García, E. - Espacio Público y Cambio Social. Pensar Desde Tocqueville

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Espacio público y cambio social Pensar desde Tocqueville c Edgardo García * U n confiado Carlos Marx evaluaba que las armas forjadas por la bur- guesía en ascenso contra la aristocracia dominante, prontamente se transformarían en sus mortales enemigas en manos del proletariado (Marx, 1985: p. 150). Entre esas versátiles herramientas se encontraban varios de los derechos y libertades proclamados por los revolucionarios estadounidenses y franceses en la Declaración de Derechos de Virginia de 1776 y en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, cuyo artículo 11 proclamaba específicamente: “La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciados del hombre: todo ciudadano puede, por tanto, hablar, escribir e imprimir libremente, salvo la responsabilidad que el abuso de esta libertad produzca en los casos determinados por la ley” (Monzón, 1996: pp. 58-9). Este derecho a la libertad de expresión es el que dará sustento a la constitución de la esfera de la opinión pública, sobre el cual discurrirá el pre- sente trabajo. A mediados del siglo XIX aún persistía la idea de un espacio, el de la opinión pública, que se constituía en el libre intercambio de opiniones racionales, razon- amientos abiertos, información y crítica, que constituían instrumentos de afirma- ción pública en cuestiones políticas (Price, 1994: p. 23). Esta concepción del 433 * Licenciado en Ciencia Política (FSOC—UBA) y maestrando en Relaciones Internacionales (FLACSO) y en Co- municación Institucional (UCES). Docente de la materia Teoría Política y Social Moderna (FSOC—UBA).

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  • Espacio pblico y cambio socialPensar desde Tocqueville

    c Edgardo Garca*

    U n confiado Carlos Marx evaluaba que las armas forjadas por la bur-guesa en ascenso contra la aristocracia dominante, prontamente setransformaran en sus mortales enemigas en manos del proletariado(Marx, 1985: p. 150). Entre esas verstiles herramientas se encontraban varios delos derechos y libertades proclamados por los revolucionarios estadounidenses yfranceses en la Declaracin de Derechos de Virginia de 1776 y en la Declaracinde Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, cuyo artculo 11 proclamabaespecficamente: La libre comunicacin de los pensamientos y de las opinioneses uno de los derechos ms preciados del hombre: todo ciudadano puede, portanto, hablar, escribir e imprimir libremente, salvo la responsabilidad que elabuso de esta libertad produzca en los casos determinados por la ley (Monzn,1996: pp. 58-9). Este derecho a la libertad de expresin es el que dar sustento ala constitucin de la esfera de la opinin pblica, sobre el cual discurrir el pre-sente trabajo.

    A mediados del siglo XIX an persista la idea de un espacio, el de la opininpblica, que se constitua en el libre intercambio de opiniones racionales, razon-amientos abiertos, informacin y crtica, que constituan instrumentos de afirma-cin pblica en cuestiones polticas (Price, 1994: p. 23). Esta concepcin del

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    * Licenciado en Ciencia Poltica (FSOCUBA) y maestrando en Relaciones Internacionales (FLACSO) y en Co-municacin Institucional (UCES). Docente de la materia Teora Poltica y Social Moderna(FSOCUBA).

  • La filosofa poltica moderna

    espacio pblico ha sido sometida a numerosas crticas, entre las cuales la deTocqueville se destaca por ser una de las ms tempranas. A pesar de ello, an hoysigue constituyendo el punto de referencia del sentido comn, cada vez que staaborda la cuestin de la opinin pblica y su espacio de expresin.

    Hasta cierto punto la presuposicin marxista comulgaba con esta nocin dela opinin racional, y entenda asimismo el espacio de la opinin pblica comoun mercado ms, en el cual, en lugar de productos y servicios, eran las ideas lasque competan en libre concurrencia. En la medida en que toda institucin cobra-ba el carcter de idea, cada una se someta a debate y su verdadero carcter qued-aba expuesto (Marx, 1985: p. 151; y Berman, 1988: pp. 109-16). No importaba sila institucin era el gobierno, la educacin, la propiedad o la relacin salarial.Que estas dos ltimas fueran sometidas a crtica constitua la esperanza del ori-undo de Trveris, as como el terror de la burguesa, tal como lo sealara en ElDieciocho Brumario de Luis Bonaparte (Marx, 1985: p. 151). La burguesa noalcanzaba a convertirse en clase dominante que ya tena al proletariado sobre suspasos, dispuesto a arrebatarle su dominacin.

    Merced a su ingreso en el espacio pblico el proletariado pudo apelar a lasarmas de la publicidad (en su sentido amplio), y revelar, como destacara Marx,que la opinin pblica carece de su supuesto carcter universal y general en lamedida en que la propia sociedad capitalista se encuentra escindida en clasessociales, por lo que existen tantas opiniones pblicas como clases. Asimismo, esasupuesta opinin pblica no es ms que la opinin del pblico raciocinante, queno es otro que el compuesto por aquellos que ocupan los roles de poder polticoy econmico de esa sociedad, lo que hace de dicha opinin pblica general unaopinin pblica de la clase dominante(Marx-Engels, 1987: p. 50).

    La creencia en la libre confrontacin de opiniones como mecanismo de acce-so a la verdad se asienta en el concepto de opinin como expresin racional cog-nitiva, resultado de un razonamiento crtico. Dicha confrontacin tena lugar enel marco de un espacio pblico que, como sealara Habermas en su conocidoestudio (Habermas, 1994), es generado por el ascenso burgus y la emergenciadel capitalismo, y se plasma en los pubsy cafs de Inglaterra, los salones de Parsy las sociedades de tertulia de Alemania (Habermas, 1994: pp. 106-109). Unmbito que, habiendo sido el espacio de una legitimacin alternativa respecto ala del Estado absolutista (y por ende herramienta del ascenso burgus), podatrastocarse en arma poderosa de un proletariado que, al calor de la primavera delos pueblos, buscaba incorporarse a la ciudadela poltica burguesa en un der-rotero plagado de efmeras victorias y catastrficas derrotas.

    Consideramos que el rol adjudicado por Marx a la esfera de la opinin pbli-ca en el marco del cambio social debe ser calibrado a partir de un recorrido delpensamiento tocquevilleano. A tal efecto, intentaremos exponer las deficiencias ypotencialidades del espacio social democrtico, tal como es definido por

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  • Tocqueville, en orden a la preservacin de la libertad y la construccin del cam-bio poltico y social. En primer lugar abordaremos brevemente la definicin deopinin pblica, as como sus acepciones ms comunes y relevantes desde elpunto de vista de un anlisis poltico. En segundo trmino desarrollaremos la con-cepcin tocquevilleana de la opinin pblica y sus efectos, para luego dar lugar alos principios de autoridad que se ponen en juego en esta opinin de la mayora.Una vez tratado el problema de la opinin pblica, estudiaremos dos institucionesclave para las esperanzas tocquevilleanas de escapar de la tirana democrtica:prensa y asociaciones, pilares de un espacio pblico capaz de sostener las liber-tades y derechos de los ciudadanos, as como, segn nuestra visin, de fortalecerlas condiciones de una transformacin social. Por ltimo, plantearemos aquellosque a nuestro entender constituyen los mayores obstculos para la generacin yconservacin del espacio pblico y las virtudes ciudadanas. Obstculos que,sumados a la opinin pblica mayoritaria, podran considerarse inexpugnables: lapasin por el bienestar material y sus efectos, y la generalizacin de esa culturade clase media.

    Control del individuo, sustento del gobierno y fundamento de la ley

    Definir el concepto de opinin pblica es una tarea por dems trabajosa envirtud de las numerosas definiciones que pueden encontrarse (Monzn,1996;Noelle-Neumann, 1995). Sin embargo, no podemos dejar de rescatar algunas delas acepciones ms comunes, an teniendo en cuenta que todas ellas son precariasy provisionales. A efectos del presente trabajo debemos aclarar cada uno de lostrminos. En el caso del concepto de opininste incluye dos acepciones bsicas,ambas tiles para el anlisis del aporte tocquevilleano: a) como juicio racional-cognitivo; b) como equivalente a costumbres, moral y maneras. En lo que serefiere al concepto de pblico, nos limitaremos a la acepcin que entiende la cosapblica como algo de acceso comn, que remite a cuestiones de inters general,y especficamente a aquellos asuntos relativos a Gobierno y Estado (Price, 1994:pp.19-21). De la reunin de ambos conceptos bien podemos derivar una acepcinde opinin pblica que la define como un mecanismo que facilita el acceso a cier-tas verdades en el mbito de lo pblico a partir del juicio de personas privadas(Monzn, 1996: p. 54).

    En su versin moderna, la mayora de los autores adjudica la paternidad dela expresin a Jean-Jacques Rousseau, quien en carta a Anelot, ministro de asun-tos exteriores, el 2 de mayo de 1744, la utilizar definindola en trminos de tri-bunal de cuya desaprobacin hubiera uno de protegerse (Noelle-Neumann,1995: pp. 111-2).

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    Un concepto de opinin pblica que, si bien est asociado a la acepcin entrminos de moral y costumbres, tambin extiende su esfera de influencia alcampo poltico en la medida en que el gobierno tambin debe responder antedicho tribunal. Esto otorga sustento a la concepcin del gobierno apoyado en laopinin, ya que si bien los hombres pueden otorgar su fuerza para establecer ungobierno comn, no menos cierto es que conservan el uso de su razn individualpara evaluar la marcha de la cosa pblica.

    Esa concepcin del gobierno basado en la opinin pblica habr de obtenersu popularidad de la mano del ministro de Luis XIV, Necker, en el ltimo cuartodel siglo XVIII. En efecto, fue ste quien, al publicar las cuentas pblicas, plantela necesidad de publicitar las actividades gubernamentales y justific tal posicinen la dependencia de las finanzas del reino respecto de la opinin de los acree-dores (Habermas, 1994: p. 105-106; Price, 1994: p. 26). Como puede observarse,hacer buena letra para obtener el investment gradees una prctica con ms dedoscientos aos.

    Resulta importante destacar una tercera forma de evaluar la opinin pblica,que tambin pertenece a Rousseau. Como se recordar, el ginebrino asocia laopinin pblica a su expresin en la tradicin y las costumbres, que en su enu-meracin de los tipos de leyes existentes en la Repblica configuran las msimportantes, ya que sobre ellas se asientan las restantes.

    A estas tres clases de leyes se une una cuarta, la ms importante de todas;que no se graba ni sobre el mrmol ni sobre el bronce, sino en los corazonesde los ciudadanos; que forma la verdadera constitucin del Estado; Hablode las costumbres, de los usos, y sobre todo de la opinin; parte de que elgran Legislador se ocupa en secreto(Rousseau, 1998: p. 79).

    La voluntad general, cristalizada en la ley, sera la consolidacin de la propiaopinin pblica, en la medida en que sta es sondeada por el Legislador almomento de evaluar al pueblo sobre el cual habr de legislar.

    Opinin pblica, poderque mata

    Se ha sealado hasta el hartazgo la virtud del abordaje tocquevilleano, quepresupone el imprescindible anlisis de la constitucin material, o estado social,para pasar luego al estudio de su constitucin formal (Negri, 1994: pp. 224-5; yZetterbaum, 1996). Basta leer el captulo IX de la 2da parte del Tomo I(Tocqueville, 1985: Tomo I, pp. 260-300) para reconocer esta saludable afirma-cin. Y si ello no alcanza, los atribulados ciudadanos argentinos (si es que cabetal concepto) podran efectuar el ejercicio que en dichas pginas nos planteaTocqueville para encontrar all una parte, que no nos atreveramos a valorar, denuestros males histricos.

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  • En dichos prrafos Tocqueville evala los factores constitucionales y legisla-tivos: luego se desplaza por los factores geogrficos, y concluye finalmente, queni unos ni otros explican lo que hoy denominaramos ventaja comparativa delos Estados Unidos sobre las ex colonias espaolas de Amrica del Sur. Slo enlas costumbres hallaramos esa ventaja, ese factor desequilibrante. Y, en estosprrafos, es el eco de Rousseau el que vuelve a envolvernos (Rousseau, 1998: pp.68-76).

    Pero esa ventaja comparativa, constituida por las instituciones libres, la pro-fusin de asociaciones civiles y polticas y el ejercicio de los derechos polticosen todos los mbitos de la sociedad, libra una batalla cotidiana contra los efectosnegativos del avance arrollador e irresistible de la igualdad. Una igualdad decondiciones que puede llevarnos a la libertad o desplomarnos en la tirana.

    Nos queda por saber si tendremos una Repblica agitada o una Repblicatranquila, una Repblica regular o una Repblica irregular, una Repblicapacfica o una Repblica belicosa, una Repblica liberal, o una Repblicaopresiva, una Repblica que amenace los derechos sagrados de la propiedady de la familia, o una Repblica que los reconozca y consagre, Segn loque tengamos, la libertad democrtica o la tirana democrtica, el destino delmundo ser diferente(Tocqueville, 1985: Tomo I, p. 8).

    No nos preocupa aqu encontrar frmulas que garanticen la persistencia demecanismos aristocrticos bajo las nuevas condiciones de igualdad, tal como pre-tendiera Tocqueville, sino reflexionar acerca del valor de algunos de ellos para elfortalecimiento de la ciudadana en nuestro fin de siglo. Reflexin an ms per-tinente si se trata del contexto argentino, toda vez que una mirada a las ltimasdcadas revela su profunda degradacin. Degradacin que, a diferencia de laplanteada por Tocqueville, est asociada parcialmente a la creciente desigualdadsocial. Hechas estas breves acotaciones, nos abocaremos al tratamiento queTocqueville realiza de la opinin pblica y sus efectos.

    Necesariamente debe partirse de la nocin de soberana del pueblo tal comoes definida en el captulo IVde la 1ra parte del Tomo I de La Democracia enAmrica: un poder omnmodo que el pueblo posee an sobre las instituciones, yque permite que la mayora, a travs de sus opiniones, prejuicios y pasiones, seimponga sin obstculos.

    All la sociedad acta por s misma y sobre s misma, no hay poder fuera desu seno El pueblo reina sobre el mundo poltico americano como Diossobre el universo. l es la causa y el fin de todas las cosas; todo sale de l ytodo se incorpora de nuevo a l (Tocqueville, 1985: Tomo I, pp. 56-7).

    Es importante destacar que las formas en que se expresa esta mayora se ale-jan radicalmente de las manifestaciones cognitivo-racionales que sealramosms arriba. Por el contrario, estas opiniones son producto de un pueblo que siente

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    ms de lo que razona, y esa misma pasin, que suele ser momentnea, lo aleja delos designios permanentes, sacrificados en su altar.

    La tendencia que impele a la democracia a obedecer, en poltica, al sen-timiento ms que a la razn, y a abandonar un designio largo tiempo madu-rado, por satisfacer una pasin momentnea (Tocqueville, 1985: Tomo I,p. 216).

    Esta opinin pblica conforma una suerte de religin, cuyo profeta es la may-ora (Tocqueville, 1985: Tomo II, p.16). Religin que, como cualquier otra, actacomo una fuerza moral que traza un cerco sobre el pensamiento, ejerciendo unasuerte de violencia intelectual.

    En Amrica la mayora traza un cerco formidable alrededor del pensamien-to. Cadenas y verdugos eran los burdos instrumentos que empleaba antaola tirana, los prncipes haban, por as decirlo, materializado la violencia;las repblicas democrticas de hoy la han hecho tan intelectual como la vol-untad humana a la que pretenden sojuzgar deja el cuerpo y va derecho alalma (Tocqueville, 1985: Tomo I, pp. 240-1).

    Aqu est claramente definida la relevancia de la nocin de opinin pblicaen Tocqueville. La opinin es uno de los dos poderes centrales de los que goza lamayora para ejercer su omnipotencia y facilitar lo que el autor define comovicios democrticos: inestabilidad legislativa y administrativa.

    Este poder cristaliza en lo que Elizabeth Noelle-Neumann, siguiendo aTocqueville, define como espiral de silencio: la capacidad de la opinin pbli-ca de condenar al silencio a aqul que no coincide con la opinin que supuesta-mente sostiene una mayora.

    Cuando os acerquis a vuestros semejantes, huirn de vosotros como de unser impuro, e incluso los que creen en vuestra inocencia os abandonarn, paraque no se huya asimismo de ellos (Tocqueville, 1985: Tomo I, p. 241).

    De las autoridades en materia de opinin

    Pero, cul es el sustento social de esta omnipotencia, de este poder que matasocialmente? Tocqueville, una vez ms, lo atribuye a la igualdad de condiciones.La uniformidad de los ciudadanos conduce a la inexistencia de notables, person-alidades o autoridades fuera de lo comn (lo que en el lenguaje tocquevilleanodebe asociarse inmediatamente al concepto de aristcratas) que puedan estable-cer lo que hoy denominaramos corrientes de opinin. No hay lderes deopinin. Si no hay criterios cualitativos de distincin o si se los rechaza porquese reniega de los privilegios, entonces slo nos resta apelar a los criterios cuanti-tativos. Si no hay grandes hombres, puede haber mayoras. Si la mayora manifi-

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  • esta una opinin, y todos somos miembros de esa multitud de hombres iguales,es lgico que confiemos en el pronunciamiento, en la opinin de la mayora, ydejemos que gue nuestra razn individual.

    No slo la opinin comn es el nico maestro que le queda a la razn indi-vidual en los pueblos democrticos, sino que en ellos dicha opinin es infini-tamente ms poderosa que en los otros pueblos. En pocas de igualdadningn hombre se fa en otro, a causa de su equivalencia, pero esta mismaequivalencia les da una confianza casi ilimitada en el juicio pblico, ya queno les parece verosmil que siendo todos de igual discernimiento, la verdadno se encuentre del lado de la mayora (Tocqueville, 1985: Tomo II, p. 15).

    Esta razn individual no solamente parte de la premisa de desconfiar de lasautoridades indiscutidas, sino que tambin se pretende fuente de verdad en todocampo del conocimiento, pues nada puede superar los lmites de la inteligenciaindividual (Tocqueville, 1985: Tomo II, p. 10).

    Pero esta razn individual, engarzada a tales imperativos, dispuesta a evalu-ar cada asunto por s misma, encuentra rpidamente obstculos que el propioTocqueville se ocupa de sealar. En primer lugar es objetivamente imposible con-siderar cada cuestin para formarse un juicio propio, lo que conduce a los hom-bres a aceptar ideas dadas que provienen de terceros.

    Si el hombre tuviera forzosamente que probarse a s mismo todas las ver-dades de la vida cotidiana no acabara nunca; como carece de tiempo y defacultades no puede sino dar por cierto gran cantidad de hechos y opin-iones que no ha tenido ocasin ni capacidad para examinar y verificar per-sonalmente, pero que expusieron otros ms hbiles o adopt la multitud(Tocqueville, 1985: Tomo II, p.14).

    En segundo trmino, la propia igualdad de condiciones conduce a ideasanlogas.

    Las opiniones bsicas de los hombres se van haciendo semejantes a medidaque las condiciones se van nivelando. Tal me parece ser el hecho general ypermanente; el resto es singular y pasajero (Tocqueville, 1985: Tomo II, p.220).

    En tercer lugar, la muy norteamericana aficin al bienestar, y las laboresnecesarias para obtenerlo, los ocupan tanto que les impiden pensar y entusias-marse con las ideas.

    La vida transcurre entre el movimiento y el ruido, y los hombres tanto seocupan en su hacer, que no tienen tiempo para pensar el ardor queponen en sus negocios les impide entusiasmarse con las ideas (Tocqueville,1985: Tomo II, p. 221).

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    Asimismo, ese ardor por los negocios recorta el tiempo libre necesario paraque el pueblo pueda elevarse por encima de cierto nivel cultural, lo que en la lec-tura tocquevilleana constituye una condicin necesaria para que pueda evaluar losmedios necesarios para obtener sus fines (Tocqueville, 1985: Tomo I, pp. 185-186).

    Por ltimo, la igualdad no slo los conduce a la uniformidad de ideas, sinoque tambin genera dos efectos adicionales: suscita menos pensamiento, y enltima instancia puede llevar al hombre a no pensar por s mismo.

    Y veo cmo, bajo el imperio de ciertas leyes, la democracia extinguira lalibertad intelectual que el mismo estado social democrtico favorece, desuerte que el espritu humano se encadenara estrechamente a la voluntadgeneral de la mayora (Tocqueville, 1985: Tomo II, p.16).

    Tal es el peso de la opinin mayoritaria sobre el individuo, que no slo tienela capacidad de convertirlo en un paria sumido en el silencio, sino tambin en unser obligado a dudar de s mismo y de sus propios derechos cuando su opinin esatacada por la mayora.

    No percibiendo nada que le eleve ni distinga de los otros, desconfa de smismo cuando le atacan; no slo duda de sus fuerzas, sino que llega a dudarde su derecho, () la mayora no tiene necesidad de obligarle, le convence(Tocqueville, 1985: Tomo II, p. 222).

    Tras la glorificacin de la razn individual, tan comn al pensamiento liber-al clsico, emerge aqu una percepcin ms refinada y concreta, sealando loslmites y obstculos de aqulla. Cmo evaluaremos hoy, a la luz de este aportetocquevilleano, el sentido de las encuestas de opinin y su creciente legitimidad?Cmo juzgaramos la influencia de los medios de comunicacin sobre estasopiniones? Cmo lo hara Tocqueville, para quien la prensa de su tiempoimpeda ms males que los bienes que generaba, pero que lo haca en un contex-to en el cual la imposibilidad de convertirlos en fuente de ganancia los tornabafactores de escaso poder?

    La amo (a la libertad de prensa) por la consideracin de los males que impi-de mucho ms que por los bienes que aporta (Tocqueville, 1985: Tomo I, p.169).

    Prensa y asociaciones

    Las preguntas que cerraban el apartado anterior no son ociosas, toda vez queel presente rol de los medios de comunicacin goza de una legitimidad pocasveces vista y, adems, terriblemente magnificada (Muraro, 1998: pp. 89 y ss.; yRamonet, 1998).

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  • En el caso particular de nuestro pas, esta legitimidad es explicada, por lospropios medios y por los analistas ms conspicuos, a partir de la constatacin quela ciudadana efecta de que los medios son la nica garanta frente a ladegradacin del sistema institucional. En definitiva, esta explicacin, que ya eslugar comn y por lo tanto endeble, no hace ms que reiterar lo que el propioTocqueville sealara al referirse a las bondades de la prensa: sta es la nicagaranta de libertad y seguridad cuando el poder viola la ley y nadie puede recur-rir a la justicia. Sera justo sealar, tambin, que la analoga podra ser completasi los medios de comunicacin hubieran efectivamente sido dicha garanta cuan-do en la Argentina la libertad, la seguridad y la vida corran peligro ante un poderque no solamente violaba la ley. Ms all de la apreciacin, la libertad de prensasigue siendo para nuestro autor, y para nuestros comunicadores, una garanta parael Estado de Derecho liberal. Pero no slo eso.

    En efecto, Tocqueville destaca otro rol de la prensa, esta vez en relacin conlas opiniones: logra que los pueblos se aferren a ellas por conviccin y orgullo,lo que permite que sean ms duraderas (Tocqueville, 1985: Tomo I, p. 175). Apesar de este poder que adjudica a los peridicos, nuestro autor no se priva desealar tanto un lmite como una posibilidad de superarlo. Ese lmite se erige apartir de los intereses materiales de los hombres, cuya visibilidad, permanencia ymaterialidad los hacen inexpugnables como criterio de decisin frente a la dudaentre opiniones.

    en la duda de las opiniones los hombres acaban por aferrarse nicamentea los instintos y a los intereses materiales, que son mucho ms visibles, msconcretos y ms permanentes por naturaleza que las opiniones.(Tocqueville, 1985: Tomo I, p. 176).

    Este obstculo al poder de la prensa parece, sin embargo, encontrar unainstancia en la que puede ser superado exitosamente. Es el momento en el cuallos peridicos se unen y logran transformarse en un poder que hace ceder a laopinin.

    Cuando un gran nmero de rganos de la prensa llegan a marchar por lamisma va, su influencia, a la larga, se hace casi irresistible, y la opininpblica, atacada constantemente por el mismo lado, acaba por ceder.(Tocqueville, 1985: Tomo I, p. 175).

    Est un monopolio periodstico en condiciones de lograr tal cosa? En pocotiempo deberemos estar en condiciones de responder a esta pregunta.

    A los ojos de Tocqueville, en este contexto de igualdad de condiciones laprensa rene otras virtudes que le permiten desempear el rol que en lassociedades aristocrticas cumplan los individuos prominentes. En efecto, son losperidicos los que, al exponer ideas presentes en individuos separados les per-miten reunirse, y hasta cierto punto los obligan a ello, en la medida en que los

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    persuaden de que la unin es la condicin necesaria para servir a sus interesesparticulares.

    Si aparece un peridico que expone a todas las miradas el sentimiento o laidea simultneos en individuos separados a cada uno de ellos todos se diri-gen inmediatamente hacia esa luz se encuentran por fin y se unen(Tocqueville, 1985: Tomo II, p. 100).

    A su vez, esta necesidad de asociarse que genera en los individuos es la queretroalimenta los peridicos, que aumentan junto a dicha necesidad (Tocqueville,1985: Tomo II, p. 101).

    Estas apreciaciones deben ser matizadas al momento de emplearlas en elanlisis de la escena meditica contempornea, dado que corresponden a unaetapa pretrita, en la que los diarios respondan al modelo de prensa partidista. Loimportante aqu es retener esta nocin tocquevilleana del valor positivo queatribuye a la prensa y a las asociaciones en su bsqueda de instancias de lasociedad que eviten la cada en la tirana.

    Las asociaciones, que Tocqueville divide en civiles y polticas, tienen la vir-tud de reemplazar a los poderosos hombres eliminados por la igualdad de condi-ciones. A tal punto llega la importancia adjudicada a las asociaciones (y porequivalencia a sus aorados aristcratas), que encuentra en la proporcionalidadentre stas y el desarrollo de la igualdad la garanta de la adquisicin y conser-vacin de la civilizacin.

    Para que los hombres conserven su civilizacin, o la adquieran, es precisoque la prctica asociativa se desarrolle y perfeccione en la misma proporcinen que aumenta la igualdad en las condiciones sociales (Tocqueville, 1985:Tomo II, p. 99).

    No discutiremos aqu si la definicin de los trminos de la proporcionalidades acertada. Pero s compartimos la preocupacin tocquevilleana por el desarrol-lo de las asociaciones en tanto entendemos, como lo hiciera Marx, que stas rep-resentan la vida de la sociedad civil frente a un Estado decidido a expropiar susfunciones y a condenarla a la heteronoma mediante la extincin de sus asocia-ciones. No es casual la referencia a Marx, toda vez que tanto el oriundo deTrveris como nuestro autor leen el crecimiento del Estado como una amenaza.En efecto, basta detenerse en el Tomo II, 2da parte, Cap. V, para encontrar laacotacin sobre la tendencia del poder poltico a suplantar las asociaciones, lo quepone en peligro la moral y la inteligencia del pueblo en la medida en que stas sedesarrollan en la accin recproca entre los hombres.

    La moral e inteligencia de un pueblo democrtico no corrern menores ries-gos que su negocio y su industria si el gobierno reemplaza enteramente susacciones (Tocqueville, 1985: Tomo II, p. 98).

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  • Es tal el desarrollo del Estado francs dieciochesco, que ambos autores coin-cidirn en su anlisis de este monstruo que, al decir de Marx, penetra todos losporos de la sociedad civil (Marx, 1985: pp. 146/147; y Tocqueville, 1998: pp.143-161). Sin embargo, lo que para Marx es una consecuencia de los requerim-ientos de la burguesa francesa y su dominacin de clase, para Tocqueville serproducto de la uniformidad de los ciudadanos en el marco de la sociedaddemocrtica. Estos hombres libres, iguales y dbiles, perdidos en una masahomognea, no slo desean una legislacin uniforme, sino que tambin pretendenun poder nico y central. Estos hombres iguales se niegan a otorgar privilegios,con una sola excepcin: aquellos que otorgan a la propia sociedad, por sobre susderechos individuales, privilegios que cristalizan en ese poder nico y central,sobre el cual no se disputa.

    Esto da naturalmente a los hombres una elevada opinin de los privilegiosde la sociedad y una humilde idea de los derechos del individuo. Y Todosconciben al gobierno como un poder nico, simple, providencial y produc-tor (Tocqueville, 1985: Tomo II, pp. 245 y 247).

    Frente a este poder centralizado se yerguen las asociaciones, ltima casama-ta de la sociedad civil frente al Estado. La asociacin, nuevamente, nace de ladebilidad de estos iguales, que encuentran en ella un poderoso instrumento, y elnico disponible, para generar el poder necesario que les permita defender la lib-ertad.

    si cada ciudadano, a medida que se va haciendo individualmente msdbil y, por consiguiente, ms incapaz de preservar por s solo su libertad, noaprende el arte de unirse a sus semejantes para defenderla, la tirana crecernecesariamente con la igualdad (Tocqueville, 1985: Tomo II, p. 95).

    Este mismo instrumento, en su versin poltica, es el que ensea a subordi-nar los intereses y esfuerzos particulares a una lgica de la accin colectiva, porla cual las asociaciones ofician de grandes escuelas gratuitas en las que se vanpuliendo cotidianamente los ciudadanos. stos, que han comenzado a agruparsea partir de los pequeos asuntos, naturalmente se desplazan hacia los ms rele-vantes: de las asociaciones civiles a las polticas (Tocqueville, 1985:Tomo II, p.103).

    Hemos llegado al momento en que lo poltico aparece enmarcado bajo elconcepto de instituciones libres. Nuevamente, Tocqueville parte de la igualdad,condicin que suscita el gusto a obedecer slo la propia voluntad, y por ende elgusto por la libertad poltica y las instituciones libres. En su modalidad munici-pal, estas instituciones favorecen el arte de ser libre, y por lo tanto son una de lascausas que mantienen la Repblica Democrtica en los Estados Unidos.

    Tres cosas parecen concurrir ms que todas las otras al mantenimiento de larepblica democrtica la segunda en las instituciones municipales, que

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    Espacio pblico y cambio social. Pensar desde Tocqueville

  • La filosofa poltica moderna

    moderando el despotismo de la mayora dan al pueblo al mismo tiempo elamor por la libertad y el arte de ser libre (Tocqueville, 1985: Tomo I, p.270).

    Bienestarmaterial, clase media y cosa pblica

    Pero la igualdad, como ya sabemos cuando de Tocqueville se trata, tambinabre otros caminos. Por un lado, servidumbre. Por otro, rebelda e independenciapoltica. Sin embargo, stas dos ltimas no generan efectos uniformes. Nuestroautor precisa que ellas pueden asustar a los timoratos, y es en este punto que elanlisis retorna nuevamente al espacio social democrtico(Tocqueville, 1985:Tomo II, p. 244).

    Ya sealamos ms arriba que instituciones libres y asociaciones libraban unabatalla permanente con la igualdad de condiciones. No es otra cosa lo que nuestroautor destaca en el ttulo del Cap. XIVde la 2da parte del Tomo II: Cmo la aten-cin a los placeres materiales, a la libertad y a los asuntos pblicos se unen en elespritu de los americanos. All desarrolla esta contradiccin entre el gusto por lalibertad de los pueblos industriosos y comerciales. Yla debilidad de esos mismospueblos frente a un seor que les garantice sus intereses materiales. Finanzas es unapalabra de esclavo, acotara Rousseau al pasar (Rousseau, 1998: pp. 11 8 - 9 ) .

    La pasin por lo material, el deseo de tener objetos y el temor permanente aperderlos es general, pero por sobre todo es una pasin de la clase media.

    Si busco la pasin propia de unos hombres a quienes su origen oscuro o lamediocridad de su fortuna excitan y limitan, no encuentro otra ms naturalque el afn de bienestar. La pasin del bienestar material es esencialmenteuna pasin de la clase media; crece y se extiende con esta clase y se hace pre-ponderante con ella. Desde ella asciende hasta las clases superiores de lasociedad y desciende hasta el seno del pueblo (Tocqueville, 1985: Tomo II,p. 113).

    Es algo sobremanera conocido por nosotros. La trgica pasin de los que alprecio de la libertad obtienen el orden, requisito indispensable para la preser-vacin del bienestar.

    Esa aficin particular que los hombres de los tiempos democrticos con-ciben por los goces materiales no se opone por naturaleza al orden; por elcontrario, a menudo necesita del orden para satisfacerse (Tocqueville, 1985:Tomo II, p. 115).

    Una pasin que negocia derechos, libertades y ciudadana a cambio de esta-bilidad (lase a gusto). Esta pasin materialista que prefiere la tutela ante el peordisturbio poltico. Una pasin que Marx observa en la burguesa (Marx, 1985: pp.

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  • 185-9) y Tocqueville destaca en las clases medias. Qu podemos esperar de laconfluencia de ambos sectores sociales en esta misma pasin?

    Nuestro aristcrata busca un respiro y pronto lo encuentra. Ahora que laigualdad de condiciones se ha impuesto, todos tienen algo que conservar y pocoque adquirir. En este escenario las revoluciones se harn menos frecuentes, y porende se habr hecho mucho por la paz en el mundo. Tranquilizaos, los espectrosno retornarn.

    Entre estos dos extremos de las sociedades democrticas, hay unamuchedumbre innumerable de hombres casi iguales, que sin ser precisa-mente ricos o pobres, poseen suficientes bienes como para desear el orden,pero no como para despertar la envidia. No hay revolucin que no amenaceen mayor o menor grado la propiedad adquirida (Tocqueville, 1985: TomoII, pp. 214-5).

    Ahora bien, si quien tiene algo que conservar reniega de las revoluciones,quines son los destinados a rebelarse? Tocqueville nos contesta, anticipndosea Marx: slo se rebelan quienes no tienen nada que perder -ms que sus cadenas,agregara Mohr (Tocqueville, 1985: Tomo I, p. 227).

    En este contexto, en el que crece la mediocridad de los deseos, las pequeasocupaciones restan fuerza a la ambicin y los hombres pierden su orgullo.

    Confieso que, por lo que respecta a las sociedades democrticas, temomucho menos la audacia que la mediocridad de los deseos; lo que me parecems peligroso es que con las pequeas ocupaciones incesantes de la vida pri-vada, la ambicin pierda su impulso y su grandeza; y Lejos de creer,pues, que deba recomendarse humildad a nuestros contemporneos, quisieraque se engrandeciese la idea que se hacen de s mismos y de su especie; lahumildad no les conviene; lo que ms necesitan, en mi opinin, es el orgul-lo. De buen grado cambiara algunas de nuestras pequeas virtudes por estevicio (Tocqueville, 1985: Tomo II, pp. 210-1).

    Aherrojados por sus intereses domsticos, los individuos se tornan inmunesa las poderosas emociones pblicas que, si bien turban a los pueblos, tambin losrenuevan (Tocqueville, 1985: Tomo II, p. 223). De esas emociones pblicasdepende cualquier proyecto de transformacin para lograr desarraigar ideas con-cebidas por la mayora tirnica de la que habara Tocqueville.

    En mi opinin resulta sumamente difcil excitar el entusiasmo de un pueblodemocrtico con una teora que no tenga relacin visible, directa e inmedia-ta con la prctica cotidiana de su existencia. Un pueblo as no abandona fcil-mente sus antiguas ideas. Pues es el entusiasmo el que saca al esprituhumano de los caminos conocidos; l impulsa tanto las grandes revolucionescomo las polticas. (Tocqueville, 1985: Tomo II, p. 221)

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    A modo de cierre

    Al comienzo de este trabajo sealamos la confianza depositada por Marx enaquellas herramientas que la burguesa forjara, y que pronto se transformaran ensus mortales enemigas. A ello sum un pronstico asociado al desarrollo capital-ista, que prevea la creciente desaparicin de los sectores medios y la escisin dela sociedad en dos clases claramente enfrentadas. En esta conjuncin se poten-ciaban las condiciones de posibilidad de una transformacin revolucionaria quediera por tierra con el sistema capitalista. A ciento cincuenta aos de estas pre-sunciones, el capitalismo no slo goza de una buena salud relativa, sino que lologra en el marco de una creciente polarizacin social. A pesar de ello, la persis-tencia de la cultura del bienestar material, de la que nos hablara Tocqueville,sigue constituyendo tanto una barrera a las posibilidades de cambio como uno delos factores centrales de la degradacin del espacio de la ciudadana y la opininpblica. Ese afn por el bienestar material nos ha conducido a la molicie de losplaceres permitidos, si es que podemos permitrnoslos, y nos aleja del impulsonecesario para fortalecer la ciudadana, que hoy slo puede concretarse de lamano de una gran transformacin social.

    Tocqueville nos ha mostrado los obstculos que debern sortearse para llevara buen puerto esta gran empresa, pero tambin nos ha revelado las herramientasdisponibles. Las asociaciones, que de ellas se trata, pueden ofrecer el espaciodesde el cual revitalizar la ciudadana y retornar al espacio pblico. Son ellas lasque podrn hacernos regresar de la impotencia: las que nos devuelvan las fort-alezas perdidas, no ya frente a un Estado omnipresente, que no lo hay, sino frentea un mercado omnipotente y un Estado desentendido.

    Mientras esas enseanzas queden alojadas en el desvn de la teora, difcil-mente lograremos empuar esas herramientas. Seguiremos entonces recluidos ennuestras esferas privadas y alejados de la plaza pblica. Nuestras palabras slohablarn de finanzas, con la voz del esclavo.

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