FORASTEROS DEL AMOR S - CVC. Centro Virtual Cervantes · 2019-06-24 · una tierra de nadie batida...
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FORASTEROS
DEL AMOR
José Luis Garci, Asignatura aprobada. S í, quizás Asignatura Aprobada tenga como tema central lo que los curtidos veteranos del amor -los que han estado
«allí», como se decía en el frente -han llamado la segunda oportunidad. Y Garci es de los que han estado allí. Sólo alguien que recuerde las trincheras excavadas en la humedad de las sábanas y el corazón latiendo como un B-29 cada vez que ella tocaba el timbre, puede hacer una película tan impúdica como ésta. Una película tan real que casi parece una metáfora.
Y, además de impúdica, Asignatura Aprobada es antiética, porque demuestra que el sabor de la victoria es tan amargo como el de la derrota, y porque hay veces en las que los personajes hablan de espaldas, y porque esos personajes somos nosotros mismos, y porque, en el fondo, hay un pánico soterrado y doloroso a que sea cierto que existan las segundas oportunidades en el amor. Como debe ser.
De esa complejidad, de la realidad y del deseo, surge esta película cargada de la electricidad de los años 80, en la que incluso el hecho de darle un bonito puñetazo a un hijo no es otra cosa que un tremendo acto de amor.
No hay nada directo porque no puede haberlo. Esa es la gran madurez de Garci y, a la vez, su permanente demostración de inmadurez. Una inmadurez de veterano, adulta y compleja, donde se ha borrado esa línea sutil que separa la frontera del amor de la amistad, ese caótico escollo en la rompiente que no figura en las cartas de navegación y que divide la melancolía de la tristeza, la triste generación de los 60 con la de los confusos 80 y la ficción de la realidad, hasta convertir esos noventa minutos en una tierra de nadie batida por la vida, en la que los personajes se mueven por intuiciones brutales y desesperadas para no ir a ningún sitio.
Asignatura Aprobada es una película que pone el dedo en la llaga y que está hecha dentro de esa llaga. Por eso duele y por eso hay veces en las que el dolor se transforma
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en risa, con el fin de alejar maleficios y buscar � desesperadamente una salida en el laberinto. Es la risa inteligente e insensata de quien ha alcanzado un alto grado de sabiduría. Algo parecido a saber que no se sabe nada o que lo único que no falla nunca en la vida es el Real Madrid. Lo más descarado que se ha oído en el cine español en los últimos tiempos.
Hubo un tiempo en el que este negocio de locos y arte de dementes, estuvo hecho para contar historias que apenas tenían que ver con nuestras vidas. Por eso, precisamente por eso, amábamos aquellas películas que nos enseñaban a comportarnos en aeropuertos neblinosos, en mares del Sur o en pequeños ranchos fronterizos. Eran películas inolvidables y didácticas. Eran pasiones. Y las pasiones, al fin y al cabo, son siempre las mismas: las producidas por un desgarro o un arrebato. Y esas son también las encargadas de lanzar a Asignatura Aprobada hacia el desconcertante y peligroso sprint final. Pero la película de Garci tiene que ver con nosotros de una manera íntima, porque en ella los personajes han dejado de lado toda ficción para ser más ellos mismos y demostrarnos que, sin ser piratas ni vividores a sueldo ni buscadores de oro, nuestras propias vidas son interesantes para el cine. W oody Allen también lo ha logrado. Por eso, seguro que disfrutaría una película tan europea como ésta. Se le saltarían las lágrimas al saber que no está solo.
El amor es muy raro. Tan raro y caprichoso como las tómbolas o las guerras, y da la impresión de que Asignatura Aprobada le ha perdido el respeto agarrándole de la solapa. Da la impresión de que lo trata de tú a tú y de que en cualquier momento puede abrirle la puerta para dejarlo toda la noche en el descansillo de la escalera.
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Sí. A Bogart en Casablanca le mató su maldita afición al cine. Aquí, en la película, estamos curados en salud sabiendo que la vida en sí no pasa de ser una broma de un cómico de cuarta fila y que todo obedece a las exactas leyes del azar, que no hay salida y que vamos a continuar viviendo como si no sucediese nada. También se sabe que lo más importante es que al menos exista la primera oportunidad, que amor es una palabra de cuatro letras cuya química está muy lejos de ser pura, que no son felices esos felices finales de las películas clásicas y que nunca sabremos a ciencia cierta si Garci aprobó o no su asignatura.
En cualquier caso, da gusto que alguien como él siga matriculado en nuestro curso. En el de los eternos forasteros del amor. Y que lo cuente en películas como Asignatura Aprobada.
Y esa es la cosa.
Claro García
COSAS DE
ANIMALES
RAZONADORES
Y OTROS
SUCESOS
Augusto Monterroso, La oveja negra y demás fábulas. Ediciones Alfaguara, 1986.
Augusto Monterroso, escritor guatemalteco de 1921 (aunque residente en Méjico desde 1944), une la elegancia de la brevedad
con la agudeza y el arte del ingenio para componer una de las obras más personales, irónicas e inteligentes de la literatura en lengua española de este siglo. Ya Baltasar Gracián decía aquello tan repetido de «lo bueno, si breve, dos veces bueno»; y Borges, que nunca escribió libros extensos sino fragmentos que reunidos componían el libro, aseguraba que la brevedad es la cortesía del autor hacia el lector. Sin duda siguiendo su ejemplo, escritores como Arreola o Monterroso se nos muestran muy corteses, casi versallescos. En un libro como
éste, La oveja negra y demás fábulas, Monterroso, en 92 páginas, expone su opinión sobre el mundo, que no es precisamente estimulante, aunque no por eso el autor (repetimos, muy bien educado), pierde la compostura o el sentido del humor. Las cosas pasan porque sí, de manera bastante arbitraria, por lo que Monterroso ofrece, aunque sin estridencias, un proyecto para la ordenación de un mundo dislocado. Sabe, como Kafka, que si los leopardos entran reiteradamente en el templo e interrumpen la ceremonia, habrá, al cabo, que incluirlos en ella como partes muy importantes del rito. El mono no se conforma con ser el secretario del león y aspira a ocupar su puesto de rey de la selva: al león le da lo mismo, pero el mono ha de volver a tomar la pluma y devolverle al león el cetro, porque los asentimientos de éste a punto están de convertirle en un «eccehomo».
Infatigable observador de la naturaleza humana, no es de extrañar que Monterroso, siguiendo la tradición clásica, introduzca animales en sus relatos; pues según la cita de K'nyo Mobutu que abre el libro «los animales se parecen tanto al hombre que a veces es imposible distinguirlos de éste» (1). Por ello, en estas fábulas no sólo hay animales, sino también hombres, algunos ampliamente conocidos por otros libros, como Sansón y Dalila, Ulises y Penélope, y aparecen también filósofos y centauros. Aún siendo tan breve, el muestrario que presenta Monterroso es amplio, variado y divertido. El género literario de la fábula, perfectamente definido desde los tiempos de Esopo y Fedro, tiene en Monterroso a un innovador genial: pues en sus fábulas no hay el más mínimo atisbo de intención moralizante, lo que es de agradecer. Como, por otra parte domina su oficio a la perfección, e�
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capaz de condensar una fábula en apenas seis líneas, como es el caso de las tituladas El paraíso imperfecto y La cucaracha soñadora.
No podía faltar la Mosca en un libro de Monterroso; más aún en un libro de fábulas. Aquí nos encontramos con La Mosca que soñaba que era un águila, y que, claro, cuando despertaba se sentía tristísima de ser una mosca. Seguramente no habrá escritor que tanto haya escrito sobre las moscas como Monterroso. Sobre las moscas escribier<;m el asturiano Juan Ochoa, Katherme Mansfield, Knut Hamsun; y el poeta japonés Kobayashi Issa hasta le dedicó un «haiku» a · este insecto díptero:
No la aplastes la mosca se frota manos y patas. Monterroso deja caer su mirada
una y otra vez sobre las moscas; y las ve como lo que son, sin sentimentalismo ni pretensiones metafísicas: las vé como a moscas.
Un libro de Monterroso sin ilustraciones es como una comida sin queso: es decir, lo mismo que una belleza tuerta. Las de éste, obra de Francisco Meléndez, son magníficas.
José Ignacio Gracia Noriega
(1) Que los animales hablaban lodocumenta Voltaire en La princesa deBabilonia, e incluso presenta a un ave (que luego resultó ser el Ave Fénix) que confiesa «una gran afición por la lengua caldea». Si dejaron de hablar posteriormente, fue porque los hom: bres, aún parlantes, los comían.
SALI SIN SER
NOTADA
José Servera Baño (editor), En tornoa San Juan de la Cruz. Ediciones Júcar (Colección «Los Poetas. Serie Mayor»), Madrid-Gijón. Febrero, 1987.
De la presente selección de ensayos sobre San Juan de la Cruz ha sido recopilador J. Servera Baño y los diez estudios aquí
reunidos son una amplia muestra de los diversos aspectos lingüísticos y literarios que los comentaris-
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San Juan de la Cruz.
tas han abordado en torno a esta breve y fundamental obra. Todos ellos establecen, desde diferentes presupuestos, una visión de conjunto. La nómina de autores la integran desde poetas como Celaya Guillén y Moreno Villa hasta lo� críticos Cristóbal Cuevas, Emilio Orozco, Francisco Ynduráin y Ermanno Caldera; y se completa con dos estudios de carácter técnico Lenta elaboración del Primer Cánti: co, de Eulogio Pacho y Subida al Monte Carmelo. Noche oscura del alma, de Federico Ruiz Salvador.
Cristóbal Cuevas, en La literatura, signo genérico (Madrid, 1981), toma como punto de partida un escueto análisis de la elección del género literario en función de un determinado mensaje y en relación directa con el ámbito estético que elige cada escritor. En San Juan de la Cruz confluyen el sustrato retórico de la época y diversas motivaciones externas. Tenemos, por un lado, una actitud transmisora de la ciencia espiritual dirigida a la consecución de un ideal místico, y, por otro, la preocupación léxica que le dé forma. Para esta doble función poética San Juan de la Cruz recurre a la prosa y el verso, «combina libremente distintas formas expresivas para llevar a cabo con más eficacia sus propósitos comunicativos». La prosa le sirve para explicar la doctrina que subyace en el poema; y éste no sería más que un vehículo emocional, un símbolo y una alegoría. Las cuatro obras de San Juan pertenecen, según Cuevas, a la categoría de «glosa doctrinal». Establece una divergencia de orden semántico entre los poemas glosados, más conceptuales y que configuran un «eros intelectual», y los no glosados, que no transcienden más allá del propio poema. Dicha estructura prosa-verso tendría su origen en la corriente moralista
de la glosa profana y en la exégesis religiosa. Se concluye con una consideración del poeta como incansable buscador de una expresión que contenga el mensaje espiritual que le interesa referir, consciente de los precisos materiales lingüísticos que maneja en la elaboración paciente de sus versos.
De Gabriel Celaya se antologa su ensayo La poesía de vuelta en San Juan de la Cruz, la tercera parte de Exploración de la poesía (Seix Barral, 1963). Propone un desarrollo dialéctico de este género, partiendo de una tesis, la poesía pura en Herrera; una antítesis, la metapoesía en Bécquer; y una conclusión, «la poesía de vuelta, entendida como una recuperación dialéctica». Tal esquema idealista deberá ser confrontado con otros proble� mas de índole social y técnica. Además un desarrollo dialéctico plantearía una nueva tesis y conclusiones diferentes. Celaya distingue en San Juan entre la experiencia mística de sus visiones imaginarias y la «operación poética» que las convierte en literatura. Menéndez Pelayo habla del temor religioso que le infunde esta poesía tocada por la mano del espíritu, pero no desestima la intervención artesana del poeta, la introspección psicológica, el despojamiento retórico, las influencias de la corriente mística, ni los antecedentes de la metáfora de amor terrenal. Schopenhauer y Baudelaire equipararon al poeta con el químico que busca un resultado diferente del material que emplea. San Juan de la Cruz trata de objetivar unas intuiciones con el fin de hacerlas inteligibles por medio de la alquimia de la palabra.
Emilio Orozco, en «el sentimiento de la naturaleza en S. J. de la C.», estudia la progresión y transcendencia del paisaje en la lírica renacentista y el proceso espiritualizador de la naturaleza. Su segundo texto antologado, Simbolismo místico y poético (Madrid, 1959), se relaciona con el de Francisco Ynduráin, S. J. de la C., entre alegoría y simbolismo (Madrid, 1969). Ambos coinciden, partiendo de análisis lingüísticos, en el carácter de modernidad de los poemas; el primero ve en ellos una superación del alegorismo; el segundo una variante de la poesía simbolista.
Moreno Villa hace, asimismo, una valoración de San Juan como
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precursor de la poesía moderna. «Tenemos -dice- delante a un poeta y, como tal, se expresa verbalmente, no con figuras geométricas, pictóricas o musicales, y hay que ir derecho hacia su modo de actuar y el material de su obra, la palabra».
El estudio de Jorge Guillén pertenece a su libro Lenguaje y Poesía (Alianza, 1969), y el capítulo que se reproduce es el titulado Lenguaje insuficiente: S. J. de la C. o lo inefable místico. Guillén ensaya un análisis de los poemas mayores de San Juan sin atender a referencias externas, «como si nada supiéramos del escritor». Para él los comentarios en prosa carecen de sentido poético, son una base teórica a las sensaciones expuestas en el discurso poético. Estos comentarios vendrían a ser la explicación posterior de un sentido alegórico que encaja en el asunto del poema, que posee un valor por sí mismo; «los poemas ( ... ) no significan más que amor, embriaguez de amor, y sus términos se afirman sin cesar humanos».
Luis Salas Riaño
EL RESCATE
DE LOS
GESTOS
Sobre un libro de José Manuel Caballero Bonald y José Luis Fajardo.
La lectura reciente de los diarios de Thomas Mann me ha proporcionado la posibilidad de la contemplación de un autor en el
proceso de observación de sus personajes, el modo de almacenar caracteres, gestos y actitudes en la memoria de Mann que luego ha revertido en sus obras singulares. Me ha complacido especialmente, en este sentido, la familiaridad con la que el autor alemán se refiere a los personajes, como si se tratara de gentes de su entorno. Y, a veces, ciertamente, de eso se trataba.
La memoria es, desde luego, prodigiosa fuente de imágenes, tanto más rica, como es obvio, cuanto mayor es nuestra capacidad de imaginar. Acaso la realidad no sea otra cosa que una sucesión de paisajes, escenas habituales o insólitas. O una galería de retratos con gestos. La agudeza en la percep-
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-�o ...,
ción viene dada siempre por la mirada y ésta es, en definitiva, el motor originario de la expresión. En la pugna por alcanzarla -con la precisión que exija el misterio y que en nada es ajena a la ambigüedad- se empeñan la palabra y la línea, la voz y el trazo y hasta los ruidos y los ecos. Unas veces se empeñan por separado en esa ambición de mágico embarazo, de preñez que no obedece a otras reglas que a las de andar por la vida asomándose al abismo. Otras veces abordan el empeño juntas y se encuentran dando las mismas pinceladas, pronunciando los mismos fonemas o signando una única partitura frente a los espejos deformantes del callejón del gato valleinclanesco o mirándose en las mismas fuentes de Narciso. Da igual. Pero si tal coin-
cidencia no procede es posible que al cabo encuentren su punto común el sonido y el color y la letra, tras nutrirse unos de otros; tras sugerirse, alimentarse y estimularse mutuamente. Todo para hacer el recuento, la representación de lo visto y lo soñado de determinado modo -la crónica, si se quiere- a través del privilegio de la memoria. Este es el caso del escritor Caballero Bonald y el pintor José Luis Fajardo en un libro sobre los personajes de este último. Porque sí creo a estas alturas que no hace el artista otra cosa que rebuscar en los baúles de la experiencia -no importa en qué grado sea ésta íntima o externa- a fin de dar a luz a sus criaturas. Para el arte cuenta más la memoria que la realidad o, por lo menos, no resultan incompatibles_ O dicho de otro modo más rotundo: no hay realidad sin memoria. Aquí nadie copia del natural. Y quien lo hace está condenado al abandono del misterio. Tampoco
la forma se revela desde el lienzo en blanco como un acto casual que no obedezca a una liturgia ignota de la memoria creadora. Ni el texto surge como llama de la textura límpida de un papel que.,reclama al escritor a cumplirse desde los recovecos de la experiencia. Pero ese trance primero de imaginar, que alguien llamaría inspiración, y que en cualquier caso consiste en dar forma, lo imagino común al texto y a la mancha. Todos estamos haciendo siempre un retrato y, con mucha frecuencia, el propio autoretrato. No se divorcian en ésto Galdós y Holderling, Mozart y Zurbarán. No se diferencia el novelista, que a fuerza de palabras pone en pie a un personaje, del pintor que traza un perfil humano sobre un lienzo. Puede ocurrir que se complementen en esta tarea y hasta que, llegados a la disidencia en este punto, y por lo que respecta a un concreto personaje, se complementen a pesar de todo. Tal complementariedad alcanza no sólo al dibujo de lo que llamamos convencionalmente realismo sino hasta la expresión de las emociones más abstractas que han hallado primero su plasmación en el poema y han originado después la sinfonía. O que fueron antes viva mancha sobre una tela y más lograda expresión poética. Cuando hablo de igualdad ante el fenómeno artístico está claro que no me refiero a la expresión sino al trance originario, y cuando hablo de complementariedad en la expresión, no hablo de expresiones que necesariamente hayan de completarse, sino de aportaciones que enriquecen una misma visión original: Velázquez en Aleixandre, Aleixandre en Luis de Pablo. Es sólo un ejemplo, pero la historia de las artes está repleta de ellos. No hay que excluir tampoco los casos en que tal complementareidad se da en un mismo
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artista, expresándose a un tiempo desde ámbitos expresivos distintos, bien que casi siempre con más acierto en una de las artes manejadas. Por ejemplo, acabo de gozar de la contemplación de la obra plástica de Pasolini: su fino trazo da vida a los personajes de su obra literaria. Lo concebido por la palabra se entrega por los ojos, como lo
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ha hecho -y en ésto es un ejemplo moderno singular- a través del ci- "E ne. Pero, además, desde Leonardo -� o Michellangello, a un caso del �diecisiete, Salvatore Rosa, mejor 3pintor que autor de canciones, o a -�un ejemplo inglés del diecinueve, ..s:donde la poesía acompaña en dignidad a la pintura, Gabriel Rosset- pensión surrealista tan pronto se
les incita en la intimidad a la convivencia con el humor. Esta es otra: el humor, común a los dos creadores, invade las páginas de este libro, primorosamente editado por el Cabildo Insular de Tenerife. El humor se encarga de la caricatura en la que debemos reconocernos, el humor prodigioso y elegante de nuestros dos artistas origina la visión satírica de los personajes glotones, los prepotentes y los secuaces anónimos y los personajes de varia lección. Ambos tienden, es verdad, a la desmesura y a la exageración. Tal vez les venga del origen. Como se sabe, tal fama acompaña siempre al andaluz y a ello pudiera atribuirse en Caballero. No así al canario, pero habría que remitirse a códigos locales, para encontrar la razón de la exageración fajardiana en su condición de lagunero. En cualquier caso no entiendo cómo puede haber' humor sin desmesura, ni artista sin exageración. Para entenderlo mejor, me remito a Ernesto Sábato quien, a la pregunta sobre qué es un creador, responde: «Es un hombre que en algo perfectamente conocido encuentra aspectos desconocidos. Pero, sobre todo, es un exagerado».
ti, hasta nuestro siglo, con un ejemplo próximo, Alberti, quien además de pintar, mejor poeta, ha-ce de la pintura tantas veces objeto de sus versos: «Diérame ahora la locura / que en otro tiempo me te-nía / para pintar la poesía / con el pincel de la pintura».
UNA MISMA INTENCION
Es esta la locura que con acierto emprenden al alimón José Luis Fajardo y José Manuel Caballero Bonald y desde dos perspectivas diferentes que se encuentran en una misma intención: el rescate de unos gestos que sitúa la vida ante el espejo.
Los personajes de Fajardo no es un libro de Caballero Bonald ni se trata de un libro sobre Fajardo. Constituye una obra común en la que el uno es cómplice del otro -como Picasso con Satie, la pintura hecha movimiento en la escena- y en la que estos personajes deFajardo convocan a una misma experiencia de conocimiento desde lapintura y desde la literatura.
El pintor apela a la palabra en esos hermosos títulos que parecen versos de factura impecable y que no sólo forman parte de la obra signados como aparecen sobre ella'. sino que su significación interviene en la emoción del contemplador. El escritor -este orfebre de la palabra, cada día más aquilatada, que es Caballero Bonald- acude a las imágenes que se suceden, ricas, a lo largo de todo el texto. Ambos tienen en común la utilización de los elementos irracionales y éstos afloran espontáneos en el relato y en la pintura. Y es así, porque quienes conozcan a Caballero Bonald y a José Luis Fajardo convendrán en reconocer en ellos una cierta pro-
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He aquí, a lo mejor por eso, un tratado sobre la ironía, donde la pintura no ilustra la literatura ni ésta cumple cometido de pie de foto, sino que una y otra se apoyan �n una verdadera crónica civil, realizada desde la ambigüedad y traspasada por el misterio. Toda una lista de personajes surgidos de la memoria inmediata que delatan «la insurrección de Fajardo como for�a insurrecta de la pasión», al declf de Caballero Bonald, y que implica al tiempo al escritor en esta forma de insurrección que le es tan cara.
-�o ...
�aballero Bonald es aquí algo mas que un espectador que constr�yera con los gestos de los personaJes su propia memoria. Caballero Bonald, insisto, es un cómplice de estos fantasmas y a veces hasta un �ómplice �i�gráfico _de su companero de viaJe, el pmtor Fajardo Así, por ejemplo, surge el mar co� mo obsesión personal del andaluz Y el isleño: el mar que vomita en el texto de Caballero Bonald un raro mundo de náufragos, vist� la cara de borrones de los náufragos. El mar, reconocido como protagonista en el bello diario íntimo de los apuntes �iogr_áficos de Fajardo, una experiencia de escritor en el artista plástico llena de ternura Tod_o un intento de hacer justicia � la vida. Entre los dos han pintado náufragos con la cara de borrones. 1:' lo �an hecho sin escatimar ni sátira m ternura. Han ejercido la burla con compasión. Como cuando se a_ctúa desde un solitario observatorio y no desde una tribuna. En estas páginas de Los personajes de Fajardo -réplicas visionarias de una realidad, en palabras de José Manuel Caballero Bonald- podemos encontrarnos todos. Incluso aquellos que se resistan a encontrarse incl�so los críticos evidentes. L� obstmada representación del crítico en postura diversa me hace record�r aquella calificación que el g�em10 le mereció a Sartre: «guardianes de cementerios». Todos en definitiva, somos personajes de' varia lección .. Si Fajardo nos ha puesto el espeJo y somos personajes suyos, leamos unas palabras de Caballero Bonald que a nosotros se refiere: «También tienen algo -o �ucho-, dice Caballero, del reíleJO deforme que dejan sus cuerpos en los melancólicos charquitos de la calle.»
Fernando G. Delgado
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LA HISTORIA Y LOS MUÑECOS
Javier Fernández de Castro La noviadel capitán. Mondadori, 1987.
N ovela o narración: unavieja polémica que en los últin:i?s años setenta, pretend10 dar el certificado de defunción a la novela
contemporánea. Se trataba de defender al contador de historias fre�te al manipulador de textos. Y Javier Fernández de Castro que en s� práctica literaria mante�ía posic10�es experimentalistas -aunque habia hecho un par de incursiones en la narración-narración una de ellas aún inédita- fue un'o de los que probaron la inutilidad de esa discusión, su impertinencia: a la postre, sólo ha servido para que colaran_ como buenos una serie de bodr�os decimonónicos, se ha conseguido una sobreabundancia agotadora de la novela de género y se h_a concedido la bula de la coba de siempre a los santones (de siempre) de la novela costumbrista a los que F. de C. y su generación �espreciaron y desprecian. La realidad es que, si primitivamente la discusión se planteaba a niv;les más técnicos, al final frases fuera de contexto se usaron para beatificar la mediocridad: y así, el estado lamentable, salvo excepciones de la novela española de diez años después.
La novia del capitán es una de esas excepciones. Es una estupenda novela, dura, irónica y cruel compleja y difícil pese a que un� narración rigurosa, que no cede la tercera persona, ofrece un texto aparentemente lineal con un lenguaje l�mpio y terso,' que no hace conces10nes al coloquialismo. Parece un texto claro, y lo es sólo que la complicación -y la nec�saria complicidad del lector entoncesestá en el entramado d� relaciones pequeños cambios, pasos obsesio� nes Y pasiones que guían la historia Y el desarrollo de los personajes.
F. de C. cuenta en La novia delcapitán la historia de una familia que es, como en todas sus novelas' un universo. éerrado en el que está comprendido todo el universo. El capitán de que habla el título es un aventurero fascinante, doblado en
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u�o de sus hijos, el transgresor Camilo. Y su novia, exactamente la antinovia, la madre, con su esfuerzo para mantener el clan, su voluntad de poder -y control de los poderes- y su enorme fuerza. Doña América, que también está doblada en sus hijas, y particularmente en Carolina, la novia verdadera la hermana fuerte e incestuosa 1l base real de la historia y, com� veremos más tarde, la única capaz de c�:mtarla. Si empieza como la historia_ de una decadencia, será enseguida la de la aventura de unas individualidades -en realidad arquetípicas- para ser todo el tiempo la de una extraña solidaridad dentro del juego. Juego cerrado con sus valores propios. Y adulteri� incesto, traición, gustos poco u�uales ... son pasados como por enci�a, en una narración inocente: i�oce�te porque su lógica es indiscutible. Es la lógica interior nada que ver con criterios morales' � conductuales en general, exte� riores.
Esa lógica interna es la de las mujer�s, esas i:nujeres férreas que tan bien consigue Fernández de Castro, que están siempre en sus novelas y que, como en las de Faulkner, encarnan, más que la tierra que en rigor no existe la realidad misma. O lo que es 1� mismo en La novia del Capitán, la familia. Ellas -y ella- son el verdadero espacio. Crean y mantienen el sentido común por el que transita la novela. Tienen los hilos. Están al n:iargen del discurso moral, que la v1rtud es cosa masculina. Y están también al margen de la aventura po� lo mismo. Pero tienen el poder'. Asi que aunque el narrador es un varón despistado y sordo todo el relato está plenamente integrado
en ese sistema interior de defensa y continuación de la familia. Está dentro de ese peculiar sentido común, en la aceptación sin defensas de lo que ellas, las mujeres, imponen y mantienen.
Así, la aparente primera historia a contar -la de las aventuras en mares poco imaginables, de un capitán y su amigo, y la consecuente ruina familiar- que contaba con todos los datos de la gran y pequeña épica, de la Odisea a las películas del oeste -los amigos, el viaje, la traición- se van a convertir en esa especie de aventura doméstica, en la que la supervivencia de personas y grupo ocupa el primer lugar. Van tomando fuerza la segunda generación de personajes, y la primera, desaparecidos físicamente los aventureros desde el principio -el padre muerto, el primo alcoholizado- queda reducida a ser contada: de la única manera posible,en un teatrillo de marionetas, queal tiempo será la fuente del dramaposterior: el incesto y el suicidio.
El lenguaje de las marionetas -aventuras en realidad escritas ypensadas por Carolina- es voluntariamente estereotipado, sacado delos tebeos de Hazañas bélicas, delos sandokanes y Capitanes truenos, etcétera, es decir, de nuestraverdadera, profunda, infantil formación épica. En guión y direcciónde Carolina, sólo sabemos de ellasindirectamente, porque el narradordel libro es figurinista, escenógrafoy encargado de los efectos especiales del teatrillo. Sólo alguna muestra cuenta en su texto, en plan másbien crítico y distante: es·tan descabellado todo, tan alejado de la realidad como, hay que decirlo, casitodo lo que de verdad pasa. Y seasume de la misma manera: viendopros y contras levemente, pero ... enfin, aceptando, porque ésto es loque hay. Pero algo está claro: siaquélla fue la historia fundacional,el mito sobre el que se basó estapequeña sociedad cerrada, ahora esnarrada de la única manera posible, en clave de farsa y de exageración.
Y es que ya no es factible la aventura por las buenas. O mejor: lo que interesa es otra cosa, es lo que pasa con ese turbio mundo de relaciones, de indiferencias y crecimientos que es una familia. Y aun ésa, cuidado con cómo se cuenta: el escritor es siempre como el narrador de La novia del Capitán: funcionando de oídas, o mejor y en
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su caso, leyendo en los labios; incapaz de estar donde tiene que estar, pero llegando a tiempo de enterarse; sin poder saber finalmente lo que pasa dentro de los otros, y sin que le importe mucho lo que pasa dentro de él. Sin moverse de casa, pero en un perpetuo viaje anfetamínico -como no sea para concederle a los demonios personales de F. de C. un rato de ciclismo- en fin, mirar y contar.
Un pintor, eso es lo que es. ¿Querían narración-narración? Pues La novia del Capitán no es otra cosa. Sólo que narra otras cosas. En fin, léanla, porque el rigor de la narración -ese experimento-y esas otras cosas hacen de ella una estupenda novela.
Rosa María Pereda
SOBRE
LAPIDAS
Antonio Gamoneda, Lápidas. Trieste. Madrid, 1986.
Lápidas aparece en las librerías diez años después de la anterior entrega poética de Antonio Gamoneda, la excepcional
Descripción de la mentira *. A primera vista, su propuesta es muy distinta de aquella otra: la disposición tipográfica va desde poemas en verso breve a largos versículos y abundantes fragmentos en prosa; también su discurso sugiere diversidad, lejos del largo desarrollo unitario que es Descripción de la mentira. Podrían considerarse, así, por separado sus cuatro capítulos.
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La primera parte se compone de poemas «dedicados»; su modo es apelativo, dirigiéndose a alguien, refiriéndose a algo externo que se integra en el texto como tal; el texto parece depender en su existencia de ese objeto o personaje que le es previo; notas aclaratorias nos remitirán a bailarines, esculturas o poetas, pero -como se verá- esto es casi irrelevante.
La estructura tiende a dividirse en dos: por un lado, está lo mirado; por otro, la mirada, siempre presente de forma expresa. El objeto contemplado funciona como mecanismo de auto-reconocimiento: «desconocidos semejantes a mi corazón». Lo mirado y la mirada se identifican, porque los objetos son la materialización de un análisis que el yo no había querido hacer acerca de sí mismo: «Vi los espejos ante los rostros que se negaron a existir».
Esta división en dos no es, sin embargo, uµ juego para ser superado, sino un componente esencial de todo. La realidad se articula en sistemas de oposiciones que muestran la escisión de los sujetos, siempre inclinados sobre un abismo e impulsados por un resplandor.
La segunda parte recoge una serie de poemas patrióticas que remiten (Lorca, León Felipe) a la guerra civil. Relatos particulares, como una reescritura del Sánchez Mejías, adquieren el valor de una «metáfora española», según lo formula el propio Gamoneda. En la parte anterior, se había visto .cómo el dolor que produce la lucidez no encuentra sitio en el lenguaje y sólo en el silencio existe realmente; la palabra es un ámbito de la mentira Y, por el mismo motivo, la historia también lo es, se dice ahora.
Este grupo de poemas tiene igualmente un fuerte tono apelati-
vo, aún más marcado si cabe; la exclamación expresa, el sentirse el lector exhortado por la vibración del texto, recorren en realidad todo el libro. Pero en este caso la apelación está sola. Nunca quien mira se nombra y su sentimiento accede al lector mezclado con los hechos, ha de deducirlo.
La tercera parte, dice el poeta, es «rudamente biográfica», como si aquí estuviera el material de vida que originó, por ejemplo, el discurso de Descripción de la mentira, la lectura entre líneas de los silencios de aquel. Recuerdos de infancia en León durante la guerra civil: el niño ve desfilar ante sus ojos, desde el balcón, la historia española y la convierte en su historia personal. Los personajes y los sucesos, los lugares, son los rasgos que le constituyen a él para siempre.
Acento de visión primera, casi bíblico; relato como lo arroja la memoria: objetos que resplandecen, ocupando el escenario completo; lagunas enormes de olvido. Aquí está el origen del miedo y la tristeza, de la escisión íntima, la experiencia de la muerte.
Las cosas y las anécdotas son la exclusiva certeza, pues están ahí; se hacen presentes por un mecanismo de revelación, no por un razonamiento. No hay imágenes en el sentido poético habitual, sólo presencias que alcanzan significado al haberse convertido en fragmentos del ser y, por eso mismo, pueden trasmitirse con su emoción entera, añadida incluso a la de entonces, cuando todo se vivió con automatismo, en la inconsciencia. Al principio del libro se decía: «La exactitud es el vértigo»; y después: «exactitud de mar, exactitud sin nombre».
Y a desde la advertencia inicial, el espacio del libro es el envejecimiento y la edad es su motivo constante. A lo largo de las páginas, el tiempo adquiere el carácter de hilo conductor. Esto se recogerá en la última parte.
La continua lucha interna opone ahora la memoria y la muerte. Cansancio, no resolver en los recuerdos: «Siéntate ya a contemplar la muerte». Pero el recuerdo es casi lo único que subsiste -«la imprecisión temblorosa de quien es más débil que sus recuerdos»- y constantemente se agita. La vejez es la fórmula de esta escisión, la más terrible por su carácter límite, entre lo que todavía dura y lo que ya está
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dejando de ser. Los textos la abordan con desnudez crudísima: «Cadáver que duermes esta noche en mis párpados, ten salud».
Paradójicamente, a Gamoneda -cuando el verso afirma «imprecisión temblorosa»- lo contradice larealidad de su palabra que alcanzaaquí nitidez extrema. Sus imágenes, sus símbolos de siempre, sumundo de lenguaje tan peculiar,son los mismos, pero son más sencillos que nunca lo han sido: laconcisión, la rotundidad sintácticacierran el ciclo del sentido sin queel lector encuentre salida. La escritura de Gamoneda queda ahorasuspendida, también ella, sobre elabismo de la exactitud, a un pasodel silencio, casi tan tremenda como él: «Edad, edad, tus venenososlíquidos. / Edad, edad, tus animales blancos»: así, en la pura enunciación, en la emoción de lo no dicho, se cierra el libro.
Miguel Casado
* Ver «El interior de la edad»,de M.C.
en Los Cuadernos del Norte, n.º 40.
MALA MUJER
Raúl Guerra Garrido, La mar es mala
mujer. Ed. Mondadori. Madrid,
1987.
El día que vi por primeravez a Raúl Guerra, haceunos tres años, ya me pareció que tenía • cara depez. O más bien de ca
chalote. Lo que yo no sabía entonces -y él probablemente tampoco- es que iba precisamente a escribir una novela de peces, una novela de mar.
Todos los escritores han querido alguna vez escribir una novela de aventuras y mar, como todos los
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niños han soñado alguna vez con ser piratas. Algunos de esos escritores han conseguido escribir su novela marítima, y algunos de esos niños soñadores han conseguido ser políticos. Lo que más va a llamar la atención en La mar es mala mujer seguramente será la cantidad de información sobre la pesca en lejanos mares que luce su autor. Esta es todavía una época de escritores pegados a sus recuerdos infantiles como babosas a una lechuga -yo mismo soy un director de cine un poco babosa-, pero afortunadamente uno va viendo que hay por fin novelistas en nuestro país que atisban el horizonte más allá de la mesa camilla en la que otros nos cuentan cómo juguetearon con criadas y que navegan más allá del bidé de sus primas. Durante la lectura del manuscrito de la novela pregunté a Raúl Guerra si había estado embarcado para tener tantos conocimientos, no ya sólo de náutica y pesca, sino de la vida cotidiana a bordo. Como he tenido la oportunidad de leer el manuscrito de la novela, he visto los espacios en blanco que el autor había dejado para precisar un paralelo, un dato astronómico o el detalle de la aleta natatoria de un pez.
Para profanos como yo, no deja de sorprender en qué se ha convertido el mítico arte de la pesca de los grandes peces en los mares fríos. Raúl Guerra nos describe cómo es el cerebro del puente de mando de un pesquero moderno ... El gonio, el barómetro, el halador, telégrafo de órdenes, luciérnaga, chivato, etc ... son ya objetos como de gabinete de Julio Veme. Nadie mira el compás y la brújula, aunque siguen a bordo por tradición marinera. El autor consigue la aventura sin evocaciones cómplices. Los modernos artilugios ocupan el lugar narrativo de los viejos arpones. Son el trazador de rumbo y el fischfinder. El trazador de rumbo presenta una carta marina en varias escalas, dibuja las costas, hace lucir los faros, señala las islas y los cementerios de barcos. Recuerda, si se quiere, los viajes anteriores, los buenos caladeros, los malos momentos... Puede evocar un punto en el mar con un error de medio metro. La información se completa conectando con un satélite, el «Satellite Navigator». Pero lo definitivo para la pesca es el fischfinder, la última palabra para la detención vertical de peces, un
sistema hidroacústico con el que se registra todo lo hondo del mar Y también las cuevas y recovecos de las escarpaduras, un aparato que registra el mar hasta debajo de la cama. Sus impulsos cortos, de gran intensidad, evitan las apariencias confusas, las huellas fantasmas.
Pero no se crean ustedes que la lectura de La mar es mala mujer es como la de leer el prospecto de funcionamiento de una lavadora automática. Las reglas de la novela del mar se mantienen y aun se potencian magistralmente. La pasión está a bordo. La pasión en forma de la rivalidad entre dos personajes el famoso pescador Elizalde -el hombre que posee la vieja sabiduría del mar, la experiencia demuchas mareas minuciosamenteatesoradas y escondidas en sus secretos cuadernos de tapa de hulenegro, que lleva siempre con_si�oY el nuevo patrón _del prodigi?so barco pesquero. El Joven es qmen posee el prospecto en inglés del cerebro del buque, el hombre que conoce el secreto no compartido del trazador de rumbo y del fichsfinder. Pero esta no es una rivalidad profesional, es también un desafío, no entre lo viejo y lo nuevo como alguien pudiera pensa�, si�o u_na rivalidad entre dos sabidunas igualmente competentes e igualmente secretas. Pero las mallas de la novela se enredan más aún, los dos hombres compiten por la misma mujer. La ley del mar y la ley de la novela se entrecruzan. El amor y el peligro también.
Ya no hay grandes peces que se puedan pescar. Moby Dick ha sido sustituida por el popular bacalao. Pero persisten el amor y el peligro, persiste la pasión y por tanto persiste la novela. Mientras haya mar habrá novela.
En Raúl Guerra no hay nostalgia por las viejas rutas del mar. La nostalgia le asalta al lector cuando lee en su novela la posibilidad de que un enorme banco de bacalao se dirija a morir a la bahía de Baffin. O cuando saltan, de pasada, los nombres de Terranova, Labrador, el Mar de Barents... pero siempre mezclados con el bacalao de la PYSBE con que castigaron los viernes de cuaresma de nuestra niñez. Terribles episodios, cotidianos episodios los de los pescadores portugueses en sus «doris», unas embarcaciones pequeñas de fondo pl�no que, salidas de un buque nodn�a, intentan atrapar el bacalao casi a
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mano embarcaciones que a veces perm�necen perdidas durante noches en las aguas del Gran Norte.
Yo no sé si La mar es mala mujer -título, querido Raúl, que, si mepermites no hace honor a la novela- va a 'ser una novela de éxito ono Pero sin duda tiene los ingredi�ntes del éxito sin dañar a la literatura. Y es una novela, desde luego, condenada a �er llevada al cine.
Raúl Guerra ttene una manera de narrar muy vasca, casi ascética, que contrasta con la cantidad de cosas que pasan en sus novelas,- Esla tradición barojiana, es la lmea del narrador de raza, que sigue el hilo como el pez el cebo, arrollando cualquier obstáculo estilista. Y, sin duda, el lector lo agradece. El lector medio porque va al grano. Yel lector culto porque sencillamente agradece más la novela por derecho que la novela requetescrita, quizá por la abundancia ei:i el �ercado de excedentes sobrehteranos.
Leyendo a Raúl Guerra pensamos que todavía se puede comprar una novela española para leer en el tren.
Manuel Gutiérrez Aragón
ESE OTRO
«CLARIN»
Leopoldo Alas «Clarín», Cuentos,
Clásicos Plaza & Janés. Barcelona, 1987. Edición de José M.' Martínez Cachero.
a publicación de un libro �
Lde narraciones breves en .;; sus diversas formas �
¡.. (cuentos, novelas cortas) º es lamentablemente, un �
hecho que �o ocurre con la desea- u
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ble y merecida frecuencia. Resulta un tópico afirmar que estos relatos no gozan de la debida atención
1 �specialmente por parte de la cnttca y de las casas editoriales, y como tal lugar común no cabe duda de que tiene un fondo, un amargo fondo de verdad, aunque la situación parece estar cambian�o. De todos modos antes de segmr creo necesario ha�er dos consideraciones. En primer lugar, el libro no es la única forma de difundirse tales relatos y por ello, si se hiciera un rástreo sistemático en todas las publicaciones periódicas -diarios y semanarios incluidos-, quizá nos llevaríamos agradables sorpresas. Refiriéndose a «Clarín», hace años el profesor Martínez Cachero señaló que cuentos y novelas cortas _como Pipá, Las dos cajas, Aveqlla, Zurita El rey Ea/tasar, Borona Y iAdió;, Cordera! fueron publicados en periódicos, revistas y antologías. Creo que si rebuscásemos en la prensa de preguerra, cuando el autor asturiano estaba en el «purgatorio crítico», hallaríamos nuevos ejemplos, como oc_�rre con SuJ?erchería, que aparec10 en la revista semanal madrileña Por esos mundos, n.º 2, 10 de enero de 1926. Y en segundo lugar, me parece que el desdén de la crítica no significa forzosamente que no haya lectores -e incluso oyentes- de los relatosbreves. Aún en el siglo XVIII, delque habitualmente se dice que se�tía muy poco interés por la narrattva, hay numerosas reediciones de libros de novelas cortas: tres de las
Novelas morales y exemplares de Agreda y Vargas, once de las Novelas ejemplares de Cervantes, doce de las Soledades de la vida y desengaños del mundo de Cristóbal Lozano, unas cinco de los Prodigios ysucesos de amor de Pérez de Montalbán y doce de las novelas amorosas y ejemplares de María de Zayas. Evidentemente, se trata de autores de muy diversa calidad, pero lo que queremos hacer notar es que, por ser escritores de la Edad de Oro, podemos comprobar la existencia de un interés continuado por las formas no extensas de la narrativa.
Creo que la crítica y las editoriales, al menos parte de una y otras, han sido injustas con estas formas literarias aparentemente menores. Y digo injustas porque no han sabido valorar lo difícil que es conseguir una buena narración breve y, más concretamente, un cuento. Difícil, porque éste no es una novela abreviada aunque en él puede haber en potencia un rico mundo novelesco. Difícil, porque un cuento no es un poema si bien en él podemos hallar el más aquilatado lirismo o el más preciso uso del lenguaje. Y difícil porque el cuento, que puede abrirse a descripciones ausentes en las piezas breves teatrales, posee a veces la concisión expresiva y la fuerza del diálogo de la obra dramática. «Clarín» era consciente de todo esto y por ello pudo afirmar, refiriéndose a ciertos escritores y como recuerda el profesor Martínez Cachero, que es una «aberración» creer que «es más modesto el papel de cuentista» que el de novelista. A esa defensa teórica del relato breve unió el autor asturiano la ejemplaridad estética de sus creaciones narrativas breves. Faceta ésta en la que, justo es decirlo, contó con magníficos acompañantes en su época: Pereda con La leva o Blasones y talegas, Valera con Parsondes, Alarcón y La Comendadora, Pardo Bazán y muchos de sus centenares de cuentos o, incluso, Picón con el más tardío Rivales.
La presente antología de cuentos de Leopoldo Alas se debe al profesor Martínez Cachero que ya en 1953, con el recientemente fallecido profesor Baquero Goyanes, prologó una selección de relatos de «Clarín». De dicha fecha, año más o año menos y junto con otros trabajos como los debidos a GarcíaPavón o a Katherine Reiss, arranca
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la paulatina afirmación de «Clarín» como autor de relatos breves. También de la década de los cincuenta, y a ello alude brevemente. el preparador de la antología que comentamos, es la creación del «premio Leopoldo Alas, para Libros de Cuentos Literarios», gracias a la iniciativa de un pequeño grupo de médicos y escritorés de Barcelona: Martín Garriga, Manuel Carreras, Esteban Zadrós y Enrique Badosa. En el preámbulo de las bases de la primera convocatoria, tras aludir al abandono en que se halla el cuento, se afirma que se crea el citado premio «para salir al paso de una situación enojosa para el escritor que sienta inclinación para el difícil género literario que es el cuento y para honrar la memoria del insigne literato asturiano Leopoldo Alas, «Clarín», uno de los mejores cuentistas españoles» (Alcalá, n.º 75, agosto 1955,
Retrato de Clarín. Propiedad de Arturo A. Buylla.
sin pág.). Cuando en nuestros días las narraciones breves del autor de La Regenta gozan del mayor éxito entre el público (de Doña Berta yotros relatos, Salvat-Alianza, Madrid, 1969, Libro RTV, n.º 38, se han vendido unos ochocientos mil ejemplares, según afirma la empresa editora) y entre la crítica (los trabajos de los profesores Elías García Domínguez, Laura de los Ríos y Carolyn Richmond o los incluidos en las recientemente aparecidas Actas del Simposio Internacional «Clarín» y La Regenta en su tiempo» son una buena muestra, aparte de
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los ya citados) creo que es de justicia recordar aquellos ya lejanos testimonios de fervor por tales narraciones.
La selección de textos preparada por el profesor Martínez Cachero va dirigida, por la colección en que aparece, a los estudiantes de Bachillerato y de los primeros años de Universidad -manantiales de futuros lectores-, pero por la claridad y justeza de las informaciones, comentarios y análisis que hace el antólogo nos hallamos ante un trabajo que va mucho más allá de los supuestos iniciales y se convierte en un estudio básico para quien desee conocer a ese otro «Clarín». Los más importantes datos biográficos del autor asturiano situado en su contexto histórico-cultural, los rasgos más significativos de su variada obra literaria y, sobre todo, el detallado estudio de los cuentos de «Clarín» (pp. 29-52), todo ello rematado con una selecta bibliografía sobre el autor, preceden a los relatos escogidos, los cuales figuran debidamente anotados.
El profesor Martínez Cachero ha elegido un total de diecinueve textos narrativos muy diferentes en extensión, contenido y estilo, pero de una común calidad estética. Por otra parte, los relatos seleccionados proceden de todos los libros de narraciones aparecidos en vida de su autor, a los que hay que añadir alguno que apareció en el volumen póstumo Doctor Sutilis y otro recuperado hace unos años por el profesor John W. Kronik. Como ocurre con toda antología, el lector puede discrepar de los textos ofrecidos, lamentando desde su particular punto de vista ciertas ausencias o poniendo en duda la oportunidad de algunas presencias. En esta ocasión nos parece que no ha lugar a esto último, ya que todos los relatos poseen un innegable valor y representatividad, pero sí echamos en falta la novela corta Doña Berta, por otra parte uno de los textos clarinianos más conocidos.
En resumen, estamos ante un libro que creemos será el aldabonazo definitivo para que el lector sepa apreciar la calidad de los relatos breves de «Clarín».
Antonio Fernández Insuela