Fuga y misterio de César Aira

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    EDICIÓN IMPRESA Ñ Lunes 17 de junio de 2013 - 17/06/13

    Fuga y misterio de César Aira Ya casi nadie discute la centralidad del escritor argentino en la tradición literaria. Sin

    embargo, sigue siendo un problema para el canon. Martín Kohan analiza aquí sus gestos

    y su obra mientras se publican sus "Relatos reunidos".

    Por Martin Kohan

    En mayo de 1996, en el C. C. Ricardo Rojas, César Aira dictó un curso sobre Alejandra Pizarnik.

    Esas clases, al igual que tantas otras cosas que tocan la vida de Aira, tendrían un destino de

    libro: cinco años después, aparecían publicadas por Beatriz Viterbo. Quienes hayan asistido a

    aquel curso habrán advertido sin dudas, y sin dudas recordarán, que César Aira lo dictó, en sumayor parte por lo menos, casi sin alzar la vista. Dio el curso entero manteniendo la mirada

     baja; sus ojos, reticentes, parecían no buscar, pero sí encontrar, algún objeto donde detenerse

    aproximadamente entre sus pies, o en el borde más cercano de su mesa, o en algún punto

    suspendido medio metro más allá del escritorio. Habló así las cuatro clases, sin levantar

    mayormente la mirada; y cuando lo hizo, no la dirigió a los asistentes, sino a un lugar indefinido,

     y acaso indefinible, situado en la parte superior de la pared del fondo del aula, si es que no en un

    rincón del techo, y en cualquier caso por encima y por detrás de todos nosotros, los que lo

    mirábamos y lo escuchábamos y anotábamos reflexivamente las cosas que él iba diciendo.

    Los ojos bajos, demasiado acá, o bien levantados, pero demasiado allá, definieron la tesitura de

     Aira a lo largo de ese curso sobre Pizarnik. Y tal vez pueda decirse que hay en eso una clave

    general sobre su manera de proceder, o de estar, o de escribir sus libros y de escribir su obra. En

     Aira suele verificarse esa combinación singular de un “muy acá” y un “más allá”, entendiendo

    que lo que “muy acá” designa es un apego a la coyuntura más inmediata, por trivial que parezca,

    o sobre todo si es trivial; y que lo que “más allá” significa no es ninguna clase de trascendencia

    más o menos inspirada, sino una forma visceral de ruptura y de desborde, una manera radical

    de salir y exceder, un gusto por irse sin dejar de estar del todo, por inventarle un afuera al

    mundo que en principio no parecía admitir un afuera. Aira escribe a menudo sus novelas muy 

    atadas a ese acá, es decir a una realidad inmediata con anclaje en lo concreto, a sitios

    reconocibles, a figuras de la historia, a las cosas que se tienen más a mano. Subrayan esa

    dimensión porque se nutren de su total contingencia (de su contingencia más que de su

    representatividad social, por eso no hay ningún realismo en Aira): una calle cualquiera de

    Flores, un bar cualquiera de Rivadavia, una plaza en Pringles, un seminario fallido en Rosario.

    Esa opción por lo coyuntural se refuerza a veces con personajes de carácter referencial, como

    Rosas o Rugendas, como Carlos Fuentes, Aira o Alberto Giordano.

    Literatura de lo contingente, entonces, más que de lo real, Aira compone sus novelas con

    materiales de aprobada intrascendencia (y le importa esa intrascendencia más que una posible

    tipicidad). Pone todo “muy acá”, muy sujeto a coyunturas; pero a esa contingencia

    intrascendente (que sus detractores, por error, llaman pavada) la va sometiendo a un prodigio

    de descalabro y demasía (que sus detractores, por error, llaman disparate): todos esos

    materiales tan próximos y tan palpables, tan situados muy acá, se van viendo proyectados o se

     van viendo atraídos por variantes de un más allá que, lejos de cualquier metafísica, se concreta

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    en un rayo que cae de repente, o en un ovni que se acerca a ejecutar su abducción, o en una

    catástrofe final que acaba con la Argentina, etc. No es cierto que Aira arruine sus novelas, como

    le han dicho, ni que no sepa cómo terminarlas, como ha dicho él; sino que la plena contingencia

    de ese acá tan cercano (el de la mirada baja) no puede sino resolverse en la desmesura de

    diversos más allá (los de la mirada que se alza, pero menos para mirar que para poder ponerse

    en fuga).

    ¿No puede decirse acaso que eso mismo que ocurre en cada una de sus novelas es lo que sucede

    también entre todas las novelas, vale decir en el nivel de la obra? Un pasaje vertiginoso desde la

    total contingencia hacia la total desmesura. Hace un tiempo se publicó una encuesta entre

    escritores y críticos sobre la novela de Aira que cada cual prefería. Que casi no haya habido

    coincidencias puede explicarse ante todo por razones probabilísticas, porque es menor la chance

    de coincidir cuando el conjunto a considerar es tan numeroso. Pero cabría suponer también que

    cada uno de los encuestados podría ya no coincidir consigo mismo si volviesen a hacerle la

    encuesta dentro de un tiempo (yo mismo, si me consultaran, podría decir El Tilo , otras veces

    Cumpleaños , otras veces La luz argentina , etc.). Porque cada novela por sí misma es en

    cierto sentido contingente, y él parece haberlas concebido así y escrito así; pero, al proliferar y 

    diseminarse, al crecer y desbordarse, forman una figura incomparable. Y monstruosa, si sequiere, pero en ese sentido apreciable que asume el término en sus propios textos: un continuo

    de lo cualquiera en lo excepcional, como ocurre sin ir más lejos con su liebre.

    Sus novelas hacen eso: comienzan en lo cualquiera y derivan hacia lo excepcional. Hasta fundir

    una cosa con la otra: esas novelas, contingentes, tocan a la vez algo del orden de lo

    imprescindible; al disponerse en forma de serie, derivan hacia lo fuera de serie. Cada una de

    esas novelas puede gustar o no gustar, leerse o saltearse, atesorarse u olvidarse; la desmesura de

    la obra genial hace de cualquiera de ellas una obra maestra eventual. Una obra como la de César

     Aira, que renuncia por definición a ser nunca una Obra Completa, ofrece su resistencia a

    cualquier estabilización (por eso ya no se puede leer del todo a Aira, porque para eso habría queleer solamente a Aira; pero tampoco parece posible salirse del todo de Aira, dejar de leerlo del

    todo, porque siempre se está cerca de volver y leer alguna otra de sus novelas). Cualquier libro

    de los suyos, no importa si predilecto o relegado, se diluye en el montón y a la vez conserva su

    singularidad; por eso no es tan fácil repetir a Aira (ni él mismo a sí mismo ni tampoco los otros,

    aunque haya quien dice que el problema de Aira es que se repite, aunque haya quien dice que el

    problema de Aira es que lo repiten sus imitadores).

    ¿Cómo se puede entonces dar cuenta de César Aira? No estoy seguro. A manera tentativa,

    propongo cuatro libros que acaso sirvan de coordenadas. Uno solo de los cuatro pertenece a

    César Aira, y es el Diccionario de Autores Latinoamericanos : habría que conjeturar cómosería la entrada “Aira, César” en un volumen de esas características. El segundo libro que

    propongo no existe, o existe sólo de manera virtual: lo integrarían las sucesivas reseñas

     bibliográficas de cada una de sus novelas, o sea un compendio de las lecturas de contingencia

    ante la contingencia de la publicación de cada uno de sus libros, y por ende un mapa cronológico

    del desconcierto, la admiración, la desaprobación, la diatriba, el embeleso, que su escritura en

    transcurso ha ido produciendo. El tercer libro sí existe, lo escribió Ariel Idez y se llama La

    última de César Aira : Idez retrotrae la expansión plural de la obra de Aira a la escala del solo

    libro, convierte la máquina aireana de hacer tramas en una trama aireana, captura su

    dispositivo en una novela para descifrarlo y revertirlo y no dejarlo conquistar la pluralidad de las

    muchas novelas, o bien todas las novelas, y por fin la literatura misma. El cuarto libro es decrítica literaria: se llama Las vueltas de César Aira y lo escribió Sandra Contreras. Ella sí que

    leyó todo Aira. Aunque no lo haya leído todo: lo leyó todo porque lo entendió todo, lo leyó todo

    porque lo entendió por entero. Vio la forma de lo que parecía informe, el estilo impar de lo que

    se quiso dar a ver como mal escrito, vio el método de lo que se declaraba delirio, vio un sentido

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    en el sinsentido; y lo hizo sin reducciones ni traiciones a la diversidad. El libro nos revela a un

     Aira integral, tanto que hasta podría decirse que aun los libros que Aira va escribiendo después

    del de Sandra Contreras son anteriores al de Sandra Contreras.

    En Los misterios de Rosario , Aira incluyó a Sandra Contreras, la puso como un personaje

    que estaba engendrando un monstruo: lo cualquiera extraordinario. Ella le contestó con la

    misma moneda, si es que no era a este mismo libro a lo que se estaba refiriendo él.

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