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1 FRAY MAMERTO ESQUIÚ Y SU APORTE A LA PATRIA * La historia de la vida del hombre se encuadra siempre en el constante devenir del tiempo: ya sea en lo que concierne al pasado, es decir, a las experiencias vividas e inmodificables en su concreto y real desarrollo; como en el presente, el que está en manos de quienes hoy reforman y recrean con sus aciertos y errores; como también en el futuro, en el que el humano se proyecta en anhelos y estimaciones de posibles adelantos o imponderables que convengan, tanto a cada persona en particular, como a la humanidad toda, o en retrocesos negativos. Es por ello que miramos el pasado de aquellos que supieron vivir, varones o mujeres, de cualquier condición o raza, a fin de aprender de sus logros cómo encarar los problemas de hoy y conducirnos a un futuro mejor. Una de esas personas, modelos de vida, humildes y esforzadas, fue el Venerable Fray Mamerto Esquiú, quien en el camino de la vida (para él de la santidad), supo ser buen hombre, patriota de alma y, en razón de su fe y consagración, dado totalmente al servicio de los demás. Dividimos esta exposición en tres partes: -Semblanza de vida –Aporte a la Patria – Actualidad del proceso de beatificación. I . Semblanza de vida Los años de la infancia, el medio o entorno familiar y social en que ésta se dio, como también lo cultural y aún lo paisajístico, tienen suma importancia en el desarrollo ulterior de toda persona. En consideración de ello, sin desarrollarlo, pero sí tomándolo en cuenta, nos encontramos con el nacimiento del niño Mamerto de la Ascensión Esquiú, un 11 de mayo del año 1826, en una humilde casa de adobe, en San José de Piedra Blanca, hoy departamento Esquiú, de la provincia de Catamarca. Nace algo débil y tan enfermizo que deben bautizarlo de urgencia en su misma casa. Lo hizo el padre Cortés, sacerdote franciscano, amigo de la familia. Tanto preocupó a la madre el grave estado de su hijo que prometió a San Francisco, si el niño sanaba, vestirlo con el hábito de la Orden a partir de los cinco años. Y “¡Cosa admirable!”, dijo uno de sus historiadores, “¡Apenas hecha la promesa, el niño quedó completamente sano!” (1). A ese hábito nunca lo abandonaría y hasta llegó a cubrir sus despojos mortales (2). El ambiente hogareño, donde fue creciendo este niño, fue sencillo y humilde, muy favorable para un buen desarrollo, como bien él lo relata posteriormente: “Seis éramos los hijos venturosos de estos padres tiernos que, sin bienes de fortuna y en el humilde estado de labradores, eran felicísimos en la tranquilidad de su virtud y resignación, y en las dulzuras de una vida contraída exclusivamente a su familia y a Dios: la discordia, el espíritu de maledicencia, de avaricia, la injusticia, ninguna pasión enemiga de los hombres ha penetrado en el santuario del hogar paterno… “ y luego exclamará: “¡Ay! ¡Tiempo feliz y edad venturosa! … ¡…, días felices de mi niñez, gozos inocentes, amor incomparable de mis padres! …” (3). Lo que no sólo denota recuerdos, sino también madura satisfacción por lo experimentado en sus primeros años de vida. Ese hogar feliz, sencillo y trabajador, de buena relación afectiva y espíritu cristiano, se configuraba con don Santiago Esquiú, español de Cataluña, soldado enviado a América, del ejército del Rey, del cual deserta y se hace labrador en ’Las Chacras’, ya algo mayor en años contrajo matrimonio con doña María Nieves Medina, argentina, joven de buena familia tradicional catamarqueña; los hijos fueron seis: Rosa, Mamerto, Odorico, Justa, Josefa y Marcelina; su abuela doña Paula y su tía Francisca compartían la vivienda. Mamerto fue siempre un niño despierto y muy inteligente. A los cinco años ya sabía leer y escribir. Los primeros años los hizo en una escuelita del lugar y los completó luego en la ciudad. A los diez años ingresa como aspirante a la Orden en el convento de San Francisco. Desde entonces se dio un andar impresionante en el adquirir conocimiento y obtener logros no comunes en lo acostumbrado de cualquier persona. De los 10 años a los 12 termina con latinidad y humanidades (nuestro secundario), de los 12 a los 14 hace toda la Filosofía (la que ocuparía tres o cuatro años). De los 14 a los 17 cursa la Teología y el Derecho Canónico (lo que llevaba al menos cuatro años). Sobresalió en todos sus estudios con las mejores calificaciones.

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FRAY MAMERTO ESQUIÚ Y SU APORTE A LA PATRIA *

La historia de la vida del hombre se encuadra siempre en el constante devenir del tiempo: ya sea en lo que concierne al pasado, es decir, a las experiencias vividas e inmodificables en su concreto y real desarrollo; como en el presente, el que está en manos de quienes hoy reforman y recrean con sus aciertos y errores; como también en el futuro, en el que el humano se proyecta en anhelos y estimaciones de posibles adelantos o imponderables que convengan, tanto a cada persona en particular, como a la humanidad toda, o en retrocesos negativos. Es por ello que miramos el pasado de aquellos que supieron vivir, varones o mujeres, de cualquier condición o raza, a fin de aprender de sus logros cómo encarar los problemas de hoy y conducirnos a un futuro mejor. Una de esas personas, modelos de vida, humildes y esforzadas, fue el Venerable Fray Mamerto Esquiú, quien en el camino de la vida (para él de la santidad), supo ser buen hombre, patriota de alma y, en razón de su fe y consagración, dado totalmente al servicio de los demás. Dividimos esta exposición en tres partes: -Semblanza de vida –Aporte a la Patria – Actualidad del proceso de beatificación. I . Semblanza de vida Los años de la infancia, el medio o entorno familiar y social en que ésta se dio, como también lo cultural y aún lo paisajístico, tienen suma importancia en el desarrollo ulterior de toda persona. En consideración de ello, sin desarrollarlo, pero sí tomándolo en cuenta, nos encontramos con el nacimiento del niño Mamerto de la Ascensión Esquiú, un 11 de mayo del año 1826, en una humilde casa de adobe, en San José de Piedra Blanca, hoy departamento Esquiú, de la provincia de Catamarca. Nace algo débil y tan enfermizo que deben bautizarlo de urgencia en su misma casa. Lo hizo el padre Cortés, sacerdote franciscano, amigo de la familia. Tanto preocupó a la madre el grave estado de su hijo que prometió a San Francisco, si el niño sanaba, vestirlo con el hábito de la Orden a partir de los cinco años. Y “¡Cosa admirable!”, dijo uno de sus historiadores, “¡Apenas hecha la promesa, el niño quedó completamente sano!” (1). A ese hábito nunca lo abandonaría y hasta llegó a cubrir sus despojos mortales (2). El ambiente hogareño, donde fue creciendo este niño, fue sencillo y humilde, muy favorable para un buen desarrollo, como bien él lo relata posteriormente: “Seis éramos los hijos venturosos de estos padres tiernos que, sin bienes de fortuna y en el humilde estado de labradores, eran felicísimos en la tranquilidad de su virtud y resignación, y en las dulzuras de una vida contraída exclusivamente a su familia y a Dios: la discordia, el espíritu de maledicencia, de avaricia, la injusticia, ninguna pasión enemiga de los hombres ha penetrado en el santuario del hogar paterno… “ y luego exclamará: “¡Ay! ¡Tiempo feliz y edad venturosa! … ¡…, días felices de mi niñez, gozos inocentes, amor incomparable de mis padres! …” (3). Lo que no sólo denota recuerdos, sino también madura satisfacción por lo experimentado en sus primeros años de vida. Ese hogar feliz, sencillo y trabajador, de buena relación afectiva y espíritu cristiano, se configuraba con don Santiago Esquiú, español de Cataluña, soldado enviado a América, del ejército del Rey, del cual deserta y se hace labrador en ’Las Chacras’, ya algo mayor en años contrajo matrimonio con doña María Nieves Medina, argentina, joven de buena familia tradicional catamarqueña; los hijos fueron seis: Rosa, Mamerto, Odorico, Justa, Josefa y Marcelina; su abuela doña Paula y su tía Francisca compartían la vivienda. Mamerto fue siempre un niño despierto y muy inteligente. A los cinco años ya sabía leer y escribir. Los primeros años los hizo en una escuelita del lugar y los completó luego en la ciudad. A los diez años ingresa como aspirante a la Orden en el convento de San Francisco. Desde entonces se dio un andar impresionante en el adquirir conocimiento y obtener logros no comunes en lo acostumbrado de cualquier persona. De los 10 años a los 12 termina con latinidad y humanidades (nuestro secundario), de los 12 a los 14 hace toda la Filosofía (la que ocuparía tres o cuatro años). De los 14 a los 17 cursa la Teología y el Derecho Canónico (lo que llevaba al menos cuatro años). Sobresalió en todos sus estudios con las mejores calificaciones.

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En cuanto a la vida consagrada, es decir, al haber ingresado a una Orden religiosa y aspirar al sacerdocio, a los 15 años inició su Noviciado y, a los 16 hizo la Profesión Solemne o perpetua de los tres votos en la Orden Franciscana. Luego, por ser tan joven y no tener la edad canónica, debía esperar 7 largos años para poder recibir el Orden Sagrado, pero se le dispensaron dos años y se ordenó sacerdote en el ’48, diciendo su Primera Misa en el ’49. Esos largos años de espera, al parecer una contrariedad para las expectativas del joven religioso, resultaron, sin embargo, muy provechosos para su formación y madurez: Se dedicó con afán al estudio de lenguas y de varias disciplinas, como el Derecho Civil, las Matemáticas, la lectura de los Santos Padres y de otros autores de profunda espiritualidad (4). Incursionó en la enseñanza y, por disposición de sus Superiores, con apenas 18 años, fue nombrado director suplente del colegio San Francisco, posteriormente profesor de Filosofía a nivel superior y más tarde de Teología para los que seguían sus estudios para sacerdotes, en el convento, y luego para el incipiente seminario o el así llamado Colegio Conciliar de Ciencias. El que funcionó en el convento dejado por los mercedarios y hoy ocupado por el colegio nacional de Catamarca (5). En todos esos cargos se distinguió por el esmero y profundidad con que los ejerció; adoptó adelantos didácticos y cambios en los planes de estudio; reformó la disciplina, quitó los castigos corporales y fomentó la responsabilidad y la dedicación en los alumnos, lo que despertó el reconocimiento y una mayor atención por parte de ellos, como también la admiración en los claustros de los profesores de los diferentes niveles y el aprecio de las autoridades de turno, en especial en el ámbito religioso. Ya como sacerdote, según lo disponía la obediencia, se dedicó a la pastoral en plenitud: en las celebraciones, en la predicación, en la administración de sacramentos, en la atención a los pobres y a los encarcelados. El pueblo quedaba admirado con sus homilías, tanto en su estilo oratorio como en los contenidos. Llegó a gran notoriedad en el famoso sermón “Laetamur de gloria vestra” (Nos congratulamos con vuestra gloria), pronunciado con ocasión de la jura de la Constitución nacional del ’53- Sin embargo, no se dejó cautivar por los triunfos ni por las adulaciones. Por el contrario, deja Catamarca en 1862 y se trasladó a Tarija, en Bolivia, en búsqueda de una vida más austera y regular, con la anuencia de sus superiores, a un convento de estricta observancia. Se integra pronto a la nueva fraternidad, cumple con las tareas comunes que le asignan y misiona en poblaciones nativas de las cercanías. Allí comienza a escribir sus “Memorias”, las que más tarde recogerá y publicará el padre González en dos valiosos volúmenes (6). En 1864, a pedido del Obispo de Sucre se traslada a esa ciudad, donde se lo designa en las cátedras de Filosofía y Teología del Seminario Mayor y nuevamente es reclamado para diversas tareas de Iglesia. Funda un periódico, el Cruzado, de gran alcance y trascendencia en el lugar y en ese momento. En 1872 se le comunica que ha sido designado en primer lugar en la terna para Arzobispo de Buenos Aires. Renuncia inmediatamente, con carácter indeclinable, y solicita y obtiene permiso de sus superiores para irse a Perú y a Ecuador, huyendo de las insistencias para que cambiara su decisión. Calmados los ánimos y cubierta la sede de Buenos Aires, vuelve a Tarija en 1873. Retorna a Catamarca en 1875 y se acoge a un beneficio otorgado a los misioneros para viajar a Tierra Santa. En marzo de 1876 deja su tierra natal para viajar a Jerusalén donde, según sus palabras,”pasará los mejores momentos de se vida” (7). Poco dura su permanencia en lugar tan preciado, la obediencia lo llevará a otro destino. En 1877, el padre General lo llama a Roma y le encomienda volver a América y le da a escoger el lugar, menos Bolivia, donde ya había estado. En esas naciones había muchos problemas en la observancia de la vida de los religiosos, debido a la persecución que habían sufrido las Órdenes y las Congregaciones. Fray Mamerto elige Argentina, su patria, y el 24 de mayo del año 1878 llegó a Buenos Aires. Muy pronto parte para Catamarca donde, según lo dispuesto por el padre General, colaborará con los religiosos del lugar en el restablecimiento de la vida común. Pero también aquí su estadía será breve. Como aporte a su provincia, y en defensa de las raíces cristianas de la misma, permite que se lo incluya en el quehacer político y, como diputado, presenta un ante proyecto de Constitución para Catamarca. A fines de 1878 el Senado de la Nación lo propone para Obispo de Córdoba y Esquiú renuncia nuevamente. Sin embargo, en diciembre del ’79, el Delegado Apostólico lo llama a Buenos Aires, donde, el 3 de enero de 1880, el Delegado Apostólico le dice que el Santo Padre quiere que él sea Obispo de Córdoba. Ante esa manifestación Esquiú se rinde y responde: “Si el Santo Padre lo quiere, Dios lo quiere. Cúmplase su voluntad”. Fray Mamerto, como despidiéndose de los suyos y de los lugares donde había crecido. Al retirarse, para cumplir con lo que la Iglesia le había encomendado, expresó que se iba al nuevo destino, pero su corazón quedaba en Catamarca (8). Recién el 12 de diciembre de 1880 recibe su ordenación episcopal en la basílica de San Francisco, de la ciudad de Buenos Aires. En enero de 1881 toma posesión del obispado de Córdoba e, inmediatamente, se da de lleno al trabajo pastoral. Como primera medida importante, dirige una carta al clero diocesano y luego otra para todo el pueblo. Se entregó con mucha dedicación a los pobres, siendo él mismo quien los atendía y respondía a sus necesidades. Visitó la Universidad, donde existían varios problemas pendientes y da un

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hermoso discurso en ocasión de un homenaje al fundador, el obispo franciscano Fray Fernando de Trejo y Sanabria (9). Visitó todas las parroquias y capillas de la ciudad, dialogando afablemente con los sacerdotes, las asociaciones y los fieles en general. Al año siguiente se ocupa intensamente en visitar los pueblos del interior de la provincia (10). A fines de 1882 sale para La Rioja (que también entraba dentro de la jurisdicción de su diócesis) en visita pastoral y para resolver problemas, originados en el lugar, con la autoridad civil. Lo que logra satisfactoriamente. De vuelta, el 8 de enero, viaja en diligencia rumbo a Recreo para tomar el tren.. Pasó por muchos pueblos y pequeñas aldeas y, a pesar del calor y lo árido del lugar, descendía para bendecir a la gente y aún administrar algunos sacramentos. Al llegar a las 12 horas del mediodía, a la Posta de ‘El Suncho’, provincia de Catamarca, sintiéndose muy indispuesto, lo tienen que bajar, lo recuestan en un camastro y fallece a las 15 hs., después de recibir los sacramentos, un 10 de enero del año 1883 (11). Desde allí trasladaron sus restos a la ciudad de Córdoba para la autopsia y el velatorio en la Catedral. El que se prolongó por el espacio de un mes, dada la afluencia de gente que quería despedir a su santo y querido Obispo. Luego de cuatro meses del fallecimiento, se conservaba el corazón incorrupto y fue entregado a su hermano Odorico, quien lo llevó a Catamarca y lo dejó a cuidado del los frailes de ese convento. El que se conservó en ese estado hasta el 22 de enero del año 2008 (126 años), fecha en que fuera sustraído de su urna y aún no se lo ha encontrado. II . Aporte a la Patria En acuerdo con lo que afirma el Episcopado argentino, podemos decir: “Fray Mamerto Esquiú fue un austero servidor de la Patria. Su fogosa palabra hizo ver la necesidad de contar con un orden que favoreciera la construcción de la República que todos anhelaban. Su clara conciencia política, que incluía el compromiso temporal como guía para la acción ciudadana del cristiano en el mundo y en el país de hoy no puede permanecer indiferente a la necesidad de seguir construyendo la República.” (12). A esta apreciación del Episcopado podemos sumar la de los laicos, es decir, observar como algunos civiles, tanto ayer como hoy, desde fuera del ámbito eclesiástico o de asociaciones religiosas, piensan de Esquiú: Al fin del libro “Sermones Patrióticos” , publicado por una editorial laica, de la Universidad Nacional de Buenos Aires, se lee lo siguiente: “Esquiú, y así habrán de percibirlo quienes recorren estas páginas, traduce en sus sermones el lenguaje profundo del país, el del espíritu y la tierra nativa. Conviene, pues, en estos tiempos difíciles pero preñados de posibilidades, no olvidar el rumbo que, con profético acento, señaló el más argentino de los sacerdotes y el más sacerdote de los argentinos” (13a) (13b). Testimonios significativos, los dados por los obispos y algunos laicos sobre la personalidad del Venerable Fray Mamerto Esquiú. Para los primeros, Fray Mamerto fue: “el austero servidor de la Patria…, el guía para la acción ciudadana del cristiano en el mundo y en el país de hoy”. Para los otros, él “traduce… el lenguaje profundo del país, el del espíritu y la tierra nativa”, fue el sacerdote ejemplar que un día se dio en nuestra nación. Imágenes muy oportunas para nosotros, los argentinos, que estamos próximos a celebrar el segundo centenario de la revolución de mayo, del nacimiento de nuestra patria, y con el Santo Padre, Benedicto XVI, nos disponemos a reflexionar sobre el sacerdocio ministerial. Por ello podemos decir, sin temor a equivocarnos, que este humilde fraile, como ciudadano, como sacerdote y como pastor en la Iglesia, aportó positivamente para nuestro país y aún hoy, en su sencillez y entrega, puede ser ejemplo de vida para muchos. No podemos, por cierto, en esta breve reflexión, considerar todo lo que hizo por la Patria, pero, sí, quisiéramos fijar la atención en lo referente al orden, a la unión y a la paz entre los argentinos y en su obrar como Pastor en la Iglesia. a) El orden en la sociedad Fray Mamerto era conciente de la necesidad de un ordenamiento estable, del quehacer público en la sociedad, en nuestra patria, y lo declaró enfáticamente en su famoso sermón por la jura de la Constitución del ’53. Como aparece en muchas de sus declaraciones anteriores (14), él era conocedor del corte liberal de esta Constitución y de la falta de inspiración religiosa en muchos de sus artículos, lo que en verdad deplora abiertamente, como también del rechazo manifiesto por parte de varios sectores del ámbito religioso y del civil (15). De hecho, el Venerable Esquiú no aceptó con mucho agrado el pedido del señor Gobernador de la provincia de Catamarca, referente a su intervención, como orador religioso, en el acto de la jura de la Constitución del ’53. Una y otra vez redacta el texto de su sermón, consulta a varios religiosos del convento hasta llegar a darle forma definitiva (16). En este, su recordado sermón, “Laetamur de gloria vestra” (Nos congratulamos con ustedes), deja bien en claro sus principios y doctrina cristiana respecto a la sociedad, a lo que compete directamente a Dios, al poder civil y a la ubicación del cristiano en ella. De ahí que se lamente por la falta de una verdadera inspiración de la fe católica en la redacción de este documento fundamental (17). Para el padre Esquiú

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“el objeto de su palabra fue abogar por la estabilidad de la Constitución y por la fidelidad del pueblo argentino a ella .Lo que Esquiú quiere es una sociedad constituida en la Constitución” (18). Pues ella es el fundamento de una sociedad estable, en la que sobresalgan el orden y la justicia en beneficio de cada ciudadano. Ordenamiento que, en alguna manera, transformaría nuestra realidad geográfica en una realidad política capaz de actuar, no sólo con esa identidad en el ámbito interno, sino también en el internacional (19). b) La unión y la paz Además del orden, dijimos que otro aporte importante del Venerable Esquiú a la Patria, fue el de alentar y promover la unión y la paz entre los argentinos. Valores tan necesarios y fundamentales para la convivencia en sociedad. Sin embargo, tan desatendidos y ultrajados. Fray Mamerto hace referencia a los intentos de constituciones que no tuvieron éxito, como las de 1819 y 1826. Señala que los últimos 40 años pasaron entre el despotismo, las guerras entre hermanos y la muerte que sufrieron los más débiles, como fueron las mujeres, los ancianos y los niños. Por ello exclama: “Basta de palabras que no han salvado a la patria”, había llegado el momento de obrar en unión y por la paz, y agrega: “¡Llega la Constitución suspirada tantos años de los hombres buenos; se encarna ese soplo sagrado en el cuerpo exánime de la República Argentina! “ (20). Esquiú no desautoriza totalmente a lo hecho en el pasado, reconoce sus valores pero tanto a lo legislado como a la conducción de la tan proclamada libertad, los halla insuficientes, contaminados de ideas de la así llamada ilustración, incongruentes con la realidad del país y carentes de una debida inspiración en la asistencia divina. Por ello llega a exclamar: “Aplaudo, felicito, me postro ante los héroes de la independencia; cantaré vuestras glorias, tributo mi admiración a la nobleza de los argentinos; pero también señalaré sus llagas, apartando los ricos envoltorios que encubren vuestra degradación. Se trata, señores, de edificar la República Argentina y la Religión os envía el don de sus verdades” (21) Uno de los obstáculos concretos que atentaban contra la unidad y la paz entre los habitantes de este suelo, detectados por Esquiú, fue la división nociva que impedía el diálogo y el trabajo conjunto en favor de la Patria. Los móviles de esas divisiones perniciosas fueron muchos, pero Esquiú señala principalmente los de origen confesional y partidista. Él piensa que la obediencia a una ley común, a pesar de sus imperfecciones, favorecería la unidad y la paz. Por ello, ente la resistencia de un gran sector del catolicismo, dice: “… católicos: obedeced, someteos, dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” y, aludiendo a San Pablo, agrega: “¡Roma era pagana, era cruel; mataba a los cristianos sin más delito que ser discípulos de Jesús! … y con todo eso el Apóstol decía:’¡Soy ciudadano romano!’ Y luego: “Toda persona esté sujeta a las autoridades superiores…, no sólo por temor al castigo, sino también por obligación de conciencia” (Rom 12, 1-5)… La Religión quiere que obedezcáis, jamás ha explotado a favor suyo ni la rebelión ni la anarquía; cuando la arrojaban de la faz de la tierra, se entraba silenciosa en lóbregas cavernas, en las oscuras catacumbas; y allí era más sublime, que cuando los reyes la cubrían con manto de púrpura. Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerras y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina; y concediéndonos vivir en paz y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el cielo de las Bienaventuranzas”… Esquiú se lamenta también de ciertos sectores políticos que generaron divisiones, sangrientas guerras y la pérdida de libertad en el pueblo, y aclara: “Quizá causa extrañeza a algunos el ver que trato un asunto de política desde el punto de vista del dogma católico de la Divina Providencia”, a lo que agrega: “Como sacerdote y como ciudadano, yo amo la paz y el orden en la justicia y, aunque con debilísimas fuerzas, siempre las he procurado; tened, pues, a bien que en este momento tan solemne como delicado, yo sólo haya pedido inspiración a Aquel que es verdad y paz y toda justicia” (22)- Insistiendo en la unidad y la reconciliación entre los argentinos, Esquiú dice que le llama la atención el hecho de que en los países del norte de América y en Europa, si bien existen los partidos políticos, sus diferencias no suelen alterar la paz ni la vida de los ciudadanos, pues los mayores empeños de ellos consisten en el trabajo y el progreso de la gente. En cambio, en “Argentina, la política es casi el único fundamento de la nacionalidad y, por consiguiente, la agitación de los partidos políticos se convierte en guerra, y la guerra civil es la muerte”. De ahí que él espera que la unión de los argentinos genere una fusión de partidos o acuerdos en beneficio del bien común del estado, donde sólo se tenga en cuenta la idoneidad y el mérito de las personas para ofrecerles cargos y empleos, sin exclusiones odiosas, en bien de toda la sociedad. Lo que debería hacerse con verdadero ánimo generoso y patriótico. Por cierto, inspirados por el pensamiento del Venerable Fray Mamerto, podemos decir que hay momentos y situaciones en que todos los hombres, varones y mujeres sin distinción, deberíamos unirnos, deponer rencores y supuestas o aún serias pretensiones de razón, reconciliarnos y decidirnos a trabajar por un mundo mejor.

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c) Pastor en la Iglesia En el Venerable Esquiú, no podemos separar ni omitir su condición de bautizado en la Iglesia y de ciudadano en la sociedad que lo vio nacer y crecer. De ahí que su obrar redundó tanto para gloria y santidad en la Iglesia, como para la nobleza y construcción de la Patria. Por ello los Obispos dicen que a Fray Mamerto “…lo recordamos en su realización personal por el seguimiento de Cristo, tras las huellas de San Francisco de Asís, en su abnegada exigencia misionera de fe y de compromiso con las realidades concretas de la sociedad en la Patria” (23). El pensamiento de Esquiú aparece en sus escritos y sermones; en especial en los pronunciados con motivo de la jura de la Constitución, el 9 de julio de 1853 en Catamarca, y con ocasión del restablecimiento de la unión de Buenos Aires con el resto de las provincias, del 8 de diciembre de 1880. Al que asistió don Pedro Goyena y que, en su comentario publicado, entre otras cosas, dijera: “El Padre Esquiú ha preferido hacer meditar severamente a los argentinos en los motivos que tienen para agradecer a Dios su protección, condenando con franqueza implacable nuestras pasiones rencorosas, nuestros errores sin disculpa, después de tantas lecciones, nuestras abominables apostasías… En la independencia descubrió el cumplimiento de un designio providencial…, pero se apresuró a hacer patente la influencia de la perversidad humana en medio de tan preciosos dones…“ (24). Sentir y pensamientos que no sólo quedaron en la locución y el papel, sino que luego, como sacerdote y pastor, tradujo y propició en la práctica del ejercicio de su ministerio. El Venerable Esquiú, sencillo y humilde fraile catamarqueño, llegó a la cumbre del sacerdocio el día de su ordenación episcopal, un 12 de diciembre de 1880 A su consagración asisten grandes dignatarios de la Iglesia, altos funcionarios de gobierno y destacadas figuras del quehacer público y cultural. Pero nada de ello lo llenó de vanidad. Por el contrario, apenas deja constancia de ese día en su Diario de recuerdos, en el que se lee: “Domingo 12: consagración episcopal del indignísimo sacerdote, en la iglesia de nuestro padre San Francisco, de Buenos Aires, de manos del Ilmo. Y Rmo. Sr. Arzobispo Dr. Federico Aneiros…” (25). De ese mismo día se cuenta una anécdota que lo pinta de cuerpo entero. Uno de los padrinos de ordenación pretendía ofrecerle un gran banquete en un distinguido hotel de Buenos Aires, y Fray Mamerto le dice: “Vea, mi buen señor y amigo, ya que Ud. es tan católico y se trata de realizar un acto tan santo y divino, cual es mi consagración episcopal, ¿no le parece que sería más conforme al espíritu del Evangelio disminuir el gasto y dejar algo para los pobres? El Padre Guardián del convento se encargará de preparar lo necesario y aumentar un plato más a las viandas ordinarias y Ud. pondrá el vino y los postres…Y lo que debía entregar al hotel lo da de limosna a los pobres, en nombre de Jesucristo. Así estaremos todos servidos, y los pobres socorridos y alimentados…” (26). Y, al menos en parte, así se hizo. Muy bueno fue el recibimiento del nuevo obispo en Córdoba, pero la tarea del mismo no sería fácil. Eran épocas en las que cundía el liberalismo y la masonería con influencias y gestiones contrarias al quehacer tradicional de la Iglesia. Se detectaban falencias en el clero y poco compromiso en los fieles; los gobiernos interferían en la vida de la Iglesia y muchas eran las injusticias que se cometían en el orden político y social (27). De todo ello era conocedor Esquiú pero no se atemoriza. Decide su proyecto pastoral con toda energía y humildad. Ya se lo percibe en palabras que podemos ver de su discurso de toma de posesión: “Primera palabra del más indigno de los Obispos, al pueblo que le ha sido encomendado…Soy siervo vuestro por amor a Jesucristo…He ahí –agrega- mi oficio, mi aspiración y todo mi honor: ser vuestro siervo en Jesús y por Jesús…” (28). El tiempo que Mons. Esquiú estuvo a cargo de la diócesis fue muy breve, apenas dos años, pero trabajó incansablemente, sin darse tregua. En el primer año trató de ordenar y encausar la organización y andar interno de la iglesia local, los estudios del Seminario, la enseñanza de la Teología en la Universidad, la atención de los pobres y desvalidos, y el tratamiento de varias cuestiones con las autoridades civiles, tanto nacionales como provinciales. Son de gran valor sus cartas pastorales, sermones y discursos, los que hasta el día de hoy son estudiados y tenidos en cuenta. Se distinguen las cartas dirigidas al clero y a los fieles. La primera, del 7 de marzo del ’81, la inicia con palabras de San Pablo: “Que todas vuestras obras sean hechas en caridad” (29). En ella enaltece la dignidad de los sacerdotes, se siente hermano de cada uno de ellos, les dice cómo el mundo los observa, les recuerda sus obligaciones, les hace algunos pedidos y concluye así: “…pido a vuestra caridad sacerdotal que llevéis en paciencia al nuevo Obispo, que le prestéis vuestra valiosísima cooperación, y que no os avergoncéis de respetar y ser sumisos a quien el mismo Espíritu Santo en sus inestimables juicios ha puesto para que rija esta porción de la Iglesia de Dios, escandalizándoos a vosotros en la bajeza e indignidad de mi persona…no soy otra cosa que vuestro siervo en Jesucristo” (30). La segunda carta pastoral, del 25 de mayo del mismo año, dirigida a todos los fieles, la inicia con estas palabras de San Pablo: “Permaneced firmes en la fe”(31), y luego, como aclarando, dice:“Ahora nos toca hablar con todos los fieles…A todos, sin excepción, nos dirigimos para decirles una sola palabra que importa todo, que significa la vida si se la acepta, y la muerte, la horrible muerte

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de todo hombre con su inmortal destino, si se la rechaza: esa palabra es la FE…¡Ah! Vale tanto la fe, y es tan espantosa su pérdida, que nada, absolutamente nada, es comparable a lo que ella importa” (32). Se muestra solícito, preocupado y deseando lo mejor para sus fieles, a los que pone alerta de los males de esa época. Finaliza la carta volviendo a la temática del inicio: “Habéis sido fundados en la fe, permaneced en la fe, vivid en la fe que es principio de la bienaventuranza, prenda de paz eterna en Jesucristo Nuestro Señor” (33). El Venerable Esquiú jamás descuidó su misión de evangelizar, de ser maestro de la Palabra de Dios, de comunicar a los fieles el Mensaje del Padre llegado a nosotros en el Evangelio de Cristo, en el segundo año de acción pastoral, se dio intensamente a trabajar en cada parroquia y capilla de su territorio. Misionó como verdadero pastor entre la gente pobre y sencilla, siendo muchos los testimonios que de ello nos quedan (34). Por ello, los obispos dicen: “…queremos como lejanos sucesores de Fray Mamerto Esquiú en su ministerio episcopal, gloriarnos y comprometernos honrando su gran figura de sacerdote y ciudadano en la comunidad de la Patria” (35). Concluyendo este apartado, podemos decir que nuestro Fray Mamerto es verdadero ejemplo de Pastor en la Iglesia, fue testimonio vivo de consagrado al Señor y a la misión que se le había confiado; amó y socorrió a los pobres y él fue pobre; compartió momentos con los sencillos y los humildes y él era humilde; se entregó incondicionalmente al apostolado y él fue apóstol hasta las últimas consecuencias. III . Actualidad del Proceso de Beatificación Sé que muchos fieles tienen sumo interés por saber del andar del proceso de beatificación de Fray Mamerto Esquiú. Lo cual es lógico, en primer lugar por la devoción que le tienen y luego porque llegue a los altares un representante nato de nuestra tierra y de todos los argentinos. Pues, si bien es oriundo de Catamarca y fue Obispo de Córdoba, es patrimonio de toda la Nación por lo que tuvo que ver con la Constitución de todos los argentinos, y por su promoción de la reconciliación, la unidad y la paz de nuestros habitantes; en momentos muy difíciles de la Nación, a lo que se agrega su imagen de vida sacerdotal ejemplar y modelo de Pastor comprometido con todos los que configuran nuestro país, en especial los pobres, los encarcelados y los más necesitados. El haber pasado más de 80 años desde los inicios del proceso de beatificación, a muchos les extraña. Pero no es para preocuparse sino para ocuparse. No todos los procesos llevan el mismo tratamiento ni se equiparan en los tiempos. Con sólo ver la diferencia entre el proceso de San Antonio de Padua, canonizado apenas al año de su muerte, y el del Beato Juan Duns Escoto, una de los más grandes teólogos de la Orden Franciscana, que llevó más de 700 años para ser declarado beato, comprenderemos que para estos procesos no hay tiempos preestablecidos. Lo importante es no abandonarlos y preocuparse en el seguimiento. La causa de Esquiú tuvo muchos inconvenientes a través del tiempo. Su comienzo ya fue muy tardío: su muerte fue en 1883 y los primeros atisbos de iniciar la causa se dieron en l921. Luego se inició en sede equivocada, fue en Catamarca y debía ser en Córdoba, diócesis en la que se dio su deceso y de la cual era obispo. Por tanto ese proceso fue anulado y se inició en la sede debida siete años después. La segunda guerra mundial detiene los trámites y se retoman en 1945. En ese momento, en Roma, se dan sus escritos al juicio de dos peritos teólogos; uno da dictamen favorable y el otro lo rechaza y, por disposición de Pío XII, en 1957 se archiva el caso. El embajador argentino ante la Santa Sede, Manuel Río, solicita se lo autorice a refutar las opiniones de ese teólogo, se le concede por disposición de Juan XXIII, lo hace muy bien, y en 1963, ya Pablo VI, se autoriza el proseguimiento y se hace un proceso supletorio. Tiene lugar el reconocimiento de los restos, se aprueban los escritos, se hace la declaración de ausencia de culto, seis teólogos peritos dan opinión favorable y la causa se introduce oficialmente en la Congregación de los Santos. Luego se detiene nuevamente el proceso, por impericia de los que aquí en Argentina estaban a cargo del mismo. Recién en 1993 se designa el nuevo encargado de proseguir la causa, quien, una vez revisados los archivos de Buenos Aires y de Roma, descubre que hacía aproximadamente unos quince años que el proceso estaba detenido y no se había actualizado en el ’83, cuando se cambió la legislación respectiva en la Santa Sede. Para poder proseguir se debía hacer una ‘sanación jurídica’ de los años no actuados. La tarea no fue fácil, muchos eran los trámites que debían encararse, pero se enfrentaron debidamente, y, uno a uno, se fueron resolviendo. La Congregación de los Santos en Roma dio los siguientes decretos: -el 25/01/02 se aprueba el proceso diocesano del milagro. -el 01/03/02 se da el decreto de ‘validez’ de todo lo actuado hasta esa fecha,-el 16/11/04 la comisión de los peritos históricos da el dictamen favorable sobre el paquete de los datos históricos sobre vida y virtudes del Siervo de Dios, -el 03/02/06 la comisión de los peritos teólogos dio su dictamen favorable sobre la vida y virtudes de Fray Mamerto, -el 17/10/06 la comisión de Obispos y Cardenales aprueba todo lo dictaminado por las comisiones anteriores, -El 16/12/06 el Santo Padre, Benedicto XVI, aprueba la heroicidad de las virtudes y todo lo actuado en la causa y lo declara ‘Venerable’. Con lo que prácticamente queda casi concluido el proceso de beatificación. Ahora se

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retoma el proceso de milagro, que había sido aprobado en el año 2002, y se lo entrega a nuevo estudio de los peritos oftalmólogos. Aquí surgen nuevos inconvenientes: el primer perito, en los primeros días de febrero, dice que no le consta que la curación haya sido milagrosa, que podría haber sido por la medicina recibida. Y esto fue lo que mucho nos admiró, en derecho no se usa el condicional, se dice ‘consta’ o ‘no consta’; además, el paciente nunca recibió medicación al respecto, en ambos diagnósticos, el de Catamarca y el de Córdoba, se dice: trombosis de retina irreversible, no hay medicación ni cirugía posible; y se agregó una declaración jurada del beneficiado que no había recibido medicación alguna para su caso. Lo que nos llevó a pensar, con todo respeto, que tal censor no leyó debidamente el proceso que ya había sido aprobado en el año 2002 por la Congregación de los Santos. El segundo perito, en junio de ese mismo año, se solidariza con el dictamen del primero. Hacemos recurso a Roma, nombran un tercer perito y este, en septiembre, también niega el milagro con unas posibles teorías (no verificadas en el caso), de una irrigación sanguínea colateral, lo que también puede discutirse. Desistimos de hacer nuevos recursos y estamos a la espera de un nuevo milagro para iniciar otro proceso. Epílogo A lo largo de nuestras consideraciones sobre la semblanza de vida, los aportes a nuestra Patria y el panorama del proceso de beatificación, damos gracias a Dios por haber podido llegar al punto que hoy nos encontramos: Tenemos delante nuestro la imagen de un hombre muy humilde y sencillo que, a pesar de sus grandes condiciones intelectuales, el grado de jerarquía en la Iglesia alcanzado y el afecto y admiración que despertaba en la gente, nunca se dejó engañar por la adulación. Luchó fuertemente contra toda tentación de orgullo, rehuyó a todos los honores, supo compartir los dones que de Dios había recibido y se dio enteramente a la responsabilidad de sacerdote y pastor que la Iglesia le supo encomendar. Para nosotros, en especial los bautizados de esta nación, la imagen de Esquiú nos llena de admiración, agradecimiento y estímulo. Admiración por su modo de vivir el Evangelio y la imitación de Cristo en el quehacer de todos los días; nos lleva a agradecer a Dios por darnos personas como fray Mamerto, consagradas de corazón al servicio de los demás; y, por último, nos estimula en el camino de la vida, pues la perseverancia en el buen obrar y en la entrega, puede ser patrimonio de todo peregrino en el tiempo, que sinceramente se compromete con lo que Dios espera de él. fray Jorge Martínez ofm vicepostulador NOTAS:

(1) –CÓRDOBA OFM Fray Luis, “El Padre Esquiú”, Córdoba, 1926, p. 30. –(2) MARTÍNEZ OFM Fray Jorge,”Esquiú, una experiencia de santidad”, ed. Lumen, Buenos Aires, 2000, p. 16. –(3) GONZÁLEZ OFM Fray Mamerto A., “Fray Mamerto Esquiú y Medina”, vol. II, Vida pública, Córdoba, 1906, pp 23-24. –(4) Cfr. CATURELLI Alberto, “Mamerto Esquiú, vida y pensamiento”, ed. T.E.U.C.O., Córdoba, 1971. –(5) CÓRDOBA, o.c., p. 70. –(6) Cfr. GONZÁLES, o. c. –(7) Idem, o. c., Vol. I, p.573. –(8) CÓRDOBA, o. c., p. 230. –(9) Sermones Patrióticos, ed. EUDEBA, Buenos Aires, 1968, p. 92. –(10) Cfr. CAMBRIA José Antonio, “Un santo camina en la Villa”, Río Cuarto, 1993, Córdoba; CALVIMONTE Luis J., “Las Misiones de Esquiú en los Curatos de Tulumba, Ischilín y Río Seco”, ed Trejo, Córdoba, 2001. –(11) Cfr. Pbro Pedro Anglada, “Los últimos momentos”, en ORTIZ Alberto, “El Padre Esquiú”, tomo II, Catamarca, 1883, pp 98-103. –(12) Episcopado Nacional, “Evaluación del Episcopado”, San Miguel, 26/04/1996, Buenos Aires. –(13ª) Sermones Patrióticos, o. c., contratapa. El número de laicos que opinaron sobre la personalidad de Esquiú es tan abultado que resultaría difícil citarlos a todos. De los de ayer y de hoy baste recordar los que solemos citar: Ortiz A., Goyena P., Avellaneda F., Caturelli A., Bazán A. P., Frías P. J. –(13b) Opinión personal del editor, lo que no quiere decir que ayer y hoy no haya muy buenos sacerdotes. –(14) Cfr. SÁNCHEZ DE LORIA PARODI Horacio M., “Las ideas político-jurídicas de Fray Mamerto Esquiú”, ed. Quorum y Educa, Buenos Aires, 2002, p. 40. –(15) Cfr. BASÁN A. P., “Esquiú, apóstol y ciudadano”, ed. EMECË, Buenos Aires, 1996, p. 36-41. –(16) Cfr. ORTIZ, o. c.,Vol. I, p.209. –(17) Cfr. Sermón “Laetamur de gloria vestra”, en “Sermones Patrióticos, o. c., p. 21. –(18) FRÍAS Pedro J., “Esquiú, patrono de los constituyentes”, en el diario “La voz del interior”, Córdoba, 21/04/94; también publicado en “El Diario”, Paraná, 24/04/94, p. 7. –(19) Cfr. SÁNCHEZ de Loria, o. c., p.41. –(20) Sermones Patrióticos, o. c., pp 12 y 16. –(21) Idem, o. c., p. 12. (22) Ibidem, o. c., discurso del 08/12/1880, p. 82. –(23) Evaluación del Episcopado, o. c., 1r. parágrafo. –(24) GOYENA Pedro, “El Padre Esquiú, orador”, en Ichtys, Buenos Aires, p.53. –(25) GONZÁLEZ, o. c., Vol. I, p. 572. –(26) CÓRDOBA L., o. c., pp 240-241. -(27) Cfr. MARTÍNEZ Fray Jorge, o. c., p. 69 y ss ; BAZÁN A. R., o. c., p. 183 ss. –(28) CÓRDOBA, o. c. , pp 266-267. –(29) 1Cor 16, 14. –(30) GONZÁLEZ M., o.c., Vol. I, Apéndice III, p. 748; ORTIZ, o. c., pp 26-27. –(31) Col 1, 23. –(32) Cfr. ORTIZ, o. c., pp 30-31; GONZÁLEZ M., o. c., pp 750-751. –(33) GONZÁLEZ, o. c., p. 772; ORTIZ, o. c., p. 50. –(34) Cfr. CAMBRIA J. P., o. c. ; CALVIMONTE L- J., o. c. ; BAZÁN, o. c., pp 206-210. –(35) Evaluación del Episcopado, o. c., último parágrafo.

*Conferencia del R.P.Dr. Jorge Martínez OFM, pronunciada en la Universidad Católica, ciudad de San Salvador de Jujuy, Argentina, el 14/07/09, en un ciclo cultural, con ocasión de la declaración de Basílica menor, por Benedicto XVI, de la iglesia conventual de San Francisco.

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