Fugas en vidas

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1 FUGAS EN VIDAS “Prepara a tus hijos para enfrentar la escasez y mantener la calma en la abundancia.” Mario Salinas. CAPITULO UNO EL ENCUENTRO Para Manuel Espitia era corriente el cuadro que tenía enfrente: la muerte rondando a un ser humano. Lo era porque su carrera delictiva se lo había tatuado en los ojos con promesa de costumbre. Sin embargo le conmovía su interior el que se tratara de su hijo. Su pequeño hijo, a quien abandonó cuando decidió cambiar su hogar por las balas enredadas en ideas extremas. -Estoy soñando-Nicolás cerró los ojos. -No mijo. No está soñando-Manuel se le acercó. -Preferiría estar soñando que verte-los ojos de Nicolás lucían abiertos como el miedo a verlo. -Espere. Espere. No me haga arrepentir de estar aquí ¿no ve que hasta corro peligro cuando no estoy en lo mío? -¿Peligro?...vaya cinismo-Nicolás suspiró y secó con su mano el sudor de su pálido rostro-En peligro me he encontrado yo desde hace dos años y nunca se me ha ocurrido reclamarte siquiera el significado de esa palabra. El rostro del joven se conmovió de angustia. Su lengua atoró las palabras guardadas y el deteriorado estado de salud se hizo notar. Cuando Nicolás se contrajo por el dolor y entró en crisis, la puerta de la habitación se abrió dando paso a una anciana. -¡Qué le pasa!...-ella fue hasta la cama e inyectó con habilidad una de las mangueras que se refugiaban en las venas del brazo de Nicolás. A los pocos segundos volvió casi a la normalidad. -Nieves-dijo sin acento Manuel-Que alegría de verla.

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Cuento de ficción

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FUGAS EN VIDAS

“Prepara a tus hijos para enfrentar la escasez y mantener la calma en la abundancia.”

Mario Salinas.

CAPITULO UNO

EL ENCUENTRO

Para Manuel Espitia era corriente el cuadro que tenía enfrente: la muerte

rondando a un ser humano. Lo era porque su carrera delictiva se lo había tatuado

en los ojos con promesa de costumbre. Sin embargo le conmovía su interior el que

se tratara de su hijo. Su pequeño hijo, a quien abandonó cuando decidió cambiar

su hogar por las balas enredadas en ideas extremas.

-Estoy soñando-Nicolás cerró los ojos.

-No mijo. No está soñando-Manuel se le acercó.

-Preferiría estar soñando que verte-los ojos de Nicolás lucían abiertos como el

miedo a verlo.

-Espere. Espere. No me haga arrepentir de estar aquí ¿no ve que hasta corro

peligro cuando no estoy en lo mío?

-¿Peligro?...vaya cinismo-Nicolás suspiró y secó con su mano el sudor de su

pálido rostro-En peligro me he encontrado yo desde hace dos años y nunca se

me ha ocurrido reclamarte siquiera el significado de esa palabra.

El rostro del joven se conmovió de angustia. Su lengua atoró las palabras

guardadas

y el deteriorado estado de salud se hizo notar. Cuando Nicolás se contrajo por el

dolor y entró en crisis, la puerta de la habitación se abrió dando paso a una

anciana.

-¡Qué le pasa!...-ella fue hasta la cama e inyectó con habilidad una de las

mangueras que se refugiaban en las venas del brazo de Nicolás. A los pocos

segundos volvió casi a la normalidad.

-Nieves-dijo sin acento Manuel-Que alegría de verla.

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-¿Cómo?-ella volteó su rostro con extrañeza, no había notado la presencia de otra

persona en el cuarto.

-Sí. Soy yo...digo, que alegría saber que aún está con la familia-La voz de Manuel

temblaba, él no sabía por qué.

- ¿Usted?-Nieves no dejó su asombro. No veía a su patrón hacía cinco años, años

en los que le había ahorrado rencor y malos deseos.- Pero, usted qué hace aquí.

Niño Nicolás voy a llamar a las autoridades. Esto es el colmo. Usted necesita

descansar niño Nicolás. Usted necesita descansar...

-Cálmate. Cálmate Nieves-el joven tomó su brazo y recostó su rostro a su cuerpo-

No hay necesidad de llamar a nadie. Con que te quedes a mi lado todo va a ir

bien.

-Está bien niño Nicolás. Como usted ordene. Pero no sé cómo se atreve...-con su

expresión despectiva hacia Manuel terminó la frase.

-No hay necesidad de que me mire así Nieves. Al fin y al cabo yo tengo derecho a

estar aquí ¿o no lo cree?-se volvió a acercar al lecho del paciente.

-Eso no lo decido yo, señor. Ya lo decidió el niño. Simplemente me causa escozor

en la piel saber que un mal padre viene donde su hijo, y duda que lo haga con

buenas intenciones.

-Estoy de acuerdo con Nieves-Nicolás hizo un esfuerzo para recuperar la cima de

la cama inclinada-¿por qué viniste aquí?

-Bueno, pues-no supo qué responder.

-Lo cierto del caso es que a pedir perdón no vino, señor.-Nieves levantó su dedo

hacia el rostro de Manuel-No creo que un tipo de su calaña siquiera piense en sus

hijos, menos ¡óigalo bien!-aclaró su voz para hacer inolvidable sus palabras-en un

hijo que abandonó a sabiendas de la enfermedad que lo empezaba a invadir.

-Bueno ¡basta! ¡Basta!-Manuel correteó en un pequeño espacio buscando

argumentos.

--Ni siquiera la palabra “leucemia” te hizo cambiar la decisión de abandonarnos-

Nicolás estrelló sus palabras contra la ventana.

-Ni siquiera eso-Nieves fue hasta la esquina de Manuel. Este la miró de frente y

cruzó los brazos.

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-Los dos tienen razón en todo lo que dicen-esquivó a la anciana y ocupó su lugar

al lado de Nicolás-Sin embargo quiero rehacer lo malo que te he hecho, hijo.-trató

de llevar su mano a la cabeza de Nicolás, pero la desvió a la baranda de la cama.

El silencio se apoderó del cuarto. Los tres se conversaron en silencio, a sí

mismos.

Vino el ocaso y con él la petición de Nicolás a Nieves de dejarlos conversar a

solas.

-No sé qué edad tengo. Creo que dieciséis, según me dijo Nieves. Ella sí lo sabe.

Ella lo sabe todo-Nicolás tenía su rostro enjuto perdido en el techo de la

habitación.

-Sí. Dieciséis. Los cumpliste la semana pasada. Yo cumplo el mismo día, cumplí

cincuenta seis.

-Nieves tiene la fortaleza más grande que su edad-siguió, ignorando el comentario

de Manuel-Cuando mi cuerpo empezó a desfallecer su fidelidad y amor la

sembraron a mi lado. Amor de madre...parece un amor de madre.

-Lo es, prácticamente. La tuya te encomendó a su cuidado antes de morirse.

-Lo sé-llevó sus ojos hasta Manuel-Nieves me lo dijo. Ella me lo ha dicho todo.

Hemos tenido todo el tiempo para platicar.

-Sí. Ella ha sido muy buena contigo, hijo.

-Ella busca cualquier medio para mitigar los dolores que la droga no desvía. Me

lee los libros que le pido, no sé de donde los saca, lo cierto es que los trae y se

sienta a mi lado a leerme con la claridad de un sonido musical. Lo hace con amor.

Con entrega. Cuando no entiende el contenido de algo escrito en el libro que me

lee, me mira con expresión resignada y suspira.

Nieves me ha leído muchos libros. Sin embargo no aprende del contenido de

ninguno, veo que no le interesa. Con que yo le escuche y pierda mi pensamiento

en su voz,con eso le basta.

-Sí, ella es muy entregada a ti, hijo.-Manuel trató de participar en la conversación

pero Nicolás siguió su monólogo.

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-Nieves envejeció ignorando muchas cosas, creo que eso la hace feliz. Sólo le

vale su creencia en Dios y la entrega a su religión. Es muy católica. Aunque me ha

participado en las oraciones y en la entrega a Dios, yo creo de una manera mucho

más lejana, con menos entrega, con más miedo por mi enfermedad que amor por

creer. Yo veo en la creencia de Nieves y en los de su edad, que creen, una

entrega total, ciega. Sienten felicidad con lo abstracto, como el vacío que a veces

me visita en la somnolencia que me arrulla en esta cama. No sé si es por la droga

que me inyectan en las venas o por la debilidad que mantengo. Me ausento por

momentos. Nieves y las hermanas del hospital dicen que es Dios que me lleva y

me trae. Que algún día él me llevará a una vida eterna. Lo cierto es que se trata

de un vacío, como de un limbo. Creo que a un vacío parecido se van ellos cuando

oran. Se transportan como viajeros en el tiempo. Yo también me transporto.

-¿Y cómo?-Manuel trató de participar de nuevo.

-Cuando me lee los libros que me gustan .A veces la hago leer varias veces el

mismo. Ella lo hace sin reparos. Además, en estos años aprendió a leer con

mucha fluidez. Varias veces me ha repetido libros cuyo argumento ignora. Sólo

lee. Así le ocurre con “El perfume”. A mí me gusta mucho ese libro y su personaje

Grenouille. Ella sólo atina a decirme:”este es el del muchacho raro...”yo le sonrío y

le pido que siga, y me transporto con la trashumancia de ese loco maravilloso. Así

se transporta ella cuando reza el librito de los evangelios. Pudiera atacarla alguien

en esos momentos y no se daría cuenta.

-Yo no sé si creo en algo, hijo. Sólo he tenido interés en andar la vida, por eso me

siento cansado. Cansado de huir, creo. Ahora más. Debo confesarte que caí a

este lugar por un comentario, no por la voluntad de verte.

Manuel guardó silencio al ver que su hijo se había dormido, o se había ido, como

él decía. Recordó su inmediata experiencia .Ahora estaba en la lucha por ocupar

el primer puesto de una célula extremista urbana. Para lograrlo le encomendaron

varios ataques a puestos de policía en la ciudad. El de esa tarde lo debían hacer

sus hombres a una sede cercana al hospital. Su subalterno le dijo del hospital de

caridad, único en la ciudad. Manuel creyó encontrar ahí a su hijo. No supo por qué

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pero tuvo esa convicción. Cuando vio a su subalterno caer abatido por las balas

de un agente que le llamó la atención para detenerlo, Manuel dio la orden de

retirada a sus hombres y buscó refugio en el hospital a sólo tres cuadras. No se

negaba que era un escondite perfecto. Ahora debía huir de sus jefes por no haber

cumplido la misión y de las autoridades que no cesaban en su búsqueda.

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CAPITULO DOS

EL PASADO

Manuel Espitia no era un nombre desconocido para las autoridades. Su ficha

delincuencial estuvo en manos de diferentes comandantes de policía de la ciudad

como prioridad para capturarlo. Sin embargo ninguno había podido lograrlo debido

a la astucia del perseguido y a la complicidad con que contaba en el mundo del

hampa.

Los últimos informes que se tenían de Manuel eran de su aspecto delgado, se

decía que su estómago no le ayudaba a conservar su fortaleza de antes, sufría de

malestares continuos en la digestión. También se sabía de sus últimas andanzas

con los extremistas, ahora lideraba un grupo terrorista urbano por lo que las

autoridades estaban en máxima alerta.

La ciudad aún recordaba al osado asaltante de bancos que enfrentó a un

escuadrón de diez uniformados con una metralleta, de las primeras llegadas al

país. Derribó a la mitad de ellos y huyó en una patrulla con todo el botín. Atrás

quedaron tendidos en el piso, abatidos por las autoridades, tres de sus

compañeros. Nunca se supo de Manuel Espitia, todo fueron comentarios de

supuestos soplones y cabos atados por las autoridades.

Dejó su hogar abandonado a la mala suerte. Su esposa murió de infarto y su hijo

menor fue recluido en un hospital de caridad con una temprana y agresiva

leucemia; sólo su hijo mayor, Raúl, salió adelante apadrinado por un comerciante

de la ciudad, éste lo apoyó en todo momento y al cabo de los años le dejó un

preciado capital que Raúl supo explotar hasta lograr su sueño: tener una cadena

de almacenes (consumidor1, consumidor2...hasta el consumidor 10), ya era un

comerciante de alta categoría cuando su padrino murió.

Aunque cada comandante nuevo hacía estrategias para capturarlo, ninguno lo

logró. Manuel era protegido por pandillas de jaladores de carros, por bandas

expendedoras de droga, y ahora su unión al terrorismo urbano lo hacía más

intocable. Sin embargo las autoridades se dieron un plazo imperecedero para

cobrarle sus hombres caídos y las deudas con la sociedad.

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A Manuel la vida le preparó un camino turbio y él lo acabó de enturbiar. Su padre

cometió uxoricidio cuando él cumplía los quince. Al ver el cadáver de su madre

Manuel sacó fuerzas sobrenaturales y apuñaló el estómago del asesino, su propio

padre. En medio de los dos cuerpos alzó sus manos con el arma en la derecha, la

botó y salió gritando de su barrio como un loco. Nunca lo volvieron a ver.

Al año hurtó los primeros bolsillos en las calles y calmó el hambre de días.

Trasegó su infancia como caco y como despiadado con las víctimas que le

oponían resistencia a sus mandatos, lo propio hizo con los compañeros de grupo;

de todos obtuvo el máximo respeto.

Cuando cumplió los veinte Manuel Espitia fue al cementerio Universal a buscar la

tumba de su madre. Después de mucho buscar, evitando dar razones de su

interés por el cuerpo y tratando de no dar su identidad a los vigilantes, habló en su

lenguaje amargo ante la tumba y le prometió a su progenitora no pasar los dolores

que los dos pasaron al lado de su padre”...no más hambres, no más escasez, no

más golpes, mi vieja...”Como homenaje a ella pagó el traslado de sus restos a un

cementerio reconocido y dio dinero mensual a un mendigo para mantenerle

adornada la tumba; ésta debilidad casi le cuesta una captura. El mendigo se

vendió a las autoridades y les dio la hora en que él iría a la tumba. A Manuel lo

salvó el entretenerse hasta altas horas con un amor para él inolvidable, la que fue

su esposa. Cuando supo que el mendigo lo entregaría lo degolló con sus propias

manos y tiró su cuerpo al cementerio universal.

La siguiente década fue de incontables triunfos para Manuel. Los jefes de la

delincuencia lo buscaron afanosamente para hacer con él sociedades de

protección. Consideraban buen negocio contar con su respaldo a la hora de una

guerra entre bandas.

Manuel Espitia se construyó una lujosa casa en las afueras de la ciudad. La hizo

en un alto para imponerse a las demás construcciones y para divisar cualquier

cosa, más, algo relacionado con peligro. A su gusto ubicó tres inmensos patios

interiores y uno trasero; también los pensó para una posible huida, aunque en

realidad, en ellos se soñaba correteando a sus hijos. Para esto tuvo que esperar

mucho tiempo, las cosas no le salieron tan rápido como todo lo que se proponía.

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Cuando terminó de construir la lujosa mansión, llevó al altar a Marina Restrepo, la

enamorada que lo hizo retrasar en la cita con el mendigo. Ella era tímida, pasiva, y

pertenecía a una familia de clase media. Aunque sus padres reprobaron la

relación, al fin desistieron de oposiciones por miedo a él y por la generosidad de

su bolsillo con las necesidades que les suplía; así ganó a sus suegros.

El primer problema que tuvo Marina para complacerlo fue su demora para

concebir. Durante el primer año de matrimonio él esperó paciente y hasta se

acusó de ser el culpable del problema. Se practicó varios exámenes y luego la

obligó a ella a hacerlo. Cuando se enteró de su problema no hubo paz entre

ambos, siguió un lustro de golpes y malos tratos, de sometimiento total de ella. A

esto se sumaron los problemas con la justicia que día a día se fueron

multiplicando. Por ello todos los días aumentaron el número de uniformados que

iban con cualquier pretexto a capturarlo. En realidad buscaban sólo figurar en su

nómina de sobornos.

Después de intensos tratamientos médicos, hechos por los más costosos

especialistas, nació el primer hijo: Raúl. La alegría de Manuel fue desbordante.

Hizo una fiesta en su residencia, de múltiples características. Invitó a todos los

jefes de las principales cuadrillas, con sus familias. Llevó artistas de diferente

pelambre y hasta payasos para entretención de los hijos de los invitados La fiesta

duró dos días y él no paró de beber y de llevar a cada uno de los jefes hasta la

cuna del bebé”...mira, conoce a mi heredero. Se va a llamar Raúl. Este va a ser mi

heredero y es el que va a hacer respetar mi imperio ¿de acuerdo?...”todos le

afirmaban con la cabeza y casi todos lo tomaban por loco.

La llegada de Raúl llevó felicidad por poco tiempo al hogar. La venganza de un

policía contra Manuel dejó herido al pequeño en una pierna, casi queda impedido

de por vida. De inmediato lo puso en manos de los mejores ortopedistas, y ordenó

diez hombres con recompensa para encontrar al agresor. El hallazgo se hizo en

una semana. Lo llevaron hasta la casa y lo enclaustraron en el sótano. La sevicia y

la impiedad se apoderaron de Manuel. Parecía que todos los abusos de su padre

se copiaban en su venganza. Diario bajaba tres veces al sótano y lo aporreaba

con un mazo hasta cansarse.

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Las autoridades intensificaron la búsqueda de su uniformado. Cuando concluyeron

el sitio donde se encontraba, organizaron una redada para rescatarlo. La balacera

duró toda la noche. La policía tuvo que recurrir a todo su potencial para

apoderarse de la casa. Lo lograron antes del alba. Cuando tumbaron la puerta

principal ésta se les vino encima con la explosión de algunos tacos de dinamita

que los pocos hombres que quedaban de Manuel dejaron en sus manillas. Fueron

muchos los muertos de ambos bandos.

Al fin la policía entró y encontraron cadáveres por todos lados. En el sótano

estaba el del uniformado, desnudo, colgado a una cuerda. No tenía un solo

impacto de bala en el cuerpo: sólo moretones en todo el cuerpo. A su estómago,

pegada con cinta, estaba impregnada una foto del encargado de policía de la

ciudad. Este le mandó un inmenso madrazo a Manuel y le juró atraparlo algún día.

El fugitivo llevaba horas de camino fuera de la ciudad con su familia.

Los años siguientes fueron de dificultad. Las continuas persecuciones lo llevaron a

alejarse cada día más de su ciudad natal. Marina quedó en embarazo de su

segundo bebé en medio de penurias y escondida en una helada montaña.

Nació Nicolás Espitia, en medio de mugre y de pobreza. Marina enfermó en el

puerperio y no hubo recursos para atenderla. Cuando el niño cumplió diez años,

Marina lo encargó a Nieves: una vecina que se ganaba la vida lavando las ropas

de los finqueros de la zona. Raúl huyó a la ciudad. Huyó de la pobreza, del

campo, de su padre que se enloquecía todas las noches e intentaba acabar con

su madre y su hermano. Sólo Nieves lograba detenerlo. Algún día ella, Nieves, se

le enfrentó cuando acudió ante los gritos de los niños, Manuel le iba a golpear con

un palo pero algo detuvo su mano, fue su propia voz:”si no se me pareciera tanto a

mi madre la mataría”, bajó el palo y se fue a su pequeña alcoba en silencio. A

partir de ese momento Nieves tuvo la autoridad necesaria para frenar los ímpetus

violentos de Manuel.

Un día hubo rumores en la zona de una operación rastrillo del ejército en

búsqueda de delincuentes y subversivos. Manuel empacó lo poco que tenía y se

fue sin despedirse de su esposa, ella murió a los pocos días. Las operaciones se

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intensificaron y Nieves también tuvo que huir, la relacionaron con la familia de

Manuel.

La zona fue arrasada por las tropas regulares. Todo campesino era sospechoso

de delinquir o colaborar con los extremistas.

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CAPITULO TRES

CONFESIONES

-Cuando te observo tanto siento mucho rencor-la voz de Nicolás removió a

Manuel.

-Lo sé. Sé que es difícil no sentir rencor hacia un padre como yo-su voz fue

amarrada por el asomo del dolor. Se dobló en la silla teniéndose el abdomen.

-¿Qué te pasa?-Nicolás no se despegó de la cama.

-Tranquilo. Ya pasará. Sólo son cólicos. Me dan con cierta frecuencia.

-Vaya... creí que yo era el único en sufrir dolores.

-Si te reconforta yo también sufro mucho, y no sólo de dolores de estómago. Me

fastidian y me duelen muchas cosas de mi vida-Manuel se enderezó y tomó un

cigarrillo-¿no te molesta?-se lo enseñó.

-Tranquilo. Estoy copado de las bacterias e infecciones que me puedan hacer

daño, ya las tengo todas.

-Eres increíble-sonrió y encendió robándose todo el humo con su nariz, su

expresión fue de descanso.

-Dime ¿cuáles cosas de tu vida te duelen?

-Muchas. Creo que contártelas sería inútil. No me creerías.

-No te prometo nada. Haz el intento.

-Sí. Es verdad. Mi misma vida me duele. El rumbo que le di. Todas las pérdidas

que he tenido. Que me persigan, me duele. Muchas cosas me duelen, me fastidian

de mi vida.

-De verás creí que no. O aún creo que no. En hombres como tú uno ve la

indolencia, la maldad, la falta de piedad en todo y para todo, entonces eso le hace

pensar que les pueda doler algo.

-Quizás los años se me vinieron encima.

-Estás arrepentido.

-No sé. Sólo cansado-terminó su cigarrillo y lo apagó con sus dedos-Me siento

cansado y enfermo.

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-¿Y qué es?¿qué te han dicho los médicos?-su pregunta fue mas un cumplido que

un interés por su salud.

-De médicos no sé nada. Creo que es una parasitosis o algo así. Bueno pero eso

no importa...te parecería extraño si te preguntara ¿cómo te sientes tú, hijo?-

La pregunta heló el ambiente de la habitación. A Nicolás lo removió porque

aunque pareciera exagerado era la primera vez en su vida que su padre se

interesaba por él de manera específica. O, hasta creía que nunca lo había hecho.

-¿Cómo?-desalentó su cabeza hacia un costado y lo miró profundamente. Una

lágrima resbaló por su mejilla y se refugió en la funda de la almohada-Nunca me

he sentido bien...y tú has sido el culpable. Si eso te hace sentir mejor: tú has sido

el culpable.-Su voz salió como empujada por un dolor de muchos años. Era un hilo

tejiendo el ambiente-Cuando me dicen que amaneció, pienso:¿y cuándo

anocheció?Mis días se pierden en semanas, en meses, en años. No sé cuántos

llevo aquí: esperando la muerte...y ella nunca llega con el cumplimiento que le da

la medicina cuando menciona esta enfermedad .¿Cómo me siento?-sus dos ojos

vaciaron lágrimas-Creo que me siento anestesiado, inútil, perdido. Creo a veces

que mi vida es un ejemplo que el creador le quiere dar a la humanidad para que

repare sus yerros. Creo a veces que me debían sacar en la televisión para

mostrarme ante el mundo y advertirle a los demonios como tú:¡miren! paren de

pecar que vean lo que les puede suceder. Pero, pienso ¿yo qué he

hecho?...¡nada!¡nada! sólo nacer...ese ha sido mi único pecado. Y también pienso:

yo no nací, pues nunca he vivido ¿entonces por qué no muero?-Nicolás hablaba

desde su interior. Para sonar su voz no necesitaba esfuerzo, simplemente salían

sus palabras como por un camino.

Manuel lo miraba inexpresivo. No tenía palabras que encajaran en las suyas. Todo

se le hacía confuso. Sintió arrepentimiento de haber ido a aquel lugar. Sin

embargo algo le insistía para quedarse allí.

-Quisieras morirte-murmuró Manuel.

-Creo que estoy muerto. Esto es una simple farsa-levantó sus brazos exhibiendo

las mangueras que pendían de ellos-No tuve niñez. No nací. Nada. Estoy muerto.

Le pedí a Nieves que me diera descanso quitándomelas y casi me hace echar de

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este lugar ,le contó a las hermanas y todas me impusieron rezos y penitencias por

pecador.

-¿No lo harías?-dijo Manuel casi con miedo.

-¿Yo?..No soy capaz. Ya lo hubiera hecho. El Dios que me enseñó Nieves es

grande en omnipotencia y me llena de temor-de repente Nicolás abrió los ojos

mirando a su padre-¿Y por qué no lo haces tú?...tú puedes ser el salvador de mi

vida. Tú me puedes dar el descanso. Lo que tanto he necesitado en estos días, en

estos meses ¿lo harás?

-¿por qué yo?-Manuel estaba confundido.

-¿No serías capaz?...tú que te has atrevido a todo en la vida ¿no serías

capaz?...o, ¿acaso te da miedo?-Manuel negó con la cabeza, pero no moduló

palabra-¿entonces?¿te parece malo?

-No sé si es malo. No se trata de eso.

-Creo que sí. Creo que ves malo darle descanso a tu hijo. Sólo te interesa lo tuyo.

Me embarcaste en esta tarea llamada “vida” y en ella me quieres dejar

embarcado. Eres un demonio maldito Manuel Espitia...-su voz se apagó como una

llama. Las palabras dejaron de andar el camino de antes y se secaron en él. El

silencio volvió a imponerse.

Pasaron treinta minutos y la respiración de Nicolás comenzó a acelerarse. Manuel

tomó su mano, tenía desbordado el ritmo de su pulso. La crisis aumentó por

segundos y luego su cuerpo se enfrió. Manuel no le soltó la mano. Temía haberlo

perdido. Sintió algo que nunca creyó sentir. Sus ojos tuvieron asomos de llanto.

-¿Nunca expresas aunque quieras?-le dijo Nicolás apretándole la mano. Su voz

era débil.

-¿Cómo?-trató de desasirse de la mano pero se arrepintió.

-¿Sientes el frío de la muerte en mi mano?

-No sé de qué hablas, hijo.

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-Hablo de la muerte. No te hagas el nuevo. Hablo de esa que te ha acompañado

toda la vida. Quizás este frío es el que has sentido en los cuerpos que has

matado. Quizás te sea muy familiar.

Manuel soltó de un tirón la mano y se alejó de Nicolás. Fue hasta la ventana y se

encendió un cigarrillo. Se sentía nervioso.

-Usted habla mucho, hijo.

-Siento esa necesidad. Así me agote. Más tratándose de un encuentro de esta

naturaleza. Creí morirme sin este placer de sentir de cerca al ser que me regaló

tanta desdicha en toda la vida misma.

-Ya me estás como hartando.

-¿entonces por qué no te vas?

-No sé. Sinceramente no sé.

-Quizás ese Dios de Nieves te tiró acá para alguna misión especial y no lo has

querido reconocer.

-Qué misión ni que carajos.

-¿Entonces por qué no te vas? -

Manuel permaneció junto a la ventana como enyesado. Se fumó dos cigarrillos

más y fue al baño. Cuando salió se topó con Nieves en la penumbra de la alcoba.

Ella cerró la puerta con prudencia.

-¿Qué hacía?-preguntó Manuel a Nicolás.

-Rutina: revisión de sondas, chequeo de suero, y la aplicación de la droga de la

media noche.

Bueno. Si no te vas a ir puedes dormir un rato ahí-le señaló con sus labios

fruncidos la parte inferior de la cama.

-No. Gracias. No necesito dormir mucho. Sólo necesito el baño. Mi estómago ya

empezó.

-Pues ahí lo tienes cada que lo necesites.

El ambiente se distendió un poco. Las palabras entre los dos perdieron aspereza.

-¿Sabes, hijo? de veras quiero rehacer muchas cosas malas que te hice.

-¿A qué viene eso?

-Sí, quiero darte un poco de felicidad, al menos.

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-Ya sabes la forma. Es la única que encontrarás. No hay otra. Esta enfermedad es

incurable.

-Tengo dinero suficiente-sacó de su bolsillo un fajo de efectivo. Nicolás sacó

fuerzas y se lo tumbó de la mano.

-Guarda eso ¡cochino!-estalló-Tu dinero está untado de sangre, de muerte, de

trampa, de suciedad....¡puerco!¡demonio!-Manuel se le fue encima y casi no pudo

calmarlo para que no se hiciera daño.

-Está bien .Está bien. Olvídalo. Olvídalo. Cálmate por favor.

-Vete. Vete. Mejor vete. No te conviene estar aquí.

-No me iré.

-Vete. Te conviene.

-No, o ¿por qué lo dices?-Manuel se sentó.

-Por todo. Mejor dicho...eh, está bien. Está bien. Nieves me dijo que habían

requisas en toda esta zona.

-Esa maldita me va a delatar.

-No. No. Yo le pedí que no lo hiciera. Pero mejor te previenes-

Manuel se sentó a pensar. Al momento dijo:

-Tengo miedo.

-¿De qué?

-De todo. De que me encierren. De que te mueras. De perderte, hijo. De todo.

Tengo miedo de todo. Nunca había sentido esto-se llevó las manos al rostro.

Nicolás vio el temblor en sus manos y las aquietó con las suyas.

-El miedo es muy humano, papá. Y creo que personas que han vivido la vida en la

forma que tú has escogido vivirla, más lo sienten, pues siempre están fingiendo no

sentirlo. Siempre tienen que hacer de valientes. Ustedes se imponen en la vida

miles de soledades y la fachada de hombres. Pero eso debe de ser muy horrible.

Hasta se prohíben arrepentimientos.-

Manuel levantó el rostro. Miró a su hijo como nunca lo había mirado. Tenía

lágrimas en sus ojos. Nicolás le sonrió con claridad.

-Sí, hijo. Deseo arrepentirme de muchas cosas. Deseo hacer algo bueno. Necesito

algo bueno para mi conciencia.

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-Tienes dos cosas para hacer, papá. Con una de ellas cumplirás lo que quieres. O

entregarte a las autoridades. O hacer conmigo lo que te he pedido.

-Déjeme pensar, hijo. Tengo demasiadas confusiones.

-Está bien pero te diré una última cosa. Pediré por ti perdón ante Dios.-

Manuel se quedó en silencio, sentado. Nicolás se quedó mirándolo por varios

minutos, luego cerró los ojos y se sumió en un profundo sueño.

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CAPITULO CUATRO

MONÓLOGO

-”Nunca has vivido la vida. Yo la he tenido pero en la violencia que me enseñó el

destino...”violencia”, sólo a eso me ha tocado apostarle en mi vida y ¿sabes qué,

hijo?

es a lo que mejor he ganado. He sido violento y por ella el medio en el que he

vivido no me ha aplastado. Al menos no hice lo que hizo tu monstruoso abuelo:

matar a su propia esposa...ese sí que fue un demonio. A veces, cuando he estado

en serios problemas, he reunido todo el odio del mundo recordando lo que le hizo

a mi madre y me he llenado de violencia y no he encentrado excusa para no matar

a quien quiera cercarme en ese momento para capturarme o eliminarme, o darme

de baja: como dicen las autoridades. A veces creo que la violencia que él me dejó

como herencia me ha salvado de perecer. Creo, hijo, que en este mundo

sobreviven los que, como yo, pisamos a quien nos quiere pisar primero.

Debo confesar que es la primera vez que siento un miedo como este. Aunque

algunas veces he sentido miedo, lo he superado, pero un miedo como este es la

primera vez. Es un miedo que me hace sentir hasta pendejo. Hasta me hace

hablar conmigo, a solas, y no me hace abandonarte con la facilidad que lo hice en

otros momentos. Porque eso sí lo he tenido. He sido capaz de abandonar cuando

he querido. Por mi voluntad o ante el peligro: lo he hecho. Pero ahora no. No soy

capaz de dejarte ahí, en esa indecisión. No soy capaz de abandonarte.

Aunque no lo creas sí tuve sentimientos. Amé a tu madre. Cuando nos casamos

creí que iba a cambiar mi vida de delincuente por la de un hombre rico y decente.

Tuve el dinero, no sé si la decencia. Pero sí llegué a creer que el dinero me la iba

a seguir dando. Pues, cuando tuve con que pagar todos los sobornos del mundo,

hacer las fiestas que quisiera en mi casa, y tener en ella a los invitados que la

sociedad tuviera de moda, me sentí decente, fui un hombre que se sentía viviendo

en sociedad. Hasta las obras de caridad ignoraron la procedencia del dinero que

las abastecía y los obispos buscaron con afán mis favores para sus comunidades

o para su beneficio propio, la mayoría de las veces, sin importar que se tratara de

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Manuel Espitia. Sí, hijo, cuando nació Raúl, tu hermano, creí que mi familia iba a

ser decente y dueña de un imperio construido por mí. Creí que él, mi hijo mayor,

iba a ser el guía de ese imperio. Pero no, me equivoqué. El imperio no lo construí,

mas bien lo hizo a solas. Hasta se fue a gozar de su riqueza aparte de ti.

Que bueno poder quedarme aquí, en esta silla, sentado, sin que nadie venga a

hostigarme. Sin que te mueras. Sólo verte ahí en silencio, quieto, quizás

durmiendo; y yo aquí: hablando conmigo.

Mi padre fue un existencialista. Siempre estuvo blasfemando y maldiciendo a los

que traían vidas a este mundo”¡No conciban más. No contaminen más esta tierra

con más seres humanos!”Gritaba en sus continuas borracheras, cuando no

andaba metido en un lío o aporreándonos a mi madre y a mí.

Es que ese sí era un demonio. En el ejército lo apodaron el “loco”. Cuando llevaba

a sus amigos a la casa, no paraban de alabarlo y contar historias de su valentía en

los combates contra los guerrilleros. Yo buscaba un rincón desde donde escuchar

y lo veía como un héroe. Sus amigos también. Fueron muchos los que murieron

entre sus manos fuertes y ágiles. Con ellas ahorcó a muchos, y a machete y

pistola dio muerte a otros tantos. Era un valiente en combate, un “loco”, un

soldado combatiente de enemigos; yo he sido un simple asesino, creo que mi error

fue no haber ingresado a las fuerzas militares. Sin embargo yo fui el único que

pude poner en jaque la vida del “loco”. Lo dejé desangrándose al lado de mi

madre. Me contaron luego que murió de peritonitis. Cosa que me hubieran

agradecido muchos en su momento, pero que las autoridades me siguen cobrando

porque pertenecía a sus filas.

Desde muy temprana edad mi padre removió en mí la sangre para estar en la

violencia. Siempre estuve entre ella. Supe que el miedo es un simple escalofrío

que hay que derrotar; él me lo enseñó así, de él aprendí eso y el desamor por la

vida; él nunca amó la vida ”...es como una muchacha bonita, entre más la

desamas y menos la atiendes, más te quiere a su lado...”,eso decía de la vida; él

nunca se amó a sí mismo, pues nunca cuidó la salud y menos su integridad

personal; él nunca amó la familia, nos contó como el peor error de su vida, como

su única batalla eterna en donde no caían muertos, hasta que yo lo hice caer a él.

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Sí, hijo, sólo he conocido la violencia como medio de vida. No conozco otra. Por

eso soy perseguido y me siento cansado, con miedo, porque sé que esa forma de

vida me cobrará como a mi padre le cobró: con una muerte violenta; él no pudo

derrotar ese escalofrío que le dio la muerte. Me contaron que gritaba y lloraba

como un loco mientras agonizaba. Quizás ese es el miedo que siento ahora. En

cambio tú estás ahí, tranquilo, esperando la muerte. Creo que por eso no te ha

llevado. Te ve tan tranquilo que no la inquietas, es como esos perros feroces que

se excitan con el miedo de su víctima. Ahora tú eres el valiente”.

Manuel encajó su rostro angustiado entre sus manos temblorosas. Nicolás seguía

dormido. Un inesperado frío se apoderó de la habitación y atrapó el cuerpo de

Manuel, lo envolvió varias veces y lo amarró a su silla. No podía moverse. Sus

manos dejaron de temblar y sus dedos quedaron erectos, en su sitio, como puntas

de acero.

Un color negro, desconocido, mutiló la luz de la luna en la ventana y dejó en total

oscuridad la habitación; los ojos de Manuel gritaron pidiendo luz hasta resignarse

al limbo del momento. Por último entró el silencio absoluto callando todo murmullo

a su paso. Se sentó al frente de su oído, de su rostro, y le gritó:”

¡ASESINO!¡ASESINO!¡ASESINO!¡ASESINO!¡ASESINO!.....”.Sólo el interior de

Manuel se removió, su expresión con el exterior estaba petrificada por el frío

intenso que lo amarraba. Sus ojos quisieron llorar de angustia pero la oscuridad lo

obligó a dejarlos abiertos y quietos. Ella, la oscuridad, dio paso a varias figuras de

un color más intenso que la oscuridad misma. Uno a uno los rostros se enfilaron al

frente de los ojos inamovibles de Manuel: Marina Restrepo, el ”loco” Espitia, el

policía sacrificado, y otros rostros que recordaba en su interior como sacrificados

por sus manos. Luego, Nicolás se paró de su cama, la muerte lo sostenía para

que su cuerpo no quedara tendido en el piso. Nicolás dirigía la opinión de cada

rostro:”...fui un soldado que defendió el orden, maté pero en nombre de la

patria...mataste a tu propio padre...aquí pago mis culpas y tú pagarás las tuyas”

dijo el rostro del padre de Manuel.”...cometí un error al cobrar justicia por mi propia

mano vengándome en tu hijo, pero yo no merecía torturas tan despiadadas como

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las que me propinaste, demoré días en morir mi cuerpo, mi alma casi no puede

escapársele...”sollozó el policía.”...creí que a tu lado iba a conquistar la felicidad.

Siempre te amé pero tú no supiste amarme. Eso no fue tan cruel como

desamparar a mis hijos, dejarlos al destino de la vida,desamparados. Preferí morir

en silencio, callar mi corazón, que ver a mis pequeños tirados al azar por tu culpa.

Sólo mereces lástima “mi amor”...”,el rostro de marina posaba en rezo. El silencio,

la oscuridad, y el frío, no abandonaron la habitación hasta que cada uno de los

rostros de las víctimas de Manuel no le expresaron algo a su oído, a su rostro.

Cuando todo quiso volver a la normalidad Nicolás se quedó un momento de frente

al rostro de Manuel mirándolo con ojos compasivos”...arrepiéntete y ayúdame” le

dijo, la muerte lo llevó hasta la cama y se marchó caminando por los hilos de luz

que la luna colaba de nuevo por la ventana. Antes de salir volteó, miró por última

vez el rostro de Manuel, le sonrió, y desapareció dejando la habitación como

antes.

Manuel se quedó unos minutos, ido en su silla. Su cuerpo estaba cansado como

nunca, su alma le pesaba. Cuando lo acosó el estómago sacó fuerzas y se levantó

al baño sumido en el miedo.

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CAPITULO CINCO

ANTE NIEVES

Pasada su crisis, Manuel se salió de la alcoba al corredor del hospital. Fumaba

nervioso sentado, en un desvencijado sillón.

-¿Son las tres de la mañana y usted por ahí?-Nieves le habló sin acercársele.

-No sabía la hora. Gracias por decírmela-Manuel se quedó en su sitio mirándola.

-¿Por qué lo dejó solo?

-Por nada. Quería estar aquí, afuera, por un momento. Si desea irse a dormir,

hágalo, yo seguiré la noche a su lado.

-¿Dormir? Para serle sincera no soy capaz de dormir con una persona como usted

en este lugar.

-¿Ya va a empezar? por qué mejor no viene y se sienta a mi lado y conversamos.

Si no va a dormir, claro está.

La anciana se acercó mirándolo con desconfianza. Notaba algo diferente en su

expresión. Se sentó y el sillón crujió con su peso. Fue la última voz en minutos. El

frío de la noche era vigilante de cada palabra que se fuera a pronunciar.

-Bueno ¿y qué?-la voz de Nieves se extendió por todo el pasillo.

-¿Y qué? es que no sé decirlo...o mejor, no sé cómo decirlo...cómo empezar-

encendió otro cigarrillo y aspiró con fuerza. Su mano se posó sobre la de Nieves.

Las dos estaban heladas: una con frío obligado de años, la otra con fríos de

muertes.

-Estoy empezando a creer que se trata de algo serio.

-Sí es muy serio. Es lo más serio que me ha pasado en la vida, y tenga en cuenta

que mi vida ha sido muy seria-de repente se paró al frente de Nieves-Nunca en mi

vida había sentido el miedo que ahora tuve en ese cuarto, y mi vida ha estado

acechada por situaciones que ameritan el sentir miedo.

-Pues le confieso que conociéndolo sí le creo, ¿y por qué miedo? ¿Por el

muchacho?... ¿miedo por verlo así?

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-No. No es por Nicolás. Es miedo por mí, por mi vida. Por todo lo que en ella he

hecho y que me va a costar. No sé exactamente qué es, pero creo que es miedo a

un juicio.

-¿Un juicio? .De verdad que me sorprende. ¿Un juicio a usted?

-Sí, a mí.

-¿y quién lo va a enjuiciar?

-No sé exactamente pero en ese cuarto he sentido ese miedo. La muerte me ha

rondado en varias ocasiones y aunque ese cuarto está lleno de muerte, esa que

hay ahí me hace sentir eso.

-Creo que es su conciencia, señor. La conciencia de un hombre que pasó del

medio siglo no es la misma que la anterior a esa edad. Y de verdad que su

conciencia debe estar muy fracturada, más si usted la siguió maltratando hasta

después de que lo perdí de vista, en todos estos años. Nadie ha podido encontrar

la forma de huirle a su propia conciencia. Son bellas las condiciones que pone

Dios ¿no cree?

-Si usted lo dice Nieves, así debe ser, puede que tenga la razón. Si es así mi

conciencia me ató a la silla y me mortificó con la presencia de todos los muertos

que con estas manos he mandado al otro lado-sus manos temblaban

frenéticamente ante su rostro.

-Y a su conciencia la excita estar al lado de un testigo de toda la maldad que usted

ha hecho, de su propio hijo al que trajo a este mundo a condenarlo al abandono y

al sufrimiento. Su conciencia se alborota, se ruboriza cuando él lo mira a usted y

con sus ojitos moribundos le acusa de ser un mal padre, un mal esposo, un mal

todo. Usted es una maldad andante y su conciencia se siente mal por habitarlo

durante tantos años.

-Lo sé.-Manuel se volteó y caminó hasta la baranda del pasillo. Su rostro estaba

contraído, sus manos no paraban de temblar.

-Lo único que le queda señor Manuel es rezar por su alma y pedirle perdón a Dios

por todos sus inmensos pecados. Dios es inmenso en bondad y sabrá perdonarlo

luego de cumplir la penitencia que el santo sacerdote le imponga.

-¿Y cuál sería esa penitencia?

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-No sé. El padre la sabe.

-Estoy muy confuso-Manuel se sentó de nuevo a su lado-Nunca creí que iba a

sentir un tormento de estos-con su mano temblorosa volteó el rostro de Nieves

hacia él y miró en él los ojos de su madre-¿Por qué no pudiste estar a mi lado tú

tampoco?¿Por qué me abandonaste? Ese maldito te llevó de mi vida y me hizo la

vida imposible, o mejor dicho nos la hizo imposible.”El loco”, buen apellido para un

hijo de perra militar. Toda mi vida he llevado los rencores que sus cosas en mí

sembraron-a su rostro lo contrajo el recuerdo-¿Recuerdas cuando nos le volamos

para la fiesta de mi colegio? pocas veces disfrutamos los dos juntos, nos

olvidamos de todo, hasta de él mismo. Pasamos toda una tarde fuera de la casa.

Primera vez ¿recuerdas?-el rostro de Nieves permanecía inexpresivo-El “loco”

prohibía a su familia salir sin su compañía, era su mandato. Aunque pagamos caro

el desafío que esa vez le hicimos, no nos arrepentimos. El maldito “loco” llegó

ebrio a castigarnos. Se quitó su cinturón y nos persiguió por toda la casa. Luego,

en medio de su ira nos amarró a los dos con un alambre y nos tiró al piso, nos

pateaba como a dos prisioneros, pero eso no fue lo peor, lo peor que hizo fue

escupirnos y vomitarnos encima”...aquí sólo mando yo ¡soldados!...”gritaba como

un verdadero”loco”, casi no nos recuperamos de ese castigo, de esa vida ¿lo

recuerdas mi vieja?-el rostro de Nieves permanecía impasible. Sin dejar de mirarlo

sacó de su vestido una camándula y rezó entre sus labios.

-Dios ha de perdonar tu alma atormentada. Si los humanos no podemos

comprender a las personas que como tú, creen culpable a toda la humanidad de

sus sufrimientos, él sabrá cómo hacerlo y te perdonará-se levantó y lanzó una

bendición en el aire-Voy a aplicar la droga a Nicolás. Mañana le haremos una

transfusión.

-Nieves-el tono de voz de Manuel cambió.

-Si...

-¿Usted me entregaría?

-No sé. Creo que no. Aunque le cuento que hay batidas en las calles. Creo que

persiguen a alguien ¿no será a usted?-Manuel no respondió-No. No lo entregaría.

A usted ya lo capturó su conciencia.

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-Es usted experta en atormentar. Le hago una última pregunta:¿dónde está Raúl?

-Mañana debe de venir.

-¿A qué?

-A visitar a los enfermos. Es un gran hombre, a pesar de su fortuna.

-¿Entonces, él habla con Nicolás?

-Desde un principio. Nicolás no está en una clínica privada porque no se lo ha

permitido a su hermano. Dice que donde Raúl se lo lleve de aquí, este hospital

perderá la ayuda que les brinda.

-¿Raúl?

-Sí, él prácticamente es quien sostiene este hospital con sus donaciones. Ahora

señor, me retiro, voy a darle la droga a Nicolás.

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CAPITULO SEIS

LA DECISIÓN

La habitación estaba más clara. Nieves terminó de aplicar la droga a Nicolás y

salió en silencio. Manuel tomó de nuevo su puesto. Nicolás lo miraba. Sólo lo

miraba. Se quedaron así por unos minutos.

-Mañana me van a hacer otra transfusión de sangre. Encontraron un donante.

-Sí, lo sé.

-¿En qué piensas?

-En todo, hijo. ¿De verdad usted quiere morirse?

-Ya te dije que me siento muerto ¿por qué?¿has pensado en lo que te pedí?

-He pensado tantas cosas. Me han pasado tantas cosas en estas horas, que no

sé. Sólo sé que necesito paz conmigo. Ya no me importa el resto. Dime, hijo ¿es

verdad que Raúl ve por ti?

-Sí. ¿Te lo contó Rosario?

-Sí... ¿y qué opina él?

-Que debo morir cuando Dios lo decida. Que yo no debo tomar esas decisiones.

Según ellos es un pecado sólo pensarlo-la voz de Nicolás se enredó hasta irse. Su

mirada se desorbitó. La droga se lo llevó a otro estado.

-No creo que tengan razón. Creo que tú tienes la razón. Ellos no tienen por qué

prolongar tus sufrimientos.

Cuando Manuel se levantó a desconectar las mangueras del brazo de Nicolás,

éste lo tomó del brazo y lo apretó con una fuerza inusitada. Lo atrajo y le dijo:”no

lo hagas, tengo miedo” .Su mano estaba temblorosa y fría. Manuel se separó de él

y fue a la ventana lleno de confusión.

Nicolás no volvió a cerrar los ojos desde que su padre intentó desconectarlo de su

vida artificial. Estaba más lúcido y tenía mayor claridad en su voz.

-No quiero que pienses que soy un cobarde.

-Cobarde, no. Simplemente no te entiendo. Primero me lo pides y cuando me

decido a hacerlo me detienes y me haces sentir culpable...-su voz declinó-si de

pronto lo hubiera hecho.

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-¿Culpable tú? no lo creo. Ese sentimiento no te cabe.

-Me tiene sin cuidado si piensas que me cabe o no. Estoy harto de juicios. No me

aguanto más estar aquí. Aunque en pocas horas he aprendido lo que no en casi

toda mi vida, no me aguanto más esto, estoy harto...-llevó sus manos a la cabeza-

creo que mejor me voy. Sí, me voy. Esperaré hasta antes del amanecer y me iré.

-¡No!¡No!...no te puedes ir-Nicolás recobró el aliento.

-¿Por qué no?

-Porque eres la única posibilidad que tengo de fugármele a la vida. No puedes

abandonarme. Si lo hiciste antes, ahora no lo hagas...por favor-su respiración se

aceleró y en su rostro se reflejó la expresión de angustia que antes Manuel vio.

-Tranquilízate. Tranquilízate-tomó su silla y se sentó más cerca a él.

-Está bien. Está bien-Nicolás trató de tomar aire y controlarse. Su rostro estaba de

nuevo desencajado. Tomó de nuevo la expresión que impactó a Manuel cuando

entró por primera vez a la habitación. El tratamiento radioterápico le había

tumbado el cabello. Al expirar su boca desdentada le daba aspecto senil,

cadavérico. Manuel sintió lástima- Ayúdame, por favor...no me abandones-sus

ojos se extraviaron de nuevo, su voz se enredó.

-¿Quieres que lo haga?

-Que Dios me perdone. Hazlo en mi inconsciencia-Manuel apenas le logró

entender. Nicolás se ausentó.

Manuel quedó sumido en sus pensamientos, quieto, sentado en la silla. El frío se

apoderó de la habitación y lo amarró de nuevo al asiento. Lo inmovilizó en

segundos. Trató de moverse pero sus músculos no le respondieron. El silencio

borró de sus oídos todo rastro de sonido, y la oscuridad amputó el brazo de luz

que se colaba por la ventana. Los ojos de Manuel casi se desorbitaron. La muerte

lo miró desde las cuencas vacías de sus ojos; sólo respiraba miedo.

La muerte ayudó al cuerpo de Nicolás a levantarse e ir hasta la silla de Manuel;

éste fue abrazado por su hijo: era un abrazo lleno de amor, como el que nunca se

imaginó en ningún ser humano hacia él. Manuel se tranquilizó un poco. Dejó a su

oído escuchar:”...ayúdame, hazlo...y arrepiéntete...”la voz de Nicolás sonó al oído

de Manuel con la claridad musical de Nieves al leer. La muerte llevó de nuevo a

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Nicolás hasta la cama. Lo acostó con cuidado y salió por la ventana sin dar vuelta

atrás. Todo volvió a la normalidad.

Manuel se quedó desmadejado en la silla. Su alma le pesaba como el trasegar de

su vida. Todo el cansancio de los días andados querían estar en ese instante en

su cuerpo. Sólo se movió cuando sintió la exigencia de su estómago a hacerlo.

Fue al baño y tembló como nunca .Lloró, gimió: Hizo a solas lo que el dolor en su

vientre le ordenó. Pero era el dolor de alma la que lo atormentaba.

Manuel salió del baño. Tomó la botella de alcohol de la mesa y la puso en su

bolsillo. Luego leyó la historia clínica de Nicolás, pendía de un gancho en la

baranda de la cama:”leucemia mieloide aguda”. Hojeó el resto y desprendió la

última página recién iniciada en escritura. Con el mismo lápiz de la carpeta clínica,

escribió:

“Yo, Manuel Espitia, dejo constancia de hacer la voluntad de mi hijo Nicolás, al

desprender la vida artificial que lo mantenía con “vida” .Lo hago bajo mis

completos sentidos, entendiendo el sufrimiento que le quito. Además, desde el

cadáver de mi hijo Nicolás, le pido perdón al mundo y a la sociedad por todos los

males que les he causado. Prometo entregarme a las autoridades en su momento

oportuno para bien de todo.

Como prueba de mi arrepentimiento enumero las misiones que para esta semana

debían cumplirse en la ciudad, a mi mando: eliminación del señor alcalde de la

ciudad, secuestro de la hija del señor gobernador, destrucción con dinamita de

algunos almacenes comerciales del centro de la ciudad (consumidor2, 3, y 4) entre

otros.

Alerto a la ciudad para estar pendiente de que no se cumplan estas misiones. Si

yo no las llevo a cabo, otros cumplirán las órdenes.

De hoy en adelante iré en contra de todo lo que pueda hacer daño a la humanidad

y sus bienes .Luego daré más pruebas de mi buena voluntad.

Manuel Espitia.”

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Rasgó la hoja y la leyó de nuevo. La puso a la cabecera de Nicolás, y se paró

frente a él.

-Hijo. Hijo-no hubo respuesta-Hijo ¿me escucha?¿me escucha?-no hubo

respuesta.

Manuel le levantó los brazos y tomó las sondas. Cuando desprendió la primera

alguien le gritó: ¡quieto!

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CAPITULO SIETE

LAS FUGAS

Manuel hizo en segundos su huida. Actuó como en los mejores tiempos. Cuando

oyó la voz en la habitación vio de soslayo la figura delgada y larga del hombre que

le habló mientras saltaba contra la ventana, rompiéndola. Cayó del segundo piso a

un pequeño arbusto en el jardín del primero. Corrió y corrió tratando de ubicarse,

aún estaba dentro de los jardines del hospital. La luz del fondo le mostró varios

uniformados. Cuando giró a la derecha, saliendo del complejo, frenó en seco su

carrera: a media cuadra estaba un piquete de la policía recibiendo instrucciones.

Pensó unos segundos, sacó su pañuelo y la botella de alcohol, lo empapó del

fuerte olor y se tiró a un pequeño riachuelo que corría a su izquierda: eran las

aguas negras que salían del hospital y se refugiaban por un lote de espesa

vegetación.

Los pasos de Manuel eran agigantados sobre el lento caudal que rozaba sus

tobillos.

Sobre la marcha se quitó la chaqueta y la empapó con todo el alcohol, dándole

ese olor a su resuello.

Nicolás respiraba en forma acelerada. Sus ojos estaban demasiado abiertos. Veía

un fondo lleno de rostros de enfermeras haciendo muecas y moviéndose de un

lado a otro. También veía a su hermano Raúl y a Nieves, haciendo muecas de

desespero. Su respiración se aceleró más cuando sintió sus pies sudorosos,

llenos de agua.

Así estuvo Nicolás por varios minutos. De sus ojos salió alegría cuando en ellos

vio a su padre corriendo: dándose bendiciones. Corría como él nunca pudo.

Nicolás se llenó de regocijo. Los rostros se congelaron, no hicieron más muecas,

sólo se quedaron mirándolo: perplejos.

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Manuel divisó un pequeño llano al fondo de la montaña. Disminuyó el ritmo de su

carrera, botó la botella al suelo y se tiró a rodar por la falda de hierba. Rodó toda la

pendiente hasta terminarse el impulso de su cuerpo. Cuando paró, cerró los ojos y

dijo:¡gracias Dios mío!Respiró muchas veces. Tantas como la capacidad de sus

agobiados pulmones le permitieron. Su corazón aquietó el ritmo lentamente y un

intenso dolor se apoderó de su pecho. Ahí se quedó inmóvil, hasta que el sol le

hirvió el rostro.

Cuando Manuel abrió los ojos, un niño le miraba asustado”...usted está

podrido...”le dijo el pequeño llevándose los dedos a la nariz. Manuel sonrió.

-¿Quién eres?

-Me llamo Esteban. Esteban Ramírez... ¿qué le pasó?

-Nada. Nada-miró alrededor y se puso de pie.

-¿Qué haces por aquí?

-Esperaba mi bus de la escuela y vi que usted se cayó-señaló la carretera al fondo

del potrero.

-Ya...ya, Esteban. Vamos a esperar el bus-lo tomó de su codo y caminó.

Manuel subió al bus con la autorización del conductor. Se sentó en medio de los

niños entre charlas y risas, debido a su olor.

Manuel esperó la salida de Esteban de la escuela. No se le ocurría un sitio dónde

ir. Su nuevo amigo le enseñó un camino a un poblado cercano en el que vivía su

primo, Ricardo. Los presentó y se regresó de nuevo a su casa.

Ricardo fue para Manuel una sorpresa. Era un hombre a pesar de sus escasos

veinte años. Charlaron en pocos días lo que quizás ninguno de los dos en meses.

Lo hicieron sobre los extremistas. Los que le arrebataron a sus padres. Manuel

charló con él sin enterarlo de sus últimas actividades. Simplemente le expresó su

deseo de estar sólo por un tiempo, sin tener contacto con la gente. Lo aburría la

gente, le dijo.

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Nicolás fue subido a la camilla y trasladado a una pequeña sala dispuesta para los

casos de emergencia. Con los ojos cerrados adivinó la rutina médica de otros

casos:”gracias padre por intentarlo”, se repitió.

Los días le dieron a Nicolás un período de relativa recuperación. Optó por no

hablar, sólo escuchaba lo que se decía a su alrededor. Las especulaciones iban

desde

su muerte cerebral hasta un embrujo de su padre. Nicolás decidió reposar su alma

y sumir el mundo que se le obligaba en un total mutismo. Sólo hizo válido para su

paz: la imagen de un padre bueno. Quizás el padre que nunca tuvo. Decidió

esperarlo en su lecho.

Desde sus primeras fugas, Manuel Espitia buscó las montañas frías para

refugiarse. Las buscó porque su cuerpo toleraba bien las bajas temperaturas y las

autoridades insistían menos las búsquedas en terrenos escarpados y fríos.

Así lo hizo de nuevo. Se aprovisionó de alimentos enlatados y ropa gruesa, y

subió al pico más alto de la geografía cercana. Allí hizo una vivienda entre las

rocas cuya única entrada era una disimulada hendija en la montaña, la que cubría

con ramas.

Allí se refugió por varios días hasta que su barba le dio la señal de la cantidad, de

acuerdo a su espesor.

Manuel sólo salía en las noches a revisar el contorno de su cueva. El resto del

tiempo lo dedicaba a meditar. Repasó su vida una y otra vez. Organizó en su

mente una y otra vez el proceso de su vida delincuencial De ella extrajo los

peores momentos y

sus protagonistas. A ellos fichó en su memoria: con sus fisonomías, sus

características y sus procedimientos. Para esto Manuel se tomó muchos días.

Días que su refugio fue protección a su integridad y días en que las autoridades

anestesiaron su afán por encontrarlo.

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Era navidad. Raúl llegó al hospital cargado de regalos para todos los enfermos

olvidados. Su alegría era desbordante ante los rostros cansados de ellos.

Cansados de miles intentos por la vida. Cansados de muchas rutinas entre agujas

y falsas expectativas. Sin embargo Raúl cumplía su misión filantrópica con un

entusiasmo incansable.

Ante Nicolás se apareció Nieves con una sonrisa angelical, y un hermoso regalo

de su hermano Raúl: una terrible silla de ruedas, con batería recargable

incorporada. Así la percibió Nicolás, sin embargo, conservó su rostro inexpresivo,

como en los últimos días.

Las enfermeras incrustaron el huesudo cuerpo de Nicolás en la silla móvil y lo

exhibieron por todo el hospital.”...miren hasta donde llegó la bondad de su

hermano...miren, se la regaló su bondadoso hermano Raúl...miren, como lo

cuidan...”repetían al paso por las diferentes habitaciones; él permanecía impávido

como si se tratara de otro:”...cuándo será que Raúl encuentra un hogar para que

se entretenga...”se repetía a sí mismo.

Nicolás sólo orientaba sus ojos a la televisión, pero no expresaba ninguna

emoción. Así pasaba la mayor parte del día.

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CAPITULO OCHO

EL ARREPENTIMIENTO

Con la agonía del año se hizo frecuente la visita de un nuevo huésped al poblado.

-¿Cómo se llama usted?-le preguntó el dueño del bar.

-Esteban. Esteban Ramírez -le contestó Manuel rascándose la abundante y

espesa barba.

-Es nuevo por aquí... ¿no?

-Lo suficiente-El hombre se quedó analizándolo como a un extraterrestre. Le

inquietaban la particularidad de su conjunto: un hombre nunca aplanchado, pensó;

y le llamaba la atención su olor: entre viejo y una rara mezcla de yerbas.

-¿fuma?-le dijo el hombre tratando de ser amable.

-No. No. Gracias-sorbió el vaso con agua. Había olvidado que alguna vez fumó-

¿usted sabe dónde hay un teléfono?

-Sí don Esteban ahí lo tiene-casi se lo tiró sobre el mostrador.

-¿ah?

-Cómo que ¿ah?...ahí tiene el teléfono ¿no dijo que se llamaba usted Esteban?-

Manuel afirmó con la cabeza y se embelesó con la televisión fija a la pared-Usted

está loco.-le dijo el hombre retirándose.

Manuel siguió yendo al bar esporádicamente. El hombre se acostumbró a su

presencia y a los billetes viejos con que le pagaba lo poco que le pedía.”Todo se

parece a su dueño” le decía sonriente.

Con la televisión Manuel volvió a la realidad. Se informó sobre los hechos

nacionales viendo los noticieros. Para él todo seguía igual. Las autoridades aún

exhibían su foto ofreciendo recompensa por su captura y la de otros, igualmente

conocidos en lo mismo desde sus tempranas andanzas. Daba gracias al cambio

de su aspecto físico, nadie lo relacionó con los personajes buscados.

En una de las tantas conversaciones que escuchó en las mesas vecinas,

aprendió el manejo del correo con la ciudad. Fue hasta su sede en el pueblo y

averiguó los datos del comando central de policía.

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Buscó en el pequeño pueblo a Ricardo y le propuso su estrategia para hacer

capturar extremistas. Una a una le enseñó las rutas para sus capturas. Rutas que

el joven transcribía cuidadosamente en un papel y depositaba en el buzón de

correo sin remitente. Al no tener resultados, Ricardo le propuso a Manuel, llevar

personalmente el correo hasta el puesto de policía de la ciudad. Así lo hicieron.

Manuel invirtió en los viajes de Ricardo los pocos billetes viejos que le quedaban.

El hecho tuvo su efecto en pocos días. La televisión mostró la captura en vivo de

un subalterno del jefe máximo. Se hizo a cámara abierta sin un solo disparo; este

triunfo subió la moral del país y sus autoridades.

Uno a uno a cayeron delincuentes y extremistas. Unos, los conocidos como más

sanguinarios eran dados de baja por la policía, fuera de cámaras; explicaban el

hecho como intento de fuga o agresión antes de la captura.

Ricardo y Manuel estrecharon su amistad con estos triunfos. Como

reconocimiento el joven llevó a vivir a Manuel a la vieja casa heredada de sus

padres. Se conocieron más y recuperaron los afectos perdidos en ambos: Manuel

tuvo de nuevo un hijo y Ricardo un padre. Ante el pueblo el fenómeno pasó

desapercibido hasta que algunos señalaron el gran parecido de Manuel con el

único hombre que mostraba la televisión sin capturar.

Manuel tuvo que sincerarse con Ricardo. Borró la historia que le había inventado

sobre su procedencia y le confesó la verdadera. El joven sufrió un gran golpe

moral y tardó varios días en recuperarse.

-Ricardo ¿me va a entregar?-le preguntó un día Manuel.

-Lo debiera de hacer. Usted me engañó. Sólo a mí se me ocurre tener bajo mi

techo a uno de los que asesinaron a mis propios padres.

-Yo no fui.

-Es lo mismo. Usted lo hizo con otros. Les propinó el mismo dolor que me

propinaron a mí. Es casi lo mismo.

Entre los dos se ausentó la palabra por unos días. Sólo se miraban fríamente

cuando cruzaban caminos en la casa pero nada se decían. Manuel abandonó la

habitación y se trasladó al frío sótano de las herramientas. Ricardo le colocaba

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alimentos en una escala y se devolvía sin decir nada. Un día, los gritos de Manuel

despertaron a Ricardo. Se levantó y sólo se arrimó a las escaleras. No habló.

Manuel se retorcía en el suelo teniéndose el abdomen.

-¡Dios mío!¡Dios mío! ¡Dios mío!-gritaba sin importarle quién lo escuchara.

Ricardo permaneció veinte minutos en su sitio, sin moverse, sólo escuchaba los

quejidos. Bajó las escalas lentamente, una lágrima se asomó en su rostro. Se paró

junto a Manuel.

-Así lloraba mi padre. Así imploraban los dos: él y mi madre. Piedad. Sólo pedían

piedad ante el dolor-Ricardo lo miraba como reviviendo el hecho. Permaneció allí

varios minutos.

-Mátame por favor. Quiero morirme.-Manuel lo miró desde el suelo, aún

retorciéndose.

-No. Primero debes pagar todos tus horrores y arrepentirte. Recuerda todo el daño

que has hecho. Has destruido muchas vidas y debes pagar tus culpas.

Para ahogar sus gritos, Ricardo le dio un trapo y alcohol. Cerró con candado el

sótano y lo dejó.

Pasaron ocho días sin que los dos tuvieran contacto. Ricardo fue al trabajo con

más frecuencia. No abusó tanto del horario libre que le daba el dueño de la

pequeña farmacia, única en el pueblo. Entretuvo el tiempo entre el esporádico

trabajo y sus amigos. A estos convenció de la partida de su familiar, Esteban

Ramírez. Sin embargo no podía borrar de su mente a Manuel.

La noche se hizo más fría. Los vientos entraban libres por las ventanas del sótano.

Manuel no pensó en huir, no quería huir más en su vida. Sólo quedarse ahí,

quieto. Sólo eso quería.

Un frío intenso se apoderó del cuerpo de Manuel. Cuando sintió la sensación de

antes: como una faja de frío próxima a aprisionarlo, rezó en voz baja pidiendo

perdón, su estómago sintió calambres. Manuel conservó la calma. El silencio le

habló de frente y la oscuridad intentó hacer lo suyo, pero se detuvo. Manuel siguió

pidiendo perdón a todas las almas que en rostros quisieron hacerse presentes, a

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todas pidió sinceros perdones y se les ofreció para que vengaran sus malestares

en su condición inferior. Los instantes se quedaron congelados. Luego, los

segundos se derritieron y cedió el tiempo a la normalidad. El silencio total se

marchó. El frío siguió su camino. La oscuridad aclaró su rostro conjugándose con

la luz lunar. Y las almas en rostros acogieron los perdones de Manuel.

Cuando amaneció, Manuel respiró con fuerza el aire mañanero sin moverse de su

sitio. Se quitó la manta que lo cubría y luchó por ponerse de pie. Débil aún, estiró

su cuerpo como nunca. Se asomó a los sembrados que seguían al sótano y se

embelesó con su uniformidad como si fuera su primera vista.

-¿Ya se alivió?-la voz de Ricardo a sus espaldas, lo sacudió. Volteó lentamente y

sonrió.

-Sí, y del alma que es lo más importante.

-Lo veo en su rostro, Manuel.

Ricardo creyó en la recuperación de su alma y le ayudó a la del cuerpo con suero

y algunas medicinas para su estómago. Los días siguientes fueron de diálogo

sobre sus experiencias con la conciencia, hasta comprender la dimensión de su

arrepentimiento.

Todo volvió a la normalidad entre ellos.

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CAPITULO NUEVE

EL DESCANSO

Ricardo y Manuel acordaron irse del pueblo a la ciudad. Lo hicieron de noche

disfrazando más el aspecto físico de Manuel. Ricardo tiñó sus cabellos de blanco y

rasuró su rostro dejándole sólo el espeso bigote. Lo vistió con ropas de su padre y

le puso encima una ruana oscura que acentuaba su expresión senil. Así llegaron a

la ciudad a la madrugada de un Febrero lluvioso.

De la terminal del transporte recorrieron varias zonas de la ciudad a pie. Ricardo

quería conocer algunos sitios específicos y Manuel reconocer los puntos donde

cumpliría antaño sus misiones. Orgulloso le mostró a su ahijado tres de los

almacenes de su hijo Raúl. También le enseñó desde la distancia la cárcel donde

reposaban algunos de los delincuentes por ellos señalados.

Manuel le pidió a Ricardo acompañarlo a hacer algo que desde años no hacía:

visitar la tumba de su madre. Primero fueron al cementerio Universal para ver la

miseria de los seres que terminan su vida en el limbo del desconocimiento. Luego,

fueron al cementerio donde reposaban los restos de su progenitora.

-Hola madre-Manuel inclinó su cabeza hacia arriba leyendo el nombre de letras

doradas, quedaron nada mas las huellas del oro en cada letra, lo otro fue hurtado

ante el abandono-Es la primera vez que vengo a visitarte en compañía de alguien

que aprecio. También es la primera vez que siento paz ante tu tumba, las otras,

tenía el alma llena de rencores y maldad, seguro que lo sabes.-Manuel suspiró

con fuerza e invitó a su compañero a arrodillarse pasándole la mano por el

hombro.

Manuel rezó en voz alta las oraciones que su madre le enseñó de pequeño y que

practicaban cuando el padre los flagelaba o atormentaba con sus insultos. Ricardo

lo acompañó en silencio rogando por los suyos.

Pasaron el primer día en la ciudad recreándose con su reconocimiento y luego,

planeando la forma de entrar al hospital de caridad donde aún reposaba Nicolás.

Manuel pidió hacerlo solo, vestido con una piyama del padre de Ricardo. Así fue.

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Manuel caminó hasta los jardines del hospital. Se paró justo en el punto donde

logró su anterior fuga, a recordar. Tomó uno de los pasillos principales y se sentó

en una banca de cemento, a esperar, no sabía qué.

-Buenas tardes-le saludó una enfermera. Manuel respondió con el rostro

agachado. Se levantó caminando con el cuerpo en gancho y se dirigió al pabellón

donde creía estaba Nicolás. Optó por no mirar a ningún lado. Su apariencia fue la

de hombre senil, vencido por los años.

Manuel llegó al segundo piso y miró de soslayo la antigua habitación de Nicolás.

No había nadie. Una enfermera le pidió permiso para pasar y él se lo dio. Tuvo

que correrse más de lo que esperaba, pues la silla de ruedas que se abría camino

era muy ancha. Cuando iba a desistir de la búsqueda en ese piso, leyó en el

espaldar de la silla:”Nicolás Espitia”. Manuel se quedó atónito. Dedujo lo de la silla

de su hijo Raúl. Manuel buscó un pequeño escondite y vio a dónde lo llevaban.

Esperó pacientemente y se dirigió a la última habitación. Cuando entró en ella una

enfermera lo detuvo:”señor no puede entrar aquí” le dijo.”¿Usted es la señorita

Rebeca Salazar?”le dijo con voz temblorosa, sólo mirando su escarapela “sí

señor”.”Vine a buscarla hasta aquí porque la necesitan en el bloque de en frente,

hay una emergencia”. Ella no le respondió y salió rápido de la habitación.

Nicolás dejó de mirar la televisión. Voluntariamente salió de su mutismo de meses.

Sintió a su padre en su voz, en su olor, en su piel, todo le fue familiar en él.

Manuel lo miró por un instante. Lucía pálido, demasiado acabado en su expresión,

su rostro era el de un viejo. Nicolás levantó su rostro y de sus ojos vidriosos dejó

escapar unas lágrimas ahorradas en muchos tiempos, para él, en muchas

tristezas de espera, de su padre.

-Vine a salvarte, hijo.-le dijo serenamente Manuel.

-Gracias. Te he esperado mucho. Gracias-la voz de Nicolás era casi inaudible.

-Antes, quiero darte las gracias por darme la oportunidad de rehacer mi vida.

Estoy arrepentido y en paz conmigo. Sólo me falta cumplir con lo que me pediste y

lo voy a hacer.

-Las palabras sobran-de nuevo Nicolás lloró y una tímida sonrisa se dibujó en su

rostro cansado.

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Manuel se hizo la bendición y se arrodilló ante su hijo.

-Hijo. Te amo. Sé que me perdonas.

Nicolás no respondió. Sólo movió su cabeza y cerró los ojos.

Manuel hizo lo que debía y dio media vuelta sin mirarlo. Cuando iba por los

pasillos de salida a los jardines vio a la enfermera entretenida conversando con

dos médicos:”...gracias por ser tan irresponsable”, se dijo en voz baja.

-¿Cómo te fue?-le preguntó Ricardo.

-Creo que bien. Lo hice.

-Estás pálido. ¿Qué te pasa?

-Nada. Simplemente estoy un poco confundido. Ojalá haya hecho lo correcto. Que

Dios me sepa perdonar si no es así.

-Desde que tu conciencia no te mortifique está bien. El que asesina no descansa.

El que ayuda a otro a descansar quizás alcance los perdones que tú buscas.

-Definitivamente hablas como un viejo.

-No es para menos. La vida me ha golpeado tan fuerte que casi me dobló la edad.

-Sin embargo nos juntó para ayudarnos en nuestras dolorosas experiencias.

Porque aunque lo dudes las mías han sido dolorosas.

-Lo sé.

Los dos de quedaron en silencio. A pesar de cumplir el objetivo de Manuel, los dos

sabían que faltaba algo. El silencio quiso apoderarse del ambiente. Cuando sólo

se escucharon las respiraciones Manuel se levantó.

-Sí. Lo sé. Falta algo. Falta algo por hacer para que mi paz sea total. Es lo más

difícil, además de lo que acabo de hacer.

-Tienes razón. Creo que pensamos igual. Y lo debes hacer para no sentirte más

como un perseguido. Menos, un perseguido de ti mismo como hasta ahora.

-Sí. Debo entregarme.

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CAPITULO DIEZ

LA ENTREGA

Los días siguientes fueron de reflexión para Manuel. Su compañero de cuarto,

Ricardo, se dedicó a conocer la ciudad; divagó de un lado a otro sin importarle la

hora, el estado del tiempo, ni el dinero. Con lo que reclamó al momento de

retirarse de la farmacia aspiró a vivir los siguientes meses: con o sin Manuel; éste

aportó el pago del hospedaje con los pocos billetes que aún conservaba.

Una noche de lluvia intensa Manuel permaneció parado en la ventana del cuarto

mirando la nada. La oscuridad acentuada por la lluvia lo transportó a su pasado,

mas exactamente a su niñez.

“Mamá cuando sea grande quiero ser un guerrillero para ganarle a mi padre:

pum...pum...pum...-su mano disparó una pistola imaginaria-Voy a entrenarme

mejor que él y torturaré a todos los que tengan un uniforme parecido al del militar

“loco”...pum...pum...pum...-el niño Manuel se encegueció sin atender los ruegos de

su madre de parar el juego-pum...pum, los torturaré a todos. Voy a exterminar a

todos los militares cuando sea grande.-El “loco” Espitia estaba parado en la puerta

escuchando. Cuando Manuel volteó, al sentir sus pisadas, sólo adivinó una

enorme figura sobre la suya. Estaba ebrio. Cogió al niño de la cintura y lo

zarandeó. La madre trató de detenerlo pero el sólo movimiento del brazo militar la

estrelló contra la puerta de la cocina. El niño lloraba .El padre calló los gritos

amordazándolo con un trapo. Lo sentó en el inodoro y lo amarró con su cinturón-

”... ¿nos vas a derrotar?...”su voz era gruesa, abominable.”¡Yo!...sólo yo tengo

entrenamiento para resistir torturas y ¡vencer!”-Llenó varios baldes con agua y los

soltó sobre la cabeza del niño, él se estremecía y trataba de empujar con su

lengua el agua que le invadía la boca, pero el trapo se lo impedía. Manuel empezó

a forcejear.”... ¿vas a derrotarnos?...me gustaría verlo. Me gustaría verte cuando

estés grande y yo derrotarte ¡idiotaaa!...”las carcajadas burlescas inundaron la

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casa. Manuel cerró los ojos con fuerza y quiso morirse en el acto. Los amigos del

“loco” llegaron a controlarlo.”

-¿Qué te pasa?-Manuel abrió los ojos con fuerza. Su respiración era

extremadamente agitada. Se tiró a la cama retorciéndose y teniéndose el

estómago-¿pero qué te pasa hombre?....Manuel, ¡Manuel!-Ricardo lo abofeteó

varias veces hasta hacerlo reaccionar.

-Gracias. Gracias por estar conmigo...-le repetía a Ricardo. Se abrazó a él como

un niño buscando protección.

Ricardo concretó con Manuel la fecha de su entrega. Sería el día de su

cumpleaños, el cincuentaisiete. Manuel borró todas las señas de disfraz en su

apariencia. Su rostro recuperó la expresión recia de antes. Aclaró su pelo e irguió

el cuerpo como siempre lo tuvo.

-¿Cómo me veo?

-Yo no te reconocería si te viera así en la calle. Siempre te he visto diferente,

desde que te conocí. Primero con esa barba inmensa y el desorden en toda tu

apariencia Luego con ese bigote canoso como el cabello y el cuerpo dando

apariencia de muchos años. Pero, ahora, eres otro.

-Así he sido, siempre, menos estos últimos meses. Pero eso es lo importante

.Lograr los cambios para huir sin ser reconocido.

Cuando su subalterno le entregó el mensaje hecho con letras de papel periódico,

el capitán quedó perplejo:

“Mañana a las 5:am me entregaré al comandante de policía. Sólo al comandante”

abajo firmaba Manuel Espitia con su huella.

-¿Sí será verdad tanta felicidad?

-Creo que sea verdad o mentira debemos estar atentos. Y lea algo más-el

comandante volteó el pequeño papel:

“El lugar será el almacén Consumidor#1”

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-Creo que usted no se perderá el espectáculo, capitán.

-Pues no, mi comandante. Le ruego no me lo deje perder. Ese hijo de perra me

torturó y mató a uno de mis mejores hombres, además, en toda mi vida no he

podido olvidar la burla de pegar esa foto en el estómago de un muerto...mío,

además.

-Está bien. Está bien capitán. Si usted lo cree pertinente. Iremos. Arregle todo para

las cinco. Necesitamos estar bien dispuestos. Haga los arreglos.

-Sí, mi comandante.

A Raúl lo tomó por sorpresa el mensaje dejado por el administrador de su

almacén, Consumo#1, en el contestador de su apartamento:”Alguien vino al

almacén y me pidió informarle que su padre, don Manuel, se entregará mañana a

las cinco de la mañana a las autoridades; él le pide estar presente una hora antes,

desea platicar con usted antes de ir a prisión.”

Raúl puso de nuevo el mensaje para escucharlo. Le parecía una broma, algo

demasiado sorpresivo; sin embargo optó por creerle a su administrador, lo

consideraba uno de sus más efectivos y serios colaboradores.

No veía a su padre desde que le llamó la atención cuando atentaba contra su

hermano Nicolás, ahora, que este descansaba en paz, todos le atribuían su

muerte, ello le hacía parecer más increíble que se murmurara su entrega. Sin

embargo iría.

Manuel no durmió esa noche. Ya había tomado la decisión y no echaría paso

atrás, sin embargo lo invadía un miedo que barría el ambiente.

-Nos vamos en media hora-le dijo Ricardo.

-Sí, son las tres y media.

Todo estaba en silencio. Sólo se escuchaba la melodía de la lluvia haciendo

danzar sus gotas sobre el pavimento.

-Quiero que sepas que no estás solo. Siempre trataré de acompañarte hasta

donde me lo permitan-sus ojos se humedecieron pero reprimió el llanto.

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Comprendía que Manuel en ese momento sólo necesitaba apoyo moral, no

lágrimas.

-Lo sé-A los que no me crean diles que me arrepiento de todo el mal que le hice a

la humanidad en todos los años de mi vida. Es lo que más te pido.

-No lo dudes. Eres un gran hombre-los dos se abrazaron.

Salieron de la humilde pensión en silencio. La lluvia arreció pero ninguno de los

dos se detuvo. Con las manos encogidas dentro de sus bolsillos caminaron lento

hacia el centro de la ciudad. Caminaron quince minutos. Las calles estaban

desoladas. Sólo se hacían compañía los indigentes mordiendo las aceras con sus

hambres, con sus males.

Llegaron a la calle donde estaba el almacén de encuentro. Un carro lujoso los

encandiló con sus potentes luces. Estaba parqueado frente al Consumidor#1.Al

notar la presencia de ellos, alguien puso intermitentes las luces, y al momento,

salió de él: era Raúl. Espigado y delgado como su padre. Iba solo. Sin decírselo

los tres se refugiaron en la entrada del almacén. Los celadores iban a llamarles la

atención y Raúl se identificó, todos se alejaron.

-Aún no lo puedo creer-Raúl miró por largo rato a su padre.

-Hola-atinó a decir Manuel.

-Luces bien.

-Gracias, hijo

-Y él¿ quién es?-señaló con la mirada a Ricardo.

-Un casi hermano tuyo, podría decirse-la voz de Ricardo sonó forzada. Se

quedaron un momento en silencio.

-Y...¿cómo quieres que lo hagamos?

-¿Hacer qué?

-Cómo que qué. Pues entregarte...quieres que te lleve...o, no me digas que te

estás arrepintiendo.

-No. No. No...No es eso. No te cité aquí para que me ayudaras.

-¿entonces?-Raúl alzó las manos.

-Sólo quería...pues verte, y...

-yo me retiro-Ricardo iba a irse y Manuel lo cogió del brazo.

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-No. Quédate por favor. Sin ti no sería capaz de decir lo que necesito decir.

Quédate, de pronto digo otra cosa diferente a la que quiero...por favor, quédate.

-Está bien. Está bien. Me quedaré.

-Raúl, hijo. Te cité aquí para pedirte perdón por todos los sufrimientos que te hice

pasar: tanto a ti como a Nicolás y a tu madre-Raúl hizo una mueca de sorpresa.

-Como puedes hablar así ¿no te das cuenta de que Nicolás murió hace poco?.De

su muerte pesan sobre ti todas las sospechas.

-Yo no lo maté.

-¿Lo vas a negar?

-No lo estoy negando, créeme que le di el descanso que me pidió por varios días.

Ese descanso que le iba a dar cuando me interrumpiste.

-Si estabas haciendo algo bueno ¿por qué huiste?

-Es difícil explicarte ahora, y es difícil que me lo entiendas .Simplemente, entiende

que él no quería vivir en las condiciones terminales que estaba, y ustedes lo

obligaron por miedo a ...bueno,, miedo a Dios.

-Me cuesta dificultad creer que hablo con el Manuel Espitia que siempre conocí.

-Lo sé. Soy consciente de eso. Sólo quiero que me creas que estoy arrepentido de

todo y que por eso me quiero entregar a las autoridades, para pagar mis culpas

con encierro. Además quiero pedirte perdón, antes de entregarme, dime... ¿me

perdonas?

-¡Alto!¡Alto! la policía...¡pongan las manos sobre la cabeza-varios carros

encendieron las luces. De repente hubo un gran movimiento de gente entre la

lluvia.

-Dímelo, hijo ¿me perdonas?

Raúl lo miró con frialdad y se separó del lugar identificándose ante las

autoridades.

Lo que siguió fue rutina de una captura. Varios agentes llevaron a Manuel y a

Ricardo a una patrulla que salió rápidamente del lugar escoltada por otras

acondicionadas para esas ocasiones.

Los medios de comunicación dieron el despliegue a la noticia con un montaje con

rasgos de espectáculo.

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Ricardo fue exonerado de todo. Manuel limpió su nombre ante los investigadores.

Luego, los medios lo asediaron para dar más despliegue al show. Sin embargo

Ricardo pregonó el arrepentimiento de Manuel Espitia y pidió en su nombre

perdón ante la humanidad.

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EL FINAL

MANUEL ESPITIA TUVO UN LARGO JUICIO.LAS AUTORIDADES

RECOGIERON TODAS LAS PRUEBAS HABIDAS EN SU CONTRA Y

ELIGIERON UN CASTIGO QUE SIRVIERA DE EJEMPLO AL MOMENTO QUE

VIVIA LA NACION: ¡CONDENADO A CADENA PERPETUA!

MANUEL MURIO A LOS DOS AÑOS EN SU CELDA, AISLADO.SE NEGO A

TODO ALIMENTO Y ASISTENCIA.

”MURIO DE DEPRESION”.

-fin-

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INDICE

-Capítulo uno.”El Encuentro”

-Capítulo dos.”El pasado”

-Capítulo tres”Confesiones”

-Capítulo cuatro.”Monólogo”

-Capítulo cinco “Ante Nieves”

-Capítulo seis “La decisión”

-Capítulo siete “Las fugas”

-Capítulo ocho “El arrepentimiento”

-Capítulo nueve “El descanso”

-Capítulo diez”La entrega”

-El Final.

Autor. Mario Salinas.