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fVISTÁ · ZUL TOMO l. MÉXICO, 16 DE DE 1894. NUM. 20. EL PADRE , O rué Hidalgo un genio para la guerra, como 10 fué Morelos; ni un batallador, G' como los Galeana; pero ese humilde cu- ra párroco, de alma y cabellos blancos, fué el p.úmero que oyó el q uej ido de los opresos, como se' oye en un confesonario la con- fidencia del dolor. A ese curatQ de Dolores fué el indio desvalido en busca del buen sacerdote que había de socorrerle. Y aquel insigne cura bautizó la libertad. Sentimos amor á todos los grandes insurgentes, pero de ellos ninguno es más querido que ese vie· jecito de canas inmaculadas; á él volvemos la en los conflictos; á él solamente le llama- mos padre. y es padre, no por la investidura sacerdotal; es padre por el amor que nos tuvo. Sus manos fueron hechas para bendecir, y bendijeron á una nación recién nacida. Es padre en el sentido al- tísimo de este vocablo: en el que expresa un ab- soluta desinterés y un ififinito amor. Gloria del clero humilde, del que pena en vi- llorrios y cortijos, es el que en Dolores alzó el . estandarte de la libertad. Iturbide podrá repre- sentar un ejército bizarro; Hidalgo encarna to- do un pueblo. Iturbide se unió á la· causa de la independendencia cuando ésta era rica y vencía. Hidalgo la abrazó, levantándola del suelo, cuan- do, muy niño, se moría de hambre y de sed y de frío. Iturbide fué emperador. Fué Hidalgo fusi- lado, ¡Oh, qué buen cura de almasl ¡Cómo quisié. ramos revivirlo para besar sus canasl Es como el padre ya muerto, como el padre que nos qui- so tanto y al que no podremos enseñarle ya á la hermcsa nieta. ¿Cómo sacarle del sepulcro, có- mo despertarle, cómo decirle:-tú que tanto su- friste por nosotros, ve el hogar que hemos mado.- Llegó la libertad á esa parroquia de 'Dolores como pidiendo limosna. Llegó recomendada por una buena y noble dama, por la corregidora Do- mínguez. Fué indigente, desnuda casi, al cura- to hospitalario. Y allí la dieron pan y besos. Allí la Vírgen de Guadalupe le prometió la vic- toria. . Morelos fué el hombre de la energía y del va- lor; Hidalgo, el de la bondad y la fe. Aquel fué elhéroe; éste, es el Padre. ¿No os parece oir como un rumor de confesión llegando á los oidos del cura Hidalgo? Se con- fesana la nación entera, y al confesarse, en des: ahogo de su corazón, decía penas sufridas y pe- rennes congojas y nobilísimos anhelos. Mientras los primates le perseguían y anate- matizaban, ese cura que pedía limosna para dar limosna, ese que oía el azote y escuchaba la voz lastimera é imprecante del pobre indio; ese tuvo amor, y tuvo compasión y tuvo fe. Fué sacerdote en el excelso significado de esta palabra. ¿Quiénes suavizaron la condición del mexica- no en la época de la conquisto? Las Casas, los buenos misioneros españoles. ¿Quién nos dió patria? Un cum: Hidalgo. Esos que, de cerca, oyen latir el corazón del pueblo; esos que han padecido en la misión, en <RBVISTA AIVI. .... S9

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fVISTÁ · ZUL TOMO l. MÉXICO, 16 DE SE~IEMBRE DE 1894. NUM. 20.

EL PADRE

,

O rué Hidalgo un genio para la guerra, como 10 fué Morelos; ni un batallador,

G' como los Galeana; pero ese humilde cu­ra párroco, de alma y cabellos blancos, fué el p.úmero que oyó el q uej ido de los

opresos, como se' oye en un confesonario la con­fidencia del dolor. A ese curatQ de Dolores fué el indio desvalido en busca del buen sacerdote que había de socorrerle. Y aquel insigne cura bautizó la libertad.

Sentimos amor á todos los grandes insurgentes, pero de ellos ninguno es más querido que ese vie· jecito de canas inmaculadas; á él volvemos la mira~a en los conflictos; á él solamente le llama­mos padre.

y es padre, no por la investidura sacerdotal; es padre por el amor que nos tuvo. Sus manos fueron hechas para bendecir, y bendijeron á una nación recién nacida. Es padre en el sentido al­tísimo de este vocablo: en el que expresa un ab­soluta desinterés y un ififinito amor.

Gloria del clero humilde, del que pena en vi­llorrios y cortijos, es el que en Dolores alzó el . estandarte de la libertad. Iturbide podrá repre­sentar un ejército bizarro; Hidalgo encarna to­do un pueblo. Iturbide se unió á la· causa de la independendencia cuando ésta era rica y vencía. Hidalgo la abrazó, levantándola del suelo, cuan­do, muy niño, se moría de hambre y de sed y de frío. Iturbide fué emperador. Fué Hidalgo fusi­lado,

¡Oh, qué buen cura de almasl ¡Cómo quisié. ramos revivirlo para besar sus canasl Es como

el padre ya muerto, como el padre que nos qui­so tanto y al que no podremos enseñarle ya á la hermcsa nieta. ¿Cómo sacarle del sepulcro, có­mo despertarle, cómo decirle:-tú que tanto su­friste por nosotros, ve el hogar que hemos f~r­mado.-

Llegó la libertad á esa parroquia de 'Dolores como pidiendo limosna. Llegó recomendada por una buena y noble dama, por la corregidora Do­mínguez. Fué indigente, desnuda casi, al cura­to hospitalario. Y allí la dieron pan y besos. Allí la Vírgen de Guadalupe le prometió la vic-toria. .

Morelos fué el hombre de la energía y del va­lor; Hidalgo, el de la bondad y la fe. Aquel fué elhéroe; éste, es el Padre.

¿No os parece oir como un rumor de confesión llegando á los oidos del cura Hidalgo? Se con­fesana la nación entera, y al confesarse, en des: ahogo de su corazón, decía penas sufridas y pe­rennes congojas y nobilísimos anhelos.

Mientras los primates le perseguían y anate­matizaban, ese cura que pedía limosna para dar limosna, ese que oía el azote y escuchaba la voz lastimera é imprecante del pobre indio; ese tuvo amor, y tuvo compasión y tuvo fe. Fué sacerdote en el excelso significado de esta palabra.

¿Quiénes suavizaron la condición del mexica­no en la época de la conquisto? Las Casas, los buenos misioneros españoles. ¿Quién nos dió patria? Un cum: Hidalgo.

Esos que, de cerca, oyen latir el corazón del pueblo; esos que han padecido en la misión, en

<RBVISTA AIVI. .... S9

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. el curato pobre, en la cabaña de adobes y carri­zos, esos son los que nos han hecho beneficios.

La bondad no bajó de lo alto: subió de la ma­sa obscura y olvidada,

Padre Hidalgo, tus canas reflejan, en lá obra de nuestra independencia, el misterioso resplan­dor del alba.

M. Gutlérrez NAJera.

ALTAMIRANO Dedié á MODsieur J. easasus en m~moir.

de 1'lIIustre disparu que DODS plenroas.

I1 est bon qu'on reparle ainsi que d'un exemple De ceux la qui, naissant au bas de tes dégrés, Monde aveugle, ont gravi jusqu'au faite du temple

Les blanches marc11es du progrés.

Or celui-ci naquit sous les hutíes branlantes, Dans les bois toujours verts sous un ciel toujours bleu; Indien fils des indiens, le vieux sang des Atlantes

Colorait son buste de feu.

Tout jeune il s'en allait par la prairie ou beugle Le 1;>ufle monstrueux des déserts mexicains, Comme Tobie enfant guidant sou pere aveugle

Par les sentiers et les ravins.

Et l'entant, qui voyait malgré le temps qui passe Pour les uns tons les bien s, pour d'antres tout le mal, Se dit un jour, voyant l'homme blanc fa ce á face:

-Homme, je serai ton égal.-

Philosophe, pensenr, poeteet strategiste, L'enfant rouge, amoureux d'espace et de ,plein ciel Se mit a tout labeur et sa levre d'artiste

Vida la ruche de tout miel.

Et 1'0n vit cet enfant grandi ~eul et farouche Se re<ilresser un jour, éblouissant chacun, Glaive en maill, flamme au front, l'eloquence á la bouehe,

$oldat, proconsul et tribuno

Tribun, iI protegeait I'humble de sa main large Et savait, éclairant la foule á son flambeau, Lancer comme Danton un peuple au pas de charge;

L'arréter comme Mirabeau.

Soldat, iI dut souvent méler aux eaux límpides Des fleuvGs azurés le sang de l'étranger Et jUf>t, mellant le vol des guerilIas rapides.

Sauver sa Patrie en danger.

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Ainsi que Juarez épris d'indépendallce Illivra sans COlllpter des cOlllbats surh'umains Semant autour de luí la mort et la clémfince '

Pitiédans l'allle et sang aux mains:

Entin le telllps sonna les heures attelldues' Du repos sa Patrie ~vaít atteint leseuil ' II vit la paix, planer les ailes étendues '

Sur sa chere Patrie en deuil.

Le Poete revint á sa muse premiere, Un chef d'ceuvre, naissant de cet hyllleti vibrant S'envolait chaque jour, ainsi que la lumiere '

Jaillit d'un globe transparento

Aujourd'hui le penseur, le bucheron sans treve Sur leque1 n'a jamais souffié la vanité Cherche a réaliser toujours le meme reve:

La montée a l'égalité.

Et c'est ainsi qu'il marche en sa sainte hantise Sans jamais s'arreter, ame haute, cceur pur, Souriant aux petits et froid a ]a sottise ,

Pieds au solet front dan s l'azur.

Paris 20 Mars 1893.

UNA

L mar: arriba, en lo profundo de un cielo plomizo, el sol arroja boca­nadas de luz; asoma su faz rojiza de ebrio en el espejo de una in­mensidad que se esfNma en la lí­riea indecisa del horizonte.~Las olas arrastran plantas marinas que semejan cabelleras flotantes de ca­dá,veres sumergidos en las aguas.

El barco marcha pesadamente; parece presa de la somnolencia en que yace el 'oceano; el chi­rrido del hélice gime quién sabe cuál extraña canción de dolor infinito; es un quejido lúgubre y taciturno que recuerda el lamento de un hom­bre que agoniza en la cama de un hospital. La máquina resopla con fuerza como un gigante aplastado por un peso enorme.

En la proa, un cuadro heterogéneo: marineros

Raoul de Reyrols.

DUDA 4 D. Angel Or·tlz Monasterio

semidesnudos, de espaldas relucientes y torsos lustrosos; perros errabundos que husmean escu. dillas; vacas, de ojos entornados, gallinas, carne· ros; mucha ir y venir; abigarramiento de colo­tes; gritos é imprecaciones, cantos y basfemias. ~En el entre-puente, el capitán soporta con in­diferencia los rayos dél sol y el' reflejo de las aguas: pequeñojuervioso, mirada penetrante, he­cha para sondear el infinito.

El barco camina sobre un lago de fuego; cul~ brea la luz sobre la extensión de las aguas y cada ola que avanza tiene la apariencia de un chorro de sangre. El aire sopla en ráfagas a.sfixia.ntes, aliento de hornaza que azota el negro vapor de la chimenea y en él se funde con délicia . .

Los gritos, las canciones, los juramentos van extinguiéndose: un sopor de si~sta se ha apode­rado del buque; diríase que siente pereza de an

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dar; vacila, como un ebrio, da un traspiés, vuel­ve á eIiderezarse, se r~lina sobre el agua,como deseoso de buscar en ella frescura.

De opronto, uua detbnación, un alarido, una columna cárdena de humo, algo como un sacu­dimiento nervioso en el organismo de un ti-tán ...... ... Un salto prodigioso ..... . ... un segun-do de vacilación en la carrera sofocada dellllons­truo, algo así como el aleteo de una águila h~rida o :en mitad de su vuelo ...... y gritos, y gemidos, y oraciones y blasfemias-esta vez lanzadas en el paroxismo de una desesperación impotente y colérica.

El hombre del ei1tre-puente Ose ha precipitado: salva escaleras angostas, colgadas sobre el abis­mo, pasadizos obscuros, pretiles estrechos, y des­ciende, desciende siempre, como debió descender el Angel de la soberbia herido porla ira de J eho­vah . ...:...Una bocaza ellorme se abre á sus pies: un soplo de infierno se eleva del hueco. El hombre se detiene, y mira á través de las tinOieblas: el es­pectáculo es siniestro.

En el fondo, en mediode un hacinall~iento de objetos informes, hay una cosa que

O gime y se

estremece: es un cuerpo humano convertido en ui1a masa palpitante: aquello no tiene ojos, ni cabellos; los brazos y las piernas han sido arran­cadas y el tronco, cubierto de llagas y de úlceras, se sacude convulsivamente. Sobre este montón de sangre y carrie se inclinan d0s ó tres cabezas humanas.

El hombre del entre-puente se arroja en la ne­gra boca; ya es una figura más en el grupo, J, rápidamiDte, se da cuenta de la situación: es el

flux de una caldera que ha hecho explosión hi­riendo á un maquinista.

Se inclina á su vez y sus ojos tropiezan en la obscuridad con la mirada de unohombre que está arrodillado: es el médico. Permanecen un JUO­

mentp así, las pupilas penetrándose de luz; des­pués, el hombre que está a.rrodillado se levanta, y en voz tenue, á dos pasos de la masa que se sigue retorciendo, se entabla un breve diálogo, de rápidas palabras:

-Está perdido. -¿Durará? .. -Seis horas, á lo sumo. -¿Así? -Así. Nada más.-Luego, el hombre del entre-puen­

te, frío, sereno, toma de su cintura un revolver, lo amartilla con lentitud, se inclina °de nuevo hacia el moribundo, y aplica la fría boca del al'- ° ma en el lugar del corazón .. .

Pasan unos segundos ...... la sombra de lilla duda hinca su garra en el corazón de aquel hom­bre .... Se incorpora lentamente, desamartillael arma y la vuelve á colocar en su cintura ...

* * * Seis horas después moría el herido. y el capitán, en el entrepuente, sondeando el

infinito, en un crepúsculo de rosa y oro, pregun­taba á su conciencia si la maldad y la humani­dad pueden llegar á confundirse alguna vez en la vida.

<:arlos Díaz DuCóo.

LA TRISTEZA ° DEL IDOLO (POEIIIA AZTECA DE A. GÉNIN)

1

Duerme en el seno intransitable y hondo de un bosque á cuyo fotido

baja la luz desvanecida y lenta, un ídolo de piedra, que, en un claro,

su triste desamparo, en derruído pedestal lainenta.

Hay en su torno, o.cultos entre flores, mármoles de colores,

estatuas rotas, puertas derribadas, y columnas musgosas y yacentes

que rosan las serpientes deslizándose cautas y pausadas.

Sin altar ni creyentes, el coloso se yergue majestuoso

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en carcomido zócalo de piedra, las alondras se posan en su frente

y trepa irreverente hasta su cuello, la salvaje yedra.

Apoya sobre el pecho el monolito sus manos de granito

bajo el collar de sílex lanceolado, y las piernas inmóviles, cruzadas,

retiene entrelazadas con (ldemán de atleta fatigado.

A la plomisa faz cada ojo imprime deformidad sublime

cqn su mirada tenebrosa y fria, y la corva nariz y la cabeza

erguida con fiereza, ain~ le dan de olímpica energía.

El tosco dios, sintiéndose cautivo, contempla pensativo

las ruinas que invade la espesura, y con el fuego del ardiente Mayo;

en singular desmayo se aduerme la enigmática figura.

II

Cierta noche que el bosque misterioso dormía silencioso

sin que sus hojas agitara el viento, el ídolo tembló, lanzó un gemido,

y el dios, estremecido, desgarró las tini~blas con su acento.

,,¡Oh NocheJ¡'-prorrumpiój-"Yo soy Itzamaj para encerrar mi fama,

al Universo le faltaba espacio; los intrépidos pueblos que murieron,

palacios me erigieron de plata y ónix, pórfido y topacio.

,,¡Soy Itzama!))-cantaba el pueblo míoj­el bienhechor rocío

que el seno de la tierra fecundiza; soy padre del maguey, y de mi mano

I recibe fuerza el grano, aroma el fruto, jugo la hortaliza.

"Toda la creación cabe en mi nombre: soy la mujer y el hombre,

el mar que asorda, el sol que reverberaj

soy aire, y fuego, y bóveda, y espac'ioj habito en el palacio

en el templo, en la choza, en donde quiera.

«De mi seno la vida se propaga cual ancho mar que apaga

con sus ondas, la sed delmunelo entero; en el árbol soy saviaj en la semilla

el génllen sin mancilla que transforma el erial en sementero.

«Hoy vivo entre ruínas, solitario. - De cada salltüario

los dioses mis hermanos han partido, y al ver á la paloma alzar su vuelo,

volar como ella anhelo, siendo dios de las aves y del nielo.

«¡Oh tristeza!.. .... Sentado en mi colina, el valle que se inclina

con pendiente süave al océano miraba yo en silencio, y de la playa

venía á mi atalaya el eterno rumor del mar lejano.

«¡Cómo cambió de, entonces el paisaje! Envuelto en' el follaje

del bosque secular, oculto vivoj ya no hay para mí valle ni monte,

. ni tengo otro horizonte que el pedazo de cielo que percibo.

«¡Oh dioses, yo fuí un dios! Cuando,surgieron los montes y tuvieron

las aguas del diluvio holgado cauce; cuando abrió su abanico la palmera, .,

y po,~ la vez primera sacudió su ramaje el fresco saucej

((cuando poblado estuvo el vasto cielo de pájaros, y elsuelo

teñido de color de la esmeralda, tímido el hombre apareció, buscando

cavernas, y llevando el peso del terror sobre su espalda.

«En su debilidad pidiendo ayuda, ' su inteligencia ruda

dioses creó terribles y sangrientos, idolos esculpió con tosca mano,

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dióles semblante humano y les alzó grandiosos monumentos.

"De un rebaño de hombres yo era el guía. De la sombra venía

y á la sombra llevaba nuestra senda. Logré del pueblo mejorar la suerte,

pero me hirió la muerte cuando gozaba de mi propia ofrenda.

"Proclamáronme dios, y mis despojos fueron ante los ojos

de mi Naci6n, objetos venerados. Fuí la vida y la luz. Niños y rosas.

y vírgenes hermosas me eran por mis adeptos presentados.

"Mas ¡ay! mi raza pereció ......... De ella, soy hl única huella

que al embate del tiempo ha resistido. Emblema legendario y misterioso

aun vivo, en mi tedioso ensueño de grandeza sumergido.

"Por la peste ó la guerra acongojados, he visto congregados

los pueblos á mis pies; y las insanas luchas yo presencié, con que acabaron

los que mi altar bañaron con la sangre de víctimas humanas.

"Los itzaes, los mayas, los olm~cas, xicalancas, toltecas,

y choles, y quichés, y mexicanos me levantaron templos á porfía ......

¿llor qué cayó en un día la obra se<;ular de tantas manos?

"Se disipó mi gloria pasajera; la brisa sembr6 artera

el polen que á este bosque prestó vida; y de ricos y míseros hogares,

de pórticos y altares presencié poco á poco la caída.

«¡Oh tierra! ¡Oh! cielo! ¡Oh mar! ¡Astros errantes y mundos que distantes,

. , , , muertos cruzais por la extenslOn vaCIa. 'en qué ejes girais, que así resisten? t Responde, ¡oh No~he! ¿existen

d '? los dioses en el mundo to aVIa."

JII

Y el ídolo calló. Sobre su frente, sacuden rudamente

los árboles sus gotas de rocío; se agita la montaña, el suelo cruje,

airado el viento ruje, y se detiene teme~oso el río.

"Silencio, Itzama!lJ-prorrumpi6 la Selva.-"Que á perturbar 110 vuelva

esta perenne soledad tu acento, 'A qué recuerdas tu pasado? ¡Calla! t .

no con gemIr se halla consolador alivio al sufrimiento.

Duerme bajo mis ce ibas majestuosas, y en tanto que reposas

deja correr los años en sosiego; tu frente, al fin, se doblará rendida;

pero con nueva vida rooacerás á otra exi::.tencia luego.

"Todo al abismo de la muerte afluye, mas nada se destruye:

todo muere, y renace, y se transtorma: no es eterno tu pórfido, gigante!

ya sonará el instante en que vayas en pos de nueva forma.

"Conocerás la noche tenebrosa do se hunde presurosa

la vida humana que en su torno gira. Acabe ya tu incomprensible empeño:

tus glorias fueron sueño; tu presente y futuro son mentira.

"i Nada eres ya! Los dioses han partido: fantasmas sólo han sido

que ahuyentó la razón con su firmeza. Hoy, la divinidad que el mundo aclama,

es la que el hombre llama nuestra madre inmortal Naturaleza!

B. Dá.val08.

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JUSTO SIERRA (DE LAS «TRES AMÉRICAS» DE NUEVA YORK.)

,

... . UEBLOS .. in. dividualistas c.omo Inglaterra, podrán hacer suyos casI todos los mer-cados del mUlldo, pero jamás contagia­rán con sus ideas el espíritu de las gen­

tes. No así Francia, 'lue en una sola hora de pa­so por tierra extraña, aunque vaya como intrusa y se la arroje á balazos y maldiciones, como acae­(lió en México, dejatá siempre el contagio de su índole generosa, de su espíritu literario, eminen­temente altruista.

El renacimiento literario de México, esa her­mosa eflorescencia intelectual que brot6 al resu­citar la República después de supliciado el im­perio en Querétaro, apareci6 empapado de gala esencia. El patriotismo había expulsado de Mé­xico á la Francia invasora; pero el genio artísti­co de la naci6n sigui6 amando al arte francés, que allí se quedaba, cosmopolita y universal co­mo' el arte griego.

Fué entonces que en el grupo luminosodej6-venes escritores y poetas de la patria que resur­gía, apareci6 Juste Sierra, deleitando á los lec-

. tores de El M01titor Republica1zo con sus sabro­sas y espirituales ¡(Conversaciones del domingo,» que recordaban las deliciosas' pláticas de Jules Janin y las causertes origina1ísi~as de Charles Nodier. Gracia, ingenio, chispa sutil, risa inge­nua, poesía tierna y candorosa, toda la riqueza de un temperamento eminentemente artístico brillaba y encantaba' en aquellas divagaciones eruditas y donosas.

Luego se revel6 el poeta; el poeta genuino, es­pontáneo, opulento, de quien Altamirano 'dijo qtie llevaba en su lira la poesía grandiosa y su­blime de América; y ya no se detuvo en deter-

La clemencia de las mujeres es como la de los reyes: caprichosa é inagotable al mismo tiempo. -A. Dumas.

El amor de una mujer llegada á cierto grado,

minado género, sino que los acometi6 todos con asombroso éxito, debido á universales dotes y á bien acaudalada inteligencia.

Justo Sierra ha escrito para el periodismo, y el peri6dico en que sus artículos salían, quedaba como iluminado COII columnas de luz: Ha escri­to historia, y sus libros son didácticos y sabios; ha escrito de crítica, y ésta en sus manos resul. ta doctrinatia y sin envidias; ha escrito poesias, y en ellas ha derramado las fuentes abundosas del sentimiento 6 ha soltado en sus versos el en­jambre de alegres mariposas y las águilas auda­ces que anidan en su imaginaci6n.

N o es el suyo uno de esos talentos que obede­cen á la voz madrugadora y regañona del traba­jo. Tiene sus sueños de le6n; sus siestas de se.ñor oriental! Quien le despierta de ellos es la maga de la inspiraci6n, tocándole las sienes 6 el cora­z6n con su varita de avellano. Entonces el su­blime perezoso, febril y poseído, escribe lo que se agolpa en su pensamiento 6 canta 10 que oye rimar allá en 10 alto, á donde su espíritu sube, á robar la estrofa divina que vaga sonora en el éter .

Justo Sierra es abogado distinguido de la Re­pública, ha sido catedrático de Histeria en la Escuela Nacional, ha ocupado una curul en el Congreso, ha sido Secretario de la Curte Supre­ma de Justicia, y en varios otros puestos de im­portancia ha servido á su patria, que le cuenta entre sus más inteligentes y dignos ciudadanos.

Las letras hispano.americanas le nombran con orgullo.

N. Bolet Peraza.

Septiembre de 1894.

se incendia de todo 10 que debía apagarse.-Ed. Abo2tt.

,El peor enemigo del poeta son los versos.­Berange'r.

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312 REVISTA AZUL.

EL AMOR Gentil princesita, Que vas á la escuela,

Con tus libros debajo del brazo y la faz risueña, ¿Quisieras decirme

Si á ese niño cieguito que lleva Un arco en las manos

y un carcaj á la espalda, con flechas, Has ha1lado al seguir tu camino,

Camino al Colegio? -Sí señor, si le he visto: es un chico

Con bombones, con aro y mllñ~cos.

* * * Bella ac1olescp.nte, Gallarda doncella, Que, bajo cortinas,

En el lecho de sándalo sueñas Con extrañas visiones que encienden

Tus mejillas tersas; ¿Quisieras decirme

Si en la callé, en el teatro 6 la iglesia O en tlls sueños azules y rosas,

O el! tu pensamiento, Has hallado al Amor?-Ah! ¿al Amor? Si le· he visto: es un lindo mancebo.

* * * Señora, señora,

Que no bien la campiña clarea,

Ya estás levantada Recorriendo la casa risueña,

Guiando á las criadas, En las diarias labores caseras;

Mientras duermen tu esposo y .tus hijos, Yel té se calienta; ¿Quisieras decirme

Si el Amor, ese extraño sugeto Se encuentra en tus lares?

-¿No le veis que le estoy dando el pecho?

* * * Viejita; viejita, Abuelita, abuela, Que sentada estás

En tu añejo sillón de baqueta, Releyendo unas vidas de santos,

La alltiparra puesta, Mientras tanto en la mesa de pino

La tisana humea; Y tres chicos retozan en torno

Al sillón de baqueta; ¿Quisieras decirme, Abuelita, abuela, Si amor ha pasado De tu vista cerca?

Ya sabrás ...... el Amor es nn niño Con alas, muy bello, Con venda en los ojos

Y que . . . -¡Tonto! El amor son mis nietos!

(JleJueute Palma. , Peru anu.)

ARMONIA Ya se va el Príncipe Sol con su coraza de dia­

mantes y su celada de oro. Le sigue su ejército incendiario, vestido de escarlata y luz; allí avan­za la indómita falange de los Relámpagos, pes­tañeando azufre.

En lo infinito se presenta como sombra encan­tada la diadema <le la alianza, el Arco Iris, con sus colores de esmalte y pedrería, el palacio en donde vive la poetisa Lluvia, con su cascada de

brillantes, cantando la canción del Trueno-se­ñor caprichoso y tirano, hermano del Rayo-y en donde se hospeda entré escarchas y brumas el terribles díos F:río.

Más allá está el atrio misterioso. de la entrada al Olimpo, en donde duerme el querubín de las seis alas, con su espada de dos filos y sus ojos que despiden llamas ......

Mirad aquel viejo libertino cargado de grani-

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= zos y manehado de polvo: es el Viento, el gran independiente. Está ebrio, lo han obligado á pre­sentarse con todos sus siervos, y ha traído la cruel Tempestad con su hijo el dragón Hura­cán.

Llegó la Noche, la eterna viuda vestida de lu­to: apareció la Luna con su nimbo de plata, la bella enamorada, coronada de estrellas yenvuel­ta en su manto de melancolía; va pisando sobre alfombras de nieblas: de un lado viene la virgen pálida del cielo, Venus, esa lánguida Ofelia de albo peinador y de eabellos rubios; y del otro, Júpiter, el orgulloso descendiente de dioses, con su flor de lis y su faja de fuego.

Ya .llegó Orión, el gallardo caballero fantásti­co, con su tahalí luminoso y su casco de lícni­des; lo sigue Taurus, mirando con su ojo encen­dido, las tímidas claridades de las Pléyades y la luz de topacio del refulgente Sirio.

Ya van apareciendo los lejanos súbditos ané-

micos del Sidéreo Imperio, y se ve la Vía Lác­tea como un velo de novia desprendido de la co­rona de azahares de una recién casada ...

Armonía! Armonía! Ya se anuncia la llegada del Príncipe Sol, en su carro de fuego, con su trnje de púrpura y seda. Ya viene el Alba. Ya se ven los celajes sonrosados del Oriente: el cie­lo que sonríe á la Felicidad.

Allí está la cortina inflamada de oro y carniín: llegó la Aurora bajo su palio inmaculado de eterna desposada; trae en sus brazos al niño de la blanca túnica, con su cetro de flores y su libro rojo ... .. .

Ya llegó el Año con sus espigas verde~ , car­gado de ilusiones!

¡ Ya llegó el Príncipe Sol con su coraza de dia­mantes y su celada de oro, en su carro de fuego , con su traje de púrpura y seda!.. "'_

Pedro fJcIJar Dominiei.

1894. (Venezolano. )

LOS NIÑOS TRISTES

~~íQ'.d o hay un:cansancio que tanto me conduela como el prematuro cansancio de la vida. Esos j6ve­nes pálidos que andan trabajo­samente, arrastrándose á sí mis­mos, y de los que muchos po­drían decir lo que Musset dijo de su enlutado é inseparable com pañero, en la ce Noche de Oc­

tubre:» cese parecía á mí como un hermano;» esos en cuyos ojos parece ya soñolienta la mirada; esos sonámbulos despiert@s;esos monólogos tran­seuntes, avivan la curiosidad del psicólogo, en­sombrecen las tristezas del poeta. ¿Qué llora en esas almas? ¿Qué callan esos taciturnos? ¿Qué buenos sentimientos muertos, como cirios reCién apagados en un templo, despiden ese humo que les envuelve en una atmósfera op'lca?

Quisiera uno penetrar en esos espíritus, como se penetra· en una gruta, ó sacudirlos para ver qué chispas, qué ayes, qué blasfemias salían de ellos.

Pero hay algo que causa dolor más hondo: el niño triste. El joven melancólico se cansó, pero ya anduvo. Por dura que la suerte haya sidopa­ra él, es seguro que en esa misma lucha han .te­nido empleo sus actividades y que ha logra­do breves· triunfos. Ese, conoció la esperanza . Ese, conquistó una efímera sonrisa, sonrisa de la vida, por desdeñosa que ésta con él fuera. Ese, amó acaso y crey6 ser amado. Ese, ya supo que la madre le quería, que el amigo le amparaba. Tuvo la conciencia de su fuerza. Probablemen­te cometió alguna mala acción.

¡Pero el niño ...... ! Pues qué ¿la risa no nace de S1lS labios? ¿no se hizo para ellos? Pues qué? ¿l1o .son sus voces las que han de repicar, á mo­do de argentinas campan itas?

Ellos no comprenden todavía el amor de los padres. Lo sienten como el calor de un nido nada más. Y muchos ni ese calorcito sienten, porque;-esta monstruosidad existe-hay, padres malos. Están como más desnudos de todo. Para luchar con las enfermedades apenas tienen fuer-

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zas. Para vivir son impotentes si no se les auxi­lia. Ningún daño han hecho y ya han llorado.

El llanto del chiquitín dichoso es á manera de un aprendizaje dispuesto por la naturaleza para que se enseñen á desahogar el sufrimiento. Mas el llanto que no puede salir, ese, que no tiene tuerzas; ese, que va empalideciendo y apagando los ojos del niño pobre, enfermo, tris­te, es el que enternece más intensamente.

Cuando tiene uno hijos y puede darles lo que necesitan y lo supérfluo y teñirles de color de rosa la existencia, el encuentro con una de esas cria­turas desvalidas nos desgarra el alma. Gasta­mos, derrochamos, y al salir de una juguetería, al entrar al Circo, no vemos esos ojos suplicantes de los niños tristes.

Para ellos sí son verdaderas fiestas estas de la patria. Ven el desfile de las tropas, agita la cir­culaci6n de su sangre el estruendo de las músi­cas militares, deslumbra y hechiza sus miradas el esplendor de los cohetes, y no olvidan porque nada tienen que olvidar, no esperan porque la esperanza es desconocida para ellos, pero viven, vibran un instante. Acaban los fuegos artificia­les, cesa el redoble de ,los tambores, yesos niños tristes vuelven á la sombra con el único amigo que Dios les ha deparado: con el sueño.

¿Verdad que hay miradas que piden limosna? Yo percibí una de esas en cierta noche del dieci­seis de Septiembre, cuando llovían estrellas de púr­pura, y ondulantes víboras de oro culebreabau en el cielo. Era la de una mujer, casi de un cadáver, que iba cargando á una criaturita como de seis me­ses. El cadáver de sú marido se había q'.ledado á oscuras en la casa. ¡No, no mentía! Era de canie aqnel dolor. La niña apenas era de carne. Ya, tras largo contacto con los dolores humanos, se apren-

Hay en 10 que llamamos el juego natural de los acontecimientos, como una profunda justicia que nos deja conducir nuestra existencia al gra­do de nuestros malos deseos; más tarde la sim­ple l6gica de estos deseos realizados, nos castiga inevitablemente.

-Hay períodos en la vida en que todo nos falta á la vez, como otros en que todo n<:s es fa­vorable, sin que haya nécesidad de invocar la palabra casualidad. Lo que se llama suerte, en

de por desdicha á conocerloi. Esa era madre. Iba, con su pedacito de vida entre los brazos, á buscar en las calles pr6ximas á la plaza, en los sitios por donde pasa la alegría, una limosna pa­ra entert;'ar al muerto y para la huérfana cuya única dicha consistía en no saber su orfandad y en estar pr6xima á la muerte. Dí una peseta á esa infeliz y me pasé de largo.

Pero, andando, andando, fuéronse como abrien­do mis ideas y sentí remordimiento. ¿CÓmo, acab.aba de gastar en fruslerías yen vanidades, dejaba á mi hija muy ufana, muy satisfecha de vivir, y le daba yo á esa mujer nada más vein­ticinco centavos? Desandé lo andado, quise en­contrar á la huérfana y á la madre, darles lo que llevaba en el bolsillo, hacer la felicidad una vez en mi vida, puesto que la felicidad algulias oca­siones se hace con diez, con cinco pesos, con un peso, pero ya mi limosnera, mi acreedora, llabía desaparecido.

Ese dolor se perdi6 en la muchedumbre de los dolores humanos; esa indigencia, en el mar de la miseria; y mi egoísmo qued6 embebido en la reseca piedra <'lue no tocan las alas blancas de la caridad. Fuí malo, sí, fuí criminal.

En mis pesquisas, al torcer una esquina, sa­li6me al paso una chiquilla de once á doce años, vivaracha, rubia, de ojos grandes. Parecía hija de francés. Su mirada no pedía limosna, pero ella sí me la pidi6. Se la negué ...... me rué si-guiendo, y ...... me repugna escribir 10 que me dijo ...... no 10 escribo!

Esa es más huérfana que la otra, y más infor­tunada porque tiene más vida. ¡Santo cielo! Hay algo todavía más triste que ver á una niña huér­fana y á utia madre hambrienta!

El Duque Job.

s~ntido de probabilidad y éxito, resúlta de una relaci6n exacta entre nuestras fuerzas y las cir­cunstan.-:ias, casi independiente de nuestra vo­luntad.

Paul Bourget.

El matrimonio es al amor 10 qne el aire al fuego: cuando no lo .enciende, 10 apaga.

Mauuel (lel Pala(!lo.

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MESALINA Tus ojos vuelve á los pasados días ¡oh mujer! y repasa en la memoria el tropel de culpadas alegrías

,

que componen ellihro de tu historia.

No intentes disculparte: si amargura en vasos de oro tu destino escancia , ¿quien si no tú rasgóJavestidura para acortar al vicio la distancia!

Ni casto amor ni endechas cariñosas han de encauzat de tu pasión la fuente: fuera atajar con pétalos de rosas el caudal impetuoso del torrente.

Caíste: de tus sueños virginales ya ni gráciles ráfagas esplenden; y brillan de tus ojos los cristales con llamas rojas que la sangre encienden.

Tú provocas, tú incitas: impudente das al amantp. en cita romancesca no de J ulieta el ósculo inocente sino el sensual é ,impuro de Francesca.

A la fuga de un huésped trash umante, tu seno maternal horror te inspira; y aprietas á su curva vergonzante el áureo cinturón de la hetaÍra. '

Tú, con despego criminal que aterra, apartas tu regazo al pequeñuelo: ¡pobres hijos que arrojas en la tierra á la dudosa protección del' cielo!

Roto el lazo social, el deber roto, flotas por cima del desprecio humano arogante y altiva como el loto ' que emerge de los limos del pantano.

¿Y hablas de redimirte? ¡Qué ironía! tiene surco tu faz y tiene canas: Magdalena era hermosa todavía cuando huyó de las lides cortesanas.

Para aguardar la muerte tu desecho abre sus fauces y su vientre ensancha: vendrá primero el numerado lecho, después la disección sobre la plancha.

Laura Bendez de (Juentm.

EL GRITO·

l A cinda<'l comienza, á iluminarse; los fa-" ' roles del alumbrado público palidecen

, junto á los focos eléctricos; ya son hile-,ras de bombillas blancas, que constelan

un barandal; ya movedizas líneas de faroles ve­necianos; caprichosos faroles chinos 6 humildes ocotes que flamean en las comizas.

El viento agita los cortinajes, mece las ban­derolas tricolores; la iluminación arranca relám­pag()s' á los vidrios de las puertas y d,e los cuadros colg¡¡dos en los balcones, chispea en los abalo­rios de los sombreros, en el espejo de los char­cos y finJe , á lo lejos una bruma incandescente

Fragmento de una carta á UROR (Ignacio Mlchel,>

que remonta á los techos y se funde en la negra y tranquila calma de la noche, que tiene tam­bién pálidas ascuas: las estrellas. El farolillo de papel de una ventana humilde, la cazuela de manteca que alza sus lenguas de fuego arrancan­do chispazos á los azulejos de una bóveda de iglesia; todo se prende para hacer de una ciu­dad una ascua.

Tienden los vendedores su intrincado campa­mento al rojo fulgor de las luminarias: muestra su puñado de cacahuates el vendedor de tostado de horno; las cañas y las naranjas se hacinan;

, rubicundas señoras de enaguas moradas, rebozo

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caído, zapatos de charol con hebilla de estaño y . arrac~das de plata, engullen á dos manoS enchi­ladas cuyo olor irrita, 6 apuran grandes vasos de agua fresca lunto á U11 ~harro que pierde el equi­librio, se echa el galoneado sombrero atrás, hun­de toda la cara en el inmenso vaso; sin tomar. resuello 10 bebe, y lanzando un pujido se seca con el dorso de la mano las gotas que han que­dado balanceándose en sus bigotes, 6 los seca con un sonoro lengüetazo. ~se es el pueblo y

esa es su fiesta. Mira á aquel pelado que sin preocupación al­

guna ha envuelto á su amor con la misma cobi­ja que 10 abriga; aquella mujer que con un za­patero mal encarado, de grasoso fieltro, hunde los deaos en su pañuelo anudado, saca con cal­ma un cacahuate, 10 pela y se 10 come; la de más allá, que cerrando un ojo y haciendo un

. gesto, muestra los blancos dientes al partir una nuez, mientras la hermana ríe á carcajadas hun­diendo sus pu1gares en la corteza de una naran­ja, arrojando al aire las cáscaras, después de ha-ber escupido el seco bagazo de una caña ..... .

Aparecen estravagantes grupos; cuatro ó cin­co amigos que se empujan, de todo ríen estúpi­damente, hacen un retruécano de cualquier pa­labra ...... Uno de ellos, el que va cob~jado con una frazada roja, el de sombrero abollado, lleva escondida una guitarra cuyos entorchados gimen en voz baja ...... Hablan á un matón de sombrero de copa alta, de pelo, y toquilla que parece ca­ble. Aquel que porta enorme pistola cuyo cañón le llega casi á las corvas y que saca una botella de rejillo y la ofrece riendo con media boca.

-Usté compadre. -No, usté primero. -Ande, D. Celedonio. -Vaya, con permiso. Yel nzáistro músico, tocándose el sombrero,

da un largo trago: tres veces ~a subido y bajado su nuez voluminosa, medio cubierta por la eriza patilla. •

y así van llegando grupos y más grupos. En­sabanados, mujeres enmarañadas, verduleras que· comen buñuelos; honrados carpinteros que se montan á sus hijos en los hombros para que vean, mientras la esposa arrulla al recién naci­do que llora y hace exclamar á una vieja llena de buenos consejos:

-No le vayan á. machucar al niño en esta

bola. Cuídese elpañito, mialma, porque empu­j'an para ro.bar .

Más allá brindan los que lo !tacen bien, por la amistad y los compadres.

Crece el- gentío; el calor y la presión son inso­portables; los más democráticos olores envene­nan la atmósfera, ya con hálitos de gallinero, carpintería, cola, cuero, humo de enchiladas y buñuelos; vapores de aguardiente, pólvora de los cohetes, frutas machucadas y ocote quemado.

El rumor ensordece; es un rU11l-ru11t crecien­te, del cual se levantan los gritos que se bara­jan: ¡Allostao d~ /ZOYltO, aprébelo, aprébelo! ¡ Ta­malitos cernidos de chile, de dulce y de manteca.' ¡ Cuartillas de nara1ljas, cuartillas.'

Los ecos de la música del Zócalo se pierden, truena uuo que otro cohete, y suena la bocina de los trenes que apenas pueden atrvesar el com-, pacto gentío ...... Empiezan á templarse las gui~ tarras; voces de ebrios entonan el Tttli tulipan ... Una voz gruesa canta:

Estaba lt1t payo .sentado tuli, tuli pa1t.

Imposible oirlo; un nevero con acento de ba­jo ha gritado: ¡Cu~rtilla de nieve! ¡canúuutos .... nevados! Han sonado horas en el reloj de Cate­dral: va á llegar el instante, el tumulto se cal­ma; se oye una rechifla feroz: son los pilluelos que no dejan pasar á U11 arqueológico simón ..... Un señor de Celaya asoma la cabeza por la por-tezuela ...... Una maritornes le suplica á un roto que no la empuje.

-Creen que porque son decentes .... los ca tri-nes con todo y levita son más ordinarios ....... . . que U110 con todo y que es pobre.

U n cohete cruza los aires y deja caer en el oscuro espacio la lluvia de sus chispas d@ colo­res, y un ¡aah! ¡aah! de la boquiabierta plebe lo saluda, ó el eco de un bur16n: ¡se zurró! cuando se apaga sin tronar.

¡Atención! Va á llegar la hora. A duras penas atraviesa el tumulto no sé que sociedad con sus estandartes y su procesi6n de faroles de papel y hachones de brea; las guitarras se tiemplan de nuevo, los pistones de algunas músicas de vien­to se preparan; los pescuezos se alargan; estre­mece á la multitud un flujo y reflujo de mar po­derosa. La aguja del reloj de Palacio va á .reco­rrer un minuto; se da el último trago de aguar­diente, los charros apuntan al cielo con sus pii-

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tolas, avivan los tizo~es para prender cohetes los pillflelos, blanquean las camisas en las t-o­rres de Catedral¡ ~e ha abierto lá vidriera del balcón de Palacio ...... ¡El más profundo silen-cio!. .... · .... ~e asoma cl Presidcnte ...... agita los ' brazos tremolando un pabellón .. . ... ¿Qué dice? ¿Qué milagrosa frase clama?

Responde un grito inmenso, atronado!"¡ es un solo acento poderoso que conmueve los aires' , , responden las campanas al vuelo en un sólo re-pique¡ los cohetes y.las pistolas en un solo dis­paro, las músicas en un solo himno. Nada calla;

la pobre capilla de barrio sacude su rajada es­quila, la Catedral, sus imponentes campanas ma-·yores .... .. Las luces de Bengala flamean, se des-borda el rejino, los ojos se humedecen; recorre la espina dorsal no sé que calosfrío, que estre­me<:'imiento que crispa; se sienten vehémentes deseos de gritar, de llorar, de aplaudir; se ve con las lágrimas en los ojos la serena efigie de Hidalgo y se le arroja toda el alma, como una explosión de gratitud, en este grito:

Viva la Libertad!

Micr68.

LAS ESTRELLAS ERRANTES (FRAGMENTO>

La noché osténtase coronada de brillantes es­trellas, el aire está en calma y como adormeci· do, reina en el mundo el silencio de una paz profmida, y en el tranquilo espejo de las aguas se reflejan los astros del cielo, abriendo á nues­tros ojos un nuevo abismo. El pensamiento flo­ta entre estas dos inmensidades: el cielo infinito y el lago poblado de estrellas. De codos sobre la baranda del balcón, desde donde se dominan las aguas sombrías, el espíritu de la joven soñado­ra se ha transportado á los cielos en alas del pensamiento. 'Le parece que aquellos mundos distantes no S011 extraños á la tierra. Diríase que hay en ellos otras almas que brillan, otros cora­zones que palpitan. Ella contempla esas cons­telaciones misteriosas que trazan en la bóveda celeste simbólicas figuras, se siente transporta­da' más allá de las vulgaridades cuotidianas de la vida, y su pensamiento, que el amor ha des­florado ya con el roce de sus alas, asocia á sus sentimientos más íntimos la intangible inmen­sidad que la rodea de un impenetrable misterio.

De repente, desprendida del cielo, parece que una estrella fugitiva se desliza en el espacio y viene á caer en la Tierra. Poco después una se-

. gunda estrella sucede á la primera y en seguida otra más todavla. ¿Serán verdaderas estrellas que abandonan de súbit0 su celeste reino para alojarse en las insondables profundidades? ¿Se-

rán astros pequeños inflamados de repente en el eter y apagándose tan pronto como nacieran? ¿Serán meteoros formados en las alturas de nues­tra atmósfera, y que siguen á nuestro planeta en Sil curso? ¿Participaroi. esas chispas misterio'i:ls de la naturaleza. del rayo? ¿Anuncian alguna tempestad eléctrica en las soledades aéreas? ¿Responden á la atracción magnética del polo, como las llamas translucidas de la aurora bo­real, ó por ventura, si hemos de dar crédito á antiguas tradiciones, esa estrella errante que surca el esp~cio, es un alma pura exhalada de un suspiro supremo y que. va en busca de su ca­mino hacia el cielo? No nos cuentan también las leyendas de nuestros abuelos, que si una jo­ven 'ha sabido formular claramente un deseo en su corazón mientras dura la visibilidad de la celeste estela, ese mismo deseo ' será realizado antes del fin del año? ..... ¿Pero cuál es el deseo de una joven que no queda satisfecho desde el momento en que ella lo siente, y cuál la estrella que pudiera permanecer sorda á las súplicas de sus hermanas de la Tierra?

Fugitivo meteoro que se desliza en el espacio, ¿no es la estrella e rra 11 te algo así comQ la imagen de la vida, de la vida que no es más que un sue­ño y que pasa como un sueño? Durante muchos siglos, parece que la ciencia no supo explicar ese fen6men0 tan vago é impalpable, y la astrQ-

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nomÍa levantó su espléndido edificio excluyendo el problema. Empero la curiosidad humana, cau­sa de todos los progresos realizados por nuestra raza sublunar, quiere resolver todas las cuestio­nes, el análisis científicc, quiere conquistar to­dos los dominios, y Muestro gran siglo no podría ir á reunirse con sus antepasados sin que este problema de la física quedara resuelto como uno de los más importantes y graves del conocimien­to de la naturaleza. Y, en efecto, el estudio de las estrellas errantes acaba de revelarn03, UU;! vez· más, que en ia creación no hay nada insignifi­cante, que el acaso no existe, y que todo el me­canismo de este cuerpo inmenso qlle llamamos el universo,está sometido á leyes absolutas, que reglan lo mismo la caida del copo de nieve que \ el curso" del sol en la inmensidad de los espa cios. , Y después que hemos llegado á conocerla y á

saber de donde procede, la eslrella errante ofre­ce á nuestro espíritu . mayor importancia é inte­rés del que tenía en los días de la ignorancia 'j

del misterio. La ciencia abre horizontes más vaS­tos que la poesía más sublime. En otros tiem­pos, Hesiodo creía dar una idea grandiosa de la dimensi6n del uuiverso, diciendo que el yunque de Venus habría necesitado nueve días y nueve noches para caer desde lo alto del cielo á la Tie­rra. iN ueve dí~s y llueve lloches! Para llegar hasta nosotros una bala de caii6n, lanzada d(!Sde la estrella más próxima, debería marchar, sin detenerse jamás, casi durante dos millones de años . ........ Parece que la estrella errante se des-liza en el espacio á unos cuantos ~entenares ó millares de metros de nosotros, y, efectivamen­te, atraviesa con frecuencia la atmósfera á urws cien kil6metros distantes de nuestra vista. El ojo se engaña siempre en estas distancias, tanto en longitud como en latitud. Un día recibí un despacho de Milán, participándome que la no­che anterior había caido un admirable bólido, en la parte norte de la ciud~d y sin duda á unos cuantos kil6metros. En el mismo día recibí de Milán una carta en que se me describía la caída del meteoro enellago de Génova. Y por último, en una tercera comunicaci6n de Chaumont me aseguraban haberlo visto caer - cerca de la ciu­dad. Para los habitantes de Boulogne sobre el mar, el b6lido había caido en la Mancha y aún habian escuchado clarament~ ~l -ruido que pro-

dujera. En efecto, había estallado en Inglaterra, más allá de Londres, no lejos de Oxford: ..... Se oye á veces un ruido estridente, como el rodar de un trueu9, una explosión semejante á la de un cohetazo; imaginémosllos cuán grand·e no se­rá esa explosi6n para que, á pesar de un aire tan rarificado, s~a lo bastante violenta para que pue­da oirse en la Tierra, y á veces hasta en un ra­dio de cien kilómetros! .... Las estrellas errantes nos vienen de las profundidades del espacio, de millones y billoneS de kilómetros, y son tan an­tiguas como nuestro propio munde . . El estudio de ellas constituye hoy uno de los capítulos más iuteresantes de toda la ciencia moderna.

Las estrellas errantes son pequeñas partículas cósmicas, que generalmente no pesan sino algu­nos gramos, y con frcl:uencia menos todavía, y se componen principalmente de hierro y carbo­no. Viajan en enjambres por el espacio, circu­lando al rededor del Sol á manera de cometas, y describiendo elipses á través de'la ruta que des­cribe la Tierra anualmente al rededor del m.is­mo astro; las estrellas · errantes vuel ven á encon­trar á nuestro planeta, y en una noche puede contemplarse la aparición de un número consi­derable. No son luminosas por sí mismas, sino que su luz dimana de la transformaci6n de sus movimientos en calor. Su velocidad es maravi­llosa: 42,57° metros por segundo. Nuéstro pla­neta gira al rededor del Sol á raz6n de 29,460 metros por segundo. Cu.ando contemplamos de ftente una lluvia de estrellas errantes, el cho'lue es entonces de 7:¡,ooO metros de velocidad en el primer segundo del encuentro. Si la estrella cae á nuestras espaldas, esa niisma velocidad puede descender á 16,5°0, pues por término medio es de 30 á 40,000 metros. La frotación causada por este choque produce un calor de más de 3,000 grados centígrados. El corpúsculo meteórico se calienta y se inflama; y si en tan alta tempera­tura no se ha fundido y volatilizado, podrá-enton­ces sallir de nuestra atmósfera, después de haber atravesado sus altitudes rarificadas. · Pero en la mayor parte de los casos debe evaporarse, que­dar ene! seno de nuestra atmósfera y llegar.len­tamente á la superficie del suelo bajo la forma de depósito. Se calcula que anualmente nos caen 146 billones, cuyo número consideraQlc contribuye á aumentar la masa de la Tierra.

Las estrellas errantes, bólidos y uranolitos,

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encuéntranse igualmente asociados, y por los es­tudiosá que han dado lugar constituyen hoy U110

de los ramos más importantes de la física celes­te, yal mismo tiempo de los más fecundos. Esto ha dailo lugar á suponer, y 110 sin algún funda­mento, que los mundos, después de su total ex­tinción, pueden disolverse en polvo meteórico y

que este polvo á snvezpnede servir para la composición de lluevos mundos.

Como se ve, la solitaria y crrabunda estrella que la joven soñadora ha contemplado sobre el manto del cielo, desplegando á nucstros ojos in­mensos .horizQntes, viene ~ contarnos los episo. dios de la historia del uni verso; y esta rálida estrella, que nosotros nos sentimos inclinados á llamar; como el poetá:

«Lágrimas de oro sobre el zafir,"

(Justo Sierra.)

y á la cual· podríamos también interrogar:

¿D6ude vaS tú, bln bella, á la hora del siJencio, A descender cuál perla en el profundo mar?

AZUL Entona la campana su cllnción de bronce, y

en lo alto del mástil flamea el gallardete tricolor de la Patrio. En las calles, la multitud ondea en movimientos vagos; se deja llevar por unaráfa­ga de delicia: siente la dicha 4.e vivir; avanza en oleaje palpitante. Regueros de luz se prenden, á lo lejos,en caminos aéreos; rompe lá densa nie­bla de la noche una llUvia de fnego; vibran las Dotas de la banda militar y el mar humano ilu­minado, de pronto, por el reflejo cárdeno de una luz de Bengala, finje cuadros rojizos que seme­jan lagos de sangre.-La Oapital brilla en estos días como una ascu~, resplandece y se agita; y el vecindario se lanza á la vía pública deseoso de conquistar su pedaJ:o de dicha en esta etapa de gloriosos recuerdos; desenrrolla la serpiente sus anillos de múltiples colores; en los pórticos de los teatros se arremolina la multitud, brega, lucha, y el hervor democrático arroja sus burbujas de dicterios y eleva su vapor de injurias.-Y en me­dio de esta inmensa hornaza de pasiones encen-

no es más que un meteoro fugitivo que acaba de trasportarnos al pleno cosmos, á ese laborato­rio infinito donde se juegan los destinos de los mundos. Nada se crea, nada se pierde. El áto­mo imperceptible que cruza por el éter y que 110 es visible á. nuestros ojos más que por su enCtlentro con nuestra atmósfera, viene desde las edades más remotas de la historia del uni­verso, y siempre encontrará en el porvenir mu­CllOS mundos. Eternidad! Infinito! ¿No son nues­tras mismas al mas pensadoras, estrellas erra- . bundas de un cielo espiritual que atravesamos sin conocerlo, vibrando bajo las leyes misterio­sas, viviendo de deseos y esperanzas, de alegrías y tristezas, bri\1ando un instante por n.estro encuentro con el mundo material, para entrar de nuevo en la inmensidad que todo lo absorbe? Cada segundo nace y muere un sér humano; otro tanto se obselT1 cnn 11'1 estrellas errantes. Atomos, nada . .... ..... :. l\fas para nosotros, esa nada es todo.

{)alDllo Flammarl6110

PALIDO didus, el retrato del Padre parece acariciar con mirada blanda y sonriente al buen pueblo que lo aclama.-Y cuando ya se han disipado los últi­mos ecos de las fiestas p&trias, el grave bmJto del vif'jo cura eonserva aún en su rostro una ráfaga lunlinosa de luz celeste.

* * * Oovadonga es el nombre de la formación de

un pueblo. Mé7.clase á la epopeya la religión y sirve para unir en uno dos sentimientos: jamás en nación alguna, como en España, se ha compe­netrado la idea de la Pab;ia con la idea de Dios. El y ella hú,nse fundide en el corazón español, y por ella y por El, Oovadonga es un imborrable

símbolo. En lo alto de aquellas montañas, la Oruz ex­

tendía sus brazos eternamente abiertos. Y allí, agonizaba una raza; moría lentamente, COffi6 un gigante sepultado en lo profundo de una caver­na.-,Oovadonga es el supremo grito de desespe-

Page 16: fVISTÁ · ZULfVISTÁ · ZUL TOMO l. MÉXICO, 16 DE SE~IEMBRE DE 1894. NUM. 20. EL PADRE , O rué Hidalgo un genio para la guerra, como 10 fué Morelos; ni un batallador, G' como los

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ración que es, á veces, el que da la victoria: sin fe y sin suelo, los últimos restos de un pueblo fuerte, saturados de aire acre y sano de libertad, desprendiéronse un día de las elevadas cumbres: venían de arriba, casi del cielo; y en aquel ama­necer, la claridad indeci sa del alba vino á des­plegar su leve gasa por nuevos horizontes en­sanchados á la Cruz y á la Patt'Ía.

* '" * Aida.-Rigoletto. Arrancad las portadas de

estas dos 'páginas musicales y examinadlas des­Ímés con detenimiento. Nadie diría que la ins­piración que tmsladó al pentágrama el poema del gran ]frico ft'an cés, trazara el cuadro de la trisle leyenda que ha buscado refugio bajo ese cielo azul cuyo horizonte corta la sombría masa de las pirítlnicles, El gallardo calavera que ento- . na alegremente su refrán; no podría sospechar los vínculos de sangre que lo unen á la dulce Aida, y el viejo bufón del rey pasaría por delan­te uel monarca ctiope sin conocer la comunidad de sus orígenes.

Rigoletto representa en la historia de Verdí la idea romántica, de cuyo gran maestro tomó. el asunto. La harmonía se desborda en torrentes, co­rre libremente y se esparce por los aires bulli­ciosa y desordenada, como esos arroyuelos 'lue forman las corrientes de la montaña. La inspira­ción salta por encima del obstáculo: lo deshace, lo nulifica; .se apodera de la nota y la lanza so­nOla y vibrante.

La música entonces huye de todo razonamien­to; es libre, como el pájaro, y como él, remonta su vuelo á elevadas re&iones. Se asimila todos los reflejos, copia touos los coloridos, busca to­das las palpitaciones, remeda todos los dolores; pero siempre allá, en el fondo, hay algo que se es­capa al análisis; algo exuberante, pero muy rá­pido, que disipa la lágrima que asoma á la pu­pila.

Las últimas frases de Gilda llegarían á impre­sionar hondamente si la canzonetta del rey Fran­ciscono se hubiese fijado en nuestros oidos. Se abren las puertas á aquella risa franca y espon­tánea del rey galanteador y se pasan por alto las convulsiones de agonía que agitan al pobre de­forme.

Gilda es una blanca figura que se destaca del marco en que ha sido colocada, pero este marco

es de tal brillo, que la imágen triste y medita­bunda se va borrando poco á poco para no re. cordal' siuo la esbeltez de los contornos que la rodean.

¡Cuán distinta A'ida! La esclava etiope recla­ma para sí toda la atención , Ama con la fue~za que comunica un sol abrasador, que hace circular lava en las vénas; la pasión avasalla y se hace dominante. To-la debe ser allí impetuoso y vi­vaz.

El amor verdadero es un elemento de bon­dad. Una nueva claridad ha iluminado nuestra alma. Todo es hermoso, todo sonríe, todo forti­fica. Las ideas son luz; los pensamientos oracio­ues. Aida se .siente trasfigurada.

Un rival encuentra la pasión: la patria. Pero la patria y la pasión se ~ompletan para Aida. No puede triunfar la una sin inmolar á la otra. y sin embargo, Aida no las aparta: las. confun­de en un solo sentimiento y se c~mplace en her­manarJas. Verdi ha iniciado su segunda época. El objeto del poema musical es claro y distinto; no hay detalle que lo oscurezca y el espíritu no fluctúa entre dos corrientes opuestas. La inspi­ración, esta vez, ha sido encauzada; nada de exuberante, pero nada tampoco de desordenado. La harmonía está impregnada de la dulzura de la amada de Radamés; los cantps místicos, los gritos de victoria, los ayes del vencido, todo des­aparece ante Aida. Ella sola es la que reina. La última nota que se recuerda salió de sus labios y penetró dentro de nuest\-o corazón; nada viene á turbar este recuerdo.

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No me alcanza el tiempo para hablar' de la Compañía de Sieni; de la voz vibradora, triun­fante de 'Signorini; de la dulce, aterciopelada, de la Srita. D' Arneyro; de la bella Santare1li; de la inspirada Corsi; de Serbolini, viejo amigo nues­tro; de Carobbi y de Anna; de la esquisita Pe­tigiani; todos reclaman un 1ugar aparte en este rinconcito de pálido azul, nota p~rdida en un concierto de colores.

* * * y en esta semana de recuerdos magnos, une

la Revista su voz para ofrecer su home~aje de respeto al Jefe de la Nación.

Petlt Bleo.