Galasso, Norberto - Qué Es El Socialismo Nacional

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  • Qu es el Socialismo

    Nacional? Norberto Galasso

    (Germinal Ediciones

  • Galasso, Norberto Qu es el socialismo nacional? - la ed. - Rosario : Germinal Ediciones, 2010. 152 p.; 20x14 cm.

    ISBN 978-987-24418-2-1

    1. Historia Poltica. I. Ttulo CDD 320.53

    Primera edicin: 1973, Ediciones Ayacucho, Buenos Aires

    2010 Germinal Ediciones Sarmiento 939 Rosario Santa Fe Argentina Tel: 54 341 4403033 E-mail: [email protected]

    Queda hecho el depsito que establece la ley 11.723 Prohibida su reproduccin total o parcial

    ISBN N 978-987-24418-2-1

    Diseo Editorial y tapa: Estudio Metonimia | Lucas Mililli www.estudiometonimia.com.ar | [email protected]

    Correccin: Esteban Langhi

    Este libro se termin de imprimir en abril de 2010 en ART de Daniel Pesce y David Beresi SH. San Lorenzo 3255 Tel. 0341 4391478 2000 Rosario Santa Fe Argentina

    Advertencia del autor

    La expresin Socialismo Nacional ha sido preferida en este libro a otras que, desde una ortodoxia ideolgica, pueden parecer ms correctas: socialismo, socialismo de raz nacional, socialismo del mundo colonial. Me he deci-dido por la que da ttulo al libro para remarcar las diferen-cias con aquellas corrientes socialistas que desconocen la cuestin nacional existente en la Argentina y que preten-den importar mecnicamente experiencias revoluciona-rias lejanas, sin reparar en las condiciones especficas de la Argentina y de Amrica latina.

    N O R B E R T O GALASSO, 1973

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  • Prlogo

    Norberto Galasso no merece mayor presentacin. Su obra, enorme y variada, se ha consolidado a travs de los aos convirtindose en una de las ms ricas de nuestra cultura nacional.

    Casi en soledad, en brega contra las academias y el sis-tema de enajenacin cultural que representan la coloniza-cin pedaggica ha llevado su mensaje nacional y popular a varias carnadas de argentinos y latinoamericanos.

    Este libro Qu es el socialismo nacional?, es una prueba de la aptitud de Norberto para explicar los temas ms complicados con una sencillez sorprendente. Escrito con la idea de incidir en los acontecimientos de mediados de los 70, a ms de 30 aos de elaborado mantiene toda su actualidad.

    Ms all de aspectos anecdticos o referencias de poca, sigue siendo un material de inters para aquellos que busca-mos una Amrica Latina unida bajo las ideas del socialismo.

    La actual realidad continental, con gobiernos naciona-les y populares en el poder, le da a este texto una vigencia palpitante. Qu son Hugo Chvez o Evo Morales sino so-cialistas nacionales del siglo 21?

    Y un aspecto muy importante que no quiero obviar en este breve introito: la vigencia del marxismo como con-cepcin del mundo. Norberto nos explica en el captulo

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  • Qu es e l So c i a l i smo Nac i ona l ?

    agregado a la nueva edicin que slo el marxismo nos puede dar la clave para entender el derrumbe del socia-lismo real, y como si esto fuera poco, en plena crisis del capitalismo en escala mundial, el anlisis de Marx nos da una explicacin global de la hecatombe a la que estamos asistiendo.

    Por supuesto, el marxismo vivo no es el osificado de las academias y manuales, sino aquel que toma de la lucha de clases cotidiana su fuente de vida y existencia. En esta tradicin se encuentra el libro del maestro y amigo.

    Una obra que aspira a introducir a los jvenes en el socialismo latinoamericano y a los viejos ayudarnos a clarificar nuestras ideas para proseguir la lucha por un mundo sin verdugos ni explotadores.

    G U S T A V O BATTISTONI

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    Prlogo del autor

    Este ensayo acerca del Socialismo Nacional fue redactado entre marzo y octubre de 1973, no desde la torre de mar-fil, ni desde alguna silenciosa y acogedora biblioteca, sino al tiempo que el autor participaba activamente en las tu-multuosas movilizaciones populares de esos meses: desde el festejo del triunfo electoral del 11 de marzo hasta el nuevo triunfo del 23 de setiembre, pasando sucesivamente por la pueblada del 25 de mayo, la concentracin del 20 de junio en Ezeiza, la manifestacin de 21 de julio, el acto en el estadio de Atlanta del 22 de agosto y el desfile de traba-jadores y Juventud frente a un balcn de la CGT , el 31 de agosto, desde donde saludaba Pern.

    Por esta razn, el lector advertir que a menudo el co-razn del militante se sobrepuso al cerebro del ensayista. Creamos que estbamos a punto de asaltar el cielo y el en-tusiasmo desbordante nos obnubilaba, a veces, tanto para apreciar los obstculos que opona el enemigo, como las debilidades del propio campo popular.

    Para alguien definido ideolgicamente en la Izquierda Nacional -que desde 1965 haba colaborado con el Partido Socialista de la Izquierda Nacional orientado por Jorge Abelardo Ramos y del cual se haba apartado en 1971 por diferencias en la metodologa de construccin polt ica-

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  • Qu es e l Soc i a l i smo Nac i ona l ?

    no exista posibilidad de integracin autntica al peronismo enjundioso que regresaba al poder. Pero s exista la posi-bilidad de aportar algunas reflexiones a ese important -simo fenmeno de masas que se vena dando desde 1969: la radicalizacin y an ms, la nacionalizacin de amplios sectores medios que rompan su subordinacin ideolgica respecto a la clase dominante.

    Por eso, este ensayo se escribi desde una perspectiva independiente, aunque, el entusiasmo y el optimismo mi-litante que lo nutra produjo, ms de una vez, que se lo considerase el trabajo de un compaero de ruta de Jotap-Montoneros. Recuerdo con pesar una conversacin con Daniel, un joven peronista de mi barrio asesinado luego por el lpezrreguismo, quien me manifestaba su acuerdo casi total con el libro, salvo respecto a la crtica a la meto-dologa fierrera que, a mi juicio, reduca la poltica a la mira de los fusiles.

    Las coincidencias eran muchas y la presencia juvenil que desbordaba las calles anunciaba promisorios futuros, por lo cual me colocaba a su lado pero desde la Izquierda Nacional. Es decir, el triunfo del Socialismo Nacional, ahora invocado por el peronismo, era considerado por este en-sayo desde la perspectiva de la revolucin mundial de los pases oprimidos y no desde una supuesta teora de la comunidad organizada, superadora del liberalismo y del marxismo.

    En esa marea social impresionante que vivamos, tanto Pern, como sus muchachos, hablaban de socialismo na-cional, pero generalmente no definan rigurosamente el concepto. (El mismo Pern llegaba a sostener que tanto era socialismo nacional el de Mao en China, como el de De Gaulle, en Francia). De ah que el propsito del ensayo consistiera en aportar algunas reflexiones a la polmica,

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    NORBERTO GALASSO

    especialmente deslindando claramente al Socialismo Nacional del Socialismo internacionalista abstracto de la vieja izquierda y asimismo, del nacionalismo democrtico (o revolucionario) y del nacionalismo reaccionario.

    Luego vino la frustracin, los aos de plomo y el librito qued sepultado en un stano de la librera Hernndez, de la calle Corrientes, secuestrado junto a otros textos sub-versivos. Ya antes, la Armada se haba preocupado por prohibir su circulacin a travs del Correo colocndolo en una lista de literatura indeseable.

    Cuando retorn el juego de la democracia y se elimina-ron las fajas de clausura, los pocos ejemplares que queda-ban provocaron cierta atencin en algunos jvenes y un librero me sugiri la posibilidad de reeditarlo. Estbamos ya en los noventa, presididos por el Pensamiento Unico, el Fin de la Historia y el Consenso de Washington, con la profunda crisis del marxismo producto de la Perestroika y el desmoronamiento del Muro de Berln. Si se lea menos a Jauretche, cmo cometer la insensatez de redescubrir mi obra y lanzarla a las libreras para que los comentaris-tas del sistema le clavaran gozosamente los dientes?

    Por otra parte, los dos ltimos subcaptulos del libro eran demasiado coyunturales e incurran en diagnsticos y caracterizaciones que los acontecimientos posteriores revelaran errneos. Por ejemplo, se consideraba al Gral. Carcagno y a Jos Ber Gelbard en el campo antipopular, cuando el desplazamiento de ambos abri camino a los mili-tares golpistas y a los economistas liberales. No se haba ad-vertido que con todas sus limitaciones el nacionalismo de Carcagno (Operativo Dorrego y discurso antiimperialista en Caracas) lo converta en posible aliado, as como que el equipo de Gelbard -con su impuesto a la renta normal poten-cial de la tierra- delineaba un camino antioligrquico.

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    Esas diversas razones llevaron a que la obra quedase cubierta por el polvo, en un anaquel de la biblioteca, con-denada slo a ser un testimonio del pasado cuando haba nacido con pretensiones de ayudar a alumbrar el futuro.

    Pero, en los nuevos tiempos, varios lderes latino-americanos han comenzado a hablar del Socialismo del siglo XXI, tanto Evo Morales desde su Movimiento al Socialismo, apoyado en los descendientes de los pueblos originarios, como Rafael Correa en Ecuador combinando antiimperialismo y Teologa de la Liberacin, camino que tambin podra tomar Lugo en Paraguay. Por su parte, Cuba sigue enhiesta demostrando al mundo de qu manera un sistema socialista pueda dar la mejor educacin y la mejor salud del planeta y en Venezuela, el comandante Chvez entronca en sus discursos a Mart, Bolvar y San Martn con los maestros del socialismo.

    Mientras los grandes pases capitalistas sufren una profunda crisis, en Amrica Latina se habla de liberacin, unificacin, Banco del Sur, moneda latinoamericana, antiimperialismo, U N A S U R , comit de defensa latinoame-ricana y se cuestiona a la propiedad privada.

    En este nuevo marco histrico, aquel esperanzado ensa-yista de 1973 cree que tiene algo que aportar, especialmente cuando las izquierdas abstractas continan equivocndose, alindose a los sectores del privilegio, como ocurri en la Argentina durante el 2008.

    Ah reside el motivo de esta reedicin. Con respecto a los cuatro primeros captulos ensaysticos estoy conven-cido de que mantienen vigencia y ratifico plenamente las convicciones expuestas acerca de los contenidos funda-mentales, en tanto los procesos de Liberacin Nacional se consolidarn solamente en la Unin Latinoamericana y construyendo sociedades socialistas.

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    Con respecto a la parte coyuntural -los dos subcap-tulos finales del captulo V- sera deshonesto de mi parte eliminarlos y reemplazarlos y contar lo que ocurri con la certeza del periodista que comenta el lunes, lo ocurrido en el partido de ftbol del domingo. Por eso, prefiero re-producir la obra tal cual fue publicada hace 25 aos y agre-gar un apndice, con reflexiones que intentan explicar el curso lamentable que tom aquella historia, trgica derrota de terror y muerte, que comenz el 1ro de julio de 1974 cuando falleci el general Pern.

    N O R B E R T O GALASSO

    Mayo 2009

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  • Captulo 1

    a. Liberalismo y socialismo

    La Revolucin Francesa, entonando himnos gloriosos de Libertad, Igualdad y Fraternidad, derrumb aquel ao 1789 al decadente mundo feudal. Esa sociedad estratificada y congelada, con seores y siervos, maestros y aprendices, mercados y producciones pequeas, ornada por nobles y prelados, castillos y escudos, brujos y mitos, qued atrs. Una nueva organizacin social irrumpi en la historia. La burguesa, convertida en clase dominante, someta a los obreros libres a una explotacin intenssima y zambu-lla a ese sistema de fbricas e inventos en la vorgine de la reproduccin ampliada, hacia un fabuloso crecimiento de las fuerzas productivas. Bajo las amplias banderas de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el capitalismo se constituy en dueo y seor de la escena.

    Aquellas consignas revolucionarias, que se haban pre-sentado como conquistas de la humanidad toda, adqui-rieron entonces un cerrado contenido de clase: Libertad, igualdad y fraternidad ... para la burguesa. La demo-cracia result democracia burguesa, es decir, aparente igualdad poltica desvirtuada en su base por la desigual-dad econmica. La libertad de contratacin signific

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  • Qu es e l Soc i a l i smo N a c i o n a l 7

    libertad para explotar mano de obra pagando mseros salarios. La libertad de prensa se redujo a la facultad de publicar ideas para aquellos cuyo poder econmico Les permita poseer un peridico. Los cdigos solemnes, es-critos con mayscula bajo la advocacin de la justicia uni-versal, se convirtieron simplemente en la justicia burguesa, es decir, la orquestacin de un aparato jurdico-policaco destinado a consolidar el predominio de los capitalistas sobre el resto de la sociedad. La burguesa haba llevado la lucha contra los reyes y los nobles enarbolando los ms hermosos principios pero, ya en el poder, se haba armado hasta los dientes dispuesta a usufructuar durante muchos aos sus privilegios. Quien no fuera propietario o por lo menos amanuense de la burguesa en puestos claves -ejr-cito, iglesia, periodismo oficial, politiquera burguesa, apa-rato estatal, intelectualidad obsecuente- quedaba despro-visto de todo derecho, al margen de toda proteccin. As, la sociedad democrtica, nacida bajo banderas igualitarias, se convirti en su contrario, instaurando a la injusticia so-cial como orden normal, natural, pretendidamente eterno, custodiado por el gendarme.

    Sin embargo, la victoria de la burguesa -aparente-mente aplastante- llevaba en s misma los grmenes de su propia derrota. Cada fbrica instalada significaba un nuevo triunfo del capital, pero al propio tiempo, implicaba un nuevo nucleamiento de obreros, requisito indispensa-ble para su funcionamiento. La burguesa, al poner en mar-cha su instrumento de explotacin, creaba y organizaba, sin quererlo, a su mortal enemigo: el proletariado.

    La dialctica intrnseca del desarrollo histrico armaba a la propia burguesa, para poder vivir, con un enorme cu-chillo que era inmanejable y que si bien ahora le permita alimentarse golosamente, tarde o temprano se volvera

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    contra ella y la ultimara sin remedio. A su vez, mientras la burguesa prepotente imprima su sello a la superestruc-tura cultural, jurdica, filosfica, es decir, al aparato ideo-lgico con que disimulaba su opresin, al mismo tiempo la creciente injusticia social provocaba aqu y all la pro-testa popular y junto a ella, las primeras crticas al nuevo sistema de produccin. Aquellos que se consideraban hijos de la Revolucin Francesa y permanecan fieles al ideario revolucionario vean ahora con profundo desagrado esa apropiacin del triunfo por parte de los burgueses vidos de dinero, entregados en alma y vida a la acumulacin del capital y otorgando un msero contenido de clase a las gran-des verdades pregonadas por los filsofos enciclopedis-tas. Sin embargo, estos primeros fiscales del capitalismo achacaban los males existentes al error, al desconocimiento, por parte de los sectores dominantes, de un sistema social superior. As, crean que bastara explicar pacientemente las ventajas de otro tipo de organizacin para que la burguesa regresara a las fuentes puras del 89 y estructurara un mundo armnico junto con los obreros, donde el hombre fuera hermano del hombre. No se trataba, pues -para estos socia-listas inocentes- de que el lobo abusase en su provecho engullndose corderos, sino simplemente de que el pobre lobo desconoca otros medios mejores de vivir y segura-mente, si se dialogaba democrticamente con l en el corral, una paz duradera y justa imperara entre un lobo vegeta-riano y unos corderos felices.

    Sin restar mrito a estas primeras crticas al capitalismo, ese socialismo sentimental de Saint Simn, Fourier y Owen, entre otros, no cuestionaba en sus races al sistema im-plantado. Y sus modelos humanitarios -cooperativas, falansterios- no fueron capaces de conmover a la burgue-sa, ocupada por entonces en mantener en febril actividad

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    su aparato industrial. Era necesario, en cambio, ir ms all y explicar la naturaleza del capitalismo, su carcter tran-sitorio, su mecanismo de explotacin, sus contradicciones internas, es decir, era imprescindible otorgar a esas crti-cas un nivel cientfico, poniendo al descubierto las contra-dicciones mortales del sistema y por ende, la necesidad his-trica de su reemplazo por otro sistema social superior, sin explotados, ni explotadores. Esa tarea le correspondi a Carlos Marx.

    b. El socialismo cientfico

    El socialismo cientfico no brota del cerebro de Marx por genial inspiracin, sino que las condiciones histricas de mediados del siglo XIX -e l desarrollo capitalista, la apari-cin de la clase obrera y el nivel alcanzado por la ciencia-encarnan el socialismo en el cerebro de Marx. Las crticas al capitalismo y la necesidad de ofrecer soluciones a la clase oprimida brotan por los poros de la sociedad injusta. La idea flota en la atmsfera enrarecida donde el liberalismo bur-gus proclama el triunfo y la eternidad del nuevo sistema. Carlos Marx -y en segundo trmino, Federico Engels-son los hombres munidos de las armas intelectuales nece-sarias para atrapar esa ley de la historia que hasta ahora los hombres ignoran y sin cuyo conocimiento todo el aconte-cer humano resulta un caos incomprensible.

    Influido por el filsofo alemn Feuerbach, Marx re-chaza las mitologas, supersticiones y leyendas religiosas (concepciones idealistas) para asumir el materialismo, sos-teniendo as que la existencia genera la conciencia, es decir, que la idea no puede existir sin la materia, sino que es con-secuencia de sta. Ese materialismo, llevado al plano de

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    la historia, le permitir descubrir que la produccin de la vida material (el modo de producir, es decir, la estructura econmica y social) determina, en ltima instancia, la vida espiritual, tanto para los individuos como para las socieda-des. No es la ideologa burguesa, argumentar Marx, la que genera la sociedad capitalista. Por el contrario, es la forma de produccin capitalista la que provoca el mundo ideo-lgico burgus: defensa de la propiedad privada en la legis-lacin, el dinero como medida del prestigio social, el indi-vidualismo como norma de conducta preponderante. Es cierto que esos elementos superestructurales reaccionan a su vez sobre la infraestructura, pero finalmente son las con-diciones de la vida material -en las clases y en los indivi-duos- las que determinan la vida ideolgica.

    Pero el materialismo de Feuerbach, esttico, mecnico, le resulta insuficiente a Marx para avanzar ms all en sus anlisis. La dialctica -que aprende de su maestro Hegel-es el arma que le permite revelar las leyes del desarrollo histrico. Hegel, filsofo idealista, ha explicado que el mundo (en primer lugar la idea y luego la materia, segn su idealismo) est en permanente proceso y que ese desa-rrollo, generado por los elementos contradictorios que inte-gran toda unidad, no se produce en lnea recta, sino en espi-ral (tesis-anttesis-sntesis y sta, a su vez, convertida en otra tesis, en un plano superior, enfrenta a otra anttesis generando otra sntesis y as sucesivamente) y que, de tanto en tanto, ese proceso gradual se interrumpe para dar lugar a saltos (aumento de cantidad que se convierte en modi-ficacin de calidad: revoluciones en el plano histrico). Estos elementos fundamentales del pensar dialctico (el proceso, la accin recproca, la oposicin de contrarios y la transformacin de cantidad en calidad) le permitan a Hegel explicar el desarrollo ideolgico de la humanidad,

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    pero no la historia humana real. Marx, munido del mate-rialismo sustentado por Feuerbach y los filsofos france-ses del siglo XVIII, hace descender a la dialctica de Hegel de las nubes a la tierra y sienta las bases del materialismo dialctico.

    Es cierto, como deca Hegel, sostiene ahora Marx, que el mundo est en permanente cambio, en proceso y que ese eterno fluir se explica a travs de un auto-dinamismo propio, algo as como un motor colocado en el mismo proceso que genera su continua marcha.

    Es cierto tambin que ese elemento dinmico est dado por la coexistencia, en cada unidad, de dos contrarios cuyo enfrentamiento permanente se resuelve generando un ter-cer elemento, a un mayor nivel, que a su vez se niega de nuevo enfrentando a otro contrario para transformarse en otro nuevo, a un nivel ms alto, y as sucesivamente, pro-moviendo entonces un encadenamiento de causas y efec-tos que se influyen recprocamente y que al llegar a deter-minados aumentos cuantitativos, saltan modificndose cualitativamente para continuar luego en permanente proceso de desarrollo. Pero, objeta Marx, ese desarrollo ocurre en el mundo de las ideas -no por la vida propia e independiente de las ideas, como sostiene Hegel- , sino porque previamente ocurre en el mundo de los objetos y de los seres. Toda la historia humana, dice entonces Marx, es un proceso en el cual los elementos enfrentados son las clases sociales y el autodinamismo del proceso est dado por la lucha entre ellas, resultando las revoluciones los saltos inevitables de cada sistema social a otro superior. Es ese proceso de la lucha de clases el que, a su vez, genera el desarrollo ideolgico y no a la inversa, como crea Hegel.

    Profundizando estas ideas, Marx completa su concep-cin del desarrollo del mundo (materialismo dialctico)

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    y de la humanidad (materialismo histrico). Ms tarde, ba-sndose en las enseanzas de los economistas clsicos in-gleses, Marx descubre el mecanismo expoliador del capi-tal: la produccin de plusvala. El valor de cada producto est dado por la fuerza de trabajo socialmente necesaria para producirlo, pero al obrero no se le paga por el total del valor que ha producido, sino solamente aquella suma que alcance para recomponer sus energas y permitirle volver a trabajar. Es decir, el salario del obrero est cubierto con lo que l produce en slo una parte de su jornada de labor, mientras que en el resto de dicha jornada trabaja gratis para el capitalista. Este robo, que el burgus realiza cotidiana-mente, se capitaliza incrementando al capital, permitiendo incorporar nuevas mquinas y nuevos obreros, creando a su vez mayores masas de plusvala y ampliando as cada vez ms el abismo entre un pequeo grupo de capitalistas poderosos y un enorme proletariado misrrimo. A su vez, el mayor crecimiento relativo de la mecanizacin en el pro-ceso capitalista y los lmites a la produccin establecidos por la ganancia, desplaza mano de obra creando una cara-vana de desocupados (ejrcito industrial de reserva) cuya sola presencia facilita la baja de los salarios, intensificando la expoliacin.

    Marx analiza luego las contradicciones de la sociedad capitalista, esa sociedad donde el orden impera dentro de la fbrica mientras el mayor desorden e irracionalidad rige en el mercado, esa sociedad donde la produccin es social, pero la apropiacin es slo del burgus, es decir, indivi-dual; esa sociedad donde el valor que se produce y enva al mercado, excede el poder de compra generado, condu-ciendo peridicamente a crisis econmicas de gran mag-nitud. Y profetiza entonces el catastrfico fin del capita-lismo. El capital, en su permanente reproduccin ampliada,

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    concentra la riqueza en poder de una minora burguesa y esa concentracin del capital se produce al tiempo que el resto de la sociedad se proletariza, en el otro polo, sujeto a una miseria creciente. Las relaciones de produccin capi-talista resultan entonces - a l crear escaso poder adquisi-t ivo- una valla que ahoga a las fuerzas productivas en su desarrollo y genera la crisis que cuestiona al sistema mismo. La burguesa, que para crecer y desarrollarse debi concen-trar ms y ms obreros en sus fbricas, se enfrenta enton-ces a sus vctimas, convertidas ahora en su verdugo. La socializacin de los medios de produccin es el camino inevitable que toma la Historia a travs de la Revolucin Social. A su vez, el capitalismo, en su crecimiento, ha lle-vado al mundo del localismo feudal a la economa mun-dial que caracteriza al siglo XIX. Por eso la clase obrera del mundo instaurar una nueva sociedad. Y de ah la convo-catoria: Proletarios del mundo, unios!

    El socialismo cientfico resulta, pues, la concepcin materialista dialctica que sostiene que el sistema capita-lista corresponde a una determinada fase del desarrollo histrico y que ser reemplazado por un sistema superior basado en la propiedad colectiva de los medios de pro-duccin. La historia es la historia de la lucha de clases y si la burguesa fue revolucionaria en su enfrentamiento al mundo feudal y sus privilegiados y lo fue durante varias dcadas logrando un fabuloso crecimiento econmico y el desarrollo de la sociedad moderna, se ha tornado ya una clase reaccionaria y ser derrotada por el proletariado por-tador de un nuevo sistema, superior, de organizacin social. Marx complet as su socialismo cientfico, que se constituye en la coronacin de las tres vertientes ms altas del pensamiento de su poca: la filosofa clsica alemana, la economa poltica inglesa y el socialismo francs. Y lo

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    convierte en peligrossimo instrumento revolucionario, pues ya no se trata, como dice Marx, de interpretar al mundo como han hecho hasta ahora los filsofos, sino de transformarlo'. La teora revolucionaria se funde, pues con la praxis y la clase obrera se constituye en la partera de una nueva sociedad, en el principal protagonista del progreso histrico de la humanidad.

    c. Socialismo y antisocialismo

    Ante la fundamentacin cientfica dada al socialismo, la burguesa adelant a sus tericos para que atacasen esas ideas. La prensa burguesa levant en andas a los plumfe-ros a sueldo e hizo coro a sus ms endebles crticas, pero el socialismo rebati victoriosamente a sus impugnado-res: Quieren eliminar la propiedad privada, aullaron estos intelectuales prudentes. S, nos reprochis querer abolir la propiedad privada -exclama Marx-. Pero resulta que en la sociedad capitalista la propiedad privada est abolida para las nueve dcimas de la poblacin. Luego nos reprochis querer abolir una forma de propiedad que slo puede existir para una minora a condicin de que la in-mensa mayora sea privada de toda propiedad. 2 Sin la propiedad privada -aducen los tericos de la burguesa-el individuo est suprimido. Y el socialismo les contesta: Estis confesando que para vosotros el individuo slo vale a condicin de tener propiedad, es decir, que cuando decs individuo queris decir burgus. Y bien: queremos termi-nar con el burgus, para que realmente el ser humano sea

    1. CARLOS M A R X . Tesis sobre Feuerbach.

    2. CARLOS M A R X . Manifiesto Comunista.

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    valorado como tal y no por las riquezas que posea. Los defensores del orden argumentan entonces: Al eliminar todo incentivo de ganancia, la humanidad ser ganada por la pereza y cesar toda actividad. Y el socialismo les con-testa: Si as fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habra sucumbido por holgazanera, pues los que verdaderamente trabajan, no ganan, ni tienen incentivo al-guno, mientras que los que ganan, no trabajan.3 Vosotros sois materialistas y negis los valores espirituales, protes-tan entonces los amigos de los banqueros. Hacis trampa, les responde el socialismo, pues confunds la tica con la filosofa. Nadie ms materialista que vosotros que vivs abrazados a las riquezas y sois incapaces de un gesto al-truista, de una quijotada idealista. Sois idealistas filosfi-camente porque esa concepcin del mundo os sirve para defender vuestras materialidades, mientras que nosotros, que filosficamente adherimos al materialismo porque no creemos en supersticiones ni brujeras, derrochamos idea-lismo en la lucha revolucionaria. Pero, el hombre libre -gimen los filisteos de la libertad- desaparecer bajo el so-cialismo, el hombre libre se convertir en una cosa, en un nmero, sometido al dictado de un autoritarismo opresor. Todo lo contrario -responde el socialismo-. El hombre verdaderamente libre no existe bajo el capitalismo. El obrero vive prisionero del salario y el burgus alienado en la pose-sin de objetos que terminan por dominarlo y "cosificarlo". El hombre slo ser libre precisamente cuando desapa-rezca la libertad econmica que hace de la vida una lucha por el dinero, para elevarlo a un plano superior donde su esfuerzo se dirigir solamente a enriquecer y desarrollar

    3. dem.

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    las potencialidades espiritualidades de todos. El socialismo, al terminar con la libertad burguesa (libertad de explotar, libertad de poseer para que los dems no posean), le dar al hombre la verdadera libertad.

    El socialismo cientfico resultaba, pocas dcadas des-pus del Manifiesto, una verdad difcilmente rebatible que coronaba brillantemente las ms altas expresiones del pen-samiento humano: la filosofa alemana, la economa pol-tica inglesa y el socialismo francs. Y los pensadores poste-riores a Marx se encontraron frente a un grave dilema: aceptar que realmente el socialismo cientfico desarrollaba y completaba a Hegel y Feuerbach, a David Ricardo y A. Smith, a Saint Simn y Fourier y en ese caso definirse a favor de la revolucin, pasando de la ctedra a la calle o en cambio, negar al socialismo y al mismo tiempo a esos maes-tros, apartndose del natural desenvolvimiento de sus ideas. Muchos intelectuales optaron por el primer camino y acom-paaron a la clase obrera en su lucha por organizarse para dar batalla a la burguesa. Los otros, convertidos en ama-nuenses de la burguesa, fueron levantados por sta como las ms altas cumbres del pensamiento universal. Y as los filsofos repudiaron a la filosofa clsica alemana y se hicie-ron irracionalistas con Nietzche, los economistas abando-naron el camino de la economa clsica inglesa y crearon la escuela psicolgica para hurtarle el bulto a la teora del valor y diversos grupos izquierdistas acentuaron su mutualismo, su cooperativismo, se hicieron adalides de la pequea pro-piedad o derrocharon sus mejores energas condenando a Dios y al Estado. Al mismo tiempo, la teora de que los grandes hombres hacen la historia (Carlyle) repudi desde las academias a la concepcin materialista histrica y el pensar metafsico y antidialctico permaneci vigente en las universidades, an cuando los verdaderos sabios deban

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    recurrir a la dialctica para no entorpecer su investigacin cientfica (Darwin y la ley del desarrollo de las especies).

    En la vidriera pblica, la clase dominante, muy demo-crticamente, estableci el monopolio de sus ideas. Pero desde las catacumbas, los socialistas afilaron sus armas (adoctrinaron, organizaron a la clase obrera, crearon par-tidos y no perdieron oportunidad de jaquear a la ideolo-ga burguesa, ya sea desde el folleto clandestino o desde la obra terica monumental como El Capital). Los ide-logos de la burguesa reflejaron desde entonces en sus di-versos sistemas irracionalistas, la decadencia de la burgue-sa convertida ya en una clase reaccionaria. Su ciclo haba concluido y ya no hara ms que sobrevivirse agonizando. Las armas de la crtica la haban batido. Slo le quedaba la crtica de las armas para enfrentar a ese poderoso proleta-riado que se organizaba bajo la bandera socialista. El fan-tasma de la revolucin recorra Europa.

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    Captulo 2

    a. Socialismo e internacionalismo en la etapa del capitalismo competitivo

    Los tericos de la burguesa acusaban adems al socialismo por su concepcin internacionalista. Los intereses de la patria -proclamaban- estn por encima de los intereses de clase. Y erigan a la burguesa, con razn, en creadora de la nacin.

    El triunfo de la burguesa sobre la nobleza y el clero haba significado en Inglaterra y Francia -y significara poco despus en Alemania e Italia- la constitucin del Estado nacional moderno, en reemplazo de los estrechos condados y ducados. Esa clase en ascenso que propugnaba y usufructuaba al mismo tiempo las relaciones de produc-cin capitalistas, portaba, asimismo, junto a la bandera de la democracia poltica, el emblema de la nacionalidad. Liberalismo y nacionalismo burgus arrasaban a un tiempo con las prerrogativas nobiliarias y los particularismos feu-dales. Y de ese modo, bajo esas grandes proclamas, la bur-guesa colocaba tras de s, en su lucha contra reyes y papas, a las restantes clases de la sociedad. La patria, en su sentido moderno, naca as como reivindicacin tpicamente bur-guesa y en sus enfrentamientos nacionales, cada burguesa,

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    invocando una y otra vez los destinos de la nacionalidad, enviar a los trabajadores a masacrarse a los campos de batalla. Tras las banderas nacionales, flameando entre la polvareda de la guerra, se esconda la defensa del capita-lismo opresor. Qu intereses comunes podan existir entre el explotador y el explotado? Qu patria, pues, deban defender los obreros? El que venda diariamente a la fbrica su fuerza de trabajo, nada posea: ni propie-dad, ni familia, ni patria. Y su nica lucha deba ser por su liberacin, donde slo poda perder las cadenas que lo opriman.

    Se nos acusa de querer abolir la patria, afirmaba Marx y responda: Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. 4 Efectivamente, en esos pases de Europa con plena soberana poltica y econmicamente independientes, el nacionalismo slo disfrazaba la defensa del orden capitalista y ms an, el intento de engullirse a algn pequeo pas indefenso. Resuelta la cuestin nacio-nal -y sojuzgada la clase obrera en nombre de la Gran Francia o la Gran Inglaterra- todo intento dirigido a que los obreros enarbolasen banderas nacionales llevaba el sello del explotador.

    Los intereses de todos los obreros del mundo son co-munes en tanto todos deben proponerse la eliminacin del capitalismo, sostiene Marx. Y su apoyo a los respectivos gobiernos burgueses, en el caso de una guerra, significa-ra el suicidio de la clase trabajadora del mundo. En cam-bio, derrotadas las respectivas burguesas e instaurado el socialismo, cesar por s todo resquemor nacional y las fronteras se diluirn en la fraternidad universal.

    4. CARLOS M A R X . Manifiesto Comunista.

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    NORBERTO GALASSO

    Este desarrollo ideolgico de Marx se encuentra estre-chamente ligado a su mentalidad de europeo de mediados del siglo XIX y a su confianza en la inminencia de la revo-lucin social. Su elaboracin terica gira en torno a la so-ciedad capitalista instaurada en Europa en las ltimas d-cadas. Y la proximidad del socialismo, por otra parte, le despreocupa de la suerte de Asia, frica y Latinoamrica, suburbios ignotos del mundo, pues el nuevo orden social se extender derramando libertad y justicia desde Europa hacia el resto del planeta.

    Sin embargo, este internacionalismo de Marx no plan-tea, como algunos lo interpretan, una poltica socialista al margen de los problemas nacionales, ni propone tampoco la posibilidad de una tctica comn, universal, para todos los partidos socialistas del mundo. Por el contrario, en 1848, dice: La lucha del proletariado contra la burguesa, aunque en el fondo no sea una lucha nacional, adquiere sin em-bargo, al principio tal forma. Naturalmente el proletariado de cada pas debe acabar antes de nada con su propia bur-guesa. .. Y agrega en el mismo Manifiesto: Como el pro-letariado de cada pas debe en primer lugar conquistar el poder poltico, erigirse en clase nacionalmente dominante, constituirse en nacin, es por eso todava nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgus. 5 Es decir, a un siglo del Manifiesto, Marx hubiese reprobado absolutamente la pretensin stalinista dirigida a someter a todos los parti-dos comunistas del mundo -que operan en condiciones histricas distintas- a una misma lnea y tctica poltica.

    Por otra parte, en el mismo Manifiesto, Marx se pro-nuncia claramente en contra del socialismo importado

    5. dem.

    3!

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    mecnicamente, sin adecuacin alguna a las condiciones nacionales donde debe operar, como extica flor sin ra-ces, y exige, en cambio, el imprescindible anlisis previo de la infraestructura y la superestructura de esa sociedad espe-cfica. Asimismo, en esa misma parte del Manifiesto, Marx admite la progresividad histrica del nacionalismo en aquellos pases cuya cuestin nacional an no est resuelta. Conviene releer el tem C de la III parte de ese documento porque los cazadores de pulgas del marxismo -que preten-den conocer en qu rengln de sus manuscritos Marx mo-dific una palabra para matizar una idea- no ven los ele-fantes de estos prrafos de un texto clsico.

    Con motivo de la aparicin en Alemania del grupo lla-mado socialismo verdadero, Marx sostiene que ese socia-lismo ha sido importado mecnicamente de Francia, como si fuera una receta apta para todo pas y todo tiempo: La literatura socialista y comunista en Francia, que nace bajo la presin de una burguesa dominante y es la expresin literaria de la rebelin contra ese rgimen, fue introducida en Alemania en el momento en que la burguesa comenzaba su lucha contra el absolutismo feudal... Olvidaron que con la importacin de la literatura francesa en Alemania no haban sido importadas al mismo tiempo las condiciones sociales de Francia... Se las apropiaron como se asimila una lengua extranjera, por la traduccin. 6 Si en Francia el socialismo cumpla su rol histrico atacando sin cesar a la burguesa triunfante, en Alemania, donde la sociedad burguesa -e l Estado Nacional- an no estaba instaurada, esa misma crtica permanente del socialismo no haca ms que fortalecer a los seores feudales, an con sus cabezas

    6. Idem.

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    sobre los hombros. La poltica que operaba revoluciona-riamente en Francia, serva a la contrarrevolucin en Ale-mania y a la inversa, si apoyar un programa nacionalista en Francia era reaccionario y favorecera a la clase domi-nante, apoyar esa posicin en Alemania significaba opo-nerse a los designios localistas de los nobles terratenientes, es decir, asuma un carcter progresivo. Marx fustiga seve-ramente a ese socialismo verdadero que opera con des-conocimiento de la realidad nacional y que, al descargar su artillera contra la unificacin nacional, hace el juego a los sectores reaccionarios, antinacionales en tanto se nie-gan a disolver7 los feudos en la Alemania unida y moderna. Este socialismo, dice Marx, pudo lanzar los anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el rgimen repre-sentativo, contra la concurrencia burguesa, contra la liber-tad burguesa de la prensa, contra el derecho de la burguesa, contra la libertad y la igualdad burguesas, pudo predicar a las masas que ellas no tenan nada que ganar, sino al con-trario perderlo todo, en este movimiento burgus. El socia-lismo alemn olvid a este propsito que la crtica francesa, de la cual era un simple eco, presupona la sociedad bur-guesa moderna, con las condiciones materiales de existen-cia que corresponden y una constitucin poltica adecuada, cosa que todava para Alemania se trataba precisamente de conquistar. Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su cortejo de clrigos, de pedagogos, de hidalgos rapaces y de burcratas, este socialismo se convirti en el espantajo soado contra la burguesa amenazante... Si el "verda-dero" socialismo se convirti de este modo en un arma en manos de los gobiernos, representaba directamente, por

    7. CARLOS M A R X . Tesis sobre Feuerbach.

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    otra parte, un inters reaccionario, el inters del pequeo

    burgus. 8

    Esta crtica que M a r x hizo al socialismo verdadero alemn, la hubiese podido realizar, con los mismos fun-damentos, al Partido Socialista y al Partido Comunista de la Argentina por su poltica respecto a las revoluciones na-cionales acaudilladas po r Yrigoyen y Pern.

    En el mismo Manifiesto, Marx aclara el carcter pro-gresivo de ese apoyo y las delimitaciones que l mismo debe tener para evitar constituirse en mero furgn de cola de la burguesa: En Alemania, el Partido Comunista lucha de acuerdo con la burguesa tantas veces como la burguesa se revuelve revolucionariamente contra la mo-narqua absoluta..., pero en ningn momento se olvida de despertar entre los obreros una conciencia clara y l im-pia del antagonismo profundo que existe entre la burgue-sa y el proletariado a fin de que cuando llegue la hora, los obreros alemanes sepan convertir las condiciones socia-les y polticas creadas por el rgimen burgus en otras tantas armas contra la burguesa.. . Y agrega, lanzando ya las primeras ideas sobre la revolucin permanente: Alemania est en vsperas de una revolucin burguesa y esa sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las propicias condiciones de la civilizacin europea y con un proletariado mucho ms potente que el de Inglaterra en el siglo X V I I y el de Francia en el X V I I I , razones todas para que la revolucin alemana burguesa que se avecina no sea ms que el preludio inmediato de una revolucin proletaria.' " T ^ o s M A X . Manifiesto Comunista.

    9. dem.

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    En resumen, agrega Marx, el socialismo debe apoyar en los diferentes pases todo movimiento revolucionario contra el estado de cosas social y polticamente existente.1 0

    Es decir, el socialismo lucha por la subversin del statu quo y por la creacin de un orden social superior y por tanto su tctica y su programa se adecan a las condiciones his-tricas del pas de que se trate.

    b. Socialismo y nacionalismo reaccionario en la etapa imperialista

    Ya avanzada la segunda mitad del siglo pasado el viento de la historia pareca soplar para el socialismo. Marx y Engels crean ya que se encontraban en las vsperas de la revolucin social. En las barricadas del 48 y del 70, el pro-letariado pona al borde del colapso a la sociedad bur-guesa. La ideologa revolucionaria y la clase oprimida con-fluan para encontrarse en una hora gloriosa y pronto conduciran a la humanidad al comienzo de una nueva era. Pero cuando el fin de siglo estaba cercano y ya muerto Marx (1883), Engels pudo atisbar las primeras manifesta-ciones de un cambio fundamental que se operaba en el capi-talismo, ste entraba ahora en su fase superior: el impe-rialismo. Y esta transformacin incidir decisivamente sobre el socialismo quien tomar, en Europa y por varias dcadas, un rumbo distinto al esperado por los creadores del movimiento.

    A lo largo del siglo se haba producido un fabuloso cre-cimiento de las fuerzas productivas. El capital se haba

    10. dem.

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  • Qu es e l So c i a l i smo Nac i ona l ?

    reproducido en la espiral ampliada y absorbiendo enor-mes masas de plusvala, se concentr a ritmo creciente. De la pequea empresa capitalista y del empresario indivi-dual, asctico e individualista, ya nada quedaba a fin de siglo. Slo haban subsistido las empresas ms poderosas, las cuales a su vez se fundan o absorban las unas a las otras. Despus de dcadas, la lucha competitiva (derivando en fusin o absorcin) haba generado su contrario: el monopolio. El setenta, el ochenta y hasta el noventa por ciento de cada rama importante de la industria perteneca ya a dos o tres grandes empresas coaligadas. Paralelamente a esa concentracin del capital industrial, se haba concen-trado el capital bancario y el entrelazamiento de ambos (capital bancario y capital industrial) haba engendrado el capital financiero. La sociedad por acciones permita con-trolar a empresas que a su vez tenan la mayora de accio-nes de otras, de manera que a travs de carteles, trusts y participacin en sociedades se consolidaba una oligar-qua financiera cuyos miembros se entrecruzaban en los directorios y saltaban peridicamente a los ministerios dando al Estado cada vez ms acentuadamente el carc-ter de Comit Administrativo de negocios de la clase burguesa.

    Este proceso, a travs del cual se polarizaba la riqueza y la miseria en los dos extremos de la sociedad, haba sido previsto por Marx (ley de la concentracin del capital y de la miseria creciente). Y de all deduca Marx la inevitable crisis y la consiguiente revolucin social. Pero el proceso dio ahora un giro imprevisto que aplaz el cumplimiento de la profeca. Ese capitalismo en fabulosa expansin, aho-gado por la falta de nuevas oportunidades de inversin, saturadas sus posibilidades por la reducida demanda efec-tiva consecuencia de su explotacin desvergonzada, salt

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    entonces las fronteras buscando nuevos aires en el mundo colonial. La exportacin de capital se puso a la orden del da. El capitalismo, eliminada la libre competencia y con-vertido al monopolio, entr entonces en su fase superior: el imperialismo. Inglaterra dio el paso inicial y tras ella se lanzaron Francia, y Alemania. Los pases atrasados donde la tasa de ganancia era muy elevada, pues, la mano de obra y la materia prima eran baratas, donde el precio de la tierra tambin era bajo y donde exista escasa competencia de capitales nativos, fueron pasto de las fieras imperialistas. Los poderosos consorcios financieros se reparten entonces el mundo y extraen formidables riquezas de Asia, frica y Latinoamrica. La polarizacin de riqueza y miseria -que se haba manifestado dentro de cada pas- se verifica ahora en el terreno mundial entre un grupo reducido de grandes naciones y el enorme proletariado de pases esclavizados.

    Este ingreso del capitalismo a su etapa superior pro-voca importantsimas consecuencias sociales y polticas. Los pases adelantados, al derramar su capital excedente sobre las colonias, se sienten aliviados de esa sobrepro-duccin que los abruma y ahuyentan, por lo menos tem-porariamente, el peligro de una catastrfica crisis capita-lista. A su vez, las fabulosas rentas que empiezan a generar esas inversiones en el exterior significan una lluvia de riqueza que, junto al alejamiento de la crisis, distiende la tensin entre las clases sociales antagnicas, aceitando y armonizando las relaciones entre ellas. Amplias capas pequeo burguesas y la capa superior de la clase obrera comienzan entonces a coparticipar en la explotacin colo-nial. La burguesa, convertida en imperialista, coloca tras de s, entonces, a sus antiguos enemigos y les arroja las migajas del festn. De este modo, la opresin imperialista le permite a la burguesa alejar el peligro de la revolucin

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    social transformando a sus hasta ahora irreductibles anta-gonistas en complacientes y prudentes interlocutores. El financista Cecil Rhodes lo confesar sin ambages: La idea que yo acaricio es la solucin del problema social, es decir, que para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una sangrienta guerra civil, nosotros, esta-distas coloniales, debemos obtener nuevas tierras donde instalar el exceso de poblacin, donde encontrar nuevos mercados para los productos de nuestras fbricas y minas. El imperio, como siempre lo he dicho, es una cuestin de estmago. Si se quiere evitar la guerra civil, hay que con-vertirse en imperialista."

    Qu ocurre entonces con los izquierdistas de los pases adelantados a los cuales la burguesa les ofrece compartir los beneficios del imperialismo? Esos socialistas, hasta ayer peligrosos y revolucionarios, emprenden su camino de Damasco. Amplios sectores obreros se aburguesan y corre-lativamente sus tericos revisan a Marx cuestionando sus tesis fundamentales. Bernstein, el ms osado de todos ellos, afirma que Marx -a l que, por supuesto, empieza por re-conocer como maestro- se equivoc al sostener el anta-gonismo irreconciliable entre las clases sociales y la con-siguiente revolucin social. Sostiene que, en cambio, el capitalismo abre posibilidades para que el socialismo se vaya insertando en l lenta, gradualmente, permitiendo un incesante mejoramiento de las condiciones de la vida pro-letaria. Estos reformistas descreen de la concentracin del capital y llegan a afirmar que las sociedades annimas sig-nifican la dilucin de la propiedad privada, la democra-tizacin del capital. El programa mximo del partido

    11. CECIL RHODES, citado por Lenin en El imperialismo, etapa superior

    del capitalismo.

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    (la sociedad socialista) pasa a constituir una meta terica y lejana, mientras el programa mnimo (legislacin obre-rista) se convierte en todo el programa del partido. La re-volucin social es reemplazada por la revolucin en per-manencia para la cual el movimiento es todo, el fin no es nada. As, el gran ideal socialista se reduce a la obtencin de mejoras econmicas y sociales inmediatas, dentro del capitalismo, circunstancia que slo ser posible merced al carcter imperialista que ha tomado ese capitalismo. Al exportar, junto con sus capitales, las contradicciones ms graves del sistema -al exportar la crisis al mundo colonial-y al ingresar enormes riquezas saqueadas a los natives, la burguesa logra convertir en reformistas a los socia-listas de los pases adelantados. La huelga revolucionaria y la insurreccin popular son reemplazados por la sesuda polmica parlamentaria. El partido revolucionario deja paso a una poderosa maquinaria burocrtica, con diarios, propiedades y militantes rentados... que slo sirve para votar. Ah est el origen de curiosos socialistas como los Mac Donald y los Wi l ly Brandt que en el siglo XX sern jefes de gabinetes del Imperio Britnico y de la Alemania Occidental, sin que los capitalistas de ambos pases se in-quieten en lo ms mnimo.

    Pero no slo la socialdemocracia europea abandona la idea de expropiar a la burguesa, sino que, adems, se hace nacionalista. Es decir, comparte tambin con la clase dominante su concepcin de un nacionalismo expansivo, reaccionario, caracterstico de un pas que ha resuelto su cuestin nacional y se ha tornado imperialista. Estos socia-listas, al coparticipar en los frutos de esa opresin sobre las colonias, echan al demonio su internacionalismo para apoyar a su patria en la expansin colonialista que les depara un mejor nivel de vida a costa de la explotacin de

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    latinoamericanos, asiticos y africanos. Usted me pre-gunta qu piensan los obreros ingleses sobre la poltica colonial? -escribe Engels- Pues, exactamente lo mismo que piensan acerca de la poltica en general: lo que piensa el burgus. Aqu no hay partido obrero. Slo hay conser-vadores y radicales liberales y los obreros participan ale-gremente en el festn del monopolio ingls sobre el mer-cado mundial y el colonial. 1 2 Ese nacionalismo de los socialistas europeos es un nacionalismo reaccionario, no slo porque aplaude la brbara explotacin de millones de seres en las colonias condenando al atraso a la mayor parte del planeta, sino porque, adems, concurre as a la conso-lidacin del capitalismo como sistema mundial.

    En varios congresos de la segunda Internacional Socia-lista, los dirigentes de esta socialdemocracia en putrefac-cin confiesan sin tapujos su nacionalismo imperialista, mereciendo el calificativo de socialchovinistas, por parte de Lenin, es decir, socialistas de palabra y chovinistas en los hechos. En la reunin de Amsterdam (1904) el holan-ds Van Kol sostiene: La tendencia a la colonizacin es general. Las colonias han existido antes de la poca capi-talista y probablemente las habr en el porvenir, aunque la sociedad sea organizada socialsticamente. 1 3 Tres aos despus en el Congreso Socialista de Stutgart, la claudica-cin socialdemcrata llega a los lmites de la desvergenza: Los pueblos de civilizacin superior tienen el derecho y el deber de dar educacin a los pueblos atrasados... Y los pueblos de civilizacin inferior no pueden desenvolverse sin colonizacin (David). Es necesario crear una poltica

    12. FEDERICO ENGELS, carta a Kautsky, del 12 de setiembre de 1882.

    13. Congreso de la Internacional Socialista, reunido en Amsterdam el 14 de agosto de 1904.

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    colonial socialista... No se pueden dejar improductivas las inmensas riquezas ocultas en el subsuelo de frica y otros parajes. Deben ser puestas al servicio de la humanidad (Van Kol). Si de pronto se suprimiesen los productos de las colonias, la industria mundial se detendra .. . Es hu-mano y lgico que los hombres usen en su provecho todas las riquezas del globo (Terwagne). Hay que elaborar un derecho colonial internacional. Yo prefiero que los socia-listas -y no el rey de Blgica, con total irresponsabilidad-controlen la administracin del Congo (Bernstein). Pienso junto con Bebel que hacer poltica colonial no es necesaria-mente un crimen. En circunstancias determinadas, la pol-tica colonial puede ser obra de civilizacin (Van K o l ) . u

    Esta ltima confesin es quizs la ms valiosa, porque los socialistas europeos apelarn, al igual que sus burgue-sas, a la leyenda de la civilizacin para justificar la opre-sin sobre otros pueblos. Veremos cmo los socialistas de mentalidad colonial como Juan B. Justo harn confluir en esa palabra civilizacin una doble influencia nefasta: la de la oligarqua liberal de la Argentina y la de los social-demcratas europeos. Y la civilizacin y el progreso ser el manto bajo el cual se ocultar el vasallaje de la Argentina.

    c. Socialismo antinacional en la Argentina

    En las ltimas dcadas del siglo X I X , la Argentina qued convertida en semicolonia del Imperio Britnico. Los fe-rrocarriles ingleses, trazados en abanico con centro en Buenos Aires, se constituyeron en la telaraa metlica

    14. Congreso de la Internacional Socialista, reunido en Stutgart el 16 de agosto de 1907. ' " v i i o i c a e

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    en que qued apresada la mosca de la Repblica, segn dijera luego Ral Scalabrini Ortiz. Carnes y cereales muy baratos para el taller britnico, a cambio de carbn, petrleo y productos industriales cada vez ms caros fue-ron la frmula de la dependencia. El viejo pas criollo y latinoamericano, con nacientes manufacturas y enormes riquezas por explotar, se hundi en la miseria y la deses-peracin, mientras creca una Argentina blanca y europei-zada, condenada al primitivismo agrario y cuyo vasallaje se expresaba n t idamente en la designacin del doctor Quintana (1904), abogado de empresas inglesas, como presidente de la Repblica.

    En esa semicolonia agraria, la oligarqua vendepatria impuso su ideologa al resto de la sociedad. El liberalismo oligrquico de Mitre rigi triunfante proclamando que la nica bandera de los argentinos era la civilizacin y el progreso. La patria, como expresin de rechazo ante la in-vasin del capital extranjero, era slo barbarie y simbo-lizaba la ignorancia y el atraso caudillista.

    Ese liberalismo antinacional barri muy pronto con cuanta inquietud nacional se le cruz en el camino. La concepcin latinoamericanista de San Martn, Alberdi y Guido Spano, la literatura nacional de Mansilla y Lucio V. Lpez, el testimonio social de Jos Hernndez, la inquietud industrialista de los enemigos del mitrismo, la intencin antiimperialista y renovadora de O. Magnasco, las ms autnticas expresiones de la cultura nacional expresadas en la copla y el folklore annimos, la verdad histrica sobre setenta aos de guerra popular contra la oligarqua portea, todo fue hundido en las sombras por la dictadura oligr-quica, duea de la escuela y la prensa, fundamentales medios de difusin. En su lugar se implantaron como Tablas de la ley del vasallaje los principios colonialistas: la civilizacin

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    y el progreso, la europeizacin cultural, el liberalismo econmico, el antilatinoamericanismo, la democracia frau-dulenta para beneficio de minoras y la historia mitrista.

    A esa sociedad, en plena reestructuracin colonial, se incorporan miles y miles de inmigrantes en las ltimas d-cadas del siglo. Y dentro de ese enorme aluvin inmigra-torio, que llev a Buenos Aires a albergar ms extranjeros que argentinos, son muchos los socialistas y anarquistas que han dejado Europa buscando en Amrica un mundo mejor. El socialismo aparece as en la Argentina, no como resultado natural de una sociedad capitalista en plena ex-pansin donde los obreros se nuclean en grandes fbricas, sino como un producto importado por esos inmigrantes. Ellos creen reproducidas aqu las condiciones de explota-cin capitalista de Europa y aunque no se incorporan a grandes fbricas sino que realizan tareas artesanales en pequeos talleres, prestan servicios o se desempean en oficios diversos, mantienen fidelidad a su credo y lo divul-gan. Aqu enarbolan sus viejas banderas, se agrupan por nacionalidades y publican sus rganos de difusin. En 1872 se organiza la Seccin francesa de la Internacional, en 1882 el club alemn Worwarts y poco despus El fascio dei lavoratori. En 1884 aparece Le proletaire, en 1887 II socialista. Estos luchadores sociales europeos importan un socialismo ya inficcionado de reformismo, en franco abur-guesamiento y uno de cuyos elementos claves es la desvia-cin nacionalista reaccionaria. En estos inmigrantes, la bandera del internacionalismo se constituir en una de sus reivindicaciones ms irreductibles pero detrs de ese inter-nacionalismo aparente permaneci siempre vivo el cho-vinismo alemn o francs, acrecido por la lejana de la patria y manifestado permanentemente en una fervorosa adhe-sin a la civilizacin que, por supuesto, no es posible

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    crear desde la Argentina brbara sino importar desde la Europa adelantada. Es decir, el internacionalismo soste-nido por estos inmigrantes socialistas expresa, en ltima instancia, su negativa a asimilarse a la Argentina criolla y es simplemente antinacionalismo, en el sentido de anti-argentinismo o cosmopolitismo, posicin sumamente reaccionaria para un pas que soporta una dominacin imperialista. As mientras los inmigrantes menos politiza-dos y ms proclives a asimilarse formaron en las filas del irigoyenismo, los hijos de la socialdemocracia europea no perdieron oportunidad de manifestar su desdn por el gau-cho y por Latinoamrica. Su agrupamiento por nacionali-dades, sus peridicos en lengua extranjera y sus festejos del 19 de Mayo con cnticos en idioma natal, constituyen la mejor prueba de que no se trata de socialistas interna-cionalistas actuando en la Argentina sino del reflejo, en la Argentina, de los distintos grupos de la socialdemocracia europea, disimulando bajo la bandera internacionalista sus orgullos y pretensiones nacionales. A estos inmigran-tes se acerca en 1890 un grupo nativo cuyo terico es Juan Bautista Justo.

    Pequeo burgus formado en la universidad oligr-quica, Justo adhiere a los mitos que la oligarqua implanta a travs de diarios, libros y escuelas, como reaseguro de su concubinato con el imperialismo: la civilizacin impor-tada de Europa, el rechazo del nacionalismo como mani-festacin de barbarie, el antilatinoamericanismo, nutrido de desdn hacia la indolente Patria Grande, el antiindus-trialismo como complemento indispensable de la impor-tacin de artculos ingleses, el librecambio y la moneda sana, resortes claves de la opresin imperialista, la adhesin a l , i i v111 ura oligrquica, universalista y ajena a la autntica

    /. i n l i u i . i l de nuestro pueblo, la concepcin de que la

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    poltica es una cuestin de alfabetismo y pedagoga y no de lucha de intereses. A ese liberalismo oligrquico, con lecturas de Comte y Spencer, le agrega Justo -en su carc-ter de hombre moderno y al tanto de las ltimas noveda-des mundiales- su simpata socialdemcrata bebida en los tericos del reformismo alemn. As, la civilizacin se constituye en Justo en la idea central donde empalman las dos influencias ideolgicas que pesan sobre l: la civi-lizacin, esgrimida por la oligarqua liberal para ocultar su entrega al imperialismo y la civilizacin enarbolada por los socialdemcratas chovinistas para justificar la opre-sin sobre las colonias. De all saldr ese curioso socialismo colonial, definidamente antinacional, que jugar siempre -fiel a su origen- como ala izquierda de la oligarqua.

    Si los inmigrantes ignoran totalmente la cuestin nacio-nal existente en la Argentina -ajena absolutamente a esos europeos que desprecian a estos suburbios del mundo-Justo tambin rechaza el planteo de la cuestin nacional pues est slidamente aprisionado por el liberalismo oli-grquico para el cual el estado semicolonial argentino es el ideal, es el progreso. Por tanto, el internacionalismo sostenido por la base y la direccin del partido es esencial-mente antinacionalismo, es decir, un internacionalismo colonial, pro imperialista. Una de las mejores pruebas del carcter de ese internacionalismo queda evidenciada cuando una organizacin fantasma creada por el imperia-lismo yanqui, declara en nombre de los trabajadores de Puerto Rico su repudio a la independencia portorriquea y a la ruptura de la relacin de estado libre asociado. El dia-rio socialista La Vanguardia opina entonces: Hay un partido en Puerto Rico que reclama la independencia y est formado por la vieja oligarqua criollo-espaola. Contra l se pronuncian los trabajadores portorr iqueos. . . Esta

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    actitud viene a revolucionar el clsico concepto de patrio-tismo. Ellos no tienen amor a la vieja bandera a cuya som-bra no encuentran libertad ni justicia y aspiran a vivir bajo un rgimen y una bandera extraos que le parecen ms propicios y si "el patriotismo" ha de ajustarse a un con-cepto poltico prctico, no vemos cmo se puede conde-nar a los trabajadores portorriqueos. 1 5

    Por otra parte, ese socialismo, hijo de la socialdemo-cracia europea declinante, es de un chato y crudo refor-mismo. Desechada toda poltica revolucionaria de conte-nido clasista y desechado todo planteo antiimperialista de apoyo a los movimientos nacionales de liberacin, este sin-gular socialismo, con Justo a la cabeza y nutrido de inmi-grantes, levanta un modesto programa de leyes laborales mientras se inserta profundamente como un engranaje ms de la factora agraria. Sus postulados fundamentales son: a) programa mnimo convertido en objetivo fundamental (legislacin obrerista) abandonando para el mundo de la luna el programa mximo (sociedad socialista) segn aque-llo de el movimiento es todo, el fin es nada; b) Tctica reformista dirigida a obtener posiciones parlamentarias con total ausencia de una estrategia de poder. Y conse-cuentemente, en reemplazo de las metas revolucionarias, objetivos como stos: a) educacin del pueblo, a travs de bibliotecas y rganos de difusin cultos, para elevarlo de su ignorancia brbara al estado de alfabetismo y civilizacin, b) reorientacin de la conducta popular u travs de cam-paas antitabquicas y antialcohlicas, c) lucha contra la supersticin religiosa y en favor de la enseanza cientfica pero no nacional, d) elevacin de los ideales morales por

    15. La Vanguardia, 29 de mayo de 1909.

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    medio de una permanente condena de los vicios de la poltica criolla y de una cristalina imagen de honestidad por parte de sus dirigentes, e) divulgacin de los princi-pios del mutualismo y del cooperativismo como herra-mientas del cambio social, f) preparacin de gremialistas cultos y prudentes, ajenos a la barbarie radical y a los exce-sos anarquistas, g) antimilitarismo abstracto, que no dis-tingue entre los oficiales sostenedores del rgimen y los oficiales irigoyenistas que intentan tumbarlo, h) pertinaz lucha por la libre importacin, en defensa de los precios bajos de los productos de consumo popular, aunque ello signifique destruir las industrias nacionales y lanzar a la desocupacin a los obreros, para los cuales lo barato resulta finalmente caro, i) defensa de la moneda sana, coincidiendo, como en el punto anterior, con la tradicional poltica de la oligarqua.

    Ese partido socialista, alimentado de liberalismo oli-grquico antinacional y reformismo socialdemcrata clau-dicante, constituy as un importante aliado de la oligar-qua y por ende del rgimen semicolonial que ella y el imperialismo haban implantado en la Argentina. En toda ocasin en que el sistema corri peligro, los prudentes y cultos socialistas corrieron a ocupar su puesto en las filas de la reaccin. As sucedi cuando el movimiento nacio-nal irigoyenista desplaz del poder poltico a la oligarqua en 1916 y as volvi a suceder en 1928 cuando Yrigoyen retorn al poder. Las peores invectivas, desde caudillo ignorante hasta dspota o tirano, brotaron de boca de los socialistas, confundidos con el resto de los partidos del rgimen contra el chusmaje radical. Poco despus, en 1930, concurrieron a crear el clima golpista y cuando, en 1932, el movimiento nacional fue proscripto, convali-daron las elecciones fraudulentas, jugando nuevamente

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    como ala izquierda de la reaccin. Una dcada ms tarde, al ponerse en marcha el segundo gran movimiento nacio-nal del siglo en la Argentina, acaudillado por Pern, de nuevo engrosaron las filas antinacionales donde oficiaba el embajador norteamericano S. Braden. Durante la dcada del 45 al 55, mientras los obreros recorran el camino vic-torioso de la Revolucin Nacional, los socialistas persis-tieron en la oposicin junto a la oligarqua y el imperia-lismo y el 16 de setiembre de 1955, al producirse el golpe gorila, salieron a vivar a la democracia oligrquica. Su carc-ter reaccionario era tan marcado que Alfredo Palacios, el hombre que expresaba su ala izquierda, pudo ser emba-jador de ese gobierno reaccionario. La base social del par-tido era ya un reducidsimo grupo de pequeo-burgueses, en su mayora de Buenos Aires, enemigos del peronismo y admiradores del capital extranjero, que recibi con gran satisfaccin aquellas memorables palabras del ms dilecto discpulo de Justo cuando la oligarqua fusil obreros en junio de 1956: Se acab la leche de clemencia. La letra con sangre, entra. 1 6 En esta siniestra caricatura de socialismo haba venido a parar aquel mal nacido remedo de la social-democracia corrompida.

    16. AMRICO GHIOLDI en La Vanguardia, junio de 1956.

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    Captulo 3

    a. Socialismo y nacionalismo antiimperialista en las colonias y semicolonias

    La ptica europea con que Marx haba elaborado los fun-damentos del socialismo cientfico, como as tambin la circunstancia de que su muerte acaeciera antes de que se tornase claramente visible el fenmeno imperialista, dieron lugar a que l no revisase expresamente, con referencia a las colonias, su concepcin de que los obreros no tienen patria. Por otra parte, Marx y Engels parecen haber con-fiado -a mediados del XIX y dada la pujanza del capita-lismo de entonces- en la labor progresista que podra cum-plir un pas industrial sobre un pas atrasado. De all las expresiones favorables de Marx acerca de la invasin yan-qui a Mjico en 1847 y sobre la accin de Inglaterra en la India y las de Engels con relacin a la dominacin fran-cesa en Argelia. Crean asimismo que la revolucin social era inminente en Europa y que los obreros de las metr-polis, al tomar el poder, seran los liberadores de los pases coloniales. Sin embargo, a medida que el desarrollo hist-rico demostraba el papel reaccionario que jugaban los pases adelantados sobre los pequeos pases colonia-les, as como el lento aburguesamiento de los proletarios

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    metropolitanos, tanto Marx como Engels se alejaron de esas ilusiones y revieron su posicin. Durante mucho tiempo, pens que poda derribarse el rgimen irlands cuando adquiriera ms ascendiente la clase obrera in-glesa. .. Un estudio ms profundo me ha persuadido de lo contrario. La clase obrera inglesa no podr hacer nada, mientras no se desembarace de Irlanda... La reaccin inglesa, en Inglaterra, tiene sus races en el sometimiento de Irlanda. 1 7 Y adems: Qu desgracia es para un pue-blo el haber sometido a otro. La clase obrera de Inglaterra nunca podr liberarse mientras Irlanda no se libere del yugo ingls. El sometimiento de Irlanda fortalece y nutre a la reaccin en Inglaterra. 1 8 Entonces, Marx propone en la Internacional una resolucin de simpata hacia la libe-racin nacional de Irlanda de la dominacin inglesa y aos ms tarde, al referirse a este hecho, Lenin acota que algn socialista inteligente, le habra reprendido seguramente al pobre Marx por olvidarse de la lucha de clases.19 Como puede verse por este comentario ya Lenin luchaba hace d-cadas contra este tipo de socialistas que creen que la lucha de clases, entendida como enfrentamiento proletariado-burguesa, es una receta aplicable automtica y mecnica-mente como si en todas las sociedades estuviese resuelta la cuestin nacional y el antagonismo principal se diera entre burgueses y proletarios. A estos mismos socialistas mecanicistas le desagradan tambin estas palabras de Marx: Refut a la camarilla proudhoniana de Pars que declara

    17 C A R L O S M A R X , 10-12-1869, Correspondencia de Marx y Engels. 18. CARLOS M A R X , citado por Lenin en El derecho de las naciones a la

    autodeterminacin. Mayo/junio 1914. 19. V . I. L E N I N , en El derecho de las naciones a la autodeterminacin.

    Obras completas, Tomo X X I .

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    que las nacionalidades son un absurdo... Los representan-tes de la joven Francia proclamaron que todas las nacio-nalidades y la nacin misma son prejuicios anticuados... Los ingleses se rieron mucho cuando comenc mi discurso diciendo que nuestro amigo Lafargue y otros, que han suprimido las nacionalidades, nos dirigan la palabra en francs, es decir, en una lengua incomprensible para las nueve dcimas partes de la audiencia. Luego di a entender que Lafargue, sin darse cuenta de ello, entenda por nega-cin de las nacionalidades, al parecer, su absorcin por la ejemplar nacin francesa. 2 0

    Pero ni Marx ni Engels podan ir ms all de los lmites que les impona la poca histrica en que vivan. El capi-talismo, al entrar en su etapa imperialista e incorporar a su sistema a los pueblos sin historia, desafa entonces a los tericos socialistas de principios del siglo XX oblign-dolos a una redefinicin de las relaciones entre naciona-lismo y socialismo, entre cuestin nacional y cuestin social. Y ser Lenin quien dar la respuesta adecuada.

    Este replanteo de Lenin est estrechamente ligado a su estudio sobre el fenmeno imperialista, pues si la sobre-vivencia del capitalismo se hace posible gracias a la expor-tacin del capital, es decir, a la dominacin sobre las colo-nias, la conclusin natural es que la lucha por la liberacin nacional en esas colonias adquiere un contenido revolu-cionario, al debilitar al capitalismo, reintroduciendo la cri-sis en los grandes pases. De all pues la necesaria revalo-racin del nacionalismo antiimperialista de las colonias y de su vinculacin con toda poltica socialista. As, mien-tras la mayor parte de los socialdemcratas se convierten al reformismo traicionando la esencia del socialismo

    20. CARLOS M A R X . 20-6-1866. Correspondencia Marx y Engels.

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    cientfico de Marx, aunque apelen a veces a la supuesta fidelidad a la letra fra, Lenin se constituye en el autntico continuador, enriqueciendo la teora -y por ende, la accin revolucionaria- en las nuevas condiciones histricas. Incluso hasta una autntica revolucionaria como Rosa Luxemburgo cae en el error de oponerse a la reivindica-cin nacional de Polonia y contra ella Lenin apunta su arti-llera ideolgica: En el nacionalismo burgus de cualquier nacin oprimida hay un contenido democrtico general contra la opresin y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional. Al mismo tiempo, lo distinguimos rigurosamente de la tendencia al exclusivismo nacional, es decir, luchamos contra la tendencia del burgus polaco a oprimir al judo, e tc . . Desde el punto de vista de los socialistas es indudablemente errneo desentenderse de las tareas de la liberacin nacional en una situacin en que existe opresin nacional. 2 1

    Ms tarde, desarrollando estas ideas, Lenin sostiene: Estamos ante una lucha de grandes tiburones por engu-ll ir "patrias" ajenas... Y son socialchovinistas, es decir, socialistas de palabra y chovinistas en los hechos, quienes estn ayudando a "su" burguesa a saquear a otros pases y esclavizar a otras naciones. Esta es la verdadera esencia del chovinismo: defender la patria "propia" incluso cuando sus actos estn orientados a esclavizar las patrias de otros pueblos. 2 2 Y ms adelante: Los partidos socialistas que no hayan demostrado en toda su actividad que son capa-ces de liberar a las naciones avasalladas y construir las

    21. V . I. L E N I N en El derecho de las naciones a la autodeterminacin. Obras completas, Tomo XXI , pp. 332 y 353.

    22. V. I. LENIN. El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional. Obras completas, Tomo XXIII, p. 193.

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    relaciones con ellas sobre la base de una libre unin, esos partidos traicionaran al socialismo. 2 3

    Despus de condenar al nacionalismo reaccionario de los socialdemcratas europeos, Lenin dice: Hay que esta-blecer la diferenciacin entre las tareas concretas de los socialdemcratas de las naciones opresoras y los de las naciones oprimidas. 2 4 Y refirindose especficamente a estos ltimos afirma: En los pases semicoloniales, los socialistas deben no slo exigir la inmediata e incondicio-nal liberacin de las colonias, sin compensaciones, sino que deben dar el apoyo ms decidido a los elementos ms revolucionarios de los movimientos democrtico burgue-ses de liberacin nacional en estos pases y ayudar a su sub-levacin -o guerra revolucionaria en caso de que la hu-biese- contra las potencias imperialistas que los oprimen. 2 5

    Por supuesto que este apoyo debe darse crticamente e im-pidiendo que la burguesa convierta, a su vez, a esos socia-listas en sirvientes suyos atndolos a una poltica anti-imperialista, pero burguesa, que perjudique los intereses proletarios.

    As, el fenmeno imperialista ha modificado sustan-cialmente la relacin entre nacionalismo y socialismo. Si para el anlisis de Marx, referido a pases cuya cuestin nacional estaba resuelta, el proletariado no tiene patria y todo nacionalismo es reaccionario, ahora, al dividirse el mundo entre pases opresores y pases oprimidos, Lenin enfoca el problema desde una doble ptica: por un lado, el nacionalismo resulta doblemente reaccionario para los

    23. V . I. LENIN. La revolucin socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminacin. Obras completas, Torno XXIII, p. 241.

    24. dem, p. 254. 25. dem, p. 250.

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    socialistas de los pases adelantados en tanto implica la conciliacin con la burguesa imperialista (consolidando al capitalismo), al tiempo que significa apoyar la explota-cin sobre los pueblos coloniales (sentenciando injusticia y atraso para ellos). Por otro lado, el nacionalismo -en su carcter defensivo, de antiimperialismo y lucha por la liberacin nacional- debe ser asumido por los socialistas de los pases atrasados como una de las batallas fundamen-tales a librar en el camino hacia el autntico socialismo. Esa liberacin de los pueblos coloniales tiene, a su vez, un doble carcter progresivo porque no slo coloca al pas atrasado en condiciones de desarrollar sus fuerzas produc-tivas y abre las posibilidades del socialismo, sino que, al privar a la potencia imperialista de la renta colonial, rein-troduce en ella la crisis deteriorando el maridaje entre la burguesa y el proletariado de la metrpoli y reprodu-ciendo las condiciones para una autntica lucha proleta-ria. Por esta razn -dice Lenin- debe ser punto central en el programa socialista la divisin de las naciones en opresoras y oprimidas. 2 6

    Para aquellos que no repiten el marxismo mecnica-mente, el rumbo a seguir est claramente sealado por Lenin: Sera profundo error pensar que la lucha por la demo-cracia pueda desviar al proletariado de la revolucin so-cialista o relegarla o posponerla. Por el contrario, as como no puede haber un socialismo victorioso que no realice la democracia total, el proletariado no puede prepararse para su victoria sobre la burguesa sin una lucha total, con-secuente y revolucionaria, por la democracia. Y sera no menos errneo eliminar uno de los puntos del programa

    26. V. I. LENIN El proletariado revolucionario y el derecho de las naciones a la autodeterminacin. Obras completas. Tomo XXII, p. 41.

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    democrtico por ejemplo, el punto sobre el derecho de las naciones a la autodeterminacin. 2 7

    Aquella polarizacin creciente entre una minora en-riquecida y una mayora hambrienta -que haba profeti-zado M a r x - se daba ahora pero no en el plano nacional, sino en el plano mundial: un reducido grupo de naciones imperialistas y el resto del mundo hundido en el atraso colonial. Ello no significaba, por supuesto, que la lucha de clases dejaba de existir sino que esa lucha cambiaba de forma: ya no se daba invariablemente como enfrentamiento principal entre la burguesa y el proletariado, caractersti-cas del capitalismo en su etapa de desarrollo, sino que se manifestaba de este otro modo: por un lado, las burguesas imperialistas de los grandes pases, con el apoyo del resto de las clases del gran pas y la complicidad de las oligarquas de los pases coloniales y enfrente las restantes clases de las colonias configurando movimientos nacionales de libera-cin, entre las cuales la clase obrera podra tener mayor o menor peso segn el grado de desarrollo del pas colonial. El progreso histrico se produce, entonces, en cada libera-cin nacional de un pas atrasado que debilita al capitalismo como sistema mundial, mientras que, adems, en cada colo-nia, esa liberacin nacional se nutre al mismo tiempo de reivindicaciones sociales que expresan el avance de los sec-tores ms explotados. La cuestin nacional se resuelve en las colonias como antesala de la revolucin socialista y la prdida de las colonias significa para las metrpolis el primer paso hacia el reencuentro con su propia cuestin social, aletargada en las ltimas dcadas por la abundancia lograda gracias al saqueo de Asia, frica y Amrica Latina.

    27. V. I. LENIN. La revolucin socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminacin. Obras completas. Tomo XXIII, p. 242.

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    La cuestin nacional -a la cual Marx ya haba otor-gado debida importancia en la Alemania no unificada de mediados de siglo pasado- adquiere as una relevancia fun-damental en toda poltica socialista. El socialismo debe asumir pues en las semicolonias un contenido antiimpe-rialista, es decir, nacional, en sentido revolucionario.

    No es extrao que este enriquecimiento de la teora socialista provenga de un hombre como Lenin -socialista de un pas hundido en la barbarie-y no de un socialista de la Europa adelantada. Deba ser as precisamente porque el eje revolucionario del socialismo, que Marx haba pre-visto en Inglaterra o Alemania, pasa, a partir de la inicia-cin del imperialismo, por los pases atrasados o como dira el mismo Lenin, por los eslabones ms dbiles de la cadena. Por eso una consecuente concepcin revolucio-naria lleva a un socialista de un pas sometido por el impe-rialismo a fundir la bandera de la liberacin nacional con la de la lucha por la liberacin de la clase oprimida, es decir, a sostener un socialismo de contenido antiimperialista y enraizado en las condiciones especficas de esa colonia o semicolonia, es decir, un socialismo nacional.

    b. Los orgenes del socialismo nacional en la Argentina

    No obstante la enorme presin del liberalismo oligrquico y del social-reformismo europeo, as como la composicin social mayoritariamente artesanal-inmigratoria, apareci un ala nacional dentro del Partido Socialista de J. B. justo. Si bien en ese intento participaron Jos Ingenieros y A l -fredo Palacios, el hombre que con mayor coherencia ideo-lgica y tenacidad poltica enarbol la bandera del socia-lismo nacional fue Manuel Ugarte.

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    Nacido en 1875, Ugarte recibi el influjo nacional de la generacin del ochenta y de la gesta latinoamericana de los grandes capitanes, antes que el imperialismo y la oligar-qua consolidaran la superestructura cultural colonialista. Bajo esa influencia, Ugarte sinti como propia la penetra-cin yanqui en Cuba y Puerto Rico en 1898 y poco despus, durante su estada en Estados Unidos, comprendi la gra-vedad del peligro imperialista. Esa sociedad industrial en expansin derramara inevitablemente sus capitales y sus fuerzas militares hacia el resto de Amrica Latina as como ya lo haba hecho sobre el Caribe y Mjico, pens Ugarte y all nace su conviccin de que hay que enfrentar al impe-rialismo y de que es imprescindible reunificar a la Patria Grande. Poco despus, en Francia, adhiere al socialismo difundido por Jean Jaurs, pero en vez de aceptar mecni-camente sus ideas -subordinndose a la socialdemocracia declinante, como lo haca Justo- Ugarte ensambla la lucha por la liberacin de la clase oprimida con la liberacin de los pases oprimidos, es decir, revolucin socialista y revo-lucin nacional. Su ptica nacional-latinoamericana lo lleva a comprender la necesidad de enraizar esa ideologa de liberacin social en las especificidades propias del pas adonde habrn de aplicarse y eso lo conduce a otorgar a la cuestin nacional (antiimperialismo, unidad latinoame-ricana, cultura nacional) un papel fundamental en la lucha por el socialismo. As, para Ugarte, en un pas atrasado, colo-nial o semicolonial, el socialismo debe ser necesariamente nacional.

    Este desarrollo ideolgico de Ugarte no alcanza por supuesto la profundidad del pensamiento terico de Lenin al respecto, pero sin embargo, resulta importante pues, cuando los principales dirigentes de la socialdemocracia europea estn cayendo en el nacionalismo reaccionario

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    -y muchos socialistas de pequeos pases remedan esa ac-titud convirtindose en personeros del imperialismo-, Ugarte reivindica el nacionalismo de los pases oprimidos desde una ptica socialista. Ms an y para evitar toda con-fusin, en varios artculos de la misma poca, fustiga seve-ramente al nacionalismo francs como expresin de la defensa de los peores intereses reaccionarios.

    Munido de estas ideas, Ugarte ingresa al Partido Socia-lista de Justo en 1903, pero muy pronto choca con sus diri-gentes los cuales le imputan desviacionismo nacionalista. Negado en la Argentina por sus compaeros de partido, boicoteado por los intelectuales cipayos a quienes reclama que hagan cultura nacional, juzgado peligroso desde la vereda conservadora por su adhesin al socialismo, repu-diado por los fanticos del porteismo y el europesmo en virtud de su campaa de unificacin latinoamericana, Ugarte mantiene no obstante alta su bandera y brega tozu-damente por un socialismo nacional. Entre 1911 y 1913 su figura se agranda en Latinoamrica como consecuencia de la gira que realiza por todas las principales ciudades denunciando al imperialismo yanqui y preconizando la unin de la Patria Grande. Durante esa campaa, sostiene en El Salvador: En esta poca el socialismo tiene que ser nacional... (1912).2 8 A su regreso a Buenos Aires, la pol-mica vuelve a encenderse con motivo de un artculo donde la conduccin partidaria justifica como hechos positivos las conquistas yanquis en Mjico y Panam y niega im-portancia a la cuestin nacional recubriendo, con la ban-dera del internacionalismo, su poltica pro imperialista. En la segunda semana de noviembre de 1913, Theodoro

    28. M A N U E L UGARTE. 4 -4-1912 . Mi campaa hispanoamericana.

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    Roosevelt, el viejo pirata imperialista, creador de la pol-tica del Garrote, discursea en Buenos Aires, recibiendo el elogio de La Vanguardia. En esos mismos das el partido resuelve la expulsin de Manuel Ugarte. As, mientras una vez ms demostraban su complacencia con el imperialismo, los socialistas de Justo erradicaban del partido al hombre que haba levantado ideas que les eran ajenas: la liberacin nacional del pas respecto al imperialismo, la unificacin latinoamericana, la liberacin de la clase oprimida, la rei-vindicacin de una cultura nacional-latinoamericana.

    Expulsado del partido y al producirse la definitiva ban-carrota de la II Internacional en 1914, Ugarte vira ideol-gicamente hacia el nacionalismo democrtico que si bien modera el carcter revolucionario de sus ideas, igualmente contina resultando mucho ms progresivo que el socia-lismo antinacional de Justo. La lucha contra el imperialismo y por la unidad latinoamericana permanecen como sus objetivos fundamentales durante su exilio en Europa. A l -rededor de 1930, en plena crisis econmica, vuelve a reo-rientarse hacia el socialismo y en 1935 regresa a la Argentina para realizar un nuevo intento dentro del Partido Socialista. Reingresa entonces (su primera conferencia versa acerca del imperialismo!) y cuando an no ha transcurrido un ao, vuelve a ser expulsado. Los discpulos de Justo eran fieles al maestro y no permitan que el socialismo se contaminara introduciendo a la cuestin nacional como asunto central de su lucha. Diez aos despus, Ugarte adhiere a la revo-lucin nacional peronista en la cual ve cumplida la mayor parte de las reivindicaciones por las cuales haba luchado desde su juventud. Ugarte saba bien que eso no era el socia-lismo, pero tambin saba-cmo lo hubiese comprendido un marxista ortodoxo formado en Marx, Lenin y Trotsky-que la resolucin de las tareas nacional-democrt icas

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    creaban las condiciones para el ingreso al camino del socia-lismo, a ese socialismo nacional, antiimperialista y enrai-zado en Latinoamrica que l haba vislumbrado cuatro dcadas atrs. Los que lo haban expulsado dos veces del partido se hallaban, como era previsible, en el bando con-trario, del brazo de los ganaderos, los grandes diarios y el capital extranjero. La vieja polmica quedaba dirimida por la historia y despus de muerto Manuel Ugarte, el lder del movimiento nacional, Juan Pern, reafirmara la certeza de sus ideas al sostener la necesidad de un socialismo nacional.

    c. Socialismo nacional y nacionalismo democrtico

    Una de las principales confusiones al analizar el enfren-tamiento entre Ugarte y el partido de Justo -como as tam-bin al discutir si Pern es o no revolucionario- se origina en el colonialismo mental con que se pretenden aplicar a un pas semicolonial, mecnicamente, los esquemas pro-pios de la Europa capitalista. Se dice entonces que Ugarte durante varios aos reemplaz su ideologa socialista por una posicin antiimperialista, pero que no cuestionaba, en lo interno, a la propiedad privada. De all se deduce que cuando un socialista o un comunista -rara vez y abstrac-tamente- condenaban a la propiedad privada, se coloca-ban a la izquierda del nacionalismo democrtico de Ugarte. Este grueso error proviene de analizar la poltica de un pas sometido por el imperialismo con los ojos de un europeo imperialista.

    En un pas colonial o semicolonial, la cuestin nacio-nal es el problema fundamental a resolver. La clase domi-nante es una oligarqua (minera o agraria) asociada al

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    imperialismo y el orden que prevalece, en favor de esa alianza, significa la opresin sobre el resto de las clases sociales. All est la contradiccin fundamental y por eso los movimientos nacionales asumen un contenido revo-lucionario, an cuando no se definan como anticapitalis-tas. Porque si bien el pas subyugado sufre, en ltima ins-tancia, la opresin del capitalismo como sistema mundial en su etapa imperialista, esa opresin no se manifiesta como desarrollo capitalista en la semicolonia, sino todo lo contrario, como insuficiencia de capitalismo. De ah que los primeros avances nacional-democrticos de la semi-colonia signifiquen al par que la liberacin de la opresin imperialista, el crecimiento de las fuerzas productivas en el marco capitalista. Los seudo izquierdistas distrados pro-testan entonces porque la pretendida liberacin nacional no avanza por el camino de la supresin de las clases socia-les y despus de escandalizarse porque esa revolucin crea nuevos ricos, pasan a la oposicin donde inevitable-mente la oligarqua reaccionaria los recibe con los brazos abiertos. En cambio, los desocupados, que no sufran de capitalismo, sino de falta de capitalismo, se convierten en obreros e integran entusiastamente la caravana del movi-miento nacional.

    Un programa nacional-democrtico (como el plan-teado por Ugarte en 1916, desde su diario La Patria, o como el que puso en ejecucin Pern en 1945), no puede calificarse como socialista, por supuesto. Nacionalizar Bancos y servicios pblicos