FORMALISMO Y LINGÜÍSTICA - II -

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Reflections on linguistic science

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CARLOS RAFAEL DOMÍNGUEZ

FORMALISMO Y LINGÜÍSTICA

VARIACIONES SOBRE UNA MISMA CLAVE

RECOPILACIÓN DE CONFERENCIAS,

NOTAS Y RESEÑAS DEL AUTOR

-II-

MAR DEL PLATA

1983

LO LINGÜÍSTICO Y LO HUMANO

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HOMO LOQUENS

Reflexiones acerca del texto e la convocatoria al XIIIer. Congreso Internacional de Lingüistas. (Tokyo, 1982)

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Toda ciencia implica una cierta toma de distancia con respecto a la realidad desde un punto de vista específico. La realidad resulta así científicamente parcelada en sectores con mayores o menores interconexiones y con mayor o menor relación directa con la realidad misma, según el grado de abstracción en que actúe cada disciplina y cada nivel de análisis de la misma. La lingüística nunca explícitamente pretendió dejar de ser una disciplina humanística en el sentido más amplio del término. Reduccionismo teórico y comprehensividad de lo real han estado en una continua tensión dinámica a lo largo del desarrollo histórico de la lingüística como disciplina unificada; en diversas formas y bajo diversas expresiones. Lo más vidente ha sido la proliferación de dicotomías tajantes.

¿Podrá lograrse un equilibrio entre coherencia teórica formal, copmprehensividad abarcadora del modelo y adecuación suficiente a lo real?

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¿Es la lingüística una disciplina humanística? La pregunta podría juzgarse ociosa. La respuesta afirmativa parecería surgir como una evidencia ante la simple consideración de una relación que se presenta como más que necesaria entre el hombre y algo que siempre fue visto como tal vez su rasgo más característico. Pero junto a esta observación aparece, paradójicamente, como algo también muy claro a quien se asoma mínimamente a esta disciplina tan zarandeada en los últimos lustros, que la tendencia de la lingüística,

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al menos en superficie, ha sido la de ofrecer un creciente perfil de formalización muy alejado, a primera vista, de la enorme cuota de flexibilidad, adaptabilidad e impredictibilidad que ofrece la conducta del ser humano en sus distintos aspectos.

No es el caso de entrar a discutir cuestiones de derecho que nos llevarían a un plano epistemológico que no es nuestra intención abordar y en el que correríamos el riesgo de perdernos en una verdadera maraña terminológica con prioridad a la comprensión de las realidades que la sustentan. Analizar apriorísticamente lo humano en sus rasgos distintivos y confrontarlo con las correspondientes notas de lo lingüístico no es el camino que hemos elegido ni estaría dentro de nuestra competencia dado que nos deberíamos mover para eso en un nivel de abstractismo al margen del que postulamos para nuestra disciplina y que no contribuiría a arrojar luz sobre el tema.

Una rápida ojeada al desarrollo histórico de la disciplina que hoy es comúnmente llamada lingüística (distinta, por ejemplo de la filología, la literatura, la gramática, la filosofía del lenguaje...) nos permitirá una apreciación clarificadora que nos conduzca al menos a una ubicación más adecuada del interrogante que nos planteamos al comienzo.

Desde que el lenguaje comenzó a ser considerado como algo digno de estudiarse por sí mismo, una larga sucesión de enunciados tuvo principio, procurando, explícita o implícitamente, circunscribirlo a elementos susceptibles de tratamiento disciplinar riguroso. No fue tarea fácil. Ello implicó:

(a) Desprendimiento de puntos de vista de áreas que hasta entonces lo habían englobado.

(b) Búsqueda de un objeto propio.

(c) Búsqueda de un método adecuado

Tras un centenar de años, de tanteos primero y de intentos orgánicos más tarde, punto (a) aparece como el más logrado. La autonomía fue y es una aspiración claramente expresada e intentada. Autonomía: ¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? ¿Donde empieza lo lingüístico? ¿Dónde termina? La complejidad del fenómeno lenguaje envuelve y penetra al ser humano y su mundo por dondequiera se lo enfoque. Por más intención aséptica que se tenga, el límite a quo es sobrepasado, a menudo subrepticiamente, por una problemática fundamental no-lingüística, y el límite ad quem ha

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sido también frecuentemente violado con el recurso a dominios interdisciplinarios de investigación tan fecundos como, por ejemplo, el de la sociolingüística y la psicolingüística o a zonas grises de difícil demarcación como las cubiertas por la filología, la filosofía del lenguaje o una buscada ciencia de la literatura.

Hoy es aún más verdadero que entonces lo que alguien escribió en 1972: “Hoy por hoy no existe lo que pudiéramos llamar una teoría general del lenguaje que sea capaz de explicar de modo medianamente completo, coherente y riguroso, las múltiples perspectivas de los fenómenos lingüísticos”.

¿Existen realmente tales límites definidos en el mundo de la realidad? ¿O son solo fronteras académicas? Las delimitaciones ¿responden a propósitos heurísticos o son producto de prejuicios de todo tipo? Estamos convencidos de que, metodológicamente, tales límites son no solo convenientes sino imprescindibles y que, más aún, sería de gran importancia una búsqueda seria y objetiva de coincidencia elementales al respecto. Esto brindaría una base mínima de inteligibilidad recíproca en todo trabajo no solo interdisciplinario sino, inclusive, intradisciplinario, donde la falta de univocidad alcanza niveles inaceptables debido a los presupuestos explícitos o larvados que subyacen en las diversas definiciones superficiales.

Eso es lo que de alguna manera ha ocurrido con lo que hemos denominado el punto (b) en nuestro análisis. Este punto, o sea, la delimitación del objeto propio de la disciplina, ha quedado condicionado por el (a) y el (c). Ciertos prejuicios, declarados o inconfesos, al igual que las exigencias de una metodología autonomista, impusieron recortes al objeto.

En cuanto al punto (c), la tendencia unánime hacia la formalización en el más amplio sentido (sea a través de procesos empíricos o hipotético-deductivos) marca un común denominador que produjo profundos recortes en el objeto al deslizarse a una identificación de lo lingüístico con lo estrictamente matematizable y extratemporal.

En la práctica, por encima de distinciones menores, en cuanto a escuelas, tendencias y dominios, puede advertirse una inagotable actividad que continúa, con ligeras variantes, la mayoría de las tareas devenidas clásicas en este materia, en el siglo XIX junto con un incontenible y constantemente renovado afán de teorización. De hecho, dos grandes líneas se han desarrollado con el correr de las décadas, líneas de muy desigual volumen en cuanto a producción y a cultores y que, paso a paso han tendido a ignorarse recíprocamente.

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Estas líneas podrían ser denominadas: la lingüística fáctica y la lingüística conceptual. La primer ha obtenido resultados reconocidos en el campo de la descripción de lenguas particulares, de la dialectología, de la reconstrucción lingüística, de la acumulación de un acervo impresionante de datos. La lingüística conceptual se ha centrado en la búsqueda de explicaciones coherentes dentro de una modelización cada vez más sofisticada. Datos y modelos explicativos e interpretativos, no siempre han andado de la mano, como se apuntó anteriormente. Esto ha provocado el efecto de una expansión de datos hacia las fronteras de disciplinas adyacentes, en busca e explicación, y una proliferación de modelos teóricos sin el suficiente asidero en los datos. Este divorcio entre lo conceptual y lo fáctico priva a la investigación de los efectos benéficos y probablemente indispensables de una realimentación constante.

Una tercera línea puede considerarse. Es la de la aplicación: Análisis de textos, traducción automática, gramáticas particulares, enseñanza de lenguas, lingüística computacional... Es quizás esta línea la que, a pesar de resultados prácticos importantes, pone más al descubierto las anteriores falencias, sobre todo en cuanto a coherencia, comprehensividad y adecuación entre lo lingüístico y lo humano. Este nivel de aplicación, a su vez, tiende también a polarizarse en las dos direcciones anteriormente señaladas: utilización de elementos teóricos sin una mínima crítica previa y una consiguiente selección adecuada o simples propuestas teóricas cuya aplicación concreta no se realiza y, a veces, ni se intenta. Baste citar al respecto un comentario nada optimista en una publicación reciente: “Lamentablemente, es como si para algunos la lingüística constituyera una entidad perfectamente definida de la cual bastaría tomar métodos. ellos mismos absolutamente eficientes”.

Un análisis cuantitativo de la temática desarrollada hace un año en el IIº Congreso Nacional de Lingüística nos permitió extraer, al margen de títulos y ubicación en comisiones, los siguientes porcentajes sobre los 89 trabajos presentados: Un 99, 11 % de temas con tratamiento de índole fáctica y un 0,89 %, pertinente al ámbito lingüístico estrictamente teórico. Creemos que la preferencia por dominios concretos y de detalle constituye, desde todo punto de vista, un hecho positivo. Es el umbral más seguro de toda investigación y el único parámetro definitivo de verificación, sobre todo en una disciplina como la lingüística tan expuesta a teñirse de un subjetivismo excesivo. Pero también podría resultar sumamente peligrosa la prescindencia de consideraciones teóricas en el más profundo sentido del término. Una visión teórica coherente y

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comprehensiva es lo único que puede dar su razón de ser al quehacer fáctico en una disciplina donde ningún dato es aislable a priori ni puede reconocerse como lingüístico, es decir, perteneciente al objeto de la disciplina misma, a no ser por su encuadramiento dentro de un cierto molde teórico referencial.

El Comité International Permanent de Linguistes, en su anuncio inicial del XIIIer. Congreso Internacional de Lingüistas, propone como rasgo especial del mismo el discutir “th iversity of theopretical viewpoints which characterizes linguistics at the present time”. La pluralidad, evidentemente, no es negativa si refleja aspectos distintos inabarcables por un único punto de vista. Pero si los enfoques teóricos son recíprocamente excluyentes y cada uno pretende ser abarcador de la totalidad de lo lingüístico, se estaría dando el caso de que nos jactemos de haber salido de un atomismo de datos, para caer, peor aún, en un atomismo de teorías.

Incluso por razones prácticas urge un trabajo de integración entre datos y teoría y entre teoría y teoría.

¿Puede existir una teoría lingüística? Es una pregunta que resulta, en el fondo, equivalente a esta otra: ¿Existe una disciplina que pueda propiamente llamarse lingüística? ¿Una disciplina que realmente dé razón de lo lingüístico en totalidad? La aceptación lisa y llana de la fragmentación de una disciplina cuyo objeto interpenetra al hombre hasta la saturación, bien podría ser indicio de una trágica desintegración de lo humano.