perfila como un niño con identidad y orígenes propios, que se mantiene unido a su familia, lucha y se esfuerza para lograr sus metas desde temprana edad.

como lo haría cualquier otro niño, la fantasía se convierte en el escape obligado y lo lleva a imaginar una guerra sin fin que, día a día se lleva a cabo entre las chispas en busca de la victoria de uno de los bandos, en una lucha encarnizada y sin héroes ni perdedores. al final su padre y el mismo eran los que llevaban la peor parte cuando las guerreras caían vencidas sobre sus cuerpos y les propinaban dolorosas quemaduras.

Por todo ello se puede afirmar que La guerra de las chispas es literatura realista por el abundante detalle en la descripción y la pintura de escenarios, hechos y personajes. El autor logra conmover a sus lectores, sin valerse de artificios de lenguaje. su lectura fácil y amena, con un saludable sentido del humor si viene al caso, convierte este libro en una obra accesible a todo público.

Estos relatos llenos de una profunda humanidad, característica del Dr. cartín, poseen además un enorme valor histórico para las nuevas generaciones.

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a través de sus páginas, se retratan fielmente personajes, lugares, ambientes y costumbres propias de una época de la cultura nacional: celebraciones religiosas, la Penitenciaría central como centro de reclusión, las fiestas de Plaza Víquez, la navidad, personajes de la farándula, la música de una época, el Paseo de los Estudiantes y muchos otros escenarios y eventos dignos de recordar.

no cabe la menor duda que La guerra de las chispas va hacer las delicias de los lectores por su contenido ameno y convincente, con mucha mayor razón en una época de retos como la que vivimos, cuando se hace más necesario el testimonio de lucha y superación para los niños y jóvenes que tengan la dicha de leer el libro.

Lic. Floria Jiménez Díaz

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LA FRAGUA

carlos despertó al compás de la banda militar que tocaba todos los días a las seis de la mañana, al pie del viejo edificio de la Penitenciaría central. su corazón latió más aprisa y tuvo ganas de llorar. se había vuelto a orinar en la cama, y eso, era motivo de castigo. Prefirió quedarse un rato más sobre el camón.

“así tal vez puedo atrasar el regaño”, pensó.

Los rayos del sol, a través de a las rendijas de su cuarto, hacían brillar el polvo que flotaba en el aire. con sus manos trató de tomarlo, pero no lo consiguió. El juego lo repitió una y otra vez.

–¡Es hora de levantarse!, o ¿Es que va a dormir todo el día?– La voz de la madre, desde la cocina, lo estremeció.

se levantó en forma súbita, buscó un pantalón, pero no lo encontró.

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La mujer, en el cuarto, al percibir el olor a orines, se le acercó con cólera y lo regañó con severidad.

–¡cansada estoy de lavar tanta ropa! ¡Ya no aguanto su vejiga loca!– gritó la madre.

–Prometo que no me vuelvo a orinar, pero no me regañe. –dijo el niño llorando.

–Para que escarmiente no se cambiará de pantalón y se va directo a la banca –agregó la mujer.

El niño odiaba quedarse con su pantalón mojado. sus hermanos pronto empezarían a molestarlo y a reírse de él, por lo que deseó salir al patio y esconderse.

“El sol tal vez me seque el pantalón”, pensó.

De pronto, la voz de la mujer lo estremeció de nuevo, cuando con voz fuerte llamaba a los de la familia a tomar el café de la mañana.

carlos no se acercó a la mesa. El café se le llevó a la banca, en donde permaneció hora tras hora, esperando que fuera mediodía para ir a la escuela. no había tomado en cuenta que ese día era feriado.

–¡cochino! ¡cochino! ¡Me orinó mi vestido!– gritó alicia, la hermana mayor de once años que dormía con él.

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carlos arrugó la cara sin decir nada. Un rato después, al ver jugar a sus hermanos, se sintió más triste.

–cuando su papá regrese, se va con él para el taller para que le ayude en la fragua– ordenó la madre.

El niño se estremeció. ir a ese lugar le producía más tristeza que estar en la banca, por lo que estuvo a punto de soltar el llanto.

En la fragua, el hijo giraba la rueda que mantenía el carbón encendido, sobre el cual el padre colocaba el hierro que era forjado, dándole realce a las rejas de tipo colonial.

carlos, de puntillas por su baja estatura, se cansaba con facilidad, pero la tarea debía continuar, de lo contrario, su padre no podría realizar la forja.

En ocasiones, cuando la fragua lanzaba miles de chispas, se imaginaba que éstas peleaban entre sí. Para él, la última que se apagaba era la triunfadora.

se maravillaba al mirar las chispas caer sobre el cuerpo de su padre, quien sin darles importancia proseguía con la forja.

“Papá es el verdadero vencedor”, pensaba carlos.

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cuando las chispas caían sobre su pequeño cuerpo, le producían pequeñísimas quemaduras inevitables. no podía defenderse ya que sus manos estaban ocupadas con la rueda.

Un día, las chipas penetraron el pantalón del pequeño. sus gritos hicieron pensar al padre que su hijo estaba bromeando.

¿se volvió loco? –le gritó aquél.

carlos no contestó. El hombre comprendió lo sucedido al ver el niño sacar agua de un estañón y vaciarla entre sus piernas. La forja debía de seguir, así que usó su ingenio. cogió un saco de gangoche en donde venía el carbón, le hizo dos agujeros laterales y se lo puso sobre su cuerpo.

sus pies descalzos al recibir las quemaduras, lo hacían brincar graciosamente, mientras las lágrimas brotaban de sus grandes ojos. El padre, ante el pequeño monstruo, sonreía con disimulo.

carlos admiraba mucho el trabajo de su papá. El hierro con el calor se fundía, el hombre lo trabajaba con mano diestra y fuerte sobre el gran yunque, dándole la forma deseada.

El herrero hacía figuras de animales y siluetas. Las primeras le atraían mucho, pero las segundas que

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parecían enanos y enanas, le encantaban. El niño pensaba: “son como hermanos míos.”

El viejo taller, contiguo a la casa de los abuelos, con su aspecto de abandono, explicaba sus casi cien años de existencia.

La fragua yacía al fondo del taller en un lugar oscuro, iluminado levemente por la escasa luz de una pequeña ventana. Este sitio le provocaba mucho miedo.

Él no se explicaba que la vieja pared de madera, entre el taller y la casa de los abuelos, no prendiera fuego cuando la fragua amenazaba el lugar.

carlos comenzó a ayudar a su padre en el taller desde muy niño en horario alterno con el de la escuela. En ocasiones se hacía el enfermo para no enfrentarse a su enemiga: la fragua.

cierto día tuvo fiebre y se sintió mal, pero nadie creyó que estuviera enfermo, por lo que se le obligó a presentarse al taller.

Hasta que su padre observó su estado, le dio la debida atención y lo llevó a casa de los abuelos. La abuela lo colocó en su antigua cama y con paños de alcohol le bajó la fiebre. El pequeño se durmió por un rato.

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al despertar reconoció las manos que lo acariciaban y la voz ronca que lo invitaba a incorporarse. El niño se sentó, a la vez se sintió inmensamente querido. La mujer lo invitó a seguir en la cama.

–carlos se enfermó y está en casa de los abuelos, cayó como muerto en el taller. abuela lo revivió y papá está muy asustado– dijo alicia a su madre.

La mujer sintió que el corazón se le salía y corrió hacia la casa de la anciana.

–¿cómo fue? ¿Qué le pasó?– dijo a la abuela.

–tuvo un simple desmayo por la fiebre, ya se la bajé y ahora está dormido. son las seis de la tarde, si quiere puede dejarlo conmigo para que pase la noche, además acaba de llover– dijo la anciana.

–no, mejor me lo llevo– contestó la madre.

La abuela insistió de nuevo. La mujer guardó su temor, y regresó a la casa con la fe de que su hijo se recuperaría.

Esa noche, carlos durmió en la cama de los abuelos, a la cual siempre admiró y soñaba con subirse. La superficie irregular del lecho le pareció un gran campo de juegos.

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La noche no fue cómoda, un resorte del colchón le molestó la espalda; pero eso no disminuyó la felicidad de sentirse con los abuelos. La anciana lo abrazó toda la noche, dándole la espalda al abuelo, quien ni cuenta se dio que un intruso ocupaba su cama, y quizá esa noche, le quitaba su lugar en el corazón de la abuela. El niño, acurrucado en el rincón de la mujer, no se cambiaba por nadie.

Los ancianos despertaron a las cuatro de la mañana como era su costumbre.

La abuela encendió el fogón y chorreó el café, que tomaron con el mismo ritual: sentados uno frente al otro, separados por una pequeña mesa, tomaban sus dos o tres tazas del líquido acompañados del pan francés, que el viejo obtenía en la panadería cercana. La mujer ingería el café y al mismo tiempo fumaba, lanzando el humo a la cara del anciano. Él no protestaba. si lo dirigía en dirección contraria, era mal presagio, pues era signo de enojo.

El niño despertó a las seis de la mañana al compás de la música de la banda. no reconoció el lugar. De pronto se sobresaltó, esbozó una sonrisa y se alegró, no se había orinado.

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se sentó en la cama y volteó a ver el hermoso mueble mientras con sus manos moldeaba la talla del respaldar.

Dos bolas de caoba sobre la superficie, llamaron su atención. se puso de pie, trató de alcanzarlas, pero no pudo. El respaldar era más alto que él.

se sentó de nuevo, no sin antes mirar el cuadro de la santísima trinidad al pie de la cama, que los viejos veneraban en una pequeña y antigua repisa con su vela de aceite encendida.

La pared con cuadros mundanos y religiosos, le encantó. El de La imagen ortodoxa de la Virgen del socorro, que destacaba por su dorado brillo, lo hizo pensar que era de oro.

El del arcángel san rafael con el gigantesco pescado sobre su hombro y la cara femenina de tobías, que según el niño le comentaba al ángel sobre el éxito de la pesca, siempre lo tuvo en su mente.

Pero el que más lo impresionó fue el de la Virgen del carmen, quien desde el cielo y con su cara de reina de belleza, miraba despectivamente a las almas del Purgatorio, que prendidas por el fuego, no daban signos de dolor.

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Ese cuadro que no entendía, le dio miedo y lo asoció de inmediato con los muertos que sí lo atemorizaban.

–Dice mamá que se levante y vaya a la cocina a tomar café– la voz chillona de la tía Graciela lo asustó.

Dígale que ya voy– contestó el niño.

sus ojos, clavados en el viejo ropero, veían y veían lo que el mueble mostraba a través de una de las puertas entreabiertas. El olor a cedro le gustó, pensó que se le había puesto algo especial para que oliera tan bien.

se levantó, abrió la otra puerta y se quedó sin habla, la abuela mantenía ahí lo que consideraba su tesoro: collares, pulseras, anillos, aretes, la mayoría viejos y de fantasía, estampas de Primeras comuniones, recordatorios de difuntos y muchos rosarios que colgaban de las paredes.

La foto de un hombre, tipo oriental, con un pañuelo arrollado en su cabeza, le llamó mucho la atención. a los años supo que era rodolfo Valentino, artista del cine mudo, admirado por la abuela. además cajas y cajas llenas de cosas que la mujer nunca sacó, y

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que le permitían salir de un apuro, cuando tenía que hacer un regalo.

–¡Desobediente! ¿Va a venir o no?– gritó la tía.

El niño no esperó más y salió con rapidez.

–Ya sabía yo que la santísima trinidad lo iba a curar. ¡Qué bien está!– dijo la abuela.

–¡Qué bonitas cosas tiene en su cuarto, abuelita! ¡Qué grande y calientita es su cama!

La vieja sonrió y le sirvió café con un pedazo de tamal asado, el predilecto del niño.

“En verdad, qué lindo es estar donde abuelita”, pensó.

La anciana, casi susurrando le ofreció más tamal, no quería que Graciela se diera cuenta. según la tía, era necesario rendirlo toda la semana.

–¡Dice mamá que regrese a casa!– la voz de alicia, lo estremeció.

La abuela lo despidió con un beso en la frente. El niño le tomó el rostro con sus manos y le dijo:

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–¡Gracias, abuelita! Luego salió con prisa hacia el hogar.

–¡Haciéndose el enfermo para dormir con la abuela! ojalá lo haga todos los días, así podré dormir mejor.– dijo la niña.

carlos no contestó. En ese momento podía soportar cualquier burla o reproche, viniese de donde fuera.

Ese domingo no fue a misa como era su costumbre. se sentía débil por la fiebre sufrida, por lo que se vio obligado a permanecer en cama el resto de la mañana.

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LOS JUEGOS

Ese día por la tarde, carlos organizó los juegos de los niños: salero, escondido y la sortija. Este último se prestaba para que los hermanos mostraran sus talentos.

a alicia le correspondió recitar. Lo hizo mal porque no se sabía los poemas, además tenía la voz muy fea, lo que atrajo las risas de los niños. La muchacha al final los insultó.

amalia de siete años, amante de la música, pidió bailar como castigo. Lo hizo tan bien que se ganó el aplauso del público.

a rubén de cinco y a Edgar de tres, por ser “mantequilla”, no se les tomó en cuenta. rubén, el mosca muerta, trataba siempre de imitar a los demás.

Los juegos terminaron con el preferido: jugar de casita.

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carlos tomó el rol de papá y alicia el de mamá.

La muchacha hizo el papel muy bien, imitó a la madre en todo. Limpió la casa, dio órdenes, gritó y se enojó mientras lavaba y aplanchaba. al final, poseída de su papel, golpeó y vociferó a los demás:

–Hijos desobedientes, me las van a pagar, por su mal comportamiento se van todos a la banca.

alicia se parecía mucho a su madre, de rostro bonito y piernas delgadas. su pelo, como el de la mujer, se extendía hasta la cintura, lo que la llenaba de orgullo.

su mamá le contó que todas las mujeres de la familia, comenzando por la tatarabuela, habían tenido el pelo largo, y que su madre lo llevaba hasta los tobillos, ya que su padre le hizo prometer que nunca se lo cortaría.

La muchacha con el fin de parecerse a su mamá se recogía el cabello en una redecilla. cierta vez, hasta postizos se puso, pues le llamaba la atención el busto grande de la mujer.

“cuando crezca me gustaría tenerlo más pequeño”, se dijo.

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cuando la mamá no estaba en la casa se ponía los zapatos de gamuza con punta italiana y altísimos tacones, que Marta, su madre, ocasionalmente usaba. además, lucía el sombrero de color malva con rosas rojas y velo largo para cubrir el rostro. El sombrero había sido un obsequio de doña Gilda, para la boda de Matilde, la cuñada mayor, quien al casarse con un hombre rico pensó que todas sus madrinas debían ir con sombrero a la boda.

Marta no quería usar el atuendo, pero se vio obligada a hacerlo.

En la boda, Marta llamó mucho la atención. amancio, el novio, al verla quedó impresionado. La mujer con un vestido ceñido al cuerpo, prestado por Matilde, lucía bella, y con la cara cubierta por el velo, hasta enigmática.

El hombre, amante del cine, la comparó con Greta Garbo, la actriz de moda; pero Marta nunca se interesó en saber quién era la artista.

–con qué esa es la tal Greta– dijo Marta, cuando su esposo le mostró el recorte de periódico con la foto de la famosa dama.

–Lástima que no ocupe mi lugar. Yo la quisiera verla una sola mañana haciendo mi trabajo y

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aguantando esos güilas desobedientes. Le aseguro que por una sola vez que sacara el colchón de carlos al patio, se le quitaría esa cara de tonta– agregó.

–Yo la veo muy bonita– respondió el hombre.

–¡claro, para usted, cualquier mujer es bonita!– contestó aquella.

El esposo salió hacia el taller. La mujer volvió a observar el recorte con disimulo.

–realmente no es tan fea. sólo que tiene ojos de cabra a medio morir. Pareciera que se pasa el tiempo llorando– dijo Marta.

tomó la foto, se fue a su cuarto y sacó del ropero una pequeña caja con polvos, una mota y su único lápiz labial. Frente a un espejo trató de maquillarse como la artista. se pintó un lunar en la mejilla con un pequeñísimo carbón.

–Greta, somos como gemelas, ¿qué haría mi esposo Edgar con dos mujeres como nosotras?– exclamó riéndose como loca.

al rato se lavó la cara con agua de la pila del patio y siguió sonriendo. rubén y Edguitar a la par de su madre, pensaban que ella jugaba con el agua.

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al final de la tarde, los hermanos pequeños empujaban con fuerza a alicia cuando los agredía. La niña, al caer, besaba el suelo, enredada en los grandes tacones y el sombrero, si lo tenía puesto, volaba a la distancia. Los niños corrían tras él y en competencia, uno de ellos se lo ponía imitando a la hermana mayor.

Una vez, la muchacha les pegó tan fuerte, que entre todos le dieron una tunda. alicia, muy enojada, les gritó:

–¡a la madre no se le pega! ¡a la madre no se le pega!

carlos, al imitar a su padre, fruncía el ceño como su progenitor cuando al llegar a casa se daba cuenta que la comida no estaba lista. Pero lo mejor era cuando hacía la imitación bajo los efectos del licor: daba besos y mimos a sus hijos, roles actuados por los hermanos menores, al tiempo que ordenaba a su esposa arreglarse y ponerse bonita.

–¿cómo quiere que esté bonita si nunca hay un cinco para comprarme un vestido nuevo?– le decía alicia, jugando el papel de la mamá.

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El pleito se hacía cada vez más grande cuando los menores, alrededor del hermano mayor, fingían que lloraban y se enjugaban sus ojos.

–también nosotros queremos un vestido nuevo– decían.

–¡se acabaron los juegos! carlos, traiga a su papá que está en “La Esquina”– expresó Marta, muy contrariada.

–La chismosa de doña cecilia, dice que lo vio con unos amigos en esa cantina– agregó la mujer.

El niño enfureció, odiaba que su padre tomara licor, aunque fuera en forma esporádica.

–¡no quiero ir, él no me hará caso!

–¡Usted me obedece, o lo mando a la banca!

El hijo al borde del llanto fue en busca del papá y lo encontró con dos amigos. no cabía la menor duda que se la pasaban de lo mejor.

–Mamá quiere que regrese a casa– le dijo al padre. al mismo tiempo lo jaló del pantalón.

–Dígale a Marta que no moleste.

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–Papá, por favorcito, regrese conmigo, si no lo hace, mamá me castigará.

–¡niño malcriado deje tranquilo a su papá. Este lugar es para gente mayor, ya no moleste a Edgar!– dijo uno de los hombres.

carlos le lanzó una patada al hombre con tanta fuerza, que su pie se inflamó por una semana. Hasta se creyó que se lo había fracturado.

De regreso a la casa, su infelicidad era tanta que se quiso morir. se refugió en el corredor de la casa de don abel, en donde dio rienda suelta a su dolor y comenzó a llorar.

“nunca, nunca, tomaré un trago de guaro”, se dijo.

–¿Por que llora, niño?– lo interrumpió el anciano.

–¡a usted qué le importa!– respondió aquél.

–¡chiquillo malcriado!, lo acusaré con su mamá para que le dé una paliza.

carlos no escuchó la amenaza y corrió hacia la casa.

–¿Por qué no trajo a su tata?– lo increpó la madre.

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–Él es un majadero y no quiso venir.

–¡Usted es un inútil, no sirve para nada!

–Entonces, ¿por qué no fue usted a traerlo?

El infante se estremeció, había faltado el respeto a su madre.

La mano dura de Marta cayó sobre su hombro.

Muy asustado, salió como alma que lleva el diablo, directo al excusado de hueco, su eterno acompañante. al rato se durmió sobre el piso del pequeño aposento.

Luego salió y al observar el precipicio a sus pies, tembló. tomó una piedra y la lanzó al otro lado del río. La Penitenciaría central, en ese sitio, le pareció un castillo medieval, como el que había visto en el libro de la niña Dora, su maestra.

De pronto, le vino a la mente, la realidad que se vivía en dicha cárcel: reos maltratados y desnutridos colmaban el sitio y pedían ayuda. Muchos de ellos con varios intentos de fuga en sus expedientes. acontecimientos, de los cuales había sido testigo, al ver los hombres huir por el patio de su casa.

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“Jamás pisaré una cárcel y nunca probaré el licor”, se dijo con seriedad.

El padre llegó tarde. La esposa, resignada, lo ayudó a desvestirse y acostarse.

carlos, con sus ojos asombrados, al ver la escena por una rendija de su cuarto, arrugó la cara. no comprendía la conducta de sus padres, elevó los hombros y le dio la espalda a alicia, quien dormía profundamente.

Esa noche le costó conciliar el sueño.

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LA ESCUELA

Lunes, día de escuela. carlos limpió las botas de tres años de uso, con varias reparaciones y que sólo usaba para ir a clases.

a pesar de lo vivido el día anterior, su espíritu se mantenía alegre, demostrándolo en sus canciones, que desde el baño llegaban como pitos a las casas vecinas.

comprendía la importancia del aseo personal, debido a las enseñanzas de la madre y de la maestra, quien a diario, los colocaba en fila, un poco antes de entrar a clase, para revisarles los dientes y las uñas.

camino a la escuela se encontró con otro niño.

–¡Qué hay carlos!– dijo rodolfo, compañero también de tercer grado.

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El niño le mostró su nuevo uniforme: pantalón azul corto, camisa blanca de manga corta y corbata negra.

carlos no pudo hacer lo mismo. Las puntas de su camisa y la corbata estaban deshilachadas por la costumbre de comerse la ropa, manía que lo acompañó por muchos años.

al subir las gradas de la entrada principal de la escuela, uno de sus zapatos pegó contra un escalón y se destapó en tal forma que parecía el hocico de un extraño animal.

Levantando su pierna como un guarda de algún palacio real, logró avanzar hacia el aula bajo las miradas y risas de los niños.

La maestra al entrar al aula, se dio cuenta que el niño no había ido a su encuentro, como era su costumbre.

–¿cómo está, carlos? ¿se siente bien?

–sí, niña.

La mujer conocía el entorno familiar y las necesidades de sus alumnos, carlos era uno de sus preferidos.

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al día siguiente, el niño asistió a clases sin zapatos ya que no tuvieron reparación. La maestra al verlo se conmovió hasta las lágrimas.

–Me siento muy bien sin ellos, puedo correr mejor y resbalar en los caños de la calle– dijo el niño.

–Por favor no lo haga, es pésimo para su salud– contestó la maestra.

–¿Quiénes de ustedes tienen zapatos de más para dárselos a carlos?– preguntó a los alumnos.

Varios compañeros elevaron sus manos. al rato, con gran regocijo, regresaron de sus casas con varios pares de calzado.

–¡Estos me quedan bien y son muy bonitos!– exclamó el niño.

Los zapatos, media bota, que siempre soñó tener, lo colmaron de felicidad.

–Gracias, gracias abraham por obsequiármelos– agregó.

al final de la jornada tanto la maestra como los alumnos se regocijaron por la misión cumplida. El polaco abraham fue el más feliz de todos.

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–tengo muchos zapatos, pase mañana a mi casa para que se pruebe algunos otros.– dijo el compañero.

–Está bien, mañana lo haré.

carlos, asombrado, aceptó con gusto la invitación.

Por la noche, el niño pensó mucho en la escuela.

“realmente paso mis mejores momentos en ella”, se dijo.

Las paredes del aula lucían sus cuadros. En ellas sobresalían los del cañón del colorado, las cataratas del niágara y la Estatua de la Libertad que la maestra mandó a enmarcar, después que doña Gilda, la polaca, le obsequiara el almanaque de paisajes que don saúl, su esposo, le trajera de los Estados Unidos.

“algún día, cuando sea grande y tenga mucha plata, como don saúl, visitaré esos lugares”, se dijo.

El armario, en donde la maestra guardaba los libros de cuentos infantiles, los cartones para el juego de lotería y otros más, era su mueble predilecto. no se cansaba de mirarlo.

cuando la mujer le prestaba uno de esos libros, se llenaba de felicidad. Podía llevarlo a casa, leer el cuento y disfrutarlo junto con los hermanos.

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cuidaba con esmero el “cuaderno de Vida”, el preferido de sus “útiles”. En éste podía dar rienda suelta a su imaginación con sus “composiciones”, o bien cuando dibujaba o simplemente pegaba recortes de periódico de noticias o reportajes sobre temas que la maestra veía en la clase.

La niña Dora era como su segunda mamá y la que llenaba su corazón. De pronto se sonrojó y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. recordó la foto de su hija, una bella niña rubia en un precioso marco sobre el escritorio de la maestra. La imagen lo volvió a cautivar.

“Las dos son muy lindas, pero Patricia, su chiquita, lo es mucho más”, pensó.

Luego durmió con placidez, la sonrisa no desapareció.

al día siguiente visitó la casa de abraham. sus ojos no podían abarcarla, le pareció grandísima. La mansión de dos pisos con un gran balcón de madera torneada y una torre redonda con techo de teja, se le asemejó al castillo de un rey.

tocó la puerta con debilidad, luego lo hizo con más fuerza, pero nadie contestó. a punto de regresarse, vio el timbre y lo alcanzó con una varilla.

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Una mujer gruesa, de mediana estatura y con una cara rosada, que le recordó una manzana, apareció en la puerta

–Hola, carlitos, ¿quiere ver a abraham?– dijo doña Gilda en un español enredado.

–sí señora, por favor llámelo, yo espero aquí– contestó el niño

De pronto apareció el amigo, quien desde el fondo del zaguán se acercó en forma rapidísima. Llevaba puestos los patines que su padre le había traído de Miami.

carlos, que no sabía nada de patines, se sintió maravillado al ver las piruetas que hacía sobre las ruedas. En su intento por frenar, cayó contra la pared con fuerza, ganándose una chichota en la frente. al tratar de levantarse, no pudo, debido a su exceso de peso.

En el segundo intento con ayuda de carlos, tampoco lo logró y los dos rodaron sobre el duro mosaico. al tocarse carlos la cabeza se palpó una chichota más grande que la de abraham.

riéndose ampliamente, exclamó:

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–ahora comprendo por qué en la escuela nos gritan:”¡abraham gordote chanchote!”, y a mí, “¡carlos, flaquillo monillo!”

Doña Gilda apareció de pronto.

–Eso le pasa por majadero y desobediente, le dije que no patinara dentro de la casa y que esperara el domingo para que su papá lo llevara a la plaza.– dijo la mujer. –Les pondré hielo en la cabeza– agregó.

–carlos, vamos a mi cuarto para escoger los zapatos que le prometí–dijo abraham.

El amigo lo siguió mientras pensaba: “realmente abraham está bien grande y gordo, pronto va a estallar su pantalón corto”.

La cama de bronce, sobre la alfombra de pared a pared, le hizo pensar que era de oro. sobre las mesas laterales, las lámparas del pato Donald y el ratón Mickey, le recordaron las revistas que con frecuencia alquilaba.

El polaco se lanzó sobre su cama hundiéndose en el suave colchón e invitó al amigo para que hiciera lo mismo. carlos se sentó con timidez en el borde del mueble y de inmediato la comparó con su duro camón.

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“El papá de abraham es muy rico”, se dijo.

no imaginó que el hombre trabajaba muchísimo vendiendo ropa a domicilio y cargando una pesada valija por la ciudad.

“Lástima que papá no es rico, pero, algún día lo será, pues trabaja duro el pobrecito. cuando sea grande, estudiaré, trabajaré mucho y seré rico, también”, se volvió a decir.

abraham abrió el ropero de tres cuerpos y le mostró su contenido: mucha ropa bonita y juguetes, entre éstos sobresalían los carros de cuerda, un trompo con música y luces de colores, un tren eléctrico, un mecano y muchas otras cosas.

ambos jugaron juntos por un largo rato. carlos estaba contento, sin embargo su maromero de palo no se le iba de la mente.

Una gaveta contenía los muchos pares de zapatos.

–carlos, escoja los zapatos que le gusten– dijo el niño sonriendo.

–¿cualquiera?– dijo el infante.

–sí, los que le gusten, menos las botas de “cowboy” porque papá me las trajo de México

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El niño se decidió por un par de tenis blancas que siempre quiso tener.

–son suavecitas y me gustan mucho, gracias, gracias– respondió.

abraham lo invitó a tomar un refresco en la cocina.

al abrir la refrigeradora, el niño que nunca había visto una, se asustó al sentir el frío. De de inmediato, se cubrió con sus brazos. se sorprendió al comprender que todo el contenido de la nevera era comida.

–¿Le gustan las gelatinas?– dijo abraham.

carlos miró con atención los envases de diferentes sabores y colores.

–no lo sé– contestó.

al saborearlos le disgustó el sabor. Estaba acostumbrado a los alimentos sencillos y siempre iguales.

–¿Qué son esas cosas?– preguntó el niño, señalándolas con la mano.

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–Esa es una pierna de ternero y la otra no es un pollo, es un pavo para festejarle el cumpleaños a mi papá –dijo el polaco.

carlos no dijo nada.

“¡Qué pavo más rico, de él pueden comer muchas personas y qué alas tan grandes!”, pensó.

La tarde pasó muy rápido. al dejar la casa, el niño llevaba en una mano sus tenis y en la otra, un pedazo de queque, que prefirió llevarlo a casa y compartirlo con sus hermanos.

En su mente revivió las sorpresas, mientras se repetía: “¡Qué lindo es tener amigos tan buenos como el gordo abraham y qué linda es su mamá. siempre los voy a querer mucho como ellos me quieren a mí. no hay nada mejor que tener buenos amigos! “

al recordar al gordo patinando, pensó: “¿Qué se sentirá estar en dos patines y salir corriendo?”

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EL CARRUSEL

carlos, al año de edad, enfermó en forma grave por una infección pulmonar. Los antibióticos dieron poca respuesta sus padres clamaron a Dios por la sanación de su hijo.

El niño mejoró, por lo que Edgar y Marta prometieron al creador, vestir a carlos de san Pedro en las procesiones de semana santa, que con solemnidad se celebraban. La promesa fue cumplida cuando el niño tuvo cinco años.

El primer día, el niño lloró a lo largo del trayecto a pesar de estar bien amarrado a un poste central del anda. Mucho temor sintió cuando un amigo del papá, apodado “Flauta” por su gran estatura, se ofreció a levantar el anda, pues ésta perdió su posición horizontal.

El niño, por miedo al nazareno y a la Virgen Dolorosa, prefería cubrirse la cara con una mano,

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mientras con la otra sujetaba con fuerza las centenarias y pesadas llaves del taller de su papá.

El niño lloró menos el Jueves santo. El Viernes santo no lo hizo, ya que había empezado a gustarle la altura. al aprovechar las circunstancias, extendía los brazos en cruz y jugaba que era un avión. El sábado santo ya no quería bajarse del anda.

El Domingo de resurrección, en la procesión de la cinco de la mañana, con la alegre música de la Banda de san José, extendió con fuerza sus brazos y soltó las llaves del reino. Éstas después de volar, cayeron sobre la cabeza de tinita, anciana del barrio con artritis y ceguera casi total, que por nada del mundo se perdía una procesión. a los gritos de la mujer y los lamentos de su hijo alfredo, el niño comenzó a reír nerviosamente.

El hijo de tinita, que nunca olvidó lo ocurrido, al ver las risas del pequeño,se enojó mucho. Los padres no supieron en qué hueco meterse.

Las llaves desde luego se perdieron.

Un domingo carlos y sus hermanas fueron a misa, enviados por sus papás. aquellos habían ido al oficio muy de mañana.

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La iglesia ofrecía sus servicios en un galerón de madera provisional y los catequistas los atendían con gran amabilidad.

además, ir a misa les permitía ver el viejo carrusel con sus lindos caballos en actitud de carrera y sus coches hermosos, que al girar prendían y apagaban sus luces de colores. tocarlos hacía de ellos los seres más felices de la tierra y ni se diga, cuando el aparato circulaba al compás de su música. amalita, la más entusiasta, al llevar el ritmo, corría alrededor del carrusel en marcha moviendo su cuerpo con facilidad.

carlos y alicia observaban el espectáculo con la boca abierta. algunos padres se subían con sus hijos pequeños. Los niños más grandes lo abordaban solos. otros repetían el viaje, a pesar de la negativa de los papás.

–¡tengo muchas ganas de subirme en los caballitos!– dijo alicia.

–En navidad lo haremos, pues papá nos lo prometió– contestó carlos.

–Pero faltan muchos días– se quejó la muchacha.

–no muchos, pues estamos en noviembre– respondió el hermano.

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Las campanas de la iglesia repicaron por tercera vez para avisar que la misa daba comienzo. Los niños presurosos corrieron hacia el templo.

–carlos, amalita no viene con nosotros– dijo alicia, deteniéndose en su carrera.

El niño sintió que la tierra se lo tragaba y de inmediato recordó la voz de la madre:

“Vayan los tres a misa. carlos será el responsable de ustedes por ser el mayor.”

–Voy a buscarla– dijo muy asustado.

cuando llegó al carrusel, éste se había detenido para no interrumpir el oficio religioso.

Por más que buscó, no encontró a la niña. a punto de regresarse, vio a su hermana inclinada sobre el cuerpo del animal más pequeño, mientras lo abrazaba y lo sometía a numerosos besos.

–¡amalia!– gritó el hermano.

La niña pegó un salto y estuvo a punto de caer.

–Me gustan mucho los caballitos, se me olvidó la misa.

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–Va ver cuando lleguemos a casa– dijo carlos.

–Por favor no me acuse, prometo limpiarle los zapatos y dejárselos bien brillantes– rogó la niña mientras lo jalaba de la manga de su camisa.

–Está bien, pero lo hará durante una semana– contestó el hermano.

La niña arrugó la cara. no tuvo escapatoria, a pesar de que amalia, cercana a los seis años, convencía a cualquiera.

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“LA EXPLICACIÓN”

obedientes y dispuestos a seguir órdenes de los adultos, como sus padres les habían enseñado, oían misa con respeto, excepto amalia, quien pasaba el tiempo viendo para todos lados, mientras hacía muecas a los santos más feos y sacaba la lengua a los otros niños. sólo la imagen de la Virgen, con su esbozo de sonrisa, le parecía bellísima.

a la consagración del pan y el vino, con su fe infantil tenían la seguridad que Jesús se introducía en las especies.

“¿Qué se sentirá recibir a Jesús y qué sabor tendrá la hostia?”, se preguntaban los hermanos mayores.

ambos harían la primera comunión el ocho de diciembre, día de la Purísima concepción. Llenos de ansia esperaban la llegada de esa fecha.

al salir de misa permanecieron nuevamente frente al carrusel. Esta vez, carlos tomado de la mano

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de la hermana menor, no la dejó marcharse, por más que la niña insistió.

contentos y felices regresaron a casa. De camino, un estruendoso ruido los asustó. al mismo tiempo, carlos sintió un duro golpe en su espalda que casi lo tumba al suelo. El polaco abraham con sus patines había llegado.

–¡Qué hubo carlos!

–¡Qué hubo abraham!

El niño se alejó a gran velocidad abriendo sus piernas en zigzag, ocupando toda la acera. Muchos se hacían a un lado, otros prefirieron lanzarse a la calle.

Los hermanos al verlo doblar la esquina, corrieron tras él, pero de pronto un espantoso grito los conmovió. El polaco había caído de panza y por más que quiso no pudo ponerse de pie. El niño permaneció sobre el suelo y respiraba con dificultad. Los amigos le quitaron los patines.

al rato, cuando trataron de ponerlo de pie, un extraño ruido se escuchó. El pantalón corto se le había desgarrado, dejando ver un trasero grande y rosado como la cara gorda de un querubín.

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alicia y amalia soltaron la risa, a tal grado que nadie las pudo detener. En sus nerviosos movimientos casi lo dejan caer de nuevo.

carlos, realmente adolorido por su amigo, lo consoló mientras lo sostenía con dificultad. Los tres hermanos lo llevaron a la casa.

Doña Gilda, al verlos, tomó a su hijo de una oreja y lo introdujo con brusquedad.

–¡Le dije que patinara con cuidado porque se iba a matar!

El niño no dijo palabra, se fue a su cuarto y se acostó, no sin antes quejarse por un largo rato.

De regreso a casa, los tres hermanos se reían sin control. alicia era quien más lo hacía, al grado de empujar a los demás. El trasero de abraham no se le iba de su mente, tanto se rió, que se orinó en la acera un poco antes de llegar a la casa.

carlos al ver el pequeño río desbordado, dijo:

–Ésta me ganó a mí. Luego se puso muy serio y exclamó:

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–¡cochina! ¡cochina! ¡Qué vergüenza orinarse delante de la gente! alicia, en un silencio sepulcral, quiso hacerse un hoyo en la tierra.

al contar lo sucedido en casa, amalia fue la más explícita y exagerada. Los padres junto a sus hijos se divirtieron de lo lindo.

alicia, sin comer y acostada en la cama, no le alcanzaron las manos para cubrirse con la cobija.

Por la noche, tendido sobre el camón, carlos volvió a sentir lástima por abraham, mientras se preguntaba una y otra vez: “¿Qué se sentirá patinar tan rápido?” Por un instante, tuvo la seguridad de que muy pronto obtendría la respuesta.

Las lluvias se fueron, el viento se tornó frío y diciembre se hizo presente Los hermanos durante el año se prepararon en la “Explicación” aprendiéndose las lecciones del sencillo catecismo.

carlos con su buena memoria lo hizo antes que los otros niños. alicia por el contrario no daba una.

La niña Lupita, catequista de experiencia, se dio por vencida, por lo que le permitió a la hermana hacer la Primera comunión, a pesar de su ignorancia.

Los niños a coro, se preguntaban con frecuencia:

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–¿En dónde está Dios?

–Él está en todas partes, tiempo y lugar– contestaban con jocosidad. sólo les faltó ponerle música.

ambos, con inclinación religiosa, temían mucho a Dios como sus progenitores, quienes no se perdían ninguna fiesta parroquial.

carlos, el más fervoroso, al regresar a casa de la “Explicación”, trataba de enseñar lo aprendido a sus hermanos.

amalia, muy interesada por el tema, preguntó en una ocasión:

–¿cómo se llamaría la santísima trinidad, sí en vez de tres personas, hubiesen sido cinco?

El hermano trató de explicarle el misterio del santo trío. claro; pero el muchacho, por más que quiso, no pudo darle respuesta. De él salió solo una fuerte llamada de atención a la niña.

según su manera de pensar, nadie tenía el derecho de hacer bromas con la santísima trinidad.

a la respuesta de rubén: “La santísima trinidad son san José, la Virgen y el niño… ¿Y la mula y el

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buey, qué?”, el hermano se vio tentado de darle un coscorrón.

“Por ser tan pequeñito, mejor no se lo doy”, pensó dentro de sí.

Por las noches, los hermanos rezaban “El Bendito“ y no se dormían si no eran persignados por la madre o la hermana mayor.

En el mes de mayo iban a la iglesia junto con otros niños, a rezar el rosario en honor a la Virgen.

cierta noche, la madre envió con ellos un ramo de rosas para el altar. De camino discutieron quién iba a llevarlas. al final alicia ganó, colocando a los pies de la imagen un ramo de flores con muy pocos pétalos. El resto, los habían dejado en el camino.

El sacerdote de la parroquia dispuso coronar a la Virgen el último martes del mes, por lo que encargó a la niña Lupita escoger al niño y a la niña, que hubieran aprovechado mejor las enseñanzas. De inmediato pensó en carlos y Patricia Pérez, la bella hija de la niña Dora. Esperó el sábado siguiente para darles la noticia.

–¿Por qué llegó tarde?– preguntó la catequista

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–tuve que ayudar a mi papá en el taller– dijo el niño, jadeando y limpiándose la cara tiznada con la falda de su camisa.

Jamás me perdería la “Explicación”, se había prometido carlos.

–Usted ha sido escogido para coronar a la Virgen.

–¿Por qué yo?

–Porque usted es un buen alumno y no tiene ausencias.

–¡Qué lindo debe se coronar a la Virgen!– exclamó el niño dando su mejor sonrisa.

–tiene que aprenderse esta recitación y la va a decir junto con Patricia Pérez –dijo la mujer.

carlos de inmediato volvió a ver la niña, quien al sentir sus ojos, arrugó la cara en un gesto despreciativo. El niño enrojeció. “realmente es muy bonita aunque sea tan pesada”, se dijo.

Hoy mismo me aprendo el poema– dijo aquél con alegría.

Luego regresó donde sus compañeros, con los que compartió su felicidad.

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al llegar a casa, amalita fue la primera en saber la noticia.

–¡Mami! ¡Mami!, carlos coronará a la Virgen el martes– gritó la niña.

–¿Es verdad eso, hijo?– preguntó Marta, su madre.

–¡sí, mami!

El niño le explicó la causa de la escogencia. Marta, en forma efusiva la abrazó y lo besó varias veces.

Esa misma noche, carlos memorizó el poema bajo la tenue luz de la cocina. Lo repitió un sin número de veces antes de caer dormido. Eran las diez de la noche.

Ese martes del mes de mayo, Marta salió fuera de la ciudad a completar un negocio de un producto del trabajo de Edgar, su esposo. Le tomó muchas horas, por lo que se llenó de preocupación mientras pensaba mucho en sus hijos.

a su regreso, encontró a la familia en un llanto desconsolador. su hijo carlos había sufrido un accidente.

–¿Por qué lloran?– preguntó muy alarmada.

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–carlos está en el hospital. Le cayó agua hirviendo.–dijo alicia.

–Mami, yo tenía hambre. Por eso me subí en un banco para bajar la tapa de dulce y darle un mordisco. cuando lo hice rubén y Edguitar me pidieron un pedacito. En ese momento llegó carlos muy furioso. Me quitó la tapa y me regañó. Luego la puso en su lugar; pero al bajarse se trajo al suelo la cafetera con el agua hirviendo y se quemó la espalda– agregó.

Marta, en un solo temblor y con la voz entrecortada, exclamó:

–¡oh Dios mío!, y su papá, ¿en dónde está?

–Él está con carlos– dijo la niña.

La mujer tomó su bolso y salió hacia el hospital en un mar de lágrimas.

carlos, en su cama, desnudo, boca bajo y con mucho dolor, lloraba con amargura. La madre, al verlo, deseó lanzarse sobre él, pero la enfermera la detuvo.

–¡Mamá! ¡Mamá! Yo soy culpable. Yo lo soy. Por la mañana había mordido la tapa de dulce y no quise que mis hermanitos lo hicieran. la Virgen no quiere que yo la corone– dijo llorando a lágrima viva

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El niño trató de girar su cabeza para ver a su madre, al mismo tiempo que se orinaba profusamente, tanto que el líquido traspasó el colchón de la cama, ante el disgusto de la enfermera que lo curaba.

Marta, con el corazón oprimido, deseó ocupar el lugar de su hijo.

Esa noche, la Virgen recibió la corona de manos de Patricia Pérez.

al hacerlo, la niña notó un brillo especial en los ojos de la imagen, y se dijo: “La Virgen llora.”

tenía razón, la Madre lloraba por la ausencia de su pequeño hijo.

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LOS PATINES

La niña Dora frente a su escritorio prosiguió con la lista.

Francisco Marín –––––––– lombrices y tricocéfalos.

antonio Muñoz ––––––––ninguno.

Mario Pérez –––––––––––lombrices.

carlos rodríguez –––––––lombrices, tricocéfalos y anquilostomas.

–Usted es el dueño del zoológico– dijo Marcos mientras le daba un duro golpe por la cabeza. carlos detestaba esos ataques de su compañero de clase.

–Mañana vienen en ayunas para darles las medicina contra los parásitos– dijo la maestra.

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La mayoría de los niños arrugaron sus caras. odiaban con fuerza tomar el aceite de resino que los hacía vomitar y los enfermaba por la intensa diarrea.

carlos y rodolfo no aguantaron el ayuno.

su amigo, al llegar a la escuela, compró guayabas, carlos le aceptó una pequeña y muy madura. rodolfo se comió tres. sus diarreas fueron tan severas que pasaron el fin de semana en el servicio.

–Ese purgante de la escuela es para caballos– dijo Marta alarmada por la salud de su hijo.

–Usted tiene razón– respondió el niño.

Por ningún motivo mencionó las guayabas.

El lunes siguiente al presentarse a la escuela, la niña entró en zozobra al ver a los chicos tan pálidos y con olor a muerto. Por eso los envió a sus casas.

–¿Ustedes ayunaron? ¿Verdad?– les preguntó cuando salían del aula.

–¡sí maestra, ayunamos!– contestaron en coro cruzándose las miradas.

–Es que el purgante es para caballos– agregó carlos.

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La escuela seguía siendo para el niño su mejor experiencia. El amor de la maestra y el cariño de sus compañeros lo llenaban.

Pero no todo fue miel, sus compañeros, en general, eran buenos y lo trataban bien. salvo Marcos, quien lo golpeaba, lo sometía a pellizcos y a jaladas de pelo. En ocasiones lo hacía caer por zancadillas y agresiones acompañadas de insultos como: “enano, lombriz de tierra, palillo de dientes, popi, y el preferido del agresor, gato con botas”, por los grandes zapatos que nadaban en sus pies. cierto día, la caída fue tan severa, que ameritó llevarlo al hospital para suturarle una herida en el mentón.

al llegar al servicio de urgencias, el olor a cloroformo le dio mareos y el niño se desmayó en los brazos de la niña Dora, quien si pedir permiso, ingresó al consultorio del médico bajo las miradas de reproche de las monjas del lugar.

El hospital le llamó la atención por lo bonito de su jardín interior con sus dos figuras de mármol, griegas o italianas.

El gordo abraham, seguía siendo su mejor compañero. siempre le regalaba ropa con la complicidad de doña Gilda, quien en muchas ocasiones le obsequiaba vestidos de raquel, su

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fornida hija, hermana menor del polaco. Marta los arreglaba a mano, y amalia los lucía con orgullo. La ropa del polaco no le servía a carlos, sin embargo mantenía la esperanza de crecer y engordar para usarla.

algunas veces, abraham encontraba ropa de cuando era pequeño, lo que hacía feliz a carlos, como aquel juego de marinero con pantalón y chaqueta blanca con botones dorados, en la cual sobresalían las anclas. Un pañuelo azul en el cuello completaba el atuendo, lo cual era motivo de envidia para los niños del barrio.

Una tarde, el polaco lo invitó para mostrarle su nueva bicicleta, los patines pasaron al olvido en el garaje de la casa. Después de admirar la bici, abraham notó el interés de su amigo por los patines.

–¿Quiere patinar?

–¡sí, por favor!, pero usted me enseña– dijo carlos.

De inmediato se los puso y su compañero trató de enseñarle a sostenerse sin perder el equilibrio. La experiencia, repetida tres veces, fue un completo fracaso. El niño habría sus piernas como tijereta y el mundo se le venía encima.

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Por eso carlos aprendió a patinar en un solo patín.

“algún día patinaré con los dos”, se dijo.

Le parecía muy bonito ir a toda velocidad guardando el equilibrio. El viento lo golpeaba en la cara y el aire tenía otro sabor.

“¡Qué lindo es patinar!”, repitió dos veces.

al final de la cuadra y a su máxima velocidad, vio un bulto que venía a su encuentro. Quiso cambiar de dirección, pero no pudo. Era una flaca niña, quien asustada y a puñetazo limpio, trató de quitárselo de encima.

–¡Va a ver, condenado, lo voy a acusar con mamá!– gritó alicia, llorando muy asustada y sobándose sus brazos.

–¡a mí qué me importa!– vociferó el niño a la distancia.

En verdad, no le importó.

sobre su patín se sentía muy feliz. Quiso llegar a lugares desconocidos.

su casa había quedado atrás, eso tampoco le importó. “Me gustaría huir para siempre”, se dijo.

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al rato reflexionó: “Mamá, papá y mis hermanitos me esperan en casa, los quiero mucho, mucho, por ellos no puedo irme para siempre. además, ¿qué haría yo sin la escuela, sin la niña Dora y mis compañeros. además mamá dice que debemos cumplir con el cuarto mandamiento”.

Más tarde decidió regresar. Llegó a casa de abraham y le entregó el patín, no sin antes darle un caluroso: “¡Gracias!”

De camino al hogar, pensó que algún día tendría sus propios patines.

“¿Qué sentiré al correr en dos patines?”, se volvió a preguntar.

Un domingo por la tarde, Espíritu, un amigo de Edgar, llegó a visitarlos con unos tragos demás. Fue muy amable y generoso con los niños. Por la tarde, la madre preocupada por el estado del visitante y porque se hacía tarde, dio la siguiente orden:

–carlos, acompañe a Espíritu y llévelo del brazo a la estación.

–Él casi no puede caminar– alegó el chico, a punto de convertirse en un adolescente.

–¡Usted me hace caso, o lo mando a la banca!

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–Está bien mamá– contestó el hijo.

El chico llevó al hombre, no muy contento, pues Espíritu quiso visitar todas las cantinas del sector a pesar de los ruegos de carlos.

nuevamente, se prometió a sí mismo que jamás en su vida aprendería a tomar licor. su padre ya no visitaba “La Esquina” con la misma frecuencia. según el hijo, Dios había escuchado, en parte, su ruego.

al salir Espíritu del último bar, el niño deseó que hiciera honor a su nombre y se esfumara, pero no fue hasta la amenaza de dejarlo solo que el hombre hizo caso. al fin llegaron a la estación.

El hombre se subió al bus, sin comprender la frase: “Yo no llevo borrachos”, de parte del chofer.

El infante al escucharlo, exclamó:

–Por Diosito santo, llévelo, llévelo, no puedo regresarlo a la casa.

Espíritu, a pesar de su estado, dijo adiós desde la ventana y le lanzó un billete.

carlos, al recogerlo tuvo la seguridad de que era “una rana” o sea, cinco colones. se sintió el niño más

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feliz de la tierra. nunca en su vida había soñado con uno igual.

Esperó con ansia llegar a casa para compartir aquella felicidad con su familia.

a mitad del camino sacó “la rana”. sus ojos se desorbitaron y comenzó a sudar frío. El billete era, ni más ni menos, uno de cincuenta colones, que poquísimas veces había visto en su corta vida. tuvo duda, hasta pensó que se le habían olvidado los números.

realmente Espíritu en su estado, no supo lo que hacía, era una gran fortuna.

De pronto, unos patines usados, pintados con pintura plateada y en la vitrina de una compra y venta cercana al mercado, llegaron a su mente

. –¡Me los compraré!– dijo –¿Y si mis papás no me dan permiso?– agregó.

se entristeció un poco y tomó la decisión de no comentar nada.

–¡Me los compraré!– volvió a repetirse.– además llevaré muchos dulces para mis hermanos y en la escuela invitaré también a mis compañeros, especialmente al gordo abraham, quien es el que

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siempre me invita. a Marcos, por ser tan pesado y grosero conmigo, no le compro nada.

Esa noche le costó mucho dormir.

al día siguiente, como un rayo entró en el chinamo, compró los patines y se fue al otro lado de la ciudad, en donde nadie conocido lo viera jugar.

Después de varias caídas aprendió a patinar en dos patines y se deslizó por el Paseo colón hasta llegar al aeropuerto, en cuyas amplias aceras patinó hasta cansarse.

se compró un algodón de azúcar, lo ingirió en un santiamén y en forma acrobática, en ningún momento dejó de patinar. su sueño, tan esperado, lo colmaba.

Pronto fueron las once de la mañana, tiempo de volver a casa. se quitó los patines y los guardó en la misma bolsa en que se los dieron.

al llegar al hogar y procurando que nadie lo viera, se introdujo de panza bajo el piso de la casa, hizo un hoyo profundo y enterró la bolsa.

tranquilo y muy contento se alistó para ir a la escuela.

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“¡Qué lindo es patinar en dos y qué rápido aprendí! ¡Lástima que abraham no me haya visto!”, se dijo por la noche antes de dormir.

“creo que el polaco es un inútil a la par mía. ¡Qué bien tomé las curvas y qué manera de frenar!”, agregó al rato.

Luego se durmió profundamente. Estaba cansado y sus piernas le dolían mucho.

a medianoche soñó que patinaba maravillo-samente y a gran velocidad. Las ruedas no hacían ruido. ¡claro!, lo hacía en el cielo. traspasaba las nubes y las vencía a toda velocidad.

Por un instante, le ganó a las aves del cielo, quienes en un momento dado quisieron competir con él. Formó grandes círculos acrobáticos, el infinito no era suficiente. así se fue alejando de la tierra.

En su ascenso encontró la luna, la cual no le gustó por seria, siguió hasta alcanzar la estrella más brillante del firmamento, la admiró por un rato y luego se perdió en el universo.

Durante su trayecto llevaba en su mano un gran algodón de azúcar rosado, tan grande que la brisa le desprendía algunos pedazos, que se perdían en el

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espacio. Pero el algodón no se acababa nunca. Era eterno como carlos lo era en ese momento.

–Mamá, carlos se ha movido toda la noche– dijo alicia con su cuerpo adolorido.–Parecía como si estuviera patinando.– agregó.

–De seguro tiene lombrices otra vez– expresó la madre.

carlos, al escucharlas, se cubrió con la cobija y se rió con malicia.

Por la mañana fue a la escuela. al regresar esperó largo rato el momento propicio para meterse debajo de la casa y buscar sus patines. se arrastró como topo, excavó la tierra y un grito desgarrador salió de su corazón: ¡Los patines habían desaparecido!

Histérico y con lágrimas en sus ojos rastreó todo a su alrededor, pero los patines no aparecieron. sintió que la casa se le venía encima. Falto de aire sintió que se moría.

Un solo grito salió de su boca: –¡Mamá!

Logró salir del lugar con dificultad y corrió hacía el excusado, su refugio, en donde permaneció por un largo rato. nunca en su vida se había sentido tan solo.

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–¿Quién sería el hijue… que me los robó?– dijo con mucha cólera.

Era la primera vez que decía esa palabra, pero no la terminó porque se puso su mano en la boca y la apretó con fuerza.

Decidió ir casa de la abuela. tal vez ella adivinaría lo que estaba viviendo. De camino se quejaba y sólo decía: “Mis patincitos, mis patincitos”.

nunca supo quien se llevó los patines.

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LA MUERTA

La mujer estaba sentada en su mecedora, al fondo del zaguán. al ver al niño, lo saludó.

¿cómo está carlitos? –Era la única que lo llamaba así.

–Bien abuela, ¿y usted?

–regular, acérquese para darle un beso– dijo la anciana.

El niño lo recibió en la frente no sin antes sentir el olor a tabaco y observar lágrimas en sus ojos.

–¿Por qué llora, abuelita?

–El humo del cigarro me irrita los ojos– mintió la anciana.

La mujer estaba preocupada por la grave enfermedad de Graciela, su hija menor quien

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apareció en la sala muy enojada por los numerosos exámenes médicos realizados.

al sobrino le pareció verla más blanca y delgada que nunca. carlos no pensó más en sus patines.

De regreso, no pudo olvidar la cara triste de la abuela, ni el enojo de Graciela. a la tía le quedaban pocos días de vida.

cuando supo la verdad sobre la salud de la mujer, no lo creyó. no aceptaba la muerte de un animal, mucho menos la de una persona.

“La muerte no debería de existir, a pesar de lo aprendido en el catecismo”, se dijo.

al morir la mujer, la familia se despidió de ella en el cementerio dándole un beso. rubén y Edguitar, fueron alzados por la madre y besaron el cadáver en los labios. alicia y carlos al ver la escena, quedaron rígidos.

–Dele un besito a la tía y dígale adiós– ordenó Marta a alicia, a quien había levantado como una pluma.

La niña cerró los ojos y la besó en la mejilla, permaneciendo sin habla el resto del día.

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carlos tuvo el deseo de huir.

–carlos, acérquese a la tía y despídase de ella –la voz de la madre lo detuvo.

¡no, no quiero! ¡Por favor, no...! El hijo no pudo terminar la frase. Marta de un jalón lo acercó, lo elevó con un brazo y con el otro le inclinó la cabeza hacia el rostro de la difunta.

carlos luchó para no rozar el cadáver con su cara. Vencido, la besó en la frente y al mismo tiempo sintió que se orinaba. La experiencia le había hecho sentir el miedo más terrible de su pequeña vida.

Llorando, corrió a refugiarse bajo la toalla larga y negra que cubría la cabeza y el cuerpo de la abuela.

–no llore más, Gracielita está en los cielos– dijo la anciana.

–¡no me importa si está en los cielos!, ella está ahí en ese cajón y casi me mata– dijo el niño en voz baja.

Desde entonces temió a los difuntos, miedo que lo acompañaría toda su vida.

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LA FIESTA

Esa mañana, camino a la escuela, los hermanos vieron correr a un hombre a gran velocidad cuesta arriba.

¡Es un reo que escapó de la Penitenciaría! ¡niños regresen pronto a su casa, porque la policía va a disparar!– exclamó una vecina.

Los niños corrieron como alma que lleva el diablo. Marta al verlos los cubrió con su cuerpo y sus brazos.

La policía inició la balacera, primero con tiros al aire y después contra el fugitivo. Un inexperto militar lanzó la ráfaga, sin importarle la gente del caserío.

Los niños lloraban y sus corazones latían con fuerza. carlos del susto se orinó.

Esa situación se repetía con regular frecuencia. La madre en una ocasión encontró a un presidiario

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escondido en su cuarto. El hombre pidió que lo protegiera.

El miedo a los balazos acompañó a carlos por muchos años. El temor aumentó en la revolución del cuarenta y ocho, pues los contrincantes se empeñaban en combatir en los alrededores de la Penitenciaría.

En esa época, el padre fue esposado y lo llevaron a un lugar desconocido. La familia fue presa del dolor que dan las revoluciones. Marta se vio obligada a huir con sus hijos. se refugió en casa de su madre Encarnación, lejos de la capital. La tristeza aumentó al no saber nada de Edgar por mucho tiempo.

con el triunfo de la revolución, la paz llegó. El padre fue liberado y se reunió con la familia. Los niños guardaron esos malos recuerdos para siempre.

La escuela le daba al niño muy buenas sorpresas. realmente era adoración lo que sentía por ella. La niña Dora preparó en secreto junto con sus alumnos la sorpresa para carlos: una fiesta en su cumpleaños. La maestra, por costumbre, celebraba los cumpleaños sus alumnos más necesitados. El niño, en el aula, reía nerviosamente cuando observaba las miradas maliciosas de sus compañeros.

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–carlos, ¿sabe qué se celebra hoy?– preguntó un compañero que no se aguantó las ganas.

no sé– contestó el niño.

–Ya verá– dijo otro.

Las clases terminaron a las cuatro de la tarde. a los niños se les invitó a pasar al frente del aula. Un compañero puso la silla de la niña Dora en medio de ellos.

–¿a qué vamos a jugar? –preguntó carlos sorprendido.

La maestra entró en el aula con un hermoso queque. La figura de un pequeño payaso comenzaba a derretirse por las diez velas encendidas que lo rodeaban.

Los compañeros cantaron “cumpleaños feliz”. al escuchar su nombre el corazón latió más aprisa. tuvo ganas de llorar, pero al final sonrió con nerviosismo. Muchas palmadas cayeron sobre su cuerpo, y más de un golpe fuerte. En especial uno durísimo de Marcos, que sin tener razón alguna le pegaba con alevosía y ventaja. Era un mamulón más grande que carlos.

Un torrencial aguacero caía esa tarde.

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El niño regresó a su casa muy contento. Quería llegar lo más pronto posible para compartir su dicha con la familia.

Llevaba un regalo debajo de su brazo: un uniforme nuevo obsequiado por la niña Dora. La corbata fue lo que más le gustó, pues era de hombre grande y nada parecida a la que llevaba a diario, comida hasta la mitad y pendiente de un elástico.

al pasar frente de la casa de abraham, carlos recordó que su amigo no había ido a clases y que se había perdido la fiesta. Decidió saludarlo por lo que tocó el timbre de la casa.

–¿Qué quiere carlos?– preguntó doña Gilda desde el balcón.

El niño se detuvo cuando estaba dispuesto a tocar el timbre por tercera vez.

–¿Por qué abraham no fue a la escuela, hoy?– gritó el infante.

–Él está con varicela y no irá a clases esta semana–respondió la mujer.

carlos permaneció en la puerta, esperando ser invitado a pasar.

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–no lo paso adelante porque puede enfermar de varicela– agregó la polaca.

El niño se retiró un poco triste mientras se preguntaba: “¿Qué es varicela?”

al llegar a casa, contó con lujo de detalles los acontecimientos de la celebración.

–Papi, cuando necesite una corbata yo se la presto.

El niño sabía que su padre aún tenía el traje entero de su boda, que lo usaba en entierros, matrimonios y en semana santa.

Por la noche, todos se fueron muy contentos a la cama.

La torrencial lluvia volvió a caer por la noche. El agua estremeció la casa y se coló en el cuarto de los hermanos.

–¡Vengan todos a dormir con nosotros!– expresó Marta.

Los siete durmieron con incomodidad, pero no les importó. Estar reunidos en esa forma era una experiencia grata.

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a las tres de la mañana Edgar y Marta, entre piernas y brazos de sus hijos, sintieron un calor especial. La madre se sentó como un rayo y se tocó su cuerpo. sí, carlos se había orinado.

El niño despertó al ruido de las voces y se quedó quieto, casi no respiraba. Estaba tan asustado que deseó, más que nunca, que la tierra se lo tragara.

–Vieja, no despertemos a los niños, pronto será hora de levantarse– dijo el padre.

–Está bien, pero mañana hablaré seriamente con carlos– respondió la madre.

El niño se hizo el dormido hasta la madrugada. su zozobra era tan grande que no pensó en el castigo que se le daría.

Dos horas después la banda tocó la diana, más ruidosa que ningún otro día. alicia al despertar se sumó al escándalo.

–¡Mami! ¡Papi! carlos nos ha orinado. ¡Qué cochinada más grande!

La niña se levantó de inmediato y se fue al baño, no sin antes torcerle con fuerza una oreja al hermano, quien siguió haciéndose el dormido.

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carlos deseaba dejar la casa lo más pronto posible.

Fue el último en levantarse. cruzó la cocina a una velocidad tan grande, que los padres sólo vieron una sombra moverse. se bañó, se arregló en la misma forma y salió hacia la escuela, sin tomar café.

Esa misma semana, Marta recibió una mala noticia: su madre Encarnación había tenido una recaída del derrame cerebral, sufrido años atrás. Decidió visitarla junto con sus hijos.

Edgar por cuestiones de trabajo, como era costumbre, no los acompañaría.

Los pequeños se alegraron por el paseo. Hacía tiempo que no veían a la anciana y sabían que la iban a pasar muy bien.

El día de la salida se levantaron a las cuatro de la mañana para tomar “la cazadora.” ni el agua ni el frío hicieron mella en los espíritus festivos de los hermanos.

La madre con Edguitar en brazos, rubén sobre la espalda de su hermano y amalia de la mano de alicia, cruzaron la ciudad.

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En la estación, los vendedores ofrecían en sus canastos: bizcocho, tamal asado, melcochas de coco, menta y ajonjolí, manjarete, alborotos, manzanitas de mazapán y muchas cosas más. Los niños, como hipnotizados, seguían a los vendedores con sus ojos de asombro.

La familia se colocó en un asiento de tres personas. “La cazadora”, incómoda y nada bonita, parecía que de pronto iba a saltar en pedazos.

cuando llegaron, la hermana menor de Marta los recibió con besos y abrazos. La abuela sentada en un sillón, rodeada de almohadas por las secuelas del derrame, trataba de saludar a los niños. Los más pequeños, al verla, comenzaron a llorar. Los mayores, que la recordaban en buen estado de salud, estaban sorprendidos y tristes al verla tan enferma.

–Qué rara está la abuela– comentó alicia cerca de la oreja de carlos, después de haber saludado a la mujer.

–¡sí!, se parece usted– contestó el niño. De inmediato carlos sintió un fuerte pellizco de su hermana.

Ese mismo día, el tío rafael les mostró los animales que cuidaba.

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Un ganso, como endemoniado, los persiguió a todos ensañándose con rubén que gritó como loco. Eso sí, disfrutaron mucho con los conejos, los patos, las gallinas y las vacas con sus terneros.

El tío ordeñó una de las reses y les ofreció leche “al pie del animal”. todos la tomaron, a excepción de Edguitar a quien sólo le gustaba con azúcar.

Por la noche, metidos en sacos de gangoche por falta de pijamas, brincaron largo rato hasta caer rendidos sobre los camones.

a carlos le tocó dormir con la abuela. La viejecita dormía casi sentada para respirar mejor. con gran dificultad, emitía ruidos extraños que asustaban al niño. carlos, temeroso de que la abuela le cayera encima, se arrinconó contra la pared lo más que pudo. En ese momento deseaba que la tierra se abriera y pasarse al cuarto de la par.

se mantuvo despierto largo rato esperando que muy pronto fuera de día.

El día siguiente estuvo lleno de sorpresas. tocaron un ternero recién nacido. Los más pequeños lo montaron con la ayuda del tío. El animal movió su cuerpo tratando de expulsar a los intrusos.

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Los hermanos mayores fueron invitados a pasear a caballo. alicia fue la primera en intentarlo. La muchacha gritó en todo el trayecto, por lo que todos estuvieron de acuerdo que lo mejor era bajarla.

carlos montó el caballo con mucho temor, pues temía que el animal corriera y se desbocara, cosa que sucedió cuando unos perros asustaron al animal. Los horrorizados gritos del jinete se escucharon por doquier. De pronto, un silbido del tío rafael hizo que el animal se detuviera. carlos bajó muy pálido a punto de un desmayo.

–Este “roy rogers” de la capital no sirve para nada– comentó el tío muerto de risa, al hacer referencia al famoso vaquero del cine.

alicia, detrás de un árbol y sosteniéndose la panza, se carcajeaba como nunca.

regresaron a la capital por la tarde. todos cargaban una bolsa, algunas hasta el tope de frutas o verduras, otras con pan casero, queso, mantequilla y hasta un pollo recién desplumado.

Dentro del hogar dieron gracias a Dios. La experiencia del paseo había sido maravillosa, y lo demostraban en sus rostros sonrientes y llenos de sudor.

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EL AVIÓN ROJO

El barrio había crecido en población. La inclinada calle, arreglada con lastre fino, daba inseguridad a la gente que luchaba por no caer cuesta abajo.

–¿cómo hacen las personas para bajar aquí?– preguntó la mujer mayor.

–Más de uno habrá sufrido una caída– expresó la menor.

Los niños, acostumbrados a realizar sus juegos en la calle, creyeron que aquellas mujeres eran de otro mundo. nunca en su vida habían visto a una monja. sólo carlos logró identificarlas.

–¡Vienen los payasos!– gritó uno de ellos, al observar sus largos hábitos.

Las religiosas pronto se vieron rodeadas por los infantes y algunos adultos.

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–¿cuál será la razón de su visita al barrio?– dijo una vecina a otra.

–a lo mejor necesitan dinero. no sé porqué no van a un barrio de gente rica– contestó una de ellas.

Las hermanas pertenecían a la congregación de María auxiliadora y se daban a la tarea de visitar los barrios pobres para catequizar a los niños en el transcurso del año. al final del mismo, época de navidad, ofrecían una alegre fiesta en su convento situado en el barrio Don Bosco.

–Esta vez, iremos casa por casa, les daremos una estampa de María auxiliadora y los invitaremos a las reuniones en el oratorio que está bajo del puente que cruza el río torres.– dijo la mayor con su acento nicaragüense, dulce sonrisa y lentes con aros negros.

Marta permitió asistir a sus hijos, permiso recibido por los niños con gran algarabía.

Los hermanos participaron con entusiasmo en las actividades religiosas: cantaban, aprendieron a orar, ponían mucha atención a los mensajes, y lo mejor de todo, aprendieron a compartir con niños de otros barrios.

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carlos, el más entusiasta, se encargaba de la limpieza del lugar y de mantener el orden entre los niños del grupo.

Las monjas se fueron ganando el corazón de los infantes, y éstos el de las hermanas.

El Veinticuatro de Mayo, día de María auxilia-dora, habría gran fiesta. Los niños vestidos de pajes y las niñas de floristas, harían guardia a la Virgen. Desde luego, se vestirían así los que estuvieran de acuerdo.

todos los hermanos, incluyendo a carlos, levantaron la mano.

Marta, al enterarse sobre las floristas, no se preocupó. cuando supo lo de los pajes, si lo hizo. “¿Qué será un paje?”, se preguntó.

–Mamá, un paje es el servidor del rey, se viste con mallas blancas o negras, una charretera, un sombrero con pluma blanca, y en sus manos lleva una almohadilla con la corona del rey– explicó el niño, recordando lo dicho por sor María, la monja mayor.

–Luego veremos eso– contestó la madre sin entender nada.

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Días antes de la celebración, la zozobra envolvió a los padres y a los niños porque no habían conseguido la ropa.

–Mañana es la fiesta y no logro encontrar las mallas –dijo carlos a su mamá, muy preocupado.

–La hija de la niña Dora es bailarina, tal vez se las preste– expresó Marta. El niño se estremeció. “Ponerme unas mallas de Patricia Pérez, mi novia, jamás, jamás”, se dijo, herido en su amor propio.

Pensó en Yolandita, hermana de su amigo rodolfo, que estudiaba en el colegio superior de señoritas, quien podría prestarle las medias negras y largas de su uniforme. como rayo se dirigió a casa de la joven.

carlos, enrojecido de pies a cabeza, le solicitó el préstamo. La adolescente se negó con amabilidad, explicándole que sólo tenía un par y las cuidaba mucho. De repente, pensó en las del año pasado, aunque estaban rotas en los pies y bastante estiradas. con generosidad se las regaló.

Muy agradecido, el niño aceptó el obsequio, sin importar que le quedaran grandes. Yolandita, a pesar de estar en segundo año, ya esbozaba una buena pierna.

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“Les voy a doblar la parte del pie y me las pongo”, se dijo.

Marta acudió a la maestra en busca de la charretera. La niña Dora, muy complaciente, le prestó una de color rojo con hombreras, flecos y botones dorados, que Patricia, como bastonera, había lucido en el desfile del Quince de septiembre del año anterior.

El niño al saber quién era la dueña, arrugó la cara y la rechazó. al no encontrar otra, por más que lo intentó, no tuvo más que aceptarla.

Para colmo de males, se vio obligado a ponerse los pantalones cortos y bombachos de educación física de alicia, con las consecuentes burlas de la hermana mayor.

como almohadilla llevó la de Edguitar, que no olía muy bien a pesar del sin número de lavadas que le realizaron.

como toque final, se puso las tenis blancas, obsequiadas por abraham, y al no conseguir una pluma blanca para la boina que le prestó el abuelo, se puso una de color negro, extraída a una gallina de la vecindad, con el consecuente resentimiento del ave.

carlos fue el paje más atractivo de la comarca.

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Esa mañana, camino al oratorio, los hermanos subieron la cuesta con premura. Las medias del niño se le caían constantemente, por lo que alicia dejaba su canasta de flores a un lado y se las subía a cada rato.

La corona del rey, hecha de cartón, a cualquier movimiento del infante o de la brisa, hasta volar quería. amalita se encargaba de ponerla en su lugar. cansada de hacerlo tantas veces, le aconsejó a su hermano que mejor se coronara con ella. claro, el niño no aceptó la sugerencia.

Las dos niñas con sus lindos vestidos y sus canastas arregladas con bellas flores, lucían hermosas.

contentos y jadeantes llegaron al oratorio, en donde pasaron una agradable velada entre cantos, rezos y premios.

carlos fue escogido por los niños como el mejor vestido por su original atuendo.

se le obsequió una bella imagen de María auxiliadora en su marco de bronce, y según las monjas, había sido traída de italia por la superiora del convento, regalo que fue su orgullo por muchos años.

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El mes de diciembre tan esperado ese año, llegó con muchas sorpresas para los niños. carlos y alicia harían la Primera comunión el ocho, día de la Purísima concepción, y para navidad tendrían la fiesta en el convento de las monjas.

La víspera, confesaron sus pecados, los que debían llevar escritos en una hoja de cuaderno, como lo recomendó la catequista, niña Lupita.

alicia tuvo problemas para relatarlos. sus pecados eran cinco, y los anotó en un papel diminuto, que se le perdió a la entrada de la iglesia. Media hora después, lo encontró al escuchar a una niña más pequeña, leer en voz alta: “Yo le enseñé a decir malas palabras a Edguitar.”

“Yo no dejaba que Edguitar se tomara toda la leche del chupón, porque yo me tomaba la mitad.”

alicia al oírla, se lanzó como gacela furiosa y le arrebató el papel, que se rompió.

¿no sabe que es pecado leer los pecados de otra persona?– le gritó a la niña.

–¡ahora voy donde la niña Lupita y la acuso para que no pueda hacer la Primera comunión!– agregó con mucha cólera.

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carlos por el contrario, se aprendió sus doce pecados y los llevó escritos, no se le fueran a olvidar.

“no compartí con mis papás los cincuenta colones que me regalaron”.

“Vi a una vieja ‘chinga.” Dijo esto, ya que había visto una artista en biquini en una revista llevada a la escuela por su compañero Marcos.

al no escuchar el pecado por la voz baja en que fue dicho, el sacerdote pidió al penitente que lo dijera de nuevo. no fue hasta la tercera vez, cuando lo repitió en voz alta que pudo escucharlo.

sus compañeros, en la fila y haciendo mucho ruido, se quedaron mudos al oír la confesión, y la niña Lupita prefirió sentarse antes de caer desmayada.

Los niños estuvieron atentos para ver la cara de semejante pecador. carlos salió del confesionario rojo y cabizbajo y se fue a sentar en la primera banca, como lo solicitó la catequista.

El niño sintió los ojos de sus compañeros y también los de la santísima trinidad, que según el infante, lo miraban con enojo.

La mañana del ocho de diciembre, día de la primera comunión, se presentó llena de sol. Los niños

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lucían sus bonitos y sencillos trajes. El momento de la comunión fue solemne, los niños sintieron que Jesús entraba en ellos.

alicia no tuvo un momento de tranquilidad desde que se puso su vestido. la alergia que le provocaba la tela de “organza”, hacía que se rascara su cuerpo constantemente.

Después de comulgar, regresó a la banca, se sentó y continuó con la rascadera.

al ver a los otros niños de rodillas, recordó que debía hincarse y hablar con Dios:

“Diosito bueno, estás en mí, por favorcito quítame la picazón que ya no la aguanto”, expresó, al mismo tiempo se movía como lombriz de tierra.

Después del buen desayuno preparado por los padres y catequistas, iniciaron la peregrinación a la casa de familiares y amigos.

Por la noche, los hermanos muy cansados y a la vez felices, contaron el dinero obsequiado durante el día y se lo dieron en su totalidad a la madre.

–Este dinero servirá para terminar de pagar sus calzados al zapatero. El próximo domingo les daré

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algo para que se monten en el carrusel y se compren una ensalada de frutas– dijo Marta.

–Está bien– contestaron los hijos con obediencia.

Esa noche, carlos pensó mucho en Patricia Pérez. La niña con su lujoso traje de la Primera comunión, le pareció la más bella de todas las mujeres.

al día siguiente amanecieron muy alegres.

–Mami, el próximo domingo a las diez de la mañana tendremos la fiesta con las monjitas en el convento. ¡Qué lindo!– expresó el niño.

–irán a la fiesta, si se portan bien– expresó la madre.– si los veo juntarse con rodolfo, no asistirán– agregó la mujer.

El convento, lejos de la casa, les pareció inalcanzable. rubén fue cargado en brazos de sus hermanos, un rato cada uno.

cuando llegaron al Paseo colón, se sorprendieron con las viejas casas de amplios y bellos jardines. La de los leones blancos a la entrada, fue la predilecta.

El obelisco en medio del Paseo, les pareció altísimo. Por un instante sintieron que se les venía encima. Hasta se atrevieron a tocar la línea del tranvía.

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¡cuánto deseo tuvieron de subirse en él! amalita caminó sobre los rieles, ganándose un pellizco del hermano mayor.

al llegar al lugar, una gran fila de niños los esperaba.

a las diez de la mañana, entraron en silencio y en forma ordenada. sor María y sor Marta les dieron la bienvenida. Primero pasaron a la capilla y luego al salón, en donde se les atendió cariñosamente con un rico almuerzo y helados.

Posteriormente se les invitó a pasar a otra sala. carros y tractores de cuerda, bolas de futbol, muñecas, animales de peluche, libros de cuentos infantiles y otros juguetes, los esperaban sobre una mesa grande.

Los juguetes eran los más lindos que jamás habían visto.

Los pequeños ingresaron uno por uno de acuerdo con el orden de la lista, preparada según el aprovechamiento y asistencia a las reuniones.

Escogerían el juguete preferido bajo la supervisión de una monja alta y con anteojos de miope.

carlos, frente a la mesa, buscó con mucho cuidado su juguete, extendió su mano y no lo pudo

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alcanzar. La monja lo ayudó y tomó un gran carro de metal.

–no, ése no es, yo quiero el que está a la par– dijo el niño.

La hermana, extrañada por la escogencia, tomó un pequeño avión de color rojo.

–Éste preguntó, con asombro–.

–sí, ése es– contestó carlos.

El niño salió del lugar muy contento con su juguete.

Por ser fiel a sí mismo y a su inmenso deseo de volar, tomó esa decisión. Más de una vez expresó su idea de ser piloto, deseo nacido al observar los aviones desde el patio de su casa.

además, siendo el niño muy pequeño, Marta lo había llevado junto con alicia al aeropuerto de La sabana, en donde aferrado a la baranda de la terraza de observación, se quedó hipnotizado por los aviones. Por eso fue necesario una nalgada, de esas que sólo la madre sabía dar, para desprenderlo.

–¡tonto! ¿Por qué escogió ese avión tan pequeñito?– le gritó alicia desde el final de la cola.

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–¿Por qué no tomó el tren eléctrico?– agregó la muchacha.

carlos no contestó. Elevó los hombros y sonrió.

La hermana mayor se decidió por una muñeca de hule muy grande. amalita tomó una más pequeña. rubén se adueñó de un camión de madera, hecho en el país. Pensó que en él podía pasear a Edguitar.

–Usted pase y escoja el juguete que más le guste– expresó sor María a carlos, quien tenía el pequeño avión en la bolsa de su pantalón.

El niño quiso decir: “ya escogí el mío”, pero la monja no lo dejó hablar. Prácticamente lo empujó hacia el aposento.

Una vez adentro, el niño esperó que la monja alta y miope lo regañara, pero no fue así.

–¡tome el juguete, hágalo pronto!– dijo la religiosa con amabilidad.

carlos no lo pensó más, y escogió un precioso tractor que le pareció maravilloso. En verdad, lo era.

–¡Voy ahorita mismo donde sor María a decirle que usted entró dos veces al salón!– dijo alicia al observarlo con el nuevo juguete.

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La niña buscó a la monja.

–¡carlos, mi hermano, entró al salón dos veces!

–no se preocupe tanto, niña– contestó sor María.

al mismo tiempo le cerró un ojo a la otra monja quien había escuchado la queja. aquella le correspondió cerrando un ojo también, en señal de complicidad.

La niña, al ver que no se le puso atención, optó por no insistir.

–¡Va a ver cuando lleguemos a casa!– remató alicia, cuando volvió a ver el hermano.

Más tarde volvieron a casa muy felices, además cada uno llevaba un paquete de ropa nueva. Querían llegar pronto para compartir la experiencia con los padres y jugar con los juguetes.

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EL PAPALOTE

Marta y Edgar, sumamente estrictos con sus hijos, no les permitían salir de la casa, por eso sus amigos eran pocos.

Los hermanos disfrutaban sus juegos en el patio de la casa.

carlos, al conocer a rodolfo simpatizó de inmediato con él. El niño con frecuencia se iba al potrero del otro lado del río. Permanecía la mayor parte del tiempo fuera de casa y gozaba de libertad, debido a la poca vigilancia de sus padres, quienes por su trabajo no podían hacerlo.

–¡Viera qué lindo es estar en el potrero! Las mariposas son tan grandes como mi mano, y los “gallegos” son muy fáciles de atrapar. Yo les amarro un hilo en la cola y qué “tuanis” es verlos volar –dijo rodolfo.

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–¿Y usted no le tiene miedo a los toros?– preguntó carlos.

El muchacho desde su casa lograba ver el ganado pastando en el lugar.

–La semana pasada junto con mi amigo Pedro, toreamos una vaca tan mansa, que nos atrevimos a tocarle el rabo y los cachos.

–¿Y los toros?– insistió carlos.

–Bueno, a esos sí les tengo miedo, pero escondido en el zacate y pasando despacito cerca de ellos no hacen nada– dijo el niño.

–¿cuándo va conmigo?– agregó, entusiasmado.

–¡no, mi mamá me mata!

–Pídale permiso.

–no me lo dará– contestó carlos.

Muy dentro de sí, palpitaba el deseo de aventurarse por el potrero, pero la idea le parecía inconcebible.

–¿cómo se pasa el río?

–sobre las piedras y en cuatro brincos, se llega a la orilla.

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–¿Y cómo atrapa a las mariposas?

–tengo una bolsa de papel con un aro de alambre en la boca. Las tontas, cuando vuelan, se meten en la bolsa.–dijo rodolfo.

–cuando quiera ir, dígamelo y lo llevo– agregó.

Esa semana, carlos observó el potrero desde su casa con el inmenso deseo de conocer el lugar, le parecía tan cerca y lejano a la vez.

“¿Qué se sentirá volar un papalote en el potrero?”, pensó.

La experiencia llegó más pronto de lo que pensaba.

rodolfo se presentó a la una de la tarde portando un barrilete grande y muy lucido en sus colores. rubén y Edguitar lo rodearon. Estos, subyugados, trataron de quitarle las barbas y la cola al cometa.

–carlos, vamos al potrero– dijo rodolfo.

–no, no puedo, la casa y mis hermanos no deben quedarse solos.

–alicia los cuidará, además vamos por un ratito.

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–no, no debo.

–Está bien, iré con arturo, su amigo de catorce años.

no se había alejado rodolfo del lugar, cuando carlos cambió de parecer.

–Está bien, los acompañaré.

Dio unas órdenes a alicia respecto al cuido del hogar y se fue con el amigo. En el camino arturo se les sumó.

En el límite del río, carlos se asustó al ver la fuerte correntada y tuvo mucho miedo.

–Me regreso a la casa, que les vaya bien– expresó.

–¡Usted es un cobarde y un miedoso!– dijeron los amigos.

Herido en su amor propio, tomó la decisión de continuar.

al llegar al potrero, éste le pareció grandísimo y su casa a la distancia, muy pequeña.

El zacate, muy alto, prácticamente los cubría. al ver el ganado se puso rígido como un palo. Pasaron

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cerca de los animales en fila india, sin hacer ruido y con lentitud.

En medio del potrero, se colocó frente al árbol de Guanacaste, que desde su casa parecía un arbusto. Le pareció que era el árbol más grande del mundo.

caminaron hasta la cima más alta. La vista de la ciudad de un lado y el serpenteo del río en el otro, les encantó.

rodolfo desenrrolló el hilo y se fue alejando a la distancia, mientras carlos colocó el barrilete en posición de vuelo.

–¡suéltelo!– gritó rodolfo.

La voz rompió la quietud del lugar, su eco se perdió en la ciudad.

carlos, sintiendo que el papalote se le escapaba, lo soltó. En pocos segundos alcanzó una altura insospechada y traspasó su casa, como queriendo escapar a la capital.

El niño, admirado, se acostó de espaldas sobre el césped. sus ojos con atención, seguían los movimientos del extraño animal.

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–Dice rodolfo que si quiere volar el barrilete– expresó arturo.

carlos se puso de pie con mucha prisa y en un santiamén llegó al lado de rodolfo. Éste le dio el hilo, la fuerza del barrilete hizo que lo sujetara con ambas manos. La sensación era tal que deseó saltar con el hilo en mano, así se iría con el cometa. rodolfo intuyó el pensamiento de su amigo, por lo que lo rodeó con sus brazos y entre ambos lo dirigieron. Después lo dejó solo.

–¡rodolfo! ¡rodolfo!– gritó carlos.

La fuerza del papalote en ese momento, era más fuerte que la de él.

–¿se cansó?– dijo el amigo.

–Un poco, creo que el cometa quiere zafarse– expresó carlos.

rodolfo recibió el hilo y se lo dio a arturo, quien a base de pequeños movimientos lo elevó más.

–¡Vamos a ponerle un telegrama!– gritó arturo. –¿Un telegrama?– preguntó carlos asombrado.

–¿Un telegrama?– volvió a preguntar.

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rodolfo partió una hoja de cuaderno, le hizo un agujero en el medio y le ensartó el hilo.

carlos, de nuevo sobre la hierba, observó sorprendido la velocidad con la que ascendía el telegrama.

–Pensemos en cinco deseos para que se los lleve al papalote– dijo rodolfo, exaltado.

La voz del muchacho sacó a carlos de su letargo por lo que no pudo pensar con facilidad.

al recordar a sus padres, pidió que su madre no se enojara tanto por las orinadas en la cama. Que el papá tuviera siempre trabajo, pero que no lo llevara con tanta frecuencia a la fragua. Que alicia no lo molestara tanto y que los hermanitos pequeños dejaran de pelear tanto entre ellos.

al pensar en él, elevó las manos al cielo y se puso de pie.

–¡Quiero ser telegrama!– exclamó.

carlos cayó de espaldas nuevamente, cerró sus ojos y se imaginó que lo era.

se vio volando sobre el barrilete. al separar las barbas y ver la maravillosa vista a sus pies, quedó impactado: a su derecha, el volcán irazú y la carpintera.

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De frente, el volcán Poás, activo con una erupción, el monte de las tres Marías y el Zurquí, separados del irazú por el Paso de la Palma, geografía conocida por el niño, ya que la niña Dora, les había enseñado los límites de la Meseta central desde la terraza de la escuela.

como no podía girar su cabeza hacia el sur, por el riesgo de caerse, sintió mucho el no poder mirar las montañas en esa dirección. Le hubiese gustado mucho ver la cruz de alajuelita.

al voltear hacia abajo, la ciudad le impresionó: allá, la querida escuela, la iglesia, la plaza de deportes con un punto negro, el carrusel. acá, la Penitenciaría central rodeada de las altas murallas, que como dragón gigante la resguardaba, la casa de los abuelos, el taller y la casa de abraham.

casi perpendicular a él, su casa y el patio, en donde quizá sus hermanos jugaban o bailaban, al compás de la música del radio de ana, la buena vecina.

En el fondo del patio, un punto brillante sobresalía, su amigo de siempre, el excusado.

De un momento al otro, el niño se soltó del papalote y empezó a volar por su cuenta, subió y subió hasta perderse en el espacio.

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–¡carlos! ¡carlos!, mire mire, el papalote se clavó allá.

La voz de rodolfo lo hizo volver a la realidad.

–cayó cerca de mi casa– expresó el niño. Hasta ese momento tomó conciencia de que debía estar cuidando a sus hermanos.

–Por favor, vámonos ya– dijo carlos.

–no, todavía no, tiene que conocer nuestra cueva, le va a gustar –dijo arturo.

–no, vámonos, es tarde y va a llover– dijo carlos.

Los amigos no le hicieron caso. Él, a regañadientes, los siguió.

El lugar cubierto por el alto zacate que les servía de techo y una pequeña entrada al aire libre, los esperaba.

En su interior y sentados en el suelo, carlos observó con atención su contenido: flechas de hule, una bola de caucho, bolas de vidrio de diferente tamaño, un bolero, una cuchilla, una cantimplora, un impermeable viejo, un naipe con fotos de mujeres en traje de baño y un pequeño saco de carbón.

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El naipe pertenecía a arturo.

La conversación no giró acerca de barriletes, sino sobre novias.

–carlos, ¿tiene novia?

La frase lanzada por arturo, lo estremeció.

–no, no tengo– dijo sonrojado.

–Yo sí tengo, su nombre es María José, tiene quince años.

–Ella vive cerca del taller de su papá– intervino rodolfo.– Él viera como la abraza y la besa– agregó.

carlos sonrió con nervios, su mente voló hacia Patricia Pérez, su novia que no era novia.

Un fuerte aguacero cayó e inundó en poco tiempo el lugar. aún así esperaron que la lluvia pasara. El tiempo se había ido rápido, eran las cuatro de la tarde.

–¡ahora sí, vámonos!– exclamó carlos.

–¡Vámonos!– dijeron, rodolfo y arturo al mismo tiempo.

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al llegar al río, éste, muy crecido, los sorprendió. carlos se negó a cruzarlo entre las aguas como sugirieron los amigos, quienes estaban acostumbrados a hacerlo.

Decidieron dar vuelta al potrero, les tomaría más tiempo, pero encontrarían un pequeño puente.

–Hoy me matan en la casa, nunca he llegado tan tarde– expresó carlos, realmente alarmado.

–a mí no, yo no les importo a mis tatas– dijo rodolfo.

arturo elevó los hombros y no dijo una palabra.

Marta regresó y notó la ausencia de su hijo.

–carlos se fue temprano a donde la abuela y no ha regresado– expresó alicia.

–Eso es mentira, vengo de la casa de la abuela y él no ha estado allí– dijo la madre, preocupada. El padre al llegar a la casa, preguntó sobre el niño. Lo había necesitado toda la tarde para que le ayudara en la fragua.

Marta, furiosa, corrió donde los vecinos para averiguar el paradero de su hijo. nadie supo darle información.

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De regreso, topó con la hermana de arturo, quien le comunicó que había visto a los muchachos cruzar el río. La madre tuvo una mezcla de sentimientos: contenta al saber el paradero del niño, y a la vez, rabia por la desobediencia del hijo.

“Hoy me las paga”, se dijo entre dientes.

carlos llegó a la casa a las seis tarde, mojado de pies a cabeza.

–¿En dónde andaba?– preguntó la madre.

–Fui con rodolfo y arturo a pasear al potrero –dijo el menor, al presentir que la mujer sabía la verdad.

no hubo más preguntas, carlos recibió la tunda más dolorosa de su vida. no lloró, como otras veces.

–Perdón, no lo vuelvo hacer– expresó a punto de lagrimear, dio media vuelta y se fue a su cuarto. sobre el camón, se cubrió con la cobija y dobló su cuerpo lo más que pudo, quería en ese momento desaparecer. Muy dentro de su mente veía el papalote caído moviendo sus barbas y su cola, mientras él volaba y volaba.

se prometió nunca más desobedecer a los padres.

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LA NAVIDAD

La situación económica mejoró por un tiempo, permitiéndole a Edgar hacer unos arreglos en la casa e instalar la luz eléctrica para felicidad de la familia.

En navidad se compró un nacimiento, por lo que ya podían hacer un bonito portal. Los reyes Magos brillaron por su ausencia. Las caras de los santos no eran nada bonitas. sin embargo vistos en conjunto y un poco lejos, se veían bien.

Los hermanos mayores confeccionaron pequeñas casas hechas de cartón. carlos, el más entusiasmado, pintó con ocres de colores un papel encerado, que colocó al fondo del nacimiento, semejando las rocas de Belén.

El padre junto con su hijo, una mañana muy temprano, se trasladaron a una finca cercana para conseguir el ciprés y el musgo, tan necesarios para un bonito portal.

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La rama de ciprés en lo alto, cubríó el nacimiento y de ella colgaron unas pocas esferas muy coloridas.

El suelo de aserrín teñido por Marta con ocres de todos colores, daba la impresión de ser un campo de siembra, sobre éste gallos, gallinas, patos y ovejas de barro, se lucían.

Hacer el portal era fiesta de regocijo y de unión familiar.

Una tarde, rubén se metió dentro del portal, otro día Edguitar se chupó al niño Dios, y en una ocasión amalia quitó los patos, que supuestamente nadaban en un pedazo de vidrio, para trasladarlos a la rama de ciprés, con la excusa de que habían volado.

Fue necesario colocar una tabla enfrente del portal con el consecuente enojo de los menores.

a amalia no le importó mucho, por lo que se fue de cabeza. Fue necesario reconstruir el nacimiento por completo.

rubén y Edguitar se conformaron sólo con ver la rama de ciprés y las esferas. sin embargo se peleaban por una pequeñísima rendija de la tabla.

no fue hasta el año siguiente que se compraron luces de colores, que dieron realce al bonito Belén.

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Los pequeños esperaban con gran ilusión la llegada del niño Dios, quien les traería nueva ropa y un juguete, solicitado a través de las cartas escritas por carlos o alicia. Éstos, ya crecidos, seguían creyendo en la visita personal del niño.

rodolfo les contó la verdad sobre la llegada del niño Dios Hasta ese momento comprendieron la verdadera pobreza de la familia.

La preparación de los tamales, bocado navideño y ilusión de los niños no se realizó ese año, se conformaron con unos cuantos que la abuela les obsequió.

Los tamales de la anciana, considerados los mejores del barrio, ni la diestra Graciela, en vida, logró superarlos.

El abuelo no comía los de otras manos, si la esposa no los hacía. En una navidad, la abuela se puso tan mal que no los pudo hacer. El anciano enfermó de nostalgia y permaneció en la cama junto a ella.

El ritual de la preparación de los tamales comenzaba meses antes de diciembre cuando el abuelo guardaba en una alcancía de hierro, hecha por él mismo, cuanta moneda tuviera. El dinero entraba, pero no se podía sacar, tal era el mecanismo

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de la caja. La apertura se realizaba en el taller con un mazo y un cincel delante de los nietos y la anciana.

–abuela, ¿cuándo va hacer los tamales?– preguntaron carlos y alicia.

–Unos días antes del veinticuatro de diciembre– contestó la anciana.

–Yo quiero aprender a hacerlos– dijo la niña.

–Yo quiero aprender, también– dijo el niño.

–Hacer tamales es cosa de mujeres– dijo alicia enojada.

–¡a mí qué me importa!– contestó carlos desafiante.

El niño, a la edad de cinco años, había visto por primera vez la preparación de los tamales, sostenido en una de las patas torneadas de la mesa grande de los abuelos: la anciana colocaba la masa sobre las hojas de plátano, la extendía suavemente, luego ponía el arroz dorado y sobre éste en orden y con delicadeza los productos que tomaba de diferentes vasijas, carne de cerdo, tajadas de huevo duro, tomate, encurtido, garbanzos, pedazos de chile dulce, pasas, aceitunas y alcaparras, éstos tres últimos se compraban si el dinero era suficiente.

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Las pasas, predilectas del niño, las ingería con disimulo. se las hubiese comido todas, sino es por la abuela que con mucho disimulo las cambiaba de lugar.

El niño, sin preocupación ni vergüenza, se iba al otro lado de la mesa, se sujetaba a la otra pata y proseguía en comer las pasas. En cierta ocasión las confundió con las alcaparras, las cuales odiaba. al primer bocado, las escupió con tanta fuerza, que fueron a caer en su mayoría sobre los tamales en preparación, para asombro y disgusto de las cocineras.

Los primeros tamales recibían el visto bueno del abuelo y de los niños, quienes muy contentos, regresaban a casa con una bolsa del sabroso producto.

El fervor religioso navideño de Edgar y Marta y la mejoría de la situación los hicieron pensar que el niño Dios debía de tener, ese año,un rosario especial, con bebidas caseras de la época y, si la plata rendía, con música y cantantes.

Eso era mucho ofrecerle, éstos últimos tendrían que esperar para el año siguiente.

Esa tarde, los hermanos recibieron a la madre con algarabía. La mujer abrazaba una tinaja grande,

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comprada en el mercado. El recipiente, especial para preparar la chicha, les llamó mucho la atención, pues era más alta que el menor de los hermanos.

De inmediato los niños la rodearon. alicia la sostuvo en el suelo mientras carlos, en la cocina, cortaba la caña de azúcar en trozos pequeños.

La madre colocó agua, maíz, trozos de jengibre, una tapa de dulce y la caña. Después la cubrió con un saco de manta, asegurándolo con un nudo fuerte y se la llevó a una esquina de su cuarto, en donde la tinaja quedó resguardada entre el viejo ropero y la cama.

–¡Les prohíbo terminantemente jugar o brincar en mi cuarto!– exclamó la mujer. ninguno había perdido detalle de la preparación.

Un mes después, los niños en el patio sudaban mucho por los juegos. todos aspiraban el agradable olor de la chicha.

–¿carlos, a qué sabrá la chicha?– preguntó alicia.

–no sé– contestó el hermano.

–carlos, tomemos un poquito– agregó la muchacha.

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–¿Está loca? ¡Mamá nos puede matar!– exclamó el otro.

–nadie se dará cuenta, además mamá y papá regresarán tarde– contestó alicia.

––Bueno tomemos un poco, pero la volvemos a tapar bien– expresó carlos.

El niño como un experto desató el saco. La casa se impregnó del fuerte olor que atrajo a los pequeños como las moscas. Edguitar se subió en la tinaja para ver el contenido y casi la derriba, carlos la cogió en el aire y la puso en su lugar.

alicia sacó un poco del néctar y lo saboreó, al unísono los niños corrieron a la cocina y regresaron con sus envases. Edguitar presentó su chupón. Les gustó tanto que repitieron tres veces. El alcohol no fue obstáculo. El hermano menor, a medio chupón, quedó dormido sobre el zaguán.

–carlos, vaya a casa de la vecina y prenda el radio– ordenó amalia con gran deseo de bailar– Ella no está– agregó.

–Pero, ¿si ella regresara?– contestó el muchacho.

–tonto, ella dijo que vendría tarde.

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no había sonado la música, cuando todos en alegre carnaval doméstico, se movían al compás de las piezas tropicales.

al escuchar el rock “al compás del reloj”, hasta los tiesos de rubén y alicia que no sabían bailar se desarmaron.

En un momento inesperado, alicia lanzó sus chanclas al aire y prefirió bailar descalza en pareja con carlos, quien se movía más que ninguno.

carlos jaló a amalia, a quien le empezaba a gustar el rock y le fascinaba el alboroto, la levantó y la pasó bajo sus piernas con gran destreza de ambos. La niña, asombrada por el paso de baile, se colocó de nuevo delante de su hermano, pero carlos decidió probar con alicia. La levantó como una pluma, pero al querer pasársela por debajo, no pudo. La hermana había abierto los brazos y quedó como cucaracha en bisagra, aleteando. El niño la soltó y alicia salió gateando entre las piernas del ídolo.

Los hermanos lo aplaudían como al mejor bailarín.

al rato, los hermanos rodaron por el suelo, realmente no podían ponerse de pie.

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De pronto el radio fue silenciado, la vecina adelantó su regreso. Edgar y Marta arribaron tiempo después. –¡Mi chicha!– gritó la madre al ver el líquido correr por el zaguán. Desesperada, pasó por encima de los niños y llegó al cuarto: la tinaja estaba quebrada. Le faltó el aire, aun así dirigió su mirada a la cama, sobre la cual, Edguitar profundamente dormido, sudaba con su cara muy rosada y movía sus labios como si estuviera saboreando algo muy rico.

Los padres, al borde de un colapso, no salían de su asombro.

–¡carlos!– El niño, temblando, se presentó– ¿Qué ha pasado aquí?– vociferó la mujer.

El muchacho no contestó. su petrificación no se lo permitía.

Marta volvió a ver a su hijo menor en la cama y a los otros tirados en el suelo, luego fijó sus ojos en los de carlos. Éste pestañó unas diez veces seguidas, luego corrió hacia el excusado, en donde fue presa de un severo vómito.

La mujer al quedarse a solas con su esposo, exclamó:

–¡Mis hijos son unos bebedores como su padre! Edgar que todavía no salía de su asombro, se resintió

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mucho. tenía varios años de no tomar una gota de alcohol.

–¡El niño Dios tendrá que esperar un año más para tener un rosario como se lo merece!– exclamó la mujer– ¡Eso sí, les aseguro por todos los santos, que no habrá chicha!– agregó, resignada.

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EL “CONVERTIBLE” COLOR SALMÓN

El padre enfermó y se vio mal por quince días. La esposa y los hijos entraron en preocupación.

recibió visitas de la mayoría de los familiares. Hasta Matilde junto con su esposo amancio, quien la mantenía como prisionera por sus celos infundados, lo hicieron.

Los hermanos, al enterarse de la llegada de los tíos ricos, mantuvieron por unos días la idea de los muchos regalos que les traerían.

Marta y los niños limpiaron la casa como nunca y fueron obligados a ponerse su mejor vestimenta, hasta el padre estrenó pijama. Un pudín fue preparado.

La tía, un poco antes de llegar, tuvo una calurosa discusión con su cónyuge por haberla llevado a un sitio en donde no podía estacionar su última adquisición: un “Ford Mustang”, convertible del año, color salmón.

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La mujer fue recibida con gestos cariñosos de parte de todos.

–¿cómo está amancio?– preguntó Edgar.

–Él está bien– dijo la hermana –se quedó a dos cuadras, cuidando su automóvil– agregó.

–¿a usted cómo le va en el matrimonio?– preguntó el hombre.

–Bien diría yo. amancio está practicando la cacería, y me está enseñando a tirar en las montañas de Heredia, en donde hay muchos conejos y codornices– relató la mujer.

–¿tía, en verdad le gusta matar conejos?– preguntó alicia.

–En el fondo no me gusta, pero, me veo obligada a hacerlo, si no acompaño a mi esposo, ¿quién lo va a hacer?– contestó la tía.

–Madrina, ¿usted no le tiene miedo a las balas?– preguntó carlos, quien seguía temiendo mucho a las balaceras de la Penitenciaría.

–sí, les tengo horror, pero me aguanto.

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La mujer tuvo vergüenza de contarles que la primera vez que tomó el rifle, disparó, cayó de espalda y se golpeó con fuerza la colita. Por varias semanas estuvo fuera de circulación.

al rato, amancio se presentó en la casa, muy enojado por el atraso de Matilde. Los niños estaban sorprendidos, amancio no era amancio, tenía su nueva peluca puesta.

–amancio, ¿le está creciendo el pelo?– preguntó alicia.

–¡Qué negro lo tiene!– exclamó carlos.

–Parece un sombrero– exclamó amalia.

–amancio, pase por favor– expresó Edgar desde su cuarto.

El hombre hizo una mueca y con mucha seriedad entró en la casa.

–¡Qué calor hace aquí!– dijo como única escapatoria.

saludó al padre, luego la pareja fue pasada a la cocina, en donde se les ofreció café y pudín. La tía se comió un pedazo, no así el esposo, porque no le

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gustaban los alimentos al horno. según él, debían estar muy manoseados.

El hombre comió sólo dos galletas “María” sin saber que Edguitar había tratado de comérselas cuando se le cayeron a amalita, después de comprarlas en la pulpería.

–tía, no nos trajo nada, ¿por qué?– dijo amalia, muy contrariada desde que llegaron los tíos.

–Matilde no les trajo nada porque estaba de prisa– expresó Marta.

–Y usted, ¿por qué no pensó en nosotros?– dijo alicia dirigiéndose a amancio– además dicen que usted es rico– agregó. El hombre esbozó una risa, casi otra mueca.

–no trajimos nada porque hemos planeado llevarlos a la fiestas de alajuelita el próximo domingo, si sus papás les dan permiso– mintió la mujer.

El hombre sintió una opresión en el pecho, la mujer rompía sus planes.

–En verdad, tío amancio, ¿nos va a llevar de paseo en su lindísimo carro? Los hermanos ya habían visto el “convertible” estacionado a distancia.

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–¡Qué buenos que son la tía Matilde y el tío amancio!– exclamaron los hermanos en coro.

Después de despedirse, la pareja se retiró en un disimulado pleito, el cual empeoró al llegar a la casa.

La palabra estaba dada y amancio era un hombre de palabra, así no estuviera de acuerdo con la invitación.

Los muchachos, muy entusiasmados, contaron las horas con impaciencia.

El padre por no estar restablecido y la madre por cuidarlo, no los acompañarían en el paseo.

Los tíos los recogieron a las ocho de la mañana. ¡Qué desilusión sintieron al ver el “convertible” con el techo puesto! Ese contratiempo no les mermó la felicidad de subirse en el hermoso vehículo.

carlos, alicia y amalia se acomodaron en el asiento trasero.

En la iglesia, frente al cristo negro del pueblo, el grupo se arrodilló con excepción de amancio.

–Es muy negro, de seguro casi se quema en un incendio– dijo alicia.

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–a mí no me gusta, me asusta. ¿Por qué no lo esconden?– agregó amalia.

En el potrero se escogió un lugar, debajo de un almendro a la par del río, para almorzar.

El hombre inspeccionó los alrededores y la mujer, muy cariñosa, se hizo cargo de los sobrinos.

a la media hora, como no aparecía el esposo, la mujer envió a los hermanos mayores a buscarlo

amancio detrás de un grueso tronco, reía felizmente junto con una agraciada gorda. La mujer acompañada de dos hermanas menores, también pasadas de peso, parecían estar pasando un buen rato.

–¡tío amancio!, dice tía Matilde que regrese, de lo contrario ella lo viene a buscar –gritó alicia con toda la fuerza de sus pulmones.

–Matilde es mi hermana, y esa ruidosa niña es su hija– le dijo el hombre a la gorda en voz baja.

–¡Es mentira!, Matilde no es mi mamá, la mía se llama Marta. tío amancio está casado con tía Matilde, y ella que está debajo de aquel árbol, el cual señalaba con su mano, es muy brava y está muy enojada.

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La mujer, al escucharla, sintió un frío en el cuerpo. a la vez dijo adiós al “convertible” color salmón, del cual ya tenía referencias. El hombre dio media vuelta con el rabo entre las piernas y se retiró.

–oh mi amor, me tenía preocupada por su ausencia– dijo la mujer al ver a su esposo –¿Puedo ya servir el almuerzo?– agregó.

–¡no, todavía, no! comeremos a la una de la tarde.

Los niños arrugaron la cara y se sobaron la panza. La tía por más que quiso adelantar la comida, no pudo. nunca en su vida habían sentido tanta hambre como en ese momento.

amalia, aprovechando que su tío estaba sentado en el césped, le jaló el pelo con tanta fuerza, que se quedó con la peluca en la mano. El susto de la niña fue mayúsculo en comparación con el de amancio, quien le arrebató el postizo con rabia, le dio tres vueltas en el aire y se lo puso.

–tío, se la puso mal, el copete le quedó casi en la oreja– expresó carlos, rompiendo su silencioso martirio.

Matilde junto con los sobrinos fueron presa de una risa sin control.

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La mujer odiaba la peluca, pero nunca tuvo el valor de decírselo al esposo, quien le contó que le había costado un ojo de la cara en Hollywood. Estaba confeccionada con pelo natural, por lo que la mujer le tenía asco y horror. se imaginaba que el pelo pertenecía a algún difunto, quien por las noches rondaba la casa como vampiro cocoliso, buscando su cabellera.

amancio, furibundo, quiso cambiar la hora del almuerzo a las tres, pero Matilde no lo permitió.

a la una menos cuarto, el hombre sacó la comida de la canasta y la colocó sobre un mantel blanco. El enorme pollo, colocado en el centro sobre una piedra cubierta por un pequeño mantel, como en un trono, se lucía a la vista de quien pasara.

a la una y quince dio inicio la comida. todos comieron de prisa y en abundancia. amalia fue la más golosa.

a pesar de las vicisitudes y el comportamiento del tío, regresaron agradecidos y contentos.

amalia, al rato, comenzó a sentirse mal en el convertible e inició un imparable vómito. amancio, al borde del colapso,al cruzar el puente sobre el río

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tiribí, plegó la capota y una idea macabra pasó por su mente: quiso ser Herodes.

Los niños comenzaron a aplaudir, claro está, con excepción de la enferma, quien a pesar de su estado, sentía “tuanis” al recibir el aire golpeándole la cara. La experiencia vivida en el convertible color salmón jamás se les borró de la mente.

al regresar a casa, la alegría de los hijos contagió a los padres.

–Mamá, dígame ¿quiénes son más bonitas, las gordas o las flacas? –preguntó alicia.

–Las dos– respondió la mujer.

–Entonces, ¿por qué a tío amancio le gustan las gordas?– expresó la hija luego de pensar un rato.

Marta no salía de su asombro y no comprendió la razón de la pregunta.

–al tío le gustan también las flacas– dijo la madre con un esbozo de sonrisa.

La mujer pensó así, ya que amancio el día de la primera visita y al estar ella sola en la cocina, le dijo:

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–¡Qué linda está!, flaquita y fresquita como una lechuga y con esa cara tan linda como la de Greta Garbo.

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EL CINE

Los hermanos crecieron con lentitud, por lo que parecían de menor edad. alicia, con inclinaciones hogareñas, repitió un año de escuela y estaba a punto de aplazar el año en curso. carlos, con su vocación al estudio y en sexto grado, soñaba con ir al colegio. amalia en cuarto y rubén en segundo se sentían felices en la escuela.

La niña pequeña por su talento histriónico era requerida para bailar, cantar, recitar, contar cuentos o chistes y aparecía en cuanta asamblea artística se realizara.

El mosca muerta de rubén, serio, callado y “sopetas”, optó por hablar lo indispensable.

cierta vez, alicia despertó con su menstruación y no sabía de qué se trataba. nadie en la escuela o en la casa le había hablado de esas cosas. alarmada y con lágrimas en sus ojos, acudió a su mamá.

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–ahora usted ya es mujer y tiene que cuidarse de los muchachos– dijo la madre.

La adolescente no entendió nada.

carlos y la hermana crecieron con algunos complejos por sus nuevos cuerpos en desarrollo. La muchacha caminaba agachada, para esconder los pechos de crecimiento acelerado, por lo que decidió seguir durmiendo boca abajo.

respecto al sexo opuesto se interesó hasta los catorce años, cuando se fijó en arturo, quien al no tomarla en cuenta, no se enteró del cariño de la muchacha.

La joven sufrió mucho al no ser correspondida, hasta quería morirse. como era costumbre de la familia, lloraba su pena sentada en el excusado.

carlos nunca aceptó su baja estatura y su bajo peso, quería tener el cuerpo de tarzán el cual conocía por las revistas. su nariz crecía normalmente, pero él pensaba que lo hacía sin control.

con el temor de que la historia de Pinocho se repitiera en él, tomó la decisión de ponerse una cinta adhesiva a presión de la punta de la nariz a la frente, antes de acostarse. Pensó, que de esta manera

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iba a detener su crecimiento y que le quedaría preciosamente respingada.

a los días, el apéndice nasal y la frente mostraban un llamativo color rojo.

–¿Qué pasa con su nariz? La tiene colorada como la de un payaso del circo– exclamó la madre.

Ese mismo día, la cinta reposó en el tarro de la basura.

Los esbozos de acné lo atemorizaron y ni se diga de su voz. Primero le cambió a voz de mujer y luego a la de títere, de los que llegaban a la escuela a divertirlo. igual que su hermano menor, optó por conversar poco, pues sus padres y hermanos cada vez que lo hacía, empezaban a molestarlo.

Los sufrimientos y retos de su incipiente adolescencia lo mantenían con el ánimo bajo. sin embargo, la vanidad nunca lo dejó. no dejaba de verse en el espejo del baño, donde se arreglaba el pelo con el peine que guardaba en la bolsa trasera de su pantalón. Mantenía recta la línea del pelo y el copete caído sobre la frente.

observaba con cierta frecuencia sus genitales y el escaso vello en las axilas.

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no estaba conforme con nada.

a pesar de los doce años, cercanos a los trece, era gustado por las niñas y una que otra mayorcita. serio en su coqueteo, no le gustaban las niñas sometidas, como una que le dijo:– regáleme esos ojos.

Y otra que llegó a odiar por decirle:

–Dichoso por esos ojos tan lindos de mujer.

sin embargo fue consciente de la belleza de sus ojos, que no variaron con los cambios de su cuerpo.

Le gustaba tomar la iniciativa con las niñas, aunque en forma tímida. Mandaba papelitos con mensajes, esperando una pronta y positiva respuesta. no como aquella de Zoraidita, niña bonita y antipática, que como respuesta a un “te quiero”, al verlo en la calle, le gritó:

– Dígale a su mamá que le compre pantalones largos porque lo van a picar los pollos.

Esta respuesta le bajó la autoestima hasta el suelo durante una semana, al cabo de la cual olvidó lo sucedido, y para no seguir sintiéndose tan mal, reconoció que Zoraidita no era tan linda, pues tenía dos dientes picados que pedían visita urgente al dentista.

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sintiendo la gran necesidad de tener amigos y de ser aceptado en un grupo, salía de la casa sin permiso. Ese pequeño grupo lo llenaba, se sentía aceptado y compartía experiencias con personas de la misma edad.

aquellas salidas no le gustaban a la madre, quien desde tiempo atrás no podía estar de acuerdo con la amistad de rodolfo y arturo, no sólo por la experiencia del paseo al potrero, sino porque le habían contado que fumaban, que no era buenos estudiantes y además, que arturo tenía malas mañas.

–no quiero que se reúna con esos vagos– dijo la madre.

–Ellos no son unos vagos, además ya hice mis obligaciones– contestó carlos.

La madre, al no entender los cambios de su hijo, lo corregía constantemente por todo, aún más cuando el adolescente creía tener la razón. El desafío para ambos era duro. El muchacho era presa de la depresión. En ocasiones las correcciones tenían más agresividad que intención.

Edgar se sentía mejor, si Marta cargaba con la responsabilidad de los hijos. alegaba algunas veces

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mucho trabajo o cansancio, y usaba la consabida frase: “Yo no sé mucho de esas cosas.”

–¿carlos, por qué quiere cambiarse de camisa?– preguntó la madre– ¿Es acaso que le gusta alguna chiquilla de por ahí?– agregó.

–no, mami– contestó rojo hasta la coronilla. La madre terminó advirtiéndole sobre el peligro de la coquetería con las mujeres.

carlos quería estar siempre limpio y se lamentaba si alguna chiquilla lo veía cubierto de hollín. El odio a la fragua aumentó en esa época. Los retos se presentaban día a día.

Una noche, al estar muy deprimido, se fue temprano a la cama.

–Por favor Diosito no quiero seguir en la fragua, ayúdeme a ir al colegio.– rogó con lágrimas en sus ojos.

Los padres le dijeron que al terminar la primaria, no iría al Liceo, al menos por ese año, porque debía ayudar a su papá en el taller. El trabajo era bastante y el estado de salud del hombre no era muy bueno.

carlos siguió insistiendo, aunque no en forma directa.

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–Mami, la mamá de Marcos fue al Liceo para averiguar sobre la matrícula de primer año.

–Mami, el polaco abraham está muy contento porque va ir al Liceo.

–Hijo, su mamá y yo hemos decidido que no irá al colegio. Hay que comprar uniformes, libros, cuadernos y dar dinero para los pasajes. además necesito de su ayuda en el taller. El año entrante lo mandaremos, si las circunstancias cambian– expresó el padre cansado de las indirectas.

–Papá, la niña Dora dice que por mis buenas calificaciones, podría obtener una beca.

–Hijo, hemos dicho la última palabra– dijo el padre, sin mirarlo a la cara.

carlos se sintió muy mal de nuevo. aceptó no ir al colegio, pero no quería estar un año más frente a la fragua.

“¡no! ¡Mejor me muero!,” se dijo.

a esa edad, carlos y alicia fueron adoptados como protegidos por una pareja de vecinos, ana y Juan, personas buenas y muy generosas. Llegaron de la zona sur a probar suerte en la capital.

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El cine llegó a ser el pasatiempo preferido de la pareja. En ocasiones, invitaban a los hermanos a ver la película, previo permiso de los papás.

La primera vez en el cine, alicia se durmió a los diez minutos del comienzo de la cinta; pero carlos disfrutó mucho la experiencia.

La famosa película mexicana: “nosotros los pobres”, le impactó, no sólo por lo maravilloso del séptimo arte sino por la historia familiar, con la cual se identificó tanto. comprendió por primera vez que muchos seres alrededor del mundo sufrían por las pobrezas e incomprensiones, como las de su familia.

se enamoró de inmediato de la niña actriz protagonista. rió, lloró y compartió el pañuelo de ana.

Hizo de Pedro infante su ídolo. ir al teatro a ver películas llegó a ser su mejor entretenimiento y paliativo para mitigar sus penas.

cuando Juan trabajaba de noche, ana se escapaba al cine, en complicidad con el muchacho, previa amenaza de no contar nada a su esposo. Era una difícil promesa por cumplir, pues en más de una ocasión, carlos metía la pata y le contaba a Juan argumentos de cintas, que el hombre ignoraba.

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La película, una comedia con la cómica Vitola, quien al concursar para reina de la UnaM, desfiló en traje de baño mostrando su cadavérica figura, lo hizo reír por una semana. Desde entonces, apodó a alicia con el nombre de “Vitola”, por sus piernas de palillo.

La hermana cuando vio a la cómica, comenzó a odiarla. La comparación le pareció ingrata.

Una noche, cuando caminaba con ana por la avenida central, decidieron descansar un rato en el parque, frente al teatro nacional.

Era noche de gala y el teatro mostraba todo su esplendor. De pronto, un automóvil negro se detuvo frente a la entrada principal. Los dos intuyeron que alguien importante había llegado, por lo que se acercaron. carlos aprovechando su pequeña estatura, se coló entre la gente y logró acercarse a la puerta del vehículo.

“¡Qué guapa! ¡Qué elegante!”, decía la gente, al observar a la recién llegada.

El niño cuando vio a la bella mujer de ojos grandes y un lunar en la mejilla, pensó: “es la mujer más alta y bella del mundo”. cuando la artista lo vio, le acarició la mejilla con su mano enguantada.

–¡Hola escuincle!– le dijo.

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Él respondió con una dulce sonrisa; pero no entendió el saludo. La voz ronca de la mujer no le gustó para nada. al rato supo por medio de ana que se trataba de María Félix, la actriz mexicana más famosa del momento. carlos se emocionó, se tocó la mejilla, luego puso su mano en la boca como reteniendo la caricia.

al llegar a casa no contó nada a sus padres. se fue a su cuarto y se acostó. antes de dormirse, pensó: “ella es tan bonita que podría ser mi novia; pero es tan alta y yo tan pequeño, que seríamos la gallina enana y el gallo zancón. ¡Qué pereza!, yo sería la gallina”.

sonriendo, descartó la idea para siempre, aunque agregó: “además, me puede comer, pues ana dice que ella es devoradora de hombres”. se sonrió maliciosamente y al rato se durmió.

Dos años después, los esposos adoptaron una niña. Las visitas al cine disminuyeron hasta desaparecer. carlos aceptó esa pérdida con dolor, pero a la vez con mucha comprensión.

“El derecho de nacer”, dramón novelero radial, conocido por la mayoría de los habitantes del país, llegó en forma de película y captó la atención de los

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hermanos. carlos no quiso perdérsela, aunque ana, por sus ocupaciones, había dejado el vicio del cine.

Durante una semana, el muchacho imploró los cincuenta centavos, costo de la entrada. La negativa de los padres fue total. El dinero no alcanzaba para ese tipo de gastos.

El domingo, alicia lo vio rogar nuevamente. Luego de observar que el hermano lloraba por la negativa, se conmovió:

–carlos, ya no llore, yo le doy “el cuatro”, eso sí, me cuenta la película cuando regrese –dijo la muchacha para gran sorpresa del hermano, quien no preguntó sobre la procedencia del dinero.

–¡claro que se la cuento!– contestó el muchacho, muy emocionado. El hijo pidió permiso al padre y salió con premura, aunque ya era un poco tarde. La madre estaba ausente.

–¿Quién le dio el dinero a carlos para ir al cine?– preguntó Marta, al llegar a casa.

–Yo se lo di– contestó alicia.

–Y usted, ¿cómo lo consiguió?– preguntó la mujer.

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–Lo tenía guardado desde hace días– contestó la muchacha.

–Pero ¿cómo lo consiguió?– insistió Marta, quien tenía la seguridad de que el dinero era suyo, pues se le habían desaparecido cincuenta centavos una semana atrás.

–Me encontré “el cuatro” en la calle– respondió la hija.

–¡Eso es mentira, usted lo tomó del dinero de la casa!– gritó la mujer fuera de sí, al mismo tiempo le jaló el pelo con fuerza.

alicia al verse acorralada, sintió ganas de llorar, pero no lo hizo. “¡Qué bueno, mi hermano está en el cine con mi cuatro!”, se dijo en voz baja. Desde entonces, se prometió nunca más derramar una lágrima delante de la mamá, promesa cumplida a cabalidad.

–¿Está riéndose de mí?– expresó la madre, al ver que no decía palabra ni lloraba. En el fondo era lo que muchacha hacía, pero ni a palos se lo dijo.

alicia no lloró en ese momento, al rato lo hizo cuando carlos en un llanto desgarrador, entró en la casa quejándose de nerón, perro bravo conocido en el barrio, y que al alcanzarlo en su carrera, le había

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mordido una nalga al llegar al cine. Unas personas al ver el ataque, espantaron al canino.

Por la noche, los hermanos lloraron su mala suerte. Un rato después, carlos observó a la hermana con mucha seriedad por unos segundos.

–no teníamos el derecho de nacer– le dijo.

Luego comenzó a reírse. La risa fue correspondida por alicia, que lanzó una carcajada y carlos la imitó. –El único que no tenía derecho de nacer era nerón, ¿verdad carlos?–dijo la hermana. ambos terminaron riendo en forma convulsiva.

–¡cálmense o le digo a Marta que los calle– gritó el padre desde su cuarto. reinó un silencio absoluto por un rato, después se escucharon risas en voz baja, ambos metidos debajo de la cobija y apretándose la boca con sus manos, no pudieron dejar de reír. así prosiguieron la comedia, hasta que Marta apareció bajo el marco de la puerta del cuarto.

Mucho tiempo después, alicia, en el excusado, observaba muy nerviosa por las rendijas del aposento. no quería que nadie la interrumpiera. sacó de su bolsa la carta entregada por Yolandita el día anterior:

“¡alicita, qué linda está! ¿Le gustaría ser mi novia? arturo.” Por lo visto, María José, la novia, había pasado

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a la legión de los olvidados. La adolescente lloró en silencio. su felicidad era grande. Deseó correr en busca del amado, pero su timidez se lo impidió.

“Hoy haré lo que mamá quiera; si desea que me hinque, lo voy a hacer y si me pide que lloriquee, también la complazco,” se dijo, en voz alta.

Luego salió del excusado y, olvidándose de sus complejos, levantó su pequeño busto y caminó con donaire.

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EL ÍDOLO

Una tarde, el polaco abraham invitó a carlos a jugar con el nuevo tren eléctrico traído de new orleáns.

sobre la cama de su amigo, un abanico de tarjetas postales de la ciudad de México le llamó la atención. algunos sitios le parecieron familiares, tal vez los había visto en alguna película.

¡Qué linda le pareció la torre Latinoamericana con sus cincuenta pisos y el parque La alameda! ¡Qué grande la plaza del Zócalo con la catedral y sus jardines de palmeras y flores! El teatro de las Bellas artes y el monumento a Benito Juárez le parecieron maravillosos.

“¿Quién es ese señor? La niña Dora nunca nos ha hablado de él”, se dijo.

Lo que más le gustó fue el Monumento a la independencia con la dichosa mujer sobre la alta

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columna con el busto y las alas doradas, prestas a volar.

–¿Le gustan las tarjetas?

–¡sí, muchísimo! –son suyas, se las regalo. Papá va mucho a México y me puede traer más

carlos las tomó y se las puso en su pecho, en donde su corazón latía de prisa.

La tarjeta de la Diana cazadora saliendo de la fuente se convirtió en una de sus preferidas.

–Perdonen, ¿ustedes mencionaron a Pedro infante?– preguntó a unos transeúntes cuando regresaba al taller trayendo un material comprado a su padre.

–¿no sabe la noticia? Él murió hoy al caer su avión.

–¿no es mentira?– preguntó el muchacho.

¿cómo era posible? ¡su ídolo muerto y por culpa de un avión! Quiso correr, pero el acarreo del material se lo impidió. todavía le faltaba tanto para llegar al taller. Más que nunca quiso estar cerca de ana.

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cuando llegó la vecina le confirmó la noticia, él sólo dijo:– ana, ¡pobrecito!, y corrió de inmediato a refugiarse en el excusado.

carlos pensó que si el actor se le hubiera aparecido en ese instante, no le habría tenido miedo y a lo mejor hasta le hubiera hablado. El difunto nunca se le presentó.

cierta noche, en un sueño, voló en su avión rojo hasta México. al cruzar la frontera, el ídolo en su confortable avión lo esperaba y le sonrió con simpatía. Los aviones, uno frente al otro, no tenían comparación, el de carlos parecía una pulga.

El actor, deseoso de mostrarle la belleza de la capital Mexicana, lo invitó a su nave, la del niño esperaría en el mismo lugar. Los volcanes, sobre el gran valle lo impresionaron. El hombre giró dos veces sobre los cráteres. La ciudad a la distancia brillaba como una esmeralda.

De pronto, sobre la metrópoli, carlos descubrió los lugares de las tarjetas y quedó maravillado, eran más bonitos de lo que mostraban las fotos.

El hombre lo invitó a bajar. Él se negó.

–tengo que volver a casa, mis papás no saben de mi viaje.

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El actor lo condujo hasta el pequeño avión rojo. El ídolo, agradecido, le besó la mejilla, se dijeron adiós con la mano y una sonrisa los iluminó. El artista elevó su avión arriba, arriba, y él condujo el suyo abajo, abajo.

carlos despertó a las dos de la mañana. La sonrisa no había desaparecido de su cara.

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LA GRADUACIÓN

Los alumnos recibieron la noticia con agrado. iban a recibir el diploma de primaria el veintiséis de noviembre. Varios quedaron en el camino, pero la mayoría había triunfado.

El gordo abraham parecía un pequeño gigante, Marcos se hizo larguirucho y flaco. rodolfo y carlos no crecieron tanto.

La maestra, siempre cariñosa, trató de que ese año fuera el mejor.

Para carlos, la experiencia escolar seguía siendo lo máximo de su vida.

como despedida de la escuela y del grupo, se planeó un paseo al volcán irazú, desconocido por la mayoría de los estudiantes.

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tenían que aprovecharse las primeras horas de la mañana, para evitar las nubes de la tarde. La partida se realizó a las seis de la mañana.

subir a más de tres mil quinientos metros de altura era una experiencia nueva y fascinante para los niños, mucho más para carlos, quien seguía prendido de los lugares altos.

Los diferentes verdes del pasto, los cultivos de hortalizas, el ganado reposando, las sencillas casas de los campesinos con el humo de las cocinas de leña y sus jardines, en donde sobresalían las grandes calas, fueron un gran deleite para todos.

al arribo, la neblina cubría el cráter y una pertinaz lluvia azotaba el lugar. al rato, como por obra de magia, las nubes desparecieron y el coloso mostró su majestuosidad.

Los niños junto con la maestra corrieron hasta el borde del coloso. tomados de la mano, como si el volcán se los fuera a tragar, no salían de su asombro.

La neblina reapareció junto con la lluvia, por lo que decidió regresar y ingerir el almuerzo de camino.

sobre una hermosa colina, en donde podían divisar las ciudades de san José y cartago, se disfrutó de los alimentos y juegos, que hicieron reír a más

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de uno. En el grupo se encontraba Patricia Pérez, convertida en una linda mujercita. su cercanía cautivaba a carlos.

–carlos, ¿le gustó el volcán?

–preguntó la adolescente.

El muchacho permanecía con la cabeza baja mientras ella le conversaba. Era con la única que mantenía esa actitud, a pesar de su espíritu coqueto.

–sí, mucho, pero me dio miedo.

–Yo no soy miedosa

carlos no le creyó.

–no me cree, ¿verdad?

– Bueno, sí le tuve un poquito de miedo– agregó.

–carlos, ¿tiene novia?– preguntó Patricia después de un prolongado silencio.

–no, no tengo.– contestó el muchacho muy serio.

–Yo sí tengo novio.

–¿Quién es él?– preguntó carlos, muy alarmado.

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–Él es Marcos, su compañero.

carlos sintió que un rayo lo partía en dos. ¡Marcos, el enemigo que siempre le pegaba, era el novio de su novia! ¡tragedia! “Mejor me hubiera tragado el volcán”, se dijo.

–¡Ése es un peleón, que se come a los más chiquitos!– dijo, sin saber qué decir.

–¿como usted?– dijo la niña.

–no, yo no le tengo miedo– contestó lleno de furia.

El muchacho tuvo el deseo de responderle una grosería, pero se contuvo.

El mal tiempo volvió a aparecer, por lo que se decidió regresar a la capital, no sin antes visitar a la Virgen de los Ángeles en su santuario, para darle gracias por el éxito obtenido en los estudios.

La última semana de clases dio inicio al día siguiente. Los muchachos esperaba la “fiesta de la alegría” y la entrega de diplomas. rodolfo también se iba a graduar. a pesar de la prohibición de su amistad, seguía siendo amigo de carlos.

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Ese lunes, caminaban juntos. rodolfo recogía jocotes verdes y los lanzaba contra los cables de luz. carlos alzó uno de regular tamaño y la puso en la bolsa del pantalón.

cerca de la escuela se encontraron con la maestra, quien los besó y dejó que cargaran sus pertenencias.

Esa mañana, se repasó una clase de Geografía sobre los andes y su pico más alto.

–abraham, qué bonito sería conocer el monte aconcagua y estar en su cumbre– comentó carlos.

–La gente debe verse como hormigas desde allí– expresó el polaco.

–cuando sea grande, iré a ese lugar– respondió el muchacho.

La campana anunció el inicio del recreo grande. Los alumnos al salir de la clases iniciaron sus acostumbrados juegos.

carlos no jugó ese día, andaba en pos de su presa. Lo buscó en diferentes lugares de la escuela, hasta en el sótano, pero no lo encontró.

al salir divisó a Marcos, que para variar amenazaba a uno de los niños y lo insultaba. carlos sacó el jocote

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del pantalón, lo balanceó varias veces y lo tiró con inmensa cólera, dando precisamente en el blanco propuesto: la cabeza del compañero. El muchacho se tocó la frente e inició un llanto escandaloso, tanto fue el aspaviento, que la niña Dora se vio obligada a salir del aula.

–¿Quién fue? ¿Quién fue?– preguntó la mujer, consternada.

–niña, el jocote vino del sótano– dijo carlos.

nunca se supo quién lanzó la fruta.

al ver llorar a Marcos, que gritaba como una mujercita, se dijo en sus adentros: “Ese jocotazo es por los golpes y pellizcos que me ha dado a mí y a los otros niños, pero sobre todo por quitarme a mi novia.” Esto último, lo dijo en voz alta.

En ese instante, recordó a Patricia Pérez diciéndole que Marcos era su novio. Le sacó la lengua y con mucha cólera, dijo en voz baja: “Eres muy fea.”

Esa tarde, de regreso a casa, la expulsó de su corazón. Después de ese día, nunca más se orinó en la cama.

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alumnos y padres, en el salón de actos de la escuela, esperaban con gozo el inicio el acto de clausura y la entrega de diplomas.

Después de cantar el Himno nacional, siguieron largas y cansadas oratorias y las danzas de los alumnos de cuarto grado, que junto con las alumnas del mismo año de la sección de niñas, formaban parejas. Entre éstas, amalia sobresalía.

Luego de la entrega de premios y del ya conocido “Danubio azul” de Patricia Pérez, el acto concluyó con la entrega de diplomas.

La directora de la escuela, la niña Dora y el representante del Ministerio de Educación Pública entregaban los títulos, uno a uno, con el correspondiente beso si lo daba una mujer o el apretón de manos si lo hacía un hombre.

carlos rogaba a Dios para que el diploma se lo entregara su maestra. cuando el hombre mencionó su nombre, se desilusionó.

–señor, ¿me permite entregarle el diploma a carlos rodríguez?– expresó la niña Dora.

–Encantado– contestó, el hombre.

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carlos subió las gradas del escenario casi corriendo y se lanzó a los brazos de la mujer, quien dejaba ver sus lágrimas. Él la besó y le dedicó la mejor de sus sonrisas.

al sentarse de nuevo con sus compañeros, no aguantó más y lloró en silencio. La emoción era mucha para su corazón.

El diploma pasó a un segundo plano, al rato lo observó. al ver que sus compañeros buscaban a sus padres, quiso imitarlos.

Le entregó el diploma a Marta, quien lo abrazó y lo besó llorando, luego se lo mostró a Edgar, quien hizo lo mismo. El adolescente sintió que el corazón se le rompía.

Esa noche, sobre el camón se cubrió la cabeza con la cobija, lo que hacía sólo cuando estaba adolorido. La despedida de la escuela era una pequeña muerte. Él sabría como sobrellevarla.

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LAS FIESTAS DE PLAZA VÍQUEZ

como premio por su graduación, los padres dispusieron llevar a carlos a Plaza Víquez, en donde se celebraban las fiestas cívicas, tan necesarias para el pueblo y que sin éstas, la navidad y el año nuevo no hubieran tenido el mismo encanto.

a principio de diciembre, la ciudad era empapelada por los programas que describían con minuciosidad los actos, que se llevarían a cabo: horarios de las corridas de toros, horas de arribo de los títeres y los payasos a los barrios de la ciudad.

El diablo con su cara roja, grandes cuernos y la lengua afuera, asustaba a más de uno. Las jovencitas preferían esconderse, mientras los pequeños gritaban despavoridos, para no ver cosa tan horrible.

Más de una madre, contrariada por la malacrianza de su niño, le decía:

–se lo voy a dar al diablo para que se lo lleve .

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La calavera y la “cegua” asustaban también, ni se diga de la Giganta y su marido, cuyos rostros eran familiares con los de algunos del barrio.

se informaba sobe los juegos de pólvora, los bailes populares, el desfile de la reina de las fiestas por la avenida central, su coronación en el kiosco del Parque Morazán, en donde el pueblo, jugando a la monarquía, saludaba a la nueva soberana que no se cansaba de lanzar besos al aire. La bella damita era de la alta sociedad.

El acabose tenía lugar la noche del treinta y uno. al escuchar la sirena del Diario de costa rica, las de los bomberos y las campanas de la catedral Metropolitana, que anunciaban la llegada del año nuevo, la gente, en el Parque Morazán se abrazaba con el tradicional saludo. Luego proseguían los bailes que finalizaban en la madrugada, con los bailarines agotados, pero alegres porque habían disfrutado de lo lindo, y además, sin pagar un cinco.

La tarde en que los toros eran liberados por la avenida central, como en san Fermín, era de locos. La gente entre escondida y dejándose ver en las esquinas, miraban hacia cuesta de Moras, para ver si los animales ya venían.

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Los toros a la distancia daban pánico, pero al acercarse, los más asustados eran ellos mismos. algunos eran vacas mansas. alguna madre atrevida que deseaba asustar a su hijo, para lograr un mejor comportamiento, se regresaba a casa frustrada, y con el niño peor de su malacrianza. carlos no escapó a esas experiencias.

En la plaza, el alto tobogán le llamó la atención al muchacho. De inmediato quiso subirse en él, pero su madre se lo impidió. carlos seguía con la idea de volar y experimentar en lugares de altura. sus sueños más frecuentes se relacionaban con el espacio, en donde sus brazos eran alas que le permitían ascender a distancias inimaginables.

En uno de sus sueños, sus hermanos lo acompañaban. iban uno a la par del otro, la madre adelante dirigía el vuelo. se sintió triste al no ver al papá. El hombre había decidido quedarse en casa

La música, las luces, los juegos y la gente con su algarabía, llenaban de felicidad a los hermanos. al ver el bello carrusel corrieron a su encuentro, permanecieron fascinados por el tamaño, la belleza de los corceles y su música parisina.

–Les doy permiso para montarse una vuelta– expresó la madre ante la excitación de los hijos.

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–tomaremos los caballos blancos– dijo carlos a alicia.

La niña en su animal se mareó de inmediato, por lo que decidió sentarse en el coche tirado por el corcel.

carlos prensó el suyo con las piernas y movió los brazos como si fuera cabalgando a gran velocidad.

Quisieron realizar otra vuelta, pero no se pudo. El dinero no alcanzaría para comprar las “manzanas escarchadas” con el dulce caramelo rojo, que les había llamado la atención al entrar en la plaza.

–¡Pasen! ¡Pasen! admiren el espectáculo más famoso del mundo. La fabulosa y única “Mujer araña” con sus cien pies que los impresionará. ¡Ustedes tienen que verla para creer!

–Mamá, entremos a ver la “Mujer araña”– gritó carlos.

–no vale la pena, es una araña con cara de mujer y patas de cartón, bueno eso dice ana, la vecina que ya la vio.

Los hermanos arrugaron la cara, la descripción de Marta no los convenció.

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algún día veré a la “Mujer araña”, se dijo el niño en silencio. a la hermana no le importó la negativa.

En casa, vencidos por el cansancio, se durmieron inmediatamente. Mientras lo hacían, la música del carrusel y la voz del anunciante de la “Mujer araña” sonaban en sus oídos. carlos se durmió al compás de la música parisina.

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LA FRUSTRACIÓN

a principios de enero, el padre enfermó de nuevo, el páncreas le estaba dando molestia. Permaneció por un mes en cama bajo control médico. se temió por su vida. Marta y sus hijos mayores sufrían. amalia, la risueña de siempre, comenzó a contagiarse de la amargura.

De nuevo, algunos familiares lo visitaron. Matilde fue de las primeras en llegar. carlos, al enterarse de su visita, tuvo la esperanza de entrar al Liceo con la ayuda de la tía.

–carlos, muéstrele el diploma y la nota con las calificaciones a la tía– dijo Marta, con la misma esperanza de su hijo.

–sí, mami– contestó con alegría.

–Lo felicito– comentó Matilde con el diploma en la mano –ahora, podrá ir al colegio– agregó.

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–Él no irá, pues papá y mamá no tienen plata– dijo amalia, al hacer gala de su espontaneidad.

El adolescente esperó una respuesta positiva de la mujer, quien sin darle importancia a la conversación cambió de tema y siguió hablando con la cuñada. carlos al perder toda esperanza, retomó la depresión.

a mediados de febrero, el padre retornó a trabajar con la ayuda de su hijo mayor.

La tristeza de no asistir al colegio, lo abatía. Frente a la fragua y sin que el padre lo notara, lloraba en silencio, otras veces lo hacía a viva voz.

–¿Por qué llora?– preguntó Edgar.

–no lloro, lagrimeo por la alergia –contestó el muchacho.

Y tenía razón en parte, la ceniza le producía estornudos y lágrimas.

no se atrevíó a hablar más del asunto. sus padres ya habían tomado su decisión y él la supo con claridad. En esos momentos, hasta el pantalón corto le estorbaba. El pantalón largo de la Primera comunión se lo ponía los domingos, a pesar de que también le quedaba corto.

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Una tarde lleno de furia, observó la fragua con desprecio, casi con odio. se miró su pantalón y salió del taller como alma que lleva el diablo. Entró como rayo en la casa de los abuelos quienes se sorprendieron por su entrada tempestuosa y su seriedad. Los viejos extrañaron su saludo.

al no encontrar al padre, dio media vuelta y se dirigió de nuevo al taller.

–Papá, quiero que me compre pantalones largos, si no lo hace, no vuelvo a salir de la casa y no le ayudaré más en la fragua.

Luego salió del lugar expresando una retahíla de cosas, que sólo él entendió.

Después de exigir la compra de la prenda, la cual no llegó con facilidad, esperó por el momento oportuno para enfrentarse a sus padres.

El muchacho planeó con anticipación lo que les iba a decir. repetía las frases, hasta las cambiaba de orden.

La noche anterior al día tan esperado, no logró conciliar el sueño.

”Yo sé que Dios me ayudará, de lo contrario Él no sería tan bueno”, se dijo.

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se durmió a la medianoche.

Ese día, primero de la tercera semana de febrero, sus padres en la cocina tomaban su café matutino. carlos se presentó a las cinco de la mañana, sentía más frío que de costumbre.

–¿Por qué se ha levantado tan temprano?, vuelva mejor a la cama– expresó la madre.

–Papá, mamá, quiero hablarles– dijo mirándolos a los ojos –Quiero ir al colegio, sé que para ustedes es difícil, yo lo entiendo.

El muchacho bajó la cabeza y expresó:

–La niña Dora y ana dicen que yo tengo el derecho a estudiar, como rodolfo, Marcos y abraham lo tienen, pues ellos van a ir al Liceo porque sus padres los quieren mucho. Bueno, rodolfo no está seguro de que sus papás lo quieran; pero ahora que va a ir al colegio, está pensando que siempre lo han querido.

al decir eso, calló por un momento. Luego agregó:

–Ustedes, ¿en verdad me quieren?, por favor no me mientan.

carlos estaba a punto de llorar. Los padres no salían de su asombro, al mismo tiempo guardaron

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silencio. El muchacho con las manos en sus ojos, salió de la casa y se perdió ese día.

–¡Gracias a la santísima trinidad que regresó, nos tenía el corazón roto!– expresó la abuela al verlo.

Eran las siete de la noche.

–su papá y su mamá lo han buscado por todas partes y están muy preocupados. Yo he rezado mucho por usted. Vuelva a casa, por favor– agregó la anciana.

carlos regresó, dispuesto a recibir cualquier castigo. El miedo había desaparecido. al llegar, abrió la puerta, se fue a su cuarto en un silencio absoluto y se acostó con ropa, como tantas veces.

Los hermanos dormían, excepto alicia, quien estaba preocupada por el hermano.

–Gracias Diosito– se le oyó murmurar.

Los padres, en la cocina, tomaban la sexta taza de café. al notar su regreso no dijeron nada, sólo dieron gracias a Dios, se levantaron y se fueron a su cuarto.

al rato, se escuchó el llanto de Edguitar al sentir a sus papás en la cama.

–carlos, pase buena noche– dijo la madre

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–Hijo, pase buena noche– dijo el padre.

–Buenas noches– contestó carlos.

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EL PASEO DE LOS ESTUDIANTES

El primer lunes de marzo, la banda de la Penitenciaría central despertó muy temprano a carlos y a los vecinos. Él, muy contento, se bañó y de su voz salieron canciones muy alegres.

Edguitar lloraba, quería que se le arreglara para ir a la escuela como a su hermano rubén, quien ingresaba a primer grado. alicia ayudó a su hermanito a ponerse su nuevo uniforme.

carlos, en su cuarto, se puso sus nuevos calzoncillos, luego el pantalón de mezclilla gris oscuro y la camisa blanca de manga larga. Hizo el nudo de la corbata negra como su padre le enseñó y se la colocó. Después se calzó las nuevas zapatillas y se puso el saco de la misma tela del pantalón.

El escudo del Liceo de costa rica sobresalía en la manga derecha del saco. Vestido así, salió al patio, en donde el espejo lo esperaba. al verlo cruzar la cocina, sus padres permanecieron con la boca abierta. se

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peinó con destreza moldeándose el copete hacia la frente, se vio directo al espejo y se dedicó una amplia sonrisa.

Los padres, en la puerta, despidieron a rubén quien acompañado de su hermana mayor caminó hacia la escuela. Las niñas irían al centro de estudios por la tarde.

carlos tomó el café de prisa, saboreó un pedazo de pan, dijo adiós a sus padres y se retiró. al voltear y ver a sus progenitores tomados de la mano, su corazón, lleno de agradecimiento, lo obligó a regresar.

–Muchas gracias, ustedes son los mejores padres del mundo. Perdón por mis rabietas– dijo. Besó a la madre en la mejilla, tomó la mano del padre y la besó también.

camino al colegio, el muchacho dio gracias a Dios. su ruego había sido escuchado.

a la distancia alcanzó a ver a rodolfo con su uniforme gris ratón, caminó a prisa y se unió a él. sobre la quinta avenida escucharon el escandaloso ruido de una motocicleta, que como rayo, se detuvo a la mitad de la cuadra.

–¡Hola abraham! ¡Qué bárbaro con esa moto tan linda!– gritaron al unísono.

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Los amigos lo alcanzaron a todo correr.

–Mi papá me la trajo de Miami– dijo el polaco con una simpática sonrisa. Vestía el mismo uniforme. Después de saludarse de mano, se despidieron.

En el centro de la ciudad, muchos estudiantes de los colegios de la zona, caminaban hacia sus centros educativos.

–carlos, mire qué bonita es esa estudiante– exclamó rodolfo.

La muchacha, en forma elegante, caminaba con donaire. Vestía enagua azul de paletones que cubrían más allá de las rodillas, blusa de manga larga con rayas blancas y azules, corbata negra y medias largas negras hasta el muslo. En su mano un cartapacio de gancho, último grito de la moda, sobresalía.

–no está mal esa cebra para este ratón, ¿verdad carlos?

El muchacho respondió con una sonrisa. ambos apresuraron la marcha para alcanzar a la joven. carlos al verla, fue preso de un temblor, sudó frío y pestañó varias veces.

–¡Hola carlos! ¿cómo está?– dijo Patricia Pérez luciendo su sonrisa.

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–Bien–contestó él con sequedad.

Los amigos dejaron atrás a la adolescente. carlos caminó más a prisa que su compañero.

–¡Qué bárbaro! ¡Qué novia tiene!– exclamó rodolfo.

–¡Ella no es mi novia!– dijo carlos cerrando los puños.

–¡claro que sí lo es! ¿no vio como lo miró?– dijo rodolfo. –a mí me mandó por un tubo– agregó.

carlos nunca le había comentado sobre su sentir respecto a la muchacha. siguió su camino en un silencio absoluto. rodolfo se volteó para ver a la joven de nuevo.

Los amigos, en frente del colegio de señoritas, se unieron al grupo de estudiantes que observaban la entrada de las estudiantes.

La preciosa Paty, luciendo su figura como si fuera reina de belleza y sin ver a nadie, ingresó al recinto por la puerta principal. Luego volteó hacia los estudiantes de la barra, quienes hacían comentarios sobre su silueta. al ver a carlos, le sonrió tiernamente.

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El adolescente no supo qué hacer. sintió que la vejiga loca volvía hacer de las suyas. Primero bajó la cabeza, luego la elevó y clavó sus grandes ojos en la muchacha. ambos sonrieron coquetamente. El corazón del muchacho parecía tambor desbocado de la banda del Liceo de costa rica un Quince de setiembre.

sobre el Paseo de los Estudiantes, los alumnos escucharon la sirena del Liceo anunciando el inicio de clases. Los muchachos, exaltados, iniciaron veloz carrera.

Los edificios gemelos del Liceo, uno frente al otro, se daban bromas. con ansia esperaban a los nuevos estudiantes.

a la mañana siguiente, la banda no tocó su acostumbrada diana. algo extraño habría sucedido. El padre forjaba las pequeñas piezas con delicadeza, mientras rubén, sobre un banco, giraba la rueda de la fragua con dificultad. Las chispas se multiplicaban y las llamas cada vez se hacían más grandes, como si la fragua estuviera enojada. La guerra de las chispas había comenzado de nuevo.

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CONTENIDO

PrÓLoGo ............................................................................ 9

La FraGUa ......................................................................... 13

Los JUEGos ........................................................................ 25

La EscUELa ......................................................................... 35

EL carrUsEL ....................................................................... 45

“La EXPLicaciÓn” .............................................................. 51

Los PatinEs ........................................................................ 61

La MUErta ......................................................................... 73

La FiEsta ............................................................................. 77

EL aViÓn roJo .................................................................. 87

EL PaPaLotE ...................................................................... 101

La naViDaD ...................................................................... 113

EL “conVErtiBLE” coLor saLMÓn ............................... 123

EL cinE ............................................................................... 133

EL íDoLo ........................................................................... 147

La GraDUaciÓn .............................................................. 151

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Las FiEstas DE PLaZa VíQUEZ ......................................... 159

La FrUstraciÓn ............................................................. 165

EL PasEo DE Los EstUDiantEs ....................................... 171

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FRANCISCO CARTÍN RODRÍGUEZ

Nació el 15 de abril de 1941 en San José, Costa Rica. Obtuvo el título de Médico Cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1966.

Realizó estudios de posgrado en la Universidad de Costa Rica y en el “Mount Vernon Hospital” de Nueva York, sobre cirugía, medi-cina del adolescente y Gestión Local de Salud. Actualmente es médico jubilado de la Caja Costa-rricense de Seguro Social.

Ha publicado ¡Baila rumbera baila! (novela), en 2000. La última caja de remedios (cuentos), en 2002. De molinos y otras cosas (cuentos y relatos), en 2006. Cuentos suyos aparecen publi-cados en las antologías: Florecen las palabras, en 1995. El jardín de la osadía, en 1998. Tras la ventana, en 2002. Poemas suyos aparecen en el libro colectivo Eterno Valor, en 2004.

Pertenece al taller literario de Carmen Naranjo.

Algunas publicaciones de Editorial Osadía. Fundada en mayo de 2001

Oficio de oficios Carmen Naranjo Poesía

Entre el hecho estético y la forma Dinora Carballo Ensayo

La soledad no se ve en los espejos Alejandrina Gutiérrez Cuentos

En tierras de la madera Yagube Himnos a Dios Humberto Bertolini Prosa

Cantos con destino Ligia Barboza Poesía

Escribo en la piel Leticia Taboada Poesía

Por el hilo del tiempo Virginia Borloz Poesía

Tríptico de las mareas Magda Zabala Poesía

Mis ángeles y otros cuentos Marta Barquero Cuentos

Tiempo escondido Irene Sancho-Artecona Novela

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La guerra de las chispas es una novela de nostalgia, amor y esperanza.

Carlos, el protagonista, es un niño universal, quien a pesar de las adversidades, carga sus sueños a cuestas y va descu-briendo la vida, al mismo tiempo forja su carácter gracias a los valores aprendidos de sus padres.

Por todo ello se puede afirmar que La guerra de las chispas es literatura realista por el abundante detalle en la descripción y la pintura de escenarios, hechos y personajes. El autor logra conmover a sus lectores, sin valerse de artificios de lenguaje. Su lectura fácil y amena, con un saludable sentido del humor si viene al caso, convierte este libro en una obra accesible a todo público.

Estos relatos llenos de una profunda humanidad, caracterís-tica del Dr. Cartín, poseen además un enorme valor histó-rico para las nuevas generaciones. A través de sus páginas, se retratan fielmente personajes, lugares, ambientes y costum-bres propias de una época de la cultura nacional.

No cabe la menor duda que La guerra de las chispas va hacer las delicias de los lectores por su contenido ameno y convin-cente, con mucha mayor razón en una época de retos como la que vivimos, cuando se hace más necesario el testimonio de lucha y superación para los niños y jóvenes que tengan la dicha de leer el libro.

Floria Jiménez