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1 GUÍAS DE LECTIO DIVINA “Señor, ¿a quién iremos?” LA NUEVA CREACIÓN Jn 2, 1-12 ©Wiesław Jarek/123RF.COM

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Guías de Lectio divina

“Señor, ¿a quién iremos?”

La nueva creaciónJn 2, 1-12

©Wiesław Jarek/123RF.COM

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Guías de Lectio Divina

LA NUEVA CREACIÓNJn 2,1-12

DISPONERNOS EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR

Coordinador: Como comunidad reunida tomamos conciencia de estar en la presencia de Dios, disponiéndonos a escuchar aten-tamente su Palabra confiados en su poder transformador:

Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envíe (Is 55, 10-11).

Nos hemos dado cita para leer, meditar, orar, contemplar y apli-car la Palabra de Dios a nuestra situación concreta. La Pala-bra de Dios se dirige personalmente a cada uno de nosotros, pero también es una Palabra que construye comunidad, que edifica la Iglesia peregrina, siempre en marcha. Uno de nuestros hermanos mayores más queridos, el filósofo judío Emmanuel Lévinas, en un bellísimo libro, afirma:

“La eternidad el cristiano la vive como una marcha, como un camino. La Iglesia cristiana es esencialmente misión. Desde la Encarnación hasta la Parusía, el cristianismo atra-viesa el mundo para transformar la sociedad pagana en sociedad cristiana. Camino eterno por no ser camino de este mundo” (Difícil libertad, Madrid 2004, pág. 241).

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La nueva creación

LECTURA Jn 2, 1-12

¿QUÉ NOS DICE ESTE PASAJE DEL SANTO EVANGELIO?

1 Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2 Fue invitado también a la boda Jesús con sus discí-pulos. 3 y no tenían vino, porque se había acabado el vino de la boda. Le dice a Jesús su madre: “No tienen vino”. 4 Jesús le responde: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. 5 Dice su madre a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga”. 6 Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. 7 Les dice Jesús: “Llenen las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. 8 “Sáquenlo ahora, les dice, y llévenlo al mayordomo”. Ellos lo llevaron. 9 Cuando el mayordomo probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el mayordomo al novio 10 y le dice: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”. 11 Tal comienzo de los signos hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. 12 Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días1.

Coordinador: Para una adecuada comprensión de lectura, ha-remos algunas anotaciones de índole exegético sobre el simbólico relato joánico de las bodas de Caná justo cuando empieza el ministerio de Jesús.

“Tres días después” (v. 1a), del encuentro con Felipe y Natanael.

El cuarto evangelio se abre con una semana completa, descri-ta casi día con día, y que concluye con la manifestación de la gloria de Jesús, y sus discípulos creyeron en él (cf. v. 11).

1 El texto del Evangelio y todas las citas bíblicas las he tomado de La Biblia de Latinoamérica. Edición revisada 2005.

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“Estaba allí la madre de Jesús” (v. 1c). Ella está presente en el primer milagro de su hijo que manifiesta su gloria, y de nuevo en la cruz:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Lue-go dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aque-lla hora el discípulo la acogió en su casa (Jn 19, 25-27).

Notemos que es evidente la correspondencia en varios rasgos en las dos escenas, en particular, el modo cómo Jesús se dirige a su madre.

“¿Qué tengo yo contigo, mujer?” (v. 4a). Jesús emplea un se-mitismo bastante frecuente (cf. Jc 11, 12; II Sm 16, 10; 19, 23; I R 17, 18; Mt 8, 29; Mc 1, 24; 5, 7; Lc 4, 34; 8, 28). Su respuesta es negativa y muy muy ruda, ¿por qué tienes que meterte en mis asuntos? Implica el rechazo de una inter-vención que se juzga inoportuna, más aún supone a alguien con quien no se quiere mantener relación alguna. Así le res-pondió a Jesús un hombre poseído por un espíritu inmun-do que se puso a gritar: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quien eres tú: el Santo de Dios” (Mc 1, 24).

El que un hijo se dirija a su madre diciéndole: “Mujer” (v. 4b) es algo insólito, que como hemos visto se repite en 19, 26, donde su significación se aclara: “Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho esto […] Enemistad pondré entre ti y la mujer […] El hombre llamó a su mujer ‘Eva’, por ser ella la madre de todos los vivientes” (Gn 3,14-20). El nombre de Eva (jawwah), es explicado por la raíz jayah que significa vivir. María es la nueva Eva, la madre de los vivientes.

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“Todavía no ha llegado mi hora” (v. 4c). La “hora” de Jesús es la hora de su glorificación, la hora de la pasión y resurrec-ción de Jesús, de su vuelta a la diestra del Padre. El evangelio señala su proximidad: “Querían, pues, detenerlo, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora” (7, 30; cf. 8, 20; 12, 23.27; 13, 1; 17, 1). Se trata ante todo de que el tiempo de Jesús, su “hora”, es radicalmente distinto del tiempo de los hombres. Jesús no está dirigido desde fuera, sino desde dentro. La “hora” de Jesús depende de la voluntad de su Padre, no podrá ser adelantada. Con todo el milagro conseguido con la intervención de María será su anuncio simbólico.

“Hagan lo que él les diga” (v. 5). A pesar de la respuesta de Je-sús, su madre no se da por enterada, porque conoce mejor que nadie la bondad del corazón de su hijo. Ella sabe quién es su hijo y él quién es su madre y por eso la constituye en el momento supremo en la madre de los creyentes.

“Tal comienzo de los signos (semeiõn) hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discí-pulos” (v. 11). Al igual que Moisés (cf. Ex 4, 1-9. 27-33), Jesús debe realizar “signos” para probar que ha sido envia-do por Dios, ya que sólo él puede obrar contra las leyes de la naturaleza:

Fue éste –Nicodemo– a Jesús de noche y le dijo: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos (semeia) que tú realizas si Dios no está con él” (Jn 3,2).

Sabemos que Dios no escucha a los pecadores –habla el ciego de nacimiento–; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás he oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada (Jn 9, 31-33).

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MEDITACIÓN

Coordinador: Para la actualización de la Palabra, los invito a me-ditar tres matices importantes del texto: la invitación joánica a contemplar desde la fe; la actuación de María como madre solícita y preclara maestra; y, la consagración del matrimo-nio por parte del Señor Jesús (Jn 2, 1-11).

En primer lugar: Ver en profundidad. El autor del cuarto evangelio es un teólogo consumado, quien seleccionó unos hechos de la vida de Jesús, entre los que sobresalen siete milagros, que concibe como “signos”: flechas indicadoras que impulsan a ver más allá del episodio concreto, a contemplar una rea-lidad más profunda. Donde lo definitivo no es que Jesús cure a un ciego, ni alimente a una multitud, o resucite a un muerto, sino que Jesús es la Luz (cf. 8, 12), el Pan bajado del cielo (cf. 6, 41), la Vida (cf. 14, 6).

De los siete milagros, seis revelan similitudes con los reseña-dos por los sinópticos, excepto éste, que carece de paralelo en aquella tradición. Mediante dichos “signos” Juan ofre-ce extraordinaria materia de contemplación, su intención fundamental, como explica al concluir su obra, radica en provocar la fe en Jesús:

Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos (semeia) que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nom-bre (Jn 20, 30-31).

Los invitamos a meditar este pasaje del santo Evangelio a la luz de ésta perspectiva que su autor propone.

En segundo lugar: María, madre y maestra. A los tres días del encuentro de Felipe y Natanael con Jesús, el evangelista sitúa en su obra una boda en Caná, completando así el marco de una semana,

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que simboliza un tiempo nuevo, una nueva creación. Al enlace matrimonial asiste “la madre de Jesús” (v. 1). Es el primer personaje mencionado y desempeña la misión de informar a su Hijo de la terminación del vino: símbolo de la alegría:

Yahvé, me has dado más alegría interiorque cuando abundan en trigo y en mosto (Sal 4, 8).

La respuesta de Jesús es áspera, pues conforme a la perspectiva teológica joánica es inoportuna en el proceso de la vocación de Jesús, quien afirma: “Todavía no llega mi hora” (v. 4). La reacción de María es extraordinaria por la confianza en su Hijo, ya que a pesar de la contestación, solicita a los sirvien-tes ponerse a las órdenes de Jesús (véase v. 5). El evangelista presenta a María como esclarecida pedagoga y cristóloga comprometida. La escena continúa desarrollándose hasta terminar ratificando su objetivo: “Así manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos” (v. 11).

En tercer lugar: El primer “signo”. La Biblia comienza y finiquita con historias de parejas: el relato de Adán y Eva, y el gri-to orante de la Iglesia que espera el retorno de su esposo: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20). Que el evangelista esco-giera el episodio de la boda como el primer “signo” realiza-do por Jesús es significativo por indicar que en la vocación matrimonial cristaliza una nueva creación.

El hombre, en el amor, es “creado nuevamente”. Incipit vita nova, decía Dante (Vita Nuova I, 1), la vida de la nueva uni-dad, de los dos en una carne. La verdadera fascinación de la sexualidad nace de la grandeza de la apertura de este ho-rizonte: la belleza integral, el universo de la otra persona y del “nosotros” que nace de la unión, la promesa de comu-nión que allí se esconde, la fecundidad nueva, el camino que el amor abre hacia Dios, fuente de amor (Benedicto XVI, Discurso, 13.5.11, en Pensamientos del Papa sobre la mujer, Selección de textos de Anna María Cànopi y Lucio Coco, Buena Prensa, México, D. F. 2013, p. 12).

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Conforme al plan divino en cada unión matrimonial el hombre y la mujer re-nacen a una nueva existencia. Lo cual ilustra un poema compuesto por Unamuno cuando murió su amadí-sima esposa:

¿Fue ella?¿Fui yo quien se murió?¿Fue ella? ¿fui yo quien morí?Pues yo no se quién...

ORACIÓN

Coordinador: Vivamos, ahora, nuestra vocación esencial, como enseñan los Santos Padres: “Las aves vuelan, los peces na-dan, el ser humano reza”.

Debemos dejar que Dios nos hable en el silencio, sin avasallarle con nuestros problemas, preocupaciones y ruegos incesan-tes. La oración es Dios y yo, no yo y Dios. Dispuestos a contactar la trascendencia del silencio, atentos frente a esas distraccio-nes que nos invaden y provocan que perdamos el sentido de la presencia del Señor, pues si de verdad queremos hallarlo en la profundidad de nuestras almas, hemos de dejar fuera todo lo demás, incluso a nosotros mismos.

Avanzar en la vida de oración significa avanzar en la escucha de Dios. El papa emérito, en un documento precioso, que habla sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, enseña: “Ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que pode-mos ver: Jesús de Nazaret” (Verbum Domini 12). El Santo Padre Francisco, en su Exhortación apostólica: La alegría del Evangelio, refiere: “Jesús es el primero y el más grande evangelizador” (n. 12). Recurramos al magisterio de los santos, en nuestro caso particular al de santa Teresa de Jesús, quien propone contemplar a Jesús: “Libro vivo”.

Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.

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Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con ustedes y no me conoces, Felipe?El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”.¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? (Jn 14, 9).

En una atmósfera de oración, en la presencia del Señor Jesús, preguntémonos: ¿A qué nos invita como comunidad, y a cada uno en lo personal, este hermoso texto del santo Evangelio?

CONTEMPLACIÓN-ACCIÓN

Coordinador: San Ignacio de Loyola insiste en la lectura con-templativa de los pasajes evangélicos; sugiere que la “com-posición de lugar”, a la que se refiere ya desde el primer preámbulo de su obra, es muy conveniente para una certera compresión:

Aquí se ha de notar que en la contemplación o meditación visible, así como contemplar a Cristo nuestro Señor, el cual es visible, la composición será ver con la vista de la imagi-nación el lugar corpóreo donde se halla la cosa que quiero contemplar. Digo el lugar corpóreo, así como un templo o un monte, donde se halla Jesu Cristo o nuestra Señora, según lo que quiero contemplar (Ejercicios Espirituales 472-4).

El centro de nuestra fe cristiana no es que Jesús sea Dios, que

lo es, ni que sea hombre, que lo es, sino que Jesús es el Dios-hombre. Nuestra contemplación debe nacer de la humildad ante el Misterio de Jesús:

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios,y la Palabra era Dios […]Y la Palabra se hizo carne,y puso su Morada entre nosotros,y hemos contemplado su gloria […]Porque la Ley fue dada por medio

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de Moisés; y la gracia y la verdad nos han llegadopor Jesucristo.A Dios nadie le ha visto jamás:el Hijo Unigénito,que está en el seno del Padre,él lo ha contado (Jn 1, 1-18).

Por ello todas las escenas evangélicas donde contemplamos a Jesús entrañan un presente infinito, un presente que no se agota. Al situarnos en los pasajes evangélicos, según reco-mienda Ignacio, experimentaremos el tacto del Dios-hom-bre, quedaremos deslumbrados hasta las lágrimas, por sus múltiples esplendores y atisbos de eternidad. Lo que perci-bimos es el instante de la tempiternidad, porque la experiencia orante no se mide por el tiempo.

La importancia reside en la Palabra convertida en oración. En-tonces la oración se vuelve presencia, encuentro con Cristo. El espíritu es creador gracias a esos encuentros. Cuanto co-nocemos a través del acto del conocimiento, lo cambiamos, y a la vez somos transformados por nuestros conocimientos, suscitando así una hermenéutica pletórica de significados.

El tiempo y el espacio son componentes lingüísticos imprescin-dibles para describir la realidad. María, madre lindísima, se da cuenta de la situación: se ha acabado el vino en aquella boda, y el vino simboliza la alegría. Recurre a su hijo y úni-camente le hace saber lo que pasa. Jesús le responde muy feo, como si no quisiera tener nada que ver con ella, ni siquiera le dice mamá.

Jesús, amigo, el hombre venido de Dios, no te entendemos, pero sabemos que siempre actúas con bondad, haciendo el Bien bien. Ante todo y sobre todo la voluntad del Padre, que como tú mismo nos dices es tu alimento, es decir, lo que te mantiene con vida:

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Les dice Jesús:“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviadoy llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34).

Pero semejante exabrupto y, a tu madre, ¿qué significa? Creemos que nos quieres enseñar que siempre en primerísimo lugar debemos buscar contactar con la voluntad del Padre.

A pesar de tu respuesta, María no se da por enterada, porque conoce mejor que nadie la bondad de tu corazón. Jesús, amigo, el hombre venido de Dios, la Palabra de Dios hecha presencia, que puso su Morada entre nosotros y nos permi-tes ahora contemplar tu gloria que consiste en hacer el bien, en suscitar la fe de tus discípulos, en volver la alegría a la boda. Los tiempos se anticipan por intercesión de tu madre, como en el caso de la hija de aquella madre cananea, pues no obstante de haber sido enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel, aliviaste a su hija: ‘Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas’. Y desde aquel momento quedó curada su hija” (Mt 15, 28) .

¡Cuánto admiras y respetas el amor generoso de las madres! Je-sús, amigo, primero te violentas, pero luego el corazón se te desborda. Concédenos la gracia de honrar y agradecer y celebrar el amor de las madres, así como tu lo haces!

Sí, amigo Jesús, esa nobleza de corazón que te movió a dejarnos bajo el cuidado de tu madre. Ella sí que sabe quién eres tú, su hijo, y por eso la constituyes en el momento supremo como nuestra madre, la nueva Eva: la madre de los creyentes: “Je-sús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27)

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Pide la gracia de tener conocimiento interno del Señor Jesús. De contactar con ese corazón tan suyo que no le cabe en el pecho, y que en Caná de Galilea manifestó su gloria por intercesión de su madre y sus discípulos creyeron en él.

“Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad” (Verbum Domini 87). Esto nos invita a llevar lo escuchado en oración en el texto a la propia vida. Nuestro ejercicio orante de la Palabra de Dios (lectio divina) implica ponerse en camino para avanzar bajo la guía de la oración contemplativa a la luz del Espíritu Santo y sus inspiraciones:

Aunque tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; aunque tenga plenitud de fe como para tras-ladar montañas, si no tengo caridad, nada soy (I Co 13, 2).

Elaborada por:Dr. Juan López Vergara