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GALERÍA DE CLÁSICOS 80 QUÉ LEER Cuenta Gabriel García Márquez cómo un día Álvaro Mutis se presentó en su casa cargado con un paquete de libros y, sepa- rando el más pequeño y fino del montón, le dijo riéndose: “¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”. El libro era Pedro Pá- ramo, de Juan Rulfo. García Márquez lo leyó conmocionado dos veces seguidas, deslumbrado por su fulgor. Esa lectura, según admitiría más tarde, le ayudó a en- contrar el camino que buscaba para seguir escribiendo sus libros. De hecho, el céle- bre inicio de Cien años de soledad —“Mu- chos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buen- día había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”— es un evidente homenaje al autor mexicano, un guiño que juega con el eco de una de las frases claves de Pedro Pá- ramo: “El padre Rentería se acordaría mu- chos años después de la noche en que la dureza de la cama lo tuvo despierto y des- pués lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo”. Jorge Luis Borges describió Pedro Pá- ramo como “una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”. Muy similar es el juicio de la norteamericana Susan Sontag, para quien la novela de Rulfo es uno de los li- bros más influyentes del siglo XX. La breve e intensa obra de Rulfo se graba de forma indeleble en la memoria de quienes han tenido la buena fortuna de leerla. Y, sin embargo, nadie, ni los críticos más se- sudos, ha sabido explicarla cabalmente. Igual de misteriosa e inasible fue la vida de este autor tímido e introspectivo del que tan pocas cosas se saben con certeza. ¿Quién era Juan Rulfo? ¿A qué se debe la vigencia de su obra? Rulfo, el fabulador La dificultad de conocer a Rulfo se debe en parte a los obstáculos que él mismo solía poner en el camino de sus estudio- sos. A lo largo de su vida no cesó de inven- tar episodios, ocultar información, alterar realidades y crear Rulfos paralelos y, a veces, contradictorios, lo cual ha hecho muy difícil rastrear datos veraces. En ese sentido, el de la fabulación de su propia historia, su caso recuerda mucho al del fa- moso escapista Harry Houdini, quien, casi un siglo después de su muerte, sigue des- concertando a los historiadores por su in- veterada costumbre de inventarse a sí mismo y escamotear la verdad en cada Juan Rulfo Destejer el arco iris Un libro de relatos y una novela le bastaron a Juan Rulfo para convertirse en un escritor universalmente admirado. El resto de su vida transcurrió en un férreo silencio narra- tivo que hoy sigue avivando la imaginación de sus lectores. RUBÉN ABELLA 209.indd 80 20/04/2015 11:58:54

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GALERÍA DE CLÁSICOS

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Cuenta Gabriel García Márquez cómo un día Álvaro Mutis se presentó en su casa cargado con un paquete de libros y, sepa-rando el más pequeño y fino del montón, le dijo riéndose: “¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”. El libro era Pedro Pá-ramo, de Juan Rulfo. García Márquez lo leyó conmocionado dos veces seguidas, deslumbrado por su fulgor. Esa lectura, según admitiría más tarde, le ayudó a en-contrar el camino que buscaba para seguir escribiendo sus libros. De hecho, el céle-bre inicio de Cien años de soledad —“Mu-chos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buen-día había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”— es un evidente homenaje al autor mexicano, un guiño que juega con el eco de una de las frases claves de Pedro Pá-ramo: “El padre Rentería se acordaría mu-chos años después de la noche en que la dureza de la cama lo tuvo despierto y des-pués lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo”.

Jorge Luis Borges describió Pedro Pá-ramo como “una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”. Muy similar es el juicio de la norteamericana Susan Sontag, para quien la novela de Rulfo es uno de los li-bros más influyentes del siglo XX. La breve e intensa obra de Rulfo se graba de forma indeleble en la memoria de quienes han tenido la buena fortuna de leerla. Y, sin embargo, nadie, ni los críticos más se-sudos, ha sabido explicarla cabalmente. Igual de misteriosa e inasible fue la vida de este autor tímido e introspectivo del que tan pocas cosas se saben con certeza. ¿Quién era Juan Rulfo? ¿A qué se debe la vigencia de su obra?Rulfo, el fabuladorLa dificultad de conocer a Rulfo se debe en parte a los obstáculos que él mismo solía poner en el camino de sus estudio-sos. A lo largo de su vida no cesó de inven-tar episodios, ocultar información, alterar realidades y crear Rulfos paralelos y, a veces, contradictorios, lo cual ha hecho muy difícil rastrear datos veraces. En ese sentido, el de la fabulación de su propia historia, su caso recuerda mucho al del fa-moso escapista Harry Houdini, quien, casi un siglo después de su muerte, sigue des-concertando a los historiadores por su in-veterada costumbre de inventarse a sí mismo y escamotear la verdad en cada

Juan Rulfo Destejer el arco iris

Un libro de relatos y una novela le bastaron a Juan Rulfo para convertirse en un escritor universalmente admirado. El resto de su vida transcurrió en un férreo silencio narra-tivo que hoy sigue avivando la imaginación de sus lectores.

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entrevista que concedía. Como Houdini, Juan Rulfo mintió sobre su fecha de naci-miento, manteniendo en público y en pri-vado que había nacido en 1918 cuando en realidad lo había hecho un año antes. También cambió a menudo su lugar de origen. Hasta tal punto llegó su afición a jugar con los datos que, tras su muerte, ni siquiera sus amigos más íntimos, como Augusto Monterroso o Juan José Arreola, sabían cuándo había nacido y dónde. Por su acta de nacimiento —la más fidedigna encontrada— y la fe de bautismo, hoy po-demos deducir que nació el 16 de mayo de 1917 a las cinco de la mañana, hijo legí-timo de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo y de María Vizcaíno Arias, aunque sigue sin estar claro si vino al mundo en Sayula —donde fue registrado— o en Acapulco. Sabemos también que sus padres murie-ron cuando él aún era un niño. En 1929 se trasladó a San Gabriel, donde vivió con su abuela, y más tarde fue internado en el or-fanato Luis Silva de Guadalajara. La orfan-dad lo marcó de forma indeleble y acabaría tiñendo las fibras más íntimas de su producción literaria.

Pero sin duda las más célebres de sus fabulaciones son las que urdió durante sus

treinta años de silencio literario tras la aparición de Pedro Páramo (1955), para explicar, sobre todo a la prensa, por qué ya no publicaba nada. La más recurrente tiene como protagonista a su tío Celerino, quien desde siempre le había aprovisio-nado de historias y, al morir, le había de-jado sin material narrativo. También mencionaba con frecuencia una novela en la que decía estar trabajando, La cordi-llera, que nunca llegó a concretarse. Estas ficciones fueron recogidas y difundidas por amigos, periodistas, profesores y críti-cos, y vertidas en papel para conservarlas en la memoria. Podría decirse que todo ese material escrito, esa recopilación de fábulas inventadas para salir del paso, se convirtió en su nueva obra narrativa, una especie de novela oral en la que se mezcla-ban detalles de su vida —el tío Celerino existió de verdad—, la pura imaginación y las inevitables alteraciones introducidas por los compiladores. Por medio de su si-lencio, Juan Rulfo se alzó como miembro destacado de la mítica Escuela del No —Bartleby y compañía, los llamó Enrique Vila-Matas—, formada por autores de ta-lento que, por distintas razones, deciden dejar de escribir. Juan Rulfo fue ante todo

un fabulador, un contador de historias. Incluida la suya.El llano en llamasEn el lúcido prólogo que escribió para la edición de Pedro Páramo de su Biblioteca Personal, Borges nos dice que, como Emily Dickinson, Rulfo creía que publicar no era un parte esencial del destino del escritor. Tanto es así, que no publicó su primer libro —El llano en llamas (1953)— hasta casi cumplidos los cuarenta años, y eso gracias a Efrén Hernández —un “terco amigo”, como lo describe Borges—, que le arrancó los originales y, convencido de su valor, los llevó a la imprenta. Más que la publicación, a Rulfo le interesaba la lec-tura, la escritura y la soledad. Como Salin-ger —otro ilustre autor del “no”—, escribía despacio y revisaba, corregía y destruía sus textos sin piedad cuando no

estaba satisfecho, lo cual ocurría a me-nudo.

Los cuentos de El llano en llamas, nos dice Borges, prefiguran de algún modo la novela que dos años más tarde haría fa-moso a Rulfo en muchos países y en mu-chas lenguas. En ellos, el autor nos transporta de lo real a lo fantástico por medio de un estilo vigoroso y poético, pro-fundamente enraizado en los popular, es-tableciendo así las bases de lo que más

Aquí todo va de mal en peor. La se-mana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos ente-rrado y comenzaba a bajársenos la tris-teza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleán-dose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejabán, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.

Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le re-galó para el día de su santo se la había llevado el río.

“Es que somos muy pobres”,El llano en llamas

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tarde se daría en llamar Realismo Mágico. Algunos de los relatos están ubicados geo-gráficamente en una aldea llamada Co-mala, escenario también de Pedro Páramo, e históricamente en la época de la Revolu-ción Mexicana de 1910 y la Guerra Cris-tera o en los años inmediatamente posteriores a estas, como “Paso del Norte”, que trata sobre la emigración campesina a Estados Unidos huyendo de la miseria, o “Nos han dado la tierra”, sobre las conse-cuencias de la reforma agraria. El paisaje es siempre seco y árido, habitado por gente solitaria sin más posesiones que la memoria, el dolor y el silencio. Son histo-rias intensas, líricas y universales sobre la desigualdad, la lucha por la vida, la deses-peranza y el fracaso. Pero la uniformidad del conjunto es solo aparente, porque en realidad cada cuento, cada historia, con-tiene un mundo completo y autónomo, independiente de los demás, lo que con-vierte el conjunto una verdadera antología del arte y el oficio de contar.

El puente con Pedro Páramo lo tiende Rulfo a través de “Luvina”, el último

cuento que escribió y probablemente el más poético de la serie, en el que se des-cribe con contagiosa melancolía un pue-blo casi espectral donde “nadie lleva la cuenta de las horas”.Rulfo, el fotógrafoRulfo empezó a fotografiar como aficio-nado en los años treinta. Le interesaba de forma especial la grandeza y la desolación del paisaje mexicano y aprovechó su tra-bajo como corredor de comercio y, más tarde, como editor del Instituto Nacional Indigenista para tomar miles de instantá-neas que, pese a su valor e incuestionable belleza, no quiso mostrar públicamente hasta pocos años antes de morir. Compa-ginó esta pasión casi secreta con el cine y la escritura de guiones para películas como El gallo de oro y La escondida, esta última dirigida por él. En 1980 el Instituto Nacional de Bellas Artes de México orga-nizó una exposición de su obra fotográ-fica. En 1987, un año después de su muerte, el Ateneo de Madrid le rindió un homenaje en el que se incluyeron varias de sus fotografías. A partir de ahí, la difu-

sión de su trabajo fotográfico ha sido constante.

Sus imágenes están íntimamente empa-rentadas con las de fotógrafos del calibre de Edward Weston, Tina Modotti, Gra-ciela Iturbide o Manuel Álvarez Bravo. Y si las mencionamos aquí, no es solo por su inherente valor estético, sino porque ex-ploran territorios afines a los que se des-criben en su obra literaria. En ellas aparecen la desolación, la culpa, la po-breza, el fatalismo, la desesperación, la degradación humana y la ruina del pai-saje, los mismos temas que sustentan los relatos de El llano en llamas y la trama de Pedro Páramo. Por medio de sus fotogra-fías, Juan Rulfo entra a formar parte de una comunidad atemporal y muy exclu-siva, la de los escritores que fueron tam-bién fotógrafos, entre cuyos miembros se encuentran Émile Zola, Wright Morris, Aldous Huxley, Allen Ginsberg, Julio Cor-tázar o Eudora Welty.Pedro Páramo Pedro Páramo comienza con el relato en primera persona de Juan Preciado, quien ha prometido a su madre en su lecho de

muerte que viajaría a Comala para recla-marle a su padre, Pero Páramo, a quien no conoce, lo que les pertenece. Desde el mo-mento en que Preciado se cruza en el ca-mino con un arriero que le asegura que son hermanos y que todos los habitantes

De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenu-zarla, de modo que la tierra de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.

“Luvina”, El llano en llamas

Este pueblo está lleno de ecos. Tal pa-rece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgasta-das por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.

Eso me venía diciendo Damiana Cis-neros mientras cruzábamos el pueblo.

Hubo un tiempo que estuve oyendo durante muchas noches el rumor de una fiesta. Me llegaban los ruidos hasta la Media Luna. Me acerqué para ver el mi-tote aquel y vi esto: lo que estamos viendo ahora. Nada. Nadie. Las calles tan solas como ahora.

Pedro Páramo

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de Comala se apellidan Páramo, el lector percibe que ha entrado en un texto fantás-tico, cuyas infinitas ramificaciones, nos dice Borges, no le es dado prever, pero cuya gravitación ya lo atrapa. La narración de Preciado está fragmentada y se ve fre-cuentemente interrumpida por la voz de su madre recién fallecida y por una se-gunda línea narrativa que podría, aunque no queda claro, pertenecer a Pedro Pá-ramo. Preciado se encuentra con varias personas en Comala, a quienes, en deter-minado momento, empieza a percibir como muertos.

La novela ha sido estudiada desde innu-merables puntos de vista. Se ha explorado su historia, su geografía, su simbolismo, sus aspectos sociológicos, su trasfondo po-lítico. Se ha aplicado la lupa a su compleja y deslumbrante técnica narrativa, que usa y trasciende las estrategias del moder-nismo —fragmentación, monólogo inte-rior, ruptura de la cronología, elipsis,

narrador poco fiable— para convertir la novela en un clásico contemporáneo. Se ha comparado Pedro Páramo con Mientras agonizo, de William Faulkner, con Ra-yuela, de Cortázar, con las novelas fronte-rizas de Cormac McCarthy. Pero nadie hasta el momento ha logrado dilucidar su esencia, el motivo que la hace tan fasci-nante. Nadie, como dice Borges en su pró-logo, apropiándose de una metáfora de John Keats, ha destejido el arco iris. Y puede que nadie lo haga porque el poder de esta novela reside, precisamente, en lo que no se entiende, en el misterio de lo inaprensible. El mismo misterio, o pare-cido, que aún hoy nos hace preguntarnos dónde nació Juan Rulfo o por qué no escri-bió más después de 1955. El alma de la obra de Juan Rulfo, la grandeza de su espí-ritu, lo que la hace universal y la convierte en un prodigio literario fuera de toda com-prensión y de todo tiempo es lo inasible, lo que se intuye entre sus líneas. n

Pedro Páramo miró cómo los hombres se iban. Sintió desfilar frente a él el trote de caballos oscuros, confundidos con la noche. El sudor y el polvo; el tem-blor de la tierra. Cuando vio los cocuyos cruzando otra vez sus luces, se dio cuenta de que todos los hombres se ha-bían ido. Quedaba él, solo, como un tronco duro comenzando a desgajarse por dentro.

Pensó en Susana San Juan. Pensó en la muchachita con la que acababa de dormir apenas un rato. Aquel pequeño cuerpo azorado y tembloroso que pare-cía iba a echar fuera su corazón por la boca. “Puñadito de carne”, le dijo. Y se había abrazado a ella tratando de con-vertirla en la carne de Susana San Juan. “Una mujer que no era de este mundo.”

Pedro Páramo

Versión cinematográfica de Pedro Páramo dirigida por Carlos Velo con guión de Carlos Fuentes y Manuel Barbachano

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