Francesc Picas "ILOTA"

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Ilota, como cada tarde a esta hora, pronto, se sienta en su mesa del cafédel Ateneo. Seguramente la misma mesa, la de la ventana, es siempre la

suya porque, al llegar pronto, llega a tiempo de hacerse la reserva.Pero antes de tomar posesión de las propiedades de las que cada tardees usufructuaria, Ilota da, con un delicadísimo gesto en el rostro, lasbuenas tardes al camarero que tras la barra ya está preparando sueterno pedido: una taza de chocolate espesísimo y muy caliente...

¡humeante! En el café, a estas horas, no hay casi nadie y, si después sellena, ella ni se dará cuenta. En el Ateneo, lejos de Ilota, todos siguendigiriendo con licores sus comidas, apoltronados por las butacas y, los

más osados, por los sofás. El Ateneo más prudente yace en casa, aresguardo de las incomodidades sociales, reponiéndose para las damas

y los ajedreces de media tarde.

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Ilota, ajena a todo, excepto a sí misma, se enmarca en un humo dechocolate perfumado. Entre la silla en la que se sienta y la mesa en la quese apoya, todo su mundo esparciéndose... bailando: el mármol blanco, casi

de hielo; la pista de baile que, cabe decirlo, ¡resbala la mar de bien!;el portaservilletas; la pareja de turno...; y la taza de chocolate, muy dulce,evidentemente ella. ¡El camarero se encarga de hacer desaparecer, antes deque llegue Ilota, un cenicero que siempre está plantado justo en medio de la

pista porque sabe la molestia que causará a los bailarines! Y, además, nofuman. Cuando el mundo está en su lugar, entre la silla y la mesa, Ilota

puede abrir el baile. Aunque, mundo más allá, resuena como fondoCatalunya Informació, para Ilota, dentro de su atmósfera aislante, suena su

propia orquesta que, invariablemente, abre el concierto de tarde con lapieza el Cant de l’Enyor en la voz de un dueto excepcional formado por

su marido, ¡que Dios tenga en su gloria!..., y Lluís Llach.

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Con el primer abrazo en los labios de una servilleta muy suave y el dulcechocolate, empieza el baile. Con los ojos cerrados, concentrando la atención

en el punteo de los pies, Ilota se suelta en los brazos del amado. Fiel a él,a su marido que, cuando acaben los acordes del Cant del Enyor, sabe queestará cansado y querrá retirarse a descansar, le susurra, mientras le diceque la quiere, que no deje de bailar cuando él se retire. Ilota, sabiendo que

no dejarán de amarse, se traga amorosamente, con el chocolate que tiene enla boca, la voz y el descanso del marido, a Llach y al Enyor. En el silencio

de la orquestra, un aplauso no tan lejano como el que ha precedido alprimer baile con su marido, da la bienvenida al primer nombre escrito en

la espalda del marido. Con el consentimiento para seguir bailando de quienreposa, la hoja de la espalda se ha convertido en el carné de baile de Ilota.El recién llegado es Yves, aquel vecino venido de París que ha alquilado elapartamento de arriba de su piso de Gracia. La primera vez que bailó conél fue en la plaza del Diamant durante unas fiestas del barrio... y antes de

que aquella noviecita, ¡mosquita muerta!, lo encadenara en casa,seguramente a los barrotes de la cama…

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Bueno, ella, Ilota, sigue bailando con Yves, aquí, en el mármol helado,tarde sí y tarde también. ¡Y es que Yves baila muy bien!, piensa Ilota,...¡que se lo pregunten a la novia!... Para ellos, la orquesta empieza a

tocar Samedi soir sur la terre de Francis Cabrel. Abrazada a Yves, sientecomo una lágrima se le escapa hacia el hielo que pisa para formar parte

de él. Entonces, sin permitir que las siguientes lágrimas, creciendo en formade estalagmitas sobre la primera, ya helada, le puedan llegar a congelar

la sangre, se las enjuga en la espalda empapelada de Yves que, después deconsolarla ofreciéndole la espalda entera, regresa a su encadenamiento

al placer de Gràcia. Mañana, si Ilota lo quiere, aceptará de nuevo lainvitación para bailar.

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Con la confusión de Ilota, que sigue curándose las lágrimas, la orquestra no sabelo que tiene que tocar y su silencio se prolonga. Ilota se reprocha lo que ya sabe:¡la primera pareja de baile después de su marido siempre acostumbra a pisarle

lospies!... Y hoy Yves no ha sido una excepción. Otro día lo pondrá más abajo en el

carné. Con los pies doloridos y un llanto que se entreoye sólo con suspiros, decidebailar ella sola un baile. Se hace tocar Bamba Rakatunga con Celia Cruz y Ray

Barretto. Bailando como una loca, se olvida de añorar los primeros Yves, sussuspiros y ¡los pisotones! Bailar sola sólo tiene un inconveniente: que bailas sola.¡Pero, si no te duelen los zapatos, los pies, al menos, los tienes a salvo... y, con lospies, los pasos y las pisadas! ¡Azúcar! va pisando Ilota mientras ha derramado unpoco del azúcar que se hace traer con el chocolate por si no fuera bastante dulce

yque ahora estaba echando en la media taza que le queda llena. Removiendo el

azúcar y el ¡Azúcar!, se acerca la taza a los labios y espera que el espeso chocolate gotee. Cuesta que le llegue a la boca, pero cuando lo hace, comolava, cuesta que lo deje de hacer. Como buenamente puede, se separa dela taza reconfortada y dejando su salsa negra, la que aún queda, también

deja el canto de Celia y compañía.

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Reanimada, pues, y poniéndose romántica, como a ella le gusta, se haceinterpretar un bolero, evidentemente por los Panchos, aquél que se titula

Voy a apagar la luz. ¡El abrazo en los labios que lo ha precedido nolo conoce! ¡No es nadie anotado en el carné de baile, pero la aprieta con

una sensibilidad extraordinaria!... ¡Y baila como los ángeles! Tras elantifaz de papel que luce no llega a saber cómo es ya que, por descontado,sabe que no lo conoce, pero sí empieza a imaginárselo más allá de la luz

de los ojos que la miran admirándola. ¿Pero quién es aquél enmascaradobailarín que pretende seducirla? Mucho más confusa que antes, se

inquieta en su mundo por primera vez en toda la tarde.

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Pierde el ritmo y, huyendo como una cenicienta, abre los ojos a su alrededory, levantando la mirada, busca una escalinata de emergencia que noencuentra, a la vez que un zapato le cae bajo la mesa. Enrojeciendo

avergonzada por hacer pública su aventura en el baile con el ruido delzapato, se agacha a recogerlo intentando disimular. No lo alcanza. ¡Le

parece que el zapato ha llegado hasta los cimientos del Ateneo!...Ya estoy apunto de acercarme a ayudarla cuando una Ilota, medio contorsionista, lo

alcanza. Poniéndoselo, se da cuenta de que la orquesta, por hoy, ya harecogido sus instrumentos. El mármol sigue siendo blanco y helado, pero lataza ya sólo está sucia de chocolate rebañado, ¡y gracias!, y unos cuantos

papeles arrugados la rodean.

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Finalizado ya el baile, sale de su atmósfera aislante. Primero, mirandohacia la derecha, mira el Ateneo que se recupera como puede de la digestióntras los ventanales que, en éste y en todos los otros, siempre dan a un patio

interior. En el patio, el tierno verde acostumbra a enmarcar por completo losocres de los viandantes. Pero en los ocres oxidados del Ateneo de Ilota, el de

las señoritas de museo indscriptible, ni el más verde más tenso e intensopuede rectificar un solo milímetro el rictus, tan osadamente grosero, que las

distingue. Las distingue y las anima a seguir recorriéndolo con fuerza acada palabra dedicada que se dedican en tre sí y al resto del mundo y que devuelta purgan con vacíos, rencores crónicos y miserias de una vida dedicada

a la galería y a las tardes como cuando eran niñas, en el patio.

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Ilota, en el café, ya hacía muchos años que se había refugiado de ellas quea su vez, seguramente la habían olvidado decidiendo que era una

desafinada mental. En cambio, si un u otro caballero ateneo, sobre todo delos que digerían en casa con la mujer o de los viudos con los suyos la vida yque a media tarde unas damas o un ajedrez los esperaban, quería disfrutarde la compañía de Ilota, en conversación, de dama, sabían que ella era unagran conversadora siempre y cuando no estuviera bailando un pas de deux

sublime.

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Habiendo registrado la derecha y repasada la barra del frente con laconsiguiente sonrisita al camarero, Ilota se lanza por el acantilado de la

ventana cayendo en los restos arqueológicos que ya hace años hanparalizado el lado izquierdo del Ateneo... Chicos y chicas trabajanhaciendo prácticas universitarias, pero también hay tres jefes de

expedición. El mayor de los tres, que más que jefe debe tener el título deveterano, dirige la excavación desde la experiencia. Lleva un pañueloenredado en el cuello e Ilota piensa que si se lo colocara a la altura delos ojos... !podría ser su bailarín desconocido! Enrojeciendo de nuevo,

aparta los ojos de la ventana y busca el monedero para dejar las225 ptas sobre la pista de baile blanca. Sonriendo, y todavía un poco

acalorada por el abrazo del último bailarín, se levanta y, asegurándose elzapatito de cristal, sonríe el adiós al camarero antes de salir por la

entrada principal.

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Con no sé qué encanto volador, el primer peldaño de la escalinata que laha de bajar hasta la calle se apodera de su zapatito de cristal que sale

disparado hasta el pie mismo de la misma escalera. Recitando una especiede letanía progresiva, cojea mientras baja. La dicción de la letanía,

musical como es ella, lleva incorporada una musicalidad muy íntima.Llegando hasta donde se encuentra el zapatito, Ilota piensa por unossegundos que si tanto se quiere quedar por aquellas tierras tal vez seamejor que no lo recoja y que se quede allí antes de que, con una nueva

caída del zapato, ella vaya detrás. Distraída, pensando esto y sin dejar deentonar intimidades rebeldes, una mano que no es la suya recoge el

zapatito que se vuelve de un cristal iluminado reflejado en los ojos delhombre que tiene delante. ¡Es el veterano arqueólogo! ¡El del antifaz,pero sin! ¡El bailarín que, como antes, la vuelve a hacer enrojecer!...

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Él se lo entrega y ella, apoyándose en la baranda, se lo pone dándole lasgracias. El veterano arqueólogo, que se ha presentado dándole la mano ysu nombre después de devolverle el zapato, le dice que como viandantes

del Ateneo ja se volverán a ver y a encontrar. Ella, asintiendo con lacabeza, se incorpora del todo y bien sonrojadita, después de otro gracias,ya está en la calle donde se le empieza a escapar la risa, nerviosa y viva.

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Como nunca se le había visto antes, el veterano arqueólogo, y tambiénateneo, sube los peldaños enamorado, volviéndose cada dos o tres por si

la vuelve a ver. Ya en recepción, alguien le pregunta si se ha perdidoporque a aquellas horas nunca se deja caer por el Ateneo. Excusando su

presencia por un problema en la excavación que los ha paralizado, empiezaa mostrarse nervioso cuando se da cuenta de que quien había perdido elzapato en la escalera... ¡no le ha dicho ni el nombre! Pregunta por ella a

dos o tres por si la han visto bajar y la define como la señora de la música,una señora que se parece a una "preciosa caja de música". Las dos o tres

personas coinciden al decirle que él siempre se pasa el día haciendodescubrimientos, dentro o fuera de la excavación..., pero ninguno de

los dos o tres puede decirle algo de la señora caja de música.

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Estoy a punto de ir a explicarle todo lo que sé cuando veo que se dirigedecidido al bar a hablar con el camarero. Él le dará unas coordenadas másfiables que las mías imaginarias que incluso se han inventado su nombre...¡Pero vete tú a saber!, para no jugar la vida con las herramientas afinadas

socialmente y preestablecidas en abstractos museos, ¡Ilota... muy bienpodría llamarse Ilota!

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FinFin

Prosa por Francesc PicasProsa por Francesc PicasPinturas de Fabián PerezPinturas de Fabián Perez

Presentación de Ploma BlavaPresentación de Ploma Blava