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46 D ossier UNA BREVE HISTORIA INTELECTUAL: Formas de participar Desde las asambleas de los ciudadanos en la Grecia antigua hasta el individualismo contemporáneo que busca presencia en iniciativas no políticas, la historia de la participación ciudadana es diversa e irregular. Aquí se repasan los hitos que han marcado la manera en que los hombres construimos sociedad y gobierno con nuestros semejantes. Óscar Godoy A. | Instituto de Ciencia Política población. En efecto, solamente podían acceder a ella los varones libres. Y eran libres los hijos y descendientes de progenitores libres, retrocedien- do hasta dos generaciones. La mujer libre cumplía, cuando era casada, una función importante en la casa (oikía), que era una entidad más compleja que la familia moderna. La esposa, en ese ámbito, junto con criar y educar a los hijos, co-administra- ba la casa, junto con su marido, y ejercía autoridad sobre la servidumbre y los esclavos. Pero estaba privada del bíos politikós, de la vida política. Los griegos concebían la vida privada como carente de un bien superior, que era la pertenencia a la ciudadanía. Los extranjeros no podían ser ciuda- danos, ni los niños ni los ancianos, y, obviamente, tampoco los esclavos. Aristóteles (384-322 a.C.) afirmaba que la ciudadanía, en grado pleno, es una característica de la democracia, porque en ella los ciudadanos deliberan y participan en las instituciones establecidas por la constitución (politeía), especialmente en aquella que es la soberana. Y agrega que la constitución democrática establece que el elemento soberano de la ciudad son «los más», o sea, el pueblo. Así, la institución capital del sistema político es la Ekklesía o asamblea de todos los ciudadanos. En la Ekklesía ateniense la participación política alcanzaba su plenitud, pues ella reunía al pueblo en un espacio y en un tiempo determinado. En consecuencia, el pueblo estaba realmente presente, para deliberar y adoptar decisiones que afectaban a toda la ciudad. I. PARTICIPACIÓN POLÍTICA EN LA ANTIGÜEDAD: LA DEMOCRACIA MÁS MADURA La participación política tiene una larga trayectoria histórica: se remonta a la Grecia antigua. Los primeros registros de la práctica de la reunión o asamblea de los ciudadanos se encuentran en Heródoto (485/490-413 a.C.). Gracias a sus Historias, sabemos que en el siglo VI a.C. se desarrolla un ideal político llamado isonomía, que posteriormente adoptaría el nombre de democra- cia. La isonomía es la igualdad de la ley, pero como ideal político preconizaba la participación de los hombres libres en las decisiones públicas, en la definición de las leyes y en el gobierno de la ciudad. Este ideal era una respuesta racional a la tiranía de la época, que era la práctica corrupta del gobierno de uno, que gobernaba sin leyes y sin fundamento en la razón, y con la exclusión total de la participación ciudadana. Tomemos como escenario de la participación democrática originaria el siglo IV a.C. Y, además, fijemos nuestra atención en Atenas. En ese siglo la democracia ateniense experimentó su mayor auge y madurez. La participación política tenía como actor central al ciudadano (polítes). La dualidad vida privada-vida pública estaba marcada por fuertes diferencias entre ambas y por la suprema- cía moral de la vida pública. Los atenienses consideraban al bien público o bien del conjunto de la pólis como superior al privado. La vida pública constituía un privilegio de una parte de la

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UNA BREVE HISTORIA INTELECTUAL:

Formas de participarDesde las asambleas de los ciudadanos en la Grecia antigua hasta el individualismocontemporáneo que busca presencia en iniciativas no políticas, la historia de laparticipación ciudadana es diversa e irregular. Aquí se repasan los hitos que hanmarcado la manera en que los hombres construimos sociedad y gobierno connuestros semejantes.

Óscar Godoy A. | Instituto de Ciencia Política

población. En efecto, solamente podían acceder aella los varones libres. Y eran libres los hijos ydescendientes de progenitores libres, retrocedien-do hasta dos generaciones. La mujer libre cumplía,cuando era casada, una función importante en lacasa (oikía), que era una entidad más complejaque la familia moderna. La esposa, en ese ámbito,junto con criar y educar a los hijos, co-administra-ba la casa, junto con su marido, y ejercía autoridadsobre la servidumbre y los esclavos. Pero estabaprivada del bíos politikós, de la vida política. Losgriegos concebían la vida privada como carente deun bien superior, que era la pertenencia a laciudadanía. Los extranjeros no podían ser ciuda-danos, ni los niños ni los ancianos, y, obviamente,tampoco los esclavos.

Aristóteles (384-322 a.C.) afirmaba que laciudadanía, en grado pleno, es una característicade la democracia, porque en ella los ciudadanosdeliberan y participan en las institucionesestablecidas por la constitución (politeía),especialmente en aquella que es la soberana. Yagrega que la constitución democrática estableceque el elemento soberano de la ciudad son «losmás», o sea, el pueblo. Así, la institución capitaldel sistema político es la Ekklesía o asamblea detodos los ciudadanos. En la Ekklesía ateniense laparticipación política alcanzaba su plenitud, puesella reunía al pueblo en un espacio y en untiempo determinado. En consecuencia, el puebloestaba realmente presente, para deliberar yadoptar decisiones que afectaban a toda laciudad.

Además, la democracia ateniense contemplabaotras instancias de participación ciudadana. Ellaseran el Consejo (boulé), los tribunales de justicia yel gobierno (funciones ejecutivas). Estas institu-ciones incluían cientos de cargos, a los cuales seaccedía por un procedimiento de sorteo, salvocontadas excepciones. Además, las funcionespúblicas tenían una duración limitada a un año,como máximo. De este modo, el procedimientoaleatorio para atribuir autoridad y la acotadaduración de los mandatos, tenían el efecto demaximizar la participación de los ciudadanos en laestructura política de la ciudad.

En la Antigüedad también Roma practicó laparticipación política. Durante el período devigencia de la república, los ciudadanos romanosestaban habilitados para elegir magistrados delpueblo (tribunos de la plebe) y aprobar leyes(plebiscita). Pero la república romana no fue nuncaun régimen cuyo poder soberano fuese algosimilar a la asamblea de los ciudadanos atenienses.

II. LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA EN LAEDAD MEDIA Y EL RENACIMIENTO:DEL AUTOGOBIERNO AL ABSOLUTISMO

Otro hito en el desarrollo de la reflexión sobre laparticipación cobra forma en la Edad Media y elRenacimiento. Durante ese período no existe nadasimilar a la democracia antigua. No obstante, entre1300 y 1500, una vez que se consolida la vidaurbana, en los burgos se desarrollan libertades yderechos políticos. En efecto, las ciudadesadquieren el poder de autogobernarse. El autogo-bierno municipal incluía la elección de autorida-des (alcaldes y concejales o regidores), facultadespara darse leyes internas y libertades para sus

I. PARTICIPACIÓN POLÍTICAEN LA ANTIGÜEDAD:LA DEMOCRACIA MÁS MADURA

La participación política tiene una larga trayectoriahistórica: se remonta a la Grecia antigua. Losprimeros registros de la práctica de la reunión oasamblea de los ciudadanos se encuentran enHeródoto (485/490-413 a.C.). Gracias a susHistorias, sabemos que en el siglo VI a.C. sedesarrolla un ideal político llamado isonomía, queposteriormente adoptaría el nombre de democra-cia. La isonomía es la igualdad de la ley, pero comoideal político preconizaba la participación de loshombres libres en las decisiones públicas, en ladefinición de las leyes y en el gobierno de laciudad. Este ideal era una respuesta racional a latiranía de la época, que era la práctica corrupta delgobierno de uno, que gobernaba sin leyes y sinfundamento en la razón, y con la exclusión totalde la participación ciudadana.

Tomemos como escenario de la participacióndemocrática originaria el siglo IV a.C. Y, además,fijemos nuestra atención en Atenas. En ese siglo lademocracia ateniense experimentó su mayor augey madurez. La participación política tenía comoactor central al ciudadano (polítes). La dualidadvida privada-vida pública estaba marcada porfuertes diferencias entre ambas y por la suprema-cía moral de la vida pública. Los ateniensesconsideraban al bien público o bien del conjuntode la pólis como superior al privado. La vidapública constituía un privilegio de una parte de la

En la ‘Ekklesía’ ateniense la participaciónpolítica alcanzaba su plenitud, pues ellareunía al pueblo en un espacio y en untiempo determinado. En consecuencia, elpueblo estaba realmente ‘presente’,para deliberar y adoptar decisiones queafectaban a toda la ciudad.

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UNA BREVE HISTORIA INTELECTUAL:

Formas de participarDesde las asambleas de los ciudadanos en la Grecia antigua hasta el individualismocontemporáneo que busca presencia en iniciativas no políticas, la historia de laparticipación ciudadana es diversa e irregular. Aquí se repasan los hitos que hanmarcado la manera en que los hombres construimos sociedad y gobierno connuestros semejantes.

Óscar Godoy A. | Instituto de Ciencia Política

población. En efecto, solamente podían acceder aella los varones libres. Y eran libres los hijos ydescendientes de progenitores libres, retrocedien-do hasta dos generaciones. La mujer libre cumplía,cuando era casada, una función importante en lacasa (oikía), que era una entidad más complejaque la familia moderna. La esposa, en ese ámbito,junto con criar y educar a los hijos, co-administra-ba la casa, junto con su marido, y ejercía autoridadsobre la servidumbre y los esclavos. Pero estabaprivada del bíos politikós, de la vida política. Losgriegos concebían la vida privada como carente deun bien superior, que era la pertenencia a laciudadanía. Los extranjeros no podían ser ciuda-danos, ni los niños ni los ancianos, y, obviamente,tampoco los esclavos.

Aristóteles (384-322 a.C.) afirmaba que laciudadanía, en grado pleno, es una característicade la democracia, porque en ella los ciudadanosdeliberan y participan en las institucionesestablecidas por la constitución (politeía),especialmente en aquella que es la soberana. Yagrega que la constitución democrática estableceque el elemento soberano de la ciudad son «losmás», o sea, el pueblo. Así, la institución capitaldel sistema político es la Ekklesía o asamblea detodos los ciudadanos. En la Ekklesía ateniense laparticipación política alcanzaba su plenitud, puesella reunía al pueblo en un espacio y en untiempo determinado. En consecuencia, el puebloestaba realmente presente, para deliberar yadoptar decisiones que afectaban a toda laciudad.

Además, la democracia ateniense contemplabaotras instancias de participación ciudadana. Ellaseran el Consejo (boulé), los tribunales de justicia yel gobierno (funciones ejecutivas). Estas institu-ciones incluían cientos de cargos, a los cuales seaccedía por un procedimiento de sorteo, salvocontadas excepciones. Además, las funcionespúblicas tenían una duración limitada a un año,como máximo. De este modo, el procedimientoaleatorio para atribuir autoridad y la acotadaduración de los mandatos, tenían el efecto demaximizar la participación de los ciudadanos en laestructura política de la ciudad.

En la Antigüedad también Roma practicó laparticipación política. Durante el período devigencia de la república, los ciudadanos romanosestaban habilitados para elegir magistrados delpueblo (tribunos de la plebe) y aprobar leyes(plebiscita). Pero la república romana no fue nuncaun régimen cuyo poder soberano fuese algosimilar a la asamblea de los ciudadanos atenienses.

II. LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA EN LAEDAD MEDIA Y EL RENACIMIENTO:DEL AUTOGOBIERNO AL ABSOLUTISMO

Otro hito en el desarrollo de la reflexión sobre laparticipación cobra forma en la Edad Media y elRenacimiento. Durante ese período no existe nadasimilar a la democracia antigua. No obstante, entre1300 y 1500, una vez que se consolida la vidaurbana, en los burgos se desarrollan libertades yderechos políticos. En efecto, las ciudadesadquieren el poder de autogobernarse. El autogo-bierno municipal incluía la elección de autorida-des (alcaldes y concejales o regidores), facultadespara darse leyes internas y libertades para sus

I. PARTICIPACIÓN POLÍTICAEN LA ANTIGÜEDAD:LA DEMOCRACIA MÁS MADURA

La participación política tiene una larga trayectoriahistórica: se remonta a la Grecia antigua. Losprimeros registros de la práctica de la reunión oasamblea de los ciudadanos se encuentran enHeródoto (485/490-413 a.C.). Gracias a susHistorias, sabemos que en el siglo VI a.C. sedesarrolla un ideal político llamado isonomía, queposteriormente adoptaría el nombre de democra-cia. La isonomía es la igualdad de la ley, pero comoideal político preconizaba la participación de loshombres libres en las decisiones públicas, en ladefinición de las leyes y en el gobierno de laciudad. Este ideal era una respuesta racional a latiranía de la época, que era la práctica corrupta delgobierno de uno, que gobernaba sin leyes y sinfundamento en la razón, y con la exclusión totalde la participación ciudadana.

Tomemos como escenario de la participacióndemocrática originaria el siglo IV a.C. Y, además,fijemos nuestra atención en Atenas. En ese siglo lademocracia ateniense experimentó su mayor augey madurez. La participación política tenía comoactor central al ciudadano (polítes). La dualidadvida privada-vida pública estaba marcada porfuertes diferencias entre ambas y por la suprema-cía moral de la vida pública. Los ateniensesconsideraban al bien público o bien del conjuntode la pólis como superior al privado. La vidapública constituía un privilegio de una parte de la

En la ‘Ekklesía’ ateniense la participaciónpolítica alcanzaba su plenitud, pues ellareunía al pueblo en un espacio y en untiempo determinado. En consecuencia, elpueblo estaba realmente ‘presente’,para deliberar y adoptar decisiones queafectaban a toda la ciudad.

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habitantes. En ellas se desarrolla una culturapolítica cercana a la democracia. Esa cultura va aser determinante para el florecimiento de las«repúblicas» del Renacimiento. Pero, tanto en lasciudades libres originales como en estas repúbli-cas, el concepto de participación es restringido. Enefecto, durante un largo período prevalece la ideade que el pueblo es un cuerpo, una corporatio ouniversitas, una universitas civium, compuesta dedos partes: una minoritaria y aristocrática, por sueducación y riqueza; a la gente llamada «delcomún» (mayoría), en cambio, se le atribuyeignorancia y desinterés por lo público. Por estarazón, la primera asume la representación delcuerpo entero, restando a la parte inferior de laparticipación.

Hay otros elementos que pueden incluirse enesta línea de reflexión sobre la participación. Meparece relevante el principio denominado q.o.t.,abreviatura de una máxima que establece queaquello que atañe a todos debe ser aprobado portodos (quod omnes tangit ab omnibus comprobetur).Este principio, extraído del derecho romanoprivado, fue extrapolado a la esfera política por losjuristas medievales. A través suyo se afirma que elconsentimiento es el fundamento de la participa-ción de todos los ciudadanos en las decisionespúblicas. El principio q.o.t. es una aproximación alconcepto de soberanía popular, que tiene aplica-ción en un aspecto capital del gobierno moderado.

La teoría del gobierno moderado, tal como laconcibe Tomás de Aquino (1224-1274), incluyeelementos normativos relevantes para el desarrollode la cultura política. Entre ellos hay que destacarla idea de que el príncipe no está libre del imperio

de la ley. Pero, en la práctica, un elemento centralde la moderación del poder real, y que se sostieneen el principio q.o.t., es la corte o parlamento de lamonarquía de la época. Esas cortes, en sus inicios,estaban integradas por las personas de confianzadel príncipe, que pertenecían a la nobleza y elclero. Posteriormente, a medida que se despliega elfenómeno ya mencionado de las libertadesburguesas, las ciudades eligen representantes paraque participen en las cortes.

Así, ya en el siglo XIV, las cortes estabanconformadas por tres estamentos: dos privilegiados,la nobleza y el clero, y un tercero, llamado de lagente común, common people o gens de tiers état,ampliándose de este modo sustancialmente laparticipación política. Pero los estamentos solamen-te ejercían derechos políticos limitados, como el depetición y el de hablar libremente para aconsejar alpríncipe, sin que el ejercicio de estos derechossurtiesen efectos vinculantes. Su mayor poder era elde aprobar impuestos. Pero los parlamentos, aexcepción de Inglaterra, prácticamente desaparecie-ron o perdieron influencia en casi toda Europadurante los siglos XVII y XVIII, afectando grave-mente a la participación política, a causa de laincontrarrestable marcha del absolutismo.

III. PARTICIPACIÓN POLÍTICA ENLOS SIGLOS, XVIII Y XIX: AIRES DELIBERTAD Y REPRESENTACIÓN

Durante el auge del absolutismo aconteció larevolución inglesa (1688). Así, mientras en elresto de Europa los regímenes absolutistas seconsolidaban y fortalecían, en Inglaterra seinstauraba un sistema constitucional fundado en lasupremacía del parlamento y la ley. De este modo,se estabilizaba la participación política a través derepresentantes en el parlamento. Estos represen-tantes, que integraban la Cámara de los Comunes,o sea de la common people y no de los estamentoscon privilegios, detentaban el poder legislativo y elcontrol sobre el gobierno monárquico.

En la primera mitad del siglo XVIII, Montes-quieu (1689-175) desarrolló en su obra El espíritude las leyes una concepción acerca de la representa-ción política, y, por lo mismo, de la participación.Para este autor, no siendo posible la democracia delos antiguos, por el número de los ciudadanos delos Estados modernos (¿cómo y dónde reunir enasamblea a millones de personas?), ni tampoco que

el pueblo gobierne directamente, éste debe delegaren procuradores, diputados o representantes lacreación de las leyes y el gobierno de la comuni-dad. Según Montesquieu, si bien el pueblo nopuede gobernar, dispone de la capacidad para«discernir el mérito». O sea, sabe quiénes tienenlas aptitudes y la preparación para las funcionespolíticas. En consecuencia, el pueblo está habilita-do para elegir a sus representantes. Y ello es lo queel pueblo inglés estaría haciendo con la monarquíaconstitucional.

En la revolución francesa (1789), los debatesconcluyeron con el triunfo del sistema representa-tivo, ante la imposibilidad de la democracia directade la Antigüedad. Surgió, además, la idea de lasuperioridad de la representación sobre la demo-cracia directa. Sieyès (1748-1856), por ejemplo,argumentó que la participación directa del puebloinvolucra la invasión de la irracionalidad de laspasiones en la esfera pública. En cambio, laintermediación ejercida por los representantesimpide o limita la eventualidad de esa invasión. Enlos años posteriores a la revolución, BenjaminConstant (1761-1830) desarrolló su concepción dela libertad de los modernos y demostró que en laedad de la sociedad comercial, los ciudadanos no

disponían del tiempo necesario para atender losasuntos públicos. Y que por tal razón, ellos debíantransferirle esa responsabilidad, en procuración, asus representantes. Esta tesis expone el carácterlimitado de la participación en el régimen repre-sentativo.

A mediados del XIX, John Stuart Mill (1806-1873) puso al descubierto los vacíos del gobiernorepresentativo y propuso su perfeccionamiento.Mill denunció las carencias del sistema electoralmayoritario de la época, que impedía la participa-ción política de la nueva clase proletaria, surgidade la industrialización. Su propuesta rectificadoraconsistió en la aplicación de un sistema electoralproporcional que, junto con el voto universal,

El principio quod omnes tangit ab omnibuscomprobetur (aquello que atañe a todosdebe ser aprobado por todos), extraído delderecho romano privado, fue extrapolado ala esfera política por los juristas medievales.A través suyo se afirma que elconsentimiento es el fundamento de laparticipación de todos los ciudadanos en lasdecisiones públicas.

John Stuart Mill denunció las carenciasdel sistema electoral mayoritario de laépoca, que impedía la participación políticade la nueva clase proletaria, surgida de laindustrialización. Su propuesta consistióen la aplicación de un sistema electoralproporcional, que junto con el voto universal,permitiera ampliar la participación.

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habitantes. En ellas se desarrolla una culturapolítica cercana a la democracia. Esa cultura va aser determinante para el florecimiento de las«repúblicas» del Renacimiento. Pero, tanto en lasciudades libres originales como en estas repúbli-cas, el concepto de participación es restringido. Enefecto, durante un largo período prevalece la ideade que el pueblo es un cuerpo, una corporatio ouniversitas, una universitas civium, compuesta dedos partes: una minoritaria y aristocrática, por sueducación y riqueza; a la gente llamada «delcomún» (mayoría), en cambio, se le atribuyeignorancia y desinterés por lo público. Por estarazón, la primera asume la representación delcuerpo entero, restando a la parte inferior de laparticipación.

Hay otros elementos que pueden incluirse enesta línea de reflexión sobre la participación. Meparece relevante el principio denominado q.o.t.,abreviatura de una máxima que establece queaquello que atañe a todos debe ser aprobado portodos (quod omnes tangit ab omnibus comprobetur).Este principio, extraído del derecho romanoprivado, fue extrapolado a la esfera política por losjuristas medievales. A través suyo se afirma que elconsentimiento es el fundamento de la participa-ción de todos los ciudadanos en las decisionespúblicas. El principio q.o.t. es una aproximación alconcepto de soberanía popular, que tiene aplica-ción en un aspecto capital del gobierno moderado.

La teoría del gobierno moderado, tal como laconcibe Tomás de Aquino (1224-1274), incluyeelementos normativos relevantes para el desarrollode la cultura política. Entre ellos hay que destacarla idea de que el príncipe no está libre del imperio

de la ley. Pero, en la práctica, un elemento centralde la moderación del poder real, y que se sostieneen el principio q.o.t., es la corte o parlamento de lamonarquía de la época. Esas cortes, en sus inicios,estaban integradas por las personas de confianzadel príncipe, que pertenecían a la nobleza y elclero. Posteriormente, a medida que se despliega elfenómeno ya mencionado de las libertadesburguesas, las ciudades eligen representantes paraque participen en las cortes.

Así, ya en el siglo XIV, las cortes estabanconformadas por tres estamentos: dos privilegiados,la nobleza y el clero, y un tercero, llamado de lagente común, common people o gens de tiers état,ampliándose de este modo sustancialmente laparticipación política. Pero los estamentos solamen-te ejercían derechos políticos limitados, como el depetición y el de hablar libremente para aconsejar alpríncipe, sin que el ejercicio de estos derechossurtiesen efectos vinculantes. Su mayor poder era elde aprobar impuestos. Pero los parlamentos, aexcepción de Inglaterra, prácticamente desaparecie-ron o perdieron influencia en casi toda Europadurante los siglos XVII y XVIII, afectando grave-mente a la participación política, a causa de laincontrarrestable marcha del absolutismo.

III. PARTICIPACIÓN POLÍTICA ENLOS SIGLOS, XVIII Y XIX: AIRES DELIBERTAD Y REPRESENTACIÓN

Durante el auge del absolutismo aconteció larevolución inglesa (1688). Así, mientras en elresto de Europa los regímenes absolutistas seconsolidaban y fortalecían, en Inglaterra seinstauraba un sistema constitucional fundado en lasupremacía del parlamento y la ley. De este modo,se estabilizaba la participación política a través derepresentantes en el parlamento. Estos represen-tantes, que integraban la Cámara de los Comunes,o sea de la common people y no de los estamentoscon privilegios, detentaban el poder legislativo y elcontrol sobre el gobierno monárquico.

En la primera mitad del siglo XVIII, Montes-quieu (1689-175) desarrolló en su obra El espíritude las leyes una concepción acerca de la representa-ción política, y, por lo mismo, de la participación.Para este autor, no siendo posible la democracia delos antiguos, por el número de los ciudadanos delos Estados modernos (¿cómo y dónde reunir enasamblea a millones de personas?), ni tampoco que

el pueblo gobierne directamente, éste debe delegaren procuradores, diputados o representantes lacreación de las leyes y el gobierno de la comuni-dad. Según Montesquieu, si bien el pueblo nopuede gobernar, dispone de la capacidad para«discernir el mérito». O sea, sabe quiénes tienenlas aptitudes y la preparación para las funcionespolíticas. En consecuencia, el pueblo está habilita-do para elegir a sus representantes. Y ello es lo queel pueblo inglés estaría haciendo con la monarquíaconstitucional.

En la revolución francesa (1789), los debatesconcluyeron con el triunfo del sistema representa-tivo, ante la imposibilidad de la democracia directade la Antigüedad. Surgió, además, la idea de lasuperioridad de la representación sobre la demo-cracia directa. Sieyès (1748-1856), por ejemplo,argumentó que la participación directa del puebloinvolucra la invasión de la irracionalidad de laspasiones en la esfera pública. En cambio, laintermediación ejercida por los representantesimpide o limita la eventualidad de esa invasión. Enlos años posteriores a la revolución, BenjaminConstant (1761-1830) desarrolló su concepción dela libertad de los modernos y demostró que en laedad de la sociedad comercial, los ciudadanos no

disponían del tiempo necesario para atender losasuntos públicos. Y que por tal razón, ellos debíantransferirle esa responsabilidad, en procuración, asus representantes. Esta tesis expone el carácterlimitado de la participación en el régimen repre-sentativo.

A mediados del XIX, John Stuart Mill (1806-1873) puso al descubierto los vacíos del gobiernorepresentativo y propuso su perfeccionamiento.Mill denunció las carencias del sistema electoralmayoritario de la época, que impedía la participa-ción política de la nueva clase proletaria, surgidade la industrialización. Su propuesta rectificadoraconsistió en la aplicación de un sistema electoralproporcional que, junto con el voto universal,

El principio quod omnes tangit ab omnibuscomprobetur (aquello que atañe a todosdebe ser aprobado por todos), extraído delderecho romano privado, fue extrapolado ala esfera política por los juristas medievales.A través suyo se afirma que elconsentimiento es el fundamento de laparticipación de todos los ciudadanos en lasdecisiones públicas.

John Stuart Mill denunció las carenciasdel sistema electoral mayoritario de laépoca, que impedía la participación políticade la nueva clase proletaria, surgida de laindustrialización. Su propuesta consistióen la aplicación de un sistema electoralproporcional, que junto con el voto universal,permitiera ampliar la participación.

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permitiera ampliar la participación. De este modo,el parlamento reflejaría más fielmente la diversi-dad de las corrientes, tendencias y opinionesexistentes en la sociedad. Por otra parte, en esaépoca la mujer estaba excluida de la ciudadanía,situación que debía superarse atribuyéndolederechos políticos y consagrando el voto univer-sal. También Mill propuso un principio fuerte deprotección y garantía de los derechos de lasminorías, para que no fuesen avasalladas por unaeventual tiranía de las mayorías.

IV. PARTICIPACIÓN POLÍTICACONTEMPORÁNEA: TODOS VOTAN,¿POCOS PARTICIPAN?

Durante el siglo pasado, efectivamente se impusoel voto universal y la mujer fue incorporada a laparticipación ciudadana. La democracia adquiriócarta de legitimidad universal y, después de las dosguerras mundiales, casi todos los Estados sedeclaraban, por razones disímiles, democráticos.

La segunda mitad del siglo estuvo cruzada porel conflicto entre las democracias representativas ylas democracias populares. En estas últimas sedesarrolló –y se exportó– un modelo de participa-ción popular que incluía la movilización de masas,la lucha de clases y la acción hegemónica delPartido Comunista como instrumento de losintereses del proletariado. El fascismo, antes delfin de la segunda guerra mundial, replicó conesquemas de participación similares. La respuestade las democracias representativas fue el fortaleci-miento del pluripartidismo y la inclusión en elsistema político de instituciones propias de lademocracia directa, como el plebiscito y elreferendo.

La teoría democrática posterior a las guerrasmundiales desarrolló, en relación a la participa-ción política en las democracias representativas,explicaciones acerca de la función de la elites en elproceso de competencia por el poder. Así, por

ejemplo, una de las figuras más eminentes de laciencia política de la década de los setenta,Robert Dahl, sostiene que las democraciascontemporáneas son en realidad poliarquías. Conese neologismo nos quiere significar que el rasgoprincipal del sistema es la competencia entre unapluralidad de elites. En otras palabras, la partici-pación política, según este diagnóstico, estaríaadministrada por distintas elites que, en su luchapor conseguir posiciones de poder, nos proponenproyectos de buen gobierno para persuadirnos aaceptar su oferta.

Al comenzar el siglo XXI nos encontramos conuna crisis de participación política bastantegeneralizada en las democracias. Por esta razón,los cientistas sociales y los agentes públicosbuscan nuevos instrumentos para reactivar yfortalecer la participación política. Por una parte,han surgido propuestas para hacer más transparen-tes y accountable a las instituciones y la gestión delos agentes públicos. Ésta es una condiciónnecesaria para que el ciudadano pueda ejercerfunciones de control sobre el poder político yexigir que sus demandas sean satisfechas en formaeficiente. También es una condición para asegurarla probidad y, en fin, para estimular el debatepúblico. Por otra parte, algunos proponen procedi-mientos que incrementen la concurrencia ciudada-na a las elecciones, tales como la inscripciónautomática y el voto obligatorio, o los plebiscitos yreferendos revocatorios.

No obstante, parece que la inclinación generali-zada de las personas, en las dos últimas décadas, esclaramente individualista. Por esta razón, tienden adistanciarse de la política y a privilegiar susintereses particulares. El débil ánimo asociativo quefluye de este individualismo es satisfecho en lasociedad civil a través de acciones participativas nopolíticas o para-políticas, en torno a la educación,los deportes, las actividades religiosas y otras detipo altruista, la defensa de causas morales –comolos detenidos desaparecidos–, la libre expresión deminorías, la defensa del medio ambiente, deespecies en peligro de extinción, del bosque nativo,etc. O sea, un tipo de participación que se inscribeen el marco de la sociedad civil y que no tiene unaintencionalidad directamente política, aún cuandoeventualmente influya en esa esfera.

La deserción de las personas de la ciudadanía ysus deberes, la no participación política y el augede la que se remite a los asuntos propios de lasociedad civil han estimulado el análisis institucio-nal, reactivado la vigencia de la filosofía política eincentivado nuevas formulaciones de la democra-cia directa, la democracia deliberativa y la demo-cracia participativa.

La inclinación generalizada de las personasen las dos últimas décadas, es claramenteindividualista. El débil ánimo asociativo essatisfecho en la sociedad civil a través deacciones participativas que no tienen unaintencionalidad directamente política, aúncuando eventualmente influyan en esa esfera.

CIUDADANÍA CORPORAL Y MEDIÁTICA:

En torno a Santiago, la polisChilensisAnte la apatía y la despolitización ciudadana, han surgido muchas teorías paraexplicar el poco atractivo que ejercen las urnas y las instituciones mástradicionales. Sin embargo, en el último tiempo, nuevas dimensiones departicipación ciudadana –la urbana y la mediática, por ejemplo–, rescatan elsentido más profundo del problema: lograr el encuentro entre comunidades ypersonas extrañas.

Cristóbal García | Master of Science en Media y Communication en el MIT

tampoco pretendo sugerir en estas líneas unanueva partida desde cero. Creo en las genealogíasdel pensar: el discurso y la acción. Pero, a veces, esbueno remover el polvo debajo de la alfombra ycambiar la posición de los objetos en nuestroespacio doméstico (y político). Quizás puedanaparecer nuevos aires o algo escondido.

PROMESAS INCUMPLIDAS

Primero, la crisis de legitimidad política es unproblema global. Dos tercios de la poblaciónmundial, según Gallup, siente que no es gobernadasegún su propia voluntad (the will of people, basede la democracia). Eso pasa en Francia, Alemania,Gran Bretaña, Italia, Estados Unidos y en granparte de los países latinoamericanos. Escandinaviaes una de las excepciones.

Contrariamente a lo que a veces se interpretadespués de las elecciones o encuestas sensacionalis-tas, la crisis (desafección) representa un rechazo a

Libros, seminarios e investigaciones han tratadode dar respuesta a fenómenos como la desafecciónciudadana, la despolitización, la apatía, la crisis delos partidos o el «no estar ni ahí». A quince añosde que asumiera la primera administración de laConcertación, aún se ven esos síntomas. Dehecho, después de cada elección, asistimos asesudos análisis acerca del «mensaje de la gente»,que muchas veces se acompañan de discusionessobre la calidad de nuestra democracia. En el ringpolítico, se cuestiona el legado de cada sector y eltrabajo específico de administraciones, parlamen-tarios y alcaldes. Lo que no se pone en duda, sinembargo, son los instrumentos, preguntas yvariables que dicen medir cuánto valoramos loschilenos a la democracia, a los políticos y anuestras instituciones representativas. Lo queentiende el debate público y académico pordemocracia, institución representativa y ciudadaníaes también parte del problema. Si no revisamos esemarco conceptual y sus circunstancias históricas,corremos el peligro de Sísifo en Grecia, cuandotrataba una y otra vez de subir la piedra a la cimadel monte, mas ella siempre volvía a caer: seintentaría mejorar la participación política por losmismos canales de siempre: educación cívica enlos colegios, campañas, estudios o iniciativas en elParlamento. Sería más de lo mismo y, probable-mente, con similares resultados. No creo queaquellos caminos estén equivocados del todo, ni

Lo que los gobernantes pueden hacer y loque los ciudadanos pueden controlar escada vez más indirecto, mediado y diferidoen el tiempo. La gente espera lo que se lepromete, pero eso nunca llegará.

INTERIOR 8/16/04, 2:30 PM50-51